Primera lectura.
Lectura del libro del Génesis 14, 18-20.
En aquellos días, Melquisec, rey de Salén, sacerdote del Dios
altísimo, sacó pan y vino, y le bendijo diciendo:
-Bendito sea, Abrahán por el Dios altísimo, creador del cielo y de
la tierra, bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos. Y
Abrán le dio el diezmo de todo.
Textos
paralelos.
Melquisedec, rey de
Salem.
Sal 110, 4: Él señor lo ha
jurado y no se arrepiente: “Tú eres sacerdote eterno, según el rito de
Melquisedec”.
Hb 5, 5: Del mismo modo el
Mesías no se atribuyó el honor de ser sumo sacerdote, sino que lo recibió del
que le dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy y en otro pasaje: tú eres
sacerdote perpetuo en la línea de Melquisedec.
Notas
exegéticas.
14 18 Siguiendo el Sal 76, 3, toda
la tradición judía y muchos Padres han identificado a Salem con Jerusalén. Su
Rey-sacerdote Melquisedec (nombre cananeo, ver Adoni Séded, rey de Jerusalén,
Jos 19, 1) adora al Dios Altísimo, ‘El-‘Elyón, nombre compuesto cuyos
dos elementos corresponden a sendas divinidades del panteón fenicio. ‘El-‘Elyon
se emplea en la Biblia (especialmente Sal) como título divino. Aquí
y 22, ‘El-Elyon se identifica con el Dios verdadero de Abrahán. Este
Melquisec, que en el relato hace una breve y misteriosa aparición, como rey de
Jerusalén, donde Yahvé escogerá morada, y como sacerdote del Altísimo aun con
anterioridad a la institución levítica, es presentado en Sal 110 4 como figura
de David, que es a su vez figura del Mesías, rey sacerdote. La aplicación al
sacerdocio de Cristo se desarrolla en Hb 7. La tradición patrística ha
aprovechado y enriquecido esta exégesis alegórica, viendo en el pan y el vino
ofrecidos por Abrahán, una figura de la Eucaristía, y hasta un verdadero
sacrificio, figura del sacrificio eucarístico, interpretación aceptada en el
Canon de la Misa. Incluso habían admitido algunos Padres que Melquisedec era
una aparición del Hijo de Dios en persona. Aquí los vv. 18-20 son una edición
posterior y son posteriores al resto del capítulo. En ellos Melquisedec es
imagen del sumo sacerdote postexílico, heredero de las prerrogativas reales y
cabeza del sacerdocio, a quien los descendientes de Abrahán pagan el diezmo.
14 19 La bendición es una palabra
eficaz e irrevocable, que aun pronunciada por un hombre, transmite el efecto
que en ella se expresa, puesto que dios es quien bendice. Pero también el
hombre bendice a su vez, a Dios, alaba su grandeza y su bondad y desea al mismo
tiempo verlas afianzarse y dilatarse. Aquí se juntan las dos bendiciones. El
culto israelita comprendía las dos clases de bendiciones.
Salmo
responsorial
Salmo 110 (190) 1-4 (R:.4bc).
Tú
eres sacerdote eterno,
según
el rito de Melquisec. R/.
Oráculo
del Señor a mi Señor:
“Siéntate
a mi derecha,
y
haré de tus enemigos
estrado
de tus pies”. R/.
Desde
Sión extenderá el Señor
el
poder tu cetro:
somete
en la batalla a tus enemigos. R/.
“Eres
príncipe desde el día de tu nacimiento
entre
esplendores sagrados;
yo
ismo te engendré desde el seno,
antes
de la aurora. R/.
El
Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
“Tú
eres sacerdote eterno,
según
el rito de Melquisec”. R/.
Textos
paralelos.
Oráculo de Yahvé a mi Señor.
Mt 22, 43-44: Él les dice: “Entonces,
¿cómo David, inspirado, lo llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor:
siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos estrado de tus pies”.
Hch 2, 34-35: Pues David no
subió al cielo, sino que dice: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha,
hasta que haga de tus enemigos estrado de tus pies.
Hb 1, 13: ¿A cuál de los
ángeles dijo jamás: Siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos
estrado de tus pies?
Hb 10, 12-13: Este, en cambio,
después de ofrecer un único sacrificio, se sentó para siempre a la diestra de
Dios y se queda esperando a que pongan a sus enemigos como estrado de sus pies.
1 P 3, 22: Que subió al cielo y
está sentado a la diestra de Dios, y se le han sometido ángeles, potestades y
dominaciones.
Lo ha jurado Yahvé.
Gn 14, 18-19: Melquisec, rey de
Salén, sacerdote de Dios altísimo le sacó pan y vino y le bendijo diciendo:
Bendito sea Abrán por el Dios Altísimo, creador del cielo y tierra.
Hb 5, 5-6: Del mismo modo el
Mesías no se atribuyó el honor de ser sumo sacerdote, sino que lo recibió del
que le dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy y en otro pasaje: tú eres
sacerdote perpetuo en la línea de Melquisec.
Notas
exegéticas.
110 Las prerrogativas del Mesías:
realeza universal y sacerdocio perpetuo no se desprenden de ninguna investidura
terrena, como tampoco las del misterioso Melquisedec. Cristo cumple
literalmente este oráculo. La segunda parte del salmo debe de ser muy posterior
a la primera: retoma el vocabulario de Jc 7 y del Sal 83 utilizando la imagen
de Gedeón.
110 3 (a) Leemos, conforme a griego,
‘immeka ridibot. Hebreo dice ‘ammeka ndabot (“tu pueblo es
voluntario”).
110 3 (b) Hebreo dice hdr (“esplendor”),
pero algunos manuscritos hebreos, simaco y Jerónimo (“sobre montañas sagradas)
leyeron hrr.
110 3 (c) Versículo corregido según
griego. Hebreo “Tu pueblo es generosidad en el día de tu fuerza (vocalización
defectuosa), en esplendor sagrado del (o: desde el) seno de la aurora (sentido
dudoso), a ti el rocío de tu juventud”. Griego: “Contigo el principado… desde el
seno antes de la aurora te he engendrado”
(ver Sal 2, 7). “Esplendor sagrado, según 83 manuscritos, Jerónimo y simaco.
Esta lectura se refería a Sión, designada en plural mayestático.
Segunda
lectura.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26.
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez
os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado,
tomó pan y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi
cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”. Lo mismo hizo
con el cáliz, después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi
sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía”. Por eso, cada vez
que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor,
hasta que vuelva.
Textos
paralelos.
Mc 14, 22-25 |
Mt 26, 26-29 |
Lc 22, 15-20 |
1 Cor 11,23-25 |
Mientras cenaban, tomó un
pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
-Tomad, esto es mi cuerpo.
Y tomando la copa, pronunció
la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Les dijo:
-Esta es la sangre mía de la
alianza, que se derrama por todos. Os aseguro que no volveré a beber del
producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios.
|
Mientras cenaban, Jesús tomó
un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos
diciendo:
-Tomad, comed, esto es mi
cuerpo.
Tomando la copa, pronunció la
acción de gracias y se la dio diciendo:
-Bebed todos de ella, porque
esta es mi sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de
los pecados. Os digo que en adelante no beberé de este producto de la vid
hasta el día en que lo beba con vosotros en el reino de mi Padre. |
Y les dijo:
-Cuánto he deseado comer con
vosotros esta víctima pascual antes de mi pasión. Os digo que no volveré a
comerla hasta que alcance su cumplimiento en el reino de Dios. Y tomando la
copa, dio gracias y dijo:
-Tomad esto y repartidlo
entre vosotros. Os digo que en adelante no beberé del fruto de la vid hasta
que no llegue el reinado de Dios.
Tomando un pan, dio gracias,
lo partió y se lo dio diciendo: -Esto es mi cuerpo, que se
entrega por vosotros.
Igualmente tomó la copa
después de cenar y dijo: -Esta es la copa de la nueva
alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.
|
Pues yo recibí del Señor lo
que os transmití: que el Señor la noche que era entregado, tomó pan, dando
gracias lo partió y dijo:
-Esto es mi cuerpo que se
entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Lo mismo, después de cenar,
tomó la copa y dijo:
esta copa es la nueva alianza
sellada con mi sangre. Haced esto cada vez que la bebéis en memoria mía. |
La noche en que iba a ser
entregado.
1 S 3, 10: Samuel fue y se
acostó en su sitio. El Señor se presentó y lo llamó como antes: “¡Samuel,
Samuel”. Samuel respondió: “Habla, que tu siervo escucha”.
Se entrega por vosotros.
1 Co 10, 16-17: La copa de
bendición que bendecimos ¿no es comunión con la sangre de Cristo? El pan que
partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Uno es el pan y uno es el
cuerpo que formamos muchos; pues todos compartimos el único pan.
Ex 12, 14: Este día será para
vosotros memorable, en él celebraréis fiesta al Señor. Ley perpetua para todas
las generaciones.
Dt 16, 3: No acompañarás la
comida con pan fermentado. Durante siete días comerás panes ázimos (pan de
aflicción), porque saliste de Egipto apresuradamente; así recordarás toda tu
vida tu salida de Egipto.
Hb 8, 7: Pues si la primera
hubiera sido irreprochable, no habría lugar para la segunda.
Nueva Alianza.
Jr 31, 31: Mirad que llegan
días – oráculo del Señor – en que haré una alianza nueva con Israel y con Judá.
Ex 24, 8: Moisés tomó el resto
de la sangre y roció con ella el pueblo, diciendo: “Esta es la sangre del pacto
que el Señor hace con vosotros a tenor de estas cláusulas”.
Notas
exegéticas.
11 23 No por revelación directa, sino
por transmisión que se remonta al Señor.
11 24 Var. : “partido por vosotros”, “dado
para vosotros”.
11 25 El texto de Pablo es afín al de
Lc 22, 19-20.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Lucas 9, 11b-17.
En aquel tiempo: Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los
que tenían necesidad de curación. El día comenzaba a declinar. Entonces,
acercándose los Doce, le dijeron:
-Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de
alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.
Él les contestó:
-Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
-No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos
a comprar de comer para toda esta gente.
Porque eran unos cinco mil hombres. Entonces dijo a los
discípulos:
-Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno.
Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos. Entonces,
tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo,
pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los
discípulos para que se los sirvieran a la gente. comieron todos y se saciaron,
y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.
Textos
paralelos.
Mc 6, 32-44 |
Mt 14, 13-21 |
Lc 9, 10-17 |
Jn 6, 1-15 |
Así que se fueron solos en
barca a un paraje despoblado.
Pero muchos los vieron
marcharse y cayeron en la cuenta. De todos los poblados fueron corriendo a
pie hasta allá y se les adelantaron.
Al desembarcar, vio una gran
multitud y sintió lástima, porque eran como ovejas sin pastor. Y se puso a
enseñarles muchas cosas.
Como se hacía tarde, los
discípulos fueron a decirle:
-El lugar es despoblado y la
hora es avanzada; despídelos para que vayan a los campos y las aldeas del
contorno a comprar qué comer.
Él les respondió: -Dadles vosotros de comer.
Replicaron: -¿Tenemos que ir a comprar
doscientos denarios de pan para darles de comer?
Les contestó: -¿Cuántos panes tenéis? Id a
ver.
Lo averiguaron y le dijeron:
-Cinco y dos peces.
Ordenó que los hicieran
recostarse en grupos sobre la hierba verde. Se sentaron en filas de cien
y de cincuenta.
Tomó los cinco panes y los
dos peces, alzó la vista al cielo, bendijo y partió los panes y se los fue
dando a los discípulos para que los sirvieran, y repartió los peces entre
todos.
Comieron y quedaron
satisfechos.
Recogieron las sobras de los
panes y los peces y llenaron doce cestos.
Los que comieron eran cinco
mil hombres. |
Al enterarse [de la muerte
del Bautista (14, 1-12)],
Jesús se marchó de allí en
barca, él solo, a un paraje despoblado.
Pero la multitud se enteró y
lo siguió a pie desde los poblados.
Jesús desembarcó y, al ver la
gran multitud, sintió lástima y curó a los enfermos.
Al atardecer los discípulos
fueron a decirle:
-El lugar es despoblado y la
hora es avanzada; despide a la gente par que vayan a las aldeas a comprar de
comer.
Jesús les respondió: -No hace falta que vayan,
dadles vosotros de comer.
Respondieron:
-Aquí no tenemos más que
cinco panes y dos peces.
Y les dijo: -Traédmelos.
Después mandó a la multitud
sentarse en la hierba,
tomó los cinco panes y los
dos peces, alzó la vista al cielo, dio gracias, partió el pan y se lo dio a
sus discípulos; ellos se lo dieron a la gente.
Comieron todos, quedaron
satisfechos,
recogieron las sobras y
llenaron doce cestos.
Los que comieron eran cinco
mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Enseguida mandó a los
discípulos embarcarse y para por delante a la otra orilla mientras él
despedía a la multitud. |
Los apóstoles volvieron y le
contaron cuanto habían hecho.
Él los tomó aparte y se
retiró por la cuesta a una ciudad llamada Betsaida.
Pero la gente se enteró y lo
siguió.
Él los acogió y les hablaba
del reinado de Dios y curaba a los que lo necesitaban.
Como caía la tarde, los doce se acercaron a
decirle:
-Despide a la gente para que
vayan a las aldeas y los campos del contorno y busquen hospedaje y comida,
pues aquí estamos en despoblado.
Les contestó: -Dadles vosotros de comer.
Replicaron:
-No tenemos más que cinco
panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar comida para toda
esa gente. (Los varones eran unos cinco
mil).
Él dio a los discípulos: -Hacedlos recostarse en
grupos de cincuenta. Así lo hicieron y se
recostaron todos.
Entonces tomó los cinco panes
y los dos peces, alzó la vista al cielo, los bendijo, los partió y se los fue
dando a los discípulos para que se lo sirvieran a la gente.
Comieron todos y quedaron
satisfechos,
y recogieron los trozos sobrantes en doce
cestos. |
Al tiempo después pasó Jesús
a la otra orilla del lago de Galilea (el Tiberíades).
Lo seguía una gran multitud,
pues veían las señales que hacía con los enfermos.
Jesús se retiró al monte y
allí se sentó con sus discípulos.
Se acercaba la Pascua, la
fiesta de los judíos. Alzando la vista y viendo la multitud que acudía a él,
Jesús dice a Felipe: -¿Dónde compraremos pan para
que coman esos? (Lo decía para ponerlo a
prueba, pues bien sabía él lo que iba a hacer).
Felipe le contestó: -Doscientos denarios de pan
no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo.
Uno de los discípulos,
Andrés, hermano de Simón Pedro, le dice:
-Aquí hay un muchacho que
tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?
Jesús dijo: -Haced que la gente se
siente. (Había hierba abundante en el
lugar). Se sentaron. Los varones eran cinco mil.
Entonces Jesús tomó los
panes, dio gracias y los repartió a los que estaban sentados. Lo mismo hizo
con los pescados: todo lo que querían.
Cuando quedaron satisfechos,
dice Jesús a sus discípulos: -Recoged las sobras para que
no se desaproveche nada.
Las recogieron y, con los
trozos de los cinco panes de cebada que habían sobrado a los comensales
llenaron doce cestas.
Cuando la gente vio la señal
que había hecho, dijeron: -Este es le profeta que había
de venir al mundo. Jesús, conociendo que
pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al
monte, él solo. |
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén
9 10 Lc solo relata una
multiplicación de panes, como Juan, mientras que Mt y Mc refieren dos. Es
posible que haya omitido, o desconocido, toda la sección de Mc 6, 45-8, 26, en
la que se encuentra la segunda multiplicación. Pero también es posible, y quizá
más, que evite así un duplicado de Mc y Mt, donde los dos relatos de
multiplicación de panes ciertamente parecen dos tradiciones paralelas de un
mismo caso: una, procedente del medio palestinense (ribera occidental del lago,
ver Mt 14, 13; doce cestos como las doce tribus de Israel); la otra procedente
de un medio cristiano nacido del paganismo (ribera oriental, ver Mc 7, 31;
siete espuertas como las siete naciones paganas de Canaán antes de la
conquista).
9 11 Jesús enseña, como en Mc 6, 34,
y cura, como en Mt 14, 14 y 15,30.
9 12 Este interés por alojar a la
muchedumbre no aparece ni en Mt ni en Mc. No responde a las costumbres
palestinas y debió de ser introducido aquí por Lc, que piensa como un griego.
9 16 Al modo de los judíos, Jesús
empieza la comida con una bendición. Sus gestos son narrados en los mismos
términos que en la comida eucarística. Sin embargo, Lc habla aquí de bendecir
los panes y en 22, 19 de dar gracias.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
14 ACOMODADLOS POR
GRUPOS: lit. recostad a ellos (haced que se recuesten para comer) divanes
(e.d. en grupos de comensales).
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
9, 10-17 La multiplicación de los panes y
los peces recuerda la prodigiosa alimentación de los israelitas con el maná en
el desierto, y prefigura la institución de la eucaristía en la Última Cena.
ambos acontecimientos, a su vez, prefiguran la vida eterna del banquete
celestial que tendrá lugar en la vida futura. El mensaje más claro es que solo
el pan que Cristo nos da ofrece vida verdadera. Esto se refleja en las palabras
de la oración del Señor: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt 6, 11). Cat.
335, 2837.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
2837 “De cada día”. La palabra griega
epiousion solo se emplea en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido
temporal, es una representación pedagógica de “hoy” para confirmarnos en una confianza sin
reserva. Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y
más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia. Tomada al pie
de la leta (epiousion “lo más esencial”, designa directamente el Pan de
Vida, el Cuerpo de Cristo, remedio de inmoralidad sin el cual no tenemos la
vida en nosotros. Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es
claro: ese día es del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía,
en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia se
celebre cada día.
1373 “Cristo Jesús que murió, que
está a la derecha de Dios e intercede por nosotros” (Rm 8, 34), está presente
de múltiples maneras en su Iglesia (C. Vaticano II, Lumen gentium, 48):
en su Palabra, en la oración de la Iglesia, “allí donde dos o tres estén
reunidos en mi nombre” (Mt 18, 20), en los pobres, los presos (cf. Mt 25,
31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa
y en la persona del ministro. Pero, “sobre todo bajo las especies eucarísticas”
(C. Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 7).
1374 El modo de presencia de Cristo
bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de
todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual
y el fin al que tienden todos los sacramentos” (Sto. Tomás de Aquino, Summa
theologiae, 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están
“contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con
el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo
entero” (C. Trento, Sesión 13ª. Decreto sobre la Santísima Eucaristía,
canon 1). “Esta presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si
las otras presencias no fuesen “reales”, sino por excelencia, porque es
substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace presente total e
íntegramente” (Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium fidei).
1374 Mediante la conversión del
pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este
sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia
en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para
obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo declara que:
“No es el hombre quien hace que
las cosas ofrecidas se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo
mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo,
pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto
es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas” (De
proditione Iudae homilia, 1, 6).
Y san Ambrosio dice respecto a
esta conversión:
“Estemos bien persuadidos de que
esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha
consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la naturaleza, porque
por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada”. (De mysteriis,
9, 50). “La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no
podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es
menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela” (Ib., 9,
52).
1376 El Concilio de Trento resume la
fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que
ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido
siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio:
por la consagración del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor
y toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia
católica ha llamado justa y apropiadamente este cambio transubstanciación”
(Concilio de Trento, Ses. 13ª. Decreto de la Santísima Eucaristía c. 4).
1377 La presencia eucarística de
Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que
subsistan las especies eucarística. Cristo está todo entero presente en cada
una de las especies y todo entero en cada una de las partes, de modo que la
fracción del pan no divide a Cristo” (Ib., c. 3).
1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa
expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y
de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en
señal de adoración al Señor. “La Iglesia católica ha dado y continúa dando este
culto de adoración que debe al sacramento de la Eucaristía, no solamente
durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor
cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las
veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del
pueblo” (Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium fideii).
1379 El sagrario (tabernáculo) estaba
primeramente destinado aguardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser
llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la
fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia
del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies
eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar
particularmente digno de la Iglesia; debe estar construido de tal forma que
subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santísimo
sacramento.
1380 Es grandemente admirable que
Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera.
Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos
su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra
salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado
“hasta el fin” (Jn 13, 1), hasta el donde su vida. En efecto, en su presencia
eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y
se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican
este amor.
“La Iglesia y el mundo tienen
una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento
del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la
contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del
mundo. No cese nunca nuestra adoración” (S. Juan Pablo II, Carta Dominicae
Cenae, 3).
1381 La presencia del verdadero
Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se
conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino solo por la fe, la cual se
apoya en la autoridad de Dios”. Por ello, comentando el texto de san Lucas 22,
19: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”, san Cirilo declara:
“No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del
Salvador, porque Él, que es la verdad, no miente” (S. Pablo VI, Mysterium
fidei; Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 3; S. Cirilo de
Alejandría, Comentarius in Lucam, 22).
Concilio Vaticano II
Jesús instituyó esta nueva alianza, es decir, el Nuevo Testamento (cf. 1
Cor 1, 25), convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que
se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu, y fueran el nuevo Pueblo de
Dios. En efecto, los que creen en Cristo, al nacer de nuevo por la palabra de
Dios vivo, no de una semilla mortal, sino inmoral, no de la carne, sino del
agua y del Espíritu Santo, constituyen “un linaje elegido, un sacerdocio, real,
una nación santa, un pueblo adquirido por Dios; y los que antes no eran ni
siquiera pueblo, ahora en cambio, son pueblo de Dios” (1 Pe 2, 9-10).
Lumen gentium, 9.
Comentarios de los Santos Padres.
Observa de nuevo que en el desierto provee abundantemente a los que están
necesitados de alimento, y lo hace bajar como del cielo. Al multiplicar esa
pequeña cantidad, y al alimentar a la gran multitud como de la nada, no se
diferencia del primer milagro.
S. Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas 9. III, pg.
220.
Los cinco panes significan los cinco libros de Moisés. Con razón no son
panes de trigo, sino de cebada, ya que son libros del Antiguo Testamento.
S. Agustín. Tratado sobre el Ev. de Juan, 24. III, pg. 221.
Este pan que parte Jesús es místicamente la palabra de Dios y un sermón
de Cristo que aumenta mientras se distribuye.
S. Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 6. III, pg. 221.
Tú eres nuestra comida y nuestro pan. Tú la dulzura eterna; quien come tu
manjar, jamás tendrá ya hambre, pues no alimenta nuestra carne humana, sino que
das vida para siempre.
Prudencio, Himno de todas las horas, 58-63. III, pg. 222.
Nadie puede decir: Me encuentro en extrema necesidad; es poco lo que
tengo para dar a tantos como los que me encuentro. ¡Recibe al huésped, amigo
mío! ¡Vence la pereza estéril” En la mayoría de las ocasiones el salvador
multiplica las pequeñas expectativas. Aunque prestes en pequeña porción,
recibirás mucho más.
S. Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 9. III, pg.
223.
San Agustín.
La Eucaristía, en consecuencia, es nuestro pan de
cada día, pero recibámoslo de manera que no solo alimentamos el vientre, sino
también la mente. La fuerza que en él se simboliza es la unidad, para
agregarnos a su cuerpo, hechos miembros suyos, seamos lo que recibimos.
Entonces será efectivamente nuestro pan de cada día. Lo que yo os expongo es
pan de cada día. Pan de cada día es escuchar diariamente las lecturas en la
Iglesia; pan de cada día es también el oír y cantar himnos. Cosas todas que son
necesarias en nuestra peregrinación.
Sermón 57. I, pg. 677.
S. Juan de Ávila
Pasó el Señor y subióse al monte, y subióse allí
con sus discípulos, y, como el Señor vido tanta gente, dice el evangelista que
comenzó a curar todos los enfermos que le pedían (cf. Lc 9, 12), y juntamente
comenzó a curar las ánimas y a predicar con tanta dulcedumbre; y con tanta gana
lo oían, que estaba la gente colgada de su boca escuchándole, sin acordarse de
comer ni de beber, sino absorbidos y transportados en oír la dulcedumbre de la
doctrina que les predicaba; y dice el evangelista que se llegó a él uno de sus
discípulos y le dijo: Señor, mira que es muy tarde para esa gente, para que
vaya a buscar de comer. ¿Habéis visto lo que pasa, que, si alguno se queja que
es el sermón largo, por la mayor parte ha de ser de nosotros los clérigos o los
frailes? Y como el Señor oyó esto, dijo: No es menester que se vayan por las
aldeas. Quien está con el Pan y vida no tiene necesidad de ir a otra parte a
buscar de comer. Y llamó a San Filipe y díjole: ¿De donde compraremos pan para
que coma toda esta gente? Y respondió: no bastarán doscientos denarios para que
coma cada uno un bocado. - ¿Y a vos, San
Andrés, qué os parece? Llegóse a él San Andrés y díjole: Señor, aquí hay un
mochacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero, ¿qué es para tanta
gente?
[…] Estas son las obras del Señor. Donde no hay
pan, dar pan, y donde hay poco, hacerlo mucho. Dice San Agustín: No os
espantéis, que de un granillo que se echa en este campo hace muchos.
Sermón del domingo 4 después de Cuaresma. III, pg. 166.
San Oscar Romero.
La eucaristía nos garantiza a nosotros la presencia de un cristiano que
sigue salvando a la humanidad; pero el aspecto de desagravio de Cristo está en
esas palabras: El cuerpo que se entrega por nosotros, la sangre que se derrama
para perdón de los pecados. En el símbolo de la hostia, pisoteada en Aguilares,
miremos el rostro de Cristo en la cruz. Aquel hermoso poema del Cristo Roto nos
describe la hora tremenda en que por el rostro de Cristo crucificado iban
pasando los pecados de todos los hombres: los blasfemos, los adúlteros, los
ladrones, los que pisotean la dignidad de los hombres, todos los pecadores; y
en esta hora de la patria, cuántos son los que odian, los que calumnian, y
nosotros mismos que pecamos, tal vez, tantas veces. Todos somos pecadores.
Miremos que mi rostros y el rostro de cada uno de nosotros y el rostro de
nuestros perseguidores y el rostro de los que nos persiguen y calumnian están
pasando como por una cinta cinematográfica, en el rostro divino de Cristo, que
muere, que agoniza y que nos dice: "Allí les espera mi sangre, mi cuerpo,
que se entrega para perdón de todos esos pecados". Y nosotros recogemos en
esa hostia consagrada todo el dolor de ese Cristo, todo el amor para los
pecadores, todos sus sentimientos, que son muy distintos de los que lo ofenden.
"Padre, perdónalos, no saben lo que hacen"; y el Padre miraba en la
angustia agonizante de su hijo, la depravación de todos los pecadores, los que
pisoteaban sus hostias, los que comulgan sacrílegamente, todos los que
ofendemos al Señor. Todos sintámonos pecadores en esta tarde, para decirle al
Señor, invocando su fuerza reparadora de la eucaristía: Señor, ahora vamos a
venerarte, en una hermosa procesión al terminar la misa
Homilía, 12 de junio de 1977.
León XIV. Regina Coeli. 15 de
junio de 2025.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!:
Acabamos
de concluir la celebración eucarística por el Jubileo del Deporte, y ahora con
alegría dirijo mi saludo a todos ustedes, deportistas de diversas las edades y
procedencias. Les exhorto a vivir la actividad deportiva, incluso a nivel
competitivo, siempre con espíritu de gratuidad, con espíritu “lúdico” en el
sentido noble de este término, porque en el juego y en la sana diversión el
ser humano se asemeja a su Creador.
Quiero
subrayar que el deporte es un camino para construir la paz, porque es una
escuela de respeto y lealtad, que hace crecer la cultura del encuentro y la
fraternidad. Hermanas y hermanos, los animo a practicar este estilo de
manera consciente, oponiéndose a toda forma de violencia y opresión.
¡El
mundo actual lo necesita tanto! De hecho, hay muchos conflictos armados. En
Myanmar, a pesar del cese del fuego, continúan los combates, con daños incluso
a las infraestructuras civiles. Invito a todas las partes a emprender el
camino del diálogo inclusivo, el único que puede conducir a una solución
pacífica y estable.
En la
noche del 13 al 14 de junio, en la ciudad de Yelwata, en el área administrativa
local de Gouma, en el estado de Benue, Nigeria, se produjo una terrible masacre
en la que unas doscientas personas fueron asesinadas con extrema crueldad, la
mayoría de ellas desplazados internos acogidos por la misión católica local.
Rezo para que la seguridad, la justicia y la paz prevalezcan en Nigeria, un
país querido y tan afectado por diversas formas de violencia. Y rezo
especialmente por las comunidades cristianas rurales del estado de Benue, que
son víctimas incesantes de la violencia.
Pienso
también en la República de Sudán, devastada por la violencia desde hace ya más
de dos años. Me ha llegado la triste noticia de la muerte del sacerdote Luke
Jumu, párroco de El Fasher, víctima de un bombardeo. Mientras aseguro mis
oraciones por él y por todas las víctimas, renuevo el llamamiento a los
combatientes para que se detengan, protejan a los civiles y emprendan un
diálogo por la paz. Exhorto a la comunidad internacional a intensificar sus
esfuerzos para proporcionar al menos la asistencia esencial a la población,
gravemente afectada por la crisis humanitaria.
Seguimos
rezando por la paz en Oriente Medio, en Ucrania y en todo el mundo.
Esta
tarde, en la Basílica de San Pablo Extramuros, será beatificado Floribert Bwana
Chui, joven mártir congoleño. Fue asesinado a los veintiséis años porque, como
cristiano, se oponía a la injusticia y defendía a los pequeños y a los pobres.
¡Que su testimonio dé valor y esperanza a los jóvenes de la República
Democrática del Congo y de toda África!
¡Feliz
domingo a todos! Y a ustedes, jóvenes, les digo: ¡los espero dentro de un mes
para el Jubileo de los jóvenes! Que la Virgen María, Reina de la Paz, interceda
por nosotros.
León XIV. Audiencia General. 11 de
junio de 2025. Ciclo
de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de
Jesús. Las curaciones. 9. Bartimeo. «¡Animo, levántate! El te llama!» (Mc
10,49)
Queridos
hermanos y hermanas:
con esta
catequesis quisiera dirigir nuestras miradas a otro aspecto esencial de la vida
de Jesús, esto es, a sus curaciones. Por eso, los invito a
presentar ante el Corazón de Cristo las partes más doloridas o frágiles de
ustedes, aquellos lugares de su vida en los que se sienten paralizados y
bloqueados. ¡Pidamos al Señor con confianza que escuche nuestro grito y nos
cure!
El
personaje que nos acompaña en esta reflexión nos ayuda a comprender que nunca
hay que abandonar la esperanza, incluso cuando nos sentimos perdidos. Se trata
de Bartimeo, un hombre ciego y mendigo, que Jesús encontró en Jericó (cf. Mc 10,40-52).
El lugar es significativo: Jesús se dirige a Jerusalén, pero comienza su
viaje, por así decirlo, desde los «infiernos» de Jericó, ciudad que
se encuentra por bajo del nivel del mar. De hecho, Jesús, con su muerte, fue a
recuperar a ese Adán que cayó y que nos representa a cada uno de nosotros.
Bartimeo
significa «hijo de Timeo»: describe a ese hombre a través de una
relación; sin embargo, él está dramáticamente solo. Pero este nombre
también podría significar «hijo del honor» o «de la admiración»,
exactamente lo contrario de la situación en la que se encuentra [1]. Y dado que el nombre es tan importante
en la cultura judía, significa que Bartimeo no consigue vivir lo que está
llamado a ser.
Además, a
diferencia del gran movimiento de personas que camina detrás de Jesús, Bartimeo
permanece inmóvil. El evangelista dice que está sentado al borde del
camino, por lo que necesita que alguien lo levante y lo ayude a seguir
caminando.
¿Qué
podemos hacer cuando nos encontramos en una situación que parece sin salida? Bartimeo
nos enseña a apelar a los recursos que llevamos dentro y que forman parte de
nosotros. Él es un mendigo, sabe pedir, es más, ¡puede gritar! Si
realmente deseas algo, haz todo lo posible por conseguirlo, incluso cuando los
demás te reprenden, te humillan y te dicen que lo dejes. Si realmente lo
deseas, ¡sigue gritando!
El grito
de Bartimeo, relatado en el Evangelio de Marcos —«¡Hijo de David, Jesús, ten
piedad de mí!» (v. 47)— se ha convertido en una oración muy conocida en la
tradición oriental, que también nosotros podemos utilizar: «Señor Jesucristo,
Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy pecador».
Bartimeo
es ciego, ¡pero paradójicamente ve mejor que los demás y reconoce quién es
Jesús! Ante su grito, Jesús se
detiene y lo llama (cf. v. 49), porque no hay ningún grito que Dios no
escuche, incluso cuando no somos conscientes de dirigirnos a Él (cf. Éx 2,23).
Parece extraño que, ante un ciego, Jesús no se acerque inmediatamente a él;
pero, si lo pensamos bien, es la forma de reactivar la vida de Bartimeo: lo
empuja a levantarse, confía en su posibilidad de caminar. Ese hombre puede
ponerse de pie, puede resucitar de sus situaciones de muerte. Pero para
hacer esto debe realizar un gesto muy significativo: ¡debe arrojar su manto!
(cf. v. 50)
Para
un mendigo, el manto lo es todo: es la seguridad, es la casa, es la defensa que
lo protege. Incluso la ley
tutelaba el manto del mendigo y obligaba a devolverlo por la tarde, si había
sido tomado en prenda (cf. Ex 22,25). Sin embargo, muchas
veces lo que nos bloquea son precisamente nuestras aparentes seguridades,
lo que nos hemos puesto para defendernos y que, en cambio, nos impide caminar.
Para ir a Jesús y dejarse curar, Bartimeo debe exponerse a Él en toda su
vulnerabilidad. Este es el paso fundamental para todo camino de curación.
Incluso
la pregunta que Jesús le hace parece extraña: «¿Qué quieres que haga por ti?».
Pero, en realidad, no es obvio que queramos curarnos de nuestras enfermedades;
a veces preferimos quedarnos quietos para no asumir responsabilidades. La
respuesta de Bartimeo es profunda: utiliza el verbo anablepein,
que puede significar «ver de nuevo», pero que también podríamos traducir como «levantar
la mirada». Bartimeo, de hecho, no solo quiere volver a ver, ¡también
quiere recuperar su dignidad! Para mirar hacia arriba, hay que levantar la
cabeza. A veces las personas se bloquean porque la vida las ha humillado y solo
desean recuperar su propio valor.
Lo
que salva a Bartimeo, y a cada uno de nosotros, es la fe. Jesús nos cura para
que podamos ser libres. Él no
invita a Bartimeo a seguirlo, sino le dice que se vaya, que se ponga en camino
(cf. v. 52). Marcos, sin embargo, concluye el relato refiriendo que Bartimeo se
puso a seguir a Jesús: ¡ha elegido libremente seguir a Aquel que es el Camino!
Queridos
hermanos y hermanas, llevemos con confianza ante Jesús nuestras
enfermedades, y también las de nuestros seres queridos, llevemos el dolor de
quienes se sienten perdidos y sin salida. Clamemos también por ellos, y
estemos seguros de que el Señor nos escuchará y se detendrá.
[1] Es la interpretación que da también Agustín
en El consenso de los evangelistas, 2, 65, 125: PL 34,
1138.
León XIV. Audiencia jubilar. 14 de junio de 2025.
Queridos hermanos y hermanas:
En esta
catequesis reanudamos las audiencias extraordinarias que el Papa Francisco
comenzó en enero con motivo del Jubileo, en las que se resaltaba un aspecto de
la virtud teologal de la esperanza. Continuando en esa línea, quisiera que hoy,
como los apóstoles que vieron en Jesús la tierra unida al cielo, nosotros
tomemos en serio lo que a diario rezamos en el padrenuestro: “Así en la tierra
como en el cielo”. Y de este modo, seamos conscientes de que esperar es conectar.
Deseo
proponerles la figura de un gran teólogo cristiano: san Ireneo de Lyon.
Él, movido por la esperanza, unió el Oriente con el Occidente, llevando a este
último la fe que aprendió y cultivo en el primero. Pero eso no es todo; en
una época dividida por discrepancias doctrinales, conflictos internos entre la
comunidad cristiana y persecuciones externas, lejos de desanimarse, profundizó
su fe en Jesús, hasta el punto de comprender que, en el Señor, en su propia
carne, se une lo que aparentemente es irreconciliable. De san Ireneo podemos
aprender que la carne de Jesús debe ser acogida y contemplada en todo hermano y
recordarnos que, sólo en Cristo se realiza la comunión.
* * *
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los
grupos provenientes de España y de América Latina. Los animo a contemplar la
humanidad de Jesús como posibilidad de comunión entre nosotros, y entre las
demás criaturas para que, permaneciendo en Cristo, acrecentemos nuestra
esperanza. Muchas gracias.
Francisco. Regina Coeli. 2 de
junio de 2013.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El jueves
pasado hemos celebrado la fiesta del Corpus Christi, que en
Italia y en otros países se traslada a este domingo. Es la fiesta de la
Eucaristía, Sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo.
El
Evangelio nos propone el relato del milagro de los panes (Lc 9,
11-17); quisiera detenerme en un aspecto que siempre me conmueve y me hace
reflexionar. Estamos a orillas del lago de Galilea, y se acerca la noche; Jesús
se preocupa por la gente que está con Él desde hace horas: son miles, y tienen
hambre. ¿Qué hacer? También los discípulos se plantean el problema, y dicen a
Jesús: «Despide a la gente» para que vayan a los poblados cercanos a buscar de
comer. Jesús, en cambio, dice: «Dadles vosotros de comer» (v. 13). Los
discípulos quedan desconcertados, y responden: «No tenemos más que cinco panes
y dos peces», como si dijeran: apenas lo necesario para nosotros.
Jesús
sabe bien qué hacer, pero quiere involucrar a sus discípulos, quiere educarles.
La actitud de los discípulos es la actitud humana, que busca la solución más
realista sin crear demasiados problemas: Despide a la gente —dicen—, que
cada uno se las arregle como pueda; por lo demás, ya has hecho demasiado por
ellos: has predicado, has curado a los enfermos... ¡Despide a la gente!
La
actitud de Jesús es totalmente distinta, y es consecuencia de su unión con el Padre y de la compasión por la
gente, esa piedad de Jesús hacia todos nosotros: Jesús percibe nuestros
problemas, nuestras debilidades, nuestras necesidades. Ante esos cinco
panes, Jesús piensa: ¡he aquí la providencia! De este poco, Dios puede sacar lo
necesario para todos. Jesús se fía totalmente del Padre celestial, sabe que
para Él todo es posible. Por ello dice a los discípulos que hagan sentar a
la gente en grupos de cincuenta —esto no es casual, porque significa que
ya no son una multitud, sino que se convierten en comunidad, nutrida por el
pan de Dios. Luego toma los panes y los peces, eleva los ojos al cielo,
pronuncia la bendición —es clara la referencia a la Eucaristía—, los parte y
comienza a darlos a los discípulos, y los discípulos los distribuyen... los
panes y los peces no se acaban, ¡no se acaban! He aquí el milagro: más que
una multiplicación es un compartir, animado por la fe y la oración.
Comieron todos y sobró: es el signo de Jesús, pan de Dios para la humanidad.
Los
discípulos vieron, pero no captaron bien el mensaje. Se dejaron llevar, como la
gente, por el entusiasmo del éxito. Una vez más siguieron la lógica humana y no
la de Dios, que es la del servicio, del amor, de la fe. La fiesta de Corpus
Christi nos pide convertirnos a la fe en la Providencia, saber
compartir lo poco que somos y tenemos y no cerrarnos nunca en nosotros mismos.
Pidamos a nuestra Madre María que nos ayude en esta conversión para seguir
verdaderamente más a Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía. Que así sea.
Francisco. Regina Coeli. 29 de
mayo de 2016.
Al
término de esta
celebración deseo dirigir un especial saludo a vosotros, queridos
diáconos, llegados de Italia y de distintos países. Gracias por vuestra
presencia hoy, pero sobre todo por vuestra presencia en la Iglesia.
Saludo a
todos los peregrinos, en particular, a la Asociación europea de los Schützen
históricos; a los participantes en el «Camino del perdón» promovido por el
Movimiento Celestiano; y a la Asociación nacional para la tutela de las
energías renovables, comprometida en una obra de educación en el cuidado de la
creación. Recuerdo además la actual Jornada nacional del alivio, finalizada a
ayudar a las personas a vivir bien la fase final de la existencia terrena; como
también la tradicional peregrinación que se realiza hoy en Polonia al santuario
mariano de Piekary: la Madre de la Misericordia sostenga a las familias y a los
jóvenes en camino hacia la Jornada mundial de Cracovia.
El
miércoles próximo, 1º de junio, con ocasión de la Jornada internacional del
niño, las comunidades cristianas de Siria, tanto católicas como ortodoxas,
vivirán juntas una especial oración por la paz, que tendrá como protagonistas
precisamente a los niños. Los niños sirios invitan a los niños de todo el mundo
a unirse a sus oraciones por la paz.
Invoquemos
por estas intenciones, la intercesión de la Virgen María, a la vez que le
confiamos la vida y el ministerio de todos los diáconos del mundo.
Francisco. Regina Coeli. 23 de junio
de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, en Italia y en otras naciones, celebramos la solemnidad del Cuerpo y
la Sangre de Cristo, el Corpus Christi. El Evangelio nos presenta el episodio
del milagro de los panes (cf. Lc 9,11-17) que tiene lugar a
orillas del lago de Galilea. Jesús está hablando a miles de personas y curando.
Al atardecer los discípulos se acercan al Señor y le dicen: «Despide a la gente
para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y
comida» (v. 12). También los discípulos estaban cansados. En efecto, estaban en
un lugar aislado y la gente para comprar comida tenían que caminar e ir a las
aldeas. Pero Jesús lo ve y contesta: «Dadles vosotros de comer» (v. 13). Estas
palabras causan asombro entre los discípulos. No entendían, quizás se enfadaron
y le responden: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que
vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente» (ibíd.).
En cambio Jesús invita a sus discípulos a hacer una verdadera conversión
desde la lógica del “cada uno para sí mismo” a la del compartir, comenzando por
lo poco que la Providencia pone a nuestra disposición. Y de inmediato
muestra que tiene muy claro lo que quiere hacer. Les dice: «Haced que se
acomoden por grupos de unos cincuenta», luego toma en sus manos los cinco panes
y los dos peces, se dirige al Padre Celestial y pronuncia la oración de
bendición. Después, comienza a partir los panes, a dividir los peces, y a
dárselos a los discípulos, que los distribuyen a la multitud. Y esa comida no
termina, hasta que todos se saciaron.
Este milagro ―muy
importante, tanto es así que lo cuentan todos los evangelistas― manifiesta
el poder del Mesías y, al mismo tiempo, su compasión: Jesús se
compadece de la gente. Ese gesto prodigioso no sólo permanece como uno de los
grandes signos de la vida pública de Jesús, sino que anticipa lo que
será después, al final, el memorial de su sacrificio, es decir, la
Eucaristía, sacramento de su Cuerpo, y de su Sangre entregados para la
salvación del mundo.
La Eucaristía es la síntesis de toda la existencia de Jesús, que fue un
solo acto de amor al Padre y a los hermanos. Allí también, como en el milagro de la multiplicación
de los panes, Jesús tomó el pan en sus manos, elevó al Padre la oración de
bendición, partió el pan y se lo dio a sus discípulos; y lo mismo hizo con el
cáliz del vino. Pero en aquel momento, en la víspera de su Pasión, quiso dejar
en ese gesto el Testamento de la nueva y eterna Alianza, memorial perpetuo de
su Pascua de muerte y resurrección. La fiesta del Corpus Christi nos invita
cada año a renovar nuestro asombro y la alegría ante este maravilloso don del
Señor, que es la Eucaristía. Recibámoslo con gratitud, no de manera pasiva,
rutinaria. No tenemos que habituarnos a la Eucaristía e ir a comulgar como
por costumbre, ¡no! tenemos que renovar verdaderamente nuestro “amén” al
Cuerpo de Cristo, cuando el sacerdote nos dice, el “Cuerpo de Cristo”,
nosotros decimos “amén”: pero que sea un amén que venga del corazón,
convencido. Es Jesús el que nos ha salvado, es Jesús el que viene a darme
la fuerza de vivir. Es Jesús, Jesús vivo. Pero no tenemos que
acostumbrarnos: cada vez como si fuera la Primera Comunión.
Una expresión de la fe eucarística del pueblo santo de Dios, son las
procesiones con el Santísimo Sacramento, que en esta solemnidad se desarrollan
en todos los lugares de la Iglesia Católica. Yo también, esta
tarde, en el barrio romano de Casal Bertone celebraré la misa, a la que
seguirá la procesión. Invito a todos a participar, incluso espiritualmente, por
radio y televisión ¡Qué la Virgen nos ayude a seguir con fe y amor a Jesús, a
quien adoramos en la Eucaristía!
Francisco. Regina Coeli. 19 de
junio de 2022.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz domingo!
En Italia y en otros países hoy se celebra la solemnidad del Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo. La Eucaristía, instituida en la Última Cena, fue
como el punto de llegada de un recorrido, a lo largo del cual Jesús la había
prefigurado a través de algunos signos, sobre todo la multiplicación de los
panes, narrada en el Evangelio de la Liturgia de hoy (cfr. Lc 9,11b-17).
Jesús cuida de la gran multitud que lo ha seguido para escuchar su palabra y
ser liberada de varios males. Bendice cinco panes y dos peces, los parte, los
discípulos distribuyen, y «comieron todos hasta saciarse» (Lc 9,17),
dice el Evangelio. En la Eucaristía cada uno puede experimentar esta amorosa
y concreta atención del Señor. Quien recibe con fe el Cuerpo y la Sangre de
Cristo no solo come, sino que queda saciado. Comer y quedar
saciados: se trata de dos necesidades fundamentales, que se satisfacen en
la Eucaristía.
Comer.
«Comieron todos», escribe san Lucas. Al atardecer los discípulos aconsejan a
Jesús que despida a la multitud, para que pueda ir a buscar comida. Pero el
Maestro quiere proveer también a esto: quiere dar también de comer a quien le
ha escuchado. Pero el milagro de los panes y de los peces no sucede de forma
espectacular, sino casi de forma reservada, como en las bodas de Caná: el pan
aumenta pasando de mano en mano. Y mientras come, la multitud se da cuenta de
que Jesús se encarga de todo. Este es el Señor presente en la Eucaristía: nos
llama a ser ciudadanos del Cielo, pero mientras tanto tiene en cuenta el camino
que debemos afrontar aquí en la tierra. Si tengo poco pan en la bolsa, Él lo
sabe y se preocupa.
A veces se corre el riesgo de confinar la Eucaristía a una dimensión vaga,
lejana, quizá luminosa y perfumada de incienso, pero lejos de las situaciones
difíciles de la vida cotidiana. En realidad, el Señor se toma en serio todas nuestras necesidades,
empezando por las más elementales. Y quiere dar ejemplo a los discípulos
diciendo: «Dadles vosotros de comer» (v. 13), a esa gente que le había
escuchado durante la jornada. Nuestra adoración eucarística encuentra su
verificación cuando cuidamos del prójimo, como hace Jesús: en torno a
nosotros hay hambre de comida, pero también de compañía, hay hambre de
consuelo, de amistad, de buen humor, hay hambre de atención, hay hambre de ser
evangelizados. Esto encontramos en el Pan eucarístico: la atención de
Cristo a nuestras necesidades, y la invitación a hacer lo mismo hacia quien
está a nuestro lado. Es necesario comer y dar de comer.
Pero, además del comer, no debe faltar el quedar
saciados. ¡La multitud se sació por la abundancia de comida, y
también por la alegría y el estupor de haberlo recibido de Jesús! Ciertamente
necesitamos alimentarnos, pero también quedar saciados, saber que el alimento
nos es dado por amor. En el Cuerpo y en la Sangre de Cristo
encontramos su presencia, su vida donada por cada uno de nosotros.
No nos da solo la ayuda para ir adelante, sino que se da a sí mismo: se hace
nuestro compañero de viaje, entra en nuestras historias, visita nuestras
soledades, dando de nuevo sentido y entusiasmo. Esto nos sacia,
cuando el Señor da sentido a nuestra vida, a nuestras oscuridades, a nuestras
dudas, pero Él ve el sentido y este sentido que nos da el Señor nos sacia, esto
nos da ese “algo más” que todos buscamos: ¡es decir la presencia del
Señor! Porque al calor de su presencia nuestra vida cambia: sin Él sería
realmente gris. Adorando el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pidámosle con el
corazón: “¡Señor, dame el pan cotidiano para ir adelante, Señor sáciame con tu
presencia!”.
Que la Virgen María nos enseñe a adorar a Jesús vivo en la Eucaristía y a
compartirlo con nuestros hermanos y hermanas.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 10 de
junio de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
La actual solemnidad del Corpus Christi, que en el Vaticano y en
varias naciones ya se celebró el jueves pasado, nos invita a contemplar el
misterio supremo de nuestra fe: la santísima Eucaristía, presencia real
de nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento del altar. Cada vez que el sacerdote
renueva el sacrificio eucarístico, en la oración de consagración repite:
"Esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre". Lo dice prestando la voz,
las manos y el corazón a Cristo, que ha querido quedarse con nosotros y ser el
corazón latente de la Iglesia.
Pero también después de la celebración de los divinos misterios el Señor
Jesús sigue vivo en el sagrario; por eso lo alabamos especialmente con la adoración
eucarística, como recordé en la reciente exhortación apostólica
postsinodal Sacramentum
caritatis (cf. nn. 66-69). Más aún, existe un vínculo intrínseco
entre la celebración y la adoración. En efecto, la santa misa es en sí
misma el mayor acto de adoración de la Iglesia: "Nadie come de
esta carne —escribe san Agustín—, sin antes adorarla" (Enarr. in Ps. 98,
9: CCL XXXIX, 1385). La adoración fuera de la santa misa
prolonga e intensifica lo que ha acontecido en la celebración litúrgica, y hace
posible una acogida verdadera y profunda de Cristo.
Hoy, además, en las comunidades cristianas de todas las partes del mundo se
tiene la procesión eucarística, singular forma de adoración pública de la
Eucaristía, enriquecida con hermosas y tradicionales manifestaciones de
devoción popular. Quisiera aprovechar la oportunidad que me ofrece esta
solemnidad para recomendar vivamente a los pastores y a todos los fieles la
práctica de la adoración eucarística. Expreso mi aprecio a los institutos
de vida consagrada, así como a las asociaciones y cofradías que se dedican de
modo especial a la adoración eucarística: invitan a todos a poner a
Cristo en el centro de nuestra vida personal y eclesial.
Asimismo, me alegra constatar que muchos jóvenes están descubriendo la
belleza de la adoración, tanto personal como comunitaria. Invito a los
sacerdotes a estimular a los grupos juveniles, y también a seguirlos, para que
las formas de adoración comunitaria sean siempre apropiadas y dignas, con
tiempos adecuados de silencio y de escucha de la palabra de Dios. En la
vida actual, a menudo ruidosa y dispersiva, es más importante que nunca
recuperar la capacidad de silencio interior y de recogimiento: la
adoración eucarística permite hacerlo no sólo en torno al "yo", sino
también en compañía del "Tú" lleno de amor que es Jesucristo,
"el Dios cercano a nosotros".
Que la Virgen María, Mujer eucarística, nos introduzca en el secreto de la
verdadera adoración. Su corazón, humilde y sencillo, estaba siempre centrado en
el misterio de Jesús, en el que adoraba la presencia de Dios y de su Amor
redentor. Que por su intercesión aumente en toda la Iglesia la fe en el
Misterio eucarístico, la alegría de participar en la santa misa, especialmente
en la del domingo, y el deseo de testimoniar la inmensa caridad de Cristo.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 6 de
junio de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
Es tradición de la Iglesia rezar a mediodía a la Bienaventurada Virgen
María, recordando con gozo su pronta aceptación de la invitación del Señor para
ser la madre de Dios. Fue una invitación que la turbó y que apenas si pudo
comprender. Fue el signo de que Dios había elegido a su humilde sierva, para
cooperar con Él en su tarea de salvación. Cómo nos alegramos por su generosa
respuesta. A través de su “sí”, la esperanza de los siglos se ve cumplida, y
Aquél a quien Israel esperaba desde antiguo entra en el mundo, entra en nuestra
historia. Acerca de Él, el ángel había anunciado que su Reino no tendría fin
(cf. Lc 1,33).
Alrededor de treinta años más tarde, debió de ser duro mantener viva esta
esperanza cuando María lloraba al pie de la cruz. Parecía que las fuerzas de
las tinieblas acabarían por imponerse. Y con todo, en su interior, ella
recordaba las palabras del ángel. Incluso en medio de la desolación del
Sábado Santo, la certeza de la esperanza la sostiene hasta la alegría de la
mañana de Pascua. Y así nosotros, sus hijos, vivimos con la misma esperanza
confiada de que la Palabra hecha carne en el seno de María nunca nos
abandonará. Él, el Hijo de Dios y el Hijo de María, fortalece la comunión que
nos une, para que podamos ser así testigos de Él y del poder de su amor que
sana y reconcilia.
Me gustaría ahora decir algunas palabras en polaco en la feliz
circunstancia de la beatificación hoy de Jerzy Popiełuszko, sacerdote y mártir.
Envío un cordial saludo a la Iglesia en Polonia, que hoy se alegra con la
elevación a los altares del Padre Jerzy Popieluszko. Su celoso servicio y su
martirio son un signo especial del triunfo del bien sobre el mal. Que su
ejemplo e intercesión incremente la entrega de los sacerdotes y avive la
caridad en los fieles.
Imploremos ahora la intercesión de María, nuestra Madre, por cada uno de
nosotros, por el pueblo de Chipre, y por la Iglesia de Medio Oriente, con
Cristo, su Hijo, el Príncipe de la Paz.
SANTOS PEDRO Y PABLO.
Monición
de entrada.-
Hoy
es la fiesta de los santos Pedro y Pablo.
Pedro
fue un pescador de Galilea a quien Jesús eligió para ser apóstol y cuidar de
toda la Iglesia.
Y
Pablo fue primero una persona que no quería a los amigos de Jesús, pero después
de encontrarse con Él se hizo muy amigo suyo.
Nuestra
familia de fe, esperanza y amor se apoya en las enseñanzas de los dos.
Señor, ten piedad.-
Tú, que
perdonaste a Pedro. Señor, ten piedad.
Tú, que
hiciste a Pablo amigo tuyo. Cristo, ten
piedad.
Tú, que has
elegido al Papa Francisco sucesor de san Pedro. Señor, ten piedad.
Peticiones.
Jesús, te pido por el Papa León, para que le ayudes
mucho. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te
pido la Iglesia para que sea querida. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te
pido por los cristianos que tienen que esconderse, para que les ayudes a seguir
siendo cristianos. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido
por nosotros para que seamos obedientes a las enseñanzas del Papa y los
obispos. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.-
María,
queremos darte las gracias por el Papa Francisco, que con sus palabras y su
ejemplo nos ayuda a ser buenos cristianos y hace que los cristianos estemos
unidos a Jesús.