Lectura del libro del Eclesiástico 35,
12-14.16-19a.
El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las
personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que
escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la
viuda cuando se desahoga en su lamento. Quien sirve de buena gana es bien
aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. La oración del humilde atraviesa
las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que
el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia. El Señor no
tardará.
Textos
paralelos.
Escucha la oración del oprimido.
Ex 22, 21-23: No explotarás ni vejarás al
emigrante, porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a
viudas ni a huérfanos, porque si los explotas y ellos gritan a mí, yo los
escucharé. Se encenderá mi ida y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres
viudas y a vuestros hijos huérfanos.
No desdeña la súplica del huérfano.
Pr 23, 10-11: No remuevas los linderos
antiguos ni te metas en la parcela del huérfano, porque su defensor es fuerte y
defenderá su causa contra ti.
La oración del humilde atraviesa las nubes.
Jb 16, 18: ¡Tierra, no cubras mi sangre! ¡No
se detenga mi demanda de justicia!
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
35 Ben Sirá es a la vez un fervoroso ritualista muy adicto al
culto y un moralista cuidadoso de observar la Ley en todos sus preceptos de
justicia y caridad. Ambas tendencias se unen aquí: según Ben Sirá, la práctica
de la Ley es por sí misma un culto.
35 12 Lit. “la gloria de la persona no es nada para él”. Esta
idea aparece con frecuencia en el AT: Dt 10, 17, 2 Cr 19, 7. Ver Libro de los jubileos:
“Cuando él dice que ejecutará su juicio sobre algunos, no tiene en cuenta a las
personas ni está dispuesto a recibir regalos. Si alguien da todo lo que hay
sobre la tierra, él no tendrá en cuenta los dones de la persona, ni aceptará
cosa alguna que haya en sus manos, pues él es un juez justo. La idea será
retomada en el NT.
35 16 A Dios o al prójimo.
35 17 (a) Donde habita Dios.
35 17 (b) “él no se consuela”; variante Manuscrito B: “no se detiene
ella”.
34 19 (a) Dios es lento a la cólera, pero su paciencia no llega a la
debilidad. Al final del hemistiquio el Manuscrito B añade: “Igual que un
guerrero, no se contendrá”.
Salmo
responsorial
Sal 34 (33), 2-7.17-18.19.23 (R:/
7ab).
El
afligido invocó al Señor,
y
él lo escuchó. R/.
Bendigo
al Señor en todo momento,
su
alabanza está siempre en mi boca;
mi
alma se gloría en el Señor:
que
los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
El
Señor se enfrenta con los malhechores,
para
borrar de la tierra su memoria.
Cuando
uno grita, el Señor lo escucha
y
lo libra de sus angustias. R/.
El
Señor está cerca de los atribulados,
salva
a los abatidos.
El
Señor redime a sus siervos,
no
será castigado quien se acoge a él. R/.
Textos
paralelos.
Yahvé está cerca de los
desanimados, él salva a los espíritus humildes.
Sal 51, 10: Anúnciame gozo y
alegría, que se regocijen los huesos triturados.
Mt 11, 29-30: Cargad con mi yugo
y aprended de mí, que soy tolerante y humilde, y os sentiréis aliviados. Pues
mi yugo es blando y mi carga es ligera.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
34 Salmo penitencial “alfabético”
(pero el orden de las estrofas está alterado): acción de gracias, vv. 2-11, e
instrucción, en el sentido de los Proverbios, sobre la suerte de los justos y
de los malvados.
Segunda
lectura.
Lectura de la segunda carta del apóstol
san Pablo a Timoteo 3, 14-4,2.
Querido hermano:
Permanece en lo que
aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño
conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a
la salvación por medio de la fe, en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por
Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para
toda obra buena. Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar
a vivos y a muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra,
insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad
y doctrina.
Textos
paralelos.
Tú, en cambio, persevera
en lo que aprendiste.
2 Tm 2, 2: Lo que me escuchaste
en presencia de muchos testigos transmítelo a personas de fiar, que sean capaces
de enseñárselo a los demás.
2 Tm 1, 5: Recuerdo tu fe
sincera, la que alentaba primero en tu abuela Loide, después en tu madre Eunice
y ahora estoy seguro de que alienta en ti.
Recuerda que desde niño
conoces las sagradas Letras.
2 Co 3, 14-18: Con todo, su
inteligencia se les embotó; pues hasta hoy, cuando leen el Antiguo Testamento,
el velo permanece, y no se descubre, porque solo con Cristo caduca. Hasta el
día de hoy, cuando leen a Moisés, un velo les cubre la mente. Pero cuando se
vuelva al Señor, se removerá el velo. Este Señor es el Espíritu, y donde está
el Espíritu del Señor hay libertad. Y nosotros todos, reflejando con el rostro
descubierto la gloria del Señor, nos vamos transformando en su imagen, con esplendor
creciente, como bajo la acción del Espíritu del Señr.
Toda Escritura está
inspirada por Dios y útil para enseñar.
Rm 15, 4: Lo que entonces se
escribió fue para nuestra instrucción, para que por la paciencia y el consuelo
de la Escritura tengamos esperanza.
1 Co 10, 6: Esos sucesos nos
sirven de escarmiento para que no deseemos el malcomo ellos lo desearon.
2 P 1, 20-21: Pues habéis de
saber ante todo que ninguna profecía se encomienda a la interpretación privada,
pues la profecía nunca sucedió por iniciativa humana, sino que los hombres
hablaron movidos por el Espíritu Santo.
Te conjuro en presencia
de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir.
1 Tm 6, 11-14: Tú en cambio,
hombre de Dios, huye de todo eso; busca la justicia, la piedad, la fe, el amor,
la paciencia, la bondad. Pelea el noble combate de la fe. Aférrate a la vida
eterna, a la cual te llamaron cuando hiciste tu noble confesión ante muchos
testigos. En presencia de Dios, que da vida a todo, y de Cristo, Jesús que dio
testimonio ante Poncio Pilato con su noble confesión, te encargo que conserves
el mandato sin mancha ni tacha, hasta que aparezca el Señor nuestro Jesucristo.
Hch 10, 42: Nos encargó predicar
al pueblo y atestiguar que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos.
Rm 14, 9: Para eso murió el
Mesías y resucitó: para ser Señor de muertos y vivos.
1 P 4, 5: Pero rendirán cuentas
al que está dispuesto a juzgar a vivos y muertos.
1 Tm 6, 14: Te encargo que
conserves el mandato sin mancha ni tacha, hasta que aparezca el Señor nuestro
Jesucristo.
Exhorta con toda
paciencia y doctrina.
1 Tm 4, 1: El Espíritu dice
expresamente que en el futuro algunos renegarán de la fe y se entregarán a
espíritus engañosos y doctrinas demoniacas.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
3 14 Variante (Vulgata): “de qué
maestro”. – Estos maestros son Loida y Eunice y sobre todo Pablo.
3 15 Así se llamaba corrientemente
entre los judíos de lengua griega a los libros de la Biblia. El NT cita a
menudo “las escrituras” o “la escritura” o cual “libro”, Rm 1, 2: “Escrituras
Sagradas”; 2 Co 3, 14: la “antigua Alianza” (pero el sentido no se refiere a
los Libros).
3 16 O, no también: “Toda Escritura,
inspirada por dios, es útil” (Vulgata) – Esta importante afirmación del
carácter inspirado de los Libros sagrados era doctrina clásica en el Judaísmo.
En la familiaridad asidua con la Escritura es donde el hombre de Dios nutre su
fe y su celo apostólico.
4 Esta llamada a un discípulo
querido, al fin de la última de las epístolas, puede compararse, en totalidad,
diferente al discurso de Mileto, Hch 20, 18-36. Pablo exhorta a Timoteo a que
imite su ejemplo y prosiga sin desfallecimiento la misión que le entrega.
4 1 Cristo será el juez de todos
los hombres, de los que están vivos en su venida y de los que resuciten. Esta
afirmación pertenece sin duda al “kerygma” primitivo y ha sido incluida en el
Símbolo.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según Lucas 18, 9-14.
En aquel tiempo,
Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por
considerarse justos y despreciaban a los demás:
-Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo,
erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy
como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese
publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás; no se atrevía ni a levantar los ojos
al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios”, ten compasión de
este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque
todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Textos
paralelos.
Despreciaban a los
demás.
Lc 16, 15: Y les
dijo: “Vosotros os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce
vuestros corazones, pues lo que es sublime entre los hombres es abominable ante
Dios”.
Mt 6, 1: Cuidad de
no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos;
de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
Mt 23, 28: Lo mismo
vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de
hipocresía y crueldad.
En pie.
Mt 6, 5: Cuando
oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las
sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En
verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Ayuno...
Lv 16, 29: Esta será
para vosotros ley perpetua: el mes séptimo, el día décimo del mes, ayunaréis y
no haréis trabajo alguno, ni el nativo ni el emigrante que reside entre
vosotros.
Lv 16, 31: Será para
vosotros día de descanso completo, en el que habéis de ayunar; es ley perpetua.
Zac 8, 18-19: Me fue
dirigida la palabra del Señor: “Esto dice el Señor del universo: El ayuno del
cuarto, del quinto, del séptimo y del décimo mes se convertirán en gozo y
alegría, y tendréis unas fiestas solemnes; apreciaréis la fidelidad y la paz”.
Dt 14, 22: Cada año
apartarás el diezmo de todo el producto de lo que hayas sembrado y haya brotado
en el campo.
Aquel no.
Rm 1, 25: Es decir,
cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y dando culto a la
criatura y no al Creador, el cual es bendito por siempre. Amén.
El que se ensalce
será humillado y el que se humille será ensalzado.
Mt 23, 12: El que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Lc 14, 11: Porque
todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
Lc 5, 33: Pero ellos
le dijeron: “Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los
fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber”.
Lc 11, 42: ¡Ay de
vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros
padres!
Flp 3, 9: Y ser
hallado en él, no con justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la
fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
18
12 El
fariseo cumple verdaderamente con las prácticas piadosas de su secta (ver 5,
33; 11, 42) y encuentra en ellas la confirmación de su justicia. Pero no espera
nada de Dios.
18
13 También
el publicano dice la verdad: es un pecador. Pero esta confesión sincera le abre
a Dios y a su gracia.
18
14 (a) La justicia, que el fariseo pretendía conseguir con sus obras, es un don
que solo Dios puede conceder (ver Flp 3, 9).
18
14 (b) Estas últimas palabras, que se encuentran también en 14, 11, han sido
probablemente añadidas aquí por Lc para hacer en esta parábola una llamada a la
humildad.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
9 EN SU INTERIOR...
SON JUSTOS: o bien: que confían en sí mismos porque son justos.
10-14
El
Talmud de Babilonia, a propósito de Berakot 9, 5, describe siete tipos de
fariseos ridiculizando sus defectos: el calculador, el formalista, el que
cumple por miedo, etc.; pero no todos eran así; hay un último tipo: “el que
actúa por amor, como Abrahán; este es el único amado (por Dios)”.
11-12
OH
DIOS (lo mismo en el v. 13): lit. el Dios, vocativo semítico (artículo +
nominativo). El fariseo no pide, agradece, pero su agradecimiento es hipócrita;
piensas que es Dios quien tiene que estarle agradecido por ser tan buen
cumplidor: 1º) No hace cosas malas “como los demás hombres”. 2º) Hace obras
buenas, y más de las que están prescritas (Lv 16, 29, 31 solo mandaba un ayuno
al año, en el día de la expiación; después del destierro, había cuatro días de
ayuno al año: cf. Zac 8, 18s; por otra parte, Dt 14, 22 s prescribía el diezmo
únicamente del grano, del mosto y del aceite). 3º) El fariseo piensa no
necesitar nada para salvarse, sabe salvarse solo. “Nos encontramos ante dos
actitudes diferentes, de la conciencia moral del hombre de todos los tiempos:
el publicano nos presenta una conciencia penitente, plenamente
consciente de la fragilidad de la propia naturaleza y que ve en sus faltas,
cualesquiera que sean lkas justificaciones subjetivas, una confirmación de que
su ser necesita redención. El fariseo nos presenta una conciencia satisfecha
de sí misma, que cree poder observar la ley sin ayuda de la gracia y está
convencida de no necesitar misericordia” (S. Juan Pablo II).
13 SE ATREVÍA: la falta
de un verbo hebreo-arameo para decir “atreverse” se refleja en el texto griego
lit.: quería. // SE GOLPEABA EL PECHO: lit. golpeaba el pecho de él. Su
oración es, lit., apiádate de mí el pecador (la traducción intenta hacer
valer este artículo determinado: “el pecador que tienes delante”).
14 JUSTIFICADO: lit. habiendo
sido justificado (se entiende, por Dios; voz pasiva “teológica”). //
Y AQUEL NO: el texto griego (lit. junto a aquel = en comparación de
aquel), traduce servilmente un giro semítico de comparación (cf. Rm 1, 25). Así
la lección de la parábola tiene aristas más hirientes: el que se tenía por justo
sale del templo siendo pecador, el que se confesó pecador sale del
templo en amistad con Dios.
Notas
exegéticas de la Biblia Didajé.
18,
9-14 La oración verdadera y efectiva exige una disposición humilde. El
fariseo, en esta parábola, dio gracias a Dios por sus propias cualidades y
éxitos pero contrastó arrogantemente sus virtudes con los pecados y
deficiencias del publicano. De este modo, midió su propia bondad con una lista
de actos externos. Su satisfacción en el templo no es tanto una verdadera
acción de gracias a Dios cuanto una alabanza de sí mismo; no hay ninguna
indicación de que sintiera la necesidad de arrepentimiento y penitencia. El
recaudador de impuestos, sabiendo bien sus imperfecciones delante de Dios,
buscaba solo la misericordia sin ningún sentido de derecho. Esta parábola
contra la auto-exaltación recuerda la lección de humildad que Cristo dio en el
banquete del fariseo (Lc 14, 7-11). Cat. 588, 2559 y 2613.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
588 Jesús escandalizó a
los fariseos comiendo con los publicanos y los pecadores tan familiarmente como
con ellos mismos. Contra algunos de los “que se tenía por justos y despreciaban
a los demás” (Lc 18, 9), Jesús afirmó: “No he venido a llamar a conversión a
justos, sino a pecadores” (Lc 5, 32). Fue más lejos todavía al proclamar frente
a los fariseos que, siendo el pecado una realidad universal, los que pretenden
no tener necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí mismos.
2559
“La
oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes
convenientes” (S. Juan Damasceno).
¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo
y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130, 1) de un
corazón humilde y contrito? El que se humilla será ensalzado. La humildad es
la base de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26). La
humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la
oración: el hombre es un mendigo de Dios (S. Agustín).
2613
La
tercera parábola, “el fariseo y el publicano”, se refiere a la humildad del
corazón que ora. “Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador”. La Iglesia no
cesa de hacer suya esta oración: ¡Kyrie eleison!
Concilio Vaticano II
En efecto, el Espíritu Santo los eligió [a los presbíteros] para realizar
la obra divina que supera todas las fuerzas y toda sabiduría, pues Dios eligió
lo débil del mundo para humillar a los fuertes. Consciente, por tanto, de su
propia debilidad, el verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad buscando
qué es lo que Dios quiere y, como atado por el Espíritu, se deja guiar en todo
por la voluntad de Aquel que quiere que todos los hombres se salven. Puede
descubrir y realizar la voluntad de Dios en las circunstancias de cada día,
sirviendo humildemente a todos los que Dios le ha confiado en el ministerio a
él encomendado y en múltiples acontecimientos de la vida.
Decreto Presbyterorum ordinis, 15.
Los Santos Padres.
Estás hinchado de orgullo, y sin embargo no has sido coronado por la
sentencia divina dictada por la justicia. Al contrario amontonas alabanzas para
ti mismo. Y dices: “No soy como los demás hombres”. Modérate a ti mismo, ¡oh
fariseo! Coloca una puerta con su candado en tu lengua.
Nadie que sea diestro se corona en la lucha se corona nunc a sí mismo.
Tampoco, recibe la corona de sí mismo, sino que espera la decisión del árbitro.
Abaja tu orgullo [fariseo], porque la arrogancia es maldita y odiada por
Dios. Es extraña para la mente que teme a Dios. El mismo Cristo dijo: “No
juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados” (Lc 6, 37).
Uno de sus discípulos también dijo: “Uno solo es el legislador y juez. Pero tú,
¿quién eres para juzgar a tu prójimo” (St 4, 12). Nadie que goce de buena salud
ridiculiza a quien está enfermo por encontrarse postrado en la cama. Mas bien
se asusta un poco, porque tal vez podría ser víctima de sufrimientos
particulares.
La debilidad de los otros no es objeto adecuado para exaltar a aquellos
que gozan de buena salud.
Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas 120. III, pg.
379.
[El publicano] muestra su enfermedad como al médico y reza para que sea
compasivo.
Id.
Es más arduo confesar los pecados de uno mismo que las virtudes, y Dios
mira al que lleva mayor carga.
Efren de Nisibi, Comentario al Diatessaron, 15, 24. III, pg. 380.
No te exaltes nunca sobre nadie, aunque sea el mayor de los pecadores.
Muchas veces la humildad salva al que cometió muchos y grandes pecados.
Basilio de Cesarea, Sobre la humildad. III, pg. 380.
San Agustín
Y para que ciertos herejes que consideran y piensan que casi todo el
mundo ha sucumbido – pues los herejes son siempre pocos y limitados a una
región – no se jactasen de que en ellos había quedado el resto, después de
haber perecido todo el mundo, después de haber dicho el Señor: ¿Piensas que
hallará fe en la tierra cuando venga el Hijo del hombre?, añadió el
evangelista a continuación: por algunos que se consideraban justos y
despreciaban a los demás.
El fariseo decía: Te doy gracias. ¿Dónde se manifiesta su
soberbia? En que despreciaba a los demás.
El publicano – prosigue – se mantenía de pie a lo lejos; pero Dios no estaba
lejos de él. ¿Por qué? Por lo que dice la Escritura en otro lugar: El Señor
está cerca de los hombres de corazón contrito (Sal 33, 19).
Se golpeaba su pecho. El golpearse el pecho es la contrición del corazón.
El (fariseo) mostraba los miembros sanos y ocultaba las heridas. Vende
Dios las heridas, no tú; pues si, por vergüenza, quisieras vendarlas tú, no te
curará el médico. Véndelas y cúrelas el médico, tras aplicarles el medicamento.
La herida sana bajo la venda del médico; si, en cambio, venda el herido, la
oculta. ¿A quién la oculta? A quien conoce todo.
Comentario al salmo 31. I, pgs. 1463-1465.
San Juan de Ávila
Y habéis de saber que estos soberbios, unas veces lo son para consigo
solos, y otras, despreciando a los prójimos, por verlos faltos en la virtud y
especialmente en la castidad. Mas, ¡Oh Señor, y cuán de verdad mirarás con ojos
airados aqueste delicto! ¡Y cuán desgraciadas te son las gracias que el fariseo
te daba, diciendo: No soy malo como los otros hombres, ni adúltero, ni robador, como
lo es aquel arrendador que allí está! (Lc 18, 11). No lo dejas, Señor, sin
castigo; castígaslo, y muy reciamente, como dejar caer al que estaba en pie, en
pena de su pecado, y levantas al caído por satisfacerle su agravio. Sentencia
tuya es, y muy bien la guardas: No queráis condenar, y no seréis condenados (Lc 6, 37). Y: Con la misma medida que
midiéredes seréis medidos; y quien se ensalzare será abajado (Mt 7, 2). Y mandaste decir de
tu parte al que desprecia a su prójimo: ¡Ay de ti que desprecias, porque serás despreciado! (cf. Is 33, 1).
Audi, filia (II), 13. I, pgs. 564-565.
Y porque estas cosas se requieren, y otras que de ellas se siguen para
alcanzar la justicia, por so la Escritura divina unas veces nombra la fe, otras
el amor, otras el gemido y el dolor de la penitencia, otras la oración humilde
del penitente, que dice: ¡Señor, sey manso a mí, pecador! (Lc 18, 13).
Audi, filia (II), 44. I, pg. 630.
El fariseo, hombre tenido por santo, vase al templo a orar, éntrase
derecho como en su casa, no para hasta el altar, como agora hacemos los
clérigos; ponerse hia derecho en pie, alzaría los ojos al cielo y las manos por
ventura altas, como hombre que no tenía cosa de que tener vergüenza, y comenzó
su oración: Gracias
te hago, Señor, que no soy como los otros hombres, robadores, adúlteros,
injustos y malos, como aquel publicano (Lc 18, 11), como aquel arrendador que está
allí.
¿Quieres ver como mientes? Ven acá, fariseo ciego. Si tú das gracias a
Dios en tu corazón, ¿por qué menos precias aquel arrendador? Si tu conoces que
el no ser tan malo es obra de Dios, que graciosamente la puso en ti y no en
aquel, ¿para qué reprehendes y menos precias a aquel, pues que no la puso Dios
en él? Ciertamente que aunque defuera dices: “Gracias, que no soy malo”, de
dentro dices: “Gracias a mí, que no soy malo como aquel”. El cristiano no ha de
decir ansí, sino: “Gracias a ti, Señor, que no soy bueno, como los otros, y si
algún bien en mí pusiste, eso no es sino que por ventura yo era el malo y más
llagado, y movístete a misericordia de mí, más que de los otros, que no eran
tan malos como yo”.
No confíe nadie en sí, que le toca en la honra a Dios.
Sermón domingo 10 después de Pentecostés. III, pg. 261.
Dice San Agustín: si nos juzgamos, Dios no nos juzgará; si nos
reprendemos de corazón, Dios nos perdonará; y si nos miramos para
avergonzarnos, Dios quita los ojos de nuestros pecados; y si tú te condenas,
Dios te salva; y si tú te acusas, Él te excusa. ¡Oh bendita sea tu ley y
condición, Señor!
La oración es con herir su pecho. Percutiebat pectus suum. Hería su pecho (Lc 18, 13) - ¿Qué es herir su pecho? – Acusar
su mal corazón, que pecó contra Dios, que merece ser acusado y castigado.
¡Señor! Este corazón malo te ofendió; de este mal corazón salieron mis malas
obras, ¡Señor! Hiere y castiga este corazón que yo acuso y reprendo. Y da
Cristo la seña y dice: Digoos de verdad que descendió este más justo a su casa, acusándose, confesando ser
malo, humillándose, que el otro alabándose y gloriándose de ser justo, porque el que se humilla será ensalzado, y el que se
ensalza será humillado (Lc 18, 14).
Sermón domingo 10 después de Pentecostés. III, pgs. 264,
¿Qué le valió al fariseo su riqueza, pues que con ella salió condenado
del templo, porque confiaba en sus fuerzas? ¿No le valió más al publicano su
pobreza, pues que con ella salió justificado, porque desconfiaba de sí y de sus
fuerzas? (cf. Lc 18, 10ss). Del pobre, de estos, pues, es el reino de los
cielos, que no osan parecer delante de Dios, conociéndose por miserable, y
dice: “Señor, no tengo ojos de parecer delante de vuestro acatamiento. ¿Cómo ha
de parecer una tan profunda bajeza y miseria delante una tan incomprehensible
bondad y grandeza? Yo soy nada; tú eres abrigo, amparo, fuerza. De manera que
por flaqueza entran en su linaje.
Sermón Natividad de la Virgen. III, pg. 827-828.
Después de te haber humillado y abajado tus ojos con el publicano
arrepentido (cf. Lc 18, 13), toma confianza cristiana para los alzar al Señor,
y dile con muy firme fe: “Yo creo, Señor, que tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo”, como dijo San Pedro (Mt 16,
16).
Sermón víspera del Corpus. III, pg. 482.
¿Por ventura echó a perder otra cosa al fariseo soberbio sino el
contentamiento de sus buenas obras? ¿Y salvó al publicano sino el conocimiento
y desplacer de sus malas, pidiendo a Dios misericordia? (cf. Lc 18, 9-14). No
todos son para conservar la humildad entre la alteza de las virtudes, y muy
pocos hay a quien no descontente sus faltas. Y por eso, aunque el primer camino
es más alto, el segundo es más seguro. Todo lo cual dispensa el sapientísimo
Dios, guiándonos por diversos caminos por un mesmo fin, que es Él.
Carta a una persona que estaba muy acongojada. IV, pg. 254.
Mas no quiero que os tengáis por mejores que los que veis agora andar
errados; porque no sabéis cuánto duraréis en el bien, ni ellos en el mal; mas obrad vuestra salud en
temor (Flp 2,
12) y en humildad; y de tal manera esperad vuestro bien en el cielo, que no
juzguéis que vuestro prójimo no irá allá; y así conoced las mercedes que Dios
os ha hecho, como no despertéis las faltas de vuestros prójimos; porque ya
sabéis lo que acaeció entre el fariseo y el publicano, en lo cual debemos
escarmentar (Lc 18, 10-14).
Carta a unos sus devotos, afligidos por una persecución. IV, pg. 271.
No se confíe de su confianza, que, aunque parecen buenas, algunas veces
no son aceptas, como tenemos ejemplo en el fariseo, que ayunaba veces en la
semana y dama sus décimas, y él fue
reprobado, y el publicano justificado (Lc 18, 12.14). Cierto, más es de llorar el
religioso flojo que el pecador engolfado en vicios; porque el pecador ve que
pena y anda en el camino de perdición; peor el religioso que no le es de
costumbres, sino de hábito, con vana confianza va a parar en el infierno, como
de los tales el profeta dice: Sicut oves in infierno positi sunt [Son un rebaño para el abismo] (Sal 48, 15).
¿Quién son estos, sino religiosos, que son comparados a las ovejas, que son en
sí mansas y no ofenden a nadie? Y que vayan, así mansas, a parar al infierno, cosa cierto es de gran lloro;
por eso mire que está escrito: Maledictus qui facit opus Domini negligenter vel fraudulenter [Maldito el que cumple con
negligencia y con engaño el mandato del Señor] (cf. Jr 48, 10).
Carta a un discípulo. IV, pg. 536.
En la entrada de oír misa, digamos de entrañas aquella santa confesión,
conociéndonos por pecadores e ingratos; sentémonos en el templo como corridos
[avergonzado, confundido, rae.es y
avergonzados, diciendo con el publicano: Señor, yo no soy digno de alzar los ojos al cielo, como
pecador (cf.
Lc 18, 13) desconocido.
Carta a una religiosa. IV, pg. 701.
San Oscar Romero.
Todos necesitamos convertirnos, yo que les estoy predicando
el primero que necesito conversión, y le pido a Dios que me ilumine mis caminos
para no decir ni hacer cosas que no sean de su voluntad, que debo de
convertirme a lo que él quiere, que debo de decir lo que él quiere, no lo que
conviene a ciertos sectores o me conviene a mí si es contra la voluntad del
Señor; convertirnos a esa misión de Cristo: "Vayan por el mundo entero y
prediquen esto que yo les he predicado; el que creyere esto se salvará y el que
no creyere esto no se salvará". No hay más salvación que la que Cristo
trajo; de ahí la necesidad de convertirnos todos: católicos, protestantes,
también los ateos. Todos los que buscan salvación no la encontrarán fuera de
Dios.
Homilía. 23 de octubre de 1977.
León XIV. Audiencia general. 15 de
octubre. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025.
Jesucristo, nuestra esperanza. IV. La resurrección de Cristo y los
desafíos del mundo actual. 1. El Resucitado, fuente viva de la esperanza
humana. (Jn 10,7.9-10)
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las
catequesis del Año jubilar, hasta este momento, hemos recorrido la vida de
Jesús siguiendo los Evangelios, desde el nacimiento a la muerte y resurrección.
De este modo, nuestra peregrinación en la esperanza ha encontrado su fundamento
firme, su camino seguro. Ahora, en la última parte del camino, dejaremos que el
misterio de Cristo, que culmina en la Resurrección, libere su luz de salvación
en contacto con la realidad humana e histórica actual, con sus preguntas y sus
desafíos.
Nuestra
vida está marcada por innumerables acontecimientos, llenos de matices y de
vivencias diferentes. A veces nos
sentimos alegres, otras veces tristes, otras incluso satisfechos, o estresados,
gratificados o desmotivados. Vivimos muy ocupados, nos centramos en alcanzar
resultados, llegamos a alcanzar metas también altas, prestigiosas. Y viceversa,
permanecemos suspendidos, precarios, esperando éxitos y reconocimientos que
tardan en llegar o nunca llegan. En resumen, nos encontramos experimentando
una situación paradójica: quisiéramos ser felices, pero es muy difícil
conseguirlo de forma continuada y sin sombras. Aceptamos nuestras
limitaciones y, al mismo tiempo, tenemos el impulso irreprimible de intentar
superarlas. En el fondo, sentimos que siempre nos falta algo.
En
verdad, no hemos sido creados para la falta, sino para la plenitud,
para disfrutar de la vida y de la vida en abundancia, según la expresión de
Jesús en el Evangelio de Juan (cfr 10,10).
Este
deseo grande de nuestro corazón puede encontrar su última respuesta no en los roles, no en el poder, no en el tener,
sino en la certeza de que alguien se hace garante de este impulso
constitutivo de nuestra humanidad; en la conciencia de que esta espera no
será decepcionada o frustrada. Tal certeza coincide con la esperanza. Esto
no quiere decir pensar de forma optimista: a menudo el optimismo nos decepciona,
al ver cómo nuestras expectativas implosionan, mientras la esperanza promete y
cumple.
Hermanas
y hermanos, ¡Jesús Resucitado es la garantía de esta llegada! Él es la
fuente que sacia nuestra sed ardiente, la sed infinita de plenitud que el
Espíritu Santo infunde en nuestro corazón. La Resurrección de Cristo, de hecho,
no es un simple acontecimiento de la historia humana, sino el evento que la
transformó desde dentro.
Pensemos
en una fuente de agua. ¿Cuáles son sus características? Sacia y refresca a
las criaturas, riega la tierra, las plantas, hace fértil y vivo lo que de
otra forma sería árido. Alivia al caminante cansado ofreciéndole la alegría de
un oasis de frescura. Una fuente aparece como un don gratuito para la
naturaleza, para sus criaturas, para los seres humanos. Sin agua no se puede
vivir.
El
Resucitado es la fuente viva que no se seca y no sufre alteraciones. Permanece
siempre pura y preparada para todo el que tenga sed. Y cuanto más saboreamos el misterio de Dios, más
nos atrae, sin quedar nunca completamente saciados. San Agustín, en el décimo
libro de las Confesiones, capta este anhelo inagotable de nuestro corazón y lo
expresa en el famoso Himno a la Belleza: «Exhalaste tu fragancia y respiré, y
ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé
en tu paz» (X, 27, 38).
Jesús,
con su Resurrección, nos ha asegurado una permanente fuente de vida: Él es el Viviente (cfr Hch 1,18),
el amante de la vida, el victorioso sobre toda muerte. Por eso es capaz de
ofrecernos alivio en el camino terreno y asegurarnos la quietud perfecta en la
eternidad. Solo Jesús muerto y resucitado responde a las preguntas más
profundas de nuestro corazón: ¿hay realmente un punto de llegada para nosotros?
¿Tiene sentido nuestra existencia? ¿Y el sufrimiento de tantos inocentes,
cómo podrá ser redimido?
Jesús
Resucitado no deja caer una respuesta “desde arriba”, sino que se hace nuestro
compañero en este viaje a menudo cansado, doloroso, misterioso. Solo Él puede
llenar nuestra jarra vacía, cuando la sed se hace insoportable.
Y Él
es también el punto de llegada de nuestro caminar. Sin su amor, el viaje de la
vida se convertiría en un vagar sin meta, un trágico error con un destino
perdido. Somos criaturas frágiles. El error forma parte de nuestra
humanidad, es la herida del pecado que nos hace caer, renunciar, desesperar.
Resurgir significa sin embargo volver a levantarse y ponerse de pie. El
Resucitado garantiza la llegada, nos conduce a casa, donde somos esperados,
amados, salvados. Hacer el viaje con Él al lado significa experimentar ser
sostenidos a pesar de todo, saciados y fortalecidos en las pruebas y en las
fatigas que, como piedras pesadas, amenazan con bloquear o desviar nuestra
historia.
Queridos,
de la Resurrección de Cristo brota la esperanza que nos hace gustar
anticipadamente, no obstante las fatigas de la vida, una quietud profunda y
gozosa: aquella paz que Él solo nos podrá dar al final, sin fin.
León XIV. Angelus.12 de octubre de
2025.
Queridos
hermanos y hermanas:
¡Saludo
de corazón a todos los que han participado en esta
celebración, que ha sido una gran fiesta de la santidad!
Agradezco
a los cardenales a los patriarcas y obispos presentes; saludo también con
gratitud al presidente de la República Italiana y al presidente del Líbano, así
como a las distinguidas delegaciones oficiales, en particular las de Armenia y
Venezuela.
Acojo
con alegría a las hijas espirituales de las Fundadoras hoy canonizadas y a las
diversas comunidades y asociaciones inspiradas por los carismas de los nuevos
santos. ¡Gracias a todos por su devota participación!
Extiendo
mi saludo a los demás peregrinos presentes, en particular a la Hermandad del
Señor de los Milagros, que ha celebrado su tradicional procesión.
Hoy es
el Día Mundial de las Misiones. Toda la Iglesia es misionera, pero en este día
rezamos especialmente por aquellos hombres y mujeres que lo han dejado todo
para llevar el Evangelio a quienes no lo conocen. Son misioneros de
esperanza entre los pueblos. ¡Que el Señor los bendiga!
Las
noticias que nos llegan desde Myanmar son, lamentablemente, dolorosas: informan
de continuos enfrentamientos armados y bombardeos aéreos, incluso dirigidos a
personas e infraestructuras civiles. Estoy cerca de quienes sufren a causa de
la violencia, la inseguridad y tantas dificultades. Renuevo mi sincero
llamamiento para que se alcance un alto el fuego inmediato y efectivo. ¡Que los
instrumentos de la guerra den paso a los de la paz, a través de un diálogo
inclusivo y constructivo!
Encomendemos
a la intercesión de la Virgen María y de los nuevos santos nuestra continua
oración por la paz, en Tierra Santa, en Ucrania y en otros lugares en guerra.
Que Dios conceda a todos los responsables sabiduría y perseverancia para
avanzar en la búsqueda de una paz justa y duradera.
Papa Francisco. Ángelus. 27 de
octubre de 2013.
Antes de
concluir esta celebración deseo saludar a todos los peregrinos, especialmente a
ustedes, queridas familias, llegadas de numerosos países. ¡Gracias de corazón!
Dirijo
un cordial saludo a los obispos y a los fieles de Guinea Ecuatorial, aquí
reunidos con ocasión de la ratificación del Acuerdo con la Santa Sede. Que la
Virgen Inmaculada proteja a su amado pueblo y les conceda progresar por el
camino de la concordia y la justicia.
Ahora
rezaremos juntos el Ángelus. Con esta oración invocamos la protección de María
para las familias de todo el mundo, de modo particular por las que viven
situaciones de mayor dificultad. María, Reina de la familia, ruega por
nosotros. Digamos juntos: María, Reina de la familia, ruega por nosotros.
María, Reina de la familia, ruega por nosotros. María, Reina de la familia,
ruega por nosotros.
Angelus
Domini...
Muchas
gracias por la fiesta de ayer y por esta misa. Que el Señor les bendiga. Les
deseo un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!
Papa Francisco. Ángelus. 23 de octubre 2016.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!
La segunda lectura de la liturgia de hoy nos presenta la
exhortación de san Pablo a Timoteo, su colaborador e hijo predilecto, en la que
vuelve a pensar sobre su propia existencia de apóstol totalmente consagrada a
la misión (cf 2 Tm 4, 6-8. 16-18). Viendo ya cercano el
final de su camino terrenal, la describe en referencia a tres estaciones: el
presente, el pasado, el futuro.
Al presente hace referencia con la metáfora del
sacrificio: «porque estoy a punto de ser derramado en libación» (v.
6). Por lo que se refiere al pasado, Pablo indica su vida,
transcurrida con las imágenes de la «buena batalla» y de la «carrera»
de un hombre que fue coherente con sus propios compromisos y sus propias
responsabilidades (cf v. 7); como consecuencia, confió en el
reconocimiento futuro por parte de Dios, que es «juez justo». Pero la
misión de Pablo resultó eficaz, justa y fiel solamente gracias a la cercanía y
a la fuerza del Señor, que hizo de él un anunciador del Evangelio a todos
los pueblos. He aquí su expresión: «el Señor me asistió y me dio fuerzas para
que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los
gentiles» (v. 17).
En este relato autobiográfico de san Pablo se
refleja la Iglesia, especialmente hoy, Jornada mundial misionera, cuyo tema
es «Iglesia misionera, testimonio de misericordia». En Pablo la comunidad
cristiana encuentra su modelo, en la convicción de que es la presencia del
Señor la que hace eficaz el trabajo apostólico y la obra de evangelización.
La experiencia del Apóstol de los gentiles nos recuerda que debemos
comprometernos con las actividades pastorales y misioneras, por una parte, como
si el resultado dependiera de nuestros esfuerzos, con el espíritu de
sacrificio del atleta que no se detiene ni siquiera ante las derrotas; pero sin
embargo, sabiendo que el verdadero éxito de nuestra misión es un don de la
Gracia: es el Espíritu Santo quien hace eficaz la misión de la Iglesia en el
mundo.
¡Hoy es tiempo de misión y es tiempo de valor!
valor para reforzar los pasos titubeantes, de retomar el gusto de gastarse por
el Evangelio, de retomar la confianza en la fuerza que la misión trae consigo. Es tiempo de valor,
aunque tener valor no significa tener garantía de éxito. Se nos ha pedido
valor para luchar, no necesariamente para vencer; para anunciar, no
necesariamente para convertir. Se nos pide valor para ser alternativos al
mundo, pero sin volvernos polémicos o agresivos jamás. Se nos pide valor
para abrirnos a todos, pero sin disminuir lo absoluto y único de Cristo, único
salvador de todos. Se nos pide valor para resistir a la incredulidad sin
volvernos arrogantes. Se nos pide también el valor del publicano del
Evangelio de hoy, que con humildad no se atrevía ni si quiera a levantar
los ojos hacia el cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «oh Dios, ten
piedad de mí pecador». ¡Hoy es tiempo de valor! ¡Hoy se necesita valor!
Que la Virgen María, modelo de la Iglesia «en salida» y
dócil ante el Espíritu Santo, nos ayude a todos a ser, en virtud de nuestro
bautismo, discípulos misioneros para llevar el mensaje de la salvación a la
entera familia humana.
Papa Francisco. Ángelus. 27 de
octubre de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La misa
celebrada esta mañana en San Pedro ha concluido la Asamblea Especial
del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica. La primera lectura,
del Libro del Eclesiástico, nos ha recordado el punto de partida de este
camino: la plegaria del pobre, que «sube hasta las nubes», porque (el
Señor) «la plegaria del agraviado escucha» (Eclesiástico 35,16.13). El
grito de los pobres, junto con el de la tierra, llegó a nosotros desde el
Amazonas. Pasadas estas tres semanas no podemos hacer como que no lo hemos
oído. Las voces de los pobres, junto con las de muchos otros dentro y fuera
de la Asamblea sinodal ―Pastores, jóvenes, científicos― nos presionan
para no permanecer indiferentes. A menudo hemos escuchado la frase “más
tarde es demasiado tarde”: esta frase no puede seguir siendo un eslogan.
¿Qué ha sido el Sínodo? Ha sido, como dice la palabra, un caminar
juntos, reconfortados por el valor y las consolaciones que vienen del Señor.
Hemos caminado mirándonos a los ojos y escuchándonos, con sinceridad, sin
ocultar las dificultades, experimentando la belleza de seguir adelante juntos,
al servicio de los demás. El Apóstol Pablo nos alienta en esto en la segunda
lectura de hoy: en un momento dramático para él, sabiendo que está «a punto
de ser derramado en libación ―es decir, ejecutado― y que el momento de su
partida es inminente» (cf. 2 Timoteo 4, 6), escribe en ese momento:
«Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se
proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles» (v.17). Este
es el último deseo de Pablo: no se trata de algo para sí mismo o para uno de
los suyos, sino para el Evangelio, para que sea proclamado a todas las
naciones. Esto es lo primero y lo que más importa. Cada uno de nosotros debe
haberse preguntado muchas veces qué hacer de bueno por la propia vida; hoy
es el momento, preguntémonos: “Yo, ¿qué puedo hacer de bueno por el
Evangelio?”.
En el Sínodo nos hemos hecho esta pregunta, deseosos de abrir nuevos
caminos para el anuncio del Evangelio. Sólo se proclama lo que se vive. Y
para vivir de Jesús, para vivir del Evangelio, uno debe salir de sí mismo. Nos
sentimos impulsados a salir al mar, a dejar las cómodas orillas de nuestros
puertos seguros para adentrarnos en aguas profundas: no en las aguas pantanosas
de las ideologías, sino en el mar abierto en el que el Espíritu nos invita a
echar nuestras redes.
Para el camino que viene, invoquemos a la Virgen María, venerada y amada
como Reina de la Amazonía. No ha sido proclamada reina por conquista, sino que
se ha “inculturado”: con el humilde coraje de la madre se ha convertido en la
protectora de sus hijos, en la defensora de los oprimidos. Siempre yendo a la
cultura de los pueblos. No hay una cultura estándar, no hay una cultura
pura, que purifique a los demás; está el Evangelio, puro, que se incultura.
A ella, que en una pobre casa de Nazaret cuidaba de Jesús, le confiamos a los
hijos más pobres y nuestra casa común.
Papa Francisco. Ángelus. 23 de
octubre de 2022.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de la liturgia de hoy nos presenta una parábola que tiene dos
protagonistas, un fariseo y un publicano (cf. Lc 18,9-14), es
decir, un religioso y un pecador declarado. Ambos suben al templo a orar, pero
sólo el publicano se eleva verdaderamente a Dios, porque desciende humildemente
a la verdad de sí mismo y se presenta tal como es, sin máscaras, con su pobreza.
Podríamos decir, entonces, que la parábola se encuentra entre dos
movimientos, expresados por dos verbos: subir y bajar.
El primer movimiento es subir. De hecho, el texto
comienza diciendo: «Dos hombres subieron al Templo a orar» (v. 10). Este
aspecto recuerda muchos episodios de la Biblia, en los que para encontrar al
Señor se sube a la montaña de su presencia: Abraham sube a la montaña para
ofrecer el sacrificio; Moisés sube al Sinaí para recibir los
mandamientos; Jesús sube a la montaña, donde se transfigura. Subir, por
tanto, expresa la necesidad del corazón de desprenderse de una vida mediocre
para encontrarse con el Señor; de elevarse de las llanuras de nuestro ego para
ascender hacia Dios —deshacerse del propio yo—; de recoger lo que
vivimos en el valle para llevarlo ante el Señor. Esto es "subir",
y cuando rezamos subimos.
Pero para experimentar el encuentro con Él y ser transformados por la oración,
para elevarnos a Dios, necesitamos el segundo movimiento: bajar.
¿Por qué? ¿Qué significa esto? Para ascender hacia Él debemos descender
dentro de nosotros mismos: cultivar la sinceridad y la humildad de corazón, que
nos permiten mirar con honestidad nuestras fragilidades y nuestra pobreza
interior. En efecto, en la humildad nos hacemos capaces de llevar a
Dios, sin fingir, lo que realmente somos, las limitaciones y las heridas,
los pecados y las miserias que pesan en nuestro corazón, y de invocar su
misericordia para que nos cure y nos levante. Él será quien nos levante, no
nosotros. Cuanto más descendemos en humildad, más nos eleva Dios.
De hecho, el publicano de la parábola se pone humildemente a distancia (cf.
v. 13) —no se acerca, se avergüenza—, pide perdón y el Señor lo levanta. En
cambio, el fariseo se exalta a sí mismo, seguro de sí mismo, convencido de su
rectitud: de pie, se pone a hablar con el Señor sólo de sí mismo, alabándose,
enumerando todas las buenas obras religiosas que hace, y desprecia a los demás:
"No soy como ese de ahí...". Porque esto es lo que
hace la soberbia espiritual; pero Padre, ¿por qué nos habla de soberbia
espiritual? Porque todos estamos en peligro de caer en esto. Te lleva a
creerte bueno y a juzgar a los demás. Esto es la soberbia espiritual:
"Yo estoy bien, soy mejor que los demás: este es tal y tal, aquel es tal y
tal...". Y así, sin darte cuenta, adoras a tu propio yo y borras
a tu Dios. Se trata de dar vueltas en torno a uno mismo. Esta es la
oración sin humildad.
Hermanos, hermanas, el fariseo y el publicano nos conciernen de cerca.
Pensando en ellos, mirémonos a nosotros mismos: veamos si en nosotros, como
en el fariseo, existe "la presunción interior de ser justos" (v. 9)
que nos lleva a despreciar a los demás. Ocurre, por ejemplo, cuando
buscamos cumplidos y enumeramos siempre nuestros méritos y buenas obras,
cuando nos preocupamos por aparentar en lugar de ser, cuando nos dejamos
atrapar por el narcisismo y el exhibicionismo. Cuidémonos del narcisismo y
del exhibicionismo, basados en la vanagloria, que también nos lleva a
nosotros los cristianos, a nosotros los sacerdotes, a nosotros los obispos, a tener
siempre la una palabra "yo" en los labios, ¿Qué palabra?
"Yo": "yo hice esto, yo escribí aquello, ya lo había dicho yo,
yo lo entendí primero que ustedes", etc. Donde hay demasiado yo, hay
poco Dios. En mi tierra, esta gente se llama "yo mí, me, conmigo".
Y una vez se hablaba de un sacerdote que era así, centrado en sí mismo, y la
gente solía bromear: "Ese, cuando inciensa, lo hace al revés, se
inciensa a sí mismo". Y así, también te hace caer en el ridículo.
Pidamos la intercesión de María Santísima, la humilde esclava del Señor,
imagen viva de lo que el Señor ama realizar, derrocando a los poderosos de sus
tronos y levantando a los humildes (cf. Lc 1,52).
Benedicto XVI. Ángelus. 28 de
octubre de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
Esta mañana, aquí, en la plaza de San Pedro, han sido proclamados beatos
498 mártires asesinados en España en la década de 1930 del siglo pasado. Doy
las gracias al cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para
las causas de los santos, que ha presidido la celebración,
y dirijo mi saludo cordial a los peregrinos que han venido para esta
feliz circunstancia.
La inscripción simultánea en el catálogo de los beatos de un número tan
grande de mártires demuestra que el testimonio supremo de la sangre no es
una excepción reservada solamente a algunas personas, sino una posibilidad real
para todo el pueblo cristiano. En efecto, se trata de hombres y mujeres
diversos por edad, vocación y condición social, que pagaron con la vida su
fidelidad a Cristo y a su Iglesia. A ellos se aplican bien las palabras de
san Pablo que resuenan en la liturgia de este domingo: "Yo estoy a
punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido
bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe" (2 Tm 4,
6-7). San Pablo, detenido en Roma, ve aproximarse su muerte y hace un
balance lleno de agradecimiento y de esperanza. Está en paz con Dios y
consigo mismo, y afronta serenamente la muerte, con la certeza de haber gastado
toda su vida, sin escatimar nada, al servicio del Evangelio.
El mes de octubre, dedicado de modo particular al compromiso misionero, se
concluye así con el luminoso testimonio de los mártires de España, que van a
sumarse a los mártires Albertina
Berkenbrock, Manuel
Gómez González y Adílio
Daronch, y a Francisco
Jägerstätter, proclamados beatos durante los días pasados en Brasil y en
Austria. Su ejemplo testimonia que el bautismo compromete a los cristianos a
participar con valentía en la difusión del reino de Dios, cooperando a él, si
fuera necesario, incluso con el sacrificio de la vida.
Desde luego, no todos están llamados al martirio cruento. Pero hay un
"martirio" incruento, que no es menos significativo, como el
de Celina
Chludzinska Borzecka, esposa, madre de familia, viuda y religiosa, beatificada
ayer en Roma: es el testimonio silencioso y heroico de tantos
cristianos que viven el Evangelio sin componendas, cumpliendo su deber y
dedicándose generosamente al servicio de los pobres.
Este martirio de la vida ordinaria es un testimonio muy importante en las
sociedades secularizadas de nuestro tiempo. Es la batalla pacífica del amor que
todo cristiano, como
san Pablo, debe librar incansablemente; la carrera para difundir el
Evangelio que nos compromete hasta la muerte. Que en nuestro testimonio
diario nos ayude y nos proteja la Virgen María, Reina de los mártires y
Estrella de la evangelización.
Benedicto XVI. Ángelus. 24 de
octubre de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
Con la solemne
celebración de esta mañana en la basílica vaticana se ha concluido
la Asamblea
especial para Oriente Medio del Sínodo de los obispos, sobre el tema: «La
Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio». En este domingo se
celebra, además, la Jornada mundial de las misiones, que tiene por lema: «La
construcción de la comunión eclesial es la clave de la misión». Llama la atención
la similitud entre los temas de estos dos acontecimientos eclesiales. Ambos
invitan a mirar a la Iglesia como misterio de comunión que, por su naturaleza,
está destinado a todo el hombre y a todos los hombres. El siervo de Dios Papa
Pablo vi afirmó: «La Iglesia existe para evangelizar, es decir, para predicar y
enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios,
perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa misa, memorial de su muerte y
resurrección gloriosa» (Exhort. ap. Evangelii
nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, 14: aas 68, [1976], p. 13). Por
esto la próxima Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, en 2012,
se dedicará al tema «La nueva evangelización para la transmisión de la fe
cristiana». En todo tiempo y en todo lugar —también hoy en Oriente
Medio— la Iglesia está presente y actúa para acoger a todo hombre y
ofrecerle en Cristo la plenitud de la vida. Como escribía el teólogo
italo-alemán Romano Guardini: «La realidad “Iglesia” implica toda la plenitud
del ser cristiano que se desarrolla en la historia, en cuanto que ella abraza
la plenitud de lo humano que está en relación con Dios» (Formación
litúrgica, Brescia 2008, pp. 106-107).
Queridos amigos, en la liturgia de hoy se lee el testimonio de san Pablo
respecto al premio final que el Señor entregará «a todos aquellos que han
esperado con amor su manifestación» (2 Tm 4, 8). No se trata de una
espera ociosa o solitaria. Al contrario. El Apóstol vivió en comunión con
Cristo resucitado para «llevar a cumplimiento el anuncio del Evangelio» a fin
de que «todas las gentes lo escucharan» (2 Tm 4, 17). La tarea
misionera no es revolucionar el mundo, sino transfigurarlo, tomando la fuerza
de Jesucristo que «nos convoca a la mesa de su Palabra y de la
Eucaristía, para gustar el don de su presencia, formarnos en su escuela y vivir
cada vez más conscientemente unidos a él, Maestro y Señor» (Mensaje
para la 84ª Jornada mundial de las misiones: L’Osservatore Romano, edición
en lengua española, 28 de marzo de 2010, p. 3). También los cristianos de hoy
—como está escrito en la carta a Diogneto— «muestran cuán
maravillosa y extraordinaria es su vida asociada. Viven en la tierra pero son
ciudadanos del cielo. Obedecen las leyes establecidas, pero con su manera de
vivir sobrepasan las leyes... Son condenados a muerte, y de ella sacan vida.
Aun haciendo el bien, son... perseguidos y crecen en número cada día» (v,
4.9.12.16; vi, 9 [sc 33], París 1951, pp. 62-66).
A la Virgen María, que de Jesús Crucificado recibió la nueva misión de ser
Madre de todos los que quieren creer en él y seguirlo, encomendamos a las
comunidades cristianas de Oriente Medio y a todos los misioneros del Evangelio.
DOMINGO
31 T. O.
Monición
de entrada.
La misa es la
fiesta en la que abrimos el corazón.
En primer lugar a
Jesús.
Y enseguida a los
demás, sean del país que sean o tengan el color de piel que tengan.
Señor,
ten piedad.
Tú que nos llamas.
Señor, ten piedad.
Tú que nos acoges.
Cristo, ten piedad.
Tú que nos envías.
Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa
Francisco y nuestro obispo Enrique. Te lo pedimos Señor.
-Por la Iglesia,
para que en su corazón estén los deseos buenos de las personas. Te lo pedimos
Señor.
-Por los que
mandan, para que piensen en sus países. Te lo pedimos, Señor.
-Por las personas
buenas, para que nunca se aparten de ti. Te lo pedimos, Señor.
-Por nosotros,
para que te abramos el corazón como Zaqueo. Te lo pedimos Señor.
Acción
de gracias.
Virgen María, te damos gracias que nos enseñas a
tener un corazón bueno y abierto a Jesús.

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