lunes, 24 de junio de 2024

212. Domingo 13º Tiempo Ordinario.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de la Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24

Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera y las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser; mas por envida del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los de su bando.

 

Textos paralelos.

 Dios no hizo la muerte.

Sb 2, 23-24: Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo y los de su partido pasarán por ella.

Sb 11, 23-12, 1: Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirán las cosas si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo incorruptible.

Ez 18, 32: Pues no quiero la muerte de nadie – oráculo del Señor – ¡Convertíos y viviréis!

Ez 33, 11: Pues diles: Por mi vida – oráculo del Señor –, juro que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva. ¡Convertíos, cambiad de conducta, malvados, y no moriréis, casa de Israel!

Dios creó al hombre para la inmortalidad.

Sb 1, 13: Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes.

Sb 3, 4: La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad.

Lo hizo a imagen de su mismo ser.

Gn 1, 26: Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles.

2 P 1, 4: Con ellas nos ha otorgado las promesas más grandes y valiosas, para que por ellas participéis de la naturaleza divina y escapéis de la corrupción que habita en el mundo por la concupiscencia.

La muerte entró en el mundo por envidia del diablo.

Gn 3, 3: ¡No! Podemos comer de todos los árboles del jardín; solamente del árbol que está en medio del jardín nos ha prohibido Dios comer o tocarlo, bajo pena de muerte.

Rm 5, 12: Que el pecado no reine en vuestro cuerpo mortal haciendo que os sometáis a sus deseos.

 

Notas exegéticas.

1 13 El autor considera a la vez la muerte física y la muerte espiritual, ligadas mutuamente: la causa de la muerte es el pecado, y para el hombre pecador, la muerte física es también la muerte espiritual y eterna. El autor remite al relato de Gn 2-3 para deducir de él las intenciones del Creador: el hombre ha sido creado para la inmortalidad y nada puede frustrar en la creación la voluntad divina; por el contrario, “las criaturas” ayudan a la salvación del hombre. San Pablo, Rm 5, 12-21, volverá sobre esta doctrina de la muerte introducida por el pecado, contraponiendo al primer Adán pecador el nuevo Adán salvador.

1 14 (a) Lit.: “para ser” Dios, “el que es”, Ex 3, 14, ha creado todas las cosas para que “sean”, para que tengan una vida real, consistente, duradera.

1 14 (b) Lit.: El “abismo”, lit. “Hades” – El Seol de los hebreos, Nm 16, 33 – no representa aquí la mansión de los muertos, sino el poder de la Muerte, personificada, ver Mt 16, 18.

1 15 El que practica “la justicia” (ver 1, 1) tiene asegurada la inmortalidad. Algunos manuscritos latinos añaden: “pero la injusticia es la adquisición de la muerte”. Esta adición, mal atestiguada, no parece representar el texto original.

 

Salmo responsorial

Salmo 30 (29), 2.3-6.11-12

 

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado. R/.

Ten ensalzaré, Señor, porque me has librado

y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.

Señor, sacaste mi vida del abismo,

me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.  R/.

 

Tañed para el Señor, fieles suyos,

celebrad el recuerdo de su nombre santo;

su cólera dura un instante;

su bondad, de por vida;

al atardecer nos visita el llanto;

por la mañana, el júbilo. R/.

 

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;

Señor, socórreme.

Cambiaste mi luto en danzas.

Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.

 

Textos paralelos.

Tú, Yahvé, sacaste mi vida del Seol.

Nm 16, 33: Ellos [Coraj y su gente] con todos los suyos bajaron vivos al abismo; la tierra los cubrió y desaparecieron de la asamblea.

1 S 2, 6: El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta.

Cantad para Yahvé los que le amáis.

Sal 7, 18: Yo confesaré la justicia del Señor, tañendo en honor del Señor Altísimo.

Recordad su santidad con alabanzas.

Sal 97, 12: Festejad, justos, al Señor, dad gracias a su nombre santo.

Un instante dura su ira.

Is 54, 7-8: Port un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con lealtad eterna te quiero – dice el Señor, tu redentor.

Por la tarde visita de lágrimas.

Jb 14, 13: ¡Ojalá me guardaras en el Abismo, escondido mientras pasa tu cólera, y fijaras un plazo para acordarte de mí!

Sal 17, 15: Y yo, por mi inocencia, veré tu rostro, al despertar me saciaré de tu semblante.

Has cambiado en danza mi lamento.

Jr 31, 13: Entonces la muchacha gozará bailando y los ancianos igual que los jóvenes; convertiré su tristeza en gozo, los consolaré y aliviaré sus penas.

Is 61, 3: Para cambiar su ceniza en corona su luto en perfume de fiesta, su abatimiento en traje de gala.

Por eso mi corazón te cantará sin parar.

Sal 126, 1: Cuando cambió el Señor la suerte de Sión creíamos soñar; se nos llenaba de risas la boca, la lengua de júbilo.

Sal 126, 6: Al ir iba llorando llevando la bolsa de semilla; al volver vuelve cantando llevando sus gavillas.

Est 9, 22: Por ser los días en los cuales los judíos quedaron libres de sus enemigos y el mes en que se les cambió la tristeza en alegría y el luto en fiesta. Que los declararan días festivos, que se hicieran regalos y dieran también a los pobres.

 

Notas exegéticas.

30 1 Se trata probablemente del palacio real (así griego, ver 2 S 5, 6.12), pero el arameo entendió “casa” como Templo (1 R 8, 63) y la liturgia judía utilizó este salmo para la Hanuká, fiesta de la dedicación del altar del templo (1 M 4, 52-59).

30 6 Lit. “Por la tarde pernoctan las lágrimas”.

 

Segunda lectura.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 8, 7.9.13-15.

Hermanos:

Lo mismo que sobresalís en todo – en fe, en la palabra, en conocimiento, en empeño y en el amor que os hemos comunicado - , sobresalid también en esta obra de caridad. Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre para enriqueceros con su pobreza. Pues no se trata de aliviar otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En este momento, vuestra abundancia remedia su carencia, para que la abundancia de ellos remedie vuestra carencia; así habrá igualdad. Como está escrito: “Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba”.

 

Textos paralelos.

Se muy bien que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en conocimiento.

1 Co 1, 5: Pues por él os habéis enriquecido en todo, con toda clase de palabras y de conocimiento.

Solo quiero comprobar la sinceridad de vuestra fe.

1 Co 7, 6: Lo digo como concesión, no como obligación.

2 Co 9, 7: Cada uno aporte lo que en conciencia se ha propuesto, no a disgusto ni a la fuerza, que Dios ama al que goza dando.

Flp 1, 8: Dios es testigo de cómo os añoro con el cariño entrañable de Cristo Jesús.

Flp 1, 14: Mientras que la mayoría de los hermanos que confían en el Señor, con mi prisión cobran ánimos para anunciar el mensaje sin temor.

Siendo rico, se hizo pobre por vosotros.

Mt 4, 3: Se acercó el tentador y le dijo: “Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”.

Mt 8, 20: Jesús le contesto: “Las zorras tienen madrigueras, los pájaros tienen nidos, pero este Hombre no tiene donde recostar la cabeza”.

Flp 2, 6-7: El cual a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres y mostrándose en figura humana.

Vuestra abundancia remedia su necesidad.

Rm 15, 26-27: Pues los de Macedonia y Acaya han decidido solidarizarse con los cristianos pobres de Jerusalén. Lo han decidido como era su obligación: pues, si los paganos se beneficiaron de sus bienes espirituales, es justo que ellos los socorran en los materiales.

Reine la igualdad.

Ex 16, 18: Y al medirlo en el celemín, no sobraba al que había recogido más, ni faltaba al que había recogido menos: había recogido cada uno lo que podía comer.

 

Notas exegéticas.

8 7 Var.: “caridad hacia nosotros que nos une a vosotros”.

8 9 (a) O también: “la gracia”.

8 9 (b) Cristo se hizo “pobre” aceptando el radical empobrecimiento de una muerte degradante en la que fue despojado de todo. Aunque no tenía pecado, aceptó el castigo aplicado a los pecadores, 2 Co 5, 21. Su “riqueza” es su posesión del favor de Dios, su comunión con el Padre. El mismo contraste entre la vida de Jesús tal como fue y como podría haber sido aparece en Flp 2, 6-7. – Nótese la motivación de los comportamientos cristianos por el ejemplo de Cristo, característica de la moral paulina: Rm 14, 8.

8 14 (a) Pablo no pide a los corintios más que lo superfluo, mientras que los cristianos de Macedonia, en su “extrema pobreza”, han dado “por encima de sus posibilidades”. Ver Mc 12, 14-44. Pero presentándoles el ejemplo de Cristo, v. 9, Pablo les invita discretamente a imitar la generosidad de sus hermanos macedonios.

8 14 (b) Ya sea en bienes materiales, en el caso de un posible cambio de situaciones en el futuro, ya en bienes espirituales ahora.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 5, 21-43.

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:

-Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva.

Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: “Con solo tocarle el manto curaré”. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que todo su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:

-¿Quién me ha tocado el manto?

Los discípulos le contestaban:

-Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”.

Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice:

-Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad.

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:

-Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

-No temas; basta que tengas fe.

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:

-¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida.

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo:

-Talitha qumi.

(Que significa: “Contigo hablo, niña, levántate”).

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

 

Textos paralelos.

 

Mc 5, 21-43

Mt 9, 18-26

Lc 8, 40-56

Jesús atravesó, de nuevo en barca, a la otra orilla, y se reunió junto a él una gran multitud.

 

Estando junto al lago, llega un jefe de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo se echa a sus pies y le suplica insistentemente:

 

-Mi hija está en las últimas. Ven y pon las manos sobre ella para que se cure y conserve la vida.

 

 

Se fue con él. Lo seguía una gran multitud que lo estrujaba.

 

Había una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias; había sufrido mucho a manos de médicos, se había gastado la fortuna sin mejorar, antes empeorando. Oyendo hablar de Jesús, se mezcló con la multitud, y por detrás le tocó el manto.

 

Pues pensaba: “Con solo tocar su manto, me curaré”.

 

 

Al instante la fuente de sangre se restañó, y sintió en el cuerpo que estaba curada de la dolencia.

 

Jesús, consciente de que una fuerza había salido de él, se volvió entre la gente y preguntó:

-¿Quién me ha tocado el manto?

 

Los discípulos le decían:

-Ves que la gente te está apretujando ¿y te preguntas quien te ha tocado?

 

 

El miraba en torno para descubrir a la que lo había hecho.

 

 

La mujer, asustada y temblando, pues sabía lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le contestó con toda la verdad. él le dijo:

 

 

 

-Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia.

 

 

Aún estaba hablando, cuando llegan los enviados del jefe de la sinagoga para decirle:

-Tu hija ha muerto. No importunes al Maestro.

 

Jesús, entreoyendo lo que hablaban, dijo al jefe de la sinagoga:

 

-No temas, basta que tengas fe.

 

 

No permitió que lo acompañase nadie, salvo Pedro, Santiago y su hermano Juan.

 

Llegan a casa del jefe de la sinagoga, ve el alboroto y a los que lloraban y gritaban sin parar.

 

Entra y les dice:

 

 

 

 

 

 

-¿A qué viene este alboroto y esos llantos? La niña no está muerta, sino dormida.

 

Se reían de él.

 

 

Pero él, echando afuera a todos, tomó al Padre, a la madre y a sus compañeros y entró a donde estaba la niña.

 

Agarrando a la niña de la mano, le dice:

 

“Talitha qum” (que significa: “Chiquilla, te lo digo a ti, levántate”).

 

Al instante la muchacha se levantó y se puso a caminar.

 

(Tenía doce años).

 

 

 

 

Quedaron fuera de sí del asombro.

 

 Les encargó encarecidamente que nadie lo supiese

 

y les dijo que la dieran de comer.

 

 

 

 

 

 

 

Mientras les explicaba eso, se le acercó un funcionario, se postró y le dijo:

 

 

 

-Mi hija acaba de morir. Pero ven, pon la mano sobre ella, y recobrará la vida.

 

 

 

Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.

 

 

Entre tanto, una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto.

 

 

 

 

 

 

Pues se decía: Con solo tocar su manto, me curaré.

 

 

 

 

 

 

 

Jesús se volvió y al verla dijo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-¡Ánimo hija! tu fe te ha curado.

Al instante la mujer quedó curada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jesús entró en casa del funcionario y, al ver a los flautistas y el barullo de la gente, dijo:

 

 

 

-Retiraos; la muchacha no está muerta, sino dormida.

 

 

Se reían de él.

 

 

Pero, cuando echaron a la gente, entró él,

 

 

 

la agarró de la mano

 

 

 

 

 

 

 y la muchacha se levantó.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El hecho se divulgó por toda la comarca.

Cuando volvió Jesús, lo recibió la gente, pues todos lo estaban esperando.

 

 

En esto se acercó un hombre, llamado Jairo, jefe de la sinagoga. Cayendo a los pies de Jesús, le rogaba que entras en su casa,

 

 

 

 

pues su hija única, de doce años, estaba muriéndose.

 

Mientras caminaba, la gente lo apretujaba.

 

 

Una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias y que había gastado en médicos su entera fortuna sin que ninguno lo curara, se le acercó por detrás y le tocó la orla del mando.

 

 

 

 

 

 

 

Al punto se le cortó la hemorragia.

 

 

 

Jesús preguntó:

 

 

 

-¿Quién me ha tocado?

 

 

Y, como todos lo negaban, Pedro dijo:

-Maestro, la multitud te cerca y te estruja.

 

Pero Jesús replicó:

-Alguien me ha tocado, pues yo he sentido una fuerza salir de mí.

 

 

Viéndose descubierta, la mujer se acercó temblando, se postró ante él y explicó delante de todos por qué lo había tocado y cómo se había curado inmediatamente. Jesús le dijo:

 

-Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz.

 

 

 

Aún estaba hablando, cuando llega uno de casa del jefe de la sinagoga y le anuncia:

-Tu hija ha muerto, no molestes a tu maestro.

 

Lo oyó Jesús y respondió:

 

 

 

-No temas; basta que creas y se salvará.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entrando en la casa no permitió entrar con él más que a Pedro, Juan, Santiago y los padres de la niña. Todos lloraban haciendo duelo por ella. Pero él dijo:

 

-No lloréis, que no está muerta, sino dormida.

 

 

Se reían de él, pues sabían que estaba muerta.

 

Pero él,

 

 

 

 

agarrándola de la mano, le ordenó:

 

-Niña, levántate.

 

Le volvió el aliento

 

y se puso en pie en seguida.

 

 

 

 

El mandó que le dieran de comer.

 

Sus padres quedaron estupefactos y

 

él les encargó que no contaran a nadie lo sucedido.

Él estaba en la orilla del mar.

Mc 2, 13: Salió de nuevo a la orilla del lago. Toda la gente acudía a él y les enseñaba.

Había gastado sus bienes sin encontrar alivio.

Tb 2, 10: Yo no sabía que en la tapia, encima de mí, había un nido de gorriones; su excremento caliente me cayó en los ojos y me formaron nubes. Fui a los médicos a que me curaran; pero cuantos más ungüentos me daban, más vista perdía, hasta que quedé completamente ciego. Estuve sin vista cuatro años. Todos mis parientes se apenaron por mi desgracia y Ajicar me cuidó dos años, hasta que marchó a Elimaida.

Él le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado”.

Mt 8, 10: Al oírlo, Jesús se admiró y dijo a los que lo seguían: “Os aseguro, una fe semejante no he encontrado en ningún israelita”.

Después de echar fuera a todos.

Hch 9, 40: Pedro hizo salir a todos, se arrodilló y rezó, después, vuelto hacia el cadáver, ordenó: “Gacela, levántate”. Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó.

Tomó entonces la mano de la niña.

Mc 9, 27: Pero Jesús, agarrándolo de la mano, lo levantó y el chico se puso en pie.

Les insistió en que nadie lo supiera.

Mc 1, 34: Él curó a muchos enfermos de dolencias diversas, expulsó muchos demonios, y no les permitió hablar, porque lo conocían.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén

5 25 Sobre el procedimiento de inserción de un relato en otro, véase 3, 20. En estos dos relatos de milagros Mc insiste en la fe y en la salud/salvación obtenida mediante contacto físico con Jesús. Por otra parte, los dos milagros son secretos: el primero por la propia naturaleza de las cosas; el segundo, por voluntad de Jesús.

5 30 Esta fuerza es concebida como un efluvio físico que obra las curaciones por medio del contacto.

5 33 Además de su carácter humillante, esta enfermedad ponía a la mujer en estado de impureza legal.

5 35 Alguien podía pensar que el poder de Jesús acaba en las fronteras de la muerte. De ahí la llamada a la fe. Con esta reflexión Mc pretende sugerir que el poder de Jesús es una fuerza de resurrección.

5 37 Los mismos que serán testigos privilegiados de la Transfiguración y de la agonía.

5 41 (a) Estas palabras son arameas, lengua que hablaba Jesús.

5 41 (b) Otra traducción posible: “Despierta”, que se correspondería con el previo “está dormida”. Los términos griegos para expresar la resurrección de los muertos evocan imágenes de sueño y de despertar (egeirein: “despertar” o “hacer levantarse”: anistanai: “poner de pie”.

5 43 El secreto, difícil de guardar en tales circunstancias pone de relieve que este relato solo podía ser bien entendido después de la resurrección de Jesús.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

22 UNO DE LOS ENGARGADOS DE LA SINAGOGA (un “arquisinagogo”): que cuidaba el desarrollo del culto sinagogal (cf. Lc 8, 41); o personaje importante en la comunidad. JAIRO es nombre hebreo: “(Dios) hará brillar”, “Dios ilumine”.

23 QUE VENGAS A PONER… (lit.: que habiendo venido pongas…): sobre la imposición de manos cf. 1 Tm 4, 14. PARA QUE SE CURE: o para que se salve.

25 Era un caso de impureza legal, según Lv 15, 25. // TENÍA HEMORRAGIAS: lit. estaba en flujo de sangre.

27 El ingenio barroco de B. Gracián comenta: “Otros médicos tocan al enfermo para curarlo; aquí el enfermo toca al médico para sanar”. Pero hay diversas formas de “tocar” a Jesús, como se ve en el v. 31: unas llevan a la curación, otras no.

29 SE LE SECÓ…: lit. se secó la fuente de la sangre de ella. // SU CUERPO: lit. el cuerpo.

32 AQUELLO: lit. esto.

34 TE HA SALVADO: o te ha curado.

36 Como en la curación anterior (v. 34) de nuevo aparece la fe en el centro del milagro.

37-38 QUE NADIE LO ACOMPAÑE: frente a Jesús, que intenta evitar la publicidad, (EL) ALBOROTO de plañideras a sueldo; en Oriente medio él dolor y la alegría tienen que ser sonoros (Gomá). A los profesionales de la tristeza ahora les toca reír se de Jesús.

41 SIGNIFICA: lit. es. // PEQUEÑA: lit. la chiquilla (ejemplo de vocativo semítico, como en el v. 8). Jesús vence a la muerte con una expresión cariñosa, aparentemente normal. // DESPIERTA: tras el verbo griego egeíreîn (despertar, levantar del sueño) puede estar el verbo qwm, que en arameo y hebreo era también el término específico del judaísmo para expresar la resurrección.

42 DE UNO A OTRO: este giro intenta dar el colorido descriptivo de la preposición perí (“en torno a”) en el verbo griego periepátei. // DE MODO QUE QUEDARON ASOMBRADOS… lit. y quedaron asombrados enseguida con asombro grande (la palabra griega traducida por “asombro” es, lit. “éxtasis”: no era para menos, siendo una “revivificación” para la que es necesario el poder divino.

43 La narración acaba con el detalle humano de Jesús: mientras los padres quedan pasmados y sin reaccionar, él se da cuenta de que la niña lleva horas sin comer.

 

Notas exegéticas Biblia del Peregrino

5, 21-43: Dos relatos de curación, uno encajado en el otro, como lo transmite ya la tradición oral. Ambos casos se relacionan con la vida y la fecundidad: la mujer padece en “la fuente de la sangre” (Lv 12, 7; 20, 18), la muchacha ha cumplido doce años, es apenas núbil. Las dos están apartadas de la vida social: la muchacha obviamente por la enfermedad y la muerte, la mujer por una enfermedad que la tiene durante años en estado constante de impureza. Las dos se incorporan plenamente a la sociedad: la muchacha caminando y comiendo, la mujer confesando públicamente lo hecho a escondidas.

5, 27-28 El contacto era contaminante. Pero la mujer, siguiendo creencias populares, considera a Jesús como cargado de un fluido terapéutico que se descarga y transmite por contacto.

5, 37-40 Conocida es la relación sueño-muerte en muchas culturas, también en el AT: el sueño eterno (Jr 51, 39.57), el sueño de la muerte (Sal 13, 4), sin despertar (Job 14, 12). Jesús juega con la ambigüedad.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

5, 21-43 Cristo hacía milagros no para satisfacer la curiosidad de la gente sino para dar testimonio de su divinidad, para fortalecer la fe de sus seguidores. Al devolver a la joven fallecida a la vida, Cristo ofreció un signo y un anuncio de la resurrección de los muertos, así como su propia resurrección. El poder de la fe se ha manifestado especialmente en la curación de la hemorroisa; al tocar el borde de su manto, sacó poder del Señor. Dios nos concederá todo lo pidamos con fe y confianza si es lo mejor para nuestro crecimiento en la fe y la santidad. Si Dios no nos concede nuestra petición, es porque nos tiene reservado una bendición mayor para nuestro beneficio. Cat. 548, 994 y 2616.

5, 23 Las curaciones milagrosas de Cristo estaban acompañadas frecuentemente por signos y gestos. Aquí el gesto de la imposición de las manos se asocia con la curación y se conserva actualmente en el sacramento de la unción de los enfermos; la imposición de manos es también un signo de concesión del Espíritu Santo y por tanto, se utiliza en el sacramento del orden sacerdotal y en la confirmación. Cat. 699, 1288-1289, 1504, 1597.

5, 29 La condición crónica de la mujer conllevaba que ella y todo lo que tocase quedaba impuro bajo la Ley mosaica. Esto la impedía participar en el culto público. En este caso, sin embargo, fue precisamente por tocar la vestidura de Cristo por lo que quedó curada y purificada. Cat. 2616.

5, 43 La práctica de Jesús de ocultar su identidad de Mesías o de Hijo de Dios podría haber estado motivada por el deseo de evitar ser confundido con un rey terrenal o que la gente se concentrara únicamente en la curación física. Esta practica a veces se denomina “secreto mesiánico”. Cat. 1505.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús. Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe. Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: estas testimonian que él es el Hijo de Dios. Pero también pueden ser ocasión de escándalo. No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos, incluso se le acusa de obrar movido por los demonios.

994 Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en la propia persona: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre. En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos, anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden.

2616 La oración a Jesús ya fue escuchada por Él durante su ministerio, a través de signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (del leproso, de Jairo, de la cananea, del buen ladrón), o en silencio (de los portadores del paralítico, de la hemorroisa, que toca el borde de su manto, de las lágrimas y del perfume de la pecadora).

699 Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos y bendice a los niños.

1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean. Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos, barro y ablución. Los enfermos tratan de tocarlo, “pues salía de él una fuerza que los curaba a todos” (Lc 6, 19). Así, en los sacramentos, Cristo continua “tocándonos” para sanarnos.

1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no solo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 17). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por  su Pascua. En la Cruz Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal y quitó el pecado del mundo, del que la enfermedad no es sino consecuencia. Por su pasión y su muerte en la cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces este nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.

 

Concilio Vaticano II

Así como la santa Iglesia, en sus comienzos, uniendo el ágape a la cena eucarística, se manifestaba toda ella unida en torno a Cristo por el vínculo de la caridad, así, en todo tiempo, se hace reconocer por este signo de la caridad y, sin dejar de alegrarse por las iniciativas de los demás, reivindica las obras de caridad como un deber y un derecho suyos, de los que no puede prescindir. Por eso la misericordia para con los necesitados y los enfermos, así como las llamadas obra de caridad y de ayuda mutua, destinadas a aliviar las necesidades humanas, son consideradas por la Iglesia con singular honor.

Estas actividades y estas obras son, en la época actual, más urgentes y universales, porque, al ser más rápidos los medios de comunicación, se ha acortado en cierto modo la distancia entre los hombres y todos los habitantes del mundo se han convertido como en miembros de una sola familia. La acción caritativa puede y debe abarcar hoy a todos los hombres que carecen de alimento, de vestido, de vivienda, de medicinas, de trabajo, de educación, de medios necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, o que son afligidos por la desgracia o por la falta de salud, por el destierro o por la cárcel, allí debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana, consolarlos con cuidado diligente y ayudarlos con la prestación de auxilios. Esta obligación se impone, ante todo, a los hombres y a los pueblos que viven en la prosperidad.

Decreto Apostolicam actuositatem, 8.

 

Comentarios de los Santos Padres.

La hemorroísa había gastado todo lo que tenía en médicos. Teniendo hambre y sed, su alma había perecido dentro de ella. Mas aunque había perdido todo lo que poseía, esto es la iglesia congregada de las naciones, puesto que su alma había perecido, clamó al Señor cuando estaba atribulada. El tacto del vestido del Señor fue el clamor de una persona.

Jerónimo. Comentario al Salmo, 106, 5. II, pg. 129.

Lo mismo que esta mujer fue testimonio claro de la divinidad del Señor, también Él fue testimonio de la fe de ella. La mujer le entregó su fe y a cambio como recompensa, Él le concedió la curación.

Efrén de Nisibi. Comentario al Diatessaron, 7, 1-2. II, pg. 130.

Le toca la fe de unos pocos, le presiona la muchedumbre.

Agustín. Sermón, 62, 6. II, pg. 131.

Alguien podría preguntar, diciendo: ¿por qué son siempre elegidos estos tres, y los demás dejados aparte? Pues también cuando se transfiguró en el monte, tomó consigo a estos tres. Así, pues, son tres los elegidos: Pedro, Santiago y Juan. En primer lugar, en este número se esconde el misterio de la Trinidad, por lo que este número es santo de por sí. Pues también Jacob, según el Antiguo Testamento, puso tres varas en los abrevaderos (Gn 30, 38). Y está escrito en otro lugar: “El esparto triple no se rompe” (Qo 4, 12). Por tanto, es elegido Pedro, sobre el que ha sido fundada la Iglesia, Santiago, el primero entre los apóstoles que fue coronado en el martirio, y Juan, que es el comienzo de la virginidad.

Jerónimo, Comentario al Ev. de Marcos, Homilía 3. II, pg. 133.

Dice, pues, Jesús: “Talitha kumi” que significa: “Niña, levántate para mi”. Si hubiera dicho: “Talitha kum”, significaría: Niña, levántate; pero como dijo “Talitha kumi”, esto significa, tanto en lengua siria como en lengua hebrea: “Niña, levántate para mí”·. “Kumi” significa: “Levántate para mí”. Observad, pues, el misterio de la misma lengua hebrea y siria. Es como si dijese: niña, que debías ser madre, por tu infidelidad continúas siendo niña. Lo que podemos expresar de este otro modo: porque vas a renacer, serás llamada niña. “Niña, levántate para mí”, o sea, no por tu propio mérito, sino por mi gracia. Levántate, por tanto, para mí, porque serás curada por tus virtudes.

Jerónimo. Comentario al Ev. de Marcos, homilía, 3. II, pg. 134.

Siempre que resucitó a algún muerto, ordenó que le dieran de comer, para que no pensaran que la resurrección era un engaño. Por esta razón, después de la resurrección de Lázaro, se describe como lo festejó con el Señor.

Jerónimo. Contra joviano, 2, 17. II, pg. 134.

 

S. Agustín.

Quizá pienses en tu interior: “¡Dichosos los que merecieron acoger a Cristo como huésped! ¡Si yo hubiera estado allí! ¡Si hubiera sido, al menos, uno de aquellos dos a los que encontró en el camino!”. Tú sigue el camino, y Cristo será tu huésped.

San Agustín. Sermón 239, 6-7. II, pg. 1012.

 

S. Juan de Ávila

Cuando tocó la mujer que padecía flujo de sangre, tocó a nuestro Señor en la fimbria de la vestidura. Iba mucha gente con nuestro Señor, y dice el Señor a San Pedro: Petre, quis me tetigit? Respondió San Pedro: Vides Domine quia turbae te comprimunt et dicis: Quis me tetigit? (Mc 5, 30-31). Estos malos cristianos son los que aprietan el cuerpo de Jesucristo. ¿Cuál es el cuerpo de Jesucristo? Los que están en gracia. ¿Sabéis de qué sirven esotros? De apremiar el cuerpo de Jesucristo. Vos autem estis corpus Christi (1 Co 12, 27). Los que tienen gracia son miembros de este cuerpo; los que no tienen más de fe, son espinas.

Lecciones sobre 1 San Juan (I). Lección 15. II, pg. 243.

Acordaos que cuenta el santo Evangelio que, yendo el Señor a resucitar una moza difunta, acompañado de mucha gente, se llegó por detrás de Él una mujer enferma, por tiempo de doce años, que había gastado su hacienda en curarse, y lo que había sacado de la cura era que, siendo primero rica y enferma, quedó enferma y pobre y sin esperanza de humano remedio; mas hallólo en Jesucristo nuestro Señor, diciendo en su corazón: Si yo pudiese llegar y tocar el cabo de la vestidura de aqueste Señor, confío en Él que luego alcanzaría salud; llegó y tocó, y en tocando fue sana, correspondiendo al corazón de la buena mujer la misericordia de Cristo, el cual preguntó a los que allí iban: ¿Quién me tocó? Y respondió San Pedro: Maestro, apriétate la muchedumbre de la gente, y tú dices: ¿Quién me tocó? A lo cual respondió el Señor dando a entender que no llamaba Él tocarle al apretón: Alguno me tocó, que yo he sentido salir virtud de mí (Mc 5, 21-34).

¡Oh si tanta merced nos hiciese mañana aqueste Señor en la procesión, que hubiere algunos corazones deseosos de salud, devotos del Señor, confiados de su misericordia, que fuesen curados de Él! Pues que han de ir mañana con Él muchos que están enfermos en sus ánimas, no hay que dudar. Unos llevarán enfermedades de pecados mortales – líbrenos de ellos la misericordia de Dios! –; otros veniales, otros malas inclinaciones y malas costumbres, que por ventura les han durado doce años como a la otra mujer la enfermedad del cuerpo, y aun puede ser que más. Y llegará cerca de nos el Médico omnipotente con gran voluntad de curarnos, y rogándonos con la cura, y aun pagándonos porque nos queramos curar y por no haber quien le toque, como le tocó la otra mujer, acabada la procesión y echada nuestra cuenta, hallamos que nos traemos a casa nuestros pecados y malas inclinaciones tan enteros como se estaban de antes; y plega a Dios no volvamos peores que fuimos.

¿Sabéis hermanos, qué es tocar al Señor para alcanzar salud de Él? Creerlo con la fe católica, conocer las propias culpas, pesarle de haberlas hecho, proponer la enmienda y la confesión , tener confianza que, por las llagas que padeció Jesucristo nuestro Señor en su cuerpo sangrado, manos y pies – que es lo postrero de su vestidura –, recibirá perdón de sus pecados y salud de sus llagas y, saliendo a la procesión malo y enfermo, tornará justificado y con salud de su alma.

Víspera del Corpus, 42-44. III, pg. 505-506.

Algunas veces el que era enfermo y rico se queda enfermo y pobre y aún más enfermo que antes; que por eso leemos que acaeció así a la mujer de doce años enferma (Mc 5, 25), para que entendamos que no es ella sola a quien esto acaece.

Santísimo Sacramento, 31. III, pg. 710.

–Padre, aún más mal siento, que no solo siento esas pasiones que decís, mas continuamente de mí, como de una fuente, sale un flujo de faltas y pecados. – Pues buen remedio, hermano, buen remedio. Acuérdate de aquella enferma que, teniendo el flujo de la sangre, por la cual significan los pecados, en tocando a la ropa del Señor se reclinó (cf. Mc 9, 20). Llega tú, no a la ropa solo, mas a su carne y sangre; y no la toques solo, mas recíbelo dentro de ti y dale aposento en tus entrañas, y verás cómo se reclina el fruto de tus pasiones.

Santísimo Sacramento, 2. III, pg. 796.

Baste ya, señora, basta ya la fiesta que a la carne se ha hecho; enjugue ya sus ojos, porque no se pase el tiempo en llorar muerte, pues le es dado para que gane la vida. Acuérdese que el Señor echó fuera de la casa a los que lloraban a una moza muerta, diciendo: Que no era muerta, sino que dormía (cf. Mc 5, 39); porque entre cristianos el morir no es sino dormir, hasta el día del despertar a tomar nuestros cuerpos para reinar con Cristo en cuerpo y en ánima. Y piense vuestra merced que por quien llora no está muerto, sino duerme, y sueño de paz; pues vivió y murió como buen cristiano.

A una señora viuda. IV, pg. 422.

 

Papa Francisco. Angelus. 28 de junio de 2015.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy presenta el relato de la resurrección de una niña de doce años, hija de uno de los jefes de la sinagoga, el cual se echa a los pies de Jesús y le ruega: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva» (Mc 5, 23). En esta oración vemos la preocupación de todo padre por la vida y por el bien de sus hijos. Pero percibimos también la gran fe que ese hombre tiene en Jesús. Y cuando llega la noticia de que la niña ha muerto, Jesús le dice: «No temas, basta que tengas fe» (v. 36). Dan ánimo estas palabras de Jesús, y también nos las dice a nosotros muchas veces: «No temas, basta que tengas fe». Al entrar en la casa, el Señor echa a la gente que llora y grita y dirigiéndose a la niña muerta dice: «Contigo hablo, niña, levántate» (v. 41). Inmediatamente la niña se levantó y echó a andar. Aquí se ve el poder absoluto de Jesús sobre la muerte, que para Él es como un sueño del cual nos puede despertar.

En el seno de este relato, el evangelista introduce otro episodio: la curación de una mujer que desde hacía doce años padecía flujos de sangre. A causa de esta enfermedad que, según la cultura del tiempo, la hacía «impura», ella debía evitar todo contacto humano: pobrecilla, estaba condenada a una muerte civil. Esta mujer anónima, en medio de la multitud que sigue a Jesús, se dice a sí misma: «Con sólo tocarle el manto curaré» (v. 28). Y así fue: la necesidad de ser liberada la impulsó a probar y la fe «arranca», por así decir, la curación al Señor. Quien cree «toca» a Jesús y toma de Él la gracia que salva. La fe es esto: tocar a Jesús y recibir de Él la gracia que salva. Nos salva, nos salva la vida espiritual, nos salva de tantos problemas. Jesús se da cuenta, y en medio de la gente, busca el rostro de aquella mujer. Ella se adelanta temblorosa y Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado» (v. 34). Es la voz del Padre celestial que habla en Jesús: «¡Hija, no estás condenada, no estás excluida, eres mi hija!». Y cada vez que Jesús se acerca a nosotros, cuando vamos hacia Él con fe, escuchamos esto del Padre: «Hijo, tú eres mi hijo, tú eres mi hija. Tú te has curado, tú estás curada. Yo perdono a todos, todo. Yo curo a todos y todo».

Estos dos episodios —una curación y una resurrección— tienen un único centro: la fe. El mensaje es claro, y se puede resumir en una pregunta: ¿creemos que Jesús nos puede curar y nos puede despertar de la muerte? Todo el Evangelio está escrito a la luz de esta fe: Jesús ha resucitado, ha vencido la muerte, y por su victoria también nosotros resucitaremos. Esta fe, que para los primeros cristianos era segura, puede empañarse y hacerse incierta, hasta el punto que algunos confunden resurrección con reencarnación. La Palabra de Dios de este domingo nos invita a vivir en la certeza de la resurrección: Jesús es el Señor, Jesús tiene poder sobre el mal y sobre la muerte, y quiere llevarnos a la casa del Padre, donde reina la vida. Y allí nos encontraremos todos, todos los que estamos aquí en la plaza hoy, nos encontraremos en la casa del Padre, en la vida que Jesús nos dará.

La Resurrección de Cristo actúa en la historia como principio de renovación y esperanza. Cualquier persona desesperada y cansada hasta la muerte, si confía en Jesús y en su amor puede volver a vivir. También recomenzar una nueva vida, cambiar de vida es un modo de resurgir, de resucitar. La fe es una fuerza de vida, da plenitud a nuestra humanidad; y quien cree en Cristo se debe reconocer porque promueve la vida en toda situación, para hacer experimentar a todos, especialmente a los más débiles, el amor de Dios que libera y salva.

Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, el don de una fe fuerte y valiente, que nos empuje a ser difusores de esperanza y de vida entre nuestros hermanos.

 

Papa Francisco. Angelus. 1 de julio de 2018

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (cf. Marcos 5, 21-43) presenta dos prodigios hechos por Jesús, describiéndolos casi como una especie de marcha triunfal hacia la vida.

Primero el Evangelista narra acerca de un cierto Jairo, uno de los jefes de la Sinagoga, que va donde Jesús y le suplica ir a su casa porque la hija de doce años se está muriendo. Jesús acepta y va con él; pero, de camino, llega la noticia de que la chica ha muerto. Podemos imaginar la reacción de aquel padre. Pero Jesús le dice: «No temas. Solamente ten fe» (v. 36). Llegados a casa de Jairo, Jesús hace salir a la gente que lloraba —había también mujeres dolientes que gritaban fuerte— y entra en la habitación solo con los padres y los tres discípulos y dirigiéndose a la difunta dice: «Muchacha, a ti te digo, levántate» (v. 41). E inmediatamente la chica se levanta, como despertándose de un sueño profundo (cf. v. 42).

Dentro del relato de este milagro, Marcos incluye otro: la curación de una mujer que sufría de hemorragias y se cura en cuanto toca el manto de Jesús (cf. v. 27). Aquí impresiona el hecho de que la fe de esta mujer atrae —a mí me entran ganas de decir «roba»— el poder divino de salvación que hay en Cristo, el que, sintiendo que una fuerza «había salido de Él», intenta entender qué ha pasado. Y cuando la mujer, con mucha vergüenza, se acercó y confesó todo, Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado» (v. 34). Se trata de dos relatos entrelazados, con un único centro: la fe, y muestran a Jesús como fuente de vida, como Aquél que vuelve a dar la vida a quien confía plenamente en Él. Los dos protagonistas, es decir, el padre de la muchacha y la mujer enferma, no son discípulos de Jesús y sin embargo son escuchados por su fe. Tienen fe en aquel hombre. De esto comprendemos que en el camino del Señor están admitidos todos: ninguno debe sentirse un intruso o uno que no tiene derecho. Para tener acceso a su corazón, al corazón de Jesús hay un solo requisito: sentirse necesitado de curación y confiarse a Él. Yo os pregunto: ¿Cada uno de vosotros se siente necesitado de curación? ¿De cualquier cosa, de cualquier pecado, de cualquier problema? Y, si siente esto, ¿tiene fe en Jesús? Son dos los requisitos para ser sanados, para tener acceso a su corazón: sentirse necesitados de curación y confiarse a Él. Jesús va a descubrir a estas personas entre la muchedumbre y les saca del anonimato, los libera del miedo de vivir y de atreverse. Lo hace con una mirada y con una palabra que los pone de nuevo en camino después de tantos sufrimientos y humillaciones. También nosotros estamos llamados a aprender y a imitar estas palabras que liberan y a estas miradas que restituyen, a quien está privado, las ganas de vivir.

En esta página del Evangelio se entrelazan los temas de la fe y de la vida nueva que Jesús ha venido a ofrecer a todos. Entrando en la casa donde la muchacha yace muerta, Él echa a aquellos que se agitan y se lamentan (cf. v. 40) y dice: «La niña no ha muerto; está dormida» (v. 39). Jesús es el Señor y delante de Él la muerte física es como un sueño: no hay motivo para desesperarse. Otra es la muerte de la que tener miedo: la del corazón endurecido por el mal. ¡De esa sí que tenemos que tener miedo! Cuando sentimos que tenemos el corazón endurecido, el corazón que se endurece y, me permito la palabra, el corazón momificado, tenemos que sentir miedo de esto. Esta es la muerte del corazón. Pero incluso el pecado, incluso el corazón momificado, para Jesús nunca es la última palabra, porque Él nos ha traído la infinita misericordia del Padre. E incluso si hemos caído, su voz tierna y fuerte nos alcanza: «Yo te digo: ¡Levántate!». Es hermoso sentir aquella palabra de Jesús dirigida a cada uno de nosotros: «yo te digo: Levántate. Ve. ¡Levántate, valor, levántate!». Y Jesús vuelve a dar la vida a la muchacha y vuelve a dar la vida a la mujer sanada: vida y fe a las dos.

Pidamos a la Virgen María que acompañe nuestro camino de fe y de amor concreto, especialmente hacia quien está en necesidad. E invoquemos su maternal intercesión para nuestros hermanos que sufren en el cuerpo y en el espíritu.

 

Papa Francisco. Angelus. 27 de junio de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy en el Evangelio (cf. Mc 5,21-43) Jesús se tropieza con nuestras dos situaciones más dramáticas, la muerte y la enfermedad.  De ellas libera a dos personas: una niña, que muere justo cuando su padre ha ido a pedir ayuda a Jesús; y una mujer, que desde hace muchos años tiene flujo de sangre.  Jesús se deja tocar por nuestro dolor y nuestra muerte, y obra dos signos de curación para decirnos que ni el dolor ni la muerte tienen la última palabra. Nos dice que la muerte no es el final.  Vence a este enemigo, del que solos no podemos liberarnos.

Centrémonos, sin embargo, en este momento en que la enfermedad sigue ocupando las primeras páginas, en el otro signo, la curación de la mujer. Más que su salud, eran sus afectos los que estaban comprometidos, ¿por qué?: tenía flujos de sangre y, por lo tanto, según la mentalidad de la época, era considerada impura. Era una mujer marginada, no podía tener relaciones estables, no podía tener un marido, no podía tener una familia y no podía tener relaciones sociales normales porque era impura. Una enfermedad que la hacía impura. Vivía sola, con el corazón herido. ¿Cuál es la peor enfermedad de la vida? ¿El cáncer?, ¿la tuberculosis? ¿la pandemia? No. La peor enfermedad de la vida es la falta de amor, es no poder amar. Esta pobre mujer estaba enferma, sí, de flujos de sangre, pero en consecuencia de falta de amor porque no podía hacer vida social con los demás. Y la curación que más importa es la de los afectos. Pero, ¿cómo encontrarla? Podemos pensar en nuestros afectos: ¿están enfermos o tienen buena salud? ¿Están enfermos? Jesús es capaz de curarlos.

La historia de esta mujer sin nombre —la llamamos así, “la mujer sin nombre”—, con la que todos podemos identificarnos, es ejemplar. El texto dice que había probado muchas curas, y «gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor» (v. 26). También nosotros, ¿cuántas veces nos arrojamos sobre remedios equivocados para saciar nuestra falta de amor? Pensamos que el éxito y el dinero nos hacen felices, pero el amor no se compra, es gratuito. Nos refugiamos en lo virtual, pero el amor es concreto. No nos aceptamos tal y como somos y nos escondemos detrás de los trucos del mundo exterior, pero el amor no es apariencia. Buscamos soluciones de magos y de gurús, sólo para encontrarnos sin dinero y sin paz, como aquella mujer. Ella, finalmente, elige a Jesús y se abalanza entre la multitud para tocar el manto, el manto de Jesús. Es decir, esa mujer busca el contacto directo, el contacto físico con Jesús. En esta época, especialmente, hemos comprendido lo importantes que son el contacto y las relaciones. Lo mismo ocurre con Jesús: a veces nos contentamos con observar algún precepto y repetir oraciones —muchas veces como loros— pero el Señor espera que nos encontremos con Él, que le abramos el corazón, que toquemos su manto como la mujer para sanar. Porque, al entrar en intimidad con Jesús, se curan nuestros afectos.

Esto es lo que quiere Jesús. Leemos, en efecto, que, no obstante estuviera apretujado por la muchedumbre, miraba a su alrededor para buscar a quien le había tocado, estrechado; los discípulos decían: “Pero mira que la muchedumbre te apretuja...” No. “¿Quién me ha tocado?” Es la mirada de Jesús: hay tanta gente, pero Él va en busca de un rostro y de un corazón lleno de fe. Jesús no mira al conjunto, como nosotros, mira a la persona. No se detiene ante las heridas y los errores del pasado, va más allá de los pecados y los prejuicios. Todos tenemos una historia, y cada uno de nosotros en secreto conoce bien las cosas malas de la suya. Pero Jesús las mira para curarlas. En cambio a nosotros nos gusta mirar lo malo de los demás... Cuántas veces, cuando hablamos caemos en el cotilleo que es hablar mal de los demás, "despellejar" a los demás. Pero mira qué horizonte de vida es ese. No como Jesús que mira siempre el modo de salvarnos, mira el hoy, la buena voluntad y no la mala historia que tenemos. Jesús va más allá de los pecados. Jesús va más allá de los prejuicios. No se queda en las apariencias, Jesús llega al corazón. Y la cura precisamente a ella, a la que habían rechazado todos. Con ternura la llama «hija» (v. 34) —el estilo de Jesús era la cercanía, la compasión y la ternura: “Hija...”— y alaba su fe, devolviéndole la confianza en sí misma.

Hermana, hermano, estás aquí, deja que Jesús mire y sane tu corazón. Yo también tengo que hacerlo: dejar que Jesús mire mi corazón y lo cure. Y si ya has sentido su mirada tierna sobre ti, imítalo, haz como Él. Mira a tu alrededor: verás que muchas personas que viven cerca de ti se sienten heridas y solas, necesitan sentirse amadas: da el paso. Jesús te pide una mirada que no se quede en las apariencias, sino que llegue al corazón; que no juzgue —terminemos de juzgar a lo demás—, Jesús nos pide una mirada que no juzgue sino que acoja. Abramos nuestro corazón para acoger a los demás. Porque sólo el amor sana la vida, solo el amor sana la vida. Que la Virgen, Consuelo de los afligidos, nos ayude a llevar una caricia a los heridos, a los heridos en el corazón que encontremos en nuestro camino. Y a no juzgar, a no juzgar la realidad personal, social, de los demás. Dios ama a todos. No juzguéis, dejad vivir a los demás y tratad de acercaros con amor.

 

Papa Francisco. Angelus. 1 de julio de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo, el evangelista san Marcos nos presenta el relato de dos curaciones milagrosas que Jesús realiza en favor de dos mujeres: la hija de uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y una mujer que sufría de hemorragia (cf. Mc 5, 21-43). Son dos episodios en los que hay dos niveles de lectura; el puramente físico: Jesús se inclina ante el sufrimiento humano y cura el cuerpo; y el espiritual: Jesús vino a sanar el corazón del hombre, a dar la salvación y pide fe en él. En el primer episodio, ante la noticia de que la hija de Jairo había muerto, Jesús le dice al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe» (v. 36), lo lleva con él donde estaba la niña y exclama: «Contigo hablo, niña, levántate» (v. 41). Y esta se levantó y se puso a caminar. San Jerónimo comenta estas palabras, subrayando el poder salvífico de Jesús: «Niña, levántate por mí: no por mérito tuyo, sino por mi gracia. Por tanto, levántate por mí: el hecho de haber sido curada no depende de tus virtudes» (Homilías sobre el Evangelio de Marcos, 3). El segundo episodio, el de la mujer que sufría hemorragias, pone también de manifiesto cómo Jesús vino a liberar al ser humano en su totalidad. De hecho, el milagro se realiza en dos fases: en la primera se produce la curación física, que está íntimamente relacionada con la curación más profunda, la que da la gracia de Dios a quien se abre a él con fe. Jesús dice a la mujer: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5, 34).

Para nosotros estos dos relatos de curación son una invitación a superar una visión puramente horizontal y materialista de la vida. A Dios le pedimos muchas curaciones de problemas, de necesidades concretas, y está bien hacerlo, pero lo que debemos pedir con insistencia es una fe cada vez más sólida, para que el Señor renueve nuestra vida, y una firme confianza en su amor, en su providencia que no nos abandona.

Jesús, que está atento al sufrimiento humano, nos hace pensar también en todos aquellos que ayudan a los enfermos a llevar su cruz, especialmente en los médicos, en los agentes sanitarios y en quienes prestan la asistencia religiosa en los hospitales. Son «reservas de amor», que llevan serenidad y esperanza a los que sufren. En la encíclica Deus caritas est, expliqué que, en este valioso servicio, hace falta ante todo competencia profesional —que es una primera necesidad fundamental—, pero esta por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, que necesitan humanidad y atención cordial. «Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una “formación del corazón”: se les ha de guiar hacia el encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro» (n. 31).

Pidamos a la Virgen María que acompañe nuestro camino de fe y nuestro compromiso de amor concreto especialmente a los necesitados, mientras invocamos su maternal intercesión por nuestros hermanos que viven un sufrimiento en el cuerpo o en el espíritu.

 

Francisco. Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza. 4. El Espíritu enseña a la Esposa a rezar. Los Salmos, una sinfonía de oración en la Biblia.

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En preparación del próximo Jubileo, les he invitado a dedicar el año 2024 «a una gran “sinfonía” de oración» [1]. Con la catequesis de hoy, quisiera recordarles que la Iglesia ya tiene una sinfonía de oración cuyo compositor es el Espíritu Santo, y es el Libro de los Salmos.

Como en toda sinfonía, en ella hay varios “movimientos”, es decir, varios tipos de oración: alabanza, acción de gracias, súplica, lamento, narración, reflexión sapiencial y otros, tanto en forma personal como en forma coral de todo el pueblo. Estos son los cantos que el Espíritu mismo ha puesto en labios de la Esposa, su Iglesia. Todos los libros de la Biblia, como recordé la vez pasada, están inspirados por el Espíritu Santo, pero el Libro de los Salmos también lo está en el sentido de que está lleno de inspiración poética.

Los salmos han ocupado un lugar privilegiado en el Nuevo Testamento. De hecho, ha habido y sigue habiendo ediciones que contienen el Nuevo Testamento y los Salmos juntos. Tengo sobre mi mesa una edición ucraniana, que me enviaron, de este Nuevo Testamento con los Salmos; era de un soldado que murió en la guerra. Y él rezaba en el frente con este libro.

No todos los salmos – y no todo de cada salmo - puede ser repetido y hecho propio por los cristianos y menos aún por el ser humano moderno. Reflejan, a veces, una situación histórica y una mentalidad religiosa que ya no son las nuestras. Esto no significa que no sean inspirados, sino que en ciertos aspectos están ligados a una época y a una etapa provisional de la revelación, como ocurre también con gran parte de la legislación antigua.

Lo que más recomienda los salmos a nuestra acogida es que fueron la oración de Jesús, de María, de los Apóstoles y de todas las generaciones cristianas que nos precedieron. Cuando los recitamos, Dios los escucha con esa gran “orquestación” que es la comunión de los santos. Jesús, según la Carta a los Hebreos, entra en el mundo con un versículo de un salmo en el corazón: “He aquí que vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad” (cf. Hb 10,7; Sal 40,9); y deja el mundo, según el Evangelio de Lucas, con otro verso en los labios: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46; cf. Sal 31,6).   

El uso de los salmos en el Nuevo Testamento es seguido por el de los Padres y de toda la Iglesia, que hace de ellos un elemento fijo en la celebración de la Misa y la Liturgia de las Horas. «Toda la Sagrada Escritura divina exhala la bondad de Dios– escribe San Ambrosio –, pero sobre todo lo hace el dulce libro de los salmos» [2]. El dulce libro de los salmos. Me pregunto: ¿rezan a veces con salmos? Tomen la Biblia o el Nuevo Testamento y recen un salmo. Por ejemplo, cuando están un poco tristes porque han pecado, ¿rezan el salmo 51? Hay muchos salmos que nos ayudan a seguir adelante. Tomen la costumbre de rezar los salmos. Les aseguro que al final serán felices.

Pero no podemos únicamente vivir del legado del pasado: es necesario que hagamos de los salmos nuestra oración.  Se ha escrito que, en cierto sentido, debemos convertirnos nosotros mismos en ‘autores’ de los salmos, haciéndolos nuestros y rezando con ellos [3]. Si hay algunos salmos, o simplemente versículos, que hablan a nuestro corazón, es bueno repetirlos y rezarlos durante el día. Los salmos son oraciones "para todas las estaciones": no hay estado de ánimo o necesidad que no encuentre en ellos las mejores palabras para convertirlos en oración. A diferencia de todas las demás oraciones, los salmos no pierden su eficacia a fuerza de repetirlos; al contrario, la aumentan. ¿Por qué? Porque están inspirados por Dios y "espiran" Dios, cada vez que se leen con fe.

Si nos sentimos oprimidos por el remordimiento y la culpa, porque somos pecadores, podemos repetir con David: «Ten piedad de mí, oh Dios, en tu amor; / en tu gran misericordia» (Sal 51,3), el salmo 51. Si queremos expresar un fuerte vínculo personal con Dios, decimos: «Oh Dios, tú eres mi Dios, / desde el alba te busco, / mi alma tiene sed de ti, / mi carne te anhela / en una tierra seca, sedienta y sin agua», salmo 63 (Sal 63,2). No es por casualidad que la liturgia ha incluido este salmo en las laudes de los domingos y de las solemnidades. Y si nos asaltan el miedo y la angustia, esas maravillosas palabras del salmo 23 vienen en nuestro socorro: «El Señor es mi pastor [...]. Aunque pase por valle tenebroso, / no temo ningún mal» (Sal 23,1.4).

Los salmos nos permiten no empobrecer nuestra oración reduciéndola sólo a peticiones, a un continuo “dame, danos…”. Aprendemos del Padre Nuestro, que antes de pedir “el pan de cada día” dice: “Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad”. Los salmos nos ayudan a abrirnos a una oración menos egocéntrica: una oración de alabanza, de bendición, de acción de gracias; y también nos ayudan a convertirnos en la voz de toda la creación, haciéndola partícipe de nuestra alabanza.

Hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo, que dio a la Iglesia Esposa las palabras para rezar a su divino Esposo, nos ayude a hacerlas resonar hoy en la Iglesia y a hacer de este año preparatorio del Jubileo una verdadera sinfonía de oración. ¡Gracias!

[1] Carta a S.E. Mons. Fisichella para el Jubileo 2025 (11 de febrero de 2022).

[2] Comentarios sobre los Salmos I, 4, 7: CSEL 64,4-7.

[3] Giovanni Cassiano, Conlationes, X,11: SCh 54, 92-93.

 

MISA DE NIÑOS. XIV T.ORDINARIO.

Monición de entrada.

Buenos días.

Somos la familia de Jesús en nuestro pueblo que viene a escuchar la Palabra de Dios.

La palabra que en la comunión se hace pan.

Abramos el corazón para recibirla.

 

 Señor, ten piedad.

Porque a veces no escuchamos tu palabra con atención. Señor, ten piedad.

Porque a veces no nos fiamos de tu palabra. Cristo, ten piedad.

Porque a veces no la queremos escuchar. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco siga enseñándonos la palabra de Dios de manera que la entendamos. Te lo pedimos Señor.

-Por los que no se fían del Evangelio, para que se den cuenta que es palabra de Dios que nos hace felices. Te lo pedimos Señor.

-Por los que no quieren obedecer a los obispos, para que reconozcan que están equivocados Te lo pedimos, Señor.

-Por nosotros, para que la palabra de Dios cambie nuestra manera de vivir. Te lo pedimos, Señor.

 

 Acción de gracias.

Virgen María, queremos darte las gracias por Jesús, a quien tú siempre quisiste, aunque en tu pueblo no lo querían. Ayúdanos a fiarnos de lo que Él nos enseña en los evangelios.

 

 

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA -   DOMINGO XIII T.O.

EXPERIENCIA.

Antes de ver el vídeo piensa en imágenes que te sugieran: Sano, saludable y  sostenible.

Entra en este enlace y mira: https://www.youtube.com/watch?v=mbtZPGaH_zs 

¿Qué dos palabras faltan?

¿Dónde puedes encontrarlas?

REFLEXIÓN.

Lee el evangelio de este domingo.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 5, 21-43.

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:

-Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva.

Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: “Con solo tocarle el manto curaré”. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que todo su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:

-¿Quién me ha tocado el manto?

Los discípulos le contestaban:

-Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”.

Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice:

-Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad.

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:

-Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

-No temas; basta que tengas fe.

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:

-¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida.

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo:

-Talitha qumi.

(Que significa: “Contigo hablo, niña, levántate”).

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Lectio: Después de leer el texto permanece en silencio dos minutos, sin pensar en nada, dejando que la semilla repose en tu interior.

Toma uno de los dos milagros, vuélvelo a leer.

Meditatio: Dibuja en tu interior la escena, imagínala contigo en ella, como observador, Pedro, la mujer o la niña.

Visualiza la escena a cámara lenta, fijándote en los gestos de Jesús, en sus ojos, su mirada, sus labios.

En estos momentos ¿por dónde vas perdiendo la vida? ¿qué te hace estar inmóvil, postrado, sin ganas, de bajón?

Oratio: háblale a Jesús con el corazón, dándole gracias por este rato, o pidiéndole que te ayude en las heridas que has descubierto, con palabras como Jairo o en silencio como la mujer sin nombre.

COMPROMISO.

Abre las manos, con las manos díselo a Jesús.

Piensa en quién de tu entorno necesita tu presencia, una visita, un WhatsApp preguntándole como le va, un me gusta, o mejor, un quedamos para charlar. Proponte levantar a alguien de tu alrededor. Hay muchas personas invisibles cerca de nosotros que necesitan alguien que las visibilice y les hagas sentir que no son algo, sino alguien.

CELEBRACIÓN.

Escucha esta canción del cantante católico Álvaro Fraile: https://www.cope.es/religion/vivir-la-fe/musica/noticias/alvaro-fraile-artista-total-estrena-nueva-web-con-toda-oferta-creativa-20210212_1138109

 

BIBLIOGRAFÍA.

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Biblia de Jerusalén. 5ª edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.

Biblia del Peregrino. Edición de Luis Alonso Schökel. EGA-Mensajero. Bilbao. 1995.

Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.

Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.

Secretariado Nacional de Liturgia. Libro de la Sede. Primera edición: 1983. Coeditores Litúrgicos. Barcelona. 2004.

Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.

Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 2. Evangelio según san Marcos. Ciudad Nueva. Madrid. 2009.

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www.vatican.va

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http://www.vatican.va/content/vatican/es.htmlTrinidad. Reza el Padrenuestro