Lectura del libro de los Proverbios 9, 1-6
La sabiduría se ha hecho una casa, ha labrado siete columnas; ha
sacrificado víctimas, ha mezclado el vino y ha preparado la mesa. Ha enviado a
sus criados a anunciar en los puntos que dominan la ciudad: “Vengan aquí los
inexpertos”; y a los faltos de juicio les dice: “Venid a comer de mi pan, a
beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el
camino de la inteligencia”.
Textos
paralelos.
La sabiduría ha edificado
su casa.
Mt 22, 1-14: el banquete de bodas. … Despachó a sus criados para
llamar a los invitados a la boda,…
Venid a compartir mi
comida.
Is 55, 1-3: ¡Atención, sedientos!, acudid por agua,
también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y
leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en
lo que no da hartura? Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos
sustanciosos. Prestad oído, venid a mí, escuchadme y viviréis. Sellaré con
vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.
Beber el vino que he
mezclado.
Si 24, 19-21: Venid a mí los
que me amáis, y saciaros de mis frutos; recordadme es más dulce que la miel,
poseerme es mejor que los panales. El que me come tendrá más hambre, el que me
bebe tendrá más sed.
Jn 6, 38: Porque no bajé del
cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Notas
exegéticas.
9 1 Características de un edificio
noble, con patio interior. Más allá del ámbito estrictamente doméstico, la
simbología de las “siete columnas” podría aludir también a un edificio sagrado
(en cuyo caso el banquete de la sabiduría tendría connotaciones cultuales) o
simplemente a la escuela sapiencial (ver Si 51, 23).
9 3 Recordemos el envío de los
criados en Mt 22, 3-4; y en el AT el envío de los profetas, sabios y escribas,
al que se refiere Jesús en Mt 23, 34-37.
Salmo
responsorial
Salmo 34 (33) 1, 2-3.10-11.12-13.14-16
(R: 9a).
Gustad
y ved qué bueno es el Señor. R/.
Bendigo
al Señor en todo momento,
su
alabanza está siempre en mi boca;
mi
alma se gloría en el Señor:
que
los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Todos
sus santos, temed al Señor,
porque
nada les falta a los que le temen;
los
ricos empobrecen y pasan hambre,
los
que buscan al Señor no carecen de nada. R/.
Venid,
hijos, escuchadme:
os
instruiré en el temor del Señor.
¿Hay
alguien que ame la vida
y
desee días de prosperidad? R/.
Guarda
tu lengua del mal,
tus
labios de la falsedad;
apártate
del mal, obra el bien,
busca
la paz y corre tras ella. R/.
Textos
paralelos.
Gustad y ved que bueno es
el Señor.
1 P 2, 3: Si es que habéis
gustado qué bueno es el Señor.
Sal 2, 12: Temblando rendidle
homenaje, no sea que perdáis el camino, si llega a inflamarse su ira. Dichosos
los que se refugian en él.
Venid, hijos, escuchadme.
Pr 1, 8: Hijo mío, escucha los
avisos de tu padre, no rechaces las instrucciones de tu madre.
Pr 4, 1: Escuchad, hijos, la
corrección paterna; atended, para aprender prudencia.
¿A qué hombre no le gusta
la vida?
1 Pe 3, 10-12: Si uno quiere
vivir y pasar años prósperos, guarde su lengua del mal y sus labios de la
falsedad, apártese del mal y haga el bien, busque la paz y corra tras ella.
Porque los ojos del Señor se fijan en el honrado, sus oídos escuchan sus
súplicas; pero el Señor se enfrenta con los malhechores.
Huye del mal.
Sal 37, 27: Apártate del mal y
haz el bien, y siempre tendrás una casa.
Mt 5, 9: Dichosos los que
procuran la paz, porque se llamarán hijos de Dios.
Notas
exegéticas.
34 Salmo penitencial alfabético, ver
Pr 31, 10 (pero el orden de las estrofas está alterado): acción de gracias, vv.
2-11, e instrucción, en el sentido de los Proverbios sobre la suerte de los
justos y de los malvados, vv. 12-23.
34 11 Lit. “leoncillos”. Las fieras
designaban frecuentemente a los impíos, Sa 3, 8; Jb 4, 9-10; Ez 38, 13; Za 11,
3.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 15-20.
Hermanos:
Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos,
aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis
aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. No os emborrachéis con vino,
que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu. Recitad entre
vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma
para el Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro
Señor Jesucristo.
Textos
paralelos.
Aprovechad bien la ocasión.
Col 4, 5: Tratad con los de
fuera con sensatez, aprovechando la ocasión.
Tratad de comprender cuál
es la voluntad del Señor.
Col 1, 9: Por eso nosotros,
desde que nos enteramos, no cesamos de orar por vosotros, pidiendo que os
colméis del conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia
espiritual.
Rm 12, 2: No os ajustéis a este
mundo, antes transformaos con una mentalidad nueva, para discernir la voluntad
de Dios, lo que es bueno y aceptable y perfecto.
Col 3, 16-17: La palabra de
Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; con toda destreza enseñaos
mutuamente. Con corazón agradecido cantad a Dios salmos, himnos y cánticos
inspirados. Todo lo que hagáis, de palabra o de obra, hacedlo invocando al
Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Dando gracias siempre.
1 Ts 5, 18: Dad gracias por
todo. Eso es lo que quiere Dios de vosotros como cristianos.
Col 3, 15-17: Actúe de árbitro
en vuestra mente la paz de Cristo, a la que habéis sido llamados para formar un
cuerpo. Sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su
riqueza; con toda destreza enseñaos mutuamente. Con corazón agradecido cantad a
Dios salmos, himnos y cánticos inspirados. Todo lo que hagáis, de palabra o de
obra, hacedlo invocando al Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de
él.
Notas
exegéticas.
5 16 (a) Lit.: “rescatando el tiempo”.
5 16 (b) La expresión “malos tiempos” ha
sido entendida como una referencia al tiempo en que fue redactada la carta, o
bien como una nota característica de la Iglesia en general. El tema, conocido
en la literatura sapiencial (Qo 9, 10), adopta aquí un giro escatológico.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 6, 51-58.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
-Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este
pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del
mundo.
Disputaban los judíos entre sí:
-¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
-En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del
hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne
y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha
enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por
mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que
lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.
Textos
paralelos.
El pan que yo voy a dar es mi carne.
Lc 22, 19: Tomando un pan, dio gracias, lo
partió y se lo dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros.
1 Co 11, 24: Dando gracias lo partió y dijo:
Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Si no coméis mi carne.
Jn 1, 14: La Palabra se hizo hombre y acampó
entre nosotros. Contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre,
lleno de lealtad y fidelidad.
Mt 8, 20: Jesús contestó: las zorras tienen
nidos, pero este Hombre no tiene donde recostar la cabeza.
Permanece en mí, y yo en él.
Jn 15, 4-5: Permaneced en mí y yo en
vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí solo, si no permanece en
la vid, tampoco vosotros, si no permanecéis en míj.
Vivirá por mí.
Jn 5, 26: Pues como el Padre posee vida en
sí, así hace que el Hijo posea vida en sí.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén
6 51 (a) Referencia a Gn 3, 22 “… y
comiendo de él para siempre”. Con su enseñanza, Cristo-Sabiduría nos da acceso
de nuevo al árbol de la vida del que Adán había sido privado. Ya nunca más
seremos arrojados del Paraíso.
6 51 (b) La última sección del discurso
está dedicada explícitamente al sacramento de la eucaristía. Aunque se
reconozca generalmente el colorido joánico del pasaje, no es imposible que
estos vv. sean un añadido posterior a la redacción del resto de este capítulo,
o, al contrario, que Jn se haya valido aquí de una tradición más antigua.
6 51 (c) Se sobrentiende: “dada” o
“entregada” (como precisan muchos manuscritos). Este giro conciso recuerda a 1
Co 11, 24: “Este es mi cuerpo que se da por vosotros”, ver Lc 22, 19. Alusión a
la Pasión. Pero Juan sustituye el término “cuerpo” por “carne”, que designaba
al hombre en su condición de debilidad y mortalidad. En el judaísmo la
expresión más completa “la carne y la sangre” significaban lo mismo. Comparar
por tanto con vv. 56 y 57.
6 54 (a) Este verbo (trogo) significa propiamente “roer”,
“rumiar”, “masticar”. Jn utiliza un vocabulario especialmente realista para
caracterizar la participación en la Eucaristía. Pone así en guardia a sus
lectores ante una interpretación docetista del ministerio de Jesús. Según la
costumbre judía, los alimentos de la cena pascual debían ser cuidadosamente
masticados.
6 54 (b) La eucaristía es el fenómeno de
la resurrección para los creyentes.
6 57 La eucaristía comunica a los
fieles la vida que el Hijo recibe del Padre.
6 58 Adic.: “el maná” o: “en el
desierto”.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
50-51 DE MODO QUE… NO MUERA. Ese pan
eucarístico “es medicina de inmortalidad, antídoto que impide morir y hace
vivir” (Ignacio de Antioquía. A los Efesios). // MI CARNE: mi naturaleza
humana, mi humanidad. // POR LA VIDA: en favor de la vida, para que los hombres
tengan vida. El anuncio de la Eucaristía es claro y sin ambigüedades, hasta
provocar el escándalo. El texto del v. 51 parece un eco de la fórmula de los
Sinópticos para la institución de la Eucaristía bajo la especie de pan,
acentuando su aspecto redentor, de sacrificio.
53 NO PODÉIS TENER: lit. no
tenéis (tiempo presente gramatical con valor de futuro).
54-58 “Masticar”: el verbo griego
podría considerarse simple sinónimo de “comer” (así en 13, 18 citando el Sal
41, 10); pero lo más probable es que aquí conserve su significado específico de
mascar, roer, quizá para rechazar interpretaciones puramente
espiritualistas, propias del docetismo, de estas frases. Recuérdese también la
norma tradicional para la cena del cordero pascual: había que masticarlo bien.
El realismo de la carne y la sangre dice también la totalidad de
la persona de Jesús bajo el aspecto de su corporalidad que se entrega al
sacrificio; Jesús está verdaderamente presente en esa carne y esa sangre.
El que come esa carne y bebe esa sangre no solo toma una materia dotada de
determinada fuerza, sino al mismo Jesús.
57 Creer las palabras de Jesús, en
vez de escandalizarse (cf. v. 60) produce ganas de vivir, hambre y sed de
recibirlo como alimento y bebida; es la experiencia de san Ignacio de
Antioquía: “Quiero conseguir el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo
nacido del linaje de David; y quiero como bebida su sangre, que es la caridad
incorruptible” (Tm 7, 2). El término comparativo “COMO” parece afectar más bien
a “la fuente de vida” que a “la misión”; la traducción se ciñe al orden del
texto griego. Jesús ha sido enviado por el Padre a imagen del Padre que da
la vida. // GRACIAS A: o mediante, en virtud de; como vivimos gracias
a los alimentos.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
6,
35-59 Este sermón de Cristo es llamado “El discurso del pan de vida”. Lo
desarrolló a partir del milagro de la multiplicación de los panes, y reveló que
él es el Pan de vida que ha venido del cielo para alimentarnos en la fe. La
santidad y el testimonio efectivo del Evangelio requieren una recepción
frecuente de la Eucaristía y un amor ardiente a ella. Cat. 2835-2837.
6,
51 Cristo,
a través de su pasión, muerte y resurrección, ofrece la redención a toda la
humanidad. Además la santidad movida por la Eucaristía trae vida al mundo. En
el Padrenuestro rezamos: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, una
referencia no sólo a nuestras necesidades temporales, sino más específicamente
a la propia Eucaristía. Cat. 328, 1355, 1406-1407, 2837.
6,
53 Muchas
personas de la multitud, al oír a Cristo hablando de comer su carne, tomaron
las palabras como una invitación al canibalismo. Cristo se refería a comer su
carne y beber su sangre de una manera sacramental. En la Eucaristía, que él
instituiría en la Última Cena, el pan y el vino se convertirían en su cuerpo y
sangre para alimento espiritual de los fieles. Al instituir el sacerdocio,
Cristo dio a sus apóstoles y a sus sucesores el poder de hacer lo mismo. En
este discurso, enseñó sobre su presencia real en la Eucaristía. La palabra que
la Iglesia utiliza para describir el cambio que tiene lugar cuando el sacerdote
consagra el pan y el vino en Misa es transustanciación, en la que la
sustancia del pan y el vino cambia en el cuerpo y la sangre de Cristo pero los
accidentes o apariencias no. La vida que confiere la Eucaristía pertenece a la
vida sobrenatural, que nos une cada vez más a Cristo y nos prepara para la
eternidad en el cielo. Cat. 787, 1382-1384, 1391-1392, 1406, 1509.
Notas
exegéticas Biblia del Peregrino.
6,
35-50 El uso del pan o el alimento en sentido figurado lo aplican a la palabra
de Dios; el citado Am 8, 11; de modo especial Is 55, 1-11, que suena como una
falsilla del texto que comentamos. Los sapienciales lo aplican a la sabiduría o
sensatez: Prov 9, 1-6; Eclo 15, 3. En el pentateuco es fundamental Dt 8, 3 y
por contraste Gn 2-3 sobre el árbol de la vida.
6,
44 Este
“arrastrar” puede recordar a Yhwh Padre “tirando” con amor de su hijo
(Os 11, 14). La fe es don de Dios, es como su atracción impresa en el hombre.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
2835
Esta
petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de
hambre de la que desfallecen los hombres: “No solo de pan vive el hombre, sino
que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4), es decir,
de su Palabra y de su Espíritu.
2837
Tomada
al pie de la letra (epiosion “lo más esencial” [de cada día]), designa
directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo remedio de inmortalidad sin el
cual no tenemos la Vida en nosotros. Finalmente, ligado a lo que precede, el
sentido celestial es claro: este día es el del Señor, el Festín del Reino,
anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso
conviene que la liturgia eucarística se celebre cada día. “La Eucaristía es
nuestro pan cotidiano […] La virtud propia de este divino alimento es una
fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros
para que vengamos a ser lo que recibimos […] Este pan cotidiano se encuentra,
además, en las lecturas que oís cada día en la iglesia, en los himnos que se
cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación”
(S. Agustín).
151 Para el cristiano,
creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, “su Hijo
amado”, en quien ha puesto toda su complacencia. Dios nos ha dicho que le
escuchemos. El Señor mismo dice a sus discípulos: “Creed en Dios, creed también
en mi” (Jn 14, 1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho
carne: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del
Padre, él lo ha contado” (Jn 1, 18). Porque “ha visto al Padre”
1355
En
la comunión, precedida por la oración del señor y de la fracción del pan, los
fieles reciben el pan del cielo y el cáliz de la salvación, el Cuerpo y la
Sangre de Cristo que se entregó “para la vida del mundo” (Jn 6, 51).
787 Desde el comienzo,
Jesús asoció a sus discípulos a su vida; les reveló el misterio del Reino; les
dio parte en su misión, en su alegría y en sus sufrimientos. Jesús habla de una
comunión todavía más íntima entre Él y los que le sigan: “Permaneced en mí, como
yo en vosotros […] Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15, 4-5).
Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro:
“Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56).
1382
La
misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se
perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el
Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico
está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por
medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se entregó por
nosotros.
1384
El
Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la
Eucaristía: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del
hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6, 53).
1391
La
comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la
comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto,
el Señor dice: “Quien come mi Carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en
él” (Jn 6, 56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete
eucarístico: “Lo mismo que me ha enviado el Padre que vive y yo vivo por el
Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57).
“Cuando en las
fiestas [del Señor] los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a
otros la Buena Nueva, se nos han dado las arras de la vida, como cuando el
ángel dijo a María [de Magdala]: “¡Cristo ha resucitado!”. He aquí que ahora
también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo. (Fanquith,
Breviarium iuxta ritum Ecclesiae Antiochense Syrorum, v. 1).
1392
Lo
que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo
realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la
Carne de Cristo resucitado, “vivificada por el Espíritu Santo y vivificante”,
conserva, acrecienta y renueva nuestra vida de gracia recibida en el Bautismo.
Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión
eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte,
cuando nos sea dada como viático.
Concilio
Vaticano II
El apostolado de los laicos es una participación en la misión salvadora
misma de la Iglesia. Todos están destinados a este apostolado por el Señor
mismo a través del bautismo y de la confirmación. Los sacramentos, y sobre todo
la Eucaristía, comunican y alimentan la caridad a Dios y a los hombres, que es
el alma de todo apostolado.
Constitución Lumen gentium, 33.
Los Santos Padres.
No los tengas como pan y vino sin más; según la declaración del Señor son
cuerpo y sangre de Cristo. Y aunque el sentido te sugiera eso, la fe debe darte
la certeza. No juzgues el hecho por lo que te dicte el gusto, sino que, después
de ser considerado digno del cuerpo y sangre de Cristo, debes estar plenamente
convencido desde la fe, sin dudar.
Cirilo de Jerusalén. Las catequesis¸ 4, 4-6. 4a, pg. 334.
Os reunís para obedecer al obispo y al presbiterio con un propósito
constante, partiendo un único pan, que es medicina de inmortalidad, remedio
para no morir, sino para vivir siempre en Jesucristo.
Ignacio de Antioquía, Carta a los efesios, 20, 2, 4a, pg. 334.
El que come la santa carne de Cristo tiene vida eterna, pues esa carne
tiene en sí al mismo Verbo, que por naturaleza es vida.
Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Juan, 4, 2, 4a, pg.
334.
Le ofrecemos lo que le pertenece, y proclamamos de manera concorde la
unión y comunidad entre la carne y el espíritu. Porque, así como el pan que
brota de la tierra, una vez que se pronuncia sobre él la invocación de Dios, ya
no es pan común, sino que es la Eucaristía compuesta de dos elementos, terreno
y celestial, de modo semejante también nuestros cuerpos, al participar de la
Eucaristía, ya no son corruptibles, sino que tienen la esperanza de resucitar
para siempre.
Ireneo, Contra las herejías, 4, 18, 5, 4a, pg. 335.
Cuando se come a Cristo, se come la vida. Ni se le da muerte para
comerlo, sino que Él da la vida a los muertos. Cuando se le come da fuerzas,
pero Él no mengua. Por tanto, hermanos, no temamos comer este pan por miedo de
que se acabe y no encontremos después que tomar. Sea comido, Cristo; comido
vive, puesto que muerto resucitó.
Agustín, Sermones, 132. 4a, pg. 447.
San Agustín
Ciertamente los hombres pueden tener vida temporal sin este pan; mas es
imposible que tengan la vida eterna. Luego, quien no come su carne, ni bebe su
sangre no tiene en sí la vida; sí la tiene, en cambio, quien come su carne y
bebe su sangre. En ambos casos se trata de la vida terna. No es así el alimento
que tomamos para sustentar esta vida temporal. Es verdad que quien no la toma
no puede vivir; pero también lo es que no todos los que la toman vivirán.
Sucede, en efecto, que muchos que lo toman mueren, sea por vejez o por
enfermedad o por cualquier otro accidente. Eso no sucede con este alimento y
bebida, es decir, con el cuerpo y la sangre del Señor, pues quien no lo toma no
tiene vida y quien lo toma tiene vida, y vida eterna.
Comentario sobre el evangelio de san Juan 25, 14-18. I, pg. 513.
San Juan de Ávila
No es de creer que quien es tan amigo de verdad en
todas sus obras y sus sacrificios, que no quiera serlo en el trato familiar de
su sacratísimo cuerpo; trato sobre toda manera amigable, que no tiene semejable
en la tierra; al cual, si verdad se ha de guardar, ha de corresponder, de parte
de Cristo con el sacerdote y del sacerdote con Cristo, una amistad interior tan
estrecha, y una semejanza de costumbres, y un amor y aborrecer de una misma
manera, y, en fin, un amor tan entrañable, que de dos haga uno, para así se
cumpla lo que el Señor dijo: qui manducat meam carnem et bibit meun
sanguinem in me manet, et ego in illo.
Tratado sobre el sacerdocio. I, pg. 919.
El Apóstol dice que Cristo es nuestra vida (cf. Col 3, 4); mas
por esto no se sigue que los justos no viven, pues que dice el Señor: el
que come a mí, vive por mí (Jn 6, 58). Y no ternía razón de hombre quien, por
oír decir que Dios es hermosura de la rosa, o fortaleza del león, o cosas de
esta manera, engase tener estas criaturas hermosura y fortaleza distintas de
las de Dios. La escritura dice: Dios es vida tuya, y longura de tus días (Dt 30, 20); el
cual modo de hablar quiere decir que Dios es causa eficiente de
estas cosas, y el que nos la[s] da.
Audi, filia (II). I, pg. 736.
Dice Sant Juan: Quien come mi carne y bebe mi
sangre, habet vitam aeternam, tiene vida eterna (Jn 6, 55). ¿No dijera: terná la
vida eterna? ¿Por qué llama vida eterna estar en gracia? Porque el que
dignamente comulga, conoce a Dios y le ama. Si se llama vida, ¿por qué eterna?
Porque si vos no la matáis, no hayáis miedo que se muera. Vuestra vida morirá;
la gracia no se muere si vos no la matáis. Y esta gracia es principio de la
vida eterna, aunque imperfecta.
Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 155.
Mi parecer (salvo mejor juicio) es que, no habiendo
legítimo impedimento, el prelado (en nombre del prelado entiendo cualquiera que
tiene cargo de administrar el santísimo sacramento de la eucaristía) es
obligado a darlo, a su súbdito cuantas veces le pidiere. Lo uno, por razón del
nombre, que es sacerdote: que da cosas sagradas o sacramentos; ¿y
cuál mejor ni tal como el de la comunión? Lo segundo, por razón del amor que
debe tener a Dios. Si le ama, apaciente sus ovejas (Jn 21, 17). ¿Y qué
pasto? El que el mismo Dios dice: Mi carne es verdaderamente manjar (Jn 6, 56). Y el
que este santísimo sacramento niega es injusto, porque le niega lo que con
tanta justicia se le debe, como Santo Tomás dice, que “el cristiano tiene tanto
derecho para pedir el santísimo sacramento, que ni su prelado se lo puede
negar, si no fuese por pecado público. Pidiéndoselo en público, se lo ha de
dar; cuanto más debe al que con devoción se lo pide” (Summa
theologica, 3, q. 80 a.6).
Miscelánea breve. II, pg. 861.
Veamos lo que te da por virtud de este sacramento.
Innumerables son sus efectos y virtudes; mas la primera y más principal es
hacerse semejante el hombre a Dios en la pureza de la vida y después en la
bienaventuranza de la gloria, que es hacer al hombre divino, deificada su ánima
y haciéndola participante de las costumbres y naturaleza de Dios. Y, porque
esta es una tan gran cosa que parece increíble oye cómo así lo dice el mesmo
Dios: El que come, dice Él, mi carne y bebe mi sangre, él
está en mí y yo en él (Jn 6, 57). Añade luego estas palabras en
sentencia, y dice: “Pues así como mi Padre está en mí, y, por estar Él en mi
vida, la vida que yo vivo es en todo semejante a la de mi Padre, que es vida de
Dios, así aquel en quien yo estuviere por medio de este sacramento, la vida
suya será semejante a la mía, y así no vivirá ya como hombre, sino como Dios,
como vivía mi Apóstol: Vivo yo, ya no yo, sino vive Cristo en mi” (Gal 2, 20). Esta
sentencia y esta comparación es de Cristo. Bastábanos, sin duda, solo esto para
hacer aquí una perpetua estación, sin pasar adelante.
Toma tres medidas de flor de harina, dijo Abraham a su
mujer Sara, y cuécelo en el rescoldo. - ¿Qué pan es éste, que parece tan
bajo, cocido en el rescoldo? – El que descendió del cielo: Ego sum panis
vivus qui de caelo descendi (Jn 6, 51). De tres medidas se hizo este pan, de la
flor de lo mejor de la harina, que quiere decir que hay allí tres cosas que son
metro y mesura de todas las otras cosas, y que cuanto las cosas todas del mundo
más se allegan a ellas, más perfectas se hacen. - ¿Qué hay en el Sacramento? -
¡Oh Señor, y quién nunca de otra se acordase! ¿Qué hay allí? Dios sobre todas las
cosas.
Sermón en la Infraoctava del Corpus, III, pg. 636.
Porque, muriendo el mismo Señor, mató nuestra
muerte. Y porque estábamos en una muerte de ánima y cuerpo, estuvo Él muerto y
sepultado, y de esta manera nos ganó la vida de gracia para el ánima, y vida
inmortal y gloriosa para el cuerpo, sin que tenga fin una ni otra. Porque ¿qué
quiere decir: Si alguno comiere este pan, vivirá para siempre (Jn 6, 52) sino:
“por virtud de este pan la muerte está muerta para siempre.
Sermón en la Infraoctava del Corpus. III, pg. 569.
Esté sin miedo de la muerte, pues ha recibido la
Vida, y espere de gozar de la dulce y verdadera promesa de Jesucristo que dicen
las palabras del tema: El que come de este pan vivirá para siempre (Jn 6, 52).
Sermón en la Infraoctava del Corpus. III, pg. 586.
Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí
está y yo en él (Jn 6, 57). Quien come mi carne vivirá para siempre (cf. Jn 6, 59). ¡Oh
milagro de Dios! ¿Quién vido, por comer carne, vivir para siempre? Esa fue la
invención del diablo para dar la muerte; pues esa sea la invención de Dios para
dar la vida, para que sepa el demonio con quien se toma. Si la carne causó la
muerte, la carne cause la vida. Y aun más poderosa es esta carne para dar vida
que fue aquella para dar la muerte.
Sermón octava del Corpus. III, pg. 77.
Parecióles bien el pan que mantiene para
siempre parecióles cosa recia que Aquel que era tenido por hijo de una mujer y
de un hombre a los cuales ellos conocían, dijese que había descendido del
cielo. Y declarando el Señor más el misterio de este mantenimiento, que hace
vivir para siempre, díjoles: El pan que yo daré, mi carne es, para la vida
del mundo. Espantáronse más, y dijeron: ¿Cómo este nos puede dar su carne para comer? (Jn 6, 62-53).
Gente grosera y tosca, sin fe y sin prudencias; que ya que ellos se engañaban
en la manera del entender, preguntáranle al Señor, y dijérales que no entendía
Él que habían de comer su carne sagrada así a bocados y a tajadas como la carne
de un animal que cortan en la carnicería.
Fuéronse del Señor, porque les parecía que esta doctrina
es dura (Jn 6, 61).
Sermón Santísimo Sacramento. III, pg. 750-751.
Allí de comer de un árbol murieron; aquí dicen las
palabras de nuestro tema: Quien comiere mi carne y bebiere mi sangre,
tiene vida eterna (cf. Jn 6, 55).
Sermón Santísimo Sacramento, III, pg. 600.
-Veisnos aquí un poquito dentro de la materia. –
Pues, ¿qué responderemos a las palabras de Cristo nuestro Señor: Mi
carne verdaderamente es manjar? (Jn 6, 56). – Habéis dicho que el manjar del
ánima es ver a Dios, y que no le puede hartar ni contestar otro
manjar; ¿cómo decís agora que la carne es manjar y la sangre bebida? - Henos aquí en la mar; tened paciencia un
poquito, - Decís que el manjar del ánima es infinito; la carne de Cristo es
finita: ¿cómo puede ser manjar de ánima, no teniendo eso? – Gran verdad dijo
aquel que dijo las palabras del tema. Mirad, por dos cosas se dice la carne de
Cristo sacratísima manjar del ánima. Porque el fiel manjar del
ánima es la vedad, también es manjar del ánima la carne de Cristo, como su
divinidad.
Sermón Santísimo Sacramento. III, pgs. 606-607.
Parece esto a lo que
tenemos entre las manos: “¿Qué es cosicosa”: Hartólos de la flor del trigo,
y de la miel de la piedra los sustentó (Sal 80, 17); mi carne
verdaderamente es manjar, y mi sangre es verdaderamente bebida? (Jn 6, 56).
Del que come salió el manjar, y del fuerte salió la dulzura. Del
fortísimo León – Vicit leo de tribu Iuda, radix David (Ap 5, 5)- : de
Jesucristo penado y atormentado; de Cristo trabajado, azotado y crucificado; de
Cristo muerto en una cruz; de este sacamos manjar, sacamos mantenimiento con el
cual nuestros trabajos, nuestros cansancios, nuestras miserias son remediadas;
con este nos sustentamos en esta larga peregrinación; con este nos refrescamos
para la sequedad y desierto de este camino.
Sermón Santísimo Sacramento. III, pg. 619.
¿Qué remedio para estos dos males, para los que
nunca se miran y para los que, mirándose mucho, desmayan? Mi
carne – dice Jesucristo – es manjar, y mi sangre cosa para beber (cf. Jn 6, 56). ¿Si
habrá aquí por ventura algún flaco desmayado que diga: “¿Quién soy yo para ir
al cielo?, ¿quién soy yo para que Dios me perdone?”, que está temblando Dios?
¿Si habrá aquí alguno que vence su carne y la trae sujeta, que vence su soberbia,
que vence sus pasiones y se enseñorea de todas ellas? Si hay aquí alguno que de
tal manera se ha con las cosas de acá, que parece que no está en ellas; y el
ver quién eres te puede desmayar. Mi carne – dice Jesucristo – es
verdadero manjar. si hay aquí alguno que de tal manera está en el mundo, que no vive
conforme al mundo, y con todo eso anda flaco, temeroso y desmayado, a este tal
dice Jesucristo nuestro Señor: “No desmayes, esfuerza, prosigue lo que
comenzaste; no desfallezcas en la mitad del camino, que de todo es remedio mi
carne. No te espanten tus males ni tus pecados, que de todo es cura y medicina
mi carne; esfuerza a tu flaqueza, dará fuerza a tu desmayo; quitará el temor y
darte ha sosiego. Mi sangre refrescará tu sequedad, recreará tu ánima,
esforzarla ha. Más puede este santísimo manjar para alegrarte que tus pecados a
entristecerte; más te esforzará y te confortará este manjar que los demonios
Sermón día 2 de la Octava del Corpus. III, pg. 633.
El que come mi carne y bebe mi sangre en mí
está y yo en él (Jn 6, 57). Palabras son de gran consuelo; por eso me pareció no tomar
otras nuevas, sino las mismas del primer día. Díjolas Jesucristo nuestro Señor,
y por esto deben de ser de nosotros aceptadas con gran benevolencia y amor.
Huélgase el Señor de dar a sus criaturas a entender que sin Él no hay consejo
que prevalezca ni consejo que se pueda acertar; y esto tan de verdad, que por
aquel modo que el hombre pensare remediarse, si estriba en sí, permite Dios que
se pierda, y por el camino que tomare para hacer algo contra Dios, le venga
mal.
Sermón de la Octava del Corpus. III, pg. 767.
Estas entrañas tan piadosas, más de lo que se puede
decir, constriñeron a Jesucristo nuestro Señor de no contentarse de comer su
bocado a solas, mas de ponerlo debajo de accidentes de pan, para que,
comiéndolo dignamente, gocemos de lo que comió: Como el Padre, que vive, me
envió, e yo vivo por el padre, así que el que me come a mí, vivirá por mí (Jn 6, 58). Enviar
el
Padre al Hijo es hacerlo encarnar; y por la encarnación, aquella sacratísima
ánima, levantada a tener persona de Dios, vive vida de gracia, por el Espíritu
Santo, que, como dice San Juan, le fue dado sobre toda medida (Jn 3, 34). Y a
semejanza de esta santa misión o encarnación, hace nuestro
Señor con los que bien le reciben, levantándose a tanta honra, que según hemos
dicho, se llamen un hombre, una persona, y una esposa, y un Cristo con Él.
Sermón en la Infraoctava del Corpus. III, pg. 693.
¿Quieres conservar la gracia de Dios? ¿Quieres
escapar del infierno? ¿Quieres ser heredero del cielo? ¿Quieres no cometer
pecado mortal, cosa tan para desear? Frecuenta a recebir este divino manjar y,
experimentarás lo que Él mesmo dice: Quien me come a mí vivirá por mí (Jn 6, 58). El
papa Inocencio dice que este santo Sacramento “perdona los pecados veniales y
preserva de caer en mortales” (Inocencio III, De sacro altar, myster). San Bernardo
dice que: “este santo Sacramento quita el consentir en pecados mortales y el
sentir de los veniales” (In Coena Domini, sermo 3); quiere decir
que no impriman tanto en el hombre. Todos los santos dicen que los efectos que
el pan y el manjar obran en un cuerpo (cuéntalos bien y piénsalos bien), que
todos esos obra este Santísimo Sacramento en el ánima de quien bien lo recibe.
Sermón del Santísimo Sacramento. III, pg. 761.
“Yo fui grano de trigo sembrado en el vientre
virginal de mi sacratísima Madre (cf. Jn
12, 24); salí de él tierno y fresco, como un trigo que está en berza;
creciéronme aires y muy recios soles de trabajos, caminos y persecuciones, y
cuando fue casi de treinta años, echaron los malos su hoz en mí, y fui cortado
de esta vida, molido y atormentado, y hecho harina para que de ella se hiciese
este pan sagrado, del cual digo: El que me come a mí, vivirá por mí (Jn 6, 58). Y
habiendo comprado tan caro darme yo por manjar a los hombres y estando cerrado
y depositado en lugar tan pequeño para que mejor me puedan comer, advierten tan
poco a mis trabajos y a mi grande amor y a la gran necesidad que tiene de mí,
que algunos ni aun quieren venir a mi casa; y si otros vienen, conténtanse con
reverenciarme cuando soy consagrado y alzado en la misa; mas aparejar sus
conciencias, pelear contra sus pasiones para venir limpios a mi mesa y
recibirme y holgarse conmigo, muy pocos hay”.
Sermón del Santísimo Sacramento. III, pg. 764-765.
San Oscar Romero.
Queridos hermanos, ésta es la historia de nuestro
país en esta semana. Hay muchas otras cosas que ustedes podían completar pero
que todo viene a ser como marco en el cual nosotros queríamos vivir nuestra
misa de este domingo: el pan que baja del cielo, la carne en la que Cristo nos
da toda su vida divina, su redención, su amor. Desde allí miremos y
contemplemos cuánto se puede hacer cuando se pone fe en el Señor y cuando de
veras nosotros queremos ser instrumentos de ese amor del Señor, que se
alimentan con la vida eterna de la eucaristía. Así sea...
Homilía,
19 de agosto de 1979.
Papa Francisco. Angelus. 16 de
agosto de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos la Liturgia nos está proponiendo,
del Evangelio de san Juan, el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, que es Él
mismo y que es también el sacramento de la Eucaristía. El pasaje de hoy (Jn 6,
51-58) presenta la última parte de ese discurso, y hace referencia a algunos
entre la gente que se escandalizaron porque Jesús dijo: «El que come mi carne y
bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,
54). El estupor de los que lo escuchan es comprensible; Jesús, de hecho, usa
el estilo típico de los profetas para provocar en la gente —y también en
nosotros— preguntas y, al final, suscitar una decisión. Antes que nada
las preguntas: ¿qué significa «comer la carne y beber la sangre» de Jesús? ¿es
sólo una imagen, una forma de decir, un símbolo, o indica algo real? Para
responder, es necesario intuir qué sucede en el corazón de Jesús mientras parte
el pan para la muchedumbre hambrienta. Sabiendo que deberá morir en la cruz por
nosotros, Jesús se identifica con ese pan partido y compartido, y eso se
convierte para Él en «signo» del Sacrificio que le espera. Este proceso tiene
su culmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se convierten realmente en
su Cuerpo y en su Sangre. Es la Eucaristía, que Jesús nos deja con una
finalidad precisa: que nosotros podamos convertirnos en una sola una cosa con
Él. De hecho dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en
él» (v. 56). Ese «habitar»: Jesús en nosotros y nosotros en Jesús. La comunión
es asimilación: comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere
nuestro «sí», nuestra adhesión de fe.
A veces, se escucha esta objeción sobre la santa
misa : «Pero, ¿para qué sirve la misa? Yo voy a la iglesia cuando me apetece, y
rezo mejor en soledad». Pero la Eucaristía no es una oración privada o
una bonita experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que
Jesús hizo en la Última Cena. Nosotros decimos, para entender bien, que la
Eucaristía es «memorial», o sea, un gesto que actualiza y hace presente el
evento de la muerte y resurrección de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo
donado por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros. La
Eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a nosotros. Nutrirnos de
Él y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe,
transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos. Nutrirnos
de ese «Pan de vida» significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo,
asimilar sus elecciones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa
entrar en un dinamismo de amor y convertirse en personas de paz, personas de
perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo que hizo Jesús .
Jesús concluye su discurso con estas palabras: «El
que come este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 58). Sí, vivir en comunión real
con Jesús en esta tierra, nos hace pasar de la muerte a la vida. El Cielo
comienza precisamente en esta comunión con Jesús.
En el Cielo nos espera ya María nuestra Madre —ayer
celebramos este misterio. Que Ella nos obtenga la gracia de nutrirnos siempre
con fe de Jesús, Pan de vida.
Papa Francisco. Angelus. 19 de
agosto de 2018
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje evangélico de este domingo (cf. Juan 6,
51-58) nos introduce en la segunda parte del discurso que hizo Jesús en la
sinagoga de Cafarnaún, después de haber dado de comer a una gran multitud con
cinco panes y dos peces: la multiplicación de los panes. Él se presenta
como «el pan vivo, bajado del cielo», el pan que da la vida eterna, y añade:
«el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (v. 51). Este
pasaje es decisivo, y de hecho provoca la reacción de los que están escuchando,
que se ponen a discutir entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su
carne?» (v. 52). Cuando el signo del pan compartido lleva a su verdadero
significado, es decir, el don de sí hasta el sacrificio, emerge la
incomprensión, emerge incluso el rechazo de Aquel que poco antes se quería
llevar al triunfo. Recordemos que Jesús ha tenido que esconderse porque
queríamos hacerlo rey.
Jesús prosigue: «Si no coméis la carne del Hijo del
hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (v. 53). Aquí junto
a la carne aparece también la sangre. Carne y sangre en el lenguaje bíblico
expresan la humanidad concreta. La gente y los mismos discípulos instituyen
que Jesús les invita a entrar en comunión con Él, a «comer» a Él, su humanidad
para compartir con Él el don de la vida para el mundo. ¡Mucho más que triunfos
y espejismos exitosos! Es precisamente el sacrificio de Jesús lo que se dona a
sí mismo por nosotros.
Este pan de vida, sacramento del Cuerpo y de la
Sangre de Cristo, viene a nosotros donado gratuitamente en la mesa de la
eucaristía. En torno al altar encontramos lo que nos alimenta y nos sacia la
sed espiritualmente hoy y para la eternidad. Cada vez que participamos en
la santa misa, en un cierto sentido, anticipamos el cielo en la tierra, porque
del alimento eucarístico, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, aprendemos qué es la
vida eterna. Esta es vivir por el Señor: «el que me coma vivirá por mí» (v.
57), dice el Señor. La eucaristía nos moldea para que no vivamos solo por
nosotros mismos, sino por el Señor y por los hermanos. La felicidad y la
eternidad de la vida dependen de nuestra capacidad de hacer fecundo el amor
evangélico que recibimos en la eucaristía.
Jesús, como en aquel tiempo, también hoy nos repite
a cada uno: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros» (v. 53). Hermanos y hermanas, no se trata de una
comida material, sino de un pan vivo y vivificante, que comunica la vida misma
de Dios. Cuando hacemos la comunión recibimos la vida misma de Dios. Para tener
esta vida es necesario nutrirse del Evangelio y del amor de los hermanos.
Frente a la invitación de Jesús a nutrirnos con su Cuerpo y su Sangre, podremos
sentir la necesidad de discutir y de resistir, como hicieron los que escuchaban
de los que habla el Evangelio de hoy. Esto sucede cuando nos cuesta mucho
modelar nuestra existencia sobre la de Jesús, y actuar según sus criterios y no
según los criterios del mundo. Nutriéndonos con este alimento podemos entrar
en plena sintonía con Cristo, como sus sentimientos, con sus comportamientos.
Esto es muy importante: ir a misa y comunicarse, porque recibir la comunión
es recibir este Cristo vivo, que nos transforma dentro y nos prepara para el
cielo.
Que la Virgen María sostenga nuestro propósito de
hacer comunión con Jesucristo, nutriéndonos de su eucaristía, para convertirnos
a su vez en pan partido por los hermanos.
Benedicto XVI. Angelus. 16 de
agosto de 2009.
Ayer celebramos la
gran fiesta de la Asunción de María al cielo, y hoy leemos en el Evangelio
estas palabras de Jesús: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo" (Jn
6, 51). No se puede permanecer indiferente ante esta correspondencia que gira
alrededor del símbolo del "cielo": María fue "elevada" al
lugar del que su Hijo había "bajado". Naturalmente este lenguaje, que
es bíblico, expresa en términos figurados algo que jamás se inserta
completamente en el mundo de nuestros conceptos y de nuestras imágenes. Pero
detengámonos un momento a reflexionar.
Jesús se presenta
como el "pan vivo", esto es, el alimento que contiene la vida misma
de Dios y es capaz de comunicarla a quien come de él, el verdadero alimento que
da la vida, que nutre realmente en profundidad. Jesús dice: "El que coma de
este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne para la vida del
mundo" (Jn 6, 51). Pues bien, ¿de quién tomó el Hijo de Dios esta
"carne" suya, su humanidad concreta y terrena? La tomó de la Virgen
María. Dios asumió de ella el cuerpo humano para entrar en nuestra condición
mortal. A su vez, al final de la existencia terrena, el cuerpo de la Virgen fue
elevado al cielo por parte de Dios e introducido en la condición celestial. Es
una especie de intercambio en el que Dios tiene siempre la iniciativa plena,
pero, como hemos visto en otras ocasiones, en cierto sentido necesita también
de María, del "sí" de la criatura, de su carne, de su existencia
concreta, para preparar la materia de su sacrificio: el cuerpo y la sangre que
va a ofrecer en la cruz como instrumento de vida eterna y en el sacramento de
la Eucaristía como alimento y bebida espirituales.
Queridos hermanos y
hermanas, lo que sucedió en María vale, de otras maneras, pero realmente,
también para cada hombre y cada mujer, porque a cada uno de nosotros Dios
nos pide que lo acojamos, que pongamos a su disposición nuestro corazón y
nuestro cuerpo, toda nuestra existencia, nuestra carne —dice la Biblia—,
para que él pueda habitar en el mundo. Nos llama a unirnos a él en el
sacramento de la Eucaristía, Pan partido para la vida del mundo, para formar
juntos la Iglesia, su Cuerpo histórico. Y si nosotros decimos sí, como María,
es más, en la medida misma de este "sí" nuestro, sucede también para
nosotros y en nosotros este misterioso intercambio: somos asumidos en la
divinidad de Aquel que asumió nuestra humanidad.
La Eucaristía es el
medio, el instrumento de esta transformación recíproca, que tiene siempre a
Dios como fin y como actor principal: él es la Cabeza y nosotros los
miembros, él es la Vid y nosotros los sarmientos. Quien come de este Pan y vive
en comunión con Jesús dejándose transformar por él y en él, está salvado de la
muerte eterna: ciertamente muere como todos, participando también en el
misterio de la pasión y de la cruz de Cristo, pero ya no es esclavo de la
muerte, y resucitará en el último día para gozar de la fiesta eterna con María
y con todos los santos.
Este misterio, esta
fiesta de Dios, comienza aquí abajo: es misterio de fe, de esperanza y de amor,
que se celebra en la vida y en la liturgia, especialmente eucarística, y se
expresa en la comunión fraterna y en el servicio al prójimo. Roguemos a la santísima
Virgen que nos ayude a alimentarnos siempre con fe del Pan de vida eterna para
experimentar ya en la tierra la gloria del cielo.
Benedicto XVI.
Angelus. 19 de agosto de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este
domingo (cf. Jn 6, 51-58) es la parte final y culminante del
discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, después de que el
día anterior había dado de comer a miles de personas con sólo cinco panes y dos
peces. Jesús revela el significado de ese milagro, es decir, que el tiempo de
las promesas ha concluido: Dios Padre, que con el maná había alimentado a los
israelitas en el desierto, ahora lo envió a él, el Hijo, como verdadero Pan de
vida, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros. Se
trata, por lo tanto, de acogerlo con fe, sin escandalizarse de su humanidad; y
se trata de «comer su carne y beber su sangre» (cf. Jn 6, 54),
para tener en sí mismos la plenitud de la vida. Es evidente que este
discurso no está hecho para atraer consensos. Jesús lo sabe y lo pronuncia
intencionalmente; de hecho, aquel fue un momento crítico, un viraje en su
misión pública. La gente, y los propios discípulos, estaban entusiasmados
con él cuando realizaba señales milagrosas; y también la multiplicación de los
panes y de los peces fue una clara revelación de que él era el Mesías, hasta el
punto de que inmediatamente después la multitud quiso llevar en triunfo a Jesús
y proclamarlo rey de Israel. Pero esta no era la voluntad de Jesús, quien
precisamente con ese largo discurso frena los entusiasmos y provoca muchos
desacuerdos. De hecho, explicando la imagen del pan, afirma que ha sido enviado
para ofrecer su propia vida, y que los que quieran seguirlo deben unirse a él
de modo personal y profundo, participando en su sacrificio de amor. Por eso
Jesús instituirá en la última Cena el sacramento de la Eucaristía: para que sus
discípulos puedan tener en sí mismos su caridad —esto es decisivo— y, como un
único cuerpo unido a él, prolongar en el mundo su misterio de salvación.
Al escuchar este
discurso la gente comprendió que Jesús no era un Mesías, como ellos querían,
que aspirase a un trono terrenal.
No buscaba consensos para conquistar Jerusalén; más bien, quería ir a la ciudad
santa para compartir el destino de los profetas: dar la vida por Dios y por el
pueblo. Aquellos panes, partidos para miles de personas, no querían provocar
una marcha triunfal, sino anunciar el sacrificio de la cruz, en el que Jesús se
convierte en Pan, en cuerpo y sangre ofrecidos en expiación. Así pues, Jesús
pronunció ese discurso para desengañar a la multitud y, sobre todo, para
provocar una decisión en sus discípulos. De hecho, muchos de ellos, desde
entonces, ya no lo siguieron.
Queridos amigos,
dejémonos sorprender nuevamente también nosotros por las palabras de Cristo: él,
grano de trigo arrojado en los surcos de la historia, es la primicia de la
nueva humanidad, liberada de la corrupción del pecado y de la muerte. Y
redescubramos la belleza del sacramento de la Eucaristía, que expresa toda la
humildad y la santidad de Dios: el hacerse pequeño, Dios se hace pequeño,
fragmento del universo para reconciliar a todos en su amor. Que la Virgen
María, que dio al mundo el Pan de la vida, nos enseñe a vivir siempre en
profunda unión con él.
Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu
Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza. 5.
"Por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen". Cómo
concebir y dar a luz a Jesús
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la catequesis de
hoy entramos en la segunda fase de la historia de la salvación. Después de
haber contemplado al Espíritu Santo en la obra de la Creación, lo
contemplaremos durante algunas semanas en la obra de la Redención, es decir, en
Jesucristo. Pasamos, pues, al Nuevo Testamento y vemos al Espíritu Santo en el
Nuevo Testamento.
El tema de hoy es el
Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo. En el Evangelio de Lucas leemos:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti» - oh María- «la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra» (1,35). El evangelista Mateo confirma este dato
fundamental que concierne a María y al Espíritu Santo, diciendo que María «se
encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (1,18).
La Iglesia ha recogido
este dato revelado y pronto lo colocó en el corazón de su Símbolo de fe. En el
Concilio Ecuménico de Constantinopla, del 381 –el que definió la divinidad del
Espíritu Santo–, tal artículo entró en la fórmula del “Credo.
Se trata, por lo tanto,
de un dato de fe ecuménico, porque todos los cristianos profesan juntos ese
mismo Símbolo de fe. La piedad católica, desde tiempos inmemoriales, ha
derivado de ello una de sus oraciones diarias, el Ángelus.
Este artículo de fe es
el fundamento que permite hablar de María como de la Esposa por excelencia, que
es figura de la Iglesia. En efecto, Jesús –escribe San León Magno– «así como
nació por obra del Espíritu Santo de una madre virgen, así hace fecunda a la
Iglesia, su Esposa inmaculada, con el soplo vital del mismo Espíritu» [1]. Este paralelismo es
retomado en la Constitución dogmática Lumen gentium, que dice así:
«Creyendo y
obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y sin conocer
varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo […] La Iglesia, contemplando
su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad
del Padre, se hace también madre mediante la palabra aceptada con fidelidad,
pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a
los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios» (nn. 63,
64).
Concluimos con una
reflexión práctica para nuestra vida, sugerida por la insistencia de la
Escritura en los verbos “concebir” y “parir”. En la profecía de Isaías
escuchamos: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo» (7,14); y el
Ángel dice a María: «Concebirás un hijo, y lo darás a luz» (Lc 1,31).
María primero concibió, luego dio a luz a Jesús: primero lo acogió en su
interior, en el corazón y en la carne, luego lo dio a luz.
Así sucede con la
Iglesia: primero acoge la Palabra de Dios, deja que “hable a su corazón” (cf. Os 2,16) y le
“llene las entrañas” (cf. Ez 3,3), según dos expresiones
bíblicas, para luego darla a luz con la vida y la predicación. La segunda
operación es estéril sin la primera.
También a la Iglesia,
frente a tareas superiores a sus fuerzas, le surge espontáneamente la misma
pregunta: “¿Cómo es posible esto?”. ¿Cómo es posible anunciar a Jesucristo y
su salvación a un mundo que parece buscar solo el bienestar? También la
respuesta es la misma que entonces: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo
[...]». Sin el Espíritu Santo la Iglesia no puede avanzar, la Iglesia no
crece, la Iglesia no puede predicar.
Lo que se dice de la
Iglesia en general, vale también para nosotros, para cada bautizado. Cada uno
de nosotros se encuentra a veces, en la vida, en situaciones superiores a sus
fuerzas y se pregunta: “¿Cómo puedo afrontar esta situación?”. Ayuda, en
estos casos, repetirse a uno mismo lo que el ángel dijo a la Virgen: «Nada
es imposible para Dios» (Lc 1,37).
Hermanos y hermanas,
Retomemos entonces también nosotros, cada vez, nuestro camino con esta
reconfortante certeza en el corazón: “Nada es imposible para Dios”. Y si
nosotros creemos esto, haremos milagros. Nada es imposible para Dios.
MISA DE NIÑOS. XXI T.O.
Monición de entrada.
Cada vez que venimos a misa escuchamos: “Este es el
sacramento de nuestra fe”.
Porque venir a misa es encontrarnos con Jesús.
Y ser más amigos de Él.
Haciendo que nuestra vida se parezca más a la suya.
Señor, ten
piedad.
Tú eres el Mesías. Señor, ten piedad.
Tú tienes palabras de vida eterna. Cristo, ten piedad.
Tú sabes que te queremos. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco, que cada día se alimenta de la
comunión. Te lo pedimos Señor.
-Por la Iglesia que quiere ser fiel a Jesús. Te lo pedimos Señor.
-Por los que tienen dudas sobre Jesús. Te lo pedimos,
Señor.
-Por los esposos que no se quieren. Te lo pedimos, Señor.
-Por nosotros que como Pedro queremos ser amigos de Jesús.
Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.
Virgen María,
queremos darte las gracias ayudarnos a creer que Jesús está en la comunión como
estuvo en tu corazón.
ORACIÓN PARA
EL CENTRE JUNIORS CORBERA. DOMINGO 20 T.O.
EXPERIENCIA.
Toma una cruz, mírala, haz la señal de la cruz.
Cierra los ojos, realiza varias respiraciones,
procurando tomar conciencia de las profundidades de tu persona.
Mira a Cristo en la cruz.
Invoca el don del Espíritu Santo, el único que hace
posible ores a Cristo.
Mira el vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=XU7chKYMWjU
¿Quién es Jesús para ti? ¿dónde lo buscas?
REFLEXIÓN.
Lectio.
Lee el evangelio de este domingo.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 6, 51-58.
En aquel tiempo,
dijo Jesús a la gente:
-Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el
pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Disputaban los
judíos entre sí:
-¿Cómo puede
este darnos a comer su carne?
Entonces Jesús
les dijo:
-En verdad, en
verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su
sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida,
y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita
en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre,
así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado
del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que
come este pan vivirá para siempre.
Lee dos o tres veces el texto.
El texto es denso y profundo, quédate con alguna de las frases y
repítela en tu interior.
Meditatio.
La comunión es el alimento por excelencia del cristiano, Así lo expresó
el Papa Francisco: “Nutriéndonos con este alimento
podemos entrar en plena sintonía con Cristo, como sus sentimientos, con sus
comportamientos. Esto es muy importante: ir a misa y comunicarse, porque recibir
la comunión es recibir este Cristo vivo, que nos transforma dentro y nos
prepara para el cielo”.
Oratio.
¿Cuál fue la última vez que comulgaste? ¿Conoces
los horarios de misas de tu parroquia? Háblale a Jesús de tus vacíos. Si no
tienes necesidad de la comunión y el sacramento del perdón cuéntaselo, dile que
envíe su Espíritu para que te vacíe de ti mismo y abra en tu corazón la
necesidad de estos encuentros privilegiados, particularmente de la comunión
semanal o diaria.
COMPROMISO.
Busca
el horario de misas y proponte asistir al menos los domingos a misa, a fin de
alimentarte del pan de Vida.
CELEBRACIÓN.
Mira
este vídeo de la Adoración al Santísimo:
https://www.youtube.com/watch?v=0jlsNamdPVM
BIBLIOGRAFÍA.
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal
Española. BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
Biblia
del Peregrino. Edición de Luis Alonso Schökel. EGA-Mensajero.
Bilbao. 1995.
Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego
de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.
Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia
Católica. BAC. Madrid. 2016.
Secretariado Nacional de Liturgia. Libro de
la Sede. Primera
edición: 1983. Coeditores Litúrgicos. Barcelona. 2004.
Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios
de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio
Agustiniano. Valladolid. 1986.
Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por
los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 2. Evangelio según san Marcos. Ciudad
Nueva. Madrid. 2009.
San Juan de Ávila. Obras Completas i. Audi, filia – Pláticas –
Tratados. BAC. Madrid. 2015.
San Juan
de Ávila. Obras Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma –
Tratados y escritos menores. BAC.
Madrid. 2013.
San Juan de Ávila. Obras Completas III.
Sermones. BAC. Madrid. 2015.
San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.
http://www.vatican.va/content/vatican/es.htmlTrinidad. Reza el Padrenuestro mirándolo.
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