miércoles, 23 de julio de 2025

Nº 269. Domingo 17 Tiempo Ordinario. 27 de julio de 2025.

 


Primera lectura.

Lectura del libro del Génesis 18, 20-32.

En aquellos días, el Señor dijo:

-El clamor contra Sodoma y Gomorra es fuerte y su pecado es grave: voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la queja llegada a mí; y si no, lo sabré.

Los hombres se volvieron de allí y se dirigieron a Sodoma, mientras Abrahán seguía en pie ante el Señor. Abrahán se acercó y le dijo:

-¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás el lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?

El Señor contestó:

Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.

Abrahán respondió:

-¡Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Y si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?

Respondió el Señor:

-No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.

Abrahán insistió:

-Quizá no se encuentren más que cuarenta.

Él dijo:

-En atención a los cuarenta, no lo haré.

Abrahán siguió hablando:

-Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?

Él contestó:

-No lo haré, si encuentro allí treinta.

Insistió Abrahán:

-Ya que me he atrevido a hablar a mi Señor, ¿y si se encuentran allí veinte?

Respondió el Señor:

-En atención a los veinte, no la destruiré.

Abrahán continuó:

-Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?

Contestó el Señor:

-En atención a los diez, no los destruiré.

 

Textos paralelos.

A ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí.

Gn 4, 10: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.

Tampoco los destruiría en atención a los diez.

Jr 5, 1: Repasad las calles de Jerusalén, mirad, inspeccionad, buscad en vuestras plazas a ver si hay alguien que respete el derecho y practique la sinceridad; y le perdonaré.

Ez 23, 30: Esto es lo que te traen tu infamia y tus prostituciones, por fornicar con las naciones y contaminarte con sus ídolos.

Dt 7, 10: Al que lo aborrece, le paga en persona sin hacerse esperar, al que lo aborrece le paga en persona.

Jr 31, 29: En aquellos días ya no se dirá: “Los padres comieron agraces, los hijos tuvieron dentera”.

Ez 14, 12: Me dirigió la palabra el Señor: Hijo de Adán; si un país peca contra mí cometiendo un delito, extenderé mi mano contra él, le cortaré el sustento de pan y le mandaré hambre y extirparé de él hombres y animales.

Jr 5, 10: Subid a sus azoteas, destruid sin aniquilar; arrancad sus sarmientos, pues ya no son del Señor.

Ez 22, 30: Busqué entre ellos uno que levantara una cerca, que por amor a la tierra aguantara en la brecha frente a mí, para que no la destruyera, pero no lo encontré.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

18, 24 Problema de todos los tiempos: ¿ha de sufrir los buenos como los malvados, y a causa de ellos? Era tan fuerte en el antiguo Israel el sentimiento de la responsabilidad colectiva, que no se pregunta aquí si los justos podrían ser liberados individualmente. De hecho, Dios salvará a Lot y su familia; pero el principio de la responsabilidad individual no llegará a formularse hasta Dt 7, 10; Jr 31, 29-30; Ez 14, 12. Ya que todos han de sufrir la misma suerte, Abrahán únicamente pregunta si acaso algunos justos no llegarán a conseguir el perdón de muchos culpables. Las respuestas de Yahvé confirman el papel salvador de los santos en el mundo. Pero, en su regateo de misericordia, Abrahán no se atreve a bajar de diez justos. Según Jr 5, 1 y Ez 22, 30, Dios perdonaría a Jerusalén aún cuando no hallara en ella más que un justo. Finalmente, en Is 53, el sufrimiento del único Siervo es el que ha de salvar a todo el pueblo, pero este anuncio no será comprendido hasta que Cristo lo haya realizado.

18 25 Ver Rm 3, 6. Más injusticia hay en condenar a algunos inocentes que en absolver a una multitud de culpables.

 

Salmo responsorial

Sal 138 (137), 1-3.6-8 (R/: 3a)


R/. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,

porque escuchaste las palabras de mi boca;

delante de los ángeles tañeré para ti;

me postraré hacia tu santuario. R/.

Daré gracias a tu nombre:

por tu misericordia y tu lealtad,

porque tu promesa supera tu fama.

Cuanto te invoqué, me escuchaste,

acreciste el valor en mi alma. R/.

 

El Señor es sublime, se fija en el humilde,

y de lejos conoce al soberbio.

Cuando camino entre peligros,

me conservas la vida;

extiendes tu mano contra la ira de mi enemigo. R/.

 

Tu derecha me salva.

El Señor completará sus favores conmigo.

Señor, tu misericordia es eterna,

no abandones la obra de tus manos. R/.

 

Textos paralelos.

Te doy gracias, Yahvé, de todo corazón.

Sal 9, 2: Te doy gracias, Señor, de todo corazón, contando tus maravillas.

En presencia de los ángeles tañeré para tu nombre.

Sal 5, 8: Yo en cambio, por tu gran bondad, puedo entrar en tu casa y postrarme en tu santuario con reverencia.

Aumentaste mi vigor interior.

Is 40, 29: Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido.

Excelso es Yahvé.

Is 57, 15: Porque así dice el Alto y Excelso, Morador eterno, cuyo nombre es Santo: Yo moro en la altura sagrada, pero estoy con los de ánimo humilde y quebrantado, par reanimar a los humildes, par reanimar el corazón quebrantado.

Lc 1, 51-52: Su poder se ejerce con su brazo: desbarata a los soberbios en sus planes: derriba del trono a los potentados y ensalza a los humildes.

Ante la cólera del enemigo, extiendes tu mano.

Sal 23, 5: Ese recibirá del Señor la bendición y la justicia de Dios su Salvador.

Yahvé lo hará todo por mí.

Sal 57, 3: Invoco al Dios Altísimo, a Dios que me completa sus favores.

Tu amor es eterno.

Sal 100, 5: El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad de edad en edad.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

138 1 (a) Griego. Verso omitido por hebreo.

138 1 (b) En lugar de “ángeles” (griego, Vulgata traduce a veces “dioses” (los ídolos a los que desafía el salmista); siriaco traduce “reyes” y el Targum “jueces”.

138 2 Lit. “has engrandecido tu promesa por encima de tu renombre”. Texto dudoso.

138 3 “aumentaste”, siriaco: “me conturbaste, hebreo.

 

Segunda lectura.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 2, 12-14.

Hermanos:

Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos. Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros pecados y la incircuncisión de vuestra carne, os vivificó con él. Canceló la nota de cargo que nos condenaba con sus cláusulas contrarias a nosotros; la quitó de en medio, clavándola en la cruz.

Palabra de Dios.

 

Textos paralelos.

 Al ser sepultados en él por el bautismo.

Rm 6, 4: Por el bautismo nos sepultamos con él en la muerte, para vivir una vida nueva, lo mismo que Cristo resucitó de la muerte por la acción gloriosa del Padre.

Lo resucitó de entre los muertos.

Rm 1, 4: A partir de la resurrección, establecido por el Espíritu Santo Hijo de Dios con poder.

Rm 8, 11: Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en vosotros, el que resucitó a Jesucristo de la muerte dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el Espíritu suyo que  habita en vosotros.

Ef 1, 19: Y la grandeza extraordinaria de su poder a favor de nosotros los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa.

Ef 2, 6: Con Cristo Jesús nos resucitó y nos sentó en el cielo.

Os vivificó.

Ef 2, 1: También vosotros un tiempo estabais muertos por vuestros pecados y transgresiones.

Ef 2, 5: Estando nosotros muertos por los delitos, nos hizo revivir con Cristo – de balde os han salvado.

Canceló la nota de cargo.

Ef 2, 15: Anulando la ley con sus preceptos y cláusulas, creando así en su persona de dos una sola y nueva humanidad, haciendo las paces.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

2 12 Texto fundamental sobre el bautismo, entendido como participación en la muerte y la resurrección de Cristo. En Rm 6 la participación en la muerte estaba formulada en pasado (muertos con Cristo) y la de la resurrección se abría a un futuro compartido con Cristo (viviremos con él). Aquí se establece un paralelismo más estrecho: estamos muertos y resucitados con Cristo. Los dos verbos están en pasado: una anticipación que las epístolas procedentes no habían hecho. La finalidad es evidente: confirmar a los cristianos su liberación de todo poder. Él irá todavía más lejos.

2 13 (a) “os”: var.: “nos”.

2 13 (b) Sujeto: Dios Padre.

2 13 (c) “nos”; var. (Vulgata): “os”

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 11, 1-13.

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:

-Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.

Él les dijo:

Cuando oréis, decid:

-Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación.

Y les dijo:

-Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dárteles”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?

 

Textos paralelos.

Estaba Jesús orando.

Lc 3, 21: Mientras todo el pueblo se bautizaba, también Jesús se bautizó; y mientras oraba, se abrió el cielo.

Padre, santificado sea tu nombre.

Mt 6, 9-13

Lc 11, 2b-4

Vosotros rezad así:

 

¡Padre nuestro del cielo!

 

Sea respetada la santidad de tu nombre,

 

Venga tu reinado,

Cúmplase tu designio en la tierra como en el cielo;

 

Danos hoy el pan del mañana.

 

Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

 

No nos dejes sucumbir a la prueba y líbranos del maligno.

 

Pues si perdonáis a los hombres las ofensas, vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

Cuando oréis, decid:

 

Padre,

 

sea respetada la santidad de tu nombre,

 

Venga tu reinado;

 

 

 

Danos hoy el pan del mañana.

 

Perdónanos nuestros pecados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

 

No nos dejes sucumbir a la prueba.

Imaginaos que uno de vosotros.

Lc 18, 1-8: Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse, les contó una parábola: “Había en la ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en la misma ciudad una viuda que acudía a él para decirle: hazme justicia contra mi rival. Por un tiempo se negó, pero más tarde se dijo: aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar a golpes conmigo. El Señor añadió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos si gritan a él día y noche?, ¿les dará largas? Os digo que les hará justicia pronto. Solo que, cuando llegue el Hijo del hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?

Mt 7, 7-11

Lc 11, 9-13

 

 

Pedid y os darán, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán; pues quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama le abren.

 

¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le da una piedra?, ¿o si le pide pescado, le da una culebra?

 

 

 

Pues si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más dará vuestro Padre del cielo cosas buenas a los que se las pidan!

Y yo os digo:

 

Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán. Pues quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama le abren.

 

¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide pan, le da una piedra?, o si le pide pescado ¿le dará en vez de pescado una serpiente?,

 

o si pide un huevo, ¿le dará un escorpión?

 

Pues si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuando más vuestro Padre del cielo dará Espíritu Santo a quienes lo pidan.

Jn 14, 13-14: Y lo que pidáis alegando mi nombre lo haré, para que por el Hijo se manifieste la gloria del Padre. Si pedís algo alegando mi nombre, yo lo haré.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

11 2 (a) El texto de Mt contiene siete peticiones, el de Lc 20 solamente cinco.

11 2 (b) Esta invocación inicial es más simple que en Mt. Volvemos a hallarla al comienzo de las oraciones de Jesús en Lc 22, 42.

11 2 (c) En Lc algunos testigos antiguos dicen: “Haz venir sobre nosotros tu Reino”.

11 3 Var. (que quizá tenga su origen en la liturgia bautismal: “que tu Espíritu Santo venga sobre nosotros y nos purifique”).

11 4 Lc interpreta con exactitud las “deudas” de Mt, conservando con todo en el verso siguiente (“a todo el que nos debe”) el aspecto jurídico de Mt.

14 5 El contexto de esta parábola y la aplicación que Lc le da en los vv. 9-13 indican que se trata de una invitación a la oración. La parábola propiamente dicha, en los vv. 5-8, presenta varios rasgos comunes con la de 18, 2-5, a la que Lc da un sentido parecido (v. 1). Es probable que, en su origen,  estas dos parábolas formasen una pareja.

11 8 Algunos testigos textuales introducen al comienzo: “Si él insiste en su llamada”.

11 9 Lit. “os será dado”. En el lenguaje de Jesús, esta fórmula pasiva es una forma discreta de indicar la acción de Dios, sin nombrarlo (“pasiva teológica”). Es empleada también en el tercer verbo de la frase.

11 11 Adicción: “pan, le da una piedra”. Adecuación a Mt 7, 9.

11 13 En lugar de “cosas buenas” de Mt 7, 11. El Espíritu Santo es la “cosa buena” por excelencia.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica

2-4 La diversa formulación del Padrenuestro en Mt y Lc puede deberse a que las primeras comunidades cristianas lo rezaban con diversas variantes; Jesús pudo repetir esta fórmula de oración en diversos sitios y ocasiones, con palabras parecidas. La insistencia en pedir el PAN DE CADA DÍA se entiende en la situación de los discípulos que marchan sin alforja ni dinero, uniendo esto con la confianza en la Providencia.

5-13 Instrucción en dos parábolas, una de ellas exclusiva de Lc, con sendas moralejas: la necesidad de orar perseverantemente, con la certeza de obtener lo que se pide, y la actitud de Dios, siempre dispuesto a conceder a sus hijos cosas buenas (Mt), “espíritu santo” (Lc).

5 SI TIENE UN AMIGO…: lit. tendra amigo (Gr. 1: kai griego con valor de condicional) irá a él…; el resto de la parábola puede traducirse también cambiando los sujetos de las oraciones gramaticales: “… un amigo, y le va este amigo a media noche y le dice…”.

7 MIS HIJOS: o mis niños: lit. los niñitos (sin valor de diminutivo) de mí. // COMO YO: lit. conmigo; e. d., ellos y yo estamos ya acostados. // NO PUEDO: casi es “no quiero”. // LEVANTARME A DÁRTELOS: lit. habiéndome levantado darte.

8. Lit. digo a vosotros, si no dará a él habiéndose levantado por… por… habiéndose levantado dará a él de cuantos necesita. La actuación final de ese hombre que se levanta y da, es el tertium comparationis: si él actúa así, ¡Dios mucho más!

11-12 Lit. ¿a quién de vosotros pedirá, al padre (=como padre, al que tenga verdadero corazón de padre) el hijo pez y en vez de pez culebra le dará?, o también pedirá huevo, ¿dará a él escorpión?

13 EL PADRE DESDE EL CIELO: otros manuscritos leen el Padre que [está] en el cielo: el Padre celeste, título divino, en contraste con “los padres terrenos”, los padres de aquí abajo.  A LOS QUE se dirigen a él pidiéndole algo, cualquier cossa.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé:

11, 1-4 Enséñanos a orar: En respuesta a esta petición, Cristo nos dio “la oración del Señor”, también conocida como el Padrenuestro. Esta oración nos invita a llamar a dios “Padre nuestro” y a reflexionar sobre la filiación divina que disfrutamos con razón de nuestro bautismo. El uso de la primera persona del plural subraya que se trata de una oración común de la familia de Dios, la Iglesia, así como la comunión que existe entre todos sus miembros. Centra nuestra oración en la adoración de Dios y de su reino, y luego le pide por nuestras necesidades par recibir y colaborar con ese reino. Queda como oración fundamental de todos los cristianos y se recita en el culto público de la Iglesia, incluyéndose en cada misa. Tertuliano escribió que la oración del Señor es realmente el resumen de todo el evangelio. Cat. 520, 1425, 2601, 2632, 2759, 2865.

11, 3 La Iglesia nos enseña que esto se refiere tanto al pan en cuanto alimento para él cuerpo, como el pan de vida, es decir, la Eucaristía. Cat. 2861.

11, 5-13 Tras la instrucción del Padrenuestro, Cristo nos enseñó la necesidad de insistir y perseverar en la oración. Si un amigo que vacila para cumplir un encargo lo consigue hacer por insistencia nuestra, ¿cuánto más dará un padre lo que su hijo le pide, siempre que sea para su bien? Por nuestra condición de hijos adoptivos de Dios, Él nos dará lo que necesitamos y la confianza para que se cumpla. Cat. 728, 2613, 2623, 2671, 2761.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

520 Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo. Él es el hombre perfecto que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar; con su oración atrae a la oración; con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones.

1425 El mismo Señor nos enseñó a orar: “Perdona nuestras ofensas” (Lc 11, 4), uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.

2601 “Estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Maestro: enséñanos a orar (Lc 11, 1). ¿No es acaso, al contemplar a su Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar? Entonces, puede aprender del Maestro de oración. Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre.

2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús. hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. 

2759 En respuesta a esta petición [Maestro, enséñanos a orar (Lc 11, 1)], el Señor confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto breve (con cinco peticiones), san Mateo nos transmite una versión más desarrollada (con siete peticiones). La tradición litúrgica de la Iglesia ha conservado el texto de san Mateo.

2865 Con el “Amén” final expresamos nuestro “fiat” respecto a las siete peticiones. “Así sea”.

2861 En la cuarta petición, al decir “danos”, expresamos, en comunión con nuestros hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del cielo. “Nuestro pan” designa el alimento terrenal necesario para la subsistencia de todos y significa también el Pan de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Se recibe en el “hoy” de Dios, como el alimento indispensable, lo más esencial del Festín del Reino que anticipa la Eucaristía.

2813 San Lucas nos ha transmitido tres parábolas principales sobre la oración: La primera “el amigo inoportuno”, invita a una oración insistente: “Llamad y se os abrirá”. Al que ora así, el Padre del cielo “le dará todo lo que necesite”, y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.

La segunda, “La viuda importuna”, está centrada en las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.

La tercera parábola, “el fariseo y el publicano”, se refiere a la humanidad del corazón que ora. “Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador”. La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: ¡Kyrie eleison!

2761 “La oración del Señor o dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio”. “Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: “Pedid y se os dará” (Jn 16, 24). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental.

 

Concilio Vaticano II

Como todos tropezamos muchas veces tenemos siempre necesidad de la misericordia de Dios y debemos orar cada día: “Perdónanos nuestras deudas” (Mt 6, 12).

Constitución Lumen gentium, 40.

 

Los Santos Padres.

Nos concede su propia gloria. Eleva a los esclavos a la dignidad de la libertad. Corona la naturaleza humana con la gloria. Cumple lo predicho en la palabra del salmista: “Sois dioses e hijos del Altísimo todos vosotros” (Sal 82, 6). He aquí que nos rescata de la condición servil y nos confiere por gracia lo que no tuvimos por naturaleza. Nos permite llamar a Dios Padre, es decir, nos coloca en la línea de hijos.

S. Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Lucas, 71. III, pg. 263.

Formemos parte de tu reino: llegue también para nosotros lo que ha de llegar para tus santos y justos.

S. Agustín. Sermón 56. III, pg. 265.

Cuando pedimos nuestro pan de cada día, pedimos vivir para siempre en Cristo y estar inseparablemente unidos a su cuerpo.

Tertuliano, La oración, 6. III, pg. 266.

Hermanos carísimos, debemos meditar estas palabras del Señor intensamente y con todo nuestro corazón, porque ciertamente atestiguan que el reino de los cielos no se ha de dar ni encontrar ni abrir a los negligentes y a los ociosos, sino a los que piden, a los que buscan y a los que llaman.

Beda, Homilía sobre los Evangelios, 2, 4. III, pg. 269.

 

San Agustín.

Nuestro Señor Jesucristo, que con nosotros pide y con el Padre da, no nos exhortaría tan insistentemente a pedir si no quisiera dar. Avergüéncese la desidia humana: está más dispuesto él a dar que nosotros a recibir; más ganas tiene él de hacernos misericordia que nosotros de vernos libres de nuestras miserias. Y quede bien claro: si nos exhorta, lo hace para nuestro bien.

[…] Llama con tu oración al Señor mismo con quien descansa su familia; pide, insiste. No necesita ser vencido por la importunidad, como el amigo aquel, para levantarse y darte. Él quiere dar. Si, aun llamando, no has recibido nada, sigue llamando, pues desea dar. Difiere el dar lo que desea dar para que al diferirlo lo desees más ardientemente, no sea que otorgándotelo luego, te parezca vil.

Cuando hayas conseguido los tres panes, es decir, el alimento que es el conocimiento de la Trinidad, tendrás con qué vivir tú y con qué alimentar al otro.

[…] Mas, para que pueda serte dulce lo que te da, es necesario que poseas caridad, que tengas fe, que tengas esperanza. Son dones también de Dios.

Sermón 105  I 1094ss,

 

San Juan de Ávila.

El tener a Dios en eta posesión y opinión es grande honra suya; muévese mucho a dar. Hase de formar este afecto en los corazones, [siguiendo los ejemplos de la Escritura, como aquél: ¿Quién de vosotros si tiene un amigo] (cf. Lc 11, 3). Y aconsejaba el Señor, [en el ejemplo de la mujer con el juez] que seamos importunos; y todos los lugares donde el Señor dice esto se deben mucho meditar, y el servicio y contento que el Señor recibe en que le pidan. Débese trabajar  hasta que el corazón no vaya a otra parte a buscar remedio, como Josafat.

Plática a los padres de la Compañía. I, pg. 814.

Las palabras son: [dame la bondad, la disciplina y la ciencia” (Sal 118, 66), que parecen ser una cosa con los tres panes que el señor dice que hemos de pedir a nuestro vecino para poner delante de nuestro amigo que viene de camino cansado (cf. Lc 11, 5-6).

Plática a sacerdotes. I, pg. 797.

San Agustín dijo, como quien lo habría probado: “Mejor se sueltan las dudas con la oración que con cualquier otro estudio” (Carta 147). Y por no cansar, y porque no sería posible deciros particularmente los frutos de la oración, no os digo más, sino que la suma Verdad dijo que el Padre celestial dará espíritu bueno a los que se lo piden (Lc 11, 13); con el cual vienen todos los bienes.

Audi, filia (II). I, pg. 688.

Y por decir en una palabra lo que en esto siento, os traigo a la memoria lo que dijo David: Bendito sea el Señor, que no quitó de mí mi oración y su misericordia (Sal 65, 20). Sobre lo cual dice San Augustín: “Seguro puedes estar que, si Dios no quita de ti la oración, no te quitará su misericordia” (Ennarr. in Ps. 65). Y acordaos que el Señor dijo: Que el celestial Padre dará espíritu bueno a los que se lo piden (Lc 11, 13).

Audi, filia (II). I, pg. 690.

San Lucas [perdona nuestras ofensas]. Ve aquí cómo, en la Sagrada Scriptura, pecado se entiende también por venial. Por manera que hemos de entender: la sangre de Cristo nos alimpia de todos los pecados mortales y veniales que hicimos.

Lección sobre 1 San Juan (I). II, pg. 137.

La Santísima Trinidad nos lava autoritativamente  (Lc 11, 4), la sangre de nuestro Señor Jesucristo, meritoria, la gracia, formalmente; y ninguna otra cosa nos puede lavar nuestros pecados y manchas meritoriamente, sino la sangre de Cristo, la cual, de justicia, nos lava. Poco aprovecharán limosnas, ni lágrimas, ni ayunos, ni otra sangre, si esta de Jesucristo no interviene.

Lecciones sobre 1 San Juan (II), II, pg. 362.

¿Qué haré padre, para tener este espíritu [os amáis unos a otros]? – Demándaldo a Aquel puede dar, que ansí te lo mostró san Lucas: Si vos, quum sitis mali (Lc 11, 13). ¿Qué más bien quiere un hombre que, teniendo este espíritu de Cristo, viva en cristo y tenga así el rostro de Cristo?

Lecciones sobre 1 San Juan (II). II, pg. 356.

Estos imitaban a la Virgen bendita, la cual y ellos pedían con grande insistencia lo que el Señor les enseñó, diciendo: ¡Señor, venga tu reino! (Lc 11, 12). Mas nosotros pedímoslo con la boca, y como gente que está sin la gracia del Señor o tiene poca, y como gente que está avecindada en aqueste mundo y tiene aquí el asiento de sus honras, riquezas y placeres, tiene los estómagos hartos y ni desean salir de aquí, y aun tomarían por partido de que esta vida fuese más larga. ¡Miserable estado de gente! Miserables tales tiempos, en que los hombres de buena gana renuncian y se quieren pasar sin unos bienes tan grandes como hay en el cielo, el menor de los cuales vale más que todos los acá juntos; y son tales, que porque los hombres gozásemos de ellos, el Hijo de Dios padeció muerte, y muerte de cruz!

Sermón de la Asunción de María. IV, pg. 965.

[S. Francisco de Asís:] “Padre nuestro, que estáis en los cielos, santificado sea el tu nombre (Lc 11, 2). No quiero otro padre si a ti no, Señor; si cruz llevaste, cruz quiero; si pobre fuiste, que no tuviste donde reclinar tu cabeza (cf. Mt 8, 20; Lc 9, 58) – tanta fue tu extrema necesidad - , pobre quiero ser; si pasaste mucha sed, mucha hambre, mucho frío, mucha desnudez, yo también lo quiero ansí”. Maldecíalo su padre, y fuese a un labrador y díjole: “Hermano, mi padre me maldice; en lugar de sus maldiciones, bendíceme tú”. Echóle el buen hombre la bendición y díjole: “¡Bendito seas tú de Dios, que tan bendito y tan dicho te hizo”.

Sermón de san Francisco de Asís. III, pg. 1059.

Descubrióle Dios que era gran arte esta para venir a tener grandes riquezas, el mendigar; y no era tanto estopara el cuerpo como para el alma; y si bien miramos en ello, no hay día que no vamos a la puerta de Dios a mendigar, diciendo: “Señor, danos pan; pan, Señor”. el pan nuestro de cada día dánosle hoy (Lc 11,3).

Sermón de san Francisco de Asís. III, pg. 1045.

¿Queréis que lo diga el mismo Señor otra vez tan claro como aquésta? Dijonos manera de orar y pedir perdón de estos pecados veniales; y lo que por un evangelista dice que digamos: Perdónanos nuestras deudas (Mt 6, 12), en otro dice: Perdónanos nuestros pecados (Lc 11, 4), sin decir veniales o no, porque en este nombre pecados se entienden uno y otros; pues que esta oración no solo la rezan los que están en pecado mortal, mas aún los que están en estado de gracia, que cometen veniales. Y si bien se mira, más es oración propia de estos tales, que, siendo hijos por gracia, llaman Padre a Dios, que no de los que están en pecado mortal, enemistados con Dios, indignos de llamarle Padre, y si se lo llamaren, les puede Él responder con mucha verdad: Vosotros hijos sois del diablo (Jn 8, 44).

Sermón del Santísimo Sacramento. III, pg. 657.

Amigo, préstame tres panes,… (Lc 11, 5-6). ¿Quién este que está descuidado en su casa, y viene su amigo de lejos y está tan pobre, que no tiene qué le poner delante, siquiera un poco de pan? Cualquiera de nosotros, que tan pobres estamos, que no tenemos un poco de pan que poner delante a nuestro amigo. Por cierto, quien no tiene un pedazo de pan en su casa, harta pobreza y miseria tiene.

¿Cuá es este amigo que viene de lejos, cansado? Señoras, agradeced a Nuestro Señor la merced y misericordia que con vosotras hizo en encerraros entre esas paredes, para, como a Adam, traspasaros desde ahí al cielo.  

Sermón en vísperas de Navidad. III, pg. 55.

Mirad, Señor, como está postrada delante vuestros pies gimiendo y llorando, y su profundísima humildad, con que nos pide que intercedamos por ella, con tan ferviente y continua oración, que, aunque sus servicios no mereciesen lo que pide, ni se tuviese respeto a quien es, merecía la importunidad de su oración, y el llamar a la puerta de su bien amigo, que se levántese, y le abra la puerta, y le dé todos los panes que ha menester, según vuestra Majestad lo dijo en el mundo (cf. Lc 11, 5-13). Oídla, Señor, y poned sus lágrimas en vuestro acatamiento (cf. Sal 55, 9), porque ella nunca cerró sus orejas a vuestra ley, ni las cerró al clamor del pobre; mas, según está escrito, su mano extendió al pobre (cf. Prov 31, 20), y mucho más su corazón, en el cual nunca hubo maldad, y por eso debe ser oída, según dice David (cf. Sal 65, 18-19).

Sermón de la Asunción de María. III, pg. 967-968.

Descubrióle Dios que era tan grande esta para venir a tener grandes riquezas, el mendigar; y no era tanto esto para el cuerpo como para el ánima; y si bien miramos en ello, no hay día que no vamos a la puerta de Dios a mendigar, diciendo: “Señor, darnos pan; pan, Señor. El pan nuestro… (Lc 11, 3).

Sermón de san Francisco de Asís. III, pg. 1045.

Abajá esa cabeza, hincá esas rodillas, que, si no pedís, no llovera agua sobre vos, porque los b ienes temproales dalos Dios sin pedirlos, pero los espirituales no los da sino a quien se lo pide. Hermanos, abrid esas bocas, levantad esos corazones y pedid a Dios, y daros ha, porque él ha dicho que dará espíritu bueno a quien se lo pidiere (Lc 11, 13). Pedid a Dios y daros ha acá gracia y allá gloria.

Sermón 4 después de Cuaresma. III, pg. 180.

No tenemos, señora, no tenemos pan ni panes en nuestra casa con que dar de comer a nuestro amigo que viene e fuera (cf. Lc 11, 5s), si no lo vamos a pedir a nuestro vecino, que es Dios humanado, tan cercano a nos, que es nuestra cabeza, padre y hermano. Quien a Él alzare sus jos y le mirare a las manos, quien fuere mendigo de su puerta, quien le deseare y se fatigare de hambre de Él, será recreado en su hartura, que tanto excede a la de las criaturas cuanto excede Él de ellas. Mas fuera de Él no se atreva nadie a hambrear, porque “donde quiera que la carne buscare abastanza – dice San Agustín – hallará falta”; para que por experiencia entienda que diferencia va del criador a la criatura, y desarrimado de ella, pues ya probó no haber en ella lo que buscaba, vaya con lleno de corazón al que solo es bastante a le dar más de lo que el ánima puede recebir.

Carta a una señor afligida por su enfermedad. IV, pg. 205-206.

Deseo tengo de saber de qué parte se mantiene agora el corazón de vuestra merced. Porque si miramos a la semana en que estamos, el del Espíritu Santo, el cual da lumbre al entendimiento, infunde amor en la voluntad y fortaleza en el cuerpo; con los cuales tres panes tenemos que poner delante de nuestro amigo, que viene del camino hambriento y cansado (cf. Lc 11, 6); porque el hambre que nuestro corazón siente andando fuera de sí y ocupado en las criaturas, suele el Espíritu Santo quitar dándonos de hartura. Y ¡ay de nos si no sentimos la falta que en las cosas criadas hay y no nos tornamos ya a nuestro corazón, siquera cansados de haber hallado falt ay mengua donde pensábamos que había algún sosiego.

Carta a una señora. IV, pg. 453.

Si os vagare usar la oración, hacedlo, y si no, pedid a nuestro Señor que se os dé, pues puede, sin comulgar, lo que os había de dar comulgando; y hacerlo ha, pues no mira sino el deseo. Sea Él vuestro pensamiento y cuidado, que viene a vuestro corazón, en que el señor, esté puesto. Buscad, y hallaréis; llamad, y abriros ha; pedid, y recibiréis (Lc 11, 9); y fiaos de Aquel que a ninguno engañó. El os pondrá a donde está, si vos os atreviésedes ahora a ir por donde Él caminó. Él sea vuestra fortaleza. Amén.

Carta a una doncella. IV, pg. 669-670.

No da el Señor luego este don hasta que Él es servido; mas entretanto sepamos no fiarnos de otras buenas obras, si esto nos falta, y esperemos en el Señor, que nos lo dará cuando sea servido, porque Él prometió que no daría piedra a quien le pidiese pan, y que el Padre del cielo dará buen espíritu al que se lo pidiere (cf. Lc 11, 11-13).

Carta a una señora. IV, pg. 188.

 

San Oscar Romero. Homilía.

Y el otro papel de la Iglesia, en la otra hermosa página del evangelio: "Maestro, enséñanos a orar", y Jesús les enseña: "Padre" la hermosa palabra que todo lo arreglaría, si todos supiéramos decir "Padre" al Creador de todas las cosas, y sentiríamos hermanos a todos los hombres, y le pidiéramos: "venga tu reino", el anhelo supremo del corazón del hombre, porque cuando venga tu reino a la tierra habrá más justicia, más amor, habrá más igualdad entre los hombres, más fraternidad. Perdónanos, porque somos pecadores. Hermanos -y esto es hermoso- la oración es la cumbre del desarrollo del hombre. El hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es. Y el hombre es, cuando se encara con Dios y comprende qué maravillas ha hecho Dios consigo. Dios ha creado un ser inteligente, capaz de amar, libre.

Homilía, 24 de julio de 1977.

 

León XIV. Angelus. 20 de julio de 2025.

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

La Liturgia de hoy nos recuerda la hospitalidad de Abraham y de su esposa Sara, y luego la de las hermanas Marta y María, amigas de Jesús (cf. Gn 18,1-10; Lc 10,38-42). Cada vez que aceptamos la invitación a la Cena del Señor y participamos en la mesa eucarística, es Dios mismo quien “pasa a servirnos” (cf. Lc 12,37). Sin embargo, nuestro Dios supo hacerse huésped primero, y también hoy está a nuestra puerta y llama (cf. Ap 3,20). Es sugerente que en la lengua italiana el huésped sea tanto el que acoge como el que es acogido. Así, en este domingo de verano podemos contemplar el juego de la acogida recíproca, fuera del cual nuestra vida se empobrece.

Es necesaria la humildad tanto para acoger como para ser acogido. Requiere delicadeza, atención, apertura. En el Evangelio, Marta corre el riesgo de no entrar plenamente en la alegría de este intercambio. Está tan concentrada en lo que tiene que hacer para acoger a Jesús, que corre el riesgo de arruinar un momento de encuentro inolvidable. Marta es una persona generosa, pero Dios la llama a algo aún más hermoso que la propia generosidad. La llama a salir de sí misma.

Queridos hermanos y hermanas, sólo esto hace florecer nuestra vida: abrirnos a algo que nos aparte de nosotros mismos y al mismo tiempo nos planifique. Mientras que Marta se queja de que su hermana la ha dejado sola para servir (cf. v. 40), pareciera que María ha perdido el sentido del tiempo, conquistada por la palabra de Jesús. No es que sea menos concreta que su hermana, ni menos generosa, sino que ha aprovechado la oportunidad. Por eso Jesús reprende a Marta: porque se ha quedado fuera de una intimidad que también a ella le daría una gran alegría (cf. vv. 41-42).

El tiempo de verano puede ayudarnos a “bajar el ritmo” y a parecernos más a María que a Marta. A veces no nos permitimos los mejores momentos. Necesitamos gozar de tener un poco de descanso, con el deseo de aprender más sobre el arte de la hospitalidad. La industria de las vacaciones quiere vendernos todo tipo de experiencias, pero quizá no lo que buscamos. En efecto, todo encuentro verdadero no se puede comprar, es gratuito: sea el que se tiene con Dios, como el que se tiene con los demás, o incluso con la naturaleza. Se necesita solamente hacerse huésped: hacer espacio y también pedirlo; acoger y dejarse acoger. Tenemos mucho que recibir y no sólo que dar. Abraham y Sara, aunque eran ancianos, se encontraron fecundos cuando acogieron discretamente al Señor mismo en tres viajeros. También para nosotros, aún hay tanta vida por acoger.

Oremos a María Santísima, la Madre hospitalaria, que acogió al Señor en su seno y junto con José le dio un hogar. En ella resplandece nuestra vocación, la vocación de la Iglesia de seguir siendo una casa abierta a todos, para continuar acogiendo a su Señor, que pide permiso para entrar.

 

Francisco. Angelus. 26 de julio 2013.

Queridos hermanos y amigos. ¡Buenos días!

Doy gracias a la Divina Providencia por haber guiado mis pasos hasta aquí, a la ciudad de San Sebastián de Río de Janeiro. Agradezco de corazón a Mons. Orani y también a ustedes la cálida acogida, con la que manifiestan su afecto al Sucesor de Pedro. Me gustaría que mi paso por esta ciudad de Río renovase en todos el amor a Cristo y a la Iglesia, la alegría de estar unidos a Él y de pertenecer a la Iglesia, y el compromiso de vivir y dar testimonio de la fe.

Una bellísima expresión popular de la fe es la oración del Angelus [en Brasil, la Hora de María]. Es una oración sencilla que se reza en tres momentos señalados de la jornada, que marcan el ritmo de nuestras actividades cotidianas: por la mañana, a mediodía y al atardecer. Pero es una oración importante; invito a todos a recitarla con el Avemaría. Nos recuerda un acontecimiento luminoso que ha transformado la historia: la Encarnación, el Hijo de Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazaret.

Hoy la Iglesia celebra a los padres de la Virgen María, los abuelos de Jesús: los santos Joaquín y Ana. En su casa vino al mundo María, trayendo consigo el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción; en su casa creció acompañada por su amor y su fe; en su casa aprendió a escuchar al Señor y a seguir su voluntad. Los santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha transmitido la fe y el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta María que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo, nos los ha dado a nosotros. ¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe! Refiriéndome al ambiente familiar quisiera subrayar una cosa: hoy, en esta fiesta de los santos Joaquín y Ana, se celebra, tanto en Brasil como en otros países, la fiesta de los abuelos. Qué importantes son en la vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad. Y qué importante es el encuentro y el diálogo intergeneracional, sobre todo dentro de la familia. El Documento conclusivo de Aparecida nos lo recuerda: “Niños y ancianos construyen el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque transmiten la experiencia y la sabiduría de su vida” (n. 447). Esta relación, este diálogo entre las generaciones, es un tesoro que tenemos que preservar y alimentar. En estas Jornadas de la Juventud, los jóvenes quieren saludar a los abuelos. Los saludan con todo cariño. Los abuelos. Saludemos a los abuelos. Ellos, los jóvenes, saludan a sus abuelos con mucho afecto y les agradecen el testimonio de sabiduría que nos ofrecen continuamente.

Y ahora, en esta Plaza, en sus calles adyacentes, en las casas que viven con nosotros este momento de oración, sintámonos como una gran familia y dirijámonos a María para que proteja a nuestras familias, las haga hogares de fe y de amor, en los que se sienta la presencia de su Hijo Jesús.

 

Francisco. Regina Coeli. 24 de julio de 2016.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (Lc 11, 1-13) inicia con la escena de Jesús rezando solo, apartado; cuando termina, los discípulos le piden: «Señor, enséñanos a orar» (v. 1); y Él responde: «Cuando oréis, decid: “Padre...”» (v. 2). Esta palabra es el «secreto» de la oración de Jesús, es la llave que él mismo nos da para que podamos entrar también en esa relación de diálogo confidencial con el Padre que le ha acompañado y sostenido toda su vida.

Al apelativo «Padre» Jesús asocia dos peticiones: «sea santificado tu nombre, venga a nosotros tu reino» (v. 2). La oración de Jesús, y por lo tanto la oración cristiana, es antes que nada un dejar sitio a Dios, permitiendo que manifieste su santidad en nosotros y dejando avanzar su reino, a partir de la posibilidad de ejercer su señorío de amor en nuestra vida.

Otras tres súplicas completan esta oración que Jesús nos enseña, el «Padre Nuestro». Son tres peticiones que expresan nuestras necesidades fundamentales: el pan, el perdón y la ayuda ante las tentaciones (cf. vv. 3-4). No se puede vivir sin pan, no se puede vivir sin perdón y no se puede vivir sin la ayuda de Dios ante las tentaciones. El pan que Jesús nos hace pedir es el necesario, no el superfluo; es el pan de los peregrinos, el justo, un pan que no se acumula y no se desperdicia, que no pesa en nuestra marcha. El perdón es, ante todo, aquello que nosotros mismos recibimos de Dios: sólo la conciencia de ser pecadores perdonados por la infinita misericordia divina, puede hacernos capaces de cumplir gestos concretos de reconciliación fraterna. Si una persona no se siente pecador perdonado, nunca podrá realizar un gesto de perdón o reconciliación. Se comienza desde el corazón, donde uno se siente pecador perdonado. La última petición, «no nos dejes caer en la tentación», expresa la conciencia de nuestra condición, siempre expuesta a las insidias del mal y de la corrupción. Todos sabemos qué es una tentación.

La enseñanza de Jesús sobre la oración prosigue con dos parábolas, en las cuales toma como modelo la actitud de un amigo respecto a otro amigo y la de un padre hacia su hijo (cf. vv. 5-12). Ambas nos quieren enseñar a tener plena confianza en Dios, que es Padre. Él conoce mejor que nosotros mismos nuestras necesidades, pero quiere que se las presentemos con audacia y con insistencia, porque este es nuestro modo de participar en su obra de salvación. ¡La oración es el primer y principal «instrumento de trabajo» que tenemos en nuestras manos! Insistir a Dios no sirve para convencerle, sino para reforzar nuestra fe y nuestra paciencia, es decir, nuestra capacidad de luchar junto a Dios por cosas realmente importantes y necesarias. En la oración somos dos: Dios y yo luchando juntos por las cosas importantes.

Entre estas, hay una, la gran cosa importante que Jesús dice hoy en el Evangelio, pero que casi nunca pedimos, y es el Espíritu Santo. «¡Dame el Espíritu Santo!». Y Jesús lo dice: «Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (v. 13). ¡El Espíritu Santo! Debemos pedir que el Espíritu Santo venga a nosotros. Pero, ¿para qué sirve el Espíritu Santo? Sirve para vivir bien, para vivir con sabiduría y amor, cumpliendo la voluntad de Dios. ¡Qué bonita oración sería, esta semana, si cada uno de nosotros pidiese al Padre: «Padre, dame el Espíritu Santo!». La Virgen nos lo demuestra con su existencia, totalmente animada por el Espíritu de Dios. Que Ella nos ayude a rezar al Padre unidos a Jesús, para no vivir de forma mundana, sino según el Evangelio, guiados por el Espíritu Santo.

 

Francisco. Regina Coeli. 29 de julio de 2019.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la página del Evangelio de hoy (cf. Lc 11, 1-13), San Lucas narra las circunstancias en las que Jesús enseña el “Padre Nuestro”. Ellos, los discípulos, ya saben rezar, recitando las fórmulas de la tradición judía, pero desean poder vivir también ellos la misma “calidad” de la oración de Jesús. Porque notan que la oración es una dimensión esencial en la vida de su Maestro; en efecto, cada una de sus acciones importantes se caracteriza por prolongados ratos de oración. Además, están fascinados porque ven que Él no reza como los otros maestros de la época, sino que su oración es un vínculo íntimo con el Padre, tanto que desean participar en esos momentos de unión con Dios, para saborear por entero su dulzura.

Así, un día, esperan a que Jesús concluya la oración, en un lugar apartado, y luego le preguntan: «Señor, enséñanos a orar» (v.1). Respondiendo a la pregunta explícita de los discípulos, Jesús no da una definición abstracta de la oración, ni enseña una técnica efectiva para orar y “obtener” algo. En cambio, invita a sus seguidores a experimentar la oración, poniéndolos directamente en comunicación con el Padre, despertando en ellos el anhelo de una relación personal con Dios, con el Padre. ¡Aquí está la novedad de la oración cristiana! Es un diálogo entre personas que se aman, un diálogo basado en la confianza, sostenido por la escucha y abierto a la solidaridad. Es un diálogo del Hijo con el Padre, un diálogo entre los hijos y el Padre. Esta es la oración cristiana.

Por lo tanto, les da la oración del “Padre Nuestro”, quizás el regalo más precioso que nos ha dejado el Maestro divino en su misión terrenal. Después de habernos revelado su misterio de Hijo y de hermano, con esa oración, Jesús nos hace penetrar en la paternidad de Dios. Quiero subrayarlo: cuando Jesús nos enseña el Padre Nuestro nos hace entrar en la paternidad de Dios y nos muestra el camino para entrar en un diálogo orante y directo con Él, a través del camino de la confianza filial. Es un diálogo entre el papá y su hijo, del hijo con su papá. Lo que pedimos en el “Padre Nuestro” ya está hecho para nosotros en el Hijo Unigénito: la santificación del Nombre, el advenimiento del Reino, el don del pan, el perdón y la liberación del mal. Mientras pedimos, abrimos nuestra manos para recibir. Recibir los dones que el Padre nos mostró en el Hijo. La oración que el Señor nos enseñó es la síntesis de toda oración, y nosotros siempre la dirigimos al Padre en comunión con los hermanos. A veces sucede que en la oración haya distracciones pero tantas veces sentimos ganas de detenernos en la primera palabra: “Padre” y sentir esa paternidad en el corazón.

Después Jesús cuenta la parábola del amigo importuno y dice: “Debemos insistir en la oración”. Me recuerda lo que hacen los niños cuando tienen tres, tres años y medio: comienzan a preguntar cosas que no entienden. En mi tierra se llama “la edad de los porqués”, creo que también aquí es lo mismo. Los niños comienzan a mirar a su papá y dicen: “Papá, ¿por qué? Papá, ¿por qué?”. Piden explicaciones. Prestemos atención: cuando el papá empieza a explicar el porqué, llegan con otra pregunta sin escuchar toda la explicación. ¿Qué pasa? Sucede que los niños se sienten inseguros acerca de muchas cosas que comienzan a comprender a medias. Solo quieren atraer la mirada de su papá hacia ellos y por eso: “¿Por qué, por qué, por qué?“ Nosotros, en el Padre Nuestro, si nos detenemos en la primera palabra, haremos lo mismo que cuando éramos niños, atraer la mirada del padre sobre nosotros. Diciendo “Padre, Padre”, y también diciendo: “¿Por qué?” Y Él nos mirará.

Pidamos a María, mujer orante, que nos ayude a rezar el Padre Nuestro unidos a Jesús para vivir el Evangelio, guiados por el Espíritu Santo.

 

Benedicto XVI. Angelus. 29 de julio de 2007.  

Queridos hermanos y hermanas: 

Habiendo vuelto anteayer de Lorenzago, me alegra encontrarme nuevamente aquí, en Castelgandolfo, en el ambiente familiar de esta hermosa localidad, donde pienso pasar, Dios mediante, el resto del período estival. Siento el vivo deseo de dar gracias una vez más al Señor por haber podido pasar unos días serenos entre las montañas de Cadore, y expreso mi agradecimiento a todos los que organizaron eficientemente mi estancia allí y velaron con esmero por ella.

Con igual afecto quisiera saludaros y expresaros mis sentimientos de gratitud a vosotros, queridos peregrinos, y sobre todo a vosotros, queridos habitantes de Castelgandolfo, que me habéis acogido con vuestra típica cordialidad y me acompañáis siempre con discreción durante el tiempo que paso entre vosotros.

El domingo pasado, recordando la "Nota" que el 1 de agosto de hace 90 años dirigió el Papa Benedicto XV a los países beligerantes en la primera guerra mundial, hablé sobre el tema de la paz. Ahora una nueva ocasión me invita a reflexionar sobre otro importante asunto relacionado con ese tema. En efecto, precisamente hoy se celebra el 50° aniversario de la entrada en vigor del Estatuto del OIEA, el Organismo internacional de energía atómica, instituido con el mandato de "solicitar y aumentar la contribución de la energía atómica a las causas de la paz, de la salud y de la prosperidad en todo el mundo" (art. II del Estatuto). La Santa Sede, aprobando plenamente las finalidades de dicho Organismo, es miembro de él desde su fundación y sigue sosteniendo su actividad.

Los cambios históricos acontecidos durante los últimos 50 años muestran que, en la difícil encrucijada en que se encuentra la humanidad, es cada vez más actual y urgente el compromiso de fomentar la no proliferación de armas nucleares, promover un progresivo y concordado desarme nuclear y favorecer el uso pacífico y seguro de la tecnología nuclear para un auténtico desarrollo, respetuoso del ambiente y siempre atento a las poblaciones menos favorecidas.

Por eso, deseo que tengan éxito los esfuerzos de quienes trabajan para alcanzar con determinación estos tres objetivos, con el fin de hacer que "los recursos ahorrados de este modo puedan emplearse en proyectos de desarrollo en favor de todos los habitantes y, en primer lugar, de los más pobres" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2006, n. 13:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de diciembre de 2005, p. 4). En efecto, conviene reafirmar también en esta ocasión que «es preciso sustituir (...) la carrera de armamentos por un esfuerzo común para movilizar los recursos hacia objetivos de desarrollo moral, cultural y económico "redefiniendo las prioridades y las escalas de valores"» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2438).

Encomendemos nuevamente a la intercesión de María santísima nuestra oración por la paz, en particular para que los conocimientos científicos y técnicos se apliquen siempre con sentido de responsabilidad y para el bien común, en el pleno respeto del derecho internacional. Oremos para que los hombres vivan en paz y todos se sientan hermanos, hijos de un único Padre: Dios.

 

Benedicto XVI. Angelus. 25 de julio de 2010.

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús recogido en oración, un poco apartado de sus discípulos. Cuando concluyó, uno de ellos le dijo: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1). Jesús no puso objeciones, ni habló de fórmulas extrañas o esotéricas, sino que, con mucha sencillez, dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre...”», y enseñó el Padre Nuestro (cf. Lc 11, 2-4), sacándolo de su propia oración, con la que se dirigía a Dios, su Padre. San Lucas nos transmite el Padre Nuestro en una forma más breve respecto a la del Evangelio de san Mateo, que ha entrado en el uso común. Estamos ante las primeras palabras de la Sagrada Escritura que aprendemos desde niños. Se imprimen en la memoria, plasman nuestra vida, nos acompañan hasta el último aliento. Desvelan que «no somos plenamente hijos de Dios, sino que hemos de llegar a serlo más y más mediante nuestra comunión cada vez más profunda con Cristo. Ser hijos equivale a seguir a Jesús» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 172).

Esta oración recoge y expresa también las necesidades humanas materiales y espirituales: «Danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados» (Lc 11, 3-4). Y precisamente a causa de las necesidades y de las dificultades de cada día, Jesús exhorta con fuerza: «Yo os digo: pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Lc 11, 9-10). No se trata de pedir para satisfacer los propios deseos, sino más bien para mantener despierta la amistad con Dios, quien —sigue diciendo el Evangelio— «dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan» (Lc 11, 13). Lo experimentaron los antiguos «padres del desierto» y los contemplativos de todos los tiempos, que llegaron a ser, por razón de la oración, amigos de Dios, como Abraham, que imploró al Señor librar a los pocos justos del exterminio de la ciudad de Sodoma (cf. Gn 18, 23-32). Santa Teresa de Ávila invitaba a sus hermanas de comunidad diciendo: «Debemos suplicar a Dios que nos libre de estos peligros para siempre y nos preserve de todo mal. Y aunque no sea nuestro deseo con perfección, esforcémonos por pedir la petición. ¿Qué nos cuesta pedir mucho, pues pedimos al Todopoderoso?» (Camino de Perfección 42, 4: Obras completas, Madrid, 1984, p. 822). Cada vez que rezamos el Padre Nuestro, nuestra voz se entrelaza con la de la Iglesia, porque quien ora jamás está solo. «Todos los fieles deberán buscar y podrán encontrar el propio camino, el propio modo de hacer oración, en la variedad y riqueza de la oración cristiana, enseñada por la Iglesia... cada uno se dejará conducir... por el Espíritu Santo, que lo guía, a través de Cristo, al Padre» (Congregación para la doctrina de la fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 15 de octubre de 1989, 29: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de diciembre de 1989, p. 8).

Hoy se celebra la fiesta del apóstol Santiago, llamado «el Mayor», quien dejó a su padre y el trabajo de pescador para seguir a Jesús, y por él dio la vida, el primero entre los Apóstoles. De corazón dirijo un pensamiento especial a los peregrinos que, en gran número, han llegado a Santiago de Compostela. Que la Virgen María nos ayude a redescubrir la belleza y la profundidad de la oración cristiana.

 

DOMINGO 18 T. O.

 

Monición de entrada.-

Venimos a misa porque queremos ser buenos amigos de Jesús.

Él nos enseña como serlo.

Y lo hace cuando el sacerdote lee el Evangelio.

 

Señor, ten piedad.

Porque a veces solo pensamos en nosotros. Señor, ten piedad.

Porque nos cuesta dejar las cosas. Cristo ten piedad.

Porque no te queremos mucho.  Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Por el Papa Francisco. Te lo pedimos, Señor.

Por la Iglesia, para que no ponga el corazón en las cosas. Te lo pedimos, Señor.

Por los que tienen el dinero, para que ayuden a los pobres. Te lo pedimos, Señor.

Por los niños que solo quieren tener cosas, para que cambien. Te lo pedimos, Señor.

Por nosotros, para que no seamos caprichosos. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias.

Gracias Virgen María porque tú nos enseñas a dejar las cosas y no poner el corazón en tener muchas cosas.

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