miércoles, 9 de abril de 2025

254. Domingo de Ramos. 13 de abril de 2025.

 


Lectura del libro de Isaías 50, 4-7.

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

 

Textos paralelos.

Is 42, 1: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que promueva el derecho en las naciones.

El señor Yahvé me ha dado una lengua avezada[1].

Jn 3, 11: Te lo aseguro: hablamos de lo que sabemos, atestiguamos lo que hemos visto, y no aceptáis nuestro testimonio.

Ofrecí mi espalda a los golpes.

Is 52, 2-10: Creció en su presencia como brote, como raíz en el páramo: no tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas ni aspecto que nos cautivase. Despreciado y evitado dela gente, un hombre hecho a sufrir, curtido en el dolor; al verlo se tapan la cara; despreciado, lo tuvimos por nada; a él, que soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido. Él, en cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos curado. Todos errábamos como ovejas, cada uno por su lado, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, aguantaba, no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, no abría la boca. Sin arresto, sin proceso, lo quitaron de en medio, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quería triturarlo con el sufrimiento: si entrega su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años y por su medio triunfará el plan del Señor.

No hurté mi rostro a insultos y salivazos.

Mt 26, 67: Entonces le escupieron al rostro, le dieron bofetadas y lo golpeaban.

Mt 27, 30: Le escupían, le quitaban la caña y le pegaban con ella en la cabeza.

Ofrecí mi cara como el pedernal.

Ez 3, 8-9: Mira, hago tu rostro tan duro como el de ellos y tu cabeza terca como la de ellos; como el diamante, más dura que el pedernal hago tu cabeza. No les tengas miedo ni te acobardes ante ellos, aunque sean casa rebelde.

Sabiendo que no quedaría defraudado.

Sal 25, 3: Los que esperan en ti no quedan defraudados; quedan defraudados los desleales sin razón.

 

Notas exegéticas.

50 4 En este tercer canto, el Siervo se muestra menos como profeta que como sabio, discípulo fiel de Yahvé, vv. 4-5, encargado de enseñar a su vez a los “que temen a Dios”, es decir, a todos los judíos piadosos, v. 10, y también a los extraviados o infieles “que andan a oscuras”. Gracias a su coraje y a la ayuda divina, vv. 7-9, soportará las persecuciones, vv. 5-6, hasta que Dios le haya concedido un triunfo definitivo, vv. 9-11. – El que habla hasta el v. 9 incluido es el Siervo.

50 6 Esta descripción de los sufrimientos del Siervo se repetirá con más amplitud en el canto cuarto, 52, 13-53, 12.

 

Salmo responsorial

Salmo 21, 8-9.17-18a.19-20.23-24 (R.: 2ab).

 

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? R/.

Al verme, se burlan de mí,

hacen visajes, menean la cabeza:

“Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;

que lo libre si tanto lo quiere. R/.

 

Me acorrala una jauría de mastines,

me cerca una banda de malhechores;

me taladran las manos y los pies,

puedo contar mis huesos.  R/.

 

Se reparten mi ropa,

echan a suerte mi túnica.

Pero tú, Señor, no te quedes lejos;

fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.

 

Contaré tu fama a mis hermanos,

en medio de la asamblea te alabaré.

“Los que teméis al Señor, alabadlo;

linaje de Jacob, glorificadlo;

temedlo, linaje de Israel. R/.

 

Textos paralelos.

¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?

Mt 27, 46: A media tarde Jesús gritó con voz potente: Eli Eli lema sabactani (o sea: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?).

Estás lejos de mi queja, de mis gritos y gemidos.

Is 49, 14: Decía Sión: Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado.

Is 54, 7: Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré.

Todos cuantos me ven, se mofan.

Mt 27, 39: Los que pasaban lo insultaban meneando la cabeza.

Se confió a Yahvé, pues que lo libre, que lo salve si tanto lo quiere.

Mt 27, 43: También los bandidos crucificados con él lo injuriaban.

Sb 2, 18-20: Si el justo ese es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo arrancará de las manos de sus enemigos. Lo someteremos a tormentos despiadados, para apreciar su paciencia y comprobar su temple; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien mira por él.

Se reparten entre sí mi ropa.

Mt 27, 35: Después de crucificarlo, se repartieron a suertes sus vestidos.

Y se echan a suertes mi túnica.

Jn 19, 24: Así que se dijeron: No la rasguemos; echémosla a suerte, para quien le toque. (Así se cumplió lo escrito: Se repartieron mis vestidos y se sortearon mi túnica). Es lo que hicieron los soldados.

Contaré tu fama a mis hermanos.

Hb 2, 12: Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.

Reunido en asamblea, te alabaré.

Sal 40, 10:  He proclamado el derecho a una asamblea numerosa. No he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes.

 

Notas exegéticas.

Sal 22 La lamentación y la oración de un inocente perseguido concluyen en acción de gracias por la liberación esperada, vv. 23-37, y se adaptan a la liturgia nacional mediante el v. 24 y el final universalista, vv. 28-32, en que el advenimiento del reino de Dios al mundo entero aparece como consecuencia de las pruebas del siervo fiel. Afín al poema del Siervo doliente, Is 52, 13-53, 12, este salmo, cuyo comienzo pronunció Cristo en la cruz, y en el que los evangelistas han visto descritos por anticipado varios episodios de la Pasión, es por lo mismo mesiánico, al menos en sentido típico.

22 17 Otros: “me inmovilizan mis manos y mis pies” o, con 2 manuscritos y las versiones antiguas, “me atraviesan”. Hebreo ka ari “como un león”, ininteligible. El pasaje recuerda Is 53, 5, pero los evangelistas no lo utilizaron en el relato de la pasión.

 

Segunda lectura.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11.

Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

 

Textos paralelos.

 El cual, siendo de condición divina.

Sb 2, 23: Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser.

A ser tratado igual a Dios.

2 Co 8, 9: Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por vosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.

Asumiendo semejanza humana.

Ga 4, 4: Pero cuando se cumplió el plazo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley.

Haciéndose obediente hasta la muerte.

Rm 5, 19: Como por la desobediencia de uno todos resultaron pecadores, así por la obediencia de uno todos resultarán justos.

Por eso Dios lo exaltó.

Is 52, 13: Así asombrará a muchos pueblos; ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.

Le otorgó el Nombre.

Rm 14, 9: Para eso murió el Mesías y resucitó: para ser Señor de muertos y vivos.

Toda rodilla se doble.

Rm 10, 9: Si confiesas con la boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás.

Para gloria de Dios Padre.

1 Co 12, 3: Por eso os hago notar que nadie, movido por el Espíritu de Dios puede decir: ¡maldito sea Jesús! Y nadie puede decir ¡Señor Jesús! si no es movido por el Espíritu Santo.

 

Notas exegéticas.

2 6 (a) Lit. “en forma de Dios”. La misma palabra griega (morphe) es utilizada en el v. 7 (lit. “tomando la forma de esclavo”). Su significado es casi idéntico al “imagen” (eikon), y los dos términos son utilizados indistintamente por los LXX. La “forma de Dios” es, pues, sinónimo de “imagen de Dios”, que es el predicado aplicado a Adán. Gn 1, 27.

2 6 (b) Cristo, al no tener pecado no tenía que morir (idéntica idea aparece en algunos apócrifos, como Henos, IV Esdras o II Baruc). Tenía, pues, el derecho a vivir eternamente algo propio de la divinidad. Otras traducciones posibles: “No retuvo celosamente el rango que le igualaba a Dios” o “No consideró como presa el ser igual a Dios”. En este último caso, habría una oposición implícita entre Jesús, segundo o último Adán y el primer Adán.

2 7 (a) Lit. “Se vació a sí mismo”. El término kénosis procede de una raíz que significa “vaciar”. La fórmula está tomada de Is 52, 12. El pronombre reflexivo que aparece en el v. 7 subraya la decisión del mismo Cristo, que optó por la muerte.

2 7 (b) Este modo de existencia, a la luz de la alusión a Is 53, 12, solo puede ser el de humillado Siervo paciente de Yahvé, que murió por los demás. Nótese el contraste con Señor, v. 11.

2 7 (c) No hay intención de atenuar la humanidad de Jesús. No obstante, si no hubiera sido diferente, no habría podido salvarnos. Él, que estaba vivo, resucitó a los que estaban “muertos”. Él no tenía necesidad de ser reconciliados con Dios mientras todos los demás la tenían.

2 7 (d) Aunque diferente en su modo de existencia, Cristo compartió la naturaleza humana común a todos.

2 8 (a) Al envío del Hijo por el Padre para salvar a la humanidad corresponde de parte de Cristo la obediencia.

2 8 (b) Mientras que la tradición primitiva solo insistía en el efecto salvífico de la muerte de Cristo Pablo subraya lógicamente que el valor ejemplar de esta muerte está en el cruel castigo de la crucifixión.

2 9 (a) Lit.: “sobre-exaltó”. El verbo griego hypsoo, que significa normalmente elevar, se traduce a menudo por “exaltar”. Aquí lleva además el prefijo hyper (del que se forma el mismo verbo), que redobla su significado, por el hecho de que, si es cierto que todos los justos serán exaltados, Cristo es superior a todos ellos.

2 9 (b) El nombre es el de “Señor”, como explica el v. 11. Se trata aquí de un término funcional que no se refiere precisamente a la naturaleza de Cristo; es un título que Cristo lo consigue por su pasión y resurrección. A pesar de su uso cotidiano, y de su frecuente aplicación a Cristo a lo largo de todo el NT, aquí se toma como un título “que está sobre todo nombre”; la razón es que el NT lo reserva para Dios.

2 10 (a) La humanidad entera reconoce la nueva dignidad de Jesús, como estaba anunciado que las naciones reconocerían a Yahvé. El nombre propio de “Jesús” – sin más añadiduras – se usa aquí deliberadamente para evocar la figura humillada y paciente de los vv. 6-8.

2 10 (b) Estas frases, que alteran la cuidada estructura del himno, fueron probablemente añadidas por Pablo con el fin de poner de relieve tanto el ilimitado alcance de la autoridad de Cristo como la dependencia respecto de su Padre.

2 11 Es la profesión de fe esencial del cristianismo. – El Padre que ha exaltado a Jesús recibe toda gloria cuando el Nombre que Él le ha dado es adorado y confesado. En Él desemboca, pues, la glorificación del Hijo y, al mismo tiempo, su humillación.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 23, 33-49.

Y cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había también por encima de él un letrero: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le dijo: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo: “Realmente, este hombre era justo”. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.

 

Textos paralelos.

 

Mc 15, 22-41

Mt 27, 32-56

Lc 23, 33-49

Jn 19, 17-37

Lo condujeron al Gólgota (que significa Lugar de la Calavera).

 

Le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo tomó.

 

 

Lo crucificaron

 

 

 

 

 

 

 

 

La causa de la condena en la inscripción decía: “El rey de los judíos”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

y se repartieron su ropa, echando a suertes lo que le tocara a cada uno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Eran las nueve cuando lo crucificaron.

 

 La causa de la condena en la inscripción decía: “El rey de los judíos”.

 

 

 

Con él crucificaron a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

 

 

Los que pasaban lo insultaban meneando la cabeza y diciendo:

 

-El que derriba el templo y lo reconstruye en tres días, que se salve, bajando de la cruz.

 

 

A su vez los sumos sacerdotes, burlándose, comentaban con los letrados:

-Ha salvado a otros y él no se puede salvar. El Mesías, el rey de Israel, baje de la cruz para que lo veamos y creamos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los que estaban crucificados con él lo injuriaban.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al mediodía se oscureció todo el territorio hasta la media tarde.

 

 

 

A media tarde Jesús gritó con voz potente:

-Eloí eloí lema sabaktani (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?

 

 

 

 

 

Algunos de los presentes, al oírlo comentaban:

-Mira, llama a Elías.

 

Uno empapó una esponja en vinagre, la sujetó a una caña y le ofreció de beber diciendo:

 

 

-¡Quietos! A ver si viene Elías a librarlo.

 

Pero Jesús, lanzando un grito, expiró.

 

El velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El centurión, que estaba enfrente, al ver como expiró, dijo:

 

 

 

-Realmente este hombre era hijo de Dios.

 

 

 

Estaban allí mirando a distancia unas mujeres, entre ellas María Magdalena, María madre de Santiago el menor y José, y Salomé, las cuales, cuando estaba en Galilea, lo habían seguido y servido; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

Llegaron a un lugar llamado Gólgota (es decir, Calavera)

 

y le dieron a beber vino mezclado con hiel. Él lo probó, pero no quiso beberlo.

 

Después de crucificarlo,

 

 

 

 

 

 

 

Encima de la cabeza pusieron un letrero con la causa de la condena: Este es Jesús, rey de los judíos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

se repartieron a suertes sus vestidos y se sentaron allí custodiándolo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Encima de la cabeza pusieron un letrero con la causa de la condena: Este es Jesús, rey de los judíos.

 

Con él estaban crucificados dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

 

Los que pasaban lo insultaban meneando la cabeza y diciendo:

 

-El que derriba el templo y lo reconstruye en tres días que se salve; si es hijo de Dios, que baje de la cruz.

 

A su vez, los sumos sacerdotes con los letrados y senadores se burlaban diciendo:

-Salvó a otros, él no se puede salvar. Si es rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Se ha fiado de Dios: que lo libre si es que lo ama. Pues ha dicho que es hijo de Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

También los bandidos crucificados con él lo injuriaban.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A partir del mediodía se oscureció todo el territorio hasta la media tarde.

 

 

 

 A media tarde Jesús gritó con voz potente:

-Eli Eli lema sabactani (o sea: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?).

 

 

 

 

 

Algunos de los presentes, al oírlo, comentaban:

-A Elías llama este.

 

Enseguida uno de ellos corrió, tomó una esponja empapada en vinagre y con una caña le dio de beber.

Los demás dijeron:

 

-Espera a ver si viene Elías a salvarlo.

 

Jesús, lanzando un nuevo grito, expiró.

 

El velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo, la tierra tembló, las piedras se rajaron, los sepulcros se abrieron y muchos cadáveres de santos resucitaron. Y, cuando él resucitó, salieron de los sepulcros y se aparecieron a muchos en la ciudad santa.

 

Al ver el terremoto y lo que sucedía, el capitán y la tropa que custodiaban a Jesús decían espantados:

 

-Realmente este era hijo de Dios.

 

 

 

 

Estaban allí mirando a distancia muchas mujeres que habían acompañado y servido a Jesús desde Galilea. Entre ellas estaban María Magdalena, María madre de Jacobo y José y la madre de los Zebedeos.

Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera,

 

 

 

 

 

 

los crucificaron a él y a los malhechores: uno a la derecha y otro a la izquierda.

Jesús dijo:

-Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.

 

Encima de él había una inscripción. Este es el rey de los judíos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se repartieron su ropa echándola a suerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 El pueblo estaba mirando,

 

 

 

 

los jefes se burlaban de él:

 

 

-A otros ha salvado, que se salve él, si es el Mesías, el predilecto de Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

También los soldados se burlaban de él. Se acercaban a ofrecerle vinagre y decían:

-Si eres el rey de los judíos, sálvate.

 

Encima de él había una inscripción. Este es el rey de los judíos.

 

Uno de los malhechores colgados lo insultaba:

-¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros.

 

El otro le reprendía:

-Y tú, que sufres la misma pena, ¿no respetas a Dios? Lo nuestro es justo, pues recibimos la paga de nuestros delitos; este, en cambio, no ha cometido ningún crimen.

Y añadió:

-Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí.

Le contestó:

-Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

 

Era mediodía; se oscureció todo el territorio hasta media tarde, al faltar el sol. El velo del templo se rasgó por medio.

 

Jesús dijo con voz fuerte:

 

 

 

 

 

 

-Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dicho lo cual, expiró.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al ver lo que sucedía, el centurión glorificó a Dios diciendo:

 

 

 

 

 

 

-Realmente este hombre era inocente.

 

Toda la multitud se había congregado para el espectáculo, al ver lo sucedido, se volvía dándose golpes de pecho. Sus conocidos se mantenían a distancia, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea lo observaban todo.

Se lo llevaron; y Jesús salió cargado él mismo con la cruz hacia un lugar llamado La Calavera (en hebreo Gólgota).

 

Allí lo crucificaron con otros dos; uno a cada lado y en medio Jesús.

 

 

 

 

 

 

 

Pilato había hecho escribir un letrero y clavarlo en la cruz. El escrito decía: Jesús el Nazareno Rey de los Judíos.

Muchos judíos leyeron el letrero, porque el lugar donde estaba Jesús crucificado quedaba cerca de la ciudad. Además estaba escrito en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes decían a Pilato:

-No escribas Rey de los Judíos, sino Ha dicho: soy rey de los judíos.

Contestó Pilato:

-Lo escrito escrito está.

 

Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús,

 

tomaron su ropa y la dividieron en cuatro porciones, una para cada soldado; aparte la túnica. Era una túnica sin costuras, tejida de arriba abajo, de una pieza. Así que se dijeron:

-No la rasguemos; echémosla a suerte, para quien le toque.

(Así se cumplió lo escrito: Se repartieron mis vestidos y se sortearon mi túnica). Es lo que hicieron los soldados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María la Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo predilecto, dice a su madre:

-Mujer, ahí tienes a tu hijo.

Después dice al discípulo:

-Ahí tienes a tu madre.

Desde aquel momento el discípulo la llevó a su casa.

Después Jesús, sabiendo que todo había terminado, para que se cumpliese la Escritura, dice:

-Tengo sed.

Había allí un jarro lleno de vinagre. Empaparon una esponja en vinagre, la sujetaron a un hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús tomó el vinagre y dijo:

-Está acabado.

Dobló la cabeza y entregó el espíritu.

Era la víspera del sábado, el más solemne de todos; los judíos, para que los cadáveres no quedaran en la cruz el sábado, pidieron a Pilato que les quebrasen las pierdas y los descolgasen. Fueron los soldados y quebraron las piernas a los dos crucificados con él. Al llegar a Jesús, viendo que estaba muerto, no le quebraron las piernas; pero un soldado le abrió el costado de una lanzada. Al punto brotó sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es fidedigno; sabe que dice la verdad, para que creáis vosotros. Esto sucedió de modo que se cumpliera la Escritura: No le quebraréis ni un hueso; y otra Escritura dice: Mirarán al que atravesaron.

 

Uno a la derecha y otro a la izquierda.

Mt 18, 21-35: Entonces se acercó Pedro y le preguntó: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarle?, ¿hasta siete veces? Le contesta Jesús: “Te digo que no siete veces, sino setenta y siete?”.

Se repartieron sus vestidos.

Sal 22, 19: Se reparten mis vestidos, se sortean mi túnica.

Se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios.

Lc 2, 26: Le había comunicado el Espíritu Santo que no moriría sin antes haber visto al Mesías del Señor.

Lc 9, 35: Y sonó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo elegido. Escuchadle”.

Padre, en tus manos pongo mi espíritu.

Sal 31, 6: En tu mano encomendaba mi vida: y me libraste, Señor, Dios fiel. Odias a quienes veneran ídolos vanos, yo en cambio confío en el Señor. Festejaré, celebraré tu lealtad, pues te fijaste en mi aflicción, velaste por mi vida. No me entregaste en poder del enemigo, colocaste mis pies en terreno espacioso.

Toda la muchedumbre que había acudido a aquel espectáculo.

Hch 3, 14: Vosotros rechazasteis al santo e inocente, pedisteis que os indultasen a un homicida.

Las mujeres que le habían seguido desde Galilea.

Lc 8, 2-3: Lo acompañaban los doce y algunas mujeres que había curado de espíritus inmundos y de enfermedades. María magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, mayordomo de Herodes, Susana y otras muchas, que los atendía con sus bienes.

Lc 24, 10: Eran María Magdalena, Juana y María de Santiago. Ellas y las demás se lo contaron a los apóstoles.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

23 33 La comparación con Mc y Mt muestra cómo ha sabido Lucas hacer que sobre el Calvario pasara una brisa de humanidad: su muchedumbre es más curiosa que hostil y finalmente se arrepiente. Jesús no pronuncia las palabras de aparente desesperación: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; sigue ejerciendo hasta el fin su ministerio de perdón, expira “poniendo su espíritu” en las manos del “Padre”.

23 34 (a) Este v. se debe mantener, a pesar de su omisión por buenos testigos.

23 34 (b) Estas palabras de Jesús recuerda Is 53, 12. Idéntica apreciación de las causas de su muerte reaparecen en Hch 3, 17. Esteban orará con el mismo espíritu, Hch 7, 60, siguiendo el ejemplo legado por el Maestro a todos sus discípulos.

23 35 Este título, al que aluden las palabras del Padre en 9, 35, evocan Is 49, 7, donde designa al Siervo elegido por Dios para llevar a cabo su obra de salvación y despreciado por los hombres. Es también uno de los nombres del Mesías en el libro de las Parábolas de Henoc.

23 38 Numerosos testigos añaden: “en caracteres griegos, latinos y hebreos” (ver Jn 19, 20).

23 39 El mal ladrón interpela a Jesús como “Cristo”, v. 39; el buen ladrón le reconoce como “Rey”, v. 42: son los dos títulos, religioso y político, en torno a los cuales ha girado todo el proceso de Jesús, ante los Judíos primeramente, y ante Pilato después.

23 40 El episodio de los vv. 40-43 es propio de Lc, que se interesa por las escenas de conversión.

23 42 “con (es decir, en posesión de ) tu Reino”. – Var: “cuando venga en tu Reino”, es decir, para inaugurarlo.

23 43 Para algunos judíos de aquel tiempo, el paraíso era el lugar donde los justos difuntos esperaban la resurrección. Se encuentra la idea, aunque no la palabra, en Lc 16, 22-31.

23 44 Prodigios cósmicos característicos del “Día de Yahvé”. – La expresión “toda la tierra” evoca Ex 10, 22 (plaga de las tinieblas justo antes de la muerte de los primogénitos y la Pascua). Ver también Am 8, 9-10.

23 46 Como en todas sus oraciones, también en esta comienza Jesús con una invocación al Padre (10, 21). A él dirige sus últimas palabras, lo mismo que las primeras (ver 2, 49).

23 47 Al proclamar que Jesús es justo, el centurión reconoce su inocencia (como Pilato en 23, 4.14.22). Lc evita así el sentido equívoco que podría tener en labios de un pagado la expresión “Hijo de Dios”, mencionada por Mt y Mc.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

33 LLAMADO “CALAVERA”, por la forma de pequeña altura rocosa sin vegetación (nuestra palabra “Calvario” es un latinismo). Lc no pone, como hacen Mt y Mc, la palabra aramea Gólgota, que no interesaría a sus lectores no palestinos.

34 En el judaísmo se exhortaba al delincuente, antes de morir, a ofrecer su vida en expiación de sus pecados; Jesús, inocente (cf. v. 41), que no podía decir esa oración expiatoria por sí mismo, expiaba y pedía por sus verdugos.

35 EL ELEGIDO: apelativo del Mesías, muy frecuente en la 2ª parte de Henoc etiópico, en el llamado Libro de las parábolas.

39 CRUCIFICARON: lit. colgados, traducción que sería válida si esta palabra en nuestra lengua no significase “ahorcado”.

40 DIJO: lit. decía. // Y ESO QUE…: o “(tú) que…”, con matiz adversativo: “a pesar de que…”. // SUFRES: lit. estás en.

41 EL PAGO DE: lit. cosas dignas de. // La palabra griega traducida por MALO es, lit., fuera-de-sitio, algo parecido a nuestro “desordenado”, “descaminado”.

42 CUANDO VUELVAS (matiz de retorno, frecuentemente implícito en el verbo griego erkhomai COMO REY: lit. en la realeza (o en el reino) de ti. La partícula griega en es, en este caso, instrumental y asociativa: “volver con el reino” propio de uno es “volver como rey”. Si con algunos manuscritos leemos eis en vez de en, habría que traducir: cuando vayas (o llegues) a tu reino. De hecho, Jesús ahora no aparece visiblemente COMO REY, pero el título de la cruz (cf. v. 38) que ha podido leer el malhechor, será efectivo un día, para ese día de Cristo Rey, su compañero de suplicio solo le pide una cosa: que se acuerde de él. La petición quedará superada por la concesión.

43 HOY: más bien que indicación cronológica exacta (“en estas veinticuatro horas”), aunque no se excluya ese significado, es el tiempo de la salvación inaugurado por Jesús: “no tendrás que esperar, ya, a partir de ahora…”). EL PARAÍSO: la respuesta de Jesús amplía el significado del término: el ladrón arrepentido no va a estar simplemente en “el regazo de Abraham” (cf. 16, 22s), sino que estará en la intimidad de Dios (=CONMIGO). EL PARAISO era, como en el judaísmo tardío, la morada de los justos antes de la resurrección corporal al fin del mundo; es, como lo llama Henoc 61, 12, “el jardín de la vida”, donde “habitan los elegidos”.

45 EL SOL se ocultó, se anubló, SE ECLIPSÓ, no necesariamente en el sentido técnico o científico de la palabra.

46 DANDO UNA GRAN VOZ: lit. voceando con voz grande. El apócrifo Libro de los Jubileos 42, 8 presenta a Eva diciendo en el momento de morir: “Dios de todo lo que existe, recibe mi espíritu”. A distancia de siglos, Jesús, que pertenece a los “desterrados hijos de Eva”, ha aprendido de otra Madre la entrega a la voluntad de Dios (cf. 1, 38); sus últimas palabras en la tierra son la entrega confiada del Hijo obediente (cf. 2, 49). En su muerte, las peticiones del Padrenuestro quedan cumplidas.

47 UN JUSTO: en lenguaje cristiano: un santo; en la mentalidad de aquel pagano: un inocente (e.d., “este hombre no era un criminal”).

48 Lc es el único evangelista que anota esta especie de penitencia general de la muchedumbre, como grupo diverso formado por las autoridades religiosas.

49 SE QUEDABAN: lit. estaban allí, mientras la gente se volvía a casa.

 

Notas exegéticas de la Biblia Didajé.

23, 33 Este tipo de ejecución estaba reservada a los peores criminales y no-romanos. Clavada en la cruz, la víctima moriría lentamente desangrada y por asfixia, debida esta a la flaqueza del cuerpo debilitado que tendería a reprimir el tracto respiratorio. La cruz es el símbolo más importante y común de la cristiandad. Cat. 599.

23, 34 Cristo fue misericordioso con quienes lo ejecutaron, como lo fue con el esclavo al que cortaron la oreja durante su prendimiento. Sus palabras, pronunciadas en la cruz, muestran que su oración y el don de sí mismo están unidos. Las palabras de Cristo nos recuerdan que recemos y perdonemos incluso a los que nos persiguen. Su muerte no puede culparse colectivamente a los judíos de la época de Cristo o sus descendientes; más bien, toda persona en virtud del pecado original y pecados actuales es responsable de su crucifixión. Hicieron lotes con sus ropas: las pertenencias del condenado habitualmente eran repartidas entre los soldados asistentes. Todo el relato de la crucifixión es una reminiscencia del salmo 22. Cat. 591, 597-598, 2635.

23, 39-43 Este episodio ilustra cómo la aceptación voluntaria del castigo por los delitos de uno puede tener un valor expiatorio, y por tanto redentor. También implica un juicio inmediato después de la muerte y el destino final del alma a la salvación o a la condenación eterna. Cat. 440, 1021, 2266 y 2616.

23, 45 El velo en el Templo separa la presencia de Dios en el Santo de los Santos, de la del pueblo. El desgarro de arriba abajo significa que la muerte sacrificial de Cristo abre el camino de los fieles a la presencia misma de Dios. A través de nuestra unión con Cristo resucitado entramos en la vida eterna de la Santísima Trinidad. Cat. 441, 730 y 1011.

23, 36 Cristo, evocado en el Salmo 31, 5 fue totalmente sumiso a la voluntad de Dios, incluso hasta la muerte. Su ejemplo muestra como también nosotros podemos transformar nuestro propio sufrimiento y muerte en actos redentores de amor y obediencia a nuestro Padre en el cielo. Cat. 730, 1011.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

599 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica san Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: “Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios” (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han “entregado a Jesús” fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.

597 El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34) y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a “la ignorancia” (Hch 3, 17) de los judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Menos todavía se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el tiempo y en el espacio, apoyándose en el grito del pueblo: “¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” (Mt 27, 25), que equivale a una fórmula de ratificación.

440 El verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43).

 

Concilio Vaticano II.

Cordero inocente, por su sangre libremente derramada, mereció para nosotros la vida, y en Él Dios nos reconcilió consigo y entre nosotros y nos arrancó de la esclavitud del diablo y del pecado, de modo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20). Padeciendo por nosotros, no solo nos dio ejemplo para que sigamos sus huellas, sino que también instauró el camino con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren un sentido nuevo.

El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, recibe “las primicias del Espíritu” (Rm 8, 23), que le capacitan para cumplir la nueva ley del amor. Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia, se restaura internamente todo el hombre hasta la redención del cuerpo: “Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8, 11). Ciertamente urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra el mal con muchas tribulaciones y también de padecer la muerte; pero asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, fortalecido por la esperanza llegará a la resurrección.

Esto vale no solo para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón actúa la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido solo por Dios, sean asociados a este misterio pascual.

Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece para los creyentes. Así pues, por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera de su Evangelio nos abruma. Cristo resucitó, destruyendo la muerte con su muerte, y nos dio vida (cf. Liturgia Pascual Bizantina), para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: “¡Abba! ¡Padre!” (Rm 8, 15).

Gaudium et Spes, 22.

 

Comentarios de los Santos Padres.

En la cruz tomó nuestros pecados en su cuerpo. Es cierto que por sus sufrimientos fuimos curados, pues cargó con nuestros pecados y nos libró de las enfermedades del alma.

Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 153. III, pg. 477.

Cuando pendía de la cruz, oraba, veía y preveía a todos los enemigos, pero a muchos de aquellos les veía ya como futuros amigos, y por ellos pedía el perdón para todos. Ellos se enfurecían y Él rezaba. Ellos decían a Pilato: “Crucifícalo” y, en cambio, Él exclamaba: “Padre, perdónales”. Pendía de unos ásperos clavos, pero no perdía la benignidad. Pedía el perdón para aquellos de los que recibía tan grandes injurias.

Agustín, Sermón 382, 2. III, pg. 477.

La ceguera lo estaba crucificando, y, ya crucificado, hacía de su sangre colirio para ellos.

Agustín. Sermón 317, 2-3, 6. III, pg. 478.

Dijo en efecto: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. No fueron inútiles e infecundas estas palabras. Miles de entre ellos creyeron luego en Cristo, a quien habían dado muerte, y aprendieron a sufrir por quien sufrió antes por ellos y bajo ellos.

Agustín, Sermón 302, 3. III, pg. 479.

Extiende tus brazos hacia la cruz, para que el Señor crucificado extienda sus brazos hacia ti; pues el que no extiende la mano hacia la cruz no puede acercarse a su mesa.

Efrén de Nisibi. Comentario al Diatessaron, 20, 23. III, pg. 480.

Pues lo que le dijo al ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, debes entenderlo no como dicho a él solo, sino a todos los santos por los que había descendido a los infiernos.

Orígenes, Homilías sobre el Génesis, 15, 5. III, pg. 483.

Mi humildad se abajó hasta los hombres mortales y hasta los mismos muertos, pero mi divinidad nunca se alejó del paraíso.

Agustín, Sermón 285, 3. III, pg. 483.

La cruz de Cristo es la llave del paraíso. La cruz de Cristo abre el paraíso. ¿No dijo acaso que “el reino de los cielos sufre violencia y son los esforzados quienes de él se apoderan?... No hay intervalo entre ambas cosas: la cruz y, al punto, el paraíso. Cuanto mayores sean los pesares que se padezcan, mayor será la recompensa.

Jerónimo, Sobre Lázaro y el rico. III, pg. 484.

El que se mostró compasivo con el ladrón me llevará al paraíso, cuyo nombre, cuando lo escucho, me llena de alegría. Mi espíritu estalla cuando trato de contemplarlo.

Efrén de Nisibi, Himnos sobre el Paraíso, 8, 1. III, pg. 484.

El centurión reconoce al extraño y el levita, en cambio, no reconoce al que era de su pueblo; el gentil adora y el hebreo niega. Con toda razón se movieron los pilares del mundo terráqueo cuando los príncipes de los sacerdotes no creyeron.

Ambrosio, Sobre las súplicas de Job y David, 1, 5, 13. III, pg. 487.

 

San Agustín

Imitemos, pues, hermanos míos, el ejemplo de la pasión del Señor en cuanto podamos. Podremos, si le pedimos ayuda; no adelantándonos con el presuntuoso Pedro, sino yendo tras él y orando como Pedro, ya restablecido.

Sermón 284, 6. I, pgs. 397-398.

 

San Juan de Ávila

Pedidle que levante vuestro corazón a las cosas divinas; cuando os vestís, acordaos como le vistieron en casa de Herodes y Pilato (cf. Lc 23, 11), y pedilde que vista vuestra ánima de gracia y virtudes; cuando os calzáis, como le enclavaron (cf. Mc 15, 17), y pedilde que vuestro corazón esté enclavado con Él con tres clavos, que son fe, esperanza y caridad; cuando os ponéis el bonete, la corona de espinas (cf. Lc 23, 33), y pedidle que no perdáis vos la corona que Él con tanto trabajo ganó; cuando os ceñís, la soga con que fue atado (cf. 19, 5), y pedid que os libre de las prisiones del pecado; cuando os laváis, pedid que lave vuestra alma, etc.; cuando andáis por las calles, aquellas estaciones de la pasión, como si le fuésedes acompañando; cuando coméis, pensad la hiel y vinagre del Señor (cf. Lc 23, 36); cuando os desnudáis para acostaros, cómo le desnudaron para crucificarlo (cf. Lc 23, 34) y como Él es descanso de mi alma mucho mejor que la cama de mi cuerpo, etc.

Dialogus inter confessarium et paenitentem, II, pg. 783-784.

Ofrecióle también en la cruz su propio cuerpo, el cual fue tan atormentado que todo él era lenguas que daban voces al Padre, pidiendo misericordia (cf. Lc 23, 24).

Audi, filia (II). I, pg. 497.

Que Él mismo que tú quieras allegarte a Él, que ya es ganado lo que andaba perdido; ya Jesucristo dio fin a nuestra enfermedad; ya acabó Él su obra. Él mismo lo dijo: Padre, perdona a éstos (cf. Lc 23, 34).

Martes de Pentecostés. III, pg. 393.

“¡Oh pecadores, cuán caro me costáis! ¿Cómo por amor de vosotros ha pasado mi corazón trance tan amargo como ha sido este, ver a mi Hijo Jesucristo padecer tan cruel muerte y pasión! Lo que vosotros hecisteis, Él lo ha pagado, y mi ánima lo ha sentido: por bien empleado vaya, aunque ha pasado tantos trabajos, porque vosotros recibáis el fructo de ello y alcancéis perdón de Dios”. - ¡Oh Señora! bendita seáis vos que aún tenéis el sonido de las palabras de vuestro Hijo: “¡Perdónalos!” (cf. Lc 23, 34).

Soledad de María. III, pg. 909.

Porque si por los que te crucificaron rogaste, todos te crucificamos: y aquellos pocos y todos debemos aquella oración, y quizá algunos más que los ignorantes sayones que presentes allí estaban crucificándote. Todos, Señor, conspiramos en tu muerte, y a todos conviene lo que dices que no saben que hacen (Lc 23, 34).

A un señor de estos reinos. IV, pg. 101.

Haced, pues, así, amados míos, y sed discípulos de Aquel que dio beso de paz y llamó amigo al que le había vendido a sus enemigos (cf. Mt 26, 49s.). Y en la cruz dijo: Perdónalos, Padre, que no saben lo que hacen (Lc 23,34). Mirad en todos los prójimos cómo son de Dios y cómo Dios quiere su salvación, y veréis que no queráis mal a quien Dios desea bien. Acordaos cuántas veces habéis oído de mi boca que hemos de amar a nuestros enemigos; y con sosiego de corazón y sin decir mal de persona, pasad este tiempo. que presto traerá nuestro Señor otro.

A unos sus devotos, afligidos por una persecución. IV, pg. 270-271

Mire qué obras le hace en la cruz y las que vuestra merced le ha hecho y le hace cada día, y, aunque pecador, considérese que está debajo de su cruz, que es nuestro amparo, en lugar de misericordia; lugar donde se perdonan los ladrones y se salvan, donde cobran la vista y la fe los gentiles, donde el mismo Señor crucificado ruega por los que le crucifican (cf. Lc 23, 34ss).

A un discípulo. IV, pg. 743.

Cosa triste que un pecador y un rufián tiemblen de una amenaza de Dios oyendo un sermón (cf. Lc 23, 40), y tengan alguna reverencia al templo de Dios, y altar, y sus cosas; y el sacerdote ha perdido el temor con la mucha comunicación. Amor no lo tiene, ni sabe qué es. ¿Qué le falta para hacerse semejable a Judas en su vida y muerte?

Tratado sobre el sacerdocio. I, pg. 935.

Vuestra señoría se podría informar de otros que creo también están in eadem damnatione (Lc 23, 40) por la misma causa.

Al Señor don Pedro Guerrero. IV, pg. 597.

Por escondida que sea la cosa, no se puede esconder a los ojos de la fe; como parece que aquel buen ladrón, que, viendo en Cristo crucificado tanto desprecio y bajeza exterior, entró con la fe en lo escondido, y conociólo por Señor del cielo, y por tal lo confesó con grande humildad y firmeza (cf. Lc 23, 42).

Audi, filia (II), I, pg. 628.

Estad muy atentos a lo que pasa en este convite y veréis una clara figura de cómo le irá a cada uno en el día del juicio que está por venir. San Agustín dice que la cruz donde el Señor fue crucificado, “no solo fue tormento de quien padecía, más también fue silla de Juez que daba sentencia”. Dos culpados tenía a los lados este juez; y aquel que confesó sus pecados y le dijo: ¡Señor, acuérdate de mí cuando estuvieres en tu reino! (Lc 22, 42), lo perdonó, y aquel mismo día lo llevó a paraíso, y lo hizo convidado de su mesa divina, compañero de los santos y de ángeles, que comen a Dios y se mantienen de Él para siempre. ¡Dichosa suerte, por cierto, y copiosa paga de su confesión! Y por el contrario, desdichado el de la mano izquierda, que, por no hacer lo que el otro hizo, perdió el comer de Dios y fue sentenciado a serle manjar de la muerte que lo pazca, y sin acabarlo, esté siempre matando, mientras Dios fuere Dios.

En la infraoctava del Corpus. III, pg. 744.

Pecó David, tomó la mujer ajena; así como dijo: Peccavi, oyó del profeta: Et transtulit Dominus peccatum tuum, Dios ha pasado y perdonado tu pecado (cf. 2 Sm 12, 13). Llamóle el ladrón y respondióle: Hoy serás conmigo en paraíso (Lc 23, 43). A la Magdalena, ¡qué le perdonó los pecados! (cf. Lc 7, 47).

Viernes de la semana 4 de Cuaresma. III, pg. 200.

Después de consolada aquella multitud de almas, mueve el Redemptor del mundo la bandera de la cruz. Tras Él aquella multitud de captivos cantando alabanzas, con el gran gozo que sentían de verse salidos de allí. Es de ver dónde paró aquel santo escuadrón, salido de aquellas partes, puesto en el mundo. Creo que en aquella jornada poco se detuvo, no creo que fuera una hora. Dó estuvo con ellos, no se sabe cosa alguna cierta. Conjeturan los santos algunas cosas; a mí más cierto e razonable me parece que paró en el paraíso terrenal, y así entiendo aquello: Hoy en paraíso (cf. Lc 23, 43). Allí estuvo viernes e sábado, hasta el domingo al alba.

Lunes de Pascua. III, pg. 224.

Y porque en vida y en muerte le fue su Hijo maestro y dechado a quien ella miraba, y le oyó decir cuando en la cruz expiró: padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46), las cuales palabras ella tenía guardadas en su corazón para la hora en que estaba, dijo con gran humildad y perfectísimo amor: Hijo mío, en vuestras manos encomiendo mi espíritu. Y tras esta palabra sale aquella benditísima ánima de la morada de su cuerpo, tan libre de dolor cuanto de pecado.

Asunción de María, III, pg. 971.

Téngase vuestra merced por esclava, que de su voluntad se ofrece a servir a su Señor y sus siervos en cualquier cosa que Él mandare, honrosa o deshonrosa, de descanso o de pena, de vida o de muerte. E un día, cuando quiera comulgar, diga al Señor con reverencia y amor: Señor, yo no soy digna de padecer por vuestro amor; mas pues vuestra Bondad esta merced me ofrece, yo la recibo y la consiento, con que vos, Señor, con la misma bondad me deis la fuerza para llevar vuestra cruz para gloria vuestra, pues conocéis mi flaqueza. E luego diga: En vuestras manos, Señor, encomiendo el espíritu mío (cf. Lc 23, 46). Y reciba a su Señor con mucha confianza, que le dará esfuerzo para padecer lo que le enviare; y vuestra merced procurará pedir oraciones para lo mismo. Nuestro Señor la haga mártir de su amor.

A una señora afligida. IV, pg. 417.

Cristo, que por vuestra merced murió, le acompañe a su muerte y le reciba en sus brazos salido de esta vida. Dígale vuestra merced lo que Él dijo a su Padre: In manus tuas, Pater, commendo spiritum meum (Lc 23, 46). Y espero de su misericordia que será bien recebido como hijo, y tratando como tal heredero de Dios, y juntamente heredero de Cristo.

A un discípulo suyo, de la Compañía de Jesús, estando cercano a la muerte. IV, pg. 501.

 

San Oscar Romero.

Sería bueno que visitáramos ese lugar sagrado, El Calvario, así como en cada parroquia, en cada pueblo, en cada ermita, les invito, queridos Radioyentes católicos, a vivir el Sábado Santo como quiere la Iglesia que lo vivamos. No es un día de paseo, no es propiamente sábado de gloria. En la nueva liturgia, que ha recobrado todo el sentido de la verdadera celebración Pascual, el sábado es un día todavía de luto, es un día de silencio junto a la tumba del Señor. Es la expectativa de la esposa viuda, Iglesia; la Iglesia que espera la resurrección del Señor, la Iglesia que junto a la Virgen de la Soledad está esperando con serena tristeza, después de la muerte trágica de su esposo, la resurrección del Señor. María y la Iglesia somos todos nosotros junto al sepulcro del Señor, esperando la hora solemne de la Pascua.

Después del Santo Entierro, esta es la situación, la actuación, la psicología, la fe, la esperanza de la Iglesia. Por eso les invito, pues, desde los propios estudios de YSAX, a compartir estos sentimientos de tristeza serena, de esperanza en la gloria del Señor después de su trágica muerte que fue para bien del mundo, que fue voluntaria, porque Él lo había dicho: "Yo entrego mi vida y la tomo". Esperando ese momento en que tomará de nuevo su vida, vivamos este Sábado Santo, en esa santa expectativa de la resurrección del Señor.

Homilía Viernes Santo. 7 de abril de 1977.

 

Francisco. Angelus. 24 de marzo de 2013.

Queridos hermanos y hermanas

Al terminar esta celebración, invoquemos la intercesión de la Virgen María para que nos acompañe durante la Semana Santa. Que ella, que siguió con fe a su Hijo hasta el Calvario, nos ayude a caminar tras él, llevando con serenidad y amor su cruz, para llegar a la alegría de la Pascua. Que la Virgen Dolorosa ampare especialmente a quien está viviendo situaciones particularmente difíciles, recordando en especial a los afectados por la tuberculosis, pues hoy se celebra el Día mundial contra esta enfermedad. Os encomiendo a María, ante todo a vosotros, queridos jóvenes, y vuestro itinerario hacia Río de Janeiro.

¡En julio, a Río! Preparad espiritualmente el corazón.

¡Buen camino para todos!

 

Francisco. Angelus. 20 de marzo de 2016.

Saludo a todos los que habéis participado en esta celebración y a cuantos estáis unidos a nosotros a través de la televisión, la radio y otros medios de comunicación.

Hoy se celebra la 31ª Jornada mundial de la juventud, que culminará a finales de julio con el gran encuentro mundial en Cracovia. El tema es «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia» (Mt 5, 7).

Mi saludo especial va dirigido a los jóvenes aquí presentes, y se extiende a todos los jóvenes del mundo. Espero que podáis venir en gran número a Cracovia, patria de san Juan Pablo II, iniciador de las Jornadas mundiales de la juventud. A su intercesión confiamos los últimos meses de preparación de esta peregrinación que, en el marco del Año santo de la Misericordia, será el Jubileo de los jóvenes a nivel de la Iglesia universal.

Están aquí con nosotros muchos jóvenes voluntarios de Cracovia. Cuando regresen a Polonia, llevarán a los responsables de la nación los ramos de olivo recogidos en Jerusalén, Asís y Montecassino y bendecidos hoy en esta plaza, como una invitación a cultivar propósitos de paz, de reconciliación y de fraternidad. Gracias por esta hermosa iniciativa; ¡id adelante con valentía!

Y ahora recemos a la Virgen María, para que nos ayude a vivir con intensidad espiritual la Semana Santa.

 

Francisco. Angelus. 14 de abril de 2019.

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo  a todos los que habéis participado en esta celebración y a los que se han unido a nosotros a través de los diferentes medios de comunicación. Este saludo se extiende a todos los jóvenes que hoy, en torno a sus obispos, celebran la Jornada de la Juventud en todas las diócesis del mundo. Queridos jóvenes, os invito a hacer vuestras y a vivir en la cotidianidad  las indicaciones de la reciente Exhortación Apostólica Christus vivit, fruto del Sínodo, que ha involucrado también a tantos coetáneos vuestros. En este texto, cada uno de vosotros puede encontrar sugerencias fecundas para su vida y su camino de crecimiento en la fe y en el servicio a los hermanos.

En el contexto de este domingo, quería ofreceros a todos vosotros, aquí reunidos en la Plaza de San Pedro una corona especial del Rosario. Estas coronas de madera de olivo se hicieron en Tierra Santa expresamente para la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá el pasado mes de enero y para la Jornada de hoy. Por lo tanto, renuevo mi llamamiento a los jóvenes y a todos para que recen el Rosario por la paz, especialmente por la paz en Tierra Santa y en Oriente Medio .

Y ahora nos dirigimos a la Virgen María, para que nos ayude a vivir bien la Semana Santa.

 

Francisco. Angelus. 10 de abril de 2022.

¡Queridos hermanos y hermanas!

Antes de finalizar esta celebración, deseo saludar a todos vosotros, en particular a los peregrinos venidos de diferentes países, entre los cuales numerosos jóvenes. A todos, también a los que están conectados a través de los medios de comunicación, ¡deseo una feliz Semana Santa!

Estoy cerca del querido pueblo de Perú, que está atravesando un momento difícil de tensión social. Os acompaño con la oración y animo a todas las partes a encontrar lo antes posible una solución pacífica por el bien del país, especialmente de los más pobres, en el respeto de los derechos de todos y de las instituciones.

Dentro de poco nos dirigiremos a la Virgen en la oración del Ángelus. Fue precisamente el ángel del Señor que, en la Anunciación, dijo a María: «porque ninguna cosa es imposible para Dios» (Lc 1,37). Nada es imposible para Dios. Tampoco hacer cesar una guerra de la que no se ve el final. Una guerra que cada día nos pone delante de los ojos masacres feroces y crueldades atroces cometidas contra civiles indefensos. Recemos por esto.

Estamos en los días que preceden a la Pascua. Nos estamos preparando para celebrar la victoria del Señor Jesucristo sobre el pecado y sobre la muerte. Sobre el pecado y sobre la muerte, no sobre alguno o contra algún otro. Pero hoy hay guerra. ¿Por qué se quiere vencer así, a la manera del mundo? Así solamente se pierde. ¿Por qué no dejar que venza Él? Cristo ha llevado la cruz para liberarnos del dominio del mal. Ha muerto para que reinen la vida, el amor, la paz.

¡Se depongan las armas! Se inicie una tregua pascual; pero no para recargar las armas y volver a combatir, ¡no!, una tregua para llegar a la paz, a través de una verdadera negociación, dispuestos también a algún sacrificio por el bien de la gente. De hecho, ¿qué victoria será esa que plante una bandera sobre un cúmulo de escombros?

Nada es imposible para Dios. Nos encomendamos a Él, por intercesión de la Virgen María.

 

Francisco. Homilía. 10 de abril de 2022.

En el Calvario se enfrentan dos mentalidades. Las palabras de Jesús crucificado en el Evangelio se contraponen, en efecto, a las de los que lo crucifican. Estos repiten un estribillo: “Sálvate a ti mismo”. Lo dicen los jefes: «¡Que se salve a sí mismo si este es el Mesías de Dios, el elegido!» (Lc 23,35). Lo reafirman los soldados: «¡Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo!» (v. 37). Y finalmente, también uno de los malhechores, que escuchó, repite la idea: «¿Acaso no eres el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo!» (v. 39). Salvarse a sí mismo, cuidarse a sí mismo, pensar en sí mismo; no en los demás, sino solamente en la propia salud, en el propio éxito, en los propios intereses; en el tener, en el poder, en la apariencia. Sálvate a ti mismo: es el estribillo de la humanidad que ha crucificado al Señor. Reflexionemos sobre esto.

Pero a la mentalidad del yo se opone la de Dios; el sálvate a ti mismo discuerda con el Salvador que se ofrece a sí mismo. En el Evangelio de hoy también Jesús, como sus opositores, toma la palabra tres veces en el Calvario (cf. vv. 34.43.46). Pero en ningún caso reivindica algo para sí; es más, ni siquiera se defiende o se justifica a sí mismo. Reza al Padre y ofrece misericordia al buen ladrón. Una expresión suya, en particular, marca la diferencia respecto al sálvate a ti mismo: «Padre, perdónalos» (v. 34).

Detengámonos en estas palabras. ¿Cuándo las dice el Señor? En un momento específico, durante la crucifixión, cuando siente que los clavos le perforan las muñecas y los pies. Intentemos imaginar el dolor lacerante que eso provocaba. Allí, en el dolor físico más agudo de la pasión, Cristo pide perdón por quienes lo están traspasando. En esos momentos, uno sólo quisiera gritar toda su rabia y sufrimiento; en cambio, Jesús dice: Padre, perdónalos. A diferencia de otros mártires, que son mencionados en la Biblia (cf. 2 Mac 7,18-19), no reprocha a sus verdugos ni amenaza con castigos en nombre de Dios, sino que reza por los malvados. Clavado en el patíbulo de la humillación, aumenta la intensidad del don, que se convierte en per-dón.

Hermanos, hermanas, pensemos que Dios hace lo mismo con nosotros. Cuando le causamos dolor con nuestras acciones, Él sufre y tiene un solo deseo: poder perdonarnos. Para darnos cuenta de esto, contemplemos al Crucificado. El perdón brota de sus llagas, de esas heridas dolorosas que le provocan nuestros clavos. Contemplemos a Jesús en la cruz y pensemos que nunca hemos recibido palabras más bondadosas: Padre, perdónalos. Contemplemos a Jesús en la cruz y veamos que nunca hemos recibido una mirada más tierna y compasiva. Contemplemos a Jesús en la cruz y comprendamos que nunca hemos recibido un abrazo más amoroso. Contemplemos al Crucificado y digamos: “Gracias, Jesús, me amas y me perdonas siempre, aun cuando a mí me cuesta amarme y perdonarme”.

Allí, mientras es crucificado, en el momento más duro, Jesús vive su mandamiento más difícil: el amor por los enemigos. Pensemos en alguien que nos haya herido, ofendido, desilusionado; en alguien que nos haya hecho enojar, que no nos haya comprendido o no haya sido un buen ejemplo. ¡Cuánto tiempo perdemos pensando en quienes nos han hecho daño! Y también mirándonos dentro de nosotros mismos y lamiéndonos las heridas que nos han causado los otros, la vida o la historia. Hoy Jesús nos enseña a no quedarnos ahí, sino a reaccionar, a romper el círculo vicioso del mal y de las quejas, a responder a los clavos de la vida con el amor y a los golpes del odio con la caricia del perdón. Pero nosotros, discípulos de Jesús, ¿seguimos al Maestro o a nuestro instinto rencoroso? Es una pregunta que debemos hacernos: ¿seguimos al Maestro o seguimos a nuestro instinto rencoroso? Si queremos verificar nuestra pertenencia a Cristo, veamos cómo nos comportamos con quienes nos han herido. El Señor nos pide que no respondamos según nuestros impulsos o como lo hacen los demás, sino como Él lo hace con nosotros. Nos pide que rompamos la cadena del “te quiero si tú me quieres; soy tu amigo si eres mi amigo; te ayudo si me ayudas”. No, compasión y misericordia para todos, porque Dios ve en cada uno a un hijo. No nos separa en buenos y malos, en amigos y enemigos. Somos nosotros los que lo hacemos, haciéndolo sufrir. Para Él todos somos hijos amados, que desea abrazar y perdonar. Y también vemos que sucede lo mismo en la invitación al banquete de bodas de su hijo. Aquel señor manda a sus criados a los cruces de los caminos y les dice: “Traigan a todos, blancos, negros, buenos y malos; a todos, sanos, enfermos; a todos…” (cf Mt 22,9-10). El amor de Jesús es para todos, en esto no hay privilegios. Es para todos. El privilegio de cada uno de nosotros es ser amado, perdonado

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. El Evangelio destaca que Jesús «decía» (v. 34) esto. No lo dijo una sola vez en el momento de la crucifixión, sino que pasó las horas que estuvo en la cruz con estas palabras en los labios y en el corazón. Dios no se cansa de perdonar. Debemos entender esto, pero entenderlo no sólo con la mente, sino entenderlo también con el corazón. Dios nunca se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón, pero Él nunca se cansa de perdonar. Él no es que aguante hasta un cierto punto para luego cambiar de idea, como estamos tentados de hacer nosotros. Jesús —enseña el Evangelio de Lucas— vino al mundo a traernos el perdón de nuestros pecados (cf. Lc 1,77) y al final nos dio una instrucción precisa: predicar a todos, en su nombre, el perdón de los pecados (cf. Lc 24,47). Hermanos y hermanas, no nos cansemos del perdón de Dios, ni nosotros sacerdotes de administrarlo, ni cada cristiano de recibirlo y testimoniarlo. No nos cansemos del perdón de Dios.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Observemos algo más. Jesús no sólo implora el perdón, sino que dice también el motivo: perdónalos porque no saben lo que hacen. Pero, ¿cómo? Los que lo crucificaron habían premeditado su muerte, organizado su captura, los procesos, y ahora están en el Calvario para asistir a su final. Y, sin embargo, Cristo justifica a esos violentos porque no saben. Así es como Jesús se comporta con nosotros: se hace nuestro abogado. No se pone en contra de nosotros, sino de nuestra parte contra nuestro pecado. Y es interesante el argumento que utiliza: porque no saben, es aquella ignorancia del corazón que tenemos todos nosotros pecadores. Cuando se usa la violencia ya no se sabe nada de Dios, que es Padre, ni tampoco de los demás, que son hermanos. Se nos olvida porqué estamos en el mundo y llegamos a cometer crueldades absurdas. Lo vemos en la locura de la guerra, donde se vuelve a crucificar a Cristo. Sí, Cristo es clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de los maridos y de los hijos. Es crucificado en los refugiados que huyen de las bombas con los niños en brazos. Es crucificado en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos. Cristo es crucificado allí, hoy.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Muchos escuchan esta frase inaudita; pero sólo uno la acoge. Es un malhechor, crucificado junto a Jesús. Podemos pensar que la misericordia de Cristo suscitó en él una última esperanza que lo llevó a pronunciar estas palabras: «Jesús, acuérdate de mí» (Lc 23,42). Como diciendo: “Todos se olvidaron de mí, pero tú piensas incluso en quienes te crucifican. Contigo, entonces, también hay lugar para mí”. El buen ladrón acoge a Dios mientras su vida está por terminar, y así su vida empieza de nuevo; en el infierno del mundo ve abrirse el paraíso: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Este es el prodigio del perdón de Dios, que transforma la última petición de un condenado a muerte en la primera canonización de la historia.

Hermanos, hermanas, en esta semana acojamos la certeza de que Dios puede perdonar todo pecado. Dios perdona a todos, puede perdonar toda distancia, y puede cambiar todo lamento en danza (cf. Sal 30,12); la certeza de que con Cristo siempre hay un lugar para cada uno; de que con Jesús nunca es el fin, nunca es demasiado tarde. Con Dios siempre se puede volver a vivir. Ánimo, caminemos hacia la Pascua con su perdón. Porque Cristo intercede continuamente ante el Padre por nosotros (cf. Hb 7,25) y, mirando nuestro mundo violento, nuestro mundo herido, no se cansa nunca de repetir ―y nosotros lo hacemos ahora con el corazón, en silencio―, de repetir: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

 

Benedicto XVI. Angelus. 1 de abril de 2007.

Antes de concluir esta celebración, deseo dirigir un afectuoso saludo a los numerosos peregrinos que han participado en ella.

A los peregrinos de lengua francesa reunidos en este domingo de Ramos, y en particular a los jóvenes que han venido para la Jornada mundial de la juventud de 2007, dirijo mi más cordial saludo. Acogiendo las palabras de Jesús:  "Amaos unos a otros, como yo os he amado" (Jn 13, 34), abrid vuestro corazón y creced en el amor verdadero, siguiendo a Cristo por el camino de la cruz, que revela plenamente el amor de Dios a todos los hombres.

Saludo a los peregrinos y visitantes de lengua inglesa que han venido aquí, en este domingo de Ramos, para aclamar a Jesús, modelo de humildad, nuestro Mesías y Rey. De modo especial saludo a todos los jóvenes reunidos en Roma y en todo el mundo para celebrar la Jornada mundial de la juventud. Que los grandes acontecimientos de la Semana santa, en la que vemos cómo se manifiesta el amor en su forma más radical, os impulsen a ser valientes "testigos de la caridad" para vuestros amigos, para vuestras comunidades y para el mundo entero. Sobre cada uno de vosotros, aquí presentes, y sobre vuestras familias invoco las bendiciones divinas de paz y sabiduría.

Saludo cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua alemana, de modo especial a los numerosos jóvenes que en este domingo de Ramos celebran la XXII Jornada mundial de la juventud. Jesús, como hizo con los discípulos, nos invita también a nosotros a seguirlo:  "Amaos unos a otros, como yo os he amado" (Jn 13, 34). Actuemos de tal manera que el amor de Cristo, que se manifiesta de forma tan clara en su pasión, sea visible también en nuestra vida. Que el Señor os acompañe a todos en esta Semana santa.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a vosotros, queridos jóvenes, que muy numerosos habéis participado en esta celebración de la Jornada mundial de la juventud, que tiene como lema:  "Amaos unos a otros como yo os he amado". Con gran alegría y fervor habéis acogido este mandamiento nuevo de Cristo, que os envía a ser sus testigos entre vuestros coetáneos. No tengáis miedo de seguirle fielmente, recordando aquellas palabras de la Virgen María cuando nos habla al corazón:  "Haced lo que él os diga".

Queridos jóvenes de lengua portuguesa, vuestras aclamaciones y hosannas a Jesús son debidas y justas, pues él es el Dios que a todos salva. Salvó muriendo; murió amando; y amando resucitó. Hoy es visible en el corazón que le obedece y que ama como él amó:  "Amaos unos a otros,  como  yo  os he amado". Queridos amigos, con el amor de Cristo que brota de vuestro corazón, id y bendecid la tierra.

Saludo cordialmente a los polacos y, en particular, a los jóvenes participantes en la Jornada mundial de la juventud. Que el mandamiento de Cristo:  "Amaos unos a otros, como yo os he amado" (Jn 13, 34) sea para nosotros lo más importante. A todos os deseo que viváis intensamente la Semana santa para gozar después de la alegría de la Pascua. Que Dios os bendiga.

Os saludo, por último, a vosotros, queridos hermanos y hermanas de lengua italiana y, en particular, a los jóvenes que han venido con ocasión de la Jornada mundial de la juventud. A todos os deseo una Semana santa llena de frutos espirituales. Por eso os invito a vivirla en íntima unión con la Virgen María. Aprendamos de ella el silencio interior, la mirada del corazón y la fe amorosa, para seguir a Jesús por el camino de la cruz, que lleva a la luz gozosa de la Resurrección.

 

Benedicto XVI. Angelus. 28 de marzo de 2010.

Mientras nos preparamos para concluir esta celebración, mi pensamiento no puede menos de dirigirse al domingo de Ramos de hace veinticinco años. Era 1985, que las Naciones Unidas habían declarado "Año de la juventud". El venerable Juan Pablo II quiso aprovechar aquella ocasión y, conmemorando la entrada de Cristo en Jerusalén aclamado por sus jóvenes discípulos, dio inicio a las Jornadas mundiales de la juventud. Desde entonces, el domingo de Ramos ha adquirido esta característica, que cada dos o tres años se manifiesta también en los grandes encuentros mundiales, trazando una especie de peregrinación juvenil a través de todo el mundo en el seguimiento de Jesús. Hace veinticinco años, mi amado predecesor invitó a los jóvenes a profesar su fe en Cristo que "tomó sobre sí mismo la causa del hombre" (Homilía, 31 de marzo de 1985, nn. 5, 7:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de abril de 1985, p. 1 y 12). Hoy yo renuevo este llamamiento a la nueva generación a dar testimonio con la fuerza suave y luminosa de la verdad, para que a los hombres y mujeres del tercer milenio no les falte el modelo más auténtico:  Jesucristo. Encomiendo este mandato en particular a los trescientos delegados del Foro internacional de jóvenes, que han venido de todas las partes del mundo, convocados por el Consejo pontificio para los laicos.

(En francés)

Acoged con alegría la llamada a seguir a Cristo, a amarlo sobre todas las cosas y a servirlo en sus hermanos. No tengáis miedo de responder con generosidad, si os invita a seguirlo en la vida sacerdotal o en la vida religiosa. A lo largo de esta Semana santa, con María, seguid a Jesús que nos lleva hacia la luz de la Resurrección.

(En inglés)

Hoy comenzamos la Semana santa, el tiempo de oración y reflexión más intenso de la Iglesia, recordando la acogida que brindaron los jóvenes a Cristo en Jerusalén. Hagamos nuestra su alegría dando la bienvenida a Cristo en nuestra vida. Invoco de buen grado la fuerza y la paz de nuestro Señor Jesucristo sobre vosotros y sobres vuestros seres queridos.

(En alemán)

Llenos de alegría, vemos que también en nuestro tiempo muchos jóvenes abren la puerta de su vida a Jesucristo y sin miedo dan testimonio de su Señor y Rey. Que la entrega amorosa de Jesús, que contemplaremos en los misterios de la Semana santa, nos dé la fuerza para no asustarnos ante las exigencias del seguimiento de Cristo.

(En español)

Con la celebración del domingo de Ramos, la Iglesia conmemora la entrada triunfal del Señor en Jerusalén, iniciándose así esta Semana grande y santa, donde celebraremos los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor. Os invito, queridos hermanos, a participar con especial fervor en las celebraciones litúrgicas de los próximos días, para experimentar y gozar de la infinita misericordia de Dios, que por amor nos libra del pecado y de la muerte.

(En esloveno)

Os deseo que acojáis siempre con entusiasmo a Jesús como Salvador y que lo sigáis, si es necesario incluso con el sufrimiento, hasta la victoria de la resurrección.

(En polaco)

Preguntemos también nosotros a Jesús:  "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?" (Mc 10, 17). Que los misterios de la Semana santa, que de modo especial nos muestran el gran amor de Dios al hombre, nos ayuden a encontrar la respuesta adecuada. A todos os deseo que meditéis a fondo la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

(En italiano)

Queridos amigos, no temáis cuando seguir a Cristo conlleve incomprensiones y ofensas. Servidlo en las personas más frágiles y desfavorecidas, especialmente en vuestros coetáneos que atraviesan dificultades. A este propósito, deseo asegurar también una oración especial por la Jornada mundial de los portadores de autismo, promovida por la ONU, que se celebrará el próximo 2 de abril.

En este momento, nuestro pensamiento y nuestro corazón se dirigen de manera especial a Jerusalén, donde se realizó el misterio pascual. Me siento profundamente entristecido por los recientes conflictos y tensiones que se han producido una vez más en esa ciudad, que es patria espiritual de cristianos, judíos y musulmanes, profecía y promesa de la reconciliación universal que Dios desea para toda la familia humana. La paz es un don que Dios encomienda a la responsabilidad humana, para que lo cultive mediante el diálogo y el respeto de los derechos de todos, la reconciliación y el perdón. Oremos, por tanto, para que los responsables del destino de Jerusalén emprendan con valentía el camino de la paz y lo sigan con perseverancia.

Queridos hermanos y hermanas, como hizo Jesús con el discípulo Juan, también yo os encomiendo a María, diciéndoos:  Ahí tienes a tu madre (cf. Jn 19, 27). A ella nos dirigimos todos con confianza filial, rezando juntos la oración del Ángelus.

 

Francisco. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Los encuentros. 3. Zaqueo. «¡Hoy tengo que alojarme en tu casa!» (Lc 19,5)

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy seguiremos contemplando los encuentros de Jesús con algunos personajes del Evangelio. Esta vez me gustaría detenerme en la figura de Zaqueo: un episodio que me es particularmente querido, porque ocupa un lugar especial en mi camino espiritual.

El Evangelio de Lucas nos presenta a Zaqueo como alguien que parece irremediablemente perdido. Quizá nosotros también nos sentimos así a veces: sin esperanza. Zaqueo, en cambio, descubrirá que el Señor ya lo estaba buscando.

Jesús, de hecho, bajó a Jericó, una ciudad situada por debajo del nivel del mar, considerada una imagen de los infiernos, donde Jesús quiere ir a buscar a aquellos que se sienten perdidos. Y, en realidad, el Señor Resucitado sigue descendiendo a los infiernos de hoy, a los lugares de guerra, al dolor de los inocentes, al corazón de las madres que ven morir a sus hijos, al hambre de los pobres.

Zaqueo, en cierto sentido, se ha perdido, tal vez tomó decisiones equivocadas o tal vez la vida lo puso en situaciones de las que le cuesta salir. De hecho, Lucas insiste en describir las características de este hombre: no solo es publicano, es decir, uno que recauda impuestos de sus conciudadanos para los invasores romanos, sino que es incluso el jefe de los publicanos, lo cual es como decir que su pecado se multiplica.

Lucas añade además que Zaqueo es rico, dando a entender que se ha enriquecido a costa de los demás, abusando de su posición. Pero todo esto tiene consecuencias: Zaqueo probablemente se siente excluido, despreciado por todos.

Cuando se entera de que Jesús está atravesando la ciudad, Zaqueo siente el deseo de verlo. No se atreve a imaginar un encuentro, le bastaría con mirarlo desde lejos. Sin embargo, nuestros deseos también encuentran obstáculos y no se hacen realidad automáticamente: ¡Zaqueo es de baja estatura! Es nuestra realidad, tenemos límites con los que debemos lidiar. Y luego están los demás, que a veces no nos ayudan: la multitud impide que Zaqueo vea a Jesús. Quizás sea también un poco su revancha.

Pero cuando se tiene un deseo fuerte, no se desanima. Se encuentra una solución. Pero hay que tener valor y no avergonzarse, se necesita un poco de la sencillez de los niños y no preocuparse demasiado por la propia imagen. Zaqueo, como un niño, se sube a un árbol. Debía ser un buen punto de observación, sobre todo para mirar sin ser visto, escondiéndose detrás del follaje.

Pero con el Señor siempre ocurre lo inesperado: Jesús, cuando llega allí cerca, alza la mirada. Zaqueo se siente descubierto y probablemente espera un reproche público. La gente tal vez lo habrá esperado, pero se sentirá decepcionada: Jesús le pide a Zaqueo que baje inmediatamente, casi maravillándose de verlo en el árbol, y le dice: «¡Hoy tengo que alojarme en tu casa!» (Lc 19,5). Dios no puede pasar sin buscar al que está perdido.

Lucas destaca la alegría del corazón de Zaqueo. Es la alegría de quien se siente mirado, reconocido y, sobre todo, perdonado. La mirada de Jesús no es una mirada de reproche, sino de misericordia. Es esa misericordia que a veces nos cuesta aceptar, sobre todo cuando Dios perdona a quienes, en nuestra opinión, no se lo merecen. Murmuramos porque nos gustaría poner límites al amor de Dios.

En la escena en casa, Zaqueo, después de escuchar las palabras de perdón de Jesús, se levanta, como si resucitara de su condición de muerte. Y se levanta para tomar un compromiso: devolver el cuádruple de lo que ha robado. No se trata de un precio a pagar, porque el perdón de Dios es gratuito, sino del deseo de imitar a Aquel por quien se ha sentido amado. Zaqueo asume un compromiso al que no estaba obligado, pero lo hace porque entiende que esa es su forma de amar. Y lo hace combinando la legislación romana sobre el robo y la ley rabínica sobre la penitencia. Zaqueo entonces no es solo el hombre del deseo, es también alguien que sabe dar pasos concretos. Su propósito no es genérico o abstracto, sino que parte precisamente de su historia: ha mirado su vida y ha identificado el punto desde el que iniciar su cambio.

Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de Zaqueo a no perder la esperanza, incluso cuando nos sentimos marginados o incapaces de cambiar. Cultivemos nuestro deseo de ver a Jesús y, sobre todo, dejemos que nos encuentre la misericordia de Dios, que siempre viene a buscarnos, en cualquier situación en la que nos hayamos perdido.

 

JUEVES SANTO.

Monición de entrada.-

Esta tarde para los amigos de Jesús es una tarde muy especial, porque nos acordamos cuando Jesús lavó los pies a sus amigos, los apóstoles, les dio su cuerpo y sangre y les pidió que se quisiesen como él los quería.

Nosotros también vamos a acordarnos de la última cena y el sacerdote como hizo Jesús antes de dar la primera comunión  a los apóstoles nos va a lavar los pies.

 

Señor, ten piedad.

Tú que no has venido a mandar sino a servir. Señor, ten piedad.

Tú que nos vas a lavar los pies.   Cristo, ten piedad.

Tú que nos enseñas a ayudar. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Te pedimos por el Papa Francisco, para que le ayudes a ser siendo una persona que nos habla con su vida de Jesús. Te lo pedimos Señor.

Te pedimos por todos los cristianos que están defendiendo a los pobres, para que les ayudes a no tener miedo. Te lo pedimos Señor.

Te pedimos por los niños a los que el sacerdote nos lavará los pies, para que siempre te tengamos en el corazón. Te lo pedimos Señor.

Te pedimos por nuestras familias y por todos los que estamos aquí, para que nos queramos como Jesús nos quiso en la Última Cena. Te lo pedimos Señor.

 

Monición antes de la reserva.-

La misa del jueves no se termina ahora, sino que continúa hasta el sábado por la noche.

Ahora vamos a acompañar a Jesús al Monumento, donde él estará para que podamos ir a rezarle. 

VIERNES SANTO

Monición de entrada:

Esta tarde no hay misa sino una oración.

En ella recordamos la pasión y muerte de Jesús.

Y lo hacemos leyendo la lectura que nos cuenta como sufrió y murió Jesús.

Después rezaremos por todas las personas.

Besaremos la cruz.

Recibiremos la comunión y terminaremos.

 

Monición a las lecturas.

Vamos a escuchar lo que contó Isaías, un amigo de Dios.

Él, muchos años antes dijo que Jesús moriría como una oveja.

Después escucharemos una oración que seguramente Jesús rezó mientras estaba en la cruz.

Y terminaremos esta parte con la lectura de la muerte de Jesús contada por su amigo Juan.

 

Monición a las peticiones.

Esta tarde en todas las iglesias del mundo rezamos por todas las personas que viven en la tierra o han vivido en ella. Porque Jesús no solo quiere a sus amigos, sino que quiere a todos y nos salvó a todos muriendo en la cruz.

 

Monición a la adoración de la cruz.

El sacerdote va a enseñarnos una cruz.

Además dirá unas palabras: mirad el árbol donde estuvo colgada la salvación del mundo.

Nosotros responderemos y después la besaremos.

 

VIGILIA PASCUAL

 

Monición de entrada.-

Buenas noches.

La misa de hoy es la más importante del año.

Y la empezamos fuera de la iglesia encendiendo el cirio pascual.

Porque hoy es la primera misa, la que nos acordamos de cuando Jesús volvió a la vida.

Pongamos nuestro corazón en todos los gestos, como este primero, de encender el cirio y entrarlo en la iglesia.

 

Monición a las lecturas.

Esta noche las lecturas son más que otros días.

En ellas escucharemos historias de como Dios creó la tierra, eligió a personas muy buenas, liberó a su pueblo de la esclavitud y les dijo que un día vendría Jesús.

 

Monición a la liturgia bautismal.

Después de la cuaresma, en la que nos hemos preparado para esta noche, vamos a acordarnos del bautismo.

Lo haremos contestando a las preguntas del sacerdote y recibiendo el agua bendecida.

 

Acción de gracias.-

María, queremos felicitarte porque esta noche has tenido el regalo más grande que pueda tener una madre a la que se ha muerto su hijo: verlo vivo.

Y lo vamos a recordar con el encuentro.

DOMINGO DE PASCUA.

Monición de entrada.-

Anoche en la iglesia celebramos que Jesús había resucitado. Por eso encendimos una hoguera y de ella las velas. Además el sacerdote bendijo el agua del bautismo y el agua bendita.

En esta misa también vamos a celebrar que Jesús está vivo y en medio de nosotros.

Inclinemos la cabeza para recibir el agua de la Pascua.

 

Señor, ten piedad.

Tú que has vuelto a la vida. Señor, ten piedad.

Tú que estás en medio de nosotros.   Cristo, ten piedad.

Tú que nos quitas todo lo que no nos hace felices. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Te pedimos por el Papa Francisco, que nos está ayudando a no olvidarnos de los que no son queridos. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por todas las personas que nos hablan de Jesús y nos ayudan a encontrarlo. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por las personas que ayudan a los que demás. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por los que vivimos en nuestro pueblo. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por nuestras familias y los amigos de nuestros padres con quienes vamos a pasar la tarde de pascua. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias.-

Virgen María, porque esta mañana Jesús te quitó el velo de la tristeza y te ha hecho muy feliz. Te damos gracias porque nosotros en esta misa también hemos sido muy felices al sentir a Jesús en nuestro corazón.

 

ORACIÓN JUNIORS CORBERA.

 

EXPERIENCIA.

Toma conciencia de la presencia de Jesús en estos momentos. Es tiempo de oración, de encuentro con Él.

Cierra los ojos y ábrelos en tu corazón. Cierra los oídos y abre los oídos del corazón.

Él quiere entrar en ti.

Pero, ¿para qué quiere entrar?

Mira el vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=eAMP8Vn4msY

Piensa en las frases, escoge una y busca el significado que tiene en sí y para ti.

 

+REFLEXIÓN.

Toma la Biblia y lee :

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 23, 33-49.

Y cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había también por encima de él un letrero: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le dijo: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo: “Realmente, este hombre era justo”. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.

 

¿QUÉ DICE?  Lee el texto las veces que necesitas, buscando el mensaje que contiene.

¿QUÉ TE DICE?  Céntrate en las palabras de Jesús en la cruz. De ellas escoge una y repítela buscando el significado que tiene para ti, recordando momentos de tu vida. Deja que Él entre en tu persona y que sea quien te hable.

 

COMPROMISO.

Proponte participar en las celebraciones de Semana Santa. También puedes aprovechar estos días para leer cada jornada una de las pasiones.

 

CELEBRACIÓN.

Escucha la canción del sacerdote salesiano Toño Casado, Jesús ven Tú.

https://www.youtube.com/watch?v=tqitOlzM4T8

 

 

 

 

 



[1] Avezada: ducha, experimentada. www.rae.es

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