Lectura de la profecía de Ezequiel 47,1-2.8-9.12.
En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo
del Señor. De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este – el
templo miraba al este –. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur
del altar. Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera
hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho.
Me dijo:
-Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la
estepa y desembocan en el mar de la Sal. Cuando hayan entrado en él, sus aguas
serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la
corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas
hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida donde llegue el
torrente. En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales;
no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada
mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será
comestible y sus hojas medicinales.
Textos
paralelos.
Ap 22, 1 s: Me mostró un río de agua viva,
brillante como cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio
de la plaza y en los márgenes del río crece el árbol de la vida, que da fruto
doce veces: cada mes una cosecha, y sus hojas son medicinales para las
naciones.
Jn 4, 10: Jesús le contestó: Si conocieras el
don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y te dará agua
viva.
Jl 4, 18: Aquel día los montes manará licor,
los collados se desharán en leche, las cañadas de Judá irán llenas de agua;
brotará un manantial en el templo del Señor que engrosará el Torrente de las
Acacias.
Za 13, 1: Aquel día se alumbrará un manantial
contra los pecados e impurezas para la dinastía de David y los vecinos de
Jerusalén.
Za 14, 8: Aquel día brotará un manantial en
Jerusalén: la mitad fluirá hacia el mar oriental, la otra mitad hacia el mar
occidental; lo mismo en verano que en invierno.
Sal 46, 5: Un río con sus acequias alegra la
ciudad de Dios: santuario de la morada del Altísimo.
La fachada del templo miraba hacia oriente. El
agua bajaba.
Jn 19, 34: Pero el soldado le abrió el costado
de una lanzada. Al punto brotó sangre y agua.
Esta agua sale hacia la región oriental.
Za 14, 8: Aquel día brotará un manantial en
Jerusalén: la mitad fluirá hacia el mar oriental, la otra mitad hacia el mar
occidental; lo mismo en verano que en invierno.
Por donde quiera que pase el torrente todo ser
viviente que en él se mueva vivirá.
Ex 15, 25: Él clamó al Señor, y el Señor le
indicó una planta; Moisés la echo en el agua, que se convirtió en agua dulce.
Allí les dio leyes y mandatos y los puso a prueba.
A ambas márgenes del torrente crecerán toda
clase de árboles frutales.
Sal 1, 3: Será como un árbol plantado junto a acequias,
que da fruto en su sazón y su follaje no se marcita. Cuanto hace prospera.
Jr 17, 8: Será un árbol plantado junto al
agua, arraigado junto a la corriente; cuando llegue el bochorno, no temerá, su
follaje seguirá verde, en año de sequía no se asusta, no deja de dar fruto.
Is 44, 4: Crecerán como hierba junto a la
fuente, como sauces junto a las acequias.
No se agotarán.
Ez 19, 10-11: Tu madre es como vid sarmentosa
plantada al pie del agua: produjo fronda y fruto por la abundancia de agua.
Echó vástagos robustos para cetros reales, se elevó su estatura hasta tocar las
nubes; destacaba por su altura; por su abundancia de sarmientos.
Sus frutos servirán de alimento.
Ap 22, 2: En medio de la plaza y en los
márgenes del río crece el árbol de la ida, que da fruto doce veces: cada mes
una cosecha, y sus hojas son medicinales para las naciones.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
47 Los vv. 1-12 deben
ser relacionados con 43 1s: este río maravilloso manifiesta la bendición que
trae al país la morada renovada de Dios en medio de su pueblo. La imagen será
recogida por Ap 22, 1-2.
47 8
La
Arabá designa aquí el valle inferior del Jordán. El mar es el mar Muerto, cuyas
aguas van a ser purificadas. – “en el agua hedionda” versiones; “hacia el mar
rechazadas” hebreo.
47 9
“el
torrente” versiones; “los dos torrentes”, hebreo.
Salmo
responsorial
Sal 46 (45), 2-3.5-6.8-9 (R:/ 5).
Un
río y sus canales alegran la ciudad de Dios,
el
Altísimo consagra su morada. R/.
Dios
es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso
defensor en el peligro.
Por
eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y
los montes se desplomen en el mar. R/.
Un
río y sus canales alegran la ciudad,
el
Altísimo consagra su morada.
Teniendo
a Dios en medio, no vacila;
Dios
la socorre al despuntar la aurora. R/.
El
Señor del universo está con nosotros,
nuestro
alcázar es el Dios de Jacob.
Venid
a ver las obras del Señor,
las
maravillas que hace en la tierra. R/.
Textos
paralelos.
Is 33, 20-21:
Contempla a Sión, ciudad de nuestras fiestas, tus ojos verán a Jerusalén,
morada tranquila, tienda permanente, cuyas estacas no se arrancarán, cuyas
cuerdas no se soltarán. Que allí el Señor es nuestro capitán, en un lugar de
ríos y canales anchísimos, que no surcan barcas de remo ni la nave capitana los
cruza.
Sal 66, 12: Hiciste
nuestro cuello montura de hombres. Pasamos por fuego y agua, y nos sacaste a la
abundancia.
Por
eso no tememos si se altera la tierra.
Is 24, 18-19: El
que escape del grito de pánico caerá en la zanja, el que salga del fondo de la zanja
quedará atrapado en el cepo. Se abren las compuertas del cielo y retiemblan los
cimientos de la tierra. se tambalea y se bambolea la tierra, tiembla y
retiembla la tierra, se mueve y remueve la tierra., vacila y oscila la tierra
como un borracho, cabecea como una choza; tanto le pesa su pecado, que se desploma
y no se alza más.
Is 54, 10: Aunque
se retiren los montes y vacilen las colinas, no te retiraré mi lealtad ni mi
alianza de paz vacilará – dice el Señor, que te quiere –.
Jb 9, 5-6: El
desplaza las montañas de improviso y las vuelca con su cólera; estremece la
tierra en sus cimientos y sus columnas retiemblan.
Sus
brazos recrean la ciudad de Dios.
Sal 36, 9: Se
nutren de la enjundia de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias.
Gn 2, 10: En Edén
nacía un río que regaba el parque y después se dividía en cuatro brazos.
Nuestro
baluarte el Dios de Jacob.
Is 7, 14: Pues el Señor
por su cuenta os dará una señal: Mirad: la joven está encinta y dará a luz un
hijo, y le pondrá por nombre Emanuel.
Is 8, 10: Haced
planes, que fracasarán; pronunciad amenazas, que no se cumplirán, porque
tenemos a Emanuel.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
Sal 46 Cántico de Sión. La presencia
divina en el Templo protege la ciudad santa, y aguas simbólicas la purifican y
fecundan, convirtiéndolos en un nuevo Edén.
45 5 “santifican” griego; “la (más)
santa (de las moradas) hebreo.
45 6 La hora de los favores divinos,
Sal 17, 15. – Probable alusión a la retirada de las tropas de Senaquerib.
Segunda
lectura.
Lectura de la primera carta del apóstol
san Pablo a los Corintios 3, 9c-11.16-17.
Hermanos:
Sois edificio de Dios. Conforme a la gracia que Dios me ha dado,
yo, como hábil arquitecto, puse el cimiento, mientras que otro levanta el
edificio. Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento
fuera del ya puesto, que es Jesucristo. ¿No sabéis que sois templo de Dios y
que el Espíritu de Dios habita en vosotros¿ Si alguno destruye el templo de
Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo
sois vosotros.
Textos
paralelos.
Vosotros, el campo de Dios que Dios cultiva,
el edificio que Dios construye.
Ef 2, 20-22: Edificados sobre
el cimiento de los Apóstoles, con Cristo Jesús como piedra angular. Por él todo
el edificio bien trabado crece hasta ser templo consagrado al Señor, por él
vosotros estáis con los otros en la construcción para ser morada espiritual de
Dios.
1 P 2 5: También vosotros, como
piedras vivas, entráis en la construcción de un templo espiritual y formáis un sacerdocio
santo, que ofrece sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de
Jesucristo.
Cada cual mire lo que
construye.
Is 28, 16: El Señor dice así:
Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimiento:
quien se apoya no vacila.
1 P 2, 4: Él es la piedra viva,
desechada por los hombres, escogida y estimada por Dios.
Hch 4, 11-12: El es la piedra desechada
por vosotros, los arquitectos, que se han convertido en piedra angular. Ningún
otro puede proporcionar la salvación; no hay otro nombre bajo el cielo concedido
a los hombres que pueda salvarnos.
1 Co 6, 19: ¿No sabéis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que recibís de Dios y reside en
vosotros? De modo que no os pertenecéis.
Ef 2, 20-22: Edificados sobre
el cimiento de los Apóstoles, como Cristo Jesús como piedra angular. Por él
todo el edificio bien trabado crece hasta ser templo consagrado al Señor, por
él vosotros entráis con los otros en la construcción para ser morada espiritual
de Dios.
2 Co 6, 16: ¿Es compatible el
templo de Dios con los ídolos? Pues nosotros somos templo de Dios. Como dijo
él: Habitaré entre ellos y me trasladaré con ellos. Seré su Dios y ellos serán
mi pueblo.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
3 9 O: “compañeros de trabajo de
Dios”. Sin embargo, la naturaleza de la participación de Dios y del hombre en
esta obra común queda precisada sin equívocos en los vv. 6-7. Pablo toma del AT
la doble metáfora de la plantación y de la construcción. Especialmente en
Jeremías (ver 1, 10), la misión del profeta es expresada por dos binas en
oposición, extirpar-plantar/destruir-reconstruir. Por lo que a él concierne,
Pablo, rechaza toda misión de destrucción o de ruina. Pero, del mismo modo que
en Jeremías la obra de plantar y construir era, al mismo tiempo, obra de Dios y
del profeta, la fundación del nuevo pueblo de Dios es obra del propio Dios y de
los apóstoles llamados a participar en ella. Siguiendo la tradición de los
Padres, la Ortodoxia entiende esta colaboración como una acción común
divino-humana: la sinergia.
3 16 La comunidad cristiana, cuerpo
de Cristo, es el verdadero Templo de la nueva Alianza. El Espíritu que mora en
ella consumía lo que el Templo prefiguraba, lugar o estancia de la gloria de
Dios.
3 17 Pablo distingue tres categorías
de predicadores, los que construyen con solidez, los que construyen con
materiales que no resisten la prueba y los que en vez de construir destruyen y,
como tales, serán castigados.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según Juan 2, 13-22.
Se acercaba la
Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo
un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los
cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían
palomas les dijo:
-Quitad esto de
aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se
acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces
intervinieron los judíos y le preguntaron:
-¿Qué signos nos
muestras para obrar así?
Jesús contestó:
-Destruid este
templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos le
replicaron:
-Cuarenta y seis
años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero él hablaba del
templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se
acordaron de lo que había dicho, y creyeron la Escritura y la palabra que había
dicho Jesús.
Textos paralelos.
|
Mt 21, 12-13 |
Mc 11, 11.15-17 |
Lc 19, 45-46 |
Jn 2, 13-17 |
|
Entró
Jesús en el templo y
echó fuera a los que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los
cambistas y las sillas de los que vendían palomas. Les dijo: -Está
escrito que mi casa será casa de oración, mientras que vosotros la habéis
convertido en guarida de bandidos. |
Entró
en Jerusalén y se dirigió al templo. Después
de inspeccionarlo todo, como era tarde, volvió con los doce a Betania. Llegaron
a Jerusalén y, entrando en el templo, se puso a echar a los que vendían y
compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los
que vendían palomas, y no dejaba a nadie transportar objetos por el templo. Y
les explicó: -Está
escrito: mi casa será casa de oración, mientras que vosotros la habéis
convertido en guarida de bandidos. |
Después
entró en el templo y se
puso a echar a los mercadores diciéndoles: -Está
escrito que mi casa es casa de oración y vosotros la habéis convertido en
guarida de bandidos. |
Como
se acercaba la Pascua judía, Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el recinto
del templo a
los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Se
hizo un látigo de cuerdas y expulsó del templo ovejas y bueyes; espació las
monedas de los cambistas y volcó las mesas; a los que vendía palomas les
dijo: -Quitad
eso de aquí y no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado. Los
discípulos se acordaron de aquel texto: el celo por tu casa me devora. |
Se acercaba la Pascua.
Ne 13, 7: Volví a Jerusalén y advertí la maldad que había cometido
Eliasib acondicionándole a Tobías una habitación en los atrios del templo.
Cambistas en sus puestos.
Ml 3, 1-4: Mirad, yo envío un mensajero a prepararme el camino. De
pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis; el mensajero de la alianza
que deseáis, miradlo entrar – dice el Señor de los ejércitos - ¿Quién resistirá
cuando él llegue?, ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será fuego de
fundidor, lejía de lavandero: se sentará como fundidor a refinar la plata,
refinará y purificará como plata y oro a los levitas, y ellos ofrecerán al
Señor ofrendas legítimas. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y
Jerusalén, como en tiempos pasados, como en años remotos.
Za 14, 21: Todos los calderos de Jerusalén y Judá estarán consagrados
al Señor. Los que vengan a ofrecer sacrificios los usarán para guisar en ellos.
Y ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos aquel día.
El celo por tu casa me devorará.
Sal 69, 10: Porque me devora el celo por tu templo y las afrentas con
que te afrentan caen sobre mí.
¿Qué signo puedes darnos?
Jn 6, 30: Le dijeron: “¿Qué señal haces para que veamos y creamos?, ¿en
qué trabajas?”.
Destruid este santuario.
Mt 26, 61: Y, aunque se presentaron muchos testigos falsos, no lo
encontraron. Finalmente se presentaron dos alegando: “Este ha dicho: Puedo
derribar el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”.
Cuarenta y seis años se ha tardado.
Mt 12, 6: Pues os digo que aquí hay alguien mayor que el templo.
Mt 12, 38-40: Entonces algunos letrados y fariseos le dijeron:
“Maestro, queremos verte hacer algún prodigio”. Él les contestó: “Una
generación malvada y adúltera reclama un prodigio, y no se le concederá otro
prodigio que el del profeta Jonás: Como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo
tres días y tres noches, así estará este Hombre en las entrañas de la tierra
tres días y tres noches”.
Pero él hablaba del santuario de su cuerpo.
Jn 1, 14: La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros.
Contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre, lleno de lealtad y
fidelidad.
Creyeron en la Escritura.
Jn 5, 39: Estudiáis la Escritura pensando que encierra vida eterna:
pues ella da testimonio de mí.
Jn 14, 26: El Valedor, el Espíritu Santo que enviará el Pare en mi
nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os dije.
Notas exegéticas Biblia de
Jerusalén.
2 14 Se trata de animales destinados a los sacrificios y de monedas
autorizadas para las ofrendas, señales de una economía ya caduca.
2 17 Los discípulos explican el significado del acontecimiento recordando el
Sal 69, 10 (LXX). La Iglesia primitiva captó el carácter mesiánico de este
gesto y percibió aquí un anuncio de la Pasión (el uso del futuro y el contexto
general del evangelio lo sugieren con bastante claridad).
2 18 En opinión de los judíos, la autoridad que Jesús se arroja en los asuntos
del templo debería ser autentificada mediante un hecho prodigioso.
2 19 En el evangelio de Juan, Cristo suele emplear palabras que, además de su
sentido natural (el único comprendido por sus interlocutores), puede incluir
otro sentido, sobrenatural o figurado; ver 2, 21 (templo); 3,3 (nuevo
nacimiento); 4, 15 (agua viva); 4 32 (alimento); 6, 24 (pan vivo); 7, 35
(irse); 8, 33 (esclavitud); 11, 11 (despertar); 12, 34 (levantar); 13, 9
(lavar); 13, 36s (irse); 14, 22 (manifestarse). De ahí un malentendido que da
ocasión a Cristo para desarrollar su enseñanza.
2 20 La reconstrucción del Templo se había emprendido el año 19 antes de
nuestra era. Esto sitúa la escena en la Pascua del año 28.
2 21 La humanidad de Cristo es el lugar de la presencia y de la manifestación
de Dios en medio de los hombres: Jesús es, pues, el verdadero templo, y en
adelante el culto estará vinculado a su persona.
2 22 En función de la resurrección de Jesús y del don del Espíritu, los
discípulos comprenden plenamente los acontecimientos y las palabras de la vida
terrena de Jesús.
Notas
exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.
13-22 La colocación de este relato en
este momento del ministerio público, responde más al significado del hecho y de
las palabras de Jesús que a la exactitud cronológica, que en este caso parece
más respetada por los tres evangelios sinópticos.
15 UN AZOTE: un zurriago: el vocablo
griego phragéllion es un latinismo (flagelum).
16 ¡BASTA YA DE CONVERTIR…!: es el
matiz del imperativo griego de presente: “no sigáis convirtiendo”, dejad de
convertir. // PLAZA DE MERCADO (o mercado, sin más): el texto griego
traduce un semitismo arcaico casa de préstamos, casa de banca), que me
corresponde, en total oposición, con la CASA DE MI PADRE.
17 ME DEVORARÁ: otra traducción
posible: me va a destruir, o me va a perder. De hecho, Jesús arriesgó su
vida con este gesto.
18 La pregunta de Mc 11, 28 (“¿con
qué autoridad haces esto?”), en Jn es literal: “¿qué prueba muestras
nosotros porque esto haces?”.
19 Hay un juego con el doble
significado del verbo griego: levantar o despertar (“resucitar”).
Tal vez la creencia judía en que la corrupción de un cadáver empezaba el cuarto
día después de la muerte explica, un poco, la insistencia de la primera
tradición cristiana en la resurrección al tercer día: realmente murió,
pero no permaneció bajo el dominio de la muerte (Hch 2, 31). Implícitamente,
las palabras de Jesús dicen más: si la resurrección de un cadáver requiere la
intervención divina, al declararse Jesús autor de su propia existencia (cf.
también 10, 17s) está afirmando su divinidad.
20 Comenzado en el año 20 o 19 a.C.,
durante el reinado de Herodes el Grande, el templo estaba aún en construcción;
se terminó propiamente en el año 66 d.C.; cuatro años más tarde fue destruido
por los romanos.
21 La humanidad de Jesús es el
verdadero templo de los cristianos: en él “habita corporalmente toda la
plenitud de la esencia divina” (Col 2, 9); a su imagen, en medida muy inferior,
también el cristiano es “templo de Dios”.
22 Despertó: lit. fue despertado (se
entiende: por Dios; voz pasiva “teológica”). Los textos del NT atribuyen
la resurrección de Jesús indistintamente a Jesús, al Padre, al Espíritu Santo.
// HABÍA DICHO AQUELLO: lit. esto decía. // LA ESCRITURA: el artículo
puede indicar un pasaje concreto: “aquel texto de la Escritura”: ¿el
citado en el v. 17?
Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.
2, 13-23 Juan deja claro que lo que Cristo dice sobre volver a construir el Templo
es una referencia a su propio cuerpo. Sin embargo, estas palabras se usarán
contra Cristo cuando fue arrestado y desafiado. El Templo de Jerusalén sería
destruido por los romanos en el 70 d.C., pero el mismo Cristo es el nuevo y
eterno templo de Dios. La afirmación que hace aquí predice su muerte y
resurrección, a pesar de que los discípulos no llegarían a comprender esto
verdaderamente hasta después de la resurrección. Cat. 575, 583, 586, 994.
2, 13 Juan sitúa la purificación del Templo al comienzo del ministerio de
Jesús. Cristo echó a los mercaderes del Templo por amor a la casa de su Padre,
que en teoría es un lugar de oración. Cat 584.
2, 18 En Juan, este término debería tomarse por el significado de “autoridades
judías” más que por la totalidad de la población judía. Incluso en eso, entre
las autoridades judías (escribas, fariseos, sanedrín, etc.) había muchos que
simpatizaban con Cristo e incluso le apoyaban. Cat. 575.
Catecismo de la Iglesia Católica
575 Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un signo
de contradicción para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquellas a las
que el Evangelio de san Juan denomina con frecuencia los judíos, más incluso
que a la generalidad del pueblo de Dios.
583 Como los profetas anteriores a Él, Jesús profesó el más profundo respeto
al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días
después de su nacimiento. A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo
para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre. Durante su
vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua; su
ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con
motivo de las grandes fiestas judías.
584 Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con
Dios. El Templo era para Él la casa de su Padre, una casa de oración, y se
indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado. Si expulsa a
los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: “No hagáis
de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que
estaba escrito: “El celo por tu Casa me devorará” (Sal 69, 10; Jn 2, 16-17).
Después de su Resurrección los Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia
el Templo.
585 Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese
espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra. Hay aquí un
anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia
Pascua. Pero esta profecía pudo ser deformada por falsos testigos en su
interrogatorio en casa del sumo sacerdote y serle reprochada como injuriosa
cuando estaba clavado en la cruz.
586 Lejos de haber sido hostil al Templo, donde expuso lo esencial de su
enseñanza, Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro, a
quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia. Aún más, se
identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre
los hombres. Por eso su muerte corporal anuncia la destrucción del Templo que
señalará la entrada en una nueva edad histórica de la salvación: “Llega la hora
en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn 4, 21).
Concilio Vaticano II
La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del
mundo y de los consuelos de Dios” (S. Agustín. La Ciudad de Dios),
anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se
siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con
paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como
exteriores, y revelar en el mundo fielmente el misterio de Cristo, aunque bajo
sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena
luz.
Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 8.
Comentarios de los Santos Padres.
¿Quiénes son, pues, los que venden bueyes? Es para que en la figura
busquemos la inteligencia del misterio del hecho. ¿Quiénes son los que venden
ovejas y palomas? Son los mismos que buscan en la Iglesia sus intereses, no los
intereses de Jesucristo. Todo lo venden quienes no quieren ser rescatados; no
quieren ser rescatados, lo que quieren es vender. ¿Qué cosa, sin embargo, mejor
para ellos que ser redimidos con la sangre de Cristo para llegar a la paz de
Cristo? Porque ¿qué aprovecha en este mundo adquirir bienes temporales y
transitorios, como es el dinero, o el placer del vientre o del gusto, o el humo
de las alabanzas humanas? ¿Es todo más que humo y viento? ¿No pasa y se va todo
en veloz carrera? Y ¡ay de aquellos que se adhieren a lo que así pasa, porque
pasan junto con ello! Quienes procuran cosas tales, hermanos míos, venden. Y
por eso aquel Simón quería comprar al Espíritu Santo (Hch 8, 9-24), porque
quería venderlo. Creía que los apóstoles eran como los mercaderes que echó el
Señor del templo a latigazos. Él, sí, era como esos: quería comprar lo que
podía vender. ¿Por qué hablan así, y a qué precio lo venden? El precio son sus
honores y dignidades. Reciben como precio de la venta cátedras temporales. Así
son como venderos de palomas. Que se pongan en guardia contra el látigo hecho
de cuerdas. La paloma no se puede vender. Se da gratuitamente. Su nombre es
gracia.
Agustín. Tratados sobre el Ev. de Juan, 10, 6. Tomo 4a. Pg. 169
Heracleón dice que el látigo simboliza el poder y la acción del Espíritu
Santo. El látigo fue atado a un mango de madera como figura de la cruz, y sigue
afirmando que con esta madera son destruidos y hechos desaparecer los
mercaderes deshonestos y todo cuanto es malo.
Orígenes. Comentario al Ev. de Juan, 10, 212-214. Tomo 4a. Pg.
170.
Dios no quiere que nada extraño a su voluntad se mezcle en el alma de los
hombres en general y, en particular, de quienes intentan acoger la realidad
divina.
Orígenes. Comentario al Ev. de Juan, 10, 221. Tomo 4a. Pg. 170.
¿Quién se consume por el celo de la casa de Dios? Aquel que pone su
empeño en que se corrija todo lo censurable que en ella observa, desea que
desaparezca y no descansa, y, si no lo logra, lo soporta y gime… ¡Que a cada
uno de los cristianos le consuma el celo de la casa de Dios, de la que son
miembros! Sí, pues, tus afanes son que no haya desorden alguno en tu casa,
¿tolerarás tú, en cuanto esté de tu parte, los desórdenes que tal vez
presencies en la casa de Dios, donde se ofrece la salud y el descanso sin fin?
¿Es tu amigo? Amonéstalo con dulzura. ¿Es tu esposa o esposo? Amonéstalos
también. Haz lo que puedas, según la conducta de tu persona.
Agustín. Tratados sobre el Ev. de Juan, 10, 9. Tomo 4a. Pg. 171.
El expulsó del templo sin contemplaciones a los impíos, porque este
templo era figura del templo de su cuerpo, en el que no podía haber mancha
alguna de pecado.
Beda. Homilía sobre los Evangelios, 2, 1. Tomo 4a. Pg. 173.
San Agustín.
El siervo de Dios es el pueblo de Dios, es la
Iglesia de Dios. Los que quieren la paz de la Iglesia de Dios, alaben al Señor,
no al siervo, ni cesen nunca de decir: Sea glorificado el Señor. Estos[1],
en cambio, se sirven de las mismas Escrituras para engañar a los pueblos con el
fin de recibir de ellos honores y alabanzas, no su conversión a la verdad.
Comentarios sobre el evangelio de San Juan, 10, 4-8. Pg. 311.
San Juan de Ávila.
El mundo amó su razón.
Entró Jesucristo y puso desprecio y pobreza. Y floreció y alumbró aquel
relámpago en aquel tiempo, y hubo tanta pobreza en muchos, tanto menosprecio,
tanto amor de Jesucristo. Paraos a mirar la obra de este día. ¿Qué es el
desprecio del mundo, de la propia honra y razón? Paraos a mirar las costumbres
nuestras, tan malas y aun peores que las de los judíos. Más honra tenemos los
cristianos que romanos, más razones que griegos. ¿Qué es la pobreza de
Jesucristo? ¿Qué es la de la humildad y bajeza? ¿Qué es del desprecio y
desarrimo y poca fiuza que en nosotros hay y en nuestra razón y discreción
tenemos?
El judío amaba dineros y
no hora. Veréis agora en un miso pecho de un cristiano espíritu de judaísmo y
gentilidad; y si queréis tres males, también los hallaréis en uno, el escudriño
de razón. ¿Dónde está el desprecio de lo de la tierra, el tener en poco estas
cosas temporales y visibles? ¿Qué? ¿Amáis ser pobre y padecer trabajos? ¿Qué
más haría un moro, o qué otra vida viviría, sino como nosotros vivimos? ¿Qué
dejamos de hacer, que podamos hacer? ¿Quién puede ser rico y lo deja de ser?
¿Quién honrado y lo deja de ser y escoge deshoras? ¿Quién echa su razón y seso
al rincón y toma el seso y parecer de Dios y se fía de él y rige por él?
Ciegos debemos estar, o
a lo menos tenemos tan poca vista, que no vemos leer desde lejos. Ojos que no
ven sino desde cerca y no pueden ver lo de lejos; no son esos ojos de
cristiano, sino de gentiles. Ves la honra, la hacienda; ves los deleites, que
son cosas que están cerca. Ser piadoso, manso, pobre, humilde, sufrir trabajos
y necesidades, si entendieses y vieses desde lejos, harías burla de lo de acá,
de estas cosas de la tierra, de esta hacienda que tanto estimas, desta honra
que tanto precias.
Miércoles de la
semana 4 de Cuaresma. OC III. Pg. 188.
La honra de la Iglesia
es Jesucristo; que a él dice ella: Tu es gloria mea (Sal 3,4); y la
honra de ella es celestial y deseñarse de ser honrados con seda, y con
vestidos, y con semejantes poquedades, como si quisiesen ataviar el oro con
cercarlo de lodo. La honra de los ministros de Cristo es seguir a su Señor, no
solo en lo interior, sino también en lo exterior; para que así como Él,
viviendo en el mundo, fue luz que desengañó a los mundanos y les dio a entender
con su palabra y ejemplo que había otra vida muy más excelente, la cual se
había de desear y ganar con el desprecio de esta, así ellos fuesen luz del
mundo y sal de la tierra (Mt 5, 13-14), que diesen a entender que su reino no
es de este mundo, y con su ejemplo moviesen al pueblo flaco a despreciar las
cosas de acá. Porque si en los ministros de Cristo reinan estas vanidades, ¿en
qué parará la miserable gente común, pues su luz se les ha apagado y su sal
perdido? ¿Qué se espera de los maestros y guías de la humanidad y de la
templanza tomadas en maestros de lo contrario, sino que, siendo ciegos tras
ciegos, caigan todos en la hoya? (Lc 6, 39). Plugiese a Dios quisiesen los
eclesiásticos ver el negocio con los ojos claros, o siquiera oír lo que dice de
ellos el vulgo; que cierto es que no dirían que con estas cosas son ellos
estimados, y, mediante ellos, la Iglesia; antes entendieran cómo por esto son
desestimados y tenidos por profanos y juzgados por malos aun de los muy
ignorantes, los cuales juzgan haber raíces de soberbia en el corazón viendo de
fuera tanta abundancia de frutos de ella; y, cotejando su propia pobreza con la
abundancia y pompa de los eclesiásticos, conciben descontento con su propia
vida y envidia de la de ellos, y lo que peor es, murmuran contra nuestro Señor
de tan gran desigualdad como entre unos y otros puso. (…) Y así, poco a poco,
escandalizados, se apartan de la Iglesia, como en Alemania lo ha hecho.
Estas y otras
consideraciones más y mejores tuvieron los santos pasados que tan rígidamente
hablaron contra las riquezas de los eclesiásticos, las cuales han sido fomento
para estos males. San Jerónimo niega tener el clérigo por parte a Dios si tiene
parte en la tierra. San Agustín no recebía al clericato a nadie si no se
desapropiase y trujese a comunidad su hacienda.
Caigan, pues, los ídolos
de la soberbia e intemperancia de los eclesiásticos; y entiendan que si al
obispo, jerarca y superior tan principal, el cual conviene ser muy estimado
para bien de muchos, le son entredichas aquellas pompas que ellos llaman la honra
de la Iglesia, y le mandan que con otro medio diferente busque la honra de su
dignidad, que a fortiori a ellos les son entredichas, y se les declara el modo
como han de ser estimados de los hombres, y la Iglesia por ellos. Este es el
sentido que las riquezas son ocasión de muchos males y que es difícil ser uno
bueno y templado entre ellas, y, por consiguiente, salvarse con ellas, según
dice el Evangelio (cf. Mt 19, 24; Mc 10, 25; Lc 18, 25), quisieron que los
clérigos no fuesen ricos, porque tuviesen vida desocupada para servir a Dios y
camino seguro y fácil para ganar su reino. Y, aunque a los eclesiásticos
virtuosos las riquezas sean ayuda para ejercitar las virtudes, mas son estos
tan pocos y los mal inclinados muchos, y mozos libres y sin virtud, que es
razón mirar a lo que más acaece, pues a estas cosas se oponen las leyes, y dar
a los eclesiásticos vida sin mendicidad y riquezas, que es la más segura para
los que no son perfectos, y desocupación para vacar a Dios con corazón libre
(cf. Prov 30, 8), señalándoles un razonable mantenimiento; de manera que ningún
beneficio haya que no sea suficiente para mantenimiento mediano; y el que fuere
mayor, quítenle lo que sobra y deposítese en quien seguramente esté, sin que
entre primero en manos del beneficiado, para gastarse en estos colegios o en
obras pías de misericordia.
¡Dichoso concilio si
esto quiere remediar y si trocase así las cosas, que lo que servía al Baco y a
la lujuria lo consagrase al reparo de los templos místicos de Dios vivo; y, en
lugar de los graves escándalos que el pueblo ha recibido de los eclesiásticos,
fuese con esto notablemente edificado, y tantos pobres y menesterosos, enfermos
y captivos, remediados, y tantas ánimas, con la doctrina y vida de
eclesiásticos, ganadas.
Memorial primero al
Concilio de Trento (1551). Reformación del estado eclesiástico, 21-23. Escritos sacerdotales. BAC. Madrid. 2013. Pgs.
27-30-
San Oscar Romero.
Nos vamos a acercar al altar con el tercer pensamiento, ya solamente lo
insinúo: la ley es necesaria pero no basta la letra, sino que es necesario el
espíritu de la ley, sólo Cristo es la plenitud de la ley. No lo olvidemos
cuando vamos caminando en nuestra Cuaresma hacia el Calvario y hacia la
Resurrección.
- Cristo, el verdadero templo: muerte y resurrección puerta de
salvación. San Pablo nos ha dicho que ni el signo que buscan los judíos con la
ostentosidad de su templo, con los milagros, ni la sabiduría de los griegos,
salvará a la humanidad, sino la fuerza salvadora está en el Cristo crucificado.
Este es el signo, cuando Cristo esta mañana nos recuerda su gesto valiente de
sacar del templo, a los que estaban profanando ese signo, se presente Él mismo
como el templo, como el campo donde Dios se encuentra con el hombre, como el
perfecto adorador de Dios y salvador de los hombres.
- Ni los signos de los judíos, ni la sabiduría de los griegos, sino el
único signo de Dios: escándalo y necedad para los hombres: Cristo crucificado.
Ojalá que todas estas reflexiones de la alianza y de nuestra realidad nacional,
nos lleven a comprender como San Pablo ha dicho: "Que no tenemos otra
esperanza ni en las leyes, ni en los poderes de los hombres, ni en los signos
creados que nuestra confianza y nuestra esperanza. Trabajando, sí las cosas de
la tierra, los medios humanos, pero el corazón muy puesto en el gran signo de
los cristianos: ¡Cristo crucificado! ¡Cristo resucitado!. Así sea...
Homilía, 18 de marzo de 1979.
León XIV. Audiencia general. 29 de
octubre. Catequesis
con motivo del 60.º aniversario de la Declaración conciliar Nostra aetate
¡Queridos
hermanos y hermanas, peregrinos en la fe y representantes de las diversas
tradiciones religiosas! ¡Buenos días, bienvenidos!
En el
centro de la reflexión de hoy, en esta Audiencia general dedicada al diálogo
interreligioso, deseo colocar las palabras del Señor Jesús a la mujer
samaritana: «Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu
y en verdad» (Jn 4,24). En el Evangelio, este encuentro
revela la esencia del auténtico diálogo religioso: un intercambio que se
establece cuando las personas se abren unas a otras con sinceridad, escucha
atenta y enriquecimiento mutuo. Es un diálogo nacido de la sed: la sed
de Dios por el corazón humano y la sed humana de Dios. En el pozo de Sicar,
Jesús supera las barreras de la cultura, el género y la religión. Invita a la
mujer samaritana a una nueva comprensión del culto, que no se limita a un lugar
concreto —«ni en este monte ni en Jerusalén»—, sino que se realiza en
Espíritu y en verdad. Este momento capta la esencia misma del diálogo
interreligioso: el descubrimiento de la presencia de Dios más allá de toda
frontera y la invitación a buscarlo juntos con reverencia y humildad.
Hace
sesenta años, el 28 de octubre de 1965, el Concilio
Vaticano II, con la promulgación de la Declaración Nostra
aetate, abrió un nuevo horizonte de encuentro, respeto y hospitalidad
espiritual. Este luminoso documento nos enseña a tratar a los seguidores
de otras religiones no como extraños, sino como compañeros de viaje en el
camino hacia la verdad; a honrar las diferencias afirmando nuestra
humanidad común; y a discernir, en toda búsqueda religiosa sincera, un reflejo
del único Misterio divino que abarca toda la creación.
No hay
que olvidar que la primera orientación de Nostra
aetate fue hacia el mundo judío, con el que San Juan XXIII quiso refundar la relación original. Por primera
vez en la historia de la Iglesia, debía tomar forma un tratado doctrinal sobre
las raíces judías del cristianismo, que representara un punto de no retorno en
el plano bíblico y teológico. «El pueblo del Nuevo Testamento está
espiritualmente vinculado con la estirpe de Abraham. La Iglesia de Cristo
reconoce, en efecto, que los orígenes de su fe y de su elección se encuentran
ya, según el misterio divino de la salvación, en los patriarcas, en Moisés y en
los profetas» (NA,
4). Así, la Iglesia, «consciente del patrimonio que tiene en común con
los judíos, y movida no por motivos políticos, sino por la caridad religiosa
evangélica, deplora los odios, las persecuciones y todas las manifestaciones de
antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos» (ibíd.). Desde
entonces, todos mis predecesores han condenado el antisemitismo con palabras
claras. También yo confirmo que la Iglesia no tolera el antisemitismo y lo
combate, en razón del Evangelio mismo.
Hoy
podemos mirar con gratitud todo lo que se ha logrado en el diálogo
judeo-católico en estas seis décadas. Esto no se debe solo al esfuerzo humano,
sino a la asistencia de nuestro Dios que, según la convicción cristiana, es en
sí mismo diálogo. No podemos negar que en este período también ha habido
malentendidos, dificultades y conflictos, pero estos nunca han impedido la
continuación del diálogo. Tampoco hoy debemos permitir que las
circunstancias políticas y las injusticias de algunos nos alejen de la amistad,
sobre todo porque hasta ahora hemos logrado mucho.
El
espíritu de Nostra
aetate sigue iluminando el camino de la Iglesia. Esta reconoce que
todas las religiones pueden reflejar «un destello de aquella Verdad que ilumina
a todos los hombres» (n. 2) y
buscan respuestas a los grandes misterios de la existencia humana, por lo que
el diálogo debe ser no solo intelectual, sino profundamente espiritual. La
Declaración invita a todos los católicos —obispos, clero, personas
consagradas y fieles laicos— a participar sinceramente en el diálogo y
la colaboración con los seguidores de otras religiones, reconociendo y
promoviendo todo lo que es bueno, verdadero y santo en sus tradiciones
(cf. ibíd.).
Esto es necesario hoy en día prácticamente en todas las ciudades del mundo
donde, debido a la movilidad humana, nuestras diversidades espirituales y de
pertenencia están llamadas a encontrarse y a convivir fraternalmente. Nostra
aetate nos recuerda que el verdadero diálogo tiene sus raíces
en el amor, único fundamento de la paz, la justicia y la reconciliación, al
tiempo que rechaza con firmeza toda forma de discriminación o persecución,
afirmando la igual dignidad de todo ser humano (cf. NA, 5).
Por lo
tanto, queridos hermanos y hermanas, sesenta años después de Nostra
Aetate, podemos preguntarnos: ¿qué podemos hacer juntos? La
respuesta es sencilla: actuar juntos. Más que nunca, nuestro mundo
necesita nuestra unidad, nuestra amistad y nuestra colaboración. Cada una
de nuestras religiones puede contribuir a aliviar el sufrimiento humano y a
cuidar de nuestra casa común, nuestro planeta Tierra. Nuestras
respectivas tradiciones enseñan la verdad, la compasión, la reconciliación, la
justicia y la paz. Deben reafirmar el servicio a la humanidad, en todo
momento. Juntos, debemos estar atentos al abuso del nombre de Dios, de la
religión y del diálogo mismo, así como a los peligros que representan el
fundamentalismo religioso y el extremismo. También debemos abordar el
desarrollo responsable de la inteligencia artificial, ya que, si se
concibe como una alternativa al ser humano, puede violar gravemente su dignidad
infinita y neutralizar sus responsabilidades fundamentales. Nuestras
tradiciones tienen una inmensa contribución que aportar a la humanización de la
tecnología y, por lo tanto, a inspirar su regulación, en defensa de los
derechos humanos fundamentales.
Como
todos sabemos, nuestras religiones enseñan que la paz comienza en el corazón
del ser humano. En este sentido, la religión puede desempeñar un papel
fundamental. Debemos devolver la esperanza a nuestras vidas personales,
a nuestras familias, a nuestros barrios, a nuestras escuelas, a nuestros
pueblos, a nuestros países y a nuestro mundo. Esta esperanza se basa en
nuestras convicciones religiosas, en la convicción de que un mundo nuevo es
posible.
Hace
sesenta años, Nostra aetate trajo esperanza al mundo que salía
de la Segunda Guerra Mundial. Hoy estamos llamados a refundar esa esperanza
en nuestro mundo devastado por la guerra y en nuestro entorno natural
degradado. Colaboremos, porque si estamos unidos todo es posible. Hagamos
que nada nos divida. Y con este espíritu, deseo expresar una vez más mi
gratitud por su presencia y su amistad. Transmitamos este espíritu de amistad y
colaboración también a la generación futura, porque es el verdadero pilar del
diálogo.
Y ahora,
detengámonos un momento en oración silenciosa: la oración tiene el poder de
transformar nuestras actitudes, nuestros pensamientos, nuestras palabras y
nuestras acciones.
León XIV. Angelus. 2 de noviembre de
2025.
Queridos hermanos y
hermanas, ¡feliz domingo!
La resurrección de entre
los muertos de Jesús, el Crucificado, ilumina en estos primeros días de
noviembre el destino de cada uno de nosotros. Nos lo dijo Él mismo: «La
voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio,
sino que lo resucite en el último día» (Jn 6,39). Por lo tanto, el
núcleo de la preocupación de Dios está claro: que nadie se pierda para siempre,
que cada uno tenga su lugar y resplandezca en su unicidad.
Es el misterio que celebramos
ayer, en la Solemnidad de todos los santos: una comunión de las
diferencias que, por así decirlo, extiende la vida de Dios a todos los hijos e
hijas que desearon formar parte de ella. Este es el deseo inscrito en el
corazón de cada ser humano, que suplica reconocimiento, atención y alegría.
Como escribió el Papa Benedicto XVI,
la expresión “vida eterna” trata de dar un nombre a esta espera
irreprimible: no es un continuo sucederse de días sin fin, sino el
sumergirse en el océano infinito del amor, en el que el tiempo, el antes y el
después ya no existen más. Una plenitud de vida y de felicidad: es esto lo que
esperamos y aguardamos de nuestro estar con Cristo (cf. Carta enc. Spe
salvi, 12).
De este modo, la Conmemoración
de todos los fieles difuntos nos acerca más al misterio. La
preocupación de Dios por no perder a nadie, en efecto, la conocemos desde
dentro cada vez que la muerte parece hacernos perder para siempre una voz, un
rostro, un mundo entero. De hecho, cada persona es un mundo entero. Por eso, el
día de hoy es una jornada que desafía la memoria humana, tan maravillosa y tan
frágil. Sin la memoria de Jesús ―de su vida, muerte y resurrección― el
inmenso tesoro que es cada vida se expone al olvido. En la memoria viva
de Jesús, en cambio, incluso quien nadie recuerda o quien hasta la
historia parece haber borrado, aparece en su infinita dignidad. Jesús, la
piedra que los constructores ha rechazado, es ahora la piedra angular
(cf. Hch 4,11). Este es el anuncio pascual. Por esta razón,
los cristianos recuerdan desde siempre a los difuntos en cada Eucaristía, y
hasta la fecha piden que sus seres queridos sean mencionados en la plegaria
eucarística. Desde aquel anuncio surge la esperanza de que nadie se
perderá.
Que la visita al
cementerio, en la que el silencio interrumpe la agitación del activismo, sea
para todos nosotros una invitación a la memoria y a la espera. «Espero la resurrección de los muertos y la vida
del mundo futuro» profesamos en el Credo. Conmemoramos, por tanto, el
futuro. No estamos encerrados en el pasado, en las lágrimas de la nostalgia;
tampoco estamos confinados en el presente, como en un sepulcro. Que la
voz familiar de Jesús nos alcance, y alcance a todos, porque es la única
que viene del futuro. Nos llama por nuestro nombre, nos prepara un lugar,
nos libera del sentimiento de impotencia con el que corremos el riesgo de
renunciar a la vida. Que María, mujer del sábado santo, nos enseñe a seguir
esperando.
Papa Francisco. Ángelus. 8 de marzo de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (Jn 2, 13-25) nos presenta el
episodio de la expulsión de los vendedores del templo. Jesús «hizo un látigo
con cuerdas, los echó a todos del Templo, con ovejas y bueyes» (v. 15), el
dinero, todo. Tal gesto suscitó una fuerte impresión en la gente y en los
discípulos. Aparece claramente como un gesto profético, tanto que algunos de
los presentes le preguntaron a Jesús: «¿Qué signos nos muestras para obrar
así?» (v. 18), ¿quién eres para hacer estas cosas? Muéstranos una señal de que
tienes realmente autoridad para hacerlas. Buscaban una señal divina,
prodigiosa, que acreditara a Jesús como enviado de Dios. Y Él les
respondió: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (v. 19). Le
replicaron: «Cuarenta y seis años se ha costado construir este templo, ¿y tú lo
vas a levantar en tres días?» (v. 20). No habían comprendido que el Señor se
refería al templo vivo de su cuerpo, que sería destruido con la muerte en la
cruz, pero que resucitaría al tercer día. Por eso, «en tres días». «Cuando
resucitó de entre los muertos —comenta el evangelista—, los discípulos se
acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que
había dicho Jesús» (v. 22).
En efecto, este gesto de Jesús y su mensaje
profético se comprenden plenamente a la luz de su Pascua. Según el
evangelista Juan, este es el primer anuncio de la muerte y resurrección
de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz por la violencia del pecado, se
convertirá con la Resurrección en lugar de la cita universal entre Dios y los
hombres. Cristo resucitado es precisamente el lugar de la cita universal —de
todos— entre Dios y los hombres. Por eso su humanidad es el verdadero templo
en el que Dios se revela, habla, se lo puede encontrar; y los verdaderos
adoradores de Dios no son los custodios del templo material, los detentadores
del poder o del saber religioso, sino los que adoran a Dios «en espíritu y
verdad» (Jn 4, 23).
En este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando
para la celebración de la Pascua, en la que renovaremos las promesas de nuestro
bautismo. Caminemos en el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra
existencia un signo de su amor para nuestros hermanos, especialmente para los
más débiles y los más pobres, construyamos para Dios un templo en nuestra vida.
Y así lo hacemos «encontrable» para muchas personas que encontramos en nuestro
camino. Si somos testigos de este Cristo vivo, mucha gente encontrará a Jesús
en nosotros, en nuestro testimonio. Pero —nos preguntamos, y cada uno de
nosotros puede preguntarse—, ¿se siente el Señor verdaderamente como en su
casa en mi vida? ¿Le permitimos que haga «limpieza» en nuestro corazón y
expulse a los ídolos, es decir, las actitudes de codicia, celos, mundanidad,
envidia, odio, la costumbre de murmurar y «despellejar» a los demás? ¿Le
permito que haga limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el
prójimo y contra nosotros mismos, como hemos escuchado hoy en la primera
lectura? Cada uno puede responder a sí mismo, en silencio, en su corazón.
«¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón?». «Oh padre,
tengo miedo de que me reprenda». Pero Jesús no reprende jamás. Jesús hará
limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su
modo de hacer limpieza. Dejemos —cada uno de nosotros—, dejemos que el Señor
entre con su misericordia —no con el látigo, no, sino con su misericordia— para
hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús para nosotros es su
misericordia. Abrámosle la puerta, para que haga un poco de limpieza.
Cada Eucaristía que celebramos con fe nos hace
crecer como templo vivo del Señor, gracias a la comunión con su Cuerpo
crucificado y resucitado. Jesús conoce lo que hay en cada uno de nosotros, y
también conoce nuestro deseo más ardiente: el de ser habitados por Él, sólo por
Él. Dejémoslo entrar en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro corazón.
Que María santísima, morada privilegiada del Hijo de Dios, nos acompañe y nos
sostenga en el itinerario cuaresmal, para que redescubramos la belleza del
encuentro con Cristo, que nos libera y nos salva.
Papa Francisco. Ángelus. 4 de
marzo de 2018.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de hoy presenta, en la versión de
Juan, el episodio en el que Jesús expulsa a los vendedores del templo de
Jerusalén (cf. Juan 2, 13-25). Él hizo este gesto ayudándose con un látigo,
volcó las mesas y dijo: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado»
(v. 16). Esta acción decidida, realizada en proximidad de la Pascua, suscitó
gran impresión en la multitud y la hostilidad de las autoridades religiosas y
de los que se sintieron amenazados en sus intereses económicos. Pero, ¿cómo debemos
interpretarla? Ciertamente no era una acción violenta, tanto es verdad
que no provocó la intervención de los tutores del orden público: de la policía.
¡No! Sino que fue entendida como una acción típica de los profetas, los
cuales a menudo denunciaban, en nombre de Dios, abusos y excesos. La
cuestión que se planteaba era la de la autoridad. De hecho los judíos
preguntaron a Jesús: «¿Qué señal nos muestras para obrar así?» (v. 18), es
decir ¿qué autoridad tienes para hacer estas cosas? Como pidiendo la demostración
de que Él actuaba en nombre de Dios. Para interpretar el gesto de Jesús de
purificar la casa de Dios, sus discípulos usaron un texto bíblico tomado del
salmo 69: «El celo por tu casa me devorará» (v. 17); así dice el salmo:
«pues me devora el celo de tu casa». Este salmo es una invocación de ayuda
en una situación de extremo peligro a causa del odio de los enemigos: la
situación que Jesús vivirá en su pasión. El celo por el Padre y por su
casa lo llevará hasta la cruz: su celo es el del amor que lleva al sacrificio
de sí, no el falso que presume de servir a Dios mediante la violencia. De
hecho, el «signo» que Jesús dará como prueba de su autoridad será
precisamente su muerte y resurrección: «Destruid este santuario —dice— y en
tres días lo levantaré» (v. 19). Y el evangelista anota: «Él hablaba del
Santuario de su cuerpo» (v. 21). Con la Pascua de Jesús inicia el nuevo
culto en el nuevo templo, el culto del amor, y el nuevo templo es Él mismo.
La actitud de Jesús contada en la actual página
evangélica, nos exhorta a vivir nuestra vida no en la búsqueda de nuestras
ventajas e intereses, sino por la gloria de Dios que es el amor. Somos llamados a
tener siempre presentes esas palabras fuertes de Jesús: «No hagáis de la Casa
de mi Padre una casa de mercado» (v. 16). Es muy feo cuando la Iglesia se
desliza hacia esta actitud de hacer de la casa de Dios un mercado. Estas
palabras nos ayudan a rechazar el peligro de hacer también de nuestra alma,
que es la casa de Dios, un lugar de mercado que viva en la continua búsqueda de
nuestro interés en vez de en el amor generoso y solidario. Esta enseñanza
de Jesús es siempre actual, no solamente para las comunidades eclesiales, sino
también para los individuos, para las comunidades civiles y para toda la
sociedad. Es común, de hecho, la tentación de aprovechar las buenas
actividades, a veces necesarias, para cultivar intereses privados, o incluso
ilícitos. Es un peligro grave, especialmente cuando instrumentaliza a Dios
mismo y el culto que se le debe a Él, o el servicio al hombre, su imagen. Por
eso Jesús esa vez usó «las maneras fuertes», para sacudirnos de este peligro
mortal. Que la Virgen María nos sostenga en el compromiso de hacer de la
Cuaresma una buena ocasión para reconocer a Dios como único Señor de nuestra
vida, quitando de nuestro corazón y de nuestras obras todo tipo de idolatría.
Benedicto XVI. Ángelus. 11 de
marzo de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma
refiere, en la redacción de san Juan, el célebre episodio en el que Jesús
expulsa del templo de Jerusalén a los vendedores de animales y a los cambistas
(cf. Jn 2, 13-25). El hecho, recogido por todos los evangelistas, tuvo lugar en
la proximidad de la fiesta de la Pascua y suscitó gran impresión tanto entre la
multitud como entre sus discípulos. ¿Cómo debemos interpretar este gesto de
Jesús? En primer lugar, hay que señalar que no provocó ninguna represión de
los guardianes del orden público, porque lo vieron como una típica acción
profética: de hecho, los profetas, en nombre de Dios, con frecuencia
denunciaban los abusos, y a veces lo hacían con gestos simbólicos. El
problema, en todo caso, era su autoridad. Por eso los judíos le
preguntaron a Jesús: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» (Jn 2, 18); demuéstranos
que actúas verdaderamente en nombre de Dios.
La expulsión de los mercaderes del templo también
se ha interpretado en sentido político revolucionario, colocando a Jesús en la
línea del movimiento de los zelotes. Estos, de hecho, eran «celosos» de la ley
de Dios y estaban dispuestos a usar la violencia para hacer que se cumpliera.
En tiempos de Jesús esperaban a un mesías que liberase a Israel del dominio de
los romanos. Pero Jesús decepcionó estas expectativas, por lo que algunos
discípulos lo abandonaron, y Judas Iscariote incluso lo traicionó. En realidad,
es imposible interpretar a Jesús como violento: la violencia es contraria al
reino de Dios, es un instrumento del anticristo. La violencia nunca
sirve a la humanidad, más aún, la deshumaniza.
Escuchemos entonces las palabras que Jesús dijo al
realizar ese gesto: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa
de mi Padre» (Jn 2, 16). Sus discípulos se acordaron entonces de lo que está
escrito en un Salmo: «El celo de tu casa me devora» (69, 10). Este
Salmo es una invocación de ayuda en una situación de extremo peligro a causa
del odio de los enemigos: la situación que Jesús vivirá en su pasión. El
celo por el Padre y por su casa lo llevará hasta la cruz: el suyo es el celo
del amor que paga en carne propia, no el que querría servir a Dios
mediante la violencia. De hecho, el «signo» que Jesús dará como prueba de
su autoridad será precisamente su muerte y resurrección. «Destruid este templo
—dijo—, y en tres días lo levantaré». Y san Juan observa: «Él hablaba del
templo de su cuerpo» (Jn 2, 19. 21). Con la Pascua de Jesús se inicia un
nuevo culto, el culto del amor, y un nuevo templo que es él mismo, Cristo
resucitado, por el cual cada creyente puede adorar a Dios Padre «en espíritu y
verdad» (Jn 4, 23). Queridos amigos, el Espíritu Santo comenzó a construir
este nuevo templo en el seno de la Virgen María. Por su intercesión, pidamos
que cada cristiano sea piedra viva de este edificio espiritual.
DOMINGO
33 T. O.
Monición
de entrada.
En la misa se
hace ver la Iglesia.
La Iglesia que
camina entre sufrimientos.
Y que es
consolada por Dios.
Señor, ten piedad.
Tú tienes
palabras de vida. Señor, ten piedad.
Tú eres nuestro
Señor. Cristo, ten piedad.
Tú estás siempre.
Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa
Francisco. Te lo pedimos Señor.
-Por la Iglesia, que
camina por el mundo.. Te lo pedimos Señor.
-Por los que
trabajan por mejorar el mundo. Te lo pedimos, Señor.
-Por los jóvenes.
Te lo pedimos, Señor.
-Por los que vamos
a misa. Te lo pedimos Señor.
Acción
de gracias.
[1] Los que forman parte de
la secta de los donatistas, quienes aseguraban que solo los sacerdotes de vida
intachable podían administrar los sacramentos y excluían de la Iglesia a los
pecadores.

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