Primera lectura.
Lectura de la profecía de Ezequiel 17,
22-24
Esto dice el Señor Dios:
-También yo había escogido una rama de la cima del alto cedro y la
había plantado; de las más altas y jóvenes ramas arrancaré una tierna y la
plantaré en la cumbre de un monte elevado; la plantaré en una montaña alta de
Israel, echará brotes y dará fruto. Se hará un cedro magnífico. Aves de todas
las clases anidarán en él, anidarán al abrigo de sus ramas. Y reconocerán todos
los árboles del campo que yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado y
exalto al humilde, hago secarse el árbol verde y florecer el árbol seco. Yo, el
Señor, lo he dicho y lo haré.
Textos
paralelos.
Lo plantaré yo mismo.
Ez 20, 40: Porque en mi santo
monte, en el más alto monte de Israel – oráculo del Señor –, allí en la tierra,
me servirá la casa de Israel toda entera. Allí los aceptaré, allí os pediré
vuestros tributos, vuestras primicias y vuestros dones sagrados.
Toda clase de aves
morarán a la sombra de sus ramas.
Ez 31, 6: Anidaban en su ramaje
las aves del cielo, parían bajo su copa las fieras salvajes, a su sombra se
cobijaba muchedumbre de pueblos.
Mt 13, 32: Es más menudo que
las demás semillas; pero, cuando crece, es más alto que otras hortalizas; se
hace un árbol, vienen los pájaros y anidan en sus ramas.
Humillo al árbol elevado.
Sal 113, 7-9: Levanta del polvo
al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los nobles, con los
nobles de su pueblo, y pone al frente de la casa a la estéril, madre feliz de
hijos. Aleluya.
Lc 1, 51-53: Su poder se ejerce
con su brazo: desbarata a los soberbios en sus planes: derriba del trono a los
potentados y ensalza a los humildes: colma de bienes a los hambrientos y
despide vacíos a los ricos.
Hago secarse al árbol
verde.
Ez 21, 3: Profetiza así al
bosque austral: ¡Bosque austral, escucha la palabra del Señor! Esto dice el
Señor: Voy a prenderte un fuego que devore tus árboles verdes, tus árboles
secos. No se apagará la ardiente llamarada que abrasará todos los terrenos, desde
el sur hasta el norte.
Lc 23, 31: Porque si al árbol
lozano lo tratan así, ¿qué hará con el seco?
Notas
exegéticas.
17 22 (a) Después de la explicación
en prosa, prosigue el poema para anunciar la restauración futura, presentada
como una era mesiánica.
17 22 (b) El hebreo añade: “y yo
daré”, omitido por versiones y varios más.
Salmo
responsorial
Salmo 92 (91), 2-3.13-16
Es
bueno darte gracias, Señor. R/.
Es
bueno dar gracias al Señor
y
tocar para tu nombre, oh Altísimo;
proclamar
por la mañana tu misericordia
y
de noche tu fidelidad. R/.
El
justo crecerá como una palmera,
se
alzará como un cedro del Líbano:
plantado
en la casa del Señor,
crecerá
en los atrios de nuestro Dios. R/.
En
la vejez seguirá dando fruto
y
estará lozano y frondoso,
para
proclamar que el Señor es justo,
mi
roca, en quien no existe la maldad. R/.
Textos
paralelos.
Es bueno dar gracias a
Yahvé.
Sal 33, 1-3:
El justo florece como la
palma.
Sal 1, 3: Será como un árbol
plantado junto a acequias, que da fruto en su sazón y su follaje no se
marchita. Cuanto hace prospera.
Plantados en la Casa de
Yahvé.
Sal 52, 10: Pero yo, como verde
olivo en la casa de Dios, he confiado en la lealtad de Dios por siempre jamás.
Roca mía, en quien no hay
falsedad.
Dt 32, 4: Él es la Roca, sus
obras son perfectas, sus caminos son justos; es un Dios fiel, sin maldad, es
justo y recto.
Notas
exegéticas.
92 Himno didáctico que desarrolla la
doctrina tradicional de los Sabios: suerte feliz de los justos y ruina de los
malvados.
Segunda
lectura.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 6-10.
Hermanos:
Siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en
el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión.
Pero estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir
junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en
agradarlo. Porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para
recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenemos este cuerpo, sea el
bien o el mal.
Textos
paralelos.
Vivimos desterrados lejos
del Señor.
1 P 1, 1: De Pedro, apóstol de
Jesucristo, a los elegidos que residen en la dispersión del Ponto, Galacia,
Capadocia, Asia, Bitinia.
Estamos, pues, llenos de
buen ánimo.
1 Co 13, 12: Ahora vemos como
enigmas en un espejo, entonces veremos cara a cara. ahora conozco a medias,
entonces conoceré tan bien como soy conocido.
Rm 8, 24: Con esa esperanza nos
han salvado. Una esperanza que ya se ve, no es esperanza; pues, si ya lo ve
uno, ¿a qué esperarlo?
Preferimos salir de este
cuerpo para vivir con el Señor.
Flp 1, 21-23: Pues mi vida es
Cristo y morir es ganancia. Pero si m vida corporal va a producir fruto, no sé
que escoger. Las dos cosas tiran de mí: mi deseo es morir para estar con
Cristo, y eso es mucho mejor.
Todos nosotros
compadezcamos ante el tribunal de Cristo.
Mt 25, 19: Pasado mucho tiempo
se presentó el amo de los criados para pedirle cuentas.
Mt 25, 31-32: Cuando llegue el
Hijo del Hombre con majestad, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su
trono de gloria y comparecerán ante él todas las naciones. Él separará a unos
de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Jn 5, 27: Y, puesto que es
hombre le ha confiado el poder de juzgar.
Rm 14, 10: Tú, ¿por qué juzgas
a tu hermano?; tú, ¿por qué desprecias a tu hermano? Todos hemos de comparecer
ante el tribunal de Dios.
Hb 11, 6: Sin fe es imposible
agradarle. Quien se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los
que lo buscan.
Notas
exegéticas.
5 7 Ver 1 Co 13, 12. La fe es a la
visión clara como lo imperfecto es a lo perfecto. Texto importante que pone de
manifiesto el aspecto cognoscitivo de la fe.
5 8 Aquí y en Flp 1, 23, Pablo
piensa en una reunión del cristiano con Cristo inmediatamente después de la
resurrección final. Rm 2, 6 esta esperanza de una felicidad para el alma
separada denota una influencia griega que, por lo demás, era ya sensible en el
Judaísmo contemporáneo. Comparar el éxtasis del alma, separada del cuerpo en 2
Co 12, 2.
5 10 El texto opone solamente bien y
mal. En cambio, 1 Co 3, 11-15 tiene en cuenta una serie de grados y matices en
este juicio.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 4, 26-34.
En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
-El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semillas en la
tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va
creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero
los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se
mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo también:
-¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola
usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más
pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás
hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a
su sombra.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra,
acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus
discípulos se lo explicaba todo en privado.
Textos
paralelos.
El reino de Dios es como el caso de una
persona que siembra el grano en la tierra.
St 5, 7: Hermanos, tened
paciencia hasta que vuelva el Señor. Fijaos en el labrador cómo aguarda con
paciencia hasta recibir la lluvia temprana y tardía, con la esperanza del fruto
valioso de la tierra.
Cuando el fruto lo
admite, en seguida se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Jl 4, 13: Mano a la hoz, madura
está la mies: venid y pisad, repleto está el lagar; rebosan las cubas, porque
abunda la maldad.
Ap 14, 15-16: Salió otro ángel
del templo y gritó en voz alta al que estaba sentado en la nube: Mete la hoz y
siega porque llegó la hora de la siega, cuando la mies de la tierra esté bien
madura. El que estaba sentado en la nube metió la hoz en la tierra y la tierra
quedó segada.
Mc 4, 30-32 |
Mt 13, 31-32 |
Lc 13, 18-19 |
Decía también:
-¿Con qué compararemos el
reinado de Dios?, ¿con qué parábola lo explicaremos?
Con una semilla de mostaza:
cuando se siembra en tierra,
es la más pequeña de las
semillas;
después de sembrada crece y
se hace más alta que las demás hortalizas, y echa ramas tan grandes que las
aves pueden anidar a su sombra. |
Les contó otra parábola:
-El reinado de Dios se parece
a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo.
Es más menudo que las demás
semillas;
pero, cuando crece, es más
alto que otras hortalizas; se hace un árbol, vienen los pájaros y anidan en
sus ramas. |
Les decía:
-¿A quién se parece el
reinado de Dios?, ¿a qué lo compararé?
Se parece a un grano de
mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto;
crece, se hace un arbusto y
las aves anidan en sus ramas. |
Echa ramas tan grandes
que las aves del cielo anidan a su sombra.
Dn 4, 9: Su follaje era
hermoso, de sus frutos copiosos se alimentaban todos, bajo él se guarecían las
fieras agrestes y en sus ramas anidaban las aves del cielo; sustentaba a todos
los vivientes.
Dn 4, 18: De hermoso follaje y
frutos copiosos que sustentaban a todos, a cuya sombra habitaban las fieras
agrestes y en cuyo ramaje anidaban las aves del cielo.
Mc 4, 33-34 |
Mt 13, 34-35 |
Con muchas parábolas
semejantes les exponía el mensaje, adaptado a su capacidad.
Sin parábolas no les exponía
nada; pero en privado, a sus discípulos les explicaba todo. |
Todo esto se lo explicó Jesús
a la multitud con parábolas; y sin parábolas no les explicó nada.
Así se cumplió lo que anunció
el profeta: Voy a abrir la boca pronunciando parábolas, profiriendo cosas
ocultas desde la creación del mundo. |
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén
4 29 El Reino de Dios incluye en sí
mismo un principio de desarrollo, una fuerza secreta que le llevará hasta su
total perfección.
4 32 Ver Ez 17, 23: el Reino de
Dios se extenderá por todas las naciones.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
26-29
Esta
pequeña parábola, conservada solo por Mc, suena así literalmente: como un
hombre, (si) echó la semilla sobre la tierra, y (si) duerme y (si)
vela noche y día, y la semilla germina, etc. El reino de Dios, que va
desarrollándose lenta y trabajosamente en la historia humana, acabará
imponiéndose inexorablemente en el día que san Pablo llama “el día del Señor”
(1 Cor 1, 7). // COMO, ÉL NO (LO) SABE: o quizá: sin que él se de cuenta. //
AUTOMÁTICAMENTE: lit. automática (adjetivo griego con funciones de
adverbio, como en Lc 1, 35 santo = santamente), concordando con TIERRA.
30 Las preguntas
iniciales son fórmula introductoria habitual en las parábolas rabínicas. EL
REINO DE LOS CIELOS.
31-32
(ES)
COMO UN GRANO DE MOSTAZA: es lo que pasa con un grano de mostaza. // ES
MÁS PEQUEÑA…: lit. más pequeña siendo de todas las semillas de las sobre la
tierra; el matiz concesivo es claro en el texto griego: “Aunque es
la más pequeña cuando se siembra, sin embargo, UNA VEZ SEMBRADO…”.
33 ENTENDER: lit. oír.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
4, 30-32 La anterior parábola muestra
como la acción invisible del Espíritu Santo provoca el crecimiento del reino de
Dios. En el transcurso del tiempo, la extensión del reino se vuelve bastante
notable. Esta parábola expresa cómo el reino de Dios, igual que una semilla de
mostaza, comienza con una apariencia muy pequeña, pero crece en grandes
proporciones, teniendo efecto en el mundo entero. Cat. 851-854.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
851 El motivo de la misión. Del amor
de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación
y la fuerza de su impulso misionero: “Porque el amor de Cristo nos apremia…” (2
Co 5, 14). En efecto, “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 4). La salvación se encuentra en la
verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino
de la salvación; pero, la Iglesia, a quien esta verdad ha sido confiada, debe
ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el
designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.
852 Los caminos de la misión. “El
Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial” (S.
Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, 11). Él es quien
conduce la Iglesia por los caminos de la misión. Ella continua y desarrolla en
el curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a
evangelizar a los pobres; “impulsada por el Espíritu Santo, debe evangelizar
por el mismo camino por el que avanzó Cristo: esto es, el camino de la pobreza,
la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la
que surgió victorioso por su resurrección” (C. Vaticano II, Decreto Ad
gentes, 5). Es así como la “sangre de los mártires es semilla de los
cristianos” (Tertuliano, Apologetium, 50).
853 Pero en su peregrinación, la
Iglesia experimenta también “hasta que punto distan entre sí el mensaje que
ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el
Evangelio” (C. Vaticano II, Const. Pastoral Gaudium et spes, 43). Solo
avanzando por el camino de la conversión y la renovación y por el estrecho
sendero de la cruz es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo.
En efecto, “como Cristo realizó la obra de la redención en la pobreza y en la
persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para
comunicar a los hombres los bienes de la salvación” (C. Vaticano II, Const.
dogmática Lumen gentium, 8).
854 Por su propia misión, “la
Iglesia […] avanza junto a toda la humanidad y experimenta la misma suerte
terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que
debe ser renovada y transformada en familia de Dios” (C. Vaticano II, GS, 40).
El Esfuerzo misionero exige entonces la paciencia. Comienza con el anuncio del
Evangelio a los pueblos y a los grupos que no creen en Cristo (Juan Pablo II,
RM, 42-47); continúa con el establecimiento de comunidades cristianas, “signo
de la presencia de Dios en el mundo” (C. Vaticano II, AG, 15), y la fundación
de las Iglesias locales; se implica en un proceso de inculturación para así
encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos; en este proceso no
faltarán también los fracasos. “En cuanto se refiere a los hombres, grupos y
pueblos, solamente de forma gradual los toca y los penetra y de este modo los
incorpora a la plenitud católica” (C. Vaticano II, AG, 6).
Concilio
Vaticano II
El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. En efecto,
el Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir,
de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras:
“Se ha cumplido y ha llegado el Reino de Dios” (Mc 1, 15). Este reino se
manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de
Cristo. En efecto, la palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el
campo (cf. 4, 14): los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de
Cristo han acogido el Reino; después la semilla por sí misma germina y crece
hasta el tiempo de la siega (cf. Mc 4, 26-29). También los milagros demuestran
que el Reino de Jesús ha llegado ya a la tierra: “Si echo los demonios con el
poder de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado ya a vosotros” (Lc 11, 20).
pero, ante todo, el Reino se manifiesta en la propia persona de Cristo, Hijo de
Dios e Hijo del hombre, que vino “a servir y dar su vida en rescate por muchos”
(Mc 10, 45).
Pero Jesús, después de sufrir la muerte de cruz por los hombres y de
resucitar, apareció constituido Señor, Cristo y Sacerdote para siempre y
derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre. Por eso la
Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus
mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar
y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye
el germen y el comienzo de este Reino en la tierra. Mientras va creciendo poco
a poco, anhela la plena realización del Reino y espera y desea con todas sus
fuerzas reunirse con su Rey en la gloria.
Constitución dogmática Lumen gentium, 5.
Comentarios de los Santos Padres.
Cuando concebimos buenos deseos, echamos la semilla en la tierra; cuando
comenzamos a obrar bien, somos hierba, y cuando, progresando en el bien obrar,
crecemos, llegamos a espigas, y cuando ya estamos firmes en obrar el bien con
perfección, ya llevamos en la espiga el grano maduro.
Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, 2, 3, 5. II, pg. 115.
Así, también, la justicia – pues justicia y creación manifiestan al mismo
Dios – al comienzo estaba como en sus rudimentos, teniendo a Dios por
naturaleza; ,después llegó a la infancia por medio de la Ley y los profetas;
más tarde alcanza la lozanía de la juventud mediante el Evangelio, y entonces
llega la madurez gracias al Paráclito.
Tertuliano, El velo de las vírgenes, 1, 5-7. II, pg. 115.
La semilla de la palabra ha llegado a crecer tanto que de ella ha nacido
un árbol: la Iglesia de Cristo extendida por todo el orbe de la tierra, de
manera que las aves establecen en ella sus nidos, o sea, los ángeles de Dios y
las almas sublimes.
Atanasio. Fragmentos, 7, 2. II, pg. 116.
Cristo en cuanto hombre recibió el grano de mostaza, recibió el reino de
Dios el hombre Cristo, aunque como Dios siempre lo tuvo. Lo sembró en su
huerto. El Cantar de los Cantares recuerda a la esposa de este huerto, cuando
dice: “Huerto cercado”. Huerto cultivado por el arado del Evangelio extendido
por todo el universo, cercado por los espinos de la disciplina, purificado de
toda mala hierba por el trabajo de los apóstoles, con las plantas de los
fieles, los lirios de las vírgenes, las rosas de los mártires, delicioso por su
variedad y hermoso por las flores sempiternas. Tal es el grano de mostaza que
Cristo plantó en su huerto, es decir, mediante la promesa de su reino,
enraizado en los patriarcas, nacido con los profetas, que ha crecido con los
apóstoles y se ha hecho árbol grande en la Iglesia y ha dado enormes ramas como
regalos.
Pedro Crisólogo. Homilías, 98, 3.5.6. II, pg. 118.
San Agustín.
“¿Qué significa caminar?”. Os respondo en pocas
palabras: “Avanzar”, no sea que, por no entenderlo, caminéis con mayor pereza.
Avanzad, hermanos míos; examinaos continuamente sin engañaros, sin adularos ni
pasaros la mano. nadie hay contigo en tu interior ante el que te avergüences o
te jactes. Allí hay alguien, pero a este le agrada la humildad; sea él quien te
ponga a prueba. Pero hazlo también tú mismo. Desagrádete siempre lo que eres si
quieres llegar a lo que aún no eres, pues donde encontraste agrado, allí te
paraste. Cuando digas: “Es suficiente”, entonces pereciste. Añade siempre algo,
camina continuamente, avanza sin parar; no te pares en el camino, no
retrocedas, no te desvíes. Quien no avanza, está parado; quien vuelve al lugar
de donde había partido, retrocede; quien apostata, se desvía. Prefiero a un
cojo por el camino antes que a un corredor fuera de él.
Sermón 169, 18.
S. Juan de Ávila
Pues sabed que el reino de Dios está dentro de
vosotros. No penséis que el reino de Dios es tener muchas viñas y muchos
olivares. En el ánima adonde viniere amor de Dios y del prójimo y adonde
hobiere muchas virtudes, ahí está encerrado el reino de Dios; en el ánima que a
Dios obedeciere, está metido su reino.
Domingo III de Adviento, 8. III, pg. 38.
Papa Francisco. Regina Coeli. 14
de junio de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy está formado por dos parábolas
muy breves: la de la semilla que germina y crece sola, y la del grano de
mostaza (cf. Mc 4, 26–34). A través de estas imágenes tomadas del mundo rural,
Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su Reino,
mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso en la
historia.
En la primera parábola la atención se centra en el
hecho que la semilla, echada en la tierra, se arraiga y desarrolla por sí
misma, independientemente de que el campesino duerma o vele. Él confía en el
poder interior de la semilla misma y en la fertilidad del terreno. En el
lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios, cuya
fecundidad recuerda esta parábola. Como la humilde semilla se desarrolla en
la tierra, así la Palabra actúa con el poder de Dios en el corazón de quien
la escucha. Dios ha confiado su Palabra a nuestra tierra, es decir, a cada
uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad. Podemos tener confianza,
porque la Palabra de Dios es palabra creadora, destinada a convertirse en «el
grano maduro en la espiga» (v. 28). Esta Palabra si es acogida, da
ciertamente sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través
de caminos que no siempre podemos verificar y de un modo que no conocemos
(cf. v. 27). Todo esto nos hace comprender que es siempre Dios, es siempre
Dios quien hace crecer su Reino —por esto rezamos mucho «venga a nosotros
tu Reino»—, es Él quien lo hace crecer, el hombre es su humilde colaborador,
que contempla y se regocija por la acción creadora divina y espera con
paciencia sus frutos.
La Palabra de Dios hace crecer, da vida. Y aquí
quisiera recordaros otra vez la importancia de tener el Evangelio, la Biblia,
al alcance de la mano —el Evangelio pequeño en el bolsillo, en la cartera— y
alimentarnos cada día con esta Palabra viva de Dios: leer cada día un pasaje
del Evangelio, un pasaje de la Biblia. Jamás olvidéis esto, por favor.
Porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del reino de
Dios.
La segunda parábola utiliza la imagen del grano de
mostaza. Aun siendo la más pequeña de todas las semillas, está llena de vida y
crece hasta hacerse «más alta que las demás hortalizas» (Mc 4, 32). Y así es
el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante.
Para entrar a formar parte de él es necesario ser
pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder
del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino
preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y
humildes. Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo
y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que fermenta toda la
masa del mundo y de la historia.
De estas dos parábolas nos llega una enseñanza
importante: el Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre
todo, iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente
pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se la sitúa en
la obra de Dios no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor es
segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en
la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los
dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del
bien y de la paz germina y se desarrolla, porque el amor misericordioso de Dios
hace que madure.
Que la santísima Virgen, que acogió como «tierra
fecunda» la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que
nunca nos defrauda.
Papa Francisco. Regina Coeli. 17
de junio de 2018.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En la página del Evangelio de hoy (cf. Marcos 4,
26-34), Jesús habla a la multitud del Reino de Dios y del los dinamismos de su
crecimiento, y lo hace contando dos breves parábolas.
En la primera parábola (cf. vv. 26-29), el Reino de
Dios se compara con el crecimiento misterioso de la semilla, que se lanza al
terreno y después germina, crece y produce trigo, independientemente del
cuidado cotidiano, que al finalizar la maduración se recoge. El mensaje de esta
parábola lo que nos enseña es esto: mediante la predicación y la acción de
Jesús, el Reino de Dios es anunciado, irrumpe en el campo del mundo y, como la
semilla, crece y se desarrolla por sí mismo, por fuerza propia y según criterios
humanamente no descifrables. Esta, en su crecer y brotar dentro de la
historia, no depende tanto de la obra del hombre, sino que es sobre todo
expresión del poder y de la bondad de Dios, de la fuerza del Espíritu Santo
que lleva adelante la vida cristiana en el Pueblo de Dios. A veces la historia,
con sus sucesos y sus protagonistas, parece ir en sentido contrario al designio
del Padre celestial, que quiere para todos sus hijos la justicia, la
fraternidad, la paz. Pero nosotros estamos llamados a vivir estos periodos como
temporadas de prueba, de esperanza y de espera vigilante de la cosecha. De
hecho, ayer como hoy, el Reino de Dios crece en el mundo de forma misteriosa,
de forma sorprendente, desvelando el poder escondido de la pequeña semilla, su
vitalidad victoriosa. Dentro de los pliegues de eventos personales y
sociales que a veces parecen marcar el naufragio de la esperanza, es necesario
permanecer confiados en el actuar tenue pero poderoso de Dios. Por eso,
en los momentos de oscuridad y de dificultad nosotros no debemos desmoronarnos,
sino permanecer anclados en la fidelidad de Dios, en su presencia que
siempre salva. Recordad esto: Dios siempre salva. Es el salvador.
En la segunda parábola (cf. vv. 30-32), Jesús
compara el Reino de Dios con un grano de mostaza. Es un semilla muy pequeña, y
sin embargo se desarrolla tanto que se convierte en la más grande de todas las
plantas del huerto: un crecimiento imprevisible, sorprendente. No es fácil para
nosotros entrar en esta lógica de la imprevisibilidad de Dios y aceptarla en
nuestra vida. Pero hoy el Señor nos exhorta a una actitud de fe que supera
nuestros proyectos, nuestros cálculos, nuestras previsiones. Dios es siempre el
Dios de las sorpresas. El Señor siempre nos sorprende. Es una invitación a
abrirnos con más generosidad a los planes de Dios, tanto en el plano personal
como en el comunitario. En nuestras comunidades es necesario poner atención
en las pequeñas y grandes ocasiones de bien que el Señor nos ofrece, dejándonos
implicar en sus dinámicas de amor, de acogida y de misericordia hacia todos.
La autenticidad de la misión de la Iglesia no está dada por el éxito o por
la gratificación de los resultados, sino por el ir adelante con la valentía de
la confianza y la humildad del abandono en Dios. Ir adelante en la
confesión de Jesús y con la fuerza del Espíritu Santo. Es la consciencia de ser
pequeños y débiles instrumentos, que en las manos de Dios y con su gracia
pueden cumplir grandes obras, haciendo progresar su Reino que es «justicia, paz
y gozo en el Espíritu Santo» (Romanos 14, 17). Que la Virgen María nos ayude a
ser sencillos, a estar atentos, para colaborar con nuestra fe y con nuestro
trabajo en el desarrollo del Reino de Dios en los corazones y en la historia.
Papa Francisco. Regina Coeli. 13 de junio de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Las parábolas que hoy nos presenta la Liturgia —dos
parábolas— se inspiran en la vida ordinaria, y revelan la mirada atenta de
Jesús, que observa la realidad y, mediante pequeñas imágenes cotidianas, abre
ventanas hacia el misterio de Dios y la historia humana. Jesús hablaba en un
modo fácil de entender, hablaba con imágenes de la realidad, de la vida
cotidiana. Así, nos enseña que incluso las cosas de cada día, esas que a
veces parecen todas iguales y que llevamos adelante con distracción o
cansancio, están habitadas por la presencia escondida de Dios, es decir, tienen
un significado. Por tanto, necesitamos ojos atentos para saber “buscar y
hallar a Dios en todas las cosas”.
Hoy Jesús compara el Reino de Dios, esto es, su
presencia que habita el corazón de las cosas y del mundo, con el grano de
mostaza, la semilla más pequeña que hay: es pequeñísima. Sin embargo, arrojada
a la tierra, crece hasta convertirse en el árbol más grande (cf. Mc 4,31-32).
Así hace Dios. A veces, el fragor del mundo y las muchas actividades que llenan
nuestras jornadas nos impiden detenernos y vislumbrar cómo el Señor conduce la
historia. Y sin embargo —asegura el Evangelio— Dios está obrando, como una
pequeña semilla buena que silenciosa y lentamente germina. Y, poco a poco,
se convierte en un árbol frondoso que da vida y reparo a todos. También la
semilla de nuestras buenas obras puede parecer poca cosa; mas todo lo que es
bueno pertenece a Dios y, por tanto, humilde y lentamente, da fruto. El
bien —recordémoslo— crece siempre de modo humilde, de modo escondido, a menudo
invisible.
Queridos hermanos y hermanas, con esta parábola
Jesús quiere infundirnos confianza. De hecho, en muchas situaciones de la
vida puede suceder que nos desanimemos al ver la debilidad del bien respecto a
la fuerza aparente del mal. Y podemos dejar que el desánimo nos paralice cuando
constatamos que nos hemos esforzado pero no hemos obtenido resultados y parece
que las cosas nunca cambian. El Evangelio nos pide una mirada nueva sobre
nosotros mismos y sobre la realidad; pide que tengamos ojos grandes que saben ver
más allá, especialmente más allá de las apariencias, para descubrir la
presencia de Dios que, como amor humilde, está siempre operando en el
terreno de nuestra vida y en el de la historia.
Y esta es nuestra confianza, es esto lo que nos da
fuerzas para seguir adelante cada día con paciencia, sembrando el bien que dará
fruto. ¡Qué importante es esta actitud para salir bien de la pandemia! Cultivar
la confianza de estar en las manos de Dios y, al mismo tiempo, esforzarnos
todos por reconstruir y recomenzar, con paciencia y constancia.
También en la Iglesia puede arraigar la cizaña
del desánimo, sobre todo cuando asistimos a la crisis de la fe y al fracaso de
varios proyectos e iniciativas. Pero no olvidemos nunca que los resultados de
la siembra no dependen de nuestras capacidades: dependen de la acción de Dios.
A nosotros nos toca sembrar, y sembrar con amor, con esfuerzo, con paciencia.
Pero la fuerza de la semilla es divina. Lo explica Jesús en la otra parábola de
hoy: el campesino arroja la semilla y luego no sabe cómo produce fruto, porque
es la semilla misma la que crece de manera espontánea, durante el día, por la
noche, cuando él menos se lo espera (cf. vv. 26-29). Con Dios siempre hay
esperanza de nuevos brotes, incluso en los terrenos más áridos.
Que María Santísima, la humilde sierva del Señor,
nos enseñe a ver la grandeza de Dios que obra en las cosas pequeñas, y a vencer
la tentación del desánimo: fiémonos de Él cada día.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 17 de
junio de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de hoy nos propone dos breves parábolas
de Jesús: la de la semilla que crece por sí misma y la del grano de mostaza
(cf. Mc 4, 26-34). A través de imágenes tomadas del mundo de la agricultura,
el Señor presenta el misterio de la Palabra y del reino de Dios, e indica las
razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso.
En la primera parábola la atención se centra en el
dinamismo de la siembra: la semilla que se echa en la tierra, tanto si el
agricultor duerme como si está despierto, brota y crece por sí misma. El hombre
siembra con la confianza de que su trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene
al agricultor en su trabajo diario es precisamente la confianza en la fuerza de
la semilla y en la bondad de la tierra. Esta parábola se refiere al misterio
de la creación y de la redención, de la obra fecunda de Dios en la
historia. Él es el Señor del Reino; el hombre es su humilde colaborador, que
contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera pacientemente sus
frutos. La cosecha final nos hace pensar en la intervención conclusiva
de Dios al final de los tiempos, cuando él realizará plenamente su reino.
Ahora es el tiempo de la siembra, y el Señor asegura su crecimiento. Todo
cristiano, por tanto, sabe bien que debe hacer todo lo que esté a su alcance,
pero que el resultado final depende de Dios: esta convicción lo sostiene en el
trabajo diario, especialmente en las situaciones difíciles. A este propósito
escribe san Ignacio de Loyola: «Actúa como si todo dependiera de ti,
sabiendo que en realidad todo depende de Dios» (cf. Pedro de Ribadeneira,
Vida de san Ignacio de Loyola).
La segunda parábola utiliza también la imagen de la
siembra. Aquí, sin embargo, se trata de una semilla específica, el grano de
mostaza, considerada la más pequeña de todas las semillas. Pero, a pesar de su
pequeñez, está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el
terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que
las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la
semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una
realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los
que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por
quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a
través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es
aparentemente insignificante.
La imagen de la semilla es particularmente querida
por Jesús, ya que expresa bien el misterio del reino de Dios. En las dos
parábolas de hoy ese misterio representa un «crecimiento» y un «contraste»:
el crecimiento que se realiza gracias al dinamismo presente en la semilla misma
y el contraste que existe entre la pequeñez de la semilla y la grandeza de lo
que produce. El mensaje es claro: el reino de Dios, aunque requiere nuestra
colaboración, es ante todo don del Señor, gracia que precede al hombre y a sus
obras. Nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente ante los problemas
del mundo, si se suma a la de Dios no teme obstáculos, porque la victoria del
Señor es segura. Es el milagro del amor de Dios, que hace germinar y crecer
todas las semillas de bien diseminadas en la tierra. Y la experiencia de
este milagro de amor nos hace ser optimistas, a pesar de las dificultades, los
sufrimientos y el mal con que nos encontramos. La semilla brota y crece,
porque la hace crecer el amor de Dios. Que la Virgen María, que acogió como
«tierra buena» la semilla de la Palabra divina, fortalezca en nosotros esta fe
y esta esperanza.
Francisco. Catequesis. Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El
Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra
esperanza. 2. "El viento sopla donde quiere". Donde está el Espíritu
de Dios hay libertad
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis de hoy, me gustaría reflexionar
con ustedes sobre el nombre con el que se llama al Espíritu Santo en la Biblia.
Lo primero que conocemos de una persona es su
nombre. Por él la llamamos, la distinguimos, y la recordamos. La tercera
persona de la Trinidad también tiene un nombre: se llama Espíritu Santo. Pero
“Espíritu” es la versión latinizada. El nombre del Espíritu, aquel por
el que lo conocieron los primeros destinatarios de la revelación, con el que lo
invocaron los profetas, los salmistas, María, Jesús y los Apóstoles, es
Ruah, que significa soplo, viento, aliento.
En la Biblia, el nombre es tan importante que casi
se identifica con la persona misma. Santificar el nombre de Dios es santificar
y honrar a Dios mismo. Nunca es un apelativo meramente convencional: siempre
dice algo sobre la persona, su origen, su misión. Lo mismo ocurre con el nombre
Ruah. Contiene la primera revelación fundamental sobre la persona y la función
del Espíritu Santo.
Precisamente mediante la observación del viento y
sus manifestaciones, los escritores bíblicos fueron conducidos por Dios a
descubrir un “viento” de naturaleza diferente. No es casualidad que en
Pentecostés el Espíritu Santo descendiera sobre los Apóstoles acompañado por el
“ruido de un viento impetuoso”. (cf. Hch 2,2). Fue como si el Espíritu Santo
quisiera poner su firma a lo que estaba sucediendo.
¿Qué nos dice, pues, su nombre, Ruah, sobre el
Espíritu Santo? La imagen del viento sirve ante todo para expresar el poder
del Espíritu Santo. “Espíritu y poder”, o “poder del Espíritu” es una
combinación recurrente en toda la Biblia. De hecho, el viento es una fuerza
arrolladora, una fuerza indomable, es capaz incluso de mover los océanos.
Pero también en este caso, para descubrir el pleno
significado de las realidades de la Biblia, no hay que detenerse en el Antiguo
Testamento, sino llegar a Jesús. Junto al poder, Jesús destacará otra
característica del viento, la de su libertad. A Nicodemo, que le visita por
la noche, Jesús le dice solemnemente: “El viento sopla donde quiere, y oyes su
voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va: así es todo el que nace del
Espíritu” (Jn 3, 8).
El viento es la única cosa que no se puede
embridar, no se puede “embotellar” ni encerrar. Intentamos “embotellar” o
encajonar el viento: no es posible, es libre. Pretender encerrar al Espíritu
Santo en conceptos, definiciones, tesis o tratados, como a veces ha
intentado hacer el racionalismo moderno, significa perderlo, anularlo,
reducirlo al espíritu puramente humano, un espíritu simple. Existe,
sin embargo, una tentación similar en el ámbito eclesiástico, y es la de
querer encerrar al Espíritu Santo en cánones, instituciones, definiciones. El
Espíritu crea y anima las instituciones, pero Él mismo no puede ser
“institucionalizado”, “cosificado”. El viento sopla “donde quiere”; del
mismo modo, el Espíritu distribuye sus dones “como quiere” (1 Cor 12, 11)
San Pablo hará de todo esto la ley fundamental del
obrar cristiano cristiana: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad” (2 Co 3.17), dice él. Una persona libre, un cristiano libre, es aquel
que tiene el Espíritu del Señor. Esta es una libertad totalmente especial, muy
distinta de la que se entiende comúnmente. No es libertad para hacer lo que
uno quiera, ¡sino libertad para hacer libremente lo que Dios quiera! No
libertad para hacer el bien o el mal, sino libertad para hacer el bien y
hacerlo libremente, es decir, por atracción, no por constricción. En otras
palabras, libertad de hijos, no de esclavos.
San Pablo es muy consciente de los abusos o
malentendidos que se pueden hacer de esta libertad; escribe a los gálatas:
«…ustedes, hermanos, a libertad fueron llamados; solo que no usen la libertad
como pretexto para la carne, sino sírvanse por amor los unos a los otros» (Gal
5, 13). Se trata de una libertad que se expresa en lo que parece ser su
opuesto, se expresa en el servicio, y en el servicio está la verdadera
libertad.
Sabemos bien cuándo esta libertad se convierte en
un “pretexto para la carne”. Pablo hace una lista siempre actual: «Fornicación,
impureza, libertinaje, idolatría, brujería, enemistades, discordias, celos,
disensiones, divisiones, facciones, envidias, borracheras, orgías y cosas
semejantes» (Gal 5,19-21). Pero también lo es la libertad que permite a los
ricos explotar a los pobres, es una fea libertad la que permite a los fuertes
explotar a los débiles y a todos explotar impunemente el medio ambiente. Esta es
una libertad fea, no es la libertad del Espíritu.
Hermanos y hermanas, ¿de dónde sacamos esta
libertad del Espíritu, tan contraria a la libertad del egoísmo? La respuesta
está en las palabras que Jesús dirigió un día a sus oyentes: «Si el Hijo los
hace libres, serán realmente libres» (Jn 8: 36). La libertad que nos da Jesús.
Pidamos a Jesús que nos haga, a través de su Espíritu Santo, hombres y mujeres
auténticamente libres. Libres para servir, en el amor y la alegría. ¡Gracias!
MISA DE NIÑOS. XI
T.ORDINARIO.
Monición de entrada.
Buenos días.
La misa de cada domingo es cuando nos encontramos con
Jesús.
Así en cada misa vamos conociendo un poquito más de Él.
Y Él va ayudándonos a ser obedientes a lo que nos enseña.
Señor, ten
piedad.
Ayúdanos a ser buenos cristianos. Señor, ten piedad.
Queremos ser tus amigos. Cristo, ten piedad.
Aumenta la amistad contigo. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco, para que le ayudes a que crezca
en su corazón la fe, la esperanza y el amor. Te lo pedimos Señor.
-Por la Iglesia, para que confíe en Jesús que conduce la
barca al puerto. Te lo pedimos Señor.
-Por las personas que están cansadas de sufrir, para que
les ayudes a no perder la esperanza de que tú les ayudas. Te lo pedimos, Señor.
-Por las personas que creen que Jesús fue una gran
persona, para que tengan fe. Te lo pedimos, Señor.
-Por nosotros, para que unidos a Jesús seamos cada día
personas nuevas. Te lo pedimos Señor.
Acción de gracias.
Virgen María,
queremos darte las gracias por Jesús. Porque él nos ayuda cuanto tenemos miedo,
estamos enfermos o preocupados.
EXPERIENCIA.
Entra en este enlace. https://www.youtube.com/watch?v=dJiSUP_PQI8
Abre el vídeo y cierra
los ojos. Escucha la música.
Abre los ojos y
silencia el vídeo. Mira las imágenes.
Míralo con la música:
¿Cómo te sientes?
Trata de completarlo
con imágenes de tu entorno, desde que te has levantado o en los días pasados.
Recuerda gestos
semejantes de tu madre, tu padre, tus hermanos o primos, tus abuelos, tus
vecinos, etc.
¿Qué gestos de amor
encuentras en la parroquia? ¿En la eucaristía, los sacramentos, la catequesis,
los Juniors, Cáritas, etc.?
REFLEXIÓN.
Lee el evangelio de este
domingo.
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 4, 26-34.
En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
-El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semillas en la
tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va
creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero
los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se
mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo también:
-¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola
usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más
pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás
hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a
su sombra.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra,
acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus
discípulos se lo explicaba todo en privado.
Después de leer el texto
permanece en silencio dos minutos, sin pensar en nada, dejando que la semilla
repose en tu interior.
Mastica esta Palabra,
cultívala: imagina a los discípulos atentos, escuchando a Jesús, sus miradas,
la mirada y los gestos de Jesús, el labrador sembrando la semilla.
La semilla va creciendo: vuelve
a mirar el vídeo y escoge imágenes que representen este crecimiento.
La semilla se transforma en un
árbol donde hallan cobijo los pajarillos: escoge escenas del vídeo donde
encuentres personas que arropan a los demás.
COMPROMISO.
Abre los ojos. Proponte cada mañana abrirlos
para ir descubriendo infinidad de gestos y miradas que irradian ternura,
comprensión, acogida, …
Busca en las fotos que tienes de los
campamentos por ejemplo, semejantes a las del vídeo.
Publica una de ellas en Instagram u otras
redes o aplicaciones, con una frase del evangelio de este domingo.
CELEBRACIÓN.
Cierra
los ojos, junta las manos, recuerda momentos de tu vida donde la mirada de
quienes te querían fueron árbol en el que te cobijaste en medio del chaparrón,
reza por esas personas.
BIBLIOGRAFÍA.
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal
Española. BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
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de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.
Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia
Católica. BAC. Madrid. 2016.
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la Sede. Primera
edición: 1983. Coeditores Litúrgicos. Barcelona. 2004.
Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios
de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio
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Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por
los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 2. Evangelio según san Marcos. Ciudad
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Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por
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Nueva. Madrid. 2006.
Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por
los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 4a. Evangelio según san Juan
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San Juan de Ávila. Obras Completas i. Audi, filia – Pláticas –
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San Juan
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Sermones. BAC. Madrid. 2015.
San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.
San Juan de la Cruz. Obras completas. Sígueme. Salamanca.
1992.
Francisco. Fratelli Tutti. www.vatican.va
Mercedes Navarro Puerto. Marcos.
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Homilética. Sal Terrae. 2020/6.
Noel Quesson. 50 salmos para todos los días.
Paulinas. Bogota-Colombia. 1988. En: mercaba.org.
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