Lectura del primer libro de los Reyes 17,
10-16.
En aquellos días, se alzó el profeta Elías y fue a Sarepta.
Traspasaba la puerta de la ciudad en el momento en que una mujer viuda recogía
por allí leña. Elías la llamó y le dijo:
-Tráeme un poco de agua en el jarro, por favor, y beberé.
Cuando ella fue a traérsela, él volvió a gritarle:
-Tráeme, por favor, en tu mano un trozo de pan.
Ella respondió:
-Vive el Señor, tu Dios, que no me queda pan cocido; solo un
puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza. Estoy recogiendo
un par de palos, entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y
luego moriremos.
Pero Elías le dijo:
-No temas. Entra, y haz como has dicho, pero antes prepárame con
la harina una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo la harás después.
Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “La orza de harina no se vaciará, la
alcuza de aceite no se agotará hasta el día en que el Señor conceda lluvias
sobre la tierra”.
Ella se fue y obró según la palabra de Elías, y comieron él, ella
y su familia. Por mucho tiempo la orza de harina no se vació ni la alcuza de
aceite se agotó, según la palabra que había pronunciado el Señor por boca de
Elías.
Textos
paralelos.
2 R 4, 1-7:
Una mujer, esposa de uno de la hermandad de profetas, suplicó a Eliseo: “Mi
marido, servidor tuyo, ha muerto. Y tú sabes que era hombre religioso. Pero el
acreedor ha venido a llevarse a mis dos hijos como esclavos”. Eliseo le dijo:
“¿Qué puedo hacer por ti? Dime qué tienes en casa”. Respondió ella: “Todo lo
que tengo en casa es una botella de aceite”. Entonces Eliseo le dijo: “Anda,
pídele a tus vecinas vasijas vacías en abundancia. Entras luego en casa, te
cierras por dentro con tus hijos y vas echando aceite en todas las vasijas;
según las llenas, las vas poniendo aparte”. La mujer se fue. Cuando se cerró
por dentro con sus hijos, ellos le acercaron las vasijas y ella iba echando
aceite. Se llenaron todas, y pidió a uno de los hijos: “Acércame otra”. Él
contestó: “Ya no hay más”. Entonces dejó de correr el aceite. Ella fue a
decírselo al profeta, y este le dijo: “Anda a vender el aceite, paga a tu
acreedor y tú y tus hijos vivid de lo que sobre”.
Lc 4,
25-26: Ciertamente, os digo, había muchas viudas en Israel en tiempo de Elías,
cuando el cielo estuvo cerrado tres años y me dijo y hubo una gran carestía en
todo el país. A ninguna de ellas fue enviado Elías, si no es a la viuda de
Sarepta en Sidonia. Muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta
Eliseo; ninguno se curó, sino Naamán el sirio.
Is 1, 23:
Sus jefes son bandidos, socios de sobornos, en busca de regalos. No defienden
al huérfano, no se encargan de la causa de la viuda.
Is 10, 1-2:
¡Ay de los que decretan decretos inicuos, de los notarios que registran
vejaciones, que dejan sin defensa al desvalido y niegan sus derechos a los
pobres de mi pueblo, que hacen su presa de las viudas y saquean a los
huérfanos!
Notas
exegéticas.
17 9 Ciudad fenicia, actual
Sarafand, cerca de la costa mediterránea, unos 15 km al sur de Sidón.
17 12 Las viudas y los huérfanos,
privados de la presencia de la cabeza de familia, eran por tal hecho los
oprimidos de la sociedad de entonces.
17 16 “Por mucho tiempo”, al
comienzo del v., según el griego.
Salmo
responsorial
Salmo 146 (145), 6c-10b.
Alaba,
alma mía, al Señor. R/.
El
Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace
justicia a los oprimidos,
da
pan a los hambrientos.
El
Señor liberta a los cautivos. R/.
El
Señor abre los ojos al ciego,
el
Señor endereza a los que ya se doblan,
el
Señor ama a los justos.
El
Señor guarda a los peregrinos. R/.
Sustenta
al huérfano y a la viuda
y
trastorna el camino de los malvados.
El
Señor reina eternamente,
tu
Dios, Sión, de edad en edad. R/.
Textos
paralelos.
Hace justicia a los oprimidos.
Sal 103, 6: El Señor hace justicia y defiende a los oprimidos.
Yahvé libera a los condenados.
Sal 68, 7: Dios da un hogar a los que están solos, saca de la
prisión a los cautivos; solo los rebeldes se quedan en el yermo.
Is 49, 9: Para decir a los cautivos: “Salid”, a los que están en
tinieblas: “Venid a la luz”; aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en
todas las dunas.
Yahvé abre los ojos a los ciegos.
Is 61, 1: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me
ha ungido. Me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para
vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a
los prisioneros la libertad.
Yahvé endereza a los encorvados.
Sal 145, 14: El Señor sostiene a los que van a caer y endereza a
los que ya se doblan.
Yahvé
protege al forastero.
Ex
22, 20: No oprimirás ni vejarás al emigrante, porque emigrantes fuisteis
vosotros en Egipto.
Sostiene
al huérfano y a la viuda.
Sal
68, 6: Padre de huérfanos, protector de viudas es Dios en su santa morada.
Yahvé
ama a los honrados.
Sal
11, 7: Porque el Señor es justo y ama la justicia, los rectos verán su rostro.
Yahvé
reina para siempre.
Ex
15, 18: El Señor reina por siempre jamás.
Tu
Dios, Sión, de edad en edad.
Sal
145, 13: Tu reinado es un reinado eterno, tu gobierno, de generación en
generación.
Notas
exegéticas.
146 Este salmo es el comienzo de un
tercer Hallel, Sal 146-150, que los judíos recitaban por la mañana. Ver Sal
113-118 y 136.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta a los Hebreos 9, 24-28.
Cristo entró no en un santuario construido por hombres, imagen del
auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por
nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que
entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena. Si hubiese sido
así, tendría que haber padecido muchas veces, desde la fundación del mundo. De
hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de los tiempos, para
destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los
hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio. De la misma
manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos. La
segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que esperan.
Textos
paralelos.
Cristo no entró en un
santuario hecho por mano humana.
1 Co 10, 6: Estos sucesos nos sirven de
escarmiento para que no pensemos el mal como ellos lo desearon.
Se ha manifestado una
sola vez ahora.
Hb 7, 27: Él no necesita, como
los otros sumos sacerdotes, ofrecer cada día sacrificios, primero por sus
pecados y después por los del pueblo; pues eso hizo de una vez para siempre,
ofreciéndose a sí mismo.
Destruir el pecado
mediante su sacrificio.
Ga 4, 4: Pero cuando se cumplió
el plazo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley.
Jn 1, 29: Al día siguiente ve
acercarse a Jesús y dice: “Ahí está el cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo”.
Se aparecerá por segunda
vez.
Is 53, 12: Por eso le asignaré
una porción entre los grandes y repartirá botín con los poderosos: porque
desnudó su cuello para morir y fue contado entre los pecadores, él cargó con el
pecado de todos e intercedió por los pecadores.
1 Tm 6, 14: Te encargó que
conserves el mandato sin mancha ni tacha, hasta que aparezca el Señor nuestro
Jesucristo.
Flp 3, 20-21: Nosotros, en
cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos recibir al Señor
Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo humilde en la forma de su
cuerpo glorioso, con la eficacia con que puede someterse todo.
Hch 3, 20-21: Y así recibáis
del Señor tiempos favorables y os envíe a Jesús, el Mesías predestinado. El
cielo tiene que retenerlo hasta el tiempo de la restauración universal que
anunció Dios desde antiguo por medio de sus santos profetas.
Notas
exegéticas.
9 25 En la cúspide de una pirámide
de separaciones previstas para garantizar la santidad del culto había un animal
sustitutivo. Superando a los profetas que exigían la pureza del corazón en el
culto (Isaías, Jeremías, Oseas y Amós) la epístola afirma que los sacrificios
antiguos no tenían ninguna eficacia. Solo el sacrificio plenamente espiritual
de Cristo puede santificar a los hombres.
9 28 La venida de Cristo en la carne
le había puesto en relación directa con el pecado (Romanos y 2 Corintios).
Realizada ya la redención, la nueva y última manifestación del Salvador ya no
tendrá relación alguna con el pecado. Los cristianos esperan esta vuelta
gloriosa, a la que seguirá el juicio (1 Corintios y Romanos).
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según san Marcos 12, 38-44.
En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les
decía:
-¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con
amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de
honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los
bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una
condenación más rigurosa.
Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del
templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban
mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
-En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en
el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que
les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para
vivir.
Textos
paralelos.
Mc 12, 38-44 |
Mt 23, 5-7 |
Lc 20, 45-21, 4 |
Y él, instruyéndolos, dijo: -Guardaos de los letrados. Les gusta pasear con largas
túnicas, que los saluden por la calle, los primeros asientos en las
sinagogas y los mejores puestos en los banquetes. con pretexto de largas
oraciones, devoran la hacienda de las viudas. Recibirán un sentencia más
severa. Sentado frente al cepillo del
templo, observaba como la gente
echaba monedillas en el cepillo. Muchos ricos echaban mucho. Llegó una viuda pobre y echó
dos cuartos. Jesús llamó a los discípulos y les dijo: -Os aseguro que esa pobre
viuda ha echado en el cepillo más que todos los otros. Pues todos han echado
de lo que les sobra; esta, en su indigencia, ha echado cuanto tenía para
vivir. |
Todo lo hacen para exhibirse
ante la gente: llevan cintas anchas y borlas
grandes. Les gusta ocupar los primeros
puestos en las comidas y los primeros asientos en las sinagogas; que los salude la gente por
la calle y los llamen maestros. |
En presencia de todo el
pueblo dijo a los discípulos: -Guardaos de los letrados, que gustan de pasear con
hábitos amplios, aman los saludos por la calle y los primeros puestos en
sinagogas y banquetes; que devoran las fortunas de
las viudas con pretexto de largas oraciones. Su sentencia será más severa. Alzando la vista observó a
unos ricos que echaban sus donativos en el arca del templo. Observó también una viuda
pobre, que echaba dos cuartos; dijo: -Os aseguro que esta pobre
viuda ha echado más que todos. Porque todos esos han echado donativos de lo
que les sobraba; esta, aunque necesitada, ha echado cuanto tenía para vivir. |
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
12 41 La sala del Tesoro, en el
recinto del Templo, tenía, pues, un cepillo exterior para recibir las ofrendas.
12 42 Lit.: “lo que es un cuadrante·.
Estas monedas eran las más pequeñas (lepton) en circulación. Su mención
iba destinada a los lectores greco-romanos.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
40 LAS CASAS: e.d., lo
que contienen las casas, los bienes. Por diversos motivos – última
voluntad del difunto, incapacidad de la viuda, etc. –, los bienes de las viudas
solían confiarse a un administrador, que era guardián y tutor a la vez; al
buscar uno que fuese de garantía, las LARGAS ORACIONES de un escriba inspiraban
confianza en quien aparentaba ser un “hombre de Dios”; por eso, si a un escriba
le interesaba ser nombrado tutor-administrador, le convenía que la gente lo
viera rezar mucho. // FINGIDAMENTE: puede traducirse: y con (ese) pretexto,
o: y por (ese) motivo.
41 EL TESORO DEL TEMPLO
(el mismo vocablo griego traducido por “el cepo – cepillo – de las limosnas” ha
dejado en nuestra lengua el grecismo culto gazofilacio[1]. Significa el lugar o
sala del tesoro (cf. Jn 8, 20), donde se guardaban los donativos; también
servía para denominar cada uno de los cepillos para las ofrendas. La escena
sucedería en el atrio de las mujeres, en cuyos muros estaban los cepillos o
buzones para las limosnas y ofrendas. // MONEDAS: lit. cobre.
42 DOS OCHAVOS; lit. pequeños
dos, e. d., dos monedas de las más pequeñas, que Mc traduce para sus
lectores no judíos: UN CUARTO, más lit., un cuadrante (el vocablo griego
kodrántês es un latinismo): la cuarta parte de un “as[2]”.
44 CONTRIBUYERON: si el
tiempo verbal griego se considera como aoristo complexivo, la traducción sería:
han contribuido.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
12,
40 Cristo
criticó la hipocresía de algunos escribas, que actuaban por motivos egoístas en
lugar dar gloria a Dios. Después de la muerte, Cristo juzgará nuestros
pensamientos, motivaciones, actitudes, y hechos. A la luz de este juicio
particular, así como el juicio final al final de los tiempos, es importante que
todos nuestros pensamientos y acciones estén basados en el amor a Dios y en el
amor al prójimo. Cat. 678.
12,
41-44 Cristo hizo notar que la viuda con las dos monedas, aunque objetivamente
daba una cantidad pequeña, en realidad había dado una gran cantidad ya que era
todo lo que tenía. Las personas más ricas, aunque den grandes cantidades de
dinero, lo hacían desde su abundancia sin sacrificio real o sin darse
totalmente a sí mismas. Cat. 2443-2446.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
678 Siguiendo a los
profetas (Daniel, Joel y Malaquías) y a Juan Bautista Jesús anunció en su
predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta
de cada uno y el secreto de los corazones. Entonces será condenada la
incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios. La
actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y
del amor divino. Jesús dirá en el último día: “Cuanto hicisteis a uno de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.
2444
“El
amor de la Iglesia a los pobres pertenece a su constante tradición” (Juan Pablo
II, Centesimus annus). Está inspirado en el Evangelio de las
bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús, y en su atención a los pobres. El
amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el
fin de hacer participe al que se halle en necesidad. No abarca solo la pobreza
material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa
(Juan Pablo II, o.c.).
2445
El
amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su
uso egoísta.
2446
San
Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: “No hacer participar a los pobres de
los propios bienes es robarles y quitarles la vida; (…) lo que poseemos no son
bienes nuestros, sino suyos” (S. Juan Crisóstomo. In Lazarum). Es
preciso “satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que nos se
ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a titulo de justicia” (Concilio
Vaticano II. Apostolicam actuositatem”. “Cuando damos a los pobres las
cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les
devolvemos lo que es suyo. Mas que realizar un acto de caridad, lo que hacemos
es cumplir un deber de justicia” (S. Gregorio Magno. Regula pastoralis).
Concilio
Vaticano II.
El Concilio exhorta
a los cristianos, ciudadanos de las dos ciudades, a que se afanen por cumplir
fielmente sus deberes temporales, guiados por el espíritu del Evangelio. Se
alejan de la verdad quienes, sabiendo que nosotros no tenemos aquí una ciudad
permanente, sino que buscamos la futura, piensan que pueden por ello descuidar
sus deberes terrestres, sin comprender que ellos por su misma fe están más
obligados a cumplirlos, cada uno según la vocación a la que ha sido llamado.
Pero no se equivocan menos quienes, por el contrario, piensan que pueden
sumergirse en los negocios terrestres, como si estos fuesen totalmente ajenos a
la vida religiosa, porque piensan que esta consiste solo en actos de culto y en
el cumplimiento de algunos deberes morales. La separación entre la fe que
profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los
errores más graves de nuestro tiempo. Ya en el Antiguo Testamento los profetas
condenaban vehementemente este escándalo (cf. Is 58, 1-12), y mucho más en el Nuevo
Testamento, donde el mismo Jesucristo amenazaba con graves castigos (cf. Mt 23,
3-13). Port consiguiente, no deben oponerse falsamente entre sí las actividades
profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra. El
cristiano que descuida sus deberes temporales, descuida sus deberes con el
prójimo, e incluso al mismo Dios y pone en peligro su salvación eterna.
Gaudium et Spes, 43.
Comentarios de los Santos Padres.
No te presentes con las manos vacías en la presencia del Señor tu Dios:
vacías de misericordia, vacías de fe, vacías de castidad. En efecto, el Señor
Jesús no acostumbra a mirar y alabar las que están vacías, sino las que son
ricas en virtudes.
Ambrosio, Sobre las viudas, 5, 32. II, pg. 240.
¡Que nadie desespere! Las cosas del cielo no se pueden comprar con
dinero… Si se pudieran comprar con dinero, la mujer que echó esas dos monedas
no hubiese recibido nada grande. Ahora bien, porque no tenía dinero, sino un
firme propósito, ella se aferró a su total convicción, y lo recibió todo. Así,
pues, no digamos que el reino se compra con dinero; no con dinero, sino con
intención y voluntad, que se manifiesta mediante el dinero.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre la Carta a los Filipenses, 15, 3.
II, pg. 240.
Recordemos a la viuda del evangelio, la viuda pobrecilla, más rica que
todo el pueblo de Israel, que, tomando un grano de mostaza y echando la
levadura en tres medidas de harina, templó con la gracia del Espíritu Santo la
confesión del Padre y del Hijo, y echó en el cepillo sus dos monedillas. Era
todo lo que podía tener de su hacienda, y así ofreció en el doble Testamento de
su fe todas sus riquezas. Estos son los dos serafines, que con triple
aclamación glorifican a la Trinidad, repuestos en el tesoro de la Iglesia, de
donde se toman también con las tenazas de uno y otro Testamento la brasa
encendida con que purifican los labios del pecador (cf. Isaías 6).
Jerónimo, Carta a Furia, 54, 17. II, pg. 241.
Todo lo posee quien tiene buena voluntad. Ella es la que puede bastar,
aunque falte lo demás; en cambio, si falta la buena voluntad nada aprovecha de
lo que se tiene. Solo ella basta, si se tiene; las demás cosas no aprovechan de
nada, con que solo falte la caridad.
Cesáreo de Arles, Sermón¸182, 3. II, pg. 242.
El tesoro del corazón es la intención del corazón, por la que el juez
interior valora la utilidad de la obra buena. Por eso suele suceder que
algunos, haciendo bienes pequeños, obtienen mayor recompensa de gracia
celestial en virtud de la intención del corazón, con la que hubieran deseado
realizar bienes mayores si hubieran podido; en cambio, otros, que hacen alardes
de mayores obras maravillosas de virtud, obtienen del Señor unos premios más
pequeños por razón del menor empeño de su corazón tibio. Por ello la acción de
la viuda que ofreció en el templo dos monedas es preferida por quien conoce el
interior de los corazones a los grandes regalos de los ricos.
Beda, Homilías sobre los Evangelios, 2, 25. II, pg. 242.
San Agustín
El Señor no se fija en sí las riquezas son grandes, sino en la piedad de
la voluntad. ¿Acaso eran ricos los apóstoles? Abandonaron solamente unas redes
y una barquichuela, y siguieron al Señor. Mucho abandonó quien se despojó de la
esperanza del siglo, como aquella viuda que depositó dos monedas en el cepillo
del templo. Según el Señor, nadie dio más que ella. (…) Esta mujer entró con
solo dos monedillas. ¿Quién se dignó poner los ojos en ella? Solo aquel que al
verla no miró si la mano estaba llena o no, sino el corazón. La obsrvó, pregonó
su acción y al hacerlo proclamó que nadie había dado tanto como ella. Nadie dio
tanto como la que no reservó nada para sí. Das poco, porque tienes poco; pero
si tuvieras más, darías más. Pero ¿acaso por dar poco a causa de tu pobreza, te
encontrarás con menos, o recibirás menos porque diste menos?
Sermón 105
A, 1. II, pgs. 1531-1532.
San Juan de Ávila
Siquiera por codiciar bien tan grande, de lo que nos dará nos habíamos
de aficionar. Haráos este Señor bien, daros ha su divinidad. No entendáis que
viene allí sólo su cuerpo; la sangre viene, y el ánima viene junta con el
cuerpo, y la persona del Hijo de Dios unida con ánima y cuerpo, y el Padre y el
Espíritu Santo juntamente con el Hijo. Atreveros a dar ese cornadillo[3]
(cf. 12, 42),
y daros en trueco[4]
todo eso.
Octava del Corpus. OC III, pg. 776.
Sentencia es de Jesucristo, que no mira tanto Nuestro Señor al don
cuanto a la voluntad y amor con que se da. ¿No lo dijo Él cuando la vieja echó
un cornado en el gazofilacio, que había echado más que ninguno de los ricos? (cf. Mc 12, 43). Mira más
Nuestro Señor al amor con que das, aquella dificultad que hallas en hacer
alguna cosa y el trabajo que pones en lo cumplir y obedecer a Nuestro Señor,
aquella ansia que tienes por cumplir lo que te manda, aquel celo de la honra de
Dios que le deseas dar, aquello es lo que Dios mira, que no al otro que sin
amor ni vivez, como de costumbre, lo hace, sin más sentimiento, como si no
hiciese nada; aquello no es tan accepto al señor ni lo paga tan en abundancia.
Domingo de la Septuagésima. OC III, pgs. 115-116.
¡Oh bienaventurada viuda, que, por mirar Dios a tu corazón ofreciste
más que todos! (cf. Mc 12, 43). – ¿Qué es?
¿Qué debemos a Dios ayunos, limosnas, injurias? – Praebe mihi cor tuum (cf. Pr 23, 26): Démosle el
corazón, que con eso se contenta más que con todo.
Purificación de Nuestra Señora. OC III, pg. 860.
Sea en esto recatada y ofrezca oro al Niño Jesús, porque así como poco
de oro vale más que mucho de otros metales, así poco de amor verdadero es más
precioso que mucho cobre y otros metales de temor y de interese o de obras que
de estos afectos nacen. Muchos se miden por hacer muchas obras buenas, y no
entienden que no mira Dios allí, sino al corazón de los que nacen, y que le
puede a Él ser más agradable uno con menos que otro con más, si el de menos
obras tiene mayor amor (cf. Mc 12, 43). Persona habrá que en un ayuno o pequeña
limosna agrade más al Señor, como la viuda, que otras con muchas, porque lo
hace con más amor que el otro.
A la misma señora, en tiempo de Pascua de Reyes. OC IV, pg. 223.
San Oscar Romero.
El sentido de Dios está cabalmente en esto. Esta viuda
demuestra una actitud de devoción, fomenta el culto del templo con su pequeña
limosna pero sabe que no está en dar dinero sino en el sacrificio espiritual:
¡Darse a Dios! Esto es lo que llamó la atención de Cristo. Esta mujer ha dado
todo lo que tiene, porque confía en Dios y Dios no le fallará.
Homilía, 11 noviembre 1979.
Papa Francisco. Angelus. 8 de
noviembre de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, con este sol bonito!
El episodio del Evangelio de este domingo se
compone de dos partes: en una se describe cómo no deben ser los
seguidores de Cristo; en la otra, se propone un ideal ejemplar de
cristiano.
Comencemos por la primera: qué es lo
que no debemos hacer. En la primera parte, Jesús señala tres defectos
que se manifiestan en el estilo de vida de los escribas, maestros de la
ley: soberbia, avidez e hipocresía. A ellos —dice Jesús— les encanta
«que les hagan reverencia en las plazas, buscan los asientos de honor en las
sinagogas y los primeros puestos en los banquetes» (Mc 12, 38-39).
Pero, bajo apariencias tan solemnes, se esconden la falsedad y la injusticia.
Mientras se pavonean en público, usan su autoridad para «devorar los bienes de
las viudas» (v. 40), a las que se consideraba, junto con los huérfanos y los
extranjeros, las personas más indefensas y desamparadas. Por último, los
escribas «aparentan hacer largas oraciones» (v. 40). También hoy existe el
riesgo de comportarse de esta forma. Por ejemplo, cuando se separa la
oración de la justicia, porque no se puede rendir culto a Dios y causar
daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y, sin embargo, se
antepone a Él la propia vanagloria, el propio provecho.
También la segunda parte del Evangelio de
hoy va en esta línea. La escena se ambienta en el templo de Jerusalén,
precisamente en el lugar donde la gente echaba las monedas como limosna. Hay
muchos ricos que echan tantas monedas, y una pobre mujer, viuda, que da apenas
dos pequeñas monedas. Jesús observa atentamente a esa mujer e indica a los
discípulos el fuerte contraste de la escena. Los ricos han dado, con gran
ostentación, lo que para ellos era superfluo, mientras que la viuda, con
discreción y humildad, ha echado «todo lo que tenía para vivir» (v. 44);
por ello —dice Jesús— ella ha dado más que todos. Debido a su extrema
pobreza, hubiera podido ofrecer una sola moneda para el templo y quedarse con
la otra. Pero ella no quiere ir a la mitad con Dios: se priva de todo. En su
pobreza ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada
totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente. ¡Qué bonito ejemplo esa
viejecita!
Jesús, hoy, nos dice también a nosotros que el
metro para juzgar no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una diferencia
entre cantidad y plenitud. Tú puedes tener tanto dinero, pero ser una
persona vacía. No hay plenitud en tu corazón. Pensad esta semana en la
diferencia que hay entre cantidad y plenitud. No es cosa de billetera, sino de
corazón. Hay diferencia entre billetera y corazón… Hay enfermedades
cardíacas que hacen que el corazón se baje hasta la billetera… ¡Y esto no
va bien! Amar a Dios «con todo el corazón» significa confiar en Él, en su
providencia, y servirlo en los hermanos más pobres, sin esperar nada a cambio.
Permitidme que cuente una anécdota, que sucedió
en mi diócesis anterior. Estaban en la mesa una mamá con sus tres hijos; el
papá estaba en el trabajo; estaban comiendo filetes empanados… En ese momento,
llaman a la puerta y uno de los hijos —pequeños, 5, 6 años, y 7 años el más
grande— viene y dice: «Mamá, hay un mendigo que pide comida». Y la mamá, una
buena cristiana, les pregunta: «¿qué hacemos?». —«Démosle mamá…». —«De
acuerdo». Toma el tenedor y el cuchillo y les quita la mitad de cada filete.
«¡Ah, no, mamá no! ¡Así no! Dáselo del frigo». —«¡No, preparamos tres
bocadillos con esto!». Y los hijos aprendieron que la verdadera caridad se hace
no con lo que nos sobra, sino con lo que nos es necesario. Estoy seguro que esa
tarde tuvieron un poco de hambre... Pero, así se hace.
Ante las necesidades del prójimo, estamos
llamados a privarnos —como esos niños, de la mitad del filete— de
algo indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el
tiempo necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar
enseguida sin reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado
para nuestros objetivos personales o de grupo.
Pidamos al Señor que nos admita en la escuela de
esta pobre viuda, que Jesús, con el desconcierto de los discípulos, hace subir
a la cátedra y presenta como maestra de Evangelio vivo. Por intercesión de
María, la mujer pobre que ha dado toda su vida a Dios por nosotros, pidamos el
don de un corazón pobre, pero rico de una generosidad alegre y gratuita.
Papa Francisco. Angelus. 11 de
noviembre de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El episodio evangélico de hoy (ver Mc 12, 38-44)
concluye la serie de enseñanzas impartidas por Jesús en el templo de Jerusalén
y resalta dos figuras opuestas: el escriba y la viuda. Pero ¿por
qué están contrapuestas? El escriba representa a las personas importantes,
ricas, influyentes; la otra —la viuda— representa a los últimos, a los pobres,
a los débiles. En realidad, el juicio resuelto de Jesús contra los escribas
no concierne a toda la categoría de escribas, sino que se refiere a aquellos
que alardean de su posición social, que se enorgullecen del título de
“rabí”, es decir, maestro, a quienes les gusta que les reverencien y ocupar los
primeros puestos (ver versículos 38-39). Lo peor es que su ostentación es
sobre todo de naturaleza religiosa, porque rezan, dice Jesús —“so capa de
largas oraciones”—(v.40) y se sirven de Dios para proclamarse como los
defensores de su ley. Y esta actitud de superioridad y de vanidad les lleva
a despreciar a los que cuentan poco o se encuentran en una posición económica desaventajada,
como es el caso de las viudas.
Jesús desenmascara este mecanismo perverso:
denuncia la opresión instrumentalizada de los débiles por motivos religiosos, diciendo
claramente que Dios está del lado de los últimos. Y para grabar esta
lección en la mente de los discípulos, les pone un ejemplo viviente: una pobre
viuda, cuya posición social era insignificante porque no tenía un marido que
pudiera defender sus derechos, y por eso era presa fácil para algún acreedor sin
escrúpulos. Esta mujer, que echará en el tesoro del templo solamente dos moneditas,
todo lo que le quedaba, y hace su ofrenda intentando pasar desapercibida, casi
avergonzándose. Pero, precisamente con esta humildad, ella cumple una acción
de gran importancia religiosa y espiritual. Ese gesto lleno de sacrificio
no escapa a la mirada de Jesús, que, al contrario, ve brillar en él el don
total de sí mismo en el que quiere educar a sus discípulos.
La enseñanza que Jesús nos da hoy nos ayuda a
recobrar lo que es esencial en nuestras vidas y favorece una relación concreta
y cotidiana con Dios. Hermanos y hermanas, las balanzas del Señor son
diferentes a las nuestras. Pesa de manera diferente a las personas y sus
gestos: Dios no mide la cantidad sino la calidad, escruta el corazón, mira
la pureza de las intenciones. Esto significa que nuestro “dar” a Dios en
la oración y a los demás en la caridad debería huir siempre del ritualismo y
del formalismo, así como de la lógica del cálculo, y debe ser expresión de
gratuidad, como hizo Jesús con nosotros: nos salvó gratuitamente, no nos
hizo pagar la redención. Nos salvó gratuitamente. Y nosotros, debemos hacer
las cosas como expresión de gratuidad. Por eso, Jesús indica a esa viuda pobre
y generosa como modelo a imitar de vida cristiana. No sabemos su nombre,
pero conocemos su corazón —la encontraremos en el Cielo y seguramente
iremos a saludarla—, y eso es lo que cuenta ante Dios. Cuando nos sentimos
tentados por el deseo de aparentar y de contabilizar nuestros gestos de
altruismo, cuando estamos demasiado interesados en la mirada de los demás
pensemos en esta mujer y, —permitidme las palabras— cuando nos pavoneemos,
pensemos en esta mujer. Nos hará bien: nos ayudará a despojarnos de lo
superfluo para ir a lo que realmente importa, y a permanecer humildes.
¡Que la Virgen María, mujer pobre que se entregó
totalmente a Dios, nos sostenga en el propósito de dar al Señor y a los
hermanos, no algo nuestro, sino a nosotros mismos, en una ofrenda humilde y
generosa!
Francisco. Angelus. 7 de noviembre
de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La escena descrita por el Evangelio de la Liturgia
de hoy tiene lugar dentro del Templo de Jerusalén. Jesús mira, mira lo que
sucede en este lugar, el más sagrado de todos, y ve cómo a los escribas les
gusta pasear para hacerse notar, ser saludados y reverenciados, y para tener
lugares de honor. Y Jesús añade que «devoran la hacienda de las viudas so capa
de largas oraciones» (Mc 12,40). Al mismo tiempo, sus ojos vislumbran otra
escena: una pobre viuda, precisamente una de las explotadas por los poderosos, echa
en el arca del Tesoro del Templo «todo cuanto poseía» (v. 44). Así dice el
Evangelio, echa en el tesoro todo lo que tenía para vivir. El Evangelio nos
pone delante de este sorprendente contraste: los ricos, que dan lo superfluo
para hacerse ver, y una pobre mujer que, sin aparentar, ofrece todo lo poco que
tiene. Dos símbolos de actitudes humanas.
Jesús mira las dos escenas. Y es precisamente
este verbo —“mirar”— que resume su enseñanza: a quien vive la fe con
duplicidad, como esos escribas, “debemos mirar” para no ser como ellos;
mientras que a la viuda debemos “mirarla” para tomarla como modelo.
Detengámonos en esto: tener cuidado con los hipócritas y mirar a la pobre
viuda.
Ante todo, tener cuidado con los hipócritas, es
decir estar atentos a no basar la vida en el culto de la apariencia, de la
exterioridad, en el cuidado exagerado de la propia imagen. Y, sobre todo,
estar atentos a no doblegar la fe a nuestros intereses. Esos escribas
cubrían, con el nombre de Dios, su propia vanagloria y, aún peor, usaban la
religión para atender sus negocios, abusando de su autoridad y explotando a
los pobres. Aquí vemos esa actitud tan fea que también hoy vemos en muchos
puestos, en muchos lugares, el clericalismo, ese estar por encima de los
humildes, explotarlos, vapulearlos, sentirse perfectos. Este es el mal del
clericalismo. Es una advertencia para toda época y para todos, Iglesia y
sociedad: no aprovecharse nunca del propio rol para aplastar a los demás, ¡nunca
ganar sobre la piel de los más débiles! Y estar alerta, para no caer en la
vanidad, para no obsesionarnos con las apariencias, perdiendo la sustancia y
viviendo en la superficialidad. Preguntémonos, nos ayudará: en lo que
decimos y hacemos, ¿deseamos ser apreciados y gratificados o dar un servicio a
Dios y al prójimo, especialmente a los más débiles? Estemos alerta ante las
falsedades del corazón, ante la hipocresía, ¡que es una enfermedad peligrosa
del alma! Es un doble pensar, un doble juzgar, como dice la propia palabra:
“juzgar por debajo”, aparecer de una manera e “hipo”, por debajo, tener otro
pensamiento. Dobles, gente con doble alma, doblez de alma.
Y para sanar de esta enfermedad, Jesús nos invita a
mirar a la pobre viuda. El Señor denuncia la explotación hacia esta mujer que,
para dar la ofrenda, debe volver a casa sin siquiera lo poco que tiene para
vivir. ¡Qué importante es liberar lo sagrado de las ataduras del dinero! Ya lo
había dicho Jesús, en otro lugar: no se puede servir a dos señores. O tú sirves
a Dios —y nosotros pensamos que diga “o el diablo”, no— o Dios o el dinero. Es
un señor, y Jesús dice que no debemos servirlo. Pero, al mismo tiempo, Jesús
alaba el hecho de que esta viuda da al Tesoro todo lo que tiene. No le queda
nada, pero encuentra en Dios su todo. No teme perder lo poco que tiene, porque
confía en el tanto de Dios, y ese tanto de Dios multiplica la alegría de quien
dona. Esto nos hace pensar también en esa otra viuda, la del profeta Elías, que
iba a hacer pan con la última harina que tenía y el último aceite; Elías le
dice: “Dame de comer” y ella le da; y la harina non disminuirá nunca, un
milagro (cfr. 1 Re 17,9-16). El Señor siempre, ante la generosidad de la
gente, va más allá, es más generoso. Pero es Él, no nuestra avaricia. De
esta manera Jesús la propone como maestra de fe, esta señora: ella no
frecuenta el Templo para tener la conciencia tranquila, no reza para hacerse
ver, no hace alarde de su fe, sino que dona con el corazón, con generosidad y
gratuidad. Sus monedas tienen un sonido más bonito que las grandes ofrendas
de los ricos, porque expresan una vida dedicada a Dios con sinceridad, una
fe que no vive de apariencias sino de confianza incondicional. Aprendamos
de ella: una fe sin adornos externos, sino sincera interiormente; una fe hecha
de humilde amor a Dios y a los hermanos.
Y ahora nos dirigimos a la Virgen María, que con
corazón humilde y transparente ha hecho de toda su vida un don para Dios y para
su pueblo.
Benedicto. Angelus. 11 de
noviembre de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
La Liturgia de la Palabra de este domingo nos
ofrece como modelos de fe las figuras de dos viudas. Nos las presenta
en paralelo: una en el Primer Libro de los Reyes (17, 10-16), la otra en el
Evangelio de San Marcos (12, 41-44). Ambas mujeres son muy pobres, y
precisamente en tal condición demuestran una gran fe en Dios. La primera
aparece en el ciclo de los relatos sobre el profeta Elías, quien, durante un
tiempo de carestía, recibe del Señor la orden de ir a la zona de Sidón, por lo
tanto fuera de Israel, en territorio pagano. Allí encuentra a esta viuda y le
pide agua para beber y un poco de pan. La mujer objeta que sólo le queda un
puñado de harina y unas gotas de aceite, pero, puesto que el profeta insiste y
le promete que, si le escucha, no faltarán harina y aceite, accede y se ve
recompensada. A la segunda viuda, la del Evangelio, la distingue Jesús en el
templo de Jerusalén, precisamente junto al tesoro, donde la gente depositaba
las ofrendas. Jesús ve que esta mujer pone dos moneditas en el tesoro; entonces
llama a los discípulos y explica que su óbolo es más grande que el de los
ricos, porque, mientras que estos dan de lo que les sobra, la viuda dio «todo
lo que tenía para vivir» (Mc 12, 44).
De estos dos episodios bíblicos, sabiamente
situados en paralelo, se puede sacar una preciosa enseñanza sobre la fe, que se
presenta como la actitud interior de quien construye la propia vida en Dios,
sobre su Palabra, y confía totalmente en Él. La condición de viuda, en la
antigüedad, constituía de por sí una condición de grave necesidad. Por ello, en
la Biblia, las viudas y los huérfanos son personas que Dios cuida de forma
especial: han perdido el apoyo terreno, pero Dios sigue siendo su Esposo, su
Padre. Sin embargo, la Escritura dice que la condición objetiva de
necesidad, en este caso el hecho de ser viuda, no es suficiente: Dios pide
siempre nuestra libre adhesión de fe, que se expresa en el amor a Él y al
prójimo. Nadie es tan pobre que no pueda dar algo. Y, en efecto, nuestras
viudas de hoy demuestran su fe realizando un gesto de caridad: una hacia el
profeta y la otra dando una limosna. De este modo demuestran la unidad
inseparable entre fe y caridad, así como entre el amor a Dios y el amor al
prójimo —como nos recordaba el Evangelio el domingo pasado—. El Papa san
León Magno, cuya memoria celebramos ayer, afirma: «Sobre la balanza de
la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los
corazones. La viuda del Evangelio depositó en el tesoro del templo dos
monedas de poco valor y superó los dones de todos los ricos. Ningún gesto de
bondad carece de sentido delante de Dios, ninguna misericordia permanece sin
fruto» (Sermo de jejunio dec. mens., 90, 3).
La Virgen María es ejemplo perfecto de quien se
entrega totalmente confiando en Dios. Con esta fe ella dijo su «Heme aquí» al
Ángel y acogió la voluntad del Señor. Que María nos ayude también a cada uno
de nosotros, en este Año de la fe, a reforzar la confianza en Dios y en su
Palabra.
Francisco. Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo
guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza 10. «Nos ungió
y nos marcó con su sello». Confirmación, sacramento del Espíritu Santo.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy proseguimos nuestra reflexión sobre la presencia y la acción del
Espíritu Santo en la vida de la Iglesia mediante los Sacramentos.
La acción santificadora del Espíritu Santo nos llega ante todo a través de
dos canales: la Palabra de Dios y los Sacramentos. Y entre todos los
Sacramentos, hay uno que es, por antonomasia, el Sacramento del Espíritu Santo,
y es en el que quisiera detenerme hoy. Se trata de la Crismación o de la
Confirmación.
En el Nuevo Testamento, además del bautismo con agua, se menciona otro
rito, el de la imposición de manos, que tiene como objetivo comunicar
visiblemente y de manera carismática el Espíritu Santo, con efectos similares a
los producidos en los Apóstoles en Pentecostés. Los Hechos de los Apóstoles
relatan un episodio significativo a este respecto. Tras saber que algunos en
Samaria habían acogido la palabra de Dios, desde Jerusalén enviaron a Pedro y
Juan. «Estos bajaron - dice el texto - y oraron por ellos para que recibieran
el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos;
únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les
imponían las manos y recibían el Espíritu Santo» (8:14-17).
A esto se añade lo que escribe San Pablo en la Segunda Carta a los
Corintios: «Es Dios el que nos conforta en Cristo a nosotros y a vosotros, y el
que nos ungió. Él fue quien nos marcó con su sello y quien puso el Espíritu en
nuestros corazones, como arras de lo venidero» (1.21-22). Las arras el
Espíritu. El tema del Espíritu Santo como «sello real» con el que Cristo marca
a sus ovejas es la base de la doctrina del «carácter indeleble» que confiere
este rito.
Con el pasar del tiempo, el rito de la unción tomó forma como un sacramento
por derecho propio, asumiendo diferentes formas y contenidos en las diversas
épocas y ritos de la Iglesia. No es éste el lugar para recorrer esta historia
tan compleja. Lo que el sacramento de la Confirmación es en la comprensión de
la Iglesia, me parece que está descrito, simple y claramente, en el Catecismo
para los Adultos de la Conferencia Episcopal Italiana. Dice así: «La
Confirmación es para cada fiel lo que Pentecostés fue para toda la Iglesia. [...]
Refuerza la incorporación bautismal a Cristo y a la Iglesia, y la consagración
a la misión profética, real y sacerdotal. Comunica la abundancia de los dones
del Espíritu [...]. Si, por tanto, el bautismo es el sacramento del
nacimiento, la confirmación es el sacramento del crecimiento. Por eso es
también el sacramento del testimonio, porque éste está estrechamente ligado a
la madurez de la existencia cristiana». [1]
El problema es cómo conseguir que el sacramento de la confirmación no se
reduzca, en la práctica, a una «extremaunción», es decir, al sacramento de la
«salida» de la Iglesia. Se dice que es el “sacramento del adiós”, porque una
vez que los jóvenes lo realizan se van, y luego volverán para casarse. Eso dice la gente. Pero debemos
hacer que se convierta en el sacramento del inicio de una participación activa
en la vida de la Iglesia. Es un objetivo que puede parecernos imposible,
dada la situación actual en casi toda la Iglesia, pero eso no significa que
debamos dejar de perseguirlo. No será así para todos los confirmandos, sean
niños o adultos, pero es importante que lo sea al menos para algunos que luego
serán los animadores de la comunidad.
Puede ser útil, con este fin, dejarse ayudar, en la preparación al
Sacramento, por fieles laicos que hayan tenido un encuentro personal con Cristo
y hayan tenido una verdadera experiencia del Espíritu. Algunas personas dicen
haberlo experimentado como un florecimiento en ellos del Sacramento de la
Confirmación recibido cuando eran chicos.
Pero esto no sólo afecta a los futuros confirmandos; nos afecta a todos y
en todo momento. Junto con la confirmación y la unción, hemos recibido también,
nos asegura el Apóstol, la «prenda del Espíritu», que en otro lugar llama «las
primicias del Espíritu» (Rom 8,23). Debemos «gastar» esta garantía, disfrutar
de estas primicias, no enterrar bajo tierra los carismas y talentos recibidos.
San Pablo exhortó a su discípulo Timoteo a «reavivar el don de Dios,
recibido por la imposición de manos» (2 Tm 1,6), y el verbo utilizado sugiere la imagen de
quien sopla sobre el fuego para reavivar su llama. ¡He aquí un hermoso objetivo
para el año jubilar! las cenizas de la costumbre y del desinterés, para
convertirnos, como los portadores de la antorcha en las Olimpiadas, en
portadores de la llama del Espíritu. ¡Que el Espíritu nos ayude a dar
algunos pasos en esta dirección!
[1] La verdad los hará libres. Catecismo de los adultos. Libreria Editrice
Vaticana 1995, p. 324.
Monición de entrada.
Buenos días.
La misa que hoy estamos teniendo es la fiesta de la
familia de Jesús.
En ella no solo estamos los españoles, sino también
personas de otros países.
Así cada día hacemos el sueño de Jesús: que todos seamos
una sola familia.
Señor, ten
piedad.
Ven pronto. Señor, ten piedad.
Reúne a los que se han ido de la iglesia. Cristo, ten
piedad.
Aumenta nuestra esperanza. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco, para que siga muchos años
enseñándonos a abrir el corazón a los que vienen de otros países o no son
queridos en los suyos. Te lo pedimos Señor.
-Por la Iglesia, para que siga abriendo las puertas a las
personas que tienen otro color de piel u otra cultura. Te lo pedimos Señor.
-Por los que mandan, para que trabajen para que haya paz
y contra el cambio climático. Te lo pedimos, Señor.
-Por las niñas y los niños que han perdido sus casas por
culpa del volcán de la isla de la Palma. Te lo pedimos, Señor.
-Por nosotros, para que estemos atentos a Jesús que está
en misa, en el sagrario y en los pobres. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.
Virgen María. Gracias por
estar cerca de todas las personas y por ayudar a los que somos amigos de Jesús
a hacer que seamos una sola familia.
ORACIÓN PARA EL CENTRE
JUNIORS CORBERA Y CATEQUISTAS DE CORBERA, FAVARA Y LLAURÍ. DOMINGO 30 T.
ORDINARIO
EXPERIENCIA.
Comienza con la señal de la cruz.
En un folio blanco o la libreta dibuja una cruz.
Dios te está mirando con la mirada de Jesús,
escribe dentro o en torno a la cruz
que has dibujado
las cosas por los demás que puedes
hacer con las manos.
Visualiza este vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=GRbI5ODDklE
Piensa en el vídeo y en la última frase:
“Cosas pequeñas que nos
demuestran que la realidad es transformable.
Rompe la indiferencia”.
REFLEXIÓN.
En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en
el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que
les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para
vivir.
¿Qué dice el
texto?
¿Qué te
dice el texto?
¿Qué le
respondes a Jesús?
COMPROMISO.
Renuncia a un capricho para
darlo a la parroquia, Cáritas, una Ong, una persona necesitada..
CELEBRACIÓN.
Escucha la canción de Joaquín Santos Matías Tus manos son palomas de la
paz.
https://www.youtube.com/watch?v=hVHjGQEB-pY
[1] Lugar donde se recogían
las limosnas, rentas y riquezas del Templo de Jerusalén. www.rae.es
[2] Primitiva moneda romana, fundida en bronce de peso variable hasta
que se le fijó el de una libra. Después de acuñó y se le minoró el peso, pero
conservando el valor de doce onzas. Ib.
[3] Moneda de cobre con una
cuarta parte de plata, que tenía grabada una corona y circuló en tiempo de rey
Sancho IV de Castilla [1258-1295] y de sus sucesores hasta los Reyes Católicos.
Ib.
[4] En trueque: Cambiando
una cosa por otra. Ib.
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