lunes, 10 de junio de 2024

210. Domingo 11 Tiempo Ordinario. 16 de junio de 2024.


 Primera lectura.

Lectura de la profecía de Ezequiel 17, 22-24

Esto dice el Señor Dios:

-También yo había escogido una rama de la cima del alto cedro y la había plantado; de las más altas y jóvenes ramas arrancaré una tierna y la plantaré en la cumbre de un monte elevado; la plantaré en una montaña alta de Israel, echará brotes y dará fruto. Se hará un cedro magnífico. Aves de todas las clases anidarán en él, anidarán al abrigo de sus ramas. Y reconocerán todos los árboles del campo que yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado y exalto al humilde, hago secarse el árbol verde y florecer el árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.

 

Textos paralelos.

 Lo plantaré yo mismo.

Ez 20, 40: Porque en mi santo monte, en el más alto monte de Israel – oráculo del Señor –, allí en la tierra, me servirá la casa de Israel toda entera. Allí los aceptaré, allí os pediré vuestros tributos, vuestras primicias y vuestros dones sagrados.

Toda clase de aves morarán a la sombra de sus ramas.

Ez 31, 6: Anidaban en su ramaje las aves del cielo, parían bajo su copa las fieras salvajes, a su sombra se cobijaba muchedumbre de pueblos.

Mt 13, 32: Es más menudo que las demás semillas; pero, cuando crece, es más alto que otras hortalizas; se hace un árbol, vienen los pájaros y anidan en sus ramas.

Humillo al árbol elevado.

Sal 113, 7-9: Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los nobles, con los nobles de su pueblo, y pone al frente de la casa a la estéril, madre feliz de hijos. Aleluya.

Lc 1, 51-53: Su poder se ejerce con su brazo: desbarata a los soberbios en sus planes: derriba del trono a los potentados y ensalza a los humildes: colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos.

Hago secarse al árbol verde.

Ez 21, 3: Profetiza así al bosque austral: ¡Bosque austral, escucha la palabra del Señor! Esto dice el Señor: Voy a prenderte un fuego que devore tus árboles verdes, tus árboles secos. No se apagará la ardiente llamarada que abrasará todos los terrenos, desde el sur hasta el norte.

Lc 23, 31: Porque si al árbol lozano lo tratan así, ¿qué hará con el seco?

 

Notas exegéticas.

17 22 (a) Después de la explicación en prosa, prosigue el poema para anunciar la restauración futura, presentada como una era mesiánica.

17 22 (b) El hebreo añade: “y yo daré”, omitido por versiones y varios más.

 

Salmo responsorial

Salmo 92 (91), 2-3.13-16

 

Es bueno darte gracias, Señor. R/.

Es bueno dar gracias al Señor

y tocar para tu nombre, oh Altísimo;

proclamar por la mañana tu misericordia

y de noche tu fidelidad.  R/.

 

El justo crecerá como una palmera,

se alzará como un cedro del Líbano:

plantado en la casa del Señor,

crecerá en los atrios de nuestro Dios. R/.

 

En la vejez seguirá dando fruto

y estará lozano y frondoso,

para proclamar que el Señor es justo,

mi roca, en quien no existe la maldad. R/.

 

Textos paralelos.

 

Es bueno dar gracias a Yahvé.

Sal 33, 1-3:

El justo florece como la palma.

Sal 1, 3: Será como un árbol plantado junto a acequias, que da fruto en su sazón y su follaje no se marchita. Cuanto hace prospera.

Plantados en la Casa de Yahvé.

Sal 52, 10: Pero yo, como verde olivo en la casa de Dios, he confiado en la lealtad de Dios por siempre jamás.

Roca mía, en quien no hay falsedad.

Dt 32, 4: Él es la Roca, sus obras son perfectas, sus caminos son justos; es un Dios fiel, sin maldad, es justo y recto.

 

Notas exegéticas.

92 Himno didáctico que desarrolla la doctrina tradicional de los Sabios: suerte feliz de los justos y ruina de los malvados.

 

Segunda lectura.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 6-10.

Hermanos:

Siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión. Pero estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo. Porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenemos este cuerpo, sea el bien o el mal.

 

Textos paralelos.

Vivimos desterrados lejos del Señor.

1 P 1, 1: De Pedro, apóstol de Jesucristo, a los elegidos que residen en la dispersión del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia, Bitinia.

Estamos, pues, llenos de buen ánimo.

1 Co 13, 12: Ahora vemos como enigmas en un espejo, entonces veremos cara a cara. ahora conozco a medias, entonces conoceré tan bien como soy conocido.

Rm 8, 24: Con esa esperanza nos han salvado. Una esperanza que ya se ve, no es esperanza; pues, si ya lo ve uno, ¿a qué esperarlo?

Preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor.

Flp 1, 21-23: Pues mi vida es Cristo y morir es ganancia. Pero si m vida corporal va a producir fruto, no sé que escoger. Las dos cosas tiran de mí: mi deseo es morir para estar con Cristo, y eso es mucho mejor.

Todos nosotros compadezcamos ante el tribunal de Cristo.

Mt 25, 19: Pasado mucho tiempo se presentó el amo de los criados para pedirle cuentas.

Mt 25, 31-32: Cuando llegue el Hijo del Hombre con majestad, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria y comparecerán ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.

Jn 5, 27: Y, puesto que es hombre le ha confiado el poder de juzgar.

Rm 14, 10: Tú, ¿por qué juzgas a tu hermano?; tú, ¿por qué desprecias a tu hermano? Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios.

Hb 11, 6: Sin fe es imposible agradarle. Quien se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que lo buscan.

 

Notas exegéticas.

5 7 Ver 1 Co 13, 12. La fe es a la visión clara como lo imperfecto es a lo perfecto. Texto importante que pone de manifiesto el aspecto cognoscitivo de la fe.

5 8 Aquí y en Flp 1, 23, Pablo piensa en una reunión del cristiano con Cristo inmediatamente después de la resurrección final. Rm 2, 6 esta esperanza de una felicidad para el alma separada denota una influencia griega que, por lo demás, era ya sensible en el Judaísmo contemporáneo. Comparar el éxtasis del alma, separada del cuerpo en 2 Co 12, 2.

5 10 El texto opone solamente bien y mal. En cambio, 1 Co 3, 11-15 tiene en cuenta una serie de grados y matices en este juicio.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 26-34.

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:

-El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semillas en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.

Dijo también:

-¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra.

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

 

Textos paralelos.

 El reino de Dios es como el caso de una persona que siembra el grano en la tierra.

St 5, 7: Hermanos, tened paciencia hasta que vuelva el Señor. Fijaos en el labrador cómo aguarda con paciencia hasta recibir la lluvia temprana y tardía, con la esperanza del fruto valioso de la tierra.

Cuando el fruto lo admite, en seguida se mete la hoz, porque ha llegado la siega.

Jl 4, 13: Mano a la hoz, madura está la mies: venid y pisad, repleto está el lagar; rebosan las cubas, porque abunda la maldad.

Ap 14, 15-16: Salió otro ángel del templo y gritó en voz alta al que estaba sentado en la nube: Mete la hoz y siega porque llegó la hora de la siega, cuando la mies de la tierra esté bien madura. El que estaba sentado en la nube metió la hoz en la tierra y la tierra quedó segada.

Mc 4, 30-32

Mt 13, 31-32

Lc 13, 18-19

Decía también:

 

-¿Con qué compararemos el reinado de Dios?, ¿con qué parábola lo explicaremos?

 

Con una semilla de mostaza: cuando se siembra en tierra,

 

 

 

 

es la más pequeña de las semillas;

 

después de sembrada crece y se hace más alta que las demás hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves pueden anidar a su sombra.

Les contó otra parábola:

 

 

 

 

 

-El reinado de Dios se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo.

 

Es más menudo que las demás semillas;

 

pero, cuando crece, es más alto que otras hortalizas; se hace un árbol, vienen los pájaros y anidan en sus ramas.

Les decía:

 

-¿A quién se parece el reinado de Dios?, ¿a qué lo compararé?

 

Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto;

 

 

 

 

 

 

crece, se hace un arbusto y las aves anidan en sus ramas.

Echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.

Dn 4, 9: Su follaje era hermoso, de sus frutos copiosos se alimentaban todos, bajo él se guarecían las fieras agrestes y en sus ramas anidaban las aves del cielo; sustentaba a todos los vivientes.

Dn 4, 18: De hermoso follaje y frutos copiosos que sustentaban a todos, a cuya sombra habitaban las fieras agrestes y en cuyo ramaje anidaban las aves del cielo.

 

Mc 4, 33-34

Mt 13, 34-35

Con muchas parábolas semejantes les exponía el mensaje, adaptado a su capacidad.

 

Sin parábolas no les exponía nada; pero en privado, a sus discípulos les explicaba todo.

Todo esto se lo explicó Jesús a la multitud con parábolas; y sin parábolas no les explicó nada.

 

Así se cumplió lo que anunció el profeta: Voy a abrir la boca pronunciando parábolas, profiriendo cosas ocultas desde la creación del mundo.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén

4 29 El Reino de Dios incluye en sí mismo un principio de desarrollo, una fuerza secreta que le llevará hasta su total perfección.

4 32 Ver Ez 17, 23: el Reino de Dios se extenderá por todas las naciones.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

26-29 Esta pequeña parábola, conservada solo por Mc, suena así literalmente: como un hombre, (si) echó la semilla sobre la tierra, y (si) duerme y (si) vela noche y día, y la semilla germina, etc. El reino de Dios, que va desarrollándose lenta y trabajosamente en la historia humana, acabará imponiéndose inexorablemente en el día que san Pablo llama “el día del Señor” (1 Cor 1, 7). // COMO, ÉL NO (LO) SABE: o quizá: sin que él se de cuenta. // AUTOMÁTICAMENTE: lit. automática (adjetivo griego con funciones de adverbio, como en Lc 1, 35 santo = santamente), concordando con TIERRA.

30 Las preguntas iniciales son fórmula introductoria habitual en las parábolas rabínicas. EL REINO DE LOS CIELOS.

31-32 (ES) COMO UN GRANO DE MOSTAZA: es lo que pasa con un grano de mostaza. // ES MÁS PEQUEÑA…: lit. más pequeña siendo de todas las semillas de las sobre la tierra; el matiz concesivo es claro en el texto griego: “Aunque es la más pequeña cuando se siembra, sin embargo, UNA VEZ SEMBRADO…”.

33 ENTENDER: lit. oír.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

4, 30-32 La anterior parábola muestra como la acción invisible del Espíritu Santo provoca el crecimiento del reino de Dios. En el transcurso del tiempo, la extensión del reino se vuelve bastante notable. Esta parábola expresa cómo el reino de Dios, igual que una semilla de mostaza, comienza con una apariencia muy pequeña, pero crece en grandes proporciones, teniendo efecto en el mundo entero. Cat. 851-854.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

851 El motivo de la misión. Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: “Porque el amor de Cristo nos apremia…” (2 Co 5, 14). En efecto, “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 4). La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero, la Iglesia, a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.

852 Los caminos de la misión. “El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial” (S. Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, 11). Él es quien conduce la Iglesia por los caminos de la misión. Ella continua y desarrolla en el curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres; “impulsada por el Espíritu Santo, debe evangelizar por el mismo camino por el que avanzó Cristo: esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección” (C. Vaticano II, Decreto Ad gentes, 5). Es así como la “sangre de los mártires es semilla de los cristianos” (Tertuliano, Apologetium, 50).

853 Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también “hasta que punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio” (C. Vaticano II, Const. Pastoral Gaudium et spes, 43). Solo avanzando por el camino de la conversión y la renovación y por el estrecho sendero de la cruz es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo. En efecto, “como Cristo realizó la obra de la redención en la pobreza y en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los bienes de la salvación” (C. Vaticano II, Const. dogmática Lumen gentium, 8).

854 Por su propia misión, “la Iglesia […] avanza junto a toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada y transformada en familia de Dios” (C. Vaticano II, GS, 40). El Esfuerzo misionero exige entonces la paciencia. Comienza con el anuncio del Evangelio a los pueblos y a los grupos que no creen en Cristo (Juan Pablo II, RM, 42-47); continúa con el establecimiento de comunidades cristianas, “signo de la presencia de Dios en el mundo” (C. Vaticano II, AG, 15), y la fundación de las Iglesias locales; se implica en un proceso de inculturación para así encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos; en este proceso no faltarán también los fracasos. “En cuanto se refiere a los hombres, grupos y pueblos, solamente de forma gradual los toca y los penetra y de este modo los incorpora a la plenitud católica” (C. Vaticano II, AG, 6).

 

Concilio Vaticano II

El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. En efecto, el Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras: “Se ha cumplido y ha llegado el Reino de Dios” (Mc 1, 15). Este reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo. En efecto, la palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo (cf. 4, 14): los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla por sí misma germina y crece hasta el tiempo de la siega (cf. Mc 4, 26-29). También los milagros demuestran que el Reino de Jesús ha llegado ya a la tierra: “Si echo los demonios con el poder de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado ya a vosotros” (Lc 11, 20). pero, ante todo, el Reino se manifiesta en la propia persona de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que vino “a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45).

Pero Jesús, después de sufrir la muerte de cruz por los hombres y de resucitar, apareció constituido Señor, Cristo y Sacerdote para siempre y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre. Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra. Mientras va creciendo poco a poco, anhela la plena realización del Reino y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria.

Constitución dogmática Lumen gentium, 5.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Cuando concebimos buenos deseos, echamos la semilla en la tierra; cuando comenzamos a obrar bien, somos hierba, y cuando, progresando en el bien obrar, crecemos, llegamos a espigas, y cuando ya estamos firmes en obrar el bien con perfección, ya llevamos en la espiga el grano maduro.

Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, 2, 3, 5. II, pg. 115.

Así, también, la justicia – pues justicia y creación manifiestan al mismo Dios – al comienzo estaba como en sus rudimentos, teniendo a Dios por naturaleza; ,después llegó a la infancia por medio de la Ley y los profetas; más tarde alcanza la lozanía de la juventud mediante el Evangelio, y entonces llega la madurez gracias al Paráclito.

Tertuliano, El velo de las vírgenes, 1, 5-7. II, pg. 115.

La semilla de la palabra ha llegado a crecer tanto que de ella ha nacido un árbol: la Iglesia de Cristo extendida por todo el orbe de la tierra, de manera que las aves establecen en ella sus nidos, o sea, los ángeles de Dios y las almas sublimes.

Atanasio. Fragmentos, 7, 2. II, pg. 116.

Cristo en cuanto hombre recibió el grano de mostaza, recibió el reino de Dios el hombre Cristo, aunque como Dios siempre lo tuvo. Lo sembró en su huerto. El Cantar de los Cantares recuerda a la esposa de este huerto, cuando dice: “Huerto cercado”. Huerto cultivado por el arado del Evangelio extendido por todo el universo, cercado por los espinos de la disciplina, purificado de toda mala hierba por el trabajo de los apóstoles, con las plantas de los fieles, los lirios de las vírgenes, las rosas de los mártires, delicioso por su variedad y hermoso por las flores sempiternas. Tal es el grano de mostaza que Cristo plantó en su huerto, es decir, mediante la promesa de su reino, enraizado en los patriarcas, nacido con los profetas, que ha crecido con los apóstoles y se ha hecho árbol grande en la Iglesia y ha dado enormes ramas como regalos.

Pedro Crisólogo. Homilías, 98, 3.5.6. II, pg. 118.

 

San Agustín.

“¿Qué significa caminar?”. Os respondo en pocas palabras: “Avanzar”, no sea que, por no entenderlo, caminéis con mayor pereza. Avanzad, hermanos míos; examinaos continuamente sin engañaros, sin adularos ni pasaros la mano. nadie hay contigo en tu interior ante el que te avergüences o te jactes. Allí hay alguien, pero a este le agrada la humildad; sea él quien te ponga a prueba. Pero hazlo también tú mismo. Desagrádete siempre lo que eres si quieres llegar a lo que aún no eres, pues donde encontraste agrado, allí te paraste. Cuando digas: “Es suficiente”, entonces pereciste. Añade siempre algo, camina continuamente, avanza sin parar; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Quien no avanza, está parado; quien vuelve al lugar de donde había partido, retrocede; quien apostata, se desvía. Prefiero a un cojo por el camino antes que a un corredor fuera de él.

Sermón 169, 18.

 

S. Juan de Ávila

Pues sabed que el reino de Dios está dentro de vosotros. No penséis que el reino de Dios es tener muchas viñas y muchos olivares. En el ánima adonde viniere amor de Dios y del prójimo y adonde hobiere muchas virtudes, ahí está encerrado el reino de Dios; en el ánima que a Dios obedeciere, está metido su reino.

Domingo III de Adviento, 8. III, pg. 38.

 

Papa Francisco. Regina Coeli. 14 de junio de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy está formado por dos parábolas muy breves: la de la semilla que germina y crece sola, y la del grano de mostaza (cf. Mc 4, 26–34). A través de estas imágenes tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso en la historia.

En la primera parábola la atención se centra en el hecho que la semilla, echada en la tierra, se arraiga y desarrolla por sí misma, independientemente de que el campesino duerma o vele. Él confía en el poder interior de la semilla misma y en la fertilidad del terreno. En el lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios, cuya fecundidad recuerda esta parábola. Como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra actúa con el poder de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha confiado su Palabra a nuestra tierra, es decir, a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad. Podemos tener confianza, porque la Palabra de Dios es palabra creadora, destinada a convertirse en «el grano maduro en la espiga» (v. 28). Esta Palabra si es acogida, da ciertamente sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de un modo que no conocemos (cf. v. 27). Todo esto nos hace comprender que es siempre Dios, es siempre Dios quien hace crecer su Reino —por esto rezamos mucho «venga a nosotros tu Reino»—, es Él quien lo hace crecer, el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se regocija por la acción creadora divina y espera con paciencia sus frutos.

La Palabra de Dios hace crecer, da vida. Y aquí quisiera recordaros otra vez la importancia de tener el Evangelio, la Biblia, al alcance de la mano —el Evangelio pequeño en el bolsillo, en la cartera— y alimentarnos cada día con esta Palabra viva de Dios: leer cada día un pasaje del Evangelio, un pasaje de la Biblia. Jamás olvidéis esto, por favor. Porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del reino de Dios.

La segunda parábola utiliza la imagen del grano de mostaza. Aun siendo la más pequeña de todas las semillas, está llena de vida y crece hasta hacerse «más alta que las demás hortalizas» (Mc 4, 32). Y así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante.

Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes. Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que fermenta toda la masa del mundo y de la historia.

De estas dos parábolas nos llega una enseñanza importante: el Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo, iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se la sitúa en la obra de Dios no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque el amor misericordioso de Dios hace que madure.

Que la santísima Virgen, que acogió como «tierra fecunda» la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que nunca nos defrauda.

 

Papa Francisco. Regina Coeli. 17 de junio de 2018.

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

En la página del Evangelio de hoy (cf. Marcos 4, 26-34), Jesús habla a la multitud del Reino de Dios y del los dinamismos de su crecimiento, y lo hace contando dos breves parábolas.

En la primera parábola (cf. vv. 26-29), el Reino de Dios se compara con el crecimiento misterioso de la semilla, que se lanza al terreno y después germina, crece y produce trigo, independientemente del cuidado cotidiano, que al finalizar la maduración se recoge. El mensaje de esta parábola lo que nos enseña es esto: mediante la predicación y la acción de Jesús, el Reino de Dios es anunciado, irrumpe en el campo del mundo y, como la semilla, crece y se desarrolla por sí mismo, por fuerza propia y según criterios humanamente no descifrables. Esta, en su crecer y brotar dentro de la historia, no depende tanto de la obra del hombre, sino que es sobre todo expresión del poder y de la bondad de Dios, de la fuerza del Espíritu Santo que lleva adelante la vida cristiana en el Pueblo de Dios. A veces la historia, con sus sucesos y sus protagonistas, parece ir en sentido contrario al designio del Padre celestial, que quiere para todos sus hijos la justicia, la fraternidad, la paz. Pero nosotros estamos llamados a vivir estos periodos como temporadas de prueba, de esperanza y de espera vigilante de la cosecha. De hecho, ayer como hoy, el Reino de Dios crece en el mundo de forma misteriosa, de forma sorprendente, desvelando el poder escondido de la pequeña semilla, su vitalidad victoriosa. Dentro de los pliegues de eventos personales y sociales que a veces parecen marcar el naufragio de la esperanza, es necesario permanecer confiados en el actuar tenue pero poderoso de Dios. Por eso, en los momentos de oscuridad y de dificultad nosotros no debemos desmoronarnos, sino permanecer anclados en la fidelidad de Dios, en su presencia que siempre salva. Recordad esto: Dios siempre salva. Es el salvador.

En la segunda parábola (cf. vv. 30-32), Jesús compara el Reino de Dios con un grano de mostaza. Es un semilla muy pequeña, y sin embargo se desarrolla tanto que se convierte en la más grande de todas las plantas del huerto: un crecimiento imprevisible, sorprendente. No es fácil para nosotros entrar en esta lógica de la imprevisibilidad de Dios y aceptarla en nuestra vida. Pero hoy el Señor nos exhorta a una actitud de fe que supera nuestros proyectos, nuestros cálculos, nuestras previsiones. Dios es siempre el Dios de las sorpresas. El Señor siempre nos sorprende. Es una invitación a abrirnos con más generosidad a los planes de Dios, tanto en el plano personal como en el comunitario. En nuestras comunidades es necesario poner atención en las pequeñas y grandes ocasiones de bien que el Señor nos ofrece, dejándonos implicar en sus dinámicas de amor, de acogida y de misericordia hacia todos. La autenticidad de la misión de la Iglesia no está dada por el éxito o por la gratificación de los resultados, sino por el ir adelante con la valentía de la confianza y la humildad del abandono en Dios. Ir adelante en la confesión de Jesús y con la fuerza del Espíritu Santo. Es la consciencia de ser pequeños y débiles instrumentos, que en las manos de Dios y con su gracia pueden cumplir grandes obras, haciendo progresar su Reino que es «justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Romanos 14, 17). Que la Virgen María nos ayude a ser sencillos, a estar atentos, para colaborar con nuestra fe y con nuestro trabajo en el desarrollo del Reino de Dios en los corazones y en la historia.

 

Papa Francisco. Regina Coeli.  13 de junio de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Las parábolas que hoy nos presenta la Liturgia —dos parábolas— se inspiran en la vida ordinaria, y revelan la mirada atenta de Jesús, que observa la realidad y, mediante pequeñas imágenes cotidianas, abre ventanas hacia el misterio de Dios y la historia humana. Jesús hablaba en un modo fácil de entender, hablaba con imágenes de la realidad, de la vida cotidiana. Así, nos enseña que incluso las cosas de cada día, esas que a veces parecen todas iguales y que llevamos adelante con distracción o cansancio, están habitadas por la presencia escondida de Dios, es decir, tienen un significado. Por tanto, necesitamos ojos atentos para saber “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”.

Hoy Jesús compara el Reino de Dios, esto es, su presencia que habita el corazón de las cosas y del mundo, con el grano de mostaza, la semilla más pequeña que hay: es pequeñísima. Sin embargo, arrojada a la tierra, crece hasta convertirse en el árbol más grande (cf. Mc 4,31-32). Así hace Dios. A veces, el fragor del mundo y las muchas actividades que llenan nuestras jornadas nos impiden detenernos y vislumbrar cómo el Señor conduce la historia. Y sin embargo —asegura el Evangelio— Dios está obrando, como una pequeña semilla buena que silenciosa y lentamente germina. Y, poco a poco, se convierte en un árbol frondoso que da vida y reparo a todos. También la semilla de nuestras buenas obras puede parecer poca cosa; mas todo lo que es bueno pertenece a Dios y, por tanto, humilde y lentamente, da fruto. El bien —recordémoslo— crece siempre de modo humilde, de modo escondido, a menudo invisible.

Queridos hermanos y hermanas, con esta parábola Jesús quiere infundirnos confianza. De hecho, en muchas situaciones de la vida puede suceder que nos desanimemos al ver la debilidad del bien respecto a la fuerza aparente del mal. Y podemos dejar que el desánimo nos paralice cuando constatamos que nos hemos esforzado pero no hemos obtenido resultados y parece que las cosas nunca cambian. El Evangelio nos pide una mirada nueva sobre nosotros mismos y sobre la realidad; pide que tengamos ojos grandes que saben ver más allá, especialmente más allá de las apariencias, para descubrir la presencia de Dios que, como amor humilde, está siempre operando en el terreno de nuestra vida y en el de la historia.

Y esta es nuestra confianza, es esto lo que nos da fuerzas para seguir adelante cada día con paciencia, sembrando el bien que dará fruto. ¡Qué importante es esta actitud para salir bien de la pandemia! Cultivar la confianza de estar en las manos de Dios y, al mismo tiempo, esforzarnos todos por reconstruir y recomenzar, con paciencia y constancia.

También en la Iglesia puede arraigar la cizaña del desánimo, sobre todo cuando asistimos a la crisis de la fe y al fracaso de varios proyectos e iniciativas. Pero no olvidemos nunca que los resultados de la siembra no dependen de nuestras capacidades: dependen de la acción de Dios. A nosotros nos toca sembrar, y sembrar con amor, con esfuerzo, con paciencia. Pero la fuerza de la semilla es divina. Lo explica Jesús en la otra parábola de hoy: el campesino arroja la semilla y luego no sabe cómo produce fruto, porque es la semilla misma la que crece de manera espontánea, durante el día, por la noche, cuando él menos se lo espera (cf. vv. 26-29). Con Dios siempre hay esperanza de nuevos brotes, incluso en los terrenos más áridos.

Que María Santísima, la humilde sierva del Señor, nos enseñe a ver la grandeza de Dios que obra en las cosas pequeñas, y a vencer la tentación del desánimo: fiémonos de Él cada día.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 17 de junio de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia de hoy nos propone dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que crece por sí misma y la del grano de mostaza (cf. Mc 4, 26-34). A través de imágenes tomadas del mundo de la agricultura, el Señor presenta el misterio de la Palabra y del reino de Dios, e indica las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso.

En la primera parábola la atención se centra en el dinamismo de la siembra: la semilla que se echa en la tierra, tanto si el agricultor duerme como si está despierto, brota y crece por sí misma. El hombre siembra con la confianza de que su trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene al agricultor en su trabajo diario es precisamente la confianza en la fuerza de la semilla y en la bondad de la tierra. Esta parábola se refiere al misterio de la creación y de la redención, de la obra fecunda de Dios en la historia. Él es el Señor del Reino; el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera pacientemente sus frutos. La cosecha final nos hace pensar en la intervención conclusiva de Dios al final de los tiempos, cuando él realizará plenamente su reino. Ahora es el tiempo de la siembra, y el Señor asegura su crecimiento. Todo cristiano, por tanto, sabe bien que debe hacer todo lo que esté a su alcance, pero que el resultado final depende de Dios: esta convicción lo sostiene en el trabajo diario, especialmente en las situaciones difíciles. A este propósito escribe san Ignacio de Loyola: «Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios» (cf. Pedro de Ribadeneira, Vida de san Ignacio de Loyola).

La segunda parábola utiliza también la imagen de la siembra. Aquí, sin embargo, se trata de una semilla específica, el grano de mostaza, considerada la más pequeña de todas las semillas. Pero, a pesar de su pequeñez, está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante.

La imagen de la semilla es particularmente querida por Jesús, ya que expresa bien el misterio del reino de Dios. En las dos parábolas de hoy ese misterio representa un «crecimiento» y un «contraste»: el crecimiento que se realiza gracias al dinamismo presente en la semilla misma y el contraste que existe entre la pequeñez de la semilla y la grandeza de lo que produce. El mensaje es claro: el reino de Dios, aunque requiere nuestra colaboración, es ante todo don del Señor, gracia que precede al hombre y a sus obras. Nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente ante los problemas del mundo, si se suma a la de Dios no teme obstáculos, porque la victoria del Señor es segura. Es el milagro del amor de Dios, que hace germinar y crecer todas las semillas de bien diseminadas en la tierra. Y la experiencia de este milagro de amor nos hace ser optimistas, a pesar de las dificultades, los sufrimientos y el mal con que nos encontramos. La semilla brota y crece, porque la hace crecer el amor de Dios. Que la Virgen María, que acogió como «tierra buena» la semilla de la Palabra divina, fortalezca en nosotros esta fe y esta esperanza.

 

Francisco. Catequesis.  Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza. 2. "El viento sopla donde quiere". Donde está el Espíritu de Dios hay libertad

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la catequesis de hoy, me gustaría reflexionar con ustedes sobre el nombre con el que se llama al Espíritu Santo en la Biblia.

Lo primero que conocemos de una persona es su nombre. Por él la llamamos, la distinguimos, y la recordamos. La tercera persona de la Trinidad también tiene un nombre: se llama Espíritu Santo. Pero “Espíritu” es la versión latinizada. El nombre del Espíritu, aquel por el que lo conocieron los primeros destinatarios de la revelación, con el que lo invocaron los profetas, los salmistas, María, Jesús y los Apóstoles, es Ruah, que significa soplo, viento, aliento.

En la Biblia, el nombre es tan importante que casi se identifica con la persona misma. Santificar el nombre de Dios es santificar y honrar a Dios mismo. Nunca es un apelativo meramente convencional: siempre dice algo sobre la persona, su origen, su misión. Lo mismo ocurre con el nombre Ruah. Contiene la primera revelación fundamental sobre la persona y la función del Espíritu Santo.

Precisamente mediante la observación del viento y sus manifestaciones, los escritores bíblicos fueron conducidos por Dios a descubrir un “viento” de naturaleza diferente. No es casualidad que en Pentecostés el Espíritu Santo descendiera sobre los Apóstoles acompañado por el “ruido de un viento impetuoso”. (cf. Hch 2,2). Fue como si el Espíritu Santo quisiera poner su firma a lo que estaba sucediendo.

¿Qué nos dice, pues, su nombre, Ruah, sobre el Espíritu Santo? La imagen del viento sirve ante todo para expresar el poder del Espíritu Santo. “Espíritu y poder”, o “poder del Espíritu” es una combinación recurrente en toda la Biblia. De hecho, el viento es una fuerza arrolladora, una fuerza indomable, es capaz incluso de mover los océanos.

Pero también en este caso, para descubrir el pleno significado de las realidades de la Biblia, no hay que detenerse en el Antiguo Testamento, sino llegar a Jesús. Junto al poder, Jesús destacará otra característica del viento, la de su libertad. A Nicodemo, que le visita por la noche, Jesús le dice solemnemente: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va: así es todo el que nace del Espíritu” (Jn 3, 8).

El viento es la única cosa que no se puede embridar, no se puede “embotellar” ni encerrar. Intentamos “embotellar” o encajonar el viento: no es posible, es libre. Pretender encerrar al Espíritu Santo en conceptos, definiciones, tesis o tratados, como a veces ha intentado hacer el racionalismo moderno, significa perderlo, anularlo, reducirlo al espíritu puramente humano, un espíritu simple. Existe, sin embargo, una tentación similar en el ámbito eclesiástico, y es la de querer encerrar al Espíritu Santo en cánones, instituciones, definiciones. El Espíritu crea y anima las instituciones, pero Él mismo no puede ser “institucionalizado”, “cosificado”. El viento sopla “donde quiere”; del mismo modo, el Espíritu distribuye sus dones “como quiere” (1 Cor 12, 11)

San Pablo hará de todo esto la ley fundamental del obrar cristiano cristiana: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co 3.17), dice él. Una persona libre, un cristiano libre, es aquel que tiene el Espíritu del Señor. Esta es una libertad totalmente especial, muy distinta de la que se entiende comúnmente. No es libertad para hacer lo que uno quiera, ¡sino libertad para hacer libremente lo que Dios quiera! No libertad para hacer el bien o el mal, sino libertad para hacer el bien y hacerlo libremente, es decir, por atracción, no por constricción. En otras palabras, libertad de hijos, no de esclavos.

San Pablo es muy consciente de los abusos o malentendidos que se pueden hacer de esta libertad; escribe a los gálatas: «…ustedes, hermanos, a libertad fueron llamados; solo que no usen la libertad como pretexto para la carne, sino sírvanse por amor los unos a los otros» (Gal 5, 13). Se trata de una libertad que se expresa en lo que parece ser su opuesto, se expresa en el servicio, y en el servicio está la verdadera libertad.

Sabemos bien cuándo esta libertad se convierte en un “pretexto para la carne”. Pablo hace una lista siempre actual: «Fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, brujería, enemistades, discordias, celos, disensiones, divisiones, facciones, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes» (Gal 5,19-21). Pero también lo es la libertad que permite a los ricos explotar a los pobres, es una fea libertad la que permite a los fuertes explotar a los débiles y a todos explotar impunemente el medio ambiente. Esta es una libertad fea, no es la libertad del Espíritu.

Hermanos y hermanas, ¿de dónde sacamos esta libertad del Espíritu, tan contraria a la libertad del egoísmo? La respuesta está en las palabras que Jesús dirigió un día a sus oyentes: «Si el Hijo los hace libres, serán realmente libres» (Jn 8: 36). La libertad que nos da Jesús. Pidamos a Jesús que nos haga, a través de su Espíritu Santo, hombres y mujeres auténticamente libres. Libres para servir, en el amor y la alegría. ¡Gracias!

 

MISA DE NIÑOS. XI T.ORDINARIO.

Monición de entrada.

Buenos días.

La misa de cada domingo es cuando nos encontramos con Jesús.

Así en cada misa vamos conociendo un poquito más de Él.

Y Él va ayudándonos a ser obedientes a lo que nos enseña.

 

 Señor, ten piedad.

Ayúdanos a ser buenos cristianos. Señor, ten piedad.

Queremos ser tus amigos. Cristo, ten piedad.

Aumenta la amistad contigo. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco, para que le ayudes a que crezca en su corazón la fe, la esperanza y el amor. Te lo pedimos Señor.

-Por la Iglesia, para que confíe en Jesús que conduce la barca al puerto.  Te lo pedimos Señor.

-Por las personas que están cansadas de sufrir, para que les ayudes a no perder la esperanza de que tú les ayudas. Te lo pedimos, Señor.

-Por las personas que creen que Jesús fue una gran persona, para que tengan fe. Te lo pedimos, Señor.

-Por nosotros, para que unidos a Jesús seamos cada día personas nuevas. Te lo pedimos Señor.

 

 Acción de gracias.

Virgen María, queremos darte las gracias por Jesús. Porque él nos ayuda cuanto tenemos miedo, estamos enfermos o preocupados.

 

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA. DOMINGO XI

EXPERIENCIA.

Entra en este enlace. https://www.youtube.com/watch?v=dJiSUP_PQI8

Abre el vídeo y cierra los ojos. Escucha la música.

Abre los ojos y silencia el vídeo. Mira las imágenes.

Míralo con la música: ¿Cómo te sientes?

Trata de completarlo con imágenes de tu entorno, desde que te has levantado o en los días pasados.

Recuerda gestos semejantes de tu madre, tu padre, tus hermanos o primos, tus abuelos, tus vecinos, etc.

¿Qué gestos de amor encuentras en la parroquia? ¿En la eucaristía, los sacramentos, la catequesis, los Juniors, Cáritas, etc.?

 

REFLEXIÓN.

Lee el evangelio de este domingo.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 26-34.

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:

-El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semillas en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.

Dijo también:

-¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra.

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Después de leer el texto permanece en silencio dos minutos, sin pensar en nada, dejando que la semilla repose en tu interior.

Mastica esta Palabra, cultívala: imagina a los discípulos atentos, escuchando a Jesús, sus miradas, la mirada y los gestos de Jesús, el labrador sembrando la semilla.

La semilla va creciendo: vuelve a mirar el vídeo y escoge imágenes que representen este crecimiento.

La semilla se transforma en un árbol donde hallan cobijo los pajarillos: escoge escenas del vídeo donde encuentres personas que arropan a los demás.

 

COMPROMISO.

Abre los ojos. Proponte cada mañana abrirlos para ir descubriendo infinidad de gestos y miradas que irradian ternura, comprensión, acogida, …

Busca en las fotos que tienes de los campamentos por ejemplo, semejantes a las del vídeo.

Publica una de ellas en Instagram u otras redes o aplicaciones, con una frase del evangelio de este domingo.

 

CELEBRACIÓN.

Cierra los ojos, junta las manos, recuerda momentos de tu vida donde la mirada de quienes te querían fueron árbol en el que te cobijaste en medio del chaparrón, reza por esas personas.

 

BIBLIOGRAFÍA.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. BAC. Madrid. 2016.

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