domingo, 22 de junio de 2025

Nº 264. Corpus Christi. 22 de junio de 2025.


 Primera lectura.

Lectura del libro del Génesis 14, 18-20.

En aquellos días, Melquisec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y le bendijo diciendo:

-Bendito sea, Abrahán por el Dios altísimo, creador del cielo y de la tierra, bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos. Y Abrán le dio el diezmo de todo.

 

Textos paralelos.

Melquisedec, rey de Salem.

Sal 110, 4: Él señor lo ha jurado y no se arrepiente: “Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec”.

Hb 5, 5: Del mismo modo el Mesías no se atribuyó el honor de ser sumo sacerdote, sino que lo recibió del que le dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy y en otro pasaje: tú eres sacerdote perpetuo en la línea de Melquisedec.

 

Notas exegéticas.

14 18 Siguiendo el Sal 76, 3, toda la tradición judía y muchos Padres han identificado a Salem con Jerusalén. Su Rey-sacerdote Melquisedec (nombre cananeo, ver Adoni Séded, rey de Jerusalén, Jos 19, 1) adora al Dios Altísimo, ‘El-‘Elyón, nombre compuesto cuyos dos elementos corresponden a sendas divinidades del panteón fenicio. ‘El-‘Elyon se emplea en la Biblia (especialmente Sal) como título divino. Aquí y 22, ‘El-Elyon se identifica con el Dios verdadero de Abrahán. Este Melquisec, que en el relato hace una breve y misteriosa aparición, como rey de Jerusalén, donde Yahvé escogerá morada, y como sacerdote del Altísimo aun con anterioridad a la institución levítica, es presentado en Sal 110 4 como figura de David, que es a su vez figura del Mesías, rey sacerdote. La aplicación al sacerdocio de Cristo se desarrolla en Hb 7. La tradición patrística ha aprovechado y enriquecido esta exégesis alegórica, viendo en el pan y el vino ofrecidos por Abrahán, una figura de la Eucaristía, y hasta un verdadero sacrificio, figura del sacrificio eucarístico, interpretación aceptada en el Canon de la Misa. Incluso habían admitido algunos Padres que Melquisedec era una aparición del Hijo de Dios en persona. Aquí los vv. 18-20 son una edición posterior y son posteriores al resto del capítulo. En ellos Melquisedec es imagen del sumo sacerdote postexílico, heredero de las prerrogativas reales y cabeza del sacerdocio, a quien los descendientes de Abrahán pagan el diezmo.

14 19 La bendición es una palabra eficaz e irrevocable, que aun pronunciada por un hombre, transmite el efecto que en ella se expresa, puesto que dios es quien bendice. Pero también el hombre bendice a su vez, a Dios, alaba su grandeza y su bondad y desea al mismo tiempo verlas afianzarse y dilatarse. Aquí se juntan las dos bendiciones. El culto israelita comprendía las dos clases de bendiciones.

 

Salmo responsorial

Salmo 110 (190) 1-4 (R:.4bc).

 

Tú eres sacerdote eterno,

según el rito de Melquisec. R/.

Oráculo del Señor a mi Señor:

“Siéntate a mi derecha,

y haré de tus enemigos

estrado de tus pies”. R/.

 

Desde Sión extenderá el Señor

el poder tu cetro:

somete en la batalla a tus enemigos. R/.

 

“Eres príncipe desde el día de tu nacimiento

entre esplendores sagrados;

yo ismo te engendré desde el seno,

antes de la aurora. R/.

 

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:

“Tú eres sacerdote eterno,

según el rito de Melquisec”. R/.

 

Textos paralelos.

 Oráculo de Yahvé a mi Señor.

Mt 22, 43-44: Él les dice: “Entonces, ¿cómo David, inspirado, lo llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos estrado de tus pies”.

Hch 2, 34-35: Pues David no subió al cielo, sino que dice: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, hasta que haga de tus enemigos estrado de tus pies.

Hb 1, 13: ¿A cuál de los ángeles dijo jamás: Siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos estrado de tus pies?

Hb 10, 12-13: Este, en cambio, después de ofrecer un único sacrificio, se sentó para siempre a la diestra de Dios y se queda esperando a que pongan a sus enemigos como estrado de sus pies.

1 P 3, 22: Que subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios, y se le han sometido ángeles, potestades y dominaciones.

Lo ha jurado Yahvé.

Gn 14, 18-19: Melquisec, rey de Salén, sacerdote de Dios altísimo le sacó pan y vino y le bendijo diciendo: Bendito sea Abrán por el Dios Altísimo, creador del cielo y tierra.

Hb 5, 5-6: Del mismo modo el Mesías no se atribuyó el honor de ser sumo sacerdote, sino que lo recibió del que le dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy y en otro pasaje: tú eres sacerdote perpetuo en la línea de Melquisec.

 

Notas exegéticas.

110 Las prerrogativas del Mesías: realeza universal y sacerdocio perpetuo no se desprenden de ninguna investidura terrena, como tampoco las del misterioso Melquisedec. Cristo cumple literalmente este oráculo. La segunda parte del salmo debe de ser muy posterior a la primera: retoma el vocabulario de Jc 7 y del Sal 83 utilizando la imagen de Gedeón.

110 3 (a) Leemos, conforme a griego, ‘immeka ridibot. Hebreo dice ‘ammeka ndabot (“tu pueblo es voluntario”).

110 3 (b) Hebreo dice hdr (“esplendor”), pero algunos manuscritos hebreos, simaco y Jerónimo (“sobre montañas sagradas) leyeron hrr.

110 3 (c) Versículo corregido según griego. Hebreo “Tu pueblo es generosidad en el día de tu fuerza (vocalización defectuosa), en esplendor sagrado del (o: desde el) seno de la aurora (sentido dudoso), a ti el rocío de tu juventud”. Griego: “Contigo el principado… desde el seno  antes de la aurora te he engendrado” (ver Sal 2, 7). “Esplendor sagrado, según 83 manuscritos, Jerónimo y simaco. Esta lectura se refería a Sión, designada en plural mayestático.

 

Segunda lectura.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26.

Hermanos:

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía”. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

 

Textos paralelos.

 

Mc 14, 22-25

Mt 26, 26-29

Lc 22, 15-20

1 Cor 11,23-25

Mientras cenaban, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Tomad, esto es mi cuerpo.

 

 

 

 

Y tomando la copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Les dijo:

 

-Esta es la sangre mía de la alianza, que se derrama por todos. Os aseguro que no volveré a beber del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios.

 

Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Tomad, comed, esto es mi cuerpo.

 

 

 

 

Tomando la copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:

 

-Bebed todos de ella, porque esta es mi sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados. Os digo que en adelante no beberé de este producto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros en el reino de mi Padre.

Y les dijo:

 

 

 

 

 

 

 

-Cuánto he deseado comer con vosotros esta víctima pascual antes de mi pasión. Os digo que no volveré a comerla hasta que alcance su cumplimiento en el reino de Dios. Y tomando la copa, dio gracias y dijo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Tomad esto y repartidlo entre vosotros. Os digo que en adelante no beberé del fruto de la vid hasta que no llegue el reinado de Dios.

 

 

 

 

 

 

Tomando un pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:

-Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros.

 

Igualmente tomó la copa después de cenar y dijo:

-Esta es la copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.

 

Pues yo recibí del Señor lo que os transmití: que el Señor la noche que era entregado, tomó pan, dando gracias lo partió y dijo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.

 

Lo mismo, después de cenar, tomó la copa y dijo:

 

esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. Haced esto cada vez que la bebéis en memoria mía.

 

La noche en que iba a ser entregado.

1 S 3, 10: Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y lo llamó como antes: “¡Samuel, Samuel”. Samuel respondió: “Habla, que tu siervo escucha”.

Se entrega por vosotros.

1 Co 10, 16-17: La copa de bendición que bendecimos ¿no es comunión con la sangre de Cristo? El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Uno es el pan y uno es el cuerpo que formamos muchos; pues todos compartimos el único pan.

Ex 12, 14: Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis fiesta al Señor. Ley perpetua para todas las generaciones.

Dt 16, 3: No acompañarás la comida con pan fermentado. Durante siete días comerás panes ázimos (pan de aflicción), porque saliste de Egipto apresuradamente; así recordarás toda tu vida tu salida de Egipto.

Hb 8, 7: Pues si la primera hubiera sido irreprochable, no habría lugar para la segunda.

Nueva Alianza.

Jr 31, 31: Mirad que llegan días – oráculo del Señor – en que haré una alianza nueva con Israel y con Judá.

Ex 24, 8: Moisés tomó el resto de la sangre y roció con ella el pueblo, diciendo: “Esta es la sangre del pacto que el Señor hace con vosotros a tenor de estas cláusulas”.

 

Notas exegéticas.

11 23 No por revelación directa, sino por transmisión que se remonta al Señor.

11 24 Var. : “partido por vosotros”, “dado para vosotros”.

11 25 El texto de Pablo es afín al de Lc 22, 19-20.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 11b-17.

En aquel tiempo: Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación. El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron:

-Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.

Él les contestó:

-Dadles vosotros de comer.

Ellos replicaron:

-No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente.

Porque eran unos cinco mil hombres. Entonces dijo a los discípulos:

-Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno.

Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos. Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.

 

Textos paralelos.

 

Mc 6, 32-44

Mt 14, 13-21

Lc 9, 10-17

Jn 6, 1-15

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Así que se fueron solos en barca a un paraje despoblado.

 

 

Pero muchos los vieron marcharse y cayeron en la cuenta. De todos los poblados fueron corriendo a pie hasta allá y se les adelantaron.

 

Al desembarcar, vio una gran multitud y sintió lástima, porque eran como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles muchas cosas.

 

Como se hacía tarde, los discípulos fueron a decirle:

 

-El lugar es despoblado y la hora es avanzada; despídelos para que vayan a los campos y las aldeas del contorno a comprar qué comer.

 

Él les respondió:

-Dadles vosotros de comer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Replicaron:

-¿Tenemos que ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?

 

 

Les contestó:

-¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.

 

Lo averiguaron y le dijeron:

 

 

 

-Cinco y dos peces.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ordenó que los hicieran recostarse en grupos sobre la hierba verde.

Se sentaron en filas de cien y de cincuenta.

 

 

Tomó los cinco panes y los dos peces, alzó la vista al cielo, bendijo y partió los panes y se los fue dando a los discípulos para que los sirvieran, y repartió los peces entre todos.

 

Comieron y quedaron satisfechos.

 

 

 

 

 

Recogieron las sobras de los panes y los peces y llenaron doce cestos.

 

 

Los que comieron eran cinco mil hombres.

Al enterarse [de la muerte del Bautista (14, 1-12)],

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jesús se marchó de allí en barca, él solo, a un paraje despoblado.

 

 

 

 

 

 

Pero la multitud se enteró y lo siguió a pie desde los poblados.

 

 

 

 

 

Jesús desembarcó y, al ver la gran multitud, sintió lástima y curó a los enfermos.

 

 

 

Al atardecer los discípulos fueron a decirle:

 

-El lugar es despoblado y la hora es avanzada; despide a la gente par que vayan a las aldeas a comprar de comer.

 

 

 

Jesús les respondió:

-No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Respondieron:

 

 

 

 

-Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.

 

 

 

 

 

 

 

Y les dijo:

-Traédmelos.

 

Después mandó a la multitud sentarse en la hierba,

 

 

 

 

 

 

tomó los cinco panes y los dos peces, alzó la vista al cielo, dio gracias, partió el pan y se lo dio a sus discípulos; ellos se lo dieron a la gente.

 

 

 

 

Comieron todos, quedaron satisfechos,

 

 

 

 

 

recogieron las sobras y llenaron doce cestos.

 

 

 

Los que comieron eran cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

 

Enseguida mandó a los discípulos embarcarse y para por delante a la otra orilla mientras él despedía a la multitud.

 

 

 

 

Los apóstoles volvieron y le contaron cuanto habían hecho.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Él los tomó aparte y se retiró por la cuesta a una ciudad llamada Betsaida.

 

Pero la gente se enteró y lo siguió.

 

 

 

 

 

 

 

Él los acogió y les hablaba del reinado de Dios y curaba a los que lo necesitaban.

 

 

 

 Como caía la tarde, los doce se acercaron a decirle:

 

-Despide a la gente para que vayan a las aldeas y los campos del contorno y busquen hospedaje y comida, pues aquí estamos en despoblado.

 

Les contestó:

-Dadles vosotros de comer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Replicaron:

 

 

 

 

-No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar comida para toda esa gente.

(Los varones eran unos cinco mil).

 

 

 

 

Él dio a los discípulos:

-Hacedlos recostarse en grupos de cincuenta.

Así lo hicieron y se recostaron todos.

 

 

Entonces tomó los cinco panes y los dos peces, alzó la vista al cielo, los bendijo, los partió y se los fue dando a los discípulos para que se lo sirvieran a la gente.

 

 

Comieron todos y quedaron satisfechos,

 

 

 

 

 

 y recogieron los trozos sobrantes en doce cestos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al tiempo después pasó Jesús a la otra orilla del lago de Galilea (el Tiberíades).

 

Lo seguía una gran multitud, pues veían las señales que hacía con los enfermos.

 

 

 

 

 

 

Jesús se retiró al monte y allí se sentó con sus discípulos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Alzando la vista y viendo la multitud que acudía a él, Jesús dice a Felipe:

-¿Dónde compraremos pan para que coman esos?

(Lo decía para ponerlo a prueba, pues bien sabía él lo que iba a hacer).

 

Felipe le contestó:

-Doscientos denarios de pan no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo.

 

 

 

 

 

 

Uno de los discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dice:

 

-Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?

 

 

 

 

 

 

 

Jesús dijo:

-Haced que la gente se siente.

(Había hierba abundante en el lugar). Se sentaron. Los varones eran cinco mil.

 

Entonces Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados: todo lo que querían.

 

 

 

Cuando quedaron satisfechos, dice Jesús a sus discípulos:

-Recoged las sobras para que no se desaproveche nada.

 

Las recogieron y, con los trozos de los cinco panes de cebada que habían sobrado a los comensales llenaron doce cestas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando la gente vio la señal que había hecho, dijeron:

-Este es le profeta que había de venir al mundo.

Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén

9 10 Lc solo relata una multiplicación de panes, como Juan, mientras que Mt y Mc refieren dos. Es posible que haya omitido, o desconocido, toda la sección de Mc 6, 45-8, 26, en la que se encuentra la segunda multiplicación. Pero también es posible, y quizá más, que evite así un duplicado de Mc y Mt, donde los dos relatos de multiplicación de panes ciertamente parecen dos tradiciones paralelas de un mismo caso: una, procedente del medio palestinense (ribera occidental del lago, ver Mt 14, 13; doce cestos como las doce tribus de Israel); la otra procedente de un medio cristiano nacido del paganismo (ribera oriental, ver Mc 7, 31; siete espuertas como las siete naciones paganas de Canaán antes de la conquista).

9 11 Jesús enseña, como en Mc 6, 34, y cura, como en Mt 14, 14 y 15,30.

9 12 Este interés por alojar a la muchedumbre no aparece ni en Mt ni en Mc. No responde a las costumbres palestinas y debió de ser introducido aquí por Lc, que piensa como un griego.

9 16 Al modo de los judíos, Jesús empieza la comida con una bendición. Sus gestos son narrados en los mismos términos que en la comida eucarística. Sin embargo, Lc habla aquí de bendecir los panes y en 22, 19 de dar gracias.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

14 ACOMODADLOS POR GRUPOS: lit. recostad a ellos (haced que se recuesten para comer) divanes (e.d. en grupos de comensales).

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

9, 10-17 La multiplicación de los panes y los peces recuerda la prodigiosa alimentación de los israelitas con el maná en el desierto, y prefigura la institución de la eucaristía en la Última Cena. ambos acontecimientos, a su vez, prefiguran la vida eterna del banquete celestial que tendrá lugar en la vida futura. El mensaje más claro es que solo el pan que Cristo nos da ofrece vida verdadera. Esto se refleja en las palabras de la oración del Señor: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt 6, 11). Cat. 335, 2837.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

2837 “De cada día”. La palabra griega epiousion solo se emplea en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una representación pedagógica de “hoy”  para confirmarnos en una confianza sin reserva. Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia. Tomada al pie de la leta (epiousion “lo más esencial”, designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, remedio de inmoralidad sin el cual no tenemos la vida en nosotros. Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: ese día es del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia se celebre cada día.

1373 “Cristo Jesús que murió, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros” (Rm 8, 34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (C. Vaticano II, Lumen gentium, 48): en su Palabra, en la oración de la Iglesia, “allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre” (Mt 18, 20), en los pobres, los presos (cf. Mt 25, 31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, “sobre todo bajo las especies eucarísticas” (C. Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 7).

1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos” (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae, 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (C. Trento, Sesión 13ª. Decreto sobre la Santísima Eucaristía, canon 1). “Esta presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace presente total e íntegramente” (Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium fidei).

1374 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo declara que:

“No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas” (De proditione Iudae homilia, 1, 6).

Y san Ambrosio dice respecto a esta conversión:

“Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada”. (De mysteriis, 9, 50). “La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela” (Ib., 9, 52).

1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente este cambio transubstanciación” (Concilio de Trento, Ses. 13ª. Decreto de la Santísima Eucaristía c. 4).

1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarística. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de las partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo” (Ib., c. 3).

1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. “La Iglesia católica ha dado y continúa dando este culto de adoración que debe al sacramento de la Eucaristía, no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo” (Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium fideii).

1379 El sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado aguardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la Iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santísimo sacramento.

1380 Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado “hasta el fin” (Jn 13, 1), hasta el donde su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor.

“La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración” (S. Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 3).

1381 La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino solo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios”. Por ello, comentando el texto de san Lucas 22, 19: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”, san Cirilo declara: “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Salvador, porque Él, que es la verdad, no miente” (S. Pablo VI, Mysterium fidei; Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 3; S. Cirilo de Alejandría, Comentarius in Lucam, 22).

 

Concilio Vaticano II

Jesús instituyó esta nueva alianza, es decir, el Nuevo Testamento (cf. 1 Cor 1, 25), convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu, y fueran el nuevo Pueblo de Dios. En efecto, los que creen en Cristo, al nacer de nuevo por la palabra de Dios vivo, no de una semilla mortal, sino inmoral, no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo, constituyen “un linaje elegido, un sacerdocio, real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios; y los que antes no eran ni siquiera pueblo, ahora en cambio, son pueblo de Dios” (1 Pe 2, 9-10).

Lumen gentium, 9.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Observa de nuevo que en el desierto provee abundantemente a los que están necesitados de alimento, y lo hace bajar como del cielo. Al multiplicar esa pequeña cantidad, y al alimentar a la gran multitud como de la nada, no se diferencia del primer milagro.

S. Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas 9. III, pg. 220.

Los cinco panes significan los cinco libros de Moisés. Con razón no son panes de trigo, sino de cebada, ya que son libros del Antiguo Testamento.

S. Agustín. Tratado sobre el Ev. de Juan, 24. III, pg. 221.

Este pan que parte Jesús es místicamente la palabra de Dios y un sermón de Cristo que aumenta mientras se distribuye.

S. Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 6. III, pg. 221.

Tú eres nuestra comida y nuestro pan. Tú la dulzura eterna; quien come tu manjar, jamás tendrá ya hambre, pues no alimenta nuestra carne humana, sino que das vida para siempre.

Prudencio, Himno de todas las horas, 58-63. III, pg. 222.

Nadie puede decir: Me encuentro en extrema necesidad; es poco lo que tengo para dar a tantos como los que me encuentro. ¡Recibe al huésped, amigo mío! ¡Vence la pereza estéril” En la mayoría de las ocasiones el salvador multiplica las pequeñas expectativas. Aunque prestes en pequeña porción, recibirás mucho más.

S. Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 9. III, pg. 223.

 

San Agustín.

La Eucaristía, en consecuencia, es nuestro pan de cada día, pero recibámoslo de manera que no solo alimentamos el vientre, sino también la mente. La fuerza que en él se simboliza es la unidad, para agregarnos a su cuerpo, hechos miembros suyos, seamos lo que recibimos. Entonces será efectivamente nuestro pan de cada día. Lo que yo os expongo es pan de cada día. Pan de cada día es escuchar diariamente las lecturas en la Iglesia; pan de cada día es también el oír y cantar himnos. Cosas todas que son necesarias en nuestra peregrinación.

Sermón 57. I, pg. 677.

 

S. Juan de Ávila

Pasó el Señor y subióse al monte, y subióse allí con sus discípulos, y, como el Señor vido tanta gente, dice el evangelista que comenzó a curar todos los enfermos que le pedían (cf. Lc 9, 12), y juntamente comenzó a curar las ánimas y a predicar con tanta dulcedumbre; y con tanta gana lo oían, que estaba la gente colgada de su boca escuchándole, sin acordarse de comer ni de beber, sino absorbidos y transportados en oír la dulcedumbre de la doctrina que les predicaba; y dice el evangelista que se llegó a él uno de sus discípulos y le dijo: Señor, mira que es muy tarde para esa gente, para que vaya a buscar de comer. ¿Habéis visto lo que pasa, que, si alguno se queja que es el sermón largo, por la mayor parte ha de ser de nosotros los clérigos o los frailes? Y como el Señor oyó esto, dijo: No es menester que se vayan por las aldeas. Quien está con el Pan y vida no tiene necesidad de ir a otra parte a buscar de comer. Y llamó a San Filipe y díjole: ¿De donde compraremos pan para que coma toda esta gente? Y respondió: no bastarán doscientos denarios para que coma cada uno un bocado.  - ¿Y a vos, San Andrés, qué os parece? Llegóse a él San Andrés y díjole: Señor, aquí hay un mochacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero, ¿qué es para tanta gente?

[…] Estas son las obras del Señor. Donde no hay pan, dar pan, y donde hay poco, hacerlo mucho. Dice San Agustín: No os espantéis, que de un granillo que se echa en este campo hace muchos.

Sermón del domingo 4 después de Cuaresma. III, pg. 166.

 

San Oscar Romero.

La eucaristía nos garantiza a nosotros la presencia de un cristiano que sigue salvando a la humanidad; pero el aspecto de desagravio de Cristo está en esas palabras: El cuerpo que se entrega por nosotros, la sangre que se derrama para perdón de los pecados. En el símbolo de la hostia, pisoteada en Aguilares, miremos el rostro de Cristo en la cruz. Aquel hermoso poema del Cristo Roto nos describe la hora tremenda en que por el rostro de Cristo crucificado iban pasando los pecados de todos los hombres: los blasfemos, los adúlteros, los ladrones, los que pisotean la dignidad de los hombres, todos los pecadores; y en esta hora de la patria, cuántos son los que odian, los que calumnian, y nosotros mismos que pecamos, tal vez, tantas veces. Todos somos pecadores. Miremos que mi rostros y el rostro de cada uno de nosotros y el rostro de nuestros perseguidores y el rostro de los que nos persiguen y calumnian están pasando como por una cinta cinematográfica, en el rostro divino de Cristo, que muere, que agoniza y que nos dice: "Allí les espera mi sangre, mi cuerpo, que se entrega para perdón de todos esos pecados". Y nosotros recogemos en esa hostia consagrada todo el dolor de ese Cristo, todo el amor para los pecadores, todos sus sentimientos, que son muy distintos de los que lo ofenden. "Padre, perdónalos, no saben lo que hacen"; y el Padre miraba en la angustia agonizante de su hijo, la depravación de todos los pecadores, los que pisoteaban sus hostias, los que comulgan sacrílegamente, todos los que ofendemos al Señor. Todos sintámonos pecadores en esta tarde, para decirle al Señor, invocando su fuerza reparadora de la eucaristía: Señor, ahora vamos a venerarte, en una hermosa procesión al terminar la misa

Homilía, 12 de junio de 1977.

 

León XIV. Regina Coeli. 15 de junio de 2025.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:

Acabamos de concluir la celebración eucarística por el Jubileo del Deporte, y ahora con alegría dirijo mi saludo a todos ustedes, deportistas de diversas las edades y procedencias. Les exhorto a vivir la actividad deportiva, incluso a nivel competitivo, siempre con espíritu de gratuidad, con espíritu “lúdico” en el sentido noble de este término, porque en el juego y en la sana diversión el ser humano se asemeja a su Creador.

Quiero subrayar que el deporte es un camino para construir la paz, porque es una escuela de respeto y lealtad, que hace crecer la cultura del encuentro y la fraternidad. Hermanas y hermanos, los animo a practicar este estilo de manera consciente, oponiéndose a toda forma de violencia y opresión.

¡El mundo actual lo necesita tanto! De hecho, hay muchos conflictos armados. En Myanmar, a pesar del cese del fuego, continúan los combates, con daños incluso a las infraestructuras civiles. Invito a todas las partes a emprender el camino del diálogo inclusivo, el único que puede conducir a una solución pacífica y estable.

En la noche del 13 al 14 de junio, en la ciudad de Yelwata, en el área administrativa local de Gouma, en el estado de Benue, Nigeria, se produjo una terrible masacre en la que unas doscientas personas fueron asesinadas con extrema crueldad, la mayoría de ellas desplazados internos acogidos por la misión católica local. Rezo para que la seguridad, la justicia y la paz prevalezcan en Nigeria, un país querido y tan afectado por diversas formas de violencia. Y rezo especialmente por las comunidades cristianas rurales del estado de Benue, que son víctimas incesantes de la violencia.

Pienso también en la República de Sudán, devastada por la violencia desde hace ya más de dos años. Me ha llegado la triste noticia de la muerte del sacerdote Luke Jumu, párroco de El Fasher, víctima de un bombardeo. Mientras aseguro mis oraciones por él y por todas las víctimas, renuevo el llamamiento a los combatientes para que se detengan, protejan a los civiles y emprendan un diálogo por la paz. Exhorto a la comunidad internacional a intensificar sus esfuerzos para proporcionar al menos la asistencia esencial a la población, gravemente afectada por la crisis humanitaria.

Seguimos rezando por la paz en Oriente Medio, en Ucrania y en todo el mundo.

Esta tarde, en la Basílica de San Pablo Extramuros, será beatificado Floribert Bwana Chui, joven mártir congoleño. Fue asesinado a los veintiséis años porque, como cristiano, se oponía a la injusticia y defendía a los pequeños y a los pobres. ¡Que su testimonio dé valor y esperanza a los jóvenes de la República Democrática del Congo y de toda África!

¡Feliz domingo a todos! Y a ustedes, jóvenes, les digo: ¡los espero dentro de un mes para el Jubileo de los jóvenes! Que la Virgen María, Reina de la Paz, interceda por nosotros.

 

León XIV. Audiencia General. 11 de junio de 2025. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las curaciones. 9. Bartimeo. «¡Animo, levántate! El te llama!» (Mc 10,49) 

Queridos hermanos y hermanas:

con esta catequesis quisiera dirigir nuestras miradas a otro aspecto esencial de la vida de Jesús, esto es, a sus curaciones. Por eso, los invito a presentar ante el Corazón de Cristo las partes más doloridas o frágiles de ustedes, aquellos lugares de su vida en los que se sienten paralizados y bloqueados. ¡Pidamos al Señor con confianza que escuche nuestro grito y nos cure!

El personaje que nos acompaña en esta reflexión nos ayuda a comprender que nunca hay que abandonar la esperanza, incluso cuando nos sentimos perdidos. Se trata de Bartimeo, un hombre ciego y mendigo, que Jesús encontró en Jericó (cf. Mc 10,40-52). El lugar es significativo: Jesús se dirige a Jerusalén, pero comienza su viaje, por así decirlo, desde los «infiernos» de Jericó, ciudad que se encuentra por bajo del nivel del mar. De hecho, Jesús, con su muerte, fue a recuperar a ese Adán que cayó y que nos representa a cada uno de nosotros.

Bartimeo significa «hijo de Timeo»: describe a ese hombre a través de una relación; sin embargo, él está dramáticamente solo. Pero este nombre también podría significar «hijo del honor» o «de la admiración», exactamente lo contrario de la situación en la que se encuentra [1]. Y dado que el nombre es tan importante en la cultura judía, significa que Bartimeo no consigue vivir lo que está llamado a ser.

Además, a diferencia del gran movimiento de personas que camina detrás de Jesús, Bartimeo permanece inmóvil. El evangelista dice que está sentado al borde del camino, por lo que necesita que alguien lo levante y lo ayude a seguir caminando.

¿Qué podemos hacer cuando nos encontramos en una situación que parece sin salida? Bartimeo nos enseña a apelar a los recursos que llevamos dentro y que forman parte de nosotros. Él es un mendigo, sabe pedir, es más, ¡puede gritar! Si realmente deseas algo, haz todo lo posible por conseguirlo, incluso cuando los demás te reprenden, te humillan y te dicen que lo dejes. Si realmente lo deseas, ¡sigue gritando!

El grito de Bartimeo, relatado en el Evangelio de Marcos —«¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!» (v. 47)— se ha convertido en una oración muy conocida en la tradición oriental, que también nosotros podemos utilizar: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy pecador».

Bartimeo es ciego, ¡pero paradójicamente ve mejor que los demás y reconoce quién es Jesús! Ante su grito, Jesús se detiene y lo llama (cf. v. 49), porque no hay ningún grito que Dios no escuche, incluso cuando no somos conscientes de dirigirnos a Él (cf. Éx 2,23). Parece extraño que, ante un ciego, Jesús no se acerque inmediatamente a él; pero, si lo pensamos bien, es la forma de reactivar la vida de Bartimeo: lo empuja a levantarse, confía en su posibilidad de caminar. Ese hombre puede ponerse de pie, puede resucitar de sus situaciones de muerte. Pero para hacer esto debe realizar un gesto muy significativo: ¡debe arrojar su manto! (cf. v. 50)

Para un mendigo, el manto lo es todo: es la seguridad, es la casa, es la defensa que lo protege. Incluso la ley tutelaba el manto del mendigo y obligaba a devolverlo por la tarde, si había sido tomado en prenda (cf. Ex 22,25). Sin embargo, muchas veces lo que nos bloquea son precisamente nuestras aparentes seguridades, lo que nos hemos puesto para defendernos y que, en cambio, nos impide caminar. Para ir a Jesús y dejarse curar, Bartimeo debe exponerse a Él en toda su vulnerabilidad. Este es el paso fundamental para todo camino de curación.

Incluso la pregunta que Jesús le hace parece extraña: «¿Qué quieres que haga por ti?». Pero, en realidad, no es obvio que queramos curarnos de nuestras enfermedades; a veces preferimos quedarnos quietos para no asumir responsabilidades. La respuesta de Bartimeo es profunda: utiliza el verbo anablepein, que puede significar «ver de nuevo», pero que también podríamos traducir como «levantar la mirada». Bartimeo, de hecho, no solo quiere volver a ver, ¡también quiere recuperar su dignidad! Para mirar hacia arriba, hay que levantar la cabeza. A veces las personas se bloquean porque la vida las ha humillado y solo desean recuperar su propio valor.

Lo que salva a Bartimeo, y a cada uno de nosotros, es la fe. Jesús nos cura para que podamos ser libres. Él no invita a Bartimeo a seguirlo, sino le dice que se vaya, que se ponga en camino (cf. v. 52). Marcos, sin embargo, concluye el relato refiriendo que Bartimeo se puso a seguir a Jesús: ¡ha elegido libremente seguir a Aquel que es el Camino!

Queridos hermanos y hermanas, llevemos con confianza ante Jesús nuestras enfermedades, y también las de nuestros seres queridos, llevemos el dolor de quienes se sienten perdidos y sin salida. Clamemos también por ellos, y estemos seguros de que el Señor nos escuchará y se detendrá.

[1] Es la interpretación que da también Agustín en El consenso de los evangelistas, 2, 65, 125: PL 34, 1138.

 

León XIV. Audiencia jubilar. 14 de junio de 2025.

 Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis reanudamos las audiencias extraordinarias que el Papa Francisco comenzó en enero con motivo del Jubileo, en las que se resaltaba un aspecto de la virtud teologal de la esperanza. Continuando en esa línea, quisiera que hoy, como los apóstoles que vieron en Jesús la tierra unida al cielo, nosotros tomemos en serio lo que a diario rezamos en el padrenuestro: “Así en la tierra como en el cielo”. Y de este modo, seamos conscientes de que esperar es conectar.  

Deseo proponerles la figura de un gran teólogo cristiano: san Ireneo de Lyon. Él, movido por la esperanza, unió el Oriente con el Occidente, llevando a este último la fe que aprendió y cultivo en el primero. Pero eso no es todo; en una época dividida por discrepancias doctrinales, conflictos internos entre la comunidad cristiana y persecuciones externas, lejos de desanimarse, profundizó su fe en Jesús, hasta el punto de comprender que, en el Señor, en su propia carne, se une lo que aparentemente es irreconciliable. De san Ireneo podemos aprender que la carne de Jesús debe ser acogida y contemplada en todo hermano y recordarnos que, sólo en Cristo se realiza la comunión.

* * *

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y de América Latina. Los animo a contemplar la humanidad de Jesús como posibilidad de comunión entre nosotros, y entre las demás criaturas para que, permaneciendo en Cristo, acrecentemos nuestra esperanza. Muchas gracias.

 

Francisco. Regina Coeli. 2 de junio de 2013.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El jueves pasado hemos celebrado la fiesta del Corpus Christi, que en Italia y en otros países se traslada a este domingo. Es la fiesta de la Eucaristía, Sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo.

El Evangelio nos propone el relato del milagro de los panes (Lc 9, 11-17); quisiera detenerme en un aspecto que siempre me conmueve y me hace reflexionar. Estamos a orillas del lago de Galilea, y se acerca la noche; Jesús se preocupa por la gente que está con Él desde hace horas: son miles, y tienen hambre. ¿Qué hacer? También los discípulos se plantean el problema, y dicen a Jesús: «Despide a la gente» para que vayan a los poblados cercanos a buscar de comer. Jesús, en cambio, dice: «Dadles vosotros de comer» (v. 13). Los discípulos quedan desconcertados, y responden: «No tenemos más que cinco panes y dos peces», como si dijeran: apenas lo necesario para nosotros.

Jesús sabe bien qué hacer, pero quiere involucrar a sus discípulos, quiere educarles. La actitud de los discípulos es la actitud humana, que busca la solución más realista sin crear demasiados problemas: Despide a la gente —dicen—, que cada uno se las arregle como pueda; por lo demás, ya has hecho demasiado por ellos: has predicado, has curado a los enfermos... ¡Despide a la gente!

La actitud de Jesús es totalmente distinta, y es consecuencia de su unión con el Padre y de la compasión por la gente, esa piedad de Jesús hacia todos nosotros: Jesús percibe nuestros problemas, nuestras debilidades, nuestras necesidades. Ante esos cinco panes, Jesús piensa: ¡he aquí la providencia! De este poco, Dios puede sacar lo necesario para todos. Jesús se fía totalmente del Padre celestial, sabe que para Él todo es posible. Por ello dice a los discípulos que hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta —esto no es casual, porque significa que ya no son una multitud, sino que se convierten en comunidad, nutrida por el pan de Dios. Luego toma los panes y los peces, eleva los ojos al cielo, pronuncia la bendición —es clara la referencia a la Eucaristía—, los parte y comienza a darlos a los discípulos, y los discípulos los distribuyen... los panes y los peces no se acaban, ¡no se acaban! He aquí el milagro: más que una multiplicación es un compartir, animado por la fe y la oración. Comieron todos y sobró: es el signo de Jesús, pan de Dios para la humanidad.

Los discípulos vieron, pero no captaron bien el mensaje. Se dejaron llevar, como la gente, por el entusiasmo del éxito. Una vez más siguieron la lógica humana y no la de Dios, que es la del servicio, del amor, de la fe. La fiesta de Corpus Christi nos pide convertirnos a la fe en la Providencia, saber compartir lo poco que somos y tenemos y no cerrarnos nunca en nosotros mismos. Pidamos a nuestra Madre María que nos ayude en esta conversión para seguir verdaderamente más a Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía. Que así sea.

 

Francisco. Regina Coeli. 29 de mayo de 2016.

Al término de esta celebración deseo dirigir un especial saludo a vosotros, queridos diáconos, llegados de Italia y de distintos países. Gracias por vuestra presencia hoy, pero sobre todo por vuestra presencia en la Iglesia.

Saludo a todos los peregrinos, en particular, a la Asociación europea de los Schützen históricos; a los participantes en el «Camino del perdón» promovido por el Movimiento Celestiano; y a la Asociación nacional para la tutela de las energías renovables, comprometida en una obra de educación en el cuidado de la creación. Recuerdo además la actual Jornada nacional del alivio, finalizada a ayudar a las personas a vivir bien la fase final de la existencia terrena; como también la tradicional peregrinación que se realiza hoy en Polonia al santuario mariano de Piekary: la Madre de la Misericordia sostenga a las familias y a los jóvenes en camino hacia la Jornada mundial de Cracovia.

El miércoles próximo, 1º de junio, con ocasión de la Jornada internacional del niño, las comunidades cristianas de Siria, tanto católicas como ortodoxas, vivirán juntas una especial oración por la paz, que tendrá como protagonistas precisamente a los niños. Los niños sirios invitan a los niños de todo el mundo a unirse a sus oraciones por la paz.

Invoquemos por estas intenciones, la intercesión de la Virgen María, a la vez que le confiamos la vida y el ministerio de todos los diáconos del mundo.

 

Francisco. Regina Coeli. 23 de junio de 2019.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, en Italia y en otras naciones, celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Christi. El Evangelio nos presenta el episodio del milagro de los panes (cf. Lc 9,11-17) que tiene lugar a orillas del lago de Galilea. Jesús está hablando a miles de personas y curando. Al atardecer los discípulos se acercan al Señor y le dicen: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida» (v. 12). También los discípulos estaban cansados. En efecto, estaban en un lugar aislado y la gente para comprar comida tenían que caminar e ir a las aldeas. Pero Jesús lo ve y contesta: «Dadles vosotros de comer» (v. 13). Estas palabras causan asombro entre los discípulos. No entendían, quizás se enfadaron y le responden: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente» (ibíd.).

En cambio Jesús invita a sus discípulos a hacer una verdadera conversión desde la lógica del “cada uno para sí mismo” a la del compartir, comenzando por lo poco que la Providencia pone a nuestra disposición. Y de inmediato muestra que tiene muy claro lo que quiere hacer. Les dice: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta», luego toma en sus manos los cinco panes y los dos peces, se dirige al Padre Celestial y pronuncia la oración de bendición. Después, comienza a partir los panes, a dividir los peces, y a dárselos a los discípulos, que los distribuyen a la multitud. Y esa comida no termina, hasta que todos se saciaron.

Este milagro ―muy importante, tanto es así que lo cuentan todos los evangelistas― manifiesta el poder del Mesías y, al mismo tiempo, su compasión: Jesús se compadece de la gente. Ese gesto prodigioso no sólo permanece como uno de los grandes signos de la vida pública de Jesús, sino que anticipa lo que será después, al final, el memorial de su sacrificio, es decir, la Eucaristía, sacramento de su Cuerpo, y de su Sangre entregados para la salvación del mundo.

La Eucaristía es la síntesis de toda la existencia de Jesús, que fue un solo acto de amor al Padre y a los hermanos. Allí también, como en el milagro de la multiplicación de los panes, Jesús tomó el pan en sus manos, elevó al Padre la oración de bendición, partió el pan y se lo dio a sus discípulos; y lo mismo hizo con el cáliz del vino. Pero en aquel momento, en la víspera de su Pasión, quiso dejar en ese gesto el Testamento de la nueva y eterna Alianza, memorial perpetuo de su Pascua de muerte y resurrección. La fiesta del Corpus Christi nos invita cada año a renovar nuestro asombro y la alegría ante este maravilloso don del Señor, que es la Eucaristía. Recibámoslo con gratitud, no de manera pasiva, rutinaria. No tenemos que habituarnos a la Eucaristía e ir a comulgar como por costumbre, ¡no! tenemos que renovar verdaderamente nuestro “amén” al Cuerpo de Cristo, cuando el sacerdote nos dice, el “Cuerpo de Cristo”, nosotros decimos “amén”: pero que sea un amén que venga del corazón, convencido. Es Jesús el que nos ha salvado, es Jesús el que viene a darme la fuerza de vivir. Es Jesús, Jesús vivo. Pero no tenemos que acostumbrarnos: cada vez como si fuera la Primera Comunión.

Una expresión de la fe eucarística del pueblo santo de Dios, son las procesiones con el Santísimo Sacramento, que en esta solemnidad se desarrollan en todos los lugares de la Iglesia Católica. Yo también, esta tarde, en el barrio romano de Casal Bertone celebraré la misa, a la que seguirá la procesión. Invito a todos a participar, incluso espiritualmente, por radio y televisión ¡Qué la Virgen nos ayude a seguir con fe y amor a Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía!

 

Francisco. Regina Coeli. 19 de junio de 2022.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz domingo!

En Italia y en otros países hoy se celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. La Eucaristía, instituida en la Última Cena, fue como el punto de llegada de un recorrido, a lo largo del cual Jesús la había prefigurado a través de algunos signos, sobre todo la multiplicación de los panes, narrada en el Evangelio de la Liturgia de hoy (cfr. Lc 9,11b-17). Jesús cuida de la gran multitud que lo ha seguido para escuchar su palabra y ser liberada de varios males. Bendice cinco panes y dos peces, los parte, los discípulos distribuyen, y «comieron todos hasta saciarse» (Lc 9,17), dice el Evangelio. En la Eucaristía cada uno puede experimentar esta amorosa y concreta atención del Señor. Quien recibe con fe el Cuerpo y la Sangre de Cristo no solo come, sino que queda saciadoComer y quedar saciados: se trata de dos necesidades fundamentales, que se satisfacen en la Eucaristía.

Comer. «Comieron todos», escribe san Lucas. Al atardecer los discípulos aconsejan a Jesús que despida a la multitud, para que pueda ir a buscar comida. Pero el Maestro quiere proveer también a esto: quiere dar también de comer a quien le ha escuchado. Pero el milagro de los panes y de los peces no sucede de forma espectacular, sino casi de forma reservada, como en las bodas de Caná: el pan aumenta pasando de mano en mano. Y mientras come, la multitud se da cuenta de que Jesús se encarga de todo. Este es el Señor presente en la Eucaristía: nos llama a ser ciudadanos del Cielo, pero mientras tanto tiene en cuenta el camino que debemos afrontar aquí en la tierra. Si tengo poco pan en la bolsa, Él lo sabe y se preocupa.

A veces se corre el riesgo de confinar la Eucaristía a una dimensión vaga, lejana, quizá luminosa y perfumada de incienso, pero lejos de las situaciones difíciles de la vida cotidiana. En realidad, el Señor se toma en serio todas nuestras necesidades, empezando por las más elementales. Y quiere dar ejemplo a los discípulos diciendo: «Dadles vosotros de comer» (v. 13), a esa gente que le había escuchado durante la jornada. Nuestra adoración eucarística encuentra su verificación cuando cuidamos del prójimo, como hace Jesús: en torno a nosotros hay hambre de comida, pero también de compañía, hay hambre de consuelo, de amistad, de buen humor, hay hambre de atención, hay hambre de ser evangelizados. Esto encontramos en el Pan eucarístico: la atención de Cristo a nuestras necesidades, y la invitación a hacer lo mismo hacia quien está a nuestro lado. Es necesario comer y dar de comer.

Pero, además del comer, no debe faltar el quedar saciados. ¡La multitud se sació por la abundancia de comida, y también por la alegría y el estupor de haberlo recibido de Jesús! Ciertamente necesitamos alimentarnos, pero también quedar saciados, saber que el alimento nos es dado por amor. En el Cuerpo y en la Sangre de Cristo encontramos su presencia, su vida donada por cada uno de nosotros. No nos da solo la ayuda para ir adelante, sino que se da a sí mismo: se hace nuestro compañero de viaje, entra en nuestras historias, visita nuestras soledades, dando de nuevo sentido y entusiasmo. Esto nos sacia, cuando el Señor da sentido a nuestra vida, a nuestras oscuridades, a nuestras dudas, pero Él ve el sentido y este sentido que nos da el Señor nos sacia, esto nos da ese “algo más” que todos buscamos: ¡es decir la presencia del Señor! Porque al calor de su presencia nuestra vida cambia: sin Él sería realmente gris. Adorando el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pidámosle con el corazón: “¡Señor, dame el pan cotidiano para ir adelante, Señor sáciame con tu presencia!”.

Que la Virgen María nos enseñe a adorar a Jesús vivo en la Eucaristía y a compartirlo con nuestros hermanos y hermanas.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 10 de junio de 2007.  

Queridos hermanos y hermanas: 

La actual solemnidad del Corpus Christi, que en el Vaticano y en varias naciones ya se celebró el jueves pasado, nos invita a contemplar el misterio supremo de nuestra fe:  la santísima Eucaristía, presencia real de nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento del altar. Cada vez que el sacerdote renueva el sacrificio eucarístico, en la oración de consagración repite:  "Esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre". Lo dice prestando la voz, las manos y el corazón a Cristo, que ha querido quedarse con nosotros y ser el corazón latente de la Iglesia.

Pero también después de la celebración de los divinos misterios el Señor Jesús sigue vivo en el sagrario; por eso lo alabamos especialmente con la adoración eucarística, como recordé en la reciente exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (cf. nn. 66-69). Más aún, existe un vínculo intrínseco entre la celebración y la adoración. En efecto, la santa misa es en sí misma el mayor acto de adoración de la Iglesia:  "Nadie come de esta carne —escribe san Agustín—, sin antes adorarla" (Enarr. in Ps. 98, 9:  CCL XXXIX, 1385). La adoración fuera de la santa misa prolonga e intensifica lo que ha acontecido en la celebración litúrgica, y hace posible una acogida verdadera y profunda de Cristo.

Hoy, además, en las comunidades cristianas de todas las partes del mundo se tiene la procesión eucarística, singular forma de adoración pública de la Eucaristía, enriquecida con hermosas y tradicionales manifestaciones de devoción popular. Quisiera aprovechar la oportunidad que me ofrece esta solemnidad para recomendar vivamente a los pastores y a todos los fieles la práctica de la adoración eucarística. Expreso mi aprecio a los institutos de vida consagrada, así como a las asociaciones y cofradías que se dedican de modo especial a la adoración eucarística:  invitan a todos a poner a Cristo en el centro de nuestra vida personal y eclesial.

Asimismo, me alegra constatar que muchos jóvenes están descubriendo la belleza de la adoración, tanto personal como comunitaria. Invito a los sacerdotes a estimular a los grupos juveniles, y también a seguirlos, para que las formas de adoración comunitaria sean siempre apropiadas y dignas, con tiempos adecuados de silencio y de escucha de la palabra de Dios. En la vida actual, a menudo ruidosa y dispersiva, es más importante que nunca recuperar la capacidad de silencio interior y de recogimiento:  la adoración eucarística permite hacerlo no sólo en torno al "yo", sino también en compañía del "Tú" lleno de amor que es Jesucristo, "el Dios cercano a nosotros".

Que la Virgen María, Mujer eucarística, nos introduzca en el secreto de la verdadera adoración. Su corazón, humilde y sencillo, estaba siempre centrado en el misterio de Jesús, en el que adoraba la presencia de Dios y de su Amor redentor. Que por su intercesión aumente en toda la Iglesia la fe en el Misterio eucarístico, la alegría de participar en la santa misa, especialmente en la del domingo, y el deseo de testimoniar la inmensa caridad de Cristo.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 6 de junio de 2010.

Queridos hermanos y hermanas:

Es tradición de la Iglesia rezar a mediodía a la Bienaventurada Virgen María, recordando con gozo su pronta aceptación de la invitación del Señor para ser la madre de Dios. Fue una invitación que la turbó y que apenas si pudo comprender. Fue el signo de que Dios había elegido a su humilde sierva, para cooperar con Él en su tarea de salvación. Cómo nos alegramos por su generosa respuesta. A través de su “sí”, la esperanza de los siglos se ve cumplida, y Aquél a quien Israel esperaba desde antiguo entra en el mundo, entra en nuestra historia. Acerca de Él, el ángel había anunciado que su Reino no tendría fin (cf. Lc 1,33).

Alrededor de treinta años más tarde, debió de ser duro mantener viva esta esperanza cuando María lloraba al pie de la cruz. Parecía que las fuerzas de las tinieblas acabarían por imponerse. Y con todo, en su interior, ella recordaba las palabras del ángel. Incluso en medio de la desolación del Sábado Santo, la certeza de la esperanza la sostiene hasta la alegría de la mañana de Pascua. Y así nosotros, sus hijos, vivimos con la misma esperanza confiada de que la Palabra hecha carne en el seno de María nunca nos abandonará. Él, el Hijo de Dios y el Hijo de María, fortalece la comunión que nos une, para que podamos ser así testigos de Él y del poder de su amor que sana y reconcilia.

Me gustaría ahora decir algunas palabras en polaco en la feliz circunstancia de la beatificación hoy de Jerzy Popiełuszko, sacerdote y mártir.

Envío un cordial saludo a la Iglesia en Polonia, que hoy se alegra con la elevación a los altares del Padre Jerzy Popieluszko. Su celoso servicio y su martirio son un signo especial del triunfo del bien sobre el mal. Que su ejemplo e intercesión incremente la entrega de los sacerdotes y avive la caridad en los fieles.  

Imploremos ahora la intercesión de María, nuestra Madre, por cada uno de nosotros, por el pueblo de Chipre, y por la Iglesia de Medio Oriente, con Cristo, su Hijo, el Príncipe de la Paz.

 

SANTOS PEDRO Y PABLO. 

 

Monición de entrada.-

Hoy es la fiesta de los santos Pedro y Pablo.

Pedro fue un pescador de Galilea a quien Jesús eligió para ser apóstol y cuidar de toda la Iglesia.

Y Pablo fue primero una persona que no quería a los amigos de Jesús, pero después de encontrarse con Él se hizo muy amigo suyo.

Nuestra familia de fe, esperanza y amor se apoya en las enseñanzas de los dos.

 

 Señor, ten piedad.-

Tú, que perdonaste a Pedro. Señor, ten piedad.

Tú, que hiciste a Pablo amigo tuyo.  Cristo, ten piedad.

Tú, que has elegido al Papa Francisco sucesor de san Pedro. Señor, ten piedad.

 

 Peticiones.

Jesús,  te pido por el Papa León, para que le ayudes mucho. Te lo pedimos, Señor.

Jesús, te pido la Iglesia para que sea querida. Te lo pedimos, Señor.

Jesús, te pido por los cristianos que tienen que esconderse, para que les ayudes a seguir siendo cristianos. Te lo pedimos, Señor.

Jesús, te pido por nosotros para que seamos obedientes a las enseñanzas del Papa y los obispos. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias.-

María, queremos darte las gracias por el Papa Francisco, que con sus palabras y su ejemplo nos ayuda a ser buenos cristianos y hace que los cristianos estemos unidos a Jesús.