Lectura
del libro de Isaías 35,1-6a.10.
El desierto y el yermo se regocijarán y florecerá, germinará y
florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo. Le ha
sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.
Contemplarán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios. Fortaleced las
manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; decid a los inquietos: “Sed
fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de
Dios. Viene en persona y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los
ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un
ciervo. Retornan los rescatados del Señor. Llegarán a Sión con cantos de
júbilo: alegría sin límite en sus rostros. Los dominan el gozo y la alegría.
Quedan atrás la pena y la aflicción.
Textos
paralelos.
Que se regocije y florezca la estepa.
Is 41, 19: Pondré en el desierto cedros, y
acacias, y mirtos y olivos; plantaré en la estepa cipreses junto con olmos y
alerces.
Le va a ser dada la gloria del Líbano.
Is 60, 13: Vendrá a ti el orgullo del Líbano, con
el ciprés y el abeto y el pino, para adornar el lugar de mi santuario y
ennoblecer mi estado.
El esplendor del Carmelo y del Sarón.
Is 33, 9: Languidece y se marchita el país, el
Líbano se decolora y queda mustio, el Sarón está hecho una estepa, están
pelados el Basan y el Carmelo.
Is 40, 5: Y se revelará la gloria del Señor y
la verán todos los hombres juntos – ha hablado la boca del Señor –.
Fortaleced las manos débiles.
Is 40, 29-31: Él da fuerza al cansado,
acrecienta el vigor del inválido; aun los muchachos se cansan, se fatigan, los
jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus
fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin
fatigarse.
Mirad que llega vuestro Dios vengador.
Is 40, 10: Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo
manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede.
Entonces saltará el cojo como ciervo.
Hch 3, 8: Se irguió de un salto, echó a andar y entró con
ellos en el templo, paseando, saltando y alabando a Dios.
Los redimidos de Yahvé volverán.
Sal 51, 11: Tápate el rostro ante mi pecado y borra mi
culpa.
Entrarán en Sión entre aclamaciones.
Sal 126, 5: Los que siembran con lágrimas cosechan con
júbilo.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
35 A la sentencia
pronunciada contra Edom se contrapone las bendiciones reservadas en Jerusalén.
Las relaciones con el Segundo Isaías son aquí especialmente abundantes.
Salmo
responsorial
Sal 146 (145), 6-10 (R/. Is 35, 4).
El
Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace
justicia a los oprimidos,
da
pan a los hambrientos.
El
Señor liberta a los cautivos. R/.
El
Señor abre los ojos al ciego,
el
Señor endereza a los que ya se doblan,
el
Señor ama a los justos.
El
Señor guarda a los peregrinos. R/.
Sustenta
al huérfano y a la viuda
y
trastorna el camino de los malvados.
El
Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.
Textos
paralelos.
Hace justicia a los oprimidos.
Sal 103, 6: El Señor hace justicia y defiende
a los oprimidos.
Yahvé libera a los condenados.
Sal 68, 7: Dios da un hogar a los que están
solos, saca de la prisión a los cautivos; solos los rebeldes se quedan en el
yermo.
Is 49, 9: Para decir a los cautivos: “Salid”;
a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”.
Yahvé abre los ojos a los ciegos.
Is 61, 1: El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado a dar una buena noticia a los que
sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los
cautivos y a los prisioneros la libertad.
Yahvé protege al forastero.
Sal 145, 14: El Señor sostiene a los que van a
caer y endereza a los que ya se doblan.
Ex 22, 20: No oprimirás ni vejarás al
emigrante, porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto.
Sal 68, 6: Padre de huérfanos, protector de
viudas es Dios en su santa morada.
Yahvé ama a los honrados.
Sal 11, 7: Porque el Señor es justo y ama la
justicia; los rectos verán su rostro.
Yahvé reina para siempre.
Ex 15, 18: El Señor reina por siempre jamás.
Sal 145, 13: Tu reinado es un reinado eterno,
tu gobierno, de generación en generación.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
146
Este salmo es el comienzo de un tercer Hallel,
Sal 146-150 que los judíos recitaban por la mañana. Ver Sal 113-118 (el pequeño
Hallel que los judíos recitaban en las grandes fiestas, especialmente en la
cena pascual) y 136 (el gran Hallel que los judíos recitaban por Pascua después
del pequeño Hallel).
Segunda
lectura.
Lectura
de la carta del apóstol Santiago 5, 7-10.
Hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor. Mirad:
el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia
hasta que recibe la lluvia temprana y tardía. Esperad con paciencia también
vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está
cerca. Hermanos, no os quejéis los unos de los otros, para que no seáis
condenados; mirad: el juez está ya a las puertas. Hermanos, tomad como modelo
de resistencia y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.
Textos
paralelos.
Hermanos, tened
paciencia hasta la venida del Señor.
1 Co 15, 23; Cada uno en su turno: la primicia es Cristo,
después, cuando él vuelva, los cristianos.
Hasta recibir las lluvias tempranas y tardías.
Dt 11, 14: Se trata de vosotros, que habéis visto con
vuestros ojos las grandes hazañas que hizo el Señor.
Fortaleced vuestro ánimo.
Ap 1, 3: Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras
de esta profecía y observen lo escrito en ella. Pues la razón está próxima.
Hermanos, no os quejéis unos de otros.
2 Co 6, 2: Pues dice: en tiempo favorable te escuché, en
día de salvación te auxilié. Mirad, este es el tiempo favorable, este el día de
salvación.
Mt 24, 33: Lo mismo vosotros, cuando veáis que sucede todo
esto, sabed que el fin está cerca, a las puertas.
Rm 2, 6: Que pagará a cada uno según sus obras.
Tomad como modelo de sufrimiento y de paciencia a los
profetas.
Mt 5, 11-12: Dichosos vosotros cuando os
injurien y os persigan y os calumnien de todo por mi causa. Estad contentos y
alegres, porque vuestro premio en el cielo es abundante. Lo mismo persiguieron
a los profetas que os precedieron.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
5 7
(a) En
esta última parte de la epístola, escrita desde una perspectiva escatológica,
el autor se dirige de nuevo a los creyentes para exhortarles sobre todo a la
paciencia y a la oración, bina tradicional en la parénesis cristiana. La
paciencia, igual que la resistencia y la firmeza de corazón es la actitud que
conviene en el tiempo de la prueba que precede a la Parusía. A estos temas
principales se añaden otros. Este tipo de composición, aparentemente
arbitrario, es corriente en el género exhortativo.
5 7
(b) Variante:
“frutos”.
5 8 Contrariamente al
uso de Pablo y del resto del NT, aquí la Parusía parece ser la de Dios más bien
que la de Cristo, pues el término “Señor”, designa a Dios en el contexto (vv.
9.11). En este punto, St estaría más cerca de los círculos de pensamiento judío.
Este horizonte escatológico es evocado en la epístola con múltiples términos
(los últimos días, la salvación, la corona de vida, el Reino, el juicio, la
Gehenna). La epístola está escrita en un momento o en un ambiente en el que no
se plantea con agudeza el problema del retraso de la Parusía (como en Mt 25,
5).
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Mateo 11, 2-11.
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel
las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle:
-¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a
otro?
Jesús les respondió:
-Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos
oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado
el que no se escandalice de mí!
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente
sobre Juan:
-¿Qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo?
Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué
salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de
quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará
tu camino ante ti”. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande
que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más
grande que él.
Textos paralelos.
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Mt 11, 2-11 |
Lc 7, 18-28 |
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Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus
discípulos a preguntarle:
-¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Jesús les respondió:
-Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y
los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos
resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se
escandalice de mí!
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
-¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el
viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que
visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver
un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito:
“Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”.
En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el
Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que
él. |
Los discípulos de Juan le contaron todo esto. Y Juan, llamando a dos de
sus discípulos, los envió al Señor diciendo: “¿Eres tú el que ha de venir, o
tenemos que esperar a otro?”. Los hombres se presentaron ante él y le
dijeron:
-Juan el Bautista nos ha mandado a ti para decirte: “¿Eres tú el que ha
de venir, o tenemos que esperar a otro?”.
En aquella hora curó a muchos de enfermedades, achaques y malos
espíritus; y a muchos ciegos les otorgó la vista. Y respondiéndoles les dijo:
-Id y anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los
cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos
resucitan, los pobres son evangelizados. Y, ¡bienaventurado el que no se
escandalice de mí!
Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, se puso a hablar a la gente
acerca de Juan:
-¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el
viento? Pues ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas? Mirad,
los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios
reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que
profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti,
el cual preparará tu camino ante ti”. Porque os digo, entre los nacidos de
mujer no hay nadie mayor que Juan. Aunque el más pequeño en el reino de Dios
es mayor que él. |
¿Eres tú el que ha de venir?
Dt 18, 15: El Señor, tu Dios, te suscitará de entre
los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él escucharás.
Sal 118, 26: Bendito el que viene en nombre del
Señor, os bendecimos, desde la casa de Dios.
Dn 7, 13: Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi
venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el
anciano y llegó hasta su presencia.
Dn 9, 26: Pasadas las sesenta y dos semanas, matarán
a un ungido inocente. Vendrá un príncipe con su tropa y arrasará la ciudad y el
templo, pero su final será un cataclismo: guerra y destrucción están decretadas
hasta el fin.
¿O debemos esperar a otro?
Ml 3, 1: Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí.
De repente llegará a su santuario el señor a quien vosotros andáis buscando; y
el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando,
dice el Señor del universo.
Mt 3, 11: Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que
viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias.
Id y contad a Juan lo que oís y veis.
Jn 1, 21: Le preguntaron: “¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?”. Él dijo: “No
lo soy”. “¿Eres tú el Profeta?”. Respondió: “No”.
Los cojos andan y los sordos oyen.
Is 26, 19: ¡Revivirán los muertos, resurgirán nuestros cadáveres,
despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Pues rocío de luz es tu
rocío, que harás caer sobre la tierra de las sombras.
Is 29, 18-19: Aquel día, oirán los sordos las palabras del libro; sin
tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos. Los oprimidos volverán a
alegrarse en el Señor, y los pobres se llegarán de júbilo.
Is 35, 5: Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los
sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo y cantará la lengua
del mudo, porque han brotado aguas en el desierto y corrientes en la estepa.
Is 42, 7: Para que abras los ojos a los ciegos, saques a los cautivos de
la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas.
Is 42, 18: ¡Sordos, escuchad; ciegos, mirad y ved!
Is 61, 1: El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me
ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los
corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los
prisioneros la libertad.
Mt 5, 3: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el
reino de los cielos.
Mt 8, 3: Extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero, queda limpio”. Y
enseguida quedó limpio de lepra.
Mt 15, 31: La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los
lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios
de Israel.
La buena nueva.
Mt 13, 57: Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: “Solo en su
tierra y en su casa desprecian a un profeta”.
Dichoso aquel a quien yo no le sirva de escándalo.
Is 8, 7: Por eso, el Señor hará subir contra ellos las aguas del
Éufrates, impetuosas y abundantes: al rey de Asiria con todo su poder. Se
saldrá de cauce, desbordará sus riberas.
Jn 6, 61: Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban les dijo: “Esto
os escandaliza?”.
Jesús a hablar de Juan a la gente.
Mt 3, 1: Por aquellos días Juan el Bautista se presenta en el desierto de
Judea, predicando.
Mt 3, 5-6: Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la
comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
¿Una persona elegantemente vestida?
Mt 3, 4: Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de
cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Entonces, ¿a qué salisteis?
Mt 16, 14: Ellos contestaron: “Unos que Juan el Bautista, otros que
Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”.
Lc 1, 76-79: Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás
delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación
por el perdón de los pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en
tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la
paz.
Voy a enviar a mi mensajero.
Ex 23, 20: Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el
camino y te lleve al lugar que he preparado.
Ml 3, 1: Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí.
De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y
el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando,
dice el Señor del universo.
Dn 4, 14: Por decreto de los ángeles llega la sentencia, y por mandato de
los santos la resolución, a fin de que los vivientes reconozcan que el dominio
del Altísimo está por encima del reinado de los hombres; él lo da a quien
quiere y eleva hasta el reino al más humilde de los hombres.
Mc 1, 2: Como está escrito en el profeta Isaías: “Yo envío a mi mensajero
delante de ti, el cual preparará tu camino”.
Hch 13, 24-25: Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes
que llegara Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida,
decía: “Yo no soy quien pensáis, pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no
merezco desatarle las sandalias de los pies”.
No ha aparecido uno mayor que Juan.
Jb 14, 1: El hombre, nacido de mujer, corto de días y harto de
inquietudes.
Dt 34, 10: No surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el
Señor trataba cara a cara.
Mayor que él.
Lc 16, 16: La Ley y los Profetas llegan hasta Juan; desde entonces se
anuncia la buena noticia del reino de Dios y todos se esfuerzan por entrar en
él.
Notas exegéticas Biblia de
Jerusalén.
11 2 Var: “dos de sus discípulos”, ver
Lc 7, 18.
11 3 Sin dudar absolutamente de Jesús,
Juan Bautista se extraña viéndole plasmar un tipo de Mesías tan distinto del
que él esperaba, ver 3, 10-13.
11 5 Lit. “los pobres son
evangelizados”, ver Mt 4, 23. Con esta alusión a los oráculos de Isaías, Jesús
muestra a Juan que sus obras inauguran ciertamente la era mesiánica, pero con
maneras de bondad y salvación, no de violencia y castigo.
11 6 La toma de posición a favor o
contra Jesús determina el juicio. El Reino y Jesús casi son aquí identificados.
11 11 Por el solo hecho de pertenecer
al Reino, mientras que Juan, en tanto que Precursor, se ha quedado a la puerta.
Esta frase contrapone dos épocas de la obra divina, dos “economías”, sin
minusvalorar en nada a la persona de Juan: los tiempos del Reino trascienden
totalmente a los que lo han precedido y preparado.
Notas
exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.
3 EL QUE TENÍA QUE VENIR: expresión
técnica que designa al Mesías esperado, como profeta que anunciaba Dt 18,
15-19. //O HEMOS DE AGUARDAR A OTRO: o bien, o aquel a quien aguardamos
es otro. En el circulo del Bautista surge la duda: el anunciado por
Ml 3, 1-5 sería irresistible contra los malos, ¡y no se ve que Jesús actúe con
“fuego de fundidor, lejía de lavadores”.
4 El comienzo del v. es, lit.: y
habiendo respondido el Jesús dijo a ellos. // ID A CONTAR: lit. habiendo
ido, contad.
5 No hay un solo artículo en la
enumeración del texto griego: ciegos..., cojos..., leprosos..., etc. Jesús
cita en mosaico varias frases de Is; pero la última cita (61, 1) no se prolonga
hasta el fin del versículo, que anuncia “amnistía a los cautivos y a los prisioneros
la libertad”. Juan deberá permanecer en la cárcel; su “liberación” será el
martirio. // (LOS) MUERTOS SON DESPERTADOS: los muertos vuelven a la vida.
6 EL QUE NO DÉ UN MAL PASO A CAUSA
DE MÍ: el que no tropiece en mí: el que no “se escandalice” por ver en mí algo
con lo que no contaba.
7-9 AQUEL GENTÍO: artículo (“las
multitudes”) con valor de adjetivo demostrativo. // ¿QUÉ SALISTEIS A VER...?:
... aquí, como en las preguntas de ¿A qué salisteis? ¿A ver a un hombre,
etc.?... // PERO, ENTONCES: supone una respuesta implícita negativa a las
preguntas anteriores.
10 ESTÁ ESCRITO: el tiempo verbal
griego (perfecto) equivale a: “se escribió en el pasado, y eso está
realizándose ahora”.
11 DE MUJER: lit. de mujeres. //
EL MENOR: tal vez se refiere al mismo Jesús, “más joven” que Juan.
Notas exegéticas de la Biblia
Didajé.
11, 1-15 Cristo responde con sus acciones,
en especial con sus curaciones milagrosas, a la pregunta formulada por los
discípulos de Juan el Bautista. Todas ellas eran signos del Mesías profetizado
en el Antiguo Testamento. Mediante la fe podemos ver el reino de Dios presente
a través de los milagros de Cristo y de su Iglesia. Cat. 548-549, 2443.
11, 9 Los profetas estaban inspirados
por el Espíritu Santo para llamar al pueblo elegido a la fidelidad de la ley de
Dios y para proclamar la venida del Mesías. Juan Bautista es considerado como
el último de los profetas, completando el ciclo iniciado por Elías. Juan
también fue el primero en anunciar la llegada del reino de Dios, así como Elías
fue el primero en anunciar la promesa de redención hecha por Dios. Cat. 719,
523.
Catecismo de la Iglesia Católica.
548 Los signos que lleva a cabo Jesús
testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús. Concede lo
que le piden a los que acuden a él con fe. Por tanto los milagros fortalecen la
fe en Aquel que hace las obras de su Padre: estas testimonian que él es el Hijo
de Dios.
2443 La buena nueva anunciada a los
pobres es el signo de la presencia de Cristo.
719 Juan es más que un profeta. En
él, el Espíritu Santo consuma el hablar por los profetas. Juan termina el ciclo
de los profetas inaugurado por Elías. Anuncia la inminencia de la consolación
de Israel, es la voz del Consolador que llega.
523 San Juan Bautista es el precursor
inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino. Profeta del Altísimo
sobre pasa a todos los profetas, de los que es el último, e inaugura el
Evangelio.
Concilio Vaticano II
Los milagros de Jesús, a su vez, confirman que el
reino ya llegó a la tierra.
Lumen Gentium, 5.
Dios, que quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad, habiendo hablado antiguamente en muchas
ocasiones de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas,
cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho carne,
ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los
contritos de corazón, como médico corporal y espiritual, Mediador entre Dios y
los hombres. En efecto, su humanidad,
unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación. Por eso, en
Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud
del culto divino. Esta obra de la redención humana y de la perfecta
glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo
de la Antigua Alianza, Cristo el Señor la realizó principalmente por el
misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos
y glorisa ascensión.
Sacrosanctum Concilium, 5.
San Agustín
Juan tenía sus propios discípulos; no estaba
separado, sino que era un testigo dispuesto a dar su testimonio. Convenía que
diese testimonio de Cristo, que reunía también sus propios discípulos; podía
sentir celos, si no podía verlo. Y como los discípulos de Juan estimaban tanto
a su maestro, oían de él el testimonio sobre Cristo y se maravillaban; a punto
de morir quiso que él los confirmara. Sin duda decían ellos dentro de sí: Juan
dice de él cosas tan grandes que él no las dice de sí mismo. Id y decidle, no
porque yo dude, sino para que vosotros os instruyáis.
Hay que entregar ya a los pobres lo que habéis
reunido los que lo reunisteis. Y esta vez tenemos mucho menos de la suma
habitual. Sacudid la pereza. Yo soy ahora mendigo de los mendigos, para que
vosotros seas contados en el número de los hijos.
Sermón 66. I, pgs. 93-94.
Los Santos Padres.
No hace esta pregunta por ignorancia, ya que él mismo lo había mostrado a
los ignorantes diciendo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo” (Jn 1, 29) y había oído la voz del Padre que proclamaba como un trueno:
“Este es mi Hijo amado en quien me complazco” (Mt 3, 17). [...] Juan, que iba a
ser matado por Herodes, envía a sus discípulos a Cristo para que en esta
ocasión, al ver sus signos y milagros, creyeran en él y aprendieran a través de
la pregunta de su maestro.
Jerónimo, Comentario al Ev. de Mateo, 3, 11. Ia, pg. 294.
¿Acaso Cristo pudo hacer algo que diera motivo de escándalo para Juan?
Ciertamente que no. Él permanecía en su línea característica de doctrina y
acciones. Pero hay que investigar el alcance específico de la anterior
expresión, qué es lo que quiere dar a entender con la frase “a los pobres se
les anuncia el Evangelio”. Estos son los que han perdido su vida, los que han
tomado su cruz y le han seguido, los que se han hecho humildes de espíritu y
para los que está preparado el reino de los cielos. Puesto que parece que todos
estos sufrimientos están relacionados con el Señor y que su cruz constituiría
un escándalo para mucha gente, manifiesta que son bienaventurados aquellos cuya
fe no sufría ninguna prueba por el hecho de su cruz, de su muerte y de su sepultura.
Hilario de Poitiers, Sobre el Ev. de Mateo, 1, 3. Ia, pg. 295.
Pero los aduladores, los que buscan ventajas y corren tras las riquezas,
los que viven entre delicias y se visten con vestiduras muelles, habitan en las
casas de los reyes. Con esto se nos muestra que una vida austera y una
predicación austera deben evitar las cortes de los reyes y los palacios de los
hombres voluptuosos.
Jerónimo, Comentario al Ev. de Mateo, 2,11.8. Ia, pg. 297.
¿En qué, pues, era mayor? En que el que está más cerca del que había
venido.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev. de Mateo, 37, 2. Ia, pg.
298.
San Juan de Ávila
Mas bajando el Señor del monte atrévense a llegar los cojos y los
ciegos y todos los enfermos, y todos cobran salud. Mas, ¿qué fuera si no
bajara? Y si de no bajar su Majestad nos viera tanto mal, ¿qué será o qué
diremos de los que, habiendo bajado a dar salud al enfermo, y vista al ciego, y
pies al cojo, y vida al muerto, siendo ellos tales ciegos, cojos, enfermos y
muertos, ni llegan al Señor ni cobran salud, etc. (cf. Mt 11, 5)? ¿En qué lugar ponernos esta
gente?
Sermón Santos Fabián y Sebastián. III, pg. 997.
Sea compañera de nuestro Señor, y diga como Santo Ignacio: ¡Tormentos,
cruces, quebrantamiento de huesos y todos los tormentos por arte del demonio
inventados, todos vengan sobre mí solo con que yo merezca ver a mi Señor
Jesucristo en su gloria! Y pues tiene esperanza que lo ha de ver, tenga
esfuerzo para padecer. Y mire que no le tomen de sobresalto, pues tanto antes
que le viniesen estos trabajos le han sido dichos. Escogiola el Señor para
mártir de amor y para que beba su cáliz con Él; no se escandalice en lo que le
envía, que Él dijo: ¡Bienaventurado el que no se escandalizare en mí! (Mt 11, 6)
Carta a una señora afligida y tentada del demonio. IV, pg. 442.
Pase adelante, señora, pase, y hágase fuerte en fe y no en razones; y
parézcale muy bien Jesucristo en todo lo que hace, hará y ha hecho con ella,
acordándose de la palabra que dijo a los discípulos de San Juan: Bienaventurado el que no
se escandalizare en mí (Mt 11, 6). Este muy asentada, que este a quien siguió es Jesucristo,
este por quien todo lo dejó es Jesucristo; y contenta por haberlo perdido todo
por Él, esté muy rica. Porque quien más pierde por Él, más glorioso es en el
reino de Dios.
A una señora. IV, pg. 464.
San Oscar Romero.
Por eso, en estos días de Adviento, hermanos, mucha oración.
Ven Señor Jesús, o como le está clamando la Iglesia en su rezo al Rey que ha de
venir: ¡Venid adorémosle! Lloved, oh cielos, como la lluvia espera la tierra
reseca y de la tierra germina el brote de las nuevas cosechas así esperamos la
venida del Redentor. Esto es, queridos hermanos, el primer pensamiento de estas
lecturas de hoy. Sólo Dios puede salvarnos y en el corazón del hombre tiene que
despertar una gran esperanza de que Dios nos va a salvar.
Homilía, 11 de diciembre de 1977.
León XIV. Audiencia jubilar. 6 de
diciembre 2025. Catequesis.
10. Esperar es participar – Alberto Marvelli
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Hace
poco hemos entrado en el tiempo litúrgico del Adviento, que nos educa a la
atención a los signos de los tiempos. Nosotros, de hecho, recordamos la primera
venida de Jesús, el Dios con nosotros, para aprender a reconocerlo cada vez que
viene y para prepararnos para cuando regresará. Entonces estaremos para siempre
juntos. Juntos con Él, con todos nuestros hermanos y hermanas, con cada otra
criatura, en este mundo finalmente redimido: la nueva creación.
Esta
espera no es pasiva. En efecto, la Navidad de Jesús nos revela a un Dios que
involucra: María, José, los pastores, Simeón, Ana, y más adelante Juan
Bautista, los discípulos y todos aquellos que encuentran al Señor están
implicados, son llamados a participar. Es un gran honor, ¡y qué vértigo!
Dios nos involucra en su historia, en sus sueños. Esperar, entonces, es
participar. El lema del Jubileo, “Peregrinos de esperanza”, ¡no es un
eslogan que dentro de un mes habrá pasado! Es un programa de vida:
“peregrinos de esperanza” significa gente que camina y que espera, no con
las manos en los bolsillos, sino participando.
El
Concilio Vaticano II nos ha enseñado a leer los signos de los tiempos: nos dice que nadie consigue hacerlo solo, sino
juntos, en la Iglesia y con tantos hermanos y hermanas, se leen los signos de
los tiempos. Son signos de Dios, de Dios que viene con su Reino, a
través de las circunstancias históricas. Dios no está fuera del mundo, fuera
de esta vida: hemos aprendido en la primera venida de Jesús,
Dios-con-nosotros, a buscarlo entre las realidades de la vida. Buscarlo con
inteligencia, corazón y con las mangas remangadas. Y el Concilio ha dicho
que esta misión corresponde de modo particular a los fieles laicos,
hombres y mujeres, porque el Dios que se encarnó sale a nuestro encuentro en
las situaciones de cada día. En los problemas y en las bellezas del mundo, Jesús
nos espera y nos involucra; nos pide que trabajemos con Él. ¡He aquí por
qué esperar es participar!
Hoy
quisiera recordar un nombre: el de Alberto Marvelli, joven italiano que
vivió en la primera mitad del siglo pasado. Educado en la familia según el
Evangelio, formado en la Acción Católica, se gradúa en ingeniería
y entra en la vida social en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, que él
condena firmemente. En Rímini y sus alrededores se entrega con todas sus
fuerzas a socorrer a los heridos, los enfermos y los desplazados. Muchos lo
admiran por esta dedicación desinteresada y, tras la guerra, es elegido
concejal y encargado de la comisión de vivienda y reconstrucción. Así entra
en la vida política activa, pero justamente cuando se dirigía en bicicleta a
un mitin es atropellado por un camión militar. Tenía 28 años. Alberto nos
muestra que esperar es participar, que servir al Reino de Dios da alegría
incluso en medio de grandes riesgos. El mundo se vuelve mejor si perdemos un
poco de seguridad y tranquilidad para elegir el bien. Esto es participar.
Preguntémonos:
¿estoy participando en alguna iniciativa buena que compromete mis talentos? ¿Tengo
el horizonte y la amplitud del Reino de Dios cuando realizo algún servicio? ¿O
lo hago refunfuñando, quejándome de que todo va mal? La sonrisa en los
labios es el signo de la gracia en nosotros.
Esperar
es participar: este es un don que Dios nos hace. Nadie salva el mundo solo.
Y ni siquiera Dios quiere salvarlo solo: podría hacerlo, pero no quiere,
porque juntos es mejor. Participar nos hace expresarnos y hace más nuestro
aquello que al final contemplaremos para siempre, cuando Jesús vuelva
definitivamente.
Papa León XIV. Ángelus. 7 de diciembre de 2025.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El
Evangelio de este segundo domingo de Adviento nos anuncia la llegada del Reino
de Dios (cf. Mt 3,1-12). Antes de Jesús, aparece en escena su
precursor, Juan el Bautista. Él predicaba en el desierto de Judea diciendo:
«Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3,1).
En la
oración del “Padre nuestro”, pedimos cada día: «Venga tu reino». Jesús mismo
nos lo enseñó. Y con esta invocación nos orientamos hacia lo nuevo que Dios
tiene reservado para nosotros, reconocemos que el curso de la historia no
está ya escrito por los poderosos de este mundo. Ponemos nuestros pensamientos
y energías al servicio de un Dios que viene a reinar no para dominarnos, sino
para liberarnos. Es un “evangelio”, una auténtica buena noticia, que nos
motiva y nos involucra.
Ciertamente,
el tono del Bautista es severo, pero el pueblo lo escucha porque en
sus palabras resuena la llamada de Dios a no jugar con la vida, a aprovechar el
momento presente para prepararse al encuentro con Aquel que no juzga por las
apariencias, sino por las obras y las intenciones del corazón.
El mismo
Juan será sorprendido por la forma en que el Reino de Dios se manifestará en
Jesucristo, en la mansedumbre y la misericordia. El profeta Isaías lo compara
con un renuevo: una imagen que no es de poder o destrucción, sino
de nacimiento y novedad. Sobre ese brote, que surge de un tronco
aparentemente muerto, comienza a soplar el Espíritu Santo con sus dones (cf. Is 11,1-10).
Todos tenemos el recuerdo de una sorpresa parecida que nos ha ocurrido en la
vida.
Es la
experiencia que vivió la Iglesia en el Concilio
Vaticano II, que concluía precisamente hace sesenta años; una
experiencia que se renueva cuando caminamos juntos hacia el Reino de Dios,
todos dispuestos a acogerlo y servirlo. Entonces no sólo florecen realidades
que parecían débiles o marginales, sino que se realiza lo que humanamente se
consideraría imposible, como en las imágenes del profeta: «El lobo habitará
con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el
cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá» (Is 11,6).
Hermanas
y hermanos, ¡cuánto necesita el mundo esta esperanza! Nada es imposible para
Dios. Preparémonos para su Reino, acojámoslo. El más pequeño, Jesús de
Nazaret, nos guiará. Él, que se puso en nuestras manos, desde la noche de su
nacimiento hasta la hora oscura de su muerte en la cruz, resplandece en nuestra
historia como el sol naciente. Ha comenzado un nuevo día: ¡despertemos y
caminemos en su luz!
He
aquí la espiritualidad del Adviento, tan luminosa y concreta. Las luces a lo largo de las calles nos
recuerdan que cada uno de nosotros puede ser una pequeña luz, si acoge a Jesús,
brote de un mundo nuevo. Aprendamos a hacerlo como María, nuestra Madre,
mujer que aguarda con confianza y esperanza.
Papa León XIV. Ángelus. 8 de diciembre de 2025.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡feliz fiesta!
Hoy
celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen
María. Expresamos nuestra alegría porque el Padre Celestial la quiso
«íntegramente inmune de la mancha del pecado original» (cf. Beato Pío IX,
Const. ap. Ineffabilis Deus, 8 diciembre 1854), llena de inocencia
y santidad para poder confiarle, para nuestra salvación, «a su Hijo único […]
amado como a sí mismo» (ibíd.).
El Señor
concedió a María la gracia extraordinaria de un corazón totalmente puro, en
vista de un milagro aún mayor: la venida al mundo, como hombre, de Cristo
Salvador (cf. Lc 1,31-33). La Virgen lo supo, con el asombro
propio de los humildes, por el saludo del ángel: «¡Alégrate!, llena de gracia,
el Señor está contigo» (v. 28) y con fe respondió su «sí»: «Yo soy la servidora
del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (v. 38).
Comentando
estas palabras, san Agustín dice que «Creyó María, y se hizo realidad en ella
lo que creyó» (Sermón 215, 4). El don de la plenitud de gracia,
en la joven de Nazaret, pudo dar fruto porque ella, en su libertad, lo acogió
abrazando el proyecto de Dios. El Señor siempre actúa así: nos concede grandes
dones, pero nos deja libres para aceptarlos o no. Por eso Agustín añade: «Creamos
también nosotros para que pueda sernos igualmente provechoso lo hecho realidad
[en ella]» (ibíd.). Así, esta fiesta, que nos hace regocijarnos
por la belleza inmaculada de la Madre de Dios, nos invita a creer como ella
creyó, dando nuestro generoso consentimiento a la misión a la que el Señor nos
llama.
El
milagro que para María sucedió en su concepción, para nosotros se renovó en el
Bautismo: lavados del pecado
original, hemos sido hechos hijos de Dios, morada suya y templo del Espíritu
Santo. Y como María pudo acoger en sí misma a Jesús y darlo a los hombres
por una gracia especial, así «el Bautismo permite a Cristo vivir en
nosotros y a nosotros vivir unidos a Él, para colaborar en la Iglesia, cada uno
según la propia condición, en la transformación del mundo»
(Francisco, Catequesis,
11 abril 2018).
Queridos
hermanos, grande es el don de la Inmaculada Concepción, pero también lo es
el don del Bautismo que hemos recibido. Maravilloso es el «sí» de la
Madre del Señor, pero también puede serlo el nuestro, renovado cada día con
fidelidad, gratitud, humildad y perseverancia en la oración y en las obras
concretas de amor, desde los gestos más extraordinarios hasta las tareas diarias
y los servicios más cotidianos, para que Jesús sea conocido, recibido y
amado en todas partes, y su salvación llegue a todos.
Pedimos
esto hoy al Padre, por intercesión de la Inmaculada, mientras rezamos juntos
con las palabras en las que ella misma, primera de todos, creyó.
Papa Francisco. Ángelus. 11 de diciembre de 2022.
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El Evangelio de este tercer domingo de Adviento nos habla de Juan Bautista
que, mientras está en la cárcel, manda a sus discípulos a preguntar a Jesús:
«¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3).
Al oír hablar de las obras de Jesús, a Juan le asalta la duda de si realmente
es el Mesías o no. De hecho, él pensaba en un Mesías severo que, al
llegar, haría justicia con fuerza castigando a los pecadores. Jesús, en
cambio, tiene palabras y gestos de compasión hacia todos, en el centro de su
acción está la misericordia que perdona, por lo que «los ciegos ven y los
cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos
resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (v. 5). Nos hace bien
detenernos en esta crisis de Juan el Bautista, porque nos puede decir
algo importante también a nosotros.
El texto subraya que Juan se encuentra en la cárcel, y esto, además
de en el lugar físico, hace pensar en la situación interior que está
viviendo: en la cárcel hay oscuridad, falta la posibilidad de ver claro
y ver más allá. De hecho, el Bautista ya no logra reconocer Jesús como
Mesías esperado. Está asaltado por la duda y envía a los discípulos
a verificar: “Id a ver si es el Mesías o no”. Nos maravilla que esto le suceda
precisamente a Juan, el cual había bautizado a Jesús en el Jordán y lo había
indicado a sus discípulos como el Cordero de Dios (cfr. Jn 1,29).
Pero esto significa que también el creyente más grande atraviesa el túnel de
la duda. Y esto no es un mal, es más, a veces es esencial para el
crecimiento espiritual: nos ayuda a entender que Dios es siempre más
grande de cómo lo imaginamos; las obras que realiza son sorprendentes
respecto a nuestros cálculos; su acción es diferente, siempre, supera
nuestras necesidades y nuestras expectativas; y por eso no debemos dejar nunca
de buscarlo y de convertirnos a su verdadero rostro. Un gran teólogo decía que
a Dios «hay que redescubrirlo a etapas… a veces creyendo que lo pierdes»
(H. de Lubac, Sulle vie di Dio, Milán 2008, 25). Así hace el
Bautista: ante la duda, lo busca una vez más, lo interroga, “discute”
con Él y finalmente lo descubre. Juan, definido por Jesús el mayor entre
los nacidos de mujer (cfr. Mt 11,11), nos enseña a no
cerrar a Dios en nuestros esquemas. Este es siempre el peligro, la
tentación: hacernos un Dios a nuestra medida, un Dios para usarlo. Y Dios
es otra cosa.
Hermanos y hermanas, también nosotros a veces podemos encontrarnos en su
situación, en una cárcel interior, incapaces de reconocer la novedad del Señor,
que quizá tenemos prisionero de la presunción de saber ya todo sobre Él.
Queridos hermanos y hermanas, nunca se sabe todo sobre Dios, ¡nunca! Quizá
tenemos en la cabeza un Dios poderoso que hace lo que quiere, en vez del Dios
de humilde mansedumbre, el Dios de la misericordia y del amor, que interviene
siempre respetando nuestra libertad y nuestras elecciones. Quizá nos surge
también a nosotros decirle: “¿Eres realmente Tú, tan humilde, el Dios que viene
a salvarnos?”. Y puede sucedernos algo parecido también con los hermanos: tenemos
nuestras ideas, nuestros prejuicios y ponemos a los demás —especialmente a
quien sentimos diferente de nosotros— etiquetas rígidas. El Adviento,
entonces, es un tiempo de inversión de perspectivas, donde dejarnos
asombrar por la grandeza de la misericordia de Dios. El asombro: Dios
siempre asombra. (Lo hemos visto hace poco, en el programa “A Sua Immagine”,
estaban hablando del asombro). Dios siempre es Aquel que suscita en ti el
asombro. Un tiempo —el Adviento— en el que, preparando el belén
para el Niño Jesús, aprendemos de nuevo quién es nuestro Señor; un tiempo
en el que salir de ciertos esquemas, de ciertos prejuicios hacia Dios y los
hermanos. El Adviento es un tiempo en el que, en vez de pensar en
regalos para nosotros, podemos donar palabras y gestos de consolación a quién
está herido, como hizo Jesús con los ciegos, los sordos y los cojos.
Que la Virgen nos tome de la mano, como madre, nos tome de la mano en estos
días de preparación a la Navidad y nos ayude a reconocer en la pequeñez del
Niño la grandeza de Dios que viene.
Papa Francisco. Ángelus. 15 de
diciembre de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este tercer domingo de Adviento, llamado el “domingo de la alegría”,
la Palabra de Dios nos invita, por una parte, a la alegría y,
por otra, a la conciencia de que la existencia incluye también momentos
de duda, en los que es difícil creer. La alegría y
la duda son experiencias que forman parte de nuestras vidas.
A la invitación explícita a la alegría del profeta Isaías: «Que el desierto y el sequedal se
alegren, regocíjese la estepa y la florezca como flor» (35, 1), se
contrapone en el Evangelio la duda de Juan el Bautista: «¿Eres tú el
que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mateo 11, 3). De
hecho, el profeta ve más allá de la situación, tiene ante sí gente
desanimada: manos débiles, rodillas vacilantes, corazones intranquilos
(cf. Isaías 35, 3-4). Es la misma realidad que siempre pone a
prueba la fe. Pero el hombre de Dios mira más allá, porque el Espíritu
Santo hace que su corazón sienta el poder de su promesa y anuncia la
salvación: «¡Ánimo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene, [...] os
salvará» (v. 4). Y entonces todo se transforma: el desierto florece, el
consuelo y la alegría se apoderan de los perdidos, los cojos, los ciegos, los
mudos se curan (cf. vv. 5-6). Esto es lo que sucede con Jesús: «los ciegos ven
y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos
resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mateo 11, 5).
Esta descripción nos muestra que la salvación envuelve al hombre entero y
lo regenera. Pero este nuevo nacimiento, con la alegría que lo acompaña,
presupone siempre una muerte para nosotros mismos y para el pecado que está
dentro de nosotros. De ahí la llamada a la conversión, que es la
base de la predicación tanto del Bautista como de Jesús; en particular, se
trata de convertir la idea que tenemos de Dios. Y el tiempo de
Adviento nos estimula a hacerlo precisamente con la pregunta que Juan el
Bautista le hace a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a
otro?» (Mateo 11, 3). Pensemos: toda su vida Juan esperó al
Mesías; su estilo de vida, su cuerpo mismo, está moldeado por esta espera.
Por eso también Jesús lo alaba con estas palabras: «no ha surgido entre los
nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista» (Mateo 11, 11).
Sin embargo, él también tuvo que convertirse a Jesús. Como Juan, también
nosotros estamos llamados a reconocer el rostro que Dios eligió asumir en
Jesucristo, humilde y misericordioso.
El Adviento es un
tiempo de gracia. Nos dice que no basta con creer en Dios: es necesario
purificar nuestra fe cada día. Se trata de prepararnos para acoger no a
un personaje de cuento de hadas, sino al Dios que nos llama, que nos implica y
ante el que se impone una elección. El Niño que yace en el pesebre tiene
el rostro de nuestros hermanos más necesitados, de los pobres, que «son los
privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de
reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros» (Carta Apostólica Admirabile
signum, 6).
Que la Virgen María nos ayude para que, al acercarnos a la Navidad, no
nos dejemos distraer por las cosas externas, sino que hagamos espacio en
nuestros corazones a Aquél que ya ha venido y quiere volver a venir para curar
nuestras enfermedades y darnos su alegría.
Papa Francisco. Ángelus. 11 de
diciembre de 2016.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos el tercer domingo de Adviento, caracterizado por la
invitación de san Pablo: «Estad siempre alegres en el Señor: os lo repito,
estad alegres» (Fil 4, 4-5). No es una alegría superficial
o puramente emotiva a la que nos exhorta el apóstol, y ni siquiera una mundana
o la alegría del consumismo. No, no es esa, sino que se trata de una
alegría más auténtica, de la cual estamos llamados a redescubrir su sabor.
El sabor de la verdadera alegría. Es una alegría que toca lo íntimo de
nuestro ser, mientras que esperamos a Jesús, que ya ha venido a traer la
salvación al mundo, el Mesías prometido, nacido en Belén de la Virgen María. La
liturgia de la Palabra nos ofrece el contexto adecuado para comprender y vivir
esta alegría. Isaías habla de desierto, de tierra árida, de estepa
(cf. 35, 1); el profeta tiene ante sí manos débiles, rodillas vacilantes,
corazones perdidos, ciegos, sordos y mudos (cf. vv. 3-6). Es el cuadro de una situación
de desolación, de un destino inexorable sin Dios.
Pero finalmente la salvación es anunciada: «¡Ánimo, no temáis! —dice
el profeta— [...] Mirad que vuestro Dios, [...] Él vendrá y os
salvará» (cf. Is 35, 4). Y enseguida todo se transforma:
el desierto florece, la consolación y la alegría inundan los corazones (cf. vv.
5-6). Estos signos anunciados por Isaías como reveladores de la
salvación ya presente, se realizan en Jesús. Él mismo lo afirma
respondiendo a los mensajeros enviados por Juan Bautista. ¿Qué dice Jesús a
estos mensajeros? «Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos
quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan» (Mt 11,
5). No son palabras, son hechos que demuestran cómo la salvación traída por
Jesús, aferra a todo el ser humano y le regenera. Dios ha entrado en la
historia para liberarnos de la esclavitud del pecado; ha puesto su tienda en
medio de nosotros para compartir nuestra existencia, curar nuestras llagas,
vendar nuestras heridas y donarnos la vida nueva. La alegría es el fruto de
esta intervención de salvación y de amor de Dios.
Estamos llamados a dejarnos llevar por el sentimiento de exultación. Este
júbilo, esta alegría... Pero un cristiano que no está alegre, algo le falta
a este cristiano, ¡o no es cristiano! La alegría del corazón, la alegría
dentro que nos lleva adelante y nos da el valor. El Señor viene, viene a
nuestra vida como libertador, viene a liberarnos de todas las esclavitudes
interiores y exteriores. Es Él quien nos indica el camino de la
fidelidad, de la paciencia y de la perseverancia porque, a su llegada,
nuestra alegría será plena.
La Navidad está cerca, los signos de su aproximarse son evidentes en
nuestras calles y en nuestras casas; también aquí en la Plaza se ha puesto el pesebre
con el árbol al lado. Estos signos externos nos invitan a acoger al
Señor que siempre viene y llama a nuestra puerta, llama a nuestro corazón,
para estar cerca de nosotros. Nos invitan a reconocer sus pasos entre los de
los hermanos que pasan a nuestro lado, especialmente los más débiles y
necesitados.
Hoy estamos invitados a alegrarnos por la llegada inminente de nuestro
Redentor; y estamos llamados a compartir esta alegría con los demás, dando
conforto y esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas solas e
infelices. Que la Virgen María, la «sierva del Señor», nos ayude a escuchar
la voz de Dios en la oración y a servirle con compasión en los hermanos,
para llegar preparados a la cita con la Navidad, preparando nuestro corazón
para acoger a Jesús.
Papa Francisco. Ángelus. 15 de
diciembre de 2013.
¡Gracias! Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy es el tercer domingo de Adviento, llamado también domingo de Gaudete,
es decir, domingo de la alegría. En la liturgia resuena repetidas veces la
invitación a gozar, a alegrarse. ¿Por qué? Porque el Señor está cerca. La
Navidad está cercana. El mensaje cristiano se llama «Evangelio», es decir,
«buena noticia», un anuncio de alegría para todo el pueblo; la Iglesia no es
un refugio para gente triste, la Iglesia es la casa de la alegría. Y
quienes están tristes encuentran en ella la alegría, encuentran en ella la
verdadera alegría.
Pero la alegría del Evangelio no es una alegría cualquiera. Encuentra
su razón de ser en el saberse acogidos y amados por Dios. Como nos recuerda
hoy el profeta Isaías (cf. 35, 1-6a.8a.10), Dios es Aquél que viene a
salvarnos, y socorre especialmente a los extraviados de corazón. Su venida
en medio de nosotros fortalece, da firmeza, dona valor, hace exultar y florecer
el desierto y la estepa, es decir, nuestra vida, cuando se vuelve árida.
¿Cuándo llega a ser árida nuestra vida? Cuando no tiene el agua de la Palabra
de Dios y de su Espíritu de amor. Por más grandes que sean nuestros límites
y nuestros extravíos, no se nos permite ser débiles y vacilantes ante las
dificultades y ante nuestras debilidades mismas. Al contrario, estamos
invitados a robustecer las manos, a fortalecer las rodillas, a tener valor y a
no temer, porque nuestro Dios nos muestra siempre la grandeza de su
misericordia. Él nos da la fuerza para seguir adelante. Él está siempre
con nosotros para ayudarnos a seguir adelante. Es un Dios que nos quiere mucho,
nos ama y por ello está con nosotros, para ayudarnos, para robustecernos y
seguir adelante. ¡Ánimo! ¡Siempre adelante! Gracias a su ayuda podemos
siempre recomenzar de nuevo. ¿Cómo? ¿Recomenzar desde el inicio? Alguien
puede decirme: «No, Padre, yo he hecho muchas cosas... Soy un gran pecador, una
gran pecadora... No puedo recomenzar desde el inicio». ¡Te equivocas! Tú puedes
recomenzar de nuevo. ¿Por qué? Porque Él te espera, Él está cerca de ti, Él te
ama, Él es misericordioso, Él te perdona, Él te da la fuerza para recomenzar
de nuevo. ¡A todos! Entonces somos capaces de volver a abrir los ojos, de
superar tristeza y llanto y entonar un canto nuevo. Esta alegría verdadera
permanece también en la prueba, incluso en el sufrimiento, porque no es una
alegría superficial, sino que desciende en lo profundo de la persona que se fía
de Dios y confía en Él.
La alegría cristiana, al igual que la esperanza, tiene su fundamento en la
fidelidad de Dios, en la certeza de que Él mantiene siempre sus promesas. El profeta Isaías exhorta a quienes
se equivocaron de camino y están desalentados a confiar en la fidelidad del
Señor, porque su salvación no tardará en irrumpir en su vida. Quienes han
encontrado a Jesús a lo largo del camino, experimentan en el corazón una
serenidad y una alegría de la que nada ni nadie puede privarles. Nuestra
alegría es Jesucristo, su amor fiel e inagotable. Por ello, cuando un
cristiano llega a estar triste, quiere decir que se ha alejado de Jesús.
Entonces, no hay que dejarle solo. Debemos rezar por él, y hacerle sentir el
calor de la comunidad.
Que la Virgen María nos ayude a apresurar el paso hacia Belén, para
encontrar al Niño que nació por nosotros, por la salvación y la alegría de
todos los hombres. A ella le dice el Ángel: «Alégrate, llena de gracia, el
Señor está contigo» (Lc 1, 28). Que ella nos conceda vivir la
alegría del Evangelio en la familia, en el trabajo, en la parroquia y en cada
ambiente. Una alegría íntima, hecha de asombro y ternura. La alegría que
experimenta la mamá cuando contempla a su niño recién nacido, y siente que es
un don de Dios, un milagro por el cual sólo se puede agradecer.
Benedicto XVI. Ángelus. 12 de diciembre de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
En este tercer domingo de Adviento, la liturgia propone un pasaje de
la carta de Santiago, que comienza con esta exhortación: «Tened,
pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor» (St 5, 7). Me
parece muy importante, en nuestros días, subrayar el valor de la constancia
y de la paciencia, virtudes que pertenecían al bagaje normal de nuestros
padres, pero que hoy son menos populares en un mundo que, más bien, exalta el
cambio y la capacidad de adaptarse a situaciones siempre nuevas y distintas.
Sin quitar nada a estos aspectos, que también son cualidades del ser humano, el
Adviento nos llama a potenciar la tenacidad interior y la resistencia del alma
que nos permiten no desesperar en la espera de un bien que tarda en venir, sino
esperarlo, es más, preparar su venida con confianza activa.
«Mirad al labrador —escribe san Santiago—; espera el fruto precioso de la
tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y
tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque
la venida del Señor está cerca» (St 5, 7-8). La comparación con el
campesino es muy expresiva: quien ha sembrado en el campo, tiene ante sí
algunos meses de espera paciente y constante, pero sabe que mientras tanto la
semilla cumple su ciclo, gracias a las lluvias de otoño y de primavera. El
agricultor no es fatalista, sino modelo de una mentalidad que une de modo
equilibrado la fe y la razón, porque, por una parte, conoce las leyes de
la naturaleza y hace bien su trabajo y, por otra, confía en la
Providencia, puesto que algunas cosas fundamentales no están en sus manos,
sino en manos de Dios. La paciencia y la constancia son precisamente
síntesis entre el empeño humano y la confianza en Dios.
«Fortaleced vuestros corazones», dice la Escritura. ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Cómo
podemos fortalecer nuestros corazones, que ya de por sí son frágiles y que
resultan todavía más inestables a causa de la cultura en la que estamos
sumergidos? La ayuda no nos falta: es la Palabra de Dios. De hecho,
mientras todo pasa y cambia, la Palabra del Señor no pasa. Si las vicisitudes
de la vida hacen que nos sintamos perdidos y parece que se derrumba toda
certeza, contamos con una brújula para encontrar la orientación, tenemos
un ancla para no ir a la deriva. Y aquí se nos ofrece el modelo de los
profetas, es decir, de esas personas a las que Dios ha llamado para que hablen
en su nombre. El profeta encuentra su alegría y su fuerza en la Palabra del
Señor y, mientras los hombres buscan a menudo la felicidad por caminos que
resultan equivocados, él anuncia la verdadera esperanza, la que no falla porque
tiene su fundamento en la fidelidad de Dios. Todo cristiano, en virtud del
Bautismo, ha recibido la dignidad profética; y cada uno debe redescubrirla y
alimentarla, escuchando asiduamente la Palabra divina. Que nos lo obtenga la
Virgen María, a quien el Evangelio llama bienaventurada porque creyó en el
cumplimiento de las palabras del Señor (cf. Lc 1, 45).
Benedicto XVI. Ángelus. 16 de diciembre de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
"Gaudete in Domino semper", "estad siempre alegres en el Señor" (Flp 4,
4). Con estas palabras de san Pablo se inicia la santa misa del III domingo de
Adviento, que por eso se llama domingo "Gaudete". El
Apóstol exhorta a los cristianos a alegrarse porque la venida del Señor, es
decir, su vuelta gloriosa es segura y no tardará. La Iglesia acoge esta
invitación mientras se prepara para celebrar la Navidad, y su mirada se dirige
cada vez más a Belén. En efecto, aguardamos con esperanza segura la segunda
venida de Cristo, porque hemos conocido la primera.
El misterio de Belén nos revela al Dios-con-nosotros, al Dios cercano a
nosotros, no sólo en
sentido espacial y temporal; está cerca de nosotros porque, por decirlo así, se
ha "casado" con nuestra humanidad; ha asumido nuestra condición,
escogiendo ser en todo como nosotros, excepto en el pecado, para hacer que
lleguemos a ser como él.
Por tanto, la alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está
cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la
salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece
también en la prueba, incluso en el sufrimiento; y no está en la
superficie, sino en lo más profundo de la persona que se encomienda a Dios y
confía en él.
Algunos se preguntan: ¿también hoy es posible esta alegría? La
respuesta la dan, con su vida, hombres y mujeres de toda edad y condición
social, felices de consagrar su existencia a los demás. En nuestros tiempos, la
beata madre Teresa de Calcuta fue testigo inolvidable de la verdadera
alegría evangélica. Vivía diariamente en contacto con la miseria, con la
degradación humana, con la muerte. Su alma experimentó la prueba de la noche
oscura de la fe y, sin embargo, regaló a todos la sonrisa de Dios.
En uno de sus escritos leemos: «Esperamos con impaciencia el paraíso,
donde está Dios, pero ya aquí en la tierra y desde este momento podemos estar
en el paraíso. Ser felices con Dios significa: amar como él, ayudar
como él, dar como él, servir como él» (La gioia di darsi agli altri,
Ed. Paoline 1987, p. 143). Sí, la alegría entra en el corazón de quien se
pone al servicio de los pequeños y de los pobres. Dios habita en quien ama así,
y el alma vive en la alegría.
En cambio, si se hace de la felicidad un ídolo, se equivoca el camino y es
verdaderamente difícil encontrar la alegría de la que habla Jesús. Por
desgracia, esta es la propuesta de las culturas que ponen la felicidad
individual en lugar de Dios, mentalidad que se manifiesta de forma emblemática
en la búsqueda del placer a toda costa y en la difusión del uso de drogas como
fuga, como refugio en paraísos artificiales, que luego resultan del todo
ilusorios.
Queridos hermanos y hermanas, también en Navidad se puede equivocar el
camino, confundiendo la verdadera fiesta con una que no abre el corazón a la
alegría de Cristo. Que la Virgen María ayude a todos los cristianos, y a los
hombres que buscan a Dios, a llegar hasta Belén para encontrar al Niño que
nació por nosotros, para la salvación y la felicidad de todos los hombres.
GUIÓN MISA NIÑOS.
DOMINGO 4º DE ADVIENTO.
Monición de entrada.-
Hoy estamos muy cerca del día de Navidad.
La fiesta del nacimiento de Jesús.
Y así este domingo la misa nos ayuda a
esperar a Jesús
como lo hicieron María y José.
La corona de Adviento.
Jesús,
hoy vamos a encender la cuarta vela.
Es la vela de María y José
con la está ya encendida
toda la corona de Adviento.
Que las luces, igual que
las luces del Belén y el árbol de Navidad
nos enseñen a tener el corazón encendido,
con pequeños gestos de amor.
Señor ten piedad.-
Tú que estuviste en la tripa de María. Señor,
ten piedad.
Tú que estuviste en el corazón de José.
Cristo, ten piedad.
Tú que estuviste en el corazón de los ángeles
Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Jesús,
te pido por el Papa León. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por las personas que vivimos
en la tierra. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por las personas que el día de
Navidad no estarán con su familia. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por nosotros. Te lo pedimos,
Señor.
Oración a la Virgen María.-
María, madre de Jesús, queremos decirte que
también nosotros te queremos como José y darte las gracias por ser tan
valiente.
