Primera lectura.
Lectura del libro de la Sabiduría 1,
13-15; 2, 23-24
Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los
vivos. Él todo lo creó para que subsistiera y las criaturas del mundo son
saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra.
Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a
imagen de su propio ser; mas por envida del diablo entró la muerte en el mundo,
y la experimentan los de su bando.
Textos
paralelos.
Dios no hizo la muerte.
Sb 2, 23-24: Dios creó al
hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte
entró en el mundo por la envidia del diablo y los de su partido pasarán por
ella.
Sb 11, 23-12, 1: Pero te
compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de
los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada
de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y
¿cómo subsistirán las cosas si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su
existencia si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son
tuyos, Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo incorruptible.
Ez 18, 32: Pues no quiero la
muerte de nadie – oráculo del Señor – ¡Convertíos y viviréis!
Ez 33, 11: Pues diles: Por mi
vida – oráculo del Señor –, juro que no quiero la muerte del malvado, sino que
cambie de conducta y viva. ¡Convertíos, cambiad de conducta, malvados, y no
moriréis, casa de Israel!
Dios creó al hombre para
la inmortalidad.
Sb 1, 13: Dios no hizo la
muerte ni goza destruyendo a los vivientes.
Sb 3, 4: La gente pensaba que
cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad.
Lo hizo a imagen de su
mismo ser.
Gn 1, 26: Y dijo Dios: Hagamos
al hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen los peces del mar,
las aves del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles.
2 P 1, 4: Con ellas nos ha
otorgado las promesas más grandes y valiosas, para que por ellas participéis de
la naturaleza divina y escapéis de la corrupción que habita en el mundo por la
concupiscencia.
La muerte entró en el
mundo por envidia del diablo.
Gn 3, 3: ¡No! Podemos comer de
todos los árboles del jardín; solamente del árbol que está en medio del jardín
nos ha prohibido Dios comer o tocarlo, bajo pena de muerte.
Rm 5, 12: Que el pecado no
reine en vuestro cuerpo mortal haciendo que os sometáis a sus deseos.
Notas
exegéticas.
1 13 El autor considera a la vez la
muerte física y la muerte espiritual, ligadas mutuamente: la causa de la muerte
es el pecado, y para el hombre pecador, la muerte física es también la muerte
espiritual y eterna. El autor remite al relato de Gn 2-3 para deducir de él las
intenciones del Creador: el hombre ha sido creado para la inmortalidad y nada
puede frustrar en la creación la voluntad divina; por el contrario, “las
criaturas” ayudan a la salvación del hombre. San Pablo, Rm 5, 12-21, volverá
sobre esta doctrina de la muerte introducida por el pecado, contraponiendo al
primer Adán pecador el nuevo Adán salvador.
1 14 (a) Lit.: “para ser” Dios, “el
que es”, Ex 3, 14, ha creado todas las cosas para que “sean”, para que tengan
una vida real, consistente, duradera.
1 14 (b) Lit.: El “abismo”, lit.
“Hades” – El Seol de los hebreos, Nm 16, 33 – no representa aquí la mansión de
los muertos, sino el poder de la Muerte, personificada, ver Mt 16, 18.
1 15 El que practica “la justicia”
(ver 1, 1) tiene asegurada la inmortalidad. Algunos manuscritos latinos añaden:
“pero la injusticia es la adquisición de la muerte”. Esta adición, mal
atestiguada, no parece representar el texto original.
Salmo
responsorial
Salmo 30 (29), 2.3-6.11-12
Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado. R/.
Ten
ensalzaré, Señor, porque me has librado
y
no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor,
sacaste mi vida del abismo,
me
hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
R/.
Tañed
para el Señor, fieles suyos,
celebrad
el recuerdo de su nombre santo;
su
cólera dura un instante;
su
bondad, de por vida;
al
atardecer nos visita el llanto;
por
la mañana, el júbilo. R/.
Escucha,
Señor, y ten piedad de mí;
Señor,
socórreme.
Cambiaste
mi luto en danzas.
Señor,
Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.
Textos
paralelos.
Tú, Yahvé, sacaste mi
vida del Seol.
Nm 16, 33: Ellos [Coraj y su
gente] con todos los suyos bajaron vivos al abismo; la tierra los cubrió y
desaparecieron de la asamblea.
1 S 2, 6: El Señor da la muerte
y la vida, hunde en el abismo y levanta.
Cantad para Yahvé los que
le amáis.
Sal 7, 18: Yo confesaré la
justicia del Señor, tañendo en honor del Señor Altísimo.
Recordad su santidad con
alabanzas.
Sal 97, 12: Festejad, justos,
al Señor, dad gracias a su nombre santo.
Un instante dura su ira.
Is 54, 7-8: Port un instante te
abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira te escondí un
instante mi rostro, pero con lealtad eterna te quiero – dice el Señor, tu
redentor.
Por la tarde visita de
lágrimas.
Jb 14, 13: ¡Ojalá me guardaras
en el Abismo, escondido mientras pasa tu cólera, y fijaras un plazo para
acordarte de mí!
Sal 17, 15: Y yo, por mi
inocencia, veré tu rostro, al despertar me saciaré de tu semblante.
Has cambiado en danza mi
lamento.
Jr 31, 13: Entonces la muchacha
gozará bailando y los ancianos igual que los jóvenes; convertiré su tristeza en
gozo, los consolaré y aliviaré sus penas.
Is 61, 3: Para cambiar su
ceniza en corona su luto en perfume de fiesta, su abatimiento en traje de gala.
Por eso mi corazón te
cantará sin parar.
Sal 126, 1: Cuando cambió el
Señor la suerte de Sión creíamos soñar; se nos llenaba de risas la boca, la
lengua de júbilo.
Sal 126, 6: Al ir iba llorando
llevando la bolsa de semilla; al volver vuelve cantando llevando sus gavillas.
Est 9, 22: Por ser los días en
los cuales los judíos quedaron libres de sus enemigos y el mes en que se les
cambió la tristeza en alegría y el luto en fiesta. Que los declararan días
festivos, que se hicieran regalos y dieran también a los pobres.
Notas
exegéticas.
30 1 Se trata probablemente del
palacio real (así griego, ver 2 S 5, 6.12), pero el arameo entendió “casa” como
Templo (1 R 8, 63) y la liturgia judía utilizó este salmo para la Hanuká,
fiesta de la dedicación del altar del templo (1 M 4, 52-59).
30 6 Lit. “Por la tarde pernoctan
las lágrimas”.
Segunda
lectura.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 8, 7.9.13-15.
Hermanos:
Lo mismo que sobresalís en todo – en fe, en la palabra, en
conocimiento, en empeño y en el amor que os hemos comunicado - , sobresalid
también en esta obra de caridad. Pues conocéis la gracia de nuestro Señor
Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre para enriqueceros con su
pobreza. Pues no se trata de aliviar otros, pasando vosotros estrecheces; se
trata de igualar. En este momento, vuestra abundancia remedia su carencia, para
que la abundancia de ellos remedie vuestra carencia; así habrá igualdad. Como
está escrito: “Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le
faltaba”.
Textos
paralelos.
Se muy bien que
sobresalís en todo: en fe, en palabra, en conocimiento.
1 Co 1, 5: Pues por él os
habéis enriquecido en todo, con toda clase de palabras y de conocimiento.
Solo quiero comprobar la
sinceridad de vuestra fe.
1 Co 7, 6: Lo digo como
concesión, no como obligación.
2 Co 9, 7: Cada uno aporte lo
que en conciencia se ha propuesto, no a disgusto ni a la fuerza, que Dios ama
al que goza dando.
Flp 1, 8: Dios es testigo de
cómo os añoro con el cariño entrañable de Cristo Jesús.
Flp 1, 14: Mientras que la
mayoría de los hermanos que confían en el Señor, con mi prisión cobran ánimos
para anunciar el mensaje sin temor.
Siendo rico, se hizo
pobre por vosotros.
Mt 4, 3: Se acercó el tentador
y le dijo: “Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”.
Mt 8, 20: Jesús le contesto:
“Las zorras tienen madrigueras, los pájaros tienen nidos, pero este Hombre no
tiene donde recostar la cabeza”.
Flp 2, 6-7: El cual a pesar de
su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de
sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres y
mostrándose en figura humana.
Vuestra abundancia
remedia su necesidad.
Rm 15, 26-27: Pues los de
Macedonia y Acaya han decidido solidarizarse con los cristianos pobres de
Jerusalén. Lo han decidido como era su obligación: pues, si los paganos se
beneficiaron de sus bienes espirituales, es justo que ellos los socorran en los
materiales.
Reine la igualdad.
Ex 16, 18: Y al medirlo en el celemín, no
sobraba al que había recogido más, ni faltaba al que había recogido menos:
había recogido cada uno lo que podía comer.
Notas
exegéticas.
8 7 Var.: “caridad hacia nosotros
que nos une a vosotros”.
8 9 (a) O también: “la gracia”.
8 9 (b) Cristo se hizo “pobre”
aceptando el radical empobrecimiento de una muerte degradante en la que fue
despojado de todo. Aunque no tenía pecado, aceptó el castigo aplicado a los
pecadores, 2 Co 5, 21. Su “riqueza” es su posesión del favor de Dios, su comunión
con el Padre. El mismo contraste entre la vida de Jesús tal como fue y como
podría haber sido aparece en Flp 2, 6-7. – Nótese la motivación de los
comportamientos cristianos por el ejemplo de Cristo, característica de la moral
paulina: Rm 14, 8.
8 14 (a) Pablo no pide a los corintios
más que lo superfluo, mientras que los cristianos de Macedonia, en su “extrema
pobreza”, han dado “por encima de sus posibilidades”. Ver Mc 12, 14-44. Pero
presentándoles el ejemplo de Cristo, v. 9, Pablo les invita discretamente a
imitar la generosidad de sus hermanos macedonios.
8 14 (b) Ya sea en bienes materiales, en
el caso de un posible cambio de situaciones en el futuro, ya en bienes
espirituales ahora.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 5, 21-43.
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en
barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó
junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al
verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
-Mi niña está en las últimas; ven, impón las
manos sobre ella, para que se cure y viva.
Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo
apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años.
Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su
fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y,
acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: “Con solo
tocarle el manto curaré”. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y
notó que todo su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza
de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:
-¿Quién me ha tocado el manto?
Los discípulos le contestaban:
-Ves cómo te apretuja la gente y preguntas:
“¿Quién me ha tocado?”.
Él seguía mirando alrededor, para ver a la que
había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo
que había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le
dice:
-Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y
queda curada de tu enfermedad.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de
casa del jefe de la sinagoga para decirle:
-Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más
al maestro?
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo
al jefe de la sinagoga:
-No temas; basta que tengas fe.
No permitió que lo acompañara nadie, más que
Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la
sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y
después de entrar les dijo:
-¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La
niña no está muerta; está dormida.
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos
y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la
niña, la tomó de la mano y le dijo:
-Talitha qumi.
(Que significa: “Contigo hablo, niña,
levántate”).
La niña se levantó inmediatamente y echó a
andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió
en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
Textos
paralelos.
Mc 5, 21-43 |
Mt 9, 18-26 |
Lc 8, 40-56 |
Jesús atravesó, de nuevo en
barca, a la otra orilla, y se reunió junto a él una gran multitud.
Estando junto al lago, llega
un jefe de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo se echa a sus pies y le
suplica insistentemente:
-Mi hija está en las últimas.
Ven y pon las manos sobre ella para que se cure y conserve la vida.
Se fue con él. Lo seguía una
gran multitud que lo estrujaba.
Había una mujer que llevaba
doce años padeciendo hemorragias; había sufrido mucho a manos de médicos, se
había gastado la fortuna sin mejorar, antes empeorando. Oyendo hablar de
Jesús, se mezcló con la multitud, y por detrás le tocó el manto.
Pues pensaba: “Con solo tocar
su manto, me curaré”.
Al instante la fuente de
sangre se restañó, y sintió en el cuerpo que estaba curada de la dolencia.
Jesús, consciente de que una
fuerza había salido de él, se volvió entre la gente y preguntó: -¿Quién me ha tocado el
manto?
Los discípulos le decían: -Ves que la gente te está
apretujando ¿y te preguntas quien te ha tocado?
El miraba en torno para
descubrir a la que lo había hecho.
La mujer, asustada y
temblando, pues sabía lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y
le contestó con toda la verdad. él le dijo:
-Hija, tu fe te ha curado.
Vete en paz y sigue sana de tu dolencia.
Aún estaba hablando, cuando
llegan los enviados del jefe de la sinagoga para decirle: -Tu hija ha muerto. No
importunes al Maestro.
Jesús, entreoyendo lo que
hablaban, dijo al jefe de la sinagoga:
-No temas, basta que tengas
fe.
No permitió que lo acompañase
nadie, salvo Pedro, Santiago y su hermano Juan.
Llegan a casa del jefe de la
sinagoga, ve el alboroto y a los que lloraban y gritaban sin parar.
Entra y les dice:
-¿A qué viene este alboroto y
esos llantos? La niña no está muerta, sino dormida.
Se reían de él.
Pero él, echando afuera a
todos, tomó al Padre, a la madre y a sus compañeros y entró a donde estaba la
niña.
Agarrando a la niña de la
mano, le dice:
“Talitha qum” (que significa:
“Chiquilla, te lo digo a ti, levántate”).
Al instante la muchacha se
levantó y se puso a caminar.
(Tenía doce años).
Quedaron fuera de sí del
asombro.
Les encargó encarecidamente que nadie lo
supiese
y les dijo que la dieran de
comer.
|
Mientras les explicaba eso,
se le acercó un funcionario, se postró y le dijo:
-Mi hija acaba de morir. Pero
ven, pon la mano sobre ella, y recobrará la vida.
Jesús se levantó y lo siguió
con sus discípulos.
Entre tanto, una mujer que
llevaba doce años padeciendo hemorragias, se le acercó por detrás y le tocó
la orla del manto.
Pues se decía: Con solo tocar
su manto, me curaré.
Jesús se volvió y al verla
dijo:
-¡Ánimo hija! tu fe te ha
curado. Al instante la mujer quedó
curada.
Jesús entró en casa del
funcionario y, al ver a los flautistas y el barullo de la gente, dijo:
-Retiraos; la muchacha no
está muerta, sino dormida.
Se reían de él.
Pero, cuando echaron a la
gente, entró él,
la agarró de la mano
y la muchacha se levantó.
El hecho se divulgó por toda
la comarca. |
Cuando volvió Jesús, lo
recibió la gente, pues todos lo estaban esperando.
En esto se acercó un hombre,
llamado Jairo, jefe de la sinagoga. Cayendo a los pies de Jesús, le rogaba
que entras en su casa,
pues su hija única, de doce
años, estaba muriéndose.
Mientras caminaba, la gente
lo apretujaba.
Una mujer que llevaba doce
años padeciendo hemorragias y que había gastado en médicos su entera fortuna
sin que ninguno lo curara, se le acercó por detrás y le tocó la orla del
mando.
Al punto se le cortó la
hemorragia.
Jesús preguntó:
-¿Quién me ha tocado?
Y, como todos lo negaban,
Pedro dijo: -Maestro, la multitud te
cerca y te estruja.
Pero Jesús replicó: -Alguien me ha tocado, pues
yo he sentido una fuerza salir de mí.
Viéndose descubierta, la
mujer se acercó temblando, se postró ante él y explicó delante de todos por
qué lo había tocado y cómo se había curado inmediatamente. Jesús le dijo:
-Hija, tu fe te ha salvado.
Vete en paz.
Aún estaba hablando, cuando
llega uno de casa del jefe de la sinagoga y le anuncia: -Tu hija ha muerto, no
molestes a tu maestro.
Lo oyó Jesús y respondió:
-No temas; basta que creas y
se salvará.
Entrando en la casa no
permitió entrar con él más que a Pedro, Juan, Santiago y los padres de la
niña. Todos lloraban haciendo duelo por ella. Pero él dijo:
-No lloréis, que no está
muerta, sino dormida.
Se reían de él, pues sabían
que estaba muerta.
Pero él,
agarrándola de la mano, le
ordenó:
-Niña, levántate.
Le volvió el aliento
y se puso en pie en seguida.
El mandó que le dieran de
comer.
Sus padres quedaron
estupefactos y
él les encargó que no
contaran a nadie lo sucedido. |
Él estaba en la orilla
del mar.
Mc 2, 13: Salió de nuevo a la
orilla del lago. Toda la gente acudía a él y les enseñaba.
Había gastado sus bienes
sin encontrar alivio.
Tb 2, 10: Yo no sabía que en la
tapia, encima de mí, había un nido de gorriones; su excremento caliente me cayó
en los ojos y me formaron nubes. Fui a los médicos a que me curaran; pero
cuantos más ungüentos me daban, más vista perdía, hasta que quedé completamente
ciego. Estuve sin vista cuatro años. Todos mis parientes se apenaron por mi
desgracia y Ajicar me cuidó dos años, hasta que marchó a Elimaida.
Él le dijo: “Hija, tu fe
te ha salvado”.
Mt 8, 10: Al oírlo, Jesús se
admiró y dijo a los que lo seguían: “Os aseguro, una fe semejante no he
encontrado en ningún israelita”.
Después de echar fuera a
todos.
Hch 9, 40: Pedro hizo salir a
todos, se arrodilló y rezó, después, vuelto hacia el cadáver, ordenó: “Gacela,
levántate”. Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó.
Tomó entonces la mano de
la niña.
Mc 9, 27: Pero Jesús,
agarrándolo de la mano, lo levantó y el chico se puso en pie.
Les insistió en que nadie
lo supiera.
Mc 1, 34: Él curó a muchos
enfermos de dolencias diversas, expulsó muchos demonios, y no les permitió
hablar, porque lo conocían.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén
5 25 Sobre el procedimiento de
inserción de un relato en otro, véase 3, 20. En estos dos relatos de milagros
Mc insiste en la fe y en la salud/salvación obtenida mediante contacto físico
con Jesús. Por otra parte, los dos milagros son secretos: el primero por la
propia naturaleza de las cosas; el segundo, por voluntad de Jesús.
5 30 Esta fuerza es concebida como
un efluvio físico que obra las curaciones por medio del contacto.
5 33 Además de su carácter
humillante, esta enfermedad ponía a la mujer en estado de impureza legal.
5 35 Alguien podía pensar que el
poder de Jesús acaba en las fronteras de la muerte. De ahí la llamada a la fe.
Con esta reflexión Mc pretende sugerir que el poder de Jesús es una fuerza de
resurrección.
5 37 Los mismos que serán testigos
privilegiados de la Transfiguración y de la agonía.
5 41 (a) Estas palabras son arameas,
lengua que hablaba Jesús.
5 41 (b) Otra traducción posible:
“Despierta”, que se correspondería con el previo “está dormida”. Los términos
griegos para expresar la resurrección de los muertos evocan imágenes de sueño y
de despertar (egeirein: “despertar” o “hacer
levantarse”: anistanai: “poner de pie”.
5 43 El secreto, difícil de guardar
en tales circunstancias pone de relieve que este relato solo podía ser bien
entendido después de la resurrección de Jesús.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
22 UNO DE LOS
ENGARGADOS DE LA SINAGOGA (un “arquisinagogo”): que cuidaba el desarrollo del
culto sinagogal (cf. Lc 8, 41); o personaje importante en la comunidad. JAIRO
es nombre hebreo: “(Dios) hará brillar”, “Dios ilumine”.
23 QUE VENGAS A PONER…
(lit.: que habiendo venido pongas…): sobre la imposición de manos cf. 1
Tm 4, 14. PARA QUE SE CURE: o para que se salve.
25 Era un caso de
impureza legal, según Lv 15, 25. // TENÍA HEMORRAGIAS: lit. estaba en flujo
de sangre.
27 El ingenio barroco
de B. Gracián comenta: “Otros médicos tocan al enfermo para curarlo; aquí el
enfermo toca al médico para sanar”. Pero hay diversas formas de “tocar” a
Jesús, como se ve en el v. 31: unas llevan a la curación, otras no.
29 SE LE SECÓ…: lit. se
secó la fuente de la sangre de ella. // SU CUERPO: lit. el cuerpo.
32 AQUELLO: lit. esto.
34 TE HA SALVADO: o te
ha curado.
36 Como en la curación
anterior (v. 34) de nuevo aparece la fe en el centro del milagro.
37-38
QUE
NADIE LO ACOMPAÑE: frente a Jesús, que intenta evitar la publicidad, (EL)
ALBOROTO de plañideras a sueldo; en Oriente medio él dolor y la alegría tienen
que ser sonoros (Gomá). A los profesionales de la tristeza ahora les toca reír
se de Jesús.
41 SIGNIFICA: lit. es.
// PEQUEÑA: lit. la chiquilla (ejemplo de vocativo semítico, como en
el v. 8). Jesús vence a la muerte con una expresión cariñosa, aparentemente
normal. // DESPIERTA: tras el verbo griego egeíreîn (despertar, levantar
del sueño) puede estar el verbo qwm, que en arameo y hebreo era también
el término específico del judaísmo para expresar la resurrección.
42 DE UNO A OTRO: este
giro intenta dar el colorido descriptivo de la preposición perí (“en
torno a”) en el verbo griego periepátei. // DE MODO QUE QUEDARON
ASOMBRADOS… lit. y quedaron asombrados enseguida con asombro grande (la
palabra griega traducida por “asombro” es, lit. “éxtasis”: no era para
menos, siendo una “revivificación” para la que es necesario el poder divino.
43 La narración acaba
con el detalle humano de Jesús: mientras los padres quedan pasmados y sin
reaccionar, él se da cuenta de que la niña lleva horas sin comer.
Notas exegéticas Biblia del Peregrino
5,
21-43: Dos relatos de curación, uno encajado en el otro, como lo transmite ya la
tradición oral. Ambos casos se relacionan con la vida y la fecundidad: la mujer
padece en “la fuente de la sangre” (Lv 12, 7; 20, 18), la muchacha ha cumplido
doce años, es apenas núbil. Las dos están apartadas de la vida social: la
muchacha obviamente por la enfermedad y la muerte, la mujer por una enfermedad
que la tiene durante años en estado constante de impureza. Las dos se
incorporan plenamente a la sociedad: la muchacha caminando y comiendo, la mujer
confesando públicamente lo hecho a escondidas.
5,
27-28 El contacto era
contaminante. Pero la mujer, siguiendo creencias populares, considera a Jesús
como cargado de un fluido terapéutico que se descarga y transmite por contacto.
5,
37-40 Conocida es la
relación sueño-muerte en muchas culturas, también en el AT: el sueño eterno (Jr
51, 39.57), el sueño de la muerte (Sal 13, 4), sin despertar (Job 14, 12).
Jesús juega con la ambigüedad.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
5, 21-43 Cristo hacía milagros no para
satisfacer la curiosidad de la gente sino para dar testimonio de su divinidad,
para fortalecer la fe de sus seguidores. Al devolver a la joven fallecida a la
vida, Cristo ofreció un signo y un anuncio de la resurrección de los muertos,
así como su propia resurrección. El poder de la fe se ha manifestado
especialmente en la curación de la hemorroisa; al tocar el borde de su manto,
sacó poder del Señor. Dios nos concederá todo lo pidamos con fe y confianza si
es lo mejor para nuestro crecimiento en la fe y la santidad. Si Dios no nos
concede nuestra petición, es porque nos tiene reservado una bendición mayor
para nuestro beneficio. Cat. 548, 994 y 2616.
5, 23 Las curaciones milagrosas de
Cristo estaban acompañadas frecuentemente por signos y gestos. Aquí el gesto de
la imposición de las manos se asocia con la curación y se conserva actualmente
en el sacramento de la unción de los enfermos; la imposición de manos es
también un signo de concesión del Espíritu Santo y por tanto, se utiliza en el
sacramento del orden sacerdotal y en la confirmación. Cat. 699, 1288-1289,
1504, 1597.
5, 29 La condición crónica de la mujer
conllevaba que ella y todo lo que tocase quedaba impuro bajo la Ley mosaica.
Esto la impedía participar en el culto público. En este caso, sin embargo, fue
precisamente por tocar la vestidura de Cristo por lo que quedó curada y
purificada. Cat. 2616.
5, 43 La práctica de Jesús de ocultar
su identidad de Mesías o de Hijo de Dios podría haber estado motivada por el
deseo de evitar ser confundido con un rey terrenal o que la gente se
concentrara únicamente en la curación física. Esta practica a veces se denomina
“secreto mesiánico”. Cat. 1505.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
548 Los signos que lleva a cabo
Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús. Concede
lo que le piden a los que acuden a él con fe. Por tanto, los milagros
fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: estas testimonian que
él es el Hijo de Dios. Pero también pueden ser ocasión de escándalo. No
pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan
evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos, incluso se le acusa de
obrar movido por los demonios.
994 Jesús liga la fe en la
resurrección a la fe en la propia persona: “Yo soy la resurrección y la vida”
(Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes
hayan creído en Él y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre. En su vida
pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida
a algunos muertos, anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será
de otro orden.
2616 La oración a Jesús ya fue escuchada
por Él durante su ministerio, a través de signos que anticipan el poder de su
muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en
palabras (del leproso, de Jairo, de la cananea, del buen ladrón), o en silencio
(de los portadores del paralítico, de la hemorroisa, que toca el borde de su
manto, de las lágrimas y del perfume de la pecadora).
699 Imponiendo las manos Jesús cura
a los enfermos y bendice a los niños.
1504 A menudo Jesús pide a los
enfermos que crean. Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de
manos, barro y ablución. Los enfermos tratan de tocarlo, “pues salía de él una
fuerza que los curaba a todos” (Lc 6, 19). Así, en los sacramentos, Cristo
continua “tocándonos” para sanarnos.
1505 Conmovido por tantos
sufrimientos, Cristo no solo se deja tocar por los enfermos, sino que hace
suyas sus miserias: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras
enfermedades” (Mt 8, 17). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran
signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la
victoria sobre el pecado y la muerte por
su Pascua. En la Cruz Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal y quitó
el pecado del mundo, del que la enfermedad no es sino consecuencia. Por su
pasión y su muerte en la cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento:
desde entonces este nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.
Concilio
Vaticano II
Así como la santa Iglesia, en sus comienzos, uniendo el ágape a la cena
eucarística, se manifestaba toda ella unida en torno a Cristo por el vínculo de
la caridad, así, en todo tiempo, se hace reconocer por este signo de la caridad
y, sin dejar de alegrarse por las iniciativas de los demás, reivindica las
obras de caridad como un deber y un derecho suyos, de los que no puede
prescindir. Por eso la misericordia para con los necesitados y los enfermos,
así como las llamadas obra de caridad y de ayuda mutua, destinadas a aliviar
las necesidades humanas, son consideradas por la Iglesia con singular honor.
Estas actividades y estas obras son, en la época actual, más urgentes y
universales, porque, al ser más rápidos los medios de comunicación, se ha acortado
en cierto modo la distancia entre los hombres y todos los habitantes del mundo
se han convertido como en miembros de una sola familia. La acción caritativa
puede y debe abarcar hoy a todos los hombres que carecen de alimento, de
vestido, de vivienda, de medicinas, de trabajo, de educación, de medios
necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, o que son afligidos por
la desgracia o por la falta de salud, por el destierro o por la cárcel, allí
debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana, consolarlos con cuidado
diligente y ayudarlos con la prestación de auxilios. Esta obligación se impone,
ante todo, a los hombres y a los pueblos que viven en la prosperidad.
Decreto Apostolicam actuositatem, 8.
Comentarios de los Santos Padres.
La hemorroísa había gastado todo lo que tenía en médicos. Teniendo hambre
y sed, su alma había perecido dentro de ella. Mas aunque había perdido todo lo
que poseía, esto es la iglesia congregada de las naciones, puesto que su alma
había perecido, clamó al Señor cuando estaba atribulada. El tacto del vestido
del Señor fue el clamor de una persona.
Jerónimo. Comentario al Salmo, 106, 5. II, pg. 129.
Lo mismo que esta mujer fue testimonio claro de la divinidad del Señor,
también Él fue testimonio de la fe de ella. La mujer le entregó su fe y a
cambio como recompensa, Él le concedió la curación.
Efrén de Nisibi. Comentario al Diatessaron, 7, 1-2. II, pg. 130.
Le toca la fe de unos pocos, le presiona la muchedumbre.
Agustín. Sermón, 62, 6. II, pg. 131.
Alguien podría preguntar, diciendo: ¿por qué son siempre elegidos estos
tres, y los demás dejados aparte? Pues también cuando se transfiguró en el
monte, tomó consigo a estos tres. Así, pues, son tres los elegidos: Pedro,
Santiago y Juan. En primer lugar, en este número se esconde el misterio de la
Trinidad, por lo que este número es santo de por sí. Pues también Jacob, según
el Antiguo Testamento, puso tres varas en los abrevaderos (Gn 30, 38). Y está
escrito en otro lugar: “El esparto triple no se rompe” (Qo 4, 12). Por tanto,
es elegido Pedro, sobre el que ha sido fundada la Iglesia, Santiago, el primero
entre los apóstoles que fue coronado en el martirio, y Juan, que es el comienzo
de la virginidad.
Jerónimo, Comentario al Ev. de Marcos, Homilía 3. II, pg. 133.
Dice, pues, Jesús: “Talitha kumi” que significa: “Niña, levántate para
mi”. Si hubiera dicho: “Talitha kum”, significaría: Niña, levántate; pero como
dijo “Talitha kumi”, esto significa, tanto en lengua siria como en lengua
hebrea: “Niña, levántate para mí”·. “Kumi” significa: “Levántate para mí”.
Observad, pues, el misterio de la misma lengua hebrea y siria. Es como si
dijese: niña, que debías ser madre, por tu infidelidad continúas siendo niña.
Lo que podemos expresar de este otro modo: porque vas a renacer, serás llamada
niña. “Niña, levántate para mí”, o sea, no por tu propio mérito, sino por mi
gracia. Levántate, por tanto, para mí, porque serás curada por tus virtudes.
Jerónimo. Comentario al Ev. de Marcos, homilía, 3. II, pg. 134.
Siempre que resucitó a algún muerto, ordenó que le dieran de comer, para
que no pensaran que la resurrección era un engaño. Por esta razón, después de
la resurrección de Lázaro, se describe como lo festejó con el Señor.
Jerónimo. Contra joviano, 2, 17. II, pg. 134.
S. Agustín.
Quizá pienses en tu interior: “¡Dichosos los que merecieron acoger a
Cristo como huésped! ¡Si yo hubiera estado allí! ¡Si hubiera sido, al menos,
uno de aquellos dos a los que encontró en el camino!”. Tú sigue el camino, y
Cristo será tu huésped.
San Agustín. Sermón 239, 6-7. II, pg. 1012.
S. Juan de Ávila
Cuando tocó la mujer que padecía flujo de sangre,
tocó a nuestro Señor en la fimbria de la vestidura. Iba mucha gente con nuestro
Señor, y dice el Señor a San Pedro: Petre, quis me tetigit? Respondió San
Pedro: Vides Domine quia turbae te comprimunt et dicis: Quis me
tetigit? (Mc 5, 30-31). Estos malos cristianos son los que aprietan el cuerpo
de Jesucristo. ¿Cuál es el cuerpo de Jesucristo? Los que están en gracia.
¿Sabéis de qué sirven esotros? De apremiar el cuerpo de Jesucristo. Vos
autem estis corpus Christi (1 Co 12, 27). Los que tienen gracia son miembros
de este cuerpo; los que no tienen más de fe, son espinas.
Lecciones sobre 1 San Juan (I). Lección 15. II, pg.
243.
Acordaos que cuenta el santo Evangelio que, yendo
el Señor a resucitar una moza difunta, acompañado de mucha gente, se llegó por
detrás de Él una mujer enferma, por tiempo de doce años, que había gastado su
hacienda en curarse, y lo que había sacado de la cura era que, siendo primero
rica y enferma, quedó enferma y pobre y sin esperanza de humano remedio; mas
hallólo en Jesucristo nuestro Señor, diciendo en su corazón: Si yo pudiese
llegar y tocar el cabo de la vestidura de aqueste Señor, confío en Él que luego
alcanzaría salud; llegó y tocó, y en tocando fue sana, correspondiendo al
corazón de la buena mujer la misericordia de Cristo, el cual preguntó a los que
allí iban: ¿Quién me tocó? Y respondió San Pedro: Maestro, apriétate la
muchedumbre de la gente, y tú dices: ¿Quién me tocó? A lo cual respondió el
Señor dando a entender que no llamaba Él tocarle al apretón: Alguno me tocó,
que yo he sentido salir virtud de mí (Mc 5, 21-34).
¡Oh si tanta merced nos hiciese mañana aqueste
Señor en la procesión, que hubiere algunos corazones deseosos de salud, devotos
del Señor, confiados de su misericordia, que fuesen curados de Él! Pues que han
de ir mañana con Él muchos que están enfermos en sus ánimas, no hay que dudar.
Unos llevarán enfermedades de pecados mortales – líbrenos de ellos la
misericordia de Dios! –; otros veniales, otros malas inclinaciones y malas
costumbres, que por ventura les han durado doce años como a la otra mujer la enfermedad
del cuerpo, y aun puede ser que más. Y llegará cerca de nos el Médico
omnipotente con gran voluntad de curarnos, y rogándonos con la cura, y aun
pagándonos porque nos queramos curar y por no haber quien le toque, como le
tocó la otra mujer, acabada la procesión y echada nuestra cuenta, hallamos que
nos traemos a casa nuestros pecados y malas inclinaciones tan enteros como se
estaban de antes; y plega a Dios no volvamos peores que fuimos.
¿Sabéis hermanos, qué es tocar al Señor para
alcanzar salud de Él? Creerlo con la fe católica, conocer las propias culpas,
pesarle de haberlas hecho, proponer la enmienda y la confesión , tener
confianza que, por las llagas que padeció Jesucristo nuestro Señor en su cuerpo
sangrado, manos y pies – que es lo postrero de su vestidura –, recibirá perdón
de sus pecados y salud de sus llagas y, saliendo a la procesión malo y enfermo,
tornará justificado y con salud de su alma.
Víspera del Corpus, 42-44. III, pg.
505-506.
Algunas veces el que era enfermo y rico se queda
enfermo y pobre y aún más enfermo que antes; que por eso leemos que acaeció así
a la mujer de doce años enferma (Mc 5, 25), para que entendamos que no es ella
sola a quien esto acaece.
Santísimo Sacramento, 31. III, pg. 710.
–Padre, aún más mal siento, que no solo siento esas
pasiones que decís, mas continuamente de mí, como de una fuente, sale un flujo
de faltas y pecados. – Pues buen remedio, hermano, buen remedio. Acuérdate de
aquella enferma que, teniendo el flujo de la sangre, por la cual significan los
pecados, en tocando a la ropa del Señor se reclinó (cf. Mc 9, 20). Llega tú, no
a la ropa solo, mas a su carne y sangre; y no la toques solo, mas recíbelo
dentro de ti y dale aposento en tus entrañas, y verás cómo se reclina el fruto
de tus pasiones.
Santísimo Sacramento, 2. III, pg. 796.
Baste ya, señora, basta ya la fiesta que a la carne
se ha hecho; enjugue ya sus ojos, porque no se pase el tiempo en llorar muerte,
pues le es dado para que gane la vida. Acuérdese que el Señor echó fuera de la
casa a los que lloraban a una moza muerta, diciendo: Que no era muerta, sino
que dormía (cf. Mc 5, 39); porque entre cristianos el morir no es sino dormir,
hasta el día del despertar a tomar nuestros cuerpos para reinar con Cristo en
cuerpo y en ánima. Y piense vuestra merced que por quien llora no está muerto,
sino duerme, y sueño de paz; pues vivió y murió como buen cristiano.
A una señora viuda. IV, pg. 422.
Papa Francisco. Angelus. 28 de
junio de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy presenta el relato de la
resurrección de una niña de doce años, hija de uno de los jefes de la sinagoga,
el cual se echa a los pies de Jesús y le ruega: «Mi niña está en las últimas;
ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva» (Mc 5, 23). En esta
oración vemos la preocupación de todo padre por la vida y por el bien de sus
hijos. Pero percibimos también la gran fe que ese hombre tiene en Jesús. Y
cuando llega la noticia de que la niña ha muerto, Jesús le dice: «No temas, basta
que tengas fe» (v. 36). Dan ánimo estas palabras de Jesús, y también nos las
dice a nosotros muchas veces: «No temas, basta que tengas fe». Al entrar
en la casa, el Señor echa a la gente que llora y grita y dirigiéndose a la niña
muerta dice: «Contigo hablo, niña, levántate» (v. 41). Inmediatamente la niña
se levantó y echó a andar. Aquí se ve el poder absoluto de Jesús sobre la
muerte, que para Él es como un sueño del cual nos puede despertar.
En el seno de este relato, el evangelista introduce
otro episodio: la curación de una mujer que desde hacía doce años padecía
flujos de sangre. A causa de esta enfermedad que, según la cultura del tiempo,
la hacía «impura», ella debía evitar todo contacto humano: pobrecilla, estaba condenada
a una muerte civil. Esta mujer anónima, en medio de la multitud que sigue a
Jesús, se dice a sí misma: «Con sólo tocarle el manto curaré» (v. 28). Y así
fue: la necesidad de ser liberada la impulsó a probar y la fe «arranca»,
por así decir, la curación al Señor. Quien cree «toca» a Jesús y toma de Él
la gracia que salva. La fe es esto: tocar a Jesús y recibir de Él la gracia que
salva. Nos salva, nos salva la vida espiritual, nos salva de tantos
problemas. Jesús se da cuenta, y en medio de la gente, busca el rostro de
aquella mujer. Ella se adelanta temblorosa y Él le dice: «Hija, tu fe te ha
salvado» (v. 34). Es la voz del Padre celestial que habla en Jesús: «¡Hija, no
estás condenada, no estás excluida, eres mi hija!». Y cada vez que Jesús se
acerca a nosotros, cuando vamos hacia Él con fe, escuchamos esto del Padre:
«Hijo, tú eres mi hijo, tú eres mi hija. Tú te has curado, tú estás curada. Yo
perdono a todos, todo. Yo curo a todos y todo».
Estos dos episodios —una curación y una
resurrección— tienen un único centro: la fe. El mensaje es claro, y se puede
resumir en una pregunta: ¿creemos que Jesús nos puede curar y nos puede
despertar de la muerte? Todo el Evangelio está escrito a la luz de esta fe:
Jesús ha resucitado, ha vencido la muerte, y por su victoria también nosotros
resucitaremos. Esta fe, que para los primeros cristianos era segura, puede
empañarse y hacerse incierta, hasta el punto que algunos confunden resurrección
con reencarnación. La Palabra de Dios de este domingo nos invita a vivir en
la certeza de la resurrección: Jesús es el Señor, Jesús tiene poder sobre
el mal y sobre la muerte, y quiere llevarnos a la casa del Padre, donde reina
la vida. Y allí nos encontraremos todos, todos los que estamos aquí en la plaza
hoy, nos encontraremos en la casa del Padre, en la vida que Jesús nos dará.
La Resurrección de Cristo actúa en la historia como
principio de renovación y esperanza. Cualquier persona desesperada y cansada
hasta la muerte, si confía en Jesús y en su amor puede volver a vivir. También
recomenzar una nueva vida, cambiar de vida es un modo de resurgir, de
resucitar. La fe es una fuerza de vida, da plenitud a nuestra humanidad; y quien
cree en Cristo se debe reconocer porque promueve la vida en toda situación,
para hacer experimentar a todos, especialmente a los más débiles, el amor de
Dios que libera y salva.
Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen
María, el don de una fe fuerte y valiente, que nos empuje a ser difusores de
esperanza y de vida entre nuestros hermanos.
Papa Francisco. Angelus. 1 de
julio de 2018
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (cf. Marcos 5, 21-43)
presenta dos prodigios hechos por Jesús, describiéndolos casi como una especie
de marcha triunfal hacia la vida.
Primero el Evangelista narra acerca de un cierto
Jairo, uno de los jefes de la Sinagoga, que va donde Jesús y le suplica ir a su
casa porque la hija de doce años se está muriendo. Jesús acepta y va con él;
pero, de camino, llega la noticia de que la chica ha muerto. Podemos imaginar
la reacción de aquel padre. Pero Jesús le dice: «No temas. Solamente ten fe»
(v. 36). Llegados a casa de Jairo, Jesús hace salir a la gente que lloraba
—había también mujeres dolientes que gritaban fuerte— y entra en la habitación
solo con los padres y los tres discípulos y dirigiéndose a la difunta dice:
«Muchacha, a ti te digo, levántate» (v. 41). E inmediatamente la chica se
levanta, como despertándose de un sueño profundo (cf. v. 42).
Dentro del relato de este milagro, Marcos incluye
otro: la curación de una mujer que sufría de hemorragias y se cura en cuanto
toca el manto de Jesús (cf. v. 27). Aquí impresiona el hecho de que la fe de
esta mujer atrae —a mí me entran ganas de decir «roba»— el poder divino
de salvación que hay en Cristo, el que, sintiendo que una fuerza «había
salido de Él», intenta entender qué ha pasado. Y cuando la mujer, con mucha
vergüenza, se acercó y confesó todo, Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado»
(v. 34). Se trata de dos relatos entrelazados, con un único centro: la fe, y
muestran a Jesús como fuente de vida, como Aquél que vuelve a dar la vida a
quien confía plenamente en Él. Los dos protagonistas, es decir, el
padre de la muchacha y la mujer enferma, no son discípulos de Jesús y sin
embargo son escuchados por su fe. Tienen fe en aquel hombre. De esto
comprendemos que en el camino del Señor están admitidos todos: ninguno
debe sentirse un intruso o uno que no tiene derecho. Para tener acceso a su
corazón, al corazón de Jesús hay un solo requisito: sentirse necesitado de
curación y confiarse a Él. Yo os pregunto: ¿Cada uno de vosotros se
siente necesitado de curación? ¿De cualquier cosa, de cualquier pecado, de
cualquier problema? Y, si siente esto, ¿tiene fe en Jesús? Son dos los
requisitos para ser sanados, para tener acceso a su corazón: sentirse
necesitados de curación y confiarse a Él. Jesús va a descubrir a estas personas
entre la muchedumbre y les saca del anonimato, los libera del miedo de vivir y
de atreverse. Lo hace con una mirada y con una palabra que los pone de nuevo en
camino después de tantos sufrimientos y humillaciones. También nosotros
estamos llamados a aprender y a imitar estas palabras que liberan y a estas
miradas que restituyen, a quien está privado, las ganas de vivir.
En esta página del Evangelio se entrelazan los
temas de la fe y de la vida nueva que Jesús ha venido a ofrecer a todos.
Entrando en la casa donde la muchacha yace muerta, Él echa a aquellos que se
agitan y se lamentan (cf. v. 40) y dice: «La niña no ha muerto; está dormida»
(v. 39). Jesús es el Señor y delante de Él la muerte física es como un sueño:
no hay motivo para desesperarse. Otra es la muerte de la que tener miedo: la
del corazón endurecido por el mal. ¡De esa sí que tenemos que tener miedo! Cuando
sentimos que tenemos el corazón endurecido, el corazón que se endurece y, me
permito la palabra, el corazón momificado, tenemos que sentir miedo de esto.
Esta es la muerte del corazón. Pero incluso el pecado, incluso el corazón
momificado, para Jesús nunca es la última palabra, porque Él nos ha traído la
infinita misericordia del Padre. E incluso si hemos caído, su voz tierna y
fuerte nos alcanza: «Yo te digo: ¡Levántate!». Es hermoso sentir aquella
palabra de Jesús dirigida a cada uno de nosotros: «yo te digo: Levántate. Ve.
¡Levántate, valor, levántate!». Y Jesús vuelve a dar la vida a la muchacha y
vuelve a dar la vida a la mujer sanada: vida y fe a las dos.
Pidamos a la Virgen María que acompañe nuestro
camino de fe y de amor concreto, especialmente hacia quien está en necesidad. E
invoquemos su maternal intercesión para nuestros hermanos que sufren en el
cuerpo y en el espíritu.
Papa Francisco. Angelus. 27 de
junio de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy en el Evangelio (cf. Mc 5,21-43) Jesús se
tropieza con nuestras dos situaciones más dramáticas, la muerte y la enfermedad. De ellas libera a dos personas: una niña, que
muere justo cuando su padre ha ido a pedir ayuda a Jesús; y una mujer, que
desde hace muchos años tiene flujo de sangre.
Jesús se deja tocar por nuestro dolor y nuestra muerte, y obra dos
signos de curación para decirnos que ni el dolor ni la muerte tienen la última
palabra. Nos dice que la muerte no es el final. Vence a este enemigo, del que solos no
podemos liberarnos.
Centrémonos, sin embargo, en este momento en que la
enfermedad sigue ocupando las primeras páginas, en el otro signo, la curación
de la mujer. Más que su salud, eran sus afectos los que estaban comprometidos,
¿por qué?: tenía flujos de sangre y, por lo tanto, según la mentalidad de la
época, era considerada impura. Era una mujer marginada, no podía tener
relaciones estables, no podía tener un marido, no podía tener una familia y no
podía tener relaciones sociales normales porque era impura. Una enfermedad
que la hacía impura. Vivía sola, con el corazón herido. ¿Cuál es la peor
enfermedad de la vida? ¿El cáncer?, ¿la tuberculosis? ¿la pandemia? No. La
peor enfermedad de la vida es la falta de amor, es no poder amar. Esta
pobre mujer estaba enferma, sí, de flujos de sangre, pero en consecuencia de
falta de amor porque no podía hacer vida social con los demás. Y la curación
que más importa es la de los afectos. Pero, ¿cómo encontrarla? Podemos
pensar en nuestros afectos: ¿están enfermos o tienen buena salud? ¿Están
enfermos? Jesús es capaz de curarlos.
La historia de esta mujer sin nombre —la llamamos
así, “la mujer sin nombre”—, con la que todos podemos identificarnos, es
ejemplar. El texto dice que había probado muchas curas, y «gastado todos sus
bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor» (v. 26). También
nosotros, ¿cuántas veces nos arrojamos sobre remedios equivocados para
saciar nuestra falta de amor? Pensamos que el éxito y el dinero nos
hacen felices, pero el amor no se compra, es gratuito. Nos refugiamos en lo
virtual, pero el amor es concreto. No nos aceptamos tal y como somos y nos
escondemos detrás de los trucos del mundo exterior, pero el amor no es
apariencia. Buscamos soluciones de magos y de gurús, sólo para
encontrarnos sin dinero y sin paz, como aquella mujer. Ella, finalmente,
elige a Jesús y se abalanza entre la multitud para tocar el manto, el manto
de Jesús. Es decir, esa mujer busca el contacto directo, el contacto físico con
Jesús. En esta época, especialmente, hemos comprendido lo importantes que son
el contacto y las relaciones. Lo mismo ocurre con Jesús: a veces nos
contentamos con observar algún precepto y repetir oraciones —muchas veces como
loros— pero el Señor espera que nos encontremos con Él, que le abramos el
corazón, que toquemos su manto como la mujer para sanar. Porque, al
entrar en intimidad con Jesús, se curan nuestros afectos.
Esto es lo que quiere Jesús. Leemos, en efecto,
que, no obstante estuviera apretujado por la muchedumbre, miraba a su alrededor
para buscar a quien le había tocado, estrechado; los discípulos decían: “Pero
mira que la muchedumbre te apretuja...” No. “¿Quién me ha tocado?” Es la mirada
de Jesús: hay tanta gente, pero Él va en busca de un rostro y de un corazón
lleno de fe. Jesús no mira al conjunto, como nosotros, mira a la persona.
No se detiene ante las heridas y los errores del pasado, va más allá de los
pecados y los prejuicios. Todos tenemos una historia, y cada uno de nosotros en
secreto conoce bien las cosas malas de la suya. Pero Jesús las mira para
curarlas. En cambio a nosotros nos gusta mirar lo malo de los demás... Cuántas
veces, cuando hablamos caemos en el cotilleo que es hablar mal de los demás,
"despellejar" a los demás. Pero mira qué horizonte de vida es ese. No
como Jesús que mira siempre el modo de salvarnos, mira el hoy, la buena
voluntad y no la mala historia que tenemos. Jesús va más allá de los
pecados. Jesús va más allá de los prejuicios. No se queda en las
apariencias, Jesús llega al corazón. Y la cura precisamente a ella, a la que
habían rechazado todos. Con ternura la llama «hija» (v. 34) —el estilo de
Jesús era la cercanía, la compasión y la ternura: “Hija...”— y alaba su fe,
devolviéndole la confianza en sí misma.
Hermana, hermano, estás aquí, deja que Jesús
mire y sane tu corazón. Yo también tengo que hacerlo: dejar que Jesús mire
mi corazón y lo cure. Y si ya has sentido su mirada tierna sobre ti,
imítalo, haz como Él. Mira a tu alrededor: verás que muchas personas que viven
cerca de ti se sienten heridas y solas, necesitan sentirse amadas: da el paso.
Jesús te pide una mirada que no se quede en las apariencias, sino que llegue al
corazón; que no juzgue —terminemos de juzgar a lo demás—, Jesús nos pide
una mirada que no juzgue sino que acoja. Abramos nuestro corazón para
acoger a los demás. Porque sólo el amor sana la vida, solo el amor sana
la vida. Que la Virgen, Consuelo de los afligidos, nos ayude a llevar una
caricia a los heridos, a los heridos en el corazón que encontremos en nuestro
camino. Y a no juzgar, a no juzgar la realidad personal, social, de los demás.
Dios ama a todos. No juzguéis, dejad vivir a los demás y tratad de acercaros
con amor.
Papa Francisco. Angelus. 1 de
julio de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo, el evangelista san Marcos nos
presenta el relato de dos curaciones milagrosas que Jesús realiza en favor de
dos mujeres: la hija de uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y una
mujer que sufría de hemorragia (cf. Mc 5, 21-43). Son dos episodios en los que
hay dos niveles de lectura; el puramente físico: Jesús se inclina ante el
sufrimiento humano y cura el cuerpo; y el espiritual: Jesús vino a sanar el
corazón del hombre, a dar la salvación y pide fe en él. En el primer
episodio, ante la noticia de que la hija de Jairo había muerto, Jesús le dice
al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe» (v. 36), lo lleva con
él donde estaba la niña y exclama: «Contigo hablo, niña, levántate» (v. 41). Y
esta se levantó y se puso a caminar. San Jerónimo comenta estas
palabras, subrayando el poder salvífico de Jesús: «Niña, levántate por mí:
no por mérito tuyo, sino por mi gracia. Por tanto, levántate por mí: el
hecho de haber sido curada no depende de tus virtudes» (Homilías sobre el
Evangelio de Marcos, 3). El segundo episodio, el de la mujer que sufría
hemorragias, pone también de manifiesto cómo Jesús vino a liberar al ser humano
en su totalidad. De hecho, el milagro se realiza en dos fases: en la primera se
produce la curación física, que está íntimamente relacionada con la curación
más profunda, la que da la gracia de Dios a quien se abre a él con fe. Jesús
dice a la mujer: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu
enfermedad» (Mc 5, 34).
Para nosotros estos dos relatos de curación son una
invitación a superar una visión puramente horizontal y materialista de la vida.
A Dios le pedimos muchas curaciones de problemas, de necesidades concretas,
y está bien hacerlo, pero lo que debemos pedir con insistencia es una fe cada
vez más sólida, para que el Señor renueve nuestra vida, y una firme confianza
en su amor, en su providencia que no nos abandona.
Jesús, que está atento al sufrimiento humano, nos
hace pensar también en todos aquellos que ayudan a los enfermos a llevar su
cruz, especialmente en los médicos, en los agentes sanitarios y
en quienes prestan la asistencia religiosa en los hospitales. Son
«reservas de amor», que llevan serenidad y esperanza a los que sufren. En
la encíclica Deus caritas est, expliqué que, en este valioso servicio, hace
falta ante todo competencia profesional —que es una primera necesidad
fundamental—, pero esta por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres
humanos, que necesitan humanidad y atención cordial. «Por eso, dichos agentes,
además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una
“formación del corazón”: se les ha de guiar hacia el encuentro con Dios en
Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro» (n. 31).
Pidamos a la Virgen María que acompañe nuestro
camino de fe y nuestro compromiso de amor concreto especialmente a los
necesitados, mientras invocamos su maternal intercesión por nuestros hermanos
que viven un sufrimiento en el cuerpo o en el espíritu.
Francisco. Catequesis. El
Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con
Jesús, nuestra esperanza. 4. El Espíritu enseña a la Esposa a rezar. Los
Salmos, una sinfonía de oración en la Biblia.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En preparación del próximo Jubileo, les he invitado
a dedicar el año 2024 «a una gran “sinfonía” de oración» [1]. Con la catequesis
de hoy, quisiera recordarles que la Iglesia ya tiene una sinfonía de oración
cuyo compositor es el Espíritu Santo, y es el Libro de los Salmos.
Como en toda sinfonía, en ella hay varios
“movimientos”, es decir, varios tipos de oración: alabanza, acción de
gracias, súplica, lamento, narración, reflexión sapiencial y otros, tanto en
forma personal como en forma coral de todo el pueblo. Estos son los cantos
que el Espíritu mismo ha puesto en labios de la Esposa, su Iglesia. Todos
los libros de la Biblia, como recordé la vez pasada, están inspirados por el
Espíritu Santo, pero el Libro de los Salmos también lo está en el sentido de
que está lleno de inspiración poética.
Los salmos han ocupado un lugar privilegiado en el
Nuevo Testamento. De hecho, ha habido y sigue habiendo ediciones que contienen
el Nuevo Testamento y los Salmos juntos. Tengo sobre mi mesa una edición
ucraniana, que me enviaron, de este Nuevo Testamento con los Salmos; era de un
soldado que murió en la guerra. Y él rezaba en el frente con este libro.
No todos los salmos – y no todo de cada salmo -
puede ser repetido y hecho propio por los cristianos y menos aún por el ser
humano moderno. Reflejan, a veces, una situación histórica y una mentalidad religiosa
que ya no son las nuestras. Esto no significa que no sean inspirados, sino que en
ciertos aspectos están ligados a una época y a una etapa provisional de la
revelación, como ocurre también con gran parte de la legislación antigua.
Lo que más recomienda los salmos a nuestra acogida
es que fueron la oración de Jesús, de María, de los Apóstoles y de todas las
generaciones cristianas que nos precedieron. Cuando los recitamos, Dios los
escucha con esa gran “orquestación” que es la comunión de los santos. Jesús,
según la Carta a los Hebreos, entra en el mundo con un versículo de un salmo en
el corazón: “He aquí que vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad” (cf. Hb 10,7; Sal
40,9); y deja el mundo, según el Evangelio de Lucas, con otro verso en los
labios: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46; cf.
Sal 31,6).
El uso de los salmos en el Nuevo Testamento es
seguido por el de los Padres y de toda la Iglesia, que hace de ellos un
elemento fijo en la celebración de la Misa y la Liturgia de las Horas. «Toda la
Sagrada Escritura divina exhala la bondad de Dios– escribe San Ambrosio –, pero
sobre todo lo hace el dulce libro de los salmos» [2]. El dulce libro de los
salmos. Me pregunto: ¿rezan a veces con salmos? Tomen la Biblia o el Nuevo
Testamento y recen un salmo. Por ejemplo, cuando están un poco tristes
porque han pecado, ¿rezan el salmo 51? Hay muchos salmos que nos ayudan a
seguir adelante. Tomen la costumbre de rezar los salmos. Les aseguro que al
final serán felices.
Pero no podemos únicamente vivir del legado del
pasado: es necesario que hagamos de los salmos nuestra oración. Se ha escrito que, en cierto sentido, debemos
convertirnos nosotros mismos en ‘autores’ de los salmos, haciéndolos nuestros y
rezando con ellos [3]. Si hay algunos salmos, o simplemente versículos, que
hablan a nuestro corazón, es bueno repetirlos y rezarlos durante el día.
Los salmos son oraciones "para todas las estaciones": no hay
estado de ánimo o necesidad que no encuentre en ellos las mejores palabras para
convertirlos en oración. A diferencia de todas las demás oraciones, los
salmos no pierden su eficacia a fuerza de repetirlos; al contrario, la
aumentan. ¿Por qué? Porque están inspirados por Dios y "espiran"
Dios, cada vez que se leen con fe.
Si nos sentimos oprimidos por el remordimiento y
la culpa, porque somos pecadores, podemos repetir con David: «Ten piedad
de mí, oh Dios, en tu amor; / en tu gran misericordia» (Sal 51,3), el salmo
51. Si queremos expresar un fuerte vínculo personal con Dios, decimos:
«Oh Dios, tú eres mi Dios, / desde el alba te busco, / mi alma tiene sed
de ti, / mi carne te anhela / en una tierra seca, sedienta y sin agua», salmo
63 (Sal 63,2). No es por casualidad que la liturgia ha incluido este salmo en
las laudes de los domingos y de las solemnidades. Y si nos asaltan el miedo
y la angustia, esas maravillosas palabras del salmo 23 vienen en nuestro
socorro: «El Señor es mi pastor [...]. Aunque pase por valle tenebroso, / no
temo ningún mal» (Sal 23,1.4).
Los salmos nos permiten no empobrecer nuestra
oración reduciéndola sólo a peticiones, a un continuo “dame, danos…”. Aprendemos del
Padre Nuestro, que antes de pedir “el pan de cada día” dice: “Santificado sea
tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad”. Los salmos nos
ayudan a abrirnos a una oración menos egocéntrica: una oración de alabanza,
de bendición, de acción de gracias; y también nos ayudan a convertirnos en
la voz de toda la creación, haciéndola partícipe de nuestra alabanza.
Hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo, que dio
a la Iglesia Esposa las palabras para rezar a su divino Esposo, nos ayude a
hacerlas resonar hoy en la Iglesia y a hacer de este año preparatorio del
Jubileo una verdadera sinfonía de oración. ¡Gracias!
[1] Carta a S.E. Mons. Fisichella para el Jubileo
2025 (11 de febrero de 2022).
[2] Comentarios sobre los Salmos I, 4, 7: CSEL
64,4-7.
[3] Giovanni Cassiano, Conlationes, X,11: SCh 54,
92-93.
Monición de entrada.
Buenos días.
Somos la familia de
Jesús en nuestro pueblo que viene a escuchar la Palabra de Dios.
La palabra que en la
comunión se hace pan.
Abramos el corazón
para recibirla.
Señor, ten piedad.
Porque a veces no
escuchamos tu palabra con atención. Señor, ten piedad.
Porque a veces no nos
fiamos de tu palabra. Cristo, ten piedad.
Porque a veces no la
queremos escuchar. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa
Francisco siga enseñándonos la palabra de Dios de manera que la entendamos. Te
lo pedimos Señor.
-Por los que no se
fían del Evangelio, para que se den cuenta que es palabra de Dios que nos hace
felices. Te lo pedimos Señor.
-Por los que no
quieren obedecer a los obispos, para que reconozcan que están equivocados Te lo
pedimos, Señor.
-Por nosotros, para
que la palabra de Dios cambie nuestra manera de vivir. Te lo pedimos, Señor.
Acción
de gracias.
Virgen María, queremos darte las gracias por Jesús, a quien tú siempre
quisiste, aunque en tu pueblo no lo querían. Ayúdanos a fiarnos de lo que Él
nos enseña en los evangelios.
ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA - DOMINGO XIII T.O.
EXPERIENCIA.
Antes de ver el vídeo
piensa en imágenes que te sugieran: Sano, saludable y sostenible.
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mira: https://www.youtube.com/watch?v=mbtZPGaH_zs
¿Qué dos palabras
faltan?
¿Dónde puedes
encontrarlas?
REFLEXIÓN.
Lee el evangelio de este
domingo.
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 5, 21-43.
En aquel tiempo, Jesús
atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su
alrededor y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se
llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
-Mi niña está en las
últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva.
Se fue con él y lo seguía
mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre
desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había
gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor.
Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el
manto, pensando: “Con solo tocarle el manto curaré”. Inmediatamente se secó la
fuente de sus hemorragias y notó que todo su cuerpo estaba curado. Jesús,
notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la
gente y preguntaba:
-¿Quién me ha tocado el
manto?
Los discípulos le
contestaban:
-Ves cómo te apretuja la
gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”.
Él seguía mirando
alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y
temblorosa, al comprender lo que había ocurrido, se le echó a los pies y le
confesó toda la verdad. Él le dice:
-Hija, tu fe te ha
salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad.
Todavía estaba hablando,
cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
-Tu hija se ha muerto.
¿Para qué molestar más al maestro?
Jesús alcanzó a oír lo que
hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
-No temas; basta que
tengas fe.
No permitió que lo
acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que
lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:
-¿Qué estrépito y qué
lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida.
Se reían de él. Pero él
los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus
acompañantes, entró donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo:
-Talitha qumi.
(Que significa: “Contigo
hablo, niña, levántate”).
La niña se levantó
inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos
de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de
comer a la niña.
Lectio: Después de leer el texto
permanece en silencio dos minutos, sin pensar en nada, dejando que la semilla
repose en tu interior.
Toma uno de los dos milagros,
vuélvelo a leer.
Meditatio: Dibuja en tu interior la
escena, imagínala contigo en ella, como observador, Pedro, la mujer o la niña.
Visualiza la escena a cámara
lenta, fijándote en los gestos de Jesús, en sus ojos, su mirada, sus labios.
En estos momentos ¿por dónde
vas perdiendo la vida? ¿qué te hace estar inmóvil, postrado, sin ganas, de
bajón?
Oratio: háblale a Jesús con el
corazón, dándole gracias por este rato, o pidiéndole que te ayude en las
heridas que has descubierto, con palabras como Jairo o en silencio como la
mujer sin nombre.
COMPROMISO.
Abre las manos, con las manos díselo a Jesús.
Piensa en quién de tu entorno necesita tu
presencia, una visita, un WhatsApp preguntándole como le va, un me gusta, o
mejor, un quedamos para charlar. Proponte levantar a alguien de tu alrededor.
Hay muchas personas invisibles cerca de nosotros que necesitan alguien que las
visibilice y les hagas sentir que no son algo, sino alguien.
CELEBRACIÓN.
Escucha
esta canción del cantante católico Álvaro Fraile: https://www.cope.es/religion/vivir-la-fe/musica/noticias/alvaro-fraile-artista-total-estrena-nueva-web-con-toda-oferta-creativa-20210212_1138109
BIBLIOGRAFÍA.
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal
Española. BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
Biblia
del Peregrino. Edición de Luis Alonso Schökel. EGA-Mensajero.
Bilbao. 1995.
Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego
de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.
Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia
Católica. BAC. Madrid. 2016.
Secretariado Nacional de Liturgia. Libro de
la Sede. Primera
edición: 1983. Coeditores Litúrgicos. Barcelona. 2004.
Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios
de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio
Agustiniano. Valladolid. 1986.
Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por
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Tratados y escritos menores. BAC.
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San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.