Primera lectura.
Lectura del libro de Deuteronomio 30,
10-14.
Moisés habló al pueblo, diciendo:
-Escucha la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y
mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y vuelve al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Porque este precepto que yo te
mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable. No está en el cielo, para
poder decir: “¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo
proclamará, para que lo cumplamos?” Ni está más allá del mar, para poder decir:
“¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para
que lo cumplamos? El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu
boca, para que lo cumplas.
Textos
paralelos.
¿Quién subirá por nosotros al cielo?
Rm 10, 6-8: En cambio, la justicia que procede
de la fe suena así: No digas por dentro: ¿quién subirá al cielo (a saber, para
hacer bajar al Mesías) o ¿quién bajará al Abismo? (a saber, para hacer subir al
Mesías). ¿Qué añade? La palabra está a tu alcance, en la boca y el corazón. Se
refiere a la palabra de la fe que proclamamos.
¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar?
Dt 6, 6: Las palabras que hoy te digo quedarán
en tu memoria.
Si 51, 26: Someted al cuello a su yugo y
aceptad de buena gana su carga; pues se acerca al que la busca, el que se
entrega la encuentra.
Mt 13, 23:
El sembrado en tierra fértil es el que escucha el discurso y lo
entiende. Ese da fruto: ciento o sesenta o treinta.
La palabra está bien cerca.
Lc 8, 21: Madre mía y hermanos míos son los
que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
Lc 11, 28: Dichosos, más bien, los que
escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
Jn 1, 14: La Palabra se hizo hombre y acampó
entre nosotros. Contemplamos su gloria como de Hijo único del Padre, lleno de
lealtad y fidelidad.
1 P 1, 22-23: Purificad vuestras conciencias
sometiéndoos a la verdad y amad a los hermanos sin fingimiento, de corazón;
amaos intensamente unos a otros, pues habéis sido regenerados, no de semilla
corruptible, sino por la palabra incorruptible y permanente del Dios vivo.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
30 11 Tema frecuente en la libera
tura sapiencial, Jb 28, Qo 7, 24; Si 1, 6; Ba 3, 15 (en sentido inverso, Pr 8,
1s) es la inaccesibilidad de la sabiduría, fuente de felicidad. Pero Dios la
revela en la Ley, Si 24, 23-34; Sal119.
Salmo
responsorial
Sal 69 (68),
14.17.30-31.33-34.36.37 (R/: cf. 33)
R/. Humildes,
buscad al Señor,
y
revivirá vuestro corazón.
Mi
oración se dirige a ti,
Señor,
el día de tu favor;
que
me escuche tu gran bondad,
que
tu fidelidad me ayude.
Respóndeme,
Señor, con la bondad de tu gracia;
por
tu gran compasión, vuélvete hacia mí. R/.
Yo
soy un pobre malherido;
Dios
mío, tu salvación me levante.
Alabaré
el nombre de Dios con cantos,
proclamaré
su grandeza con acción de gracias. R/.
Miradlo,
los humildes y alegraos;
buscad
al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que
el Señor escucha a sus pobres,
no
desprecia a sus cautivos. R/.
Dios
salvará a Sión,
reconstruirá
las ciudades de Judá.
Le
estirpe de sus siervos la heredará,
los
que aman su nombre vivirán en ella. R/.
Textos
paralelos.
Pero yo te dirijo mi oración, Yahvé.
Is 49, 8: Así dice
el Señor: En tiempo de gracia te he respondido, en día propio te he auxiliado,
te he defendido y constituido alianza del pueblo; para restaurar el país, para
repartir heredades desoladas.
Sal 32, 6: Por eso
que todo fiel te suplique y la avenida de las aguas torrenciales no lo
alcanzará.
Sal 102, 14: Que
mis días se desvanecen como humo y mis huesos queman como brasas.
Celebraré
con cantos el nombre de Yahvé.
Sal 22, 26: Tú
inspiras mi alabanza en la gran asamblea: cumpliré mis votos delante de tus
fieles.
Le
agradará a Yahvé más que un toro.
Sal 50, 8: No te
reprocho tus sacrificios pues a diario tengo presentes tus holocaustos.
Sal 50, 14:
Sacrifica a Dios tu confesión; después cumple tus votos al Altísimo.
Sal 51, 18: Un
sacrificio no te satisface, si te ofrezco un holocausto, no lo aceptas.
Pues
Dios salvará a Sión.
Is 44, 26: Realiza
la palabra a sus siervos, cumple el proyecto de sus mensajeros; el que dice:
¡Jerusalén, serás habitada; ciudades de Judá, seréis reconstruidas; ruinas, os
salvaré.
Ez 36, 10:
Acrecentaré vuestra población y vuestro ganado (serán muchos y fecundos) y haré
que os habiten como antaño y os concederé más bienes que al principio, y
sabréis que yo soy el Señor.
Sal 102, 29: Los
hijos de tus siervos y su linaje habitarán establemente en tu presencia.
Sal 102, 22-23: Así
se anunciará en Sión la fama del Señor y su alabanza en Jerusalén, cuando se
reúnan unánimes los pueblos y los reinos para servir al Señor.
Sal 5, 12: Que se
alegren los que se acogen a ti con júbilo perpetuo, que se regocijen contigo
los que aman tu nombre.
Sal 65, 9: Los
habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante tus signos, y a las puertas
de la aurora y del ocaso las llenas de júbilo.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 15-20.
Cristo Jesús es imagen del Dios invisible, primogénito de toda
criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres,
visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo
fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el
primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él
quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar
todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la
sangre de su cruz.
Palabra de Dios.
Textos
paralelos.
Él es Imagen
de Dios invisible.
Sb 7, 26: Es reflejo de la luz eterna,
espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad.
Col 1, 18: Él es la cabeza del cuerpo, de la
Iglesia. Es el principio, primogénito de los muertos, para ser el primero de
todos.
Rm 8, 29: A los que escogió de antemano los
destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él el primogénito
de muchos hermanos.
Hb 1, 3: Él es reflejo de su gloria,
impronta de su ser, y sustenta todo con su palabra poderosa. Realizada la
purificación de los pecados, tomó asiento en el cielo a la diestra de la
Majestad.
Jn 1, 3: Todo existió por medio de ella, y
sin ella nada existió de cuanto existe.
En los cielos y en la tierra.
Ef 1, 10: Que se había de realizar en Cristo
al cumplirse el tiempo: Que el universo, lo celeste y lo terrestre, alcanzarán
su unidad en Cristo.
Tronos, dominaciones, principados.
Ef 1, 21: Por encima de cualquier autoridad
y potestad y poder y soberanía y de cualquier título que se pronuncie en este
mundo o en el venidero.
Todo fue creado por él y para él.
1 Co 8, 6: Para nosotros existe un solo
Dios, el Padre, que es el principio de todo y fin nuestro, y existe un solo
Señor, Jesucristo, por quien todo existe y también nosotros.
Él es también la cabeza del cuerpo de la Iglesia.
Ef 1, 22-23: Todo lo ha sometido bajo sus
pies, lo ha nombrado cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo y se llena
del que llena de todo a todos.
Ef 5, 23: Pues el marido es cabeza de la
mujer como Cristo es cabeza de la Iglesia, él que es el salvador del cuerpo.
Él es el Principio.
Pr 8, 22: El Señor em creó como primera de
sus tareas, antes de sus obras.
1 Co 15, 20: Ahora bien, Cristo ha
resucitado, primicia de los que han muerto.
Ap 1, 5: Y de parte de Jesucristo, el
testigo fidedigno, el primogénito de los muertos, el Señor de los reyes del
Mundo. Al que nos amó y nos libró con su sangre de nuestros pecados.
En él toda la plenitud.
Ap 3, 9: Mira lo que haré a la sinagoga de
Satanás, a los que se dicen judíos sin serlo, pues mienten: haré que salgan a
postrarse a tus pies, reconociendo que yo te amo.
Ef 1, 10: que se había de realizar en Cristo
al cumplirse el tiempo: Que el universo, lo celeste y lo terrestre, alcanzaran
su unidad en Cristo.
Ef 2, 14: Él es nuestra paz, el que de dos
hizo uno, derribando con su cuerpo el muro divisorio, la hostilidad.
Ef 2, 16: Por medio de la cruz, dando muerte
en su persona a la hostilidad, reconcilió a los dos con Dios, haciéndolos un
solo cuerpo.
Pacificando, mediante la sangre de su cruz.
Flp 2, 8: Se humilló, se hizo obediente
hasta la muerte, una muerte en cruz.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
1 15 (a) Pablo cita aquí un primitivo
himno cristiano, 3 16, compuesto de dos estrofas, vv. 15, 16ae y vv.18bc,
19-20a, que celebraba el papel de Cristo en la primera y en la nueva creación,
2 Co 5, 17. En los vv. 16bcd, 20b, desarrolla el significado de “todas las
cosas” por reacción contra la preeminencia que los colosenses daban a los
ángeles.
1 15 (b) “Imagen de Dios” como el ser
humano creado por Dios (Gn1, 26), pero también como la Sabiduría (Sb 7, 26).
Platón identifica esta imagen con el mundo, Filón con el Logos, Pablo con
Jesús.
1 15 (c) Este término implica en Israel
preeminencia y consagración (Ex 13, 11-16). Expresa también la función
privilegiada de la Sabiduría en la creación (Pr 8, 22).
1 16 Frente a las especulaciones
colosenses, la epístola desarrolla la afirmación apostólica de la victoria
pascual de Cristo sobre los poderes invisibles; con referencias a Sal 110, 2.
Las enumeraciones paulinas tienen como núcleo central los principados y
potestades; la lista de Ef 1, 21 se distingue de Col 1, 16 por la sustitución
de “poderes” (dynameis) por “tronos” (thronoi). Se pensaba que estos seres
celestes, poderes angélicos o astrales, tomaban parte en el gobierno del
universo físico y del mundo religioso precristiano, y especialmente eran
considerandos guardianes de la ley mosaica (Ga 3, 19) y de su régimen (Col 2,
15).
1 17 (a) La expresión denota, al mismo
tiempo, anterioridad y supremacía.
1 17 (b) idea tomada de los estoicos,
que consideraban el universo como un todo divino, armónico y coherente. Si 43,
26 y Sb 1, 17 la adaptaron al monoteísmo bíblico. El Hijo aparece como el
vínculo que une todas las cosas.
1 18 Sobre la Iglesia como cuerpo de
Cristo, ver 1 Co 12, 12, Cristo es su cabeza por su prioridad en el tiempo (v.
18: él es el primer resucitado) así como por su función de Principio en orden
de la salvación. Palabra de interpretación difícil en la que muchos ven
indicada la plenitud de la divinidad como en 2, 9. Pero aquí se puede pensar
más bien en la idea muy bíblica del universo “lleno” de la presencia creadora
de Dios, idea por otra parte muy difundida en el mundo grecorromano por el
panteísmo estoico. Para Pablo, la Encarnación, coronada por la Resurrección, ha
puesto a la naturaleza humana de Cristo a la cabeza no solo del género humano,
sino también de todo el universo creado, asociado en la salvación, como lo
había estado en el pecado.
1 20 (a) Por Cristo y para Cristo, en
paralelismo con el final del v. 16. Otra interpretación refiere el segundo “él”
al Padre y traduce: “para reconciliar consigo”.
1 20 (b) Esta reconciliación universal
engloba a todos los espíritus celestes, lo mismo que a todos los hombres. Pero
no significa la salvación individual de todos, sino la salvación colectiva del
mundo por su vuelta al orden y a la paz en la sumisión perfecta a Dios. Los
individuos que no entren por la gracia en este nuevo orden, entrarán por la
fuerza.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Lucas 10, 25-37.
En aquel tiempo, se levantó un
maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
-Maestro, ¿qué tengo que hacer
para heredar la vida eterna?
Él le dijo:
¿Qué está escrito en la ley?
¿Qué lees en ella?
Él respondió:
Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y
a tu prójimo como a ti mismo.
Él le dijo:
Has respondido correctamente.
Haz esto y tendrás la vida.
Pero el maestro de la ley,
queriendo justificarse, dijo a Jesús:
-¿Y quién es mi prójimo?
Respondió Jesús diciendo:
-Un hombre bajaba de Jerusalén
a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a
palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote
bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo
hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se
compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y,
montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día
siguiente, sacando dos denarios, se lo dio al posadero y le dijo: “Cuida de él,
y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te
parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
Él dijo:
-El que practicó la
misericordia con él.
Jesús le dijo:
-Anda y haz lo mismo.
Textos
paralelos.
Mc 12, 28-31 |
Mt 22, 34-40 |
Lc 10, 25-28 |
Un letrado que oyó la
discusión y apreció lo acertado de la respuesta, se acercó y le preguntó:
-¿Cuál es el mandamiento más
importante?
Respondió Jesús:
-El más importante es:
Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor tu Dios
con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas tus
fuerzas. El segundo es: Amarás al prójimo como a ti mismo.
No hay mandamiento mayor que
este.
El letrado le respondió: -Muy bien, maestro; es verdad
lo que dices: que es uno solo y no hay otro fuera de él. Que amarlo con todo
el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al
prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Viendo Jesús que había
respondido cuerdamente, le dijo: -No estas lejos del reino de
Dios. Y nadie se atrevió a
dirigirle más preguntas. |
Al enterarse los fariseos de
que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en un lugar; y uno de
ellos, le preguntó capciosamente:
-Maestro, ¿cuál es el
precepto más importante en la ley?
Le respondió:
-Amarás al Señor tu Dios de
todo corazón, con toda el alma, con toda tu mente. Este es el precepto más
importante; pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti
mismo.
Estos dos preceptos sustentan
la ley y los profetas. |
En esto un jurista se levantó
y, para ponerlo a prueba, le preguntó:
-Maestro, ¿qué debo hacer
para heredar la vida eterna?
Le contestó:
-¿Qué está escrito en la
Ley?, ¿qué es lo que lees?
Replicó:
Amarás al Señor tu Dios de
todo corazón, con todo el alma, con toda la mente, y al prójimo como a ti
mismo.
Le respondió: -Has respondido
correctamente: hazlo y vivirás. Él, queriendo justificarse,
preguntó a Jesús:
-¿Y quién es mi prójimo? |
¿Qué está escrito en la
ley?
Dt 6, 5: Amarás al Señor, tu
Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.
Con todas tus fuerzas y
con toda tu mente.
Lv 19, 18: No serás vengativo
ni guardarás rencor a tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Yo soy el Señor.
Lv 18, 5: Cumplid mis leyes y
mis mandatos, que dan vida al que los cumple. Yo soy el Señor.
Tuvo compasión.
2 Cr 28, 15: [Los israelitas
derrotan al ejército de Judá y, por ser hermanos suyos, tienen este gesto de
compasión]. Designaron expresamente a algunos para que se hiciesen cargo de los
cautivos. A los que estaban desnudos los vistieron con trajes y sandalias del
botín; luego les dieron de comer y beber, los ungieron, montaron en burros a
los que no podían caminar y los llevaron a Jericó, la ciudad de las palmeras,
con sus hermanos. A continuación se volvieron a Samaría.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
10 25 (a) En Mc 12, 34 Jesús reconoce que
el escriba no está lejos del Reino de Dios. Según Mt 22, 25, el legisla pone
una trampa a Jesús; también aquí, donde Jesús reconoce en él, sin embargo, un
interlocutor bien dispuesto.
10 26 En Lc Jesús adopta la técnica
de un maestro respondiendo con una pregunta y obligando así a su interlocutor a
tomar una postura propia.
10 27 (a) En esta cita de Dt 6, 5, el cuarto
término de la enumeración etá ausente del texto hebreo, pero se encuentra en
uno de sus manuscritos griegos.
16 27 (b) Cita de Lv 19, 18. Aquí es el
legista quien encuentra las respuestas, mientras que en Mt 22, 37 y Mc 12, 29
es Jesús quien la da. De hecho, es probable que los rabinos de entonces citasen
con frecuencia ambos textos, pero es dudoso que le diesen la misma importancia
al segundo que al primero. Lc quiere hacer ver aquí que el menaje de Jesús estaba
preparado en el AT.
10 29 (a) Por la pregunta que había
hecho.
10 29 (b) Para un judío de entonces la
pregunta tenía una respuesta clara: prójimo era todo miembro de su pueblo, con
exclusión del extranjero (Ex 20, 16; Lv 19, 11). Parece que fue Lc quien
formuló esta pregunta para hacer ver la ampliación que hizo Jesús de la noción
tradicional.
10 30 (a) Jesús responde con una
parábola, como en 7, 40-43. Pero no es una comparación, sino un ejemplo que
reproduce una actitud a imitar o evitar. Va a llevar al legisla a sobrepasar su
estrecha perspectiva.
10 30 (b) El camino, de unos 25
kilómetros de longitud, atravesaba el desierto de Judá, entonces infestado de
ladrones.
10 31 Encontramos aquí tres
personajes (sacerdote, levita y samaritano), algo habitual en las parábolas
(ver sobre todo Lc 14, 18-20; 19, 16-24; 10, 10-12).
10 33 Por una parte, los más
obligados se hallaban en Israel a observar la ley de la caridad, y por otra, el extranjero y hereje, Jn 8, 48,
de quien normalmente no se podía esperar más que odio.
10 34 Para curar las heridas, la
medicina de entonces solía utilizar el aceite para clamar el dolor (Is 1, 6) y
el vino para desinfectarlo.
10 37 (a). Lit. “El que ha hecho la bondad
con él” (expresión de los LXX). El propio legista da la respuesta que Jesús le
sugiere con la parábola: prójimo es cualquiera que se acerque a otro con amor,
sea un extranjero o un hereje. No hay que preguntarse como el legista: “¿Quién
es mi prójimo?”, sino “¿Cómo puedo yo ser prójimo de los demás?”. El viejo
particularismo de Israel, como el legismo de los doctores, estalla ante el
Evangelio.
10 37 (b) El verbo “hacer”, empleado dos
veces en este v., como en la pregunta inicial (v. 25) y en la primera respuesta
de Jesús (v. 28), señala el realismo que se impone a la caridad de los
discípulos.
Notas
exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica
25 QUÉ TENGO QUE HACER… (lit. que habiendo hecho vida eterna heredaré):
es la pregunta de 18, 18, pero este escriba no pregunta con buena intención,
sino PARA TENTAR a Jesús.
26 ¿CÓMO (=qué) LEES?: fórmula
rabínica (m’qr’t) para mandar a un discípulo que recite un texto de la
Escritura. El texto griego usa anaginôskó que, como los verbos griegos
más antiguos para “leer” (¡en voz alta!), lleva el prefijo ana-. Leer
correctamente la Ley era algo sagrado, casi era ya comprenderla y hacerla
comprender a los que oían la lectura. El Documento de Damasco 266 prohíbe leer
la Ley si no se hace de forma audible y dividiendo bien las palabras: “Todo
aquel que (habla debidamente o con sonido entrecortado, sin) dividir sus
palabras para hacer oír (su voz, no lea en el libro de la Torah), para que no
induzca a error en asunto de muerte”.
27 PRÓJIMO es lit, el (que
está) cerca de ti.
29 ¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?: ¿hasta
dónde llega mi obligación?; ¿dónde están los límites del amor al otro?
30 Empieza una parábola no exenta
de ironía, en la que Jesús se retrata a sí mismo como misericordia de Dios,
cercano a los hombres que la antigua Ley no había sabido curar; por él y en él
debemos amar “así” a nuestro prójimo. Para ir DE JERUSALÉN A JERICÓ hay que
bajar 1.100 metros de desnivel en una distancia de unos 27 kilómetros.
31-33 “Evitar dando un rodeo” es, en
Lc, un solo verbo griego con dos prefijos, algo así como pasar-de-largo-viendo-de-frente,
e.d., desde el lado opuesto del camino se ve el objeto del cual uno se desvía:
“lo soslayó”. // AQUEL SITIO: lit. el sitio. // Los tres vieron
al herido, pero qué diferentes las miradas. “El programa del cristiano, el
programa del buen samaritano – el programa de Jesús –, es un corazón que ve.
Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia” (Benedicto
XVI).
34 LE VENDÓ LAS HERIDAS: lit. vendó
las heridas de él.
36 SE PORTÓ COMO PRÓJIMO: lit. prójimo
se hizo y siguió siendo (tiempo perfecto griego). Jesús da un vuelvo
inesperado a la pregunta del experto en la Ley: no se trata de que el prójimo
sea aquel a quien se debe ayudar, o el que está cerca de nosotros, sino aquel a
quien nosotros nos acercamos para ayudarle; el interlocutor de Jesús
tiene que “hacerse prójimo” de los demás.
37 EL QUE EJERCITÓ…: giro
idiomático que parece tomado del AT a través de los LXX. Decir directamente “el
samaritano”, hubiera sido humillante para un judío. // HAZ TU LO MISMO, con
caridad realista y práctica.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé:
10, 25-37 Nuestro “prójimo” no es
simplemente el que comparte nuestra fe religiosa, cultura o patria. Los
seguidores de Cristo están obligados a manifestar su amor a Dios a través de la
misericordia y la compasión hacia todos los hombres. Cat. 2822, 1825, 2083.
10, 32 Tanto el sacerdote como el
levita eran estrictos en mantener las normas judías sobre todo la pureza y no
querían tocar a un hombre moribundo o sangrante. Esta parábola nos muestra que
la obligación de hacer el bien prevalece sobre la observancia rigurosa de las
leyes humanas. Cat. 1539, 1543.
10, 34 El aceite y el vino se
utilizaban como un remedio o pomada, para curar las heridas; el aceite también
se usaba como signo para ungir y consagrar a alguien para un fin particular o
misión, como un rey o un profeta. La Iglesia ha utilizado durante mucho tiempo
el aceite en sus ritos sacramentales como signo de la curación, como en el
momento de la unción de enfermos, o como signo de consagración como en el
bautismo, la confirmación y orden sacerdotal. Cat. 1293.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
2822 La voluntad de nuestro Padre es que todos los hombres se salven y lleguen
al conocimiento pleno de la verdad. Él usa de paciencia no queriendo que
algunos perezcan. Su mandamiento, que resume todos los demás y que nos dice
toda su voluntad, es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado.
1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos. El Señor
nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos, que nos hagamos prójimos
del más lejano, que amemos a los niños y a los pobres como a Él mismo.
2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
mente” (Mt 22, 37). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne:
“Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4). Dios nos
amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las diez
palabras. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que
el hombre está llamado a dar a su Dios.
Concilio Vaticano II
Los cristianos, que participan activamente en el actual progreso
económico-social y luchan por la justicia y la caridad, tienen que convencerse
de que ellos pueden contribuir mucho a la prosperidad de la humanidad y la paz
del mundo. En estas actividades deben dar preclaro ejemplo individual y
colectivamente. Adquiridas la competencia y la experiencia absolutamente
necesarias, mantengan el recto orden en las actividades temporales en fidelidad
a Cristo y a su Evangelio, de modo que toda su vida, tanto individual como
social, se impregne del espíritu de las bienaventuranzas, particularmente del
de pobreza.
Todo el que, obedeciendo a Cristo, busca ante todo el Reino de Dios,
obtiene por ello un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos sus hermanos
y para llevar a cabo la obra de justicia bajo la inspiración de la caridad.
Gaudium et spes, 72.
Los Santos Padres.
Toda la enseñanza del Señor se sostiene, como con dos alas, mediante los
dos preceptos: con el amor a Dios y con el amor hacia los hombres.
S. Efrén de Siria, Comentario al Diatessaron, 16. III, pg. 254.
Quien no conoce a Cristo, tampoco conoce la Ley. Porque, ¿cómo es posible
que conozca la Ley quien desconoce la verdad, cuando la Ley es precisamente la
que anuncia la verdad?
S. Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 7. III, pg. 254.
Hay quienes creen que su prójimo es su hermano o su vecino o su pariente
político o carnal. Pero en el Evangelio el Señor nos enseña una parábola en la
que se habla de aquel hombre que descendía desde Jerusalén a Jericó… Por tanto,
todo hombre es nuestro prójimo y no debemos obrar mal contra nadie. Mas si
consideramos como prójimos solo a nuestros hermanos y parientes, ¿nos es lícito
el hacer mal a los extraños? Lejos de nuestra mente dicha idea. Todos somos
prójimos mutuamente, pues todos tenemos un único y mismo Padre.
S. Jerónimo. Tratado sobre los Salmos, 14. III, pg. 255.
Jericó es figura de este mundo, a donde descendió Adán arrojado del
paraíso, es decir, de aquella Jerusalén celeste.
¿Quiénes son estos ladrones sino los ángeles de la noche y de las
tinieblas, que se transforman en ángeles de luz?
Estos, primero nos despojan del vestido de la gracia espiritual que
recibimos.
Ten cuidado para no ser despojado, como lo fue Adán, de la protección del
precepto celestial y privado del vestido de la fe, ya que a esto se debió que
él fuera herido mortalmente, herida mortal que se habría propagado a todo el
genero humano, si aquel buen samaritano, bajando del cielo, no hubiese curado
esas peligrosas llagas.
S. Ambrosio. Exposición sobre el Ev. de Lucas, 7, 73. III, pg.
256.
Jerusalén el paraíso, Jericó el mundo, los ladrones las fuerzas enemigas,
el sacerdote la Ley, el levita los profetas y el samaritano Cristo. Las heridas
son la desobediencia, la cabalgadura el cuerpo del Señor, el pandochium, es
decir el albergue abierto a todos los que desean entrar simboliza a la Iglesia,
los dos denarios representan al Padre y al Hijo; el posadero es el jefe de la
Iglesia encargado de la administración; respecto a la promesa hecha por el
samaritano que volvería , representa la segunda venida del salvador.
Orígenes. Homilías sobre el Ev. de Lucas, 34. III, pg. 256.
Medicamento es su palabra; esta, unas veces, venda las heridas; otras
sirve de aceite, y otras actúa como vino. Venda las heridas cuando expresa un
mandato de una dificultad más que regular; suaviza perdonando los pecados, y
actúa como el vino anunciando el juicio.
Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 7. 75. III, pg. 257.
San Agustín.
El samaritano no nos
abandonó al pasar; nos curó, nos subió al jumento, es decir, a su carne; nos
llevó a la posada, esto es, a la Iglesia, y nos encomendó al mesonero, que es
el Apóstol, y le entregó dos denarios para curarnos, a saber, el amor a Dios y
al prójimo, puesto que toda la ley y los profetas se encierran en dos
mandamientos. Y dijo al mesonero: Si gastas más, te lo daré al volver
(Lc 10, 35). Efectivamente, el Apóstol gastó más, en cuento que estando
permitido a los apóstoles, como soldados de Cristo, el ser alimentados de parte
de la hueste de Cristo, sin embargo, él trabajo con manos y condonó a las
huestes sus provisiones. Son cosas que han sucedido: por haber descendido hemos
sido heridos. Ascendamos, cantemos, y avancemos para llegar.
Comentario al salmo 125. II, pgs. 1049-1050.
San Juan de Ávila.
El samaritano no era de su linaje, antes era de otro rito: que hizo
misericordia con él. Entended que para ser prójimo, que ha de hacer bien. Todo
hombre que yo pueda aprovechar o recebir de él provecho en acto o en potencia,
aquel es mi prójimo. El que no es justo, no es de Dios, ni ama a su prójimo.
Habéis de mirar que quien ama no se contenta con amor solo, sino, junto con
amor, obras. También no entendáis que es uno obligado a amar particularmente a
cada prójimo. Basta amarlos en general, deseándoles bien a su alma y a su
cuerpo; y cuando fuere menester, socorrerlos en sus necesidades.
Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 297.
Aunque propriamente son hermanos solos los que están en gracia; que los
otros, no lo son tan propriamente ni tan legítimamente; los cuales parecen ser
hijos bastaros; mas no por eso, como dijimos, se han de excluir de hermanos,
cuando el amor que les debemos tener, como probó el Redemptor del samaritano
que hizo ben al judío herido en el camino de Jerusalén a Jericó (Lc 10, 30ss);
el cual no obstante que era infiel y no judío, dijo ser prójimo y hermano.
Solamente los demonios y las ánimas condenadas, no so prójimos; todos los
demás, sí.
Lecciones sobre 1 San Juan (II). II, pg. 433.
Los hombres que por miedo, por vergüenza, dejan de servir a Dios y se
vuelven atrás de lo comenzado no son buenos para el cielo. Abraham aparejado
estaba para matar a su hijo cuando Dios se lo mandase; pues, si somos hijos de
la fe de Abraham, hagamos sus obras. Mandamiento tenemos: Diliges Dominum,
etc. (Dt 6, 5; Mc 12, 30; Lc 10, 27). ¡Ay!, que hijos y mujer y vos mismo,
y todo lo demás que podéis tener, todo se ha de posponer a la voluntad de Dios.
Desnudo nació, para que desnuda traigáis vos vuestra alma de todo lo que no
fuere Dios, y no os han de congojar ni dar pena las afrentas que por Dios se os
ofrecieren. Deshonra da a Dios el que se queja estar por Él deshonrado. No
penséis reinar con Él, si primero no padecéis con Él.
Sermón de Epifanía. III, pg. 84.
Él pide el amor diciendo: Diliges, Dominum Deum tuum ex toto corde
tuo, et ex tota anima tua, et mente, et ex totis viribus tuis (cf. Lc 10,
27), que no queda fuerza alguna con que no lo amemos. Pues tan celoso como es
del amor, tanto es de la honra. No quiere que nadie le usurpe nada de ella.
Sermón domingo 10 después de Pentecostés. III, pg. 261.
Por eso, Señores, los que no sois letrados, no penséis que por eso no
podéis ir al paraíso; estudia estos dos mandameintos, y cuando los hubiereis
cumplido, haced cuenta que habéis cumplido todo lo que manda la ley y los
profetas, y los evangelios, y los apóstoles, y cuanto os amonestan infinitos
libros que escriptos hay. […] Amad a Dios más que a vos, y a vuestro prójimo
como a vos mismo: que si vos deseáis ir al cielo, deseéis que él vaya; si
deseáis que Dios os perdone, desead que también le perdone a él. Y regla
general os doy: mirad lo que querríades que con vos se hiciese y cómo os
tratasen los otros, y si errábades contra algún prójimo, querríades que os
perdonase, y haced así a vuestro prójimo y así lo amaréis.
[…] Bien claro que habréis visto, señores, cómo la proximidad no está
solamente en el parentesco, ni en la
vecindad, ni en que (me) quieran bien, ni en ser de una ley, ni en ser de una
religión; sino que todo aquel a quien podemos hacer bien o nos puede hacer,
todo aquél es nuestro prójimo; y todo aquel que puede ser particionero en la
bienaventuranza con nosotros, como todos los teólogos dicen, todo el tal es
nuestro prójimo. De donde se sigue que el moro, el judío, el hereje el alarbe
(árabe), es nuestro prójimo; porque le podemos hacer bien y él a nosotros y
porque puede convertirse y gozar de Dios con nosotros. Asimismo se sigue que
las ánimas de purgatorio son prójimos nuestros, porque les podemos hacer bien
agora, y ellos a nosotros cuando vayan a paraíso. Ansimismo se sigue que los
ángeles son prójimos nuestros, y todos los que en el paraíso están, porque nos
hacen bien y son capaces de bienaventuranza. Solo los demonios y los que están
en el infierno no son prójimos, porque ya quiere Dios que en ninguna manera
puedan gozar de Él ni ser participantes en su gloria.
[…] Quién sea este hombre que no se contentó con estar en el monte de
Hierusalén, sino quiso descender a los valles de Jericó, a todos es manifiesto
que fue el primer hombre criado, Adán, el cual puso Dios en Hierusalén, que
quiere decir visión de paz.
[…] No se contentó Adam con lo que tenía, no lo conoció, quiso probar qué
había abajo, y descendió a Jericó, que quiere decir luna por la cual se
significa la mudanza del pecado y del mundo.
[…] Descendió, comió del pomo que su mujer le dio, y cayó. Y mirá el
engaño, que ellos pensaban que subían; a lo menos Eva pensó que había de subir
tanto como Dios; y cayó y fue hecha ella y él iguales a los brutos animales.
[…] ¿Quién es el sacerdote, sino la ley vieja, que principalmente
consistía en sacrificios y ceremonias? ¿Quién es el levita sino los profetas?
[…] No dio la ley la gracia ex opere operato. Mostraba los pecados, y por
esto dice el evangelio que miró al llagado, mas no le remediaba, porque no daba
gracia. Pasaron los profetas y también vieron los pecados y los males, mas no
podían dar gracia, y por eso ni remedio; y ansí también descendía por el mesmo
camino el sacerdote y el levita, como el herido, según el evangelio dice,
porque todos los que debajo de la ley y profetas estaban descendían al limbo y
estaban en pecado original.
[…] Hasta que vino aquel verdadero samaritano Cristo, que quiere decir guarda,
y hizo medicina para este herido.
[…] En el óleo se significa la misericordia; en el vino, justicia.
[…] El caballo del ánima es el cuerpo. Ponello luego Cristo sobre su
caballo fue ponello sobre su cuerpo.
[…] Dijo al principal de la Iglesia, que es San Pedro, que es todo uno, y
asimismo a todos los prelados. Y dioles dos denarios, que quiere decir dos
Testamentos con que lo curen. Que si fuere menester hacer más o darle muy buen
ejemplo y otra cualquier cosa, que lo hagan; que cuando Él venga a juzgar o el
día de la muerte del tal prelado o prójimo que tuvo cargo del enfermo que Él lo
pagará.
[…] ¡Oh desventurados de nosotros que estamos veinte y treinta años, y
cuarenta y sesenta, y más, sin ver a quien nos hizo, a quien murió por amor de
nosotros, a quien nos mantiene, a quien nos guarda.
[…] Mas no os olvidéis del prójimo, al cual también habréis de curar:
cuerpo, por limosna, y ánima, por buen ejemplo y consejo.
Sermón Domingo 12 después de Pentecostés. III, pg. 269ss.
¿Quién hay de nosotros que no falte al perfecto amor de Dios, pues si le
amamos con todo el entendimiento (cf. Lc 10, 27), creyendo su verdad con tanta firmeza
como convenía y teniendo aquellas consideraciones y pensamientos y avisos de
cómo mejor le servir? ¿Quién le ama con todo su corazón, no dando parte del
amor a sí ni a uno ni a otro sino en Dios o por Dios, y renunciando el proprio
interese, ha pasado a amar a dios por el mismo Dios? Y quien mirare cuán poco
mortificadas tenemos nuestras pasiones y cuánta guerra hace el reino del amor
de Dios, vera cómo no ama a Dios con toda su ánima.
Carta a una persona devota. IV, pg. 356.
¿Quién de nosotros ama a nuestro Señor con todo el entendimiento,
pensando lo que él quiere, no mirando a nuestro provecho; y toda el alma,
teniendo todas las pasiones mortificadas y que no alboroten el reino de la
razón; y con todas nuestras fuerzas, empleando en el servicio de Dios todo
nuestro cuerpo y cuanto podemos? (cf. Lc 10, 27). Pocos hay, hermana, que amen
a nuestro Señor, pues el amor que a las vanidades tenemos y el gran tirano de
nuestro amor nos impide de dar todo el amor al Señor. Claro es que mientras el
amor de mi mismo está vivo, que el de Dios está muerto, y tanto dejo de amar a
Dios, cuanto me amo a mí.
Carta a una religiosa. IV, pg. 361.
Haced esto y viviréis (Lc 10, 28), con que sepáis que si habéis de ser amigo de Dios, que os
aparejéis a sufrir trabajos; que si esto no hay, ¿qué es el bien que uno tiene,
sino ciudad sin muros, que al primer combate es vencida?
Carta a un su devoto que le pedió como sería bueno. IV, pg. 283.
San Oscar Romero. Homilía.
Hoy la palabra de Dios nos invita a la interioridad. Es como si Cristo
nos dijera a todos los que vamos a hacer esta reflexión: "El Reino de Dios
está dentro de vosotros". Vivimos muy afuera de nosotros mismos. Son pocos
los hombres que de veras entran dentro de sí, y por eso hay tantos problemas,
porque si de veras nos asomáramos a nuestra propia intimidad y comprendiéramos
que la voz del Señor, la ley que nos santifica, no está, así como nos acaba de
explicar la primera lectura, allá en las alturas del cielo; y entonces
preguntaríamos: "¿Quién podrá subir hasta el cielo, y nos traerá y nos
proclamará lo que Dios quiere?" O fuera una ley que estuviera al otro lado
del mar, y diríamos: "¿Quién de nosotros cruzará el mar, y nos lo traerá y
nos lo proclamará para que lo cumplamos?".
Homilía, 10
de julio de 1977.
León XIV. Regina Coeli. 6 de julio
de 2025.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El
Evangelio de hoy (Lc 10,1-12.17-20) nos recuerda la importancia de la
misión, a la que todos estamos llamados, cada uno según su vocación y en las
situaciones concretas en las que el Señor lo ha puesto.
Jesús
envía a setenta y dos discípulos (v. 1). Este número simbólico indica
que la esperanza del Evangelio está destinada a todos los pueblos. Tal
es la amplitud del corazón de Dios: su abundante cosecha, es decir, la obra que
Él realiza en el mundo para que todos sus hijos sean alcanzados por su amor y
sean salvados.
Al mismo
tiempo, Jesús dice: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (v.
2).
Por un
lado, Dios, como un sembrador, ha salido generosamente al mundo a sembrar y ha
puesto en el corazón del hombre y de la historia el deseo de infinito, de
una vida plena, de una salvación que lo libere. Por eso la mies es mucha, el
Reino de Dios germina como una semilla en la tierra y los hombres y mujeres
de hoy, incluso cuando parecen abrumados por tantas otras cosas, esperan una
verdad más grande, buscan un sentido más pleno para su vida, desean justicia y
llevan en su interior un anhelo de vida eterna.
Por otra
parte, son pocos los obreros que van a trabajar al campo sembrado por el Señor
y que, antes aún, son capaces de reconocer, con los ojos de Jesús, el buen
grano listo para la cosecha (cf. Jn 4,35-38). Hay algo grande que
el Señor quiere hacer en nuestra vida y en la historia de la humanidad, pero
son pocos los que se dan cuenta, los que se detienen para acoger el don, los
que lo anuncian y lo llevan a los demás.
Queridos
hermanos y hermanas, la Iglesia y el mundo no necesitan personas que cumplen
con sus deberes religiosos mostrando su fe como una etiqueta exterior;
necesitan, en cambio, obreros deseosos de trabajar en el campo de la misión,
discípulos enamorados que den testimonio del Reino de Dios dondequiera que se
encuentren. Quizás no falten los “cristianos de ocasión”, que de vez en cuando
dan cabida a algún buen sentimiento religioso o participan en algún evento;
pero son pocos los que están dispuestos a trabajar cada día en el campo de
Dios, cultivando en su corazón la semilla del Evangelio para luego llevarla a
la vida cotidiana, a la familia, a los lugares de trabajo y de estudio, a los
diversos entornos sociales y a quienes se encuentran en necesidad.
Para
hacer esto no se necesitan demasiadas ideas teóricas sobre conceptos
pastorales; se necesita, sobre todo, rezar al dueño de la mies. En primer lugar, pues, está la relación
con el Señor, cultivar el diálogo con Él. Entonces Él nos convertirá en
sus obreros y nos enviará al campo del mundo como testigos de su Reino.
Pidamos
a la Virgen María, que se entregó generosamente diciendo «Yo soy la servidora
del Señor», y participando de esta forma en la obra de la salvación, que
interceda por nosotros y nos acompañe en el camino del seguimiento del Señor,
para que también nosotros podamos convertirnos en alegres trabajadores del
Reino de Dios.
Francisco. Regina Coeli. 14 de
julio 2013.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nuestra
cita dominical para el Ángelus hoy la vivimos aquí, en Castelgandolfo. Saludo a
los habitantes de esta bonita ciudad. Quiero agradecer sobre todo vuestras
oraciones, y lo mismo hago con todos vosotros, peregrinos que habéis venido
aquí numerosos.
El
Evangelio de hoy —estamos en el capítulo 10 de Lucas— es la famosa parábola del
buen samaritano. ¿Quién era este hombre? Era una persona cualquiera, que bajaba
de Jerusalén hacia Jericó por el camino que atravesaba el desierto de Judea.
Poco antes, por ese camino, un hombre había sido asaltado por bandidos, le
robaron, golpearon y abandonaron medio muerto. Antes del samaritano pasó un
sacerdote y un levita, es decir, dos personas relacionadas con el culto del
Templo del Señor. Vieron al pobrecillo, pero siguieron su camino sin detenerse.
En cambio el samaritano, cuando vio a ese hombre, «sintió compasión»
(Lc 10, 33) dice el Evangelio. Se acercó, le vendó las heridas, poniendo
sobre ellas un poco de aceite y de vino; luego lo cargó sobre su cabalgadura,
lo llevó a un albergue y pagó el hospedaje por él... En definitiva, se hizo
cargo de él: es el ejemplo del amor al prójimo. Pero, ¿por qué Jesús elige a un
samaritano como protagonista de la parábola? Porque los samaritanos eran
despreciados por los judíos, por las diversas tradiciones religiosas. Sin
embargo, Jesús muestra que el corazón de ese samaritano es bueno y generoso y
que —a diferencia del sacerdote y del levita— él pone en práctica la
voluntad de Dios, que quiere la misericordia más que los sacrificios
(cf. Mc 12, 33). Dios siempre quiere la misericordia y no la
condena hacia todos. Quiere la misericordia del corazón, porque Él es
misericordioso y sabe comprender bien nuestras miserias, nuestras dificultades
y también nuestros pecados. A todos nos da este corazón misericordioso. El
Samaritano hace precisamente esto: imita la misericordia de Dios, la
misericordia hacia quien está necesitado.
Un
hombre que vivió plenamente este Evangelio del buen samaritano es el santo que
recordamos hoy: san Camilo de Lellis, fundador de los Ministros de los
enfermos, patrono de los enfermos y de los agentes sanitarios. San Camilo murió
el 14 de julio de 1614: precisamente hoy se abre su IV centenario, que
culminará dentro de un año. Saludo con gran afecto a todos los hijos y las
hijas espirituales de san Camilo, que viven su carisma de caridad en contacto
cotidiano con los enfermos. ¡Sed como él buenos samaritanos! Y también a los
médicos, enfermeros y a todos aquellos que trabajan en los hospitales y en las
residencias, deseo que les anime ese mismo espíritu. Confiamos esta intención a
la intercesión de María santísima.
Otra
intención desearía confiar a la Virgen, junto a vosotros. Está ya muy cerca la
Jornada mundial de la juventud de Río de Janeiro. Se ve que hay muchos jóvenes
en edad, pero todos sois jóvenes en el corazón. Yo partiré dentro de ocho días,
pero muchos jóvenes partirán hacia Brasil incluso antes. Recemos entonces por
esta gran peregrinación que comienza, para que Nuestra Señora de Aparecida,
patrona de Brasil, guíe los pasos de los participantes, y abra su corazón para
acoger la misión que Cristo les dará.
Francisco. Regina Coeli. 10 de
julio de 2016.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy la
liturgia nos propone la parábola llamada del «buen samaritano», tomada del
Evangelio de Lucas (10, 25-37). Esta parábola, en su relato sencillo y
estimulante, indica un estilo de vida, cuyo baricentro no somos nosotros
mismos, sino los demás, con sus dificultades, que encontramos en nuestro camino
y que nos interpelan. Los demás nos interpelan. Y cuando los demás no nos
interpelan, algo allí no funciona; algo en aquel corazón no es cristiano.
Jesús usa esta parábola en el diálogo con un Doctor de la Ley, a propósito del
dúplice mandamiento que permite entrar en la vida eterna: amar a Dios con todo
el corazón y al prójimo como a sí mismos (vv. 25-28). «Sí —replica aquel Doctor
de la Ley— pero dime, ¿quién es mi prójimo?» (v. 29). También nosotros podemos
plantearnos esta pregunta: ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar como a mí
mismo? ¿A mis parientes? ¿A mis amigos? ¿A mis compatriotas? ¿A los de mi misma
religión?... ¿Quién es mi prójimo? Y Jesús responde con esta parábola. Un
hombre, a lo largo del camino de Jerusalén a Jericó, fue asaltado por unos
ladrones, agredido y abandonado. Por aquel camino pasan primero un sacerdote y
después un levita, quienes, aun viendo al hombre herido, no se detienen y
siguen adelante (vv. 31-32). Después pasa un samaritano, es decir, un habitante
de la Samaria y, como tal, despreciado por los judíos porque no observaba la
verdadera religión. Y en cambio él, precisamente él, cuando vio a aquel pobre
desventurado, «se conmovió». «Se acercó y vendó sus heridas (…), «lo condujo a
un albergue y se encargó de cuidarlo» (vv. 33-34). Y al día siguiente, lo
encomendó al dueño del albergue, pagó por él y dijo que también habría pagado
el resto (cfr. v. 35). Llegados a este punto Jesús se dirige al Doctor de la
Ley y le pregunta: «¿Cuál de los tres —el sacerdote, el levita o el samaritano—
te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?». Y
aquel —porque era inteligente— responde naturalmente: «El que tuvo compasión de
él» (vv. 36-37). De este modo Jesús ha cambiado completamente la perspectiva
inicial del Doctor de la Ley —¡y también la nuestra!—: no debo catalogar a los
demás para decidir quién es mi prójimo y quién no lo es. Depende de mí ser o no
ser prójimo —la decisión es mía—, depende de mí ser o no ser prójimo de la
persona que encuentro y que tiene necesidad de ayuda, incluso si es extraña o
incluso hostil. Y Jesús concluye: «Ve, y procede tú de la misma manera» (v.
37).
¡Hermosa
lección! Y lo repite a cada uno de nosotros: «Ve, y procede tú de la misma
manera», hazte prójimo del hermano y de la hermana que ves en dificultad.
«Ve, y procede tú de la misma manera». Hacer obras buenas, no decir sólo
palabras que van al viento. Me viene en mente aquella canción: «Palabras,
palabras, palabras». No. Hacer, hacer. Y mediante las obras buenas, que
cumplimos con amor y con alegría hacia el prójimo, nuestra fe brota y da fruto.
Preguntémonos —cada uno de nosotros responda en su propio corazón—
preguntémonos: ¿Nuestra fe es fecunda? ¿Nuestra fe produce obras buenas?
¿O es más bien estéril, y por tanto, está más muerta que viva? ¿Me hago prójimo
o simplemente paso de lado? ¿Soy de aquellos que seleccionan a la gente
según su propio gusto? Está bien hacernos estas preguntas y hacérnoslas
frecuentemente, porque al final seremos juzgados sobre las obras de
misericordia. El Señor podrá decirnos: Pero tú, ¿te acuerdas aquella vez, por
el camino de Jerusalén a Jericó? Aquel hombre medio muerto era yo. ¿Te
acuerdas? Aquel niño hambriento era yo. ¿Te acuerdas? Aquel emigrante que
tantos quieren echar era yo. Aquellos abuelos solos, abandonados en las casas
para ancianos, era yo. Aquel enfermo solo en el hospital, al que nadie va a
saludar, era yo. Que la Virgen María nos ayude a caminar por la vía del amor,
amor generoso hacia los demás, la vía del buen samaritano. Que nos ayude a
vivir el mandamiento principal que Cristo nos ha dejado. Este es el camino para
entrar en la vida eterna.
Francisco. Regina Coeli. 14 de
julio de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy el Evangelio presenta la famosa parábola del “buen samaritano”
(cf. Lc 10,25-37). Cuando un doctor de la Ley le pregunta qué
era necesario para heredar la vida eterna, Jesús lo invita a encontrar la
respuesta en las Escrituras y le dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu
prójimo como a ti mismo» (v. 27). Sin embargo, había diferentes
interpretaciones de quién debía ser entendido como “prójimo”. En efecto,
ese hombre vuelve a preguntar: «¿Y quién es mi prójimo?» (v. 29). En ese
momento, Jesús responde con la parábola, esta bella parábola: invito a todos a
leer hoy el Evangelio, Evangelio de Lucas, capítulo diez, versículo 25. Es una
de las parábolas más hermosas del Evangelio. Y esta parábola se ha convertido
en paradigmática de la vida cristiana. Se ha convertido en el modelo de cómo
debe actuar un cristiano. Gracias al evangelista Lucas, tenemos este tesoro.
El protagonista de esta breve historia es un samaritano, que encuentra en
el camino a un hombre atracado y golpeado por los salteadores y lo toma bajo su
cuidado. Sabemos que los judíos trataban a los samaritanos con desprecio,
considerándolos extraños al pueblo elegido. Por lo tanto, no es una
coincidencia que Jesús eligiera a un samaritano como personaje positivo en la
parábola. De esta manera, quiere superar los prejuicios, mostrando que incluso
un extranjero, incluso uno que no conoce al verdadero Dios y no va a su templo,
puede comportarse según su voluntad, sintiendo compasión por su hermano
necesitado y ayudándolo con todos los medios a su alcance.
Por ese mismo camino, antes del samaritano, ya habían pasado un sacerdote y
un levita, es decir, personas dedicadas al culto de Dios. Pero, al ver al pobre
hombre en el suelo, habían proseguido su camino sin detenerse, probablemente
para no contaminarse con su sangre. Habían antepuesto una norma humana ―no
contaminarse con sangre― vinculada con el culto, al gran mandamiento de Dios,
que ante todo quiere misericordia.
Jesús, por lo
tanto, propone al samaritano como modelo, ¡precisamente uno que no tenía fe!
También nosotros pensamos en tantas personas que conocemos, quizás
agnósticas, que hacen el bien. Jesús eligió como modelo a quien no era un
hombre de fe. Y este hombre, amando a su hermano como a sí mismo, muestra que
ama a Dios con todo su corazón y con todas sus fuerzas ―¡el Dios que no
conocía!―, y al mismo tiempo expresa verdadera religiosidad y plena humanidad.
Después de contar esta hermosa parábola, Jesús se vuelve hacia el doctor de la ley que le había
preguntado «¿Quién es mi prójimo?» Y le dice: «¿Quién de estos te parece
que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» (v.
36). De esta manera, invierte la pregunta de su interlocutor y también la
lógica de todos nosotros. Nos hace entender que no somos nosotros quienes,
según nuestro criterio, definimos quién es el prójimo y quién no, sino que es
la persona necesitada la que debe poder reconocer quién es su prójimo, es
decir, «el que tuvo compasión de él» (v. 37). Ser capaz de tener compasión:
esta es la clave. Esta es nuestra clave. Si no sientes compasión ante una
persona necesitada, si tu corazón no se mueve, entonces algo está mal. Ten
cuidado, tengamos cuidado. No nos dejemos llevar por la insensibilidad egoísta.
La capacidad de compasión se ha convertido en la piedra de toque del cristiano,
es más, de la enseñanza de Jesús. Jesús mismo es la compasión del Padre
hacia nosotros. Si vas por la calle y ves a un hombre sin domicilio fijo
tirado allí y pasas sin mirarlo o piensas: “Ya, el efecto del vino. Es un
borracho”, no te preguntes si ese hombre está borracho, pregúntate si tu
corazón no se ha endurecido, si tu corazón no se ha convertido en hielo.
Esta conclusión indica que la misericordia por una vida humana en estado de
necesidad es el verdadero rostro del amor. Así es como uno se convierte en un
verdadero discípulo de Jesús y el rostro del Padre se manifiesta: «Sed
misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Y
Dios, nuestro Padre, es misericordioso, porque tiene compasión; es capaz
de tener esta compasión, de acercarse a nuestro dolor, a nuestro pecado, a
nuestros vicios, a nuestras miserias.
Que la Virgen María nos ayude a comprender y, sobre todo, a vivir cada vez
más el vínculo inquebrantable que existe entre el amor a Dios nuestro Padre y
el amor concreto y generoso a nuestros hermanos, y nos dé la gracia de tener
compasión y de crecer en compasión
Francisco. Regina Coeli. 10 de
julio de 2022.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy narra la parábola del buen samaritano
(cfr. Lc 10,25-37); todos la conocemos. Como telón de fondo, el
camino que desciende desde Jerusalén hasta Jericó; a un lado, yace un hombre al
que los ladrones han golpeado y robado. Un sacerdote que pasa lo ve pero no se
detiene, sigue adelante; lo mismo hace un levita, esto es, un encargado del
culto en el templo. «En cambio —dice el Evangelio—, un samaritano
que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y tuvo compasión»
(v. 33). No olvidemos estas palabras: “tuvo compasión”; es lo que siente
Dios cada vez que nos ve en dificultad, en pecado, en una miseria: “tuvo
compasión”. El evangelista desea precisar que el samaritano viajaba. Por
tanto, aquel samaritano, a pesar de tener sus propios planes y de dirigirse a
una meta lejana, no busca excusas y se deja interpelar por lo que sucede a lo
largo del camino. Pensémoslo: ¿No nos enseña el Señor a comportarnos
precisamente así? A mirar a lo lejos, a la meta final, poniendo al mismo tiempo
mucha atención en los pasos que hay que dar, aquí y ahora, para llegar a ella.
Es significativo que los primeros cristianos fuesen
llamados “discípulos del Camino” (cfr. Hch 9,2). El creyente,
en efecto, se parece mucho al samaritano: como él, está de viaje, es un
viandante. Sabe que no es una persona “que ha llegado”, y desea aprender
todos los días siguiendo al Señor Jesús, que dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad
y la Vida» (Jn 14, 6). Yo soy el Camino: el discípulo de Cristo
camina siguiéndolo a Él, y así se hace “discípulo del Camino”. Va detrás
del Señor, que no es sedentario sino que está siempre en camino: por el camino
encuentra a las personas, cura a los enfermos, visita pueblos y ciudades. Así
actuó el Señor, siempre en camino.
De este modo, el “discípulo del Camino” —es decir, nosotros los cristianos—
ve que su modo de pensar y de obrar cambia gradualmente, haciéndose cada vez
más conforme al del Maestro. Caminando sobre las huellas de Cristo, se
convierte en viandante y aprende —como el samaritano— a ver y
a tener compasión. Ve y siente compasión. Ante todo, ve: abre los
ojos a la realidad, no está egoístamente encerrado en el círculo de sus
propios pensamientos. En cambio, el sacerdote y el levita ven al
desgraciado pero es como si no lo hubiesen visto, pasan de largo, miran a otro
lado. El Evangelio nos educa a ver: guía a cada uno de nosotros a comprender
rectamente la realidad, superando día tras día ideas preconcebidas y
dogmatismos. Muchos creyentes se refugian en dogmatismos para defenderse de
la realidad. Y, además, seguir a Jesús nos enseña a tener compasión: a
fijarnos en los demás, sobre todo en quien sufre, en el más necesitado, y a
intervenir como el samaritano: no pasar de largo sino detenerse.
Ante esta parábola evangélica puede suceder que culpabilicemos o nos
culpabilicemos, que señalemos con el dedo a los demás comparándolos con el
sacerdote y el levita: “¡Este y aquel pasan de largo, no se detienen!”; o que
nos culpabilicemos a nosotros mismos enumerando nuestras faltas de atención al
prójimo. Pero quisiera sugerir otro tipo de ejercicio. Cierto, cuando hemos
sido indiferentes y nos hemos justificado, debemos reconocerlo; pero no nos
detengamos ahí. Hemos de reconocerlo, es un error, pero pidamos al Señor que
nos haga salir de nuestra indiferencia egoísta y que nos ponga en el Camino.
Pidámosle que nos haga ver y tener compasión. Esta es una
gracia, tenemos que pedirla al Señor: “Señor, que yo vea, que yo tenga
compasión, como Tú me ves a mí y tienes compasión de mí”. Esta es la oración
que os sugiero hoy: “Señor, que yo vea, que yo tenga compasión, como Tú me ves
y tienes compasión de mí”. Que tengamos compasión de quienes encontramos en
nuestro recorrido, sobre todo de quien sufre y está necesitado, para acercarnos
y hacer lo que podamos para echar una mano.
A menudo, cuando me encuentro con algún cristiano o cristiana que viene a
hablar de cosas espirituales, le pregunto si da limosna. “Sí”, me dice. —“Y,
dime, ¿tú tocas la mano de la persona a la que das la moneda?” —“No, no,
la dejo caer”. —¿Y tú miras a los ojos a esa persona? —“No, no se me ocurre”. Si
tú das limosna sin tocar la realidad, sin mirar a los ojos de la persona
necesitada, esa limosna es para ti, no para ella. Piensa en esto: “¿Yo toco
las miserias, también esas miserias que ayudo? ¿Miro a los ojos a las
personas que sufren, a las personas a las que ayudo?” Os dejo este
pensamiento: ver y tener compasión.
Que la Virgen María nos acompañe en esta vía de crecimiento. Que Ella, que
nos “muestra el Camino”, esto es, Jesús, nos ayude también a ser cada vez más
“discípulos del Camino”.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 15 de
julio de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
Doy gracias al Señor porque también este año me brinda la posibilidad de
pasar algunos días de descanso en la montaña, y expreso mi agradecimiento a
cuantos me han acogido aquí, en Lorenzago, en este panorama encantador, que
tiene como telón de fondo las cumbres del Cadore y a donde vino también muchas
veces mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II. Manifiesto mi agradecimiento
en especial al obispo de Treviso y al de Belluno-Feltre, así como a todos los
que, de diferentes maneras, contribuyen a garantizarme una estancia serena y
beneficiosa. Ante este panorama de prados, bosques y cumbres que tienden hacia
el cielo, brota espontáneo en el corazón el deseo de alabar a Dios por las
maravillas de sus obras; y nuestra admiración por estas bellezas naturales se
transforma fácilmente en oración.
Todo buen cristiano sabe que las vacaciones son un tiempo oportuno para
que el cuerpo se relaje y también para alimentar el espíritu con tiempos más
largos de oración y de meditación, para crecer en la relación personal con
Cristo y conformarse cada vez más a sus enseñanzas. Hoy, por ejemplo, la
liturgia nos invita a reflexionar sobre la célebre parábola del buen samaritano
(cf. Lc 10, 25-37), que introduce en el corazón del mensaje
evangélico: el amor a Dios y el amor al prójimo.
Pero, ¿quién es mi prójimo?, pregunta el interlocutor a Jesús. Y el
Señor responde invirtiendo la pregunta, mostrando, con el relato del buen
samaritano, que cada uno de nosotros debe convertirse en prójimo de toda
persona con quien se encuentra. "Ve y haz tú lo mismo" (Lc 10,
37). Amar, dice Jesús, es comportarse como el buen samaritano. Por lo
demás, sabemos que el buen samaritano por excelencia es
precisamente él: aunque era Dios, no dudó en rebajarse hasta
hacerse hombre y dar la vida por nosotros.
Por tanto, el amor es "el corazón" de la vida cristiana;
en efecto, sólo el amor, suscitado en nosotros por el Espíritu Santo, nos
convierte en testigos de Cristo. He querido proponer de nuevo esta
importante verdad espiritual en el Mensaje
para la XXIII Jornada mundial de la juventud, que se hará público el
próximo viernes 20 de julio: "Recibiréis la fuerza del Espíritu
Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hch 1,
8). Queridos jóvenes, este es el tema sobre el que os invito a reflexionar en
los próximos meses, para prepararos a la gran cita que tendrá lugar en Sydney,
Australia, dentro de un año, precisamente en estos días de julio. Las
comunidades cristianas de esa amada nación están trabajando activamente para
acogeros, y les agradezco los esfuerzos de organización que están realizando.
Encomendemos a María, a quien mañana invocaremos como Virgen del Carmen, el
camino de preparación y el desarrollo del próximo encuentro de la juventud del
mundo entero. Queridos amigos de todos los continentes, os invito a participar
en gran número.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 11 de
julio de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
Desde hace algunos días —como veis— he dejado Roma para mi estancia
veraniega en Castelgandolfo. Doy gracias a Dios que me ofrece esta posibilidad
de descanso. A los queridos residentes de esta bella ciudad, adonde regreso
siempre con gusto, dirijo mi cordial saludo. El Evangelio de este domingo se
abre con la pregunta que un doctor de la Ley plantea a Jesús: «Maestro, ¿qué he
de hacer para tener en herencia la vida eterna?» (Lc 10, 25). Sabiéndole
experto en Sagrada Escritura, el Señor invita a aquel hombre a dar él mismo la
respuesta, que de hecho este formula perfectamente citando los dos mandamientos
principales: amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las
fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo. Entonces, el doctor de la Ley,
casi para justificarse, pregunta: «Y ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10,
29). Esta vez, Jesús responde con la célebre parábola del «buen samaritano»
(cf. Lc 10, 30-37), para indicar que nos corresponde a nosotros
hacernos «prójimos» de cualquiera que tenga necesidad de ayuda. El
samaritano, en efecto, se hace cargo de la situación de un desconocido a quien
los salteadores habían dejado medio muerto en el camino, mientras que un
sacerdote y un levita pasaron de largo, tal vez pensando que al contacto con la
sangre, de acuerdo con un precepto, se contaminarían. La parábola, por
lo tanto, debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad según la lógica
de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto
significa servir a los hermanos con amor sincero y generoso.
Este relato del Evangelio ofrece el «criterio de medida», esto es,
«la universalidad del amor que se dirige al necesitado encontrado “casualmente”
(cf. Lc 10, 31), quienquiera que sea» (Deus caritas est,
25). Junto a esta regla universal, existe también una exigencia específicamente
eclesial: que «en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra
por encontrarse en necesidad». El programa del cristiano, aprendido de la
enseñanza de Jesús, es un «corazón que ve» dónde se necesita amor y actúa en
consecuencia (cf. ib, 31).
Queridos amigos: deseo igualmente recordar que hoy la Iglesia hace memoria
de san Benito de Nursia —el gran patrono de mi pontificado—, padre y legislador
del monaquismo occidental. Él, como narra san Gregorio Magno, «fue un hombre de
vida santa... de nombre y por gracia» (Dialogi, II, 1: Bibliotheca
Gregorii Magni IV, Roma 2000, p. 136). «Escribió una Regla para los
monjes... reflejo de un magisterio encarnado en su persona: en efecto, el santo
no pudo en absoluto enseñar de forma diferente de cómo vivió» (ib., II,
XXXVI: cit., p. 208). El Papa Pablo VI proclamó a san Benito patrono de
Europa el 24 de octubre de 1964, reconociendo su maravillosa obra desarrollada
para la formación de la civilización europea.
Confiemos a la Virgen María nuestro camino de fe y, en particular, este
tiempo de vacaciones, a fin de que nuestros corazones jamás pierdan de vista la
Palabra de Dios y a los hermanos en dificultad.
DOMINGO
16 T. O.
Monición
de entrada.-
La misa es como
la Iglesia: abierta y acogedora.
Así nosotros
hacemos caso a Jesús.
Él nos pide que
tengamos el corazón abierto a todos.
Señor,
ten piedad.
Porque no nos
damos cuenta que estás en nuestro corazón. Señor, ten piedad.
Porque a veces no
abrimos el corazón a las personas que nos quieren. Cristo ten piedad.
Porque a veces
nos enfadamos con nuestros padres.. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por el papa
Francisco y nuestro obispo Enrique. Te
lo pedimos, Señor.
Por la Iglesia,
para que sea una casa abierta a todos. Te lo pedimos, Señor.
Por los que
mandan, para que ayuden a todos. Te lo pedimos, Señor.
Por los países,
para que no se cierren a los pobres. Te lo pedimos, Señor.
Por nosotros,
para que nuestro corazón no sea cerrado. Te lo pedimos, Señor.
Acción
de gracias.