Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 3, 27b-32.40b-41
En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles,
diciendo:
-¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En
cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos
responsable de la sangre de ese hombre.
Pedro y los apóstoles replicaron:
-Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres El Dios de
nuestros padres resucitó a Jesús, quien vosotros matasteis, colgándolo de un
madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para
otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto
somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen.
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús, y los
soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel
ultraje por el Nombre.
Textos
paralelos.
El Sumo
Sacerdote les interrogó.
Hch 4, 18:
Los llamaron y les ordenaron abstenerse absolutamente de hablar y enseñar en
nombre de Jesús.
Hacernos
culpables de la muerte de ese hombre.
Mt 27, 25:
El pueblo respondió: Nosotros y nuestros hijos cargamos con su muerte.
Hch 2, 14:
Pedro se puso en pie con los once y alzando la voz les dirigió la palabra:
Judíos y vecinos todos de Jerusalén, sabedlo bien y prestad atención a lo que
os digo.
Hch 2, 22:
Israelitas, escuchad mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado
por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó
por su medio, como bien sabéis.
Hay que
obedecer a Dios antes que a la gente.
Hch 4, 19:
Pedro y Juan les replicaron: ¿Le parece a Dios justo que os obedezcamos a
vosotros antes que a él? Juzgadlo.
A quien
vosotros matasteis.
Hch 2, 23:
A este, entregado según el plan previsto por Dios, lo crucificasteis por mano
de gente sin ley y le disteis muerte.
Dios lo
ha exaltado.
Sal 118,
16: La diestra del Señor es sublime, la diestra del Señor hace proezas
Hch 2, 33:
Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo
prometido y lo ha derramado. Es lo que estáis viendo y oyendo.
Hch 4, 12:
Ningún otro puede proporcionar la salvación; no hay otro nombre bajo el cielo
concedido a los hombres que pueda salvarnos.
Para
conceder a Israel la conversión.
Hch 2, 38:
Pedro les contestó: Arrepentíos, bautizaos cada uno invocando el nombre de
Jesucristo para que se os perdonan los pecados y recibiréis el don del Espíritu
Santo.
El
perdón de los pecados.
Jn 15,
26-27: Cuando venga el Valedor que yo os enviaré de parte del Padre, él dará
testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque habéis estado
conmigo desde el principio.
Somos
testigos de estos hechos.
Hch 1, 8:
Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y
seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
También
el Espíritu Santo.
Jn 7, 39:
(Se refería al Espíritu que habían de recibir los creyentes en él: todavía no
se daba Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado).
Mt 10,
20: Pues no sois vosotros los que
habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre hablando por vosotros.
Lc 12, 12:
El Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que hay que decir.
Jn 15,
26-27: Cuando venga el Valedor que yo os enviaré de parte del Padre, él dará
testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque habéis estado
conmigo desde el principio.
Hch 1, 8:
Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y
seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Después
de haberlos azotado.
Hch 22, 19:
Repliqué: Señor, ellos saben que yo arrestaba a los que creían en ti y los
azotaba en las sinagogas.
Les
intimaron que no hablasen en nombre de Jesús.
Mt 10, 17:
¡Cuidado con la gente! que os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus
sinagogas.
Hch 4, 18:
Los llamaron y les ordenaron abstenerse absolutamente de hablar y enseñar en
nombre de Jesús.
Abandonaron
el Sanedrín contentos.
Mt 5,
10-11: Dichosos los perseguidos por la justicia, porque el reinado de Dios les
pertenece. Dichosos vosotros cuando os injurien y os persigan y os calumnien de
todo por mi causa.
Haber
sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre.
1 Co 4,
9-10.: Pero pienso que a nosotros los apóstoles Dios nos ha exhibido los
últimos, como condenados a muerte; pues nos hemos convertido en espectáculo del
mundo, de ángeles y de hombres. Nosotros por Cristo somos locos, vosotros por
Cristo prudentes; nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros estimados,
nosotros despreciados.
Notas exegéticas.
5 27 Texto occ.: “¿No os habíamos
prohibido expresamente que enseñaseis en ese nombre? Y sin embargo… Pedro le
contestó: ¿A quién se ha de obedecer, a Dios o a los hombres? Dijo aquél: A
Dios. Y dijo Pedro: El Dios de nuestros padres…”.
5 30 Expresión que se repite en 10,
39. Recuerda Dt 21, 23, citado en Ga 3, 13.
5 31 La expresión corresponde a
“Jefe que lleva a la vida”; igualmente corresponde a “Jefe y Redentor” aplicado
a Moisés como figura de Cristo. Ver también Hb 2, 10. Hay un paralelismo
latente entre Jesús y Moisés.
5 41 Este Nombre, por el que sufren
los apóstoles, que predican, que los cristianos invocan, es siempre el nombre
de Jesús, inseparable de su persona y que ha recibido en la resurrección, es
decir, “el Nombre que está sobre todo nombre”, el nombre de “Señor” hasta
entonces reservado a Dios.
Salmo
responsorial
Salmo 30 (29), 2 y 4.5-6.11 y 12a y
13b (R.: 2a).
Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado. R/.
Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado
y
no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor,
sacaste mi vida del abismo,
me
hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.
Tañeré
para el Señor, fieles suyos,
celebrad
el recuerdo de su nombre santo;
su
cólera dura un instante;
su
bondad, de por vida;
al
atardecer nos visita el llanto;
por
la mañana, el júbilo. R/.
Escucha,
Señor, y ten piedad de í;
Señor,
socórreme.
Cambiaste
mi luto en danzas,
Señor,
Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.
Textos
paralelos.
Sacaste mi vida del Seol.
Nm 16, 33: Ellos con todos los suyos bajaron vivos al abismo; la
tierra los cubrió y desaparecieron de la asamblea.
Me reanimaste cuando bajaba a la fosa.
1 S 2, 6: El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y
levanta.
Cantad para Yahvé los que lo amáis.
Sal 7, 18: Yo confesaré la justicia del Señor, tañendo en honor
del Señor Altísimo.
Recordad su santidad con alabanzas.
Sal 97, 12: Festejad, justos, al Señor, dad gracias a su nombre
santo.
Un instante dura su ira.
Is 54, 7-8: Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te
reuniré. En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con
lealtad eterna te quiero – dice el Señor, tu redentor –. Me sucede como en
tiempo de Noé: juré que las aguas del diluvio no volverán a cubrir la tierra;
así juro no airarme contra ti ni reprocharte.
Su favor toda una vida.
Jb 14, 13: ¡Ojalá me guardaras en el Abismo, escondido mientras
pasa tu cólera, y fijaras un plazo para acordarte de mí!
Por la tarde visita de lágrimas.
Sal 17, 15: Y yo, por mi inocencia, veré tu rostro, al despertar
me saciaré de tu semblante.
Has cambiado en danza mi lamento.
Jr 31, 13: Entonces la muchacha gozará bailando y los ancianos
igual que los jóvenes; convertiré su tristeza en gozo, los consolaré y aliviaré
sus penas.
Is 61, 3: Para cambiar su ceniza en corona, su luto en perfume de
fiesta, su abatimiento en traje de gala.
Yahvé, Dios mío, te alabaré por siempre.
Sal 126, 1-3: Cuando cambió el Señor la suerte de Sión, creíamos
soñar; se nos llenaba de risas la boca, la lengua de júbilo. Hasta los paganos
decían: El Señor ha estado grande con ellos. El Señor ha estado grande con
nosotros, y celebramos fiesta.
Est 9, 22: Por ser los días en los cuales los judíos quedaron
libres de sus enemigos y el mes en que se les cambió la tristeza en alegría y
el luto en fiesta. Que los declararan días festivos, que se hicieran regalos y
dieran también a los pobres.
Notas
exegéticas.
30 1 La liturgia judía utilizó este
salmo para la Hanuká, fiesta de la dedicación del altar del templo.
30 6 Lit.: “por la tarde pernoctan
las lágrimas”.
30 13 “mi corazón”: leyendo con el
griego kebedî, lit. “mi hígado” o “mi gloria”; “la gloria” kabod hebreo.
Segunda
lectura.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo al Apocalipsis 5, 11-14
Yo, Juan, miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del
trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles y miles, miríadas de
miríadas, y decían con voz potente:
-Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la
sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.
Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra,
bajo la tierra, en el mar – todo cuanto hay en ellos –, que decían:
-Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el
honor, la gloria y el poder por los siglos.
Y los cuatro vivientes respondía:
-Amén.
Y los ancianos se postraron y adoraron.
Textos
paralelos.
Eran miríadas y millares de millares.
Dn 7, 10: Un río impetuoso de
fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus
órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
Judas 14-16: De ellos profetizó
Enoc, el séptimo descendiente de Adán: Mirad que llega el Señor con sus
miríadas de santos, para juzgar a todos: para probar la culpa de todos los
impíos, por todas las impiedades que han cometido, por todas las insolencias
que han pronunciado contra él los impíos pecadores. Estos son los que protestan
quejándose de su suerte y dejándose llevar de sus pasiones. Su boca profiere
insolencias y, si alaban a las personas, es por interés.
Digno es el Cordero
degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría.
Flp 2, 7-9: Sino que se vació
de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y
mostrándose en figura humana. Se humilló, se hizo obediente hasta la muerte y
una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le concedió un título superior a
todo título.
Oí que todas las
criaturas del cielo.
Ap 5, 3: Nadie en el cielo ni
en la tierra ni bajo tierra podía abrir el rollo ni examinarlo.
Notas
exegéticas.
5 10 Vulgata: “has hecho de
nosotros… reinaremos…”. – “Reino de sacerdotes”, lit.: “Reino y sacerdotes”.
5 12 Vulgata: “divinidad”.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según san Juan 21, 1-19.
En aquel tiempo,
Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Y se
apareció de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo;
Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón
Pedro les dice:
-Me voy a pescar.
Ellos contestan:
-Vamos también
nosotros contigo.
Salieron y se embarcaron;
y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se
presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les
dice:
-Muchachos, ¿tenéis
pescado?
Ellos contestaron:
-No.
Él les dice:
-Echad la red a la
derecha de la barca y encontraréis.
La echaron y no
podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba
le dice a Pedro:
-Es el Señor.
Al oír que era el
Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los
demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaba de tierra más que
unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven
unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
-Traed de los peces
que acabáis de coger.
Simón Pedro subió a
la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento
cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice:
-Vamos, almorzad.
Ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el
Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue
la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de
entre los muertos.
Después de comer,
dice a Simón Pedro:
-Simón, hijo de
Juan, ¿me amas más que estos?
Él le contestó:
-Sí, Señor, tú sabes
que te quiero.
Jesús le dice:
-Apacienta mis
corderos.
Por segunda vez le
pregunta:
-Simón, hijo de
Juan, ¿me amas?
Él le contesta:
-Si, Señor, tú sabes
que te quiero.
Él le dice:
-Pastorea mis
ovejas.
Por tercera vez le
pregunta:
-Simón, hijo de
Juan, ¿me quieres?
Se entristeció Pedro
de que le preguntara por tercera vez: “¿Me quieres?” y le contestó:
-Señor, tú conoces
todo, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
-Apacienta mis
ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e
ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te
ceñirá y te llevará adonde no quieras.
Esto dijo aludiendo
a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
-Sígueme.
Textos
paralelos.
Mt 26, 32: Pero
cuando yo resucite, iré delante de vosotros a Galilea.
Mt 28, 7: Después id
corriendo a anunciar a los discípulos que ha resucitado y que irá por delante a
Galilea; allí lo veréis. Este es mi mensaje.
Estaban juntos Simón
Pedro, Tomás.
Jn 11, 16: Tomás
(que significa Mellizo) dijo a los demás discípulos: Vamos también nosotros a
morir con él.
Jn 14, 6: Le dice
Felipe: Señor, enséñanos al Padre y nos basta.
Natanael, el de Caná
de Galilea.
Jn 1, 45: Felipe
encuentra a Natanael y le dice: Hemos encontrado al que describe Moisés en la
ley y los profetas;: Jesús hijo de José, natural de Nazaret.
Simón Pedro les
dijo.
Lc 5, 4-10: Cuando
acabó de hablar, dijo a Simón: Boga lago adentro y echa las redes para pescar.
Le replicó Simón: Maestro, hemos bregado toda la noche sin cobrar nada; pero,
ya que lo dices, echaré las redes. Lo hicieron y capturaron tal cantidad de peces,
que reventaban las redes. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que
fueran a echarles una mano. Llegaron y llenaron las dos barcas, que casi se
hundían. Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús y dijo: Apártate de mí,
Señor, que soy un pecador. Pues el estupor se había apoderado de él y de todos
sus compañeros por la cantidad de peces que habían pescado. Lo mismo sucedió a
Juan y Santiago, que eran socios de Simón. Jesús dijo: No temas, en adelante
pescarás hombres.
Los discípulos no
sabían que era Jesús.
Lc 24, 16: Pero
ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo.
El discípulo a quien
Jesús amaba.
Jn 20, 8: Entonces
entró el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó.
Vieron preparadas
unas brasas y un pez sobre ellas.
Lc 24, 41-43: Y como
no acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de
comer? Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su
presencia.
Sabían que era el
Señor.
Jn 4, 27: En esto
llegaron los discípulos y se maravillaron de verlo hablar con una mujer. Pero
ninguno le preguntó qué buscaba o por qué hablaba con ella.
De igual modo el
pez.
Jn 6, 11: Entonces
Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a los que estaban sentados. Lo
mismo hizo con los pescados: todo lo que querían.
La tercera vez que
Jesús se manifestó.
Jn 20, 19-23: Al
anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las
puertas bien cerradas por mido a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y
les dice: Paz a vosotros. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos
se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me
envió, yo os envío a vosotros. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan
perdonados; a quienes se los mantengáis les quedan mantenidos.
Jn 20, 26-29: A los
ocho días estaban de nuevo dentro los discípulos y Tomás con ellos. Viene Jesús
a puertas cerradas, se colocó en medio y les dijo: Paz a vosotros. Después dice
a Tomás: Mete aquí el dedo y mira mis manos, trae la mano y métela en mi costado,
y no seas incrédulo, antes cree. Le contestó Tomás: Señor mío y Dios mío. Le
dice Jesús: Porque me has visto, has creído; dichosos los que creerán sin haber
visto.
Tú sabes que te
quiero.
Jn 13, 37-38: Le
dice Pedro: Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por mí. Le
contesta Jesús: ¿Qué darás la vida por mí? Te aseguro que antes de que cante el
gallo, me negarás tres veces.
Jn 18, 17: La criada
de la portería dice a Pedro: ¿No eres tú también discípulo de ese hombre?
Contesta él: No lo soy.
Jn 18, 25-27: Simón
Pedro seguía calentándose. Le preguntan: ¿No eres tú también discípulo suyo? Él
lo negó: no lo soy. Le replica uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente
de aquel a quien Pedro había cortado la oreja: ¿No te vi yo con él en el huerto?
De nuevo lo negó Pedro y al punto cantó el gallo.
Por tercera vez.
Jn 1, 48: Le
pregunta Natanael: ¿De qué me conoces? Jesús le contestó: Antes de que te
llamara Felipe te vi bajo la higuera.
Señor, tú lo sabes
todo.
Jn 6, 68: Le
contesta Simón Pedro: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú dices palabras de vida
eterna.
Mt 16, 17-19: Jesús
le replicó: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque no te lo ha revelado
nadie de carne y sangre, sino mi Padre del cielo. Pues yo te digo que tú eres
Pedro y sobre esta Piedra construiré mi iglesia y el imperio de la Muerte no la
vencerá. A ti te daré las llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra
quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el
cielo.
Apacienta mis
ovejas.
Lc 22, 31-32: Simón,
Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he
rezado por ti para que no falle tu fe. Y tú, una vez convertido, fortalece a
tus hermanos.
Indicaba la clase de
muerte con que iba a glorificar a Dios.
Jn 12, 33: Lo decía
indicando de qué muerte iba a morir.
Jn 13, 31: Cuando
salió, dijo Jesús: Ahora ha sido glorificado este Hombre y Dios ha sido
glorificado por él.
Jn 17, 1: Así habló
Jesús. Después, levantando la vista al cielo, dijo: Padre, ha llegado la ora:
da gloria tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria.
Sígueme.
Jn 13, 36: Le dice
Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Le respondió Jesús: Adonde yo voy no puedes
seguirme por ahora, me seguirás más tarde.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
21 Este relato funde
dos episodios primitivamente distintos: una pesca milagrosa, ver Lc 5, 4-10, y
una comida pos-pascual, ver Lc 24, 41-43, que el v. 10 trata de enlazar. En los
vv. 1 y 14, el verbo “manifestar” dicho de Cristo, es un término técnico heredado
de las tradiciones judías, para significar la manifestación de Cristo en cuanto
tal, 1 31+ (confrontar con el verbo “ser visto” para las apariciones de Cristo
resucitado: 20, 18+). Esto podría ser un indicio de que, en las tradiciones
joánicas, la pesca milagrosa era en el origen un suceso pertinente al comienzo
del ministerio de Jesús, como en Lc.
21 6
Sobreabundancia
que recuerda a Caná 2 6 y la multiplicación de los panes, 6 11s.
21 7
Como
en 20 2-10, el discípulo que Jesús amaba (figura del verdadero discípulo) es el
primero en reconocer al Señor y alerta a Pedro, que se lanza precipitado a su
encuentro.
21
11 Como
Lc 5 10, Jn da un valor simbólico al relato. Los peces representan a los
futuros discípulos de Jesús. 153 es una cifra triangular (género de cómputo
bien conocido en la antigüedad) cuya base es 17, o sea, 10+7 que significa la
multitud y la totalidad. La red que no se rompe simboliza a la Iglesia, cuyo
pastor será Pedro.
21
13 Posible
alusión a la comida eucarística. Los discípulos son invitados y comparten el
alimento que les ofrece el Señor.
21
17 (a) Ve en ello un recuerdo de su triple negación.
21
17 (b) Dos verbos diferentes, que corresponden respectivamente a amar y a ser
amigo o querer, expresan en el texto el concepto “amar”. Pero no es seguro que
esta alternancia sea aquí otra cosa que cuestión de estilo, como la alternancia
“corderos”-“ovejas”.
21
17 (c) A la triple profesión de adhesión de Pedro, Jesús responde con una triple
investidura. Confía a Pedro el cuidado de regir en su nombre el rebaño. Es
posible que la triple repetición sea señal de un compromiso, un contrario en
debida forma, según el uso semítico. También es posible que sea un recuerdo de
las declaraciones impetuosas de Pedro y de su triple negación.
21
19 (a) El martirio.
21
19 (b) Fórmula que utiliza Jesús para invitar a alguien a ser su discípulo. Como
una llamada a seguir a Jesús. Pero aquí, Pedro es invitado a seguirle hasta la
muerte.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
21 Se discute la
paternidad literaria de este capítulo.
1-14
Tercera
aparición de Jesús resucitado en Galilea, en el contexto de una pesca milagrosa
en el lago. Pedro, aparece al principio (v. 3), al medio (v. 7) y al fin (vs.
15-23) de esta narración llena de sentido eclesiológico: la barca de Pedro; el
trabajo misionero; el fruto de ese trabajo por la intervención de Jesús; la red
sin rotura; la primacía de Pedro sobre el rebaño que debe cuidar.
1 EL MAR DE
TIBERÍADES: el lago junto a la ciudad de Tiberíades.
4 NO SABÍAN: no
sospechaban, no intuían. // QUE ERA: lit. que es (la construcción de la
frase es la misma que en la aparición a la Magdalena).
5 ¿NO TENÉIS ALGO DE
PESCA? puede traducirse: no tenéis (=no habéis cogido) pesca,
¿verdad?
6 A LA DERECHA: lit. hacia
las derechas regiones.
8 UNOS DOSCIENTOS
CODOS: unos cien metros.
9-10
ACABÁIS
DE PESCAR: lit. pescasteis ahora.
11 Como contraste, cf.
Lc 5, 6. En la mano ruda de SIMÓN PEDRO… NO SE LE SOLTÓ LA RED; el sustantivo
correspondiente al verbo griego traducido por no se soltó (lit. no se
dividió) ha dado en castellano, a través del latín, la palabra cisma (¿nota
polémica de Jn para quienes, cuando esto se escribía, ya habían dividido la
Iglesia, habían desanudado la red de Pedro?) // Para el número CIENTO CINCUENTA
Y TRES, marcadamente simbólico, no se ha encontrado explicación satisfactoria.
12 VENID (lit. aquí:
adverbio con valor imperativo).
14 LA TERCERA VEZ QUE
JESÚS…: sin forzar el acto de fe, se le muestra la identidad personal del Jesús
que murió en la cruz y este Jesús resucitado, “el Señor” constituido en
gloria. Las apariciones de Jesús, con su carácter misterioso de revelaciones,
son objetivas: por la imposibilidad de reducirlas a meras alucinaciones
subjetivas, y por las circunstancias.
15-19
Jn
no escribió lo ocurrido en Cesarea de Filipo (cf. Mt 16, 15-19). Entonces Jesús
prometió a Pedro el primado sobre la Iglesia, ahora cumple su promesa. En este
texto se ha basado la Iglesia para definir como verdad de fe, que Pedro “fue
establecido por Cristo nuestro Señor como jefe de todos los apóstoles y cabeza
visible de toda la Iglesia de la tierra”, y que “recibió directa inmediatamente
de Cristo un primado de jurisdicción verdadera y propiamente dicha”; no solo un
primado de honor (DS 3053 y 3055). Por voluntad expresa de Cristo, la Iglesia
en la tierra está estructurada jerárquicamente.
15-16
TE
QUIERO como amigo (verbo phileîn): según algunos, es casi sinónimo de agapân
en esta narración. Pero, si hay que dar a cada verbo su matiz, Jesús examina el
amor de caridad de Pedro, mientras que este responde evasivamente,
asegurándole su cariño de amigo. Que Jesús pudiera dudar incluso de esto
es lo que especialmente entristeció a Pedro “la tercera vez” (v. 17).
17 LA TERCERA VEZ:
recogiendo las respuestas de Pedro, Jesús insiste: “De verdad ¿ME QUIERES como
amigo?”. Suele decirse que así reparó sus “tres” negaciones en la Pasión; pero,
aparte de que no fueron tres negaciones contadas, sino tres ocasiones en
las que Pedro negó a Jesús abundantemente, es más probable que se trate de una
repetición, con valor jurídico en Oriente Medio antiguo, para fundamentar un
contrato. En este contrato, la única condición que ha de cumplir Pedro no es
“en adelante no peques más, no vuelvas a negarme”, ni “prepárate bien, sé
culto, estudia”, sino: el amor incondicional a Cristo. // TÚ PUEDES
COMPROBAR: el verbo griego no es oîda como en las respuestas anteriores,
sino ginôskô = conocer por experiencia o por el estudio.
18-19
“Extender
las manos” (nosotros decimos “ahuecar los brazos”) es gesto obligado de aquel a
quien otro ciñe la cintura, casi equivalente al gesto de poner los brazos en
cruz. Jesús aludía al martirio de Pedro, que es “el acto de máxima
glorificación (de Dios). La frase recurre en 1 Pe 4, 16 hablando en general de
los sufrimientos de los cristianos, y ha sido recogida por todos los
martirologios “ (J. Leal). // SÍGUEME: el Buen Pastor, que va delante de sus
ovejas (cf. 10, 4), dice ahora a Pedro: “¡Tú, sígueme!” (v. 22). Detrás de
Pedro seguirán todos los demás.
Notas
exegéticas de la Biblia Didajé.
21,
1-14 Cristo no fue inmediatamente reconocido por Pedro y los Apóstoles en el
barco de pesca. Solo después de su pesca milagrosa supieron que era Cristo
quien les llamaba desde la orilla. El episodio ha sido visto durante mucho
tiempo en la tradición eclesial con un rico significado simbólico que afirma la
naturaleza de la Iglesia: el barco representa a la Iglesia y el mar es el
mundo; los peces son aquellos que entran en la Iglesia; la red representa la
unidad de la Iglesia en tanto en cuanto no se rompe y por tanto puede tener un
número limitado de miembros. Pedro, que representa el papado, es la autoridad
de la enseñanza de la Iglesia, que lleva en su labor confirmar a sus miembros
en la fe y en sus esfuerzos por extender el reino de Dios en todo el mundo
(cat. 645 y 659).
21,
7 ¡Es
el Señor!: el grito de Juan expresaba su amor y afecto por el reconocimiento de
Cristo. Cat. 448.
21,
11 El
número de peces puede esconder un sentido simbólico pero podría ser también
simplemente el recuerdo preciso de algo que el evangelista vio con sus propios
ojos y que quiere ofrecer al lector como detalle de la historicidad del hecho.
Se han dado muchas explicaciones. San Jerónimo alegró que los griegos de la
época catalogaron 153 especies de peces (Comm. in Ez 14,47). Teniendo en
cuenta el simbolismo expresado en Jn 21, 1-15, el número indicaría que los
Apóstoles iban a ganar conversos a la Iglesia de gentes de toda nación de la
tierra.
21,
12 La
invitación a desayunar del Señor resucitado nos recuerda la celebración de la
Eucaristía, que es la invitación de Cristo a su banquete celestial, y también
al aficionado espíritu de servicio de Cristo en detalles concretos. En la misa,
el celebrante dice: “Dichosos los invitados a la cena del Señor”.
21,
15 Al
igual que Pedro negó a Cristo tres veces mientras se calentaba en el fuego
cuando Cristo estaba siendo interrogado (18, 27), también en torno a este fuego
de carbón afirma tres veces que él ama a Cristo. Cat. 1429.
21,
17 Cristo
se llama a sí mismo el “buen pastor”; ahora confía el cuidado de su rebaño a
Pedro. El amor de Pedro a Cristo, que acababa de ser afirmado tres veces,
pondría de manifiesto el cuidado pastoral de su rebaño, el Pueblo de Dios. Cat.
553, 880-887, 1548-1552.
21,
18 Cristo
predice que el trabajo apostólico de Pedro se enfrentará con la adversidad y
acabará en martirio. La tradición afirma que Pedro fue martirizado por
crucifixión alrededor del año 67 d.C. en Roma y fue crucificado con la cabeza
hacia abajo después de que él protestara porque no era digno de morir con la
misma muerte de Cristo. Cat. 618.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
645 Jesús resucitado
establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto y el
compartir la comida. Les invita así a reconocer que él no es un espíritu, pero
sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta
ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y justificado, ya que sigue
llevando las huellas de su pasión. Este cuerpo auténtico y real posee, sin
embargo, al mismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está
situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su
voluntad donde quiere y cuando quiere porque su humanidad ya no puede ser
retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre.
Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como
quiere: bajo la apariencia de un jardinero o “bajo otra figura” (Mc 16, 12),
distinta de la que les era familiar a los discípulos y eso para suscitar su fe.
448 Con mucha
frecuencia, en los evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole
“Señor”. Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a
Jesús y esperan de Él socorro y curación. Bajo la moción del Espíritu Santo,
expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús. En el encuentro con
Jesús resucitado, se convierte en adoración: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,
28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio
de la tradición cristiana: “¡Es el Señor!” (Jn 21, 7).
553 Jesús ha confiado a
Pedro una autoridad específica: “A ti te daré las llaves del Reino de los
cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que
desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16, 19). El poder de
las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la
Iglesia. Jesús, “el Buen Pastor” (Jn 10, 11), confirmó este encargo después de
su resurrección: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15-17). El poder de “atar y
desatar” significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar
sentencias doctrínales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús
confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los Apóstoles y
particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las
llaves del Reino.
880 Cristo, al instituir
a los Doce, “formó una especie de colegio o grupo estable y eligiendo de entre
ellos a Pedro lo puso al frente de él” (Concilio Vaticano II, Lumen gentium,
19). “Así como por disposición del Señor, san Pedro y los demás apóstoles
forman un único Colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí
el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los
Apóstoles” (Concilio Vaticano II, Lomen gentium, 22).
Concilio
Vaticano II.
El Romano Pontífice,
en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicarío de Cristo y
Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede
ejercer siempre con entera libertad. En cambio, el orden de los obispos, que sucede
al Colegio de los Apóstoles en el magisterio y en el gobierno como pastores,
más aún, en el que incluso continúa sin cesar
el cuerpo apostólico, es también sujeto de la potestad suprema y plena
sobre toda la Iglesia solo junto con su Cabeza, el Roma Pontífice, y nunca sin
su Cabeza. Ciertamente, no se puede ejercer esta potestad a no ser con el
consentimiento del Romano Pontífice. Dios puso solo a Simón como piedra, solo a
él le dio las llaves de la Iglesia y lo nombró pastor de todo su rebaño (cf. Jn
21, 15ss).
Lumen Gentium, 22.
Comentarios de los Santos Padres.
Estaban ellos trabajando y fatigados cuando se les
apareció Jesús, pero con el fin de entablar conversación con ellos, no se da
conocer de repente.
Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Ev. de Juan, 87,
2. IVb, pg. 480.
Llama “niños” a hombres que son ya discípulos… Así
pues, nos recomienda imitar la simplicidad de los niños.
Clemente de Alejandría, El Pedagogo, 1, 12,
1-4. IVb, pg. 480.
Pedro más ardiente, Juan más espiritual. Pedro mucho
más impulsivo, Juan más cauteloso. Por eso Juan fue el primero en reconocer a
Jesús, mientras que Pedro fue el primero en llegar a Él.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev. de Juan,
87, 2. IVb, pg. 482.
¿Por qué comió el Señor? Para demostrar la
resurrección, no para paladear la miel. Pidió un pez asado en las brasas, para
confirmar a los apóstoles titubeantes, que no se atrevían a acercarse a Él,
porque pensaban que veían un espíritu, no un cuerpo resucitado.
Jerónimo. Contra Juan de Jerusalén, 34. IVb,
pg. 482.
Diez veces hallamos mencionado en los cuatro
evangelistas que una u otras personas vieron al Señor después de la
resurrección: primera, las mujeres, junto al sepulcro (cf. Jn 20, 14); segunda,
las mismas en el camino al regresar del sepulcro (cf. Mt 28, 9); tercera, Pedro
(cf. Lc 24, 36); cuarta, los dos que iban al pueblo (cf. 24, 15); quinta,
numerosas personas en Jerusalén, cuando no estaba Tomás (cf. Jn 10, 19-24);
sexta, cuando lo vio Tomás (cf. Jn 20, 26); séptima, junto al mar de Tiberiades
(cf. Jn 21, 1); octava, en la montaña de Galilea, según Mateo (cf. Mt 28,
16-17); novena, la mencionada así por Marcos: por último, estando a la mesa,
porque ya no iban a comer con Él en la tierra (cf. Mc 16, 14); y décima, el
mismo día, pero no ya en la tierra, sino elevado a una nube, cuando ascendía al
cielo (cf. Lc 24, 50-51).
Agustín, Concordancia de los evangelistas, 3,
26, 83. IVb, pg. 487.
Durante tres veces es interrogado si ama al Señor,
para que confiese por tres veces al que por tres veces había negado antes de la
crucifixión.
Ambrosio, Sobre la fe, 5, prol., 2.
IVb, pg. 488.
Existen muchas cosas que pueden hacernos gratos a
Dios, que nos hacen ilustres y dignos de mérito. Pero lo que realmente nos
logra el favor divino es la solicitud por los que están próximos a nosotros.
Esto es lo que precisamente Cristo le pide a Pedro.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev. de Juan,
88, 1. IVb, pg. 489.
Es necesario que un director prevea diligentemente
que nada falte a los dirigidos y que, con solicitud, los alimente con el
ejemplo de la virtud al mismo tiempo que con la predicación. Y también que los
corrija cuando se salen del camino, según lo que dice el salmista: “Que el
justo me golpee y me reprenda en su favor, pero que el óleo del impío no
perfume mi cabeza”. Esto también es propio de un buen pastor.
Beda, Homilías sobre los Evangelistas, 2, 22.
IVb, pg. 491.
Las palabras que dice el Señor: “Apacienta mis
corderos”, deben ser entendidas como una renovación de la dignidad del
apostolado que ya se le había concedido, y además rescinde la infamia del
pecado y borra la pequeñez de la fragilidad humana.
Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Juan, 12,
1. IVb, pg. 492.
Con lo cual se demuestra que una sola cosa es el
amor y la dilección[1],
ya que el Señor en la última vez no dice: “¿Me quieres?”, sino: “¿Me amas?”. No
nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino a Él; y en el apacentamiento de sus
ovejas no busquemos nuestros intereses, sino los suyos. No sé por qué motivo
inexplicable, quien se ama a sí mismo y no ama a Dios, no se ama a sí mismo; y,
en cambio, quien ama a Dios y no se ama a sí mismo, se ama a sí mismo.
Agustín, Tratados sobre el Ev. de Juan, 123,
5. IVb, pg. 492.
“Apacienta mis ovejas”; te confío mis ovejas. ¿Qué
ovejas? Las que compré con mi sangre. He muerto por ellas. ¿Me amas? Debes
estar dispuesto a morir por ellas. Ciertamente, mientras el siervo de un amo
pagaría con dinero por las ovejas desaparecidas, Pedro pagó su sangre por las
ovejas conservadas.
Agustín, Sermones, 296, 4. IVb, pg. 493.
Le dijo el Señor Cristo: “Sígueme”; mas no en el
mismo sentido que al llamar a sus discípulos. También entonces había dicho:
“Sígueme”; pero entonces fue a su doctrina, ahora es a la corona.
Agustín, Sermones, 147, 3. IVb, pg. 496.
No dijo “moriría”, sino que “habría de glorificar a
Dios”, para que aprendas que sufrir por Cristo es gloria y honor para el que
padece. “Después de haber dicho esto, le dice: Sígueme”. De estas palabras se
deduce su solicitud por Pedro y cuán íntimamente estaba unido a él. Si alguien
objetara algo, le respondería que a Pedro no lo escogió para maestro de una
cátedra, sino de todo el mundo.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev. de Juan¸ 88,
1. IVB, pg. 496.
San Agustín
Así, pues, el amor de Cristo, a quien amamos en vosotros; el amor de
Cristo, a quien vosotros amáis también en nosotros en medio de tentaciones,
fatigas, sudores, preocupaciones, miserias y gemidos, nos conducirá al lugar
donde no hay ninguna fatiga, ninguna miseria, ningún gemido, ningún suspiro,
ninguna molestia; donde nadie nace, nadie muere, nadie teme la ira de los
poderosos adhiriéndose al rostro del todopoderoso.
Sermón 229 N. I, pg. 496.
San Juan de Ávila
Y más, el gobierno monárquico. En una casa dos cabezas no pueden vivir,
quid in
Ecclesia. Y
así, para fundar leyes y mudar costumbres, que con los tiempos se mudan, había
de haber uno; y así Cristo, cuando se subió al cielo, le dijo: Petre, amas me plus bis? (cf. Jn 21, 15-17). Y así,
para mostrar que le había de dejar con este cargo, pagó el diezmo, según
declaran los doctores. A San Pedro cuentan todos los evangelistas primero,
aunque San Andrés fue primero llamado (Mt 10, 2), y por eso toma la mano y predica;
y aún antes, en el criar de San Matías, in congregatione, tomo la mano, y así predica: Viri fratres (Hch 1, 16).
Platica 9. A sacerdotes. I, pg. 864.
Mirando el precioso precio que Jesucristo dio por un hombre, cuando con
su preciosa sangre lo compró en la cruz, ¿qué debe hacer este tal, sino
ofrecerse todo a servicio de Cristo, deseando que se ofrezcan cosas en que
enseñe su agradecimiento y su amor? Y como oye de la boca de Dios: Si me amas, apacienta mis
ovejas (Jn 21,
17); y: Quien a
un chiquito de estos recibe, a mí me recibe (Mt 9, 37); y: Quién hace obras de misericordia a uno de estos, a
mí las hace (Mt
25, 40), tiene por señalada merced que t3nga tan cerca de sí tan buen aparejo
en que mostrar y ejercitar el amor que él tiene a Jesucristo; pareciéndole el trabajo, que por él prójimo
pasa, pequeño, y los años breves, por la grandeza del amor (cf. Gn 29, 20) que a Cristo
tiene por sí, y a ellos por él y en él. Y trae a la contina en su corazón lo
que el Señor amoroso tan estrechamente mandó, cuando dijo: Mi mandamiento es
aqueste: que os améis unos a otros como yo os amé (Jn 15, 12).
Audi, filia (II), cap. 96. I, pg. 743.
Que así como Abel ofreció a Dios corderos de su manada, y pareció bien
a Dios aquel sacrificio (cf. Gn 4,4), así Cristo se ofreció a sí, Cordero sin
mancilla, y agradó a su Padre aquel sacrificio; (y) también nos ofrece a
nosotros, que somos corderos de su manada, y agrada a su Padre. Y así dijo Dios
a San Pedro: Pedro, apacienta mis corderos (Jn 21, 15), por nosotros. Estos ofrece él
ante el acatamiento de su Padre, que son los buenos cristianos, que son como
corderos mansos, sencillos y pacientes.
Lecciones sobre 1 San Juan (I), 16. II, pg. 249.
Lecciones sobre 1 San
Juan (I), 21.
II, pg. 301-392.
Y ansí dijo Dios a San Pedro:
Pedro, apacienta
mis corderos (Jn 21, 15), por nosotros. Estos ofrece Él
ante el acatamiento de su Padre, que son los buenos cristianos, como corderos
mansos y sencillos y pacientes.
Lecciones sobre 1 San
Juan (II), 16.
II, pg. 408.
Dice que a estos se les tiene de conceder la heredad del cielo a gente
mansísima, que no sabe hacer mal a nadie (cf. Sal 36, 11). Por eso compara a su
gente Cristo a ovejas y corderos, no a lobos ni leones: Ecce ego mitto vos sicut
oves in medio luporum (Mt 10, 16). Oves meae vocem meam audiunt; et ego cognosco eas (Jn 10, 27). A Pedro: Pasce agnos meos (Jn 21, 15-16).
Lecciones sobre la Epístola a los Gálatas 4, 29. II, pgs. 90-91.
No sin causa dijo Jesucristo a San Pedro: Pedro, ¿ámasme? – Sí, Señor. – Pues apacienta mis
ovejas (Jn 21,
17). En esto quiero ver si me quieres bien, que aunque estén roñosas, y se
hagan zorras y víboras que te hayan de morder, que miréis por ellas y que es
tal, cual Dios quiere que le tengamos, y a Él se debe, si está con el amor de
nuestros prójimos, en el cual tanta dificultad hay. Porque amar así a Dios en
sí y quererle bien, ¿qué dificultad es? ¿Qué tanto amor es menester para esto?
Por cierto, poco; y tan poco, que casi no habrá persona, por mala que sea, que
no se lo tenga. ¿Queréislo ver? ¿Qué mala mujer o qué mal hombre habrá que si
le dijesen: “Jesucristo está en vuestra puerta”, no lo dejaría de comer y se lo
daría? Sí, por cierto, porque el mesmo Dios convida a que en sí mesmo huelguen
de hacer y de quererle bien. Mas muchos hay que, aunque vean al pobre padecer
grandes necesidades, no se mueven a le socorrer. Muchos hacen capillas, y dan
ornamentos a la Iglesia, y dejan morir los pobres de hambre. Porque la
dificultad está en el amor del prójimo, sabed que, cuando este tuvierades,
llegado habéis al amor de Dios por el cual le agradáis y sois su amigo; y mirad
que unos hijos pobres tiene Dios, donde se pruebe si es verdadero amor aquel
que os hace hacer esos ofrecimientos a Dios. No digáis al pobre: “Remédiele
otro”; que es señal que el amor que os parece que teníades de Dios, no es tal
cual Él quiere; que ha de ser fuerte como la muerte.
Lecciones sobre 1 San Juan (II), II, pgs. 435-436.
Mi parecer (salvo mejor juicio) en que, no habiendo legítimo
impedimento, el prelado (en nombre del prelado entiendo cualquiera que tiene
cargo de administrar el santísimo sacramento de la eucaristía) es obligado a
darlo, a su súbdito cuantes veces le pidiere. Lo uno, por razón del nombre, que
es sacerdote: que da cosas sagradas o sacramentos; ¿y cuál mejor ni
tal como el de la comunión? Lo segundo, por razón del amor que debe tener a
Dios. Si le
ama, apaciente sus ovejas (Jn 21, 17). ¿Y qué pasto? El que el mismo Dios dice: Mi carne es
verdaderamente manjar (Jn 6, 56).
Miscelánea breve. II, pg. 861.
El predicador que va a algún pueblo para cumplir lo que nuestro
Redentor encargó, diciendo Pasce oves meas (Jn 21, 17), ha de ser dar luz y noticia de todo lo que ha de saber
todos los de aquel lugar, así para lo que han de creer, como para lo que han de
obrar; porque si por ignorancia ellos pecan, es cargo del que los predica y
tiene oficio de enseñarles.
Siete nuevos escritos, VII. II, pg. 1037.
Curolo él un día: quiere decir, mientras acá estuvo presencialmente. Y
otro día (scilicet
resurrectionis),
queriéndose ir al cielo, dijo al principal de la Iglesia, que es San Pedro: Pasce oves meas… curam
illius habe (cf.
Jn 21, 17).
Domingo 12 después de Pentecostés. III, pg. 272.
Este es el Papa, Vicario de Cristo en la tierra, que lleva en su mano el cántaro de agua, que es la divina Escritura y
los sacramentos; no porque él pueda hacer fe ni sacramentos, como tampoco el
hombre que lleva el agua crió el agua ni el cántaro; mas llevarlo en la mano es
declarar cómo
se ha de entender y poner cosa en su lugar, y dar a beber el agua que Dios dio. Pues le
ha dicho: Apacienta
mis ovejas (Jn
21, 17), ¿cómo las apacentará, si no le da que pueda declarar la Escritura y
los sacramentos, en que las ovejas se apacientan? Diósele este poder para soltar y ligar, para declarar e interpretar,
y sobre él está fundada la Iglesia.
Jueves Santo. III, pg. 412-413.
Pues si es doctrina de Dios no venir bien uso de carne con uso de
oración, ¿cómo le parecerá bien que se junten en uno cuidados que impiden la
oración y carne que quiere ser recebido, con sentido de diiudicet corpus Domini (cf. 1 Co 11, 29), y lo
discierna de todo lo que no es Él, y esté pronto para conocerle en el habla,
como san Juan (cf. Jn 21, 7), y en el frangimiento del pan, como los dos discípulos (cf. Lc 24, 35)? Si
me dijeran que algún casado o casada hacían esto cada día, aun me maravillada,
mas no mucho; mas que muchas, no alcanza mi fe a creer que el Señor es de ello
contento.
A un predicador. IV, pg. 25.
Y si lo pasados en alguna cosa como hombres faltaron, para eso está la
Iglesia romana, a la cual en su Pontífice es dado poder de las llaves del reino de los cielos y de
apacentar la universal Iglesia (cf. Mt 16, 19; Jn 21, 15-17); y a quien esto está dada, también le
está dada la lumbre para discernir y juzgar cuál o cuál es la verdadera
doctrina y verdadero sentido de la Escriptura; porque ¿cómo tiene llave, si no
abre la verdad, por encerrada que esté? ¿Y cómo apacentará, si no me dice qué
he de creer, pues el pasto es de doctrina? Así que, en esto, señor, haga lo que
hace y busque oraciones que lo pidan al Señor, que Él tornará por su verdad,
como lo ha hecho en otros mayores conflictos, y abajará toda ciencia, que con
soberbia se ensalza, con la firmeza de la Piedra cristiana.
A un predicador. IV, pg. 53.
Es cierto que, después que oí la nueva de la promoción de vuestra
señoría, no cesé de maravillarme de la altura de los juicios de Dios, y esto no
sin temor: cómo pone en lugar alto, y a muchos peligros, el que estaba contento
con su suerte – pónele donde alius praecingat te, et educat qua tu non vis (Jn 21, 18) –quien no miró con
otros ojos a las prelacías, sino como a muy pesada cruz, donde el prelado es
crucificado, andando hecho esclavo de tantos y tan malos contentar. Compasión
muy entrañable me ha causado vuestra señoría, porque se me traslucen muchos
gemidos que esta carga le ha de hacer dar.
A don Pedro Guerrero, electo arzobispo de Granada. IV, pg. 487.
No se queje vuestra paternidad de la cruz del regimiento que nuestro
Señor ha puesto en sus hombros, que harto tiempo le ha dejado holgar debajo los
regalos del obedecer. Y ya que vuestra paternidad es viejo o va a serlo, ha de
tomar para sí lo dicho a San Pedro, que extendes manus tuas et alius cinget te et ducet quo
tun non vis (Jn
21, 18). Admirable es la sabiduría del Señor, que sabe mortificar a malos con
humillaciones y a los humildes con darles honras y lugares altos. Tenga vuestra
paternidad paciencia y confíe en Él, que es todo poderoso, que le dará lo
necesario para el cargo (que) le dio, y los pobres ayudaremos con nuestros
sospiros, pues el bien de vuestra paternidad es nuestro.
Al Rvdo. Sr. y padre mío el padre Francisco Borja, General de la
Compañía de Jesús en Roma. IV, pg. 641.
San Oscar Romero.
Vistiéndose los trajes ordinarios de la vida, del trabajo, de
la sociedad en que vivían, sabían que aunque vivieran en medio de los hombres
comunes del mundo, ellos llevaban por dentro una fe y una esperanza que los
hacía sentirse sal de la tierra, luz del mundo.
Homilía 17 de abril de 1977.
Francisco. Angelus. 14 de abril de
2013.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Quisiera
detenerme brevemente en la página de los Hechos de los Apóstoles que
se lee en la Liturgia de este tercer Domingo de Pascua. Este texto relata que
la primera predicación de los Apóstoles en Jerusalén llenó la ciudad de la
noticia de que Jesús había verdaderamente resucitado, según las Escrituras, y
era el Mesías anunciado por los Profetas. Los sumos sacerdotes y los jefes de
la ciudad intentaron reprimir el nacimiento de la comunidad de los creyentes en
Cristo e hicieron encarcelar a los Apóstoles, ordenándoles que no enseñaran más
en su nombre. Pero Pedro y los otros Once respondieron: «Hay que obedecer a
Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús... lo
ha exaltado con su diestra, haciéndole jefe y salvador... Testigos de esto
somos nosotros y el Espíritu Santo» (Hch 5, 29-32). Entonces hicieron
flagelar a los Apóstoles y les ordenaron nuevamente que no hablaran más en el
nombre de Jesús. Y ellos se marcharon, así dice la Escritura, «contentos de
haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús» (v. 41).
Me
pregunto: ¿dónde encontraban los primeros discípulos la fuerza para dar este
testimonio? No sólo: ¿de dónde les venía la alegría y la valentía del
anuncio, a pesar de los obstáculos y las violencias? No olvidemos que los
Apóstoles eran personas sencillas, no eran escribas, doctores de la Ley, ni
pertenecían a la clase sacerdotal. ¿Cómo pudieron, con sus limitaciones y
combatidos por las autoridades, llenar Jerusalén con su enseñanza? (cf. Hch 5,
28). Está claro que sólo pueden explicar este hecho la presencia del Señor
Resucitado con ellos y la acción del Espíritu Santo. El Señor que estaba
con ellos y el Espíritu que les impulsaba a la predicación explica este hecho
extraordinario. Su fe se basaba en una experiencia tan fuerte y personal de
Cristo muerto y resucitado, que no tenían miedo de nada ni de nadie, e
incluso veían las persecuciones como un motivo de honor que les permitía seguir
las huellas de Jesús y asemejarse a Él, dando testimonio con la vida.
Esta
historia de la primera comunidad cristiana nos dice algo muy importante, válida
para la Iglesia de todos los tiempos, también para nosotros: cuando una
persona conoce verdaderamente a Jesucristo y cree en Él, experimenta su
presencia en la vida y la fuerza de su Resurrección, y no puede dejar de
comunicar esta experiencia. Y si esta persona encuentra incomprensiones
o adversidades, se comporta como Jesús en su Pasión: responde con el amor y la
fuerza de la verdad.
Rezando
juntos el Regina Caeli, pidamos la ayuda de María santísima a fin de que
la Iglesia en todo el mundo anuncie con franqueza y valentía la Resurrección
del Señor y dé de ella un testimonio válido con gestos de amor fraterno. El
amor fraterno es el testimonio más cercano que podemos dar de que Jesús vive
entre nosotros, que Jesús ha resucitado. Oremos de modo particular por los
cristianos que sufren persecución; en este tiempo son muchos los cristianos que
sufren persecución, muchos, muchos, en tantos países: recemos por ellos, con
amor, desde nuestro corazón. Que sientan la presencia viva y confortante del
Señor Resucitado.
Francisco. Angelus. 10 de abril de
2016.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
Evangelio de hoy narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los
discípulos a orillas del lago de Galilea, con la descripción de la pesca
milagrosa (cf. Jn 21, 1-19). El relato se sitúa en el marco de
la vida cotidiana de los discípulos, que habían regresado a su tierra y a su
trabajo de pescadores, después de los días tremendos de la pasión, muerte y
resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había
sucedido. Pero, mientras que todo parecía haber acabado, Jesús va nuevamente
a «buscar» a sus discípulos. Es Él quien va a buscarlos. Esta vez los
encuentra junto al lago, donde ellos habían pasado la noche en las barcas sin
pescar nada. Las redes vacías se presentan, en cierto sentido, como
el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían dejado
todo por seguirlo, llenos de esperanza... ¿y ahora? Sí, lo habían visto
resucitado, pero luego pensaban: «Se marchó y nos ha dejado... Ha sido como un
sueño...».
He aquí
que al amanecer Jesús se presenta en la orilla del lago; pero ellos no lo
reconocen (cf. v. 4). A estos pescadores, cansados y decepcionados, el Señor
les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis» (v. 6). Los
discípulos confiaron en Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente
abundante. Es así que Juan se dirige a Pedro y dice: «Es el Señor» (v. 7). E
inmediatamente Pedro se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús. En
aquella exclamación: «¡Es el Señor!», está todo el entusiasmo de la fe pascual,
llena de alegría y de asombro, que se opone con fuerza a la confusión, al
desaliento, al sentido de impotencia que se había acumulado en el ánimo de los
discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la
oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso
y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo
impulso y a la certeza de que Él está con nosotros.
Desde
entonces, estos mismos sentimientos animan a la Iglesia, la Comunidad del
Resucitado. ¡Todos nosotros somos la comunidad del Resucitado! Si a una
mirada superficial puede parecer, en algunas ocasiones, que el poder lo tienen
las tinieblas del mal y el cansancio de la vida cotidiana, la Iglesia sabe
con certeza que en quienes siguen al Señor Jesús resplandece ya imperecedera la
luz de la Pascua. El gran anuncio de la Resurrección infunde en el corazón
de los creyentes una íntima alegría y una esperanza invencibles.
¡Cristo ha verdaderamente resucitado! También hoy la Iglesia sigue haciendo
resonar este anuncio gozoso: la alegría y la esperanza siguen reflejándose en
los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras. Todos
nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a
quienes encontramos, especialmente a quien sufre, a quien está solo, a
quien se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, los refugiados,
los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de la luz de Cristo resucitado,
un signo de su poder misericordioso.
Que Él,
el Señor, renueve también en nosotros la fe pascual. Que nos haga cada vez más
conscientes de nuestra misión al servicio del Evangelio y de los hermanos; nos
colme de su Santo Espíritu para que, sostenidos por la intercesión de María,
con toda la Iglesia podamos proclamare la grandeza de su amor y la riqueza de
su misericordia.
Francisco. Homilía. Sofía
(Bulgaria), 5 de mayo de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, Cristo ha resucitado, ¡Christos
vozkrese!
Es maravilloso el saludo con el que los cristianos de vuestro país
comparten la alegría del Resucitado durante el tiempo pascual.
Todo el episodio que hemos escuchado, que se narra al final de los
Evangelios, nos permite sumergirnos en esta alegría que el Señor nos envía a
“contagiar”, recordándonos tres realidades estupendas que marcan nuestra
vida de discípulos: Dios llama, Dios sorprende, Dios ama.
Dios llama. Todo sucede
en las orillas del lago de Galilea, allí donde Jesús había llamado a Pedro. Lo
había llamado a dejar su oficio de pescador para convertirse en pescador de
hombres (cf. Lc 5,4-11). Ahora, después de todo el camino
recorrido, después de la experiencia de ver morir al Maestro y a pesar del
anuncio de su resurrección, Pedro vuelve a la vida de antes: «Me voy a
pescar», dice. Los otros discípulos no se quedan atrás: «Vamos también nosotros
contigo» (Jn 21,3). Parece que dan un paso atrás; Pedro vuelve a
tomar las redes, a las que había renunciado por Jesús. El peso del sufrimiento,
de la desilusión, incluso de la traición se había convertido en una piedra
difícil de remover en el corazón de los discípulos; heridos todavía bajo el
peso del dolor y la culpa, la buena nueva de la Resurrección no había echado
raíces en su corazón. El Señor sabe lo fuerte que es para nosotros la
tentación de volver a las cosas de antes. En la Biblia, las redes de Pedro,
como las cebollas de Egipto, son símbolo de la tentación de la nostalgia
del pasado, de querer recuperar algo que se había querido
dejar. Frente a las experiencias de fracaso, dolor e incluso de que las cosas
no resulten como se esperaban, siempre aparece una sutil y peligrosa tentación
que invita a desanimarse y bajar los brazos. Es la psicología del
sepulcro que tiñe todo de resignación, haciendo que nos apeguemos
a una tristeza dulzona que, como polilla, corroe toda esperanza. Así se
gesta la mayor amenaza que puede arraigarse en el seno de una comunidad: el
gris pragmatismo de la vida, en la que todo procede aparentemente con
normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en
mezquindad (cf. Exhort. apost. Evangelii
gaudium, 83).
Pero precisamente allí, en el fracaso de Pedro, llega Jesús, comienza de
nuevo, con paciencia sale a su encuentro y le dice «Simón» (v. 15): era el
nombre de la primera llamada. El Señor no espera situaciones ni
estados de ánimo ideales, los crea. No espera encontrarse con personas
sin problemas, sin desilusiones, sin pecados o limitaciones. Él mismo
enfrentó el pecado y la desilusión para ir al encuentro de todo viviente e
invitarlo a caminar. Hermanos, el Señor no se cansa de llamar. Es la
fuerza del Amor que ha vencido todo pronóstico y sabe comenzar de nuevo.
En Jesús, Dios busca dar siempre una posibilidad. Lo hace así también con
nosotros: nos llama cada día a revivir nuestra historia de amor con Él, a
volver a fundarnos en la novedad, que es Él mismo. Todas las mañanas, nos
busca allí donde estamos y nos invita «a alzarnos, a levantarnos de nuevo
con su Palabra, a mirar hacia arriba y a creer que estamos hechos para el Cielo,
no para la tierra; para las alturas de la vida, no para las bajezas de la
muerte» y nos invita a no buscar «entre los muertos al que vive» (Homilía
de la Vigilia Pascual, 20 abril 2019). Cuando lo acogemos, subimos más
alto, abrazamos nuestro futuro más hermoso, no como una posibilidad sino como
una realidad. Cuando la llamada de Jesús es la que orienta nuestra vida, el
corazón se rejuvenece.
Dios sorprende. Es el
Señor de las sorpresas que no sólo invita a sorprenderse sino a realizar
cosas sorprendentes. El Señor llama y, al encontrar a los discípulos con
sus redes vacías, les propone algo insólito: pescar de día, algo más bien
extraño en aquel lago. Les devuelve la confianza poniéndolos en movimiento y
lanzándolos nuevamente a arriesgar, a no dar nada ni, especialmente, nadie por
perdido. Es el Señor de las sorpresas que rompe los encierros paralizantes
devolviendo la audacia capaz de superar la sospecha, la desconfianza y el temor
que se esconden detrás del “siempre se hizo así”. Dios sorprende cuando llama e
invita a lanzar mar adentro en la historia no solamente las redes, sino a
nosotros mismos y a mirar la vida, a mirar a los demás e incluso a nosotros
mismos con sus mismos ojos porque «en el pecado, él ve hijos que hay que
elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para resucitar; en la desolación,
corazones para consolar. No tengas miedo, por tanto: el Señor ama tu vida,
incluso cuando tienes miedo de mirarla y vivirla» (ibíd.).
Llegamos así a la tercera certeza de hoy. Dios llama, Dios sorprende
porque Dios ama. Su lenguaje es el amor. Por eso pide
a Pedro y nos pide a nosotros que sintonicemos con su mismo lenguaje: «¿Me
amas?». Pedro acoge la invitación y, después de tanto tiempo pasado con
Jesús, comprende que amar quiere decir dejar de estar en el centro. Ahora ya no
comienza desde sí mismo, sino desde Jesús: «Tú conoces todo» (Jn 21,17),
responde. Se reconoce frágil, comprende que no puede seguir adelante sólo con
sus fuerzas. Y se funda en el Señor, en la fuerza de su amor, hasta el extremo.
Esta es nuestra fuerza, que cada día estamos invitados a renovar: el Señor nos
ama. Ser cristiano es una invitación a confiar que el amor de Dios es más
grande que toda limitación o pecado. Uno de los grandes dolores y
obstáculos que experimentamos hoy, no nace tanto de comprender que Dios sea
amor, sino de que hemos llegado a anunciarlo y testimoniarlo de tal manera que
para muchos este no es su nombre. Dios es amor, un amor que se entrega, llama y
sorprende.
He aquí el milagro de Dios que, si nos dejamos guiar por su amor, hace de
nuestras vidas obras de arte. Tantos testigos de la Pascua en esta tierra
bendita han realizado obras maestras magníficas, inspirados por una fe sencilla
y un gran amor. Entregando la vida, fueron signos vivientes del Señor sabiendo
superar la apatía con valentía y ofreciendo una respuesta cristiana a las
inquietudes que se les presentaban (cf. Exhort. apost. postsin. Christus
vivit, 174). Hoy estamos invitados a mirar y descubrir lo que el
Señor hizo en el pasado para lanzarnos con Él hacia el futuro sabiendo que, en
el acierto o en el error, siempre volverá a llamarnos para invitarnos a tirar
las redes. Lo que les dije a los jóvenes en la Exhortación que escribí
recientemente, deseo decirlo también a vosotros. Una Iglesia joven, una persona
joven, no por edad sino por la fuerza del Espíritu, nos invita a testimoniar el
amor de Cristo, un amor que apremia y que nos lleva a ser luchadores por el
bien común, servidores de los pobres, protagonistas de la revolución de la
caridad y del servicio, capaces de resistir las patologías del individualismo
consumista y superficial. Enamorados de Cristo, testigos vivos del Evangelio en
cada rincón de esta ciudad (cf. ibíd.,
174-175). No tengáis miedo de ser los santos que esta tierra necesita, una
santidad que no os quitará fuerza, no os quitará vida o alegría; sino más bien
todo lo contrario, porque vosotros y los hijos de esta tierra llegareis a ser
lo que el Padre soñó cuando os creó (cf. Exhort. apost. Gaudete
et exsultate, 32).
Llamados, sorprendidos y enviados por amor.
Francisco. Angelus. 1 de mayo de
2022.
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El Evangelio de la Liturgia de hoy (Jn 21,1-19) narra la
tercera aparición de Jesús resucitado a los apóstoles. Es un encuentro que
tiene lugar a orillas del lago de Galilea e implica sobre todo a Simón Pedro.
Todo comienza con él que les dice a los otros discípulos: «Voy a pescar» (v. 3).
Algo normal, era un pescador, pero había abandonado este oficio desde que dejó
las redes para seguir a Jesús, precisamente a orillas de este mismo lago. Y
ahora, mientras el Resucitado se hace esperar, Pedro, tal vez algo
desmoralizado, les propone a los otros volver a la vida de antes. Y estos
aceptan: «También nosotros vamos contigo». Pero «aquella noche no pescaron
nada» (v. 3).
También a nosotros nos puede pasar que, por cansancio, desilusión,
quizás por pereza, nos olvidemos del Señor y descuidemos las grandes opciones
que hemos tomado, para contentarnos con otra cosa. Por ejemplo, no
dedicamos tiempo a hablar en familia, y preferimos los pasatiempos personales;
nos olvidamos de la oración, dejándonos arrebatar por nuestras necesidades;
descuidamos la caridad, con la excusa de las prisas diarias. Pero al hacer
esto nos sentimos desilusionados: era precisamente la desilusión que
sentía Pedro, con las redes vacías, como él. Es un camino que te hace
retroceder y no te satisface.
¿Qué hace Jesús con Pedro? Vuelve de nuevo a la orilla del lago donde lo
había elegido a él, y a Andrés, Santiago y Juan, a los cuatro los había elegido
allí. No hace reproches —Jesús no reprocha, toca el corazón, siempre—,
sino que llama a sus discípulos con ternura: «Muchachos» (v. 5). Luego los
exhorta, como en el pasado, a echar de nuevo las redes con valentía. Y una vez
más las redes se llenan hasta lo inverosímil. Hermanos y hermanas, cuando en
la vida tenemos las redes vacías, no es el momento de autocompadecernos, de
divertirnos, de volver a los viejos pasatiempos. Es el momento de ponerse en
camino con Jesús, es el momento de hallar el valor de recomenzar, es el
momento de navegar mar adentro con Jesús. Tres verbos: volver a empezar,
recomenzar, zarpar de nuevo. Siempre, ante una desilusión, o ante una
vida que ha perdido un poco su sentido —“hoy siento que he retrocedido...”—,
ponte de nuevo en camino con Jesús, reinicia, navega mar adentro. ¡Está
esperándote! Y Él piensa solo en ti, en mí, en cada uno de nosotros.
A Pedro le hacía falta ese “shock”. Cuando oye a Juan gritar: «¡Es el
Señor!» (v. 7), se lanza inmediatamente al agua y nada hasta donde estaba
Jesús. Es un gesto de amor, porque el amor va más allá de lo útil, lo
conveniente y lo debido; el amor genera asombro, inspira impulsos creativos,
gratuitos. Así, mientras Juan, el más joven, reconoce al Señor, es Pedro, más
anciano, quien se lanza al agua para ir a su encuentro. En esa zambullida está
todo el impulso recobrado de Simón Pedro.
Queridos hermanos y hermanas, hoy Cristo resucitado nos invita a un
nuevo impulso, a todos, a cada uno de nosotros, nos invita zambullirnos
en el bien sin miedo de perder algo, sin hacer demasiados cálculos, sin
esperar a que empiecen los otros. ¿Por qué? No esperar a los otros, porque para
ir al encuentro de Jesús hay que comprometerse. Hay que tomar posición con
valentía, recomenzar, y recomenzar comprometiéndose, arriesgar. Preguntémonos:
¿soy capaz de un arranque de generosidad, o contengo los impulsos del corazón y
me cierro en la costumbre, en el miedo? Lanzarse, zambullirse. Esta es la
palabra de hoy de Jesús.
Luego, al final de este episodio, Jesús le hace tres veces a Pedro la
pregunta: «¿Me quieres?» (vv. 15.16). Hoy el Resucitado nos lo pregunta
también a nosotros: ¿Me quieres? Porque en la Pascua quiere que
resurja también nuestro corazón; porque la fe no es una cuestión de saber, sino
de amor. ¿Me quieres?, te pregunta Jesús a ti, a mí, a nosotros, que
tenemos las redes vacías y muchas veces tenemos miedo de recomenzar; a
ti, a mí, a todos nosotros, que no tenemos el valor de zambullirnos y quizás
hemos perdido empuje. ¿Me quieres?, pregunta Jesús. Desde entonces,
Pedro dejó de pescar para siempre y se dedicó al servicio de Dios y de los
hermanos, hasta entregar su vida aquí, donde nos encontramos ahora. Y nosotros,
¿queremos amar a Jesús?
Que la Virgen, que con prontitud dijo “sí” al Señor, nos ayude a encontrar
el impulso del bien.
DOMINGO
4 T. P. DEL BUEN PASTOR.
Monición
de entrada.-
Hoy es el domingo del buen pastor.
Sabéis que una de las cosas que hacen los pastores es dar
de comer a las ovejas.
Y eso es lo que Jesús hace en misa, nos da a comer su
cuerpo y sangre.
Señor,
ten piedad.
Tú que eres el pastor bueno. Señor, ten piedad.
Tú que cuidas de nosotros como los pastores. Cristo, ten piedad.
Tú que nos alimentas con la comunión. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Te pedimos por el Papa_____________________que es el
pastor de la Iglesia, para que le ayudes a ser un buen pastor. Te lo pedimos
Señor.
Te pedimos por todos los cristianos, para ayudemos a
las personas enfermas. Te lo pedimos Señor.
Te pedimos por las personas que ayudan a los jóvenes a
saber lo que Dios les pide, para que les hables al corazón. Te lo pedimos
Señor.
Te pedimos por los chicos y chicas que están pensando
ser cura, fraile o monja, para que los animes a serlo. Te lo pedimos Señor.
Te pedimos por nosotros, para que nos ayudes a ir
detrás de ti como buenas ovejas. Te lo pedimos Señor.
Acción de gracias.-
Virgen María, ayer fue la
fiesta de la divina pastora que en muchos pueblos
apareces en un
cuadro. Hoy te pedimos a ti para que
seas nuestra pastora
que cuide de nosotros.
ORACIÓN PARA
EL CENTRE JUNIORS CORBERA
EXPERIENCIA.
Observa tu alrededor: ¿es un entorno abierto o
cerrado? Si fuese cerrado y oscuro, ¿qué ocurriría si se abriese una ranura en
la pared?
¿Y tu corazón? ¿Cómo se encuentra? ¿Abierto a la
esperanza o cerrado al fracaso?, ¿empapado de amor o seco como una teja al
atardecer de un día de poniente?
Cierra los ojos. Imagina el mar, la arena reseca
por el sol y la arena bañada por las olas.
Recuerda el día de hoy, el lugar en el que has
trabajado o estudiado.
Sígnate.
Pide a Jesús que te envíe el Espíritu Santo, la
brisa de un día de agosto, la ola del mar bañando la arena de tu vida.
¿En tu caminar por la orilla del mar quiénes han
sido olas de los días con bandera verde?
Mira el vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=-86jmQsWBBA
Lee, piensa y reza con él.
+REFLEXIÓN.
Toma la Biblia y lee :
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 21, 1-19.
En aquel tiempo, Jesús se
apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Y se apareció
de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo;
Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón
Pedro les dice:
-Me voy a pescar.
Ellos contestan:
-Vamos también nosotros contigo.
Salieron y se embargaron; y
aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó
en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice:
-Muchachos, ¿tenéis pescado?
Ellos contestaron:
-No.
Él les dice:
-Echad la red a la derecha de la
barca y encontraréis.
La echaron y no podían sacarla,
por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a
Pedro:
-Es el Señor.
Al ir que era el Señor, Simón
Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás
discípulos se acercaron en la barca, porque no distaba de tierra más que unos
doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas
brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
-Traed de los peces que acabáis
de coger.
Simón Pedro subió a la barca y
arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y
tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice:
-Vamos, almorzad.
Ninguno de los discípulos se
atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se
acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez
que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los
muertos.
Después de comer, dice a Simón
Pedro:
-Simón, hijo de Juan, ¿me amas
más que estos?
Él le contestó:
-Sí, Señor, tú sabes que te
quiero.
Jesús le dice:
-Apacienta mis corderos.
Por segunda vez le pregunta:
-Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Él le contesta:
-Si, Señor, tú sabes que te
quiero.
Él le dice:
-Pastorea mis ovejas.
Por tercera vez le pregunta:
-Simón, hijo de Juan, ¿me
quieres?
Se entristeció Pedro de que le
preguntara por tercera vez: “¿Me quieres?” y le contestó:
-Señor, tú conoces todo, tú sabes
que te quiero.
Jesús le dice:
-Apacienta mis ovejas. En verdad,
en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías;
pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará
adonde no quieras.
Esto dijo aludiendo a la muerte
con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
-Sígueme.
¿QUÉ DICE? Después de la aparición a
los discípulos en una casa, estos marchan a Tiberiades. Allí, al amanecer, en
el trabajo cotidiano al que han retornado, en el mar, se aparece Jesús. El
fracaso de la pesca se transforma en éxito. El discípulo amado le reconoce como
Señor. El Resucitado come con ellos. Se dirige a Pedro pidiéndole acepte tres
veces apacentar las ovejas, es decir, ratifique el seguimiento que comenzó en
aquel lago al comienzo de la vida pública de Jesús y por otra parte le
encomienda la tarea de ser pastor del Pueblo de Dios.
¿QUÉ TE DICE? Tomando como modelo la
oración ignaciana pide a Jesús la gracia del seguimiento y el amor a las
personas que la Iglesia, a través de tu parroquia, la catequesis, el centro
Juniors,… te encomienda. Imagina el lago, los apóstoles, la pesca, fija la
mirada en Jesús con los ojos del discípulo amado y de Pedro. San Ignacio de
Loyola en los Ejercicios Espirituales anota lo que sigue: “Primero, Jesús
aparece a siete de sus discípulos que estaban pescando, los cuales por toda la
noche no habían tomado nada. Y extendiendo la red por su mandamiento, “no
podían sacalla por la muchedumbre de peces. Segundo. Por este milagro san Joan
lo conoció y dijo a san Pedro: El Señor es. El cual se echó en el mar, y vino a
Cristo. Tercer. Les dio a comer parte de un pez asado y un panar de miel. Y
encomendó las ovejas a san Pedro, primero examinando tres veces de la caridad,
y le dice: Apacienta mis ovejas” (EE 306). Es en tu vida, al final del curso,
cuando el cansancio se va acumulando, el tiempo en el que Jesús te habla para
encomendarte de nuevo una misión. Lee el texto, personalizándolo, reflexionando
sobre las consecuencias que tiene en tu vida, abandonándote en las palabras de
Cristo, en el silencio de la contemplación.
COMPROMISO.
Durante esta semana
repite las palabras de Pedro: “Señor, tú sabes que te quiero”.
CELEBRACIÓN.
Escucha
la canción del canta autor católico, casado y con dos hijos, venezolano,
afincado en Estados Unidos, Javier Bru. Es el Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario