Lectura del libro de
Isaías 63, 16c-17.19c;64,2b-7
Tú, Señor, eres nuestro
padre, tu nombre desde siempre es “nuestro Libertador”. ¿Por qué nos extravías,
Señor, de tus caminos, y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete,
por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y
descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas. “Descendiste, y
las montañas se estremecieron”. Jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios,
fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él. Sales al encuentro de
quien practica con alegría la justicia y, andando en tus caminos, se acuerda de
ti. He aquí que tú estabas airado y nosotros hemos pecado. Pero en los caminos
de antiguo seremos salvados. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un
vestido manchado, todos nos marchitábamos como hojas, nuestras culpas nos
arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo
para adherirse a ti, pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de
nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la
arcilla y tú nuestro alfarero; todos somos obra de tus manos.
Textos paralelos.
Tú
Yahvé eres nuestro Padre.
Is 41, 14: No temas, gusanito de Jacob,
oruga de Israel, yo mismo te auxilio – oráculo del Señor –, tu redentor es el
santo de Israel.
¡Ah! si rompieses los cielos y bajases.
Ap 19, 11: Vi el cielo abierto y allí un
caballo blanco. Su jinete de llama Fiel y Veraz, Justo en el gobierno y en la
guerra.
Sal 144, 5: Señor, inclina tus cielos y
desciende; toca las montañas y echarán humo.
Nunca ojo humano pudo ver.
1 Co 2, 9: Pero como está escrito: “Lo que
ojo no vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios preparó para
quienes lo aman”.
Nosotros la arcilla y tú el alfarero.
Is 29, 16: ¡Qué
desatino! Como si el barro se considerara alfarero, como si la obra dijera al
que la hizo: “No me ha hecho”, como si el cacharro dijera del alfarero: “No me
entiende”.
Notas exegéticas.
63 7 El largo poema 63, 7-64,1 tiene la forma de un salmo de súplica
colectiva, ver especialmente Sal 45 y 89 y Lamentaciones. Las referencias de 63,
18 y 65, 9-10 a la ruina de Jerusalén y del templo el 587 indican que el
recuerdo de la catástrofe está aún próximo. El poema data de los comienzos del
destierro. La evocación de la historia pasada, 63, 7-14 está conforme con la
teología deuteronomista: Dios castiga a su pueblo rebelado, y luego lo salva.
64 19 La frase [Estamos igual que antaño] prosigue en 64 1b [como agua que
el fuego evapora]. La evocación a los rasgos ordinarios de las teofanías
interrumpe este llamamiento a la venida de Yahvé.
64 2 La glosa repite 63, 10.
64 3 San Pablo, 1 Co 2, 9, parece citar este texto en una fórmula más rítmica:
“lo que ni el ojo vio ni el oído oyó…”. Es difícil asegurar si cita libremente
o si poseía algún texto de Isaías diferente del nuestro.
64 4 “Borra nuestro pecado…”, leemos el verbo mahâ y el
sustantivo ‘awôn. Otros traducen: “en ellos [nuestros pecados] estamos
desde antiguo y seríamos salvados. En ambos casos se usaría de un clamor de
desánimo. De todos modos, las traducciones son conjeturales, pues el texto se
halla claramente corrompido.
64 5 “caemos” griego; hebreo dudoso.
64 6 “dejados” versiones: “nos haces temblar” (?) hebreo.
Salmo responsorial
Salmo 80 (79), 2.3b.15-16.18-19
Oh Dios, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve. R/.
Pastor de Israel, escucha;
tú que te sientas sobre querubines,
resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.
Dios del universo, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó
y al hijo del hombre que tú has fortalecido.
R/.
Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu
nombre. R/.
Textos paralelos.
Brilla, desde tu trono de querubes.
Ex 25, 18: Moisés se adentró en la nube y subió al monte, y estuvo allí
cuarenta días con sus noches.
Notas exegéticas.
80 Este salmo se aplica tanto al reino del Norte (ver vv. 2-3),
devastado por los asirios (mencionados en el título griego), ver Jr 31, 15s,
como a Judá después del saqueo de Jerusalén el año 586, ver Jr 12, 7-13. El
salmista, quizá un levita refugiado en Mispá de Benjamín en tiempos de
Godolías, ver 2 R 25, 22-23.27, espera la restauración del reino unificado en
sus límites ideales, v. 12.
80 16 El hebreo añade: “y sobre el hijo que fortaleciste”, anticipación
de 18b.
80 18 Alusión probable a Zorobabel, Esd 3, 2; Ag 1,1.
Segunda lectura.
Lectura de la primera
carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 3-9
Hermanos:
A vosotros, gracia y paz
de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Doy gracias a mi Dios
continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo
Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda
ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que
no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro
Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis
irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, el cual os
llamó a la comunión con su Hijo.
Textos paralelos.
Os ha otorgado por medio de
Cristo Jesús.
2 Co 8, 7: Y como tenéis abundancia de todo, de fe, elocuencia, conocimiento,
fervor para todo, afecto a nosotros, tened también abundancia de esta
generosidad.
2 Co 8, 9: Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo,
que siendo rico, por vosotros se hizo pobre para enriqueceros con su pobreza.
Ya no os falta ningún don divino a los que esperáis la Revelación.
2 Co 6, 10: Como tristes y siempre alegres, como pobres que enriquecen
a muchos, como necesitados que lo poseen todo.
Él os conservará irreprensibles hasta el fin.
2 Co 1,21: Es Dios quien nos mantiene a nosotros y a vosotros, fieles a
Cristo, nos ha ungido.
Flp 1,7: Es justo que sienta esto de todos vosotros, ya que os llevo en
el corazón, mientras que vosotros sois solidarios de mi gracia en la prisión y
en la defensa y confirmación de la buena noticia.
Col 2, 7: Arraigados y cimentados en él, confirmados en la fe que os
enseñaron, derrochando agradecimiento.
Habéis sido llamados a la comunión.
1 Jn 1, 2: Por la verdad que permanece en nosotros y permanecerá
siempre.
Flp 3, 10: ¡Oh! conocerle a él y el poder de su resurrección y la
participación en sus sufrimientos; configurarme con su muerte.
Notas exegéticas.
1 4 Otra
lectura: “mi Dios”.
1 6 Es
decir el testimonio que se da de Cristo, “entre vosotros” o “en vosotros”.
1 7 En
el momento supremo de la revelación de los designios secretos de Dios Cristo se
manifestará en su gloria al fin de los tiempos en su Venida y su “Manifestación”.
Previamente se habrá “revelado” al Impío, a quien destruirá.
1 8 (a) Ver
Flp 1, 10.
1 8 (b) Este
“Día del Señor” llamado también “Día de Cristo” o simplemente 2El Día”, “el Día
del Hijo del hombre”, el día de la Visita, “el último día”, es el cumplimiento de la era escatológica inaugurada
por Cristo, del “Día de Yahvé” anunciado por los profetas. Realizada en parte
con la primera venida de Cristo y el castigo de Jerusalén, esta última etapa de
la historia de la salvación que dará consumada con la venida gloriosa del
Soberano. Le acompañará una conmoción y una renovación cósmicas. Este día de
luz se aproxima. Su fecha es incierta, y hay que prepararse para él por el
tiempo que resta.
3 9 (a) Ver
10, 13; 2 Co 1, 18.
3 9 (b) La
palabra “comunión” (koinônía) conserva en sus variados usos una acepción fundamental. La comunión
brota de las realidades poseídas en común por varias personas, sean
espirituales o materiales esas realidades compartidas. De hecho, los bienes
materiales, nunca se encuentran entre cristianos sin los bienes espirituales. A
veces se participa de las acciones o de los sentimientos. La comunión, de la
que proceden todos los demás bienes, otorga una participación en los bienes
propiamente divinos, nos une al Padre y a su Hijo Jesucristo a Cristo mismo, al
Espíritu. Nos confiere una participación de la gloria futura. La palabra alude
a una característica de la comunidad cristiana.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 33-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Estad atentos, vigilad; pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual
que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus
criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no
sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al
canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre
dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!
Textos paralelos.
Estad atentos
y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento.
Mt 24, 42: Así pues, velad porque no sabéis el día
que llegará vuestro Señor.
Mt 25, 13-14: Por tanto, vigilad, porque no conocéis
el día ni la hora. Es como un hombre que se marchaba al extranjero; antes llamó
a sus criados y les encomendó sus posesiones.
Lc 19, 12-13: Un hombre noble marchó a un país lejano
para ser nombrado rey y volver. Llamó a diez empleados suyos, les entregó mil
denarios y les encargó: negociad hasta que yo vuelva.
Lc 12, 38: Y si llega al segundo o tercer turno de
vela y los encuentra así, dichosos ellos.
Lc 12, 40: Pues vosotros estad preparados, pues
cuando menos lo penséis, llegará este Hombre.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
13 35 Estas cuatro vigilias dividían la noche, ya que cada una de ellas era de
tres horas.
Notas
exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.
33 Después
de ESTAD DESPIERTOS, algunos manuscritos añaden “yorad”.
35-36 La espiritualidad cristiana ha aplicado estas advertencias de Jesús a la
escatología individual, ante lo que solemos llamar muerte repentina. La
verdad es que “el justo nunca muere de improviso, porque previó la muerte perseverando
en la justicia cristiana hasta el fin; muere, a veces, súbita y repentinamente;
por eso la Iglesia, siempre sabia, en las letanías no nos hace pedir
simplemente vernos libres de la muerte repentina, sino de la muerte repentina e
imprevista (a subitanea et improvisa morte). La muerte no es mala por
ser repentina, sino por ser imprevista” (san Francisco de Sales).
Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.
13, 37 Velad:
esta última palabra resume el tema fundamental de este capítulo. Cristo
advirtió a los fieles que fueron vigilantes y estuvieron siempre preparados
para encontrarse con el Hijo del Hombre cuando venga de nuevo. La inminente
destrucción de Jerusalén y la posibilidad del juicio en el fin del mundo sirven
de incentivo para la fidelidad y la perseverancia. Cat. 673, 1014 y 2849.
Catecismo de la Iglesia Católica.
673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf.
Ap 22, 20), aun cuando a nosotros no nos “toca conocer el tiempo y el momento
que ha fijado el Padre con su autoridad” (Hch 1, 7; Mc 13, 32). Este
acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24,
44; 1 Ts 5, 2), aunque tal hecho y la prueba final que le ha de preceder estén “retenidos”
en las manos de Dios” (cf. 2 Ts 2, 3-12).
1014 La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte (“De la
muerte repentina e imprevista, líbranos Señor”: Letanías de los santos), a
pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra muerta”
(Avemaría), y a confiarnos a san José, patrono de la buena muerte.
2849 La vigilancia es “guarda del corazón”, y Jesús pide al Padre que nos
guarde en su “Nombre” (cf. Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos
continuamente a esta vigilancia (cf. 1 Cor 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5,
8). Esta petición [no nos dejes caer en la tentación] adquiere todo su sentido
dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide
la perseverancia final. “Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté
en vela” (Ap 16, 15)
Concilio Vaticano II.
Foméntese la celebración sagrada de la Palabra de
Dios en las vigilias de las fiestas solemnes, en algunas ferias de Adviento y
Cuaresma y en los domingos y días festivos, sobre todo en los lugares que
carecen de sacerdote. En este caso dirigirá la celebración un diácono u otro
delegado por el obispo
Sacrosanctum Concilium, 35.
Intentamos, por tanto, agradr a Dios en todo y nos
ponemos la armadura de Dios para poder permanecer firmes a las asechanzas del
diablo y resistir el día malo. Como no sabemos ni el día ni la hora, es
necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así,
terminada la única carrera que es
nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados
entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego
eterno, a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes. En
efecto, antes de reinar con Cristo glorioso, todos compareceremos ante el
tribunal de Cristo para dar cuenta cada uno del bien y del mal que hizo durante
su vida en este cuerpo. Al fin del mundo, los que hicieron el mal resucitarán
para el juicio. Considerando, por tanto, que los sufrimientos de esta vida no
se pueden comparar con la gloria futura que se manifestará en nosotros, fuertes
en la fe aguardamos la feliz esperanza y la venida gloriosa del gran Dios y de
nuestro Salvador, Jesucristo. Él transformará nuestro humilde cuerpo en un
cuerpo glorioso parecido al suyo y vendrá a que lo glorifiquen todos los santos
y lo admiren todos sus creyentes.
Lumen gentium, 48.
San Jerónimo.
31-33. Cuando el Hijo del hombre… El, que dentro de dos días va a celebrar la
Pascua y será entregado a la cruz, insultado por los hombres, y le darán de
beber vinagre y hiel, promete, con razón, la gloria de su triunfo para
compensar los escándalos que van a seguir por la recompensa que promete.
Observemos que el que debe aparecer en su majestad es el Hijo del hombre.
En cuanto a lo que sigue: colocará las ovejas a su derecha y a los
cabritos a su izquierda, compréndelo según aquello que lees en otro lugar: El
corazón del sabio está en su derecha y el del necio en su izquierda (Eclesiastés
10, 2), y más arriba en ese mismo Evangelio: Que no sepa tu izquierda lo que
hace tu derecha. él ordena que las ovejas se coloquen del lado de los
justos, a la derecha; los cabritos, es decir, los pecadores, a su izquierda,
ellos que en la Ley son ofrecidos siempre por el pecado. No dijo las cabras que
pueden tener crías y salen esquiladas del baño, todas son crías gemelas y
ninguna entre ellas es estéril (Cantar de los Cantares 4, 2), sino
cabritos, ese animal lascivo, agresivo, siempre en celo.
34. Venid, benditos de mi Padre. Esto se debe comprender según la presciencia
[conocimiento de las cosas futuras, rae.es] de Dios para quien el futuro ya se
ha realizado.
40.
Os aseguro que en la medida que lo hicisteis. Éramos libres de
comprender que en todo pobre alimentamos a Cristo que tiene hambre, le damos de
beber cuando tiene sed, peregrino lo albergamos, desnudo lo vestimos, enfermo
lo visitamos y le proporcionamos el consuelo de una visita cuando está
encerrado en la cárcel. Pero según lo que sigue: En la medida que lo
hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo, me
parece que no habla de los pobres en general sino de los que son pobres de espíritu,
aquellos hacia los cuales había extendido su mano diciendo: Mis hermanos y
mi madre son aquellos que hacen la voluntad del Padre.
46. Estos irán al castigo eterno, los justos en cambio a la vida eterna. Prudente lector, presta
atención, los suplicios son eternos, pero la vida perpetua no tendrá que temer,
en adelante, ninguna caída.
Comentarios de los Santos Padres.
Vigilad, pues, y orad, no sea que durmáis para vuestra muerte, pues no os
servirán las obras buenas que antes hubiereis hecho, si al terminar vuestra
vida os apartáis de la verdadera fe.
Anónimo. Constituciones Apostólicas, 7, 31.
San Agustín.
Cristo el Señor, Dios nuestro e Hijo de Dios, hizo la primera venida sin
aparato; peor en la segunda vendrá de manifiesto. Cuando vino callando, no se
dio a conocer más que a sus siervos; cuando venga de manifiesto, se mostrará a
buenos y malos. Cuando vino de incógnito, vino a ser juzgado, cuando venga
manifiesto, ha de ser para juzgar. Y, en fin, cuando se le juzgó a él, guardó
silencio; silencio del que había hablado un profeta. Calló pues había de ser
juzgado, pero no ha de callar así cuando él haya de juzgar. A decir verdad, ni
aun ahora está callado para quien guste oírle y si dice que no callará
entonces, lo dice para que entonces le oigan los que ahora le menosprecian.
Sermón, 18, 1-2.
¿Por quién dice todos, sino por sus elegidos y amados
pertenecientes a su cuerpo, la Iglesia? No se dirigía solo a los que entonces escuchaban,
sino también a los que vinieron luego, a nosotros mismos, y a los que llegarán
después de nosotros, hasta el tiempo de la última venida. ¿Acaso aquel día nos
encontrará a todos en esta vida? ¿Por qué se dirige a todos, si tan solo atañe
a los que vivirán en este último día, sino porque, en el sentido que acabo de
exponer, atañe a todos?
Vendrá para cada uno el día en que ha de salir de aquí tal cual será
juzgado. Por eso debe vigilar todo cristiano, para que no le encuentre
desprevenido la llegará del Señor. Y le hallará desprevenido ese día final si
le encuentra desprevenido en el último día de su vida.
Los apóstoles sabían por lo menos que el Señor no vendría en su tiempo,
mientras vivieran en carne. ¿Y quién duda de que se distinguieron vigilando y
guardando lo que dijo a todos, para que, si el Señor venía de repente, no les
hallase desapercibidos?
Voy a declararte, como hombre santo de Dios y sincerísimo hermano, mi
opinión sobre este punto. Hay que evitar dos errores en cuanto el hombre puede
evitarlos: creer que el Señor vendrá más pronto o más tarde de cuando en
realidad vendrá. Me parece que yerra, no el que reconoce su ignorancia, sino el
que se imagina saber lo que no sabe. Tal soy yo [el que ignora cuando vendrá el
Señor].
Carrta 199, 1 3; XIII 52-54.
San Juan de Ávila.
¿Hasta cuando, Señor, te tengo de ofender con estos ojos, viendo cosas
con que te ofenda, y con estos oídos, oyendo cosas con que me hagan pecar, y
mis pies, andando en cosas deshonestas? Si siempre tengo de ofender a Dios, mejor
fuera no haber nacido. Llora, hermano, tus pecados. Mira cómo llora Dios por
ti. Respóndele, vuélvete a Él. ¿Cómo puedes vivir sin Él? Sea luego; no
aguardes más; ¿qué esperas? ¿No basta el olvido que has tenido de los veinte
años? Vela, hermano; no te descuides, que Jesucristo vela llamó a toda
la vida del hombre (cf. Mc 13, 35), para darnos a entender el gran cuidado que
habíamos de tener. Pues estemos siempre en vela.
Ciclo temporal. Sermones de tiempo. 14. Viernes de la semana 4 de
Cuaresma, 25. OC
III. Pg. 203.
San Oscar Romero. Homilía.
Les invito a entrar en el Adviento, en esta preparación espiritual de
Navidad con ese sentido que les he dicho: hambre de Dios, seamos pobres de
espíritu, necesitados de Dios. Vigilemos, estemos atentos a la presencia de
Cristo en el pobre, en nuestro amigo, en el hermano, para no tratarlo como no
trataríamos a Cristo. Y finalmente, la presencia comprometida de cristianos, en
una sociedad donde tenemos que ser heraldos del Reino de Dios. Así sea...
Homilía 3 de diciembre de 1978.
Papa Francisco. Ángelus. 3 de
diciembre de 2017.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy comenzamos el camino de Adviento, que culminará
en la Navidad. El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor
que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios,
para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo. Él
regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su
venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro
de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al
final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos». Por eso
debemos estar siempre alerta y esperar al Señor con la esperanza de
encontrarlo. La liturgia de hoy nos habla precisamente del sugestivo tema de la
vigilia y de la espera. En el Evangelio (Marcos 13, 33-37) Jesús nos exhorta a
estar atentos y a vigilar para estar listos para recibirlo en el momento del
regreso. Nos dice: «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el
momento [...] No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos». (vv.
33-36).
La persona que está atenta es la que, en el ruido
del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino que
vive de modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar
a los demás. Con esta actitud nos damos cuenta de las lágrimas y las necesidades
del prójimo, y podemos percibir también sus capacidades y sus cualidades
humanas y espirituales. La persona mira después al mundo, tratando de
contrarrestar la indiferencia y la crueldad que hay en él y alegrándose de los
tesoros de belleza que también existen y que deben ser custodiados. Se
trata de tener una mirada de comprensión para reconocer tanto las miserias y
las pobrezas de los individuos y de la sociedad, como para reconocer la riqueza
escondida en las pequeñas cosas de cada día, precisamente allí donde el Señor
nos ha colocado.
La persona vigilante es la que acoge la invitación
a velar, es decir, a no dejarse abrumar por el sueño del desánimo, la falta de
esperanza, la desilusión; y al mismo tiempo rechaza la llamada de tantas
vanidades de las que está el mundo lleno y detrás de las cuales, a veces, se
sacrifican tiempo y serenidad personal y familiar. Es la experiencia
dolorosa del pueblo de Israel, narrada por el profeta Isaías: Dios parecía
haber dejado vagar a su pueblo, fuera de sus caminos (cf. 63, 17), pero esto
era el resultado de la infidelidad del mismo pueblo (cf. 64, 4b). También
nosotros nos encontramos a menudo en esta situación de infidelidad a la llamada
del Señor: Él nos muestra el camino bueno, el camino de la fe, el camino del
amor, pero nosotros buscamos la felicidad en otra parte.
Estar atentos y vigilantes son las premisas para no
seguir «vagando fuera de los caminos del Señor», perdidos en nuestros pecados y
nuestras infidelidades; estar atentos y alerta, son las condiciones para permitir
a Dios irrumpir en nuestras vidas, para restituirle significado y valor con
su presencia llena de bondad y de ternura. Que María Santísima, modelo de
espera de Dios e icono de vigilancia, nos guíe hacia su Hijo Jesús, reavivando
nuestro amor por él.
Papa Francisco. Ángelus. 29 de
noviembre de 2020.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, primer domingo de Adviento, empieza un nuevo
año litúrgico. En él la Iglesia marca el curso del tiempo con la celebración de
los principales acontecimientos de la vida de Jesús y de la historia de la
salvación. Al hacerlo, como Madre, ilumina el camino de nuestra existencia, nos
sostiene en las ocupaciones cotidianas y nos orienta hacia el encuentro final
con Cristo. La liturgia de hoy nos invita a vivir el primer “tiempo fuerte” que
es este del Adviento, el primero del año litúrgico, el Adviento, que nos
prepara a la Navidad, y para esta preparación es un tiempo de espera, es un
tiempo de esperanza. Espera y esperanza.
San Pablo (cfr. 1 Cor 1,3-9) indica el objeto de
la espera. ¿Cuál es? La «Revelación de
nuestro Señor» (v. 7). El Apóstol invita a los cristianos de Corinto, y
también a nosotros, a concentrar la atención en el encuentro con la persona
de Jesús. Para un cristiano lo más importante es el encuentro continuo
con el Señor, estar con el Señor. Y así, acostumbrados a estar con el Señor
de la vida, nos preparamos al encuentro, a estar con el Señor en la eternidad.
Y este encuentro definitivo vendrá al final del mundo. Pero el Señor viene
cada día, para que, con su gracia, podamos cumplir el bien en nuestra vida y en
la de los otros. Nuestro Dios es un Dios-que-viene —no os olvidéis esto: Dios
es un Dios que viene, viene continuamente— : ¡Él no decepciona nuestra
espera! El Señor no decepciona nunca. Nos hará esperar quizá, nos hará
esperar algún momento en la oscuridad para hacer madurar nuestra esperanza,
pero nunca decepciona. El Señor siempre viene, siempre está junto a
nosotros. A veces no se deja ver, pero siempre viene. Ha venido en un preciso
momento histórico y se ha hecho hombre para tomar sobre sí nuestros pecados —la
festividad de Navidad conmemora esta primera venida de Jesús en el momento
histórico—; vendrá al final de los tiempos como juez universal; y viene
también una tercera vez, en una tercera modalidad: viene cada día a visitar
a su pueblo, a visitar a cada hombre y mujer que lo acoge en la Palabra, en
los Sacramentos, en los hermanos y en las hermanas. Jesús, nos dice la
Biblia, está a la puerta y llama. Cada día. Está a la puerta de nuestro
corazón. Llama. ¿Tú sabes escuchar al Señor que llama, que ha venido hoy
para visitarte, que llama a tu corazón con una inquietud, con una idea, con una
inspiración? Vino a Belén, vendrá al final del mundo, pero cada día
viene a nosotros. Estad atentos, mirad qué sentís en el corazón cuando el Señor
llama.
Sabemos bien que la vida está hecha de altos y
bajos, de luces y sombras. Cada uno de nosotros experimenta momentos de
desilusión, de fracaso y de pérdida. Además, la situación que estamos viviendo,
marcada por la pandemia, en muchos genera preocupaciones, miedo y malestar;
se corre el riesgo de caer en el pesimismo, el riesgo de caer en ese cierre y
en la apatía. ¿Cómo debemos reaccionar frente a todo esto? Nos lo sugiere
el Salmo de hoy: «Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y
nuestro escudo; en él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre
confiamos» (Sal 32, 20-21). Es decir el alma en espera, una espera confiada del
Señor hace encontrar consuelo y valentía en los momentos oscuros de la
existencia. ¿Y de qué nace esta valentía y esta apuesta confiada? ¿De dónde
nace? Nace de la esperanza. Y la esperanza no decepciona, esa virtud que nos
lleva adelante mirando al encuentro con el Señor.
El Adviento es una llamada incesante a la
esperanza: nos recuerda que Dios está presente en la historia para conducirla a
su fin último para conducirla a su plenitud, que es el Señor, el Señor
Jesucristo. Dios está presente en la historia de la humanidad, es el «Dios con
nosotros», Dios no está lejos, siempre está con nosotros, hasta el punto
que muchas veces llama a las puertas de nuestro corazón. Dios camina a nuestro
lado para sostenernos. El Señor no nos abandona; nos acompaña en nuestros
eventos existenciales para ayudarnos a descubrir el sentido del camino, el
significado del cotidiano, para infundirnos valentía en las pruebas y en el
dolor. En medio de las tempestades de la vida, Dios siempre nos tiende la
mano y nos libra de las amenazas. ¡Esto es bonito! En el libro del Deuteronomio
hay un pasaje muy bonito, que el profeta dice al pueblo: “Pensad, ¿qué pueblo
tiene a sus dioses cerca de sí como tú me tienes a mí cerca?”. Ninguno,
solamente nosotros tenemos esta gracia de tener a Dios cerca de nosotros.
Nosotros esperamos a Dios, esperamos que se manifieste, ¡pero también Él espera
que nosotros nos manifestemos a Él!
María Santísima, mujer de la espera, acompañe
nuestros pasos en este nuevo año litúrgico que empezamos, y nos ayude a
realizar la tarea de los discípulos de Jesús, indicada por el apóstol Pedro. ¿Y
cuál es esta tarea? Dar razones de la esperanza que hay en nosotros (cfr. 1
P 3,15).
Benedicto XVI. Ángelus. 27 de
noviembre de 2005.
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo comienza el Adviento, un tiempo de
gran profundidad religiosa, porque está impregnado de esperanza y de
expectativas espirituales: cada vez que la comunidad cristiana se prepara
para recordar el nacimiento del Redentor siente una sensación de alegría, que
en cierta medida se comunica a toda la sociedad. En el Adviento el pueblo
cristiano revive un doble movimiento del espíritu: por una parte, eleva
su mirada hacia la meta final de su peregrinación en la historia, que es la
vuelta gloriosa del Señor Jesús; por otra, recordando con emoción su
nacimiento en Belén, se arrodilla ante el pesebre. La esperanza de
los cristianos se orienta al futuro, pero está siempre bien arraigada en un
acontecimiento del pasado. En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios
nació de la Virgen María: "Nacido de mujer, nacido bajo la ley", como
escribe el apóstol san Pablo (Ga 4, 4).
El Evangelio nos invita hoy a estar vigilantes, en
espera de la última venida de Cristo: "Velad -dice Jesús-: pues
no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa" (Mc 13, 35. 37). La breve
parábola del señor que se fue de viaje y de los criados a los que dejó en su
lugar muestra cuán importante es estar preparados para acoger al Señor, cuando
venga repentinamente. La comunidad cristiana espera con ansia su
"manifestación", y el apóstol san Pablo, escribiendo a los Corintios,
los exhorta a confiar en la fidelidad de Dios y a vivir de modo que se
encuentren "irreprensibles" (cf. 1 Co 1, 7-9) el día del Señor. Por
eso, al inicio del Adviento, muy oportunamente la liturgia pone en nuestros
labios la invocación del salmo: "Muéstranos, Señor, tu misericordia y
danos tu salvación" (Sal 84, 8).
Podríamos decir que el Adviento es el tiempo en
el que los cristianos deben despertar en su corazón la esperanza de renovar el
mundo, con la ayuda de Dios. A este propósito, quisiera recordar también
hoy la constitución Gaudium et spes del concilio Vaticano II sobre la
Iglesia en el mundo actual: es un texto profundamente impregnado de esperanza
cristiana. Me refiero, en particular, al número 39, titulado
"Tierra nueva y cielo nuevo". En él se lee: "La revelación
nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que
habita la justicia (cf. 2 Co 5, 2; 2 P 3, 13). (...) No obstante, la
espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la
preocupación de cultivar esta tierra". En efecto, recogeremos los
frutos de nuestro trabajo cuando Cristo entregue al Padre su reino eterno y
universal. María santísima, Virgen del Adviento, nos obtenga vivir este tiempo
de gracia siendo vigilantes y laboriosos, en espera del Señor.
Benedicto XVI. Ángelus. 30 de
noviembre de 2008.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, con el primer domingo de Adviento, comenzamos
un nuevo año litúrgico. Este hecho nos invita a reflexionar sobre la dimensión
del tiempo, que siempre ejerce en nosotros una gran fascinación. Sin embargo,
siguiendo el ejemplo de lo que solía hacer Jesús, deseo partir de una
constatación muy concreta: todos decimos que "nos falta tiempo",
porque el ritmo de la vida diaria se ha vuelto frenético para todos.
También a este respecto, la Iglesia tiene una
"buena nueva" que anunciar: Dios nos da su tiempo. Nosotros tenemos
siempre poco tiempo; especialmente para el Señor no sabemos, o a veces no
queremos, encontrarlo. Pues bien, Dios tiene tiempo para nosotros. Esto es
lo primero que el inicio de un año litúrgico nos hace redescubrir con una
admiración siempre nueva. Sí, Dios nos da su tiempo, pues ha entrado en la
historia con su palabra y con sus obras de salvación, para abrirla a lo eterno,
para convertirla en historia de alianza. Desde esta perspectiva, el tiempo
ya es en sí mismo un signo fundamental del amor de Dios: un don que el hombre
puede valorar, como cualquier otra cosa, o por el contrario desaprovechar;
captar su significado o descuidarlo con necia superficialidad.
Además, el tiempo de la historia de la salvación
se articula en tres grandes "momentos": al inicio, la creación; en el
centro, la encarnación-redención; y al final, la "parusía", la
venida final, que comprende también el juicio universal. Pero estos tres
momentos no deben entenderse simplemente en sucesión cronológica.
Ciertamente, la creación está en el origen de todo, pero también es continua
y se realiza a lo largo de todo el arco del devenir cósmico, hasta el final
de los tiempos. Del mismo modo, la encarnación-redención, aunque tuvo lugar
en un momento histórico determinado —el período del paso de Jesús por la
tierra—, extiende su radio de acción a todo el tiempo precedente y a todo el
siguiente. A su vez, la última venida y el juicio final, que
precisamente tuvieron una anticipación decisiva en la cruz de Cristo, influyen
en la conducta de los hombres de todas las épocas.
El tiempo litúrgico de Adviento celebra la venida
de Dios en sus dos momentos: primero, nos invita a esperar la vuelta
gloriosa de Cristo; después, al acercarse la Navidad, nos llama a acoger
al Verbo encarnado por nuestra salvación. Pero el Señor viene continuamente
a nuestra vida.
Por tanto, es muy oportuna la exhortación de Jesús,
que en este primer domingo se nos vuelve a proponer con fuerza: "Velad"
(Mc 13, 33.35.37). Se dirige a los discípulos, pero también "a
todos", porque cada uno, en la hora que sólo Dios conoce, será llamado
a rendir cuentas de su existencia. Esto implica un justo desapego de los bienes
terrenos, un sincero arrepentimiento de los propios errores, una caridad activa
con el prójimo y, sobre todo, un abandono humilde y confiado en las manos de
Dios, nuestro Padre tierno y misericordioso. La Virgen María, Madre de
Jesús, es icono del Adviento. Invoquémosla para que también a nosotros nos
ayude a convertirnos en prolongación de la humanidad para el Señor que viene.
Benedicto XVI. Ángelus. 27 de
noviembre de 2011.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy iniciamos con toda la Iglesia el nuevo Año
litúrgico: un nuevo camino de fe, para vivir juntos en las comunidades
cristianas, pero también, como siempre, para recorrer dentro de la historia del
mundo, a fin de abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su
amor. El Año litúrgico comienza con el tiempo de Adviento: tiempo estupendo
en el que se despierta en los corazones la espera del retorno de Cristo y la
memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para
asumir nuestra carne mortal.
«¡Velad!». Este es el llamamiento de Jesús
en el Evangelio de hoy. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos:
«¡Velad!» (Mc 13, 37). Es una exhortación saludable que nos recuerda que la
vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que está proyectada hacia un «más
allá», como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo.
Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y responsabilidad, por lo
que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas de cómo ha vivido, de
cómo ha utilizado sus propias capacidades: si las ha conservado para sí o las
ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.
Del mismo modo, Isaías, el profeta del
Adviento, nos hace reflexionar hoy con una apremiante oración, dirigida a Dios
en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente, y en cierto
momento dice: «Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse
a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa»
(Is 64, 6). ¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece
reflejar ciertos panoramas del mundo posmoderno: las ciudades donde la vida
resulta anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único
amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones,
trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo
del hombre. Y, a veces, en este mundo que se presenta casi perfecto, suceden
cosas desconcertantes, en la naturaleza o en la sociedad, por las que pensamos
que Dios se ha retirado, que, por así decir, nos ha abandonado a nosotros
mismos.
En realidad, el verdadero «señor» del mundo no
es el hombre, sino Dios. El Evangelio dice: «Velad entonces, pues no sabéis
cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer o a medianoche, o al canto
del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre
dormidos» (Mc 13, 35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos
esto, para que nuestra vida recupere su orientación correcta, hacia el rostro
de Dios. El rostro no de un «señor», sino de un Padre y de un Amigo. Con la
Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las
palabras del profeta. «Señor, tú eres nuestro padre; nosotros la arcilla y tú
nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano» (Is 64, 7).
Francisco. Catequesis. La pasión por la
evangelización: el celo apostólico del creyente. 27. El anuncio es para todos.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Después de haber visto, la vez pasada, que el
anuncio cristiano es alegría, detengámonos hoy en un segundo aspecto: es para
todos, el anuncio cristiano es alegría para todos. Cuando encontramos
verdaderamente al Señor Jesús, el estupor de este encuentro impregna nuestra
vida y pide ser llevado más allá de nosotros. Él desea esto, que su
Evangelio sea para todos. En él, de hecho, hay un “poder humanizador”,
una plenitud de vida que está destinada a todo hombre y a toda mujer, porque
Cristo ha nacido, muerto y resucitado por todos. Por todos, nadie excluido.
En Evangelii gaudium se lee: «Todos tienen el
derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo
sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien
comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete
deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino “por atracción”» (n. 14).
Hermanos, hermanas, sintámonos al servicio de la destinación universal del
Evangelio, es para todos; y distingámonos por la capacidad de salir de nosotros
mismos – un anuncio para ser verdadero anuncio debe salir del propio egoísmo –
y tener también la capacidad de superar todo confín. Los cristianos se
encuentran en el atrio más que en la sacristía, y van por «las plazas y
calles de la ciudad» (Lc 14,21). Deben ser abiertos y expansivos, los
cristianos deben ser “extrovertidos”, y este carácter suyo proviene de Jesús,
que ha hecho de su presencia en el mundo un camino continuo, dirigido a
alcanzar a todos, incluso aprendiendo de ciertos encuentros suyos.
En este sentido, el Evangelio narra el sorprendente
encuentro de Jesús con una mujer extranjera, una cananea que le suplica
que sane a la hija enferma (cfr Mt 15,21-28). Jesús se niega, diciendo que ha
sido enviado solo «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» y que «no está
bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos» (vv. 24.26). Pero la
mujer, con la insistencia típica de los sencillos, replica que también «los
perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos» (v. 27). Jesús
se quedó impresionado y le dice: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como
deseas» (v. 28). Este encuentro con esta mujer tiene algo único. No solo
alguien hace cambiar de idea a Jesús, y se trata de una mujer, extranjera y
pagana; sino que el Señor mismo encuentra confirmación al hecho de que su
predicación no debe limitarse al pueblo al que pertenece, sino abrirse a todos.
La Biblia nos muestra que cuando Dios llama a una
persona y hace un pacto con algunos el criterio siempre es este: elige a alguno
para alcanzar a otros, este es el criterio de Dios, de la llamada de
Dios. Todos los amigos del Señor han experimentado la belleza, pero también la
responsabilidad y el peso de ser “elegidos” por Él. Y todos han sentido el
desánimo ante las propias debilidades o la pérdida de sus seguridades. Pero la
tentación quizá más grande es la de considerar la llamada recibida como un
privilegio, por favor no, la llamada no es un privilegio, nunca. Nosotros no
podemos decir que somos privilegiados en relación con los otros, no. La llamada
es para un servicio. Y Dios elige uno para amar a todos, para llegar a
todos.
También para prevenir la tentación de identificar
el cristianismo con una cultura, con una etnia, con un sistema. Así, más bien,
pierde su naturaleza verdaderamente católica, es decir para todos,
universal: no es un grupito de elegidos
de primera clase. No lo olvidemos: Dios elige a alguien para amar a todos. Este
horizonte de universalidad. El Evangelio no es solo para mí, es para todos,
no lo olvidemos. Gracias.
Monición de entrada.
Hoy es el segundo domingo de Adviento.
En la primera lectura un amigo de Dios nos dirá que Dios va a venir a llenar
nuestro corazón de alegría.
Además vamos a encender la segunda vela, por eso le decimos a Jesús:
Jesús, hoy encendemos la segunda vela.
Tu primo y amigo Juan nos dirá que preparemos el camino.
Por eso al encender esta vela te pedimos que nos ayudes a ser mejores niños,
portándonos bien.
Señor, ten piedad.
Tú que tienes paciencia con nosotros. Señor, ten piedad.
Tú que quieres que seamos buenos. Cristo, ten piedad.
Tú que no nos castigas. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco y la Iglesia, para que prepare el camino a Jesús. Te
lo pedimos Señor.
-Por las personas que mandan en Europa, España y Valencia, para que ayuden
a los que viven en otros países. Te lo pedimos Señor.
-Por las personas que están enfermas, para que se sientan ayudadas por ti. Te
lo pedimos, Señor.
-Por nosotros, para que seamos como Jesús quiere que seamos. Te lo pedimos,
Señor.
Acción de gracias.
Virgen María, gracias por este día en el que hemos conocido a
tu sobrino, Juan el Bautista.
Él
nos ha dicho que tenemos que intentar ser mejores niños.
Gracias
por lo que nos ha dicho.
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española.
BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
Nuevo
Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González.
BAC. Madrid. 2017.
Biblia
Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.
Catecismo
de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociación
de Editores del Catecismo. Barcelona 2020.
La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia.
Ciudad Nueva. Madrid. 2006.
Pío de Luis,
OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las
lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.
Jerónimo.
Comentario al evangelio de Mateo. Editorial Ciudad Nueva. Madrid. 1999. Pgs. 105-106.
San Juan de
Ávila. Obras Completas I. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid.
2015.
San Juan de Ávila. Obras
Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores.
BAC. Madrid. 2013.
San
Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid. 2015.
San
Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.
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