Primera lectura.
Lectura del libro de las Lamentaciones 3,
17-26.
He perdido la paz, me he olvidado de la dicha; me dije: “Ha
sucumbido mi esplendor y mi esperanza en el Señor”. Recordar mi aflicción y mi
vida errante es ajenjo y veneno; no dejo de pensar en ello, estoy desolado; hay
algo que traigo a la memoria, por eso esperaré: que no se agota la bondad del
Señor, no se acaba su misericordia; se renuevan cada mañana, ¡qué grande es tu
fidelidad!; me digo: “¡Mi lote es el Señor, por eso esperaré en él!”. El Señor
es bueno para quien espera en él, para quien lo busca; es bueno esperar en
silencio la salvación del Señor.
Textos
paralelos.
Me encuentro lejos de la paz.
Jr 16, 5: ¿Quién se apiada de ti, Jerusalén,
quién te compadece? ¿Quién da un rodeo para preguntar cómo estás)?
Me digo: ¡Ha fenecido mi vigor, y la esperanza
que me venía de Yahvé!
Jb 16, 5: Pero aunque hable, no cesa mi dolor,
aunque calle, no se aparta de mí.
Que el amor de Yahvé no ha acabado, que no se
ha agotado su ternura.
Ex 34, 6-7: El Señor pasó ante él proclamando:
el Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y
fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, ,que perdona
sus culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los
padres en los hijos, nietos y bisnietos.
Mi porción es Yahvé, me digo, por eso en él
esperaré.
Sal 16, 6: Me ha tocado una parcela apacible,
es espléndida mi heredad.
Sal 73, 26: Aunque se consuman mi carne y mi
mente, Dios es la roca de mi mente, mi lote perpetuo.
Bueno es esperar en silencio la salvación de
Yahvé.
Is 30, 18: Pero el señor espera para apiadarse
de vosotros, aguanta para compadeceros porque el Señor es un Dios recto:
dichosos los que esperan en él.
Sal 40, 2: Yo esperaba con ansia al Señor: se
inclinó a mí y escuchó mi grito.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
3 Este poema es análogo a varios salmos, en los que un
lamento individual se amplía convirtiéndose (aquí vv. 40-47) en lamentación
colectiva. Las consideraciones bastante generales de los vv. 22-39 repiten
algunos temas de la literatura sapiencial.
3 17 “lejos”, siriaco, Vulgata; “has alejado” hebreo.
3 22 (a) Los vv. 22-24 faltan en griego.
3 22 (b) Traducción según un manuscrito hebreo y algunas versiones.
El texto recibido dice: “pues no estamos acabados”.
Salmo
responsorial
Sal 130 (129), 1-8 (R:/ 1b; cf. 5).
Desde
lo hondo a ti grito, Señor. R/.
Desde
lo hondo a ti grito, Señor;
Señor,
escucha mi voz;
estén
tus oídos atentos
a
la voz de mi súplica. R/.
Si
llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién
podrá resistir?
Pero
de ti procede el perdón,
y
así infundes temor. R/.
Mi
alma espera en el Señor,
espera
en su palabra;
mi
alma aguarda al Señor,
más
que el centinela la autora. R/.
Aguarde
Israel al Señor,
como
el centinela la autora;
porque
del Señor viene la misericordia,
la
redención copiosa. R/.
Y
él redimirá a Israel
de
todos sus delitos. R/.
Textos
paralelos.
Desde lo hondo a ti grito, Yahvé.
Sal 18, 5: Me cercaban lazos de
Muerte, torrentes de aterraban.
Sal 69, 3: Me hundo en el cieno
profundo y no puedo hacer pie.
Estén tus oídos atentos.
Jon 2, 3: “En el peligro grité
al Señor y me atendió, desde el vientre del abismo pedía auxilio y me escuchó”.
Lm 3, 55: En torno mío ha
levantado un cerco de veneno y amargura.
Sal 5, 2-3: Escucha mis
palabras, Señor, percibe mi susurro, haz caso de mis gritos de socorro, ¡Dios
mío y Rey mío! A ti te suplico, Señor.
Sal 55, 2-3: Escucha, oh Dios,
mi oración, no te cierres a mí súplica, hazme caso y respóndeme. Me agito en mi
ansiedad.
2 Cr 6, 40: Que tus ojos, Dios
mío, estén abiertos y tus oídos atentos a las súplicas que se haga en este
lugar.
Si retienes las culpas, Yahvé.
Sal 7, 15: Mirad: concibió un
crimen, está preñado de maldad y da a luz un fraude.
Ne 1, 6: Ten los ojos abiertos y
los oídos atentos a la oración de tu siervo, la oración que día y noche te dirijo por tus siervos,
los israelitas, confesando los pecados que los israelitas hemos cometido contra
ti, tanto yo como la casa de mi padre.
Jb 9, 2: Se muy bien que es así:
que el hombre no lleva razón con Dios.
Na 1, 6: ¿Quién resistirá su
cólera, quién aguantará su ira ardiente? Su furor se derrama como fuego y las
rocas se rompen ante él.
Mi 7, 18: ¿Qué Dios como tú
perdona el pecado y absuelve la culpa al resto de su heredad? No mantendrá
siempre la ira, pues ama la misericordia.
Aguardo anhelante a Yahvé.
Ex 34, 7: Que conserva la
misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y
pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos,
nietos y bisnietos.
1 R 8, 34-36:
Escucha tu desde el cielo y perdona el pecado de tu pueblo, Israel, y hazlos
volver a la tierra que diste a sus padres. Cuando, por haber pecado contra ti,
se cierren el cielo y no haya lluvia, si rezan en este lugar, te confiesan su
pecado y se arrepienten cuando tú lo afliges, escucha tu desde el cielo y
perdona el pecado de tu siervo, tu pueblo, Israel, mostrándote el buen camino
que debes seguir y envía la lluvia a la tierra que diste en heredad a tu
pueblo.
Sal 56, 5: Por Dios alabo su
promesa, en Dios confío y no temo, ¿qué podrá hacerme un mortal?
Sal 119, 81: Mi aliento se
consume por tu salvación, espero en tu palabra.
Is 21, 11: Oráculo contra Duma:
Uno me grita de Seir: Vigía, ¿qué queda de la noche? Vigía, ¿qué queda de la
noche?
Sal 26, 9: No me quites el alma
con los pecadores ni con los sanguinarios la vida.
Yahvé está lleno de amor.
Is 30, 18: Pero el Señor espera
para apiadarse de vosotros, aguanta para compadecernos porque el Señor es un
Dios recto: dichosos los que esperan en él.
Sal 68, 21: Dios es para
nosotros el Dios Salvador, al Señor mío toca librar de la muerte.
Sal 86, 15: Pero tú, Dueño mío,
Dios compasivo y piadoso, paciente, misericordioso y fiel.
Sal 100, 5: El Señor es bueno,
su misericordia es eterna, su fidelidad de edad en edad.
Sal 103, 8: El Señor es
compasivo y clemente, paciente y misericordioso.
Él redimirá a Israel.
Mt 1, 21: Dará a luz un hijo, a
quien llamarás Jesús, porque él salvara a su pueblo de sus pecados.
Sal 25, 22: Redime, Dios, a
Israel de todos sus peligros.
Tt 2, 14: Él se entregó por
nosotros, para rescatarnos de toda iniquidad, para adquirir un pueblo
purificado, dedicado a las buenas obras.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
130 Salmo penitencial, pero más aún Salmo
de esperanza. La liturgia cristiana de difuntos lo emplea ampliamente, no como
lamentación, sino como oración en que se expresa la confianza en el Dios
redentor.
130 4 El griego ha traducido “a
causa de tu ley”, relectura jurídica.
130 7 Traducido según el griego. El
hebreo, corrompido, se traduciría literalmente: “Espero en Yahvé, espera mi
alma y su palabra he aguardado. Mi alma por el Señor más que los centinelas la
aurora, los centinelas la aurora. Aguarde Israel a Yahvé”. El texto correspondiente
de Qumrán dice: “Espera, alma mía, en el Señor más que el centinela en la
aurora. Más que el centinela en la aurora, Israel, pon tu esperanza en el
Señor.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Romanos 6, 3-9.
Hermanos: ¿Sabéis que
cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por
el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que
Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una
muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya;
sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera
destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al
pecado, porque quien muere ha quedado libre del pecado. Si hemos muerto con
Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez
resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio
sobre él.
Textos
paralelos.
O es que ignoráis que
cuantos fuimos bautizamos en Cristo Jesús.
Ga 3, 27: Los que os habéis
bautizado consagrándoos a Cristo os habéis revestido de Cristo.
Col 2, 12: Que consiste en ser
sepultados con él en el bautismo y en resucitar con él por la fe en el poder de
Dios, que lo resucitó a él de la muerte.
Por medio del bautismo.
Col 2, 12-13: Vosotros estabais
muertos por vuestros pecados y la incircuncisión carnal; pero os ha vivificado
con él, perdonándoos todos los pecados.
Tt 3, 5-7: No por méritos que
hubiéramos adquirido, sino por sola su misericordia, nos salvó con el baño del
nuevo nacimiento y la renovación del Espíritu Santo, que nos infundió con
abundancia por medio de Jesucristo nuestro Salvador, de modo que, absueltos por
su favor, fuéramos en esperanza herederos de la vida eterna.
1 P 3, 21-23: Para vosotros es
símbolo del bautismo que ahora os salva, que consiste no en lavar la suciedad
del cuerpo, sino en el compromiso con Dios de una conciencia limpia; por la
resurrección de Jesucristo, que subió al cielo y está sentado a la diestra de
Dios, y se le han sometido ángeles, potestades y dominaciones.
Mediante la portentosa
actuación del Padre.
Rm 1, 4: A partir de la
resurrección establecido por el Espíritu Santo Hijo de Dios con poder.
Ex 24, 16: Y la gloria del
Señor descansaba sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió durante seis días. Al
séptimo llamó a Moisés desde la nube.
Una muerte semejante a la
suya.
Flp 3, 10-11: ¡Oh! conocerle a
él y el poder de su resurrección y la participación en sus sufrimientos,
configurarme con su muerte para ver si alcanzo la resurrección de la muerte.
Rm 8, 11: Y si el Espíritu del
que resucitó a Jesús de la muerte habita en vosotros, el que resucitó a
Jesucristo de la muerte dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el Espíritu
suyo que habita en vosotros.
Ef 2, 6: Con Cristo Jesús nos
resucitó y nos sentó en el cielo.
Col 3, 9-10: No os mintáis unos
a otros, pues os habéis despojado de la vieja condición con sus prácticas y
habéis revestido la nueva, que por el conocimiento se va renovando a imagen del
Creador.
A fin de que fuera
destruida nuestra naturaleza transgresora.
Ga 5, 24: Los que son de Cristo
han crucificado el instinto con sus pasiones y deseos.
Rm 6, 14: El pecado no tendrá
dominio sobre vosotros, pues no vivís bajo la ley, sino bajo la gracia.
Col 3, 5: Así pues, mortificad
todo lo vuestro que pertenece a la tierra: fornicación, impureza, pasión,
concupiscencia y avaricia, que es una especie de idolatría.
Si hemos muerto con
Cristo, creemos que también viviremos con él.
2 Tm 2, 11: Esto dicho merece
fe: si morimos con él, viviremos con él.
Sabemos que una vez
resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir.
Hch 13, 34: Y que lo resucitado
para que nunca se someta a la corrupción está anunciado así: Os daré fielmente
lo prometido a David.
1 Co 15, 26: Cuando todo le
quede sometido, también el Hijo se someterá al que le sometió todo, y así Dios
será todo en todos.
2 Tm 1, 10: Se manifiesta ahora
por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús: el cual ha destruido la
muerte e iluminado la vida inmortal por medio de la buena noticia.
Hb 2, 14: Como los hijos
comparten carne y sangre, lo mismo las compartió él, para anular con su muerte
al que controlaba la muerte, es decir, al Diablo.
Ap 1, 18: El que vive; estuve
muerto y ahora ves que estoy vivo por los siglos, y tengo las llaves de la
muerte y del abismo.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
6 3 Esta doctrina no es específicamente
paulina. Se supone conocida incluso en una comunidad que Pablo no ha
evangelizado. Para otros, se trataría de una simple pregunta retórica y, por
tanto, la enseñanza sería nueva.
6 4 (a) Variante: “porque fuimos”.
6 4 (b) El bautismo no se opone a la
fe, sino que la acompaña y la expresa en el plano sensible por el eficaz
simbolismo de su rito. Por eso, Pablo les atribuye los mismos efectos. La
inmersión (sentido etimológico de bautizar) en el baño del agua sepulta al pecador
en la muerte de Cristo de la que sale por la resurrección con él como nueva
criatura, hombre nuevo, miembro del cuerpo único animado del único Cristo. Esta
resurrección, que no será total y definitiva más que al fin de los tiempos se
realiza desde ahora por una vida nueva según el Espíritu. Además del simbolismo
más especialmente paulino de muerte y resurrección, este rito primordial de la
vida cristiana es presentado en el NT como un baño que purifica, como un nuevo
nacimiento, como una iluminación. Sobre bautismo de agua y bautismo del
Espíritu ver Hch 1, 5: estos dos aspectos de consagración cristiana parecen ser
la unción y el sello de 2 Co 1, 21s. Según 1 P 3, 21, el arca de Noé fue tipo
del bautismo.
6 6 Lit.: “cuerpo de pecado”. Hay
que entender cuerpo (soma)
no como entidad distinta del alma, sino como la persona en cuanto tal, que obra
en y por su cuerpo, lugar necesario de su existencia, de su actividad y de su
presencia en el mundo. La previa expresión “hombre viejo” sería equivalente.
6 7 El cristiano, una vez
abandonado el instrumento del pecado, su cuerpo de pecado no estando ya en la
carne se encuentra definitivamente liberado del pecado. Según otros queda libre
del pecado, conforme al axioma jurídico: la muerte de un culpable anula la
acción judicial.
6 8 Variante: “Porque”.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según Juan 14, 1-6.
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
-No se turbe vuestro
corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas
moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a preparados un lugar. Cuando
venga y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy
yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Tomás le dice:
-Señor, no sabemos
adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?
Jesús le responde:
-Jo soy el camino y
la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.
Textos
paralelos.
No se turbe vuestro
corazón.
Jn 14, 27: La paz os
dejo, os doy mi paz, y no os la doy como la da el mundo. No os turbéis ni os
acobardéis.
Dt 1, 29: Yo os
decía: No os aterroricéis, no tengáis miedo.
Creed en mí.
Jn 10, 28-30: Yo les
doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrancará de mi mano. Lo que me
ha dado el Padre es más que todo y nadie puede arrancarlo de la mano del Padre.
El Padre y yo somos uno.
Jn 16, 33: Os he
dicho esto para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción:
pero tened ánimo, que yo he vencido al mundo.
Voy a prepararos un
lugar.
Jn 8, 35: Y el
esclavo no permanece siempre en la casa, mientras que el hijo permanece
siempre.
Dt 1, 33: De noche
os marcaba el camino con un fuego; de día, con una nube.
Y cuando haya ido y
os haga preparado un lugar.
Hb 6, 19-20: Ella es
como un ancla firme y segura del alma, que penetra hasta dentro de la cortina,
adonde entró como precursor nuestro Jesús, nombrado sumo sacerdote perpetuo en
la línea de Melquisedec.
Para que donde esté
yo.
Jn 7, 34: Me
buscaréis y no me encontraréis, y adonde yo vaya no podréis ir vosotros.
Jn 12, 26: Quien me
sirva que me siga, y donde yo estoy estará mi servidor, si uno me sirve, lo
honrará el Padre.
Estéis también
vosotros.
Jn 17, 24: Padre,
los que me confiaste, quiero que estén conmigo, donde yo estoy; para que
contemplen mi gloria: la que me diste, porque me amaste antes de la creación
del mundo.
Le dijo Tomás:
Señor, no sabemos adónde vas.
Jn 11, 16: Tomás
(que significa Mellizo) dijo a los demás discípulos: Vamos también nosotros a
morir con él.
Jn 20, 24: Tomás
(que significa Mellizo), uno de los doce, no estaba con ellos cuando vino
Jesús.
Jn 13, 36: Le dice
Simón Pedro: Señor, ¿adónde vas? Le respondió Jesús: Adonde yo voy no puedes
seguirme por ahora, me seguirás más tarde.
Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida.
Jn 1, 4: En ella
había vida, y la vida era la luz de los hombres.
Hb 10, 19-20: Por la
sangre de Jesús, hermanos, tenemos libre acceso al santuario, por el camino
nuevo y vivo que inauguró para nosotros a través de la cortina, a saber, su
cuerpo.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
14 1
Los
vv. 1-2 son un reflejo del texto de Dt 1, 19-33, en el momento de pasar a la
Tierra prometida no hay que temer a los enemigos, Dt 1, 29, aquí, el mundo
sometido a Satán, sino tener confianza en Dios (al revés que los hebreos),
porque como había hecho Dios, Cristo marcha delante a fin de preparar (Targum)
un lugar para los discípulos.
14 2
(a) El
término casa había sido aplicado al templo, lugar de la presencia de Dios en
medio de su pueblo. La imagen fue después utilizada para designar la
trascendencia de la existencia divina: se dirá simbólicamente que la casa de
Dios está edificada en el cielo.
14 2
(b) Otros
traducen: “Si no, ¿os habría dicho (que yo voy…)?”.
14 3
Toda
la espera de la Iglesia se apoya en esta promesa. Como en los comienzos del
cristianismo, el retorno de Cristo parece esperarse en un futuro relativamente
próximo: los vv. 1-3 son, pues, de redacción bastante arcaica.
14 6
Estos
tres títulos se dicen de Cristo en referencia a los bienes que recibimos de él.
Él es la Verdad, porque nos enseña la verdad sobre nuestra vida moral. Es el
Camino, porque nos enseña cómo andar por la senda que lleva al Padre, dándonos
ejemplo él mismo. Es la vida, porque siguiendo este Camino obtendremos la vida.
Notas exegéticas Nuevo Testamento,
versión crítica
14 1 No os alarméis: lit. no se alarme de vosotros el corazón. Dando su valor al
imperativo negativo de presente: No sigáis alarmados.
[Si] creéis: otros lo entienden como imperativo: creed en Dios, creed
también en mí.
2 ¿Alude
Jesús a algo que les ha dicho antes, tal vez a las palabras de 12, 26? De
cualquier forma, la despedida es provisional, no definitiva: Jesús se va a
“preparar sitio” a los suyos en su propia casa familiar. El judaísmo hablaba de
hasta siete aposentos o moradas en el paraíso para las almas santas.
Pero, según las palabras de Jesús, esos aposentos están en la casa de mi
Padre, y el mismo Jesús está allí.
3 Vendré de nuevo…: lit. de nuevo vengo y llevaré a vosotros hacia mí.
6 Nueva
revelación de Jesús (para la fórmula “Yo soy” cf. 4, 26; 6, 35). El artículo
viene a decir: existen muchos caminos, yo soy el único camino seguro; existen
muchas verdades, yo soy la verdad por esencia, etc. Podría pensarse que hay que
poner el énfasis en el tercer camino, a la manera semítica – “yo soy el camino
verdadero que conduce a la vida” – pero quizá el camino se aquí
la palabra principal, coherente con la pregunta de Tomás; si esto fuera así, la
verdad y la vida explicarían porque Jesús es el camino.
Es decir:
“soy el camino porque y en cuanto soy la verdad – la revelación
total del Padre – gracias a la cual tenéis vida”). No hay desorientación
posible teniendo a Jesús, que es el camino que
conduce a Dios (Hb 10,2 0), la verdad que libera (cf. 8, 31-32), la
vida que alimenta (cf. 6, 35). Si en Hch 9, 2 se llama “camino” al nuevo
estilo cristiano, para Jn “el camino” no es meramente una moral, como “la
verdad” no es ante todo una serie de proposiciones doctrinales; son una
persona viviente: Jesucristo, nuestro mediador para llegar al Padre;
separados de él, sólo experimentaremos desorientación, mentira y muerte. “¡Qué
dichosa suerte y qué gozoso y bienaventurado viaje, adonde el camino es Cristo,
y la guía de él es él mismo, y la guarda y la seguridad ni más ni menos es él,
y adonde los que van por él son sus hechuras y rescatados suyos!” (fray Luis de
León). “Todo nuestro bien y remedio es la sacratísima humanidad de nuestro
Señor Jesucristo… Si pierden la guía que es el buen Jesús, no aceptarán el camino;
porque el mismo Señor dice que es “camino”, y que no puede ninguno ir al Padre
sino por él, y “quien ve a mí ve al Padre”. Dirán que se da otro sentido a
estas palabras; yo no se esotros sentidos; con este, que siempre siente mi alma
ser vedad, me ha ido muy bien” (santa Teresa de Jesús).
9 El que me ve está viendo al Padre: el tiempo verbal griego (perfecto) indica
una acción pasada, cuyo afecto perdura en el presente “el que me vio y sigue
viéndome…”. “Ver” al Padre es conocerlo cara a cara. El Hijo es
imagen del Padre en cuanto Verbo encarnado, hecho hombre. Para fray Luis de
León, Cristo “es cara de Dios, porque como cada uno se conoce en la cara, así
Dios se nos representa en él y nos demuestra que es clarísima y
perfectísimamente”. “Toda la vida de Cristo es revelación del Padre: sus
palabras y obras, silencios y sufrimientos,
su modo de ser y de hablar […]. Por haberse hecho hombre nuestro Señor
para cumplir la voluntad del Padre, aun los menores detalles de sus misterios
nos muestras la caridad de Dios para con nosotros (Cat 516).
10-11 Jesús pasa del tema de las palabras al de las obras. La obra
es revelar al Padre; hacer es hablar, hablar es hacer (términos
prácticamente sinónimos en Juan).
Reside: o
permanece.
Hace sus obras: no es “hace lo que él quiere”, ni “hace obras por su cuenta” (en
paralelismo antitético con el v. 10b) sino: “hace su obra salvadora”, esa
actividad global de Dios que es salvarnos mediante el Hijo.
Notas exegéticas desde la Biblia
Didajé:
14, 2 Aquí, Cristo hablaba del mismo cielo, donde los fieles permanecerán
eternamente con Dios como su familia. No podemos conseguir esto con nuestros
esfuerzos humanos; en vez de eso necesitamos la gracia redentora de Cristo.
Solo él nos puede guiar hacia nuestra morada eterna. En el cielo, cada persona
será recompensada con sus buenas obras llevadas a cabo en conjunto con la
gracia de Dios. Cat 661, 2466 y 2614.
14, 6 Él es el camino, el único camino, porque es revelación del amor del Padre
y revela perfectamente la voluntad de Dios para cada persona. Podríamos
explicar este versículo así: Él es el camino verdadero que conduce a la vida;
Jesucristo es el significado de la vida humana. Cat. 74, 459, 1698, 2466, 2614.
14, 9 Felipe todavía no entendía que Cristo era Dios mismo; la imagen del
Padre, que no puede ser visto, Cristo y su Padre son uno. Cristo le instó a
creer en este misterio que le había enseñado personalmente probando su
divinidad a través de los milagros. Cat 470 y 516.
Catecismo de la Iglesia Católica.
661 Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera, es decir, a
la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que “salió del
Padre” puede “volver al Padre”: Cristo. “Nadie ha subido al cielo sino el que
bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3, 13). Dejada a sus fuerzas naturales,
la humanidad no tiene acceso a la “Casa del Padre”, a la vida y a la felicidad
de Dios. Solo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, ha querido
precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo,
vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino.
2466 En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud. “Lleno de
gracia y de verdad”, él es la luz del mundo, la Verdad. El que cree en él, no
permanece en las tinieblas. El discípulo de Jesús, permanece en su palabra,
para conocer la verdad que hace libres y que santifica. Seguir a Jesús es vivir
del Espíritu de verdad que el Padre envía en su nombre y que conduce a la
verdad completa. Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la
verdad. “Sea vuestro lenguaje: sí, sí, no, no” (Mt 5, 37).
2614 La fe en Él introduce a los discípulos en el conocimiento del Padre
porque Jesús es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). La fe da su fruto
en el amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con Él en el Padre
que nos ama en Él hasta permanecer en nosotros.
74 Dios
“quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”
(1 Tm 2, 4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús.
459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: “Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí...” (Mt 11, 29). “Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Y el Padre en el
monte de la Transfiguración, ordena: “Escuchadlo”.
1698 La referencia primera y última de esta catequesis será siempre
Jesucristo, que es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).
516 Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras, sus
obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y hablar. Jesús puede
decir: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9), y el Padre: “Este es mi Hijo
amado; escuchadle” (Lc 9, 35).
Concilio Vaticano II
Ante la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su culmen. El
hombre no solo es atormentado por el dolor y la progresiva disolución del
cuerpo, sino también, y aún más, por el temor de la extinción perpetua. Juzga
enteramente por instinto de su corazón cuando aborrece y rechaza la ruina total
y la desaparición definitiva de su persona. La semilla de eternidad que lleva
en sí, al ser irreductible a la sola materia, se rebela contra la muerte. Todos
los esfuerzos de la técnica, aunque muy útiles, no pueden calmar esta ansiedad del
hombre, la prolongación de la longevidad biológica no puede satisfacer ese
deseo de vida ulterior que ineluctablemente está arraigado en su corazón.
Mientras la imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, sin embargo,
aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por
Dios para el destino feliz más allá de los límites de la miseria terrestre. La
fe cristiana enseña que la muerte corporal, de la cual el hombre se había liberado
si no hubiese pecado, será vencida cuando el Salvador, omnipotente y
misericordioso, restituya al hombre la salvación, perdida por su culpa. Pues
Dios llamó y llama al hombre para que se adhiera a Él con toda su naturaleza,
en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Cristo resucitado a la
vida ha conseguido la victoria, liberando con su muerte al hombre de la muerte.
Así pues, la fe, apoyada en sólidos argumentos, ofrece a todo hombre que
reflexiona una respuesta a su ansiedad sobre su destino futuro, y le da al
mismo tiempo la posibilidad de una comunión en Cristo con los hermanos queridos
arrebatados ya por la muerte, confiriéndoles la esperanza de que ellos han
alcanzado en Dios la vida verdadera.
Gaudiu et spes, 18.
San Agustín
Por donde se ve que también él está en sí mismo y que por consiguiente,
ellos estarán allí donde está él, esto es, en él mismo; porque él es la vida
eterna, en la que hemos de estar cuando nos lleve consigo. Y esta vida eterna
que es él está en él mismo, a fin de que donde está él, estemos nosotros
también, es decir, en él. Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo,
y la vida que tiene no es otra cosa que lo que es el que tiene esa vida, así
también el Hijo tiene la vida en sí mismo, siendo él mismo la vida, que
tiene en sí mismo. (...) Nosotros, por haber querido estar en nosotros mismos,
hemos sido víctimas de una turbación interior, según aquellas palabras: Se
ha turbado mi alma dentro de mí (Sal 41, 7), y pasando a peor condición, ni
siquiera pudimos permanecer siendo lo que fuimos. Pero permaneciendo en él,
cuando por él vamos al Padre, según él dice: Nadie viene al Padre, sino por
mí, ya nadie nos podrá separar del Padre, ni de él.
Comentarios sobre el evangelio de San Juan, 70, 1. I, pg. 552.
Los Santos Padres.
Con la primera parte de esta afirmación probó el
poder de su divinidad, porque sabía lo que guardaban en lo más profundo de su
alma y lo reveló. “Vosotros creéis en Dios: creed también en mí”... Pues la fe
en mí y en mi padre es más poderosa que todas las cosas que puedan
sobreveniros, y no permitirá que ningún mal prevalezca sobre vosotros.
Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Ev. de Juan, 73, 1. IVb, pg.
171.
¿Qué tendremos nosotros en común con el nombre de
Cristo si no nos unimos inseparablemente a Él, que es, según su propia palabra,
el camino, la verdad y la vida? Es decir, el camino de un santo comportamiento,
la verdad de una doctrina divina y la vida de una bienaventuranza eterna.
León Magno, Sermones, 72. IVb, pg. 175.
San Juan de Ávila
Ayúdanos a andar el camino con su ejemplo y calor; y para derretirse el
hombre el corazón, hase de poner a este sol de justicia; y así, de mirar su
imagen, se han remediado algunos, porque, mirándolo a Él, Él nos mira a
nosotros y da gracia para que se muevan los corazones a se convertir a Él; y
así, mirándonos y dándonos gracia, hace empollar los huevos como el avestruz.
Es camino nuestro Señor Jesucristo seguro y firme entre las aguas de aqueste
mar que navegamos, porque dijo el Señor: Yo soy camino (Jn 14, 6); y
estas son sus palabras, y así hanse de advertir mucho, como se encomiendan en
el pslamo 118. Y por eso el evangelio se dice con lumbre y se oye en pie, para
que se oya y se estime y se ponga por obra.
Plática a los padres de la Compañía. I, pg. 828.
Y para que veáis cuán razonablemente el Hijo de Dios, más que el Padre y
el Espíritu Santo, convenía que hermosease lo feo, considerad que así como los
santos doctores atribuyen al Eterno Padre la eternidad, y al Espíritu Santo el
amor, así al Hijo de Dios, en cuanto Dios, se le atribuye la hermosura, porque
Él es perfectísimo, sin defeto alguno, y es imagen del Padre (Hb 1, 3),
tan al proprio que, por ser engendrado del Padre, es semejable del todo al
Padre y tiene la mesma esencia del Padre. De manera que quien a Él ve, ve al
Padre (Jn 14, 9), como Él mismo dice en el santo Evangelio.
Audi, filia (I). I, pg. 520.
De manera que quien ve a él, ve al Padre, como dice el santo
Evangelio (Jn 14, 9). Pues, por esta proporción tan igual del Hijo con el
Padre, con razón se le atribuye la hermosura, pues tan al propio está sacada la
imagen de su dechado [muestra para copiar, rae.es].
Audi, filia (II). I, pg. 768.
Y esta misma, muy más perfecta, tuvo Jesucristo su Hijo, nuestro Señor,
el cual, así sus buenas obras como sus buenas palabras fidelísimamente
predicaba al mundo que las había recebido del Padre, diciendo: Mi dotrina no
es mía, mas de aquel que me envió (Jn 7, 16). Y en otra parte dice: Las
palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo, mas del Padre que está en
mí, él hace las obras (Jn 14, 10). Y así convenía que el remediador de los
hombres fuese muy humilde, pues la raíz de todos los males es la soberbia.
Audi, filia (I). I, pg. 451.
Las palabras que yo hablo, no las hablo de mí mismo, mas el Padre que
está en mí, él hace las obras (Jn 14, 10). Y así convenía que el remediador de los hombres fuese muy
humilde, pues que la raíz de todos los malos y males es la soberbia.
Audi, filia (II). I, pg. 671.
Tres solos muertos fueron resucitados en todo el discurso de la Ley vieja
(cf. 1 Re 17, 17-24; 2 Re 4, 25-37; 13, 20-21), que duró dos mil años, o cuasi,
y, si miráis en la nueva, San Andrés solo resucitó de una vez a cuarenta
muertos. Para que así se cumpla lo que el Señor dijo: Quien en mí cree, hará
obras aún mayores que yo (Jn 14, 12), y se vea su grande poder, pues no
solo por sí mismo, mas por los suyos, en los cuales él obra, puede hacer todo
lo que quiere, por maravilloso que sea.
Audi, filia (II). I, pg. 608.
Dios es luz: mira la hermosura de este sol, que linda cosa debe ser. Dios
todo claro, hermoso y resplandeciente, alumbra. Cuando un hombre no acierta una
cuestión, parece que está en oscuridad. Cuando estáis en oscuridad, estáis en
duda si es así esto o no. Dios es verdad (cf. Jn 14, 6). Antes que salga el sol
tenéis duda, si es así aquello o no. Sale el sol, luego se ve la verdad.
Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 124.
Como el Hijo bendito es adecuación y declaración del Padre, llamámosle
nombre de Dios, como decimos palabra de Dios, que declara todo el ser
del Padre. Y así lo dijo el Filipe: El que me ve a mí, ve a mi Padre (Jn
14, 9). En fin, que nuestros pecados son perdonados por el nombre de Dios, que
es Jesucristo bendito, por sus merecimientos.
Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 197.
Y ¿qué tal es el amigo? Aquel que es Imagen de Dios invisible (Col
1, 15). Es imagen sacada al natural, en la cual se sacó e imprimió toda la
perfección del Padre: Philippe, qui videt me, videt et Patrem (Jn 14,
9); porque no puede ser visto el Hijo sin que se vea el Padre. Y ansí, quien ve
la bondad, la paciencia y las más virtudes y los milagros que Jesucristo hizo,
ve al Padre. Porque los mesmos que Jesucristo hizo, hiciera el Padre, si
encarnara; porque no son dos bondades, sino una; y ansí, lo mesmo obrara.
Lecciones sobre 1 San Juan (II). II, pg. 345-346.
Voyme. ¡Oh benditísimo y dulcísimo Señor! ¿Dónde vais? ¿Y adónde nos
dejáis? ¿Cómo, Señor, podemos oír con paciencia decir que, Señor, os vais y que
tornaréis presto? ¡Oh Señor, y cuán largo es el tiempo que no os vemos, en que
no estamos con vos, en que estamos acá apartados de vos, bien nuestro reposo
nuestro! Este presto que decís que volveréis, ¡cuán tarde es para quien os ama,
para quien no tiene otro deseo sino de vos, ni querría ver, ni oír, ni hablar a
nadie sino a vos! Y veros tan lejos, allá tan apartado, es tormento intolerable
estar sin Aquel a quien sobre todas las cosas ama. Y por eso, Señor, quien bien
os quiere, muy aborrecida tiene esta vida, y su mayor deseo es cuando ya se
acabase y os viese.
Domingo
12 después de Pentecostés. III,
pg. 275.
Sepan, pues, todos los que quisieran subir a la alteza del Padre, que la
escalera es Jesucristo, su Hijo; sepan todos que otro medianero principal no
hay si Él no; porque, aunque los santos lo sean, sonlo por Él y sonlo porque Él
fue medianero para que ellos tuviesen cabida con Dios; y que para todos es
medianero, si quieren entrar a Él.
Jueves
Santo. III, pg. 419.
Y uno de ellos, que fue San Felipe, dijo como en nombre de todos: Señor,
muéstranos al Padre, y bástanos (Jn 14, 8); como quiere dice: “Pues tantas
cosas buenas nos ha dicho de Él, querríamos verle, y ni tendríamos más que
pedir ni que desear”. Tenía, por cierto, mucha razón de desear ver al Padre,
pues hace claramente bienaventurados a los que claramente lo ven. Mas, ¿cómo lo
verán, si Él no se muestra? ¿Cómo se mostrará, si no le amamos? Pues, como dijo
Cristo nuestro Señor: Si alguno me ama, manifestármele he a mí mismo (cf. Jn 14, 21). ¿Y cómo amaremos al Padre si
el Padre primero no nos ama, pues que el amar nosotros a Él es efecto de amar
Él a nosotros?
Jueves
Santo. III pg. 417.
Bástenos, pues, tener a tal Padre por padre, aquí por gracia, y después
(como San Felipe pidió (cf. Jn 14, 8), viéndolo en la majestad de su gloria.
Jueves
Santo. III, pg. 427.
Porque mi Padre y yo una cosa somos. No porque las personas sean una,
sino porque son semejantes en la imagen y en el poder y saber y en todo lo
demás, y por eso quien ve al Hijo ve también al Padre. Pues para remedio de un
hombre amador del pecado y enemigo del trabajo, venga el Hijo de Dios, que es
amador del trabajo y aborrecedor del pecado. Para imagen tan perdida, venga
imagen tan buena a remediarla.
Domingo
22 después de Pentecostés. III,
pg. 315
En aquella oración que Cristo nuestro Señor hizo al Padre el jueves de la
cena en la noche, les dice otras palabras: Padre, manifesté tu nombre a los
hombres, los cuales me diste (Jn 17, 6). Y entre todas las cosas que hizo
buenas y muy buenas, especialmente se esmeró en predicar la honra de su Padre,
atribuyéndole a Él la doctrina que predicaba, los milagros y obras que
hacía; todo para ejemplo nuestro, que encendía los corazones de los apóstoles
en el amor al Padre invisible, tan altamente alabado por su hijo.
Jueves Santo. III, pg. 417.
No seáis amadora de voz, y seréis amada de Dios; perdeos y hallaros heis.
Si de una vez os fiásedes de Dios y os ofreciésedes a Él , no habría cosa que
os espantase; de la poca fiuza nace la tribulación, y por eso decía el Señor: No
se turbe vuestro corazón ni tema: creéis en Dios, pues creed en mí (Jn 14, 1). De manera que la fe es sosiego del
corazón. No hay cosa que tanto os conviene tener para llegar al fin de la
jornada en que Dios os puso como de corazón confiar en Él. Muchas y grandes
pruebas os hará Dios: grandes tribulaciones se os levantarán de donde no
pensáis; mas si de fe estáis armada, lo venceréis.
A una señora monja atribulada. IV, pg. 150-151.
Y si es ansí que, habiendo diferentes grados de gloria y diversas
mansiones en la Iglesia triunfante (cf. Jn 14, 2), está más hermosa que si
todas tuvieran una misma gloria, de aquí que su Señor está más horado en ellos
que si todos estuvieran iguales, y ansí no tienen ellos pena por tener menos
gloria que otros; porque ellos con sus colores y los otros con las otras más
subidas, todos concurren en manifestar la infinita bondad y hermosura del que
los crió.
A una doncella que le preguntó que cosa era caridad. IV, pg. 161.
San Oscar Romero.
Y vengo, queridos hermanos, para decirles en este
ambiente donde la persecución, el atropello, la grosería de unos hombres contra
otros hombres ha marcado de sangre y de humillación, a decirles el lenguaje
claro de la Iglesia. Que no se confunda este lenguaje, este mensaje de
esperanza y de fe de la Iglesia, con el lenguaje subversivo, con el lenguaje
político de la mala ley, de los que pelean por el poder, de los que disputan
las riquezas de la tierra, de los que hablan de liberaciones únicamente a ras
de tierra, olvidando las esperanzas del cielo, de los que han puesto sus
ilusiones en sus haciendas, en sus haberes, en sus capitales, en su poder; para
decirles a todos, hermanos, que el lenguaje de la Iglesia no hay que
confundirlo con esas idolatrías; y que los idólatras y los que le sirven a los
idólatras no tienen por qué temer este lenguaje nítido, limpio de corazón,
claro que la Iglesia predica.
Y ningún día me parece tan hermoso para decirles el
lenguaje claro de la Iglesia que este día 1º de noviembre, Día de Todos los
Santos, y en vísperas del Día de los Difuntos también recordarles el fin de la
vida humana: todo se acaba -y solamente queda la alegría de haber sido leal a
la ley del Señor, de haber amado al prójimo, de haberse dado por el prójimo,
dado en generosidad, en amor, en servicio- y no haber aprovechado la vida para
atropellar la dignidad y los derechos del hombre, sino para que a la hora en
que nuestra muerte nos presente ante el tribunal, sepamos recibir de aquellos
labios infalibles divinos un: "¡Pase adelante! Venid, benditos de mi Padre
a poseer el reino de los cielos, porque fuiste caritativo, porque no fuisteis
groseros, porque todo lo que hiciste con uno de mis hermanos chiquitos a mí me
lo hiciste. A mí me golpeaste cuando torturaste, a mí me mataste cuando hiciste
aquel crimen, a mí también me serviste con amor cuando me defendían cuando
dabas tu cara por mí, cuando enseñabas el catecismo a los niños, cuando
atendías a los enfermos, cuando dabas al necesitado por amor. Y te confundías
pensando que hacías otra cosa! A mí me servías!"
Este es el lenguaje nítido de la Iglesia; no lo
confundamos, por favor. Quisiera decirles pues, hermanos, en este Día de los
Difuntos, el sublime lenguaje que nos está hablando hoy en esta tumba el [beato]
Padre Grande, don Manuel Solórzano y el niño Nelson Rutilio Lemus. ¿Qué
lenguaje nos están hablando? El lenguaje de que todo termina, lo temporal
termina en la tumba: lo temporal… pero es cuando comienza lo eterno; y que ya
lo eterno se ha recogido también en lo temporal cuando en lo temporal, es decir
en las cosas de la tierra, se tuvo presente que ya aquí en la tierra comienza
un reino de los cielos.
Homilía, 1 de noviembre de 1977.
León XIV. Audiencia general. 22 de
octubre. Ciclo de
catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. IV La resurrección de
Cristo y los desafíos del mundo actual 2. La resurrección de Cristo,
respuesta a la tristeza del ser humano (Lc 24,32-35)
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡Y bienvenidos todos!
La
resurrección de Jesucristo es un acontecimiento que nunca termina de ser
contemplado y meditado, y cuanto más se profundiza en él, más nos quedamos
llenos de asombro, atraídos como
por una luz deslumbrante y al mismo tiempo fascinante. Fue una explosión de
vida y alegría que cambió el sentido de toda la realidad, de negativo a
positivo; sin embargo, no ocurrió de manera espectacular, y mucho menos
violenta, sino de forma suave, oculta, podríamos decir humilde.
Hoy
vamos a reflexionar sobre cómo la resurrección de Cristo puede curar una de
las enfermedades de nuestro tiempo: la tristeza. Invasiva y generalizada,
la tristeza acompaña los días de muchas personas. Se trata de un sentimiento de
precariedad, a veces de profunda desesperación, que invade el espacio interior
y parece prevalecer sobre cualquier impulso de alegría.
La
tristeza le quita sentido y vigor a la vida, que se convierte en un viaje
sin dirección y sin significado. Esta experiencia tan actual nos remite al
famoso relato del Evangelio de Lucas (24,13-29) sobre los dos discípulos de Emaús.
Ellos, desilusionados y desanimados, se alejan de Jerusalén, dejando atrás las
esperanzas puestas en Jesús, que ha sido crucificado y sepultado. En sus
primeras frases, este episodio muestra como un paradigma de la tristeza
humana: el final del objetivo en el que han invertido tantas energías, la
destrucción de lo que parecía esencial en la propia vida. La esperanza se ha
desvanecido, la desolación se ha apoderado de su corazón. Todo ha implosionado
en muy poco tiempo, entre el viernes y el sábado, en una dramática sucesión de
acontecimientos.
La
paradoja es realmente emblemática: este triste viaje de derrota y retorno a
la normalidad se realiza el mismo día de la victoria de la luz, de la Pascua
que se ha consumado plenamente. Los dos hombres dan la espalda al Gólgota,
al terrible escenario de la cruz aún grabado en sus ojos y en sus corazones.
Todo parece perdido. Es necesario volver a la vida anterior, manteniendo un
perfil bajo, esperando no ser reconocidos.
En
cierto momento, un viandante se une a los dos discípulos, tal vez uno de los
muchos peregrinos que han estado en Jerusalén para la Pascua. Es Jesús
resucitado, pero no lo reconocen. La tristeza les nubla la mirada, borra
la promesa que el Maestro había hecho varias veces: que tenía que morir y
que al tercer día resucitaría. El desconocido se acerca y se muestra interesado
en lo que están diciendo. El texto dice que los dos «se detuvieron, con el
semblante triste» (Lc 24,17). El adjetivo griego
utilizado describe una tristeza integral: en sus rostros se refleja la
parálisis del alma.
Jesús
los escucha, les deja desahogar su desilusión. Luego, con gran
franqueza, los reprende por ser «duros de entendimiento para creer en
todo lo que han dicho los profetas» (v. 25), y a través de las Escrituras
les demuestra que Cristo debía sufrir, morir y resucitar. En los corazones
de los dos discípulos se reaviva el calor de la esperanza, y entonces,
cuando ya cae la tarde y llegan a su destino, invitan al misterioso compañero a
quedarse con ellos.
Jesús
acepta y se sienta a la mesa con ellos. Luego toma el pan, lo parte y lo
ofrece. En ese momento, los dos discípulos lo reconocen... pero Él desaparece
inmediatamente de su vista (vv. 30-31). El gesto del pan partido reabre los
ojos del corazón, ilumina de nuevo la vista nublada por la desesperación. Y
entonces todo se aclara: el camino compartido, la palabra tierna y fuerte, la
luz de la verdad... De inmediato se reaviva la alegría, la energía vuelve a
fluir en los miembros cansados, la memoria vuelve a ser agradecida. Y los dos
regresan deprisa a Jerusalén, para contarlo todo a los demás.
«Es
verdad, ¡el Señor ha resucitado!» (cf. v. 34). En este adverbio,
«verdaderamente», se cumple el destino seguro de nuestra historia como seres
humanos. No por casualidad es el saludo que los cristianos se intercambian el
día de Pascua. Jesús no resucitó con palabras, sino con hechos, con su cuerpo
que conserva las marcas de la pasión, sello perenne de su amor por nosotros. La
victoria de la vida no es una palabra vana, sino un hecho real, concreto.
Que
la alegría inesperada de los discípulos de Emaús sea para nosotros un dulce
recordatorio cuando el camino se hace difícil. Es el Resucitado quien cambia radicalmente la perspectiva, infundiendo
la esperanza que llena el vacío de la tristeza. En los senderos del corazón, el
Resucitado camina con nosotros y por nosotros. Testimonia la derrota de la
muerte, afirma la victoria de la vida, a pesar de las tinieblas del Calvario.
La historia todavía tiene mucho que esperar en el bien.
Reconocer
la Resurrección significa cambiar la mirada sobre el mundo: volver a la luz para reconocer la Verdad que nos
ha salvado y nos salva. Hermanas y hermanos, permanezcamos vigilantes cada día
en el asombro de la Pascua de Jesús resucitado. ¡Él solo hace posible lo
imposible!
Audiencia jubilar. Sábado 25 de octubre de 2025. Catequesis
7. Esperar es no saber – Nicolás de Cusa.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Han
llegado a la meta de su peregrinación, pero, como los discípulos de Jesús,
ahora debemos aprender a habitar un mundo nuevo. El Jubileo nos ha hecho peregrinos de esperanza
precisamente por esto: todo debe mirarse ahora a la luz de la resurrección
del Crucificado. ¡Es en esta esperanza que somos salvados! Sin embargo,
nuestros ojos no están acostumbrados. Así, antes de ascender al cielo, el
Resucitado comenzó a educar nuestra mirada. ¡Y sigue haciéndolo también
hoy! En efecto, las cosas no son como parecen: el amor ha vencido, aunque
tengamos ante los ojos tantos contrastes y veamos el enfrentamiento entre
muchos opuestos.
En una
época igualmente turbulenta, en el siglo XV, la Iglesia tuvo un cardenal aún
hoy poco conocido. Fue un gran pensador y servidor de la unidad. Se llamaba
Nicolás y provenía de Kues, en Alemania: Nicolás de Cusa. Él puede
enseñarnos que esperar es también “no saber”. Como escribe San Pablo, en
efecto, «¿cómo puede uno esperar lo que ya ve?» (Rm 8,24). Nicolás de Cusa
no podía ver la unidad de la Iglesia, sacudida por corrientes opuestas y
dividida entre Oriente y Occidente. No podía ver la paz en el mundo ni entre
las religiones, en una época en la que la cristiandad se sentía amenazada
desde fuera. Sin embargo, mientras viajaba como diplomático del Papa, oraba
y reflexionaba. Por eso sus escritos están llenos de luz.
Muchos
de sus contemporáneos vivían con miedo; otros se armaban preparando nuevas
cruzadas. Nicolás, en cambio, eligió desde joven frecuentar a quienes tenían
esperanza, a quienes profundizaban en nuevas disciplinas, a quienes
releían a los clásicos y volvían a las fuentes. Creía en la humanidad. Comprendía
que hay opuestos que deben mantenerse juntos, que Dios es un misterio en el
cual aquello que está en tensión encuentra unidad. Nicolás sabía que no
sabía, y así comprendía cada vez mejor la realidad. ¡Qué gran don para la
Iglesia! ¡Qué llamada a la renovación del corazón! He aquí sus enseñanzas:
hacer espacio, mantener unidos los opuestos, esperar aquello que aún no se ve.
El
Cusano hablaba de una “docta ignorancia”, signo de inteligencia. El protagonista
de algunos de sus escritos es un personaje curioso: el idiota. Es una
persona sencilla, sin estudios, que plantea a los sabios preguntas elementales
que ponen en crisis sus certezas.
Así
sucede también hoy en la Iglesia. ¡Cuántas preguntas ponen en crisis nuestra
enseñanza! Preguntas de los jóvenes, preguntas de los pobres, preguntas de
las mujeres, preguntas de quienes han sido silenciados o condenados por ser
distintos de la mayoría. Estamos en un tiempo bendito: ¡cuántas preguntas! La
Iglesia se vuelve experta en humanidad si camina con la humanidad y lleva en su
corazón el eco de sus preguntas.
Queridos
hermanos y hermanas: esperar es no saber. No tenemos ya las respuestas a
todas las preguntas. Pero tenemos a Jesús. Seguimos a Jesús. Y entonces
esperamos lo que aún no vemos. Nos convertimos en un pueblo en el que los
opuestos se unen en unidad. Nos adentramos, como exploradores, en el mundo
nuevo del Resucitado. Jesús va delante de nosotros. Nosotros aprendemos,
avanzando paso a paso. Es un camino no solo de la Iglesia, sino de toda la
humanidad. Un camino de esperanza.
León XIV. Angelus. 26 de octubre de
2025.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buen domingo!
Hoy el
Evangelio (cf. Lc 18,9-14) nos presenta a dos personajes, un
fariseo y un publicano, que oran en el Templo.
El
primero se jacta de una larga lista de méritos. Las buenas obras que realiza
son muchas, y por eso se siente mejor que los demás, a quienes juzga con
desprecio. Se mantiene de pie, con la frente en alto. Su actitud es claramente
presuntuosa: denota una observancia exacta de la Ley, sí, pero pobre en amor,
hecha de “haber” y “tener”, de deudas y créditos, carente de misericordia.
El
publicano también está rezando, pero de manera muy diferente. Tiene mucho por
qué pedir perdón: es un recaudador de impuestos al servicio del imperio romano
que trabaja con un contrato público, el cual le permite especular con los
ingresos en detrimento de sus propios compatriotas. Sin embargo, al final de la
parábola, Jesús nos dice que, de los dos, es precisamente él quien vuelve a
casa “justificado”, es decir, perdonado y renovado por el encuentro con Dios.
¿Por qué?
En
primer lugar, el publicano tiene el valor y la humildad de presentarse ante
Dios. No se encierra en su mundo, no se resigna al mal que ha hecho. Abandona
los lugares donde es temido, seguro, protegido por el poder que ejerce
sobre los demás. Acude al templo solo, sin escolta, aun a costa de
enfrentarse a miradas duras y juicios severos, y se coloca delante del
Señor, al fondo, con la cabeza inclinada hacia abajo, pronunciando unas pocas
palabras: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!» (v. 13).
Así,
Jesús nos da un mensaje poderoso: no es ostentando nuestros méritos como nos
salvamos, ni ocultando nuestros errores, sino presentándonos honestamente, tal
como somos, ante Dios, ante nosotros mismos y ante los demás, pidiendo perdón y
confiando en la gracia del Señor.
Al
comentar este episodio, san Agustín compara al fariseo con un enfermo
que, por vergüenza y orgullo, oculta sus llagas al médico, y al publicano con
otro que, con humildad y sabiduría, muestra al médico sus heridas, por muy feas
que sean, y le pide ayuda. Y concluye: «No es, pues, extraño que saliera más
curado el publicano, que no tuvo reparos en mostrar lo que le dolía»
(Sermón 351,1).
Queridos
hermanos y hermanas, hagamos lo mismo. No tengamos miedo de reconocer
nuestros errores, de ponerlos al descubierto asumiendo nuestra responsabilidad
y confiándolos a la misericordia de Dios. Así podrá crecer, en nosotros y a
nuestro alrededor, su Reino, que no pertenece a los soberbios, sino a los
humildes, y que se cultiva, en la oración y en la vida, a través de la
honestidad, el perdón y la gratitud.
Pidamos
a María, modelo de santidad, que nos ayude a crecer en estas virtudes.
Papa Francisco. Ángelus. 1 de
noviembre de 2024.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz fiesta!
Hoy,
solemnidad de Todos los Santos, en el Evangelio (cf. Mt 5,1-12) Jesús proclama
el carné de identidad del cristiano. ¿Y cuál es el carné de identidad del
cristiano? Las bienaventuranzas. Es nuestro carné de identidad, y
también el camino hacia la santidad (cf. Exhortación apostólica Gaudete
et exsultate, 63). Jesús nos muestra un camino, el camino del amor, que
Él mismo recorrió primero haciéndose hombre, y que para nosotros es a la
vez don de Dios y respuesta nuestra. Don y respuesta.
Es
don de Dios, porque, como dice
san Pablo, es Él quien santifica (cf. 1 Co 6,11). Y por eso es ante todo
al Señor a quien pedimos que nos santifique, que haga nuestro corazón
semejante al suyo (cf. Carta Encíclica Dilexit
nos, 168). Con su gracia nos sana y nos libera de todo lo que nos impide
amar como Él nos ama (cf. Jn 13, 34), para que en nosotros, como decía el
Beato Carlo Acutis, haya siempre «menos de mí para dejar espacio a Dios».
Y esto
nos lleva al segundo punto: nuestra respuesta. En efecto, el Padre
celestial nos ofrece su santidad, pero no nos la impone. La siembra en
nosotros, nos hace gustarla y ver su belleza, pero luego espera nuestra
respuesta. Nos deja que sigamos sus buenas inspiraciones, que nos
dejemos implicar en sus proyectos, que hagamos nuestros sus sentimientos
(cf. Dilexit
nos, 179), poniéndonos, como Él nos enseñó, al servicio de los demás,
con una caridad cada vez más universal, abierta y dirigida a todos, al mundo
entero.
Todo
esto lo vemos en la vida de los santos, incluso en nuestro tiempo. Pensemos,
por ejemplo, en san Maximiliano Kolbe, que en Auschwitz pidió ocupar el lugar
de un padre de familia condenado a muerte; o en santa Teresa de Calcuta, que
gastó su existencia al servicio de los más pobres entre los pobres; o en el
obispo san Óscar Romero, asesinado en el altar por haber defendido los derechos
de los últimos contra los abusos de los prepotentes. Y así podemos hacer la
lista de tantos santos, tantos: los que veneramos en los altares y otros, a los
que me gusta llamar los santos «de al lado», los de todos los días, los
ocultos, los que llevan su vida cristiana cotidiana. Hermanos y hermanas, ¡cuánta
santidad escondida hay en la Iglesia! Reconocemos a tantos hermanos y
hermanas modelados por las Bienaventuranzas: pobres, mansos, misericordiosos,
hambrientos y sedientos de justicia, artífices de paz. Son personas «llenas
de Dios», incapaces de permanecer indiferentes ante las necesidades del prójimo;
son testigos de caminos luminosos, que también son posibles para nosotros.
Preguntémonos
ahora: ¿le pido a Dios, en la oración, el don de una vida santa? ¿Me dejo
guiar por los buenos impulsos que su Espíritu suscita en mí? ¿Y me comprometo
personalmente a practicar las Bienaventuranzas del Evangelio, en los ambientes
en los que vivo?
Que
María, Reina de todos los Santos, nos ayude a hacer de nuestra vida un camino
de santidad.
Muchas
gracias por la fiesta de ayer y por esta misa. Que el Señor les bendiga. Les
deseo un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!
Papa Francisco. Ángelus. 1 de noviembre de 2020.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta solemne fiesta de Todos los Santos, la Iglesia
nos invita a reflexionar sobre la gran esperanza, la gran esperanza
que se funda en la Resurrección de Cristo: Cristo ha resucitado y también
nosotros estaremos con Él. Los santos y los beatos son los testigos más
autorizados de la esperanza cristiana, porque la han vivido plenamente en su
existencia, entre alegrías y sufrimientos, poniendo en práctica las Bienaventuranzas que
Jesús predicó y que hoy resuenan en la liturgia (cf. Mt 5,1-12a). Las
Bienaventuranzas evangélicas son, en efecto, el camino de la santidad.
Me refiero ahora a dos Bienaventuranzas, la segunda y la tercera.
La segunda es esta: "Bienaventurados los que
lloran, porque ellos serán consolados" (v. 4). Parecen palabras
contradictorias, porque el llanto no es un signo de alegría y felicidad.
Motivos de llanto y de sufrimiento son la muerte, la enfermedad, las
adversidades morales, el pecado y los errores: simplemente la vida
cotidiana, frágil, débil y marcada por las dificultades. Una vida a veces herida
y probada por la ingratitud y la incomprensión. Jesús proclama
bienaventurados a los que lloran por estas situaciones y, a pesar de
todo, confían en el Señor y se ponen a su sombra. No son indiferentes ni
tampoco endurecen sus corazones en el dolor, sino que esperan con paciencia en
el consuelo de Dios. Y ese consuelo lo experimentan ya en esta vida.
En la tercera Bienaventuranza Jesús afirma: "Bienaventurados
los mansos, porque ellos heredarán la tierra" (v. 5). Hermanos y
hermanas ¡la mansedumbre! La mansedumbre es característica de Jesús, que dice
de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,
29). Mansos son aquellos que tienen dominio de sí, que dejan sitio al otro,
que lo escuchan y lo respetan en su forma de vivir, en sus necesidades y en sus
demandas. No pretenden someterlo ni menospreciarlo, no quieren
sobresalir y dominarlo todo, ni imponer sus ideas e intereses en detrimento de
los demás. Estas personas, que la mentalidad mundana no aprecia, son en
cambio preciosas a los ojos de Dios, que les da en herencia la tierra
prometida, es decir, la vida eterna. También esta bienaventuranza comienza aquí
abajo y se cumplirá en el Cielo, en Cristo. La mansedumbre. En este momento de
la vida, también mundial, donde hay tanta agresividad...Y también en la
vida cotidiana, lo primero que sale de nosotros es la agresión, la defensa.
Necesitamos mansedumbre para avanzar en el camino de la santidad. Escuchar,
respetar, no agredir: mansedumbre.
Queridos hermanos y hermanas, elegir la pureza, la
mansedumbre y la misericordia; elegir confiarse al Señor en la pobreza de
espíritu y en la aflicción; esforzarse por la justicia y la paz, todo esto
significa ir a contracorriente de la mentalidad de este mundo, de la cultura
de la posesión, de la diversión sin sentido, de la arrogancia hacia los más
débiles. Los santos y los beatos han seguido este camino evangélico. La
solemnidad de hoy, que celebra a Todos los Santos, nos recuerda la vocación
personal y universal a la santidad, y nos propone los modelos seguros de este
camino, que cada uno recorre de manera única, de manera irrepetible. Basta
pensar en la inagotable variedad de dones e historias concretas que se dan
entre los santos y las santas: no son iguales, cada uno tiene su personalidad y
ha desarrollado su vida en la santidad según su propia personalidad y cada uno
de nosotros puede hacerlo, ir por ese camino. Mansedumbre, mansedumbre por
favor e iremos a la santidad.
Esta inmensa familia de fieles discípulos de Cristo tiene
una madre, la Virgen María. Nosotros la veneramos con el título de Reina
de todos los Santos, pero es sobre todo la Madre, que enseña a cada uno a
acoger y seguir a su Hijo. Que nos ayude a alimentar el deseo de santidad
recorriendo el camino de las Bienaventuranzas.
Papa Francisco. Ángelus. 2 de noviembre
de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ayer celebramos la solemnidad de Todos los santos, y hoy la liturgia
nos invita a conmemorar a los fieles difuntos. Estas dos celebraciones
están íntimamente unidas entre sí, como la alegría y las lágrimas encuentran
en Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y de nuestra
esperanza. En efecto, por una parte la Iglesia, peregrina en la
historia, se alegra por la intercesión de los santos y los beatos que la
sostienen en la misión de anunciar el Evangelio; por otra, ella, como
Jesús, comparte el llanto de quien sufre la separación de sus seres queridos,
y como Él y gracias a Él, hace resonar su acción de gracias al Padre que nos ha
liberado del dominio del pecado y de la muerte.
Entre ayer y hoy muchos visitan el cementerio, que, como dice esta misma
palabra, es el «lugar del descanso» en espera del despertar final. Es
hermoso pensar que será Jesús mismo quien nos despierte. Jesús mismo reveló
que la muerte del cuerpo es como un sueño del cual Él nos despierta. Con esta
fe nos detenemos —también espiritualmente— ante las tumbas de nuestros seres
queridos, de cuantos nos quisieron y nos hicieron bien. Pero hoy estamos
llamados a recordar a todos, incluso a aquellos a quien nadie recuerda.
Recordamos a las víctimas de las guerras y de la violencia; a tantos «pequeños»
del mundo abrumados por el hambre y la miseria; recordamos a los anónimos,
que descansan en el osario común. Recordamos a los hermanos y a las
hermanas asesinados por ser cristianos; y a cuantos sacrificaron su vida para
servir a los demás. Encomendamos especialmente al Señor a cuantos nos dejaron
durante este último año.
La tradición de la Iglesia siempre ha exhortado a rezar por los difuntos,
en particular ofreciendo por ellos la celebración eucarística: es la mejor
ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, especialmente a las más
abandonadas. El fundamento de la oración de sufragio se encuentra en la
comunión del Cuerpo místico. Como afirma el Concilio Vaticano II, «la Iglesia
de los viadores, teniendo perfecta conciencia de la comunión que reina en todo
el Cuerpo místico de Jesucristo, ya desde los primeros tiempos de la religión
cristiana guardó con gran piedad la memoria de los difuntos» (Lumen
gentium, 50).
El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios
son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte
no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está
destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios. A Dios le dirigimos esta oración:
«Dios de infinita misericordia, encomendamos a tu inmensa bondad a cuantos
dejaron este mundo por la eternidad, en la que tú esperas a toda la humanidad
redimida por la sangre preciosa de Cristo, tu Hijo, muerto en rescate por
nuestros pecados. No tengas en cuenta, Señor, las numerosas pobrezas,
miserias y debilidades humanas cuando nos presentemos ante tu tribunal a fin de
ser juzgados para la felicidad o para la condena. Dirige a nosotros tu
mirada piadosa, que nace de la ternura de tu corazón, y ayúdanos a caminar por
la senda de una completa purificación. Que no se pierda ninguno de tus hijos
en el fuego eterno del infierno, en donde no puede haber arrepentimiento.
Te encomendamos, Señor, las almas de nuestros seres queridos, de las personas
que murieron sin el consuelo sacramental o no tuvieron ocasión de arrepentirse
ni siquiera al final de su vida. Que nadie tema encontrarse contigo después
de la peregrinación terrena, con la esperanza de ser acogido en los brazos
de tu infinita misericordia. Que la hermana muerte corporal nos encuentre
vigilantes en la oración y cargados con todo el bien que hicimos durante
nuestra breve o larga existencia. Señor, que nada nos aleje de ti en esta
tierra, sino que todo y todos nos sostengan en el ardiente deseo de descansar
serena y eternamente en ti. Amén» (Padre Antonio Rungi, pasionista, Oración
por los difuntos).
Con esta fe en el destino supremo del hombre, nos dirigimos ahora a la
Virgen, que padeció al pie de la cruz el drama de la muerte de Cristo y después
participó en la alegría de su resurrección. Que ella, Puerta del cielo,
nos ayude a comprender cada vez más el valor de la oración de sufragio por los
difuntos. Ellos están cerca de nosotros. Que nos sostenga en la peregrinación
diaria en la tierra y nos ayude a no perder jamás de vista la meta última de la
vida, que es el paraíso. Y nosotros, con esta esperanza que nunca defrauda,
sigamos adelante.
Benedicto XVI. Ángelus. 2 de noviembre
de 2008.
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer, la fiesta de Todos los Santos nos hizo contemplar
"la ciudad del cielo, la Jerusalén celeste, que es nuestra madre" (Prefacio de Todos los Santos).
Hoy, con el corazón dirigido todavía a estas realidades últimas,
conmemoramos a todos los fieles difuntos, que "nos han precedido con el
signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz" (Plegaria
eucarística i). Es muy importante que los cristianos vivamos la relación
con los difuntos en la verdad de la fe, y miremos la muerte y el más allá a la
luz de la Revelación. Ya el apóstol san Pablo, escribiendo a las primeras
comunidades, exhortaba a los fieles a "no afligirse como los hombres sin
esperanza". "Si creemos que Jesús ha muerto y resucitado —escribía—,
del mismo modo a los que han muerto en Jesús Dios los llevará con él" (1
Ts 4, 13-14). También hoy es necesario evangelizar la realidad de
la muerte y de la vida eterna, realidades particularmente sujetas a creencias
supersticiosas y sincretismos, para que la verdad cristiana no corra el riesgo
de mezclarse con mitologías de diferentes tipos.
En mi encíclica sobre la esperanza cristiana, me
interrogué sobre el misterio de la vida eterna (cf. Spe
salvi, 10-12). Me pregunté: la fe cristiana, ¿es también para los
hombres de hoy una esperanza que transforma y sostiene su vida? (cf. ib.,
10). Y más radicalmente: ¿desean aún los hombres y las mujeres de nuestra
época la vida eterna? ¿O tal vez la existencia terrena se ha convertido en
su único horizonte?
En realidad, como ya observaba san Agustín, todos
queremos la "vida bienaventurada", la felicidad; queremos ser
felices. No sabemos bien qué es y cómo es, pero nos sentimos atraídos hacia
ella. Se trata de una esperanza universal, común a los hombres de todos los
tiempos y de todos los lugares. La expresión "vida eterna"
querría dar un nombre a esta espera que no podemos suprimir: no una sucesión
sin fin, sino una inmersión en el océano del amor infinito, en el que ya
no existen el tiempo, el antes y el después. Una plenitud de vida y de
alegría: esto es lo que esperamos y aguardamos de nuestro ser con Cristo
(cf. ib., 12).
Renovemos hoy la esperanza en la vida eterna fundada
realmente en la muerte y resurrección de Cristo. "He resucitado y ahora estoy
siempre contigo", nos dice el Señor, y mi mano te sostiene. Dondequiera
que puedas caer, caerás entre mis manos, y estaré presente incluso a las
puertas de la muerte. A donde ya nadie puede acompañarte y a donde no puedes
llevar nada, allí te espero para transformar para ti las tinieblas en luz.
Pero la esperanza cristiana nunca es solamente individual; también es siempre esperanza
para los demás. Nuestras existencias están profundamente unidas unas a
otras, y el bien y el mal que cada uno realiza también afecta siempre a los
demás.
Así, la oración de un alma peregrina en el mundo puede
ayudar a otra alma que se está purificando después de la muerte. Por eso
hoy la Iglesia nos invita a rezar por nuestros queridos difuntos y a visitar
sus tumbas en los cementerios. Que María, Estrella de la esperanza, haga más
fuerte y auténtica nuestra fe en la vida eterna y sostenga nuestra oración de
sufragio por los hermanos difuntos.
Después del Ángelus
Saludo con afecto a los fieles de lengua española aquí
presentes. En la Conmemoración de los fieles difuntos, la Iglesia con amor
maternal nos invita a ofrecer sufragios por nuestros seres queridos que han
dejado ya este mundo, y de modo especial por los más necesitados de la
misericordia de Dios. En nuestra oración personal y en el sacrificio
eucarístico, pedimos al Señor que los purifique totalmente para que puedan
gozar de la paz y del descanso eterno. ¡Que Dios os bendiga!
Benedicto XVI. Ángelus. 1 de
noviembre de 2005.
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos, que nos hace gustar la
alegría de formar parte de la gran familia de los amigos de Dios o, como
escribe san Pablo, de "participar en la herencia de los santos en la
luz" (Col 1, 12). La liturgia vuelve a proponer la expresión,
llena de asombro, del apóstol san Juan: "Mirad qué amor nos ha
tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1 Jn 3,
1). Sí, ser santos significa realizar plenamente lo que ya somos en cuanto
elevados, en Cristo Jesús, a la dignidad de hijos adoptivos de Dios
(cf. Ef 1, 5; Rm 8, 14-17). Con la
encarnación del Hijo, con su muerte y resurrección, Dios quiso reconciliar
consigo a la humanidad y hacerle partícipe de su misma vida. Quien cree en
Cristo, Hijo de Dios, renace "de lo alto", es regenerado por obra del
Espíritu Santo (cf. Jn 3, 1-8). Este misterio se realiza en
el sacramento del bautismo, mediante el cual la madre Iglesia da a luz a
los "santos".
La vida nueva, recibida en el bautismo, no está sometida a la corrupción y
al poder de la muerte. Para quien vive en Cristo, la muerte es el paso de la peregrinación terrena
a la patria del cielo, donde el Padre acoge a todos sus hijos, "de toda
nación, raza, pueblo y lengua", como leemos hoy en el libro del
Apocalipsis (Ap 7, 9). Por eso, es muy significativo y apropiado
que, después de la fiesta de Todos los Santos, la liturgia nos haga celebrar
mañana la conmemoración de todos los Fieles Difuntos. La "comunión de los
santos", que profesamos en el Credo, es una realidad que se construye aquí
en la tierra, pero que se manifestará plenamente cuando veamos a Dios "tal
cual es" (1 Jn 3, 2). Es la realidad de una familia unida
por profundos vínculos de solidaridad espiritual, que une a los fieles difuntos
a cuantos son peregrinos en el mundo. Un vínculo misterioso pero real,
alimentado por la oración y la participación en el sacramento de la Eucaristía.
En el Cuerpo místico de Cristo las almas de los fieles se encuentran,
superando la barrera de la muerte, oran unas por otras y realizan en la caridad
un íntimo intercambio de dones. En esta dimensión de fe se comprende
también la práctica de ofrecer por los difuntos oraciones de sufragio, de modo
especial el sacrificio eucarístico, memorial de la Pascua de Cristo, que abrió
a los creyentes el paso a la vida eterna.
Uniéndome espiritualmente a cuantos van a los cementerios para rezar por
sus difuntos, también yo, mañana por la tarde, acudiré a orar a la cripta
vaticana, ante las tumbas de los Papas, que forman una corona en torno al
sepulcro del apóstol san Pedro, y recordaré de modo especial al amado Juan
Pablo II. Queridos amigos, ojalá que la tradicional visita de estos días a
las tumbas de nuestros difuntos sea una ocasión para pensar sin temor en el
misterio de la muerte y mantener la incesante vigilancia que nos prepara para
afrontarlo con serenidad. Que en esto nos ayude la Virgen María, Reina de
los santos, a la que ahora nos dirigimos con confianza filial.
DOMINGO
32 T. O.
Monición
de entrada.
Cada misa es una
repetición del domingo de Pascua.
Por eso en cada
misa celebramos que Jesús ha resucitado.
Y que Él es la
luz que nos ilumina.
Señor, ten piedad.
Tú nuestra fe.
Señor, ten piedad.
Tú nuestra
esperanza. Cristo, ten piedad.
Tú nuestro amor.
Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa León
y nuestro obispo Enrique, para que nos ayuden a crecer en la fe, la esperanza y
el amor. Te lo pedimos Señor.
-Por los que
tienen dudas, para que tengan fe. Te lo pedimos Señor.
-Por los niños
que no tienen escuela, para que la tengan. Te lo pedimos, Señor.
-Por los que no
tienen ilusión, para que la vuelvan a tener. Te lo pedimos, Señor.
-Por nosotros,
para que la Palabra de Dios nos ayude a querer más a Jesús. Te lo pedimos
Señor.
Acción
de gracias.
Virgen María, te damos gracias que ayudarnos cada
día a crecer en la fe, la esperanza y el amor.
TODOS LOS SANTOS.
Monición
de entrada.-
Hoy
es un día para estar muy contentos.
Porque
en esta misa nos acordamos de todos los santos.
Todos
los que fueron amigos de Jesús y están con Él en el cielo.
Ellos
se portaron muy bien con Dios y con las personas.
Y
así acordarnos de ellos y de cómo se se portaron nos ayuda a nosotros a ser
buenos amigos de Jesús.
Señor,
ten piedad.-
Tú eres el
Santo. Señor, ten piedad.
Tú nos llamas
a ser santos. Cristo, ten piedad.
Tú eres el
premio de todos los santos. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por el Papa
Francisco, para que siga ayudándonos a ser santos. Te lo pedimos, Señor.
Por la
Iglesia para que haya muchos santos. Te
lo pedimos, Señor.
Por los que
mandan mandan, para que ayuden a que haya paz. Te lo pedimos, Señor.
Por los
pobres, los enfermos, los que tienen hambre y los que tienen que esconderse por
ser amigos de Jesús, para que sientan muy cerca a Jesús. Te lo pedimos, Señor.
Por los que
estamos en misa, para que acordándonos de los santos, intentemos ser mejores
amigos de Jesús. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.-
María,
queremos darte las gracias por ser tú la mamá de todos los santos y porque nos
ayudas a ser buenos amigos de Jesús.
FIELES DIFUNTOS.
Monición
de entrada.-
Ayer
fuimos al cementerio a visitar las tumbas de los que se murieron.
Hoy
en misa nos acordamos de ellos.
Así
la misa la hacemos por los que se han muerto para que estén en el cielo.
Y
los que ya están para que se acuerden de nosotros.
Señor,
ten piedad.-
Tú que nos
perdonas. Señor, ten piedad.
Tú que nos
ayudas a hacer las paces. Cristo, ten
piedad.
Tú que nos das
el Cielo. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por el Papa
Francisco; para que siga ayudándonos a esperar el Cielo. Te lo pedimos, Señor.
Por los
amigos de Jesús; para que ayudemos a los que se les ha muerto una persona de su
familia. Te lo pedimos, Señor.
Por los que
están muy tristes porque se les ha muerto un familiar; para que les ayudes
mucho. Te lo pedimos, Señor.
Por los que
que ayer visitamos en el cementerio; para que estén en el Cielo. Te lo pedimos,
Señor.
Por los
niños que están muriendo en las guerras; para que desde el cielo recen para que
se terminen las guerras. Te lo pedimos, Señor.
Por
nosotros, para que nos ayudes a hacer felices a los mayores que se les han
muerto un familiar. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.-
