miércoles, 23 de abril de 2025

256.27 de abril de 2025.

 


TESTAMENTO DEL PAPA FRANCISCO.

Miserando atque Eligendo

En el nombre de la Santísima Trinidad. Amén.

Sintiendo que se acerca el ocaso de mi vida terrenal y con viva esperanza en la Vida Eterna, deseo expresar mi voluntad testamentaria únicamente en lo que se refiere al lugar de mi sepultura.

Siempre he confiado mi vida y mi ministerio sacerdotal y episcopal a la Madre de Nuestro Señor, María Santísima. Por eso, pido que mis restos mortales descansen esperando el día de la resurrección en la Basílica Papal de Santa María la Mayor.

Deseo que mi último viaje terrenal concluya precisamente en este antiquísimo santuario mariano, al que acudía para rezar al comienzo y al final de cada viaje apostólico, para encomendar con confianza mis intenciones a la Madre Inmaculada y darle las gracias por su dócil y maternal cuidado.

Pido que mi tumba sea preparada en el nicho de la nave lateral entre la Capilla Paulina (Capilla de la Salus Populi Romani) y la Capilla Sforza de la citada Basílica Papal, como se indica en el anexo adjunto.

El sepulcro debe estar en la tierra; sencillo, sin decoraciones especiales y con la única inscripción: Franciscus.

Los gastos para la preparación de mi sepultura serán sufragados con la donación del benefactor que he elegido, suma que será transferida a la Basílica Papal de Santa María la Mayor, y para lo cual he dado las instrucciones oportunas a Mons. Rolandas Makrickas, Comisario Extraordinario del Capítulo Liberiano.

Que el Señor dé la merecida recompensa a quienes me han querido y seguirán rezando por mí. El sufrimiento que se ha hecho presente en la última parte de mi vida lo ofrecí al Señor por la paz en el mundo y la fraternidad entre los pueblos.

Santa Marta, 29 de junio de 2022

FRANCISCO

 

Primera lectura.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 5, 12-16.

Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados.

 

Textos paralelos.

Hch 2, 42-47: Eran asiduos en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la solidaridad, la fracción del pan y las oraciones. Ante los prodigios y señales que hacían los apóstoles, un sentido de reverencia se apoderó de todos. Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común; vendían vienes y posesiones y los repartían según la necesidad de cada uno. A diario acudían fielmente y unánimes al templo; en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera. Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba. El Señor iba incorporando a la comunidad a cuantos se iban salvando.

Hch 4, 32-35: La multitud de los creyentes tenía un alma y un corazón. No llamaban propia a ninguna de sus posesiones, antes lo tenían todo en común. Con gran alegría daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y eran muy estimados. No había indigentes entre ellos, pues los que poseían campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta, y los depositaban a los pies de los apóstoles. A cada uno se le repartía según su necesidad.

Realizaban muchos signos

Hch 2, 19: Haré prodigios arriba en el cielo y abajo en la tierra: sangre, fuego y humareda.

Todos se reunían con un mismo espíritu.

Hch 2, 46: A diario acudían fielmente y unánimes al templo; en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera.

En el pórtico de Salomón.

Hch 3, 11: Mientras seguía agarrado a Pedro y a Juan, toda la gente corrió asombrada hacia ellos, al pórtico de Salomón.

La gente hablaba de forma elogiosa.

Hch 2, 47: Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba. El Señor iba incorporando a la comunidad a cuantos se iban salvando.

Una multitud de hombres.

Hch 2, 41: Los que aceptaron sus palabras se bautizaron y aquel día se incorporaron unas tres mil personas.

Sacar a los enfermos a las plazas en lechos.

Mc 6, 56: En cualquier aldea o ciudad adonde iba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que los dejara tocar al menos la orla del manto. Y los que lo tocaban se curaban.

Siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos.

Hch 19, 12: Hasta el punto que aplicaban a los enfermos paños o pañuelos que habían tocado a Pablo, y les desaparecía la enfermedad y salían los espíritus malignos.

Mucha gente de las ciudades vecinas.

Lc 4, 40-41: Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban. Él ponía las manos sobre cada uno y los curaba. De muchos salían demonios gritando: Tú eres el Hijo de Dios. Él los increpaba y no les dejaba hablar, pues sabían que era el Mesías.

Enfermos y atormentados.

Hch 8, 6-8: Oyendo y viendo las señales que hacía, la multitud escuchaba concorde lo que Felipe decía. Espíritus inmundos salían de los poseídos dando grandes voces: muchos paralíticos y lisiados se curaban.

 

Notas exegéticas.

5 12 (a) Este tercer “resumen” desarrolla el tema del poder milagroso de los apóstoles. Los vv. 12b-14 interrumpen la exposición.

5 12 (b) Al parecer, ya no los apóstoles, sino todos los creyentes.

5 14 Mejor que: “Cada vez en mayor número se adherían (a la comunidad) los que creían en el Señor.

 

Salmo responsorial

Salmo 118 (117), 2-4.22-24.25-27a

 

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia. R/.

Diga la casa de Israel:

eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:

eterna es su misericordia.

Digan los que temen al Señor:

eterna es su misericordia. R/.

 

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho,

ha sido un milagro patente.

Este es el día que hizo el Señor:

sea nuestra alegría y nuestro gozo.  R/.

 

Señor, danos la salvación;

Señor, danos prosperidad.

Bendito el que viene en nombre del Señor,

os bendecimos desde la casa del Señor.

El Señor es Dios, él nos ilumina. R/.

 

Textos paralelos.

Diga la casa de Israel.

Sal 115, 9-11: Israel, confía en el Señor: él es su auxilio y escudo. Casa de Aarón, confía en el Señor: él es su auxilio y escudo. Fieles del Señor, confiad en el Señor: él es su auxilio y escudo.

Diga la casa de Aarón.

Sal 135, 19-20: Casa de Israel, bendice al Señor, casa de Aarón, bendice al Señor, casa de Leví, bendice al Señor, fieles del Señor, bendecid al Señor.

La piedra que desecharon los albañiles.

Is 28, 16: El Señor dice así: Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimiento: “quien se apoya no vacila”.

Se ha convertido en piedra angular.

Za 3, 9: Mirad la piedra que presento a Josué: es una y lleva siete ojos. Tiene una inscripción: “En un día removeré la culpa de esta tierra” – oráculo del Señor de los ejércitos.

Za 4, 7: ¿Quién eres tú, montaña señera? Ante Zorobabel serás allanada. Él sacará la piedra que remate entre aclamaciones: “¡Qué bella, qué bella!”.

Eso ha sido obra de Yahvé.

Mt 21, 42: Jesús les dice: ¿No habéis leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular; es el Señor quien lo ha hecho y nos parece un milagro?

Hch 4, 11: El es la piedra desechada por vosotros, los arquitectos, que se ha convertido en piedra angular.

Este es el día que hizo Yahvé.

Ef 2, 20: Edificados sobre el cimiento de los Apóstoles, con Cristo Jesús como piedra angular.

1 Co 3, 11: Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, que es Jesús Mesías.

Danos el éxito Yahvé.

Ne 1, 11: Llegué a Jerusalén y descansé allí tres días.

Bendito el que entra en nombre de Yahvé.

Mt 21, 9: La multitud, delante y detrás de él, clamaba: ¡Hosana al hijo de David! Bendito en nombre del Señor el que viene, ¡Hosana al Altísimo!

Mt 23, 39: Os digo que a partir de ahora no volveréis a verme hasta que digáis: Bendito en el nombre del Señor el que viene.

 

Notas exegéticas.

118 Este canto cierra el Hallel. Un invitatorio, vv.1-4, precede al himno de acción de gracias puesto en labios de la comunidad personificada, completado con la serie de responsorios recitados por diversos grupos cuando la procesión entraba en el Templo. El conjunto se utilizó quizá en la fiesta descrita en Ne 8, 13-18.

118 2 “la casa” griego, ver v. 3; omitido por hebreo.

118 23 El Templo ha sido reconstruido, ver Ag 1, 9; Za 1, 16. La “piedra angular” (o “clave de bóveda”) es un tema mesiánico.

118 24 En la tradición cristiana, este versículo se aplica al día de la resurrección de Cristo y se utiliza en la liturgia pascual.

118 26 A la aclamación ritual del v. 25 (“danos la salvación” = Hosanna) los sacerdotes respondían con esta bendición, que la muchedumbre repitió el día de Ramos. Ha entrado en el Santo de la misa romana.

 

Segunda lectura.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo al Apocalipsis 1, 9-11a; 12-13.17-19.

Yo Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla llamada de Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús. El día del Señor fue arrebatado en espíritu y escuché detrás de mí una voz potente como de trompeta que decía:

-Lo que estás viendo, escríbelo en un libro, y envíalo a las siete Iglesias.

Me volví para ver la voz que hablaba conmigo, y, vuelto, vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros como un Hijo del hombre, vestido de una túnica talar, y ceñido el pecho con un cinturón de oro. Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sobre mí, diciéndome:

-No temas, yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que estás viendo: lo que es y lo que ha de suceder después de esto.

 

Textos paralelos.

Yo, vuestro hermano Juan, soy copartícipe de la tribulación.

Rm 5, 3: No solo eso, sino que además nos gloriamos de nuestras tribulaciones; pues sabemos que sufriendo ganamos aguante.

La perseverancia, en virtud de nuestra unión con Jesús.

2 Tm 2, 12: Si aguantamos, reinaremos con él; si renegamos de él, renegará de nosotros.

Entregado a la palabra de Dios y al testimonio de Jesús.

Hch 20, 7: Un domingo que nos reunimos para la fracción del pan, Pablo, que debía partir al día siguiente, se puso a hablar y prolongó el discurso hasta la media noche.

Vi siete candeleros de oro.

Ap 1, 20: Este es el símbolo de las siete estrellas que viste en mi diestra y de las siete lámparas de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, las siete lámparas son las siete iglesias.

Había como un Hijo de hombre.

Dn 7, 13: Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él.

Vestido con una túnica talar.

Dn 10, 5: Alcé la vista y vi aparecer un hombre vestido de lino con un cinturón de oro.

Caí a sus pies como muerto.

Dn 8, 18: Mientras él hablaba, seguí de bruces, aletargado; él me tocó y me puso en pie.

No temas, soy yo.

Dn 10, 15-19: Mientras me hablaba, caí de bruces y enmudecí. Una figura humana me tocó los labios: abrí la boca y hablé al que estaba frente a mí: La visión me ha hecho retorcerme de dolor, y no hallo fuerzas. ¿Cómo hablará este esclavo a tal señor? ¡Si ahora las fuerzas me abandonan y he quedado sin aliento! De nuevo una figura humana me tocó y me fortaleció. Después me dijo: No temas, predilecto; ten calma, se fuerte.

Ez 1, 28s: El resplandor que lo nimbaba era como el arco que aparece en las nubes cuando llueve. Era la apariencia visible de la gloria del Señor. Al contemplarla, caí rostro en tierra, y oí la voz de uno que me hablaba.

El Primero y el Último.

Is 44, 6: Así dice el Señor, Rey de Israel, su redentor, el Señor de los ejércitos: Yo soy el primero y yo soy el último; fuera de mí no hay dios.

Is 48, 12: Escúchame, Jacob; Israel, a quien llamé: yo soy, yo soy el primero y yo soy el último.

Ahora estoy vivo por los siglos de los siglos.

Ap 1, 8: Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es y era y será, el Todopoderoso.

Hb 7, 25: Así puede salvar plenamente a los que por su medio acuden a Dios, pues vive siempre para interceder por ellos.

Tengo las llaves de la muerte y del Hades.

Mt 16, 18-19: Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta Piedra construiré mi iglesia y el imperio de la Muerte no la vencerá. A ti te daré las llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

 

Notas exegéticas.

9 (a) Enumeración de diversos aspectos de la condición cristiana desde una perspectiva escatológica. La “tribulación”: persecución y participación en el conflicto escatológico inaugurado en la cruz; el “reino” : asociación a la soberanía de Cristo, venceder de la muerte y de los Poderes; la “perseverancia”: fidelidad en medio de la tribulación y de la tentación que marcan los tiempos escatológicos.

1 9 (b) Deportado por los cristianos.

1 10 (a) La expresión “día del Señor” aparece muchas veces en el AT para designar una intervención particular de Dios en la historia. En el judaísmo postexílico adapta además un sentido escatológico. Para los cristianos, los tiempos escatológicos fueron inaugurados por la resurrección de Cristo. La expresión “día del Señor” designa, al mismo tiempo, la conmemoración del triunfo pascual y el anuncio de la Parusía, que será su manifestación plena y definitiva. Muy pronto, las comunidades cristianas celebraron cultualmente cada domingo, esta conmemoración y esta espera (ver Hch 20, 7).

1 10 (b) La mención del sonido de la trompeta aparece habitualmente en las descripciones de teofanías y en las evocaciones de la manifestación escatológica.

1 12 Probable referencia al candelabro de los siete brazos, colocado en el santuario y que ardía ante Dios sin interrupción. En Za 4, 1-14 es descrita una visión de la que forma parte también el candelabro de oro, junto a otros símbolos que el autor del Apocalipsis utilizará en determinados momentos.

1 13 El Mesías aparece en sus funciones de Juez escatológico, como en Dn 7, 13-14; sus atributos están descritos por medio de símbolos: sacerdocio (representado por la larga túnica); “realeza” (ceñidor de oro); “eternidad” (cabellos blancos); “ciencia divina” (ojos llameantes, para “sondear los riñones y los corazones”); “estabilidad” (pies de metal). Es aterradora su majestad (resplandor de las piernas, del rostro, potencia de la voz). Tiene a las siete Iglesias (las estrellas) en su poder (mano derecha), y su boca se dispone a fulminar sus decretos de muerte (espada aguda de dos filos) contra los cristianos infieles. Al comienzo de cada una de las siete cartas, vuelve a encontrarse uno u otro de estos atributos de Juez, adaptados a la situación particular de las iglesias.

1 18 (a) Que posee la vida en propiedad. Aquí se subraya la vida presente del resucitado.

1 18 (b) El Hades es el lugar donde moraban los muertos. Cristo tiene poder para hacer salir de él.

1 19 Lo que ya es: las cartas de los caps. 2 y 3. Lo que va a suceder más tarde: la revelación de los caps. 4-22. La profecía toma aquí la forma de visiones.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-31.

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

-Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

-Recibid el Espíritu Santo; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

-Hemos visto al Señor.

Pero él les contestó:

-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

-Paz a vosotros.

Luego dijo a Tomás:

-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Contestó Tomas:

-¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

-¿Por qué me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto.

Muchos otros signos, que no están escritos en el libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

 

Textos paralelos.

 

Mc 16, 14-18

Lc 24, 36-49

Jn 20, 19-31

Por último se apareció a los once cuando estaban a la mesa.

 

 

 

 

Les reprendió su obstinación por no haber creído a los que lo habían visto resucitado de la muerte.

 

Y les dijo:

 

 

Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad. Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará. A los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y se curarán.

Estaban hablando de ello, cuando se presentó Jesús en medio de ellos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 y les dijo:

-La paz esté con vosotros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma.

 

 

 

 

 

 

Pero él les dijo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-¿Por qué estáis turbados?, ¿por qué se os ocurren esas dudas?

 

Mirad mis manos y mis pies, que soy el mismo. Tocad y ved, que un fantasma no tiene carne y hueso, como veis que yo tengo.

Dicho esto, les mostró las manos y los pies.

 

 

 

 

Y, como no acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo:

-¿Tenéis aquí algo de comer?

Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia. Después les dijo:

-Esto es lo que os decía cuando todavía estaba con vosotros: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y los salmos.

Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura. Y añadió:

-Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de la muerte; que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de ello. Yo os envío lo que el Padre me prometió. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerza.

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio

 

 

 

 

 

 

y les dice:

-Paz con vosotros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor.

 

Jesús repitió:

-Paz con vosotros. Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros.

Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

-Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los mantengáis les quedan mantenidos.

Tomás (que significa Mellizo), uno de los doce, no estaba con ellos […] Después dice a Tomás:

 

 

 

 

 

-Mete aquí el dedo y mira mis manos; trae la mano y métela en mi costado,

 

 

 

 

 

y no seas incrédulo, antes cree.

La paz con vosotros.

Jn 14, 27: La paz os dejo, os doy mi paz, y no os la doy como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis.

Jn 16, 33: Os he dicho esto para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened ánimo, que yo he vencido al mundo.

Lc 24, 16: Pero ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo.

Los discípulos se alegraron de ver al Señor.

Jn 15, 11: Os he dicho esto para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada.

Jn 16, 22: Así vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría.

Como el Padre me envió.

Jn 17, 18: Como me enviaste al mundo, yo los envíe al mundo.

Mt 28, 19: Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizadlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Mc 16, 15: Y les dijo: Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad.

Dicho esto, sopló y les dijo.

Lc 24, 47: Que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

Jn 1, 33: Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.

A quienes les perdonéis los pecados.

Mt 16, 19: A ti te daré las llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

Les quedan perdonados.

Mt 18, 18: Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

Tomás, uno de los Doce.

Jn 11, 16: Tomás (que significa Mellizo) dijo a los demás discípulos: vamos también nosotros a morir con él.

Jn 14, 5: Le dice Tomás: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino?

La paz con vosotros.

Jn 14, 27: La paz os dejo, os doy mi paz, y no os la doy como la del mundo. No os turbéis ni os acobardéis.

Métela en mi costado.

Jn 19, 34: Pero un solado le abrió el costado de una lanzada. Al punto brotó sangre y agua.

Dichosos los que no han visto y han creído.

Lc 1, 45: ¡Dichosa tú que creíste! porque se cumplirá lo que el Señor te anunció.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

20 19 Saludo ordinario de los judíos. Este saludo se repite en el v. 21, indicio quizá de una inserción más tardía de los vv. 20-21, bajo la influencia del relato paralelo de Lc.

20 20 Lc 24, 39 tiene una perspectiva más apologética. Aquí se trata de poner de relieve la continuidad entre Jesús que ha sufrido y el que está para siempre con ellos. El Señor glorioso de la Iglesia no es otro que Jesús crucificado.

20 22 El soplo de Jesús simboliza al Espíritu (en hebreo: soplo) principio de vida. igual verbo raro que en Gn 2, 7: Cristo resucitado da a los discípulos el Espíritu que realiza como una recreación de la humanidad. Poseyendo desde ahora este principio de vida, el hombre ha pasado de la muerte a la vida y no morirá jamás. Es el principio de una escatología ya realizada. Para Pablo (al menos en sus primeras cartas), esta re-creación de la humanidad no se producirá hasta la vuelta de Cristo.

20 23 Jn hace suya una fórmula tradicional que es necesario entender, en la medida de lo posible, en el marco de su propia teología: los discípulos perdonarán o retendrán los pecados en la medida en que prolonguen la misión de Jesús en el mundo. Las tradiciones católica y ortodoxa piensan que el poder de perdonar los pecados incumbe a los miembros del colegio apostólico, al que se encomienda, en comunión con Jesús, la tarea pastoral. Para la tradición reformada, este poder y esta tarea pastoral compiten a todos los discípulos, es decir, a los creyentes de todos los tiempos y no a Pedro en particular o a un determinado orden sacerdotal. Escuchando su testimonio, los hombres creerán (se juzgarán a sí mismos; sus pecados les serán retenidos).

20 24 Esta segunda aparición de Cristo a los discípulos es literalmente un calco de la primera. Cristo reprocha en ella a Tomás el no haber creído en el testimonio de los otros discípulos y haber exigido “ver” para “creer”. Como 4, 48 este relato se dirige a los cristianos de la segunda generación.

20 27 Juan, al fin de su evangelio, vuelve una vez más su mirada de creyente hacia la llaga del costado.

20 28 Esta última confesión de fe del evangelio asocia los títulos “Señor” y “Dios”. Quizá estamos ante el eco de una aclamación litúrgica.

20 29 Sobre el testimonio de los apóstoles ver Hch 1, 8.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

19 EL PRIMERO DE (LA) SEMANA (lit. el uno de los sábados) para los seguidores de Jesús es, ya, el domingo – “día del Señor”. ESTANDO CANDADAS… LAS PUERTAS…LLEGÓ…: el cuerpo glorioso y “espiritualizado” de Jesús queda fuera de las leyes físicas del mundo material. PAZ A VOSOTROS: la PAZ, la alegría, como la gratitud, etc., son sentimientos espirituales que también abundan en el AT, pero que irrumpen singularmente con la llegada de Cristo a la tierra (cf. Lc 2, 14) y constituyen el legado de Jesús a su Iglesia (cf. 15, 11). La paz de Jesús, la “suya” (MI PAZ) es atributo divino: Jesús mismo es “nuestra paz” (Ef 2, 14). “Las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: “Gloria sea en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”; y la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favor(re)idos fue decirles que cuando entrasen en alguna casa dijesen: ·Paz sea en esta casa”, y otras veces les dijo: “Mi paz os doy, mi paz os dejo; paz sea con vosotros”, bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano, joya que sin ella en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno” (D. Quijote).

20 LES ENSEÑÓ… las heridas de LAS MANOS Y del COSTADO, signos de identificación; el resucitado es el mismo que fue crucificado. Y las huellas transfiguradas del sufrimiento anterior ya no causan tristeza.

21-22 Para la impresión de que resurrección, ascensión, venida del Espíritu y misión de la Iglesia sucedieran el mismo día, cf. Lc 24, 41 (El final de Lc está redactado como si todo hubiera sucedido el mismo día, casi en el mismo instante; no solo por razones de brevedad y síntesis (los detalles quedan para Hch 1, 3-11), sino porque la resurrección de Jesús, su exaltación a la derecha del Padre, su reconocimiento como Señor por la Iglesia naciente, el envío del Espíritu Santo, y la misión universal, son realidades teológicamente inseparables. En concreto, la resurrección gloriosa es ya, esencialmente, ascensión; si esta no “añadió” nada a la humanidad glorificada de Jesús, para los discípulos, en cambio, sí fue un hecho nuevo, que puso fin a la etapa de la comunicación de Cristo perceptible por los sentidos; y fue además una revelación nueva sobre cuál era, a partir de entonces, la “situación” de su Maestro. // ME ENVIÓ: el tiempo verbal griego (perfecto) equivale a “me envió y continúo siendo su enviado”. SOPLÓ: como en una nueva creación, es necesario “el aliento” (el espíritu). // ESPÍRITU SANTO: aliento divino, dador de vida sobrenatural, como el soplo que infundió vida el primer hombre (cf. Gn 2, 7). Sin duda hay que sobrentender dos artículos determinados en el texto griego (“el Espíritu el Santo), usados por Jn otras veces (cf. 14, 26). Jesús les comunica el Espíritu Santo, primeramente para suscitar y reafirmar en ellos la fe en su resurrección (para que vean, e.d., para que crean) y luego, para hacer que otros vean, quitando la ceguera del pecado.

23 Es verdad de fe definida que las palabras de Jesús en estos versículos “hay que entenderlas de la potestad de perdonar y de retener los pecados en el sacramento de la penitencia” (DS 1703 y 1670). “Atar (retener) y desatar” (cf. Mt 16, 19) se aplican, aquí, concretamente, a los pecados.

25 En vez de LA MARCA (en griego týpon), algunos manuscritos leen el sitio (en griego tópon). // NI MUCHO MENOS: en el original hay una negación enfática, reforzada.

27-29 Jesús condesciende con las exigencias de Tomás, sin forzarlo a convencerse. La fe sigue siendo libre. // MEJOR: ¡(SÉ) CREYENTE!: lit. antes bien, creyente. // ¡SEÑOR MÍO…!: esta espléndida confesión de fe en la divinidad de Jesús es, lit., el Señor de mí y el Dios de mí (vocativo semítico: artículo + nominativo). // FELICES LOS QUE SIN EMBARGO, CREEN: el Señor “se deja encontrar por quienes no le exigen pruebas, se revela a los que no desconfían en él” (Sb 1, 2).

30-31 LLEGUÉIS A CREER: la traducción lee un aoristo griego; si, con algunos manuscritos, se lee el verbo griego en presente, la traducción sería: “para que sigáis creyendo”. // PERSEVERANDO EN LA FE: así da la lectura en participio de presente; si se lee en aoristo griego, como ocurre en algunos manuscritos, la traducción sería: abrazando la fe, empezando a creer. // EN SU NOMBRE: de Hijo.

 

Notas exegéticas de la Biblia Didajé.

20, 19-23 Cristo tiene un cuerpo glorificado con las marcas de la crucifixión en una forma gloriosa como signo de rotunda victoria. Los cuerpos de los justos serán glorificados del mismo modo en el juicio final. Cat. 645, 659, 690, 1042, 1060.

20, 22-23 Inmediatamente después de la Resurrección, el último signo de la victoria sobre el pecado y la muerte, Cristo instituyó el sacramento de la penitencia y la reconciliación otorgando a los Apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados en su nombre. Soplando sobre los Apóstoles – denominado a veces como “El Pentecostés de Juan” – fue un presagio de la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto, ellos recibieron el Espíritu Santo de Cristo y así están facultados para actuar en su nombre. Para los Apóstoles, los primeros sacerdotes ordenados, el poder de perdonar los pecados fue una parte vital en su papel de santificar al pueblo. Al enviarlos al mundo, Jesús les mandó continuar su misión de curación espiritual a través de los sacramentos del Bautismo y la Penitencia. Creer en el perdón de los pecados es una declaración esencial del Credo de los Apóstoles y el Credo de Nicea, que se rezan en la liturgia de la Iglesia. Cat. 730, 858, 976-980, 1485-1488.

20, 24-29 La obstinada incredulidad de Tomás mostró como incluso algunos de los discípulos de Cristo tuvieron dificultades para creer que había resucitado de entre los muertos. ¡Señor mío y Dios mío!: la exclamación de Tomás fue no solo una expresión de reconocimiento, sino también de adoración. A través de los ojos de la fe, los cristianos son capaces de reconocer a Cristo vivo en la Eucaristía. Cat. 448, 643-645, 659, 1381.

20, 30s Juan explica aquí sus intenciones al escribir el Evangelio. Como testigo presencial de la vida de Cristo, deseaba desafiar a sus lectores con una narrativa convincente que llevara al lector a creer en Jesús como Cristo, el Hijo de Dios. Su Evangelio – y por extensión los otros Evangelios – no es una historia o biografía completa de Cristo ya que hay muchas cosas que no se presentan aquí, como Juan dejó bien claro. Lo que aparece está escrito con el fin de inspirar fe en el lector más que el hecho de ser una biografía comprensiva. Cat. 105, 124-126, 442, 514.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

645 Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto y el compartir la comida. Es invita así a reconocer que él no es un espíritu, pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado, ya que sigue llevando las huellas de su pasión. Este cuerpo auténtico y real posee, sin embargo, al mismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre.

730 Por fin llega la hora de Jesús: Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, y de modo que, “resucitado de los muertos por la gloria del Padre” (Rm 6, 4), en seguida da a sus discípulos el Espíritu Santo exhalando sobre ellos su aliento. A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20, 21).

976 El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a sus Apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados.

1485 El perdón de los pecados cometidos después del bautismo es concedido por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación.

514 Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra. Lo que se ha escrito en los evangelios lo ha sido “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 31).

 

Concilio Vaticano II.

Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y su Sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrifico de la Cruz y confiar a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su Muerte y Resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura.

Constitución Sacrosanctum Concilium, 47.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Era de noche, más por la tristeza que por la hora

Pedro Crisólogo, Sermones, 84, 2. 4b, pg. 451.

Con el fin de que no se angustiaran, Él no dejó que pasara ni un solo día, sino que, incrementando su deseo, ya sea para que supieran que había resucitado, ya porque se lo oyeron a la mujer, cuando estaban ansiosos por vele y también temerosos, circunstancia que hacia mayor el deseo, entonces, ya atardecido, se les apareció y de forma muy admirable.

Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Ev. de Juan, 86, 1. 4b, pg. 452.

Ciertamente, después de la resurrección tendremos los mismos cuerpos que ahora, aunque con mayor gloria. También el Salvador bajó a los infiernos con el mismo cuerpo con que le crucificaron, y mostró a los discípulos sus manos perforadas por los clavos y su costado herido.

Jerónimo, Contra Joviniano, 1, 36. 4b, pg. 455.

En verdad, las señales de los clavos y de la lanza habían permanecido en su cuerpo para curar las heridas de los corazones infieles y para que se creyera, no con la fe dudosa, sino con la certeza firmísima, que la misma naturaleza que estuvo en el sepulcro había de sentarse, juntamente con Dios Padre, en su trono.

León Magno, Sermones, 73, 3. 4b, pg. 455.

(Los discípulos de Cristo) recibieron (el Espíritu) en tres ocasiones: antes de que Cristo fuera glorificado en la pasión, después de haber sido glorificado por la resurrección, y después de la ascensión al cielo. (…) La primera manifestación era difícilmente reconocible; la segunda era más expresiva, la de hoy (Pentecostés) es más perfecta, pues el Espíritu no está ya presente solo por su acción, como estaba en los casos anteriores, sino que está sustancialmente… haciéndose presente y habitando en nosotros.

Gregorio Nacianceno, Discurso sobre Pentecostés, 41, 11. 4b, pg. 458.

Ahí lo tenéis: los que temen el juicio riguroso de Dios quedan constituidos jueces de las almas, y los que temían ser ellos mismos condenados condenan o libran a otros. El puesto de estos lo ocupan ahora ciertamente en la Iglesia los obispos. Los que son agraciados con el régimen, reciben la potestad de atar y de desatar. Honor grande, sí; pero grande también el pso o responsabilidad de este honor. Fuerte cosa es, en verdad, que quien no sabe tener en orden su vida sea hecho juez de la vida ajena.

Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 2, 26, 4-5. 4b, pg. 463.

“Bienaventurados los que sin haber visto hayan creído”. Sentencia en la que, sin duda, estamos señalados nosotros, que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Sí, en ella estamos significados nosotros, pero con tal que nuestras obras se conformen con nuestra fe, porque quien cumple en la práctica lo que cree, ese es el que cree de verdad.

Gregorio Magno. Homilías sobre los Evangelios, 2, 26, 8-9. 4b, pg. 473.

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San Agustín

Tocaba la carne y proclamaba la divinidad. ¿Qué tocó? El cuerpo de Cristo. ¿Acaso el cuerpo de Cristo era la divinidad de Cristo? La divinidad de Cristo era la Palabra; la humanidad, el alma y la carne. Él no podía tocar ni siquiera el alma, pero podía advertir su presencia, puesto que el cuerpo, antes muerto, se movía ahora vivo. Aquella Palabra, en cambio, ni cambia ni se la toca, ni decrece ni acrece, puesto que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1,1). Esto proclamó Tomás: tocaba la carne e invocaba la Palabra, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14).

Sermón 145 A. I, pg. 464.

 

San Juan de Ávila

Todos estos tienen por oficio encaminar las ánimas para el cielo. Sicut misit me Pater, et ego mitto vos (Jn 20, 21). Y, por tanto, yo saco la conclusión que han de ser ejemplares, y que, si no lo son, se perderán; porque, si el rey criase un capitán, no satisfaría si fuese solado. Ideo vos estis lux mundi, sal terrae (cf. Mt 5, 14.13).

Plática a los sacerdotes. I, pg. 852.

Ítem, el mismo Señor dijo a sus apóstoles, cuando instituyó el sacramento de la penitencia: Cuyos pecados perdonáredes, son perdonados (Jn 20, 23), etc. Y, por consiguiente, se da gracia y justicia por este sacramento, pues no puede haber perdón de pecados sin que se dé la gracia, la cual es significada y contenida en todos los siete sacramentos de la Iglesia; y se da a quien bien los recibe, y con mayor abundancia que la disposición de quien los recibe, por ser obras privilegiadas, que por la misma obra que son, dan gracia. Por lo cual deben ser en gran manera reverenciados y usados, como la Iglesia católica lo cree y nos lo enseña.

Audi, filia (II), I,  pg. 631.

No es Dios de flojos; nos lo cuenta Dios por hijos: Habitabunt recti cum vultu suo (Sal 139, 14). ¿Qué hace que me siento con gran flaqueza? Busca el remedio donde os vino la llaga; buscad la gracia de Dios: Él os la dará, que él dio la ley de la gracia para cumplirla: Gavisi sunt discipuli, viso Domino (Jn 20, 20).

Lecciones sobre 1 San Juan (I), II pg. 189.

Y luego tras este preámbulo, podrá decirles cómo el fin del sacerdote es sacar almas de pecado, y que para esto Cristo le instituyó en la Iglesia, según aquello de San Juan, capítulo 20, como el Padre me envió, así os envío a vosotros. Y pues Cristo fue enviado a sacar almas de pecado, así también ellos son enviados.

Siete nuevos escritos. VII. Para el sermón a los clérigos. II, pg. 1044.

Que hallaréis en la Santa Madre Iglesia de tradiciones que no están escriptas en los Evangelistas, como es la forma de consagrar. Por eso nos dijo nuestro Señor: “Allá os doy mi Espíritu Santo” (cf. Jn 20, 22); y donde se infunde este Espíritu Santo y la práctica que procede del Espíritu Santo, habla Dios y es tradición de Dios. Y por eso, lo que los santos Padres, alumbrados por el Espíritu Santo, ordenaron, es ordenado de Dios; y por eso se escribió poco, porque lo remitió a aquellos que fuesen ayuntados[1] en el Espíritu Santo.

Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 334-335.

Si queréis confesar los pecados veniales por las claves del sacramento, son perdonados, porque son pecados. Nuestro Señor dijo: Los pecados que perdonáredes serán perdonados (Jn 20, 23), pecados también se entienden veniales, y es materia voluntaria. El que confiesa, tenga propósito de enmendarse, de desminuir los pecados. Quiera o no quiera, de pasarme he con los menos que pudiere. Caballo sin espuelas, aunque sea bueno, no vale nada para el camino largo; no estés sin espuela.

Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 165.

“Si pequé mortalmente, quebrantando sus mandamientos, ¿qué haré?”. Hay palabras suyas que dan medicina a estas llagas. Arrepentíos de haber ofendido a Dios, confesaos. Mirad que dijo Dios a los sacerdotes: Cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados (Jn 20, 23). Dice el confesor: “Yo te absuelvo de todos pecados”. Asíos a esa palabra: que veis ahí los remedios que Dios dejó para los que le ofendieren.

Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 339.

Por el pecado venial no se quita la amistad con Dios; y si pecaseis mortalmente, remedio hay. ¿Quebrantastes la palabra de la castidad, la de no jurar? Palabra hay con que suelde y remedie. ¿Qué palabra? Arrepentíos y confesaos, y con esta palabra se remediará el mal de la otra. Conviene a saber: Quorum remiseritis peccata (Jn 20, 23). Que, si por pecar habéis de perder la esperanza, San Pedro pecó y David. Levantaos, que Dios os da la mano.

Lecciones sobre 1 San Juan (II). II, pg. 456.

¿Qué sentiremos de esta subida de Cristo a lo alto? Dijo en otra parte a la Magdalena: Decid a mis hermanos que subo al Padre y al Padre vuestro, al Dios mío y al Dios vuestro (cf. Jn 20, 19).

Jueves de la Ascensión. III, pg. 229.

Un día de aquella semana. En medio (Jn 20, 26). Ese es el lugar suyo: medio de animales nace, dotores disputar, latronum figitur, apparet in medio. Medio inter Padre y Espíritu Santo. Vino a ser de medio entre Dios y hombres, mediator¸ y en la gloria medio beatorum. Sicut me misit (cf. 20, 21). No fue desamor de mi Padre, ni mío, enviaros a predicar mi nombre, poneros a fuerza e violencia del mundo. Para tan gran hecho gran ayuda. Accipite Spiritum Sanctum (Jn 20, 23). Extraña largueza, que aquel poder que hasta aquel punto ante Dios quería dar a entender que Dios el tenía, no usó de él: que un hombre pueda abrir e cerrar el cielo. Y Tomás no estaba allí. No le privó de tan gran merced. (…) Nunca echéis mano de singularidades en el camino de Dios. (…) ¿Cómo? Apóstol, ¿eso habéis aprovechado en su escuela? ¿Sabéis que la fe entra por el oído? Si lo veis, daos por despedido de la fe. No digo que tengo de creer lo que quiero ver. Viendo la humanidad, creeré la divinidad. Ansí, llamándole Cristo: ¡Ven acá! - ¡Oh Señor mío! (cf. Jn 20, 28). Es lo que veo Dios. Confieso, creo e adoro.

Martes de Pascua. III, pg. 227.

No habéis de querer ver nada, sino procura de ser fiel en creer que no faltará la palabra de Jesucristo, porque más vale creer que ver (cf. Jn 20, 29).

En la Infraoctava del Corpus. III, pg. 553.

Cierto es que nació en pobreza y aspereza, y de la misma manera vivió, y con crecimiento de esto murió. Y habiendo Él traído la embajada del Padre, con este tan humilde aparato, no se agradará que su embajador, pues es de rey celestial, vaya con aparato del mundo, pues dijo por San Joan: Sicut misit me Pater, et ego milttam vos (Jn 20, 21). El corazón ardiendo en celo de la honra del Padre y de la salvación de las ánimas le trajo al mundo.

A un obispo de Córdoba. IV, pg. 603.

Diga misa cada día, aunque no sienta devoción, y confiese a más tardar de tres a tres días, con profundo conocimiento de sus males y crédito que son muy más y mayores que él conoce, y con entera fe y devoción en este sacramento, por la palabra del Señor: Quorum remiserit peccata, etc. (Jn 20, 23), y si Dios le da luz con que se conozca y fe para esta palabra, serle ha este sacramento grandísima dulcedumbre y seguridad. Si alguna persona le importunare mucho que la confiese, hágalo con aquel aparejo como cuando va a decir misa

A un predicador. IV, pg. 39.

I todo esto se alcanza con humilde oración y con perseverante cuidado. Más se recibe en el ánima que se hace del ánima; más es ser movida y dispuesta que obrar ella de sí. Y por tanto, quitemos los impedimentos nosotros y soseguemos nuestro corazón dentro de nos; esperemos allí a Cristo, el cual entra, las puertas cerradas, a visitar (Jn 20, 26) y alegrar sus discípulos.

A una persona religiosa. IV, pg. 320.

Encastíllese en su corazón, que, aunque es de flaqueza de vidrio, el que a él vendrá a morar lo hará tan poderoso, que todo lo que quiera combatir será vidrio, y él más fuerte que acero. Y por no hacer esto hay flaqueza en el corazón cuando la hay, según está escrito: Divisum est cor eorum; nunc interibunt (Os 10, 2). No hay lugar seguro donde asentar el corazón, sino en el secreto encerramiento y escondrijo interior, donde no entra sino solo Cristo ianuis clausis (cf. Jn 20, 26). Y fuera de aquí andan a tanto peligro como moza liviana fuera de casa entre malos hombres.

A un caballero de estos reinos discípulo suyo. IV, pg. 531.

 

San Oscar Romero.

Esta es la fuerza de la Iglesia, queridos hermanos, no la violencia, no el odio, no el resentimiento, no la calumnia. Se está calumniando a la Iglesia en estos momentos en una forma tan burda; y eso no es Iglesia, aun cuando en nombre de la Iglesia se quiera calumniar a la Iglesia, el absurdo de que la Iglesia se destruyera a sí misma. La Iglesia ama, la Iglesia redime, haciéndose violencia a sí misma, hasta quedar como Cristo, tal vez, sacrificado en la cruz pero salvando al mundo con la fuerza del amor, que es entrega y es una fuerza misionera. Atrae al mundo.

Homilía. 17 de abril de 1977.

 

Francisco. Angelus. 13 de abril de 2013.

¡Queridos hermanos y hermanas! ¡Buenos días!

En este domingo que concluye la Octava de Pascua renuevo a todos la felicitación pascual con las palabras mismas de Jesús Resucitado: «¡Paz a vosotros!» (Jn 20, 19.21.26). No es un saludo ni una sencilla felicitación: es un don; más aún, el don precioso que Cristo ofrece a sus discípulos después de haber pasado a través de la muerte y los infiernos. Da la paz, como había prometido: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo» (Jn 14, 27). Esta paz es el fruto de la victoria del amor de Dios sobre el mal, es el fruto del perdón. Y es justamente así: la verdadera paz, la paz profunda, viene de tener experiencia de la misericordia de Dios. Hoy es el domingo de la Divina Misericordia, por voluntad del beato Juan Pablo II, que cerró los ojos a este mundo precisamente en las vísperas de esta celebración.

El Evangelio de Juan nos refiere que Jesús se apareció dos veces a los Apóstoles, encerrados en el Cenáculo: la primera, la tarde misma de la Resurrección, y en aquella ocasión no estaba Tomás, quien dijo: si no veo y no toco, no creo. La segunda vez, ocho días después, estaba también Tomás. Y Jesús se dirigió precisamente a él, le invitó a mirar las heridas, a tocarlas; y Tomás exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Entonces Jesús dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto» (v. 29). ¿Y quiénes eran los que habían creído sin ver? Otros discípulos, otros hombres y mujeres de Jerusalén que, aun no habiendo encontrado a Jesús Resucitado, creyeron por el testimonio de los Apóstoles y de las mujeres. Esta es una palabra muy importante sobre la fe; podemos llamarla la bienaventuranza de la fe. Bienaventurados los que no han visto y han creído: ¡ésta es la bienaventuranza de la fe! En todo tiempo y en todo lugar son bienaventurados aquellos que, a través de la Palabra de Dios, proclamada en la Iglesia y testimoniada por los cristianos, creen que Jesucristo es el amor de Dios encarnado, la Misericordia encarnada. ¡Y esto vale para cada uno de nosotros!

A los Apóstoles Jesús dio, junto a su paz, el Espíritu Santo para que pudieran difundir en el mundo el perdón de los pecados, ese perdón que sólo Dios puede dar y que costó la Sangre del Hijo (cf. Jn 20, 21-23). La Iglesia ha sido enviada por Cristo Resucitado a trasmitir a los hombres la remisión de los pecados, y así hacer crecer el Reino del amor, sembrar la paz en los corazones, a fin de que se afirme también en las relaciones, en las sociedades, en las instituciones. Y el Espíritu de Cristo Resucitado expulsa el temor del corazón de los Apóstoles y les impulsa a salir del Cenáculo para llevar el Evangelio. ¡Tengamos también nosotros más valor para testimoniar la fe en el Cristo Resucitado! ¡No debemos temer ser cristianos y vivir como cristianos! Debemos tener esta valentía de ir y anunciar a Cristo Resucitado, porque Él es nuestra paz, Él ha hecho la paz con su amor, con su perdón, con su sangre, con su misericordia.

Queridos amigos, esta tarde celebraré la Eucaristía en la basílica de San Juan de Letrán, que es la Catedral del Obispo de Roma. Roguemos juntos a la Virgen María para que nos ayude, a obispo y pueblo, a caminar en la fe y en la caridad, confiados siempre en la misericordia del Señor: Él siempre nos espera, nos ama, nos ha perdonado con su sangre y nos perdona cada vez que acudimos a Él a pedir el perdón. ¡Confiemos en su misericordia!

 

Francisco. Angelus. 3 de abril de 2016.

En este día, que es como el corazón del Año Santo de la Misericordia, mi pensamiento se dirige a todas las poblaciones que tienen más sed de reconciliación y de paz. Pienso en particular en el drama, aquí en Europa, de quien sufre las consecuencias de la violencia en Ucrania: de los que permanecen en las tierras golpeadas por las hostilidades que han causado ya varios miles de muertos, y de todos aquellos —más de un millón— que se vieron obligados a dejarlas por la grave situación que perdura. Los afectados son principalmente ancianos y niños. Además de acompañarlos con mi constante recuerdo y con mi oración, he sentido la necesidad de promover una ayuda humanitaria para ellos. Con esta finalidad se realizará una colecta especial en todas las iglesias católicas de Europa, el próximo domingo 24 de abril. Invito a los fieles a unirse a esta iniciativa con una generosa contribución. Este gesto de caridad, además de aliviar los sufrimientos materiales, quiere expresar mi personal cercanía y solidaridad y la de toda la Iglesia. Deseo vivamente que esto pueda ayudar a promover sin posteriores atrasos la paz y el respeto del derecho en esa tierra tan probada.

Y mientras rezamos por la paz, recordemos que mañana es la Jornada mundial contra las minas antipersona. Demasiadas personas siguen siendo asesinadas o mutiladas por estas terribles armas, y hombres y mujeres valientes arriesgan su vida para desminar los terrenos. ¡Renovemos, por favor, el compromiso por un mundo sin minas!

Por último, envío mi saludo a todos los que habéis participado en esta celebración, en particular a los grupos que cultivan la espiritualidad de la Divina Misericordia.

Todos juntos nos dirigimos en oración a nuestra Madre.

 

Francisco. Angelus. 29 de abril de 2019.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El evangelio de hoy (Juan 20, 19-31) narra que el día de Pascua Jesús se aparece por la tarde a sus discípulos en el Cenáculo, llevando tres dones: la paz, la alegría y la misión apostólica.

Sus primeras palabras son: «La paz con vosotros» (v. 21). El Señor Resucitado trae auténtica paz, porque a través de su sacrificio en la cruz ha cumplido la reconciliación entre Dios y la humanidad y ha vencido al pecado y a la muerte. Esta es la paz. Sus discípulos eran los primeros que necesitaban esta paz, porque después de la captura y la condena a muerte del Maestro, habían caído en el desamparo y el miedo. Jesús se presenta vivo en medio de ellos y mostrando sus llagas —Jesús quiso conservar sus llagas— en el cuerpo glorioso, da la paz como fruto de su victoria. Pero esa tarde no estaba presente el apóstol Tomás. Informado de este hecho extraordinario, él, incrédulo ante el testimonio del resto de apóstoles, pretende verificar personalmente la verdad de lo que afirman. Ocho días después, tal como hoy, se repite la aparición: Jesús sale al encuentro de la incredulidad de Tomás invitándole a tocar sus llagas. Constituyen la fuente de la paz, porque son el signo del amor inmenso de Jesús, que derrotó a las fuerzas hostiles contra el hombre, es decir, el pecado, el mal y la muerte. Lo invita a tocar las llagas, es una enseñanza para nosotros, como si Jesús dijera a cada uno de nosotros: «Si no estás en paz, toca mis llagas».

Tocar las llagas de Jesús, que son los tantos problemas, las dificultades, las persecuciones, las enfermedades de tanta gente que sufre. ¿Tú no estás en paz?, Ve, ve a visitar a alguien que es símbolo de la llaga de Jesús, toca la llaga de Jesús. De esas llagas brota la misericordia. Por eso hoy es el domingo de la misericordia. Un santo decía que el cuerpo de Jesús crucificado es como un saco de misericordia, que a través de las llagas viene hacia todos nosotros. Todos nosotros necesitamos de la misericordia, lo sabemos. Acerquémonos a Jesús y toquemos sus llagas, en nuestros hermanos que sufren. Las heridas de Jesús son un tesoro: de ellas brota la misericordia. Seamos valerosos y toquemos las llagas de Jesús. Con estas llagas está delante del Padre y se las enseña, como si dijera «Padre, este es el precio, estas llagas son lo que yo he pagado por mis hermanos». Con sus llagas Jesús intercede ante el Padre. Nos da la misericordia si nos acercamos e intercede por nosotros. No olvidéis las llagas de Jesús.

El segundo don que Jesús resucitado lleva a los discípulos es la alegría. El evangelista relata que «los discípulos se alegraron de ver al Señor» (v.20). Y también hay un versículo, en la versión de Lucas. que dice que «no podían creer de la alegría». También a nosotros cuando nos pasa algo increíble demasiado bonito, nos sale de dentro decir: «¡No me lo puedo creer, esto no es verdad!» y así decían los discípulos, no podían creer de tanta alegría. Y esa es la alegría que nos da Jesús. Si estás triste, si no estás en paz, mira a Jesús crucificado a Jesús resucitado, mira sus llagas y toma esa alegría.

Y luego, además de la paz y de la alegría, Jesús da a sus discípulos una nueva misión: Les dice «como el Padre me envió, también yo os envío» (v. 21). La resurrección de Jesús es el inicio de un nuevo dinamismo de amor capaz de transformar el mundo con la presencia del Espíritu Santo En este segundo domingo de Pascua, estamos invitados a acercarnos a Cristo con fe, abriendo nuestros corazones a la paz, a la alegría y a la misión, pero no olvidemos las llagas de Jesús, porque de ellas brotan la paz, la alegría y la fuerza para la misión. Encomendamos esta plegaria a la intercesión materna de la Virgen María, Reina del Cielo y de la Tierra.

 

Francisco. Angelus. 24 de abril de 2022.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, último día de la Octava de Pascua, el Evangelio nos relata la primera y segunda aparición del Resucitado a los discípulos. Jesús viene en Pascua, mientras los Apóstoles están encerrados en el cenáculo, por miedo, pero como Tomás, uno de los Doce, no está presente, vuelve ocho días después (cf. Jn 20,19-29). Centrémonos en los dos protagonistas, Tomás y Jesús, mirando primero al discípulo y luego al Maestro. Es un bonito diálogo el que tienen estos dos.

En primer lugar, el apóstol Tomás representa a todos nosotros, que no estábamos presentes en el cenáculo cuando el Señor se apareció y no hemos tenido otras señales o apariciones físicas de Él. También a nosotros, como aquel discípulo, a veces nos resulta difícil: ¿cómo podemos creer que Jesús ha resucitado, que nos acompaña y es el Señor de nuestras vidas sin haberlo visto, sin haberlo tocado? ¿Cómo podemos creer esto? ¿Por qué el Señor no nos da algún signo más evidente de su presencia y de su amor? Alguna señal que yo pueda ver mejor… Pues bien, nosotros también somos como Tomás, con las mismas dudas, los mismos razonamientos.

Pero no debemos avergonzarnos de esto. Al contarnos la historia de Tomás, el Evangelio nos dice que el Señor no busca cristianos perfectos. El Señor no busca cristianos perfectos. Yo les digo: tengo miedo cuando veo a algún cristiano, a alguna asociación de cristianos que se creen perfectos. El Señor no busca cristianos perfectos; el Señor no busca cristianos que nunca duden y siempre hagan alarde de una fe segura. Cuando un cristiano es así, hay algo que no funciona.

No, la aventura de la fe, como para Tomás, está hecha de luces y sombras. Si no, ¿qué tipo de fe sería? Conoce momentos de consuelo, impulso y entusiasmo, pero también de cansancio, desconcierto, dudas y oscuridad.

El Evangelio nos muestra la “crisis” de Tomás para decirnos que no debemos temer las crisis de la vida y de la fe. Las crisis no son un pecado, son un camino, no debemos temerlas. Muchas veces nos hacen humildes, porque nos despojan de la idea de ser correctos, de ser mejores que los demás. Las crisis nos ayudan a reconocer nuestra necesidad: reavivan nuestra necesidad de Dios y nos permiten así volver al Señor, tocar sus llagas, volver a experimentar su amor, como la primera vez. Queridos hermanos y hermanas, es mejor una fe imperfecta pero humilde, que siempre vuelve a Jesús, que una fe fuerte pero presuntuosa, que nos hace orgullosos y arrogantes. ¡Ay de estos!

Y ante la ausencia y el camino de Tomás, que a menudo es el nuestro, ¿cuál es la actitud de Jesús? El Evangelio dice dos veces que Él «vino» (vv. 19.26). Una primera vez, y una segunda, ocho días después. Jesús no se rinde, no se cansa de nosotros, no tiene miedo de nuestras crisis y de nuestras debilidades. Él siempre vuelve: cuando se cierran las puertas, vuelve; cuando dudamos, vuelve; cuando, como Tomás, necesitamos encontrarlo y tocarlo más de cerca, vuelve. Jesús siempre vuelve, siempre toca la puerta, y no vuelve con signos poderosos que nos harían sentir pequeños e inadecuados, incluso avergonzados, sino con sus llagas; vuelve mostrándonos sus llagas, signos de su amor que se ha hecho suyas nuestras fragilidades.

Hermanos y hermanas, especialmente cuando experimentamos cansancios o momentos de crisis, Jesús, el Resucitado, desea volver para estar con nosotros. Sólo espera que lo busquemos, que lo invoquemos, incluso que protestemos, como Tomás, llevándole nuestras necesidades y nuestra incredulidad. Él siempre vuelve. ¿Por qué? Porque es paciente y misericordioso. Viene a abrir los cenáculos de nuestros miedos, nuestras incredulidades, porque siempre quiere darnos otra oportunidad. Jesús es el Señor de las “otras oportunidades”: siempre nos da otra, siempre. Pensemos entonces en la última vez —hagamos un poco de memoria— cuando, durante un momento difícil o un período de crisis, nos hemos encerrado en nosotros mismos, atrincherándonos en nuestros problemas y dejando a Jesús fuera de casa. Y prometámonos, la próxima vez, en nuestro cansancio, buscar a Jesús, volver a Él, a su perdón —¡Él siempre perdona, siempre! —, regresar a esas llagas que nos han curado. De este modo, también seremos capaces de compasión, de acercarnos sin rigidez ni prejuicios a las llagas de los demás.

Que la Virgen, Madre de la misericordia, —me gusta pensar en ella como la Madre de la misericordia el lunes después del Domingo de la Misericordia—, nos acompañe en el camino de la fe y del amor.

 

Benedicto XVI. Angelus. 15 de abril de 2007.

Queridos hermanos y hermanas: 

Os renuevo a todos mis mejores deseos de una feliz Pascua, en el domingo que concluye la octava y se denomina tradicionalmente domingo in Albis, como dije ya en la homilía. Por voluntad de mi venerado predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II, que murió precisamente después de las primeras Vísperas de esta festividad, este domingo está dedicado también a la Misericordia Divina. En esta solemnidad tan singular he celebrado, en esta plaza, la santa misa acompañado por cardenales, obispos y sacerdotes, por fieles de Roma y por numerosos peregrinos, que han querido reunirse en torno al Papa en la víspera de sus 80 años. A todos les renuevo, desde lo más profundo de mi corazón, mi gratitud más sincera, que extiendo a toda la Iglesia, la cual me rodea con su afecto, como una verdadera familia, especialmente durante estos días.

Este domingo —como decía— concluye la semana o, más precisamente, la "octava" de Pascua, que la liturgia considera como un único día:  "Este es el día en que actuó el Señor" (Sal 117, 24). No es un tiempo cronológico, sino espiritual, que Dios abrió en el entramado de los días cuando resucitó a Cristo de entre los muertos. El Espíritu Creador, al infundir la vida nueva y eterna en el cuerpo sepultado de Jesús de Nazaret, llevó a la perfección la obra de la creación, dando origen a una "primicia":  primicia de una humanidad nueva que es, al mismo tiempo, primicia de un nuevo mundo y de una nueva era.

Esta renovación del mundo se puede resumir en una frase:  la que Jesús resucitado pronunció como saludo y sobre todo como anuncio de su victoria a los discípulos:  "Paz a vosotros" (Lc 24, 36; Jn 20, 19. 21. 26). La paz es el don que Cristo ha dejado a sus amigos (cf. Jn 14, 27) como bendición destinada a todos los hombres y a todos los pueblos. No la paz según la mentalidad del "mundo", como equilibrio de fuerzas, sino una realidad nueva, fruto del amor de Dios, de su misericordia. Es la paz que Jesucristo adquirió al precio de su sangre y que comunica a los que confían en él. "Jesús, confío en ti": en estas palabras se resume la fe del cristiano, que es fe en la omnipotencia del amor misericordioso de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, a la vez que os agradezco nuevamente vuestra cercanía espiritual con ocasión de mi cumpleaños y del aniversario de mi elección como Sucesor de Pedro, os encomiendo a todos a María, Madre de misericordia, Madre de Jesús, que es la encarnación de la Misericordia divina. Con su ayuda, dejémonos renovar por el Espíritu, para cooperar en la obra de paz que Dios está realizando en el mundo y que no hace ruido, sino que actúa en los innumerables gestos de caridad de todos sus hijos.

 

Benedicto XVI. Angelus. 11 de abril de 2010.

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo cierra la Octava de Pascua como un único día «en que actuó el Señor», caracterizado por el distintivo de la Resurrección y de la alegría de los discípulos al ver a Jesús. Desde la antigüedad este domingo se llama «in albis», del término latino «alba», dado al vestido blanco que los neófitos llevaban en el Bautismo la noche de Pascua y se quitaban a los ocho días, o sea, hoy. El venerable Juan Pablo II dedicó este mismo domingo a la Divina Misericordia con ocasión de la canonización de sor María Faustina Kowalska, el 30 de abril de 2000.

De misericordia y de bondad divina está llena la página del Evangelio de san Juan (20, 19-31) de este domingo. En ella se narra que Jesús, después de la Resurrección, visitó a sus discípulos, atravesando las puertas cerradas del Cenáculo. San Agustín explica que «las puertas cerradas no impidieron la entrada de ese cuerpo en el que habitaba la divinidad. Aquel que naciendo había dejado intacta la virginidad de su madre, pudo entrar en el Cenáculo a puerta cerrada» (In Ioh. 121, 4: CCL 36/7, 667); y san Gregorio Magno añade que nuestro Redentor se presentó, después de su Resurrección, con un cuerpo de naturaleza incorruptible y palpable, pero en un estado de gloria (cfr. Hom. in Evang., 21, 1: CCL141, 219). Jesús muestra las señales de la pasión, hasta permitir al incrédulo Tomás que las toque. ¿Pero cómo es posible que un discípulo dude? En realidad, la condescendencia divina nos permite sacar provecho hasta de la incredulidad de Tomás, y de la de los discípulos creyentes. De hecho, tocando las heridas del Señor, el discípulo dubitativo cura no sólo su desconfianza, sino también la nuestra.

La visita del Resucitado no se limita al espacio del Cenáculo, sino que va más allá, para que todos puedan recibir el don de la paz y de la vida con el «Soplo creador». En efecto, en dos ocasiones Jesús dijo a los discípulos: «¡Paz a vosotros!», y añadió: «Como el Padre me ha enviado, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos, diciendo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos». Esta es la misión de la Iglesia perennemente asistida por el Paráclito: llevar a todos el alegre anuncio, la gozosa realidad del Amor misericordioso de Dios, «para que —como dice san Juan— creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre» (20, 31).

A la luz de estas palabras, aliento, en particular a todos los pastores a seguir el ejemplo del santo cura de Ars, quien «supo en su tiempo transformar el corazón y la vida de muchas personas, pues logró hacerles percibir el amor misericordioso del Señor. Urge también en nuestro tiempo un anuncio semejante y un testimonio tal de la verdad del amor» (Carta de convocatoria del Año sacerdotal). De este modo haremos cada vez más familiar y cercano a Aquel que nuestros ojos no han visto, pero de cuya infinita Misericordia tenemos absoluta certeza. A la Virgen María, Reina de los Apóstoles, pedimos que sostenga la misión de la Iglesia, y la invocamos exultantes de alegría: Regina caeli...

 

Francisco. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Los encuentros. 5. El padre misericordioso. Estaba perdido y ha sido encontrado (Lc 15,32) 


Queridos hermanos y hermanas:

Después de haber meditado sobre los encuentros de Jesús con algunos personajes del Evangelio, quisiera detenerme, a partir de esta catequesis, en algunas parábolas. Como sabemos, son narraciones que retoman imágenes y situaciones de la realidad cotidiana. Por eso tocan también nuestra vida. Nos provocan. Y nos piden que tomemos posición: ¿dónde estoy yo en esta narración?

Partamos de la parábola más famosa, aquella que todos recordamos tal vez desde que éramos pequeños: la parábola del padre y los dos hijos (Lc 15,1-3.11-32). En ella encontramos el corazón del Evangelio de Jesús, es decir, la misericordia de Dios.

El evangelista Lucas dice que Jesús cuenta esta parábola para los fariseos y los escribas, que murmuraban porque Él comía con los pecadores. Por eso se podría decir que es una parábola dirigida a aquellos que se han perdido, pero no lo saben y juzgan a los demás.

El Evangelio quiere entregarnos un mensaje de esperanza, porque nos dice que sea cual sea el lugar en el que nos hayamos perdido, sea cual sea el modo en el que nos hayamos perdido, ¡Dios viene siempre a buscarnos! Quizá nos hemos perdido como una oveja que se sale del camino para pastar la hierba, o se queda atrás por cansancio (cf. Lc 15,4-7). O acaso nos hemos perdido como una moneda que se cayó al suelo y ya no se encuentra, o bien alguien la puso en algún sitio y no recuerda dónde. O nos hemos perdido como los dos hijos de este padre: el más joven, porque se cansó de estar en una relación que sentía demasiado exigente; pero también el mayor se perdió, porque no basta con quedarse en casa si en el corazón hay orgullo y rencor.

El amor es siempre un compromiso, siempre hay algo que debemos perder para ir al encuentro del otro. Pero el hijo menor de la parábola solo piensa en sí mismo, como ocurre en ciertas etapas de la infancia y de la adolescencia. En realidad, vemos a muchos adultos así a nuestro alrededor, que no consiguen mantener una relación porque son egoístas. Se engañan pensando que pueden encontrarse a sí mismos y, en cambio, se pierden, porque solo cuando vivimos para alguien vivimos de verdad.

Este hijo menor, como todos nosotros, tiene hambre de afecto, quiere que le quieran. Pero el amor es un don precioso, hay que tratarlo con cuidado. Él, en cambio, lo desperdicia, se malvende, no se respeta a sí mismo. Se da cuenta de ello en tiempos de escasez, cuando nadie se preocupa por él. El riesgo es que en esos momentos empecemos a mendigar afecto y nos aferremos al primer amo que se nos presenta.

Son estas experiencias las que hacen nacer en nuestro interior la convicción distorsionada de que solo podemos estar en una relación como sirvientes, como si tuviéramos que expiar una culpa o como si no pudiera existir el amor verdadero. De hecho, cuando el hijo menor toca fondo, piensa en volver a casa de su padre para recoger del suelo alguna migaja de afecto.

Solo quien nos quiere de verdad puede liberarnos de esta visión falsa del amor. En la relación con Dios vivimos precisamente esta experiencia. El gran pintor Rembrandt, en una famosa pintura, representó de manera maravillosa el regreso del hijo pródigo. Me llaman la atención, sobre todo, dos detalles: el joven tiene la cabeza rapada, como la de un penitente, pero también parece la cabeza de un niño, porque ese hijo está renaciendo. Y luego, las manos del padre: una masculina y otra femenina, para describir la fuerza y la ternura en el abrazo del perdón.

Pero es el hijo mayor el que representa a aquellos para quienes se cuenta la parábola: es el hijo que siempre se ha quedado en casa con el padre, y, sin embargo, estaba lejos de él, lejos con el corazón. Este hijo tal vez también hubiera querido irse, pero por miedo o por obligación se quedó allí, en esa relación. Sin embargo, cuando nos adaptamos en contra de nuestra voluntad, empezamos a acumular ira en nuestro interior y, tarde o temprano, esta ira estalla. Paradójicamente, al final es precisamente el hijo mayor el que corre el riesgo de quedarse fuera de casa, porque no comparte la alegría de su padre.

El padre también sale a su encuentro. No lo regaña ni lo llama al deber. Solo quiere que sienta su amor. Lo invita a entrar y deja la puerta abierta. Esa puerta permanece abierta también para nosotros. De hecho, este es el motivo de la esperanza: podemos tener esperanza porque sabemos que el Padre nos espera, nos ve desde lejos y siempre deja la puerta abierta.

Queridos hermanos y hermanas, preguntémonos entonces dónde estamos nosotros en este maravilloso relato. Y pidámosle a Dios Padre la gracia de poder encontrar nosotros también el camino para volver a casa.

 

DOMINGO 3 T. P.

 

Monición de entrada.-

Si os fijáis la iglesia tiene cosas nuevas. Así ya no está la cruz de madera sino un cirio grande, el cirio pascual.

El sacerdote lo encendió el sábado santo por la tarde y estará con nosotros hasta la fiesta de los cincuenta días.

La llama nos ayuda a acordarnos que Jesús está con nosotros y nos ilumina.

 

Señor, ten piedad.

Tú que nos iluminas. Señor, ten piedad.

Tú que nos quieres.   Cristo, ten piedad.

Tú que nos das de comer. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Te pedimos por los cardenales que están eligiendo Papa, para que el Espíritu Santo les ayude. Te lo pedimos Señor.

Te pedimos por las personas que está tristes, para que les ayudes. Te lo pedimos Señor.

Te pedimos por los pescadores, para que cojan muchos peces. Te lo pedimos Señor.

Te pedimos por nosotros, para que nos ayudes a ser buenas personas. Te lo pedimos Señor.

 

Acción de gracias.-

Virgen María,  este domingo queremos darte gracias porque Jesús ha venido y nos ha dicho que nos quiere, también porque cuando estamos desanimados él nos ayuda y hace que seamos muy felices.

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA

EXPERIENCIA.

Enciende una vela. Mírala, permanece en silencio contemplándola.

Realiza la señal de la cruz.

Invoca el Espíritu Santo y pídele el don de la oración. Como tú has encendido la vela apagada que Él encienda la vela de tu alma, sea el espíritu, el fuego de tu persona.

Sigue mirando la vela en silencio, apartando las distracciones, buscando tener la mente en blanco, vaciándote de ti mismo para que el Espíritu Santo pueda entrar dentro de ti, despojándote de todos tus ropajes para que solo el Espíritu Santo te cubra.

La vela, el fuego, evoca la Vigilia Pascual, la hoguera encendida y bendecida, el cirio pascual, el pregón pascual, las lecturas, la bendición del agua, la profesión del Credo.

Recuerda algunos artículos del Credo.

Formula tu credo en Jesús: ¿quién es Jesús para ti?

Mira el vídeo las veces que necesites:

https://www.youtube.com/watch?v=PGuZtGO7w-Y&t=1s

Reza con ellas, en primera y segunda persona: “creo en ti, Señor resucitado y Señor de la vida”.

Quédate con una o dos frases, las que más toquen tu corazón o se conformen con tus pensamientos. Reza con ellas.

+REFLEXIÓN.

Toma la Biblia y lee :

X Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-31.

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

-Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

-Recibid el Espíritu Santo; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

-Hemos visto al Señor.

Pero él les contestó:

-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

-Paz a vosotros.

Luego dijo a Tomás:

-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Contestó Tomas:

-¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

-¿Por qué me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto.

Muchos otros signos, que no están escritos en el libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

 

¿QUÉ DICE?  Después de la aparición a María Magdalena y el anuncio de la mujer a los apóstoles, al anochecer, Jesús se aparece a estos. El evangelio de este domingo narra dos apariciones con una diferencia de ocho días en el marco temporal del domingo y teniendo como nexo a Tomás. El relato conduce al lector a la bienaventuranza de Jesús: “Bienaventurados los que creen sin haber visto” (Jn 20, 29). Siguiendo a san Ignacio de Loyola imagina la escena, la sala que hoy se venera en Jerusalén, reconstruida en estilo gótico por los cruzados. Asume el papel de los discípulos y de Tomás, mira a Jesús con los ojos de ellos, cada una de las acciones. Háblale con las palabras de Tomás.

¿QUÉ TE DICE?  ¿Dónde buscas a Jesús? ¿En estos momentos con cuál de los personajes te identificas más?, ¿cuáles son tus dudas respecto de la Resurrección de Jesús? 

COMPROMISO.

Busca a Cristo en su Palabra, leyendo y orando cada día con un fragmento del Evangelio; en el sacramento del Perdón, la misa y la comunión, frecuentándolos; en las personas que viven solas o necesitan conversación, búscalas y escúchales.

CELEBRACIÓN.

Escucha el canto de Pascua de los Misioneros del Espíritu Santo y déjate invadir por ella.

https://www.youtube.com/watch?v=exBp_3tiJQQ


[1] Ayuntar: juntar (// unir). www.rae.es

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