Lectura del libro de Isaías 66, 18-21.
Esto dice el Señor:
-Yo conociendo tus obras y tus pensamientos, vendré para reunir
las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria. Les daré una señal, y
de entre ellos enviaré supervivientes a las naciones: a Tarsis, Libia y Lidia
(tiradores de arco), Túrbal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi
fama ni vieron mi gloria. Ellos anunciarán mi gloria a las naciones. Y de todas
las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos, a
caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi santa
montaña de Jerusalén – dice el Señor –, así como los hijos de Israel traen
ofrendas, en vasos purificados, al templo del Señor. También de entre ellos
escogeré sacerdotes y levitas – dice el Señor –“.
Textos
paralelos.
Yo vengo a reunir a todas las naciones y
lenguas.
Ez 34, 13: Los sacaré de entre los pueblos,
los congregaré de los países, los traeré a su tierra, los apacentaré en los
montes de Israel, en las cañadas y en los poblados del país.
Mt 24, 31: Despachará a sus ángeles a reunir,
con un gran toque de trompeta, a los elegidos de los cuatro vientos, de un
extremo a otro del cielo.
Mt 25, 32: Y comparecerán ante él todas
las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de
las cabras.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
66 18 Los vv. 18-24 probablemente han sido añadidos como
conclusión a los caps. 40-66 o incluso al libro completo. Todo el pasaje debió
estar en verso y fue desfigurado por la inserción de la lista de las naciones
en el v. 19 y la de los medios de transporte en el v. 2. Se convertirá a todas
las naciones y llevarán a los dispersos de Israel a Jerusalén como ofrenda a
Dios, pero el que recibe las promesas eternas es Israel. En ningún lugar del AT
se yuxtaponen a tal extremo el universalismo y particularismo.
66 19 (a) Los “escapados” de las naciones son los convertidos, y son
enviados a predicar la fe hasta los confines del mundo. Es digno de notarse que
estos “misioneros”, los primeros de que se habla, son paganos convertidos.
66 19 (b) Esta lista es una adicción, que toma sus elementos a Ez 27,
10-13. Las identificaciones probables son: Tarsis, España; Put (así el griego:
Pul hebreo), Libia: Lud, Lidia; Mésec (así el griego: “los tiradores de arco”,
mosque, queset, hebreo), Frigia; Tubal, Cilicia; Yayván, los jonios, y más en
general los griegos.
66 21 Algunos paganos convertidos tendrán acceso a las funciones
del culto. Idéntica apertura extraordinaria que en el v. 19.
Salmo
responsorial
Sal 117 (116) .
R/. Id
al mundo entero y proclamad el evangelio.
Alabad
al Señor todas las naciones,
aclamadlo
todos los pueblos. R/.
Firme
es su misericordia con nosotros,
su
fidelidad dura por siempre. R/.
Textos
paralelos.
Alabad
a Yahvé, todas las naciones.
Rm 15, 11: Alabad
al Señor todas las gentes, que todos los pueblos lo exalten.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta a los Hebreos 12,
5-7.11-13.
Hermanos:
Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: “Hijo mío,
no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque
el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. Soportáis la
prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijios, pues, ¿qué
padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección resulta agradable, en el
momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los
ejercitados en ella. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las
rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo no se
retuerce, sino que se cura.
Palabra de Dios.
Textos
paralelos.
Hijo mío, no menosprecies
la corrección del Señor.
Pr 3, 11-12: No rechaces, hijo
mío, el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión, porque al que ama
lo reprende el Señor, como un padre al hijo querido.
El Señor corrige a quien
ama.
Ap 3, 19: A los que amo yo los
reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete.
Sufrís para corrección
vuestra.
Dt 8, 5: Para que reconozcas
que el Señor, tu Dios, te ha educado como un padre educa a su hijo.
Ninguna corrección es
agradable.
2 Co 7, 8-11: Si os contristé
con mi carta, no lo lamento; sí lo lamenté al comprobar que acalla carta de
momento os había contristado, ahora me alegro: no de vuestra tristeza, sino del
arrepentimiento que provocó. Vuestra tristeza fue como Dios quiere, de nuestra
parte ningún daño recibisteis, Una tristeza por voluntad de Dios produce un
arrepentimiento saludable e irreversible; una tristeza por razones mundanas
produce la muerte. Fijaos cuántas cosas ha suscitado en vosotros esa tristeza
según Dios: cuánta diligencia, cuántas excusas, cuánta indignación, cuántos
respetos, cuánta añoranza, cuánto afán, cuánto escarmiento. Habéis demostrado
plenamente que en este asunto no sois culpables.
Jn 16, 20: Os aseguro que
lloraréis y os lamentaréis mientras el mundo se divierte; estaréis tristes,
pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.
Luego produce frutos
apacibles.
1 P 1, 6-7: Por eso estáis
alegres, aunque por poco tiempo tengáis que soportar pruebas diversas. Si el
oro, que perece, se aquilata al fuego, vuestra fe, que es más precioso, será
aquilatada para recibir alabanza, honor y gloria cuando se revele Jesucristo.
Si 1, 2-8: Uno solo es sabio:
sentado en su trono impone respeto.
Is 35, 3: Fortaleced las manos
débiles, robusteced las rodillas vacilantes.
Pr 4, 26: Allana el sendero de
tus pies, que todos tus caminos sean seguros.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
12, 7 A los ojos de la fe, las
pruebas de esta vida forman parte de la pedagogía paternal de Dios con respecto
a sus hijos. La argumentación descansa en la noción bíblica de la educación, mûsar, paideia, que significa “instrucción
por medio de la corrección”. Aquí se considera la tribulación como una
corrección que supone y, por tanto, manifiesta la paternidad de Dios.
12 13 Estas expresiones tomadas de Is
35, 3 y Pr 4, 26 recuerdan la imagen de la carrera (12, 1) y anuncian la última
parte de la epístola.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Lucas 13, 22-30.
En aquel tiempo, Jesús pasaba
por ciudades y aldeas enseñando y s encaminaba hacia Jerusalén. Uno le
preguntó:
-Señor, ¿son pocos los que se
salvan?
Él les dijo:
-Esforzaos en entrar por la
puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando
el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis
a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”; pero él os dirá: “No sé quienes sois?”.
Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú nos has
enseñado en nuestras plazas”. Pero él os dirá: “No sé de donde sois. Alejaos de
mí todos los que obráis la iniquidad”. Allí será el llanto y el rechinar de
dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y Jacob y a todos los profetas en el
reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y
occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.
Textos
paralelos.
Mientras caminaba hacia
Jerusalén.
Lc 9, 51: Cuando se iba
cumpliendo el tiempo de que se lo llevaran afrontó decidido el viaje hacia
Jerusalén.
Lc 2, 38: Se presentó en aquel
momento dando gracias a Dios, y hablando del niño a cuantos aguardaban el
rescate de Jerusalén.
Son pocos los que se
salvan.
Mt 7, 13-14: Entrad por la
puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta,
qué angosto el camino que lleva a la vida y son pocos los que dan con ella!
Cuando el dueño de la
casa se levante y cierre la puerta.
Mt 25, 10-12: Mientras iban a
comprarlo, llegó el novio. Las que estaban preparadas entraron con él en la
sala de bodas, y la puerta se cerró. Más tarde, llegaron las otras muchachas
diciendo: Señor, Señor, ábrenos. El respondió: Os aseguro que no os conozco.
No sé de donde sois.
Mt 7, 22-23: Cuando llegue
aquel día, muchos me dirán: ¡Señor, Señor! ¿No hemos profetizado en tu nombre?,
¿no hemos expulsado demonios en tu nombre?, ¿no hemos hecho milagros en tu
nombre? Y yo entonces les declararé: Nunca os conocí, apartaos de mí,
malhechores.
Apartaos todos de mí,
malhechores.
Sal 6, 9: ¡Apartaos de mí,
malhechores! que el Señor ha escuchado mi llanto.
Allí será el llanto y el
rechinar de dientes.
Mt 8, 12: Mientras que los
ciudadanos del reino serán expulsados a las tinieblas de fuera. Allí será el
llanto y el rechinar de dientes.
Hay últimos que serán
primeros.
Mt 19, 30: Pero muchos primeros
serán últimos y últimos serán primeros.
Mt 20, 16: Así serán primeros
los últimos y últimos los primeros.
Mc 10, 31: Por tanto, no les
tengáis miedo, que vosotros valéis más que muchos gorriones.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
13 22 (a) La fuente utilizada por Lc y Mt
ha agrupado aquí algunos dichos que Mc ha repartido en otros lugares de su
evangelio. La idea maestra de esta agrupación, respetada por Lc, parece haber
sido el rechazo de Israel y la llamada de los gentiles a la salvación. A los
primeros de nada les van a valer los lazos de raza con Jesús para evitar la
exclusión merecida con su conducta. Por eso, muchos, no podrán encontrar la
puerta de la salvación; de primeros pasarán a últimos, y verán como los
gentiles ocupan el lugar de ellos en el banquete mesiánico.
13 22 (b) Esta nueva mención de la subida
de Jesús a Jerusalén parece señalar el comienzo de una nueva sección del viaje
(13, 22-17,10).
13 26 Quienes hablan aquí son judíos
testigos de la misión de Jesús. En el paralelo de Mt 7, 22-23, se trata de
profetas y de taumaturgos cristianos.
13 27 Quien habla aquí es el juez del
último día, mientras que en Mt 7, 23 es Jesús quien habla en primera persona.
13 28 Jesús presenta aquí el Reino a
la manera judía, como el banquete mesiánico, donde los elegidos se reúnen en
torno a patriarcas y profetas. Serán excluidos quienes no hayan respondido a la
llamada de Jesús. Pero mientras que Mt dirige esta amenaza al conjunto de los
judíos (ver Mt 8, 12), Lc solo contempla a los oyentes incrédulos de Jesús.
13 29 Se trata de los paganos
admitidos al Reino.
13 30 Esta sentencia es más matizada
que en Mt 19, 30 y Mc 10, 31 (“muchos”) y, sobre todo que en Mt 20, 16.
Notas
exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica
23 La pregunta del curioso, esquivada por Jesús, es lit.: Señor, si pocos
los [que son] salvados. LOS QUE SE SALVAN: los que están en camino
de salvación; o bien, con valor de futuro, los que van a salvarse (la
pregunta directa sería: “¿se salvarán muchos?”).
24 Otra lectura posible pone punto después de PODRÁN, y lo suprime después
de “cande la puerta” (v. 25).
25 AUNQUE… EMPECÉIS….: lit. y empezaréis fuera a estar de pie y habiendo
respondido… // OS RESPONDERÁ ASÍ.
26-30 Ni el mero hecho de descender biológicamente
de Abrahán, ni la mera convivencia con Jesús, dan derecho a salvarse; otra
descendencia – por la fe – y otra convivencia – en la fe –, ofrecidas a judíos
y a gentiles permitirán participar del banquete mesiánico.
26 EN TU PRESENCIA: en el banquete que tú presidías; o, simplemente, delante
de ti.
27 O SÉ DE DONDE SOIS: hay algunos manuscritos que, igualando la frase con
la del v. 25, añaden vosotros. // [LOS] OBRADORES DE INJUSTICIA: lit. trabajadores
de injusticia, que equivale a: los injustos, o los inicuos.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé:
13, 22-30 Cristo invita a todos a ser
parte del reino de Dios. Por eso, la salvación ya no es un privilegio del
Pueblo solo elegido. A pesar de la larga historia del pueblo judío con las
Escrituras y los profetas, muchos gentiles que abrazaron con entusiasmo el mensaje
de arrepentimiento entrarán en el reino por delante de algunos de ellos. Sin
embargo, es importante tener en cuanta que los primeros en seguir a Cristo eran
miembros del Pueblo elegido. Cat. 60 y 72.
12, 24 El camino hacia la salvación
está abierto y la invitación es clara, pero seguir a Cristo exige la propia
renuncia, una vida de oración profunda y un amor incondicional a todos. Cat.
872, 1034, 1344 y 2656.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
60 El
pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los
patriarcas, el pueblo de la elección, llamado a preparar la reunión un día de
todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia; ese pueblo será la raíz en
la que serán injertados los paganos hechos creyentes.
72 Dios
eligió a Abraham y selló una alianza con él y su descendencia. De él formó a su
pueblo, al que reveló su ley por medio de Moisés. Lo preparó por los profetas
para acoger la salvación destinada a toda la humanidad.
1034 Jesús habla con frecuencia de la “gehenna” y del “fuego que nunca se
apaga” reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y
convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. Jesús
anuncia en términos graves que “enviará a sus ángeles […] que recogerán a todos
los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo, y que pronunciará
la condenación: “¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!” (Mt 25, 41).
1344 En este universo nuevo, la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada
entre los hombres. “Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte
ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21,
4).
. Cat. 60 y 72. Cat. 872, 1034, 1344 y 2656.
Concilio Vaticano II
La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo y en la que
conseguimos la santidad por la gracia de Dios, solo llegará a su perfección en
la gloria del cielo. Tendrá esto lugar cuando llegue el tiempo de la
restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero,
que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre,
quede perfectamente renovado en Cristo.
Cristo, elevado de la tierra, atrajo a sí a todos los hombres. Al
resucitar de entre los muertos envió su Espíritu de vida a sus discípulos y por
medio de Él constituyó a su Cuerpo, la Iglesia, como sacramento universal de
salvación. Sentado a la derecha del Padre, actúa sin cesar en el mundo para
llevar a los hombres a la Iglesia. Por medio de ella los une más íntimamente
consigo y, alimentándolos con su propio cuerpo y sangre, les da parte en su
vida gloriosa. Por tanto, la restauración prometida que esperamos ya comenzó en
Cristo, progresa con el envío del Espíritu Santo y por Él continúa en la
Iglesia, en la que por medio de la fe aprendemos también el sentido de nuestra
vida temporal, al mismo tiempo que, con la esperanza de los bienes futuros,
llevamos a cabo la tarea que el Padre nos ha confiado en el mundo y realizamos
nuestra salvación.
Lumen gentium, 48.
Los Santos Padres.
El hombre quería saber si serían pocos los que se salvan, pero Cristo le
explicó el camino por el cual se podría salvar el mismo.
S. Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Lucas, 99. III, pg.
318.
“Amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición”. ¿Qué
debemos entender por anchura? Se refiere a esa tendencia sin freno hacia la
lujuria carnal y hacia una vida vergonzosa, amante del placer.
S. Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Lucas, 99. III, pg.
318.
[Cristo] también tiene enemigos encubiertos. Todos los que viven en la
maldad y en la impiedad son enemigos de Cristo, aunque se santigüen en su
nombre y aunque se llamen cristianos.
S. Agustín. Sermón 308. III, pg. 319.
Muchos han creído en Cristo y han celebrado las santas fiestas en su
honor. Han frecuentado las iglesias, también han escuchado la doctrina del
Evangelio, pero no recuerdan absolutamente nada de las verdades que se
encuentran en las Escrituras. Con dificultad practican la virtud, pues su
corazón está vacío de frutos espirituales.
S. Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Lucas, 99. III, pg.
319.
Él mostró que los judíos estaban a punto de dejar de ser, en sentido
espiritual, su familia, y que la multitud de los paganos tomarían su lugar.
S. Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Lucas, 99. III, pg.
319.
San Agustín.
¿Por qué sentimos
alegría frente a las multitudes? Oídme vosotros, los pcoos. Séq ue sois muchos,
pero obedecéis pocos. […] Practicad la hospitalidad; por ella alguien lle´go a
Dios. Recibes al peregrino de quien también tú eres compañero de viaje, puesto
que todos somos peregrinos. Pero cristiano es el que se reconoce peregrino en
su propia casa y patria. Nuestra patria se halla arriba; allí no seremos
huéspedes, mientras que aquí todos lo son, incluso en su casa.
Sermón 111. II, pg. 1176-1177.
San Juan de Ávila.
La primera tome a los pechos este negocio, y ponga en él aquel cuidado y
diligencia que pornia en un negocio que mucho le fuese y, porque, según
sentencia de nuestro Salvador, es la puerta angosta, y es menester porfiar para
entrar en ella.
Reglas de espíritu. II, pg. 244.
El segundo remedio: Contendite intrare per angustum portam,… (cf.
Lc 13, 24-25). - ¡Oh Rey de la gloria! ¿Y no conocéis los hombres? ¿No los
criastes? ¿No los redimistes? ¿No os costaron trabajo sy la vida? – Sí, mas no
los conozco porque pecaron.
Sermón domingo 19 de Pentecostés. III, pg. 297.
-¿Pues queréis que no trabaje ni entienda en mi mujer e hijos? – No te
digo eso; peroo que dejes los gastos superfluos de la mujer e hijos, etc., y no
andes ahogado en el demasiado cuidado de las cosas temporales; o sed tan
fuertes, que ansí toméis los negocios temporales, que no olvidéis por eso lo
que cumple a vuestra ánima. Y si no sois para uno y otro, que se pierda lo del
cuerpo y no lo del ánima. Fuego del cielo venga sobre la hacienda si por
entender en ella se ha de perder el ánima y cuerpo para siempre. – Recia
palabra es esa. – Más recia será aquella: Ite, maledicti (cf. Mt 25,
41), y aquella: Nesciio vos. Et clausua est ianua (Lc 13, 25).
Sermón 19 después de Pentecostés. III, pg. 290.
Mas es de mirar que [Dios] no toma a nadie por hijo, para que él goce de
este nombre como hombre que está apartado por sí, ni que su voz suene en las
orejas de Dios como de persona propia que suena por sí, y vale por sí, y
estriba en sí. Si un hijo adoptivo de Dios pidiere algo a Dios y no alegrara a
Jesucristo sino que es Fula[no], hijo adoptivo de Dios, o que tiene su
gracia prsente, y derecho para la herencia del cielo, este tal, si otra cosa no
alegra, ni será oído, ni su nombre conocido; y resolutamente le responderán: “No
os conozco (Lc 13, 25), ni acepto vuestra oración, ni acepto vuestras
buenas obras, ni me parecéis bien, aunque seáis un San Pedro, ni un San Pablo,
ni aunque seáis la Virgen María.
Sermón Jueves Santo. III, pg. 423.
“Hermoso te crié yo – dice Dios –, ¿cómo te has tornado a ensuciar”. Apartaos
de mí – dice el Señor – todos los que obráis maldad (Sal 6, 9), porque no
os conozco. Y aunque sean doncellas y tengan apariencia de buenas obras, si
carecen de la gracia divina, que hace al alma hermosa delante de los ojos de
Dios, sean quien fueren, tengan lo que tuvieren, quieran o no quieran, oír
tienen esta terrible palabra de Dios: No os conozco, apartaos de mí (cf.
Lc 13, 25).
Sermón Natividad de la Virgen. III, pg. 807.
San Oscar Romero. Homilía.
Sepamos renunciar a todo aquello que es pecado y se opone al Reino
de Dios. No hagamos consistir la felicidad y la salvación sólo en esta tierra,
ni tampoco sólo en aquel cielo, sino en la combinación más sabia y maravillosa
de cumplir bien la ley de Dios, en esta tierra para merecer el premio en aquel
cielo. Y que sepamos, entonces, ser valientes cristianos, ya que la Iglesia, a
través de estas características, es la que está manteniendo en alto y sembrando
la esperanza, la alegría, en todo los corazones de los salvadoreños.
Homilía,
21 de agosto de 1977.
León XIV. Audiencia general. 13 de
agosto de 2025. Ciclo
de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La
Pascua de Jesús. 2. La traición. «¿Seré yo?» (Mc 14,19)
Queridos
hermanos y hermanas:
Continuamos
nuestro camino en la escuela del Evangelio, siguiendo los pasos de Jesús en los
últimos días de su vida. Hoy nos detenemos en una escena íntima, dramática,
pero también profundamente verdadera: el momento en el que durante la cena
pascual Jesús revela que uno de los Doce está a punto de traicionarlo: «En
verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo
conmigo» (Mc 14,18).
Son
palabras contundentes. Jesús no las pronuncia para condenar, sino para
mostrar que el amor, cuando es verdadero, no puede prescindir de la verdad.
La habitación del piso superior, donde poco antes se había preparado todo con
atención, se llena de repente de un dolor silencioso, hecho de preguntas, de
sospechas, de vulnerabilidad. Es un dolor que conocemos bien también nosotros,
cuando en las relaciones más queridas se insinúa la sombra de la traición.
Sin
embargo, el modo en el que Jesús habla de lo que está a punto de suceder es
sorprendente. No levanta la voz, no señala con el dedo, no pronuncia el
nombre de Judas. Habla de tal modo que cada uno pueda cuestionarse a sí
mismo. Y es precisamente eso lo que sucede: «Ellos comenzaron a
entristecerse y a preguntarle uno tras otro: ‘¿Seré yo?’» (Mc 14,19).
Queridos
amigos, esta pregunta – “¿Seré yo?” – es quizá una de las preguntas más
sinceras que podemos hacernos a nosotros mismos. No es la pregunta del
inocente, sino la del discípulo que descubre su fragilidad. No es el grito
del culpable, sino el susurro de quien, aunque queriendo amar, sabe que puede
herir. Es en esta consciencia donde inicia el camino de la salvación.
Jesús no
denuncia para humillar. Dice la verdad porque quiere salvar. Y para ser
salvados hay que sentir: sentir que se está involucrado, sentir que se es amado
a pesar de todo, sentir que el mal es real pero no tiene la última palabra. Solo
quien ha conocido la verdad de un amor profundo puede aceptar también la herida
de una traición.
La
reacción de los discípulos no es rabia, sino tristeza. No se indignan, se entristecen. Es un dolor que
nace de la posibilidad real de ser involucrados. Y precisamente esta
tristeza, si se acoge con sinceridad, se convierte en un lugar de conversión.
El Evangelio no nos enseña a negar el mal, sino a reconocerlo como una ocasión
dolorosa para renacer.
Jesús,
después, añade una frase que nos inquieta y nos hace pensar: «El Hijo del
hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo
del hombre será entregado!; ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!»
(Mc 14,21). Son palabras duras, ciertamente, pero hay que
entenderlas bien: no se trata de una maldición, es más bien un grito de
dolor. En griego ese “ay de aquel” suena como un lamento, como un “ay”, una
exclamación de compasión sincera y profunda.
Nosotros
estamos acostumbrados a juzgar. Dios, en cambio, acepta sufrir. Cuando ve el
mal, no se venga, sino que se entristece. Y aquel “más le valdría a ese hombre no haber nacido” no es una
condena impuesta a priori, sino una verdad que cada uno de nosotros puede
reconocer: si renegamos del amor que nos ha engendrado, si traicionando
nos volvemos infieles a nosotros mismos, entonces realmente perdemos el
sentido de nuestra venida al mundo y nos autoexcluimos de la salvación.
Sin
embargo, precisamente allí, en el punto más oscuro, la luz no se apaga.
Es más, comienza a brillar. Porque si reconocemos nuestro límite, si nos
dejamos tocar por el dolor de Cristo, entonces podemos finalmente nacer de
nuevo. La fe no nos evita la posibilidad del pecado, sino que nos ofrece
siempre una vía para salir: la de la misericordia.
Jesús
no se escandaliza frente a nuestra fragilidad. Sabe bien que ninguna amistad es
inmune al riesgo de traición. Pero
sigue fiándose. Sigue sentándose en la mesa con los suyos. No renuncia a
partir el pan, incluso para quien lo traicionará. Esta es la fuerza silenciosa
de Dios: no abandona nunca la mesa del amor, ni siquiera cuando sabe que lo
dejarán solo.
Queridos
hermanos y hermanas, también nosotros podemos preguntarnos hoy, con
sinceridad: “¿Seré yo?”. No para sentirnos acusados, sino para abrir un espacio
a la verdad en nuestro corazón. La salvación comienza aquí: en la
conciencia de que podremos ser nosotros los que rompamos la confianza en Dios,
pero que podemos ser también nosotros los que la recojamos, la custodiemos y la
renovemos.
En el
fondo, esta es la esperanza: saber que, aunque podamos fallar, Dios nunca
nos falla. Aunque podamos traicionar, Él nunca deja de amarnos. Y si nos
dejamos alcanzar por este amor – humilde, herido, pero siempre fiel – entonces
podemos de verdad renacer. Y empezar a vivir ya no como traidores, sino como
hijos siempre amados.
León XIV. Angelus. 17 de agosto de
2025.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
Hoy el
Evangelio nos presenta un texto exigente (cf. Lc 12,49-53), en el que
Jesús, con imágenes fuertes y gran sinceridad, dice a los discípulos que su
misión, y también la de quienes lo siguen, no es toda “color de rosa”, sino que
es “signo de contradicción” (cf. Lc 2,34).
Diciendo
esto, el Señor anticipa lo que deberá afrontar cuando en Jerusalén sea
agredido, arrestado, insultado, golpeado, crucificado; cuando su mensaje, aun
hablando de amor y de justicia, sea rechazado; cuando los jefes del pueblo
reaccionen con violencia a su predicación. Por otra parte, muchas de las
comunidades a las que el evangelista Lucas se dirigía con sus escritos vivían
la misma experiencia. Eran, como nos dicen los Hechos de los Apóstoles,
comunidades pacíficas que, aun con sus límites, intentaban vivir de la mejor
manera el mensaje de caridad del Maestro (cf. Hch 4,32-33). Y, sin
embargo, sufrían persecuciones.
Todo
esto nos recuerda que el bien no siempre encuentra una respuesta positiva en
su entorno. Es más, en ocasiones, precisamente porque la belleza de ese
bien molesta a quienes no lo acogen, aquel que lo pone en práctica termina
encontrando duras oposiciones, hasta sufrir maltratos y abusos. Obrar en la
verdad cuesta, porque en el mundo hay personas que eligen la mentira, y
porque el diablo, aprovechándose de ello, a menudo busca obstaculizar el obrar
de los buenos.
Pero Jesús,
con su ayuda, nos invita a no rendirnos ni a equipararnos con esta mentalidad,
sino a seguir obrando por nuestro bien y el de todos, incluso de quienes nos
hacen sufrir. Nos invita a no responder a la prepotencia con la venganza,
sino a permanecer fieles a la verdad en la caridad. Los mártires dan testimonio
de ello derramando su sangre por la fe, pero también nosotros, en
circunstancias y de modos diferentes, podemos imitarlos.
Pensemos,
por ejemplo, en el precio que debe pagar un buen padre, si quiere educar bien a
sus hijos, con sanos principios; antes o después deberá saber decir algún “no”,
hacer alguna corrección, y esto le causará sufrimiento. Lo mismo vale para un
maestro que desea formar correctamente a sus alumnos, para un profesional, un
religioso, un político, que se propongan realizar su misión honestamente, y
para quienes se esfuercen en ejercitar con coherencia, según las enseñanzas del
Evangelio, sus propias responsabilidades.
A este
respecto, san Ignacio de Antioquía, mientras viajaba hacia Roma, donde sufriría
el martirio, escribía a los cristianos de esta ciudad: «No quisiera que
procurarais agradar a los hombres, sino a Dios» (Carta a los Romanos, 2,1), y
agregaba: «Es bueno para mí el morir por Jesucristo, más bien que reinar sobre
los extremos más alejados de la tierra» (ibíd., 6,1).
Hermanos
y hermanas, pidamos juntos a María, Reina de los mártires, que nos ayude a ser,
en toda circunstancia, testigos fieles y valientes de su Hijo, y a sostener a
los hermanos y hermanas que hoy sufren por la fe.
Francisco. Angelus. 25 de agosto
de 2013.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
Evangelio de hoy nos invita a reflexionar acerca del tema de la salvación.
Jesús está subiendo desde Galilea hacia la ciudad de Jerusalén y en el camino
—relata el evangelista Lucas— alguien se le acerca y le pregunta: «Señor, ¿son
pocos los que se salvan?» (13, 23). Jesús no responde directamente a la
pregunta: no es importante saber cuántos se salvan, sino que es importante
más bien saber cuál es el camino de la salvación. Y he aquí entonces que, a
la pregunta, Jesús responde diciendo: «Esforzaos en entrar por la puerta
estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán» (v. 24). ¿Qué
quiere decir Jesús? ¿Cuál es la puerta por la que debemos entrar? Y, ¿por qué
Jesús habla de una puerta estrecha?
La
imagen de la puerta se repite varias veces en el Evangelio y se refiere a la de
la casa, del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor, calor.
Jesús nos dice que existe una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios,
en el calor de la casa de Dios, de la comunión con Él. Esta puerta es Jesús
mismo (cf. Jn 10, 9). Él es la puerta. Él es el paso hacia
la salvación. Él conduce al Padre. Y la puerta, que es Jesús, nunca está
cerrada, esta puerta nunca está cerrada, está abierta siempre y a todos,
sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Porque, sabéis, Jesús no
excluye a nadie. Tal vez alguno de vosotros podrá decirme: «Pero, Padre,
seguramente yo estoy excluido, porque soy un gran pecador: he hecho cosas
malas, he hecho muchas de estas cosas en la vida». ¡No, no estás excluido!
Precisamente por esto eres el preferido, porque Jesús prefiere al pecador,
siempre, para perdonarle, para amarle. Jesús te está esperando para abrazarte,
para perdonarte. No tengas miedo: Él te espera. Anímate, ten valor para entrar
por su puerta. Todos están invitados a cruzar esta puerta, a atravesar
la puerta de la fe, a entrar en su vida, y a hacerle entrar en nuestra vida,
para que Él la transforme, la renueve, le done alegría plena y duradera.
En la
actualidad pasamos ante muchas puertas que invitan a entrar prometiendo una
felicidad que luego nos damos cuenta de que dura sólo un instante, que se agota en sí misma y no tiene futuro. Pero
yo os pregunto: nosotros, ¿por qué puerta queremos entrar? Y, ¿a quién
queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida? Quisiera decir con fuerza:
no tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de dejarle entrar
cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras
cerrazones, de nuestras indiferencias hacia los demás. Porque Jesús
ilumina nuestra vida con una luz que no se apaga más. No es un fuego de
artificio, no es un flash. No, es una luz serena
que dura siempre y nos da paz. Así es la luz que encontramos si entramos
por la puerta de Jesús.
Cierto, la
puerta de Jesús es una puerta estrecha, no por ser una sala de tortura. No,
no es por eso. Sino porque nos pide abrir nuestro corazón a Él,
reconocernos pecadores, necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor,
de tener la humildad de acoger su misericordia y dejarnos renovar por Él. Jesús
en el Evangelio nos dice que ser cristianos no es tener una «etiqueta». Yo os
pregunto: vosotros, ¿sois cristianos de etiqueta o de verdad? Y cada uno
responda dentro de sí. No cristianos, nunca cristianos de etiqueta. Cristianos
de verdad, de corazón. Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la
oración, en las obras de caridad, en la promoción de la justicia, en hacer el
bien. Por la puerta estrecha que es Cristo debe pasar toda nuestra vida.
A la
Virgen María, Puerta del Cielo, pidamos que nos ayude a cruzar la
puerta de la fe, a dejar que su Hijo transforme nuestra existencia como
transformó la suya para traer a todos la alegría del Evangelio.
Francisco. Regina Coeli. 21 de
agosto de 2016.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La
hodierna página evangélica nos sugiere meditar sobre el tema de la salvación.
El evangelista Lucas narra que a Jesús, viajando a Jerusalén, durante el
recorrido se le acerca uno que le formula esta pregunta: «Señor, ¿son pocos los
que se salvan?» (Lc 13, 23). Jesús no da una respuesta directa
sino que traslada el debate a otro plano, con un lenguaje sugestivo, que al
inicio tal vez los discípulos non comprenden: «Luchad por entrar por la puerta
estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán» (v. 24). Con
la imagen de la puerta, Él quiere que sus interlocutores entiendan que no es
cuestión de número —cuántos se salvarán—, no importa saber cuántos, sino que
lo importante es que todos sepan cuál es el camino que conduce a la salvación.
Tal
recorrido prevé que se atraviese una puerta. Pero, ¿dónde está la puerta? ¿Cómo es la puerta? ¿Quién es la puerta? Jesús
mismo es la puerta. Lo dice Él en el Evangelio de Juan: «Yo soy la puerta»
(Jn 10, 9). Él nos conduce a la comunión con el Padre, donde
encontramos amor, comprensión y protección. Pero, ¿por qué esta puerta
es estrecha?, se puede preguntar. ¿Por qué dice que es estrecha? Es una
puerta estrecha no porque sea opresiva; sino porque nos exige restringir y
contener nuestro orgullo y nuestro miedo, para abrirnos con el corazón humilde
y confiado a Él, reconociéndonos pecadores, necesitados de su perdón. Por
eso es estrecha: para contener nuestro orgullo, que nos hincha. La puerta de la
misericordia de Dios es estrecha pero ¡siempre abierta de par en par para
todos! Dios no tiene preferencias, sino que acoge siempre a todos, sin
distinción. Una puerta estrecha para restringir nuestro orgullo y nuestro
miedo; una puerta abierta de par en par para que Dios nos reciba sin
distinción. Y la salvación que Él nos ofrece es un flujo incesante de
misericordia que derriba toda barrera y abre interesantes perspectivas de luz y
de paz. La puerta estrecha pero siempre abierta: no os olvidéis de esto.
Jesús
hoy nos ofrece, una vez más, una apremiante invitación a dirigirnos hacia Él, a
pasar el umbral de la puerta de la vida plena, reconciliada y feliz. Él nos
espera a cada uno de nosotros, cualquiera que sea el pecado que hayamos
cometido, para abrazarnos, para ofrecernos su perdón. Solo Él puede
transformar nuestro corazón, solo Él puede dar un sentido pleno a nuestra
existencia, donándonos la verdadera alegría. Entrando por la puerta de
Jesús, la puerta de la fe y del Evangelio, nosotros podremos salir de los
comportamientos mundanos, de los malos hábitos, de los egoísmos y de la
cerrazón. Cuando hay contacto con el amor y la misericordia de Dios, hay un
auténtico cambio. Y nuestra vida es iluminada por la luz del Espíritu Santo:
¡una luz inextinguible!
Quisiera
haceros una propuesta. Pensemos ahora, en silencio, por un momento, en las
cosas que tenemos dentro de nosotros y que nos impiden atravesar la puerta: mi
orgullo, mi soberbia, mis pecados. Y luego, pensemos en la otra puerta, aquella
abierta de par en par por la misericordia de Dios que al otro lado nos espera
para darnos su perdón.
El Señor
nos ofrece tantas ocasiones para salvarnos y entrar a través de la puerta de la
salvación. Esta puerta es una ocasión que no se debe desperdiciar: no
debemos hacer discursos académicos sobre la salvación, como aquel que se
había dirigido a Jesús, sino que debemos aprovechar las ocasiones de
salvación. Porque llegará el momento en que «el dueño de casa se levantará
y cerrará la puerta» (cf. Lc 13,25), como nos lo ha recordado
el Evangelio. Pero si Dios es bueno y nos ama, ¿por qué llegará el momento
en que cerrará la puerta? Porque nuestra vida no es un videojuego o una
telenovela; nuestra vida es seria y el objetivo que hay que alcanzar es
importante: la salvación eterna.
A la
Virgen María, Puerta del Cielo, pidamos que nos ayude a aprovechar
las ocasiones que el Señor nos ofrezca para pasar el umbral de la puerta de la
fe y entrar así en un ancho camino: es el camino de la salvación capaz de
acoger a todos aquellos que se dejan incluir por el amor. Es el amor que salva,
el amor que ya en la tierra es fuente de bienaventuranza de cuantos, en la
mansedumbre, en la paciencia y en la justicia, se olvidan de sí mismos y se
entregan a los demás, especialmente a los más débiles.
Francisco. Regina Coeli. 25 de
agosto de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Lucas 13, 22-30) nos presenta a
Jesús, que pasa enseñando por ciudades y pueblos, en su camino hacia Jerusalén,
donde sabe que debe morir en la cruz por la salvación de todos nosotros. En
este contexto, se inserta la pregunta de un hombre que se dirige a él y le
dice: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (v. 23). La cuestión se debatía en
aquel momento —cuántos se salvan, cuántos no...— y había diferentes maneras de
interpretar las Escrituras a este respecto, dependiendo de los textos que
tomaran. Pero Jesús invierte la pregunta, que se centra más en la cantidad, es
decir, «¿son pocos?» y en su lugar coloca la respuesta en el nivel de
responsabilidad, invitándonos a usar bien el tiempo presente. En efecto,
dice: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos
pretenderán entrar y no podrán» (v. 24). Con estas palabras, Jesús deja claro
que no se trata de una cuestión de número, ¡no hay «un número cerrado» en el
Paraíso! Sino que se trata de cruzar el paso correcto desde ahora, y este paso
correcto es para todos, pero es estrecho. Este es el problema. Jesús no quiere
engañarnos diciendo: «Sí, tranquilos, la cosa es fácil, hay una hermosa
carretera y en el fondo una gran puerta». No nos dice esto: nos habla de la
puerta estrecha. Nos dice las cosas como son: el paso es estrecho. ¿En
qué sentido? En el sentido de que para salvarse uno debe amar a Dios y al
prójimo, ¡y esto no es cómodo! Es una «puerta estrecha» porque es exigente,
el amor es siempre exigente, requiere compromiso, más aún, «esfuerzo», es
decir, voluntad firme y perseverante de vivir según el Evangelio.
San Pablo lo llama «el buen combate de la fe» (1 Timoteo 6,
12). Se necesita el esfuerzo de cada día, de todo el día para amar a Dios y
al prójimo. Y, para explicarse mejor, Jesús cuenta una parábola. Hay un
dueño de casa que representa al Señor. Su casa simboliza la vida eterna, es
decir, la salvación. Y aquí vuelve la imagen de la puerta. Jesús dice: «Cuando
el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estáis
fuera a llamar a la puerta, diciendo: “¡Señor, ábrenos!” Y os responderá: “No
sé de dónde sois”». Estas personas tratarán de ser reconocidas, recordando al
dueño de la casa: «Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras
plazas» (cf. v. 26). “Yo estaba allí cuando diste esa conferencia...”. Pero el
Señor repetirá que no los conoce y los llama «agentes de iniquidad». ¡Este es
el problema! El Señor no nos reconocerá por nuestros títulos —“Pero mira,
Señor, que yo pertenecía a esa asociación, que era amigo de tal monseñor, tal
cardenal, tal sacerdote...”. No, los títulos no cuentan, no cuentan. El
Señor nos reconocerá sólo por una vida humilde, una vida buena, una vida de fe
que se traduce en obras. Y para nosotros, los cristianos, esto significa
que estamos llamados a establecer una verdadera comunión con Jesús, orando,
yendo a la iglesia, acercándonos a los Sacramentos y nutriéndonos con su
Palabra. Esto nos mantiene en la fe, alimenta nuestra esperanza, reaviva la
caridad. Y así, con la gracia de Dios, podemos y debemos dedicar nuestra vida
para el bien de nuestros hermanos y hermanas, luchando contra todas las formas
de maldad e injusticia.
Que nos ayude en esto la Virgen María. Ella ha pasado por la puerta
estrecha que es Jesús. Ella lo acogió con todo su corazón y lo siguió todos los
días de su vida, incluso cuando ella no lo entendía, aun cuando una espada
atravesaba su alma. Por eso la invocamos como la «Puerta del Cielo»: María, la
Puerta del Cielo; una puerta que refleja exactamente la forma de Jesús: la
puerta del corazón de Dios, un corazón exigente, pero abierto a todos nosotros.
Francisco. Regina Coeli. 21 de
agosto de 2022.
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
En el pasaje del Evangelio de Lucas de la Liturgia de este domingo, un
hombre le pregunta a Jesús: «¿Son pocos los que se salvan?» Y el Señor
responde: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha» (Lc 13,24).
La puerta estrecha es una imagen que podría asustarnos, como
si la salvación fuera destinada solo a pocos elegidos o a los perfectos. Pero
esto contradice lo que Jesús nos ha enseñado en muchas ocasiones; de hecho,
poco más adelante, Él afirma: «Y vendrán de oriente y occidente, del norte y
del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios» (v. 29). Por lo tanto,
esta puerta es estrecha, ¡pero está abierta a todos! No
hay que olvidar esto: a todos. ¡La puerta está abierta a todos!
Para entenderlo mejor, hay que preguntarse qué es esta puerta
estrecha. Jesús extrae la imagen de la vida de esa época y, probablemente,
se refiere a que, cuando llegaba el atardecer, las puertas de la ciudad se
cerraban y solo quedaba abierta una, más pequeña y más estrecha: para regresar
a casa se podía pasar únicamente por ahí.
Pensemos, pues, en cuando Jesús dice: «Yo soy la puerta. Si uno
entra por mí, estará a salvo» (Jn 10,9). Nos quiere decir que, para
entrar en la vida de Dios, en la salvación, hay que pasar a través de Él, no de
otro, de Él; acogerlo a Él y a su Palabra. Así como para entrar en la ciudad,
había que “medirse” con la única puerta estrecha que permanecía abierta, del
mismo modo, la vida del cristiano es una vida “a medida de Cristo”,
fundada y moldeada en Él. Esto significa que la vara de medir es Jesús y su
Evangelio: no lo que pensamos nosotros, sino lo que nos dice Él. Así que se
trata de una puerta estrecha no por ser destinada a pocas personas, sino porque
pertenecer a Jesús significa seguirle, comprometer la vida en el amor, en el
servicio y en la entrega de uno mismo como hizo Él, que pasó por la puerta
estrecha de la cruz. Entrar en el proyecto de vida que Dios nos propone
implica limitar el espacio del egoísmo, reducir la arrogancia de la
autosuficiencia, bajar las alturas de la soberbia y del orgullo, vencer la
pereza para correr el riesgo del amor, incluso cuando supone la cruz.
Para ser concretos, pensemos en esos gestos cotidianos de amor que llevamos
adelante con esfuerzo: pensemos en los padres que se dedican a los hijos
haciendo sacrificios y renunciando al tiempo para sí mismos; en los que se
ocupan de los demás y no solo de sus propios intereses, ¡cuánta gente es así,
buena!; pensemos en quien se dedica al servicio de los ancianos, de los más
pobres y de los más frágiles; pensemos en quien sigue trabajando con esfuerzo,
soportando dificultades y tal vez incomprensiones; pensemos en quien sufre a
causa de la fe, pero continúa rezando y amando; pensemos en los que, en lugar
de seguir sus instintos, responden al mal con el bien, encuentran la fuerza
para perdonar y el valor para volver a empezar. Solo son algunos ejemplos de personas
que no eligen la puerta ancha de su conveniencia, sino la puerta estrecha de
Jesús, de una vida entregada en el amor. Estas personas, dice hoy el Señor,
serán reconocidas por el Padre mucho más de los que se creen ya salvados y, en
realidad, son los «malhechores» (Lc 13,27).
Hermanos y hermanas, nosotros, ¿de qué lado queremos estar? ¿Preferimos
el camino fácil de pensar exclusivamente en nosotros mismos o elegimos la
puerta estrecha del Evangelio, que pone en crisis nuestros egoísmos, pero nos
vuelve capaces de acoger la vida verdadera que viene de Dios y que nos hace
felices? ¿De qué lado estamos? Que la Virgen, que siguió a Jesús hasta la
cruz, nos ayude a medir nuestra vida basándonos en Él, para entrar en la vida
llena y eterna.
Benedicto XVI. Angelus. 26 de
agosto de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
También la liturgia de hoy nos propone unas palabras de Cristo iluminadoras
y al mismo tiempo desconcertantes. Durante su última subida a Jerusalén, uno le
pregunta: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?". Y Jesús le
responde: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que
muchos intentarán entrar y no podrán" (Lc 13, 23-24). ¿Qué
significa esta "puerta estrecha"? ¿Por qué muchos no logran entrar
por ella? ¿Acaso se trata de un paso reservado sólo a algunos elegidos?
Si se observa bien, este modo de razonar de los interlocutores de Jesús es
siempre actual: nos acecha continuamente la tentación de interpretar
la práctica religiosa como fuente de privilegios o seguridades. En
realidad, el mensaje de Cristo va precisamente en la dirección
opuesta: todos pueden entrar en la vida, pero para todos la puerta es
"estrecha". No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está
abierto para todos, pero es "estrecho" porque es exigente, requiere
esfuerzo, abnegación, mortificación del propio egoísmo.
Una vez más, como en los domingos pasados, el evangelio nos invita a
considerar el futuro que nos espera y al que nos debemos preparar durante
nuestra peregrinación en la tierra. La salvación, que Jesús realizó
con su muerte y resurrección, es universal. Él es el único Redentor, e
invita a todos al banquete de la vida inmortal. Pero con una sola condición,
igual para todos: la de esforzarse por seguirlo e imitarlo, tomando
sobre sí, como hizo él, la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los
hermanos. Así pues, esta condición para entrar en la vida celestial es
única y universal.
En el último día
—recuerda también Jesús en el evangelio— no seremos juzgados según presuntos
privilegios, sino según nuestras obras. Los "obradores de iniquidad"
serán excluidos y, en cambio, serán acogidos todos los que hayan obrado el bien
y buscado la justicia, a costa de sacrificios. Por tanto, no bastará
declararse "amigos" de Cristo, jactándose de falsos méritos:
"Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas"
(Lc 13, 26). La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el
modo de vivir: se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con
la mansedumbre y la misericordia, con el amor por la justicia y la verdad, con
el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación.
Podríamos decir que este es el "carné de identidad" que nos distingue
como sus "amigos" auténticos; es el "pasaporte" que nos
permitirá entrar en la vida eterna.
Queridos hermanos y hermanas, si también nosotros queremos pasar por la
puerta estrecha, debemos esforzarnos por ser pequeños, es decir, humildes de
corazón como Jesús, como María, Madre suya y nuestra. Ella fue la primera
que, siguiendo a su Hijo, recorrió el camino de la cruz y fue elevada a la
gloria del cielo, como recordamos hace algunos días. El pueblo cristiano la
invoca como Ianua caeli, Puerta del cielo. Pidámosle que, en
nuestras opciones diarias, nos guíe por el camino que conduce a la "puerta
del cielo".
Benedicto XVI. Angelus. 22 de
agosto de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
Ocho días después de la solemnidad de su Asunción al cielo, la liturgia nos
invita a venerar a la santísima Virgen María con el título de «Reina».
Contemplamos a la Madre de Cristo coronada por su Hijo, es decir, asociada a su
realeza universal, tal como la representan muchos mosaicos y cuadros. También
esta memoria cae este año en domingo, cobrando una luz mayor gracias a la
Palabra de Dios y a la celebración de la Pascua semanal. En particular, el
icono de la Virgen María Reina encuentra una confirmación significativa en el
Evangelio de hoy, donde Jesús afirma: «Hay algunos que son los últimos y serán
los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos» (Lc 13,
30). Se trata de una típica expresión de Cristo, referida varias veces por los
Evangelistas, con fórmulas parecidas, pues evidentemente refleja un tema muy
arraigado en su predicación profética. La Virgen es el ejemplo perfecto de
esta verdad evangélica, es decir, que Dios humilla a los soberbios y poderosos
de este mundo y enaltece a los humildes (cf. Lc 1, 52).
La pequeña y sencilla muchacha de Nazaret se ha convertido en la Reina del
mundo. Esta es una de las maravillas que revelan el corazón de Dios.
Naturalmente la realeza de María depende totalmente de la de Cristo: él es el
Señor, a quien, después de la humillación de la muerte en la cruz, el Padre ha
exaltado por encima de toda criatura en los cielos, en la tierra y en los
abismos (cf. Flp 2, 9-11). Por un designio de la gracia, la
Madre Inmaculada ha sido plenamente asociada al misterio del Hijo: a su encarnación;
a su vida terrena, primero oculta en Nazaret y después manifestada en el
ministerio mesiánico; a su pasión y muerte; y por último a la gloria de la
resurrección y ascensión al cielo. La Madre compartió con el Hijo no sólo los
aspectos humanos de este misterio, sino también, por obra del Espíritu Santo en
ella, la intención profunda, la voluntad divina, de manera que toda su
existencia, pobre y humilde, fue elevada, transformada, glorificada, pasando a
través de la «puerta estrecha» que es Jesús mismo (cf. Lc 13,
24). Sí, María es la primera que pasó por el «camino» abierto por Cristo
para entrar en el reino de Dios, un camino accesible a los humildes, a quienes
se fían de la Palabra de Dios y se comprometen a ponerla en práctica.
En la historia de las ciudades y de los pueblos evangelizados por el
mensaje cristiano son innumerables los testimonios de veneración pública, en
algunos casos incluso institucional, de la realeza de la Virgen María. Pero hoy
queremos sobre todo renovar, como hijos de la Iglesia, nuestra devoción a
Aquella que Jesús nos ha dejado como Madre y Reina. Encomendamos a su
intercesión la oración diaria por la paz, especialmente allí donde más golpea
la absurda lógica de la violencia, para que todos los hombres se persuadan de
que en este mundo debemos ayudarnos unos a otros como hermanos para construir
la civilización del amor. Maria, Regina pacis, ora pro nobis!
DOMINGO 22 T.O.
Monición de entrada.-
A Jesús le gusta que vengamos a misa.
Y también que nos queramos mucho.
Por eso nos ayuda en misa a conseguirlo.
Señor ten piedad.-
Tú que eres el servidor. Señor, ten piedad.
Tú que moriste en la cruz. Cristo ten piedad.
Tú que volviste a la vida. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Para que el Papa León nos ayude a ser como
Jesús quiere. Te lo pedimos, Señor.
Para que la Iglesia sea pobre y servidora. Te
lo pedimos, Señor.
Para que los que mandan lo hagan como
servidores. Te lo pedimos, Señor.
Para que seamos todos iguales en derechos. Te
lo pedimos, Señor.
Para que nos queramos. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.-
Virgen María tu fuiste pobre y tu vida fue
servir a los demás, especialmente a Jesús cuando era niño.