martes, 19 de agosto de 2025

Nº 273. Domingo 21 T. Ordinario. 24 de agosto de 2025.

 



Lectura del libro de Isaías 66, 18-21.

Esto dice el Señor:

-Yo conociendo tus obras y tus pensamientos, vendré para reunir las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria. Les daré una señal, y de entre ellos enviaré supervivientes a las naciones: a Tarsis, Libia y Lidia (tiradores de arco), Túrbal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria. Ellos anunciarán mi gloria a las naciones. Y de todas las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos, a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi santa montaña de Jerusalén – dice el Señor –, así como los hijos de Israel traen ofrendas, en vasos purificados, al templo del Señor. También de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas – dice el Señor –“.

 

Textos paralelos.

Yo vengo a reunir a todas las naciones y lenguas.

Ez 34, 13: Los sacaré de entre los pueblos, los congregaré de los países, los traeré a su tierra, los apacentaré en los montes de Israel, en las cañadas y en los poblados del país.

Mt 24, 31: Despachará a sus ángeles a reunir, con un gran toque de trompeta, a los elegidos de los cuatro vientos, de un extremo a otro del cielo.

Mt 25, 32: Y comparecerán ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

66 18 Los vv. 18-24 probablemente han sido añadidos como conclusión a los caps. 40-66 o incluso al libro completo. Todo el pasaje debió estar en verso y fue desfigurado por la inserción de la lista de las naciones en el v. 19 y la de los medios de transporte en el v. 2. Se convertirá a todas las naciones y llevarán a los dispersos de Israel a Jerusalén como ofrenda a Dios, pero el que recibe las promesas eternas es Israel. En ningún lugar del AT se yuxtaponen a tal extremo el universalismo y particularismo.

66 19 (a) Los “escapados” de las naciones son los convertidos, y son enviados a predicar la fe hasta los confines del mundo. Es digno de notarse que estos “misioneros”, los primeros de que se habla, son paganos convertidos.

66 19 (b) Esta lista es una adicción, que toma sus elementos a Ez 27, 10-13. Las identificaciones probables son: Tarsis, España; Put (así el griego: Pul hebreo), Libia: Lud, Lidia; Mésec (así el griego: “los tiradores de arco”, mosque, queset, hebreo), Frigia; Tubal, Cilicia; Yayván, los jonios, y más en general los griegos.

66 21 Algunos paganos convertidos tendrán acceso a las funciones del culto. Idéntica apertura extraordinaria que en el v. 19.

 

Salmo responsorial

Sal 117 (116) .


R/. Id al mundo entero y proclamad el evangelio.

Alabad al Señor todas las naciones,

aclamadlo todos los pueblos. R/.

Firme es su misericordia con nosotros,

su fidelidad dura por siempre. R/.

 

 

Textos paralelos.

Alabad a Yahvé, todas las naciones.

Rm 15, 11: Alabad al Señor todas las gentes, que todos los pueblos lo exalten.

 

Segunda lectura.

Lectura de la carta a los Hebreos 12, 5-7.11-13.

Hermanos:

Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: “Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijios, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo no se retuerce, sino que se cura.

Palabra de Dios.

 

Textos paralelos.

Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor.

Pr 3, 11-12: No rechaces, hijo mío, el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión, porque al que ama lo reprende el Señor, como un padre al hijo querido.

El Señor corrige a quien ama.

Ap 3, 19: A los que amo yo los reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete.

Sufrís para corrección vuestra.

Dt 8, 5: Para que reconozcas que el Señor, tu Dios, te ha educado como un padre educa a su hijo.

Ninguna corrección es agradable.

2 Co 7, 8-11: Si os contristé con mi carta, no lo lamento; sí lo lamenté al comprobar que acalla carta de momento os había contristado, ahora me alegro: no de vuestra tristeza, sino del arrepentimiento que provocó. Vuestra tristeza fue como Dios quiere, de nuestra parte ningún daño recibisteis, Una tristeza por voluntad de Dios produce un arrepentimiento saludable e irreversible; una tristeza por razones mundanas produce la muerte. Fijaos cuántas cosas ha suscitado en vosotros esa tristeza según Dios: cuánta diligencia, cuántas excusas, cuánta indignación, cuántos respetos, cuánta añoranza, cuánto afán, cuánto escarmiento. Habéis demostrado plenamente que en este asunto no sois culpables.

Jn 16, 20: Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis mientras el mundo se divierte; estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

Luego produce frutos apacibles.

1 P 1, 6-7: Por eso estáis alegres, aunque por poco tiempo tengáis que soportar pruebas diversas. Si el oro, que perece, se aquilata al fuego, vuestra fe, que es más precioso, será aquilatada para recibir alabanza, honor y gloria cuando se revele Jesucristo.

Si 1, 2-8: Uno solo es sabio: sentado en su trono impone respeto.

Is 35, 3: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes.

Pr 4, 26: Allana el sendero de tus pies, que todos tus caminos sean seguros.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

12, 7 A los ojos de la fe, las pruebas de esta vida forman parte de la pedagogía paternal de Dios con respecto a sus hijos. La argumentación descansa en la noción bíblica de la educación, mûsar, paideia, que significa “instrucción por medio de la corrección”. Aquí se considera la tribulación como una corrección que supone y, por tanto, manifiesta la paternidad de Dios.

12 13 Estas expresiones tomadas de Is 35, 3 y Pr 4, 26 recuerdan la imagen de la carrera (12, 1) y anuncian la última parte de la epístola.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 13, 22-30.

En aquel tiempo, Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y s encaminaba hacia Jerusalén. Uno le preguntó:

-Señor, ¿son pocos los que se salvan?

Él les dijo:

-Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”; pero él os dirá: “No sé quienes sois?”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú nos has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os dirá: “No sé de donde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.

 

Textos paralelos.

Mientras caminaba hacia Jerusalén.

Lc 9, 51: Cuando se iba cumpliendo el tiempo de que se lo llevaran afrontó decidido el viaje hacia Jerusalén.

Lc 2, 38: Se presentó en aquel momento dando gracias a Dios, y hablando del niño a cuantos aguardaban el rescate de Jerusalén.

Son pocos los que se salvan.

Mt 7, 13-14: Entrad por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida y son pocos los que dan con ella!

Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta.

Mt 25, 10-12: Mientras iban a comprarlo, llegó el novio. Las que estaban preparadas entraron con él en la sala de bodas, y la puerta se cerró. Más tarde, llegaron las otras muchachas diciendo: Señor, Señor, ábrenos. El respondió: Os aseguro que no os conozco.

No sé de donde sois.

Mt 7, 22-23: Cuando llegue aquel día, muchos me dirán: ¡Señor, Señor! ¿No hemos profetizado en tu nombre?, ¿no hemos expulsado demonios en tu nombre?, ¿no hemos hecho milagros en tu nombre? Y yo entonces les declararé: Nunca os conocí, apartaos de mí, malhechores.

Apartaos todos de mí, malhechores.

Sal 6, 9: ¡Apartaos de mí, malhechores! que el Señor ha escuchado mi llanto.

Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

Mt 8, 12: Mientras que los ciudadanos del reino serán expulsados a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

Hay últimos que serán primeros.

Mt 19, 30: Pero muchos primeros serán últimos y últimos serán primeros.

Mt 20, 16: Así serán primeros los últimos y últimos los primeros.

Mc 10, 31: Por tanto, no les tengáis miedo, que vosotros valéis más que muchos gorriones.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

13 22 (a) La fuente utilizada por Lc y Mt ha agrupado aquí algunos dichos que Mc ha repartido en otros lugares de su evangelio. La idea maestra de esta agrupación, respetada por Lc, parece haber sido el rechazo de Israel y la llamada de los gentiles a la salvación. A los primeros de nada les van a valer los lazos de raza con Jesús para evitar la exclusión merecida con su conducta. Por eso, muchos, no podrán encontrar la puerta de la salvación; de primeros pasarán a últimos, y verán como los gentiles ocupan el lugar de ellos en el banquete mesiánico.

13 22 (b) Esta nueva mención de la subida de Jesús a Jerusalén parece señalar el comienzo de una nueva sección del viaje (13, 22-17,10).

13 26 Quienes hablan aquí son judíos testigos de la misión de Jesús. En el paralelo de Mt 7, 22-23, se trata de profetas y de taumaturgos cristianos.

13 27 Quien habla aquí es el juez del último día, mientras que en Mt 7, 23 es Jesús quien habla en primera persona.

13 28 Jesús presenta aquí el Reino a la manera judía, como el banquete mesiánico, donde los elegidos se reúnen en torno a patriarcas y profetas. Serán excluidos quienes no hayan respondido a la llamada de Jesús. Pero mientras que Mt dirige esta amenaza al conjunto de los judíos (ver Mt 8, 12), Lc solo contempla a los oyentes incrédulos de Jesús.

13 29 Se trata de los paganos admitidos al Reino.

13 30 Esta sentencia es más matizada que en Mt 19, 30 y Mc 10, 31 (“muchos”) y, sobre todo que en Mt 20, 16.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica

23 La pregunta del curioso, esquivada por Jesús, es lit.: Señor, si pocos los [que son] salvados. LOS QUE SE SALVAN: los que están en camino de salvación; o bien, con valor de futuro, los que van a salvarse (la pregunta directa sería: “¿se salvarán muchos?”).

24 Otra lectura posible pone punto después de PODRÁN, y lo suprime después de “cande la puerta” (v. 25).

25 AUNQUE… EMPECÉIS….: lit. y empezaréis fuera a estar de pie y habiendo respondido… // OS RESPONDERÁ ASÍ.

26-30 Ni el mero hecho de descender biológicamente de Abrahán, ni la mera convivencia con Jesús, dan derecho a salvarse; otra descendencia – por la fe – y otra convivencia – en la fe –, ofrecidas a judíos y a gentiles permitirán participar del banquete mesiánico.

26 EN TU PRESENCIA: en el banquete que tú presidías; o, simplemente, delante de ti.

27 O SÉ DE DONDE SOIS: hay algunos manuscritos que, igualando la frase con la del v. 25, añaden vosotros. // [LOS] OBRADORES DE INJUSTICIA: lit. trabajadores de injusticia, que equivale a: los injustos, o los inicuos.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé:

13, 22-30 Cristo invita a todos a ser parte del reino de Dios. Por eso, la salvación ya no es un privilegio del Pueblo solo elegido. A pesar de la larga historia del pueblo judío con las Escrituras y los profetas, muchos gentiles que abrazaron con entusiasmo el mensaje de arrepentimiento entrarán en el reino por delante de algunos de ellos. Sin embargo, es importante tener en cuanta que los primeros en seguir a Cristo eran miembros del Pueblo elegido. Cat. 60 y 72.

12, 24 El camino hacia la salvación está abierto y la invitación es clara, pero seguir a Cristo exige la propia renuncia, una vida de oración profunda y un amor incondicional a todos. Cat. 872, 1034, 1344 y 2656.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección, llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia; ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes.

72 Dios eligió a Abraham y selló una alianza con él y su descendencia. De él formó a su pueblo, al que reveló su ley por medio de Moisés. Lo preparó por los profetas para acoger la salvación destinada a toda la humanidad.

1034 Jesús habla con frecuencia de la “gehenna” y del “fuego que nunca se apaga” reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. Jesús anuncia en términos graves que “enviará a sus ángeles […] que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo, y que pronunciará la condenación: “¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!” (Mt 25, 41).

1344 En este universo nuevo, la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. “Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21, 4).

. Cat. 60 y 72. Cat. 872, 1034, 1344 y 2656.

 

 

Concilio Vaticano II

La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo y en la que conseguimos la santidad por la gracia de Dios, solo llegará a su perfección en la gloria del cielo. Tendrá esto lugar cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo.

Cristo, elevado de la tierra, atrajo a sí a todos los hombres. Al resucitar de entre los muertos envió su Espíritu de vida a sus discípulos y por medio de Él constituyó a su Cuerpo, la Iglesia, como sacramento universal de salvación. Sentado a la derecha del Padre, actúa sin cesar en el mundo para llevar a los hombres a la Iglesia. Por medio de ella los une más íntimamente consigo y, alimentándolos con su propio cuerpo y sangre, les da parte en su vida gloriosa. Por tanto, la restauración prometida que esperamos ya comenzó en Cristo, progresa con el envío del Espíritu Santo y por Él continúa en la Iglesia, en la que por medio de la fe aprendemos también el sentido de nuestra vida temporal, al mismo tiempo que, con la esperanza de los bienes futuros, llevamos a cabo la tarea que el Padre nos ha confiado en el mundo y realizamos nuestra salvación.

Lumen gentium, 48.

 

Los Santos Padres.

El hombre quería saber si serían pocos los que se salvan, pero Cristo le explicó el camino por el cual se podría salvar el mismo.

S. Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Lucas, 99. III, pg. 318.

“Amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición”. ¿Qué debemos entender por anchura? Se refiere a esa tendencia sin freno hacia la lujuria carnal y hacia una vida vergonzosa, amante del placer.

S. Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Lucas, 99. III, pg. 318.

[Cristo] también tiene enemigos encubiertos. Todos los que viven en la maldad y en la impiedad son enemigos de Cristo, aunque se santigüen en su nombre y aunque se llamen cristianos.

S. Agustín. Sermón 308. III, pg. 319.

Muchos han creído en Cristo y han celebrado las santas fiestas en su honor. Han frecuentado las iglesias, también han escuchado la doctrina del Evangelio, pero no recuerdan absolutamente nada de las verdades que se encuentran en las Escrituras. Con dificultad practican la virtud, pues su corazón está vacío de frutos espirituales.

S. Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Lucas, 99. III, pg. 319.

Él mostró que los judíos estaban a punto de dejar de ser, en sentido espiritual, su familia, y que la multitud de los paganos tomarían su lugar.

S. Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Lucas, 99. III, pg. 319.

 

San Agustín.

¿Por qué sentimos alegría frente a las multitudes? Oídme vosotros, los pcoos. Séq ue sois muchos, pero obedecéis pocos. […] Practicad la hospitalidad; por ella alguien lle´go a Dios. Recibes al peregrino de quien también tú eres compañero de viaje, puesto que todos somos peregrinos. Pero cristiano es el que se reconoce peregrino en su propia casa y patria. Nuestra patria se halla arriba; allí no seremos huéspedes, mientras que aquí todos lo son, incluso en su casa.

Sermón 111. II, pg. 1176-1177.

 

San Juan de Ávila.

La primera tome a los pechos este negocio, y ponga en él aquel cuidado y diligencia que pornia en un negocio que mucho le fuese y, porque, según sentencia de nuestro Salvador, es la puerta angosta, y es menester porfiar para entrar en ella.

Reglas de espíritu. II, pg. 244.

El segundo remedio: Contendite intrare per angustum portam,… (cf. Lc 13, 24-25). - ¡Oh Rey de la gloria! ¿Y no conocéis los hombres? ¿No los criastes? ¿No los redimistes? ¿No os costaron trabajo sy la vida? – Sí, mas no los conozco porque pecaron.

Sermón domingo 19 de Pentecostés. III, pg. 297.

-¿Pues queréis que no trabaje ni entienda en mi mujer e hijos? – No te digo eso; peroo que dejes los gastos superfluos de la mujer e hijos, etc., y no andes ahogado en el demasiado cuidado de las cosas temporales; o sed tan fuertes, que ansí toméis los negocios temporales, que no olvidéis por eso lo que cumple a vuestra ánima. Y si no sois para uno y otro, que se pierda lo del cuerpo y no lo del ánima. Fuego del cielo venga sobre la hacienda si por entender en ella se ha de perder el ánima y cuerpo para siempre. – Recia palabra es esa. – Más recia será aquella: Ite, maledicti (cf. Mt 25, 41), y aquella: Nesciio vos. Et clausua est ianua (Lc 13, 25).

Sermón 19 después de Pentecostés. III, pg. 290.

Mas es de mirar que [Dios] no toma a nadie por hijo, para que él goce de este nombre como hombre que está apartado por sí, ni que su voz suene en las orejas de Dios como de persona propia que suena por sí, y vale por sí, y estriba en sí. Si un hijo adoptivo de Dios pidiere algo a Dios y no alegrara a Jesucristo sino que es Fula[no], hijo adoptivo de Dios, o que tiene su gracia prsente, y derecho para la herencia del cielo, este tal, si otra cosa no alegra, ni será oído, ni su nombre conocido; y resolutamente le responderán: “No os conozco (Lc 13, 25), ni acepto vuestra oración, ni acepto vuestras buenas obras, ni me parecéis bien, aunque seáis un San Pedro, ni un San Pablo, ni aunque seáis la Virgen María.

Sermón Jueves Santo. III, pg. 423.

“Hermoso te crié yo – dice Dios –, ¿cómo te has tornado a ensuciar”. Apartaos de mí – dice el Señor – todos los que obráis maldad (Sal 6, 9), porque no os conozco. Y aunque sean doncellas y tengan apariencia de buenas obras, si carecen de la gracia divina, que hace al alma hermosa delante de los ojos de Dios, sean quien fueren, tengan lo que tuvieren, quieran o no quieran, oír tienen esta terrible palabra de Dios: No os conozco, apartaos de mí (cf. Lc 13, 25).

Sermón Natividad de la Virgen. III, pg. 807.

 

San Oscar Romero. Homilía.

 Sepamos renunciar a todo aquello que es pecado y se opone al Reino de Dios. No hagamos consistir la felicidad y la salvación sólo en esta tierra, ni tampoco sólo en aquel cielo, sino en la combinación más sabia y maravillosa de cumplir bien la ley de Dios, en esta tierra para merecer el premio en aquel cielo. Y que sepamos, entonces, ser valientes cristianos, ya que la Iglesia, a través de estas características, es la que está manteniendo en alto y sembrando la esperanza, la alegría, en todo los corazones de los salvadoreños.

Homilía, 21 de agosto de 1977.

 

León XIV. Audiencia general. 13 de agosto de 2025. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 2. La traición. «¿Seré yo?» (Mc 14,19)

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos nuestro camino en la escuela del Evangelio, siguiendo los pasos de Jesús en los últimos días de su vida. Hoy nos detenemos en una escena íntima, dramática, pero también profundamente verdadera: el momento en el que durante la cena pascual Jesús revela que uno de los Doce está a punto de traicionarlo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo» (Mc 14,18).

Son palabras contundentes. Jesús no las pronuncia para condenar, sino para mostrar que el amor, cuando es verdadero, no puede prescindir de la verdad. La habitación del piso superior, donde poco antes se había preparado todo con atención, se llena de repente de un dolor silencioso, hecho de preguntas, de sospechas, de vulnerabilidad. Es un dolor que conocemos bien también nosotros, cuando en las relaciones más queridas se insinúa la sombra de la traición.

Sin embargo, el modo en el que Jesús habla de lo que está a punto de suceder es sorprendente. No levanta la voz, no señala con el dedo, no pronuncia el nombre de Judas. Habla de tal modo que cada uno pueda cuestionarse a sí mismo. Y es precisamente eso lo que sucede: «Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: ‘¿Seré yo?’» (Mc 14,19).

Queridos amigos, esta pregunta – “¿Seré yo?” – es quizá una de las preguntas más sinceras que podemos hacernos a nosotros mismos. No es la pregunta del inocente, sino la del discípulo que descubre su fragilidad. No es el grito del culpable, sino el susurro de quien, aunque queriendo amar, sabe que puede herir. Es en esta consciencia donde inicia el camino de la salvación.

Jesús no denuncia para humillar. Dice la verdad porque quiere salvar. Y para ser salvados hay que sentir: sentir que se está involucrado, sentir que se es amado a pesar de todo, sentir que el mal es real pero no tiene la última palabra. Solo quien ha conocido la verdad de un amor profundo puede aceptar también la herida de una traición.

La reacción de los discípulos no es rabia, sino tristeza. No se indignan, se entristecen. Es un dolor que nace de la posibilidad real de ser involucrados. Y precisamente esta tristeza, si se acoge con sinceridad, se convierte en un lugar de conversión. El Evangelio no nos enseña a negar el mal, sino a reconocerlo como una ocasión dolorosa para renacer.

Jesús, después, añade una frase que nos inquieta y nos hace pensar: «El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entregado!; ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!» (Mc 14,21). Son palabras duras, ciertamente, pero hay que entenderlas bien: no se trata de una maldición, es más bien un grito de dolor. En griego ese “ay de aquel” suena como un lamento, como un “ay”, una exclamación de compasión sincera y profunda.

Nosotros estamos acostumbrados a juzgar. Dios, en cambio, acepta sufrir. Cuando ve el mal, no se venga, sino que se entristece. Y aquel “más le valdría a ese hombre no haber nacido” no es una condena impuesta a priori, sino una verdad que cada uno de nosotros puede reconocer: si renegamos del amor que nos ha engendrado, si traicionando nos volvemos infieles a nosotros mismos, entonces realmente perdemos el sentido de nuestra venida al mundo y nos autoexcluimos de la salvación.

Sin embargo, precisamente allí, en el punto más oscuro, la luz no se apaga. Es más, comienza a brillar. Porque si reconocemos nuestro límite, si nos dejamos tocar por el dolor de Cristo, entonces podemos finalmente nacer de nuevo. La fe no nos evita la posibilidad del pecado, sino que nos ofrece siempre una vía para salir: la de la misericordia.

Jesús no se escandaliza frente a nuestra fragilidad. Sabe bien que ninguna amistad es inmune al riesgo de traición. Pero sigue fiándose. Sigue sentándose en la mesa con los suyos. No renuncia a partir el pan, incluso para quien lo traicionará. Esta es la fuerza silenciosa de Dios: no abandona nunca la mesa del amor, ni siquiera cuando sabe que lo dejarán solo.

Queridos hermanos y hermanas, también nosotros podemos preguntarnos hoy, con sinceridad: “¿Seré yo?”. No para sentirnos acusados, sino para abrir un espacio a la verdad en nuestro corazón. La salvación comienza aquí: en la conciencia de que podremos ser nosotros los que rompamos la confianza en Dios, pero que podemos ser también nosotros los que la recojamos, la custodiemos y la renovemos.

En el fondo, esta es la esperanza: saber que, aunque podamos fallar, Dios nunca nos falla. Aunque podamos traicionar, Él nunca deja de amarnos. Y si nos dejamos alcanzar por este amor – humilde, herido, pero siempre fiel – entonces podemos de verdad renacer. Y empezar a vivir ya no como traidores, sino como hijos siempre amados.

 

León XIV. Angelus. 17 de agosto de 2025.

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Hoy el Evangelio nos presenta un texto exigente (cf. Lc 12,49-53), en el que Jesús, con imágenes fuertes y gran sinceridad, dice a los discípulos que su misión, y también la de quienes lo siguen, no es toda “color de rosa”, sino que es “signo de contradicción” (cf. Lc 2,34).

Diciendo esto, el Señor anticipa lo que deberá afrontar cuando en Jerusalén sea agredido, arrestado, insultado, golpeado, crucificado; cuando su mensaje, aun hablando de amor y de justicia, sea rechazado; cuando los jefes del pueblo reaccionen con violencia a su predicación. Por otra parte, muchas de las comunidades a las que el evangelista Lucas se dirigía con sus escritos vivían la misma experiencia. Eran, como nos dicen los Hechos de los Apóstoles, comunidades pacíficas que, aun con sus límites, intentaban vivir de la mejor manera el mensaje de caridad del Maestro (cf. Hch 4,32-33). Y, sin embargo, sufrían persecuciones.

Todo esto nos recuerda que el bien no siempre encuentra una respuesta positiva en su entorno. Es más, en ocasiones, precisamente porque la belleza de ese bien molesta a quienes no lo acogen, aquel que lo pone en práctica termina encontrando duras oposiciones, hasta sufrir maltratos y abusos. Obrar en la verdad cuesta, porque en el mundo hay personas que eligen la mentira, y porque el diablo, aprovechándose de ello, a menudo busca obstaculizar el obrar de los buenos.

Pero Jesús, con su ayuda, nos invita a no rendirnos ni a equipararnos con esta mentalidad, sino a seguir obrando por nuestro bien y el de todos, incluso de quienes nos hacen sufrir. Nos invita a no responder a la prepotencia con la venganza, sino a permanecer fieles a la verdad en la caridad. Los mártires dan testimonio de ello derramando su sangre por la fe, pero también nosotros, en circunstancias y de modos diferentes, podemos imitarlos.

Pensemos, por ejemplo, en el precio que debe pagar un buen padre, si quiere educar bien a sus hijos, con sanos principios; antes o después deberá saber decir algún “no”, hacer alguna corrección, y esto le causará sufrimiento. Lo mismo vale para un maestro que desea formar correctamente a sus alumnos, para un profesional, un religioso, un político, que se propongan realizar su misión honestamente, y para quienes se esfuercen en ejercitar con coherencia, según las enseñanzas del Evangelio, sus propias responsabilidades.

A este respecto, san Ignacio de Antioquía, mientras viajaba hacia Roma, donde sufriría el martirio, escribía a los cristianos de esta ciudad: «No quisiera que procurarais agradar a los hombres, sino a Dios» (Carta a los Romanos, 2,1), y agregaba: «Es bueno para mí el morir por Jesucristo, más bien que reinar sobre los extremos más alejados de la tierra» (ibíd., 6,1).

Hermanos y hermanas, pidamos juntos a María, Reina de los mártires, que nos ayude a ser, en toda circunstancia, testigos fieles y valientes de su Hijo, y a sostener a los hermanos y hermanas que hoy sufren por la fe.

 

Francisco. Angelus. 25 de agosto de 2013.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy nos invita a reflexionar acerca del tema de la salvación. Jesús está subiendo desde Galilea hacia la ciudad de Jerusalén y en el camino —relata el evangelista Lucas— alguien se le acerca y le pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (13, 23). Jesús no responde directamente a la pregunta: no es importante saber cuántos se salvan, sino que es importante más bien saber cuál es el camino de la salvación. Y he aquí entonces que, a la pregunta, Jesús responde diciendo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán» (v. 24). ¿Qué quiere decir Jesús? ¿Cuál es la puerta por la que debemos entrar? Y, ¿por qué Jesús habla de una puerta estrecha?

La imagen de la puerta se repite varias veces en el Evangelio y se refiere a la de la casa, del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor, calor. Jesús nos dice que existe una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios, en el calor de la casa de Dios, de la comunión con Él. Esta puerta es Jesús mismo (cf. Jn 10, 9). Él es la puerta. Él es el paso hacia la salvación. Él conduce al Padre. Y la puerta, que es Jesús, nunca está cerrada, esta puerta nunca está cerrada, está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Porque, sabéis, Jesús no excluye a nadie. Tal vez alguno de vosotros podrá decirme: «Pero, Padre, seguramente yo estoy excluido, porque soy un gran pecador: he hecho cosas malas, he hecho muchas de estas cosas en la vida». ¡No, no estás excluido! Precisamente por esto eres el preferido, porque Jesús prefiere al pecador, siempre, para perdonarle, para amarle. Jesús te está esperando para abrazarte, para perdonarte. No tengas miedo: Él te espera. Anímate, ten valor para entrar por su puerta. Todos están invitados a cruzar esta puerta, a atravesar la puerta de la fe, a entrar en su vida, y a hacerle entrar en nuestra vida, para que Él la transforme, la renueve, le done alegría plena y duradera.

En la actualidad pasamos ante muchas puertas que invitan a entrar prometiendo una felicidad que luego nos damos cuenta de que dura sólo un instante, que se agota en sí misma y no tiene futuro. Pero yo os pregunto: nosotros, ¿por qué puerta queremos entrar? Y, ¿a quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida? Quisiera decir con fuerza: no tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de dejarle entrar cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras cerrazones, de nuestras indiferencias hacia los demás. Porque Jesús ilumina nuestra vida con una luz que no se apaga más. No es un fuego de artificio, no es un flash. No, es una luz serena que dura siempre y nos da paz. Así es la luz que encontramos si entramos por la puerta de Jesús.

Cierto, la puerta de Jesús es una puerta estrecha, no por ser una sala de tortura. No, no es por eso. Sino porque nos pide abrir nuestro corazón a Él, reconocernos pecadores, necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor, de tener la humildad de acoger su misericordia y dejarnos renovar por Él. Jesús en el Evangelio nos dice que ser cristianos no es tener una «etiqueta». Yo os pregunto: vosotros, ¿sois cristianos de etiqueta o de verdad? Y cada uno responda dentro de sí. No cristianos, nunca cristianos de etiqueta. Cristianos de verdad, de corazón. Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las obras de caridad, en la promoción de la justicia, en hacer el bien. Por la puerta estrecha que es Cristo debe pasar toda nuestra vida.

A la Virgen María, Puerta del Cielo, pidamos que nos ayude a cruzar la puerta de la fe, a dejar que su Hijo transforme nuestra existencia como transformó la suya para traer a todos la alegría del Evangelio.

 

Francisco. Regina Coeli. 21 de agosto de 2016.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La hodierna página evangélica nos sugiere meditar sobre el tema de la salvación. El evangelista Lucas narra que a Jesús, viajando a Jerusalén, durante el recorrido se le acerca uno que le formula esta pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (Lc 13, 23). Jesús no da una respuesta directa sino que traslada el debate a otro plano, con un lenguaje sugestivo, que al inicio tal vez los discípulos non comprenden: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán» (v. 24). Con la imagen de la puerta, Él quiere que sus interlocutores entiendan que no es cuestión de número —cuántos se salvarán—, no importa saber cuántos, sino que lo importante es que todos sepan cuál es el camino que conduce a la salvación.

Tal recorrido prevé que se atraviese una puerta. Pero, ¿dónde está la puerta? ¿Cómo es la puerta? ¿Quién es la puerta? Jesús mismo es la puerta. Lo dice Él en el Evangelio de Juan: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 9). Él nos conduce a la comunión con el Padre, donde encontramos amor, comprensión y protección. Pero, ¿por qué esta puerta es estrecha?, se puede preguntar. ¿Por qué dice que es estrecha? Es una puerta estrecha no porque sea opresiva; sino porque nos exige restringir y contener nuestro orgullo y nuestro miedo, para abrirnos con el corazón humilde y confiado a Él, reconociéndonos pecadores, necesitados de su perdón. Por eso es estrecha: para contener nuestro orgullo, que nos hincha. La puerta de la misericordia de Dios es estrecha pero ¡siempre abierta de par en par para todos! Dios no tiene preferencias, sino que acoge siempre a todos, sin distinción. Una puerta estrecha para restringir nuestro orgullo y nuestro miedo; una puerta abierta de par en par para que Dios nos reciba sin distinción. Y la salvación que Él nos ofrece es un flujo incesante de misericordia que derriba toda barrera y abre interesantes perspectivas de luz y de paz. La puerta estrecha pero siempre abierta: no os olvidéis de esto.

Jesús hoy nos ofrece, una vez más, una apremiante invitación a dirigirnos hacia Él, a pasar el umbral de la puerta de la vida plena, reconciliada y feliz. Él nos espera a cada uno de nosotros, cualquiera que sea el pecado que hayamos cometido, para abrazarnos, para ofrecernos su perdón. Solo Él puede transformar nuestro corazón, solo Él puede dar un sentido pleno a nuestra existencia, donándonos la verdadera alegría. Entrando por la puerta de Jesús, la puerta de la fe y del Evangelio, nosotros podremos salir de los comportamientos mundanos, de los malos hábitos, de los egoísmos y de la cerrazón. Cuando hay contacto con el amor y la misericordia de Dios, hay un auténtico cambio. Y nuestra vida es iluminada por la luz del Espíritu Santo: ¡una luz inextinguible!

Quisiera haceros una propuesta. Pensemos ahora, en silencio, por un momento, en las cosas que tenemos dentro de nosotros y que nos impiden atravesar la puerta: mi orgullo, mi soberbia, mis pecados. Y luego, pensemos en la otra puerta, aquella abierta de par en par por la misericordia de Dios que al otro lado nos espera para darnos su perdón.

El Señor nos ofrece tantas ocasiones para salvarnos y entrar a través de la puerta de la salvación. Esta puerta es una ocasión que no se debe desperdiciar: no debemos hacer discursos académicos sobre la salvación, como aquel que se había dirigido a Jesús, sino que debemos aprovechar las ocasiones de salvación. Porque llegará el momento en que «el dueño de casa se levantará y cerrará la puerta» (cf. Lc 13,25), como nos lo ha recordado el Evangelio. Pero si Dios es bueno y nos ama, ¿por qué llegará el momento en que cerrará la puerta? Porque nuestra vida no es un videojuego o una telenovela; nuestra vida es seria y el objetivo que hay que alcanzar es importante: la salvación eterna.

A la Virgen María, Puerta del Cielo, pidamos que nos ayude a aprovechar las ocasiones que el Señor nos ofrezca para pasar el umbral de la puerta de la fe y entrar así en un ancho camino: es el camino de la salvación capaz de acoger a todos aquellos que se dejan incluir por el amor. Es el amor que salva, el amor que ya en la tierra es fuente de bienaventuranza de cuantos, en la mansedumbre, en la paciencia y en la justicia, se olvidan de sí mismos y se entregan a los demás, especialmente a los más débiles.

 

Francisco. Regina Coeli. 25 de agosto de 2019.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Lucas 13, 22-30) nos presenta a Jesús, que pasa enseñando por ciudades y pueblos, en su camino hacia Jerusalén, donde sabe que debe morir en la cruz por la salvación de todos nosotros. En este contexto, se inserta la pregunta de un hombre que se dirige a él y le dice: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (v. 23). La cuestión se debatía en aquel momento —cuántos se salvan, cuántos no...— y había diferentes maneras de interpretar las Escrituras a este respecto, dependiendo de los textos que tomaran. Pero Jesús invierte la pregunta, que se centra más en la cantidad, es decir, «¿son pocos?» y en su lugar coloca la respuesta en el nivel de responsabilidad, invitándonos a usar bien el tiempo presente. En efecto, dice: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán» (v. 24). Con estas palabras, Jesús deja claro que no se trata de una cuestión de número, ¡no hay «un número cerrado» en el Paraíso! Sino que se trata de cruzar el paso correcto desde ahora, y este paso correcto es para todos, pero es estrecho. Este es el problema. Jesús no quiere engañarnos diciendo: «Sí, tranquilos, la cosa es fácil, hay una hermosa carretera y en el fondo una gran puerta». No nos dice esto: nos habla de la puerta estrecha. Nos dice las cosas como son: el paso es estrecho. ¿En qué sentido? En el sentido de que para salvarse uno debe amar a Dios y al prójimo, ¡y esto no es cómodo! Es una «puerta estrecha» porque es exigente, el amor es siempre exigente, requiere compromiso, más aún, «esfuerzo», es decir, voluntad firme y perseverante de vivir según el Evangelio.

San Pablo lo llama «el buen combate de la fe» (1 Timoteo 6, 12). Se necesita el esfuerzo de cada día, de todo el día para amar a Dios y al prójimo. Y, para explicarse mejor, Jesús cuenta una parábola. Hay un dueño de casa que representa al Señor. Su casa simboliza la vida eterna, es decir, la salvación. Y aquí vuelve la imagen de la puerta. Jesús dice: «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estáis fuera a llamar a la puerta, diciendo: “¡Señor, ábrenos!” Y os responderá: “No sé de dónde sois”». Estas personas tratarán de ser reconocidas, recordando al dueño de la casa: «Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas» (cf. v. 26). “Yo estaba allí cuando diste esa conferencia...”. Pero el Señor repetirá que no los conoce y los llama «agentes de iniquidad». ¡Este es el problema! El Señor no nos reconocerá por nuestros títulos —“Pero mira, Señor, que yo pertenecía a esa asociación, que era amigo de tal monseñor, tal cardenal, tal sacerdote...”. No, los títulos no cuentan, no cuentan. El Señor nos reconocerá sólo por una vida humilde, una vida buena, una vida de fe que se traduce en obras. Y para nosotros, los cristianos, esto significa que estamos llamados a establecer una verdadera comunión con Jesús, orando, yendo a la iglesia, acercándonos a los Sacramentos y nutriéndonos con su Palabra. Esto nos mantiene en la fe, alimenta nuestra esperanza, reaviva la caridad. Y así, con la gracia de Dios, podemos y debemos dedicar nuestra vida para el bien de nuestros hermanos y hermanas, luchando contra todas las formas de maldad e injusticia.

Que nos ayude en esto la Virgen María. Ella ha pasado por la puerta estrecha que es Jesús. Ella lo acogió con todo su corazón y lo siguió todos los días de su vida, incluso cuando ella no lo entendía, aun cuando una espada atravesaba su alma. Por eso la invocamos como la «Puerta del Cielo»: María, la Puerta del Cielo; una puerta que refleja exactamente la forma de Jesús: la puerta del corazón de Dios, un corazón exigente, pero abierto a todos nosotros.

 

Francisco. Regina Coeli. 21 de agosto de 2022.

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

En el pasaje del Evangelio de Lucas de la Liturgia de este domingo, un hombre le pregunta a Jesús: «¿Son pocos los que se salvan?» Y el Señor responde: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha» (Lc 13,24). La puerta estrecha es una imagen que podría asustarnos, como si la salvación fuera destinada solo a pocos elegidos o a los perfectos. Pero esto contradice lo que Jesús nos ha enseñado en muchas ocasiones; de hecho, poco más adelante, Él afirma: «Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios» (v. 29). Por lo tanto, esta puerta es estrecha, ¡pero está abierta a todos! No hay que olvidar esto: a todos. ¡La puerta está abierta a todos!

Para entenderlo mejor, hay que preguntarse qué es esta puerta estrecha. Jesús extrae la imagen de la vida de esa época y, probablemente, se refiere a que, cuando llegaba el atardecer, las puertas de la ciudad se cerraban y solo quedaba abierta una, más pequeña y más estrecha: para regresar a casa se podía pasar únicamente por ahí.

Pensemos, pues, en cuando Jesús dice: «Yo soy la puerta. Si uno entra por mí, estará a salvo» (Jn 10,9). Nos quiere decir que, para entrar en la vida de Dios, en la salvación, hay que pasar a través de Él, no de otro, de Él; acogerlo a Él y a su Palabra. Así como para entrar en la ciudad, había que “medirse” con la única puerta estrecha que permanecía abierta, del mismo modo, la vida del cristiano es una vida “a medida de Cristo”, fundada y moldeada en Él. Esto significa que la vara de medir es Jesús y su Evangelio: no lo que pensamos nosotros, sino lo que nos dice Él. Así que se trata de una puerta estrecha no por ser destinada a pocas personas, sino porque pertenecer a Jesús significa seguirle, comprometer la vida en el amor, en el servicio y en la entrega de uno mismo como hizo Él, que pasó por la puerta estrecha de la cruz. Entrar en el proyecto de vida que Dios nos propone implica limitar el espacio del egoísmo, reducir la arrogancia de la autosuficiencia, bajar las alturas de la soberbia y del orgullo, vencer la pereza para correr el riesgo del amor, incluso cuando supone la cruz.

Para ser concretos, pensemos en esos gestos cotidianos de amor que llevamos adelante con esfuerzo: pensemos en los padres que se dedican a los hijos haciendo sacrificios y renunciando al tiempo para sí mismos; en los que se ocupan de los demás y no solo de sus propios intereses, ¡cuánta gente es así, buena!; pensemos en quien se dedica al servicio de los ancianos, de los más pobres y de los más frágiles; pensemos en quien sigue trabajando con esfuerzo, soportando dificultades y tal vez incomprensiones; pensemos en quien sufre a causa de la fe, pero continúa rezando y amando; pensemos en los que, en lugar de seguir sus instintos, responden al mal con el bien, encuentran la fuerza para perdonar y el valor para volver a empezar. Solo son algunos ejemplos de personas que no eligen la puerta ancha de su conveniencia, sino la puerta estrecha de Jesús, de una vida entregada en el amor. Estas personas, dice hoy el Señor, serán reconocidas por el Padre mucho más de los que se creen ya salvados y, en realidad, son los «malhechores» (Lc 13,27).

Hermanos y hermanas, nosotros, ¿de qué lado queremos estar? ¿Preferimos el camino fácil de pensar exclusivamente en nosotros mismos o elegimos la puerta estrecha del Evangelio, que pone en crisis nuestros egoísmos, pero nos vuelve capaces de acoger la vida verdadera que viene de Dios y que nos hace felices? ¿De qué lado estamos? Que la Virgen, que siguió a Jesús hasta la cruz, nos ayude a medir nuestra vida basándonos en Él, para entrar en la vida llena y eterna.

 

Benedicto XVI. Angelus. 26 de agosto de 2007.  

Queridos hermanos y hermanas: 

También la liturgia de hoy nos propone unas palabras de Cristo iluminadoras y al mismo tiempo desconcertantes. Durante su última subida a Jerusalén, uno le pregunta:  "Señor, ¿serán pocos los que se salven?". Y Jesús le responde:  "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán" (Lc 13, 23-24). ¿Qué significa esta "puerta estrecha"? ¿Por qué muchos no logran entrar por ella? ¿Acaso se trata de un paso reservado sólo a algunos elegidos?

Si se observa bien, este modo de razonar de los interlocutores de Jesús es siempre actual:  nos acecha continuamente la tentación de interpretar la práctica religiosa como fuente de privilegios o seguridades. En realidad, el mensaje de Cristo va precisamente en la dirección opuesta:  todos pueden entrar en la vida, pero para todos la puerta es "estrecha". No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es "estrecho" porque es exigente, requiere esfuerzo, abnegación, mortificación del propio egoísmo.

Una vez más, como en los domingos pasados, el evangelio nos invita a considerar el futuro que nos espera y al que nos debemos preparar durante nuestra peregrinación en la tierra. La salvación, que Jesús realizó con su muerte y resurrección, es universal. Él es el único Redentor, e invita a todos al banquete de la vida inmortal. Pero con una sola condición, igual para todos:  la de esforzarse por seguirlo e imitarlo, tomando sobre sí, como hizo él, la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los hermanos. Así pues, esta condición para entrar en la vida celestial es única y universal.

En el último día —recuerda también Jesús en el evangelio— no seremos juzgados según presuntos privilegios, sino según nuestras obras. Los "obradores de iniquidad" serán excluidos y, en cambio, serán acogidos todos los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, a costa de sacrificios. Por tanto, no bastará declararse "amigos" de Cristo, jactándose de falsos méritos:  "Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas" (Lc 13, 26). La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir:  se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con la mansedumbre y la misericordia, con el amor por la justicia y la verdad, con el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación. Podríamos decir que este es el "carné de identidad" que nos distingue como sus "amigos" auténticos; es el "pasaporte" que nos permitirá entrar en la vida eterna.

Queridos hermanos y hermanas, si también nosotros queremos pasar por la puerta estrecha, debemos esforzarnos por ser pequeños, es decir, humildes de corazón como Jesús, como María, Madre suya y nuestra. Ella fue la primera que, siguiendo a su Hijo, recorrió el camino de la cruz y fue elevada a la gloria del cielo, como recordamos hace algunos días. El pueblo cristiano la invoca como Ianua caeli, Puerta del cielo. Pidámosle que, en nuestras opciones diarias, nos guíe por el camino que conduce a la "puerta del cielo".

 

Benedicto XVI. Angelus. 22 de agosto de 2010.

Queridos hermanos y hermanas:

Ocho días después de la solemnidad de su Asunción al cielo, la liturgia nos invita a venerar a la santísima Virgen María con el título de «Reina». Contemplamos a la Madre de Cristo coronada por su Hijo, es decir, asociada a su realeza universal, tal como la representan muchos mosaicos y cuadros. También esta memoria cae este año en domingo, cobrando una luz mayor gracias a la Palabra de Dios y a la celebración de la Pascua semanal. En particular, el icono de la Virgen María Reina encuentra una confirmación significativa en el Evangelio de hoy, donde Jesús afirma: «Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos» (Lc 13, 30). Se trata de una típica expresión de Cristo, referida varias veces por los Evangelistas, con fórmulas parecidas, pues evidentemente refleja un tema muy arraigado en su predicación profética. La Virgen es el ejemplo perfecto de esta verdad evangélica, es decir, que Dios humilla a los soberbios y poderosos de este mundo y enaltece a los humildes (cf. Lc 1, 52).

La pequeña y sencilla muchacha de Nazaret se ha convertido en la Reina del mundo. Esta es una de las maravillas que revelan el corazón de Dios. Naturalmente la realeza de María depende totalmente de la de Cristo: él es el Señor, a quien, después de la humillación de la muerte en la cruz, el Padre ha exaltado por encima de toda criatura en los cielos, en la tierra y en los abismos (cf. Flp 2, 9-11). Por un designio de la gracia, la Madre Inmaculada ha sido plenamente asociada al misterio del Hijo: a su encarnación; a su vida terrena, primero oculta en Nazaret y después manifestada en el ministerio mesiánico; a su pasión y muerte; y por último a la gloria de la resurrección y ascensión al cielo. La Madre compartió con el Hijo no sólo los aspectos humanos de este misterio, sino también, por obra del Espíritu Santo en ella, la intención profunda, la voluntad divina, de manera que toda su existencia, pobre y humilde, fue elevada, transformada, glorificada, pasando a través de la «puerta estrecha» que es Jesús mismo (cf. Lc 13, 24). Sí, María es la primera que pasó por el «camino» abierto por Cristo para entrar en el reino de Dios, un camino accesible a los humildes, a quienes se fían de la Palabra de Dios y se comprometen a ponerla en práctica.

En la historia de las ciudades y de los pueblos evangelizados por el mensaje cristiano son innumerables los testimonios de veneración pública, en algunos casos incluso institucional, de la realeza de la Virgen María. Pero hoy queremos sobre todo renovar, como hijos de la Iglesia, nuestra devoción a Aquella que Jesús nos ha dejado como Madre y Reina. Encomendamos a su intercesión la oración diaria por la paz, especialmente allí donde más golpea la absurda lógica de la violencia, para que todos los hombres se persuadan de que en este mundo debemos ayudarnos unos a otros como hermanos para construir la civilización del amor. Maria, Regina pacis, ora pro nobis!


DOMINGO 22 T.O.

 Monición de entrada.-

A Jesús le gusta que vengamos a misa.

Y también que nos queramos mucho.

Por eso nos ayuda en misa a conseguirlo.

 

Señor ten piedad.-

Tú que eres el servidor.  Señor, ten piedad.

Tú que moriste en la cruz. Cristo ten piedad.

Tú que volviste a la vida. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Para que el Papa León nos ayude a ser como Jesús quiere. Te lo pedimos, Señor.

Para que la Iglesia sea pobre y servidora. Te lo pedimos, Señor.

Para que los que mandan lo hagan como servidores. Te lo pedimos, Señor.

Para que seamos todos iguales en derechos. Te lo pedimos, Señor.

Para que nos queramos. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias.-

Virgen María tu fuiste pobre y tu vida fue servir a los demás, especialmente a Jesús cuando era niño.

 

 

No hay comentarios: