Primera lectura.
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 34a.37-43.
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
-Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por
Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en
Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al
tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a
los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de
entre los muertos. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de
que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos
los profetas: que todos los que creen en él reciben por su nombre, el perdón de
los pecados.
Textos
paralelos.
Pedro tomó entonces la palabra.
Hch 2, 22: Israelitas, escuchad
mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros
con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien
sabéis.
Dt 10, 17: Que el Señor,
vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores; Dios grande, fuerte y
terrible, no es parcial ni acepta soborno.
Ga 2, 6: En cuanto a los
“respetables” – hasta qué punto lo eran no me importa, pues Dios no es parcial
con los hombres – esos respetables no me impusieron nada.
Rm 2, 11: Que Dios no es
parcial.
1 P 1, 17: Y si llamáis Padre
al que juzga imparcialmente las acciones de cada uno, proceded con cautela
durante vuestra permanencia en la tierra.
Rm 10, 12: Y no hay diferencia
entre judíos y griegos; pues es lo mismo el Señor de todos, generoso con todos
los que lo invocan.
Vosotros sabéis lo que
sucedió en toda Judea.
Lc 4, 44: Y predicaba en las
sinagogas de Judea.
Ungido con el Espíritu
Santo.
Is 61, 1: El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar una buena
noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar
la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad.
Mt 3, 16: Jesús se bautizó,
salió del agua y al punto se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que
bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Hch 4, 27: De hecho, en esta
ciudad, se aliaron contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, Herodes y Poncio
Pilato con paganos y gente de Israel.
Curando a los oprimidos
por el diablo.
Hch 2, 22: Israelitas, escuchad
mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros
con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien
sabéis.
Mt 4, 1: Entonces Jesús, movido
por el Espíritu, se retiró al desierto para ser puesto a prueba por el diablo.
Mt 8, 29: De pronto se pusieron
a gritar: “¡Hijo de Dios! ¿qué tienes con nosotros? ¿Has venido antes de tiempo
a atormentarnos?
Nosotros somos testigos.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Hch 1, 22: Desde el bautismo de
Juan hasta que nos fue arrebatado, uno tiene que ser con nosotros testigo de su
resurrección.
No a todo el pueblo, sino
a los testigos.
Hch 1, 3-4: Se les había
presentado vivo, después de padecer, durante cuarenta días, con muchas pruebas,
mostrándose y hablando del reinado de Dios. Estando comiendo con ellos, les
encargó que no se alejaran de Jerusalén, sino que esperaran lo prometido por el
Padre, lo que me habéis escuchado.
Hch 13, 31: Y se apareció
durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén.
Ellos son hoy sus testigos ante el pueblo.
Jn 14, 22: Le dice a Judas (no
el Iscariote): “¿Qué pasa que te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?”.
Bebimos con él después
que resucitó.
Lc 24, 41-43: Y, como no
acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo: “¿Tenéis aquí algo de
comer?”. Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su
presencia.
Dios juez de vivos y
muertos.
Hch 2, 36: Por tanto, que toda
la Casa de Israel reconozca que a este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha
nombrado Señor y Mesías.
Quien crea en él
alcanzará.
Hch 2, 38: Pedro les contestó:
“Arrepentíos, bautizaos cada uno invocando el nombre de Jesucristo, para que se
os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Hch 3, 16: Porque ha creído en
su nombre, este que conocéis y estáis viendo ha recibido de ese nombre vigor, y
la fe obtenida de él le ha dado salud completa en presencia de todos vosotros.
Notas
exegéticas.
10 37 (a) Los vv. 37-42 forman un
resumen de la historia evangélica que subraya los puntos que el mismo Lucas
pone de relieve en su evangelio.
30 37 (b) Var.: “el comienzo”.
10 38 Ver Lc 4, 18-21 (citando a Is
61, 1), que sugiere que la bajada del Espíritu sobre Jesús con ocasión de su
bautismo fue una unción. Este mismo Espíritu va a descender sobre los
incircuncisos creyentes que escuchan a Pedro.
10 40 “lo resucitó al tercer día”:
la fórmula clásica de la predicación y de la fe cristianas. Aparece ya en el Credo
embrionario de 1 Co 15, 4, con esta precisión: “según las escrituras”. La
fórmula es eco de Jon 2, 1.
10 41 (a) Separado así del grupo de
testigos privilegiados, al pueblo judío solo le queda, en cierto sentido, una
prerrogativa: ser el primer destinatario de un mensaje que Pedro anuncia
también en este momento a las naciones paganas.
10 41 (b) Adicción texto occidental:
“y vivimos familiarmente en su compañía cuarenta días después de su
resurrección de entre los muertos”.
10 42 (a) El “Pueblo” por excelencia
es el pueblo de Israel.
10 42 (b) Los “vivos”: los que en el
momento de la parusía estarán vivos, los “muertos”: los que, muertos ya,
resucitarán entonces para el juicio. Dios, resucitando a Jesús, le ha
constituido en la dignidad de Juez soberano; así pues, la proclamación de la
Resurrección es a la vez para los hombres una invitación al arrepentimiento.
10 43 (a) Único recurso explícito,
en este discurso, a un aspecto fundamental de la predicación apostólica: el
cumplimiento de las profecías. El autor piensa en los textos proféticos
relativos a la fe y al perdón de los pecados.
10 43 (b) Esta afirmación completa
la que abría el discurso y anuncia la que dará fin a todo el ·ciclo” de
Cornelio. Es Jesús muerto y resucitado, Señor de todos, la salvación será
ofrecida a cualquiera que crea, judío o pagano. Solo la fe purifica
verdaderamente los corazones.
Salmo
responsorial
Salmo 118 (117), 1-2.16-17.22-23
Este
es el día que hizo el Señor:
sea
nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Dad
gracias al Señor porque es bueno,
porque
es eterna su misericordia.
Diga
la casa de Israel:
eterna
es su misericordia. R/.
“La
diestra del Señor es poderosa,
la
diestra del Señor es excelsa”.
No
he de morir, viviré
para
contar las hazañas del Señor. R/.
La
piedra que desecharon los arquitectos
es
ahora la piedra angular.
Es
el Señor quien lo ha hecho,
ha
sido un milagro patente. R/.
Textos
paralelos.
Dad gracias a Yahvé,
porque es bueno.
Sal 100, 5: El Señor es bueno,
su misericordia es eterna, su fidelidad de edad en edad.
Sal 136, 1: Dad gracias al
Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel.
Sal 115, 9-11: Israel, confía
en el Señor; él es su auxilio y escudo. Casa de Aarón, confía en el Señor: él
es su auxilio y escudo. Fieles del Señor, confiad en el Señor: Él es su auxilio
y escudo.
Sal 135, 19-20: Casa de Israel,
bendice al Señor, casa de Aarón, bendice al Señor, casa de Leví, bendice al
Señor, fieles del Señor, bendecid al Señor.
No he de morir, viviré.
Sal 115, 17-18: Los muertos ya
no alaban al Señor ni los que bajan al silencio. Pero nosotros bendeciremos al
Señor ahora y por siempre. Aleluya.
Me castigó, me castigó
Yahvé.
Is 38, 19: Los vivos, los vivos
son quienes te dan gracias: como yo ahora. El padre enseña a sus hijos tu
fidelidad.
La piedra que desecharon
los albañiles.
Is 28, 16: El Señor dice así:
Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimento:
“quien se apoya no vacila”.
Za 3, 9: Mirad la piedra que
presento a Josué: es una y lleva siete ojos. Tiene una inscripción: “En un día
removeré la culpa de esta tierra” – oráculo del Señor de los ejércitos.
Za 4, 7: ¿Quién eres tú,
montaña señera? Ante Zorobabel serás allanada. Él sacará la piedra que remate
entre exclamaciones: “¡Qué bella, qué bella!”.
Hch 4, 11: Por tanto,
esforcémonos por entrar en aquel descanso, para que ninguno caiga según el
ejemplo de aquella rebeldía.
1 Co 3, 11: Nadie puede poner
otro cimiento que el ya puesto, que es Jesús Mesías.
Notas
exegéticas.
118 Este canto cierra el Hallel. Un
invitatorio precede al himno de acción de gracias puesto en labios de la
comunidad personificada, completando con la serie de responsorios recitados por
diversos grupos cuando la procesión entraba en el templo. El conjunto se
utilizó quizá para la fiesta descrita en Ne 8, 13-18.
118 2 “la casa”, ver v. 3, omitido
por códice hebreo.
118 23 El Templo ha sido
reconstruido, ver Ag 1, 9. La “piedra angular” (o “clave de bóveda”) que puede
convertirse en “piedra de escándalo”, es un tema mesiánico y designará a
Cristo.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4.
Hermanos:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba,
donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba,
no a los de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo
escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también
vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
Textos
paralelos.
Así pues, si habéis resucitado con Cristo,
buscad las cosas de arriba.
Ef 2, 6: Con Cristo Jesús nos
resucitó y nos sentó en el cielo, para que se revele a los siglos venideros la
extraordinaria riqueza de su gracia y la bondad con que nos trató por medio de
Cristo Jesús.
Flp 3, 20: Nosotros, en cambio,
somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos recibir al Señor Jesucristo.
Hch 2, 33: Exaltado a la
diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha
derramado. Es lo que estáis viendo y oyendo.
Sal 110, 1: Oráculo del Señor a
mí señor: “Siéntate a mi derecha y haré que haga de tus enemigos escabel de tus
pies”.
Cuando aparezca Cristo,
vida vuestra.
Col 2, 12: Anunciaré tu nombre
a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.
1 Jn 3, 2: Queridos, ya somos
hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Nos consta
que, cuando aparezca, seremos semejantes a él y lo veremos como él es.
Rm 8, 19: La humanidad aguarda
expectante a que se revelen los hijos de Dios.
Col 1, 27: A los cuales quiso
Dios dar a conocer la espléndida riqueza que significa ese secreto para los
paganos: Cristo para vosotros, esperanza de gloria.
Notas
exegéticas.
3 1 Es decir, la nueva vida
revelada en Jesucristo, por oposición al mundo antiguo (“las de la tierra”, v.
2). Pero no se trata de un menosprecio de las realidades terrestres.
3 4 (a) Var. “nuestra”.
3 4 (b) El cristiano, u9nido a Cristo
por el bautismo participa ya realmente de su vida celestial, pero esta vida es
espiritual y oculta, y no llegará a ser manifiesta y gloriosa sino en la
Parusía.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al
amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a
correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba,
y les dijo:
-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han
puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino de sepulcro. Los dos
corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y
llegó primero al sepulcro; e, inclinándose vio los lienzos tendidos; pero no
entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los
lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los
lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta
entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre
los muertos.
Textos
paralelos.
Mt 28, 1-8 |
Mc 16, 1-8 |
Lc 24, 1-11 |
Jn 20, 1-9 |
Pasado el
sábado, al despuntar el alba del primer día de la semana,
fue María
Magdalena con la otra María a examinar el sepulcro.
Sobrevino un
fuerte temblor.
Pues un
ángel del Señor, bajando del cielo, llegó e hizo rodar la piedra y se sentó
encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los de
la guardia se echaron a temblar de miedo y quedaron como muertos.
El ángel
dijo a las mujeres.
-Vosotras no
temáis. Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí: ha resucitado
como lo había dicho. Acercaos a ver el lugar donde yacía. Después id
corriendo a anunciar a los discípulos que ha resucitado y que irá delante a
Galilea; allí lo veréis. Este es mi mensaje.
Se alejaron
aprisa del sepulcro, llenas de miedo y gozo, y corrieron
a darles la
noticia a los discípulos. |
Cuando pasó
el sábado,
María
Magdalena, María de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a ungirlo.
El primer
día de la semana, muy temprano, llegan al sepulcro al salir el sol. Se
decían: -¿Quién nos
correrá la piedra de la boca del sepulcro?
Alzaron la
vista y observaron que estaba corrida la piedra. Era muy grande. Entrando en
el sepulcro,
vieron un
joven vestido con un hábito blanco, sentado a la derecha; y quedaron
espantados.
Les dijo:
-No os
espantéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está
aquí. Mirad el lugar donde lo habían puesto. Pero id a decir a sus discípulos
y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como lo había
dicho.
Salieron
huyendo del sepulcro, temblando y fuera de sí.
Y de puro
miedo no dijeron nada a nadie. |
El primer
día de la semana, de madrugada,
fueron al
sepulcro llevando los perfumes preparados.
Encontraron
corrida la piedra del sepulcro, entraron, pero no encontraron el cadáver de
Jesús. Estaban desconcertadas por el hecho,
cuando se
les presentaron dos personajes con vestidos refulgentes. Y, como quedaron
espantadas, mirando al suelo,
ellos les
dijeron:
-¿Por qué
buscáis al vivo entre los muertos? No está aquí, ha resucitado. Recordad lo
que os dijo estando todavía en Galilea, a saber: este hombre tiene que ser
entregado a los pecadores y será crucificado; y al tercer día resucitará.
Ellas
recordando sus palabras, se volvieron del sepulcro
y se lo
contaron todo a los once y a todos los demás.
Eran María
Magdalena, Juana y María de Santiago.
Ellas y las
demás se lo contaron a los apóstoles. Pero ellos tomaron el relato por un
delirio y no les creyeron. |
El primer
día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras,
va María
Magdalena al sepulcro
y observa
que la piedra está retirada del sepulcro.
Llega
corriendo adonde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, el predilecto de
Jesús, y les dice: -Se han
llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salió Pedro
con el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían los dos juntos;
pero el otro discípulo corría más que Pedro y llegó el primero al sepulcro.
Inclinándose ve las sábanas en el suelo, pero no entró. Llega, pues, Simón
Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Observa los lienzos en el suelo y
el sudario que le había envuelto la cabeza no en el suelo con los lienzos,
sino enrollado en un lugar aparte. Entonces, entró el otro discípulo, el que
había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Hasta entonces no habían
entendido lo escrito, que había de resucitar de la muerte. |
Echó a correr.
Jn 18, 15: Seguían a Jesús
Simón Pedro y otro discípulo. Como ese discípulo era conocido del sumo
sacerdote, entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote.
Vio los sudarios en el
suelo.
Jn 11, 44: Salió el muerto con
los pies y las manos sujetos con vendas y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo ir”.
Jn 19, 40: Tomaron el cadáver
de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los perfumes, como es costumbre
enterrar entre los judíos.
Lc 24, 12: Pedro, en cambio, se
levantó y fue corriendo al sepulcro. Se asomó y vio solo las sábanas; así que
volvió a casa extrañado ante lo ocurrido.
No habían comprendido
que, según la Escritura, Jesús debía resucitar.
Jn 5, 39: Estudiáis la
Escritura pensando que encierra vida eterna; pues ella da testimonio de mí.
Jn 14, 26: El Valedor, el
Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os dije.
1 Co 15, 4: Que fue sepultado y
resucitó al tercer día según las Escrituras.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
20 1 (a) Convertido en el “Día del
Señor”, el domingo cristiano, ver Ap 1, 10.
20 1 (b) Ver 19, 25. Los sinópticos
hablan de una actuación de varias mujeres, entre las que siempre es mencionada
María Magdalena, que también estuvo presente en el Calvario.
20 2 Este plural es quizá la huella
de un estadio más antiguo de la tradición, que mencionaba la presencia de
varias mujeres en la tumba.
20 5 El discípulo reconoce en Pedro
cierta preeminencia.
20 8 A diferencia de María, el
discípulo percibe en la tumba vacía y en los lienzos cuidadosamente plegados el
signo que le lleva a comprender que el cuerpo no ha sido robado ni desplazado,
y a reconocer en la fe la resurrección de Jesús.
20 9 El evangelista no cita ningún
texto. Quiere subrayar el estado de falta de preparación de los discípulos en
cuanto a la revelación pascual, a pesar de la Escritura.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
20 Para Jn, la
resurrección corona la glorificación del Hijo, realizada ya en la muerte en
cruz.
1 EL PRIMER (DÍA) DE
LA SEMANA (lit. el uno de los sábados) para los seguidores de Jesús es,
ya, el domingo – “día del Señor” –.
2 ECHA A CORRER Y
LLEGA: lit. corre, pues, y va. // AL QUE JESÚS… ESPECIALMENTE: lit. al
que quería-con-afecto-de-amistad el Jesús. // LLEVARON … NO SABEMOS …: el
plural gramatical no se refiere necesariamente a varias mujeres; la sustitución
de “yo” por “nosotros” era un modismo del arameo hablado en Galilea (G.
Dalman).
4 CORRIENDO ADELANTÓ:
en griego es una sola palabra.
5 QUE YACÍAN allanados
suavemente, sin el relieve que habían tenido al envolver el cadáver.
6 LLEGÓ … Y OBSERVÓ:
En el texto griego todo el pasaje abunda en verbos en presente de indicativo, a
la manera de presentes descriptivos que hacen al lector revivir de cerca, casi
nerviosamente, lo ocurrido.
7 DE MODO DIVERSO: la
traducción entiende el adverbio griego khôris no en sentido local
(=separadamente), sino en sentido de modo: el PAÑUELO estaba
“independientemente” de los lienzos. // EN (SU) MISMO SITIO: lit. en un (numeral
griego heîs, que sirve también para decir “único”, “mismo”) sitio.
8 VIO Y CREYÓ: aunque
el hecho de encontrar el sepulcro vacío tiene gran importancia, en sí mismo no
es prueba de la resurrección de Jesús, sino una especie de contraprueba,
un signo según la terminología teológica de Jn: el pañuelo aún
enrollado, y la sábana caída suavemente en el suelo, liberada del cuerpo que
cubría, indicaban que el cadáver había de Jesús había desaparecido, pero que no
había sido robado ni había habido violencia. Después la gracia de comprender la
Escritura, y las apariciones de Jesús resucitado fueron datos determinantes
para la fe de la primera comunidad cristiana.
9 LA ESCRITURA…: o
quizás: aquel texto de la Escritura: “Él tiene que resucitar (lit.
levantarse), etc.”. Jn no cita ningún pasaje bíblico concreto.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
20, 1-31 Cuando Cristo se apareció a sus
discípulos, mostró su Cuerpo glorificado; se podía reconocer su cuerpo humano
pero con aptitudes totalmente nuevas que trascendían los límites del tiempo,
espacio y materia. Cat. 640-645, 659.
20, 1-10 El sepulcro vacío no es en sí
mismo evidencia irrefutable de la Resurrección, ero es evidentemente una señal
esencial de la resurrección. Cat. 640.
20, 1 El domingo es el día de la
Resurrección de Cristo. Por esa razón, la Iglesia considera el domingo como el
Día del Señor y estableció su culto el mismo día para la celebración de la
Eucaristía. En la Iglesia primitiva, antes de que los cristianos se separaran
completamente del judaísmo, realizaban el culto en el Templo y en las sinagogas
el Sabbat y después se reunían para celebrar la Eucaristía en casas
privadas al día siguiente, que era domingo. Siendo el primer día, el domingo
también nos recuerda el primer día de la creación y, por lo tanto, significa
una nueva creación en Cristo. Cat. 2174, 2190-2195.
20, 4 El otro discípulo (Juan) llegó a
la tumba en primer lugar, pero dejó entrar a Pedro antes que él. Esto fue como
deferencia hacia Pedro en su papel de cabeza de los Apóstoles, a quien hoy
reconocemos como el primer Papa. Cat. 552-553.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
638 La Resurrección de
Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la
primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental
por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada
como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz.
639 El misterio de la
resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones
históricamente comprobadas, como atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo,
hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: “Porque os transmití en primer
lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las
Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce” (1 Co 15, 3-4). El
apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después
de su conversión a las puertas de Damasco.
640.
En
el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra
es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de
Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo. A pesar de eso, el
sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento
por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la
Resurrección.
642 Todo lo que sucedió
en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los apóstoles – y a Pedro
en particular – en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de
Pascua. Como testigos del Resucitado, los Apóstoles son las piedras de fundación
de la Iglesia.
643 La sacudida
provocada por la pasión fue tan grande que (por lo menos, algunos de ellos) no
creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección.
644 El cuerpo auténtico
y real posee, sin embargo, al ismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo
glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse
prsente a su voluntad donde quiere y cuando quiere porque su humanidad ya no puede
ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio del Padre.
647 Nadie fue testigo
ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo
describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más
íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento
histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los
encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección
pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que transciende y
sobrepasa a la historia.
651 La resurrección
constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó.
652 La resurrección de
Cristo es cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento y del mismo Jesús
durante su vida.
653 La verdad de la
divinidad de Jesús es confirmada por la resurrección.
654 Hay un doble aspecto
en el misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por la
Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la
justificación que nos devuelve a la gracia de Dios.
655 La Resurrección de
Cristo – y el propio Cristo resucitado – es principio y fuente de nuestra
resurrección futura.
Concilio
Vaticano II.
Jesús, después de sufrir
la muerte de cruz por los hombres y de resucitar, apareció constituido Señor,
Cristo y Sacerdote para siempre y derramó sobre sus discípulos el Espíritu
prometido por el Padre.
Lumen gentium, 5.
Cristo, elevado de
la tierra, atrajo a sí a todos los hombres. Al resucitar de entre los muertos
envió su Espíritu de vida a sus discípulos y por medio de Él constituyó su Cuerpo,
la Iglesia, como sacramento universal de salvación. Sentado a la derecha del
Padre, actúa sin cesar en el mundo para llevar a los hombres a su Iglesia.
Lumen gentium, 48.
Comentarios de los Santos Padres.
Ese día primero de la semana es el que, en memoria de la resurrección del
Señor, los cristianos tienen por costumbre llamar el día del Señor.
Agustín, Tratados sobre el Ev. de Juan, 120, 6. 4b, pg. 428.
¿Cómo podría yo contaros estas realidades ocultas? ¿Cómo podría proclamar
todo lo que supera a la palabra y a la mente? ¿Cómo podría explicar el misterio
de la resurrección del Señor? E igualmente el misterio de la cruz y el misterio
de la muerte en tres días, y todos los misterios del Salvador. Lo mismo que
nació de las entrañas de la Virgen, de igual manera surgió del sepulcro
cerrado. Y lo mismo que el unigénito Hijo de Dios se convirtió en el
primogénito de una madre, así también por su resurrección se convirtió en el
primogénito de entre los muertos. De igual manera que al nacer no rompió la
virginidad de su madre virgen, tampoco al resucitar rompió los sellos del
sepulcro. Por eso no puedo expresar con la palabra ni su nacimiento ni tampoco
puedo abarcar todo lo referente a la tumba.
Juan Crisóstomo. Homilía sobre el sábado santo, 10. 4b, pg. 429.
Este día trae un mensaje de alegría, porque en este día el Señor ha
resucitado y ha elevado con Él a toda la raza de Adán; porque ha sido
engendrado por el hombre, también ha resucitado con el hombre. Hoy, gracias a
este Resucitado, se ha abierto el paraíso, Adán es restaurado, Eva es
consolada, la llamada (de Dios) es escuchada, el reino está preparado, el
hombre es salvado y Cristo es adorado. Después de haber pisoteado a la muerte,
hace prisionero al tirano y, despojado el mundo terrenal, ha subido a los
cielos como un rey, glorioso como un jefe, invencible como un auriga, y dice al
Padre: “Aquí estamos, yo y los hijos que el Señor me ha dado, oh Dios, etc.”.
También escuchó la respuesta del Padre: “Siéntate a mi derecha hasta que ponga
a tus enemigos como estrado de tus pies”. A Él la gloria ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.
Hesiquio de Jerusalén. Homilías sobre la Pascua, 1, 5-6. 4b, pg.
429.
Estas mujeres sabias, como dice el Teólogo (san Juan evangelista), pienso
que enviaron a María Magdalena. Estaba oscuro, pero el amor iluminaba como una
antorcha.
Romano el Cantor, Himno breve sobre la resurrección, 40, 1-3. 4b,
pg. 431.
Hazte un Pedro o un Juan; corre hacia el sepulcro, hazlo a porfía y con
los demás; rivaliza en ese hermoso esfuerzo. Y si eres adelantado por la
rapidez, vence por el afán, no para mirar de pasada el sepulcro, sino para
entrar dentro.
Gregorio Nacianceno, Discurso sobre la santa Pascua, 45, 24. 4b,
pg. 433.
San Agustín.
Entraron, vieron solamente las vendas, pero ningún
cuerpo. ¿Qué está escrito de Juan mismo? Si lo habéis advertido, dice: Entró,
vio y creyó (Jn 20, 8). Oísteis que creyó, pero no se alaba esta fe; en efecto,
se pueden creer tanto cosas verdaderas como falsas. Pues si se hubiese alabado
el que creyó en este caso o se hubiera recomendado la fe en el hecho de ver y
creer, no continuaría la Escritura con estas palabras: Aún no conocía las
Escrituras, según las cuales convenía que Cristo resucitara de entre los
muertos (Jn 20, 9). Así, pues, vio y creyó. ¿Qué creyó? ¿Qué, sino lo que había
dicho la mujer, a saber, que habían llevado al Señor del sepulcro? Ella había
dicho: Han llevado al Señor del sepulcro, y no sé dónde lo han puesto (Jn
20,2).
San Juan de Ávila.
Y así como buscastes
pensar en vuestras miserias un rato de la noche, y un lugar recogido, así y con
mayor vigilancia, buscad otro rato antes que amanezca, o por la mañana, en que
con atención penseis en aquel que tomó sobre sí vuestras miserias y pagó vuestros
pecados por daros a vos libertad y descanso. Y el modo que ternéis será este,
si otro mejor no se os ofreciere. Repartid los pasos de la pasión por días de
la semana. […] Del domingo no hablo, porque ya sabéis que es diputado al
pensamiento de la resurrección (cf. Jn 20, 1ss) y a la gloria que en el cielo
poseen los que allá están, y en esto os habéis de ocupar aquel día.
Audi, filia, 47. OC 1, pg. 460.
Primo die, cinco
estaciones. A la Virgen, visitar e consolar del inmenso dolor que había
sentido. No la tenemos del Evangelio, pero sí de los santos. Ambrosio, Liber
de virginitate. La razón que convence si es verdad lo que dijo Cristo: “El
que me ama será amado por mi Padre. Vendremos a él. ¿Por qué no?” (Jn 14,
21.23). “Al que me ama yo lo amaré” (cf. Pr 8, 17). A los que más sintieron
consoló primero, las mujeres más que los apóstoles y la Virgen mas.
Creo yo que entraría San
Gabriel primero a dar las nuevas, pedir albricias. Rodilada. “Reina del cielo”
Aquí será luego (Jesús) con toda la caballería de profetas. Apenas había
acabado, entra Cristo. La Virgen, embarazada de regocijo, hace pausa, no se mueve.
Besa aquellas llagas llenas de resplandor y gloria. - ¡Oh cuerpo santísimo, que yo vi tan
golpeado! Tan gozoso me eres agora como entonces penoso, cardenalado. Ya veo
consolada mi pena. Llega Eva: ¡Bendita vos! Por vos, vida; por mi muerte; todos
por vos serán libres.
Déjala con ellos. Vase a
la Magdalena. No se quiso ir, y vídole; yendo ansí, viéronle todas juntas.
Fuéronselo a contar a los otros. Estando así, vídole San Pedro. Vino. Confirmó
la nueva de ellas. Ya se habían salido los de Emaús. Apareceles. No dice qué
les dijo. Conjeturan que dijo: El sueño de Adán se entiende de Cristo et
Ecclesia”.
Sermón lunes de
Pascua. OC III, pg. 224-225.
San Oscar Romero.
Esta noche, es una noche de fidelidad ante aquel que me mostró la
fidelidad hasta la muerte. ¡Él, sí me amó! Y, aún, cuando el amor le costó la
muerte en la cruz, no tuvo miedo y se entregó por mí. "Ya no vivamos para
nosotros -dice San Pablo- vivamos para aquel que murió y que ha resucitado
también". Porque el que pierde la vida por mí, la encontrará. El que cree
en Mí y me sigue, no morirá nunca, tendrá vida eterna. Y esta noche de la
Resurrección el cristiano comprende la grandeza de su fe, de su esperanza, de
poner en Cristo toda su fuerza, todo su amor.
Homilía, 15 de abril de 1979.
Francisco. Angelus. 1 de abril de
2013.
Queridos
hermanos y hermanas:
¡Buenos
días y feliz Pascua a todos vosotros! Os agradezco por haber venido también hoy
tan numerosos, para compartir la alegría de la Pascua, misterio central de
nuestra fe. Que la fuerza de la Resurrección de Cristo llegue a cada persona
—especialmente a quien sufre— y a todas las situaciones más necesitadas de
confianza y de esperanza.
Cristo
ha vencido el mal de modo pleno y definitivo, pero nos corresponde a nosotros,
a los hombres de cada época, acoger esta victoria en nuestra vida y en las realidades concretas de la historia y de
la sociedad. Por ello me parece importante poner de relieve lo que hoy pedimos
a Dios en la liturgia: «Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a
tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos, concede a cuantos han renacido en la
fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron» (Oración
Colecta del Lunes de la Octava de Pascua).
Es
verdad. Sí; el Bautismo que nos hace hijos de Dios, la Eucaristía que nos une a
Cristo, tienen que llegar a ser vida, es decir, traducirse en actitudes,
comportamientos, gestos, opciones. La gracia contenida en los Sacramentos
pascuales es un potencial de renovación enorme para la existencia personal,
para la vida de las familias, para las relaciones sociales. Pero todo esto
pasa a través del corazón humano: si yo me dejo alcanzar por la gracia de
Cristo resucitado, si le permito cambiarme en ese aspecto mío que no es bueno,
que puede hacerme mal a mí y a los demás, permito que la victoria de Cristo
se afirme en mi vida, que se ensanche su acción benéfica. ¡Este es el poder
de la gracia! Sin la gracia no podemos hacer nada. ¡Sin la gracia no podemos
hacer nada! Y con la gracia del Bautismo y de la Comunión eucarística
puedo llegar a ser instrumento de la misericordia de Dios, de la bella
misericordia de Dios.
Expresar
en la vida el sacramento que hemos recibido: he aquí, queridos hermanos y
hermanas, nuestro compromiso cotidiano, pero diría también nuestra alegría
cotidiana. La alegría de sentirse instrumentos de la gracia de Cristo, como
sarmientos de la vid que es Él mismo, animados por la savia de su Espíritu.
Recemos juntos, en el nombre del Señor muerto y
resucitado, y por intercesión de María santísima, para que el Misterio
pascual actúe profundamente en nosotros y en este tiempo nuestro, para que el
odio deje espacio al amor, la mentira a la verdad, la venganza al perdón,
la tristeza a la alegría.
Francisco. Angelus. 28 de marzo de
2016.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este
Lunes después de Pascua, llamado «Lunes del Ángel» nuestros corazones están aún
llenos de la alegría pascual. Después del tiempo cuaresmal, tiempo de
penitencia y de conversión, que la Iglesia ha vivido con particular intensidad
en este Año Santo de la Misericordia; después de las sugestivas celebraciones
del Triduo Santo, nos detenemos también hoy ante la tumba vacía de
Jesús y meditamos con estupor y gratitud el gran misterio de la resurrección
del Señor.
La vida
ha vencido a la muerte. ¡La misericordia y el amor han vencido sobre el
pecado! Se necesita fe y esperanza para abrirse a este nuevo y maravilloso
horizonte. Y nosotros sabemos que la fe y la esperanza son un don de
Dios y debemos pedirlo: «¡Señor, dame la fe, dame la esperanza! ¡La
necesitamos tanto!». Dejémonos invadir por las emociones que resuenan en la
secuencia pascual: «¡Sí, tenemos la certeza: Cristo verdaderamente ha
resucitado!». ¡El Señor ha resucitado entre nosotros! Esta verdad marcó de
forma indeleble la vida de los apóstoles que, después de la resurrección,
sintieron de nuevo la necesidad de seguir a su Maestro y, tras recibir el
Espíritu Santo, fueron sin miedo a anunciar a todos lo que habían visto con sus
ojos y habían experimentado personalmente.
En este
Año jubilar estamos llamados a redescubrir y acoger con especial intensidad el
reconfortante anuncio de la resurrección: «¡Cristo, mi esperanza, ha
resucitado!». Si Cristo ha resucitado, podemos mirar con ojos y corazón
nuevos todo evento de nuestra vida, también los más negativos. Los momentos de
oscuridad, de fracaso y también de pecado pueden transformase y anunciar un
camino nuevo. Cuando hemos tocado el fondo de nuestra miseria y de nuestra
debilidad, Cristo resucitado nos da la fuerza para volvernos a levantar.
¡Si nos encomendamos a Él, su gracia nos salva! El Señor crucificado y
resucitado es la plena revelación de la misericordia, presente y operante en la
historia. He aquí el mensaje pascual, que resuena aún hoy y que resonará
durante todo el tiempo de Pascua hasta Pentecostés.
María
fue testigo silenciosa de los eventos de la pasión y de la resurrección de
Jesús. Ella estuvo de pie junto a
la cruz: no se dobló ante el dolor, sino que su fe la fortaleció. En su
corazón desgarrado de madre permaneció siempre encendida la llama de la
esperanza. Pidámosle a Ella que nos ayude también a nosotros a acoger en
plenitud el anuncio pascual de la resurrección, para encarnarlo en lo concreto
de nuestra vida cotidiana.
Que la
Virgen María nos done la certeza de fe, para que cada sufrido paso de nuestro
camino, iluminado por la luz de la Pascua, se convierta en bendición y alegría
para nosotros y para los demás, especialmente para los que sufren a causa del
egoísmo y de la indiferencia.
Invoquémosla,
pues, con fe y devoción, con el Regina caeli, la oración que
sustituye al Ángelus durante todo el tiempo pascual.
Francisco. Angelus. 22 de abril de
2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, y durante toda esta semana, se prolonga en la liturgia, también en la
vida, el gozo pascual de la resurrección de Jesús, cuyo evento admirable hemos
recordado ayer. En la Vigilia pascual resonaron las palabras pronunciadas por
los ángeles junto a la tumba vacía de Cristo. A las mujeres que se habían
encaminado al sepulcro al alba del primer día, después del sábado, ellos les
dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha
resucitado» (Lucas 24, 5-6). La resurrección de Cristo constituye el
acontecimiento más sobrecogedor de la historia humana, que atestigua la
victoria del Amor de Dios sobre el pecado y sobre la muerte y dona a nuestra
esperanza de vida un fundamento sólido como la roca. Lo que humanamente era
impensable, sucedió: «Jesús de Nazaret [...] Dios lo resucitó, liberándolo de
los dolores de la muerte» (Hechos 2, 22.24).
En este lunes “del Ángel”, la liturgia, con el Evangelio de Mateo (cf. 28,
8-15), nos lleva cerca del sepulcro vacío de Jesús. Nos hará bien ir con el
pensamiento al sepulcro vacío de Jesús. Las mujeres, llenas de temor y de
gozo, van corriendo a llevar la noticia a los discípulos que el sepulcro está
vacío; y en ese momento Jesús se presenta ante ellos. Ellas «se acercaron, lo
abrazaron los pies y lo adoraban» (v. 9).
Lo tocaron: no era un fantasma, era Jesús vivo, con la carne, era Él. Jesús
disipa de sus corazones el miedo y los anima aún más a anunciar a los hermanos
lo que ha sucedido. Todos los Evangelios subrayan el papel de las mujeres,
María de Magdala y las otras, como primeros testigos de la resurrección. Los
hombres, atemorizados, estaban encerrados en el cenáculo. Pedro y Juan,
avisados por la Magdalena, hacen solo una rápida salida en la que constatan que
la tumba está abierta y vacía. Pero fueron las mujeres las primeras en
encontrar al Resucitado y a llevar el anuncio de que Él está vivo.
Hoy, queridos hermanos y hermanas, resuenan también para nosotros las
palabras de Jesús dirigidas a las mujeres: «No temáis; id y anunciad...» (v.
10). Después de los ritos del Triduo Pascual, que nos han hecho revivir el
misterio de la muerte y resurrección de nuestro Señor, ahora con los ojos de la
fe lo contemplamos resucitado y vivo. También nosotros estamos llamados a
encontrarlo personalmente y a convertirnos en sus anunciadores y testigos.
Con la antigua Secuencia litúrgica pascual, en estos días repetimos: «Cristo,
mi esperanza, ha resucitado».
Y en Él también nosotros hemos resucitado, pasando de la muerte a la
vida, de la esclavitud del pecado a la libertad del amor. Dejémonos,
por lo tanto, alcanzar por el consolador mensaje de la Pascua y envolver de
su luz gloriosa, que dispersa las tinieblas del miedo y la tristeza. Jesús
resucitado camina junto a nosotros. Él se manifiesta a quienes lo invocan y lo
aman. Antes que nada en la oración, pero también en los simples gozos vividos
con fe y gratitud. Este día de fiesta, en el que es costumbre gozar de un poco
de distracción y de gratuidad, nos ayuden a experimentar la presencia de Jesús.
Pidamos a la Virgen María poder tocar con las manos llenas la paz y la
serenidad del Resucitado, para compartirlos con los hermanos, especialmente con
los que tienen más necesidad de consuelo y de esperanza.
Francisco. Angelus. 18 de abril de
2022.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los días de la Octava de Pascua son como una sola jornada en la que se
prolonga la alegría de la Resurrección. Así, el Evangelio de la liturgia de hoy
sigue hablándonos del Resucitado, de su aparición a las mujeres que habían ido
al sepulcro (cf. Mt 28,8-15). Jesús sale a su encuentro, las
saluda; luego les dice dos cosas, que también a nosotros nos vendrá bien
recibir como regalo de Pascua, dos consejos del Señor. Un regalo de Pascua.
En primer lugar, las tranquiliza con dos simples palabras: «No tengáis
miedo» (v. 10). No tengas miedo. El Señor sabe que los miedos son
nuestros enemigos cotidianos. También sabe que nuestros miedos nacen del
gran miedo, el miedo a la muerte: miedo a desvanecerse, a perder a
los seres queridos, a enfermar, a no poder más... Pero en la Pascua Jesús
venció a la muerte. Por tanto, nadie puede decirnos de forma más convincente:
"No temas”, “no tengas miedo”. El Señor lo dice allí mismo, junto al
sepulcro del que salió victorioso. Así nos invita a salir de las tumbas de
nuestros miedos. Pongamos atención: salir de las tumbas de nuestros miedos,
porque nuestros miedos son como tumbas, nos entierran dentro. Él sabe
que el miedo está siempre agazapado a la puerta de nuestro corazón y que
necesitamos que nos repitan no temas, no tengas miedo, no temas:
en la mañana de Pascua como en la mañana de cada día escuchar: “No temas”. Ten
valor. Hermano, hermana, que crees en Cristo, no tengas miedo. “Yo —te dice
Jesús—he probado la muerte por ti, he cargado sobre mí tu mal. Ahora he
resucitado para decírtelo: estoy aquí, contigo, para siempre. ¡No temas!".
No tengan miedo.
Pero, ¿qué hacer para combatir el miedo? Nos ayuda la segunda cosa
que Jesús dice a las mujeres: «Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea;
allí me verán» (v. 10). Id a proclamar. El miedo siempre nos
encierra en nosotros mismos; Jesús, en cambio, nos deja salir y nos envía a los
demás. Aquí está el remedio. Pero yo —podemos decir— ¡no soy capaz!
Pero piensen, aquellas mujeres no eran ciertamente las más idóneas ni las
más preparadas para anunciar al Resucitado, pero al Señor no le importa. A Él
le importa que vayan y lo anuncien. Salir y anunciar, “salir y anunciar”.
Porque la alegría de la Pascua no es para guardarla para uno mismo. La
alegría de Cristo se fortalece al darla, se multiplica al compartirla. Si
nos abrimos y llevamos el Evangelio, nuestro corazón se expande y supera el
miedo. Este es el secreto: anunciar para vencer el miedo.
El texto de hoy, nos dice que el anuncio puede encontrar un
obstáculo: la falsedad. De hecho, el Evangelio narra “un
contra-anuncio”. ¿Cuál es? El de los soldados que habían custodiado el sepulcro
de Jesús. Se les paga —dice el Evangelio— «una buena suma de dinero»
(v. 12), una buena propina, y reciben estas instrucciones: «Decid que sus
discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras vosotros dormíais» (v. 13).
¿Vosotros dormíais? ¿Habéis visto en el sueño cómo robaban el cuerpo? Ahí hay
una contradicción, pero una contradicción que todo el mundo cree, porque hay
dinero de por medio. Es el poder del dinero, ese otro señor al que Jesús
dice que nunca hay que servir. Hay dos señores: Dios y el dinero. No sirváis
nunca al dinero. Aquí está la falsedad, la lógica de la ocultación, que se
opone a la proclamación de la verdad. Es una advertencia también para nosotros:
la falsedad —en las palabras y en la vida— contamina el anuncio,
corrompe por dentro, conduce de nuevo al sepulcro. Las falsedades nos
llevan hacia atrás, nos llevan directamente a la muerte, al sepulcro. El
Resucitado, en cambio, quiere sacarnos de las tumbas de las falsedades y de las
dependencias. Ante el Señor resucitado, este este otro “dios”: el dios del
dinero, que lo ensucia todo, lo arruina todo, cierra las puertas de la
salvación. Y esto está en todas partes: adorar a este dios dinero es una
tentación en la vida cotidiana.
Queridos hermanos y hermanas, nosotros nos escandalizamos con razón cuando,
a través de la información, descubrimos engaños y mentiras en la vida de las
personas y en la sociedad. ¡Pero pongamos también nombre a la falsedad que
llevamos dentro! Y pongamos nuestra opacidad, nuestras falsedades ante la
luz de Jesús resucitado. Él quiere sacar a la luz las cosas ocultas,
hacernos testigos transparentes y luminosos de la alegría del Evangelio, de
la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32).
Que María, la Madre del Resucitado, nos ayude a superar nuestros miedos y
nos conceda la pasión por la verdad.
Benedicto XVI. Angelus. 9 de abril
de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos aún llenos del gozo espiritual que las
solemnes celebraciones de la Pascua producen realmente en el corazón de los
creyentes. ¡Cristo ha resucitado! A este misterio tan grande la liturgia no
sólo dedica un día —sería demasiado poco para tanta alegría—, sino cincuenta,
es decir, todo el tiempo pascual, que se concluye con Pentecostés. El domingo
de Pascua es un día absolutamente especial, que se extiende durante toda esta
semana, hasta el próximo domingo, y forma la octava de Pascua.
En el clima de la alegría pascual, la liturgia
de hoy nos lleva al sepulcro, donde María Magdalena y la otra María, según el
relato de san Mateo, impulsadas por el amor a él, habían ido a
"visitar" la tumba de Jesús. El evangelista narra que Jesús les salió
al encuentro y les dijo: "No temáis. Id, avisad a mis hermanos que
vayan a Galilea; allí me verán" (Mt 28, 10). Verdaderamente
experimentaron una alegría inefable al ver de nuevo a su Señor, y, llenas de
entusiasmo, corrieron a comunicarla a los discípulos.
Hoy el Resucitado nos repite a nosotros, como a
aquellas mujeres que habían permanecido junto a él durante la Pasión, que no
tengamos miedo de convertirnos en mensajeros del anuncio de su resurrección.
No tiene nada que temer quien se encuentra con Jesús resucitado y a él se
encomienda dócilmente. Este es el mensaje que los cristianos están llamados
a difundir hasta los últimos confines de la tierra.
El cristiano, como sabemos, no comienza
a creer al aceptar una doctrina, sino tras el encuentro con una Persona, con
Cristo muerto y resucitado. Queridos amigos, en nuestra existencia
diaria son muchas las ocasiones que tenemos para comunicar de modo sencillo y
convencido nuestra fe a los demás; así, nuestro encuentro puede despertar
en ellos la fe. Y es muy urgente que los hombres y las mujeres de nuestra época
conozcan y se encuentren con Jesús y, también gracias a nuestro ejemplo,
se dejen conquistar por él.
El Evangelio no dice nada de la Madre del Señor,
de María, pero la tradición cristiana con razón la contempla mientras se alegra
más que nadie al abrazar de nuevo a su Hijo divino, al que estrechó entre sus
brazos cuando lo bajaron de la cruz. Ahora, después de la resurrección, la
Madre del Redentor se alegra con los "amigos" de Jesús, que
constituyen la Iglesia naciente.
A la vez que renuevo de corazón a todos mi
felicitación pascual, la invoco a ella, Regina caeli, para que
mantenga viva la fe en la resurrección en cada uno de nosotros y nos convierta
en mensajeros de la esperanza y del amor de Jesucristo.
Benedicto XVI. Angelus. 5 de abril
de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
En la luz de la Pascua, que celebramos durante toda esta semana, renuevo mi
más cordial deseo de paz y alegría. Como sabéis, el lunes que sigue al domingo
de Resurrección se llama tradicionalmente "lunes del Ángel". Es muy
interesante profundizar en esta referencia al "ángel". Naturalmente,
el pensamiento se dirige inmediatamente a los relatos evangélicos de la
resurrección de Jesús, en los que aparece la figura de un mensajero del Señor. San
Mateo escribe: "De pronto se produjo un gran terremoto, pues el
ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se
sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como
la nieve" (Mt 28, 2-3).
Todos los evangelistas precisan luego que, cuando las mujeres se dirigieron
al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío, fue un ángel quien les anunció
que Jesús había resucitado. En san Mateo este mensajero del Señor les dice:
"No temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el crucificado; no está aquí; ha
resucitado, como lo había dicho" (Mt 28, 5-6); seguidamente
les muestra la tumba vacía y les encarga que lleven el anuncio a los
discípulos. San Marcos describe al ángel como "un joven, vestido
con una túnica blanca", que da a las mujeres ese mismo mensaje
(cf. Mc 16, 5-6). San Lucas habla de "dos
hombres con vestidos resplandecientes", que recuerdan a las mujeres
que Jesús les había anunciado mucho antes su muerte y resurrección (cf. Lc 24,
4-7). También san Juan habla de "dos ángeles vestidos de blanco";
es María Magdalena quien los ve mientras llora cerca del sepulcro, y le dicen:
"Mujer, ¿por qué lloras?" (Jn 20, 11-13).
Pero el ángel de la resurrección tiene también otro significado. Conviene
recordar que el término "ángel", además de definir a los
ángeles, criaturas espirituales dotadas de inteligencia y voluntad,
servidores y mensajeros de Dios, es asimismo uno de los títulos más
antiguos atribuidos a Jesús mismo. Por ejemplo, en Tertuliano, en el
siglo III, leemos: "Él —Cristo— también ha sido llamado "ángel de
consejo", es decir, anunciador, término que denota un oficio, no la
naturaleza. En efecto, debía anunciar al mundo el gran designio del Padre
para la restauración del hombre" (De carne Christi, 14). Así
escribe Tertuliano. Por consiguiente, Jesucristo, el Hijo de Dios, también es
llamado el ángel de Dios Padre: él es el Mensajero por excelencia de su
amor.
Queridos amigos, pensemos ahora en lo que Jesús resucitado dijo a los
Apóstoles: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,
21); y les comunicó su Espíritu Santo. Eso significa que, como Jesús fue el
anunciador del amor de Dios Padre, también nosotros lo debemos ser de la
caridad de Cristo: somos mensajeros de su resurrección, de su victoria
sobre el mal y sobre la muerte, portadores de su amor divino. Ciertamente,
seguimos siendo por naturaleza hombres y mujeres, pero recibimos la misión de
"ángeles", mensajeros de Cristo: a todos se nos da en el Bautismo y
en la Confirmación. De modo especial la reciben los sacerdotes, ministros de
Cristo, a través del sacramento del Orden; me complace subrayarlo en este Año sacerdotal.
Queridos hermanos y hermanas, nos dirigimos ahora a la Virgen María,
invocándola como Regina caeli, Reina del cielo. Que ella nos ayude
a acoger plenamente la gracia del misterio pascual y a ser mensajeros valientes
y gozosos de la resurrección de Cristo.
Francisco. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025.
Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Los encuentros. 4. El
hombre rico. Jesús «lo miró con amor» (Mc 10,21)
Queridos hermanos y hermanas,
hoy nos detenemos en otro de los encuentros de Jesús narrados en los
Evangelios. Esta vez, sin embargo, la persona que encuentra no tiene nombre. El
evangelista Marcos la presenta simplemente como «un hombre» (10,17). Se trata
de un hombre que desde joven ha observado los mandamientos, pero que, a pesar
de ello, aún no ha encontrado el sentido de su vida. Lo está buscando. Quizá es
alguien que no se ha decidido del todo, a pesar de parecer una persona
comprometida. De hecho, más allá de las cosas que hacemos, de los
sacrificios o de los éxitos, lo que realmente importa para ser feliz es lo que
llevamos en el corazón. Si un barco debe zarpar y dejar el puerto
para navegar en alta mar, aunque sea un barco maravilloso, con una
tripulación excepcional, si no leva los lastres y las anclas que lo mantienen
sujeto, nunca podrá partir. Este hombre se construyó un barco de lujo, ¡pero se
quedó en el puerto!
Mientras Jesús va por el camino, este hombre corre a su encuentro, se
arrodilla ante Él y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar
la vida eterna?» (v. 17). Observemos los verbos: «¿Qué debo hacer para
tener en herencia la vida eterna?». Como la observancia de la ley no le ha
dado la felicidad y la seguridad de ser salvado, se dirige al maestro Jesús.
Lo que llama la atención es que este hombre no conoce el vocabulario de la
gratuidad. Todo parece debido. Todo es una obligación. La vida eterna es
para él una herencia, algo que se obtiene por derecho, a través de una
meticulosa observancia de los compromisos. Pero en una vida vivida así, aunque
ciertamente a fin de bien, ¿qué espacio puede tener el amor?
Como siempre, Jesús va más allá de las apariencias. Si por un lado este
hombre pone ante Jesús su buen currículum, Jesús va más allá y mira en su
interior. El verbo que usa Marcos es muy significativo: «lo miró
con amor» (v. 21). Precisamente porque Jesús mira en el interior de cada
uno de nosotros, nos ama tal como somos realmente. ¿Qué habrá visto, de hecho,
en el interior de esta persona? ¿Qué ve Jesús cuando mira en nuestro
interior y nos ama, a pesar de nuestras distracciones y nuestros pecados?
Ve nuestra fragilidad, pero también nuestro deseo de ser amados tal como somos.
Mirándolo en su interior – dice el Evangelio – «lo miró con amor» (v. 21).
Jesús ama este hombre antes de haberle dirigido la invitación a seguirlo. Lo
ama tal como es. El amor de Jesús es gratuito: exactamente lo contrario de
la lógica del mérito que atormentaba a esta persona. Somos realmente
felices cuando nos damos cuenta de que somos amados así, gratuitamente, por
gracia. Y esto también vale en las relaciones entre nosotros: mientras
intentemos comprar el amor o mendigar afecto, esas relaciones nunca harán que
nos sintamos felices.
La propuesta que Jesús le hace a este hombre es cambiar su forma de vivir y
de relacionarse con Dios. Jesús reconoce que, dentro de él, como en todos
nosotros, hay algo que falta. Es el deseo que llevamos en el corazón de ser queridos. Hay una herida
que nos pertenece como seres humanos, la herida a través de la cual puede pasar
el amor.
Para llenar este vacío no hay que «comprar» reconocimiento, afecto,
consideración; en cambio, hay que «vender» todo lo que nos pesa,
para liberar nuestro corazón. No sirve de nada seguir quedándonos con las
cosas, sino más bien dar a los pobres, poner a disposición, compartir.
compartir.
Finalmente, Jesús invita a este hombre a no quedarse solo. Lo invita
a seguirlo, a estar dentro de un vínculo, a vivir una relación. Solo así, de
hecho, será posible salir del anonimato. Podemos escuchar nuestro nombre solo
dentro de una relación, en la que alguien nos llama. Si nos quedamos solos,
nunca oiremos pronunciar nuestro nombre y seguiremos siendo «alguien»,
anónimos. Quizá hoy, precisamente porque vivimos en una cultura de
autosuficiencia e individualismo, nos descubrimos más infelices, porque ya no
oímos pronunciar nuestro nombre por alguien que nos quiere gratuitamente.
Este hombre no acoge la invitación de Jesús y se queda solo, porque los
lastres de su vida lo retienen en el puerto. La tristeza es la señal de que no ha logrado partir. A
veces pensamos que son riquezas y, en cambio, son solo pesos que nos están
bloqueando. La esperanza es que esta persona, como cada uno de nosotros, tarde
o temprano pueda cambiar y decidir ir a alta mar.
Hermanas y hermanos, encomendemos al Corazón de
Jesús a todas las personas tristes e indecisas, para que puedan sentir la
mirada de amor del Señor, que se conmueve al mirar con ternura dentro de
nosotros.
DOMINGO 2 T. P. DE LA DIVINA MISERICORDIA.
Monición
de entrada.-
El domingo pasado fue el domingo de pascua y nos acordamos
cuando Jesús resucitó.
Hoy es el domingo de la misericordia, en el que le damos
gracias a Jesús porque cuida de nosotros.
Señor,
ten piedad.
Tú que eres muy bueno. Señor, ten piedad.
Tú que te olvidas de las veces que nos portamos mal. Cristo, ten piedad.
Tú que nos perdonas siempre. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Te pedimos por el Papa Francisco, para que siga enseñándonos
que Jesús es compasivo. Te lo pedimos Señor.
Te pedimos por la iglesia, para que sea el hospital
donde todos somos curados con la medicina del perdón. Te lo pedimos Señor.
Te pedimos por las personas que te piden ayuda, para
que les ayudes. Te lo pedimos Señor.
Te pedimos por los niños que no tienen amigos, para
que los tengan. Te lo pedimos Señor.
Te pedimos por nosotros, para que ninguna noche nos
durmamos sin pedirte perdón. Te lo pedimos Señor.
Acción de gracias.-
Virgen María, esta mañana queremos darte gracias por la
iglesia, que siempre es la casa donde somos felices, porque nos perdonan cuando