martes, 3 de junio de 2025

Nº 262. Pentecostés. 8 de junio de 2025.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 1-11

Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividía, postrándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:

-¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua.

 

Textos paralelos.

 Al llegar el día de Pentecostés.

Ex 23, 14: Tres veces al año vendréis en romería.

De repente vino del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento.

Hch 4, 31: Al terminar la súplica, tembló el lugar donde estaban congregados, se llenaron de Espíritu Santo y anunciaban el mensaje de Dios con franqueza.

Jn 3, 8: El viento sopla hacia donde quiere: oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así sucede con el que ha nacido del Espíritu.

Sal 104, 30: Envías tu aliento y los recreas y renuevas la faz de la tierra.

Sal 33, 6: Por la palabra del Señor se hizo el cielo, por el aliento de su boca sus ejércitos.

Jn 20, 22: Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.

Entonces quedaron todos llenos de Espíritu Santo.

Hch 1, 5: Que Juan bautizó con agua, vosotros seréis bautizados dentro de poco con Espíritu Santo.

Lc 1, 15: Será grande a juicio del Señor; no beberá vino ni licor. Estará lleno de Espíritu Santo desde el vientre materno.

Hablar diversas lenguas.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

Residían en Jerusalén hombres piadosos.

Mt 28, 19: Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos, consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Col 1, 23: que por medio de él todo fuera reconciliado consigo, haciendo las paces por la sangre de su cruz entre las criaturas de la tierra y las del cielo.

Cada uno les oía hablar en su propia lengua.

Gn 11, 7-9: Vamos a bajar y a confundir su lengua, de modo que uno no entienda la lengua del prójimo. El Señor los dispersó por la superficie de la tierra y dejaron de construir la ciudad. Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó por la superficie de la tierra.

Les oigamos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.

1 Co 14, 23: Supongamos que se reúne la iglesia entera y todos os ponéis a hablar en lenguas arcanas: si entran algunos particulares y no creyentes, ¿no dirán que estáis locos?

 

Notas exegéticas.

2 1 (a) Es decir, concluido ya el período de cincuenta días entre la Pascua y Pentecostés. Pentecostés, que primeramente fue fiesta de la siega se había convertido también en fiesta de la renovación de la Alianza, ver 2 Cro 15, 10-13; Jubileos 6, 20; Qumrán. Este nuevo valor litúrgico pudo inspirar la escenificación de Lucas, que evoca la entrega de la Ley en el Sinaí.

2 1 (b) No la asamblea de los ciento veinte de 1, 15-26, sino el grupo apostólico presentado en 1, 13-14.

2 2 (a) Hay afinidad entre el Espíritu y el viento: la misma palabra significa “espíritu” y “soplo”.

2  2 (b) Probablemente la misma vivienda que en 1, 13-14, lugar de reunión y de oración del grupo apostólico.

2 3 La forma de las llamas se relaciona aquí con el don de lenguas.

2 4 Según uno de los aspectos, vv. 4.11.13, el milagro de Pentecostés es afín al carisma de la glosolalia, frecuente en los comienzos de la Iglesia. Sus antecedentes se hallan en el antiguo profetismo israelita. Ver Joel 3, 1-5.

2 5 “hombres piadosos”. El texto occidental: “los judíos que residían en Jerusalén eran hombres venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo”. Los demás textos combinan “hombres piadosos” y “judíos”.

2 6 La glosolalia utilizaba palabras en lenguas extranjeras para cantar las alabanzas de Dios. Lucas ve en este hablar en todas las lenguas del mundo la restauración de la unidad perdida en Babel, símbolo y anticipación maravillosa de la misión universal de los apóstoles.

2 11 (a) Los “prosélitos” son los que, sin ser judíos de origen, han abrazado la religión judía y aceptado la circuncisión, constituyéndose así en miembros del pueblo elegido. “Judíos” y “prosélitos” no son, pues, nuevas denominaciones de pueblos: son palabras que califican a los que se acaba de enumerar.

2 11 (b) Esta enumeración de los pueblos del mundo mediterráneo que en conjunto se describe de este a oeste y de norte a sur, sin duda se inspira en un antiguo calendario astrológico, conocido por otros documentos, en los que los pueblos se hallaban relacionados con los signos del zodiaco y enumerados por su orden. Lucas pudo haber adoptado como una descripción cómoda de la oikumene de entonces. No se explica bien la mención de Judea y ha suscitado desde la antigüedad varios intentos de corrección.

 

Salmo responsorial

Salmo 104 (103) 1ab.24ab.29b-31.34

 

Envía tu Espíritu, Señor,

y repuebla la faz de la tierra. R/.

Bendice, alma mía, al Señor:

¡Dios mío, qué grande eres!

Cuántas son tus obras, Señor;

la tierra está llena de tus criaturas.  R/.

 

Les retiras el aliento, y expiran

y vuelven a ser polvo;

envías tu espíritu, y los creas,

y repueblas la faz de la tierra. R/.

 

Gloria a Dios para siempre,

goce el Señor con sus obras;

que le sea agradable mi poema,

y yo me alegraré con el Señor. R/.

 

Textos paralelos.

¡Cuán numerosas tus obras, Yahvé!

Sal 8, 2: ¡Señor dueño nuestro, que ilustre es tu nombre en toda la tierra! Quiero servir a tu majestad celeste.

Pr 8, 23-31: Desde antiguo, desde siempre fui formada, desde el principio antes del origen de la tierra; no había océanos cuando fui engendrada, no había manantiales ni hontanares; todavía no estaban encajados los montes, antes de las montañas fui engendrada; no había hecho la tierra y los campos ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano, cuando sujetaba las nubes en la altura y reprimía las fuentes abismales (cuando ponía su límite al mar, y las aguas no traspasan su mandato); cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba disfrutando cada día, jugando todo el tiempo en su presencia, jugando con el orbe de su tierra, disfrutando con los hombres.

Si escondes tu rostro desaparecen.

Jb 34, 14-16: Si decidiera por su cuenta retirar su espíritu y su aliento, expirarían todos los vivientes y el hombre tornaría al polvo. Si eres inteligente, escúchame, presta oído a mis palabras.

Gn 3, 19: Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te sacaron; pues eres polvo y al polvo volverás.

Qo 12, 7: Y el polvo vuelva a la tierra que fue, y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.

Sal 90, 3: Tú devuelves al hombre al polvo, diciendo: ¡Volved, hijos de Adán!

Gn 1, 2: La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas.

Gn 2, 7: Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo.

Hch 2, 2: De repente vino del cielo un ruido, como un viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban.

Gloria a Yahvé por siempre.

Gn 1, 31: Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana, el día sexto.

¡Qué le sea agradable mi poema!

Sal 7, 18: Yo confesaré la justicia del Señor, tañendo en honor del Señor altísimo.

 

Notas exegéticas.

104 Este himno sigue el mismo orden que la cosmogonía de Gn 1.

 

Segunda lectura.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 13,3b-7.12-13.

Hermanos:

Nadie puede decir: “Jesús es Señor”, sino por el Espíritu Santo. Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo espíritu.

 

Textos paralelos.

 Nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!”.

Hch 2, 21: Todos los que invoquen el nombre del Señor se salvarán.

Hch 2, 36: Por tanto, que toda la Casa de Israel reconozca que este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías.

Rm 10, 9: Si confiesas con la boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás.

Flp 2, 11: Y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre: ¡Jesucristo es Señor!

A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

1 Co 12, 28: Dios los dispuso en la Iglesia: primero apóstoles, segundo profetas, tercero maestros, después milagros, después carismas de curaciones, de asistencia, de gobierno, de lenguas diversas.

1 Co 12, 30: ¿Tienen todos carismas de curaciones?, ¿hablan todos lenguas arcanas?, ¿son todos intérpretes?

Rm 12, 6-8: Usemos los dones diversos que poseemos según la gracia que nos han concedido: por ejemplo, la profecía regulada por la fe, el servicio, para administrar; la enseñanza, para enseñar; el que exhorta, exhortando; el que reparte, con generosidad; el que preside, con diligencia; el que alivia, de buen humor.

El cuerpo humano, aunque tiene muchos miembros, es uno.

Rm 12, 4-5: Es como en un cuerpo: tenemos muchos miembros, no todos con la misma función; así, aunque somos muchos, formamos con Cristo un solo cuerpo, y respecto a los demás somos miembros.

Ef 4, 4-6: Uno es el cuerpo, uno el Espíritu, como es una la esperanza a que habéis sido llamados, uno el Señor, una la fe, uno el bautismo, uno Dios, Padre de todos, que está sobre todos, entre todos, en todos.

Porque hemos sido todos bautizados en un solo Espíritu.

Ga 3, 28: Ya no se distinguen judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, pues con Cristo Jesús todos sois uno.

Col 3, 11: En la cual no se distinguen griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro y escita, esclavo y libre, sino que Cristo lo es todo para todos.

Flm 1, 16: Y no ya como esclavo, sino mejor que esclavo: como hermano muy querido para mí y más aún para ti, como hombre y como cristiano.

 

Notas exegéticas.

12 4 Pablo pone los carismas en paralelo con los “ministerios” (servicios) y la “diversidad de actuaciones” y atribuye el conjunto de esta animación eclesial no solo al Espíritu, sino también al Señor (Jesús) y a Dios (Padre). Anuncia ya los grandes temas de la parábola del cuerpo: la diversidad y la unidad (oposición entre “diversidad de” y “un mismo”).

12 6 Nótese la presentación trinitaria del pensamiento.

12 12 (a) Aunque utilice el apólogo clásico que compara a la sociedad con un cuerpo que teniendo miembros diversos es uno, Pablo no se inspira en él para su doctrina sobre el cuerpo de Cristo. Esta brota más bien de su peculiar modo de entender el amor como la base de la existencia cristiana. En efecto, él veía a los creyentes como partes de una unidad orgánica, y el cuerpo humano le brindaba una imagen perfecta de la diversidad articulada en la unidad. Él designa aquí a “Cristo” como la realidad que corresponde a ese hombre nuevo. Como cuerpo suyo, la Iglesia es la presencia física de Cristo en el mundo en la medida en que prolonga su ministerio. Esta doctrina, de tan gran realismo, que ya aparece en 1 Co, se repite y amplía en las epístolas de la cautividad. Es cierto que la reconciliación de los hombres, que son miembros de Cristo, se realiza siempre en el Cuerpo de Cristo crucificado según la carne y vivificado por el Espíritu. Pero la unidad de este cuerpo que reúne a todos los cristianos en el mismo Espíritu y su identificación con la Iglesia adquieren mayor relieve. Así personalizado este cuerpo tiene en adelante a Cristo por cabeza, por la influencia sin duda de la idea de Cristo Cabeza de las potestades. Finalmente llega hasta englobar en cierto modo todo el universo reunido bajo el dominio del Kyrios.

12 12 (b) Como el cuerpo humano da unidad a la pluralidad de los miembros, así Cristo, principio unificador de su iglesia, da unidad a todos los cristianos en su Cuerpo.

12 13 Literalmente este versículo es un paréntesis: no forma parte del relato-parábola, sino que ofrece una explicación teológica que remite al bautismo y a la eucaristía. El primer miembro es paralelo de 10, 2: todos quedaron vinculados a Moisés al ser bautizados en la nube y en el mar. “Bebieron la misma bebida espiritual” era una alusión a la eucaristía.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

-Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

 

Textos paralelos.

 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana.

Mc 16, 14-18: Por último se apareció a los once cuando estaban a la mesa. Les reprendió su incredulidad y obstinación por no haber creído a los que lo habían visto resucitado de la muerte. Y les dijo: Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad. Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará. A los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y se curarán.

Lc 24, 36-49: Estaban hablando de ello, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con vosotros. Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados?, ¿por qué se os ocurren esas dudas? Mirad mis manos y mis pies, que soy el mismo. Tocad y ved, que un fantasma no tiene carne y hueso, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y, como no acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia. Después les dijo: Esto es lo que os decía cuando todavía estaba con vosotros: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura. Y añadió: Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de la muerte; que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de ellos. Yo os envío lo que el Padre prometió. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerza.

La paz con vosotros.

Jn 14, 27: La paz os dejo, os doy mi paz, y no os la doy como la del mundo. No os turbéis ni os acobardéis.

Jn 16, 33: Os he dicho esto para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened ánimo, que yo he vencido al mundo.

Lc 24, 16: Pero ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo.

Los discípulos se alegraron de ver al Señor.

Jn 15, 11: Os he dicho esto para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada.

Jn 16, 22: Así vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría.

Como el Padre me envió también yo os envío.

Jn 17, 18: Como tú me enviaste al mundo, yo los envié al mundo.

Mt 28, 19: Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Mc 16, 15: Y les dijo: Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad.

Dicho esto, sopló y les dijo.

Lc 24, 47: Que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

Jn 1, 33: Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.

A quienes les perdonéis los pecados.

Mt 16, 19: A ti te daré las llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.

Mt 18, 18: Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén

20 19 Saludo ordinario de los judíos. Este saludo se repite en el v. 21, indicio quizá de una inserción más tardía de los vv. 20-21a, bajo la influencia del relato paralelo de Lc.

20 20 Lc 24, 39 tiene una perspectiva más apologética. Aquí se trata de poner de relieve la continuidad entre el Jesús que ha sufrido y el que está para siempre con ellos. El Señor glorioso de la Iglesia no es otro que el Señor crucificado.

20 22 El soplo de Jesús simboliza al Espíritu (en hebreo: soplo) principio de vida. Igual verbo raro que en Gn 2, 7. Cristo resucitado da a los discípulos el Espíritu que realiza como una re-creación de la humanidad. Poseyendo desde ahora este principio de vida, el hombre ha pasado de la muerte a la vida y no morirá jamás. Es el principio de una escatología ya realizada. Para Pablo (al menos en sus primeras cartas) esta re-creación de la humanidad no se producirá hasta la vuelta de Cristo. Jn hace suya la fórmula tradicional que es necesario entender, en la medida de lo posible, en el marco de su propia teología: los discípulos perdonarán o retendrán los pecados en la medida en que prolonguen la misión de Jesús en el mundo. Las tradiciones católica y ortodoxa piensan que el poder de perdonar los pecados incumbe a los miembros del colegio apostólico, al que se encomienda, en comunión con Jesús, la tarea pastoral. Para la tradición reformada este poder y esta tarea pastoral compiten a todos los discípulos, es decir, a los creyentes de todos los tiempos, y no a Pedro en particular o a un determinado orden sacerdotal. Escuchando su testimonio, los hombres creerán (serán perdonados sus pecados) o se escandalizarán (se juzgarán a sí mismos; sus pecados les serán retenidos).

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

19 ESTANDO CANDADAS… LAS PUERTAS… LLEGÓ…: el cuerpo glorioso y “espiritualizado” de Jesús queda fuera de las leyes físicas del mundo material.

20 LES ENSEÑÓ… las heridas de LAS MANOS Y DEL COSTADO, signos de identificación; el resucitado es el mismo que fue crucificado. Y las huellas transfiguradas del sufrimiento anterior ya no causan tristeza.

21-22 Para la impresión de que resurrección, ascensión, venida del Espíritu y misión de la Iglesia sucedieron en el mismo día, cf. Lc 24, 51. // ME ENVIÓ: el tiempo verbal griego (perfecto*) equivale a “me envió y continúo siendo su enviado”. // SOPLO: como en una nueva creación, es necesario “el aliento” (el espíritu) de Dios. // ESPÍRITU SANTO: aliento divino, dador de vida sobrenatural, como el soplo que infundió vida al primer hombre (cf. Gn 2, 7). Sin duda hay que sobrentender dos artículos determinados en el texto griego (“el Espíritu el Santo”), usados por Jn otras veces. Jesús les comunica el Espíritu Santo, primeramente para suscitar y reafirmar en ellos la fe en su resurrección (para que vean, e.d., para que crean); y luego, para hacer que otros vean, quitando la ceguera del pecado.

12 Es verdad de fe definida que las palabras de Jesús en estos versículos “hay que entenderlas de la potestad de perdonar y de retener los pecados en el sacramento de la penitencia” (DS 1703 y 1670). “Atar (retener) y desatar” se aplican aquí, concretamente, a los pecados.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

20, 19-23 Cristo tiene un cuerpo glorificado con las marcas de la crucifixión en una forma gloriosa como signo de rotunda victoria. Los cuerpos de los justos serán glorificados del mismo modo en el juicio final. Cat. 645, 659, 1042 y 1060.

20, 22-23 Inmediatamente después de la Resurrección, el último signo de la victoria sobre el pecado y la muerte, Cristo instituyó el sacramento de la penitencia y la reconciliación otorgando a los Apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados en su nombre. Soplando sobre los Apóstoles – denominado a veces como “El Pentecostés de Juan” – fue un presagio de la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto, ellos recibieron el Espíritu Santo de Cristo y así están facultados para actuar en su nombre. Para los Apóstoles, los primeros sacerdotes ordenados, el poder de perdonar los pecados fue una parte vital en su papel de santificar al pueblo. Al enviarlos al mundo, Jesús les mandó continuar su misión de curación espiritual a través de los sacramentos del Bautismo y la Penitencia. Creer en el perdón de los pecados es una declaración esencial del Credo de los Apóstoles y el Credo de Nicea, que se rezan en la liturgia de la Iglesia. Cat. 730, 858, 976-980, 1287, 1485-1488.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.

732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humanidad de la carne y en la fe, participan ya en la comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los últimos tiempos, el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado: “Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado” (Oficio bizantino de las Horas).

734 La comunión con el Espíritu Santo es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.

735 Él nos da entonces las arras o las primicias de nuestra herencia: la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar como él nos ha amado. Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos recibido una fuerza, la del Espíritu Santo.

736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto.

1288 Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo. Esto explica por qué en la carta a los Hebreos se recuerda, entre los primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del Bautismo y de la imposición de manos.

 

Concilio Vaticano II

Los obispos, como sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor, al que se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a todos los pueblos y de predicar el Evangelio a toda criatura para que todos los hombres, por la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos, consigan la salvación. Para realizar esta misión, Cristo el Señor prometió a los Apóstoles el Espíritu Santo y lo envió desde el cielo el día de Pentecostés para que con su poder fueran sus testigos ante las naciones, los pueblos y los reyes hasta los extremos de la tierra.

Lumen gentium, 24.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Era de noche, más por la tristeza que por la hora. Era noche para las mentes obscurecidas por la sombría nube de la tristeza y la pesadumbre, porque, aun cuando la noticia de su resurrección les había dado una tenue claridad, sin embargo el Señor todavía no había brillado con todo el resplandor de su luz.

Pedro Crisólogo, Sermones, 84, 2. IVb, pg. 451.

Yo os envío no con la autoridad del que manda, sino con todo el afecto con que yo os amo. Os envío a soportar el hambre, a sufrir el peso de las cadenas, la aspereza de la cárcel, a sobrellevar toda clase de penas, a sufrir una muerte execrable[1] por todos: todas las coas que la caridad, no el poder, impone a las almas humanas.

Pedro Crisólogo. Sermones, 84, 6. IVb, pg. 457.

Cristo envía a los discípulos lo mismo que el Padre le había enviado a Él, para que mediante estas palabras comprendieran la misión que les encomendaba, es decir, la de llamar a los pecadores a la penitencia, curar, en el cuerpo y en el espíritu, a los que estaban enfermos, y en el reparto de las cosas, no buscar ciertamente la propia voluntad, sino la voluntad de aquellos a los que eran enviados y, en la medida de lo posible, salvar con su enseñanza al mundo. Y no es difícil saber cuánto se prodigaron los santos apóstoles en todo: basta leer los Hechos de los Apóstoles y los escritos de san Pablo.

Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Juan, 12, 1. IVb, pg. 457.

Los discípulos de Cristo recibieron el Espíritu en tres ocasiones: antes de que Cristo fuera glorificado en la pasión; después de haber sido glorificado por la resurrección, y después de la ascensión del cielo. La primera manifestación era difícilmente reconocible; la segunda era más expresiva, la de hoy es más perfecta.

Gregorio Nacianceno, Discurso sobre Pentecostés, 41, 11. IVb, pg. 458.

 

San Agustín.

Todos los hombres, cuando hacen un negocio y difieren el pagar, la mayor parte de las veces reciben o dan unas arras, que dan fe de que luego llegará aquello a lo que anteceden como garantía. Cristo nos dio las arras del Espíritu Santo; él, que no podía engañarnos, nos otorgó la plena seguridad cuando nos entregó esas arras, aunque cumpliría lo prometido, aun sin habérnoslas dejado. ¿Qué prometió? La vida eterna, dejándonos las arras del Espíritu. Tenemos, pues, las arras; tengamos sed de la fuente misma de donde manan las arras. Tenemos como arras cierta rociada del Espíritu Santo en nuestros corazones, para que si alguien advierte este rocío, desee llegar hasta la fuente. ¿Para que tenemos, pues, las arras sino para no desfallecer de hambre y sed en esa peregrinación? Si reconocemos ser peregrinos, sin duda sentiremos hambre y sed. Quien es peregrino y tiene conciencia de ello desea la patria y, mientras dura su deseo, la peregrinación le resulta molesta. Si ama la peregrinación, olvida la patria y no quiere regresar a ella. Nuestra patria no es tal que pueda anteponerse alguna otra cosa. Nosotros hemos nacido peregrinos lejos de nuestro Señor que inspiró el aliento de vida al primer hombre. Nuestra patria está en el cielo, donde los ciudadanos son los ángeles. Desde nuestra patria nos han llegado cartas invitándonos a regresar, cartas que se leen a diario en todos los pueblos. Resulte despreciable el mundo y ámese al autor del mundo.

Sermón 378. *, pg. 665.

 

S. Juan de Ávila

¿Qué hace que me siento con gran flaqueza? Busca remedio donde os vino la llaga; buscad la gracia de Dios: Él os la dará, que él dio la ley de la gracia para cumplirla: Gavisi sunt discipuli, viso domino[2] (Jn 20, 20).

Lecciones sobre 1 San Juan (I), 10. OC II, pg. 189.

Todos estos tienen por oficio encaminar las ánimas para el cielo. Sicut misit me Pater, et ego mitto vos[3] (Jn 20, 21). Y, por tanto, yo saco la conclusión que han de ser ejemplares, y que, si no lo son, se perderán; porque, si el rey criase un capitán, no satisfaría si fuese soldado. Ideo vos estis lux mundi, sal terrae[4].

Plática: 6. A sacerdotes, 5. OC I, pg. 852.

Y luego tras este preámbulo, podrá decirles cómo el fin del sacerdote es sacar almas de pecado, y que para esto Cristo le instituyó en la Iglesia, según aquello de San Juan, capítulo 20, como el Padre me envió, así os envío a vosotros. Y pues Cristo fue enviado a sacar almas de pecado, así también ellos son enviados.

Siete nuevos escritos. Para el sermón a los clérigos. OC II, pg. 1044.

Que hallaréis en la Santa Madre Iglesia de tradiciones que no están escriptas en los Evangelistas, como es la forma de consagrar. Por eso nos dijo nuestro Señor: “Allá os doy mi Espíritu Santo” (cf. Jn 20, 20); y donde se infunde este Espíritu Santo y la práctica que procede del Espíritu Santo, habla Dios y es tradición de Dios. Y por eso, lo que los santos Padres, alumbrados por el Espíritu Santo, ordenaron, es ordenado por Dios; y por eso se escribió poco, porque lo remitió a aquellos que fuesen ayuntados[5] en el Espíritu Santo.

Lecciones sobre 1 San Juan (I), 24. OC II, pg. 334.

Dijo por San Joan: Sicut misit me Pater, et ego mittam vos (Jn 20, 21). El corazón ardiendo en celo de la hora del Padre y de la salvación de las ánimas le trajo al mundo. Y aquel fuego del celo de la casa de Dios quemó todo el aparato mundano, que pesado con justas balanzas, no es sino pajas y donde hay fuego de amor de Dios, luego son quemadas con gran ligereza.

A un obispo de Córdoba. OC IV, pg. 603.

Sicut me misit[6] (cf. 20, 21). No fue desamor de mi Padre, ni mío, enviaros a predicar mi nombre, poneros a fuerza e violencia del mundo. Para tan gran hecho gran ayuda. Accipite Spiritum Sanctum[7] (Jn 20, 22). Extrañan largueza, que aquél poder que hasta aquel punto ante Dios quería dar a entender que Dios le tenía, no usó de él: que un hombre pueda abrir e cerrar el cielo.

Martes de Pascua, 1. OC III, pg. 227.

Item, el mismo Señor dijo a sus apóstoles, cuando instituyó el sacramento de la penitencia: Cuyos pecados perdonáredes, son perdonados (Jn 20, 23), etc. Y, por consiguiente, se da gracia y justicia por este sacramento, pues no puede haber perdón de pecados sin que se dé la gracia, la cual es significada y contenida en todos los siete sacramentos de la Iglesia; y se da a quien bien los recibe, y con mayor abundancia que la disposición de quien los recibe, por ser obras privilegiadas, que por la misma obra que son, dan gracia. Por lo cual debe ser en gran manera reverenciados y usados, como la Iglesia católica lo cree y nos lo enseña.

Audi, filia (II), 44, 8. OC I, pg. 631.

Si queréis confesar los pecados veniales por las claves del sacramento son perdonados, porque son pecados. Nuestro Señor dijo: Los pecados que perdonáredes serán perdonados (Jn 20, 23)., pecados también se entienden los veniales, y es materia voluntaria.

Lecciones sobre 1 San Juan (I), 7. OC II, pg. 165.

Mirad que dijo Dios a los sacerdotes: Cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados (Jn 20, 23). Dice el confesor: “Yo te absuelvo de todos pecados”. Asíos a esa palabra: que veis ahí los remedios que Dios dejó para los que le ofendieren.

Lecciones sobre 1 San Juan (I), 24. OC II, pg. 339.

Por el pecado venial no se quita la amistad con Dios; y si pecastes mortalmente, remedio hay. ¿Quebrantastes la palabra de la castidad, la de no jurar? Palabra hay con que se suelde y remedie. ¿Qué palabra? Arrepentíos y confesaos, y con esta palabra se remediará el mal de la otra. Conviene a saber: Quorum remiseritis peccata[8] (Jn 20, 23). Que, si por pecar habéis de perder el esperanza, San Pedro pecó y David. Levantaos, que Dios os da la mano.

Lecciones sobre 1 San Juan (II), 24. OC II, pg. 456.

Y a quien le pareciere pequeña la autoridad de ellos, oiga la palabra de Cristo nuestro Redemptor, que dice: Cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados; y los que retuviéredes, serán retenidos (Jn 20, 23). En las cuales palabras instituyó el santísimo sacramento de la Penitencia, por el cual son perdonados a los que vienen dispuestos, no solo los mortales, mas aun los veniales; que muy mal se engañaron lso que pensaron que los pecados veniales no son materia del santísimo sacramento de la Penitencia. Si dijeran que no son materia necesaria, acertarán en ello, mas si se confiesan verdaderamente obran en ellos las llaves y la verdad de este santísimo sacramento; de manera que se comprehenden en aquellas palabras de Cristo nuestro Señor, cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados, aunque no se digan veniales.

Santísimo Sacramento, 6. OC III, pg. 657.

A quien perdonáredes sus pecados, serles han perdonados, etc. (Jn 20, 23). - ¿Y, qué es confesión? - ¿Qué cosa? ¿Qué estando tú muerto y en pecado, si vas al sacerdote y le dices tus pecados, y pides perdón a Dios de ellos y te arrepientes, luego te serán perdonados, y quedas en paz con Dios y no te demandará su justicia que le pagues; y de esta manera la confesión resucita los muertos. Con venir tú a los pies del confesor, habiendo hecho lo que en ti es, aunque no traigas todo el arrepentimiento que fuera razón por virtud del sacramento vuelves de muerte a vida, y allí te dan el arrepentimiento que basta para que tus pecados puedan ser perdonados.

Octava del Corpus, 7. OC III, pg. 784.

Diga misa cada día, aunque no sienta devoción, y confiese a más tardar de tres a tres días, con profundo conocimeinto de sus males y crédito que son muy más y mayores que él conoce, y con entera fe y devoción en este sacramento, por la palabra del Señor: Quorum remiseritis peccata, etc. (Jn 20, 23), y si Dios le da luz con que se conozca y fe para esta palabra, serle ha este sacramento grandísima dulcedumbre y seguridad. Si alguna persona le importunare mucho que la confiese, hágalo con aquel aparejo como cuando va a decir misa; y no querría que fuesen mujeres ni que fuesen muchos, sino a alguna cosa particular que parezca mandarla Dios.

A un predicador. OC IV, pg. 39.

 

San Oscar Romero.

Vivamos la belleza, hermanos, de esta hora en que nos define. Definámonos; somos Iglesia si vivimos estas tres características: apertura a lo infinito, confianza en Dios; seguridad en la verdad que predica la Iglesia, no dudas; y garantía de unidad, integrarnos cada vez más con la unidad jerárquica. Aunque no se diga católica esta acción, ésta es la verdadera católica acción. Vamos a proclamar nuestra fe, y desde nuestro Credo comprendemos que bella es la Iglesia.

Homilía, 29 de mayo de 1977.

 

León XIV. Regina Coeli. 1 de junio de 2025.

Al final de esta Eucaristía, deseo dirigir un saludo cordial a todos ustedes, participantes en el Jubileo de las Familias, de los Niños, de los Abuelos y de los Ancianos. Han venido de todas partes del mundo, con delegaciones de ciento treinta y un países.

Estoy contento de acoger a tantos niños, que reavivan nuestra esperanza. Saludo a todas las familias, pequeñas iglesias domésticas, en las que el Evangelio es acogido y transmitido. La familia —decía san Juan Pablo II— tiene su origen en el amor con que el Creador abraza al mundo creado (cf. Carta Gratissimam sane, 2). Que la fe, la esperanza y la caridad crezcan siempre en nuestras familias. Un saludo especial a los abuelos y ancianos, ustedes son modelo genuino de fe e inspiración para las generaciones jóvenes. ¡Gracias por venir!

Extiendo mi saludo a todos los peregrinos presentes, en particular a los de la diócesis de Mondovì, en Piamonte.

Hoy en Italia y en varios países se celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor. Es una fiesta muy hermosa, que nos hace mirar hacia el objetivo de nuestro viaje terrenal. En este horizonte, recuerdo que ayer en Braniewo, en (Polonia), fueron beatificadas Cristófora Klomfass y catorce hermanas de la Congregación de Santa Catalina Virgen y Mártir, asesinadas en 1945 por los soldados del Ejército Rojo en los territorios de la actual Polonia. A pesar del clima de odio y terror contra la fe católica, siguieron sirviendo a los enfermos y huérfanos. A la intercesión de las nuevas beatas mártires encomendamos a las religiosas que en todo el mundo gastan su vida generosamente por el Reino de Dios.

Recuerdo también hoy la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales y doy las gracias a los trabajadores de los medios de comunicación que, cuidando la calidad ética de los mensajes, ayudan a las familias en su tarea educativa.

Que la Virgen María bendiga a las familias y las sostenga en sus dificultades. Pienso especialmente en aquellas que sufren a causa de la guerra en Oriente Medio, en Ucrania y en otras partes del mundo. Que la Madre de Dios nos ayude a caminar juntos por el sendero de la paz.

 

León XIV. Audiencia General. 28 de mayo de 2025. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las parábolas 7. El samaritano. «Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió»(Lc 10).

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos meditando sobre algunas parábolas del Evangelio que nos ofrecen la oportunidad de cambiar de perspectiva y abrirnos a la esperanza. La falta de esperanza, a veces, se debe a que nos quedamos atrapados en una cierta forma rígida y cerrada de ver las cosas, y las parábolas nos ayudan a mirarlas desde otro punto de vista.

Hoy me gustaría hablarles de una persona experta, preparada, un doctor en la Ley, que sin embargo necesita cambiar de perspectiva, porque está concentrado en sí mismo y no se da cuenta de los demás (cf. Lc 10,25-37). De hecho, le pregunta a Jesús cómo se «hereda» la vida eterna, utilizando una expresión que la considera como un derecho inequívoco. Pero detrás de esta pregunta, quizás se esconde precisamente una necesidad de atención: la única palabra sobre la que pide explicaciones a Jesús es el término «prójimo», que literalmente significa «el que está cerca».

Por eso, Jesús cuenta una parábola que es un camino para transformar esa pregunta, para pasar del «¿quién me quiere?» al «¿quién ha querido?». La primera es una pregunta inmadura, la segunda es la pregunta del adulto que ha comprendido el sentido de su vida. La primera pregunta es la que pronunciamos cuando nos situamos en un rincón y esperamos, la segunda es la que nos impulsa a ponernos en camino.

La parábola que cuenta Jesús tiene, de hecho, como escenario un camino, y es un camino difícil y áspero, como la vida. Es el camino que recorre un hombre que baja de Jerusalén, la ciudad en la montaña, a Jericó, la ciudad bajo el nivel del mar. Es una imagen que ya presagia lo que podría ocurrir: efectivamente, sucede que ese hombre es asaltado, golpeado, despojado y abandonado medio muerto. Es la experiencia que se vive cuando las situaciones, las personas, a veces incluso aquellos en quienes hemos confiado, nos quitan todo y nos dejan tirados.

Pero la vida está hecha de encuentros, y en estos encuentros nos revelamos tal y como somos. Nos encontramos frente al otro, frente a su fragilidad y su debilidad, y podemos decidir qué hacer: cuidar de él o hacer como si nada. Un sacerdote y un levita bajan por ese mismo camino. Son personas que prestan servicio en el Templo de Jerusalén, que viven en el espacio sagrado. Sin embargo, la práctica del culto no lleva automáticamente a ser compasivos. De hecho, antes que una cuestión religiosa, ¡la compasión es una cuestión de humanidad! Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos.

Podemos imaginar que, después de haber permanecido mucho tiempo en Jerusalén, aquel sacerdote y aquel levita tienen prisa por volver a casa. Es precisamente la prisa, tan presente en nuestra vida, la que muchas veces nos impide sentir compasión. Quien piensa que su viaje debe tener la prioridad, no está dispuesto a detenerse por otro.

Pero he aquí que llega alguien que sí es capaz de detenerse: es un samaritano, es decir, alguien que pertenece a un pueblo despreciado (cf. 2 Re 17). En su caso, el texto no precisa la dirección, sino que solo dice que estaba de viaje. La religiosidad aquí no tiene nada que ver. Este samaritano se detiene simplemente porque es un hombre ante otro hombre que necesita ayuda.

La compasión se expresa a través de gestos concretos. El evangelista Lucas se detiene en las acciones del samaritano, al que llamamos «bueno», pero que en el texto es simplemente una persona: el samaritano se acerca, porque si quieres ayudar a alguien, no puedes pensar en mantenerte a distancia, tienes que implicarte, ensuciarte, quizás contaminarte; le venda las heridas después de limpiarlas con aceite y vino; lo carga en su montura, es decir, se hace cargo de él, porque solo se ayuda de verdad si se está dispuesto a sentir el peso del dolor del otro; lo lleva a una posada donde gasta su dinero, «dos denarios», más o menos dos días de trabajo; y se compromete a volver y, si es necesario, a pagar más, porque el otro no es un paquete que hay que entregar, sino alguien que hay que cuidar.

Queridos hermanos y hermanas, ¿cuándo seremos capaces nosotros también de interrumpir nuestro viaje y tener compasión? Cuando hayamos comprendido que ese hombre herido en el camino nos representa a cada uno de nosotros. Y entonces, el recuerdo de todas las veces que Jesús se detuvo para cuidar de nosotros nos hará más capaces de compasión.

Recemos, pues, para que podamos crecer en humanidad, de modo que nuestras relaciones sean más verdaderas y más ricas en compasión. Pidamos al Corazón de Cristo la gracia de tener cada vez más sus mismos sentimientos.


Francisco. Regina Coeli. 18 de mayo de 2013.

Queridos hermanos y hermanas:

Está a punto de concluir esta fiesta de la fe, que comenzó ayer con la Vigilia y concluye esta mañana con la Eucaristía. Un renovado Pentecostés que transformó la plaza de San Pedro en un Cenáculo a cielo abierto. Hemos revivido la experiencia de la Iglesia naciente, unida en oración con María, la Madre de Jesús (cf. Hch 1, 14). También nosotros, en la variedad de los carismas, experimentamos la belleza de la unidad, de ser una cosa sola. Y esto es obra del Espíritu Santo, que crea siempre de nuevo la unidad en la Iglesia.

Quisiera agradecer a todos los Movimientos, Asociaciones, Comunidades y Agregaciones eclesiales. ¡Sois un don y una riqueza en la Iglesia! ¡Esto sois vosotros! Agradezco, de modo particular, a todos vosotros que habéis venido de Roma y de tantas partes del mundo. ¡Llevad siempre la fuerza del Evangelio! ¡No tengáis miedo! Tened siempre la alegría y la pasión por la comunión en la Iglesia. Que el Señor resucitado esté siempre con vosotros y la Virgen os proteja.

Recordamos en la oración a las poblaciones de Emilia Romaña que el 20 de mayo del año pasado fueron golpeadas por el terremoto. Rezo también por la Federación italiana de las Asociaciones de voluntariado en oncología.

Después de la oración mariana el Papa concluyó así:

Hermanos y hermanas, ¡muchas gracias por vuestro amor a la Iglesia! ¡Feliz domingo, feliz fiesta y buen almuerzo!

 

Francisco. Regina Coeli. 15 de mayo de 2016.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la gran fiesta de Pentecostés, con la que finaliza el tiempo pascual, cincuenta días después de la Resurrección de Cristo. La liturgia nos invita a abrir nuestra mente y nuestro corazón al don del Espíritu Santo, que Jesús prometió en más de una ocasión a sus discípulos, el primer y principal don que Él nos alcanzó con su Resurrección. Este don, Jesús mismo lo pidió al Padre, como lo testifica el Evangelio de hoy, ambientado en la Última Cena. Jesús dice a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre» (Jn 14, 15-16).

Estas palabras nos recuerdan ante todo que el amor por una persona, y también por el Señor, se demuestra no con las palabras, sino con los hechos; y también «cumplir los mandamientos» se debe entender en sentido existencial, de modo que toda la vida se vea implicada. En efecto, ser cristianos no significa principalmente pertenecer a una cierta cultura o adherir a una cierta doctrina, sino más bien vincular la propia vida, en cada uno de sus aspectos, a la persona de Jesús y, a través de Él, al Padre. Para esto Jesús promete la efusión del Espíritu Santo a sus discípulos. Precisamente gracias al Espíritu Santo, Amor que une al Padre y al Hijo y de ellos procede, todos podemos vivir la vida misma de Jesús.

El Espíritu, en efecto, nos enseña todo, o sea la única cosa indispensable: amar como ama Dios.

Al prometer el Espíritu Santo, Jesús lo define «otro Paráclito» (v. 16), que significa Consolador, Abogado, Intercesor, es decir Quien nos asiste, nos defiende, está a nuestro lado en el camino de la vida y en la lucha por el bien y contra el mal.

Jesús dice «otro Paráclito» porque el primero es Él, Él mismo, que se hizo carne precisamente para asumir en sí mismo nuestra condición humana y liberarla de la esclavitud del pecado.

Además, el Espíritu Santo ejerce una función de enseñanza y de memoria. Enseñanza y memoria. Nos lo dijo Jesús: «El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (v. 26). El Espíritu Santo no trae una enseñanza distinta, sino que hace viva, hace operante la enseñanza de Jesús, para que el tiempo que pasa no la borre o no la debilite. El Espíritu Santo injerta esta enseñanza dentro de nuestro corazón, nos ayuda a interiorizarlo, haciendo que se convierte en parte de nosotros, carne de nuestra carne. Al mismo tiempo, prepara nuestro corazón para que sea verdaderamente capaz de recibir las palabras y los ejemplos del Señor. Todas las veces que se acoge con alegría la palabra de Jesús en nuestro corazón, esto es obra del Espíritu Santo. Recemos ahora juntos el Regina caeli —por última vez este año—, invocando la maternal intercesión de la Virgen María. Que ella nos obtenga la gracia de ser fuertemente animados por el Espíritu Santo, para testimoniar a Cristo con franqueza evangélica y abrirnos cada vez más a la plenitud de su amor.

 

Francisco. Regina Coeli. 9 de junio de 2019.

Ayer, en Cracovia, se celebró la acción de gracias por la confirmación del culto del beato Miguel Giedroyc, a la que asistieron los obispos de Polonia y Lituania. Este evento anima a los polacos y a los lituanos a consolidar sus vínculos en el signo de la fe y la veneración al beato Miguel, que vivió en Cracovia en el siglo XV, un modelo de humildad y caridad evangélica.

Suscitan dolor y preocupación las noticias que llegan de Sudán. Oremos por este pueblo, para que cese la violencia y se busque el bien común mediante el diálogo.

Os saludo a todos, peregrinos procedentes de Italia y de muchos lugares del mundo, que habéis participado en esta celebración: grupos, asociaciones y fieles. Animo a todos a abrirse con docilidad a la acción del Espíritu Santo, ofreciendo al mundo, en la variedad de carismas, la imagen de una fraternidad en comunión.

¡Qué la Santísima Madre de Dios nos obtenga esta gracia! Nos encomendamos a su intercesión materna con una confianza filial.

 

Francisco. Regina Coeli. 5 de junio de 2022.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Y hoy, también buena fiesta, porque se celebra la solemnidad de Pentecostés. Se celebra la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, que tuvo lugar cincuenta días después de la Pascua. Jesús lo había prometido varias veces. En la liturgia de hoy, el Evangelio recoge una de estas promesas, cuando Jesús dijo a los discípulos: “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). Esto es lo que hace el Espíritu: enseña y recuerda lo que Cristo dijo. Reflexionemos sobre estas dos acciones, enseñar y recordar, porque así es como Él penetra nuestros corazones con el Evangelio de Jesús.

En primer lugar, el Espíritu Santo enseña. De este modo nos ayuda a superar un obstáculo que se presenta en la experiencia de la fe: el de la distancia.  Él nos ayuda a superar el obstáculo de la distancia en la experiencia de fe. De hecho, puede surgir la inquietud de que hay mucha distancia entre el Evangelio y la vida cotidiana. Jesús vivió hace dos mil años, eran otros tiempos, otras situaciones, y por eso el Evangelio parece ya anticuado, parece inadecuado para hablar a nuestro hoy con sus exigencias y sus problemas. También se nos plantea esta interrogante: ¿qué puede decir el Evangelio en la era de Internet, en la era de la globalización? ¿Cómo puede impactar su palabra?

Podemos decir que el Espíritu Santo es especialista en acortar las distancias, Él sabe acortar las distancias; nos enseña a superarlas. Es Él quien conecta la enseñanza de Jesús con cada tiempo y cada persona. ¡Con Él, las palabras de Cristo no son un recuerdo, no! ¡Las palabras de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo cobran vida, hoy! El Espíritu las hace vivas para nosotros. A través de la Sagrada Escritura nos habla y nos orienta en el presente. El Espíritu Santo no teme el paso de los siglos, sino que hace que los creyentes estén atentos a los problemas y acontecimientos de su tiempo. De hecho, cuando el Espíritu Santo enseña, actualiza, mantiene la fe siempre joven. Nosotros corremos el riesgo de hacer de la fe una cosa de museo: ¡Es el riesgo! Él en cambio la pone en sintonía con los tiempos, siempre al día, la fe al día: este es su trabajo. Porque el Espíritu Santo no se ata a épocas o modas pasajeras, sino que trae al presente la actualidad de Jesús, resucitado y vivo.

¿Y de qué manera el Espíritu realiza esto? Haciendo que recordemos. Aquí está el segundo verbo, re-cordar. ¿Qué quiere decir recordar? Re-cordar significa traer de vuelta al corazón, re-cordar. El Espíritu trae el Evangelio de vuelta a nuestro corazón. Ocurre como con los Apóstoles: habían escuchado a Jesús muchas veces, pero lo habían comprendido poco. A nosotros nos sucede lo mismo. Pero a partir de Pentecostés, con el Espíritu Santo, recuerdan y comprenden. Aceptan sus palabras como si hubiesen sido específicamente para ellos, y pasan de un conocimiento externo, un conocimiento de memoria, a una relación viva, a una relación convencida y alegre con el Señor. Es el Espíritu el que hace esto, el que pasa del hecho de “haber escuchado acerca de él” al conocimiento personal de Jesús, el que entra en el corazón. Así es como el Espíritu cambia nuestra vida: hace que los pensamientos de Jesús se conviertan en nuestros pensamientos. Y esto lo hace recordándonos sus palabras, llevando al corazón, hoy, las palabras de Jesús.

Hermanos y hermanas, sin el Espíritu que nos recuerda a Jesús, la fe se vuelve olvidadiza. Tantas veces la fe se transforma en un recuerdo sin memoria. Por el contrario, la memoria es viva y la memoria viva nos la da el Espíritu. Y nosotros - tratemos de preguntarnos - ¿somos cristianos olvidadizos? ¿Quizás basta una adversidad, un cansancio, una crisis para olvidar el amor de Jesús y caer en la duda y en nuestro miedo? ¡Ay! Estemos atentos a no convertirnos en cristianos olvidadizos. El remedio es invocar al Espíritu Santo. Hagámoslo a menudo, especialmente en los momentos importantes, antes de las decisiones difíciles y en situaciones no fáciles. Tomemos el Evangelio en la mano e invoquemos al Espíritu. Podemos decir: “Ven, Espíritu Santo, recuérdame a Jesús, ilumina mi corazón”. Esta es una bella oración: “Ven, Espíritu Santo, recuérdame a Jesús, ilumina mi corazón”. ¿La decimos juntos? “Ven, Espíritu Santo, recuérdame a Jesús, ilumina mi corazón”. Luego, abrimos el Evangelio y leemos un pequeño pasaje, lentamente. Y el Espíritu lo hará hablar a nuestras vidas.

Que la Virgen María, llena del Espíritu Santo, encienda en nosotros el deseo de orarle y de acoger la Palabra de Dios.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 27 de mayo de 2007.  

Queridos hermanos y hermanas: 

Celebramos hoy la gran fiesta de Pentecostés, en la que la liturgia nos hace revivir el nacimiento de la Iglesia, tal como lo relata san Lucas  en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-13). Cincuenta días  después de la Pascua, el Espíritu Santo descendió sobre la comunidad de los discípulos, que "perseveraban concordes en la oración en común" junto con "María, la madre de Jesús", y con los doce Apóstoles (cf. Hch 1, 14; 2, 1). Por tanto, podemos decir que la Iglesia tuvo su inicio solemne con la venida del Espíritu Santo.

En ese extraordinario acontecimiento encontramos las notas esenciales y características de la Iglesiala Iglesia es una, como la comunidad de Pentecostés, que estaba unida en oración y era "concorde":  "tenía un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32). La Iglesia es santa, no por sus méritos, sino porque, animada por el Espíritu Santo, mantiene fija su mirada en Cristo, para conformarse a él y a su amor. La Iglesia es católica, porque el Evangelio está destinado a todos los pueblos y por eso, ya en el comienzo, el Espíritu Santo  hace  que  hable  todas  las  lenguas.  La Iglesia es apostólica, porque, edificada sobre el fundamento de los Apóstoles, custodia fielmente su enseñanza a través de la cadena ininterrumpida de la sucesión episcopal.

La Iglesia, además, por su misma naturaleza, es misionera, y desde el día de Pentecostés el Espíritu Santo no cesa de impulsarla por los caminos del mundo, hasta los últimos confines de la tierra y hasta el fin de los tiempos. Esta realidad, que podemos comprobar en todas las épocas, ya está anticipada en el libro de los Hechos, donde se describe el paso del Evangelio de los judíos a los paganos, de Jerusalén a Roma. Roma indica el mundo de los paganos y así todos los pueblos que están fuera del antiguo pueblo de Dios. Efectivamente, los Hechos concluyen con la llegada del Evangelio a Roma. Por eso, se puede decir que Roma es el nombre concreto de la catolicidad y de la misionariedad; expresa la fidelidad a los orígenes, a la Iglesia de todos los tiempos, a una Iglesia que habla todas las lenguas y sale al encuentro de todas las culturas.

Queridos hermanos y hermanas, el primer Pentecostés tuvo lugar cuando María santísima estaba presente en medio de los discípulos en el Cenáculo de Jerusalén y oraba. También hoy nos encomendamos a su intercesión materna, para que el Espíritu Santo venga con abundancia sobre la Iglesia de nuestro tiempo, llene el corazón de todos los fieles y encienda en ellos, en nosotros, el fuego de su amor.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 23 de mayo de 2010.

Queridos hermanos y hermanas:

Cincuenta días después de la Pascua, celebramos la solemnidad de Pentecostés, en la que recordamos la manifestación del poder del Espíritu Santo, el cual —como viento y como fuego— descendió sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo y los hizo capaces de predicar con valentía el Evangelio a todas las naciones (cf. Hch 2, 1-13). Sin embargo, el misterio de Pentecostés, que justamente nosotros identificamos con ese acontecimiento, verdadero «bautismo» de la Iglesia, no se limita a él. En efecto, la Iglesia vive constantemente de la efusión del Espíritu Santo, sin el cual se quedaría sin fuerzas, como una barca de vela a la que le faltara el viento. Pentecostés se renueva de modo particular en algunos momentos fuertes, tanto en ámbito local como universal, tanto en pequeñas asambleas como en grandes convocatorias. Los concilios, por ejemplo, han tenido sesiones que se han visto gratificadas por efusiones especiales del Espíritu Santo, y entre ellos está ciertamente el concilio ecuménico Vaticano II. Podemos recordar también el célebre encuentro de los movimientos eclesiales con el venerable Juan Pablo II, aquí en la plaza de San Pedro, precisamente en Pentecostés de 1998. Pero la Iglesia conoce innumerables «pentecostés» que vivifican las comunidades locales: pensemos en las liturgias, especialmente en las que se viven en momentos especiales para la vida de la comunidad, en las cuales se percibe de modo evidente la fuerza de Dios infundiendo en las almas alegría y entusiasmo. Pensemos en las numerosas asambleas de oración, en las cuales los jóvenes sienten claramente la llamada de Dios a enraizar su vida en su amor, incluso consagrándose totalmente a él.

Por lo tanto, no hay Iglesia sin Pentecostés. Y quiero añadir: no hay Pentecostés sin la Virgen María. Así fue al inicio, en el Cenáculo, donde los discípulos «perseveraban en la oración con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús, y de sus hermanos», como nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles (1, 14). Y así es siempre, en cada lugar y en cada época. Fui testigo de ello nuevamente hace pocos días, en Fátima. En efecto, ¿qué vivió esa inmensa multitud en la explanada del santuario, donde todos éramos realmente un solo corazón y una sola alma? Era un renovado Pentecostés. En medio de nosotros estaba María, la Madre de Jesús. Esta es la experiencia típica de los grandes santuarios marianos —Lourdes, Guadalupe, Pompeya, Loreto— o también de los más pequeños: en cualquier lugar donde los cristianos se reúnen en oración con María, el Señor dona su Espíritu.

Queridos amigos, en esta fiesta de Pentecostés, también nosotros queremos estar espiritualmente unidos a la Madre de Cristo y de la Iglesia invocando con fe una renovada efusión del divino Paráclito. La invocamos por toda la Iglesia, y de modo particular en este Año sacerdotal por todos los ministros del Evangelio, a fin de que el mensaje de la salvación se anuncie a todas las naciones.

 

SANTÍSIMA TRINIDAD.

 

Monición de entrada.-

Hoy es la fiesta de la Santísima Trinidad.

De ella hablamos mucho, porque siempre que hacemos la señal de la cruz decimos su nombre y porque el día del bautismo el sacerdote nos bautizó en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Abramos nuestro corazón a las tres personas.

 

Señor ten piedad.-

Tú que eres nuestro Padre. Señor, ten piedad.

Tú que eres nuestro Hermano. Cristo ten piedad.

Tú que eres nuestro Amor. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Para que el Papa León siga enseñándonos como Dios ama a los pobres. Te lo pedimos, Señor.

Para que la Iglesia tenga su corazón en Dios. Te lo pedimos, Señor.

Para que el domingo sea un día muy feliz en el que sintamos muy cerca de Jesús. Te lo pedimos, Señor.

Para que siempre haya personas que quieran vivir rezando. Te lo pedimos, Señor.

Para que todos seamos muy felices porque además de nuestra familia, tenemos otra, la familia de Jesús. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias.-

Virgen María tú eres la hija del Padre, la madre del Hijo y la amada por el Espíritu Santo. Te damos gracias por que cuando te rezamos nos acercas a Dios que es amor y nos quiere mucho.


[1] Execrar: 1. Condenar o maldecir con autoridad sacerdotal o en nombre de cosas sagradas. 2. Vituperar o reprobar severamente. 3. Aborrecer (//tener aversión).

[2] Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Trad. Biblia CEE.

[3] Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Trad. Biblia CEE.

[4] Port eso vosotros sois la luz del mundo, la sal de la tierra. Trad. editor.

[5] Ayuntar: 2. Añadir. www.rae.es

[6] También os envío yo. Trad. Biblia CEE.

[7] Recibid el Espíritu Santo. Ib.

[8] A los que perdonéis los pecados. Trad. del editor.