Primera lectura.
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 15,1-2.22-29.
En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar
a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían
salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y
Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran
a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia.
Entonces los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir a
algunos de ellos para mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a
Judas llamado Basabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y
enviaron por medio de ellos esta carta: “Los apóstoles y los presbíteros
hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia provenientes de
la gentilidad. Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin encargo
nuestro, os han alborotado con sus palabras, desconcertando vuestros ánimos,
hemos decidido, por unanimidad, elegir a algunos y enviároslos con nuestros
queridos Bernabé y Pablo, hombres que han entregado su vida al nombre de
nuestro Señor Jesucristo. Os mandamos, pues, a Silas y a Judas, que os
referirán de palabra lo que sigue: hemos decidido, el Espíritu Santo y
nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne
sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones
ilegítimas. Haréis bien en apartaros de todo esto. Saludos.
Textos
paralelos.
Ga 2,
11-14: Cuando Cefas llegó a Antioquía me enfrenté con él abiertamente, pues era
censurable. Antes de venir algunos de parte de Santiago, solía comer con los
paganos, en cuanto llegaron, se retraía y se apartaba por miedo a los judíos.
Los otros judíos cristianos se pusieron a disimular como él, hasta el punto que
incluso Bernabé se dejó arrastrar por la simulación. Cuando vi que no procedían
según la verdad del evangelio, dije a Pedro en presencia de todos: Si tú, que
eres judío, vives al modo pagano y no al judío, ¿cómo obligas a los paganos a
vivir como judíos?
Bajaron
algunos de Judea.
Hch 15, 5:
Pero algunos convertidos de la secta farisaica se levantaron y dijeron que
había que circuncidarlos y ordenarlos a observar la ley de Moisés.
Hch 15, 24:
Nos hemos enterado de que algunos de los nuestros, sin nuestra autorización,
han ido a turbaros y angustiaros con sus discursos.
Si no os
circuncidáis.
Gn 17, 10:
Este es el pacto, que hago con vosotros y con tus descendientes fututos y que
habéis de guardar: circuncidad a todos vuestros varones.
Decidieron
que Pablo y Bernabé.
Ga 2, 1-2:
Pasados catorce años subí de nuevo a Jerusalén con Bernabé y llevando conmigo a
Tito. Subí siguiendo una revelación. En privado expuse a los más autorizados el
evangelio que predicaba a los paganos, no fuera a resultar inválido el curso
que había seguido y que seguía.
Algunos
de entre vosotros.
Ga 2, 12:
Antes de venir algunos de parte de Santiago, solía comer con los paganos; en
cuanto llegaron, se retraía y se apartaba por miedo a los judíos.
Hch 15, 1:
Algunos bajaron de Judea y enseñaban a los hermanos que, si no se circuncidaban
al uso mosaico, no podían salvarse.
Hemos
decidido el Espíritu Santo y nosotros.
Hch 1, 8:
Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y
seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Hch 5, 32:
Judas y Silas, que también eran profetas, animaron y confirmaron a los
hermanos.
Notas exegéticas.
15 1 Ga 2, 12: les designa como
“algunos del grupo de Santiago”.
15 2 (a) Var.: “Después de una agitación
y una pequeña discusión sostenida con ellos por Pablo y Bernabé – porque Pablo
decía insistentemente que debían permanecer como cuando habían abrazado la fe
–, los que habían venido de jerusalén les mandaron a ellos y algunos otros
subir a Jerusalén adonde los apóstoles y presbíteros, para ser allí juzgados
ante ellos acerca de este litigio.
15 2 (b) Ga 2, 12 nombra a Tito, que era
originario de la gentilidad.
15 2 (c) A los apóstoles, de quienes no
se trata ni en 11, 30 ni en 21, 18, se les menciona aquí conjuntamente con el
colegio de los presbíteros; esto concuerda con Ga 2, 2-9, en que a Pedro y Juan
se les cita como autoridades de la iglesia de Jerusalén, junto a Santiago,
hermano del Señor.
15 22 (a) Solamente conocido por est
pasaje.
15 22 (b) Silas, compañero de misión de
Pablo es idéntico al Silvano que mencionan 1 Ts 1, 1.
15 23 (a) Lit. “escribieron por mano de
ellos”. Variante occidental: “escribieron por mano de ellos una carta que
contenía esto”. Podría entenderse también que les fue confiada la redacción
misma de la carta (ver, para Silvano, 1 p 5, 12). Tras el saludo, al carta
contiene una exposición de motivos y las dos decisiones tomadas: envío de
delegados y exigencias impuestas.
15 23 (b) Variantes menos probables: “Los
apóstoles, los presbíteros y los hermanos saludan…”; “Los apóstoles y los
presbíteros saludan…”.
15 23 (c) El origen de estas Iglesias de
Siria (salvo Antioquía) y de Cilicia sigue siendo desconocido. Según Hechos,
las decisiones de Jerusalén fueron comunidades por Pablo a las Iglesias de
Panfilia, de Pisidia y de Licaonia, a las que no va dirigida esta carta; quizá
también a las Iglesias de Siria y de Cilicia. Sin embargo, da la impresión que
Pablo se entera mucho más tarde de la existencia de estas decisiones, a las que
sus cargas no aluden, donde sin embargo se habla de idolótitos). Los orígenes
de esta carta conservada por Hechos quizá no son exactamente lo que el libro
atribuye.
15 28 El Espíritu Santo es
considerado el inspirador de la decisión tomada. Parece que el “nosotros”
designa a los apóstoles y a los presbíteros. Quienes traducen 15, 23 “los
apóstoles, los presbíteros y los hermanos”, opinan que el mencionado pronombre
incluye también a la asamblea. Pero es menos probable.
15 29 (a) Variante occidental:
“abstenerse de comidas de sacrificios paganos de la sangre y de la impureza, y
de no hacer a otros lo que no querrían que se les hiciese”. El segmento “y de
la impureza” está ausente de algunos testigos; otros mencionan “los animales
estrangulados” o “la carne estrangulada”.
15 29 (b) Adicción: occidental: “bajo la
dirección del Espíritu Santo”.
Salmo
responsorial
Salmo 67 (66), 2-3.5.6 y 8 (R.:4).
Oh
Dios, que te alaben los pueblos,
que
todos los pueblos te alaben. R/.
Que
Dios tenga piedad y nos bendiga,
ilumine
su rostro sobre nosotros;
conozca
la tierra tus caminos,
todos
los pueblos tu salvación. R/.
Que
canten de alegría las naciones,
porque
riges el mundo con justicia
y
gobiernas las naciones de la tierra. R/.
Oh
Dios, que te alaben los pueblos,
que
todos los pueblos te alaben.
Que
Dios nos bendiga; que le teman
todos
los confines de la tierra. R/.
Textos
paralelos.
Que Dios tenga piedad y nos
bendiga.
Nm 6, 24-25: El Señor te bendiga y te guarde, el Señor te muestre
su rostro radiante y tenga piedad de ti.
Sal 31, 17: Muestra a ti siervo tu rostro radiante, sálvame por tu
lealtad.
Sal 4, 7: Muchos dicen: ¿quién nos hará gozar de la dicha si la
luz de tu rostro, Señor, se ha alejado de nosotros?
Jr 33, 9: Jerusalén será título de gozo, alabanza y honor, para mí
y para todas las naciones de la tierra que oigan contar todo el bien que les he
hecho.
Con equidad juzgas los pueblos.
Sal 98, 9: Delante del Señor que ya llega, a regir la tierra.
Sal 82, 8: ¡Levántate, Dios, y juzga la tierra, porque tú eres el
dueño de todos los pueblos!
¡Dios nos bendiga y lo teman!
Ez 34, 27: El árbol silvestre dará su fruto y la tierra dará su
cosecha, y ellos estarán seguros en su territorio. Sabrán que yo soy el Señor
cuando haga saltar las coyundas de su yugo y los libre del poder de los
tiranos.
Os 2, 23-24: Me casaré contigo a precio de fidelidad, y conocerás
al Señor. Aquel día escucharé – oráculo del Señor –, escucharé al trigo y al
vino y al aceite y éstos escucharán a Yezrael.
Notas
exegéticas.
67 Recitado probablemente durante la
fiesta con que se daba por terminada la cosecha.
67 4 Este estribillo refleja el
universalismo enseñado por la segunda parte de Isaías (caps. 40-55): las
naciones paganas son llamadas a servir al mismo Dios único, a través del
ejemplo del pueblo elegido y la enseñanza de su historia.
67 5 “juzgas al mundo con justicia”
Sinaítico; omitido por hebraico.
Segunda
lectura.
Lectura del libro del Apocalipsis 21, 10-14.22-27.
El Ángel me llevó en espíritu a un monte grande y elevado, y me
mostró la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios,
y tenía la gloria de Dios; su resplandor era semejante a una piedra muy
preciosa, como piedra dee jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y elevada,
tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados que son
las doce tribus de Israel. Al oriente tres puertas, al norte tres puertas, al
sur tres puertas, al poniente otras tres puertas, y la muralla de la ciudad
tenía doce cimientos y sobre ellos los nombres de los doce apóstoles del
Cordero. Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su
santuario, y también el Cordero. Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna
que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el
Cordero.
Textos
paralelos.
Me mostró la ciudad santa
de Jerusalén.
Ap 21, 2: Vi la ciudad santa,
la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se
adorna para su novio.
Compartía la gloria de
Dios.
Is 60, 1-2: ¡Levántate, brilla,
que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas
cubren la tierra, la oscuridad los pueblos; pero sobre ti amanecerá el Señor,
su gloria aparecerá sobre ti.
Doce ángeles y otros
tantos nombres grabados.
Ez 48, 31: Por el lado
septentrional, que mide dos mil doscientos cincuenta metros, tres puertas: la
puerta de Rubén, la puerta de Judá y la puerta de Leví.
Las doce tribus de los
hijos de Israel.
Ap 2, 20: Pero tengo contra ti
que toleras a Jezabel, que se declara profetiza y engaña a mis siervos
enseñándolos a fornicar y comer víctimas idolátricas.
El Señor Todopoderoso, y
el Cordero. La ciudad no necesita sol.
Jn 2, 19: Este es el testimonio
de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a
preguntarle. Él confesó sin reticencias, confesó que no era el Mesías.
Is 60, 5: Entonces lo verás,
radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen
sobre ti el tráfico del mar y te traigan las riquezas de los pueblos.
La ilumina la gloria de
Dios.
2 Co 3, 18: Y nosotros todos,
reflejando con el rostro descubierto la gloria del Señor, nos vamos
transformando en su imagen, con esplendor creciente, como bajo la acción del
Espíritu Santo.
Nada profano entrará en
ella.
Is 35, 8: Lo cruzará una
calzada que llamarán Vía Sacra, no pasará por ella el impuro, los inexpertos no
se extraviarán.
Is 52, 1: ¡Despierta,
despierta, vístete de tu fuerza, Sión; vístete el traje de gala, Jerusalén,
santa ciudad!, porque no volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros.
Za 13, 1-2: Aquel día se
alumbrará un manantial contra los pecados e impurezas para la dinastía de David
y los vecinos de Jerusalén. Aquel día – oráculo del señor de los ejércitos –
extirparé del país los nombres de los ídolos y no serán invocados más; también
apartaré del país sus profetas y el espíritu que los contamina.
2 Pe 3, 13: De acuerdo con su
promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habitará la
justicia.
Notas
exegéticas.
21 10 La salvación mesiánica y eterna
es un don de Dios.
21 11 Resplandor luminoso que revela
la presencia trascendente, como en la dedicación del Tabernáculo y del Templo.
– La descripción que viene a continuación (medidas estereotipadas, materiales
preciosos, etc.) pretende evocar sobre todo la perfección de la nueva
Jerusalén. La imaginería es propia de las teofanías y de la visión de la
Jerusalén restaurada según Ez 40-48. Comportan también algunas aplicaciones a
la realidad de la comunidad cristiana.
21 14 La perfección en la totalidad
del pueblo nuevo sucede a la del antiguo. A las doce tribus de Israel
corresponden los doce apóstoles. Todos
los números múltiplos de 12 expresan en esta descripción la misma idea de perfección.
21 22 El Santuario en el que Dios
residía en el corazón de la Jerusalén terrestre ha desaparecido. El cuerpo de
Cristo inmolado y resucitado es ahora el lugar del culto espiritual nuevo.
21 25 Es el Resucitado el que difunde
desde allí su luz sin nombre y su santidad, sobre todas las naciones reunidas.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según san Juan 14, 23-29.
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
-El que me ama
guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en
él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no
es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a
vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi
nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Que no se
turbe vuestro corazón ni se acobarda. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a
vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el
Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes que suceda, para que cuando
suceda creáis.
Textos
paralelos.
Guardará mi palabra.
Jn 3, 11: Te lo
aseguro: hablamos de lo que sabemos, atestiguamos lo que hemos visto, y no
aceptáis nuestro testimonio.
Y haremos morada en
él.
Ap 3, 20: Mira que
estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré
en su casa y cenaré con él y él conmigo.
Sino del Padre que
me ha enviado.
Jn 1, 1: Al
principio ya existía la Palabra y la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era
Dios.
Pero el Paráclito,
el Espíritu Santo.
Jn 14, 16: Y yo
pediré al Padre que os envíe otro Valedor que esté con vosotros siempre.
Os dejo la paz, mi
paz os doy.
2 Ts 3, 16: Que el
Señor de la paz os dé siempre y en todo la paz. El Señor esté con todos
vosotros.
Rm 5, 1: Pues bien,
ahora que hemos recibido la justicia por la fe, estamos en paz con Dios, por
medio de Jesucristo Señor nuestro.
Ef 2, 14-18: Él es
nuestra paz, el que de dos hizo uno, derribando con su cuerpo el muro
divisorio, la hostilidad; anulando la ley con sus preceptos y cláusulas,
creando así en su persona de dos una sola y nueva humanidad, haciendo las
paces. Por medio de la cruz, dando muerte en su persona a la hostilidad,
reconcilió a los dos con Dios, haciéndolos un solo cuerpo. Vino y anunció la
paz con vosotros, los lejanos, la paz a los cercanos. Ambos, con el mismo
espíritu y por medio de él, tenemos acceso al Padre.
Jn 14, 1-3: No
estéis turbados. Creed en Dios y creed en mí. En la casa de mi Padre hay muchas
estancias; si no, os lo habría dicho, pues voy a prepararos un puesto. Cuando
vaya y os lo tenga preparado, volveré a llevaros conmigo, para que estéis donde
yo estoy.
Y esto os lo digo
ahora.
Jn 13, 19: Os lo
digo ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo soy.
Jn 16, 4: Esto os lo
digo para que, cuando llegue su momento, os acordéis de que os había dicho. No
os lo dije al principio porque estaba con vosotros.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
14 23 (a) Lo que no hace el mundo.
14 23 (b) Respondiendo
indirectamente a la pregunta, Jesús afirma que él y el Padre fijarán su morada
en quienes expresen efectivamente su amor observando su palabra: así se
realizará la aspiración de los creyentes del AT.
14 24 Variante: “la palabra que
escucháis”.
14 26 Aquí y en 14, 16, el Paráclito
es enviado por el Padre a petición de Cristo: en 15, 26-27 será enviado por
Cristo mismo.
14 27 A pesar de las asechanzas del
mundo y de su jefe, que no hay que temer. En Jn la paz va siempre unida a la
persona de Cristo y a su presencia. Sobre el sentido bíblico del término paz (eirene),
véase Lc 1, 79.
14 29 Porque Cristo hace siempre la
voluntad del Padre que le ha enviado y guarda sus mandamientos. El enviado no
es más que el que envía.
14 29 La cercanía de las palabras de
Jesús y de los acontecimientos conducirá a los discípulos a una nueva
comprensión de la realidad.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
23 MI DOCTRINA. Al
rechazar la doctrina – las palabras de Jesús, el mundo se excluye a sí mismo de
esa manifestación que Jesús anunciaba. PARA HABITAR EN ÉL: lit. y habitación
en él haremos.
26 En griego, Espíritu
Santo es neutro, pero a continuación él, es, en griego, el masculino ekeînos,
de algún modo el escritor piensa en el Espíritu Santo como persona. // OS LO
ENSEÑARÁ TODO equivale a "… todo lo demás” (cf. el semitismo de todas las
demás parábolas). "Enseñar" es, también, interpretar la Escritura.
27 LA PAZ, la alegría,
como la gratitud, etc. son sentimientos espirituales que también abundan en el
AT, pero que irrumpen singularmente con la llegada de Cristo a la tierra y
constituyen el legado de Jesús a su Iglesia. La paz de Jesús, la suya (MI PAZ),
es atributo divino: Jesús mismo “nuestra paz”. “Las primeras buenas nuevas que
tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche
que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: ‘Gloria sea en las alturas,
y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad’; y la salutación que el
mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favorecidos fue
decirle que cuando entrasen en alguna casa dijesen: ‘Paz sea en esta casa’, y
otras veces les dijo: ‘Mi paz os doy, mi paz os dejo; paz sea con vosotros’,
bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano, joya que ni ella en la
tierra ni en cielo puede haber bien alguno” (D. Quijote). // NO COMO (LA) DA EL
MUNDO: o quizás: “no la clase, el tipo de paz que da el mundo”.
28 PERO VOLVERÉ: lit. y
vuelvo. // VOY AL PADRE: o retorno al Padre. // ES MÁS GRANDE QUE
YO: el Símbolo llamado Atanasiano lo explicó concisamente: Jesucristo es “igual
al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad” (DS 76).
Aun en la Trinidad, el Hijo existe del Padre: recibir y obedecer es propio del
Hijo. En este pasaje de Jn la superioridad del Padre está considerada
probablemente, como la propia del que envía, respecto a su enviado (en 13, 6
Jesús dice: “un apóstol – un enviado – no es más que el que lo envía”).
29 CREÁIS: casi: hagáis
un acto de fe.
Notas
exegéticas de la Biblia Didajé.
14,
23 El
que ama a Cristo y guarda los mandamientos poseerá a la Trinidad que mora en el
alma a través de la gracia. Por esta razón se llama a nuestros cuerpos templos
del Espíritu Santo. Cat. 260, 2615.
14,
26 El
Espíritu Santo descenderá sobre los apóstoles en Pentecostés, cincuenta días
después de que Cristo resucitará de entre los muertos. Iluminará a los
apóstoles, enseñándoles todo lo que no habían sabido entender durante el
ministerio de Cristo, confiriéndoles poderes como intérpretes y predicadores de
la Palabra de Dios, y dándoles fortaleza y coraje ante la persecución y la
adversidad. La autoridad docente de la Iglesia se apoya en el Espíritu Santo,
por lo que el evangelio que Cristo predicó se transmite de acuerdo con la mente
de Cristo, sin posibilidad de error en ninguna generación. El Espíritu Santo, a
través de la Iglesia y junto a ella, hace presente a Cristo y a su sacrificio
de redención en la liturgia, particularmente en el sacramento de la Sagrada
Eucaristía. Cat. 86-87, 243-244, 263, 729, 1099-1101, 2623.
14,
28 Como
afirma el antiguo credo atanasiano, Cristo “es igual al Padre en su divinidad,
menor que su Padre en su humanidad”. Cat. 266.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
260 El fin último de
toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de
la Bienaventurada Trinidad. Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por
la Santísima Trinidad: “Si alguno me ama – dice el Señor – guardará mi Palabra
y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14, 23).
2615
Más
todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de
Jesús, es “otro Paráclito, (…) para que esté con vosotros para siempre, el
Espíritu de la verdad” (Jn 14, 16-17).
86 “El Magisterio no
está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar
puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del
Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica
fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como
revelado por Dios para ser creído” (C. Vaticano II, Dei Verbum, 10).
243 Antes de su Pascua,
Jesús anuncia el envío de “otro Paráclito” (Defensor), el Espíritu Santo. Este,
que actuó ya en la Creación y por los profetas, estará junto a los discípulos y
en ellos, para enseñarles y conducirlos hasta la verdad completa. El Espíritu
Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.
243 La misión del
Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo y por el Hijo “de junto
al Padre” (Jn 15, 26) revela que él es con ellos el mismo Dios único. “Con el
Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria” (Símbolo
Niceno-Constantinopolitano).
729 Solamente cuando ha
llegado la hora en que va a ser glorificado, Jesús promete la venida del
Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimento de la
Promesa hecha a los Padres. El Espíritu de la Verdad, el otro Paráclito, será
dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre
en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al padre porque él ha salido del
Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros
para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará
todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de Él; nos conducirá a la
verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo, lo acusará en
materia de pecado, de justicia y de juicio.
1099
El
Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra de
salvación en la liturgia. Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en
los otros sacramentos, la liturgia es Memorial del Misterio de la Salvación. El
Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf. Jn 14, 26).
2623
El
Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf. Jn
14, 26), será también quien la instruya en la vida de oración.
Concilio
Vaticano II.
Después de la ascensión del Señor, los apóstoles transmitieron a
sus oyentes lo que él había dicho y hecho con aquella inteligencia más plena de
la que ellos, instruidos por los acontecimientos gloriosos de Cristo y
amaestrados por la luz del Espíritu de la Verdad (cf. Jn 14, 26), gozaban.
Dei Verbum, 19.
Naturaleza de la paz.
La paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce solo al
establecimiento de un equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una
dominación impuesta, sino que se llama con exactitud y propiedad la “obra de la
justicia” (Is 32, 7). Es el fruto del orden asignado a la sociedad humana por
su divino Fundador y que los hombres siempre sedientos de una justicia más perfecta
han de llevar a cabo. El bien común del género humano se rige primariamente por
la ley eterna, pero en cuanto a sus exigencias concretas está sometido, en el
transcurso del tiempo, a continuos cambios. Por ello, la paz nunca se obtiene
de modo definitivo, sino que debe edificarse continuamente. Como además la
voluntad humana es frágil y está herida por el pecado, la búsqueda de la paz
exige de cada uno un constante dominio de las pasiones y una constante
vigilancia por parte de la autoridad legítima.
Sin embargo, esto no es suficiente. Esta paz solo puede obtenerse
en la tierra si se asegura el bien de las personas y los hombres comparten
entre sí espontáneamente, con confianza, sus riquezas espirituales e
intelectuales. La voluntad firme de respetar a los demás hombres y pueblos, y
su dignidad y el esforzado ejercicio de fraternidad, son absolutamente necesarios
para construir la paz. Así, la paz es también fruto del amor, que va más allá
de lo que la justicia puede aportar.
La paz terrena, que nace del amor al prójimo, es figura y efecto
de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre. Pues el mismo Hijo encarnado,
Príncipe de la paz, por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios y,
restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo, mató en
su propia carne el odio y, exaltado por la resurrección, derramó el Espíritu de
caridad en los corazones de todos los hombres.
Por consiguiente, todos los cristianos son llamados
insistentemente para que, “haciendo la verdad en el amor” (Ef 4, 15), se unan
con todos los hombres verdaderamente pacíficos para implorar e instaurar la
paz.
Movidos por el mismo espíritu, no podemos dejar de alabar a
aquellos que, renunciando a la acción violenta para reivindicar sus derechos,
recurren a los medios de defensa que están incluso al alcance de los más
débiles, siempre que esto pueda hacerse sin lesión de los derechos y
obligaciones de los demás y de la comunidad.
En la medida en que los hombres son pecadores, les amenaza, y les
amenazará hasta la venida d Cristo, el peligro de la guerra; en la medida en
que, unidos por la caridad, superan el pecado, se superan también las
violencias hasta que se cumpla la palabra: “De sus espadas forjarán arados y de
sus lanzas podaderas. Ninguna nación levantará ya más la espada contra otra y
no se adiestrarán más para el combate” (Is 2, 4).
Gaudiu et Spes, 79.
Comentarios de los Santos Padres.
Dios realmente consume y elimina: consume los malos
pensamientos, las torpes acciones y las ansias de pecado cuando se introducen
en las mentes de los creyentes.
Orígenes. Los primeros principios, 1,1, 2.
4b, pg. 201.
Considerad, queridos hermanos, cuan grande dignidad
sea esta, el tener a Dios, que ha venido a hospedarse en el corazón. En verdad, si algún amigo rico y poderoso
viniera a nuestra casa, a toda prisa limpiaríamos todo para que no hubiera tal
vez en ella algo que molestara a la vista del amigo que viene. Pues quien
prepara a Dios la casa de su alma, haga desaparecer de ella las inmundicias de
sus malas obras.
Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 2,
30, 2. 4b, pg. 202.
Dios no se sienta sobre un elemento, sino en el
corazón del hombre. Por eso también dice el Señor: “Vendremos a él y haremos
nuestra morada en él”. Así pues, el principio de la creación del mundo comenzó
con el cielo y terminó con el hombre.
Ambrosio, Cartas 6, 29, 8. 4b, pg. 202.
Dios no menosprecia este templo, no lo rehúye, no lo
desprecia, sino que lo estima digno y no lo desdeña. Escucha al que promete,
escucha a quien promete dignidad y no amenaza con indignidad: “Vendremos –dice
– a Él mi Padre y yo”. Aquel que le ama, como he dicho anteriormente, obedece
sus mandamientos, cumple su ley, ama a Dios y al prójimo. “Vendremos a él –
dice – y habitaremos en él.
Agustín, Sermones, 23, 6. 4b, pg. 202.
Continuamente hace referencia al Paráclito por la
aflicción en la que en ese momento los ve sumidos. Puesto que al oír todas
estas cosas, el pensamiento de desgracias, guerras y la marcha de Jesús les
turbaba, observa como los consuela de nuevo diciendo: “La paz os dejo”.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev de Juan, 75, 3. 4b, pg. 205.
En cuanto a las palabras: “Os recordará”, debemos entender que estos
avisos saludables, cosa que nunca debemos olvidar, pertenecen al orden de la
gracia, que nos recuerda el Espíritu Santo.
Agustín, Tratados sobre el Ev. de Juan, 77, 2. 4b, pg. 208.
Es necesario que los hijos de Dios sean pacíficos, mansos de corazón,
sencillos en el hablar, concordes en el sentir, unidos fielmente entre sí por
los lazos de la unanimidad.
Cipriano, Sobre la unidad de la Iglesia, 24. 4b, pg. 210.
San Agustín
Para comprender el misterio de Dios, es decir, cómo Cristo es Dios y
hombre al mismo tiempo, hay que purificar el corazón. Y se le purifica con las
costumbres, con la vida, con la castidad, con la santidad, con el amor y con la
fe que obra mediante la caridad. Lo que estoy diciendo, lo entenderéis si
pensáis en un árbol que tuviera sus raíces en el corazón; de ningún otro lugar
proceden las acciones sino de la raíz del corazón. Si has plantado en él la
codicia, brotarán espinas; si, en cambio, has plantado amor, brotarán frutos.
Sermón 91.
I, pgs. 591.
San Juan de Ávila
Primo die, cinco estaciones. A la Virgen, visitar e consolar del inmenso dolor que
había sentido. No lo tenemos del evangelio, per sí de los santos. Ambrosio, Liber de virginitate. La razón que convence si es
verdad que Cristo dijo: Qui diligit me, diligetur a Patre. Ad eum veniemus. Cur non? (El que me ama será amado por
mi Padre. Vendremos a él. ¿Por qué no?, cf. Jn 14, 21.23).
Sermón del lunes de Pascua. III, pg. 224.
Y no miraban que predicó el Hijo de Dios por su boca lo contrario de
esto, diciendo: Si alguno me ama guardará mi palabra (Jn 14, 23). Y el que tiene mis
mandamientos y los guarda, aquel es el que ama (Jn 14, 21), dando claramente a entender,
que quien no guarda sus palabras, no tiene su amor ni amistad, porque, como
dice San Agustín, “no puede uno amar al rey, cuyo mandamiento aborrece”.
Audi filia (I). I, pg. 480.
De arte que si infiere que donde está la caridad perfecta de Dios, ese
guarda su palabra, ése verdaderamente cumple sus mandamientos. Jesucristo dijo:
Si quis attigit
me, sermonem servait (Jn 14, 23). No puede nadie guardar los mandamientos sin amor de Dios.
Lecciones sobre 1 San Juan (I). II,
pg. 162.
Si alguno me ama, dice Jesucristo, guardará mis palabras, y mi Padre le
amará, y vendremos a él y moraremos con él (cf. Jn 14, 23). De manera que con
el ánima que a Jesucristo ama y guarda sus mandamientos mora el Padre y el Hijo
y el Espíritu Santo.
Sermón domingo III Adviento. III, pg. 38.
Ad eum veniemus, et mansionem apud eum faciemus. A él vendremos, y
en él haremos nuestra morada: moraremos en él. Son palabras dichas por la boca de Jesucristo,
díjolas a los sagrados apóstoles, y no solamente a ellos, pero a todos cuantos
son y serán. Dice nuestro Redemptor: Si alguno me quiere bien, guarde mis mandamientos. ¡Si alguno me
quiere bien! (Jn
14, 23). ¡Desdichado de aquel que bien no os quiere, Señor. Si alguno me ama, guardará
mis palabras. Si
tenéis un amigo que tiene en mucho vuestra amistad, decísle: “Señor, ¿amáisme?
Ruégoos que guardéis esta palabra; que hagáis por mí”. Si el otro piensa que no
hacerlo no va menos de perder vuestra mistad, hácelo por no perderlo. Así
nuestro Redemptor encargó a sus sagrados apóstoles muchas cosas, y que las
guardasen, so pena de perder su amistad; y tanto es esto verdad, que quien no
guarda lo que Cristo manda, va perdido sin ningún remedio.
Sermón domingo de Pentecostés. III, pg. 350-351.
Si quis diligit me,… (Jn 14, 23). Que estudie y rumie sus
palabras y las cumpla y guarde; esto os da por señal y prenda de su amor. Y,
hermanos, decid, ¿cómo os va cuando oís
la palabra de Cristo? ¿Holgáisos cuando os habla de Él? ¿Alégraseos el corazón
cuando le oís nombrar, cuando le predican, alaban y bendicen y glorifican en
los púlpitos? Más os alegráis con invenciones, con novedades; esto oís de buena
gana.
El que guardare mi palabra, este me ama. - ¿Cómo es eso? ¿Cómo tengo que
guardar sus palabras? ¿Cómo le tengo que amar? – Habéislo de amar, y en esto
mostraréis que verdaderamente le amáis, si por le amar olvidáredes y dejáredes
todo cuanto os estorvare para lo amar y verdaderamente servir.
Sermón domingo de Pentecostés. III, pg. 365.
-¡Cosa recia! ¿Qué no tengo que desear la mujer ajena? ¿Y que no
solamente no tome la hacienda ajena, pero que tengo de dar la mía? ¿Y no
solamente no tengo que hacer mal a nadie, pero hacer todo cuanto bien pudiere?
Cosa recia y trabajosa es esta: Señor, echá alguna azúcar; que trabajo y sudo
para hacer esto, y apenas con todas mis fuerzas salgo con algo; poned algún
consuelo, poned algún premio. – Pláceme, Mi Padre lo amará; mi Padre le querrá bien – dice Jesucristo
– , y el galardón que por cumplir mis palabras y guardar mis mandamientos le
dará (en esto se les pagarán sus trabajos), que el Eterno Padre pondrá sus ojos
sobre él, y a
él vendremos y morada cerca de él haremos (Jn 14, 23). No será la venida de pasada,
pues ha de pararse a hacer morada y mansión.
Sermón domingo de Pentecostés. III, pg. 366.
Incliné mi corazón a guardar tus mandamientos por la retribución (Sal 118, 112). Esta manera de
amor es la que pide Dios en el grande mandamiento de amor, cuando dice que le
amemos con todas nuestras fuerzas; porque cuando todo nuestro contento está
asentado en su divina gloria, entonces salen todas nuestras fuerzas a emplearse
en el servicio del que ama, según aquello de Cristo: El [que] me ama, guardará
mis palabras (Jn
14, 23). Y entonces nuestras fuerzas no se emplean todas en Él cuando no
buscamos su gloria y honra.
Carta a una religiosa. IV, pg. 706.
Los que viven de esta manera han encontrado con la caridad, que es lo
sumo de cristiano, porque todo cuanto hacen nace de amor; y ansí no sola la
voluntad está enamorada de Dios pero todas las potencias exteriores e
interiores obran por amor. Estos dice Dios que ama porque le aman (cf. Pr 8, 7), y de estos dice Cristo que quien le ama guardará sus palabras y que el Padre le
amará y a él vernán y ternán en él su morada (cf. Jn 14, 23). Todo cuanto está escripto
va enderezado a este camino, porque, plantado esto en el ánima, están [en] ella
todas las virtudes y los dones del Espíritu Sancto y la rigen para bien obrar.
De este amor sale la caridad con el prójimo de la manera que se ha de tener,
porque quien goza y contenta de la gloria que Dios tiene en sí y en sus
criaturas, de allí se le sigue gozarse cuando los prójimos les va bien y sirven
a Dios, porque con ellos se glorifica su amado, y, por el contrario, reciben
pena cuando les ven afligidos y en pecado, porque su Amado les manda que la
tengan.
Carta a una religiosa. IV, pg. 711.
Y de esta manera se concuerda lo que el Concilio Tridentino dice que la
justicia es nuestra, porque por ella, sujectada en nosotros, somos
justificados; y lo que el señor aquí dice, y en otra parte: La palabra que oístes no
es mía (Jn 14,
24). Porque, aunque esté en nosotros, no la tenemos nosotros, sino dada de la
mano de Dios; y por eso se dice ser justicia de Dios.
Audi, filia (II), I, pg. 737.
Cuando el Paráclito vinere, cuando el Espíritu Santo vinere, el Espíritu de verdad,
que procede de mi Padre, ése dará testimonio de mí, ése os enseñará de mí (cf. Jn 14, 26). Que quiere
decir que os consolará, alumbrará, recreará y encaminará. El Espíritu Santo es
Consolador, hermanos. ¡Cómo sabrá consolar, pues por su grandeza se llama así: Consolador! ¿Qué es lo que buscamos en
esta vida? ¿Tras qué andamos? Toda la ida trabajamos no por otra cosa sino para
buscar tantico consuelo, tantico contento. Pues, ¿por qué no trabajamos por
tener nosotros un Consolador que nos consuele y que enriquezca nuestra pobreza?
¡Oh si os pudiese yo pegar la devoción con el Espíritu Santo! Pégueosla Él por
su infinita misericordia. Cuando estuvieres triste ten por cierto que el
Espíritu Santo consolará de esa tristeza, si lo tienes en tu ánima.
Sermón del domingo infraoctava de la Ascensión. III, pg. 332.
Díjoles Jesucristo el jueves de cena: Desconsolados estáis porque os he dicho que me
quiero ir (cf.
Jn 14, 27-28). Estaban estos bienaventurados tan contentos con Jesucristo, que
les parecía que no era posible que viniese cosa a sus corazones, faltando Él,
que los pudiese consolar, y que no había en el mundo persona que hinchese lo
que con ausentárseles Cristo les quedaba vacío. Estaban abobados, embebidos en
aquel santísimo cuerpo y presencia suya; no creían que podían ser consolados,
ido Él de entre ellos. ¿Quién consolará a estos desconsolados? ¿Quién remediará
tan gran pérdida? ¿Quién curará esta llaga que el ausencia de Cristo causó en
los corazones de los apóstoles? Gran llaga de amor fue esta, necesidad tiene de
gran remedio y cura.
Si yo me fuere, otro Consolador vendrá que os consuele.
(¿Qué´consolador puede venir, que no echen menos a Jesucristo? Díceles que se
quiere ir, y para templar su pena y tristeza promételes que les enviará otro
Consolador). Y será tal, que no estéis penados por mi ida; otro Consolador tan
bueno como yo, otro que os consolará y regalará más que yo.
Sermón domingo de Pentecostés. III, pg. 367.
Dice: “Si
me amásedes, gozaros hiades porque ve voy al Padre” (Jn 14, 28), que el verdadero
amor más mira el bien del amado que el contentamiento propio.
Sermón Jueves de la Ascensión, III, pg. 228.
-Si sois igual, Señor, al Padre, ¿cómo subís a Dios? – Por la parte que
abajó, por esa puede subir. Según su humanidad, menor es que el Padre; ansí lo
dijo Él: Pater
maior me est (Jn
14, 28); y por esta parte pudo subir.
Sermón jueves de la Ascensión. III, pg. 229.
Dos consuelos le das: Si diligenetis me, gauderetis utiquoe (Jn 14, 28). No pospongáis mi
bien a vuestro contentamiento. Si me amásedes, gozaros híades, que voy a
reinar. Y porque este consuelo es de perfecto, que vivan en trabajos y tomen
por consuelo que la voluntad de Dios se cumpla en ellos, dales otro consuelo
que toca al provecho de ellos: Tristes estáis porque me voy; pues os digo que os cumple que yo me vaya.
Sermón domingo infraoctava de la Ascensión. IV, pg. 337.
En esta devoción y afección de Dios erraban los discípulos de Cristo, y
ansí les dijo Él mismo que no le amaban, porque buscaban en Él lo que les daba
deleite y no lo que más les cumplía, como esto sea lo que más se deba buscar, y
ansí les dijo, estando ya el pie en el estribo para se partir al cielo y
quitárseles delante, lo cual ellos muchos sentían: Si me amásedes, aunque me ausento de vosotros y os quito
el contentamiento que os daba mi humanidad, gozaros híades (Jn 14, 28), mas como no me amáis, no gozáis.
Carta a un mancebo. IV, pg. 609.
A las lágrimas y muestras de amor de los apóstoles dice Cristo que no
es amor; y al llevar su cruz y la pena que les causaba su ausencia con
paciencia, pone título y renombre de amor; y así dijo: Si me amásedes,
contentaros híades con mi ausencia (cf. Jn 14, 28). Amar es padecer, amar es
sufrir; amor de Jesucristo es hacer bien a quien mal nos hace. Mas sentiste de Dios cuando disimulaste la
ira, y llevaste la injuria, y sufriste la pena, y te contentaste con la
tribulación, que cuando lloraste y tuviste devoción y te arrobaste.
Carta a un mancebo. IV, pg. 613.
San Oscar Romero.
La Iglesia se presenta hoy, no apoyada en cosas de la tierra,
sino apoyada en la comunidad de amor, en su esperanza, en su fe, en su Dios, en
su cielo, y así se va construyendo. Y yo me alegro, hermanos, de ser obispo en
esta hora, en que la Iglesia se va definiendo tan auténticamente, en que la
Iglesia se va definiendo sin odios, sin rencores, perdonando a los mismos que
la calumnian y la matan, pero siendo la Iglesia del amor, la que se apoya en su
Dios y que por eso está tan superior a todos los oleajes miserables que los
hombres le pueden levantar.
Vivamos esta fe, hermanos, esta es la Iglesia que yo
quisiera, una Iglesia de amor, de esperanza, que se apoya plenamente en nuestro
Dios.
Homilía. 15 de
mayo de 1977.
León XIV. Regina Coeli. 18 de mayo
de 2025.
Al final
de esta celebración, los saludo y les doy las gracias a todos ustedes, romanos
y fieles de tantas partes del mundo, que han querido participar.
Expreso
mi gratitud en particular a las Delegaciones oficiales de numerosos países, así
como a los representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales y de otras
religiones.
Dirijo
un cordial saludo a los miles de peregrinos que han acudido de todos los
continentes con ocasión del Jubileo de las Cofradías. Queridos hermanos, les
agradezco que mantengan vivo el gran patrimonio de la piedad popular.
Durante
la Misa sentí fuertemente la presencia espiritual del Papa Francisco, que desde
el cielo nos acompaña. En esta dimensión de comunión de los santos recuerdo que
ayer en Chambéry, Francia, fue beatificado el sacerdote Camille Costa de
Beauregard, que vivió entre finales del siglo XIX y principios del XX, testigo
de una gran caridad pastoral.
En la
alegría de la fe y de la comunión no podemos olvidarnos de los hermanos y
hermanas que sufren a causa de las guerras. En Gaza, los niños, las familias y
los ancianos supervivientes están pasando hambre. En Myanmar, nuevas
hostilidades han destruido vidas inocentes. La atormentada Ucrania espera por
fin negociaciones para una paz justa y duradera.
Por eso,
mientras encomendamos a María el servicio del Obispo de Roma, Pastor de la
Iglesia universal, desde la “barca de Pedro” contemplémosla a ella, Estrella
del mar, Madre del Buen Consejo, como signo de esperanza. Imploremos por su
intercesión el don de la paz, el auxilio y el consuelo para los que sufren y,
para todos nosotros, la gracia de ser testigos del Señor Resucitado.
León XIV. Homilía durante la
celebración eucarística con motivo del inicio del ministerio petrino del obispo
de Roma. 18 de mayo de 2025.
Queridos hermanos
cardenales,
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
distinguidas autoridades y miembros del Cuerpo diplomático,
Un saludo a los peregrinos que han venido con ocasión del Jubileo de las
Cofradías.
Hermanos
y hermanas,
los
saludo a todos con el corazón lleno de gratitud, al inicio del ministerio que
me ha sido confiado. Escribía san Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor,]
y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones,
1,1.1).
En estos
últimos días, hemos vivido un tiempo particularmente intenso. La muerte del
Papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas
difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe
«como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Precisamente en el
día de Pascua recibimos su última bendición y, a la luz de la resurrección,
afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su
pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño» (Jr 31,10).
Con este
espíritu de fe, el Colegio de los cardenales se reunió para el cónclave;
llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las
manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de
Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al
mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las
inquietudes y los desafíos de hoy. Acompañados por sus oraciones, hemos
experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos
instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una
única melodía.
Fui
elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación [temblor], vengo
a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su
alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos
quiere a todos unidos en una única familia.
Amor
y unidad: estas son las
dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro.
Nos lo
narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo
donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: “pescar” a la
humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la
orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser
como Él “pescadores de hombres”; y ahora, después de la resurrección, les
corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de
lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar
en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios.
¿Cómo
puede Pedro llevar a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posible
sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional
de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación. Por eso, cuando es Jesús
quien se dirige a Pedro, el Evangelio usa el verbo griego agapao —que
se refiere al amor que Dios tiene por nosotros, a su entrega sin
reservas ni cálculos—, diferente al verbo usado para la respuesta de Pedro,
que en cambio describe el amor de amistad, que intercambiamos entre
nosotros.
Cuando
Jesús le pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16),
indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido
y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis
corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos “aún más”,
es decir, hasta ofrecer la vida por ellos.
A
Pedro, pues, se le confía la
tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El
ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la
Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad
de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento,
con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata
siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.
Él
—afirma el mismo apóstol Pedro— «es la piedra que ustedes, los constructores,
han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular» (Hch 4,11). Y si
la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la
tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás,
haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 1 P 5,3);
por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando
junto con ellos. Todos, en efecto, hemos sido constituidos «piedras
vivas» (1 P 2,5), llamados con nuestro Bautismo a construir el
edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la
convivencia de las diferencias. Como afirma san Agustín: «Todos los que viven
en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la
Iglesia» (Sermón 359,9).
Hermanos
y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una
Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un
mundo reconciliado.
En
nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por
el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un
paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más
pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura
de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al
mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su
Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su
única familia: en el único Cristo nosotros somos uno. Y esta es
la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con
las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos
religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con
todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo
nuevo donde reine la paz.
Este es
el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño
grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de
Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias,
sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y
religiosa de cada pueblo.
Hermanos,
hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace
hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León
XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo,
«¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella
entrara en vigor en la sociedad civil?» (Carta enc. Rerum
novarum, 20).
Con la
luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el
amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos
al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que
se convierte en fermento de concordia para la humanidad.
Juntos,
como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los
unos a los otros.
León XIV. Audiencia a los
participantes del jubileo de las Iglesias Orientales. 14 de mayo de 2025.
En el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ¡la paz esté con ustedes!
Beatitudes, Eminencias,
Excelencias,
queridos sacerdotes, consagradas y consagrados,
hermanos y hermanas,
Cristo
ha resucitado. ¡Ha resucitado verdaderamente! Los saludo con las palabras que, en muchas regiones, el Oriente
cristiano no se cansa de repetir en este tiempo pascual, profesando el núcleo
central de la fe y de la esperanza. Y es hermoso verlos aquí precisamente con
motivo del Jubileo de la esperanza, de la que la resurrección de Jesús es el
fundamento indestructible. ¡Bienvenidos a Roma! Me alegra encontrarme con
ustedes y dedicar a los fieles orientales uno de los primeros encuentros de mi
pontificado.
Ustedes
son valiosos. Al mirarlos, pienso en la variedad de sus procedencias, en la
historia gloriosa y en los duros sufrimientos que muchas de sus comunidades han
padecido o padecen. Y quisiera reiterar lo que dijo el papa Francisco sobre las
Iglesias orientales: «Son Iglesias que deben ser amadas: custodian tradiciones
espirituales y sapienciales únicas, y tienen tanto que decirnos sobre la
vida cristiana, la sinodalidad y la liturgia; piensen en los Padres antiguos,
en los Concilios, en el monacato: tesoros inestimables para la Iglesia» (Discurso
a los participantes en la Asamblea de la ROACO, 27 de junio de 2024).
Deseo
citar también al Papa
León XIII, que fue el primero en dedicar un documento específico a la
dignidad de sus Iglesias, dada ante todo por el hecho de que «la obra de la
redención humana comenzó en Oriente» (cf. Lett.
ap. Orientalium dignitas, 30 de noviembre de 1894). Sí, ustedes
tienen «un papel único y privilegiado, por ser el marco originario de la
Iglesia primitiva» (San Juan Pablo II, Carta.
ap. Orientale Lumen, 5). Es significativo que algunas de sus
liturgias —que estos días están celebrando solemnemente en Roma según las
diversas tradiciones— sigan utilizando la lengua del Señor Jesús. Pero el papa
León XIII hizo un sentido llamamiento para que «la legítima variedad de la
liturgia y la disciplina oriental [...] redunde en [...] gran decoro y utilidad
de la Iglesia» (Lett.
ap. Orientalium dignitas). Su preocupación de entonces es muy
actual, porque en nuestros días muchos hermanos y hermanas orientales,
entre los que se encuentran varios de ustedes, obligados a huir de sus
territorios de origen a causa de la guerra y las persecuciones, de la
inestabilidad y de la pobreza, corren el riesgo, al llegar a Occidente, de
perder, además de su patria, también su identidad religiosa. Así, con el
paso de las generaciones, se pierde el patrimonio inestimable de las Iglesias
orientales.
Hace más
de un siglo, León
XIII señaló que «la conservación de los ritos orientales es más
importante de lo que se cree» y, con este fin, prescribió incluso que
«cualquier misionero latino, del clero secular o regular, que con consejos o
ayudas atraiga a algún oriental al rito latino» sea «destituido y excluido de
su cargo» (ibíd.).
Acogemos el llamamiento a custodiar y promover el Oriente cristiano, sobre
todo en la diáspora; aquí, además de erigir, donde sea posible y oportuno,
circunscripciones orientales, es necesario sensibilizar a los latinos.
En este sentido, pido al Dicasterio
para las Iglesias Orientales, al que agradezco su trabajo, que me ayude a
definir principios, normas, y directrices a través de los cuales los
pastores latinos puedan apoyar concretamente a los católicos orientales de la
diáspora, y a preservar sus tradiciones vivas y a enriquecer con su
especificidad el contexto en el que viven.
La
Iglesia los necesita. ¡Cuán grande es la contribución que el Oriente cristiano
puede darnos hoy! ¡Cuánta necesidad tenemos de recuperar el sentido del
misterio, tan vivo en sus liturgias, que involucran a la persona humana en su
totalidad, cantan la belleza de la salvación y suscitan asombro por la grandeza
divina que abraza la pequeñez humana! ¡Y cuán importante es redescubrir,
también en el Occidente cristiano, el sentido del primado de Dios, el valor
de la mistagogia, de la intercesión incesante, de la penitencia, del ayuno, del
llanto por los propios pecados y de toda la humanidad (penthos), tan
típicos de las espiritualidades orientales! Por eso es fundamental custodiar
sus tradiciones sin diluirlas, tal vez por practicidad y comodidad, para
que no se corrompan por un espíritu consumista y utilitarista.
Sus
espiritualidades, antiguas y
siempre nuevas, son medicinales. En ellas, el sentido dramático de la
miseria humana se funde con el asombro por la misericordia divina, de modo que
nuestras bajezas no provocan desesperación, sino que invitan a acoger la gracia
de ser criaturas sanadas, divinizadas y elevadas a las alturas celestiales.
Necesitamos alabar y dar gracias sin cesar al Señor por esto. Con ustedes
podemos rezar las palabras de San Efrén el sirio y decir a Jesús: «Gloria a ti,
que hiciste de tu cruz un puente sobre la muerte. […] Gloria a ti, que te
revestiste del cuerpo mortal y lo transformaste en fuente de vida para todos
los mortales» (Discurso sobre el Señor, 9). Es un don que hay que pedir:
saber ver la certeza de la Pascua en cada tribulación de la vida y no
desanimarnos recordando, como escribía otro gran padre oriental, que «el
mayor pecado es no creer en las energías de la Resurrección» (San Isaac de
Nínive, Sermones ascéticos, I, 5).
¿Quién,
pues, más que ustedes, puede cantar palabras de esperanza en el abismo de la
violencia? ¿Quién más que
ustedes, que conocen de cerca los horrores de la guerra, hasta el punto de que
el Papa
Francisco llamó a sus Iglesias «martiriales» (Discurso a
la ROACO, cit.)? Es cierto: desde Tierra Santa hasta Ucrania, desde el
Líbano hasta Siria, desde Oriente Medio hasta Tigray y el Cáucaso, ¡cuánta
violencia! Y sobre todo este horror, sobre la masacre de tantas vidas jóvenes,
que deberían provocar indignación, porque, en nombre de la conquista militar,
son personas las que mueren, se alza un llamamiento: no tanto el del Papa, sino
el de Cristo, que repite: «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,19.21.26).
Y especifica: «Les dejo la paz, les doy mi paz. No como la da el mundo, yo se
la doy a ustedes» (Jn 14,27). La paz de Cristo no es el silencio
sepulcral después del conflicto, no es el resultado de la opresión, sino un don
que mira a las personas y reactiva su vida. Recemos por esta paz, que es
reconciliación, perdón, valentía para pasar página y volver a comenzar.
Para que
esta paz se difunda, yo emplearé todos mis esfuerzos. La Santa Sede está a
disposición para que los enemigos se encuentren y se miren a los ojos, para que
a los pueblos se les devuelva la esperanza y se les restituya la dignidad que
merecen, la dignidad de la paz. Los pueblos quieren la paz y yo, con el corazón
en la mano, digo a los responsables de los pueblos: ¡encontremos,
dialoguemos, negociemos! La guerra nunca es inevitable, las armas pueden y
deben callar, porque no resuelven los problemas, sino que los aumentan; porque
pasarán a la historia quienes siembran la paz, no quienes cosechan víctimas;
porque los demás no son ante todo enemigos, sino seres humanos: no son malos
a quienes odiar, sino personas con quienes hablar. Rechacemos las visiones
maniqueas típicas de los relatos violentos, que dividen el mundo entre
buenos y malos.
La
Iglesia no se cansará de repetirlo: que callen las armas. Y quiero dar
gracias a Dios por todos aquellos que, en el silencio, en la oración, en la
entrega, tejen tramas de paz; y a los cristianos
—orientales y latinos— que, especialmente en Oriente Medio, perseveran y
resisten en sus tierras, más fuertes que la tentación de abandonarlas. A los
cristianos hay que darles la posibilidad, no solo con palabras, de permanecer
en sus tierras con todos los derechos necesarios para una existencia segura. ¡Les
ruego que se comprometan por esto!
Y
gracias, gracias a ustedes, queridos hermanos y hermanas de Oriente, de
donde surgió Jesús, el Sol de justicia, por ser «luces del mundo» (cf. Mt 5,14).
Sigan brillando por la fe, la esperanza y la caridad, y por nada más. Que sus
Iglesias sean un ejemplo, y que los pastores promuevan con rectitud la
comunión, sobre todo en los Sínodos de los Obispos, para que sean lugares de
colegialidad y de auténtica corresponsabilidad. Cuiden la transparencia en
la gestión de los bienes, den testimonio de una dedicación humilde y total al
santo pueblo de Dios, sin apegos a los honores, a los poderes del mundo y a la
propia imagen. San Simeón el Nuevo Teólogo daba un bello ejemplo: «Como
quien, echando polvo sobre la llama de un horno encendido, la apaga, del mismo
modo las preocupaciones de esta vida y todo tipo de apego a cosas mezquinas y
sin valor destruyen el calor del corazón encendido al principio» (Capítulos
prácticos y teológicos, 63). El esplendor del Oriente cristiano pide, hoy
más que nunca, libertad de toda dependencia mundana y de toda tendencia
contraria a la comunión, para ser fieles en la obediencia y en el testimonio
evangélicos.
Les doy
las gracias por esto y les bendigo de corazón, pidiéndoles que recen por la
Iglesia y que eleven sus poderosas oraciones de intercesión por mi ministerio.
¡Gracias!
Francisco. Regina Coeli. 5 de mayo
de 2013.
En este
momento de profunda comunión en Cristo, sentimos viva también en medio de
nosotros la presencia espiritual de la Virgen María. Una presencia maternal,
familiar, especialmente para vosotros que formáis parte de las Hermandades. El
amor a la Virgen es una de las características de la piedad popular, que pide
ser valorada y bien orientada. Por ello, os invito a meditar el último
capítulo de la constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia,
la Lumen
gentium, que habla precisamente de María en el misterio de Cristo y de
la Iglesia. Allí se dice que María «avanzó en la peregrinación de la fe» (n.
58). Queridos amigos, en el Año de la fe os
dejo este icono de María peregrina, que sigue al Hijo Jesús y nos precede a
todos nosotros en el camino de la fe.
Hoy, las
Iglesias de Oriente que siguen el calendario Juliano celebran la fiesta de
Pascua. Deseo enviar a estos hermanos y hermanas un saludo especial, uniéndome
de todo corazón a ellos al proclamar el gozoso anuncio: ¡Cristo ha resucitado!
Reunidos en oración en torno a María, invoquemos de Dios el don del Espíritu
Santo, el Paráclito, para que consuele y conforte a todos los cristianos,
especialmente a quienes celebran la Pascua en medio de pruebas y sufrimientos,
y los guíe por el camino de la reconciliación y de la paz.
Ayer en
Brasil fue proclamada beata Francisca de Paula De Jesus, llamada «Nhá Chica».
Su vida sencilla la dedicó totalmente a Dios y a la caridad, de tal modo que
fue llamada «madre de los pobres». Me uno a la alegría de la Iglesia en Brasil
por esta luminosa discípula del Señor.
Saludo
con afecto a todas las Hermandades presentes, llegadas de tantos países.
¡Gracias por vuestro testimonio de fe! Saludo también a los grupos parroquiales
y a las familias, así como a las diversas bandas musicales y asociaciones de
los Schützen procedentes de Alemania.
Un
saludo especial dirijo hoy a la Asociación «Meter», en la Jornada de los
niños víctimas de la violencia. Y esto me brinda la ocasión para dirigir mi
pensamiento a cuantos han sufrido y sufren por causa de abusos. Quiero
asegurarles que están presentes en mi oración, pero quisiera decir también con
fuerza que todos debemos comprometernos con claridad y valentía a fin de que
toda persona humana, especialmente los niños, que se cuentan entre las
categorías más vulnerables, sea siempre defendida y tutelada.
Aliento
también a los enfermos de hipertensión pulmonar y a sus familiares.
Francisco. Regina Coeli. 1 de mayo
de 2016.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
Evangelio de hoy nos lleva al Cenáculo. Durante la Última Cena, antes de
afrontar la pasión y la muerte en la cruz, Jesús promete a los Apóstoles el don
del Espíritu Santo, cuya tarea será enseñar y recordar sus palabras a la
comunidad de los discípulos. Lo dice Jesús mismo: «El Paráclito, el Espíritu
Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará
todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26). Enseñar y recordar.
Esto es lo que hace el Espíritu Santo en nuestros corazones.
En el
momento en el que está por regresar al Padre, Jesús anuncia la venida del
Espíritu que ante todo enseñará a los discípulos a comprender cada vez más
plenamente el Evangelio, a acogerlo en su existencia y a hacerlo vivo y
operante con el testimonio. Mientras está por confiar a los Apóstoles —que
quiere decir, en efecto, «enviados»— la misión de llevar el anuncio del
Evangelio a todo el mundo, Jesús promete que no quedarán solos: estará con
ellos el Espíritu Santo, el Paráclito, que estará a su lado, es más, estará en
ellos, para defenderlos y sostenerlos. Jesús regresa al Padre pero continúa
acompañando y enseñando a sus discípulos mediante el don del Espíritu Santo.
El
segundo aspecto de la misión del Espíritu Santo consiste en ayudar a los
Apóstoles a recordar las palabras de Jesús. El Espíritu tiene la tarea de
despertar la memoria, recordar las palabras de Jesús. El divino Maestro ya
había comunicado todo lo que quería confiar a los Apóstoles: con Él, Verbo
encarnado, la revelación está completa. El Espíritu hará recordar las
enseñanzas de Jesús en las diversas circunstancias concretas de la vida, para
poder ponerlas en práctica. Es precisamente lo que sucede aún hoy en día en
la Iglesia, guiada por la luz y la fuerza del Espíritu Santo, para que pueda
llevar a todos el don de la salvación, es decir, el amor y la misericordia de
Dios. Por ejemplo, cuando vosotros leéis todos los días —como os he
recomendado— un trozo, un pasaje del Evangelio, pedid al Espíritu Santo: «Que
yo entienda y recuerde estas palabras de Jesús». Y después leer el pasaje,
todos los días... Pero antes, esa oración al Espíritu, que está en nuestro
corazón: «Que recuerde y entienda».
Nosotros
no estamos solos: Jesús está cerca de nosotros, en medio de nosotros, dentro de
nosotros. Su nueva presencia en
la historia se realiza mediante el don del Espíritu Santo, por medio del
cual es posible instaurar una relación viva con Él, el Crucificado Resucitado.
El
Espíritu, efundido en nosotros
con los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, actúa en nuestra vida.
Él nos guía en el modo de pensar, de actuar, de distinguir qué está bien y
qué está mal; nos ayuda a practicar la caridad de Jesús, su donarse a
los demás, especialmente a los más necesitados.
No
estamos solos. Y el signo de la presencia del Espíritu Santo es también la paz
que Jesús dona a sus discípulos: «Mi paz os doy» (v. 27). Esa es diversa de la
que los hombres se desean o intentan realizar. La paz de Jesús brota de la
victoria sobre el pecado, sobre el egoísmo que nos impide amarnos como
hermanos. Es don de Dios y signo de su presencia. Todo discípulo, llamado
hoy a seguir a Jesús cargando la cruz, recibe en sí la paz del Crucificado
Resucitado con la certeza de su victoria y a la espera de su venida definitiva.
Que la
Virgen María nos ayude a acoger con docilidad al Espíritu Santo como Maestro
interior y como Memoria viva de Cristo en el camino cotidiano.
Francisco. Regina Coeli. 22 de
mayo de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este VI Domingo de Pascua nos presenta un pasaje del
discurso que Jesús dirigió a los Apóstoles en la Última Cena (cf. Juan 14,
23-29). Habla de la obra del Espíritu Santo y hace una promesa: «Pero el
Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará
todo y os recordará todo lo que os he dicho» (v. 26). Cuando se acerca el
momento de la cruz, Jesús les asegura a los apóstoles que no se quedarán solos:
con ellos siempre estará el Espíritu Santo, el Paráclito, que los apoyará en la
misión de llevar el Evangelio a todo el mundo. En el idioma griego original, el
término «Paraclito» significa aquel que está al lado, para apoyar y consolar. Jesús
regresa al Padre, pero continúa instruyendo y animando a sus discípulos a
través de la acción del Espíritu Santo.
¿Cuál es la misión del Espíritu Santo que Jesús promete como un
regalo? Él mismo lo dice: «Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que
os he dicho». En el curso de su vida terrenal, Jesús ya transmitió todo lo
que quería encomendar a los Apóstoles: llevó a cabo la Revelación divina, es
decir, todo lo que el Padre quería decirle a la humanidad con la encarnación
del Hijo. La tarea del Espíritu Santo es hacer que se recuerde, es decir,
que se comprenda plenamente e inducir a que se lleven a cabo de manera concreta
las enseñanzas de Jesús. Y esta es también la misión de la Iglesia, que la
realiza a través de un estilo de vida preciso, caracterizado por algunas
necesidades: la fe en el Señor y la observancia de su Palabra; docilidad a la
acción del Espíritu, que continuamente hace que el Señor resucitado esté vivo y
presente; la aceptación de su paz y el testimonio que se le da con una actitud
de apertura y encuentro con el otro.
Para lograr todo esto, la Iglesia no puede permanecer estática, sino que,
con la participación activa de cada persona bautizada, está llamada a actuar
como una comunidad en movimiento, animada y apoyada por la luz y la fuerza del
Espíritu Santo que hace que todas las cosas sean nuevas. Se trata de
liberarnos de los vínculos mundanos representados por nuestros puntos de vista,
nuestras estrategias, nuestras metas, que a menudo hacen pesado el camino de la
fe, y ponernos dócilmente a la escucha de la Palabra del Señor. Así, es el
Espíritu de Dios el que nos guía y guía a la Iglesia, para que resplandezca el
rostro auténtico, hermoso y luminoso, querido por Cristo.
El Señor hoy nos invita a abrir nuestros corazones al don del Espíritu
Santo, para guiarnos por los caminos de la historia. Día a día nos enseña la
lógica del Evangelio, la lógica de recibir el amor, «enseñándonos todo» y
«recordándonos todo lo que el Señor nos dijo». Que María, a quien en este mes
de mayo veneramos y rezamos con especial devoción como nuestra madre celestial,
siempre proteja a la Iglesia y a toda la humanidad. Que Ella que, con fe
humilde y valiente, cooperó plenamente con el Espíritu Santo para la
Encarnación del Hijo de Dios, también nos ayude a dejarnos instruir y guiar por
el Paráclito, para que podamos acoger la Palabra de Dios y testimoniarla con
nuestras vidas.
Francisco. Regina Coeli. 26 de mayo
de 2022.
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
En el Evangelio de la Liturgia de hoy, Jesús, despidiéndose de sus
discípulos durante la última cena, dice, casi como en una especie de
testamento: «Les dejo la paz». Y enseguida añade: «Les doy mi paz» (Jn 14,27).
Detengámonos en estas breves frases.
En primer lugar, les dejo la paz. Jesús se despide
con palabras que expresan afecto y serenidad, pero lo hace en un momento que no
es precisamente sereno: Judas ha salido para traicionarlo, Pedro está a
punto de negarlo y casi todos lo abandonarán. El Señor lo sabe, y con todo no
reprocha, no usa palabras severas, no pronuncia discursos duros. En vez de
mostrar agitación, permanece afable hasta el final. Un proverbio dice que se
muere como se ha vivido. Las últimas horas de Jesús son, en efecto, como
la esencia de toda su vida. Experimenta miedo y dolor, pero no deja
espacio al resentimiento y a la protesta. No se deja llevar por la
amargura, no se desahoga, no se muestra incapaz de soportar. Está en paz,
una paz que proviene de su corazón manso, habitado por la confianza. Y de
ahí surge la paz que Jesús nos deja. Porque no se puede dejar la paz a los
demás si uno no la tiene en sí mismo. No se puede dar paz
si no se está en paz.
Les dejo la paz: Jesús demuestra que la mansedumbre es posible. Él la ha encarnado
precisamente en el momento más difícil; y desea que también nos comportemos así
nosotros, que somos los herederos de su paz. Nos quiere mansos, abiertos,
disponibles para escuchar, capaces de aplacar las disputas y tejer concordia.
Esto es dar testimonio de Jesús, y vale más que mil palabras y que muchos
sermones. El testimonio de la paz. Preguntémonos si, en los lugares en los que
vivimos, nosotros, los discípulos de Jesús, nos comportamos así: ¿Aliviamos
las tensiones, apagamos los conflictos? ¿Tenemos una mala relación con alguien,
estamos siempre preparados para reaccionar, para estallar, o sabemos responder
con la no violencia? ¿Sabemos responder con palabras y gestos de paz? ¿Cómo
reacciono yo? Que cada uno se lo pregunte.
Cierto, esta mansedumbre no es fácil: ¡Qué difícil es, a todos los
niveles, desactivar los conflictos! Aquí viene en nuestra ayuda la segunda
frase de Jesús: Les doy mi paz. Jesús sabe que nosotros
solos no somos capaces de custodiar la paz, que necesitamos una ayuda, un
don. La paz, que es nuestro compromiso, es ante todo don de Dios. En efecto,
Jesús dice: «Les doy mi paz, pero no como la da el mundo» (v. 27).
¿Qué es esta paz que el mundo no conoce y que el Señor nos dona? Esta paz es
el Espíritu Santo, el mismo Espíritu de Jesús. Es la presencia de Dios en
nosotros, es la “fuerza de paz” de Dios. Es Él, el Espíritu Santo, quien
desarma el corazón y lo llena de serenidad. Es Él, el Espíritu Santo, quien
deshace las rigideces y apaga la tentación de agredir a los demás. Es
Él, el Espíritu Santo, quien nos recuerda que junto a nosotros hay hermanos
y hermanas, no obstáculos y adversarios. Es Él, el Espíritu Santo, quien nos
da la fuerza para perdonar, para recomenzar, para volver a partir, porque
con nuestras solas fuerzas no podemos. Y con Él, con el Espíritu Santo,
nos transformamos en hombres y mujeres de paz.
Queridos hermanos y hermanas, ningún pecado, ningún fracaso, ningún
rencor debe desanimarnos a la hora de pedir con insistencia el don del Espíritu
Santo que nos da la paz. Cuanto más sentimos que el corazón está agitado,
cuanto más advertimos en nuestro interior nerviosismo, intolerancia, rabia,
más debemos pedir al Señor el Espíritu de la paz. Aprendamos a decir
cada día: “Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo”. Es una hermosa
oración; ¿la decimos juntos?: “Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo”. No
he oído bien, otra vez: “Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo”.
Y pidámoslo también para quienes viven junto a nosotros, para quienes
encontramos todos los días y para los responsables de las naciones.
Que la Virgen nos ayude a acoger al Espíritu Santo para ser constructores
de paz.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 13 de
mayo de 2007. Santuario N. S. de Aparecida.
Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo con mucho afecto a todos vosotros que habéis venido de todas las
partes de Brasil, de América Latina y del Caribe, así como a los que me
escuchan por la radio o la televisión. Durante
la celebración de la santa misa, he invocado al Espíritu Santo pidiendo por
los frutos de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del
Caribe, que dentro de poco tendré la ocasión de inaugurar. Pido a todos que
recen por los frutos de esta gran Asamblea, que abre a la esperanza el futuro
de la familia latinoamericana. Sois los protagonistas del destino de vuestras
naciones. ¡Que Dios os bendiga y os acompañe!
(En español)
Saludo con afecto a los grupos y comunidades de lengua española aquí presentes,
así como a todos los que desde España y Latinoamérica se unen espiritualmente a
esta celebración. Que la Virgen María os ayude a mantener viva la llama de la
fe, el amor y la concordia, para que mediante el testimonio de
vuestra vida y la fidelidad a vuestra vocación de bautizados seáis
luz y esperanza de la humanidad. Pidamos también para que la celebración
de esta V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe
produzca abundantes frutos de auténtica renovación espiritual y de incansable
evangelización. ¡Que Dios os bendiga!
(En inglés)
Saludo cordialmente a todos los grupos de habla inglesa aquí presentes. Las
familias ocupan el centro de la misión evangelizadora de la Iglesia, pues es
principalmente en la vida familiar donde nuestra vida de fe se expresa y
alimenta. Queridos padres, vosotros sois los primeros testigos ante vuestros
hijos de las verdades y los valores de nuestra fe: rezad con vuestros
hijos y por vuestros hijos; enseñadles con vuestro ejemplo de fidelidad y
alegría. Ciertamente, todo discípulo, impulsado por la Palabra y
fortalecido por los sacramentos, está llamado a la misión. Es un deber al que
nadie puede renunciar, pues no hay nada más hermoso que conocer a Cristo y
darlo a conocer a los demás. Que Nuestra Señora de Guadalupe sea vuestro modelo
y vuestra guía. ¡Que Dios os bendiga a todos!
(En francés)
Queridas familias y grupos de habla francesa, os saludo de todo corazón a
vosotros que vivís en el continente sudamericano, particularmente en Haití, en
la Guyana Francesa y en las Antillas. Construid, juntamente con todos los
demás, una sociedad cada vez más solidaria y fraterna, con la preocupación de
hacer que los jóvenes descubran la grandeza de los valores familiares.
(En portugués)
Hoy se celebra el 90° aniversario de las apariciones de Nuestra Señora en
Fátima. Con su apremiante llamamiento a la conversión y a la penitencia es, sin
duda, la más profética de las apariciones modernas. Pidamos a la Madre de la
Iglesia, que conoce los sufrimientos y las esperanzas de la humanidad, que
proteja nuestros hogares y nuestras comunidades.
Saludo especialmente a las madres, que hoy celebran su día. ¡Que Dios las
bendiga, juntamente con sus seres queridos!
De modo especial encomendamos a María los pueblos y naciones que tienen
particular necesidad, y lo hacemos con la certeza de que escuchará las súplicas
que con filial devoción le dirigimos.
Pienso en particular en los hermanos y hermanas que padecen hambre y, por
eso, deseo recordar la "Marcha contra el hambre" promovida por el
Programa alimentario mundial, organismo de las Naciones Unidas encargado de la
ayuda alimentaria. Esta iniciativa se realiza hoy en numerosas ciudades del
mundo, entre las cuales Ribeirão Preto, aquí en Brasil.
También rezamos por la comunidad afro-brasileña, que conmemora este domingo
la abolición de la esclavitud en Brasil. Que este recuerdo estimule la
conciencia evangelizadora de esta realidad sociocultural de gran importancia en
la Tierra de la Santa Cruz.
Dirijo igualmente mi cordial saludo, así como mi sincero agradecimiento, a
todos los grupos y asociaciones reunidos aquí. Que Dios os recompense y os
mantenga firmes en la fe.
Aclamemos con alegría el inicio de nuestra salvación.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 9 de
mayo de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
Mayo es un mes amado y resulta agradable por
diversos aspectos. En nuestro hemisferio la primavera avanza con un
florecimiento abundante y colorido; el clima, normalmente, es favorable a los
paseos y a las excursiones. Para la liturgia, mayo siempre pertenece al tiempo
de Pascua, el tiempo del «aleluya», de la manifestación del misterio de Cristo
en la luz de la resurrección y de la fe pascual; y es el tiempo de la espera
del Espíritu Santo, que descendió con poder sobre la Iglesia naciente en
Pentecostés. Con ambos contextos, el «natural» y el «litúrgico», armoniza bien
la tradición de la Iglesia de dedicar el mes de mayo a la Virgen María. Ella,
en efecto, es la flor más hermosa que ha brotado de la creación, la «rosa» que
apareció en la plenitud de los tiempos, cuando Dios, enviando a su Hijo, dio al
mundo una nueva primavera. Y es al mismo tiempo protagonista humilde y discreta
de los primeros pasos de la comunidad cristiana: María es su corazón
espiritual, porque su misma presencia en medio de los discípulos es memoria
viva del Señor Jesús y prenda del don de su Espíritu.
El Evangelio de este domingo, tomado del capítulo
14 de san Juan, nos ofrece un retrato espiritual implícito de la Virgen María,
donde Jesús dice: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará,
y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14, 23). Estas
expresiones van dirigidas a los discípulos, pero se pueden aplicar en sumo
grado precisamente a aquella que es la primera y perfecta discípula de Jesús.
En efecto, María fue la primera que guardó plenamente la palabra de su Hijo,
demostrando así que lo amaba no sólo como madre, sino antes aún como sierva
humilde y obediente; por esto Dios Padre la amó y en ella puso su morada la
Santísima Trinidad. Además, donde Jesús promete a sus amigos que el Espíritu
Santo los asistirá ayudándoles a recordar cada palabra suya y a comprenderla
profundamente (cf. Jn 14, 26), ¿cómo no pensar en María que en
su corazón, templo del Espíritu, meditaba e interpretaba fielmente todo lo que
su Hijo decía y hacía? De este modo, ya antes y sobre todo después de la
Pascua, la Madre de Jesús se convirtió también en la Madre y el modelo de la
Iglesia.
Queridos amigos, en el corazón de este mes mariano,
tendré la alegría de ir
a Portugal en los próximos días. Visitaré la capital, Lisboa, y Oporto,
segunda ciudad del país. La meta principal de mi viaje será Fátima, con ocasión
del décimo aniversario de la beatificación
de los dos pastorcillos Jacinta y Francisco. Por primera vez como Sucesor
de Pedro visitaré ese santuario mariano, tan querido para el venerable y amado
Juan Pablo II. Os invito a todos a acompañarme en esta peregrinación,
participando activamente con la oración: con un solo corazón y una sola alma
invoquemos la intercesión de la Virgen María por la Iglesia, en particular por
los sacerdotes y por la paz en el mundo.
ASCENSIÓN DEL SEÑOR.
Monición
de entrada.-
Este domingo en todas las iglesias del mundo celebramos la
fiesta de la Ascensión.
En ella recordamos cuando Jesús subió al cielo y pidió a
los apóstoles que fuesen a contar todo lo que él les había enseñado.
Señor ten piedad.-
Tú que subes al cielo. Señor, ten piedad.
Tú que te sientas al lado del Padre. Cristo ten piedad.
Tú que estás siempre con los cristianos. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por la Iglesia, enviada por Jesús a hablar del Evangelio. Te lo
pedimos, Señor.
Por las catequistas que en este curso nos han hablado de Jesús. Te
lo pedimos, Señor.
Por los niños que este año tomamos la Primera Comunión. Te lo
pedimos, Señor.
Por los misioneros que anuncian a Jesús en países donde hay pocos
cristianos. Te lo pedimos, Señor.
Por todos nosotros, que en esta misa le abrimos el corazón a Jesús.
Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.-