Lectura de la profecía de Daniel 12, 1-3.
Por aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que se
ocupa de los hijos de tu pueblo; serán tiempos difíciles como no los ha habido
desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los
que duermen en el polvo de la tierra despertarán: unos para la vida eterna,
otros para vergüenza e ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor
del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas
por toda la eternidad.
Textos
paralelos.
En aquel
tiempo surgirá Miguel.
Dn 10, 13:
El príncipe del reino de Persia me opuso resistencia durante veintiún días;
miguel, uno de los príncipes supremos, vino en mi auxilio; por eso me detuve
allí junto a los reyes de Persia.
Dn 10, 21:
Pero te comunicaré lo que está escrito en el libro de la verdad. Nadie me ayuda
en mis luchas si no es vuestro príncipe Miguel.
Serán
tiempos difíciles.
Mt 24, 21:
Habrá una tribulación tan grande como no la hubo desde el comienzo del mundo
hasta ahora, ni la habrá en el futuro.
Jr 30, 7:
¡Ay! Aquel día será grande y sin igual, hora de angustia para Jacob. Pero
saldrá de ella.
Jl 2, 2:
Día de oscuridad y tinieblas, día de nubes y nubarrones; como crepúsculo que se
extiende sobre los montes es el ejército denso y numeroso.
Muchos
de los que descansan en el polvo.
Jn 5,
28-29: No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que están en el
sepulcro oirán su voz. Los que obraron bien resucitarán para vivir, los que
obraron mal resucitarán para ser juzgados.
2 M 7, 9: Y
estando para morir dijo: “Tú, malvado, nos arrancas la vida presente. Pero
cuando hayamos muerto por su Ley, el rey del universo nos resucitará para una
vida eterna”.
Ez 37, 10:
Pronuncié el conjuro que me había mandado. Penetró en ellos el aliento,
revivieron y se pusieron en pie: era una muchedumbre inmensa.
Is 66, 24:
Y al salir verán los cadáveres de los que se rebelaron contra mí: su gusano no
muere, su fuego no se apaga, y serán el horror de todos los mortales.
Mt 13, 43:
Entonces, en el reino de su Padre, los justos brillarán como un sol. Quien
tenga oídos que escuche.
1 Co 15,
41-42: Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de los astros;
un astro se distingue de otro en resplandor. Así pasa con la resurrección de
los muertos.
Notas
exegéticas.
12 1 El libro de los Predestinados o
Libro de la Vida.
12 2 Este es uno de los textos
importantes del AT sobre la resurrección de la carne. En los textos más
antiguos, el tema de la resurrección era entendido de manera simbólica y
colectiva. La promesa de la resurrección individual es la respuesta profética
al problema planteado por la experiencia del martirio.
12 3 (b) Lit. “los que hicieron
justos” y por tanto “los maestros de justicia”. El v. precedente sugiere que
aquí no solo se trata del renombre póstumo de los santos, como en Sb 3, 7, sino
de una transfiguración escatológica que afecta a sus cuerpos, ya “gloriosos”.
Salmo
responsorial
Salmo 16 (15), 5.8-11.
Protégeme,
Dios mío, que me refugio en ti. R/.
El
Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi
suerte está en tu mano.
Tengo
siempre presente al Señor,
con
él a mi derecha no vacilaré. R/.
Por
eso se me alegra el corazón,
se
gozan mis entrañas,
y
mi carne descansa esperanzada.
Porque
no me abandonarás en la región de los muertos
ni
dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.
Me
enseñarás el sendero de la vida,
me
saciarás de gozo en tu presencia,
de
alegría perpetua a tu derecha. R/.
Textos
paralelos.
Yahvé es parte de mi herencia y mi copa.
Nm 18, 20: El Señor dijo a Aarón: “Tú no recibirás heredad en su
tierra ni tendrás una parte en medio de ellos. Yo soy tu parte y tu heredad en
medio de los israelitas”.
Dt 10, 9: Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo;
la tierra y todo cuanto la habita.
Si 45, 20-22: Pero aumentó la dignidad de Aarón, dándole su
herencia, le concedió como sustento las ofrendas sagradas, comer lo ofrecido al
Señor; su porción es el pan presentado como un don para él y su descendencia;
en cambio, no tiene propiedad en la tierra ni reparte herencia con el pueblo,
su lote y herencia entre los israelitas son las ofrendas al Señor.
Lm 3, 24: “El Señor es mi lote”, me digo, y espero en él.
Tengo siempre presente a Yahvé.
Sal 121, 5: El Señor es tu guardián, el Señor es tu sombra, está a
tu derecha.
Por eso se me alegra el corazón.
Hch 2, 25-28: Ya que David dice de él: Pongo siempre delante al
Señor: con él a la derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón y goza
mi lengua y mi carne descansa esperanzada: porque no me dejarás en la muerte ni
permitirás que tu devoto conozca la corrupción. Me enseñarás el camino de la
vida, me llenarás de gozo en tu presencia.
Hch 13, 35: Y en otro lugar dice: no permitirás que tu fiel sufra
la corrupción.
No me abandonarás al Seol.
Nm 16, 33: Ellos con todos los suyos bajaron vivos al abismo; la
tierra los cubrió y desaparecieron de la asamblea.
Sal 49, 16: Pero Dios rescata mi vida, me arranca de la mano del
abismo.
Sal 73, 24: Me guías según tus planes y me llevas a un destino
glorioso.
Notas
exegéticas.
16 9 Lit. “mi gloria”.
16 10 El salmista ha elegido a
Yahvé. El realismo de su fe y las exigencias de su vida mística piden una
intimidad indisoluble con él: necesita, pues, escapar a la muerte que le
separaría de él. Esperanza imprecisa aún, que preludia la fe en la
resurrección. Las versiones traducen “fosa” por “corrupción”. La aplicación
mesiánica, admitida por el Judaísmo, se ha verificado en la resurrección de
Cristo.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta a los Hebreos 10,
11-14.18.
Todo sacerdote ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas
veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados.
Pero Cristo, después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio,
está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios y espera el tiempo que
falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una
sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo
santificados. Ahora bien, donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados.
Textos
paralelos.
Todo sacerdote está en
pie, día tras día, oficiando y ofreciendo.
Hb 10, 1-4: La ley es sombra de
los bienes futuros, no la copia de la realidad. Con los mismos sacrificios
ofrecidos periódicamente cada año, nunca puede consumar a los que se acercan.
Pues si los hubiera purificado definitivamente, al no tener conciencia de
pecado, los que rinden culto habrían cesado de ofrecerlos. Por el contrario,
con ellos se renueva cada año el recuerdo de los pecados, ya que la sangre de
toros y cabras no puede perdonar pecados.
Nunca pueden borrar los
pecados.
Hb 10, 10: Pues según esa
voluntad, queramos consagrados por la ofrenda, hecha una vez para siempre, del
cuerpo de Jesucristo.
Hb 7, 27: Él no necesita, como
los otros sumos sacerdotes, ofrecer cada día sacrificios, primero por sus
pecados y después por los del pueblo; pues eso lo hizo de una vez para siempre,
ofreciéndose a sí mismo.
Se sentó a la diestra de
Dios para siempre.
Sal 110, 1: Oráculo del Señor a
mi Señor: “Siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos escabel de tus
pies”.
Hch 2, 33: Exaltado a la
diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha
derramado. Es lo que estáis viendo y oyendo.
Mediante una sola
oblación ha llevado a la perfección.
Hb 11, 40: Porque Dios nos
reservaba un plan mejor, que aquellos no cumplieran su destino sin nosotros.
Jn 17, 19: Por ellos me
consagro, para que queden consagrados con la verdad.
Notas
exegéticas.
10 11 No se entiende bien la relación
que aquí se establece en el sacrificio: tamîd (diario y no obligatorio para el sumo
sacerdote) y el sacrificio anual de expiación. Quizá se trata aquí, lo mismo
que en 7, 27, de una alusión a los sacrificios de investidura de los
sacerdotes, que duraban siete días.
10 18 Texto utilizado en las
controversias teológicas. De parte protestante se han puesto objeciones a la
doctrina católica, que considera la misa como un sacrificio. Del lado católico
se responde que la misa no es un sacrificio distinto de la cruz, sino solo un
sacramento que hace presente ese único sacrificio.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según san Marcos 13, 24-32.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “En
aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no
dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y
gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos,
desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Aprended de esta
parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas,
deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede,
sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta
generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras
no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del
cielo ni el Hijo, solo el Padre.
Textos
paralelos.
Mc 13, 24-32 |
Mt 24, 29-36 |
Lc 21, 25-27.29-33 |
En aquellos días, después de
esa tribulación el sol se oscurecerá, la luna no irradiará su resplandor, las
estrellas caerán del cielo y los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán llegar al Hijo
del Hombre en una nube, con gran poder y majestad. Entonces despachará a los
ángeles y reunirá a los elegidos de los cuatro vientos, de un extremo de la
tierra a un extremo del cielo. Aprended el ejemplo de la
higuera: cuando las ramas se ablandan y brotan las hojas, sabéis que está
cerca la primavera. Lo mismo vosotros, cuando veáis suceder aquello, sabed
que está cerca, a las puertas. Os aseguro que no pasará esta
generación antes de que suceda todo eso. Cielo y tierra pasarán, mis palabras
no pasarán. En cuanto al día y la hora,
no los conoce nadie, ni los ángeles en el cielo, ni el hijo; solo los conoce
el Padre. |
Inmediatamente después de
esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no irradiará su resplandor;
las estrellas caerán del cielo y los ejércitos celestes temblarán. Entonces aparecerá en el
cielo el estandarte del Hijo del hombre: Todas las razas del mundo
harán duelo y verán al Hijo del hombre llegar en las nubes del cielo, con
gloria y poder. Despachará a sus ángeles a
reunir, con un gran toque de trompeta, a los elegidos de los cuatro vientos,
de un extremo a otro del cielo. Aprended el ejemplo de la
higuera: cuando las ramas se ablandan y brotan las hojas, sabéis que está
cerca la primavera. Lo mismo vosotros, cuando veáis que sucede todo esto,
sabed que el fin está cerca, a las puertas. Os aseguro que no pasará esta
generación antes que suceda todo esto. Cielo y tierra pasarán, mis palabras
no pasarán. En cuanto al día y a la hora,
no los conoce nadie, ni los ángeles del cielo ni el Hijo; sólo los conoce el
Padre. |
Habrá señales en el sol, la
luna y las estrellas. En la tierra se angustiarán
los pueblos, desconcertados por el estruendo del mar y del oleaje. Los hombres desfallecerán de miedo,
aguardando lo que se le echa encima al mundo; pues las potencias celestes se
tambalearán. Entonces verán al Hijo del
Hombre que llega en una nube con gran poder y gloria. Y les añadió una parábola: -Observad la higuera y los
demás árboles: cuando echan brotes, sabéis sin más que el verano está cerca.
Igual vosotros, cuando veáis que sucede eso, sabed que se acerca el reinado
de Dios. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que suceda todo
eso. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. |
Entonces verán al Hijo del hombre viniendo entre nubes.
Dn 7, 13-14: Seguí mirando, y
en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se
acercó al anciano y fue presentada ante él. Le dieron poder real y dominio:
todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no
pasa, su reino no tendrá fin.
Mt 8, 20: Jesús le contesto:
“Las zorras tienen madrigueras, los pájaros tienen nidos, pero este (el Hijo
del) hombre no tiene donde recostar la cabeza.
Enviará a los ángeles y
reunirá a los cuatro vientos.
Dt 30, 3-4: El Señor, tu Dios,
cambiará tu suerte, compadecido de ti; el Señor, tu Dios, volverá y te reunirá
sacándote de todos los pueblos por donde te disperso; aunque tus dispersos se
encuentren en los confines del cielo, el Señor, tu Dios, te reunirá, te
recogerá allí; el Señor, tu Dios.
Za 2, 10-17: ¡Eh, eh!, huid del
país del norte – oráculo del Señor –, que yo os dispersé a los cuatro vientos –
oráculo del Señor –. ¡Eh, hijos de Sión, que habitáis en Babilonia, escapad!
Porque así dice el Señor de los ejércitos a las naciones que los deportaron: El
que os toca a vosotros, me toca a mí la niña de los ojos. Yo agitaré mi mano
contra ellos, y serán botín de sus vasallos, y sabrán que el Señor de los
ejércitos me ha enviado. Festeja y aclama, joven Sión, que yo vengo a habitar
en ti – oráculo del Señor –. Aquel día se incorporarán al Señor muchos pueblos
y serán pueblo mío; habitaré en medio de ti, y sabrás que el Señor de los
ejércitos me ha enviado a ti. El Señor tomará a Judá como lote suyo en la
tierra santa, y volverá a escoger a Jerusalén. ¡Silencio todos ante el Señor,
que se levanta en su santa morada!
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
13
24 Los
prodigios cósmicos sirven en el lenguaje tradicional de las profecías para
describir intervenciones poderosas de Dios en la historia, aquí la crisis
mesiánica seguida del final triunfante del pueblo de los santos y de su jefe el
Hijo del hombre. Nada hay que obligue a aplicarlos al fin del mundo, como a
menudo se hace a causa del contexto que le es dado.
13
26 Con
este mismo texto de Daniel responderá Jesús a la pregunta de sus jueces (14,
62). En el AT la nube manifiesta la presencia divina (Ex, Lv y Nm) y el Hijo
del hombre es un personaje celeste.
13
30 La
expresión “todo esto” parece no delimitar un acontecimiento histórico preciso,
como podría ser la ruina del Templo. Por esta época, algunas generaciones
judías habían vivido en la espera de un próximo fin del mundo. Hablando
conforme a esta espera Jesús se expresaba en las categorías de pensamiento del
profetismo y de la apocalíptica, donde no se distinguían las diferentes etapas
del transcurrir de la historia. También aquí, la tradición ha conservado
fielmente unas palabras que ciertamente planteaban un problema puesto también
de relieve por la declaración del v. 31 y por la cercanía de otra afirmación
que parece contradictoria.
13
32 La
forma absoluta “Hijo” para designar a Jesús en relación con el Padre no aparece
en los sinópticos más que aquí (paralelo en Mt) y en Mt 11, 27 (paralelo Lc 10,
22). Se puede relacionar con ella la invocación Abba (Mc 14, 36) con la que
Jesús se dirige a Dios, y la distinción entre siervos e hijos en la parábola de
los viñadores homicidas. Es difícil atribuirla a la comunidad, pues en tal caso
habría corregido las palabras del v. 32 que expresan los límites del
conocimiento de Jesús en un asunto tan importante en aquella época. Para el
judaísmo en este punto como en otros, Jesús afirma netamente las prerrogativas
de Dios.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
25 LAS FUERZAS DE LOS
CIELOS: lit. las fuerzas que (están) en los cielos: los astros.
29 ESTÁ CERCA todo
aquello de lo que se ha hablado anteriormente. O bien, si se refiere a la
segunda venida del Hijo del hombre: ESTÁ CERCA el triunfo definitivo del reino
de Dios. Sobre la proximidad de la segunda venida de Cristo, cf. v. 32.
32 Al contrario de las
corrientes apocalípticas contemporáneas, Jesús siempre se negó a dar la fecha
de su segunda venida. Aquí afirma que la desconoce; puede ser un recurso
pedagógico para dejar en relieve una prerrogativa divina conocida de sus
oyentes y repetida en la literatura apocalíptica: que solo Dios conoce
el momento final (cf. en 10, 18 otro ejemplo en el que Jesús, con una frase
negativa sobre sí mismo pone de relieve una prerrogativa divina). Como Dios que
era, Jesús sabía el momento de la consumación de la historia; en cuanto hombre,
podía saberlo, pero sin tener la misión de revelarlo (algo así como un “secreto
profesional”); o podía no saberlo, lo mismo que ignoraba, por su limitación de
verdadera criatura humana, otras cosas que no eran necesarias para llevar a
cabo su misión. San Efrén formula así la explicación clásica de este texto:
Jesús “ocultó este dato para que estemos vigilantes y cada uno de nosotros
piense que ese acontecimiento sucederá durante su vida”.
Notas exegéticas Biblia del Peregrino
13, 24-37 El hecho de la parusía o venida
del Mesías se afirma de modo trasparente; todo el resto es opaco. En
conclusión, la parusía se propone como hecho cósmico, histórico (en aquellos
días), trascendente (poder, majestad), universal. La tradición cristiana es unánime
en esperar la “venida” de Jesucristo y afirma que será “gloriosa”.
13, 28-32: Sobre la fecha de los sucesos
futuros la última sección nos deja en la incerteza.
13, 30 Este verso parece reflejar la
actitud de la comunidad que esperaba una parusía próxima; actitud propia de la
primera generación cristiana (documentada por ejemplo en 2 Tesalonicenses)
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
13,
24-32 Cristo predijo su Ascensión así como su segunda venida en el final de los
tiempos, cuando juzgue a vivos y muertos. Las descripciones de calamidades se
usaban a menudo en el Antiguo Testamento en relación con el castigo por
infidelidad. Cat. 1200.
13,
32 Esta
enseñanza pone de manifiesto la necesidad de los seguidores de Cristo de estar
siempre preparados para darle la bienvenida cuando regrese. Cat. 474.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
1200
Desde
la primera comunidad de Jerusalén hasta la Parusía, las Iglesias de Dios,
fieles a la fe apostólica, celebran en todo lugar el Misterio pascual. El
Misterio celebrado en la liturgia es uno, pero las formas de su celebración son
diversas.
474 Debido a su unión
con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento
humano de Cristo gozaba de plenitud de la ciencia de los designios eternos que
había venido a revelar . Lo que reconoce ignorar en este campo, declara en otro
lugar no tener misión de revelarlo (Hch 1, 7).
Concilio
Vaticano II.
El tiempo, pues, de
la actividad misionera discurre entre la primera venida del Señor y la segunda,
en la que la Iglesia será recogida desde los cuatro vientos como mies para el
Reino de Dios (cf. Mt 24, 31). Es necesario predicar el Evangelio a todas las
gentes antes de que venga el Señor.
Ad gentes divinitus,
9.
Comentarios de los Santos Padres.
Perseguirán a la Iglesia los impíos, con enorme crueldad, quienes,
desechando todo temor, sonriéndoles la felicidad del mundo, dirán: “Paz y
seguridad”. Entonces caerán las estrellas del cielo y se estremecerán sus
virtudes, porque muchos que al parecer brillaban en gracia, se rendirán a sus
perseguidores, y caerán, y serán turbados fieles que eran fortísimos.
Agustín, Carta a Hesiquio, 199, 11, 39. II, pg. 250-251.
En el día del juicio se obscurecerán las estrellas, no por la disminución
de su ardiente luz, sino por la claridad que llegará inesperadamente de la
verdadera Luz, es decir, del Juez supremo cuando venga en toda su majestad.
Beda, Exposición al Ev. de Marcos, 4, 13, 24. II, pg. 251.
Veo que esto se puede entender de dos maneras. Puede venir sobre la
Iglesia como sobre una nube, como ahora no cesa de venir, conforme a lo que
dijo: “Ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha de la virtud
viniendo sobre las nubes del cielo” (Mt 26, 64). Pero entonces vendrá con gran
poder y majestad porque aparecerán más en los santos su poder y majestad
divinas, porque les aumentó la fortaleza para que no sucumbieran a la
persecución. Puede entenderse también que viene en su Cuerpo, en el que “está
sentado a la derecha del Padre” (Mc 16, 19), en el que murió, resucitó y subió
al cielo.
Agustín, Carta a Hesiquio, 199, 11, 41. II, pg. 251.
Primeramente vino en los predicadores, llenando toda la tierra. No nos
opongamos a la primera venida, para que no nos horroricemos en la segunda.
Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, 95, 14. II, pg. 252.
Congrega de los cuatro vientos a los elegidos, luego los congrega de todo
el mundo. También el nombre de Adán, conforme ya lo he dicho, significa “orbe
terráqueo” según la lengua griega. Su nombre se forma con cuatro letras: A, D,
A y M. Conforme a la lengua griega, los nombres de las cuatro partes del orbe
comienzan por esas letras, pues al oriente le denominan los griegos “anatolen”;
al occidente “disin”; al aquilón, “arkton” y al mediodía, “mesembrian”. Con
ellas se forma la palabra “Adam”. Por tanto, Adán se halla diseminado por todo
el orbe terráqueo.
Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, 95, 15. II, pg. 252.
La producción de frutos por parte de los árboles constituye una señal del
verano, en cuanto que lo preceden; de igual manera, las tribulaciones del mundo
son una señal premonitoria del reino de Dios, en cuanto que vienen antes que
él. Toda señal es algo que pertenece a aquello de lo que es indicio, y
cualquier cosa posee una señal de sí misma a la cual pertenece la cosa. Por
tanto, si las tribulaciones son señales del reino de Dios, como los frutos son
indicio del verano, entonces también el reino de Dios pertenece al Creador, al
cual se atribuyen las tribulaciones que son sus señales.
Tertuliano, Contra Marción, 4, 39, 16-17. II, pg. 253.
El verano significa el fin del mundo, porque es la época en que se
recogen los frutos para guardar.
Hipólito, Comentario al Ev. de Mateo, 24, 32. II, pg. 253.
Ignora entre los discípulos lo que por él no podían entonces comprender,
mientras afirmaba saber lo que por su medio convenía que aprendiesen. Conocía
entre los perfectos lo que entre los párvulos ignoraba.
Agustín, Sobre la Santísima Trinidad, 1, 12, 23. II, pg. 356.
San Agustín
Hemos escuchado que el último día ha de venir con terror para quienes
rechazan la seguridad del vivir bien, y prefieren continuar en su mala vida. Es
útil que Dios haya querido que ignorásemos aquel día, para que el corazón esté
siempre preparado en la espera de lo que sabe que ha de llegar, aunque no sepa
cuándo ha de ser. Pues nuestro Señor Jesucristo, enviado a nosotros como
maestro, a pesar de ser Hijo del hombre, dijo que ignoraba ese día (Mc 13, 32).
Su magisterio no incluía enseñarnos eso a nosotros. En efecto, anda hay que
sepa el Padre y que ignore el Hijo, puesto que la ciencia del Padre se
identifica con su Sabiduría, y su Sabiduría es su Hijo, su Palabra. Pero no era
provechoso para nosotros conocer esa fecha, que conocía el que había venido para
enseñarnos, pero no lo que él sabía que no nos era provechoso. En su condición
de maestro, no solo enseñó, sino que también ocultó algo, pues en cuanto
maestro sabía enseñar lo provechoso y ocultar lo dañino.
Comentario al salmo 36, 1, 1. II, pg. 1553.
San Juan de Ávila
En aquel día temblará la tierra, caerse han todos los edificios, vernán
las animalías de los campos bramando, espantados de miedo, a meterse entre los
hombres, temblando de Dios, para que lo que viviendo no temieron a Dios, dice
San Gregorio, teman y sepan que cosa es Dios, que hará de buscar el logrero[1] al
que debe para restituir, y el encubridor al encubierto, y el injuriador al
injuriado para pedirse perdón; el que está amancebado dejará la mala compañía.
¡Qué de temblores, qué de espantos, qué de miedos! La lumbre no dará luz, la luna no dará lumbre (Mc 13, 24). ¡Qué temor será
mirar arriba y ver el cielo hecho fuego! Todo a escuras, las estrellas
parecerán que caen.
Domingo I de Adviento. III, pg. 27.
Él lo dijo: Entonces lo verán al hijo de la Virgen con gran majestad (Mc 13, 26). Vendrá un grandísimo resplandor
que tiemblen los malos de vello así resplandecer. Dice el Apocalipsis capítulo
6, que recibirán tan grandes desmayos y tormentos, que dirán: montes, caed sobre
nosotros. ¿Qué
habéis? ¿Por qué viene Dios tenéis tanta pena? ¿Escondeisos de cara del Cordero? (cf. Ap 6, 16). ¿Tanto miedo
habéis. Dice Grisóstomo: no me contéis muertes ni fuegos ni infiernos, en
comparación de ver a Dios enojado.
Domingo I de Adviento. III, pg. 28.
Si estás arrimado a tu corazón y estás lleno de tu propia voluntad y
antojo, si haces todo lo que se te antoja, ¿cómo has de descansar? Antes
faltará el cielo y la tierra que falte la palabra de Dios (cf. Mc 13, 31). (…).
Arrimaos a Dios; subíos al cielo, do no llegará tormenta de los trabajos; poné
vuestra esperanza en Dios, decilde: “Véaos yo, que todo lo sufriré por vos. Lo
próspero yo lo renuncio, lo adverso yo lo padeceré de buena gana; solamente os
vea yo”.
Jueves de la Ascensión. III, pg. 237-238.
Por eso, ninguno, aunque más santo sea, no deje la penitencia. Mirad
Job cuán justo era y decía: Por eso me retracto y me arrepiento cubierto de polvo y ceniza (Jb 42, 6). Miren a San Juan
Bautista, santificado en el vientre de su madre, la penitencia que hizo tan
grande. Y todos esos santos apóstoles no aflojaron de asperísima penitencia,
aunque tenían palabra de Aquel en cuya boca nunca fue hallada mentira, y antes perecería el
cielo y la tierra que su palabra (cf. Mc 13, 31), que sus nombres están escritos en el
cielo (cf. Lc
10, 20), y que irían allá.
A un su discípulo. IV, pg. 539.
San Oscar Romero.
Quienes quieren traducir a sus criterios y a sus moldes todo
lo que pasa en el país y no son capaces de adecuar, evaluar sus estrategias,
sus sistemas, sus procederes a las nuevas maneras del país, no comprenden que
en la historia es una continua madre dando a luz; algo viejo muere y algo nuevo
nace siempre en la historia. Y el hombre de esperanza sabe que todos los
dolores del país como los dolores de la familia, el sufrimiento del hogar, son
dolores de la nueva criatura que ha de nacer si en el dolor elevamos el corazón
a Dios, que también quiere cobrarse, de nuestra parte, nuestro propio dolor y
sufrimiento para colaborar con su omnipotencia en la salvación de nuestro
pueblo.
Homilía, 18 noviembre 1979.
Papa Francisco. Angelus. 15 de
noviembre de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico propone una parte
del discurso de Jesús sobre los últimos eventos de la historia humana,
orientada hacia la plena realización del Reino de Dios (cf. Mc 13, 24-32).
Es un discurso que Jesús pronunció en Jerusalén, antes de su última Pascua.
Contiene algunos elementos apocalípticos, como guerras, carestías,
catástrofes cósmicas: «El sol se oscurecerá, la luna no dará su esplendor, las
estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán» (vv. 24-25). Sin
embargo, estos elementos no son la cosa esencial del mensaje. El
núcleo central en torno al cual gira el discurso de Jesús es Él mismo,
el misterio de su persona y de su muerte y resurrección, y su regreso al final
de los tiempos.
Nuestra meta final es el encuentro con el Señor resucitado. Yo os quisiera preguntar: ¿cuántos
de vosotros pensáis en esto? Habrá un día en que yo me encontraré cara a
cara con el Señor. Y ésta es nuestra meta: este encuentro. Nosotros no
esperamos un tiempo o un lugar, vamos al encuentro de una persona: Jesús. Por
lo tanto, el problema no es «cuándo» sucederán las señales premonitorias
de los últimos tiempos, sino el estar preparados para el encuentro. Y no
se trata ni si quiera de saber «cómo» sucederán estas cosas, sino
«cómo» debemos comportarnos, hoy, mientras las esperamos. Estamos llamados
a vivir el presente, construyendo nuestro futuro con serenidad y confianza
en Dios. La parábola de la higuera que germina, como símbolo del verano ya
cercano, (cf. vv. 28-29), dice que la perspectiva del final no nos desvía de la
vida presente, sino que nos hace mirar nuestros días con una óptica de
esperanza. Es esa virtud tan difícil de vivir: la esperanza, la más pequeña
de las virtudes, pero la más fuerte. Y nuestra esperanza tiene un rostro: el
rostro del Señor resucitado, que viene «con gran poder y gloria» (v. 26),
que manifiesta su amor crucificado, transfigurado en la resurrección. El
triunfo de Jesús al final de los tiempos, será el triunfo de la Cruz; la
demostración de que el sacrificio de uno mismo por amor al prójimo y a
imitación de Cristo, es el único poder victorioso y el único punto fijo en
medio de la confusión y tragedias del mundo.
El Señor Jesús no es sólo el punto de llegada de la peregrinación terrena, sino que
es una presencia constante en nuestra vida: siempre está a nuestro lado,
siempre nos acompaña; por esto cuando habla del futuro y nos impulsa hacia ese,
es siempre para reconducirnos en el presente. Él se contrapone a los falsos
profetas, contra los visionarios que prevén la cercanía del fin del mundo y
contra el fatalismo. Él está al lado, camina con nosotros, nos quiere. Quiere
sustraer a sus discípulos de cada época de la curiosidad por las fechas,
las previsiones, los horóscopos, y concentra nuestra atención en el hoy de
la historia. Yo tendría ganas de preguntaros —pero no respondáis, cada uno
responda interiormente—: ¿cuántos de vosotros leéis el horóscopo del día? Cada
uno que se responda.. Y cuando tengas de leer el horóscopo, mira a Jesús, que
está contigo. Es mejor, te hará mejor. Esta presencia de Jesús nos llama a la
espera y la vigilancia, que excluyen tanto la impaciencia como el
adormecimiento, tanto las huidas hacia delante como el permanecer encarcelados
en el momento actual y en lo mundano.
También en nuestros días no faltan las calamidades naturales y morales, y
tampoco la adversidad y las desgracias de todo tipo. Todo pasa —nos recuerda el
Señor—; sólo Él, su Palabra permanece como luz que guía, anima nuestros
pasos y nos perdona siempre, porque está al lado nuestro. Sólo es necesario
mirarlo y nos cambia el corazón. Que la Virgen María nos ayude a confiar en
Jesús, el sólido fundamento de nuestra vida, y a perseverar con alegría en su
amor.
Papa Francisco. Angelus. 18 de
noviembre de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el pasaje evangélico de este domingo (cf. Mc
13, 24-32), el Señor quiere instruir a sus discípulos sobre los eventos futuros.
No se trata principalmente de un discurso sobre el fin del mundo, sino que es
una invitación a vivir bien el presente, a estar atentos y siempre
preparados para cuando nos pidan cuentas de nuestra vida. Jesús dice: «Por
esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no
dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo» (versículos 24-25). Estas
palabras nos hacen pensar en la primera página del Libro de Génesis, la
historia de la creación: el sol, la luna, las estrellas, que desde el principio
del tiempo brillan en su orden y dan luz, signo de vida, aquí están descritas
en su decadencia, mientras caen en la oscuridad y el caos, signo
del fin. En cambio, la luz que brillará en ese último día será única y
nueva: será la del Señor Jesús que vendrá en gloria con todos los santos.
En ese encuentro finalmente veremos su rostro a la plena luz de la Trinidad; un
rostro radiante de amor, ante el cual todo ser humano también aparecerá en su
verdad total.
La historia de la humanidad, como la
historia personal de cada uno de nosotros, no puede entenderse como una
simple sucesión de palabras y hechos que no tienen sentido. Tampoco
se puede interpretar a la luz de una visión fatalista, como si todo
estuviera ya preestablecido de acuerdo con un destino que resta todo espacio de
libertad, impidiendo tomar decisiones que son el resultado de una elección
verdadera. En el Evangelio de hoy, más bien, Jesús dice que la historia de
los pueblos y de los individuos tiene una meta y una meta que debe alcanzarse:
el encuentro definitivo con el Señor. No sabemos el tiempo ni las formas en
que sucederá; el Señor ha reiterado que «nadie sabe nada, ni los ángeles en el
cielo ni el Hijo» (v. 32). Todo se guarda en el secreto del misterio del Padre.
Sin embargo, sabemos un principio fundamental con el que debemos enfrentarnos:
«El cielo y la tierra pasarán, dice Jesús, pero mis palabras no pasarán"»
(v. 31). El verdadero punto crucial es este. En ese día, cada uno de
nosotros tendrá que entender si la Palabra del Hijo de Dios ha iluminado su
existencia personal, o si le ha dado la espalda, prefiriendo confiar en sus
propias palabras. Será más que nunca el momento en el que nos abandonemos
definitivamente al amor del Padre y nos confiemos a su misericordia.
¡Nadie puede escapar de este momento, ninguno de
nosotros! La astucia, que a menudo utilizamos en nuestro comportamiento
para avalar la imagen que queremos ofrecer, será inútil; de la misma
manera, el poder del dinero y de los medios económicos con los que
pretendemos, con presunción, que compramos todo y a todos, ya no se podrá
utilizar. No tendremos con nosotros nada más que lo que hemos logrado en
esta vida creyendo en su Palabra: el todo y la nada de lo que hemos vivido o
dejado de hacer. Solo llevaremos con nosotros lo que hemos dado.
Invoquemos la intercesión de la Virgen María,
para que la constatación de nuestra temporalidad en la tierra y de nuestros
límite no nos haga caer en la angustia, sino que nos llame a la responsabilidad
con nosotros mismos, con nuestro prójimo, con el mundo entero.
Francisco. Angelus. 14 de
noviembre de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje evangélico de la liturgia de hoy se abre
con una frase de Jesús que nos deja consternados: «El sol se oscurecerá, la
luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo» (Mc 13,24-25). ¿Pero
cómo, también el Señor se pone catastrofista? No, ciertamente no es esa su
intención. Él quiere hacernos entender que todo en este mundo, antes o
después, pasa. Incluso el sol, la luna y las estrellas, que forman el “firmamento”
—palabra que indica “firmeza”, “estabilidad”—, están destinados a
pasar.
Sin embargo, al final Jesús dice qué es lo que
no colapsa: «El cielo y la tierra pasarán —dice—, pero mis palabras no
pasarán» (v. 31). Las palabras del Señor no pasan. Establece una distinción
entre las cosas penúltimas, que pasarán, y las cosas últimas, que permanecerán.
Es un mensaje para nosotros, para orientarnos en nuestras decisiones
importantes de la vida, para orientarnos sobre en qué conviene invertir la
vida. ¿En lo que es transitorio, o en las palabras del Señor, que
permanecen para siempre? Evidentemente, en estas. Pero no es fácil. De hecho,
las cosas que caen bajo nuestros sentidos y nos dan satisfacción inmediata nos
atraen, mientras que las palabras del Señor, aunque son hermosas, van más
allá de lo inmediato y requieren paciencia. Estamos tentados de
agarrarnos a lo que vemos y tocamos y nos parece más seguro. Es humano, la
tentación es esa. Pero es un engaño, porque «el cielo y la tierra pasarán, pero
mis palabras no pasarán». He aquí, por tanto, la invitación: no edifiquemos
la vida sobre la arena. Cuando se construye una casa, se excava en
profundidad y se ponen cimientos sólidos. Solo un ignorante diría que eso es
tirar el dinero por algo que no se ve. El discípulo fiel, para Jesús, es aquel
que cimienta la vida sobre la roca, que es su Palabra que no pasa (cfr.
Mt 7, 24-27), sobre la firmeza de la Palabra de Jesús: este es el fundamento de
la vida que Jesús quiere de nosotros, y que no pasará.
Y ahora preguntémonos —cuando se lee la Palabra de
Dios, uno siempre se hace preguntas—: ¿cuál es el centro, cuál es el corazón de
la Palabra de Dios? ¿Qué es lo que, en definitiva, da solidez a la vida y nunca
tendrá fin? Nos lo dice san Pablo. El centro, precisamente el corazón que late,
lo que da solidez, es la caridad: «La caridad no acaba nunca» (1 Cor 13,
8), dice san Pablo; es decir, el amor. Quien hace el bien invierte en la
eternidad. Cuando vemos una persona generosa y servicial, apacible,
paciente, que no es envidiosa, no critica, no se jacta, no se hincha de
orgullo, no falta al respeto (cfr. 1 Cor 13, 4-7), esta es una persona que
construye el Cielo en la tierra. Quizá no tenga visibilidad, no haga carrera,
no sea noticia en los periódicos, y, sin embargo, lo que hace no se perderá.
Porque el bien nunca se pierde, el bien permanece para siempre.
Y nosotros, hermanos y hermanas, preguntémonos: ¿en
qué estamos invirtiendo la vida? ¿En cosas que pasan, como el dinero, el éxito,
la apariencia, el bienestar físico? De estas cosas, no nos llevaremos nada.
¿Estamos apegados a las cosas terrenas como si tuviéramos que vivir aquí para
siempre? Mientras somos jóvenes y tenemos salud, todo va bien, pero cuando
llega la hora de la despedida, debemos dejar todo. La Palabra de Dios hoy nos
advierte: la escena de este mundo pasa. Y solamente permanecerá el amor. Por
consiguiente, fundar la vida sobre la Palabra de Dios no es evadirse de la
historia, es sumergirse en las realidades terrenas para hacerlas firmes, para
transformarlas con el amor, imprimiéndoles el sello de la eternidad, el signo
de Dios. He aquí entonces un consejo para tomar las decisiones importantes.
Cuando no sé qué hacer, cómo tomar una decisión definitiva, una decisión
importante, una decisión que implica el amor de Jesús, ¿qué debo hacer?
Antes de decidir, imaginemos que estamos ante Jesús, como al final de la
vida, ante Él que es amor. Y pensando allí, en su presencia, en el umbral
de la eternidad, tomemos la decisión para el hoy. Así tenemos que decidir:
siempre mirando la eternidad, mirando a Jesús. Quizá no sea la elección más
fácil, la más inmediata, pero será la buena, eso es seguro (cfr. San Ignacio de
Loyola, Ejercicios espirituales, 187).
Que la Virgen nos ayude a tomar las decisiones
importantes de la vida como hizo ella: según el amor, según Dios.
Benedicto. Angelus. 15 noviembre
2009
Queridos hermanos y hermanas:
Hemos llegado a las últimas dos semanas del año
litúrgico. Demos gracias al Señor porque nos ha concedido recorrer , una vez
más, este camino de fe —antiguo y siempre nuevo— en la gran familia espiritual
de la Iglesia. Es un don inestimable, que nos permite vivir en la historia el
misterio de Cristo, acogiendo en los surcos de nuestra existencia personal y
comunitaria la semilla de la Palabra de Dios, semilla de eternidad que
transforma desde dentro este mundo y lo abre al reino de los cielos. En el itinerario
de las lecturas bíblicas dominicales, este año nos ha acompañado el evangelio
de san Marcos, que hoy presenta una parte del discurso de Jesús sobre el final
de los tiempos. En este discurso hay una frase que impresiona por su claridad
sintética: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán"
(Mc 13, 31). Detengámonos un momento a reflexionar sobre esta profecía de
Cristo.
La expresión "el cielo y la tierra"
aparece con frecuencia en la Biblia para indicar todo el universo, todo el
cosmos. Jesús declara que todo esto está destinado a "pasar". No
sólo la tierra, sino también el cielo, que aquí se entiende en sentido cósmico,
no como sinónimo de Dios. La Sagrada Escritura no conoce ambigüedad: toda la
creación está marcada por la finitud, incluidos los elementos divinizados por
las antiguas mitologías: en ningún caso se confunde la creación y el
Creador, sino que existe una diferencia precisa. Con esta clara distinción,
Jesús afirma que sus palabras "no pasarán", es decir, están de
la parte de Dios y, por consiguiente, son eternas. Aunque fueron
pronunciadas en su existencia terrena concreta, son palabras proféticas por
antonomasia, como afirma en otro lugar Jesús dirigiéndose al Padre celestial:
"Las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han
aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú
me has enviado" (Jn 17, 8).
En una célebre parábola, Cristo se compara con el
sembrador y explica que la semilla es la Palabra (cf. Mc 4, 14): quienes
oyen la Palabra, la acogen y dan fruto (cf. Mc 4, 20), forman parte del
reino de Dios, es decir, viven bajo su señorío; están en el mundo, pero ya
no son del mundo; llevan dentro una semilla de eternidad, un principio de
transformación que se manifiesta ya ahora en una vida buena, animada por la
caridad, y al final producirá la resurrección de la carne. Este es el poder de
la Palabra de Cristo.
Queridos amigos, la Virgen María es el signo
vivo de esta verdad. Su corazón fue "tierra buena" que acogió con
plena disponibilidad la Palabra de Dios, de modo que toda su existencia,
transformada según la imagen del Hijo, fue introducida en la eternidad, cuerpo
y alma, anticipando la vocación eterna de todo ser humano. Ahora, en la
oración, hagamos nuestra su respuesta al ángel: "Hágase en mí según tu
palabra" (Lc 1, 38), para que, siguiendo a Cristo por el camino de la
cruz, también nosotros alcancemos la gloria de la resurrección.
Benedicto. Angelus. 18 noviembre
2012
Queridos hermanos y hermanas:
En este penúltimo domingo del año litúrgico, se
proclama, en la redacción de San Marcos, una parte del discurso de Jesús sobre
los últimos tiempos (cf. Mc 13, 24-32). Este discurso se encuentra, con algunas
variaciones, también en Mateo y Lucas, y es probablemente el texto más difícil
del Evangelio. Tal dificultad deriva tanto del contenido como del lenguaje: se
habla de un porvenir que supera nuestras categorías, y por esto Jesús
utiliza imágenes y palabras tomadas del Antiguo Testamento, pero sobre todo
introduce un nuevo centro, que es Él mismo, el misterio de su persona y
de su muerte y resurrección. También el pasaje de hoy se abre con algunas imágenes
cósmicas de género apocalíptico: «El sol se oscurecerá, la luna no dará su
resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán» (v.
24-25); pero este elemento se relativiza por cuanto le sigue: «Entonces
verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria» (v.
26). El «Hijo del hombre» es Jesús mismo, que une el presente y el futuro; las
antiguas palabras de los profetas por fin han hallado un centro en la persona
del Mesías nazareno: es Él el verdadero acontecimiento que, en medio de los
trastornos del mundo, permanece como el punto firme y estable.
Ello se confirma con otra expresión del Evangelio
del día. Jesús afirma: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán» (v. 31). En efecto, sabemos que en la Biblia la Palabra de Dios
está en el origen de la creación: todas las criaturas, empezando por los
elementos cósmicos —sol, luna, firmamento—, obedecen a la Palabra de Dios,
existen en cuanto que son «llamados» por ella. Esta potencia creadora de la
Palabra divina se ha concentrado en Jesucristo, Verbo hecho carne, y pasa
también a través de sus palabras humanas, que son el verdadero
«firmamento» que orienta el pensamiento y el camino del hombre en la tierra.
Por esto Jesús no describe el fin del mundo, y cuando utiliza
imágenes apocalípticas, no se comporta como un «vidente». Al contrario, Él quiere
apartar a sus discípulos —de toda época— de la curiosidad por las fechas,
las previsiones, y desea en cambio darles una clave de lectura profunda,
esencial, y sobre todo indicar el sendero justo sobre el cual caminar,
hoy y mañana, para entrar en la vida eterna. Todo pasa —nos recuerda el Señor—,
pero la Palabra de Dios no muta, y ante ella cada uno de nosotros es
responsable del propio comportamiento. De acuerdo con esto seremos
juzgados.
Queridos amigos: tampoco en nuestros tiempos faltan
calamidades naturales, y lamentablemente ni siquiera guerras y
violencias. Hoy necesitamos también un fundamento estable para nuestra
vida y nuestra esperanza, tanto más a causa del relativismo en el que estamos
inmersos. Que la Virgen María nos ayude a acoger este centro en la Persona de
Cristo y en su Palabra.
Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El
Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza
12. «El Espíritu intercede por nosotros». El Espíritu Santo y la oración
cristiana
He querido saludar a la Virgen de los Desamparados, la Virgen que cuida de
los pobres, la patrona de Valencia, Valencia, que sufre tanto, y también otros lugares de España,
pero sobre todo Valencia, que está bajo el agua y sufre. He querido que esté
aquí la patrona de Valencia, esta pequeña imagen que me regalaron los
propios valencianos. Hoy, de manera especial, rezamos por Valencia y por
otras zonas de España que están sufriendo a causa del agua.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La acción santificadora del Espíritu Santo, además de en la Palabra de Dios
y en los Sacramentos, se expresa en la oración, y es a ella a la que queremos
dedicar la reflexión de hoy: la oración.
El Espíritu Santo es, al mismo tiempo, sujeto y objeto de la oración
cristiana. Es decir, Él es el que dona la oración y Él es el que se nos
dona mediante la oración. Nosotros oramos para recibir al Espíritu Santo, y
recibimos al Espíritu Santo para poder orar verdaderamente, es decir, como
hijos de Dios, no como esclavos.
Pensemos un poco en esto: rezar como hijos de Dios, no como esclavos. Hay
que rezar siempre con libertad. «Hoy debo rezar esto, esto, esto, porque he
prometido esto, esto, esto... ¡De lo contrario iré al infierno!». No, esto no
es rezar. La oración es libre. Se reza cuando el Espíritu ayuda a rezar. Se
ora cuando se siente en el corazón la necesidad de orar; y cuando no se siente
nada, hay que detenerse y preguntarse: ¿por qué no siento el deseo de orar?
¿Qué está pasando en mi vida? La espontaneidad en la oración es siempre lo que
más nos ayuda. Esto es lo que significa rezar como hijos, no como
esclavos.
En primer lugar, debemos rezar para recibir el Espíritu Santo. A
este respecto, hay unas palabras muy precisas de Jesús en el Evangelio: «Si
ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el
Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,13).
Todos nosotros sabemos darles cosas buenas a los pequeños, ya sean hijos,
nietos, sobrinos o amigos. Los pequeños siempre reciben cosas buenas de
nosotros. ¿Y cómo no nos va a dar el Padre el Espíritu? Esto nos anima y
podemos seguir adelante.
En el Nuevo Testamento, vemos que el Espíritu Santo desciende
siempre durante la oración. Desciende sobre Jesús tras el bautismo
en el Jordán, mientras «estaba en oración» (Lc 3,21); y desciende sobre los
discípulos en Pentecostés, mientras «todos ellos perseveraban juntos en
la oración» (Hechos 1,14).
Es el único «poder» que tenemos sobre el Espíritu de Dios. El «poder» de la
oración: Él no resiste a la oración. Rezamos y llega. En el monte Carmelo, los falsos
profetas de Baal - recuerden ese paso de la Biblia - se agitaban para invocar
fuego del cielo sobre su sacrificio, pero no ocurrió nada, porque eran
idólatras, adoraban a un dios que no existe; Elías se puso a orar y el fuego
descendió y consumió el holocausto (cfr. 1 Re 18,20-38). La Iglesia
sigue fielmente este ejemplo: siempre tiene en los labios la invocación «¡Ven!
¡Ven!» cuando se dirige al Espíritu Santo. Y lo hace sobre todo en la
Misa, para que descienda como rocío y santifique el pan y el vino para el
sacrificio eucarístico.
Pero también existe el otro aspecto, que es el más importante y alentador
para nosotros: el Espíritu Santo es el que nos dona la verdadera oración.
San Pablo dice: «El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Pues nosotros
no sabemos cómo pedir para orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede
por nosotros con gemidos inefables; y el que escruta los corazones conoce
cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos
es según Dios.» (Rm 8,26-27).
Es cierto, no sabemos rezar, no sabemos. Tenemos que aprender
cada día. La razón de esta debilidad en nuestra oración se expresaba
en el pasado en una sola palabra, utilizada de tres formas distintas: como
adjetivo, como sustantivo y como adverbio. Es fácil de recordar, incluso para
los que no saben latín, y merece la pena tenerla presente, porque ella sola
encierra todo un tratado. Nosotros, los seres humanos, decía aquel dicho, “mali,
mala, male petimus”, que significa: siendo malos (mali), pedimos cosas
equivocadas (mala) y de la manera equivocada (male). Jesús dice:
«Busquen primero el Reino y la Justicia de Dios, y se les darán también
todas esas cosas por añadidura» (Mt 6,33); en cambio, nosotros buscamos
en primer lugar “las añadiduras”, es decir, nuestros intereses - ¡muchas
veces! - y nos olvidamos totalmente de
pedir el Reino de Dios. Pidamos al Señor el Reino, y todo vendrá con él.
El Espíritu Santo viene, sí, en auxilio de nuestra debilidad, pero hace
algo aún más importante: nos confirma que somos hijos de Dios y pone en
nuestros labios el grito: «¡Padre!» (Rm 8,15; Gal 4,6). Nosotros no podemos
decir “Padre, Abba” sin la fuerza del Espíritu Santo. La oración cristiana
no es el ser humano que, a un lado del teléfono, habla con Dios que está al
otro lado, no, ¡es Dios que reza en nosotros! Rezamos a Dios a través de Dios.
Rezar es ponernos dentro de Dios y que Dios entre en nosotros.
Es precisamente en la oración cuando el Espíritu Santo se revela como
«Paráclito», es decir, abogado y defensor. No nos acusa ante el Padre, sino
que nos defiende. Sí, nos defiende, nos convence del hecho de que somos
pecadores (cfr. Jn 16,8), pero lo hace para hacernos experimentar la
alegría de la misericordia del Padre, no para destruirnos con estériles
sentimientos de culpa. Incluso cuando nuestro corazón nos reprocha algo, Él
nos recuerda que «Dios es mayor que nuestro corazón» (1 Jn 3,20).
Dios es más grande que nuestro pecado. Todos somos pecadores... Pensemos: quizá algunos de
ustedes -no lo sé- tienen mucho miedo por las cosas que han hecho, tienen
miedo de ser reprendidos por Dios, tienen miedo de muchas cosas y no
encuentran la paz. Pónganse en oración, invoquen al Espíritu Santo y Él les
enseñará a pedir perdón. ¿Y saben qué? Dios no sabe mucha gramática y
cuando pedimos perdón, ¡no nos deja terminar! «Perd...» y ahí, Él no nos deja
terminar la palabra perdón. Él nos perdona primero, siempre está ahí para
perdonarnos, antes de que terminemos la palabra perdón. Decimos «Perd...» y el
Padre siempre nos perdona.
El Espíritu Santo intercede por nosotros, y también nos enseña a
interceder, a nuestra vez, por nuestros hermanos y hermanas; nos enseña la
oración de intercesión: rezar por esta persona, rezar por aquel enfermo, por el
que está en la cárcel, rezar...; rezar también por la suegra, y rezar
siempre, siempre. Esta oración es especialmente agradable a Dios, porque es
la más gratuita y desinteresada. Cuando cada uno reza por todos los demás,
sucede – lo decía san Ambrosio – que todos los demás rezan por cada uno y la
oración se multiplica [1]. La oración es así. He aquí una tarea muy valiosa y
necesaria en la Iglesia, especialmente en este tiempo de preparación al
Jubileo: unirnos al Paráclito, cuya “intercesión a favor de todos nosotros es
según Dios”.
Pero no recen como los loros, ¡por favor! No digan: «bla, bla, bla...». No. Digan «Señor», pero díganlo
de corazón. «Ayúdame, Señor», «Te quiero, Señor». Y cuando recen el Padre
Nuestro, recen «Padre, Tú eres mi Padre». Recen con el corazón y no con los
labios, no sean como los loros.
Que el Espíritu nos ayude en la oración, ¡porque la necesitamos tanto! Gracias.
[1] De Cain et Abel, I, 39.
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO.
VIII JORNADA MUNDIAL DE
LOS POBRES.
Domingo XXXIII del
Tiempo Ordinario. 17 de noviembre de 2024
La oración del pobre
sube hasta Dios (cf. Sirácida 21,5)
Queridos hermanos y hermanas:
1. La oración del pobre sube hasta Dios (cf. Si
21,5). En el año dedicado a la oración, con vistas al Jubileo Ordinario 2025,
esta expresión de la sabiduría bíblica es muy apropiada para prepararnos a la
VIII Jornada Mundial de los Pobres, que se celebrará el próximo 17 de
noviembre. La esperanza cristiana abraza también la certeza de que nuestra
oración llega hasta la presencia de Dios; pero no cualquier oración: ¡la
oración del pobre! Reflexionemos sobre esta Palabra y “leámosla” en los rostros
y en las historias de los pobres que encontramos en nuestras jornadas, de modo
que la oración sea camino para entrar en comunión con ellos y compartir su
sufrimiento.
2. El libro del Eclesiástico, al que nos
referimos, no es muy conocido, y merece ser descubierto por la riqueza de temas
que afronta sobre todo cuando se refiere a la relación del hombre con Dios y
con el mundo. Su autor, Ben Sirá, es un maestro, un escriba de Jerusalén, que
escribe probablemente en el siglo II a. C. Es un hombre sabio, arraigado en la
tradición de Israel, que enseña sobre varios ámbitos de la vida humana: del
trabajo a la familia, de la vida en sociedad a la educación de los jóvenes;
presta atención a los temas relacionados con la fe en Dios y con la observancia
de la Ley. Afronta los problemas arduos de la libertad, del mal y de la
justicia divina, que también hoy son de gran actualidad para nosotros. Ben
Sirá, inspirado por el Espíritu Santo, quiere transmitir a todos el camino a
seguir para una vida sabia y digna de ser vivida ante Dios y ante los hermanos.
3. Uno de los temas a los que este autor sagrado
dedica mayor espacio es la oración. Lo hace con mucho ímpetu, porque da
voz a su propia experiencia personal. En efecto, ningún escrito sobre la
oración podría ser eficaz y fecundo si no partiera de quien cada día está en la
presencia de Dios y escucha su Palabra. Ben Sirá declara haber buscado la
sabiduría desde la juventud: «En mi juventud, antes de andar por el mundo,
busqué abiertamente la sabiduría en la oración» (Si 51,13).
4. En su recorrido, descubre una de las realidades
fundamentales de la revelación, es decir, el hecho de que los pobres tienen
un lugar privilegiado en el corazón de Dios, de tal manera que, ante su
sufrimiento, Dios está “impaciente” hasta no haberles hecho justicia, «hasta
extirpar la multitud de los prepotentes y quebrar el cetro de los injustos;
hasta retribuir a cada hombre según sus acciones, remunerando las obras de los
hombres según sus intenciones» (Si 35,21-22). Dios conoce los sufrimientos
de sus hijos porque es un Padre atento y solícito hacia todos. Como Padre,
cuida de los que más lo necesitan: los pobres, los marginados, los que sufren,
los olvidados. Pero nadie está excluido de su corazón, ya que, ante Él,
todos somos pobres y necesitados. Todos somos mendigos, porque sin Dios
no seríamos nada. Tampoco tendríamos vida si Dios no nos la hubiera dado.
Y, sin embargo, ¡cuántas veces vivimos como si fuéramos los dueños de la vida o
como si tuviéramos que conquistarla! La mentalidad mundana exige convertirse
en alguien, tener prestigio a pesar de todo y de todos, rompiendo reglas
sociales con tal de llegar a ganar riqueza. ¡Qué triste ilusión! La
felicidad no se adquiere pisoteando el derecho y la dignidad de los demás.
La violencia provocada por las guerras muestra con
evidencia cuánta arrogancia mueve a quienes se consideran poderosos ante los
hombres, mientras son miserables a los ojos de Dios. ¡Cuántos nuevos pobres
producen esta mala política hecha con las armas, cuántas víctimas inocentes!
Pero no podemos retroceder. Los discípulos del Señor saben que cada uno de
estos “pequeños” lleva impreso el rostro del Hijo de Dios, y a cada uno
debe llegarles nuestra solidaridad y el signo de la caridad cristiana. «Cada
cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la
liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse
plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para
escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium,
187).
5. En este año dedicado a la oración, necesitamos hacer
nuestra la oración de los pobres y rezar con ellos. Es un desafío que debemos
acoger y una acción pastoral que necesita ser alimentada. De hecho, «la peor
discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La
inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a
Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la
celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de
maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse
principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria»
(ibíd., 200).
Todo esto requiere un corazón humilde, que tenga la
valentía de convertirse en mendigo. Un corazón dispuesto a reconocerse
pobre y necesitado. En efecto, existe una correspondencia entre pobreza,
humildad y confianza. El verdadero pobre es el humilde, como afirmaba el
santo obispo Agustín: «El pobre no tiene de qué enorgullecerse; el rico tiene
contra qué luchar. Escúchame, pues: sé verdadero pobre, sé piadoso, sé humilde»
(Sermón 14,3.4). El humilde no tiene nada de que presumir y nada pretende,
sabe que no puede contar consigo mismo, pero cree firmemente que puede apelarse
al amor misericordioso de Dios, ante el cual está como el hijo pródigo que
vuelve a casa arrepentido para recibir el abrazo del padre (cf. Lc 15,11-24). El
pobre, no teniendo nada en que apoyarse, recibe fuerza de Dios y en Él pone
toda su confianza. De hecho, la humildad genera la confianza de que Dios
nunca nos abandonará ni nos dejará sin respuesta.
6. A los pobres que habitan en nuestras ciudades y
forman parte de nuestras comunidades les digo: ¡no pierdan esta certeza!
Dios está atento a cada uno de ustedes y está a su lado. No los olvida ni
podría hacerlo nunca. Todos hemos tenido la experiencia de una oración
que parece quedar sin respuesta. A veces pedimos ser liberados de una
miseria que nos hace sufrir y nos humilla, y puede parecer que Dios no escucha
nuestra invocación. Pero el silencio de Dios no es distracción de nuestros
sufrimientos; más bien, custodia una palabra que pide ser escuchada con
confianza, abandonándonos a Él y a su voluntad. Es de nuevo Sirácida quien
lo atestigua: “la sentencia divina no se hace esperar en favor del pobre” (cf.
Si 21,5). De la palabra pobreza, por tanto, puede brotar el canto de la más
genuina esperanza. Recordemos que «cuando la vida interior se clausura en
los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los
pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de
su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. […] Esa no es la vida
en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado» (Exhort. ap.
Evangelii gaudium, 2).
7. La Jornada Mundial de los Pobres es ya una cita
obligada para toda comunidad eclesial. Es una oportunidad pastoral que no hay
que subestimar, porque incita a todos los creyentes a escuchar la oración de
los pobres, tomando conciencia de su presencia y su necesidad. Es una
ocasión propicia para llevar a cabo iniciativas que ayuden concretamente a
los pobres, y también para reconocer y apoyar a tantos voluntarios que
se dedican con pasión a los más necesitados. Debemos agradecer al Señor por
las personas que se ponen a disposición para escuchar y sostener a los más
pobres. Son sacerdotes, personas consagradas, laicos y laicas que con su
testimonio dan voz a la respuesta de Dios a la oración de quienes se dirigen a
Él. El silencio, por tanto, se rompe cada vez que un hermano en necesidad es
acogido y abrazado. Los pobres tienen todavía mucho que enseñar
porque, en una cultura que ha puesto la riqueza en primer lugar y que con
frecuencia sacrifica la dignidad de las personas sobre el altar de los bienes
materiales, ellos reman contracorriente, poniendo de manifiesto que lo
esencial en la vida es otra cosa.
La oración, por tanto, halla la confirmación
de su propia autenticidad en la caridad que se hace encuentro y cercanía. Si la
oración no se traduce en un actuar concreto es vana, de hecho, la fe sin las
obras «está muerta» (St 2,26). Sin embargo, la caridad sin oración corre
el riesgo de convertirse en filantropía que pronto se agota. «Sin la
oración diaria vivida con fidelidad, nuestra actividad se vacía, pierde
el alma profunda, se reduce a un simple activismo» (Benedicto XVI, Catequesis,
25 abril 2012). Debemos evitar esta tentación y estar siempre alertas con la
fuerza y la perseverancia que provienen del Espíritu Santo, que es el dador de
vida.
8. En este contexto es hermoso recordar el testimonio que
nos ha dejado la Madre Teresa de Calcuta, una mujer que dio la vida por
los pobres. La santa repetía continuamente que era la oración el lugar de
donde sacaba fuerza y fe para su misión de servicio a los últimos. El 26 de
octubre de 1985, cuando habló a la Asamblea General de la ONU mostrando a todos
el rosario que llevaba siempre en mano, dijo: «Yo sólo soy una pobre monja
que reza. Rezando, Jesús pone su amor en mi corazón y yo salgo a
entregarlo a todos los pobres que encuentro en mi camino. ¡Recen también
ustedes! Recen y se darán cuenta de los pobres que tienen a su lado. Quizá en
la misma planta de sus casas. Quizá incluso en sus hogares hay alguien que
espera vuestro amor. Recen, y los ojos se les abrirán, y el corazón se les
llenará de amor».
Y cómo no recordar aquí, en la ciudad de Roma, a san
Benito José Labre (1747-1783), cuyo cuerpo reposa y es venerado en la
iglesia parroquial de Santa María ai Monti. Peregrino de Francia a Roma,
rechazado en muchos monasterios, trascurrió los últimos años de su vida
pobre entre los pobres, permaneciendo horas y horas en oración ante el
Santísimo Sacramento, con el rosario, recitando el breviario, leyendo el Nuevo
Testamento y la Imitación de Cristo. Al no tener siquiera una pequeña
habitación donde alojarse, solía dormir en un rincón de las ruinas del
Coliseo, como “vagabundo de Dios”, haciendo de su existencia una oración
incesante que subía hasta Él.
9. En camino hacia el Año Santo, exhorto a cada uno a
hacerse peregrino de la esperanza, ofreciendo signos concretos para un futuro
mejor. No nos olvidemos de cuidar «los pequeños detalles del amor» (Exhort.
ap. Gaudete et exsultate, 145): saber detenerse, acercarse, dar un poco de
atención, una sonrisa, una caricia, una palabra de consuelo. Estos gestos
no se improvisan; requieren, más bien, una fidelidad cotidiana, casi siempre
escondida y silenciosa, pero fortalecida por la oración. En este tiempo, en el
que el canto de esperanza parece ceder el puesto al estruendo de las armas, al
grito de tantos inocentes heridos y al silencio de las innumerables víctimas de
las guerras, dirijámonos a Dios pidiéndole la paz. Somos pobres de paz;
alcemos las manos para acogerla como un don precioso y, al mismo tiempo,
comprometámonos por restablecerla en el día a día.
10. Estamos llamados en toda circunstancia a ser
amigos de los pobres, siguiendo las huellas de Jesús, que fue el primero en
hacerse solidario con los últimos. Que nos sostenga en este camino la Santa
Madre de Dios, María Santísima, que, apareciéndose en Banneux, nos
dejó un mensaje que no debemos olvidar: «Soy la Virgen de los pobres». A
ella, a quien Dios ha mirado por su humilde pobreza, obrando maravillas en
virtud de su obediencia, confiamos nuestra oración, convencidos de que subirá
hasta el cielo y será escuchada.
Roma, San Juan de Letrán, 13 de junio de 2024, Memoria de
san Antonio de Padua, patrono de los pobres.
Monición de entrada.
Este domingo es la fiesta de Cristo Rey.
Y este domingo terminamos el año cristiano.
El año cristiano empieza el primer domingo de Adviento y
termina el domingo de Cristo Rey.
Jesús es el centro de todas las personas y hacía él
vamos.
Señor, ten piedad.
Tú que nos salvas. Señor, ten piedad.
Tú que eres nuestro modelo. Cristo, ten piedad.
Tú que haces que estemos siempre a tu lado. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco, para que no se canse de ser Papa.
Te lo pedimos Señor.
-Por la Iglesia, para que sea un ejemplo para nosotros.
Te lo pedimos Señor.
-Por los países, para que cuiden de la tierra y ayuden a
frenar el cambio climático. Te lo pedimos, Señor.
-Por los que mandan en los países, para que trabajen por
la paz. Te lo pedimos, Señor.
-Por nosotros, que somos amigos de Jesús, para que lo
seamos de todas las personas. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.
Virgen María. Gracias por
estar todo el año con nosotros y enseñarnos a ser buenos amigos de Jesús.
ORACIÓN PARA EL CENTRE
JUNIORS CORBERA Y CATEQUISTAS DE CORBERA, FAVARA Y LLAURÍ. DOMINGO 30 T.
ORDINARIO
EXPERIENCIA.
Sal de tu habitación o el lugar donde te encuentras
leyendo estas letras.
Levanta la cabeza, mira el cielo y permanece en
silencio contemplándolo y escuchando los sonidos.
Agacha la cabeza, mira el suelo: ¿cómo es? ¿hay
hormigas trabajando sobre él? Permanece en silencio.
Mira cuanto te rodea y conceptualízalo: casa
pequeña, casa alta, edificio de viviendas, patio, bosque, campos de caquis,
viñas, matojos, río,… Permanece en silencio.
¿Cómo era el lugar hace 25, 50, 100 años?
Visualiza este vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=4e_Duq-e5YM
La primera vez intenta fijarte en las imágenes.
Cuando termines de verlo haz una lista con lo que recuerdas.
La segunda vez lee y presta atención a la voz:
¿cuál es la frase que recuerdas? Si no lo sabes, vuelve a verlo.
Durante unos minutos reflexiona sobre estos
párrafos o alguna de las frases. ¿Qué le dices a Dios al respecto? Ora.
REFLEXIÓN.
Toma la Biblia, pide al Espíritu Santo te ilumine para comprender el
texto y descubrir el mensaje que Dios tiene para ti hoy y aquí. Lee:
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 13, 24-32.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: “En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se
oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los
astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes
con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los
cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y
brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros
que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no
pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero
mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los
ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre.
Vuelve a leer el
evangelio y pregúntate ¿qué es lo que dice? y ¿qué es lo que a ti te dice?
Dialoga con Jesús sobre
tus reflexiones, o escúchale repitiendo rítmicamente una o varias de las frases
del evangelio.
COMPROMISO.
Haz
una lista de aquello que deseas pedir a los Reyes Magos. Ordénalas según la
necesidad que tengas de ella. Tacha las dos últimas.
CELEBRACIÓN.
Escucha
la canción Cántico de las criaturas de Kairoi.
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