lunes, 18 de noviembre de 2024

234. Domingo de Cristo Rey. 24 de noviembre de 2024.

 


Primera lectura.

Lectura de la profecía de Daniel 7, 13-14.

Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es un poder eterno, no cesará. Su reino no acabará.

 

Textos paralelos.

 Alguien parecido a un ser humano.

Mt 24, 30: Entonces aparecerá en el cielo el estandarte del Hijo del Hombre. Todas las razas del mundo harán duelo y verán al Hijo del Hombre llegar en las nubes del cielo, con gloria y poder.

Mt 26, 64: Jesús le responde: “Lo que has dicho. Y os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del todopoderoso y llegando en las nubes del cielo”.

Que se dirigió hacia el anciano.

Ap 1, 7: Mira que llega entre nubes: todos los ojos lo verán, también los que lo atravesaron; y todas las razas del mundo se darán golpes de pecho por él. Así es, amén.

Ap 14, 14: Vi una nube blanca y en la nube sentada una figura humana, con una corona de oro en la cabeza y en la mano una boca afilada.

Le dieron poder.

Mt 8, 27: Los hombres decían asombrados: “¿Qué clase de individuo es este, que le obedecen hasta los vientos y el lago?

Su poder es eterno.

Dn 2, 44: Durante estos reinados, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido ni su dominio pasará a otro, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, pero él durará por siempre.

Nunca pasará.

Dn 2, 28: Pero hay un Dios en el cielo que revela los secretos y que ha anunciado al rey Nabucodonosor lo que sucederá al final de los tiempos.

Mt 4, 17: Desde entonces comenzó Jesús a proclamar: Arrepentíos que está cerca el reinado de Dios.

 

Notas exegéticas.

7 13 El arameo bar nasa’, como el hebreo ben ‘adam, a la letra significa “hijo de hombre” y equivale a “hombre” o “ser humano”. En Ezequiel, Dios llama así al profeta. Pero la expresión tiene aquí un sentido especial, eminente, por el que se designa a un hombre que supera misteriosamente la condición humana. Sentido personal, como atestiguan los antiguos textos judíos apócrifos inspirados en nuestro pasaje: Henoc y IV Esdras, así como también la interpretación rabínica más constante y sobre todo el uso que de él hace Jesús aplicándoselo a sí mismo. Pero también sentido colectivo basado en el v. 18, en el que el ser humano se identifica de algún modo con los santos del Altísimo: pero el sentido personal, ya que el ser humano es a la vez la cabeza, el representante y el modelo del pueblo de los santos. Por eso pensaba San Efrén que la profecía se refiere en primer lugar a los judíos (los Macabeos), luego por encima de ellos, y de una manera perfecta, a Jesús.

 

Salmo responsorial

Salmo 93 (92), 1-2.5.

 

El Señor reina, vestido de majestad. R/.

El Señor reina, vestido de majestad;

el Señor, vestido y ceñido de poder. R/.

 

Así está firme el orbe y no vacila.

Tu trono está firme desde siempre,

y tú eres eterno.   R/.

 

Tus mandatos son fieles y seguros;

la santidad es el adorno de tu casa,

Señor, por días sin término. R/.

 

Textos paralelos.

Reina Yahvé, vestido de majestad:

Sal 97, 1: El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables.

Sal 99, 1: El Señor reina, tiemblen las naciones, entronizado sobre querubines, vacile la tierra.

Sal 47, 8-9: Porque Dios es rey de toda la tierra: tañed con maestría. Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su santo trono.

Sal 96, 10: Decid a los paganos: El Señor es rey: él afianzó el orbe, y no vacilará; el gobierna a los pueblos rectamente.

Is 52, 7: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Ya reina tu Dios”!

Tu trono está firme desde antaño.

Sal 104, 5: Asentaste la tierra sobre su cimiento y no vacilará nunca jamás.

Sal 90, 2: Antes que naciesen las montañas o fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y por siempre tú eres Dios.

La santidad es el ornato de tu casa.

1 R 9, 3: Y le dijo: “He escuchado la oración y súplica que me has dirigido. Consagro este templo que has construido, para que en él resida mi Nombre por siempre; siempre estarán en él mi corazón y mis ojos”.

 

Notas exegéticas.

93 La realeza de Yahvé se manifiesta en las leyes que impone al mundo físico y en la que da a los hombres. Según el título del griego y del talmud, este salmo se recitaba en “la vigilia del sábado, cuando la tierra fue habitada” (ver Gn 1, 24-31). Alegóricamente es aplicado a Cristo.

93 2 El cielo es el palacio de Dios. Las aguas podrían designar a las fuerzas hostiles a Dios y a su pueblo.

93 5 (a) Estos dictámenes divinos constituyen la ley revelada, tan inmutable como el universo físico, fundamento del reinado definitivo de Yahvé, tanto en Israel como en la creación.

95 5 (b) Se trata del Templo, consagrado para siempre y que consagran a los que se acercan en él al Dios Santo.

 

Segunda lectura.

Lectura del libro del Apocalipsis 1, 5-8.

Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Mirad: viene entre nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron. Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra. Sí, amén. Dice el Señor Dios:

-Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso.

 

Textos paralelos.

De parte de Jesucristo, el Testigo fiel.

Sal 89, 38: Como la luna que permanece siempre, testigo fidedigno en las nubes.

Is 55, 4: A él le hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones.

Primogénito de entre los muertos.

Sal 89, 28: Y yo nombraré mi primogénito, excelso entre los reyes de la tierra.

Al que ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes.

Ex 19, 6: Seréis un pueblo sagrado, un reino sacerdotal. Esto es lo que has de decir a los israelitas.

1 P 2, 9: Pero vosotros sois raza escogida, sacerdocio real, nación santa y pueblo adquirido para que se proclame las proezas del que os llamó de las tinieblas a su maravillosa luz.

Rm 16, 27: A Dios, el único sabio, por medio de Jesucristo, sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Va a venir acompañado de nubes.

Dn 7, 13: Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él.

Todos podrán verlo.

Za 12, 10: Sobre la dinastía davídica y los vecinos de Jerusalén derramaré un espíritu de compunción y de pedir perdón. Al mirarme traspasado por ellos mismos, harán duelo como por un hijo único, llorarán como se llora a un primogénito.

Za 12, 14: Hará duelo el país, familia por familia: La familia de David aparte, y sus mujeres aparte; la familia de Natán aparte, y sus mujeres aparte.

Mt 24, 30: Entonces aparecerá en el cielo el estandarte del Hijo del Hombre. Todas las razas del mundo harán duelo y verán al Hijo del Hombre llegar en las nubes del cielo, con gloria y poder.

Jn 19, 37: Y en otra Escritura dice: Mirarán al que atravesaron.

 

Notas exegéticas.

1 5 (a) Cristo es el “testigo”, en su persona y en su obra, de la promesa hecha en otro tiempo a David y que se realizó en él; es la palabra eficaz, el “Sí” de Dios. Heredero de David fue constituido “Primogénito” por su resurrección, y después de la destrucción de sus enemigos recibirá dominio universal.

1 5 (b) Var. “nos ha liberado”.

1 6 (a) Lit. “reino y sacerdotes”; ver Targum a Ex 19, 6 – Los fieles de Cristo, convertidos ya y lavados de sus pecados formarán un “Reino de sacerdotes”. Como reyes reinarán sobre todos los pueblos; como sacerdotes, unidos en Cristo Sacerdote, ofrecerán a Dios el universo entero en sacrificio de alabanza.

1 6 (b) Las doxologías[1] son frecuentes en Ap. En sus acentos de triunfo se percibe ecos de antiguas liturgias. Encierran datos cristológicos preciosos, en los que el Cordero, queda de varias maneras asociado a Dios Padre. También implican una protesta contra el culto imperial.

1 7 Las nubes forman parte tradicionalmente de las teofanías. Como en Mt 26, 64, se puede percibir aquí una influencia más inmediata de Dn 7, 13.

1 8 Primera y última letra del alfabeto griego: transferencia a Cristo de una cualidad de Dios, principio y fin de todas las cosas.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Juan 18, 33b-37.

En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús:

-¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús le contestó:

-¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

Pilato replicó:

-¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?

Jesús le contestó:

-Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

Pilato le dijo:

-Entonces, ¿tú eres rey?

Jesús le contestó:

-Tú lo dices; soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

 

Textos paralelos.

Le preguntó:

Jn 19, 14: Era víspera de Pascua, al mediodía. Dice a los judíos: Ahí tenéis a vuestro rey.

Jn 19, 19-22: Pilato había hecho escribir un letrero y clavarlo en la cruz. El escrito decía: Jesús el Nazareno Rey de los Judíos. Muchos judíos leyeron el letrero, porque el lugar donde estaba Jesús crucificado quedaba cerca de la ciudad. Además, estaba escrito en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes decían a Pilato: “No escribas Rey de los Judíos, sino ha dicho: soy rey de los judíos”. Contestó Pilato: “lo escrito escrito está”.

Mi Reino no es de este mundo.

Jn 1, 10: En el mundo estaba, el mundo existió por ella, y el mundo no la reconoció.

Jn 6, 15: Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.

Jn 8, 23: Les dijo: “Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo”.

Jn 12, 32: Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Jn 18, 10-11: Simón Pedro, que iba armado de espada, la desenvainó, dio un tajo al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha (el siervo se llamaba Malco). Jesús dijo a Pedro: “Envaina la espada: la copa que me ha ofrecido mi Padre, ¿no la voy a beber?

Mi Reino no es de aquí.

Jn 13, 31: Cuando salió, dijo Jesús: “Ahora ha sido glorificado este Hombre y Dios ha sido glorificado por él”.

¿Tú eres rey?

Jn 3, 35: El Padre ama al Hijo y todo lo pone en sus manos.

Para dar testimonio de la verdad.

Jn 8, 31-32: A los judíos que habían creído en él les dijo Jesús: “Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis, realmente discípulos míos, entenderéis la verdad y la verdad os hará libres”.

Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

Jn 10, 26-27: Pero vosotros no creéis porque no sois ovejas de las mías. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me conocen.

1 Jn 3, 19: Así conoceremos que procedemos de la verdad y ante él tendremos la conciencia tranquila.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

18 33 El título de “rey” no había sido utilizado por el propio Jesús, aunque se le atribuye en 6, 15 y 1, 49. Conforme a las indicaciones de los sinópticos este título parece resumir la acusación pronunciada por las autoridades judías. Pilato debió entenderla en sentido político. Jesús provocaría agitación y arrastraría tras de sí a partidarios de acabar con los dirigentes judíos que apoyaban a los romanos. Paradójicamente, para Jn es en su pasión (vuelta al Padre) y en la cruz donde se confirma la realeza de Jesús, que pierde entonces toda su ambigüedad.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

33-38 El gobernador romano era juez y jurado, podía oír a testigos o no, consultar con peritos o actuar solo. Pilato optó por interrogar a Jesús a solas.

35 TU NACIÓN: tu gente, “los tuyos”.

36 NO ES DE: o: no procede de; no tiene su origen en ESTE MUNDO: Jesús define su realeza, ni política ni nacionalista; pero, por espiritual que sea, en él entran y contra él combaten, seres humanos que sí viven en este mundo.

37 PARA ESTO: Jesús dice esta expresión una sola vez en este momento, según el texto más antiguo de Jn conocido hasta ahora (P52); los demás manuscritos repiten: “Yo he nacido para esto y he venido al mundo para esto. Jesús, testigo DE LA VERDAD que es él, es REY de aquellos que OYEN la revelación que hace de sí mismo y la acogen con fe. // TODO EL QUE ES DE LA VERDAD: el que pertenece a la verdad; equivale a “el que es discípulo mío”.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

18, 28-19, 16 Cristo no negó que era rey. De hecho, su reinado celestial es un tema dominante en la narración de la pasión en Juan. Más bien, negó que era un rey mundano, en sentido político. No vino para liberar al pueblo de la opresión de los romanos, sino de la opresión del pecado y del diablo, que es la peor forma de esclavitud. Su misión era predicar la verdad a través de su ejemplo y su palabra. ¿Qué es la verdad?: La respuesta de Pilato era una negación tácita de la verdad objetiva que mostraba su incapacidad de comprender lo que Cristo tenía que decir. Yo no encuentro en él ninguna culpa: al asegurarse de que Cristo no constituía ninguna amenaza para el César ni para el gobierno romano, Pilato estaba dispuesto a liberarle (Cat. 160, 217, 549, 559, 2471). Nótese la descripción no sensacionalista de la pasión que hace Juan, omitiendo muchos detalles del sufrimiento de Cristo. La culpa de la crucifixión de Cristo no fue de Pilato, de los romanos, de los judíos, ni siquiera de los sumos sacerdotes y de otros líderes de los judíos, sino más bien de todos los pecadores a los que Cristo ha venido a redimir. Los cristianos compartimos la culpabilidad porque profesamos que conocemos a Cristo y aun así seguimos pecando contra Dios. Cat. 598 y 2605.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

160 Cristo invitó a la fe y a la conversión, Él no forzó jamás a nadie. “Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él” (Concilio Vaticano II, Dignitatis humanae, 11).

217 Dios es también verdadero cuando se revela: la enseñanza que viene de Dios es una Ley de verdad. Cuando envíe su Hijo al mundo, será para dar testimonio de la verdad. Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero.

2471 Ante Pilato, Cristo proclama que había venido al mundo para dar testimonio de la verdad. El cristiano no debe avergonzarse dar testimonio del Señor. En situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe profesar sin ambigüedad, a ejemplo de san Pablo ante los jueces. Debe guardar una conciencia limpia ante Dios y ante los hombres.

598 La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos, no ha olvidado jamás que los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor. Teniendo en cuanta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo, la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave  en el suplico de Jesús, responsabilidad con la que ellos, con demasiada frecuencia han abrumado únicamente a los judíos. “Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados” (S. Francisco de Asís, Admonición 5, 3).

 

Concilio Vaticano II.

El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. En efecto, el Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras: “Se ha cumplido el plazo y ha llegado el Reino de Dios” (Mc 1, 5). Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo. En efecto, la palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo (cf. Mc 4, 14): los que la escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo (cf.  Lc 12, 32) han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (cf. Mc 4, 26-29). También los milagros demuestran que el Reino de Jesús ha llegado ya a la tierra: “Si echo los demonios con el poder de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado ya a vosotros” (Lc 11, 20). Pero, ante todo, el Reino se manifiesta en la propia persona de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que vino “a servir a dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45).

Pero Jesús, después de sufrir la muerte de cruz por los hombres y de resucitar, apareció constituido Señor, Cristo y Sacerdote para siempre (cf. Hch 2, 36; Hb 5, 6; 7, 17-21) y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Hch 2, 33). Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra. Mientras va creciendo poco a poco, anhela la plena realización del Reino y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria.

Lumen gentium, 5.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Puesto que [Cristo] no ejerció ningún poder entre los suyos, ante los cuales desempeñó un ministerio tan humilde; y aunque era consciente de su propio reino, se abstuvo de ser proclamado rey. Él dio a los suyos el mejor ejemplo de desechar todo orgullo y honores mundanos, tanto de dignidades como de poder.

Tertuliano, Sobre la idolatría. 18, 6. IVb, pg. 373.

Con estas palabras estaba señalando la debilidad de nuestro reino terreno porque su fuerza reside en sus seguidores, mientras que el reino celestial se basta a sí mismo y no necesita de nadie. Dice que su reino no es de aquí, no para privar al mundo de su providencia y gobierno, sino para mostrar, como he dicho, que su reino no es humano ni transitorio.

Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev. de Juan, 83, 4. IVb, pg. 373.

Aquí está su reino hasta el fin del tiempo, cuando vendrán los segadores, esto es, los ángeles, y de su reino recogerán todos los escándalos, cosa que no podría ser si su reino no estuviese aquí. Sin embargo, no es de aquí, porque es peregrino en el mundo, según Él dice a su reino: “No sois del mundo, mas yo os he elegido del mundo”. Del mundo eran cuando eran su reino, y pertenecían al príncipe del mundo.

Agustín, Tratados sobre el Ev. de Juan, 115, 2. IVb, pg. 373-374.

El trono del reino conferido a Cristo no es mortal ni temporal, sino que realmente está extendido por todo el universo de los hombres; es luz refulgente, que brilla como la luna, establecida para siempre, e ilumina las almas encendidas mediante su enseñanza celestial y divina.

Eusebio de Cesarea, Cuestiones evangélicas a Esteban, 15, 4. IVb, pg. 374.

No pertenece a la verdad porque oye su voz, sino que oye su voz porque pertenece a la verdad, es decir, porque de la verdad ha recibido este don. Y esto, ¿qué quiere decir sino que cree en Cristo, porque Cristo le ha dado ese don?

Agustín, Tratado sobre el Ev. de Juan, 115, 4. IVb, pg. 375.

 

San Agustín

Escuchad, pues, judíos y gentiles, pueblo de la circuncisión y pueblo del prepucio; oíd todos los reinos de la tierra: “No estorbo vuestro dominio terreno sobre este mundo, pues mi reino no es de este mundo”. No sucumbáis a vanos temores, como fueron los de Herodes el Grande ante la noticia del nacimiento de Cristo, dando muerte a tantos niños para eliminarlo, acuciada su crueldad más por el temor que por la ira. Mi reino – dice – no es de este mundo. ¿Queréis más? Venid al reino que no es de este mundo: venid llenos de fe y no le persigáis llenos de temor. De Dios Padre se dice en una profecía: Yo he sido constituido rey por él sobre Sión su monte santo (Sal 2, 6). Pero esa Sión y ese monte santo no son de este mundo.

Comentario sobre el evangelio de San Juan 115, 2-3. II, pg. 1578.

 

San Juan de Ávila

Habéis oído como nos manda amar con obras, y no con solas palabras. Gran cosa es; porque quien esto tiene, testimonio tiene que es de la verdad, conviene a saber, de Dios, ¡Qué alegría es conocer uno que es de Dios! Lo cual conocerá, si ama con obra y verdad, como dice el Señor, hablando con Pilatos: Todo el que es de la verdad oye mi voz (Jn 18, 37). Conviene a saber, imprime en él, parécele bien y tiénela por verdadera, como lo es; dale posada en su corazón; porque la voz verdadera, ¿dónde ha de reposar, sino el que es de la verdad? Con la cual se huelga, como la tierra seca con el agua.

Lecciones sobre 1 San Juan, 24. OC II, pg. 454.

Los reyes y sacerdotes eran ungidos, y porque él era rey y también sacerdote, fue ungido rey, no en los reinos de esta vida, que todos son vanidad; antes queriéndolo una vez hacer Rey, huyó de ellos. Y ansí dijo a Pilato: Regnum meum non est de hoc mundo (Jn 18, 36).

En víspera de Navidad. OC III, pg. 52.

 

San Oscar Romero.

Todo esto clama a la realidad de nuestro pueblo. Este es el marco en que estamos celebrando la Fiesta de Cristo Rey. Rey de la justicia, Rey del derecho, Rey de la dignidad humana. Los gobernantes tienen un gran reto no sólo lanzado por la miseria del pueblo, sino, sobre todo, por la justicia de Dios que nos ha hecho a todos hombres iguales, imágenes suyas, participantes de la dignidad de Cristo el Redentor, para ir a disfrutar con Él la misma felicidad pero haciendo de esta tierra una antesala de ese Reino del más allá.

Por eso la fiesta de Cristo Rey nos llena de esperanza, porque Él vive y desde nuestra oración, y nuestro trabajo, y nuestra solidaridad, apoyados en esa fe y en esa esperanza, iremos buscando un mundo mejor.

Homilía, 25 noviembre 1979.

 

Papa Francisco. Angelus. 22 de noviembre de 2015.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este último domingo del año litúrgico, celebramos la solemnidad de Cristo Rey. Y el Evangelio de hoy nos hace contemplar a Jesús mientras se presenta ante Pilatos como rey de un reino que «no es de este mundo» (Jn 18, 36). Esto no significa que Cristo sea rey de otro mundo, sino que es rey de otro modo, y sin embargo es rey en este mundo. Se trata de una contraposición entre dos lógicas. La lógica mundana se apoya en la ambición, la competición, combate con las armas del miedo, del chantaje y de la manipulación de las conciencias. La lógica del Evangelio, es decir la lógica de Jesús, en cambio se expresa en la humildad y la gratuidad, se afirma silenciosa pero eficazmente con la fuerza de la verdad. Los reinos de este mundo a veces se construyen en la arrogancia, rivalidad, opresión; el reino de Cristo es un «reino de justicia, de amor y de paz» (Prefacio).

¿Cuándo Jesús se ha revelado rey? ¡En el evento de la Cruz! Quien mira la Cruz de Cristo no puede no ver la sorprendente gratuidad del amor. Alguno de vosotros puede decir: «Pero, ¡padre, esto ha sido un fracaso!». Es precisamente en el fracaso del pecado —el pecado es un fracaso—, en el fracaso de la ambición humana, donde se encuentra el triunfo de la Cruz, ahí está la gratuidad del amor. En el fracaso de la Cruz se ve el amor, este amor que es gratuito, que nos da Jesús. Hablar de potencia y de fuerza, para el cristiano, significa hacer referencia a la potencia de la Cruz y a la fuerza del amor de Jesús: un amor que permanece firme e íntegro, incluso ante el rechazo, y que aparece como la realización última de una vida dedicada a la total entrega de sí en favor de la humanidad. En el Calvario, los presentes y los jefes se mofan de Jesús clavado en la cruz, y le lanzan el desafío: «Sálvate a ti mismo bajando de la cruz» (Mc 15, 30). «Sálvate a ti mismo». Pero paradójicamente la verdad de Jesús es la que en forma de burla le lanzan sus adversarios: «A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar» (v. 31). Si Jesús hubiese bajado de la cruz, habría cedido a la tentación del príncipe de este mundo; en cambio Él no puede salvarse a sí mismo precisamente para poder salvar a los demás, porque ha dado su vida por nosotros, por cada uno de nosotros. Decir: «Jesús ha dado su vida por el mundo» es verdad, pero es más bonito decir: «Jesús ha dado su vida por mí». Y hoy en la plaza, cada uno de nosotros diga en su corazón: «Ha dado su vida por mí, para poder salvar a cada uno de nosotros de nuestros pecados».

Y esto, ¿quién lo entendió? Lo entendió bien uno de los dos ladrones que fueron crucificados con Él, llamado el «buen ladrón», que le suplica: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23, 42). Y este era un malhechor, era un corrupto y estaba ahí condenado a muerte precisamente por todas las brutalidades que había cometido en su vida. Pero vio en la actitud de Jesús, en la humildad de Jesús, el amor. Y esta es la fuerza del reino de Cristo: es el amor. Por esto la majestad de Jesús no nos oprime, sino que nos libera de nuestras debilidades y miserias, animándonos a recorrer los caminos del bien, la reconciliación y el perdón. Miremos la Cruz de Jesús, miremos al buen ladrón y digamos todos juntos lo que dijo el buen ladrón: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Todos juntos: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Pedir a Jesús, cuando nos sintamos débiles, pecadores, derrotados, que nos mire y decir: «Tú estás ahí. ¡No te olvides de mí!».

Ante las muchas laceraciones en el mundo y las demasiadas heridas en la carne de los hombres, pidamos a la Virgen María que nos sostenga en nuestro compromiso de imitar a Jesús, nuestro rey, haciendo presente su reino con gestos de ternura, comprensión y misericordia.

 

Papa Francisco. Angelus. 25 de noviembre de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La solemnidad de Jesucristo Rey del universo, que celebramos hoy, se coloca al final del año litúrgico y recuerda que la vida de la creación no avanza de forma aleatoria, sino que procede hacia una meta final: la manifestación definitiva de Cristo, Señor de la historia y de toda la creación. La conclusión de la historia será su reino eterno. El pasaje evangélico de hoy (cf. Juan 18, 33b-37) nos habla de este reino, el reino de Cristo, el reino de Jesús, relatando la situación humillante en la que se encontró Jesús después de ser arrestado en el Getsemaní: atado, insultado, acusado y conducido frente a las autoridades de Jerusalén. Y después, es presentado al procurador romano, como uno que atenta contra el poder político, para convertirse en el rey de los judíos. Pilato entonces hace su petición y en un interrogatorio le pregunta al menos dos veces si Él era un rey (cf. vv. 33b.37).

Y Jesús en primer lugar responde que su reino «no es de este mundo» (v. 36). después afirma: «sí, como dices, soy Rey» (v.37). Es evidente, por toda su vida, que Jesús no tiene ambiciones políticas. Recordemos que tras la multiplicación de los panes, la gente, entusiasmada por el milagro, quería proclamarlo rey para que derrotara al poder romano y restableciese el reino de Israel. Pero, para Jesús, el reino es otra cosa y no se alcanza con revueltas, con violencia ni con la fuerza de las armas. Por eso, se retiró solo al monte a rezar (cf. Juan 6, 5-15). Ahora, respondiendo a Pilato, le hace notar que sus discípulos no han combatido para defenderlo. Dice: «Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos» (v. 36). Jesús quiere hacer entender que por encima del poder político hay otro mucho más grande que no se obtiene con medios humanos. Él vino a la tierra para ejercer este poder, que es el amor, para dar testimonio de la verdad (cf. v. 37). Se trata de la verdad divina que, en definitiva, es el mensaje esencial del Evangelio: «Dios es amor» y quiere establecer en el mundo su reino de amor, de justicia y de paz. Este es el Reino del que Jesús es Rey, y que se extiende hasta el final de los tiempos.

La historia enseña que los reinos fundados sobre el poder de las armas y sobre la prevaricación son frágiles y antes o después terminan quebrando. Pero el Reino de Dios se fundamenta sobre el amor y se radica en los corazones, ofreciendo a quien lo acoge paz, libertad y plenitud de vida. Todos nosotros queremos paz, queremos libertad, queremos plenitud. ¿Cómo se consigue? Basta con que dejes que el amor de Dios se radique en el corazón y tendrás paz, libertad y tendrás plenitud

Jesús hoy nos pide que dejemos que Él se convierta en nuestro rey. Un Rey que, con su palabra, con su ejemplo y con su vida inmolada en la Cruz, nos ha salvado de la muerte, e indica —este rey— el camino al hombre perdido, da luz nueva a nuestra existencia marcada por la duda, por el miedo y por la prueba de cada día. Pero no debemos olvidar que el reino de Jesús no es de este mundo. Él dará un sentido nuevo a nuestra vida, en ocasiones sometida a dura prueba también por nuestros errores y nuestros pecados, solamente con la condición de que nosotros no sigamos las lógicas del mundo y de sus «reyes».

Que la Virgen María nos ayude a acoger a Jesús como rey de nuestra vida y a difundir su reino, dando testimonio a la verdad que es el amor.

 

Francisco. Angelus. 21 de noviembre de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy, último domingo del Año Litúrgico, culmina en una afirmación de Jesús, que dice: «Sí, como dices, soy Rey» (Jn 18,37). Él pronunciaba estas palabras delante de Pilato, mientras que la multitud grita para que le condenen a muerte. Él dice: “Soy rey”, y la multitud grita para condenarlo a muerte: ¡gran contraste! Ha llegado la hora crucial. Antes, parece que Jesús no quisiera que la gente lo aclamase como rey: recordamos esa vez después de la multiplicación de los panes y de los peces, cuando se retiró solo a rezar (cf. Jn 6,14-15).

El hecho es que la realeza de Jesús es muy diferente de la mundana. «Mi reino —dice a Pilato— no es de este mundo» (Jn 18,36). Él no viene para dominar, sino para servir. No llega con los signos de poder, sino con el poder de los signos. No se ha revestido de insignias valiosas, sino que está desnudo en la cruz. Y es precisamente en la inscripción puesta en la cruz que Jesús es definido como “rey” (cf. Jn 19,19). ¡Su realeza está realmente más allá de los parámetros humanos! Podríamos decir que no es rey como los otros, sino que es Rey para los otros. Pensemos de nuevo en esto: Cristo, delante de Pilato, dice que es el rey en el momento en el que la multitud está en su contra, mientras que cuando le seguían y le aclamaban había tomado distancia de esta aclamación. Jesús se demuestra, así, soberanamente libre del deseo de la fama y de la gloria terrena. Y nosotros, preguntémonos, ¿sabemos imitarle en esto? ¿Sabemos cómo gobernar sobre nuestra tendencia a ser continuamente buscados y aprobados, o hacemos todo para ser estimados por parte de los otros? En lo que hacemos, en particular en nuestro compromiso cristiano, me pregunto, ¿qué cuenta? ¿Cuentan los aplausos o cuenta el servicio?

Jesús no solo evita toda búsqueda de grandeza terrenal, sino que también hace libre y soberano el corazón de quien le sigue. Él, queridos hermanos y hermanas, nos libera del sometimiento del mal. Su Reino es liberador, no tiene nada de opresivo. Él trata a cada discípulo como amigo, no como súbdito.  Cristo, aun estando por encima de todos los soberanos, no traza líneas de separación entre sí y los demás; desea más bien hermanos con los que compartir su alegría (cf. Jn 15,11). Siguiéndolo no se pierde, no se pierde nada, sino que se adquiere dignidad. Porque Cristo no quiere en torno a sí servilismo, sino gente libre. Y, preguntémonos ahora, ¿de dónde nace la libertad de Jesús? Lo descubrimos volviendo a su afirmación frente a Pilato: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37).

La libertad de Jesús viene de la verdad. Es su verdad la que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Pero la verdad de Jesús no es una idea, algo abstracto: la verdad de Jesús es una realidad, es Él mismo que hace la verdad dentro de nosotros, nos libera de las ficciones, de las falsedades que tenemos dentro, del doble lenguaje. Estando con Jesús, nos volvemos verdaderos. La vida del cristiano no es una actuación donde se puede llevar la máscara que más conviene. Porque cuando Jesús reina en el corazón, lo libera de la hipocresía, lo libera de las escapatorias, de las dobleces. La mejor prueba de que Cristo es nuestro rey es el desapego de lo que contamina la vida, haciéndola ambigua, opaca, triste. Cuando la vida es ambigua, un poco de aquí, un poco de allá, es triste, es muy triste. Cierto, debemos lidiar siempre con los límites y los defectos: todos somos pecadores. Pero cuando se vive bajo el señorío de Jesús, uno no se vuelve corrupto, no se vuelve falso, con la inclinación a cubrir la verdad. No se lleva doble vida. Recordad bien: pecadores sí, lo somos todos, corruptos, ¡nunca! Que la Virgen nos ayude a buscar cada día la verdad de Jesús, Rey del Universo, que nos libera de las esclavitudes terrenas y nos enseña a gobernar nuestros vicios.

 

Benedicto. Angelus. 26 noviembre 2006

Queridos hermanos y hermanas:

En este último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.

El evangelio de hoy nos propone de nuevo una parte del dramático interrogatorio al que Poncio Pilato sometió a Jesús, cuando se lo entregaron con la acusación de que había usurpado el título de "rey de los judíos". A las preguntas del gobernador romano, Jesús respondió afirmando que sí era rey, pero no de este mundo (cf. Jn 18, 36). No vino a dominar sobre pueblos y territorios, sino a liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y a reconciliarlos con Dios. Y añadió:  "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18, 37).

Pero ¿cuál es la "verdad" que Cristo vino a testimoniar en el mundo? Toda su existencia revela que Dios es amor:  por tanto, esta es la verdad de la que dio pleno testimonio con el sacrificio de su vida en el Calvario. La cruz es el "trono" desde el que manifestó la sublime realeza de Dios Amor:  ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del "príncipe de este mundo" (Jn 12, 31) e instauró definitivamente el reino de Dios. Reino que se manifestará plenamente al final de los tiempos, después de que todos los enemigos, y por último la muerte, sean sometidos (cf. 1 Co 15, 25-26). Entonces el Hijo entregará el Reino al Padre y finalmente Dios será "todo en todos" (1 Co 15, 28). El camino para llegar a esta meta es largo y no admite atajos; en efecto, toda persona debe acoger libremente la verdad del amor de Dios. Él es amor y verdad, y tanto el amor como la verdad no se imponen jamás:  llaman a la puerta del corazón y de la mente y, donde pueden entrar, infunden paz y alegría. Este es el modo de reinar de Dios; este es su proyecto de salvación, un "misterio" en el sentido bíblico del término, es decir, un designio que se revela poco a poco en la historia.

A la realeza de Cristo está asociada de modo singularísimo la Virgen María. A ella, humilde joven de Nazaret, Dios le pidió que se convirtiera en la Madre del Mesías, y María correspondió a esta llamada con todo su ser, uniendo su "sí" incondicional al de su Hijo Jesús y haciéndose con él obediente hasta el sacrificio. Por eso Dios la exaltó por encima de toda criatura y Cristo la coronó Reina del cielo y de la tierra. A su intercesión encomendamos la Iglesia y toda la humanidad, para que el amor de Dios reine en todos los corazones y se realice su designio de justicia y de paz.

 

Benedicto. Angelus. 22 noviembre 2009

Queridos hermanos y hermanas:

En este último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, una fiesta de institución relativamente reciente, pero que tiene profundas raíces bíblicas y teológicas. El título de "rey", referido a Jesús, es muy importante en los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se puede observar una progresión al respecto: se parte de la expresión "rey de Israel" y se llega a la de rey universal, Señor del cosmos y de la historia; por lo tanto, mucho más allá de las expectativas del pueblo judío. En el centro de este itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está, una vez más, el misterio de su muerte y resurrección. Cuando crucificaron a Jesús, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: "Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él" (Mt 27, 42). En realidad, precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la voluntad de amor de Dios Padre por encima de la desobediencia del pecado. Precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará él mismo al aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra." (Mt 28, 18).

Pero, ¿en qué consiste el "poder" de Jesucristo Rey? No es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad. Cristo vino "para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37) —como declaró ante Pilato—: quien acoge su testimonio se pone bajo su "bandera", según la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola. Por lo tanto, es necesario —esto sí— que cada conciencia elija: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio.

Queridos hermanos y hermanas, cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María, le predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf. Lc 1, 32-33). Y la Virgen santísima creyó antes de darlo al mundo. Sin duda se preguntó qué nuevo tipo de realeza sería la de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en la cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de él con toda nuestra existencia.

 

Benedicto. Angelus. 25 noviembre 2012

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Iglesia celebra a Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo. Esta solemnidad se sitúa al término del año litúrgico y resume el misterio de Jesús, «primogénito de los muertos y dominador de todos los poderosos de la tierra» (Oración Colecta Año b), ampliando nuestra mirada hacia la plena realización del Reino de Dios, cuando Dios sea todo en todos (cf. 1 Co 15, 28). San Cirilo de Jerusalén afirma: «Nosotros anunciamos no sólo la primera venida de Cristo, sino también una segunda mucho más bella que la primera. La primera de hecho fue una manifestación de padecimiento, la segunda lleva la diadema de la realeza divina; ...en la primera fue sometido a la humillación de la cruz, en la segunda es circundado y glorificado por una corte de ángeles» (Catequesis XV, 1 Illuminandorum, De secundo Christi adventu: PG 33, 869 a). Toda la misión de Jesús y el contenido de su mensaje consiste en anunciar el Reino de Dios y realizarlo en medio de los hombres con signos y prodigios. «Pero —como recuerda el Concilio Vaticano II—, ante todo, el Reino se manifiesta en la persona misma de Cristo» (Const. dogm. Lumen gentium, 5), que lo ha instaurado mediante su muerte en la cruz y su resurrección, manifestándose así como Señor y Mesías y Sacerdote por la eternidad.

Este Reino de Cristo ha sido confiado a la Iglesia, que de él es «germen» y «principio» y tiene la misión de anunciarlo y difundirlo entre todos los pueblos, con la fuerza del Espíritu Santo (cf. ibid.). Al término del tiempo establecido, el Señor entregará a Dios Padre el Reino y le presentará a cuantos vivieron según el mandamiento del amor.

Queridos amigos: todos nosotros estamos llamados a prolongar la obra salvífica de Dios convirtiéndonos al Evangelio, poniéndonos decididamente a seguir al Rey que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar testimonio de la verdad (cf. Mc 10, 45; Jn 18, 37). En esta perspectiva invito a todos a orar por los seis nuevos cardenales que ayer creé, a fin de que el Espíritu Santo les fortalezca en la fe y en la caridad y les colme de sus dones, de forma que vivan su nueva responsabilidad como una ulterior dedicación a Cristo y a su reino. Estos nuevos miembros del Colegio cardenalicio representan la dimensión universal de la Iglesia: son pastores de Iglesias en Líbano, India, Nigeria, Colombia, Filipinas, y uno por largo tiempo al servicio de la Santa Sede.

Invoquemos la protección de María Santísima sobre cada uno de ellos y sobre los fieles encomendados a su servicio. Que la Virgen nos ayude a todos a vivir el tiempo presente en espera del retorno del Señor, pidiendo con fuerza a Dios: «Venga tu Reino», y realizando las obras de luz que nos acercan cada vez más al Cielo, conscientes de que, en los atormentados acontecimientos de la historia, Dios continúa construyendo su Reino de amor.

 

Francisco. Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza 13. «Una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo: María y el Espíritu Santo»

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Entre los diversos medios con los que el Espíritu Santo lleva a cabo su obra de santificación en la Iglesia - Palabra de Dios, Sacramentos, oración - hay uno especial, y es la piedad mariana. En la tradición católica existe este lema, este dicho: «Ad Iesum per Mariam», es decir, «a Jesús por María». La Virgen nos muestra a Jesús. Ella nos abre las puertas, ¡siempre! La Virgen es la madre que nos lleva de la mano a Jesús. La Virgen nunca se señala a sí misma, la Virgen señala a Jesús. Y esto es la piedad mariana: a Jesús a través de las manos de la Virgen.

San Pablo define la comunidad cristiana como una «carta de Cristo redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne» (2 Cor 3,3). María, como primera discípula y figura de la Iglesia, es igualmente una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo. Precisamente por eso, ella puede ser «conocida y leída por todos los seres humanos» (2Cor 3,2), incluso por aquellos que no saben leer libros de teología, por esos «pequeños» a los que Jesús dice que se les revelan los misterios del Reino, ocultos a los sabios (cf. Mt 11,25).

Al decir su « sí» - cuando María acepta y dice al ángel: «sí, hágase la voluntad del Señor» y acepta ser la madre de Jesús – es como si María dijera a Dios: «Aquí estoy, soy una tablilla para escribir: que el Escritor escriba lo que quiera, que haga lo que quiera conmigo el Señor de todas las cosas» [1]. En aquella época, la gente solía escribir en tablillas enceradas; hoy diríamos que María se ofrece como una página en blanco en la que el Señor puede escribir lo que quiera. El «sí» de María al ángel -como escribió un conocido exégeta- representa «el ápice de todo comportamiento religioso ante Dios, ya que ella expresa, de la manera más elevada, la disponibilidad pasiva combinada con la disponibilidad activa, el vacío más profundo que acompaña a la mayor plenitud» [2].

He aquí, pues, cómo la Madre de Dios es un instrumento del Espíritu Santo en su obra de santificación. En medio de la interminable profusión de palabras dichas y escritas sobre Dios, la Iglesia y la santidad (que muy pocos o nadie son capaces de leer y comprender en su totalidad), ella sugiere sólo dos palabras que todos, incluso los más sencillos, pueden pronunciar en cualquier ocasión: «Aquí estoy» y «fiat». María es la que dijo «sí» al Señor, y con su ejemplo y su intercesión nos anima a decirle también nuestro «sí» cada vez que nos encontremos ante una obediencia que actuar o una prueba que superar.

En todas las épocas de su historia, pero especialmente en este momento, la Iglesia se encuentra en la misma situación en la que estaba la comunidad cristiana tras la Ascensión de Jesús a los cielos. Tiene que predicar el Evangelio a todas las naciones, pero está esperando la «potencia de lo alto» para poder hacerlo. Y no olvidemos que, en aquel momento, como leemos en los Hechos de los Apóstoles, los discípulos estaban reunidos en torno a «María, la madre de Jesús» (Hechos 1,14).

Es cierto que también había otras mujeres con ella en el cenáculo, pero su presencia es diferente y única entre todas. Entre ella y el Espíritu Santo existe un vínculo único y eternamente indestructible, que es la persona misma de Cristo, «concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen», como recitamos en el Credo. El evangelista Lucas subraya intencionadamente la correspondencia entre la venida del Espíritu Santo sobre María en la Anunciación y su venida sobre los discípulos en Pentecostés, utilizando algunas expresiones idénticas en ambos casos.

San Francisco de Asís, en una de sus oraciones, saluda a la Virgen como «hija y sierva del altísimo Rey y Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo» [3]. ¡Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo! No se podía ilustrar con palabras más sencillas la relación única de María con la Trinidad.

Como todas las imágenes, también ésta de “esposa del Espíritu Santo” no debe absolutizarse, sino tomarse por la parte de verdad que contiene, y es una verdad muy hermosa. Ella es la esposa, pero es, antes que eso, la discípula del Espíritu Santo. Esposa y discípula. Aprendamos de ella a ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu, sobre todo cuando nos sugiere que «nos levantemos con prontitud» y vayamos a ayudar a alguien que nos necesita, como hizo ella inmediatamente después de que el ángel la dejara (cf. Lc 1,39). ¡Gracias!

[1] Comentario al Evangelio de Lucas, fragm. 18 (GCS 49, p. 227).

[2] H. Schürmann, Das Lukasevangelium, Friburgo en Br. 1968: trad. ital. Brescia 1983, 154.

[3] Fonti Francescane, Asís 1986, n. 281.

 

 

Monición de entrada.

Este domingo es la fiesta de Cristo Rey.

Y este domingo terminamos el año cristiano.

El año cristiano empieza el primer domingo de Adviento y termina el domingo de Cristo Rey.

Jesús es el centro de todas las personas y hacía él vamos.

 

Señor, ten piedad.

Tú que nos salvas. Señor, ten piedad.

Tú que eres nuestro modelo. Cristo, ten piedad.

Tú que haces que estemos siempre a tu lado.  Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco, para que no se canse de ser Papa. Te lo pedimos Señor.

-Por la Iglesia, para que sea un ejemplo para nosotros. Te lo pedimos Señor.

-Por los países, para que cuiden de la tierra y ayuden a frenar el cambio climático. Te lo pedimos, Señor.

-Por los que mandan en los países, para que trabajen por la paz. Te lo pedimos, Señor.

-Por nosotros, que somos amigos de Jesús, para que lo seamos de todas las personas. Te lo pedimos, Señor.

 

 Acción de gracias.

Virgen María. Gracias por estar todo el año con nosotros y enseñarnos a ser buenos amigos de Jesús.

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA Y CATEQUISTAS DE CORBERA, FAVARA Y LLAURÍ. DOMINGO 30 T. ORDINARIO

EXPERIENCIA.

Comienza invocando al Espíritu Santo escuchando la canción Ven Espíritu Santo del grupo católico de origen dominicano Barak.

https://www.youtube.com/watch?v=BUHiHulS18w

Permanece en silencio cinco minutos o más, el que necesites, volviendo a escuchar la canción o repitiendo en tu interior como un eco una de las frases.

Cierra los ojos o fija la mirada en un signo religioso, una cruz, un icono. Los iconos o imágenes pintadas por los cristianos del Este de Europa ayudan muchísimo a centrar la mirada y el pensamiento en un punto, que no es confuso, sino concreto, el rostro de Cristo, sus ojos.

Mirando a Cristo escribe en dos columnas o piensa gráficamente en cómo es el mundo de hoy y como te gustaría que fuese.

Cuéntaselo a Jesús que te mira, escucha y ama en lo profundo de tu corazón.

Visualiza este vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=Yfw_MKcgj5w

Visualízalo las veces que necesites, para que despierte en ti pensamientos, sentimientos y oraciones.

 

REFLEXIÓN.

Toma la Biblia y lee el evangelio de la Solemnidad de Cristo Rey. Aquí encontrarás la respuesta:

X Lectura del santo evangelio según san Juan 18, 33b-37.

En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús:

-¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús le contestó:

-¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

Pilato replicó:

-¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?

Jesús le contestó:

-Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

Pilato le dijo:

-Entonces, ¿tú eres rey?

Jesús le contestó:

-Tú lo dices; soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

Por tanto después de volver a invocar el Espíritu Santo, pregúntate:¿Qué dice, qué me dice y qué le digo?

No es cuestión de cinco minutos. Lo ideal es dedicarle cada día quince, treinta minutos, o un tiempo prolongado, acompañado de lectura y silencios.

 

COMPROMISO.

Retoma el vídeo y las frases. Busca en tu recuerdo y relaciona las frases con imágenes de tu vida.

 

CELEBRACIÓN.

Une tus manos y dile a Jesús que quieres que Él reine en tu vida, acogiendo cada día su presencia y siendo servidor de los demás.

 

BIBLIOGRAFÍA.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. BAC. Madrid. 2016.

Biblia de Jerusalén. 5ª edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.

Biblia del Peregrino. Edición de Luis Alonso Schökel. EGA-Mensajero. Bilbao. 1995.

Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.

Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.

Secretariado Nacional de Liturgia. Libro de la Sede. Primera edición: 1983. Coeditores Litúrgicos. Barcelona. 2004.

Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.

Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 2. Evangelio según san Marcos. Ciudad Nueva. Madrid. 2009.

San Juan de Ávila. Obras Completas i. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid. 2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores. BAC. Madrid. 2013.

San Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid.   2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.

www.vatican.va

http://www.quierover.org

https://www.juniorsmd.org

http://www.vatican.va/content/vatican/es.htmlTrinidad. Reza el Padrenuestro mirándolo.

https://www.bing.com/images/create?toWww=1&redig=8036EAF8BF8E4FF0B5D3540B038CBA2E



[1] Doxología: Fórmula de alabanza a la divinidad, especialmente a la Trinidad en la liturgia católica y en la Biblia.