Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 42-47
Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la
comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba
impresionado, y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes
vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los
repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Con perseverancia acudía
a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban
el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien
vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se
iban salvado.
Textos
paralelos.
El temor se
apoderaba de todos.
Hch 5, 11-12a: Y se
extendió un gran temor en toda la Iglesia y entre todos los que lo oían contar.
Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del
pueblo.
Lc 1, 12: Al verlo, Zacarías se sobresaltó y
quedó sobrecogido de temor.
Todos los creyentes estaban de acuerdo y
tenían todo en común.
Hch 4, 32: El grupo de los creyentes tenía un
solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía,
pues lo poseían todo en común.
Hch 4, 34-35: Entre ellos no había necesitados,
pues los que poseían tierras o casas las
vendía, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles;
luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba.
Acudían diariamente al Templo.
Hch 5, 12: Por mano de los apóstoles se
realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Todos se reunían con
un mismo espíritu en el pórtico de Salomón.
Lc 24, 53: Y estaban siempre en el templo
bendiciendo a Dios.
Alabando a Dios.
Hch 4, 21: Pero ellos, repitiendo la
prohibición, los soltaron, sin encontrar la manera de castigarlos a causa del
pueblo, porque todos daban gloria a Dios por lo sucedido.
Hch 5, 13: Los demás no se atrevían a juntárseles,
aunque la gente se hacía lengua de ellos.
El Señor agregaba al grupo a los que cada día
se iban salvando.
Hch 2, 41: Los que aceptaron sus palabras se
bautizaron, y aquel día fueron agregadas unas tres mil personas.
Notas
exegéticas.
2 42 (a) Comparar con 4, 32-35 y 5,
12-16. Estos tres “resúmenes”, de redacción heterogénea, describen con rasgos
análogos la vida de la primera comunidad cristiana.
2 42 (b) Instrucciones a los nuevos
convertidos, en las que se explicaban las Escrituras a la luz de los hechos
cristianos: no era la proclamación de la Buena Nueva a los no cristianos.
2 42 (c) ·Comunión·, 1 Co 1, 9,
viene aquí sin complemento. Ciertamente hay que entender aquí la entrega de los
bienes a la comunidad que expresa y refuerza la unión de los corazones, resultante
de la partición del Evangelio y de todos los bienes recibidos de Dios por medio
de Jesucristo en la comunidad apostólica. El sentido no se limita a una mutua
ayuda social, ni a una ideología o a un sentimiento de solidaridad.
2 42 (d) Expresión considerada en sí
misma evoca una comida judía, y el que preside, pronuncia una bendición antes
de partir el pan. Pero en el lenguaje cristiano se refiere al rito eucarístico.
Este no se celebraba en el Templo, sino en alguna casa, y no se separaba de una
verdadera comida.
2 42 Las oraciones en común,
presididas por los apóstoles. Adicción: “en Jerusalén, y un gran temor pesaba
sobre todos”.
2 44 Nueva forma de designar a los cristianos,
mediante un participio del verbo “creer” (pisteuontes). Este uso,
ciertamente antiguo manifiesta la importancia (confirmada casi en cada página
de Hechos) que daban los cristianos a su fe en Jesús.
2 46 El gozo que sigue a la fe.
2 47 (b) La salvación en el Juicio
está asegurada para los miembros de la comunidad cristiana. La Iglesia se
identifica de este modo con el “Resto de Israel” (Is 4, 3).
Salmo
responsorial
Salmo 117
R/. Dad
gracias al Señor porque es bueno,
porque
es eterna su misericordia.
Diga
la casa de Isael:
eterna
es su misericordia.
Diga
la casa de Aarón:
eterna
es su misericordia.
Digan
los que temen al Señor:
eterna
es su misericordia. R/.
Empujaban
y empujaban para derribarme,
pero
el Señor me ayudó;
el
Señor es mi fuerza y mi energía,
él
es mi salvación.
Escuchad:
hay cantos de victoria
en
las tiendas de los justos. R/.
La
piedra que desecharon los arquitectos
es
ahora la piedra angular.
Es
el Señor quien lo ha hecho,
ha
sido un milagro patente.
Este
es el día que hizo el Señor:
sea
nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Textos
paralelos[1].
Dad
gracias a Yahvé, porque es bueno.
Sal 100, 5: El
Señor es bueno, / su misericordia es eterna, / su fidelidad por todas las
edades.
Sal 136, : Dad
gracias al Señor porque es bueno; / porque es eterna su misericordia.
Diga
la casa de Israel: eterno es su amor.
Sal 115, 9: Israel
confía en el Señor: / él es su auxilio y su escudo.
Sal 115, 11: Los
que temen al Señor confían en el Señor; / él es su auxilio y su escudo.
Sal 135, 19-20:
Casa de Israel, bendice al Señor; / casa de Aarón, bendice al Señor; / casa de
Leví, bendice al Señor; / los que teméis al Señor, bendecid al Señor.
No he
de morir, viviré.
Sal 115, 17-18: Los
muertos ya no alaban al Señor, / ni los que bajan al silencio. / Nosotros, los
que vivimos, bendeciremos al Señor, / ahora y por siempre. / ¡Aleluya!
La
piedra que desecharon los albañiles.
Is 28, 16: Por eso
así dice el Señor, Dios: / “He puesto en Sión como fundamento una piedra, / una
piedra probada, / una piedra angular preciosa, / un fundamento sólido. / Quien
se apoya en ella no vacila.
Za 3, 9: Mirad la
piedra que pongo ante Josué, / es piedra única con siete ojos. / Yo mismo grabaré
su inscripción / -oráculo del Señor del universo –, / y apartaré el pecado de
este país / en un solo día – oráculo del Señor.
Za 4, 7: ¿Quién
eres tú, gran montaña? Conviértete en llano ante Zorobabel. ¡Él es quien saca
la piedra de remate entre aclamaciones y vivas!
Mt 21, 42: Y Jesús
les dice: ¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular? Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido
un milagro patente?”.
Hch 4, 11: Él es la
piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos y que se ha convertido en la
piedra angular.
Ef 2, 20: Estáis
edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo
Jesús es la piedra angular.
1 Co 3, 11: Pues
nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo.
Notas
exegéticas.
118 Este canto cierra el Hallel. Un
invitatorio precede al himno de acción de gracias puesto en labios de la
comunidad personificada, completado en la serie de responsorios recitados por
diversos grupos cuando la procesión entraba en el Templo. El conjunto se utilizó
quizá para la fiesta descrita en Ne 8, 1
118 23 El Templo ha sido
reconstruido. La “piedra angular” (o “clave de la bóveda”), ver Jr 51, 26, que puede
convertirse en “piedra de escándalo” es un tema mesiánico, Is 8, 14.
Segunda
lectura.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 1, 3-9
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que, por su
gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos,
nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible,
intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la
fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a
revelarse en el momento final. Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso
padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más
preciosa que el oro, que, aunque perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio,
gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin
contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y
radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas.
Textos
paralelos.
Bendito sea el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo.
2 Co 1, 3: ¡Bendito sea el Dios
y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo
consuelo!
Ef 1, 3: Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo, / que nos ha bendecido en Cristo / con toda
clase de bendiciones espirituales en los cielos.
1 Pe 1, 25: Pero la palabra del
Señor permanece para siempre. Pues esa es la palaba del Evangelio que se os
anunció.
Mediante la Resurrección
de Jesucristo.
Jn 3, 5: En verdad, en verdad
te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de
Dios.
1 Jn 2, 29: Si sabéis que él es
justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él.
1 Jn 3, 9: Todo el que ha
nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar,
porque ha nacido de Dios.
Rm 1, 4: Constituido Hijo de
Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los
muertos: Jesucristo nuestro Señor.
Col 1, 5: A causa de la
esperanza que os está reservada en los cielos y de la que oísteis hablar cuando
se os anunció la verdad del Evangelio de Dios.
Col 1, 12: Dando gracias a Dios
Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la
luz.
Col 3, 3-4: Porque habéis
muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo,
vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos juntamente con
él.
Mt 6, 18: Para que tu ayuno lo
note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que
ve en lo escondido, te recompensará.
Ef 1, 19: Y cuál la extraordinaria
grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de
su fuerza poderosa.
1 Jn 3, 2: Queridos, ahora
somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que,
cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Notas
exegéticas:
1 3 (a) La fórmula de bendición
heredada del Antiguo Testamento, Gn 14, 20, se ha hecho cristiana: los
beneficios por los que se alaba a Dios se vinculan a la persona de Cristo y sobre
todo a su resurrección.
1 3 (b) Este término no designa aquí
una actitud interior, sino la cosa esperada, como lo indica el paralelismo con “herencia”.
1 4 Término corrientemente empleado
en el AT con referencia a la Tierra prometida. En el NT designa el reino
prometido a los creyentes.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el
primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo:
-Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó
las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al
Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, sopló sobre
ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a
quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado
el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le
decía:
-Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
Si no veo en sus manos la señal
de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano
en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra
vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las
puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis
manos, trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-¿Por qué me has visto has
creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no
están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos
han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
para que creyendo, tengáis vida en su nombre.
Textos
paralelos.
Al atardecer de aquel
día, el primero de la semana.
// Mc 16, 14-18: Por último, se
apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su
incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían
resucitado. Y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la
creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea les
acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas
nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les
hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.
// Lc 24, 36-49: Estaban
hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: “Paz
a vosotros·. Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un
espíritu. Y él les dijo: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en
vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos
cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por
la alegría, y seguían atónitos, les dijo: “¿Tenéis ahí algo de comer?”. Ellos
le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les
dijo: “Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario
que se cumpliera todo lo escrito en la ley de moisés y en los Profetas y Salmos
acerca de mí”. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las
Escrituras. Y les dijo: “Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de
entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para
el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la
promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta
que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto”.
Entonces se presentó
Jesús.
Jn 14, 27: La paz os dejo, mi
paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón
ni se acobarde.
Jn 16, 33: Os he hablado de
esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened
valor: yo he vencido al mundo.
La paz con vosotros.
Lc 24, 16: Pero sus ojos no
eran capaces de reconocerlo.
Los discípulos se
alegraron de ver al Señor.
Jn 15, 11: Os he hablado de
esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Jn 16, 22: También vosotros
ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y
nadie os quitará vuestra alegría.
Como el Padre me envió.
Jn 17, 18: Como tú me enviaste
al mundo, así yo los envío también al mundo.
Mt 28, 19: Id, pues, y haced
discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo.
Mc 16, 15: Y les dijo: “Id al
mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
Dicho esto sopló.
Lc 24, 47: Y en su nombre se
proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos
comenzando por Jerusalén.
Hch 1, 8: En cambio, recibiréis
la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra.
Jn 1, 33: Yo no lo conocía,
pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar
el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”.
Mt 16, 19: Te daré las llaves
del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos,
y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.
Mt 18, 18: En verdad os digo
que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que
desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos.
Tomás, uno de los Doce.
Jn 11, 16: Entonces Tomás,
apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: “Vamos también nosotros y
muramos con él”.
Jn 14, 5: Tomás le dice: “Señor,
no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”.
La paz con vosotros.
Jn 14, 27: La paz os dejo, mi
paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro
corazón ni se acobarde.
Trae tu mano y métela en
mi costado.
Jn 19, 34: Sino que uno de los
soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.
Dichosos los que no han
visto y han creído.
Lc 1, 45: Bienaventurada la que
ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
20 19 Saludo ordinario de los judíos,
ver Jc 19, 20. Este saludo se repite en el v. 21, indicio quizá de una
inserción más tardía de los vv. 20-21, bajo la influencia del relato paralelo
de Lc.
20 20 Lc 24, 39 tiene una perspectiva
más apologética. Aquí se trata de poner de relieve la continuidad entre el Jesús
que ha sufrido y el que está para siempre con ellos. El Señor glorioso de la
Iglesia no es otro que Jesús crucificado.
20 22 El soplo de Jesús simboliza al
Espíritu (en hebreo: soplo) principio de vida. Igual verbo raro que en Gn 2, 7:
Cristo resucitado da a los discípulos el Espíritu que realiza como una
recreación de la humanidad. Poseyendo desde ahora este principio de vida, el
hombre ha pasado de la muerte a la vida y no morirá jamás. Es el principio de
una escatología ya realizada. Para Pablo (al menos en sus primeras cartas),
esta recreación de la humanidad no se producirá hasta la vuelta de Cristo. Jn
hace suya una fórmula tradicional que es necesario entender, en la medida de lo
posible, en el marco de su propia teología: los discípulos perdonarán o
retendrán los pecados en la medida en que prolonguen la misión de Jesús en el
mundo. Las tradiciones católica y ortodoxa piensan que el poder de perdonar los
pecados incumbe a los miembros del colegio apostólico, al que se encomienda, en
comunión con Jesús, la tarea pastoral. Para la tradición reformada, este poder
y esta tarea pastoral compiten a todos los discípulos, es decir, a los creyentes
de todos los tiempos, y no a Pedro en particular o a un determinado orden
sacerdotal. Escuchando su testimonio, los hombres creerán (serán perdonados sus
pecados) o se escandalizarán (se juzgarán a sí mismos; sus pecados les serán
retenidos).
20 24 Esta segunda aparición de Cristo
a los discípulos es literariamente un calco de la primera. Cristo reprocha en
ella a Tomás el no haber creído en el testimonio de los otros discípulos y
haber exigido “ver” para creer. Como Jn 4, 48 este relato se dirige a los
cristianos de la segunda generación.
20 27 Juan, al fin de su evangelio,
vuelve una vez más su mirada de creyente hacia la llaga del costado.
20 28 Esta última confesión de fe del
evangelio asocia los títulos “Señor” y “Dios”. Quizá estamos ante el eco de una
aclamación litúrgica.
20 29 Sobre el testimonio de los Apóstoles,
ver Hch 1, 8.
Notas
exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica
19 Estando candadas… las puertas…
llegó…: el
cuerpo glorioso y “espiritualizado” de Jesús queda fuera de las leyes físicas
del mundo material (cf. 1 Cor 15, 44).
20 Les enseñó… las heridas de las manos y
del costado, signos de identificación; el resucitado es el mismo que
fue crucificado. Y las huellas transfiguradas del sufrimiento anterior ya no
causan tristeza.
21-22 Para la impresión de que
resurrección, ascensión, venida del Espíritu y misión de la Iglesia sucedieron
en el mismo día.
Me envió: el tiempo verbal griego
(perfecto) equivale a “me envió y continúo siendo enviado”.
Sopló: como en una nueva creación, es
necesario “el aliento” (el espíritu) de Dios.
Espíritu Santo: aliento divino, dador de vida
sobrenatural, como el soplo que infundió vida al primer hombre (cf. Gn 2, 7). Sin
duda hay que sobreentender dos artículos determinados en el texto griego (“el
Espíritu el Santo”), usados por Jn otras veces. Jesús comunica el
Espíritu Santo, primeramente para suscitar y reafirmar en ellos la fe en su resurrección
(para que vean, es decir, para que crean), y luego, para hacer que otros
vean, quitando la ceguera del pecado.
23 Es verdad de fe definida que las
palabras de Jesús en estos versículos “hay que entenderlas de la potestad de
perdonar y de retener los pecados en el sacramento de la penitencia” (DS 1703 y
1670). “Atar (retener) y desatar” (cf. Mt 16, 19; 18, 18) se aplican aquí,
concretamente a los pecados.
27-29 Jesús condesciende con las
exigencias de Tomás, sin forzarlo a convencerse. La fe sigue siendo libre.
Mejor: ¡[se] creyente!”.
¡Señor mío…! esta explícita confesión de fe
en la divinidad de Jesús es lit., el Señor mí y el Dios de mí.
Felices los que… sin embargo creen: el Señor “se deja encontrar
por quienes no le exigen pruebas, se revela a los que no desconfían de él” (Sab
1, 2).
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé:
20, 11-18 “Dios permite ser visto y
reconocido por aquellos que son puros de corazón”, enseña san Gregorio de Nisa
(De beatitudinibus, t). María Magdalena fue discípula de Cristo, citada
por Juan por haber sido una de las mujeres al pie de la cruz; Lucas la describe
como si hubiera sido una mujer poseída por el demonio a la que Cristo había
sanado. Su búsqueda sincera de Cristo después de descubrir la tumba vacía fue
recompensada con la aparición de Cristo resucitado. Los discípulos de Cristo
son aquellos que, pese a las debilidades humanas, son curados por él y que se
comprometen a seguirlo, convirtiéndose en testigos de su amor misericordioso.
Cat. 640-641.
20, 14 Debido a su estado glorificado,
María Magdalena no reconoció inmediatamente a Cristo hasta que habló con ella.
Cat 645 y 660.
20, 17 Cristo y sus fieles comparten
indudablemente el mismo Padre. Sin embargo, Cristo es Hijo de Dios por
naturaleza, y nosotros somos sus hijos e hijas de adopción, a través del
bautismo y de la gracia del Espíritu Santo. Cat 443, 654, 660 y 2795.
20, 22-23 Inmediatamente después de la Resurrección,
el último signo de la victoria sobre el pecado y la muerte, Cristo instituyó el
sacramento de la penitencia y la reconciliación otorgando a los Apóstoles y a
sus sucesores el poder de perdonar los pecados en su nombre. Soplando sobre los
Apóstoles – denominado a veces como “El Pentecostés de Juan” – fue un presagio
de la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto, ellos recibieron el Espíritu Santo
de Cristo y así están facultados para actuar en su nombre. Para los Apóstoles,
los primeros sacerdotes ordenados, el poder de perdonar los pecados fue una
parte vital en su papel de santificar al pueblo. Al enviarlos al mundo, Jesús
les mandó continuar su misión de curación espiritual a través de los sacramentos
del Bautismo y la Penitencia. Creer en el perdón de los pecados es una
declaración esencial del Credo de los Apóstoles y el Credo de Nicea, que se
rezan en la liturgia de las Iglesia. Cat. 730, 858, 976, 1287, 1485-1488.
20, 24-29 La obstinada incredulidad de
Tomás mostró cómo incluso algunos de los discípulos de Cristo tuvieron
dificultades para creer que había resucitado de entre los muertos. ¡Señor mío y
Dios mío!: la exclamación de Tomás fue no solo una expresión del
reconocimiento, sino también la adoración. A través de los ojos de la fe, los
cristianos son capaces de reconocer a Cristo vivo en la Eucaristía. Cat. 448,
643-645, 659 y 1381.
20, 30 Juan explica aquí sus intenciones
al escribir el Evangelio. Como testigo presencial de la vida de Cristo, desea
desafiar a sus lectores con una narrativa convincente que llevará al lector a
creer en Jesús como Cristo, el Hijo de Dios. Su Evangelio – y por extensión los
otros Evangelios – no es una historia o biografía completa de Cristo ya que hay
muchas cosas que no se presentan aquí, como Juan dejó bien claro. Lo que
aparece está escrito con el fin de inspirar fe en el lector más que el hecho de
ser biografía comprensiva. Cat. 105, 124-126, 442 y 514.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
640. En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se
encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del
cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo. A pesar de eso,
el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su
descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del
hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar de las santas mujeres,
después de Pedro. “El discípulo que Jesús amaba” (Jn 20, 2) afirma que, al
entrar en el sepulcro vacío y al descubrir “las vendas en el suelo” (Jn 20, 6),
“vio y creyó”. Esto supone que constató en el estado del sepulcro vacío la
ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no
había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido la de Lázaro.
641. Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos, ve por tanto al Resucitado
antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama:
“¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! (Jn 24, 34).
642 La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de
hombres concretos, conocidos de los cristianos, y de los que la mayor parte aún
vivían entre ellos. Estos “testigos de la Resurrección de Cristo” son ante todo
Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de
quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez además de
Santiago y de todos los Apóstoles (cf. 1 Co 15, 4-8).
643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo
fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los
hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la
pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por Él de antemano. La
sacudida provocada por la pasión fue tan grande que (por lo menos, algunos de
ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios,
lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos
presentan a los discípulos abatidos (“la cara sombría”: Lc 24, 17) y asustados.
Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y “sus
palabras les parecieron como desatinos” (Lc 24, 11). Cuando Jesús se manifiesta
a los once la tarde de Pascua, “les echó en cara su incredulidad y su dureza de
cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado” (Mc 16, 14).
644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de
Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía: creen ver un espíritu. “No
acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados” (Lc 24, 41).
Tomás conocerá la misma prueba de la duda y, en la última aparición en Galilea
referida por Mateo, “algunos sin embargo dudaron” (Mt 28, 17). Por esto la
hipótesis según la cual la Resurrección habría sido un “producto” de la fe (o
de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su
fe en la Resurrección nació – bajo la acción de la gracia divina – de la
experiencia directa en la realidad de Jesús resucitado.
651 La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que
Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al
espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado
la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido.
652 La Resurrección de Cristo es el cumplimiento de las promesas del Antiguo
Testamento y del mismo Jesús durante su vida terrenal.
653 La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su resurrección.
654 Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera del
pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en
primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios.
858 Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, “llamó
a los que él quiso (...) y vinieron donde él. Instituyó a los Doce para que
estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13-14).
Concilio Vaticano II
Como el Padre envió al Hijo, también este envió a sus Apóstoles (cf. Jn
20, 21) con estas palabras: “Id y enseñad a todas las gentes y bautizadlas en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñadles a guardar todo
lo que os he mandado. Mirad... Yo estaré con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo” (Mt 28, 18-20). La Iglesia recibió de los Apóstoles este solemne
mandato de Cristo de anunciar la verdad que nos salva para cumplirlo hasta los
confines de la tierra (cf. Hch 1, 8). Por eso hace suya las palabras del
Apóstol: “¡Ay de mí sino anunciare el Evangelio” (1 Cor 9, 16). Sigue, por
tanto, sin cesar enviando predicadores hasta que las nuevas Iglesias estén
plenamente formadas y ellas mismas puedan continuar la tarea de anunciar el
Evangelio. Es impulsada, en efecto, por el Espíritu Santo a colaborar a que se
lleve a cabo el plan de Dios que constituyó a Cristo principio de salvación
para todo el mundo. Mediante la predicación del Evangelio, la Iglesia atrae a
los oyentes a la fe y a la confesión de fe, los prepara para el bautismo, los
libra de la esclavitud del error y los incorpora a Cristo para que lleguen a la
plenitud en Él por la caridad. Realiza su tarea para que todo lo bueno que hay
sembrado en el corazón y en la inteligencia de estos hombres, o de los ritos particulares,
o de las culturas de estos pueblos, no solo no se pierda, sino que mejore, se
desarrolle y llegue a su perfección para gloria de Dios, para confusión del
demonio y para felicidad del hombre. A todos los discípulos de Cristo incumbe,
por su parte, el encargo de sembrar la fe según sus posibilidades. Pero, aunque
cualquier creyente puede bautizar, sin embargo es propio del sacerdote realizar
la construcción del Cuerpo con el sacrificio de la Eucaristía, cumpliendo así
las palabras de Dios por medio del profeta: “Mi nombre es grande en todos los
pueblos situados entre la salida y la puesta del sol, y en todos los lugares se
ofrece a mi nombre un sacrificio puro (Mal 1, 11). De esta manera la Iglesia
ora y trabaja al mismo tiempo para que la totalidad del mundo se transforme en Pueblo
de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo y para que en Cristo, Cabeza
de todos, se dé todo honor y toda gloria al Creador y Padre de todos.
Lumen gentium, 17.
San Agustín
Si piensas, dijo, que es poco el que me presente a tus ojos, me ofrezco
también a tus manos. quizás seas de aquellos que cantan en el salmo: En el
día de mi tribulación busqué al Señor con mis manos, de noche, en su presencia”.
¿Por qué buscaba con las manos? Porque buscaba de noche. ¿Qué significa ese
buscar de noche? Que llevaba en su corazón las tinieblas de la infidelidad.
Mas esto se hizo no solo por él, sino también por aquellos que iban a
negar la verdadera carne del Señor. Efectivamente, Cristo podía haber curado
las heridas de la carne sin que hubiesen quedado ni las huellas de sus
cicatrices; podía haberse visto libre de las señales de los clavos de sus manos
y de la llaga de su costado; pero quiso que se quedasen en su carne las
cicatrices para eliminar de los corazones de los hombres la herida de la
incredulidad y que las señales de las heridas curasen las verdaderas heridas.
Los Santos Padres.
Pedro Crisólogo. Sermones, 84, 2.2.
Era de noche, más por la tristeza que por la hora. Era noche para las
mentes obscurecidas por la sombría nube de la tristeza y la pesadumbre, porque,
aun cuando la noticia de su resurrección les había dado una tenue claridad, sin
embargo el Señor todavía no había brillado con todo el resplandor de su luz.
Máximo el Confesor. Capítulos sobre el conocimiento, 2, 46.17.
Con el saludo de su paz les infunde ánimos y tranquilidad, a la vez que
les concede el Espíritu Santo.
Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Juan 12, 1.19.
Saluda a sus discípulos con estas palabras: “Paz a vosotros”,
definiéndose a sí mismo como la paz. En efecto, los que están cerca de Cristo
gozan de la paz y de la tranquilidad de espíritu. Es lo mismo que auguraba
Pablo a los fieles cuando decía: “La paz de Dios, que supera toda inteligencia,
guarde vuestros corazones y vuestras inteligencias” (Flp 4, 7). En efecto, la
paz de Cristo supera toda inteligencia, no es cosa distinta de su Espíritu, que
colma con toda clase de bienes a los que participan de Él. ´
Pedro Crisólogo. Sermones.84, 6.7.
Yo os envío no con la autoridad del que manda, sino con todo el afecto con
el que yo os amo. Os envío a soportar el hambre, a sufrir el peso de las
cadenas, la aspereza de la cárcel, a sobrellevar toda clase de penas, a sufrir
una muerte execrable por todos: todas las cosas que la caridad, no el poder,
impone a las almas humanas.
Gregorio Magno. Homilías sobre los Evangelios, 2, 26,
8-9.55
Causa mucha alegría lo que sigue: “Bienaventurados los que sin haber
visto hayan creído”. Sentencia en la que, sin duda, estamos señalados nosotros,
que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Sí, en ella
estamos significados nosotros, pero con tal que nuestras obras se conformen con
nuestra fe, porque quien cumple en la práctica lo que cree, ese es el que cree
en verdad.
San Juan de Ávila
Todos estos tienen por oficio encaminar las ánimas para
el cielo. Sicut misit me Pater, et ego mitto vos (Jn 20, 21). Y, por
tanto, yo saco la conclusión que han de ser ejemplares, y que, si no lo son, se
perderán; porque, si el rey criase un capitán, no satisfaría si fuese soldado. Ideo
vos estis lux mundi, sal terrae (cf. Mt 5, 14.13). Pero entra agora la duda
cómo ha de ser ese ejemplo; porque hic labor et dolor [este
es un trabajo duro y penoso]. Lo que se os puede decir, hermanos, es que, si
sois clérigo, habéis de vivir, hablar y tratar y conversar, etc., taliter
[de
tal manera] que provoquéis a otros a servir a Dios. La candela, cuando la
encienden, no es para matalla y ponella debajo del medio
celemín, ut ait Christus y ansí, en ordenándoos, sois candela que habéis de
dar lumbre.
Platica a sacerdotes. I, pg. 852.
El mismo Señor dijo a sus apóstoles, cuando
instituyó el sacramento de la penitencia: Cuyos pecados perdonáredes, son
perdonados (Jn 20, 23), etc. Y, por consiguiente, se da gracia y justicia por este
sacramento, pues no puede haber perdón de pecados sin que se dé la gracia, la
cual es significada y contenida en todos los siete sacramentos de la Iglesia; y
se da a quien bien los recibe, y con mayor abundancia que la disposición de
quien los recibe, por ser obras previlegiadas, que por la misma obra que son,
dan gracia.
Audi filia (II). I, pg. 631.
¿Qué hace que me siento con gran flaqueza? Buscá el
remedio donde os vino la llaga; buscad la gracia de Dios: Él os la dará, que él
dijo la ley de la gracia para cumplirla: Gavisi sunt discipuli, viso
Domino (Jn 20, 20).
Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 189.
Y luego tras este preámbulo, podrá decirles cómo el
fin del sacerdote es sacar almas de pecado, y para esto Cristo le instituyó en
la gracia, según aquello de San Juan, capítulo 20, como el Padre me envió, así os
envío a vosotros. Y pues Cristo fue enviado a sacar almas del pecado, así también ellos
son enviados.
Para un sermón a los clérigos. II, pg. 1044.
Así lo nota Eusebio: que por eso los Evangelistas
escribieron tan poco, porque este negocio no es de muchas palabras, y estilo de
corte y audiencia; y por eso no son menester muchas premáticas [pragmáticas,
leyes]. Que hallaréis en la Santa Madre Iglesia de tradiciones que no están escriptas
en los Evangelistas, como es la forma de consagrar. Por eso nos dijo nuestro
Señor: “Allá os doy mi Espíritu Santo (cf. Jn 20, 22); y donde se
infunde este Espíritu Santo y la práctica que procede del Espíritu Santo, habla
y es tradición de Dios. Y por eso, lo que los santos Padres, alumbrados por el
Espíritu Santo, ordenaron, es ordenado de Dios; y por eso se escribió poco,
porque lo remitió a aquellos que fuesen ayuntados [unidos] en el Espíritu
Santo.
Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 334.
Materia necesaria y materia voluntaria, ambas son
materias. Si queréis confesar los pecados veniales por las claves del
sacramento, son perdonados, porque son pecados. Nuestro Señor dijo: Los
pecados que perdonáredes serán perdonados (Jn 20, 23), pecados también se
entienden veniales, y es materia voluntaria.
Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 165.
Hay palabras suyas que dan medicina a esas llagas.
Arrepentíos de haber ofendido a Dios, confesaos. Mirad que dijo Dios a los
sacerdotes: Cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados (Jn 20, 23). Dice
el confesor: “Yo te absuelvo de todos pecados”. Ansíos a esa palabra: que veis
ahí los remedios que Dios dejó para los que le ofendieren.
Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 339.
Por el pecado venial no se quita la amistad con
Dios; y si pecastes mortalmente, remedio hay. ¿Quebrantaste la palabra de la
castidad, la de no jurar? Palabra hay con que se suelde y remedie. ¿Qué
palabra? Arrepentíos y confesaos, y con esta palabra se remediará el mal de la
otra. Conviene a saber: Quorum remiseritis peccata (Jn 20, 23). Que,
si por pecar habéis de perder el esperanza, San Pedro pecó y David. Levantaos,
que Dios os da la mano.
Lecciones sobre 1 San Juan (II). II, pg. 456.
A cuando se os muere algún hijo chiquito, que
lloráis y dais gritos. ¿Y de qué lloráis? Si el niño supiese hablar diría: “No
lloréis, madre, mas gozaos de mi bien, que voy a gozar a Dios”. ¿Qué sentiremos
de esta subida de Cristo a lo alto? Dijo en otra parte a la Magdalena: Decid
a mis hermanos que subo al Padre mío y al Padre vuestro, al Dios mío y al Dios vuestro (cf. Jn 20, 19).
Sermón del Jueves de la Ascensión. III, pg. 229.
Un día de aquella semana. En
medio (Lc 24, 36; Jn 20, 26). Ese es el lugar suyo: medio de animales nace,
dotores disputar, latronum figitur, apparet in medio [es crucificado
entre ladrones]. Medio inter Padre y Espíritu Santo. Vino a ser de medio entre
Dios y hombres, mediator, y en la gloria medio
beatorum [centro de la visión beatífica]. Sicut me misit (cf. Jn 20, 21). No
fue desamor de mi Padre, ni mío, enviaros a predicar mi nombre, poneros a
fuerza e violencia del mundo. Para un gran hecho gran ayuda. Accipite
Spiritum Sanctum (Jn 20, 23). Extraña largueza,
que aquel poder que hasta aquel punto ante Dios quería dar a entender que Dios
le tenía, no usó de él: que un hombre pueda abrir o cerrar el cielo.
Y Tomás no estaba allí. No le privó de tan gran merced.
¡Velle! (...). ¿Cómo? Apóstol, ¿eso habéis aprovechado en su escuela? ¿Sabés
que la fe entra por el oído? Si lo veis, daos por despedido de la fe. No digo
que tengo de creer lo que quiero ver. Viendo la humanidad, creeré la divinidad.
Ansí, llamándole Cristo: ¡Ven acá! - ¡Oh Señor mío! (cf. Jn 20, 28). Es que veo a
Dios. Confieso, creo e adoro. ¡Oh bondad de Dios inmensa! Como trata de ganar,
gana a todos. A mí, a mí. No hay palabra baldía. Él, como águila, trata cosas
subidas: regeneración doblada investigación.
Sermón del Martes de Pascua. III, pg. 227.
Y a quien le pareciere pequeña la autoridad de
ellos, oiga la palabra de Cristo nuestro Redemptor, que dice: Cuyos
pecados perdonáredes, serán perdonados; y los que retuviéredes, serán retenidos
(Jn
20, 23). En las cuales palabras instituyó el santísimo sacramento de la
penitencia, por el cual son perdonados a los que vienen dispuestos, no solo los
mortales, mas aun los veniales; que muy mal se engañaron los que pensaron que
los pecados veniales no son materia del santísimo sacramento de la Penitencia.
Sermón del Santísimo Sacramento. III, pg. 657.
Pues ansí lo hizo Jesucristo con nosotros, que nos
dio poder para que negocien con nosotros todo lo que a su hacienda y honra
tocare; y que por soberbio, por sucio, por abominable, por endiablado que sea
el hombre, por deshonra que haya hecho a Dios y con ellos al hombre, dirá Dios:
“Id a un sacerdote, pues le he dado poder para que de mi parte os perdone y
absuelva de todos vuestros pecados, y él os perdonará en mi nombre”. - ¿Quién
lo dijo, padre? ¿Es por ventura Escoto, es San Agustín? – Más que eso, es el
mismo Jesucristo. ¡Bendito Él sea! Amén. A quienes perdonáredes sus
pecados, serles han perdonados, etc. (Jn 20, 23).
Sermón de la Octava del Corpus. III, pg. 784.
¡Oh, bienaventurado aquel que entiende qué cosa es
fe! Bien lo dijiste, niño, cuando fuiste grande: ¡Bienaventurados los que no
vieron y creyeron! (Jn 20, 29).
Sermón de la Epifanía. III, pg. 92.
Así que no habéis de querer ver nada, sino procura
de ser fiel en creer que no faltará la palabra de Jesucristo, porque más vale
creer que ver (cf. Jn 20, 29).
Sermón en la infraoctava del Corpus. III, pg. 553.
Cierto es que nació en pobreza y aspereza, y de la
misma manera vivió, y con crecimiento de esto murió. Y habiendo Él traído la
embajada del Padre con este tan humilde aparato, no se agradará que su
embajador, pues es de rey celestial, vaya con aparato de mundo, pues dijo por
San Juan: Sicut misit me Pater, et ego mittam vos (Jn 20, 21). El
corazón ardiendo en celo de la honra del Padre y de la salvación de las ánimas
le trajo al mundo.
A un obispo de Córdoba. IV, pg. 603.
Diga misa cada día, aunque no sienta devoción, y
confiese a más tardar de tres en tres días, con profundo conocimiento de sus
males y crédito que son muy más y mayores que él conoce, y con entera fe y
devoción en este sacramento, por la palabra del Señor: Quorum
remiseritis peccata, etc. (Jn 20, 23), y si Dios le da luz con que se
conozca y fe para esta palabra, serle ha este sacramento grandísima dulcedumbre
y seguridad.
A un predicador. IV, pg. 39.
Y por tanto, quitemos los impedimentos nosotros y
soseguemos nuestro corazón dentro de nos; esperemos allí a Cristo, el cual entra,
las puertas cerradas, a visitar (cf. Jn 20, 26) y alegrar sus discípulos, y
sin duda será con nosotros, porque de Él dice David: Oyó
el Señor el deseo de los pobres, y el aparejo de su corazón oyó su oído (Sal 9, 17). Y pues
Cristo principalmente ha de obrar esto en nosotros, no hay por qué desconfiemos;
mas fuertes en la fe de tal guiador, comencemos con fervor esta carrera, que
lleva a alcanzar a Dios.
A una persona religiosa. IV, pg. 320.
603, 39, 320, 431
San Oscar Romero.
Ahora, hermanos, a la luz de esta verdad ¡qué fácil es
comprender las tres lecturas que se han hecho hoy! Yo titularía este comentario
de hoy así: El resucitado vive en su Iglesia. La historia de la resurrección
que estamos considerando en estos días es el testimonio fundamental, esencial,
de una Iglesia apostólica. La resurrección de Cristo es el título que la
Iglesia muestra al público para justificar su pretensión de ser ella un
instrumento de la salvación del mundo. ¿Por qué? Precisamente lo que aparece en
las lecturas de hoy: el Cristo revivido insufla en la Iglesia naciente su
espíritu: "Como mi Padre me envió, así os envío", dice el evangelio
de hoy. Y soplando, como el soplo del Génesis cuando a aquel ser de barro Dios
sopla el espíritu de vida, Cristo que es Dios, insufla toda su misión de
redención al mundo en este organismo que El ha creado: "Como mi Padre me
envió yo os envío".
Y en aquel soplo El interpreta: recibid el Espíritu Santo, a
los que perdonaréis les queda perdonado: la misión de la Iglesia; entonces, ha
nacido como en un nuevo paraíso: Adán despierta inteligente, libre, capaz de
amar, imagen de Dios; la Iglesia despierta de aquel sueño de Pentecostés como
una nueva creación. Eso son ustedes, hermanos que me escuchan y meditan
conmigo. Eso somos la Iglesia, el nuevo ser que lleva el soplo de una vida que
no va a morir nunca, de una vida de resucitado.
Pero para comprenderlo, distribuyo mi pensamiento en estas
dos ideas: lº.) Cristo vive; 2º) Cristo vive no sólo en su cielo sino en su
comunidad de creyentes en la tierra.
Homilía, 2 de abril de 1978.
Papa Francisco.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Cada domingo, hacemos memoria de la resurrección
del Señor Jesús, pero en este periodo después de Pascua, el domingo reviste un
significado más iluminador. En la tradición de la Iglesia, este domingo después
de la Pascua, se le denomina “in albis”. ¿Qué significa esto? La expresión
pretendía recordar el rito que cumplían aquellos que habían recibido el
bautismo en la Vigilia pascual. A cada uno de ellos se le entregaba un hábito
blanco —“alba”, “blanca”— para indicar su nueva dignidad de hijos de Dios. Hoy
todavía se sigue haciendo esto: a los neonatos se les coloca una pequeña tela
simbólica, mientras que los adultos se ponen uno auténtico y verdadero, como lo
hemos visto en la Vigilia pascual. Esta ropa blanca, en pasado, se llevaba
puesta durante una semana, hasta este domingo, y de ahí deriva el nombre in
albis deponendis, que significa el domingo en el cuál se quita el hábito
blanco. Y así, quitada la ropa blanca, los neófitos comenzaban su nueva vida
en Cristo y en la Iglesia.
Hay otra cosa. En el Jubileo del año 2000, san Juan
Pablo II estableció que este domingo estaría dedicado a la Divina Misericordia.
Es verdad, fue una bonita intuición: el Espíritu Santo le inspiró. Hemos
concluido el Jubileo extraordinario de la Misericordia hace pocos meses y este
domingo nos invita a retomar con fuerza la gracia que viene de la misericordia
de Dios. El Evangelio de hoy es la narración de la aparición de Cristo
resucitado a los discípulos reunidos en el cenáculo (cf. Juan 20, 19-31). Escribe
san Juan que Jesús, después de haber saludado a sus discípulos, les dijo: «Como
el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán
perdonados» (vv. 21-23). He aquí el sentido de la misericordia que se presenta
precisamente en el día de la resurrección de Jesús como perdón de los pecados. Jesús
resucitado, ha transmitido a su Iglesia, como primera misión, su propia misión
de llevar a todos el anuncio concreto del perdón. Este es el primer deber:
anunciar el perdón. Este signo visible de su misericordia lleva consigo la
paz del corazón y la alegría del encuentro renovado con el Señor.
La misericordia a la luz de la Pascua se deja
percibir como una verdadera forma de conocimiento. Y esto es importante: la
misericordia es una verdadera forma de conocimiento. Sabemos que se conoce
a través de muchas formas. Se conoce a través de los sentidos, se conoce a
través de la intuición, a través de la razón y aún de otras formas. Bien, se
puede conocer también a través de la experiencia de la misericordia, porque la
misericordia abre la puerta de la mente para comprender mejor el misterio de
Dios y de nuestra existencia personal. La misericordia nos hace comprender
que la violencia, el rencor, la venganza no tienen ningún sentido y la primera
víctima es quien vive de estos sentimientos, porque se priva de su propia
dignidad. La misericordia también abre la puerta del corazón y permite
expresar la cercanía sobre todo hacia aquellos que están solos y marginados,
porque les hace sentirse hermanos e hijos de un solo Padre. Favorece el
reconocimiento de cuantos tienen necesidad de consuelo y hace encontrar
palabras adecuadas para dar consuelo.
Hermanos y hermanas, la misericordia calienta el
corazón y le hace sensible a las necesidades de los hermanos, a través del compartir
y de la participación. La misericordia, en definitiva, compromete a todos a ser
instrumentos de justicia, de reconciliación y de paz. No olvidemos nunca que la
misericordia es la llave en la vida de fe, y la forma concreta con la cual
damos visibilidad a la resurrección de Jesús.
Regina Coeli, 23 de abril de 2017.
Papa Francisco. Catequesis. El crucificado, fuente de esperanza.
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
El pasado domingo la Liturgia
nos hizo escuchar la Pasión del Señor. Termina con estas palabras: «Sellando
la piedra» (Mt 27,66): todo parece terminado. Para los discípulos de Jesús esa
roca marca el término de la esperanza. El Maestro ha sido crucificado,
asesinado de la forma más cruel y humillante, colgado en un patíbulo infame
fuera de la ciudad: un fracaso público, el peor final posible —en esa época era
el peor—. Pues bien, ese desánimo que oprimía a los discípulos no es del todo
extraño a nosotros hoy. También en nosotros se condensan pensamientos
profundos y sentimientos de frustración: ¿por qué tanta indiferencia hacia
Dios? Es curioso, esto: ¿por qué hay tanta indiferencia hacia Dios? ¿Por
qué tanto mal en el mundo? ¡Mira que hay mal en el mundo! ¿Por qué las
desigualdades siguen creciendo y la anhelada paz no llega? ¿Por qué estamos
tan apegados a la guerra, al hacerse mal el uno al otro? ¡Y en los corazones de
cada uno, cuántas expectativas desvanecidas, cuántas desilusiones! Y también,
esa sensación de que los tiempos pasados fueron mejores y que, en el mundo,
quizá también en la Iglesia, las cosas no van como antes… En resumen, también
hoy la esperanza parece a veces sellada bajo la piedra de la desconfianza.
E invito a cada uno de vosotros a pensar en esto: ¿dónde está tu esperanza? Tú,
¿tienes una esperanza viva o la has sellado ahí, o la tienes en el cajón como
un recuerdo? Pero ¿tú esperanza te empuja a caminar o es un recuerdo
romántico como si fuera algo que no existe? ¿Dónde está tu esperanza, hoy?
En la mente de los discípulos
permanece fija una imagen: la cruz. Y ahí ha terminado todo. Ahí se concentraba
el final de todo. Pero poco después descubrirían precisamente en la cruz un
nuevo inicio. Queridos hermanos y hermanas, la esperanza de Dios brota así,
nace y renace en los agujeros negros de nuestras expectativas decepcionadas;
y esta, la esperanza verdadera, sin embargo, no decepciona nunca. Pensemos
precisamente en la cruz: del terrible instrumento de tortura Dios ha realizado
el mayor signo del amor. Ese madero de muerte, convertido en árbol de vida, nos
recuerda que los inicios de Dios empiezan a menudo en nuestros finales.
Así Él ama obrar maravillas. Hoy, por tanto, miremos al árbol de la cruz para
que brote en nosotros la esperanza: esa virtud cotidiana, esa virtud
silenciosa, humilde, pero esa virtud que nos mantiene en pie, que nos ayuda a
ir adelante. Sin esperanza no se puede vivir. Pensemos: ¿dónde está mi
esperanza? Hoy, miremos al árbol de la cruz para que brote en nosotros la
esperanza: para ser sanados de la tristeza —pero, cuánta gente triste—… A
mí, cuando podía ir por las calles, ahora no puedo porque no me dejan, pero
cuando podía ir por las calles en la otra diócesis, me gustaba ver la mirada de
la gente, ¡Cuántas miradas tristes! Gente triste, gente que hablaba consigo
misma, gente que caminaba solamente con el teléfono, pero sin paz, sin
esperanza. ¿Dónde está tu esperanza hoy? Hace falta un poco de esperanza
para ser sanados de la tristeza de la que estamos enfermos, para ser sanados
de la amargura con la que contaminamos a la Iglesia y al mundo. Hermanos y
hermanas, miramos el Crucifijo. ¿Y qué vemos? Vemos a Jesús desnudo, Jesús
despojado, Jesús herido, Jesús atormentado. ¿Es el final de todo? Ahí está
nuestra esperanza.
Comprendamos entonces que en
estos dos aspectos renace la esperanza que parece morir. En primer lugar, vemos
a Jesús despojado: de hecho, «una vez que lo crucificaron, se repartieron sus
vestidos, echando a suertes» (v. 35). Dios despojado: Él que tiene todo se deja
privar de todo. Pero esa humillación es el camino de la redención. Dios vence
así sobre nuestras apariencias. A nosotros, de hecho, nos cuesta ponernos al
desnudo, decir la verdad: siempre tratamos de cubrir la verdad porque no nos
gusta; nos revestimos de exterioridad que buscamos y cuidamos, con máscaras
para camuflarnos y mostrarnos mejor de lo que somos. Es un poco como la
costumbre del maquillaje: maquillaje interior, parecer mejor que los otros…
Pensamos que lo importante es ostentar, aparentar, para que los otros hablen
bien de nosotros. Y nos adornamos de apariencias, nos adornamos de apariencias,
de cosas superfluas; pero así no encontramos paz. Luego el maquillaje se va
y tú te miras al espejo con la cara fea que tienes, pero verdadera, la que Dios
ama, no esa “maquillada”. Y Jesús despojado de todo nos recuerda que la
esperanza renace diciendo la verdad sobre nosotros —decir la verdad a uno mismo—, dejando caer
las dobleces, liberándonos de la pacífica convivencia con nuestras falsedades.
A veces, estamos tan acostumbrados a decirnos falsedades que convivimos con las
falsedades como si fueran la verdad y terminamos por envenenarnos con nuestras
falsedades. Lo que hace falta es volver al corazón, a lo esencial, a una
vida sencilla, despojada de tantas cosas inútiles, que son sucedáneos de
esperanza. Hoy, cuando todo es complejo y se corre el riesgo de perder el
hilo, necesitamos sencillez, redescubrir el valor de la sobriedad, el valor
de la renuncia, de limpiar lo que contamina el corazón y entristece. Cada
uno de nosotros puede pensar en algo inútil de lo que puede liberarse para
reencontrarse. Piensa tú, cuántas cosas inútiles. Aquí, hace quince días, en
Santa Marta, donde yo vivo —que es un hotel para mucha gente— se corrió la voz
de que para esta Semana Santa sería bonito mirar el armario y despojar, quitar
cosas que tenemos, que no usamos… ¡no imagináis la cantidad de cosas! Es bonito
despojarse de las cosas inútiles. Y esto fue para los pobres, a la gente que
tiene necesidad. También nosotros, tenemos muchas cosas inútiles dentro del
corazón y fuera del corazón. Mirad vuestro armario: miradlo. Esto es útil,
esto es inútil… y haced limpieza. Mirad el armario del alma: cuántas cosas
inútiles tienes, cuántas ilusiones estúpidas.
Volvamos a la sencillez, a las cosas verdaderas, que no necesitan
maquillarse. ¡Este es un bonito ejercicio!
Dirigimos una segunda mirada al
Crucifijo y vemos a Jesús herido. La cruz muestra los clavos que le atraviesan
las manos y los pies, el costado abierto. Pero a las heridas del cuerpo se
añaden las del alma: ¡cuánta angustia! Jesús está solo: traicionado, entregado
y renegado por los suyos, sus amigos, también sus discípulos, condenado por el
poder religioso y civil, excomulgado, Jesús siente incluso el abandono de Dios
(cfr. v. 46). Sobre la cruz aparece además el motivo de la condena, «Este es
Jesús: el Rey de los judíos» (v. 37). Es una burla: Él, que había huido cuando
trataban de hacerle rey (cfr. Jn 6,15), es condenado por haberse hecho rey;
incluso no habiendo cometido crímenes, es colocado entre dos criminales y se
prefiere al violento Barrabás (cfr. Mt 27,15-21). Jesús, en fin, está herido en
el cuerpo y en el alma. Me pregunto: ¿de qué forma ayuda esto a nuestra
esperanza? Así, Jesús desnudo, privado de todo, de todo; ¿qué dice esto a mi
esperanza?, ¿cómo me ayuda?
También nosotros estamos
heridos: ¿quién no lo está en la vida? Y muchas veces, con heridas escondidas
que escondemos por la vergüenza. ¿Quién no lleva las cicatrices de
decisiones pasadas, de incomprensiones, de dolores que permanecen dentro y es
difícil superar? ¿Pero también de daños sufridos, de palabras cortantes, de
juicios inclementes? Dios no esconde a nuestros ojos las heridas que le han
traspasado el cuerpo y el alma. Las muestra para hacernos ver que en Pascua se
puede abrir un pasaje nuevo: hacer de las propias heridas focos de luz. “Pero
Santidad, no exagere”, alguien puede decirme. No, es verdad: prueba; prueba.
Intenta hacerlo. Piensa en tus heridas, esas que tú solo sabes, que cada uno
tiene escondidas en el corazón. Y mira al Señor. Y verás, verás cómo de esas
heridas salen focos de luz. Jesús en la cruz no recrimina, ama. Ama
y perdona a quien lo hiere (cfr. Lc 23,34). Así convierte el mal en bien, así
convierte y transforma el dolor en amor.
Hermanos y hermanas, el punto
no es estar heridos poco o mucho por la vida, el punto es qué hacer con mis
heridas. Las pequeñas, las grandes, las que dejarán una marca en mi cuerpo, en
mi alma para siempre. ¿Qué hago yo con mis heridas? ¿Qué haces tú y tú con
tus heridas? “No, Padre, yo no tengo heridas” – “Estate atento, piensa dos
veces antes de decir eso”. Y te pregunto: ¿qué haces con tus heridas, las
que sólo tú sabes? Tú puedes dejar que se infecten de rencor, tristeza o puedes
unirlas con las de Jesús, para que también mis llagas se vuelvan luminosas.
Pensad en cuántos jóvenes no toleran las propias heridas y buscan en el
suicidio una vía de salvación: hoy, en nuestras ciudades, muchos, muchos
jóvenes que no ven una salida, que no tienen esperanza y prefieren ir más allá
con la droga, con el olvido…pobrecitos. Pensad en ellos. Y tú, ¿cuál es tu
droga para cubrir las heridas? Nuestras heridas pueden convertirse en
fuentes de esperanza cuando, en lugar de compadecernos de nosotros mismos o
esconderlas, enjugamos las lágrimas de los demás; cuando, en vez de guardar
rencor por lo que nos quitan, nos preocupamos de lo que les falta a los demás;
cuando, en lugar de hurgar en nosotros mismos, nos inclinamos hacia los que
sufren; cuando, en vez de tener sed de amor por nosotros, saciamos a los que
nos necesitan. Porque sólo si dejamos de pensar en nosotros mismos, nos
encontramos. Pero si seguimos pensando en nosotros mismos ya no nos
encontraremos. Y haciendo esto —dice la Escritura— nuestra herida cicatriza
rápidamente (cfr. Is 58, 8), y la esperanza florece de nuevo. Pensad: ¿qué
puedo hacer por los otros? Estoy herido, estoy herido de pecado, estoy herido
de historia, cada uno tiene la propia herida. ¿Qué hago? Estoy herido de
pecado, estoy herido de historia, cada uno tiene la propia herida. ¿Qué
hago: lamo mis heridas así, toda la vida? ¿O miro las heridas de los otros y
voy con la experiencia herida de mi vida, a sanar, a ayudar a los otros?
Este es el desafío de hoy, para todos vosotros, para cada uno de vosotros, para
cada uno de nosotros. Que el Señor nos ayude a ir adelante.
GUIÓN MISA NIÑOS.
DOMINGO
III DE PASCUA. 23 de abril de 2023.
Monición de entrada.-
Estamos en el tercer domingo de Pascua.
Y en este domingo vamos a escuchar lo que
les pasó a dos amigos de Jesús que se fueron a Emaús.
Él estuvo con ellos, les habló de la
Biblia y de porque había muerto.
Además cenó con ellos, partiendo el pan.
Eso es lo que hacemos nosotros en cada
misa: le escuchamos y el sacerdote parte el pan, que es Jesús.
Señor, ten piedad.-
Porque nos
cuesta entender la Biblia. Señor, ten
piedad.
Porque nos
cuesta verte en el pan partido y el vino. Cristo, ten piedad.
Porque nos
cuesta escucharte con el corazón. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Jesús, te pido por el Papa Francisco y el obispo
Enrique. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por la Iglesia para que caminando
con las personas sepa llevar la alegría de que tú has resucitado. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por los que no tienen fe
ni esperanza, como tus amigos de Emaús; para que camines con ellos y les abras
el corazón. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por los valencianos, que
hemos celebrado a nuestro patrono san Vicente Ferrer. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por los que estamos en
misa, para que te veamos en los demás, en la Biblia y en el pan y el vino. Te lo
pedimos, Señor.
Acción de gracias.-
María, queremos darte gracias por que tú
también estás con nosotros y nos ayudas a entender las palabras de nuestras
catequistas.
GUIÓ
MISSA D’INFANTS. III DIUMENGE DE PASQUA. 23 d’abril de 2023.
Monició d’entrada.-
Hui
és el tercer Diumenge de Pasqua.
I
en aquest diumenge anem a escoltar el que va passar a dos deixebles de Jesús
que anaven cap Emaús.
Ell
va estar amb ells, els parà de la Bíblia i de per què havia mort.
A
més va sopar amb ells, partint el pa.
És
el que fem nosaltres a cada missa: l’escoltem i el retor parteix el paque és
Jesús.
Senyor, tingueu pietat.-
Perquè ens
costa entendre la Bíblia. Senyor, tingueu pietat.
Perquè ens
costa vore’t al pa i el vi. Senyor, tingueu pietat.
Perquè ens
costa escoltar-te amb el cor. Senyor, tingueu pietat.
Plegaries.-
Jesús, et demane pel Papa Francesc i el
bisbe Enrique. T’ho demane Senyor.
Jesús, et demane per l’església, perquè
caminant amb les persones, sàpiga portar l’alegria de la resurrecció. T’ho
demane Senyor.
Jesús, et demane pels qui no tenen fe ni
esperança, com els teus amics d’Emaús, perquè camines amb ells i els òbrigues
el cor. T’ho demane Senyor.
Jesús, et demane pels valencians, que
hem celebrat al nostre patró Sant Vicent Ferrer. T’ho demane Senyor.
Jesús, et demane pels qui estem en
missa, perquè et veiem als altres, en la Bíblia i el pa i vi. T’ho demane
Senyor.
Acció de gràcies.
Maria, volem donar-te gràcies perquè
també estàs amb nosaltres i ens ajudes a entendre les paraules de les nostres
catequistes.
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