Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 1-11
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el
mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento
que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados.
Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividía, postrándose
encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a
hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. residían
entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo
el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados,
porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos
y admirados, diciendo:
-¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo
es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre
nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y
Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de
Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos
como prosélitos; también cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las
grandezas de Dios en nuestra propia lengua.
Textos
paralelos.
Al llegar el día de Pentecostés.
Ex 23, 14: Tres veces al año
vendréis en romería.
De repente vino del cielo
un ruido como una impetuosa ráfaga de viento.
Hch 4, 31: Al terminar la
súplica, tembló el lugar donde estaban congregados, se llenaron de Espíritu
Santo y anunciaban el mensaje de Dios con franqueza.
Jn 3, 8: El viento sopla hacia
donde quiere: oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así
sucede con el que ha nacido del Espíritu.
Sal 104, 30: Envías tu aliento
y los recreas y renuevas la faz de la tierra.
Sal 33, 6: Por la palabra del
Señor se hizo el cielo, por el aliento de su boca sus ejércitos.
Jn 20, 22: Dicho esto, sopló
sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.
Entonces quedaron todos
llenos de Espíritu Santo.
Hch 1, 5: Que Juan bautizó con
agua, vosotros seréis bautizados dentro de poco con Espíritu Santo.
Lc 1, 15: Será grande a juicio
del Señor; no beberá vino ni licor. Estará lleno de Espíritu Santo desde el
vientre materno.
Hablar diversas lenguas.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Residían en Jerusalén
hombres piadosos.
Mt 28, 19: Por tanto, id a
hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos, consagrándolos al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Col 1, 23: que por medio de él
todo fuera reconciliado consigo, haciendo las paces por la sangre de su cruz
entre las criaturas de la tierra y las del cielo.
Cada uno les oía hablar
en su propia lengua.
Gn 11, 7-9: Vamos a bajar y a
confundir su lengua, de modo que uno no entienda la lengua del prójimo. El
Señor los dispersó por la superficie de la tierra y dejaron de construir la
ciudad. Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de
toda la tierra, y desde allí los dispersó por la superficie de la tierra.
Les oigamos proclamar en
nuestras lenguas las maravillas de Dios.
1 Co 14, 23: Supongamos que se
reúne la iglesia entera y todos os ponéis a hablar en lenguas arcanas: si
entran algunos particulares y no creyentes, ¿no dirán que estáis locos?
Notas
exegéticas.
2 1 (a) Es decir, concluido ya el
período de cincuenta días entre la Pascua y Pentecostés. Pentecostés, que
primeramente fue fiesta de la siega se había convertido también en fiesta de la
renovación de la Alianza, ver 2 Cro 15, 10-13; Jubileos 6, 20; Qumrán. Este
nuevo valor litúrgico pudo inspirar la escenificación de Lucas, que evoca la
entrega de la Ley en el Sinaí.
2 1 (b) No la asamblea de los ciento
veinte de 1, 15-26, sino el grupo apostólico presentado en 1, 13-14.
2 2 (a) Hay afinidad entre el
Espíritu y el viento: la misma palabra significa “espíritu” y “soplo”.
2 2 (b) Probablemente la misma vivienda que en 1, 13-14, lugar de reunión
y de oración del grupo apostólico.
2 3 La forma de las llamas se
relaciona aquí con el don de lenguas.
2 4 Según uno de los aspectos, vv.
4.11.13, el milagro de Pentecostés es afín al carisma de la glosolalia,
frecuente en los comienzos de la Iglesia. Sus antecedentes se hallan en el
antiguo profetismo israelita. Ver Joel 3, 1-5.
2 5 “hombres piadosos”. El texto
occidental: “los judíos que residían en Jerusalén eran hombres venidos de todas
las naciones que hay bajo el cielo”. Los demás textos combinan “hombres
piadosos” y “judíos”.
2 6 La glosolalia utilizaba palabras
en lenguas extranjeras para cantar las alabanzas de Dios. Lucas ve en este
hablar en todas las lenguas del mundo la restauración de la unidad perdida en
Babel, símbolo y anticipación maravillosa de la misión universal de los
apóstoles.
2 11 (a) Los “prosélitos” son los
que, sin ser judíos de origen, han abrazado la religión judía y aceptado la
circuncisión, constituyéndose así en miembros del pueblo elegido. “Judíos” y
“prosélitos” no son, pues, nuevas denominaciones de pueblos: son palabras que
califican a los que se acaba de enumerar.
2 11 (b) Esta enumeración de los
pueblos del mundo mediterráneo que en conjunto se describe de este a oeste y de
norte a sur, sin duda se inspira en un antiguo calendario astrológico, conocido
por otros documentos, en los que los pueblos se hallaban relacionados con los
signos del zodiaco y enumerados por su orden. Lucas pudo haber adoptado como
una descripción cómoda de la oikumene de entonces. No se explica bien la
mención de Judea y ha suscitado desde la antigüedad varios intentos de
corrección.
Salmo
responsorial
Salmo 104 (103) 1ab.24ab.29b-31.34
Envía
tu Espíritu, Señor,
y
repuebla la faz de la tierra. R/.
Bendice,
alma mía, al Señor:
¡Dios
mío, qué grande eres!
Cuántas
son tus obras, Señor;
la
tierra está llena de tus criaturas. R/.
Les
retiras el aliento, y expiran
y
vuelven a ser polvo;
envías
tu espíritu, y los creas,
y
repueblas la faz de la tierra. R/.
Gloria
a Dios para siempre,
goce
el Señor con sus obras;
que
le sea agradable mi poema,
y
yo me alegraré con el Señor. R/.
Textos
paralelos.
¡Cuán numerosas tus
obras, Yahvé!
Sal 8, 2: ¡Señor dueño nuestro,
que ilustre es tu nombre en toda la tierra! Quiero servir a tu majestad
celeste.
Pr 8, 23-31: Desde antiguo,
desde siempre fui formada, desde el principio antes del origen de la tierra; no
había océanos cuando fui engendrada, no había manantiales ni hontanares;
todavía no estaban encajados los montes, antes de las montañas fui engendrada;
no había hecho la tierra y los campos ni los primeros terrones del orbe. Cuando
colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del
océano, cuando sujetaba las nubes en la altura y reprimía las fuentes abismales
(cuando ponía su límite al mar, y las aguas no traspasan su mandato); cuando
asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba disfrutando cada día, jugando
todo el tiempo en su presencia, jugando con el orbe de su tierra, disfrutando
con los hombres.
Si escondes tu rostro
desaparecen.
Jb 34, 14-16: Si decidiera por
su cuenta retirar su espíritu y su aliento, expirarían todos los vivientes y el
hombre tornaría al polvo. Si eres inteligente, escúchame, presta oído a mis
palabras.
Gn 3, 19: Con el sudor de tu
frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te
sacaron; pues eres polvo y al polvo volverás.
Qo 12, 7: Y el polvo vuelva a
la tierra que fue, y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.
Sal 90, 3: Tú devuelves al
hombre al polvo, diciendo: ¡Volved, hijos de Adán!
Gn 1, 2: La tierra era un caos
informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía
sobre la faz de las aguas.
Gn 2, 7: Entonces el Señor Dios
modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el
hombre se convirtió en un ser vivo.
Hch 2, 2: De repente vino del
cielo un ruido, como un viento huracanado, que llenó toda la casa donde se
alojaban.
Gloria a Yahvé por
siempre.
Gn 1, 31: Y vio Dios todo lo
que había hecho y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana, el día sexto.
¡Qué le sea agradable mi
poema!
Sal 7, 18: Yo confesaré la
justicia del Señor, tañendo en honor del Señor altísimo.
Notas
exegéticas.
104 Este himno sigue el mismo orden
que la cosmogonía de Gn 1.
Segunda
lectura.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 13,3b-7.12-13.
Hermanos:
Nadie puede decir: “Jesús es Señor”, sino por el Espíritu Santo. Y
hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un
mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la
manifestación del Espíritu para el bien común. Pues, lo mismo que el cuerpo es
uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser
muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos
y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para
formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo espíritu.
Textos
paralelos.
Nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!”.
Hch 2, 21: Todos los que
invoquen el nombre del Señor se salvarán.
Hch 2, 36: Por tanto, que toda
la Casa de Israel reconozca que este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha
nombrado Señor y Mesías.
Rm 10, 9: Si confiesas con la
boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte,
te salvarás.
Flp 2, 11: Y toda lengua
confiese para gloria de Dios Padre: ¡Jesucristo es Señor!
A cada cual se le otorga
la manifestación del Espíritu.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
1 Co 12, 28: Dios los dispuso
en la Iglesia: primero apóstoles, segundo profetas, tercero maestros, después
milagros, después carismas de curaciones, de asistencia, de gobierno, de
lenguas diversas.
1 Co 12, 30: ¿Tienen todos
carismas de curaciones?, ¿hablan todos lenguas arcanas?, ¿son todos
intérpretes?
Rm 12, 6-8: Usemos los dones
diversos que poseemos según la gracia que nos han concedido: por ejemplo, la
profecía regulada por la fe, el servicio, para administrar; la enseñanza, para
enseñar; el que exhorta, exhortando; el que reparte, con generosidad; el que
preside, con diligencia; el que alivia, de buen humor.
El cuerpo humano, aunque
tiene muchos miembros, es uno.
Rm 12, 4-5: Es como en un
cuerpo: tenemos muchos miembros, no todos con la misma función; así, aunque
somos muchos, formamos con Cristo un solo cuerpo, y respecto a los demás somos
miembros.
Ef 4, 4-6: Uno es el cuerpo,
uno el Espíritu, como es una la esperanza a que habéis sido llamados, uno el
Señor, una la fe, uno el bautismo, uno Dios, Padre de todos, que está sobre
todos, entre todos, en todos.
Porque hemos sido todos
bautizados en un solo Espíritu.
Ga 3, 28: Ya no se distinguen
judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, pues con Cristo Jesús todos
sois uno.
Col 3, 11: En la cual no se
distinguen griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro y escita, esclavo
y libre, sino que Cristo lo es todo para todos.
Flm 1, 16: Y no ya como
esclavo, sino mejor que esclavo: como hermano muy querido para mí y más aún
para ti, como hombre y como cristiano.
Notas
exegéticas.
12 4 Pablo pone los carismas en
paralelo con los “ministerios” (servicios) y la “diversidad de actuaciones” y
atribuye el conjunto de esta animación eclesial no solo al Espíritu, sino
también al Señor (Jesús) y a Dios (Padre). Anuncia ya los grandes temas de la
parábola del cuerpo: la diversidad y la unidad (oposición entre “diversidad de”
y “un mismo”).
12 6 Nótese la presentación
trinitaria del pensamiento.
12 12 (a) Aunque utilice el apólogo
clásico que compara a la sociedad con un cuerpo que teniendo miembros diversos
es uno, Pablo no se inspira en él para su doctrina sobre el cuerpo de Cristo.
Esta brota más bien de su peculiar modo de entender el amor como la base de la
existencia cristiana. En efecto, él veía a los creyentes como partes de una
unidad orgánica, y el cuerpo humano le brindaba una imagen perfecta de la
diversidad articulada en la unidad. Él designa aquí a “Cristo” como la realidad
que corresponde a ese hombre nuevo. Como cuerpo suyo, la Iglesia es la
presencia física de Cristo en el mundo en la medida en que prolonga su
ministerio. Esta doctrina, de tan gran realismo, que ya aparece en 1 Co, se
repite y amplía en las epístolas de la cautividad. Es cierto que la
reconciliación de los hombres, que son miembros de Cristo, se realiza siempre
en el Cuerpo de Cristo crucificado según la carne y vivificado por el Espíritu.
Pero la unidad de este cuerpo que reúne a todos los cristianos en el mismo Espíritu
y su identificación con la Iglesia adquieren mayor relieve. Así personalizado
este cuerpo tiene en adelante a Cristo por cabeza, por la influencia sin duda
de la idea de Cristo Cabeza de las potestades. Finalmente llega hasta englobar
en cierto modo todo el universo reunido bajo el dominio del Kyrios.
12 12 (b) Como el cuerpo humano da unidad
a la pluralidad de los miembros, así Cristo, principio unificador de su
iglesia, da unidad a todos los cristianos en su Cuerpo.
12 13 Literalmente este versículo es
un paréntesis: no forma parte del relato-parábola, sino que ofrece una
explicación teológica que remite al bautismo y a la eucaristía. El primer
miembro es paralelo de 10, 2: todos quedaron vinculados a Moisés al ser bautizados
en la nube y en el mar. “Bebieron la misma bebida espiritual” era una alusión a
la eucaristía.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío
yo.
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Textos
paralelos.
Al atardecer de aquel día, el primero de la
semana.
Mc 16, 14-18: Por último se
apareció a los once cuando estaban a la mesa. Les reprendió su incredulidad y
obstinación por no haber creído a los que lo habían visto resucitado de la
muerte. Y les dijo: Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la
humanidad. Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará. A
los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios,
hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les
hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y se curarán.
Lc 24, 36-49: Estaban hablando
de ello, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con
vosotros. Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma. Pero
él les dijo: ¿Por qué estáis turbados?, ¿por qué se os ocurren esas dudas?
Mirad mis manos y mis pies, que soy el mismo. Tocad y ved, que un fantasma no
tiene carne y hueso, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y
los pies. Y, como no acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo:
¿Tenéis aquí algo de comer? Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y
lo comió en su presencia. Después les dijo: Esto es lo que os decía cuando
todavía estaba con vosotros: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en
la ley de Moisés y en los profetas y salmos. Entonces les abrió la inteligencia
para que comprendieran la Escritura. Y añadió: Así está escrito: que el Mesías
tenía que padecer y resucitar de la muerte; que en su nombre se predicaría
penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de ellos. Yo os envío lo que el Padre prometió. Vosotros
quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerza.
La paz con vosotros.
Jn 14, 27: La paz os dejo, os
doy mi paz, y no os la doy como la del mundo. No os turbéis ni os acobardéis.
Jn 16, 33: Os he dicho esto
para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened
ánimo, que yo he vencido al mundo.
Lc 24, 16: Pero ellos tenían
los ojos incapacitados para reconocerlo.
Los discípulos se
alegraron de ver al Señor.
Jn 15, 11: Os he dicho esto
para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada.
Jn 16, 22: Así vosotros ahora
estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría.
Como el Padre me envió
también yo os envío.
Jn 17, 18: Como tú me enviaste
al mundo, yo los envié al mundo.
Mt 28, 19: Por tanto, id a
hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos consagrándolos al Padre
y al Hijo y al Espíritu Santo.
Mc 16, 15: Y les dijo: Id por
todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad.
Dicho esto, sopló y les
dijo.
Lc 24, 47: Que en su nombre se
predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por
Jerusalén.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Jn 1, 33: Yo no lo conocía;
pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y
posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.
A quienes les perdonéis
los pecados.
Mt 16, 19: A ti te daré las
llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo;
lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Mt 18, 18: Os aseguro que lo
que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desatéis en la tierra
quedará desatado en el cielo.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén
20 19 Saludo ordinario de los judíos.
Este saludo se repite en el v. 21, indicio quizá de una inserción más tardía de
los vv. 20-21a, bajo la influencia del relato paralelo de Lc.
20 20 Lc 24, 39 tiene una perspectiva
más apologética. Aquí se trata de poner de relieve la continuidad entre el
Jesús que ha sufrido y el que está para siempre con ellos. El Señor glorioso de
la Iglesia no es otro que el Señor crucificado.
20 22 El soplo de Jesús simboliza al
Espíritu (en hebreo: soplo) principio de vida. Igual verbo raro que en Gn 2, 7.
Cristo resucitado da a los discípulos el Espíritu que realiza como una
re-creación de la humanidad. Poseyendo desde ahora este principio de vida, el
hombre ha pasado de la muerte a la vida y no morirá jamás. Es el principio de
una escatología ya realizada. Para Pablo (al menos en sus primeras cartas) esta
re-creación de la humanidad no se producirá hasta la vuelta de Cristo. Jn hace
suya la fórmula tradicional que es necesario entender, en la medida de lo
posible, en el marco de su propia teología: los discípulos perdonarán o
retendrán los pecados en la medida en que prolonguen la misión de Jesús en el
mundo. Las tradiciones católica y ortodoxa piensan que el poder de perdonar los
pecados incumbe a los miembros del colegio apostólico, al que se encomienda, en
comunión con Jesús, la tarea pastoral. Para la tradición reformada este poder y
esta tarea pastoral compiten a todos los discípulos, es decir, a los creyentes
de todos los tiempos, y no a Pedro en particular o a un determinado orden
sacerdotal. Escuchando su testimonio, los hombres creerán (serán perdonados sus
pecados) o se escandalizarán (se juzgarán a sí mismos; sus pecados les serán retenidos).
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
19 ESTANDO CANDADAS…
LAS PUERTAS… LLEGÓ…: el cuerpo glorioso y “espiritualizado” de Jesús queda
fuera de las leyes físicas del mundo material.
20 LES ENSEÑÓ… las
heridas de LAS MANOS Y DEL COSTADO, signos de identificación; el resucitado es el
mismo que fue crucificado. Y las huellas transfiguradas del sufrimiento
anterior ya no causan tristeza.
21-22
Para
la impresión de que resurrección, ascensión, venida del Espíritu y misión de la
Iglesia sucedieron en el mismo día, cf. Lc 24, 51. // ME ENVIÓ: el tiempo
verbal griego (perfecto*) equivale a “me envió y continúo siendo su enviado”.
// SOPLO: como en una nueva creación, es necesario “el aliento” (el espíritu)
de Dios. // ESPÍRITU SANTO: aliento divino, dador de vida sobrenatural, como el
soplo que infundió vida al primer hombre (cf. Gn 2, 7). Sin duda hay que
sobrentender dos artículos determinados en el texto griego (“el Espíritu
el Santo”), usados por Jn otras veces. Jesús les comunica el Espíritu
Santo, primeramente para suscitar y reafirmar en ellos la fe en su resurrección
(para que vean, e.d., para que crean); y luego, para hacer que otros
vean, quitando la ceguera del pecado.
12 Es verdad de fe
definida que las palabras de Jesús en estos versículos “hay que entenderlas de
la potestad de perdonar y de retener los pecados en el sacramento de la
penitencia” (DS 1703 y 1670). “Atar (retener) y desatar” se aplican aquí,
concretamente, a los pecados.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
20, 19-23 Cristo tiene un cuerpo
glorificado con las marcas de la crucifixión en una forma gloriosa como signo
de rotunda victoria. Los cuerpos de los justos serán glorificados del mismo
modo en el juicio final. Cat. 645, 659, 1042 y 1060.
20, 22-23 Inmediatamente después de la
Resurrección, el último signo de la victoria sobre el pecado y la muerte,
Cristo instituyó el sacramento de la penitencia y la reconciliación otorgando a
los Apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados en su nombre.
Soplando sobre los Apóstoles – denominado a veces como “El Pentecostés de Juan”
– fue un presagio de la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto, ellos
recibieron el Espíritu Santo de Cristo y así están facultados para actuar en su
nombre. Para los Apóstoles, los primeros sacerdotes ordenados, el poder de
perdonar los pecados fue una parte vital en su papel de santificar al pueblo.
Al enviarlos al mundo, Jesús les mandó continuar su misión de curación
espiritual a través de los sacramentos del Bautismo y la Penitencia. Creer en
el perdón de los pecados es una declaración esencial del Credo de los Apóstoles
y el Credo de Nicea, que se rezan en la liturgia de la Iglesia. Cat. 730, 858,
976-980, 1287, 1485-1488.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
731 El día de Pentecostés (al
término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la
efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona
divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela plenamente
la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto
a todos los que creen en Él: en la humanidad de la carne y en la fe, participan
ya en la comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el
Espíritu Santo hace entrar al mundo en los últimos tiempos, el tiempo de la
Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado: “Hemos visto la
verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la
verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado” (Oficio
bizantino de las Horas).
734 La comunión con el Espíritu
Santo es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza
divina perdida por el pecado.
735 Él nos da entonces las arras o
las primicias de nuestra herencia: la vida misma de la Santísima Trinidad que
es amar como él nos ha amado. Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13)
es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos recibido
una fuerza, la del Espíritu Santo.
736 Gracias a este poder del
Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto.
1288 Desde aquel tiempo, los
Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los
neófitos, mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo,
destinado a completar la gracia del Bautismo. Esto explica por qué en la carta
a los Hebreos se recuerda, entre los primeros elementos de la formación
cristiana, la doctrina del Bautismo y de la imposición de manos.
Concilio
Vaticano II
Los obispos, como sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor, al que
se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a
todos los pueblos y de predicar el Evangelio a toda criatura para que todos los
hombres, por la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos, consigan
la salvación. Para realizar esta misión, Cristo el Señor prometió a los
Apóstoles el Espíritu Santo y lo envió desde el cielo el día de Pentecostés
para que con su poder fueran sus testigos ante las naciones, los pueblos y los
reyes hasta los extremos de la tierra.
Lumen gentium, 24.
Comentarios de los Santos Padres.
Era de noche, más por la tristeza que por la hora. Era noche para las
mentes obscurecidas por la sombría nube de la tristeza y la pesadumbre, porque,
aun cuando la noticia de su resurrección les había dado una tenue claridad, sin
embargo el Señor todavía no había brillado con todo el resplandor de su luz.
Pedro Crisólogo, Sermones, 84, 2. IVb, pg. 451.
Yo os envío no con la autoridad del que manda, sino con todo el afecto
con que yo os amo. Os envío a soportar el hambre, a sufrir el peso de las
cadenas, la aspereza de la cárcel, a sobrellevar toda clase de penas, a sufrir
una muerte execrable[1] por
todos: todas las coas que la caridad, no el poder, impone a las almas humanas.
Pedro Crisólogo. Sermones, 84, 6. IVb, pg. 457.
Cristo envía a los discípulos lo mismo que el Padre le había enviado a
Él, para que mediante estas palabras comprendieran la misión que les
encomendaba, es decir, la de llamar a los pecadores a la penitencia, curar, en
el cuerpo y en el espíritu, a los que estaban enfermos, y en el reparto de las
cosas, no buscar ciertamente la propia voluntad, sino la voluntad de aquellos a
los que eran enviados y, en la medida de lo posible, salvar con su enseñanza al
mundo. Y no es difícil saber cuánto se prodigaron los santos apóstoles en todo:
basta leer los Hechos de los Apóstoles y los escritos de san Pablo.
Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Juan, 12, 1. IVb, pg.
457.
Los discípulos de Cristo recibieron el Espíritu en tres ocasiones: antes
de que Cristo fuera glorificado en la pasión; después de haber sido glorificado
por la resurrección, y después de la ascensión del cielo. La primera
manifestación era difícilmente reconocible; la segunda era más expresiva, la de
hoy es más perfecta.
Gregorio Nacianceno, Discurso sobre Pentecostés, 41, 11. IVb, pg.
458.
San Agustín.
Todos los hombres, cuando hacen un negocio y
difieren el pagar, la mayor parte de las veces reciben o dan unas arras, que
dan fe de que luego llegará aquello a lo que anteceden como garantía. Cristo
nos dio las arras del Espíritu Santo; él, que no podía engañarnos, nos otorgó
la plena seguridad cuando nos entregó esas arras, aunque cumpliría lo
prometido, aun sin habérnoslas dejado. ¿Qué prometió? La vida eterna,
dejándonos las arras del Espíritu. Tenemos, pues, las arras; tengamos sed de la
fuente misma de donde manan las arras. Tenemos como arras cierta rociada del
Espíritu Santo en nuestros corazones, para que si alguien advierte este rocío,
desee llegar hasta la fuente. ¿Para que tenemos, pues, las arras sino para no
desfallecer de hambre y sed en esa peregrinación? Si reconocemos ser
peregrinos, sin duda sentiremos hambre y sed. Quien es peregrino y tiene
conciencia de ello desea la patria y, mientras dura su deseo, la peregrinación
le resulta molesta. Si ama la peregrinación, olvida la patria y no quiere
regresar a ella. Nuestra patria no es tal que pueda anteponerse alguna otra
cosa. Nosotros hemos nacido peregrinos lejos de nuestro Señor que inspiró el
aliento de vida al primer hombre. Nuestra patria está en el cielo, donde los
ciudadanos son los ángeles. Desde nuestra patria nos han llegado cartas
invitándonos a regresar, cartas que se leen a diario en todos los pueblos.
Resulte despreciable el mundo y ámese al autor del mundo.
Sermón 378. *, pg. 665.
S. Juan de Ávila
¿Qué hace que me siento con gran flaqueza? Busca
remedio donde os vino la llaga; buscad la gracia de Dios: Él os la dará, que él
dio la ley de la gracia para cumplirla: Gavisi sunt discipuli, viso
domino[2] (Jn 20, 20).
Lecciones sobre 1 San Juan (I), 10. OC II, pg.
189.
Todos estos tienen por oficio encaminar las ánimas
para el cielo. Sicut misit me Pater, et ego mitto vos[3]
(Jn
20, 21). Y, por tanto, yo saco la conclusión que han de ser ejemplares, y que,
si no lo son, se perderán; porque, si el rey criase un capitán, no satisfaría
si fuese soldado. Ideo vos estis lux mundi, sal terrae[4].
Plática: 6. A sacerdotes, 5. OC I, pg. 852.
Y luego tras este preámbulo, podrá decirles cómo el
fin del sacerdote es sacar almas de pecado, y que para esto Cristo le instituyó
en la Iglesia, según aquello de San Juan, capítulo 20, como
el Padre me envió, así os envío a vosotros. Y pues Cristo fue enviado a
sacar almas de pecado, así también ellos son enviados.
Siete nuevos escritos. Para el sermón a los
clérigos. OC II, pg. 1044.
Que hallaréis en la Santa Madre Iglesia de
tradiciones que no están escriptas en los Evangelistas, como es la forma de
consagrar. Por eso nos dijo nuestro Señor: “Allá os doy mi Espíritu Santo” (cf. Jn 20, 20);
y donde se infunde este Espíritu Santo y la práctica que procede del Espíritu
Santo, habla Dios y es tradición de Dios. Y por eso, lo que los santos Padres,
alumbrados por el Espíritu Santo, ordenaron, es ordenado por Dios; y por eso se
escribió poco, porque lo remitió a aquellos que fuesen ayuntados[5]
en el Espíritu Santo.
Lecciones sobre 1 San Juan (I), 24. OC II, pg.
334.
Dijo por San Joan: Sicut misit me Pater, et ego
mittam vos (Jn 20, 21). El corazón ardiendo en celo de la hora del Padre y de la
salvación de las ánimas le trajo al mundo. Y aquel fuego del celo de la casa de
Dios quemó todo el aparato mundano, que pesado con justas balanzas, no es sino
pajas y donde hay fuego de amor de Dios, luego son quemadas con gran ligereza.
A un obispo de Córdoba. OC IV, pg. 603.
Sicut me misit[6]
(cf.
20, 21). No fue desamor de mi Padre, ni mío, enviaros a predicar mi nombre,
poneros a fuerza e violencia del mundo. Para tan gran hecho gran ayuda. Accipite
Spiritum Sanctum[7] (Jn 20, 22).
Extrañan largueza, que aquél poder que hasta aquel punto ante Dios quería dar a
entender que Dios le tenía, no usó de él: que un hombre pueda abrir e cerrar el
cielo.
Martes de Pascua, 1. OC III, pg. 227.
Item, el mismo Señor dijo a sus apóstoles, cuando
instituyó el sacramento de la penitencia: Cuyos pecados perdonáredes, son
perdonados (Jn 20, 23), etc. Y, por consiguiente, se da gracia y justicia por este
sacramento, pues no puede haber perdón de pecados sin que se dé la gracia, la
cual es significada y contenida en todos los siete sacramentos de la Iglesia; y
se da a quien bien los recibe, y con mayor abundancia que la disposición de
quien los recibe, por ser obras privilegiadas, que por la misma obra que son,
dan gracia. Por lo cual debe ser en gran manera reverenciados y usados, como la
Iglesia católica lo cree y nos lo enseña.
Audi, filia (II), 44, 8. OC I, pg. 631.
Si queréis confesar los pecados veniales por las
claves del sacramento son perdonados, porque son pecados. Nuestro Señor dijo: Los
pecados que perdonáredes serán perdonados (Jn 20, 23)., pecados también se
entienden los veniales, y es materia voluntaria.
Lecciones sobre 1 San Juan (I), 7. OC II, pg.
165.
Mirad que dijo Dios a los sacerdotes: Cuyos
pecados perdonáredes, serán perdonados (Jn 20, 23). Dice el confesor:
“Yo te absuelvo de todos pecados”. Asíos a esa palabra: que veis ahí los
remedios que Dios dejó para los que le ofendieren.
Lecciones sobre 1 San Juan (I), 24. OC II, pg.
339.
Por el pecado venial no se quita la amistad con
Dios; y si pecastes mortalmente, remedio hay. ¿Quebrantastes la palabra de la
castidad, la de no jurar? Palabra hay con que se suelde y remedie. ¿Qué
palabra? Arrepentíos y confesaos, y con esta palabra se remediará el mal de la
otra. Conviene a saber: Quorum remiseritis peccata[8]
(Jn
20, 23). Que, si por pecar habéis de perder el esperanza, San Pedro pecó y
David. Levantaos, que Dios os da la mano.
Lecciones sobre 1 San Juan (II), 24. OC II,
pg. 456.
Y a quien le pareciere pequeña la autoridad de
ellos, oiga la palabra de Cristo nuestro Redemptor, que dice: Cuyos
pecados perdonáredes, serán perdonados; y los que retuviéredes, serán retenidos
(Jn
20, 23). En las cuales palabras instituyó el santísimo sacramento de la
Penitencia, por el cual son perdonados a los que vienen dispuestos, no solo los
mortales, mas aun los veniales; que muy mal se engañaron lso que pensaron que
los pecados veniales no son materia del santísimo sacramento de la Penitencia.
Si dijeran que no son materia necesaria, acertarán en ello, mas si se confiesan
verdaderamente obran en ellos las llaves y la verdad de este santísimo
sacramento; de manera que se comprehenden en aquellas palabras de Cristo
nuestro Señor, cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados, aunque no se
digan veniales.
Santísimo Sacramento, 6. OC III, pg. 657.
A quien perdonáredes sus pecados, serles han
perdonados, etc. (Jn 20, 23). - ¿Y, qué es confesión? - ¿Qué cosa? ¿Qué estando tú
muerto y en pecado, si vas al sacerdote y le dices tus pecados, y pides perdón
a Dios de ellos y te arrepientes, luego te serán perdonados, y quedas en paz
con Dios y no te demandará su justicia que le pagues; y de esta manera la
confesión resucita los muertos. Con venir tú a los pies del confesor, habiendo
hecho lo que en ti es, aunque no traigas todo el arrepentimiento que fuera razón
por virtud del sacramento vuelves de muerte a vida, y allí te dan el
arrepentimiento que basta para que tus pecados puedan ser perdonados.
Octava del Corpus, 7. OC III, pg.
784.
Diga misa cada día, aunque no sienta devoción, y
confiese a más tardar de tres a tres días, con profundo conocimeinto de sus
males y crédito que son muy más y mayores que él conoce, y con entera fe y
devoción en este sacramento, por la palabra del Señor: Quorum
remiseritis peccata, etc. (Jn 20, 23), y si Dios le da luz con que se
conozca y fe para esta palabra, serle ha este sacramento grandísima dulcedumbre
y seguridad. Si alguna persona le importunare mucho que la confiese, hágalo con
aquel aparejo como cuando va a decir misa; y no querría que fuesen mujeres ni
que fuesen muchos, sino a alguna cosa particular que parezca mandarla Dios.
A un predicador. OC IV, pg. 39.
San Oscar Romero.
Vivamos la belleza, hermanos, de esta hora en que nos define.
Definámonos; somos Iglesia si vivimos estas tres características: apertura a lo
infinito, confianza en Dios; seguridad en la verdad que predica la Iglesia, no
dudas; y garantía de unidad, integrarnos cada vez más con la unidad jerárquica.
Aunque no se diga católica esta acción, ésta es la verdadera católica acción.
Vamos a proclamar nuestra fe, y desde nuestro Credo comprendemos que bella es
la Iglesia.
Homilía, 29 de mayo de 1977.
León XIV. Regina Coeli. 1 de junio
de 2025.
Al final
de esta
Eucaristía, deseo dirigir un saludo cordial a todos ustedes, participantes
en el Jubileo
de las Familias, de los Niños, de los Abuelos y de los Ancianos. Han venido
de todas partes del mundo, con delegaciones de ciento treinta y un países.
Estoy
contento de acoger a tantos niños, que reavivan nuestra esperanza. Saludo a
todas las familias, pequeñas iglesias domésticas, en las que el Evangelio es
acogido y transmitido. La familia —decía san Juan Pablo II—
tiene su origen en el amor con que el Creador abraza al mundo creado (cf.
Carta Gratissimam
sane, 2). Que la fe, la esperanza y la caridad crezcan siempre en nuestras
familias. Un saludo especial a los abuelos y ancianos, ustedes son
modelo genuino de fe e inspiración para las generaciones jóvenes. ¡Gracias
por venir!
Extiendo
mi saludo a todos los peregrinos presentes, en particular a los de la diócesis
de Mondovì, en Piamonte.
Hoy en
Italia y en varios países se celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor.
Es una fiesta muy hermosa, que nos hace mirar hacia el objetivo de nuestro
viaje terrenal. En este horizonte, recuerdo que ayer en Braniewo, en (Polonia),
fueron beatificadas Cristófora Klomfass y catorce hermanas de la Congregación
de Santa Catalina Virgen y Mártir, asesinadas en 1945 por los soldados del
Ejército Rojo en los territorios de la actual Polonia. A pesar del clima de
odio y terror contra la fe católica, siguieron sirviendo a los enfermos y
huérfanos. A la intercesión de las nuevas beatas mártires encomendamos a las
religiosas que en todo el mundo gastan su vida generosamente por el Reino de
Dios.
Recuerdo
también hoy la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales y doy las gracias
a los trabajadores de los medios de comunicación que, cuidando la calidad ética
de los mensajes, ayudan a las familias en su tarea educativa.
Que la
Virgen María bendiga a las familias y las sostenga en sus dificultades. Pienso
especialmente en aquellas que sufren a causa de la guerra en Oriente Medio, en
Ucrania y en otras partes del mundo. Que la Madre de Dios nos ayude a caminar
juntos por el sendero de la paz.
León XIV. Audiencia General. 28 de
mayo de 2025. Ciclo
de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de
Jesús. Las parábolas 7. El samaritano. «Pero un samaritano que viajaba por
allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió»(Lc 10).
Queridos
hermanos y hermanas:
Continuamos
meditando sobre algunas parábolas del Evangelio que nos ofrecen la oportunidad
de cambiar de perspectiva y abrirnos a la esperanza. La falta de esperanza,
a veces, se debe a que nos quedamos atrapados en una cierta forma rígida y
cerrada de ver las cosas, y las parábolas nos ayudan a mirarlas desde otro
punto de vista.
Hoy me
gustaría hablarles de una persona experta, preparada, un doctor en la Ley,
que sin embargo necesita cambiar de perspectiva, porque está concentrado en
sí mismo y no se da cuenta de los demás (cf. Lc 10,25-37). De
hecho, le pregunta a Jesús cómo se «hereda» la vida eterna, utilizando
una expresión que la considera como un derecho inequívoco. Pero detrás
de esta pregunta, quizás se esconde precisamente una necesidad de atención: la
única palabra sobre la que pide explicaciones a Jesús es el término «prójimo»,
que literalmente significa «el que está cerca».
Por eso,
Jesús cuenta una parábola que es un camino para transformar esa pregunta, para
pasar del «¿quién me quiere?» al «¿quién ha querido?». La
primera es una pregunta inmadura, la segunda es la pregunta del adulto
que ha comprendido el sentido de su vida. La primera pregunta es la que
pronunciamos cuando nos situamos en un rincón y esperamos, la segunda es
la que nos impulsa a ponernos en camino.
La
parábola que cuenta Jesús tiene, de hecho, como escenario un camino, y
es un camino difícil y áspero, como la vida. Es el camino que recorre un
hombre que baja de Jerusalén, la ciudad en la montaña, a Jericó, la ciudad bajo
el nivel del mar. Es una imagen que ya presagia lo que podría ocurrir:
efectivamente, sucede que ese hombre es asaltado, golpeado, despojado y
abandonado medio muerto. Es la experiencia que se vive cuando las
situaciones, las personas, a veces incluso aquellos en quienes hemos confiado, nos
quitan todo y nos dejan tirados.
Pero la
vida está hecha de encuentros, y en estos encuentros nos revelamos tal y como
somos. Nos encontramos frente al otro, frente a su fragilidad y su debilidad,
y podemos decidir qué hacer: cuidar de él o hacer como si nada. Un
sacerdote y un levita bajan por ese mismo camino. Son personas que prestan
servicio en el Templo de Jerusalén, que viven en el espacio sagrado. Sin
embargo, la práctica del culto no lleva automáticamente a ser compasivos.
De hecho, antes que una cuestión religiosa, ¡la compasión es una cuestión de
humanidad! Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos.
Podemos
imaginar que, después de haber permanecido mucho tiempo en Jerusalén, aquel
sacerdote y aquel levita tienen prisa por volver a casa. Es precisamente la
prisa, tan presente en nuestra vida, la que muchas veces nos impide sentir
compasión. Quien piensa que su viaje debe tener la prioridad, no está
dispuesto a detenerse por otro.
Pero he
aquí que llega alguien que sí es capaz de detenerse: es un samaritano, es
decir, alguien que pertenece a un pueblo despreciado (cf. 2 Re 17).
En su caso, el texto no precisa la dirección, sino que solo dice que estaba de
viaje. La religiosidad aquí no tiene nada que ver. Este samaritano se detiene
simplemente porque es un hombre ante otro hombre que necesita ayuda.
La
compasión se expresa a través de gestos concretos. El evangelista Lucas se detiene en las acciones
del samaritano, al que llamamos «bueno», pero que en el texto es simplemente
una persona: el samaritano se acerca, porque si quieres ayudar a alguien, no
puedes pensar en mantenerte a distancia, tienes que implicarte, ensuciarte,
quizás contaminarte; le venda las heridas después de limpiarlas con aceite y
vino; lo carga en su montura, es decir, se hace cargo de él, porque solo
se ayuda de verdad si se está dispuesto a sentir el peso del dolor del otro;
lo lleva a una posada donde gasta su dinero, «dos denarios», más o menos dos
días de trabajo; y se compromete a volver y, si es necesario, a pagar más,
porque el otro no es un paquete que hay que entregar, sino alguien que hay
que cuidar.
Queridos
hermanos y hermanas, ¿cuándo seremos capaces nosotros también de interrumpir
nuestro viaje y tener compasión? Cuando hayamos comprendido que ese
hombre herido en el camino nos representa a cada uno de nosotros. Y entonces,
el recuerdo de todas las veces que Jesús se detuvo para cuidar de nosotros nos
hará más capaces de compasión.
Recemos,
pues, para que podamos crecer en humanidad, de modo que nuestras relaciones
sean más verdaderas y más ricas en compasión. Pidamos al Corazón de Cristo la
gracia de tener cada vez más sus mismos sentimientos.
Francisco.
Regina Coeli. 18 de mayo de 2013.
Queridos
hermanos y hermanas:
Está a
punto de concluir esta fiesta de la fe, que comenzó ayer
con la Vigilia y concluye
esta mañana con la Eucaristía. Un renovado Pentecostés que transformó la
plaza de San Pedro en un Cenáculo a cielo abierto. Hemos revivido la
experiencia de la Iglesia naciente, unida en oración con María, la Madre de
Jesús (cf. Hch 1, 14). También nosotros, en la variedad de
los carismas, experimentamos la belleza de la unidad, de ser una cosa sola. Y
esto es obra del Espíritu Santo, que crea siempre de nuevo la unidad en la
Iglesia.
Quisiera
agradecer a todos los Movimientos, Asociaciones, Comunidades y Agregaciones
eclesiales. ¡Sois un don y una riqueza en la Iglesia! ¡Esto sois vosotros!
Agradezco, de modo particular, a todos vosotros que habéis venido de Roma y de
tantas partes del mundo. ¡Llevad siempre la fuerza del Evangelio! ¡No tengáis
miedo! Tened siempre la alegría y la pasión por la comunión en la Iglesia.
Que el Señor resucitado esté siempre con vosotros y la Virgen os proteja.
Recordamos
en la oración a las poblaciones de Emilia Romaña que el 20 de mayo del año
pasado fueron golpeadas por el terremoto. Rezo también por la Federación
italiana de las Asociaciones de voluntariado en oncología.
Después
de la oración mariana el Papa concluyó así:
Hermanos
y hermanas, ¡muchas gracias por vuestro amor a la Iglesia! ¡Feliz domingo,
feliz fiesta y buen almuerzo!
Francisco. Regina Coeli. 15 de
mayo de 2016.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
celebramos la gran fiesta de Pentecostés, con la que finaliza el tiempo
pascual, cincuenta días después de la Resurrección de Cristo. La liturgia nos
invita a abrir nuestra mente y nuestro corazón al don del Espíritu Santo, que
Jesús prometió en más de una ocasión a sus discípulos, el primer y principal
don que Él nos alcanzó con su Resurrección. Este don, Jesús mismo lo pidió al
Padre, como lo testifica el Evangelio de hoy, ambientado en la Última Cena.
Jesús dice a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo
pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para
siempre» (Jn 14, 15-16).
Estas
palabras nos recuerdan ante todo que el amor por una persona, y también por
el Señor, se demuestra no con las palabras, sino con los hechos; y también
«cumplir los mandamientos» se debe entender en sentido existencial, de
modo que toda la vida se vea implicada. En efecto, ser cristianos no
significa principalmente pertenecer a una cierta cultura o adherir a una cierta
doctrina, sino más bien vincular la propia vida, en cada uno de sus aspectos, a
la persona de Jesús y, a través de Él, al Padre. Para esto Jesús promete la
efusión del Espíritu Santo a sus discípulos. Precisamente gracias al
Espíritu Santo, Amor que une al Padre y al Hijo y de ellos procede, todos
podemos vivir la vida misma de Jesús.
El
Espíritu, en efecto, nos
enseña todo, o sea la única cosa indispensable: amar como ama Dios.
Al
prometer el Espíritu Santo, Jesús lo define «otro Paráclito» (v. 16), que
significa Consolador, Abogado, Intercesor, es decir Quien nos asiste, nos
defiende, está a nuestro lado en el camino de la vida y en la lucha por el bien
y contra el mal.
Jesús
dice «otro Paráclito» porque el primero es Él, Él mismo, que se
hizo carne precisamente para asumir en sí mismo nuestra condición humana y
liberarla de la esclavitud del pecado.
Además, el
Espíritu Santo ejerce una función de enseñanza y de memoria. Enseñanza y
memoria. Nos lo dijo Jesús: «El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre
enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he
dicho» (v. 26). El Espíritu Santo no trae una enseñanza distinta, sino que
hace viva, hace operante la enseñanza de Jesús, para que el tiempo que pasa
no la borre o no la debilite. El Espíritu Santo injerta esta enseñanza
dentro de nuestro corazón, nos ayuda a interiorizarlo, haciendo que se
convierte en parte de nosotros, carne de nuestra carne. Al mismo tiempo, prepara
nuestro corazón para que sea verdaderamente capaz de recibir las palabras y los
ejemplos del Señor. Todas las veces que se acoge con alegría la palabra de
Jesús en nuestro corazón, esto es obra del Espíritu Santo. Recemos ahora juntos
el Regina caeli —por última vez este año—, invocando la
maternal intercesión de la Virgen María. Que ella nos obtenga la gracia de ser
fuertemente animados por el Espíritu Santo, para testimoniar a Cristo con
franqueza evangélica y abrirnos cada vez más a la plenitud de su amor.
Francisco. Regina Coeli. 9 de junio
de 2019.
Ayer, en Cracovia, se celebró la acción de gracias por la confirmación del
culto del beato Miguel Giedroyc, a la que asistieron los obispos de Polonia y
Lituania. Este evento anima a los polacos y a los lituanos a consolidar sus
vínculos en el signo de la fe y la veneración al beato Miguel, que vivió en
Cracovia en el siglo XV, un modelo de humildad y caridad evangélica.
Suscitan dolor y preocupación las noticias que llegan de Sudán. Oremos
por este pueblo, para que cese la violencia y se busque el bien común mediante
el diálogo.
Os saludo a todos, peregrinos procedentes de Italia y de muchos lugares del
mundo, que habéis participado en esta
celebración: grupos, asociaciones y fieles. Animo a todos a abrirse
con docilidad a la acción del Espíritu Santo, ofreciendo al mundo, en la
variedad de carismas, la imagen de una fraternidad en comunión.
¡Qué la Santísima Madre de Dios nos obtenga esta gracia! Nos encomendamos a
su intercesión materna con una confianza filial.
Francisco. Regina Coeli. 5 de
junio de 2022.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Y hoy, también buena fiesta, porque se celebra la solemnidad
de Pentecostés. Se celebra la efusión del Espíritu Santo sobre los
Apóstoles, que tuvo lugar cincuenta días después de la Pascua. Jesús lo había
prometido varias veces. En la liturgia de hoy, el Evangelio recoge una de estas
promesas, cuando Jesús dijo a los discípulos: “El Espíritu Santo, que el Padre
enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará lo
que les he dicho” (Jn 14,26). Esto es lo que hace el Espíritu: enseña y recuerda lo
que Cristo dijo. Reflexionemos sobre estas dos acciones, enseñar y recordar,
porque así es como Él penetra nuestros corazones con el Evangelio de Jesús.
En primer lugar, el Espíritu Santo enseña. De este modo
nos ayuda a superar un obstáculo que se presenta en la experiencia de la fe:
el de la distancia. Él nos ayuda a superar el obstáculo
de la distancia en la experiencia de fe. De hecho, puede surgir la inquietud de
que hay mucha distancia entre el Evangelio y la vida cotidiana. Jesús vivió
hace dos mil años, eran otros tiempos, otras situaciones, y por eso el
Evangelio parece ya anticuado, parece inadecuado para hablar a nuestro hoy con
sus exigencias y sus problemas. También se nos plantea esta interrogante: ¿qué
puede decir el Evangelio en la era de Internet, en la era de
la globalización? ¿Cómo puede impactar su palabra?
Podemos decir que el Espíritu Santo es especialista en acortar las
distancias, Él sabe acortar las distancias; nos enseña a superarlas. Es Él
quien conecta la enseñanza de Jesús con cada tiempo y cada persona. ¡Con Él,
las palabras de Cristo no son un recuerdo, no! ¡Las palabras de Cristo por la
fuerza del Espíritu Santo cobran vida, hoy! El Espíritu las hace vivas para
nosotros. A través de la Sagrada Escritura nos habla y nos orienta en el
presente. El Espíritu Santo no teme el paso de los siglos, sino que hace
que los creyentes estén atentos a los problemas y acontecimientos de su tiempo.
De hecho, cuando el Espíritu Santo enseña, actualiza, mantiene la fe siempre
joven. Nosotros corremos el riesgo de hacer de la fe una cosa de museo:
¡Es el riesgo! Él en cambio la pone en sintonía con los tiempos, siempre al
día, la fe al día: este es su trabajo. Porque el Espíritu Santo no se ata a
épocas o modas pasajeras, sino que trae al presente la actualidad de Jesús,
resucitado y vivo.
¿Y de qué manera el Espíritu realiza esto? Haciendo que recordemos.
Aquí está el segundo verbo, re-cordar. ¿Qué
quiere decir recordar? Re-cordar significa traer de vuelta al
corazón, re-cordar. El Espíritu trae el Evangelio de vuelta a
nuestro corazón. Ocurre como con los Apóstoles: habían escuchado
a Jesús muchas veces, pero lo habían comprendido poco. A nosotros
nos sucede lo mismo. Pero a partir de Pentecostés, con el Espíritu Santo,
recuerdan y comprenden. Aceptan sus palabras como si hubiesen sido
específicamente para ellos, y pasan de un conocimiento externo, un
conocimiento de memoria, a una relación viva, a una relación convencida y
alegre con el Señor. Es el Espíritu el que hace esto, el que pasa del hecho de
“haber escuchado acerca de él” al conocimiento personal de Jesús, el que
entra en el corazón. Así es como el Espíritu cambia nuestra vida: hace
que los pensamientos de Jesús se conviertan en nuestros pensamientos. Y
esto lo hace recordándonos sus palabras, llevando al
corazón, hoy, las palabras de Jesús.
Hermanos y hermanas, sin el Espíritu que nos recuerda a Jesús, la fe se
vuelve olvidadiza. Tantas veces la fe se transforma en un recuerdo sin
memoria. Por el contrario, la memoria es viva y la memoria viva nos la da el
Espíritu. Y nosotros - tratemos de preguntarnos - ¿somos cristianos
olvidadizos? ¿Quizás basta una adversidad, un cansancio, una crisis para
olvidar el amor de Jesús y caer en la duda y en nuestro miedo? ¡Ay! Estemos
atentos a no convertirnos en cristianos olvidadizos. El remedio es invocar al
Espíritu Santo. Hagámoslo a menudo, especialmente en los momentos
importantes, antes de las decisiones difíciles y en situaciones no fáciles.
Tomemos el Evangelio en la mano e invoquemos al Espíritu. Podemos decir:
“Ven, Espíritu Santo, recuérdame a Jesús, ilumina mi corazón”. Esta es una
bella oración: “Ven, Espíritu Santo, recuérdame a Jesús, ilumina mi corazón”.
¿La decimos juntos? “Ven, Espíritu Santo, recuérdame a Jesús, ilumina mi
corazón”. Luego, abrimos el Evangelio y leemos un pequeño pasaje,
lentamente. Y el Espíritu lo hará hablar a nuestras vidas.
Que la Virgen María, llena del Espíritu Santo, encienda en nosotros el
deseo de orarle y de acoger la Palabra de Dios.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 27 de
mayo de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la gran fiesta de Pentecostés, en la que la liturgia nos
hace revivir el nacimiento de la Iglesia, tal como lo relata san Lucas en
el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-13). Cincuenta
días después de la Pascua, el Espíritu Santo descendió sobre la comunidad
de los discípulos, que "perseveraban concordes en la oración en
común" junto con "María, la madre de Jesús", y con los doce
Apóstoles (cf. Hch 1, 14; 2, 1). Por tanto, podemos decir que la
Iglesia tuvo su inicio solemne con la venida del Espíritu Santo.
En ese extraordinario acontecimiento encontramos las notas esenciales y
características de la Iglesia: la Iglesia es una, como la
comunidad de Pentecostés, que estaba unida en oración y era
"concorde": "tenía un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,
32). La Iglesia es santa, no por sus méritos, sino porque,
animada por el Espíritu Santo, mantiene fija su mirada en Cristo, para
conformarse a él y a su amor. La Iglesia es católica, porque el
Evangelio está destinado a todos los pueblos y por eso, ya en el comienzo,
el Espíritu Santo hace que hable todas las
lenguas. La Iglesia es apostólica, porque, edificada
sobre el fundamento de los Apóstoles, custodia fielmente su enseñanza a
través de la cadena ininterrumpida de la sucesión episcopal.
La Iglesia, además, por su misma naturaleza, es misionera, y
desde el día de Pentecostés el Espíritu Santo no cesa de impulsarla por los
caminos del mundo, hasta los últimos confines de la tierra y hasta el fin
de los tiempos. Esta realidad, que podemos comprobar en todas las épocas, ya
está anticipada en el libro de los Hechos, donde se describe el paso del
Evangelio de los judíos a los paganos, de Jerusalén a Roma. Roma indica el
mundo de los paganos y así todos los pueblos que están fuera del antiguo pueblo
de Dios. Efectivamente, los Hechos concluyen con la llegada del
Evangelio a Roma. Por eso, se puede decir que Roma es el nombre concreto de la
catolicidad y de la misionariedad; expresa la fidelidad a los orígenes, a la
Iglesia de todos los tiempos, a una Iglesia que habla todas las lenguas y sale
al encuentro de todas las culturas.
Queridos hermanos y hermanas, el primer Pentecostés tuvo lugar cuando María
santísima estaba presente en medio de los discípulos en el Cenáculo de
Jerusalén y oraba. También hoy nos encomendamos a su intercesión materna, para
que el Espíritu Santo venga con abundancia sobre la Iglesia de nuestro tiempo,
llene el corazón de todos los fieles y encienda en ellos, en nosotros, el fuego
de su amor.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 23 de
mayo de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
Cincuenta días después de la Pascua, celebramos la
solemnidad de Pentecostés, en la que recordamos la manifestación del poder del
Espíritu Santo, el cual —como viento y como fuego— descendió sobre los
Apóstoles reunidos en el Cenáculo y los hizo capaces de predicar con valentía
el Evangelio a todas las naciones (cf. Hch 2, 1-13). Sin
embargo, el misterio de Pentecostés, que justamente nosotros identificamos con
ese acontecimiento, verdadero «bautismo» de la Iglesia, no se limita a él. En
efecto, la Iglesia vive constantemente de la efusión del Espíritu Santo, sin
el cual se quedaría sin fuerzas, como una barca de vela a la que le faltara el
viento. Pentecostés se renueva de modo particular en algunos momentos
fuertes, tanto en ámbito local como universal, tanto en pequeñas asambleas como
en grandes convocatorias. Los concilios, por ejemplo, han tenido sesiones que
se han visto gratificadas por efusiones especiales del Espíritu Santo, y entre
ellos está ciertamente el concilio ecuménico Vaticano II. Podemos
recordar también el célebre encuentro
de los movimientos eclesiales con el venerable Juan Pablo II, aquí en la
plaza de San Pedro, precisamente en Pentecostés de 1998. Pero la Iglesia conoce
innumerables «pentecostés» que vivifican las comunidades locales: pensemos en las
liturgias, especialmente en las que se viven en momentos especiales para la
vida de la comunidad, en las cuales se percibe de modo evidente la fuerza de
Dios infundiendo en las almas alegría y entusiasmo. Pensemos en las numerosas asambleas
de oración, en las cuales los jóvenes sienten claramente la llamada de Dios
a enraizar su vida en su amor, incluso consagrándose totalmente a él.
Por lo tanto, no hay Iglesia sin Pentecostés.
Y quiero añadir: no hay Pentecostés sin la Virgen María. Así fue al
inicio, en el Cenáculo, donde los discípulos «perseveraban en la oración con un
mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús, y
de sus hermanos», como nos relata el libro de los Hechos de los
Apóstoles (1, 14). Y así es siempre, en cada lugar y en cada época.
Fui testigo de ello nuevamente hace pocos días, en Fátima. En efecto, ¿qué
vivió esa inmensa multitud en la explanada del santuario, donde todos éramos
realmente un solo corazón y una sola alma? Era un renovado Pentecostés. En
medio de nosotros estaba María, la Madre de Jesús. Esta es la experiencia
típica de los grandes santuarios marianos —Lourdes, Guadalupe, Pompeya,
Loreto— o también de los más pequeños: en cualquier lugar donde los cristianos
se reúnen en oración con María, el Señor dona su Espíritu.
Queridos amigos, en esta fiesta de Pentecostés,
también nosotros queremos estar espiritualmente unidos a la Madre de Cristo y
de la Iglesia invocando con fe una renovada efusión del divino Paráclito. La
invocamos por toda la Iglesia, y de modo particular en este Año sacerdotal por
todos los ministros del Evangelio, a fin de que el mensaje de la salvación se
anuncie a todas las naciones.
SANTÍSIMA
TRINIDAD.
Monición de
entrada.-
Hoy es la
fiesta de la Santísima Trinidad.
De ella
hablamos mucho, porque siempre que hacemos la señal de la cruz decimos su
nombre y porque el día del bautismo el sacerdote nos bautizó en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Abramos
nuestro corazón a las tres personas.
Señor ten
piedad.-
Tú que
eres nuestro Padre. Señor, ten piedad.
Tú que
eres nuestro Hermano. Cristo ten piedad.
Tú que
eres nuestro Amor. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Para que
el Papa León siga enseñándonos como Dios ama a los pobres. Te lo pedimos, Señor.
Para que
la Iglesia tenga su corazón en Dios. Te lo pedimos, Señor.
Para que
el domingo sea un día muy feliz en el que sintamos muy cerca de Jesús. Te lo
pedimos, Señor.
Para que
siempre haya personas que quieran vivir rezando. Te lo pedimos, Señor.
Para que
todos seamos muy felices porque además de nuestra familia, tenemos otra, la
familia de Jesús. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.-
[1] Execrar: 1. Condenar o
maldecir con autoridad sacerdotal o en nombre de cosas sagradas. 2. Vituperar o
reprobar severamente. 3. Aborrecer (//tener aversión).
[2] Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Trad. Biblia CEE.
[3] Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo. Trad. Biblia CEE.
[4] Port eso vosotros sois
la luz del mundo, la sal de la tierra. Trad. editor.
[5] Ayuntar: 2. Añadir. www.rae.es
[6] También os envío yo.
Trad. Biblia CEE.
[7] Recibid el Espíritu
Santo. Ib.
[8] A los que perdonéis los
pecados. Trad. del editor.