martes, 15 de abril de 2025

255. Domingo de Pascua. 20 de abril de 2025.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 34a.37-43.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

-Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y  bebido con él después de su resurrección de entre los muertos. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben por su nombre, el perdón de los pecados.

 

Textos paralelos.

 Pedro tomó entonces la palabra.

Hch 2, 22: Israelitas, escuchad mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis.

Dt 10, 17: Que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores; Dios grande, fuerte y terrible, no es parcial ni acepta soborno.

Ga 2, 6: En cuanto a los “respetables” – hasta qué punto lo eran no me importa, pues Dios no es parcial con los hombres – esos respetables no me impusieron nada.

Rm 2, 11: Que Dios no es parcial.

1 P 1, 17: Y si llamáis Padre al que juzga imparcialmente las acciones de cada uno, proceded con cautela durante vuestra permanencia en la tierra.

Rm 10, 12: Y no hay diferencia entre judíos y griegos; pues es lo mismo el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan.

Vosotros sabéis lo que sucedió en toda Judea.

Lc 4, 44: Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Ungido con el Espíritu Santo.

Is 61, 1: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad.

Mt 3, 16: Jesús se bautizó, salió del agua y al punto se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

Hch 4, 27: De hecho, en esta ciudad, se aliaron contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, Herodes y Poncio Pilato con paganos y gente de Israel.

Curando a los oprimidos por el diablo.

Hch 2, 22: Israelitas, escuchad mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis.

Mt 4, 1: Entonces Jesús, movido por el Espíritu, se retiró al desierto para ser puesto a prueba por el diablo.

Mt 8, 29: De pronto se pusieron a gritar: “¡Hijo de Dios! ¿qué tienes con nosotros? ¿Has venido antes de tiempo a atormentarnos?

Nosotros somos testigos.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

Hch 1, 22: Desde el bautismo de Juan hasta que nos fue arrebatado, uno tiene que ser con nosotros testigo de su resurrección.

No a todo el pueblo, sino a los testigos.

Hch 1, 3-4: Se les había presentado vivo, después de padecer, durante cuarenta días, con muchas pruebas, mostrándose y hablando del reinado de Dios. Estando comiendo con ellos, les encargó que no se alejaran de Jerusalén, sino que esperaran lo prometido por el Padre, lo que me habéis escuchado.

Hch 13, 31: Y se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén. Ellos son hoy sus testigos ante el pueblo.

Jn 14, 22: Le dice a Judas (no el Iscariote): “¿Qué pasa que te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?”.

Bebimos con él después que resucitó.

Lc 24, 41-43: Y, como no acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo: “¿Tenéis aquí algo de comer?”. Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia.

Dios juez de vivos y muertos.

Hch 2, 36: Por tanto, que toda la Casa de Israel reconozca que a este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías.

Quien crea en él alcanzará.

Hch 2, 38: Pedro les contestó: “Arrepentíos, bautizaos cada uno invocando el nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.

Hch 3, 16: Porque ha creído en su nombre, este que conocéis y estáis viendo ha recibido de ese nombre vigor, y la fe obtenida de él le ha dado salud completa en presencia de todos vosotros.

 

Notas exegéticas.

10 37 (a) Los vv. 37-42 forman un resumen de la historia evangélica que subraya los puntos que el mismo Lucas pone de relieve en su evangelio.

30 37 (b) Var.: “el comienzo”.

10 38 Ver Lc 4, 18-21 (citando a Is 61, 1), que sugiere que la bajada del Espíritu sobre Jesús con ocasión de su bautismo fue una unción. Este mismo Espíritu va a descender sobre los incircuncisos creyentes que escuchan a Pedro.

10 40 “lo resucitó al tercer día”: la fórmula clásica de la predicación y de la fe cristianas. Aparece ya en el Credo embrionario de 1 Co 15, 4, con esta precisión: “según las escrituras”. La fórmula es eco de Jon 2, 1.

10 41 (a) Separado así del grupo de testigos privilegiados, al pueblo judío solo le queda, en cierto sentido, una prerrogativa: ser el primer destinatario de un mensaje que Pedro anuncia también en este momento a las naciones paganas.

10 41 (b) Adicción texto occidental: “y vivimos familiarmente en su compañía cuarenta días después de su resurrección de entre los muertos”.

10 42 (a) El “Pueblo” por excelencia es el pueblo de Israel.

10 42 (b) Los “vivos”: los que en el momento de la parusía estarán vivos, los “muertos”: los que, muertos ya, resucitarán entonces para el juicio. Dios, resucitando a Jesús, le ha constituido en la dignidad de Juez soberano; así pues, la proclamación de la Resurrección es a la vez para los hombres una invitación al arrepentimiento.

10 43 (a) Único recurso explícito, en este discurso, a un aspecto fundamental de la predicación apostólica: el cumplimiento de las profecías. El autor piensa en los textos proféticos relativos a la fe y al perdón de los pecados.

10 43 (b) Esta afirmación completa la que abría el discurso y anuncia la que dará fin a todo el ·ciclo” de Cornelio. Es Jesús muerto y resucitado, Señor de todos, la salvación será ofrecida a cualquiera que crea, judío o pagano. Solo la fe purifica verdaderamente los corazones.

 

Salmo responsorial

Salmo 118 (117), 1-2.16-17.22-23

 

Este es el día que hizo el Señor:

sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel:

eterna es su misericordia. R/.

 

“La diestra del Señor es poderosa,

la diestra del Señor es excelsa”.

No he de morir, viviré

para contar las hazañas del Señor. R/.

 

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho,

ha sido un milagro patente. R/.

 

Textos paralelos.

Dad gracias a Yahvé, porque es bueno.

Sal 100, 5: El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad de edad en edad.

Sal 136, 1: Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel.

Sal 115, 9-11: Israel, confía en el Señor; él es su auxilio y escudo. Casa de Aarón, confía en el Señor: él es su auxilio y escudo. Fieles del Señor, confiad en el Señor: Él es su auxilio y escudo.

Sal 135, 19-20: Casa de Israel, bendice al Señor, casa de Aarón, bendice al Señor, casa de Leví, bendice al Señor, fieles del Señor, bendecid al Señor.

No he de morir, viviré.

Sal 115, 17-18: Los muertos ya no alaban al Señor ni los que bajan al silencio. Pero nosotros bendeciremos al Señor ahora y por siempre. Aleluya.

Me castigó, me castigó Yahvé.

Is 38, 19: Los vivos, los vivos son quienes te dan gracias: como yo ahora. El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

La piedra que desecharon los albañiles.

Is 28, 16: El Señor dice así: Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimento: “quien se apoya no vacila”.

Za 3, 9: Mirad la piedra que presento a Josué: es una y lleva siete ojos. Tiene una inscripción: “En un día removeré la culpa de esta tierra” – oráculo del Señor de los ejércitos.

Za 4, 7: ¿Quién eres tú, montaña señera? Ante Zorobabel serás allanada. Él sacará la piedra que remate entre exclamaciones: “¡Qué bella, qué bella!”.

Hch 4, 11: Por tanto, esforcémonos por entrar en aquel descanso, para que ninguno caiga según el ejemplo de aquella rebeldía.

1 Co 3, 11: Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, que es Jesús Mesías.

 

Notas exegéticas.

118 Este canto cierra el Hallel. Un invitatorio precede al himno de acción de gracias puesto en labios de la comunidad personificada, completando con la serie de responsorios recitados por diversos grupos cuando la procesión entraba en el templo. El conjunto se utilizó quizá para la fiesta descrita en Ne 8, 13-18.

118 2 “la casa”, ver v. 3, omitido por códice hebreo.

118 23 El Templo ha sido reconstruido, ver Ag 1, 9. La “piedra angular” (o “clave de bóveda”) que puede convertirse en “piedra de escándalo”, es un tema mesiánico y designará a Cristo.

 

Segunda lectura.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4.

Hermanos:

Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.

 

Textos paralelos.

 Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba.

Ef 2, 6: Con Cristo Jesús nos resucitó y nos sentó en el cielo, para que se revele a los siglos venideros la extraordinaria riqueza de su gracia y la bondad con que nos trató por medio de Cristo Jesús.

Flp 3, 20: Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos recibir al Señor Jesucristo.

Hch 2, 33: Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado. Es lo que estáis viendo y oyendo.

Sal 110, 1: Oráculo del Señor a mí señor: “Siéntate a mi derecha y haré que haga de tus enemigos escabel de tus pies”.

Cuando aparezca Cristo, vida vuestra.

Col 2, 12: Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.

1 Jn 3, 2: Queridos, ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Nos consta que, cuando aparezca, seremos semejantes a él y lo veremos como él es.

Rm 8, 19: La humanidad aguarda expectante a que se revelen los hijos de Dios.

Col 1, 27: A los cuales quiso Dios dar a conocer la espléndida riqueza que significa ese secreto para los paganos: Cristo para vosotros, esperanza de gloria.

 

Notas exegéticas.

3 1 Es decir, la nueva vida revelada en Jesucristo, por oposición al mundo antiguo (“las de la tierra”, v. 2). Pero no se trata de un menosprecio de las realidades terrestres.

3 4 (a) Var. “nuestra”.

3 4 (b) El cristiano, u9nido a Cristo por el bautismo participa ya realmente de su vida celestial, pero esta vida es espiritual y oculta, y no llegará a ser manifiesta y gloriosa sino en la Parusía.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:

-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino de sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

 

Textos paralelos.

 

Mt 28, 1-8

Mc 16, 1-8

Lc 24, 1-11

Jn 20, 1-9

Pasado el sábado, al despuntar el alba del primer día de la semana,

 

fue María Magdalena con la otra María a examinar el sepulcro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sobrevino un fuerte temblor.

 

 

 

 

 

 

Pues un ángel del Señor, bajando del cielo, llegó e hizo rodar la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los de la guardia se echaron a temblar de miedo y quedaron como muertos.

 

El ángel dijo a las mujeres.

 

 

-Vosotras no temáis. Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí: ha resucitado como lo había dicho. Acercaos a ver el lugar donde yacía. Después id corriendo a anunciar a los discípulos que ha resucitado y que irá delante a Galilea; allí lo veréis. Este es mi mensaje.

 

Se alejaron aprisa del sepulcro, llenas de miedo y gozo, y corrieron

 

 

 

 

 

 

 

a darles la noticia a los discípulos.

 

Cuando pasó el sábado,

 

 

 

María Magdalena, María de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a ungirlo.

 

 

El primer día de la semana, muy temprano, llegan al sepulcro al salir el sol. Se decían:

-¿Quién nos correrá la piedra de la boca del sepulcro?

 

Alzaron la vista y observaron que estaba corrida la piedra. Era muy grande. Entrando en el sepulcro,

 

 

 

vieron un joven vestido con un hábito blanco, sentado a la derecha; y quedaron espantados.

 

 

 

 

 

 

 

Les dijo:

 

 

 

-No os espantéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Mirad el lugar donde lo habían puesto. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como lo había dicho.

 

 

 

Salieron huyendo del sepulcro, temblando y fuera de sí.

 

 

 

 

 

 

 

Y de puro miedo no dijeron nada a nadie.

El primer día de la semana, de madrugada,

 

 

fueron al sepulcro llevando los perfumes preparados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Encontraron corrida la piedra del sepulcro, entraron, pero no encontraron el cadáver de Jesús. Estaban desconcertadas por el hecho,

 

cuando se les presentaron dos personajes con vestidos refulgentes. Y, como quedaron espantadas, mirando al suelo,

 

 

 

 

 

ellos les dijeron:

 

 

 

-¿Por qué buscáis al vivo entre los muertos? No está aquí, ha resucitado. Recordad lo que os dijo estando todavía en Galilea, a saber: este hombre tiene que ser entregado a los pecadores y será crucificado; y al tercer día resucitará.

 

 

 

Ellas recordando sus palabras, se volvieron del sepulcro

 

 

 

 

 

 

 

y se lo contaron todo a los once y a todos los demás.

 

 

 

 

 

 

 

Eran María Magdalena, Juana y María de Santiago.

 

Ellas y las demás se lo contaron a los apóstoles. Pero ellos tomaron el relato por un delirio y no les creyeron.

El primer día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras,

 

va María Magdalena al sepulcro

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

y observa que la piedra está retirada del sepulcro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llega corriendo adonde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, el predilecto de Jesús, y les dice:

-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

 

Salió Pedro con el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corría más que Pedro y llegó el primero al sepulcro. Inclinándose ve las sábanas en el suelo, pero no entró. Llega, pues, Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Observa los lienzos en el suelo y el sudario que le había envuelto la cabeza no en el suelo con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces, entró el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Hasta entonces no habían entendido lo escrito, que había de resucitar de la muerte.

 

Echó a correr.

Jn 18, 15: Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Como ese discípulo era conocido del sumo sacerdote, entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote.

Vio los sudarios en el suelo.

Jn 11, 44: Salió el muerto con los pies y las manos sujetos con vendas y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo ir”.

Jn 19, 40: Tomaron el cadáver de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los perfumes, como es costumbre enterrar entre los judíos.

Lc 24, 12: Pedro, en cambio, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Se asomó y vio solo las sábanas; así que volvió a casa extrañado ante lo ocurrido.

No habían comprendido que, según la Escritura, Jesús debía resucitar.

Jn 5, 39: Estudiáis la Escritura pensando que encierra vida eterna; pues ella da testimonio de mí.

Jn 14, 26: El Valedor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os dije.

1 Co 15, 4: Que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

20 1 (a) Convertido en el “Día del Señor”, el domingo cristiano, ver Ap 1, 10.

20 1 (b) Ver 19, 25. Los sinópticos hablan de una actuación de varias mujeres, entre las que siempre es mencionada María Magdalena, que también estuvo presente en el Calvario.

20 2 Este plural es quizá la huella de un estadio más antiguo de la tradición, que mencionaba la presencia de varias mujeres en la tumba.

20 5 El discípulo reconoce en Pedro cierta preeminencia.

20 8 A diferencia de María, el discípulo percibe en la tumba vacía y en los lienzos cuidadosamente plegados el signo que le lleva a comprender que el cuerpo no ha sido robado ni desplazado, y a reconocer en la fe la resurrección de Jesús.

20 9 El evangelista no cita ningún texto. Quiere subrayar el estado de falta de preparación de los discípulos en cuanto a la revelación pascual, a pesar de la Escritura.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

20 Para Jn, la resurrección corona la glorificación del Hijo, realizada ya en la muerte en cruz.

1 EL PRIMER (DÍA) DE LA SEMANA (lit. el uno de los sábados) para los seguidores de Jesús es, ya, el domingo – “día del Señor” –.

2 ECHA A CORRER Y LLEGA: lit. corre, pues, y va. // AL QUE JESÚS… ESPECIALMENTE: lit. al que quería-con-afecto-de-amistad el Jesús. // LLEVARON … NO SABEMOS …: el plural gramatical no se refiere necesariamente a varias mujeres; la sustitución de “yo” por “nosotros” era un modismo del arameo hablado en Galilea (G. Dalman).

4 CORRIENDO ADELANTÓ: en griego es una sola palabra.

5 QUE YACÍAN allanados suavemente, sin el relieve que habían tenido al envolver el cadáver.

6 LLEGÓ … Y OBSERVÓ: En el texto griego todo el pasaje abunda en verbos en presente de indicativo, a la manera de presentes descriptivos que hacen al lector revivir de cerca, casi nerviosamente, lo ocurrido.

7 DE MODO DIVERSO: la traducción entiende el adverbio griego khôris no en sentido local (=separadamente), sino en sentido de modo: el PAÑUELO estaba “independientemente” de los lienzos. // EN (SU) MISMO SITIO: lit. en un (numeral griego heîs, que sirve también para decir “único”, “mismo”) sitio.

8 VIO Y CREYÓ: aunque el hecho de encontrar el sepulcro vacío tiene gran importancia, en sí mismo no es prueba de la resurrección de Jesús, sino una especie de contraprueba, un signo según la terminología teológica de Jn: el pañuelo aún enrollado, y la sábana caída suavemente en el suelo, liberada del cuerpo que cubría, indicaban que el cadáver había de Jesús había desaparecido, pero que no había sido robado ni había habido violencia. Después la gracia de comprender la Escritura, y las apariciones de Jesús resucitado fueron datos determinantes para la fe de la primera comunidad cristiana.

9 LA ESCRITURA…: o quizás: aquel texto de la Escritura: Él tiene que resucitar (lit. levantarse), etc.”. Jn no cita ningún pasaje bíblico concreto.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

20, 1-31 Cuando Cristo se apareció a sus discípulos, mostró su Cuerpo glorificado; se podía reconocer su cuerpo humano pero con aptitudes totalmente nuevas que trascendían los límites del tiempo, espacio y materia. Cat. 640-645, 659.

20, 1-10 El sepulcro vacío no es en sí mismo evidencia irrefutable de la Resurrección, ero es evidentemente una señal esencial de la resurrección. Cat. 640.

20, 1 El domingo es el día de la Resurrección de Cristo. Por esa razón, la Iglesia considera el domingo como el Día del Señor y estableció su culto el mismo día para la celebración de la Eucaristía. En la Iglesia primitiva, antes de que los cristianos se separaran completamente del judaísmo, realizaban el culto en el Templo y en las sinagogas el Sabbat y después se reunían para celebrar la Eucaristía en casas privadas al día siguiente, que era domingo. Siendo el primer día, el domingo también nos recuerda el primer día de la creación y, por lo tanto, significa una nueva creación en Cristo. Cat. 2174, 2190-2195.

20, 4 El otro discípulo (Juan) llegó a la tumba en primer lugar, pero dejó entrar a Pedro antes que él. Esto fue como deferencia hacia Pedro en su papel de cabeza de los Apóstoles, a quien hoy reconocemos como el primer Papa. Cat. 552-553.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

638 La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz.

639 El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas, como atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: “Porque os transmití en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce” (1 Co 15, 3-4). El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco.

640. En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo. A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección.

642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los apóstoles – y a Pedro en particular – en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los Apóstoles son las piedras de fundación de la Iglesia.

643 La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección.

644 El cuerpo auténtico y real posee, sin embargo, al ismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse prsente a su voluntad donde quiere y cuando quiere porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio del Padre.

647 Nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia.

651 La resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó.

652 La resurrección de Cristo es cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento y del mismo Jesús durante su vida.

653 La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por la resurrección.

654 Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por la Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios.

655 La Resurrección de Cristo – y el propio Cristo resucitado – es principio y fuente de nuestra resurrección futura.

 

Concilio Vaticano II.

Jesús, después de sufrir la muerte de cruz por los hombres y de resucitar, apareció constituido Señor, Cristo y Sacerdote para siempre y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre.

Lumen gentium, 5.

Cristo, elevado de la tierra, atrajo a sí a todos los hombres. Al resucitar de entre los muertos envió su Espíritu de vida a sus discípulos y por medio de Él constituyó su Cuerpo, la Iglesia, como sacramento universal de salvación. Sentado a la derecha del Padre, actúa sin cesar en el mundo para llevar a los hombres a su Iglesia.

Lumen gentium, 48.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Ese día primero de la semana es el que, en memoria de la resurrección del Señor, los cristianos tienen por costumbre llamar el día del Señor.

Agustín, Tratados sobre el Ev. de Juan, 120, 6. 4b, pg. 428.

¿Cómo podría yo contaros estas realidades ocultas? ¿Cómo podría proclamar todo lo que supera a la palabra y a la mente? ¿Cómo podría explicar el misterio de la resurrección del Señor? E igualmente el misterio de la cruz y el misterio de la muerte en tres días, y todos los misterios del Salvador. Lo mismo que nació de las entrañas de la Virgen, de igual manera surgió del sepulcro cerrado. Y lo mismo que el unigénito Hijo de Dios se convirtió en el primogénito de una madre, así también por su resurrección se convirtió en el primogénito de entre los muertos. De igual manera que al nacer no rompió la virginidad de su madre virgen, tampoco al resucitar rompió los sellos del sepulcro. Por eso no puedo expresar con la palabra ni su nacimiento ni tampoco puedo abarcar todo lo referente a la tumba.

Juan Crisóstomo. Homilía sobre el sábado santo, 10. 4b, pg. 429.

Este día trae un mensaje de alegría, porque en este día el Señor ha resucitado y ha elevado con Él a toda la raza de Adán; porque ha sido engendrado por el hombre, también ha resucitado con el hombre. Hoy, gracias a este Resucitado, se ha abierto el paraíso, Adán es restaurado, Eva es consolada, la llamada (de Dios) es escuchada, el reino está preparado, el hombre es salvado y Cristo es adorado. Después de haber pisoteado a la muerte, hace prisionero al tirano y, despojado el mundo terrenal, ha subido a los cielos como un rey, glorioso como un jefe, invencible como un auriga, y dice al Padre: “Aquí estamos, yo y los hijos que el Señor me ha dado, oh Dios, etc.”. También escuchó la respuesta del Padre: “Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies”. A Él la gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Hesiquio de Jerusalén. Homilías sobre la Pascua, 1, 5-6. 4b, pg. 429.

Estas mujeres sabias, como dice el Teólogo (san Juan evangelista), pienso que enviaron a María Magdalena. Estaba oscuro, pero el amor iluminaba como una antorcha.

Romano el Cantor, Himno breve sobre la resurrección, 40, 1-3. 4b, pg. 431.

Hazte un Pedro o un Juan; corre hacia el sepulcro, hazlo a porfía y con los demás; rivaliza en ese hermoso esfuerzo. Y si eres adelantado por la rapidez, vence por el afán, no para mirar de pasada el sepulcro, sino para entrar dentro.

Gregorio Nacianceno, Discurso sobre la santa Pascua, 45, 24. 4b, pg. 433.

 

San Agustín.

Entraron, vieron solamente las vendas, pero ningún cuerpo. ¿Qué está escrito de Juan mismo? Si lo habéis advertido, dice: Entró, vio y creyó (Jn 20, 8). Oísteis que creyó, pero no se alaba esta fe; en efecto, se pueden creer tanto cosas verdaderas como falsas. Pues si se hubiese alabado el que creyó en este caso o se hubiera recomendado la fe en el hecho de ver y creer, no continuaría la Escritura con estas palabras: Aún no conocía las Escrituras, según las cuales convenía que Cristo resucitara de entre los muertos (Jn 20, 9). Así, pues, vio y creyó. ¿Qué creyó? ¿Qué, sino lo que había dicho la mujer, a saber, que habían llevado al Señor del sepulcro? Ella había dicho: Han llevado al Señor del sepulcro, y no sé dónde lo han puesto (Jn 20,2).

 

San Juan de Ávila.

Y así como buscastes pensar en vuestras miserias un rato de la noche, y un lugar recogido, así y con mayor vigilancia, buscad otro rato antes que amanezca, o por la mañana, en que con atención penseis en aquel que tomó sobre sí vuestras miserias y pagó vuestros pecados por daros a vos libertad y descanso. Y el modo que ternéis será este, si otro mejor no se os ofreciere. Repartid los pasos de la pasión por días de la semana. […] Del domingo no hablo, porque ya sabéis que es diputado al pensamiento de la resurrección (cf. Jn 20, 1ss) y a la gloria que en el cielo poseen los que allá están, y en esto os habéis de ocupar aquel día.

Audi, filia, 47. OC 1, pg. 460.

Primo die, cinco estaciones. A la Virgen, visitar e consolar del inmenso dolor que había sentido. No la tenemos del Evangelio, pero sí de los santos. Ambrosio, Liber de virginitate. La razón que convence si es verdad lo que dijo Cristo: “El que me ama será amado por mi Padre. Vendremos a él. ¿Por qué no?” (Jn 14, 21.23). “Al que me ama yo lo amaré” (cf. Pr 8, 17). A los que más sintieron consoló primero, las mujeres más que los apóstoles y la Virgen mas.

Creo yo que entraría San Gabriel primero a dar las nuevas, pedir albricias. Rodilada. “Reina del cielo” Aquí será luego (Jesús) con toda la caballería de profetas. Apenas había acabado, entra Cristo. La Virgen, embarazada de regocijo, hace pausa, no se mueve. Besa aquellas llagas llenas de resplandor y gloria.  - ¡Oh cuerpo santísimo, que yo vi tan golpeado! Tan gozoso me eres agora como entonces penoso, cardenalado. Ya veo consolada mi pena. Llega Eva: ¡Bendita vos! Por vos, vida; por mi muerte; todos por vos serán libres.

Déjala con ellos. Vase a la Magdalena. No se quiso ir, y vídole; yendo ansí, viéronle todas juntas. Fuéronselo a contar a los otros. Estando así, vídole San Pedro. Vino. Confirmó la nueva de ellas. Ya se habían salido los de Emaús. Apareceles. No dice qué les dijo. Conjeturan que dijo: El sueño de Adán se entiende de Cristo et Ecclesia”.

Sermón lunes de Pascua. OC III, pg. 224-225.

 

San Oscar Romero.

Esta noche, es una noche de fidelidad ante aquel que me mostró la fidelidad hasta la muerte. ¡Él, sí me amó! Y, aún, cuando el amor le costó la muerte en la cruz, no tuvo miedo y se entregó por mí. "Ya no vivamos para nosotros -dice San Pablo- vivamos para aquel que murió y que ha resucitado también". Porque el que pierde la vida por mí, la encontrará. El que cree en Mí y me sigue, no morirá nunca, tendrá vida eterna. Y esta noche de la Resurrección el cristiano comprende la grandeza de su fe, de su esperanza, de poner en Cristo toda su fuerza, todo su amor.

Homilía, 15 de abril de 1979.

 

Francisco. Angelus. 1 de abril de 2013.

Queridos hermanos y hermanas:

¡Buenos días y feliz Pascua a todos vosotros! Os agradezco por haber venido también hoy tan numerosos, para compartir la alegría de la Pascua, misterio central de nuestra fe. Que la fuerza de la Resurrección de Cristo llegue a cada persona —especialmente a quien sufre— y a todas las situaciones más necesitadas de confianza y de esperanza.

Cristo ha vencido el mal de modo pleno y definitivo, pero nos corresponde a nosotros, a los hombres de cada época, acoger esta victoria en nuestra vida y en las realidades concretas de la historia y de la sociedad. Por ello me parece importante poner de relieve lo que hoy pedimos a Dios en la liturgia: «Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos, concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron» (Oración Colecta del Lunes de la Octava de Pascua).

Es verdad. Sí; el Bautismo que nos hace hijos de Dios, la Eucaristía que nos une a Cristo, tienen que llegar a ser vida, es decir, traducirse en actitudes, comportamientos, gestos, opciones. La gracia contenida en los Sacramentos pascuales es un potencial de renovación enorme para la existencia personal, para la vida de las familias, para las relaciones sociales. Pero todo esto pasa a través del corazón humano: si yo me dejo alcanzar por la gracia de Cristo resucitado, si le permito cambiarme en ese aspecto mío que no es bueno, que puede hacerme mal a mí y a los demás, permito que la victoria de Cristo se afirme en mi vida, que se ensanche su acción benéfica. ¡Este es el poder de la gracia! Sin la gracia no podemos hacer nada. ¡Sin la gracia no podemos hacer nada! Y con la gracia del Bautismo y de la Comunión eucarística puedo llegar a ser instrumento de la misericordia de Dios, de la bella misericordia de Dios.

Expresar en la vida el sacramento que hemos recibido: he aquí, queridos hermanos y hermanas, nuestro compromiso cotidiano, pero diría también nuestra alegría cotidiana. La alegría de sentirse instrumentos de la gracia de Cristo, como sarmientos de la vid que es Él mismo, animados por la savia de su Espíritu.

Recemos juntos, en el nombre del Señor muerto y resucitado, y por intercesión de María santísima, para que el Misterio pascual actúe profundamente en nosotros y en este tiempo nuestro, para que el odio deje espacio al amor, la mentira a la verdad, la venganza al perdón, la tristeza a la alegría.

 

Francisco. Angelus. 28 de marzo de 2016.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este Lunes después de Pascua, llamado «Lunes del Ángel» nuestros corazones están aún llenos de la alegría pascual. Después del tiempo cuaresmal, tiempo de penitencia y de conversión, que la Iglesia ha vivido con particular intensidad en este Año Santo de la Misericordia; después de las sugestivas celebraciones del Triduo Santo, nos detenemos también hoy ante la tumba vacía de Jesús y meditamos con estupor y gratitud el gran misterio de la resurrección del Señor.

La vida ha vencido a la muerte. ¡La misericordia y el amor han vencido sobre el pecado! Se necesita fe y esperanza para abrirse a este nuevo y maravilloso horizonte. Y nosotros sabemos que la fe y la esperanza son un don de Dios y debemos pedirlo: «¡Señor, dame la fe, dame la esperanza! ¡La necesitamos tanto!». Dejémonos invadir por las emociones que resuenan en la secuencia pascual: «¡Sí, tenemos la certeza: Cristo verdaderamente ha resucitado!». ¡El Señor ha resucitado entre nosotros! Esta verdad marcó de forma indeleble la vida de los apóstoles que, después de la resurrección, sintieron de nuevo la necesidad de seguir a su Maestro y, tras recibir el Espíritu Santo, fueron sin miedo a anunciar a todos lo que habían visto con sus ojos y habían experimentado personalmente.

En este Año jubilar estamos llamados a redescubrir y acoger con especial intensidad el reconfortante anuncio de la resurrección: «¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!». Si Cristo ha resucitado, podemos mirar con ojos y corazón nuevos todo evento de nuestra vida, también los más negativos. Los momentos de oscuridad, de fracaso y también de pecado pueden transformase y anunciar un camino nuevo. Cuando hemos tocado el fondo de nuestra miseria y de nuestra debilidad, Cristo resucitado nos da la fuerza para volvernos a levantar. ¡Si nos encomendamos a Él, su gracia nos salva! El Señor crucificado y resucitado es la plena revelación de la misericordia, presente y operante en la historia. He aquí el mensaje pascual, que resuena aún hoy y que resonará durante todo el tiempo de Pascua hasta Pentecostés.

María fue testigo silenciosa de los eventos de la pasión y de la resurrección de Jesús. Ella estuvo de pie junto a la cruz: no se dobló ante el dolor, sino que su fe la fortaleció. En su corazón desgarrado de madre permaneció siempre encendida la llama de la esperanza. Pidámosle a Ella que nos ayude también a nosotros a acoger en plenitud el anuncio pascual de la resurrección, para encarnarlo en lo concreto de nuestra vida cotidiana.

Que la Virgen María nos done la certeza de fe, para que cada sufrido paso de nuestro camino, iluminado por la luz de la Pascua, se convierta en bendición y alegría para nosotros y para los demás, especialmente para los que sufren a causa del egoísmo y de la indiferencia.

Invoquémosla, pues, con fe y devoción, con el Regina caeli, la oración que sustituye al Ángelus durante todo el tiempo pascual.

 

Francisco. Angelus. 22 de abril de 2019.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, y durante toda esta semana, se prolonga en la liturgia, también en la vida, el gozo pascual de la resurrección de Jesús, cuyo evento admirable hemos recordado ayer. En la Vigilia pascual resonaron las palabras pronunciadas por los ángeles junto a la tumba vacía de Cristo. A las mujeres que se habían encaminado al sepulcro al alba del primer día, después del sábado, ellos les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» (Lucas 24, 5-6). La resurrección de Cristo constituye el acontecimiento más sobrecogedor de la historia humana, que atestigua la victoria del Amor de Dios sobre el pecado y sobre la muerte y dona a nuestra esperanza de vida un fundamento sólido como la roca. Lo que humanamente era impensable, sucedió: «Jesús de Nazaret [...] Dios lo resucitó, liberándolo de los dolores de la muerte» (Hechos 2, 22.24).

En este lunes “del Ángel”, la liturgia, con el Evangelio de Mateo (cf. 28, 8-15), nos lleva cerca del sepulcro vacío de Jesús. Nos hará bien ir con el pensamiento al sepulcro vacío de Jesús. Las mujeres, llenas de temor y de gozo, van corriendo a llevar la noticia a los discípulos que el sepulcro está vacío; y en ese momento Jesús se presenta ante ellos. Ellas «se acercaron, lo abrazaron los pies y lo adoraban» (v. 9).

Lo tocaron: no era un fantasma, era Jesús vivo, con la carne, era Él. Jesús disipa de sus corazones el miedo y los anima aún más a anunciar a los hermanos lo que ha sucedido. Todos los Evangelios subrayan el papel de las mujeres, María de Magdala y las otras, como primeros testigos de la resurrección. Los hombres, atemorizados, estaban encerrados en el cenáculo. Pedro y Juan, avisados por la Magdalena, hacen solo una rápida salida en la que constatan que la tumba está abierta y vacía. Pero fueron las mujeres las primeras en encontrar al Resucitado y a llevar el anuncio de que Él está vivo.

Hoy, queridos hermanos y hermanas, resuenan también para nosotros las palabras de Jesús dirigidas a las mujeres: «No temáis; id y anunciad...» (v. 10). Después de los ritos del Triduo Pascual, que nos han hecho revivir el misterio de la muerte y resurrección de nuestro Señor, ahora con los ojos de la fe lo contemplamos resucitado y vivo. También nosotros estamos llamados a encontrarlo personalmente y a convertirnos en sus anunciadores y testigos. Con la antigua Secuencia litúrgica pascual, en estos días repetimos: «Cristo, mi esperanza, ha resucitado».

Y en Él también nosotros hemos resucitado, pasando de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad del amor. Dejémonos, por lo tanto, alcanzar por el consolador mensaje de la Pascua y envolver de su luz gloriosa, que dispersa las tinieblas del miedo y la tristeza. Jesús resucitado camina junto a nosotros. Él se manifiesta a quienes lo invocan y lo aman. Antes que nada en la oración, pero también en los simples gozos vividos con fe y gratitud. Este día de fiesta, en el que es costumbre gozar de un poco de distracción y de gratuidad, nos ayuden a experimentar la presencia de Jesús. Pidamos a la Virgen María poder tocar con las manos llenas la paz y la serenidad del Resucitado, para compartirlos con los hermanos, especialmente con los que tienen más necesidad de consuelo y de esperanza.

 

Francisco. Angelus. 18 de abril de 2022.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Los días de la Octava de Pascua son como una sola jornada en la que se prolonga la alegría de la Resurrección. Así, el Evangelio de la liturgia de hoy sigue hablándonos del Resucitado, de su aparición a las mujeres que habían ido al sepulcro (cf. Mt 28,8-15). Jesús sale a su encuentro, las saluda; luego les dice dos cosas, que también a nosotros nos vendrá bien recibir como regalo de Pascua, dos consejos del Señor. Un regalo de Pascua.

En primer lugar, las tranquiliza con dos simples palabras: «No tengáis miedo» (v. 10). No tengas miedo. El Señor sabe que los miedos son nuestros enemigos cotidianos. También sabe que nuestros miedos nacen del gran miedo, el miedo a la muerte: miedo a desvanecerse, a perder a los seres queridos, a enfermar, a no poder más... Pero en la Pascua Jesús venció a la muerte. Por tanto, nadie puede decirnos de forma más convincente: "No temas”, “no tengas miedo”. El Señor lo dice allí mismo, junto al sepulcro del que salió victorioso. Así nos invita a salir de las tumbas de nuestros miedos. Pongamos atención: salir de las tumbas de nuestros miedos, porque nuestros miedos son como tumbas, nos entierran dentro. Él sabe que el miedo está siempre agazapado a la puerta de nuestro corazón y que necesitamos que nos repitan no temas, no tengas miedo, no temas: en la mañana de Pascua como en la mañana de cada día escuchar: “No temas”. Ten valor. Hermano, hermana, que crees en Cristo, no tengas miedo. “Yo —te dice Jesús—he probado la muerte por ti, he cargado sobre mí tu mal. Ahora he resucitado para decírtelo: estoy aquí, contigo, para siempre. ¡No temas!". No tengan miedo.

Pero, ¿qué hacer para combatir el miedo? Nos ayuda la segunda cosa que Jesús dice a las mujeres: «Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10). Id a proclamar. El miedo siempre nos encierra en nosotros mismos; Jesús, en cambio, nos deja salir y nos envía a los demás. Aquí está el remedio.  Pero yo —podemos decir— ¡no soy capaz!  Pero piensen, aquellas mujeres no eran ciertamente las más idóneas ni las más preparadas para anunciar al Resucitado, pero al Señor no le importa. A Él le importa que vayan y lo anuncien. Salir y anunciar, “salir y anunciar”. Porque la alegría de la Pascua no es para guardarla para uno mismo. La alegría de Cristo se fortalece al darla, se multiplica al compartirla. Si nos abrimos y llevamos el Evangelio, nuestro corazón se expande y supera el miedo. Este es el secreto: anunciar para vencer el miedo.

El texto de hoy, nos dice que el anuncio puede encontrar un obstáculo: la falsedad. De hecho, el Evangelio narra “un contra-anuncio”. ¿Cuál es? El de los soldados que habían custodiado el sepulcro de Jesús. Se les paga —dice el Evangelio— «una buena suma de dinero» (v. 12), una buena propina, y reciben estas instrucciones: «Decid que sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras vosotros dormíais» (v. 13). ¿Vosotros dormíais? ¿Habéis visto en el sueño cómo robaban el cuerpo? Ahí hay una contradicción, pero una contradicción que todo el mundo cree, porque hay dinero de por medio. Es el poder del dinero, ese otro señor al que Jesús dice que nunca hay que servir. Hay dos señores: Dios y el dinero. No sirváis nunca al dinero. Aquí está la falsedad, la lógica de la ocultación, que se opone a la proclamación de la verdad. Es una advertencia también para nosotros: la falsedad —en las palabras y en la vida— contamina el anuncio, corrompe por dentro, conduce de nuevo al sepulcro. Las falsedades nos llevan hacia atrás, nos llevan directamente a la muerte, al sepulcro. El Resucitado, en cambio, quiere sacarnos de las tumbas de las falsedades y de las dependencias. Ante el Señor resucitado, este este otro “dios”: el dios del dinero, que lo ensucia todo, lo arruina todo, cierra las puertas de la salvación. Y esto está en todas partes: adorar a este dios dinero es una tentación en la vida cotidiana.

Queridos hermanos y hermanas, nosotros nos escandalizamos con razón cuando, a través de la información, descubrimos engaños y mentiras en la vida de las personas y en la sociedad. ¡Pero pongamos también nombre a la falsedad que llevamos dentro! Y pongamos nuestra opacidad, nuestras falsedades ante la luz de Jesús resucitado. Él quiere sacar a la luz las cosas ocultas, hacernos testigos transparentes y luminosos de la alegría del Evangelio, de la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32).

Que María, la Madre del Resucitado, nos ayude a superar nuestros miedos y nos conceda la pasión por la verdad.

 

 

Benedicto XVI. Angelus. 9 de abril de 2007.

Queridos hermanos y hermanas: 

Estamos aún llenos del gozo espiritual que las solemnes celebraciones de la Pascua producen realmente en el corazón de los creyentes. ¡Cristo ha resucitado! A este misterio tan grande la liturgia no sólo dedica un día —sería demasiado poco para tanta alegría—, sino cincuenta, es decir, todo el tiempo pascual, que se concluye con Pentecostés. El domingo de Pascua es un día absolutamente especial, que se extiende durante toda esta semana, hasta el próximo domingo, y forma la octava de Pascua.

En el clima de la alegría pascual, la liturgia de hoy nos lleva al sepulcro, donde María Magdalena y la otra María, según el relato de san Mateo, impulsadas por el amor a él, habían ido a "visitar" la tumba de Jesús. El evangelista narra que Jesús les salió al encuentro y les dijo:  "No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán" (Mt 28, 10). Verdaderamente experimentaron una alegría inefable al ver de nuevo a su Señor, y, llenas de entusiasmo, corrieron a comunicarla a los discípulos.

Hoy el Resucitado nos repite a nosotros, como a aquellas mujeres que habían permanecido junto a él durante la Pasión, que no tengamos miedo de convertirnos en mensajeros del anuncio de su resurrección. No tiene nada que temer quien se encuentra con Jesús resucitado y a él se encomienda dócilmente. Este es el mensaje que los cristianos están llamados a difundir hasta los últimos confines de la tierra.

El cristiano, como sabemos, no comienza a creer al aceptar una doctrina, sino tras el encuentro con una Persona, con Cristo muerto y resucitado. Queridos amigos, en nuestra existencia diaria son muchas las ocasiones que tenemos para comunicar de modo sencillo y convencido nuestra fe a los demás; así, nuestro encuentro puede despertar en ellos la fe. Y es muy urgente que los hombres y las mujeres de nuestra época conozcan y se encuentren con Jesús y, también gracias a nuestro ejemplo, se dejen conquistar por él.

El Evangelio no dice nada de la Madre del Señor, de María, pero la tradición cristiana con razón la contempla mientras se alegra más que nadie al abrazar de nuevo a su Hijo divino, al que estrechó entre sus brazos cuando lo bajaron de la cruz. Ahora, después de la resurrección, la Madre del Redentor se alegra con los "amigos" de Jesús, que constituyen la Iglesia naciente.

A la vez que renuevo de corazón a todos mi felicitación pascual, la invoco a ella, Regina caeli, para que mantenga viva la fe en la resurrección en cada uno de nosotros y nos convierta en mensajeros de la esperanza y del amor de Jesucristo.

 

Benedicto XVI. Angelus. 5 de abril de 2010.

Queridos hermanos y hermanas:

En la luz de la Pascua, que celebramos durante toda esta semana, renuevo mi más cordial deseo de paz y alegría. Como sabéis, el lunes que sigue al domingo de Resurrección se llama tradicionalmente "lunes del Ángel". Es muy interesante profundizar en esta referencia al "ángel". Naturalmente, el pensamiento se dirige inmediatamente a los relatos evangélicos de la resurrección de Jesús, en los que aparece la figura de un mensajero del Señor. San Mateo escribe: "De pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve" (Mt 28, 2-3).

Todos los evangelistas precisan luego que, cuando las mujeres se dirigieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío, fue un ángel quien les anunció que Jesús había resucitado. En san Mateo este mensajero del Señor les dice: "No temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el crucificado; no está aquí; ha resucitado, como lo había dicho" (Mt 28, 5-6); seguidamente les muestra la tumba vacía y les encarga que lleven el anuncio a los discípulos. San Marcos describe al ángel como "un joven, vestido con una túnica blanca", que da a las mujeres ese mismo mensaje (cf. Mc 16, 5-6). San Lucas habla de "dos hombres con vestidos resplandecientes", que recuerdan a las mujeres que Jesús les había anunciado mucho antes su muerte y resurrección (cf. Lc 24, 4-7). También san Juan habla de "dos ángeles vestidos de blanco"; es María Magdalena quien los ve mientras llora cerca del sepulcro, y le dicen: "Mujer, ¿por qué lloras?" (Jn 20, 11-13).

Pero el ángel de la resurrección tiene también otro significado. Conviene recordar que el término "ángel", además de definir a los ángeles, criaturas espirituales dotadas de inteligencia y voluntad, servidores y mensajeros de Dios, es asimismo uno de los títulos más antiguos atribuidos a Jesús mismo. Por ejemplo, en Tertuliano, en el siglo III, leemos: "Él —Cristo— también ha sido llamado "ángel de consejo", es decir, anunciador, término que denota un oficio, no la naturaleza. En efecto, debía anunciar al mundo el gran designio del Padre para la restauración del hombre" (De carne Christi, 14). Así escribe Tertuliano. Por consiguiente, Jesucristo, el Hijo de Dios, también es llamado el ángel de Dios Padre: él es el Mensajero por excelencia de su amor.

Queridos amigos, pensemos ahora en lo que Jesús resucitado dijo a los Apóstoles: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21); y les comunicó su Espíritu Santo. Eso significa que, como Jesús fue el anunciador del amor de Dios Padre, también nosotros lo debemos ser de la caridad de Cristo: somos mensajeros de su resurrección, de su victoria sobre el mal y sobre la muerte, portadores de su amor divino. Ciertamente, seguimos siendo por naturaleza hombres y mujeres, pero recibimos la misión de "ángeles", mensajeros de Cristo: a todos se nos da en el Bautismo y en la Confirmación. De modo especial la reciben los sacerdotes, ministros de Cristo, a través del sacramento del Orden; me complace subrayarlo en este Año sacerdotal.

Queridos hermanos y hermanas, nos dirigimos ahora a la Virgen María, invocándola como Regina caeli, Reina del cielo. Que ella nos ayude a acoger plenamente la gracia del misterio pascual y a ser mensajeros valientes y gozosos de la resurrección de Cristo.

 

Francisco. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Los encuentros. 4. El hombre rico. Jesús «lo miró con amor» (Mc 10,21)

Queridos hermanos y hermanas,

hoy nos detenemos en otro de los encuentros de Jesús narrados en los Evangelios. Esta vez, sin embargo, la persona que encuentra no tiene nombre. El evangelista Marcos la presenta simplemente como «un hombre» (10,17). Se trata de un hombre que desde joven ha observado los mandamientos, pero que, a pesar de ello, aún no ha encontrado el sentido de su vida. Lo está buscando. Quizá es alguien que no se ha decidido del todo, a pesar de parecer una persona comprometida. De hecho, más allá de las cosas que hacemos, de los sacrificios o de los éxitos, lo que realmente importa para ser feliz es lo que llevamos en el corazón. Si un barco debe zarpar y dejar el puerto para navegar en alta mar, aunque sea un barco maravilloso, con una tripulación excepcional, si no leva los lastres y las anclas que lo mantienen sujeto, nunca podrá partir. Este hombre se construyó un barco de lujo, ¡pero se quedó en el puerto!

Mientras Jesús va por el camino, este hombre corre a su encuentro, se arrodilla ante Él y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (v. 17). Observemos los verbos: «¿Qué debo hacer para tener en herencia la vida eterna?». Como la observancia de la ley no le ha dado la felicidad y la seguridad de ser salvado, se dirige al maestro Jesús. Lo que llama la atención es que este hombre no conoce el vocabulario de la gratuidad. Todo parece debido. Todo es una obligación. La vida eterna es para él una herencia, algo que se obtiene por derecho, a través de una meticulosa observancia de los compromisos. Pero en una vida vivida así, aunque ciertamente a fin de bien, ¿qué espacio puede tener el amor?

Como siempre, Jesús va más allá de las apariencias. Si por un lado este hombre pone ante Jesús su buen currículum, Jesús va más allá y mira en su interior. El verbo que usa Marcos es muy significativo: «lo miró con amor» (v. 21). Precisamente porque Jesús mira en el interior de cada uno de nosotros, nos ama tal como somos realmente. ¿Qué habrá visto, de hecho, en el interior de esta persona? ¿Qué ve Jesús cuando mira en nuestro interior y nos ama, a pesar de nuestras distracciones y nuestros pecados? Ve nuestra fragilidad, pero también nuestro deseo de ser amados tal como somos.

Mirándolo en su interior – dice el Evangelio – «lo miró con amor» (v. 21). Jesús ama este hombre antes de haberle dirigido la invitación a seguirlo. Lo ama tal como es. El amor de Jesús es gratuito: exactamente lo contrario de la lógica del mérito que atormentaba a esta persona. Somos realmente felices cuando nos damos cuenta de que somos amados así, gratuitamente, por gracia. Y esto también vale en las relaciones entre nosotros: mientras intentemos comprar el amor o mendigar afecto, esas relaciones nunca harán que nos sintamos felices.

La propuesta que Jesús le hace a este hombre es cambiar su forma de vivir y de relacionarse con Dios. Jesús reconoce que, dentro de él, como en todos nosotros, hay algo que falta. Es el deseo que llevamos en el corazón de ser queridos. Hay una herida que nos pertenece como seres humanos, la herida a través de la cual puede pasar el amor.

Para llenar este vacío no hay que «comprar» reconocimiento, afecto, consideración; en cambio, hay que «vender» todo lo que nos pesa, para liberar nuestro corazón. No sirve de nada seguir quedándonos con las cosas, sino más bien dar a los pobres, poner a disposición, compartir. compartir.  

Finalmente, Jesús invita a este hombre a no quedarse solo. Lo invita a seguirlo, a estar dentro de un vínculo, a vivir una relación. Solo así, de hecho, será posible salir del anonimato. Podemos escuchar nuestro nombre solo dentro de una relación, en la que alguien nos llama. Si nos quedamos solos, nunca oiremos pronunciar nuestro nombre y seguiremos siendo «alguien», anónimos. Quizá hoy, precisamente porque vivimos en una cultura de autosuficiencia e individualismo, nos descubrimos más infelices, porque ya no oímos pronunciar nuestro nombre por alguien que nos quiere gratuitamente.

Este hombre no acoge la invitación de Jesús y se queda solo, porque los lastres de su vida lo retienen en el puerto. La tristeza es la señal de que no ha logrado partir. A veces pensamos que son riquezas y, en cambio, son solo pesos que nos están bloqueando. La esperanza es que esta persona, como cada uno de nosotros, tarde o temprano pueda cambiar y decidir ir a alta mar.

Hermanas y hermanos, encomendemos al Corazón de Jesús a todas las personas tristes e indecisas, para que puedan sentir la mirada de amor del Señor, que se conmueve al mirar con ternura dentro de nosotros.

 

DOMINGO 2 T. P. DE LA DIVINA MISERICORDIA.

 

Monición de entrada.-

El domingo pasado fue el domingo de pascua y nos acordamos cuando Jesús resucitó.

Hoy es el domingo de la misericordia, en el que le damos gracias a Jesús porque cuida de nosotros.

 

Señor, ten piedad.

Tú que eres muy bueno. Señor, ten piedad.

Tú que te olvidas de las veces que nos portamos mal.   Cristo, ten piedad.

Tú que nos perdonas siempre. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Te pedimos por el Papa Francisco, para que siga enseñándonos que Jesús es compasivo. Te lo pedimos Señor.

Te pedimos por la iglesia, para que sea el hospital donde todos somos curados con la medicina del perdón. Te lo pedimos Señor.

Te pedimos por las personas que te piden ayuda, para que les ayudes. Te lo pedimos Señor.

Te pedimos por los niños que no tienen amigos, para que los tengan. Te lo pedimos Señor.

Te pedimos por nosotros, para que ninguna noche nos durmamos sin pedirte perdón. Te lo pedimos Señor.

 

Acción de gracias.-

Virgen María,  esta mañana queremos darte gracias por la iglesia, que siempre es la casa donde somos felices, porque nos perdonan cuando

hablamos o no nos portamos bien en misa.