miércoles, 13 de noviembre de 2024

233. Domingo 33 T. O. 17 de noviembre de 2024.

 


Primera lectura.

Lectura de la profecía de Daniel 12, 1-3.

Por aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que se ocupa de los hijos de tu pueblo; serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los que duermen en el polvo de la tierra despertarán: unos para la vida eterna, otros para vergüenza e ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas por toda la eternidad.

 

Textos paralelos.

En aquel tiempo surgirá Miguel.

Dn 10, 13: El príncipe del reino de Persia me opuso resistencia durante veintiún días; miguel, uno de los príncipes supremos, vino en mi auxilio; por eso me detuve allí junto a los reyes de Persia.

Dn 10, 21: Pero te comunicaré lo que está escrito en el libro de la verdad. Nadie me ayuda en mis luchas si no es vuestro príncipe Miguel.

Serán tiempos difíciles.

Mt 24, 21: Habrá una tribulación tan grande como no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá en el futuro.

Jr 30, 7: ¡Ay! Aquel día será grande y sin igual, hora de angustia para Jacob. Pero saldrá de ella.

Jl 2, 2: Día de oscuridad y tinieblas, día de nubes y nubarrones; como crepúsculo que se extiende sobre los montes es el ejército denso y numeroso.

Muchos de los que descansan en el polvo.

Jn 5, 28-29: No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que están en el sepulcro oirán su voz. Los que obraron bien resucitarán para vivir, los que obraron mal resucitarán para ser juzgados.

2 M 7, 9: Y estando para morir dijo: “Tú, malvado, nos arrancas la vida presente. Pero cuando hayamos muerto por su Ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna”.

Ez 37, 10: Pronuncié el conjuro que me había mandado. Penetró en ellos el aliento, revivieron y se pusieron en pie: era una muchedumbre inmensa.

Is 66, 24: Y al salir verán los cadáveres de los que se rebelaron contra mí: su gusano no muere, su fuego no se apaga, y serán el horror de todos los mortales.

Mt 13, 43: Entonces, en el reino de su Padre, los justos brillarán como un sol. Quien tenga oídos que escuche.

1 Co 15, 41-42: Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de los astros; un astro se distingue de otro en resplandor. Así pasa con la resurrección de los muertos.

 

Notas exegéticas.

12 1 El libro de los Predestinados o Libro de la Vida.

12 2 Este es uno de los textos importantes del AT sobre la resurrección de la carne. En los textos más antiguos, el tema de la resurrección era entendido de manera simbólica y colectiva. La promesa de la resurrección individual es la respuesta profética al problema planteado por la experiencia del martirio.

12 3 (b) Lit. “los que hicieron justos” y por tanto “los maestros de justicia”. El v. precedente sugiere que aquí no solo se trata del renombre póstumo de los santos, como en Sb 3, 7, sino de una transfiguración escatológica que afecta a sus cuerpos, ya “gloriosos”.

 

Salmo responsorial

Salmo 16 (15), 5.8-11.

 

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. R/.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,

mi suerte está en tu mano.

Tengo siempre presente al Señor,

con él a mi derecha no vacilaré. R/.

 

Por eso se me alegra el corazón,

se gozan mis entrañas,

y mi carne descansa esperanzada.

Porque no me abandonarás en la región de los muertos

ni dejarás a tu fiel ver la corrupción.   R/.

 

Me enseñarás el sendero de la vida,

me saciarás de gozo en tu presencia,

de alegría perpetua a tu derecha. R/.

 

Textos paralelos.

Yahvé es parte de mi herencia y mi copa.

Nm 18, 20: El Señor dijo a Aarón: “Tú no recibirás heredad en su tierra ni tendrás una parte en medio de ellos. Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los israelitas”.

Dt 10, 9: Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo; la tierra y todo cuanto la habita.

Si 45, 20-22: Pero aumentó la dignidad de Aarón, dándole su herencia, le concedió como sustento las ofrendas sagradas, comer lo ofrecido al Señor; su porción es el pan presentado como un don para él y su descendencia; en cambio, no tiene propiedad en la tierra ni reparte herencia con el pueblo, su lote y herencia entre los israelitas son las ofrendas al Señor.

Lm 3, 24: “El Señor es mi lote”, me digo, y espero en él.

Tengo siempre presente a Yahvé.

Sal 121, 5: El Señor es tu guardián, el Señor es tu sombra, está a tu derecha.

Por eso se me alegra el corazón.

Hch 2, 25-28: Ya que David dice de él: Pongo siempre delante al Señor: con él a la derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón y goza mi lengua y mi carne descansa esperanzada: porque no me dejarás en la muerte ni permitirás que tu devoto conozca la corrupción. Me enseñarás el camino de la vida, me llenarás de gozo en tu presencia.

Hch 13, 35: Y en otro lugar dice: no permitirás que tu fiel sufra la corrupción.

No me abandonarás al Seol.

Nm 16, 33: Ellos con todos los suyos bajaron vivos al abismo; la tierra los cubrió y desaparecieron de la asamblea.

Sal 49, 16: Pero Dios rescata mi vida, me arranca de la mano del abismo.

Sal 73, 24: Me guías según tus planes y me llevas a un destino glorioso.

 

Notas exegéticas.

16 9 Lit. “mi gloria”.

16 10 El salmista ha elegido a Yahvé. El realismo de su fe y las exigencias de su vida mística piden una intimidad indisoluble con él: necesita, pues, escapar a la muerte que le separaría de él. Esperanza imprecisa aún, que preludia la fe en la resurrección. Las versiones traducen “fosa” por “corrupción”. La aplicación mesiánica, admitida por el Judaísmo, se ha verificado en la resurrección de Cristo.

 

Segunda lectura.

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 11-14.18.

Todo sacerdote ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo, después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados. Ahora bien, donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados.

 

Textos paralelos.

Todo sacerdote está en pie, día tras día, oficiando y ofreciendo.

Hb 10, 1-4: La ley es sombra de los bienes futuros, no la copia de la realidad. Con los mismos sacrificios ofrecidos periódicamente cada año, nunca puede consumar a los que se acercan. Pues si los hubiera purificado definitivamente, al no tener conciencia de pecado, los que rinden culto habrían cesado de ofrecerlos. Por el contrario, con ellos se renueva cada año el recuerdo de los pecados, ya que la sangre de toros y cabras no puede perdonar pecados.

Nunca pueden borrar los pecados.

Hb 10, 10: Pues según esa voluntad, queramos consagrados por la ofrenda, hecha una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo.

Hb 7, 27: Él no necesita, como los otros sumos sacerdotes, ofrecer cada día sacrificios, primero por sus pecados y después por los del pueblo; pues eso lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

Se sentó a la diestra de Dios para siempre.

Sal 110, 1: Oráculo del Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos escabel de tus pies”.

Hch 2, 33: Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado. Es lo que estáis viendo y oyendo.

Mediante una sola oblación ha llevado a la perfección.

Hb 11, 40: Porque Dios nos reservaba un plan mejor, que aquellos no cumplieran su destino sin nosotros.

Jn 17, 19: Por ellos me consagro, para que queden consagrados con la verdad.

 

Notas exegéticas.

10 11 No se entiende bien la relación que aquí se establece en el sacrificio: tamîd (diario y no obligatorio para el sumo sacerdote) y el sacrificio anual de expiación. Quizá se trata aquí, lo mismo que en 7, 27, de una alusión a los sacrificios de investidura de los sacerdotes, que duraban siete días.

10 18 Texto utilizado en las controversias teológicas. De parte protestante se han puesto objeciones a la doctrina católica, que considera la misa como un sacrificio. Del lado católico se responde que la misa no es un sacrificio distinto de la cruz, sino solo un sacramento que hace presente ese único sacrificio.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 24-32.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre.

 

Textos paralelos.

 

Mc 13, 24-32

Mt 24, 29-36

Lc 21, 25-27.29-33

En aquellos días, después de esa tribulación el sol se oscurecerá, la luna no irradiará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los ejércitos celestes temblarán.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entonces verán llegar al Hijo del Hombre en una nube, con gran poder y majestad.

 

 

 

 

 

 

Entonces despachará a los ángeles y reunirá a los elegidos de los cuatro vientos, de un extremo de la tierra a un extremo del cielo.

 

 

 

Aprended el ejemplo de la higuera: cuando las ramas se ablandan y brotan las hojas, sabéis que está cerca la primavera. Lo mismo vosotros, cuando veáis suceder aquello, sabed que está cerca, a las puertas.

Os aseguro que no pasará esta generación antes de que suceda todo eso. Cielo y tierra pasarán, mis palabras no pasarán.

 

En cuanto al día y la hora, no los conoce nadie, ni los ángeles en el cielo, ni el hijo; solo los conoce el Padre.

Inmediatamente después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no irradiará su resplandor; las estrellas caerán del cielo y los ejércitos celestes temblarán.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entonces aparecerá en el cielo el estandarte del Hijo del hombre:

 

Todas las razas del mundo harán duelo y verán al Hijo del hombre llegar en las nubes del cielo, con gloria y poder.

 

Despachará a sus ángeles a reunir, con un gran toque de trompeta, a los elegidos de los cuatro vientos, de un extremo a otro del cielo.

 

 

 

Aprended el ejemplo de la higuera: cuando las ramas se ablandan y brotan las hojas, sabéis que está cerca la primavera. Lo mismo vosotros, cuando veáis que sucede todo esto, sabed que el fin está cerca, a las puertas. Os aseguro que no pasará esta generación antes que suceda todo esto. Cielo y tierra pasarán, mis palabras no pasarán.

 

En cuanto al día y a la hora, no los conoce nadie, ni los ángeles del cielo ni el Hijo; sólo los conoce el Padre.

Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas.

 

 

 

 

 

 

En la tierra se angustiarán los pueblos, desconcertados por el estruendo del mar y del oleaje.  Los hombres desfallecerán de miedo, aguardando lo que se le echa encima al mundo; pues las potencias celestes se tambalearán.

 

Entonces verán al Hijo del Hombre que llega en una nube con gran poder y gloria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y les añadió una parábola:

 

-Observad la higuera y los demás árboles: cuando echan brotes, sabéis sin más que el verano está cerca. Igual vosotros, cuando veáis que sucede eso, sabed que se acerca el reinado de Dios. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que suceda todo eso. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.

 Entonces verán al Hijo del hombre viniendo entre nubes.

Dn 7, 13-14: Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él. Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Mt 8, 20: Jesús le contesto: “Las zorras tienen madrigueras, los pájaros tienen nidos, pero este (el Hijo del) hombre no tiene donde recostar la cabeza.

Enviará a los ángeles y reunirá a los cuatro vientos.

Dt 30, 3-4: El Señor, tu Dios, cambiará tu suerte, compadecido de ti; el Señor, tu Dios, volverá y te reunirá sacándote de todos los pueblos por donde te disperso; aunque tus dispersos se encuentren en los confines del cielo, el Señor, tu Dios, te reunirá, te recogerá allí; el Señor, tu Dios.

Za 2, 10-17: ¡Eh, eh!, huid del país del norte – oráculo del Señor –, que yo os dispersé a los cuatro vientos – oráculo del Señor –. ¡Eh, hijos de Sión, que habitáis en Babilonia, escapad! Porque así dice el Señor de los ejércitos a las naciones que los deportaron: El que os toca a vosotros, me toca a mí la niña de los ojos. Yo agitaré mi mano contra ellos, y serán botín de sus vasallos, y sabrán que el Señor de los ejércitos me ha enviado. Festeja y aclama, joven Sión, que yo vengo a habitar en ti – oráculo del Señor –. Aquel día se incorporarán al Señor muchos pueblos y serán pueblo mío; habitaré en medio de ti, y sabrás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti. El Señor tomará a Judá como lote suyo en la tierra santa, y volverá a escoger a Jerusalén. ¡Silencio todos ante el Señor, que se levanta en su santa morada!

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

13 24 Los prodigios cósmicos sirven en el lenguaje tradicional de las profecías para describir intervenciones poderosas de Dios en la historia, aquí la crisis mesiánica seguida del final triunfante del pueblo de los santos y de su jefe el Hijo del hombre. Nada hay que obligue a aplicarlos al fin del mundo, como a menudo se hace a causa del contexto que le es dado.

13 26 Con este mismo texto de Daniel responderá Jesús a la pregunta de sus jueces (14, 62). En el AT la nube manifiesta la presencia divina (Ex, Lv y Nm) y el Hijo del hombre es un personaje celeste.

13 30 La expresión “todo esto” parece no delimitar un acontecimiento histórico preciso, como podría ser la ruina del Templo. Por esta época, algunas generaciones judías habían vivido en la espera de un próximo fin del mundo. Hablando conforme a esta espera Jesús se expresaba en las categorías de pensamiento del profetismo y de la apocalíptica, donde no se distinguían las diferentes etapas del transcurrir de la historia. También aquí, la tradición ha conservado fielmente unas palabras que ciertamente planteaban un problema puesto también de relieve por la declaración del v. 31 y por la cercanía de otra afirmación que parece contradictoria.

13 32 La forma absoluta “Hijo” para designar a Jesús en relación con el Padre no aparece en los sinópticos más que aquí (paralelo en Mt) y en Mt 11, 27 (paralelo Lc 10, 22). Se puede relacionar con ella la invocación Abba (Mc 14, 36) con la que Jesús se dirige a Dios, y la distinción entre siervos e hijos en la parábola de los viñadores homicidas. Es difícil atribuirla a la comunidad, pues en tal caso habría corregido las palabras del v. 32 que expresan los límites del conocimiento de Jesús en un asunto tan importante en aquella época. Para el judaísmo en este punto como en otros, Jesús afirma netamente las prerrogativas de Dios.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

25 LAS FUERZAS DE LOS CIELOS: lit. las fuerzas que (están) en los cielos: los astros.

29 ESTÁ CERCA todo aquello de lo que se ha hablado anteriormente. O bien, si se refiere a la segunda venida del Hijo del hombre: ESTÁ CERCA el triunfo definitivo del reino de Dios. Sobre la proximidad de la segunda venida de Cristo, cf. v. 32.

32 Al contrario de las corrientes apocalípticas contemporáneas, Jesús siempre se negó a dar la fecha de su segunda venida. Aquí afirma que la desconoce; puede ser un recurso pedagógico para dejar en relieve una prerrogativa divina conocida de sus oyentes y repetida en la literatura apocalíptica: que solo Dios conoce el momento final (cf. en 10, 18 otro ejemplo en el que Jesús, con una frase negativa sobre sí mismo pone de relieve una prerrogativa divina). Como Dios que era, Jesús sabía el momento de la consumación de la historia; en cuanto hombre, podía saberlo, pero sin tener la misión de revelarlo (algo así como un “secreto profesional”); o podía no saberlo, lo mismo que ignoraba, por su limitación de verdadera criatura humana, otras cosas que no eran necesarias para llevar a cabo su misión. San Efrén formula así la explicación clásica de este texto: Jesús “ocultó este dato para que estemos vigilantes y cada uno de nosotros piense que ese acontecimiento sucederá durante su vida”.

 

Notas exegéticas Biblia del Peregrino

13, 24-37 El hecho de la parusía o venida del Mesías se afirma de modo trasparente; todo el resto es opaco. En conclusión, la parusía se propone como hecho cósmico, histórico (en aquellos días), trascendente (poder, majestad), universal. La tradición cristiana es unánime en esperar la “venida” de Jesucristo y afirma que será “gloriosa”.

13, 28-32: Sobre la fecha de los sucesos futuros la última sección nos deja en la incerteza.

13, 30 Este verso parece reflejar la actitud de la comunidad que esperaba una parusía próxima; actitud propia de la primera generación cristiana (documentada por ejemplo en 2 Tesalonicenses)

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

13, 24-32 Cristo predijo su Ascensión así como su segunda venida en el final de los tiempos, cuando juzgue a vivos y muertos. Las descripciones de calamidades se usaban a menudo en el Antiguo Testamento en relación con el castigo por infidelidad. Cat. 1200.

13, 32 Esta enseñanza pone de manifiesto la necesidad de los seguidores de Cristo de estar siempre preparados para darle la bienvenida cuando regrese. Cat. 474.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

1200 Desde la primera comunidad de Jerusalén hasta la Parusía, las Iglesias de Dios, fieles a la fe apostólica, celebran en todo lugar el Misterio pascual. El Misterio celebrado en la liturgia es uno, pero las formas de su celebración son diversas.

474 Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba de plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar . Lo que reconoce ignorar en este campo, declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (Hch 1, 7).

 

Concilio Vaticano II.

El tiempo, pues, de la actividad misionera discurre entre la primera venida del Señor y la segunda, en la que la Iglesia será recogida desde los cuatro vientos como mies para el Reino de Dios (cf. Mt 24, 31). Es necesario predicar el Evangelio a todas las gentes antes de que venga el Señor.

Ad gentes divinitus, 9.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Perseguirán a la Iglesia los impíos, con enorme crueldad, quienes, desechando todo temor, sonriéndoles la felicidad del mundo, dirán: “Paz y seguridad”. Entonces caerán las estrellas del cielo y se estremecerán sus virtudes, porque muchos que al parecer brillaban en gracia, se rendirán a sus perseguidores, y caerán, y serán turbados fieles que eran fortísimos.

Agustín, Carta a Hesiquio, 199, 11, 39. II, pg. 250-251.

En el día del juicio se obscurecerán las estrellas, no por la disminución de su ardiente luz, sino por la claridad que llegará inesperadamente de la verdadera Luz, es decir, del Juez supremo cuando venga en toda su majestad.

Beda, Exposición al Ev. de Marcos, 4, 13, 24. II, pg. 251.

Veo que esto se puede entender de dos maneras. Puede venir sobre la Iglesia como sobre una nube, como ahora no cesa de venir, conforme a lo que dijo: “Ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha de la virtud viniendo sobre las nubes del cielo” (Mt 26, 64). Pero entonces vendrá con gran poder y majestad porque aparecerán más en los santos su poder y majestad divinas, porque les aumentó la fortaleza para que no sucumbieran a la persecución. Puede entenderse también que viene en su Cuerpo, en el que “está sentado a la derecha del Padre” (Mc 16, 19), en el que murió, resucitó y subió al cielo.

Agustín, Carta a Hesiquio, 199, 11, 41. II, pg. 251.

Primeramente vino en los predicadores, llenando toda la tierra. No nos opongamos a la primera venida, para que no nos horroricemos en la segunda.

Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, 95, 14. II, pg. 252.

Congrega de los cuatro vientos a los elegidos, luego los congrega de todo el mundo. También el nombre de Adán, conforme ya lo he dicho, significa “orbe terráqueo” según la lengua griega. Su nombre se forma con cuatro letras: A, D, A y M. Conforme a la lengua griega, los nombres de las cuatro partes del orbe comienzan por esas letras, pues al oriente le denominan los griegos “anatolen”; al occidente “disin”; al aquilón, “arkton” y al mediodía, “mesembrian”. Con ellas se forma la palabra “Adam”. Por tanto, Adán se halla diseminado por todo el orbe terráqueo.

Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, 95, 15. II, pg. 252.

La producción de frutos por parte de los árboles constituye una señal del verano, en cuanto que lo preceden; de igual manera, las tribulaciones del mundo son una señal premonitoria del reino de Dios, en cuanto que vienen antes que él. Toda señal es algo que pertenece a aquello de lo que es indicio, y cualquier cosa posee una señal de sí misma a la cual pertenece la cosa. Por tanto, si las tribulaciones son señales del reino de Dios, como los frutos son indicio del verano, entonces también el reino de Dios pertenece al Creador, al cual se atribuyen las tribulaciones que son sus señales.

Tertuliano, Contra Marción, 4, 39, 16-17. II, pg. 253.

El verano significa el fin del mundo, porque es la época en que se recogen los frutos para guardar.

Hipólito, Comentario al Ev. de Mateo, 24, 32. II, pg. 253.

Ignora entre los discípulos lo que por él no podían entonces comprender, mientras afirmaba saber lo que por su medio convenía que aprendiesen. Conocía entre los perfectos lo que entre los párvulos ignoraba.

Agustín, Sobre la Santísima Trinidad, 1, 12, 23. II, pg. 356.

 

San Agustín

Hemos escuchado que el último día ha de venir con terror para quienes rechazan la seguridad del vivir bien, y prefieren continuar en su mala vida. Es útil que Dios haya querido que ignorásemos aquel día, para que el corazón esté siempre preparado en la espera de lo que sabe que ha de llegar, aunque no sepa cuándo ha de ser. Pues nuestro Señor Jesucristo, enviado a nosotros como maestro, a pesar de ser Hijo del hombre, dijo que ignoraba ese día (Mc 13, 32). Su magisterio no incluía enseñarnos eso a nosotros. En efecto, anda hay que sepa el Padre y que ignore el Hijo, puesto que la ciencia del Padre se identifica con su Sabiduría, y su Sabiduría es su Hijo, su Palabra. Pero no era provechoso para nosotros conocer esa fecha, que conocía el que había venido para enseñarnos, pero no lo que él sabía que no nos era provechoso. En su condición de maestro, no solo enseñó, sino que también ocultó algo, pues en cuanto maestro sabía enseñar lo provechoso y ocultar lo dañino.

Comentario al salmo 36, 1, 1. II, pg. 1553.

 

San Juan de Ávila

En aquel día temblará la tierra, caerse han todos los edificios, vernán las animalías de los campos bramando, espantados de miedo, a meterse entre los hombres, temblando de Dios, para que lo que viviendo no temieron a Dios, dice San Gregorio, teman y sepan que cosa es Dios, que hará de buscar el logrero[1] al que debe para restituir, y el encubridor al encubierto, y el injuriador al injuriado para pedirse perdón; el que está amancebado dejará la mala compañía. ¡Qué de temblores, qué de espantos, qué de miedos! La lumbre no dará luz, la luna no dará lumbre (Mc 13, 24). ¡Qué temor será mirar arriba y ver el cielo hecho fuego! Todo a escuras, las estrellas parecerán que caen.

Domingo I de Adviento. III, pg. 27.

Él lo dijo: Entonces lo verán al hijo de la Virgen con gran majestad (Mc 13, 26). Vendrá un grandísimo resplandor que tiemblen los malos de vello así resplandecer. Dice el Apocalipsis capítulo 6, que recibirán tan grandes desmayos y tormentos, que dirán: montes, caed sobre nosotros. ¿Qué habéis? ¿Por qué viene Dios tenéis tanta pena? ¿Escondeisos de cara del Cordero? (cf. Ap 6, 16). ¿Tanto miedo habéis. Dice Grisóstomo: no me contéis muertes ni fuegos ni infiernos, en comparación de ver a Dios enojado.

Domingo I de Adviento. III, pg. 28.

Si estás arrimado a tu corazón y estás lleno de tu propia voluntad y antojo, si haces todo lo que se te antoja, ¿cómo has de descansar? Antes faltará el cielo y la tierra que falte la palabra de Dios (cf. Mc 13, 31). (…). Arrimaos a Dios; subíos al cielo, do no llegará tormenta de los trabajos; poné vuestra esperanza en Dios, decilde: “Véaos yo, que todo lo sufriré por vos. Lo próspero yo lo renuncio, lo adverso yo lo padeceré de buena gana; solamente os vea yo”.

Jueves de la Ascensión. III, pg. 237-238.

Por eso, ninguno, aunque más santo sea, no deje la penitencia. Mirad Job cuán justo era y decía: Por eso me retracto y me arrepiento cubierto de polvo y ceniza (Jb 42, 6). Miren a San Juan Bautista, santificado en el vientre de su madre, la penitencia que hizo tan grande. Y todos esos santos apóstoles no aflojaron de asperísima penitencia, aunque tenían palabra de Aquel en cuya boca nunca fue hallada mentira, y antes perecería el cielo y la tierra que su palabra (cf. Mc 13, 31), que sus nombres están escritos en el cielo (cf. Lc 10, 20), y que irían allá.

A un su discípulo. IV, pg. 539.

 

San Oscar Romero.

Quienes quieren traducir a sus criterios y a sus moldes todo lo que pasa en el país y no son capaces de adecuar, evaluar sus estrategias, sus sistemas, sus procederes a las nuevas maneras del país, no comprenden que en la historia es una continua madre dando a luz; algo viejo muere y algo nuevo nace siempre en la historia. Y el hombre de esperanza sabe que todos los dolores del país como los dolores de la familia, el sufrimiento del hogar, son dolores de la nueva criatura que ha de nacer si en el dolor elevamos el corazón a Dios, que también quiere cobrarse, de nuestra parte, nuestro propio dolor y sufrimiento para colaborar con su omnipotencia en la salvación de nuestro pueblo.

Homilía, 18 noviembre 1979.

 

Papa Francisco. Angelus. 15 de noviembre de 2015.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico propone una parte del discurso de Jesús sobre los últimos eventos de la historia humana, orientada hacia la plena realización del Reino de Dios (cf. Mc 13, 24-32). Es un discurso que Jesús pronunció en Jerusalén, antes de su última Pascua. Contiene algunos elementos apocalípticos, como guerras, carestías, catástrofes cósmicas: «El sol se oscurecerá, la luna no dará su esplendor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán» (vv. 24-25). Sin embargo, estos elementos no son la cosa esencial del mensaje. El núcleo central en torno al cual gira el discurso de Jesús es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección, y su regreso al final de los tiempos.

Nuestra meta final es el encuentro con el Señor resucitado. Yo os quisiera preguntar: ¿cuántos de vosotros pensáis en esto? Habrá un día en que yo me encontraré cara a cara con el Señor. Y ésta es nuestra meta: este encuentro. Nosotros no esperamos un tiempo o un lugar, vamos al encuentro de una persona: Jesús. Por lo tanto, el problema no es «cuándo» sucederán las señales premonitorias de los últimos tiempos, sino el estar preparados para el encuentro. Y no se trata ni si quiera de saber «cómo» sucederán estas cosas, sino «cómo» debemos comportarnos, hoy, mientras las esperamos. Estamos llamados a vivir el presente, construyendo nuestro futuro con serenidad y confianza en Dios. La parábola de la higuera que germina, como símbolo del verano ya cercano, (cf. vv. 28-29), dice que la perspectiva del final no nos desvía de la vida presente, sino que nos hace mirar nuestros días con una óptica de esperanza. Es esa virtud tan difícil de vivir: la esperanza, la más pequeña de las virtudes, pero la más fuerte. Y nuestra esperanza tiene un rostro: el rostro del Señor resucitado, que viene «con gran poder y gloria» (v. 26), que manifiesta su amor crucificado, transfigurado en la resurrección. El triunfo de Jesús al final de los tiempos, será el triunfo de la Cruz; la demostración de que el sacrificio de uno mismo por amor al prójimo y a imitación de Cristo, es el único poder victorioso y el único punto fijo en medio de la confusión y tragedias del mundo.

El Señor Jesús no es sólo el punto de llegada de la peregrinación terrena, sino que es una presencia constante en nuestra vida: siempre está a nuestro lado, siempre nos acompaña; por esto cuando habla del futuro y nos impulsa hacia ese, es siempre para reconducirnos en el presente. Él se contrapone a los falsos profetas, contra los visionarios que prevén la cercanía del fin del mundo y contra el fatalismo. Él está al lado, camina con nosotros, nos quiere. Quiere sustraer a sus discípulos de cada época de la curiosidad por las fechas, las previsiones, los horóscopos, y concentra nuestra atención en el hoy de la historia. Yo tendría ganas de preguntaros —pero no respondáis, cada uno responda interiormente—: ¿cuántos de vosotros leéis el horóscopo del día? Cada uno que se responda.. Y cuando tengas de leer el horóscopo, mira a Jesús, que está contigo. Es mejor, te hará mejor. Esta presencia de Jesús nos llama a la espera y la vigilancia, que excluyen tanto la impaciencia como el adormecimiento, tanto las huidas hacia delante como el permanecer encarcelados en el momento actual y en lo mundano.

También en nuestros días no faltan las calamidades naturales y morales, y tampoco la adversidad y las desgracias de todo tipo. Todo pasa —nos recuerda el Señor—; sólo Él, su Palabra permanece como luz que guía, anima nuestros pasos y nos perdona siempre, porque está al lado nuestro. Sólo es necesario mirarlo y nos cambia el corazón. Que la Virgen María nos ayude a confiar en Jesús, el sólido fundamento de nuestra vida, y a perseverar con alegría en su amor.

 

Papa Francisco. Angelus. 18 de noviembre de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el pasaje evangélico de este domingo (cf. Mc 13, 24-32), el Señor quiere instruir a sus discípulos sobre los eventos futuros. No se trata principalmente de un discurso sobre el fin del mundo, sino que es una invitación a vivir bien el presente, a estar atentos y siempre preparados para cuando nos pidan cuentas de nuestra vida. Jesús dice: «Por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo» (versículos 24-25). Estas palabras nos hacen pensar en la primera página del Libro de Génesis, la historia de la creación: el sol, la luna, las estrellas, que desde el principio del tiempo brillan en su orden y dan luz, signo de vida, aquí están descritas en su decadencia, mientras caen en la oscuridad y el caos, signo del fin. En cambio, la luz que brillará en ese último día será única y nueva: será la del Señor Jesús que vendrá en gloria con todos los santos. En ese encuentro finalmente veremos su rostro a la plena luz de la Trinidad; un rostro radiante de amor, ante el cual todo ser humano también aparecerá en su verdad total.

La historia de la humanidad, como la historia personal de cada uno de nosotros, no puede entenderse como una simple sucesión de palabras y hechos que no tienen sentido. Tampoco se puede interpretar a la luz de una visión fatalista, como si todo estuviera ya preestablecido de acuerdo con un destino que resta todo espacio de libertad, impidiendo tomar decisiones que son el resultado de una elección verdadera. En el Evangelio de hoy, más bien, Jesús dice que la historia de los pueblos y de los individuos tiene una meta y una meta que debe alcanzarse: el encuentro definitivo con el Señor. No sabemos el tiempo ni las formas en que sucederá; el Señor ha reiterado que «nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo ni el Hijo» (v. 32). Todo se guarda en el secreto del misterio del Padre. Sin embargo, sabemos un principio fundamental con el que debemos enfrentarnos: «El cielo y la tierra pasarán, dice Jesús, pero mis palabras no pasarán"» (v. 31). El verdadero punto crucial es este. En ese día, cada uno de nosotros tendrá que entender si la Palabra del Hijo de Dios ha iluminado su existencia personal, o si le ha dado la espalda, prefiriendo confiar en sus propias palabras. Será más que nunca el momento en el que nos abandonemos definitivamente al amor del Padre y nos confiemos a su misericordia.

¡Nadie puede escapar de este momento, ninguno de nosotros! La astucia, que a menudo utilizamos en nuestro comportamiento para avalar la imagen que queremos ofrecer, será inútil; de la misma manera, el poder del dinero y de los medios económicos con los que pretendemos, con presunción, que compramos todo y a todos, ya no se podrá utilizar. No tendremos con nosotros nada más que lo que hemos logrado en esta vida creyendo en su Palabra: el todo y la nada de lo que hemos vivido o dejado de hacer. Solo llevaremos con nosotros lo que hemos dado.

Invoquemos la intercesión de la Virgen María, para que la constatación de nuestra temporalidad en la tierra y de nuestros límite no nos haga caer en la angustia, sino que nos llame a la responsabilidad con nosotros mismos, con nuestro prójimo, con el mundo entero.

 

Francisco. Angelus. 14 de noviembre de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasaje evangélico de la liturgia de hoy se abre con una frase de Jesús que nos deja consternados: «El sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo» (Mc 13,24-25). ¿Pero cómo, también el Señor se pone catastrofista? No, ciertamente no es esa su intención. Él quiere hacernos entender que todo en este mundo, antes o después, pasa. Incluso el sol, la luna y las estrellas, que forman el “firmamento” —palabra que indica “firmeza”, “estabilidad”—, están destinados a pasar.

Sin embargo, al final Jesús dice qué es lo que no colapsa: «El cielo y la tierra pasarán —dice—, pero mis palabras no pasarán» (v. 31). Las palabras del Señor no pasan. Establece una distinción entre las cosas penúltimas, que pasarán, y las cosas últimas, que permanecerán. Es un mensaje para nosotros, para orientarnos en nuestras decisiones importantes de la vida, para orientarnos sobre en qué conviene invertir la vida. ¿En lo que es transitorio, o en las palabras del Señor, que permanecen para siempre? Evidentemente, en estas. Pero no es fácil. De hecho, las cosas que caen bajo nuestros sentidos y nos dan satisfacción inmediata nos atraen, mientras que las palabras del Señor, aunque son hermosas, van más allá de lo inmediato y requieren paciencia. Estamos tentados de agarrarnos a lo que vemos y tocamos y nos parece más seguro. Es humano, la tentación es esa. Pero es un engaño, porque «el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». He aquí, por tanto, la invitación: no edifiquemos la vida sobre la arena. Cuando se construye una casa, se excava en profundidad y se ponen cimientos sólidos. Solo un ignorante diría que eso es tirar el dinero por algo que no se ve. El discípulo fiel, para Jesús, es aquel que cimienta la vida sobre la roca, que es su Palabra que no pasa (cfr. Mt 7, 24-27), sobre la firmeza de la Palabra de Jesús: este es el fundamento de la vida que Jesús quiere de nosotros, y que no pasará.

Y ahora preguntémonos —cuando se lee la Palabra de Dios, uno siempre se hace preguntas—: ¿cuál es el centro, cuál es el corazón de la Palabra de Dios? ¿Qué es lo que, en definitiva, da solidez a la vida y nunca tendrá fin? Nos lo dice san Pablo. El centro, precisamente el corazón que late, lo que da solidez, es la caridad: «La caridad no acaba nunca» (1 Cor 13, 8), dice san Pablo; es decir, el amor. Quien hace el bien invierte en la eternidad. Cuando vemos una persona generosa y servicial, apacible, paciente, que no es envidiosa, no critica, no se jacta, no se hincha de orgullo, no falta al respeto (cfr. 1 Cor 13, 4-7), esta es una persona que construye el Cielo en la tierra. Quizá no tenga visibilidad, no haga carrera, no sea noticia en los periódicos, y, sin embargo, lo que hace no se perderá. Porque el bien nunca se pierde, el bien permanece para siempre.

Y nosotros, hermanos y hermanas, preguntémonos: ¿en qué estamos invirtiendo la vida? ¿En cosas que pasan, como el dinero, el éxito, la apariencia, el bienestar físico? De estas cosas, no nos llevaremos nada. ¿Estamos apegados a las cosas terrenas como si tuviéramos que vivir aquí para siempre? Mientras somos jóvenes y tenemos salud, todo va bien, pero cuando llega la hora de la despedida, debemos dejar todo. La Palabra de Dios hoy nos advierte: la escena de este mundo pasa. Y solamente permanecerá el amor. Por consiguiente, fundar la vida sobre la Palabra de Dios no es evadirse de la historia, es sumergirse en las realidades terrenas para hacerlas firmes, para transformarlas con el amor, imprimiéndoles el sello de la eternidad, el signo de Dios. He aquí entonces un consejo para tomar las decisiones importantes. Cuando no sé qué hacer, cómo tomar una decisión definitiva, una decisión importante, una decisión que implica el amor de Jesús, ¿qué debo hacer? Antes de decidir, imaginemos que estamos ante Jesús, como al final de la vida, ante Él que es amor. Y pensando allí, en su presencia, en el umbral de la eternidad, tomemos la decisión para el hoy. Así tenemos que decidir: siempre mirando la eternidad, mirando a Jesús. Quizá no sea la elección más fácil, la más inmediata, pero será la buena, eso es seguro (cfr. San Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, 187).

Que la Virgen nos ayude a tomar las decisiones importantes de la vida como hizo ella: según el amor, según Dios.

 

Benedicto. Angelus. 15 noviembre 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos llegado a las últimas dos semanas del año litúrgico. Demos gracias al Señor porque nos ha concedido recorrer , una vez más, este camino de fe —antiguo y siempre nuevo— en la gran familia espiritual de la Iglesia. Es un don inestimable, que nos permite vivir en la historia el misterio de Cristo, acogiendo en los surcos de nuestra existencia personal y comunitaria la semilla de la Palabra de Dios, semilla de eternidad que transforma desde dentro este mundo y lo abre al reino de los cielos. En el itinerario de las lecturas bíblicas dominicales, este año nos ha acompañado el evangelio de san Marcos, que hoy presenta una parte del discurso de Jesús sobre el final de los tiempos. En este discurso hay una frase que impresiona por su claridad sintética: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc 13, 31). Detengámonos un momento a reflexionar sobre esta profecía de Cristo.

La expresión "el cielo y la tierra" aparece con frecuencia en la Biblia para indicar todo el universo, todo el cosmos. Jesús declara que todo esto está destinado a "pasar". No sólo la tierra, sino también el cielo, que aquí se entiende en sentido cósmico, no como sinónimo de Dios. La Sagrada Escritura no conoce ambigüedad: toda la creación está marcada por la finitud, incluidos los elementos divinizados por las antiguas mitologías: en ningún caso se confunde la creación y el Creador, sino que existe una diferencia precisa. Con esta clara distinción, Jesús afirma que sus palabras "no pasarán", es decir, están de la parte de Dios y, por consiguiente, son eternas. Aunque fueron pronunciadas en su existencia terrena concreta, son palabras proféticas por antonomasia, como afirma en otro lugar Jesús dirigiéndose al Padre celestial: "Las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado" (Jn 17, 8).

En una célebre parábola, Cristo se compara con el sembrador y explica que la semilla es la Palabra (cf. Mc 4, 14): quienes oyen la Palabra, la acogen y dan fruto (cf. Mc 4, 20), forman parte del reino de Dios, es decir, viven bajo su señorío; están en el mundo, pero ya no son del mundo; llevan dentro una semilla de eternidad, un principio de transformación que se manifiesta ya ahora en una vida buena, animada por la caridad, y al final producirá la resurrección de la carne. Este es el poder de la Palabra de Cristo.

Queridos amigos, la Virgen María es el signo vivo de esta verdad. Su corazón fue "tierra buena" que acogió con plena disponibilidad la Palabra de Dios, de modo que toda su existencia, transformada según la imagen del Hijo, fue introducida en la eternidad, cuerpo y alma, anticipando la vocación eterna de todo ser humano. Ahora, en la oración, hagamos nuestra su respuesta al ángel: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38), para que, siguiendo a Cristo por el camino de la cruz, también nosotros alcancemos la gloria de la resurrección.

 

Benedicto. Angelus. 18 noviembre 2012

Queridos hermanos y hermanas:

En este penúltimo domingo del año litúrgico, se proclama, en la redacción de San Marcos, una parte del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos (cf. Mc 13, 24-32). Este discurso se encuentra, con algunas variaciones, también en Mateo y Lucas, y es probablemente el texto más difícil del Evangelio. Tal dificultad deriva tanto del contenido como del lenguaje: se habla de un porvenir que supera nuestras categorías, y por esto Jesús utiliza imágenes y palabras tomadas del Antiguo Testamento, pero sobre todo introduce un nuevo centro, que es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección. También el pasaje de hoy se abre con algunas imágenes cósmicas de género apocalíptico: «El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán» (v. 24-25); pero este elemento se relativiza por cuanto le sigue: «Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria» (v. 26). El «Hijo del hombre» es Jesús mismo, que une el presente y el futuro; las antiguas palabras de los profetas por fin han hallado un centro en la persona del Mesías nazareno: es Él el verdadero acontecimiento que, en medio de los trastornos del mundo, permanece como el punto firme y estable.

Ello se confirma con otra expresión del Evangelio del día. Jesús afirma: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (v. 31). En efecto, sabemos que en la Biblia la Palabra de Dios está en el origen de la creación: todas las criaturas, empezando por los elementos cósmicos —sol, luna, firmamento—, obedecen a la Palabra de Dios, existen en cuanto que son «llamados» por ella. Esta potencia creadora de la Palabra divina se ha concentrado en Jesucristo, Verbo hecho carne, y pasa también a través de sus palabras humanas, que son el verdadero «firmamento» que orienta el pensamiento y el camino del hombre en la tierra. Por esto Jesús no describe el fin del mundo, y cuando utiliza imágenes apocalípticas, no se comporta como un «vidente». Al contrario, Él quiere apartar a sus discípulos —de toda época— de la curiosidad por las fechas, las previsiones, y desea en cambio darles una clave de lectura profunda, esencial, y sobre todo indicar el sendero justo sobre el cual caminar, hoy y mañana, para entrar en la vida eterna. Todo pasa —nos recuerda el Señor—, pero la Palabra de Dios no muta, y ante ella cada uno de nosotros es responsable del propio comportamiento. De acuerdo con esto seremos juzgados.

Queridos amigos: tampoco en nuestros tiempos faltan calamidades naturales, y lamentablemente ni siquiera guerras y violencias. Hoy necesitamos también un fundamento estable para nuestra vida y nuestra esperanza, tanto más a causa del relativismo en el que estamos inmersos. Que la Virgen María nos ayude a acoger este centro en la Persona de Cristo y en su Palabra.

Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza 12. «El Espíritu intercede por nosotros». El Espíritu Santo y la oración cristiana

 

He querido saludar a la Virgen de los Desamparados, la Virgen que cuida de los pobres, la patrona de Valencia, Valencia, que sufre tanto, y también otros lugares de España, pero sobre todo Valencia, que está bajo el agua y sufre. He querido que esté aquí la patrona de Valencia, esta pequeña imagen que me regalaron los propios valencianos. Hoy, de manera especial, rezamos por Valencia y por otras zonas de España que están sufriendo a causa del agua.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La acción santificadora del Espíritu Santo, además de en la Palabra de Dios y en los Sacramentos, se expresa en la oración, y es a ella a la que queremos dedicar la reflexión de hoy: la oración.  El Espíritu Santo es, al mismo tiempo, sujeto y objeto de la oración cristiana. Es decir, Él es el que dona la oración y Él es el que se nos dona mediante la oración. Nosotros oramos para recibir al Espíritu Santo, y recibimos al Espíritu Santo para poder orar verdaderamente, es decir, como hijos de Dios, no como esclavos.

Pensemos un poco en esto: rezar como hijos de Dios, no como esclavos. Hay que rezar siempre con libertad. «Hoy debo rezar esto, esto, esto, porque he prometido esto, esto, esto... ¡De lo contrario iré al infierno!». No, esto no es rezar. La oración es libre. Se reza cuando el Espíritu ayuda a rezar. Se ora cuando se siente en el corazón la necesidad de orar; y cuando no se siente nada, hay que detenerse y preguntarse: ¿por qué no siento el deseo de orar? ¿Qué está pasando en mi vida? La espontaneidad en la oración es siempre lo que más nos ayuda. Esto es lo que significa rezar como hijos, no como esclavos.

En primer lugar, debemos rezar para recibir el Espíritu Santo. A este respecto, hay unas palabras muy precisas de Jesús en el Evangelio: «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,13). Todos nosotros sabemos darles cosas buenas a los pequeños, ya sean hijos, nietos, sobrinos o amigos. Los pequeños siempre reciben cosas buenas de nosotros. ¿Y cómo no nos va a dar el Padre el Espíritu? Esto nos anima y podemos seguir adelante.

En el Nuevo Testamento, vemos que el Espíritu Santo desciende siempre durante la oración. Desciende sobre Jesús tras el bautismo en el Jordán, mientras «estaba en oración» (Lc 3,21); y desciende sobre los discípulos en Pentecostés, mientras «todos ellos perseveraban juntos en la oración» (Hechos 1,14).

Es el único «poder» que tenemos sobre el Espíritu de Dios. El «poder» de la oración: Él no resiste a la oración. Rezamos y llega. En el monte Carmelo, los falsos profetas de Baal - recuerden ese paso de la Biblia - se agitaban para invocar fuego del cielo sobre su sacrificio, pero no ocurrió nada, porque eran idólatras, adoraban a un dios que no existe; Elías se puso a orar y el fuego descendió y consumió el holocausto (cfr. 1 Re 18,20-38). La Iglesia sigue fielmente este ejemplo: siempre tiene en los labios la invocación «¡Ven! ¡Ven!» cuando se dirige al Espíritu Santo. Y lo hace sobre todo en la Misa, para que descienda como rocío y santifique el pan y el vino para el sacrificio eucarístico.

Pero también existe el otro aspecto, que es el más importante y alentador para nosotros: el Espíritu Santo es el que nos dona la verdadera oración. San Pablo dice: «El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables; y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios.» (Rm 8,26-27).

Es cierto, no sabemos rezar, no sabemos. Tenemos que aprender cada día. La razón de esta debilidad en nuestra oración se expresaba en el pasado en una sola palabra, utilizada de tres formas distintas: como adjetivo, como sustantivo y como adverbio. Es fácil de recordar, incluso para los que no saben latín, y merece la pena tenerla presente, porque ella sola encierra todo un tratado. Nosotros, los seres humanos, decía aquel dicho, “mali, mala, male petimus”, que significa: siendo malos (mali), pedimos cosas equivocadas (mala) y de la manera equivocada (male). Jesús dice: «Busquen primero el Reino y la Justicia de Dios, y se les darán también todas esas cosas por añadidura» (Mt 6,33); en cambio, nosotros buscamos en primer lugar “las añadiduras”, es decir, nuestros intereses - ¡muchas veces! -  y nos olvidamos totalmente de pedir el Reino de Dios. Pidamos al Señor el Reino, y todo vendrá con él.

El Espíritu Santo viene, sí, en auxilio de nuestra debilidad, pero hace algo aún más importante: nos confirma que somos hijos de Dios y pone en nuestros labios el grito: «¡Padre!» (Rm 8,15; Gal 4,6). Nosotros no podemos decir “Padre, Abba” sin la fuerza del Espíritu Santo. La oración cristiana no es el ser humano que, a un lado del teléfono, habla con Dios que está al otro lado, no, ¡es Dios que reza en nosotros! Rezamos a Dios a través de Dios. Rezar es ponernos dentro de Dios y que Dios entre en nosotros.

Es precisamente en la oración cuando el Espíritu Santo se revela como «Paráclito», es decir, abogado y defensor. No nos acusa ante el Padre, sino que nos defiende. Sí, nos defiende, nos convence del hecho de que somos pecadores (cfr. Jn 16,8), pero lo hace para hacernos experimentar la alegría de la misericordia del Padre, no para destruirnos con estériles sentimientos de culpa. Incluso cuando nuestro corazón nos reprocha algo, Él nos recuerda que «Dios es mayor que nuestro corazón» (1 Jn 3,20).

Dios es más grande que nuestro pecado. Todos somos pecadores... Pensemos: quizá algunos de ustedes -no lo sé- tienen mucho miedo por las cosas que han hecho, tienen miedo de ser reprendidos por Dios, tienen miedo de muchas cosas y no encuentran la paz. Pónganse en oración, invoquen al Espíritu Santo y Él les enseñará a pedir perdón. ¿Y saben qué? Dios no sabe mucha gramática y cuando pedimos perdón, ¡no nos deja terminar! «Perd...» y ahí, Él no nos deja terminar la palabra perdón. Él nos perdona primero, siempre está ahí para perdonarnos, antes de que terminemos la palabra perdón. Decimos «Perd...» y el Padre siempre nos perdona.

El Espíritu Santo intercede por nosotros, y también nos enseña a interceder, a nuestra vez, por nuestros hermanos y hermanas; nos enseña la oración de intercesión: rezar por esta persona, rezar por aquel enfermo, por el que está en la cárcel, rezar...; rezar también por la suegra, y rezar siempre, siempre. Esta oración es especialmente agradable a Dios, porque es la más gratuita y desinteresada. Cuando cada uno reza por todos los demás, sucede – lo decía san Ambrosio – que todos los demás rezan por cada uno y la oración se multiplica [1]. La oración es así. He aquí una tarea muy valiosa y necesaria en la Iglesia, especialmente en este tiempo de preparación al Jubileo: unirnos al Paráclito, cuya “intercesión a favor de todos nosotros es según Dios”.

Pero no recen como los loros, ¡por favor! No digan: «bla, bla, bla...». No. Digan «Señor», pero díganlo de corazón. «Ayúdame, Señor», «Te quiero, Señor». Y cuando recen el Padre Nuestro, recen «Padre, Tú eres mi Padre». Recen con el corazón y no con los labios, no sean como los loros.

Que el Espíritu nos ayude en la oración, ¡porque la necesitamos tanto! Gracias.

[1] De Cain et Abel, I, 39.

 

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO.

VIII JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES.

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. 17 de noviembre de 2024

La oración del pobre sube hasta Dios (cf. Sirácida 21,5)

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

1. La oración del pobre sube hasta Dios (cf. Si 21,5). En el año dedicado a la oración, con vistas al Jubileo Ordinario 2025, esta expresión de la sabiduría bíblica es muy apropiada para prepararnos a la VIII Jornada Mundial de los Pobres, que se celebrará el próximo 17 de noviembre. La esperanza cristiana abraza también la certeza de que nuestra oración llega hasta la presencia de Dios; pero no cualquier oración: ¡la oración del pobre! Reflexionemos sobre esta Palabra y “leámosla” en los rostros y en las historias de los pobres que encontramos en nuestras jornadas, de modo que la oración sea camino para entrar en comunión con ellos y compartir su sufrimiento.

2. El libro del Eclesiástico, al que nos referimos, no es muy conocido, y merece ser descubierto por la riqueza de temas que afronta sobre todo cuando se refiere a la relación del hombre con Dios y con el mundo. Su autor, Ben Sirá, es un maestro, un escriba de Jerusalén, que escribe probablemente en el siglo II a. C. Es un hombre sabio, arraigado en la tradición de Israel, que enseña sobre varios ámbitos de la vida humana: del trabajo a la familia, de la vida en sociedad a la educación de los jóvenes; presta atención a los temas relacionados con la fe en Dios y con la observancia de la Ley. Afronta los problemas arduos de la libertad, del mal y de la justicia divina, que también hoy son de gran actualidad para nosotros. Ben Sirá, inspirado por el Espíritu Santo, quiere transmitir a todos el camino a seguir para una vida sabia y digna de ser vivida ante Dios y ante los hermanos.

3. Uno de los temas a los que este autor sagrado dedica mayor espacio es la oración. Lo hace con mucho ímpetu, porque da voz a su propia experiencia personal. En efecto, ningún escrito sobre la oración podría ser eficaz y fecundo si no partiera de quien cada día está en la presencia de Dios y escucha su Palabra. Ben Sirá declara haber buscado la sabiduría desde la juventud: «En mi juventud, antes de andar por el mundo, busqué abiertamente la sabiduría en la oración» (Si 51,13).

4. En su recorrido, descubre una de las realidades fundamentales de la revelación, es decir, el hecho de que los pobres tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios, de tal manera que, ante su sufrimiento, Dios está “impaciente” hasta no haberles hecho justicia, «hasta extirpar la multitud de los prepotentes y quebrar el cetro de los injustos; hasta retribuir a cada hombre según sus acciones, remunerando las obras de los hombres según sus intenciones» (Si 35,21-22). Dios conoce los sufrimientos de sus hijos porque es un Padre atento y solícito hacia todos. Como Padre, cuida de los que más lo necesitan: los pobres, los marginados, los que sufren, los olvidados. Pero nadie está excluido de su corazón, ya que, ante Él, todos somos pobres y necesitados. Todos somos mendigos, porque sin Dios no seríamos nada. Tampoco tendríamos vida si Dios no nos la hubiera dado. Y, sin embargo, ¡cuántas veces vivimos como si fuéramos los dueños de la vida o como si tuviéramos que conquistarla! La mentalidad mundana exige convertirse en alguien, tener prestigio a pesar de todo y de todos, rompiendo reglas sociales con tal de llegar a ganar riqueza. ¡Qué triste ilusión! La felicidad no se adquiere pisoteando el derecho y la dignidad de los demás.

La violencia provocada por las guerras muestra con evidencia cuánta arrogancia mueve a quienes se consideran poderosos ante los hombres, mientras son miserables a los ojos de Dios. ¡Cuántos nuevos pobres producen esta mala política hecha con las armas, cuántas víctimas inocentes! Pero no podemos retroceder. Los discípulos del Señor saben que cada uno de estos “pequeños” lleva impreso el rostro del Hijo de Dios, y a cada uno debe llegarles nuestra solidaridad y el signo de la caridad cristiana. «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 187).

5. En este año dedicado a la oración, necesitamos hacer nuestra la oración de los pobres y rezar con ellos. Es un desafío que debemos acoger y una acción pastoral que necesita ser alimentada. De hecho, «la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria» (ibíd., 200).

Todo esto requiere un corazón humilde, que tenga la valentía de convertirse en mendigo. Un corazón dispuesto a reconocerse pobre y necesitado. En efecto, existe una correspondencia entre pobreza, humildad y confianza. El verdadero pobre es el humilde, como afirmaba el santo obispo Agustín: «El pobre no tiene de qué enorgullecerse; el rico tiene contra qué luchar. Escúchame, pues: sé verdadero pobre, sé piadoso, sé humilde» (Sermón 14,3.4). El humilde no tiene nada de que presumir y nada pretende, sabe que no puede contar consigo mismo, pero cree firmemente que puede apelarse al amor misericordioso de Dios, ante el cual está como el hijo pródigo que vuelve a casa arrepentido para recibir el abrazo del padre (cf. Lc 15,11-24). El pobre, no teniendo nada en que apoyarse, recibe fuerza de Dios y en Él pone toda su confianza. De hecho, la humildad genera la confianza de que Dios nunca nos abandonará ni nos dejará sin respuesta.

6. A los pobres que habitan en nuestras ciudades y forman parte de nuestras comunidades les digo: ¡no pierdan esta certeza! Dios está atento a cada uno de ustedes y está a su lado. No los olvida ni podría hacerlo nunca. Todos hemos tenido la experiencia de una oración que parece quedar sin respuesta. A veces pedimos ser liberados de una miseria que nos hace sufrir y nos humilla, y puede parecer que Dios no escucha nuestra invocación. Pero el silencio de Dios no es distracción de nuestros sufrimientos; más bien, custodia una palabra que pide ser escuchada con confianza, abandonándonos a Él y a su voluntad. Es de nuevo Sirácida quien lo atestigua: “la sentencia divina no se hace esperar en favor del pobre” (cf. Si 21,5). De la palabra pobreza, por tanto, puede brotar el canto de la más genuina esperanza. Recordemos que «cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. […] Esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2).

7. La Jornada Mundial de los Pobres es ya una cita obligada para toda comunidad eclesial. Es una oportunidad pastoral que no hay que subestimar, porque incita a todos los creyentes a escuchar la oración de los pobres, tomando conciencia de su presencia y su necesidad. Es una ocasión propicia para llevar a cabo iniciativas que ayuden concretamente a los pobres, y también para reconocer y apoyar a tantos voluntarios que se dedican con pasión a los más necesitados. Debemos agradecer al Señor por las personas que se ponen a disposición para escuchar y sostener a los más pobres. Son sacerdotes, personas consagradas, laicos y laicas que con su testimonio dan voz a la respuesta de Dios a la oración de quienes se dirigen a Él. El silencio, por tanto, se rompe cada vez que un hermano en necesidad es acogido y abrazado. Los pobres tienen todavía mucho que enseñar porque, en una cultura que ha puesto la riqueza en primer lugar y que con frecuencia sacrifica la dignidad de las personas sobre el altar de los bienes materiales, ellos reman contracorriente, poniendo de manifiesto que lo esencial en la vida es otra cosa.

La oración, por tanto, halla la confirmación de su propia autenticidad en la caridad que se hace encuentro y cercanía. Si la oración no se traduce en un actuar concreto es vana, de hecho, la fe sin las obras «está muerta» (St 2,26). Sin embargo, la caridad sin oración corre el riesgo de convertirse en filantropía que pronto se agota. «Sin la oración diaria vivida con fidelidad, nuestra actividad se vacía, pierde el alma profunda, se reduce a un simple activismo» (Benedicto XVI, Catequesis, 25 abril 2012). Debemos evitar esta tentación y estar siempre alertas con la fuerza y la perseverancia que provienen del Espíritu Santo, que es el dador de vida.

8. En este contexto es hermoso recordar el testimonio que nos ha dejado la Madre Teresa de Calcuta, una mujer que dio la vida por los pobres. La santa repetía continuamente que era la oración el lugar de donde sacaba fuerza y fe para su misión de servicio a los últimos. El 26 de octubre de 1985, cuando habló a la Asamblea General de la ONU mostrando a todos el rosario que llevaba siempre en mano, dijo: «Yo sólo soy una pobre monja que reza. Rezando, Jesús pone su amor en mi corazón y yo salgo a entregarlo a todos los pobres que encuentro en mi camino. ¡Recen también ustedes! Recen y se darán cuenta de los pobres que tienen a su lado. Quizá en la misma planta de sus casas. Quizá incluso en sus hogares hay alguien que espera vuestro amor. Recen, y los ojos se les abrirán, y el corazón se les llenará de amor».

Y cómo no recordar aquí, en la ciudad de Roma, a san Benito José Labre (1747-1783), cuyo cuerpo reposa y es venerado en la iglesia parroquial de Santa María ai Monti. Peregrino de Francia a Roma, rechazado en muchos monasterios, trascurrió los últimos años de su vida pobre entre los pobres, permaneciendo horas y horas en oración ante el Santísimo Sacramento, con el rosario, recitando el breviario, leyendo el Nuevo Testamento y la Imitación de Cristo. Al no tener siquiera una pequeña habitación donde alojarse, solía dormir en un rincón de las ruinas del Coliseo, como “vagabundo de Dios”, haciendo de su existencia una oración incesante que subía hasta Él.

9. En camino hacia el Año Santo, exhorto a cada uno a hacerse peregrino de la esperanza, ofreciendo signos concretos para un futuro mejor. No nos olvidemos de cuidar «los pequeños detalles del amor» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 145): saber detenerse, acercarse, dar un poco de atención, una sonrisa, una caricia, una palabra de consuelo. Estos gestos no se improvisan; requieren, más bien, una fidelidad cotidiana, casi siempre escondida y silenciosa, pero fortalecida por la oración. En este tiempo, en el que el canto de esperanza parece ceder el puesto al estruendo de las armas, al grito de tantos inocentes heridos y al silencio de las innumerables víctimas de las guerras, dirijámonos a Dios pidiéndole la paz. Somos pobres de paz; alcemos las manos para acogerla como un don precioso y, al mismo tiempo, comprometámonos por restablecerla en el día a día.

10. Estamos llamados en toda circunstancia a ser amigos de los pobres, siguiendo las huellas de Jesús, que fue el primero en hacerse solidario con los últimos. Que nos sostenga en este camino la Santa Madre de Dios, María Santísima, que, apareciéndose en Banneux, nos dejó un mensaje que no debemos olvidar: «Soy la Virgen de los pobres». A ella, a quien Dios ha mirado por su humilde pobreza, obrando maravillas en virtud de su obediencia, confiamos nuestra oración, convencidos de que subirá hasta el cielo y será escuchada.

Roma, San Juan de Letrán, 13 de junio de 2024, Memoria de san Antonio de Padua, patrono de los pobres.

 

 

Monición de entrada.

Este domingo es la fiesta de Cristo Rey.

Y este domingo terminamos el año cristiano.

El año cristiano empieza el primer domingo de Adviento y termina el domingo de Cristo Rey.

Jesús es el centro de todas las personas y hacía él vamos.

 

Señor, ten piedad.

Tú que nos salvas. Señor, ten piedad.

Tú que eres nuestro modelo. Cristo, ten piedad.

Tú que haces que estemos siempre a tu lado.  Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco, para que no se canse de ser Papa. Te lo pedimos Señor.

-Por la Iglesia, para que sea un ejemplo para nosotros. Te lo pedimos Señor.

-Por los países, para que cuiden de la tierra y ayuden a frenar el cambio climático. Te lo pedimos, Señor.

-Por los que mandan en los países, para que trabajen por la paz. Te lo pedimos, Señor.

-Por nosotros, que somos amigos de Jesús, para que lo seamos de todas las personas. Te lo pedimos, Señor.

 

 Acción de gracias.

Virgen María. Gracias por estar todo el año con nosotros y enseñarnos a ser buenos amigos de Jesús.

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA Y CATEQUISTAS DE CORBERA, FAVARA Y LLAURÍ. DOMINGO 30 T. ORDINARIO

EXPERIENCIA.

Sal de tu habitación o el lugar donde te encuentras leyendo estas letras.

Levanta la cabeza, mira el cielo y permanece en silencio contemplándolo y escuchando los sonidos.

Agacha la cabeza, mira el suelo: ¿cómo es? ¿hay hormigas trabajando sobre él? Permanece en silencio.

Mira cuanto te rodea y conceptualízalo: casa pequeña, casa alta, edificio de viviendas, patio, bosque, campos de caquis, viñas, matojos, río,… Permanece en silencio.

¿Cómo era el lugar hace 25, 50, 100 años?

Visualiza este vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=4e_Duq-e5YM

La primera vez intenta fijarte en las imágenes. Cuando termines de verlo haz una lista con lo que recuerdas.

La segunda vez lee y presta atención a la voz: ¿cuál es la frase que recuerdas? Si no lo sabes, vuelve a verlo.

Durante unos minutos reflexiona sobre estos párrafos o alguna de las frases. ¿Qué le dices a Dios al respecto? Ora.

 

REFLEXIÓN.

Toma la Biblia, pide al Espíritu Santo te ilumine para comprender el texto y descubrir el mensaje que Dios tiene para ti hoy y aquí. Lee:

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 24-32.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre.

Vuelve a leer el evangelio y pregúntate ¿qué es lo que dice? y ¿qué es lo que a ti te dice?

Dialoga con Jesús sobre tus reflexiones, o escúchale repitiendo rítmicamente una o varias de las frases del evangelio.

 

COMPROMISO.

Haz una lista de aquello que deseas pedir a los Reyes Magos. Ordénalas según la necesidad que tengas de ella. Tacha las dos últimas.

 

CELEBRACIÓN.

Escucha la canción Cántico de las criaturas de Kairoi.

https://www.youtube.com/watch?v=Mfl2ghyC_Jo



[1] Logrero: Persona que da dinero a logro (dar a logro: prestarlo o dar a usura). www.rae.es

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