lunes, 10 de marzo de 2025

250. 2º domingo tiempo de Cuaresma. 16 de marzo de 2025.

 


Primera lectura.

Lectura del libro del Génesis 15, 5-12.17-18.

En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrán y le dijo:

-Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.

Y añadió:

-Así será tu descendencia.

Abrán creyó al Señor y se le contó como justicia. Después le dijo:

-Yo soy el Señor que te saqué de Ur de los caldeos, para darte en posesión esta tierra.

Él replicó:

-Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla?

Respondió el Señor:

-Tráeme una novilla de tres años, una tórtola y un pichón.

Él los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres y Abran los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados. Aquel día el Señor concertó alianza con Abrán en estos términos:

-A tu descendencia le daré esta tierra, desde el río de Egipto al gran río Éufrates.

 

Textos paralelos.

 Mira el cielo.

Dt 1, 10: Porque el Señor, vuestro Dios, os ha multiplicado y hoy sois más numerosos que las estrellas del cielo.

Cuenta las estrellas.

Hb 11, 12: Así, de uno solo, a los efectos ya muerto, se engendró una multitud como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.

Así será tu descendencia.

1 M 2, 52: Abraham demostró su fidelidad en la prueba, y se le apuntó en su haber.

Creyó Abrán en Yahvé.

Rm 4, 3: ¿Qué dice la Escritura? Creyó Abrahán a Dios y se le apuntó en su haber.

Ga 3, 6: Por ejemplo, Abraham se fio de Dios y se le apuntó a su haber.

Se lo reputó por justicia.

St 2, 23: Y se cumplió lo que dice la Escritura: Abrahán se fio de Dios y se le apuntó en su haber y se le llamó amigo de Dios.

Te saqué de Ur de los caldeos.

Gn 11, 31: Teraj tomó a Abrán, su hijo; a Lot, su nieto, hijo de Harán; a Saray, su nuera, mujer de su hijo Abrán, y con ellos salió de Ur de los Caldeos en dirección a Canaán; llegado a Jarán se estableció allí.

Invadió un gran sobresalto.

Hch 7, 6-7: Dios le habló así: Tus descendientes serán emigrantes en tierra extranjera; los esclavizarán y maltratarán cuatrocientos años. Al pueblo que lo esclavice lo juzgaré yo – dijo Dios –. Después saldrán y me darán culto en este lugar.

Voy a dar a tu descendencia esta tierra.

Gn 12, 7: El Señor se apareció a Abrán y le dijo: A tu descendencia le daré esta tierra. Él construyó allí un altar en honor al Señor, que se le había aparecido.

 

Notas exegéticas.

15 Relato de tradición yahvista, pero con indicios de origen reciente y de adiciones muy tardías. La fe de Abrahán es puesta a prueba, las promesas tarden en realizarse. Luego, son renovadas y selladas con una alianza. La promesa de la tierra está en primer lugar. El NT unirá la persona y la obra de Jesucristo a estas promesas hechas a los Padres y en las que ha empeñado su misericordia y su fidelidad.

15 6 La fe de Abrahán es la confianza en una promesa humanamente irrealizable. Dios le reconoció el mérito de este acto, se lo contó como justicia, ya que el “justo” es el hombre a quien su rectitud y su sumisión hacen grato a Dios. San Pablo utiliza el texto para poder probar que la justificación depende de la fe y no de las obras de la Ley; pero la fe de Abrahán determina su conducta, es principio de acción, y Santiago puede invocar el mismo texto para condenar la fe “muerta”, sin las obras de la fe.

15 7 Yahvé se presenta a Abraham como lo hará a Moisés con ocasión de la revelación en el Sinaí (“Yo soy Yahvé, que te ha hecho salir…”).

15 12 El texto añade aquí: “una gran oscuridad”, probablemente glosa para explicar el término raro “tinieblas”, v. 17.

15 17 Antiguo rito de alianza (Jr 34, 18): los contratantes pasaban entre las carnes sangrantes e invocaban sobre la cabeza la suerte sobrevenida a las víctimas, si transgredían su compromiso. Bajo el símbolo del fuego (ver la zarza ardiendo, Ex 3, 2; la columna de fuego, Ex 13, 21; el Sinaí humeante, Ex 19, 18), el que pasa es Yahvé, y pasa solo porque su alianza es un pacto unilateral. Es un compromiso solmene, sellado por un juramento imprecatorio (pasar entre los animales partidos).

 

Salmo responsorial

Salmo 27 (26), 1bcde.7-8.9abcd.13-14 (R.: 1a).

 

El Señor es mi luz y mi salvación. R/.

El Señor es mi luz y mi salvación,

¡a quién temeré?

El Señor es la defensa de mi vida,

¿quién me hará temblar? R/.

 

Escúchame, Señor, que te llamo;

ten piedad, respóndeme.

Oigo en mi corazón:

“Buscad mi rostro”.

Tu rostro buscaré, Señor.  R/.

 

No me escondas tu rostro.

No rechaces con ira a tu siervo,

que tú eres mi auxilio;

no me deseches. R/.

 

Espero gozar de la dicha del Señor

en el país de la vida.

Espera en el Señor, sé valiente,

ten ánimo, espera en el Señor. R/.

 

Textos paralelos.

Yahvé es mi luz y mi salvación.

Sal 18, 29: Tú, Señor, enciendes mi lampara, Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.

¿A quién temeré?

Sal 36, 10: Porque en ti está la fuente viva y a tu luz vemos la luz.

Sal 43, 3: Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada.

Yahvé, el refugio de mi vida.

Mi 7, 8: No cantes victoria, mi enemiga: si caí, me alzaré; si me siento en tinieblas, el Señor es mi luz.

¿Ante quién temblaré?

Is 10, 17: La luz de Israel se convertirá en fuego, su Santo en una llama que arderá y devorará sus zarzas y cardos en un solo día.

Busca su rostro.

Sal 24, 6: Este es el grupo que lo busca; que viene a visitarte, Dios de Jacob.

Sí, Yahvé, tu rostro busco.

Sal 105, 4: Recurrid al Señor y a su poder, buscad siempre su presencia.

No me ocultes tu rostro.

Os 5, 15: Voy a volver a mi puesto, hasta que se sientan reos y acudan a mí, y en su aflicción madruguen en mi busca.

Creo que gozaré de la bondad de Yahvé.

Sal 116, 9: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Sal 142, 6: A ti grito, Señor, te digo: Tú eres mi refugio, mi lote en la tierra de los vivos.

 

Notas exegéticas.

27 8 “Busca su rostro” conj.: “buscad mi rostro” hebreo. – La expresión que en principio significaba “ir a consultar a Yahvé” en un santuario tomó un sentido más general: tratar de conocerlo, vivir en su presencia. “Buscar a Yahvé” es servirle fielmente.

27 13 Puede entenderse también: “¡Ah, si no pudiese gozar!”. Este pasaje se interpretó en la época macabea en función de la fe en la vida futura.

 

Segunda lectura.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 17-4,1.

Hermanos, sed imitadores míos y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque -como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos – hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; solo aspiran a cosas terrenas. Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, i alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

 

Textos paralelos.

 Hermanos, sed imitadores míos.

Flp 4, 9: Lo que aprendisteis y recibisteis y escuchasteis y visteis en mí ponedlo en práctica. Y el Dios de la paz estará con vosotros.

Fijaos en los que viven según el modelo que veis en nosotros.

1 Co 11, 1: Imitadme a mí como yo imito a Cristo.

Ga 4, 12: Por favor, poneos en mi lugar como yo me pongo en el vuestro: en nada me habéis ofendido.

2 Ts 3, 7: Vosotros sabéis cómo tenéis que imitarnos: no procedimos entre vosotros desordenadamente.

Cuyo final es la perdición.

Rm 16, 18: Que por salvarme la vida se jugaron la suya; no solo yo les estoy agradecido, sino toda la iglesia de los paganos.

Su apetencia, lo terreno.

Hb 11, 13: Con esa fe murieron todos esos sin haber recibido lo prometido, aunque viéndolo y saludándolo de lejos y confesándose peregrinos y forasteros en la tierra.

Somos ciudadanos del cielo.

Hch 3, 20-21: Y así recibáis del Señor tiempos favorables y os envíe a Jesús, el Mesías predestinado. El cielo tiene que retenerlo hasta el tiempo de la restauración universal que anunció Dios desde antiguo por medio de sus santos profetas.

Col 3, 1-4: Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios, aspirad a lo de arriba, no a lo terreno. Pues habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces vosotros apareceréis gloriosos junto a él.

Esperamos como Salvador al Señor Jesucristo.

1 Tm 1, 1: De Pablo, apóstol del Mesías Jesús por disposición de Dios salvador nuestro y de Jesucristo nuestra esperanza.

Transfigurará nuestro pobre cuerpo a imagen de su cuerpo.

1 Co 15, 47-49: El primer hombre procede de la tierra y es terreno, el segundo hombre procede del cielo. Como fue el terrestre son los terrestres; como es el celeste serán los celestes. Como hemos llevado la imagen del terrestre, llevaremos también la imagen del celeste.

En virtud del poder que tiene.

Rm 8, 21: De que esa humanidad se emanciparía de la esclavitud de la corrupción para obtener la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

1 Co 15, 23-28: Cada uno en su turno: la primicia es Cristo, después vendrá el fin, cuando entregue el reino a Dios Padre y acabe con todo principado, autoridad y poder. Pues él tiene que reinar hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies; el último enemigo en ser destruido es la muerte. Todo lo ha sometido bajo sus pies: al decir que todo le está sometido, es evidente que se excluye aquel que se le somete. Cuando todo le quede sometido, también el Hijo se someterá al que le sometió todo, y así Dios será todo en todos.

 

Notas exegéticas.

3 17 Pablo esperaba que algunos miembros de la comunidad dieran pruebas de iniciativa y responsabilidad antes de promoverlos a dirigentes.

3 18 Pablo se refiere probablemente a los “judaizantes”, a los que se refería ya en el v. 2.

3 19 (a) Alusión a las observancias relativas a los alimentos que tanta importancia tenían en la religión judía.

3 19 (b) Probable alusión al miembro sometido a la circuncisión.

3 21 Lit.: “de la misma forma que su cuerpo glorioso”. El cuerpo resucitado de Cristo, en el que resplandece la gloria de Dios, es la forma a la que se conformará nuestro propio cuerpo (“cuerpo espiritual”).

 

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 28b-36.

En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús:

-Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que lo cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía:

-Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo.

Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie lo que habían visto.

 

Textos paralelos.

 

Mc 9, 2-10

Mt 17, 1-9

Lc 9, 28-36

Seis días más tarde tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan y se los llevó a una montaña elevada.

 

En su presencia se transfiguró: sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente, como no los puede blanquear ningún batanero de este mundo.

 

Se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Jesús.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

 

-Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y una para Elías.

 

(No sabía lo que decía pues estaban llenos de miedo).

 

Vino una nube que les hizo sombra

 

 

y salió una voz de la nube:

 

 

-Este es mi Hijo querido. Escuchadle.

 

 

 

 

 

 

 

 

De repente miraron en torno y no vieron más que a Jesús solo con ellos.

 

Mientras bajaban de la montaña les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, si no era cuando aquel Hombre resucitara de la muerte.

 

Se agarraron a esas palabras y discutían que significaba resucitar de la muerte.

Seis días más tarde tomó Jesús a Pedro, a Jacobo y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada.

 

Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandecía como el sol, sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

 

 

Se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

 

-Señor, qué bien se está aquí. Si te parece, armaré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

 

 

 

 

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa les hizo sombra

 

 y de la nube saltó una voz que decía:

 

-Este es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadle.

 

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces temblando de miedo.

Jesús se acercó, lo tocó y le dijo:

-¡Levantaos, no temáis!

 

Alzando la vista, no vieron más que a Jesús solo.

 

 

Mientras bajaban de la montaña, Jesús les ordenó:

-No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que este Hombre resucite de la muerte.

 

Ocho días después de estos discursos, tomó a Pedro, Juan y Santiago y subió a un monte a orar.

 

Mientras oraba, cambió de aspecto su rostro y sus vestidos resplandecían de blancura.

 

 

 

Dos hombres hablaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron gloriosos y comentaban la partida que iba a consumar en Jerusalén.

 

Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño. Al despertar, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.

 

Cuando estos se retiraron, dijo Pedro a Jesús:

 

-Maestro, qué bien se está aquí. Armemos tres tiendas: una para ti, una para Moisés y una para Elías.

 

(No sabía lo que decía).

 

 

Apenas lo dijo, vino una nube que les hizo sombra. Al entrar en la nube, se asustaron.

 

Y sonó una voz que decía desde la nube:

 

-Este es mi Hijo elegido. Escuchadle.

 

 

 

 

 

 

 

 

Al sonar la voz, se encontraba Jesús solo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ellos guardaron silencio y por entonces no contaron a nadie lo que había visto.

 

Subió al monte a orar.

Lc 8, 51: Entrando en casa no permitió entrar con él más que a Pedro, Juan, Santiago y los padres de la niña.

Mientras oraba.

Lc 3, 21: Mientras todo el pueblo se bautizaba, también Jesús se bautizó; y mientras oraba se abrió el cielo.

Sus vestidos eran blancos.

Mt 14, 23: Después de despedirla, subió él solo a la montaña a orar. Al anochecer estaba él solo allí.

Blancura fulgurante.

Lc 24, 16: Pero ellos tenían los ojos incapaces para reconocerlo.

Eran Moisés y Elías.

Lc 24, 4: Estaban desconcertadas por el hecho, cuando se les presentaron dos personajes con vestidos refulgentes.

Hablaban de su partida.

Hch 1, 10: Seguían con los ojos fijos en el cielo mientras él se marchaba, cuando dos personajes vestidos de blanco se les presentaron.

Iba a tener lugar en Jerusalén.

Jn 13, 1: Antes de la fiesta de Pascua sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos del mundo, los amó hasta el extremo.

Sus compañeros estaban cargados de sueño.

Lc 2, 38: Se presentó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a cuantos aguardaban el rescate de Jerusalén.

Permanecían despiertos.

Lc 22, 45: Se levantó de la oración, se acercó a sus discípulos y los halló dormidos de tristeza.

Los dos hombres que estaban con él.

Jn 1, 14: La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros. Contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad.

Se llenaron de temor.

Lc 1, 35: El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te hará sombra; por eso, el consagrado que nazca llevará el título de Hijo de Dios.

Llegó una voz desde la nube.

Lc 1, 12: Al verlo, Zacarías, se asustó y quedó sobrecogido de temor.

Escuchadle.

Jn 1, 34: Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios.

No dijeron a nadie nada.

Lc 9, 21: Él les amonestó encargándoles que no se lo dijeran a nadie.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

9 28 Muchos rasgos originales delatan aquí en Lc una fuente distinta a la de Mc. Del conjunto se desprende una presentación de la Transfiguración distinta de las de Mt y Mc. Mientras que Mt pone de relieve la manifestación de Jesús como nuevo Moisés y Mc describe una epifanía del Mesías oculto, o al menos la fuente que él combina con Mc, más bien pone su atención en una experiencia personal de Jesús que, durante una oración ardiente y transformadora, recibe la luz del cielo sobre la “partida” (lit. éxodo) es decir la muerte que debe cumplimentar en Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas.

9 30 Como Moisés y Elías solo se les nombra para identificar a los “dos hombres” mencionados al principio, podemos pensar que en la fuente combinada por Lc con Mc estos eran dos ángeles que instruían y confortaban a Jesús.

9 31 Lit. “éxodo”. Jesús debe realizar el nuevo éxodo mediante su muerte, su resurrección y su ascensión, que permitirán a los suyos tener acceso a Dios junto con él. Este misterio se cumplirá en Jerusalén, centro de la historia de la salvación.

9 32 O bien: “habiéndose despertado”. Ese sueño que abrumaba a los discípulos, propio de Lc, recuerda el de Getsemaní, 22, 45, donde parece más natural y de donde podría proceder.

9 34 Como en Lc 1, 35, estas palabras indican la venida de Dios a la manera de sus manifestaciones al pueblo del éxodo (Ex 40, 35; Nm 9, 18).

9 35 Var.: “mi Hijo amado”, ver Mt y Mc, - El título de “Elegido”, ver Is 42, 1, alterna con el de “Hijo del hombre” en las Parábolas de Henoc.

9 36 Siguiendo su costumbre, Lc distingue claramente el tiempo de la misión terrena de Jesús y el tiempo posterior a la Pascua, cuando los apóstoles proclamen su misterio.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

29 ESTABA REZANDO: como en el v. 28 (“para rezar”), de nuevo aparece este dato característico de Lc. Su oración es la que transfigura a Jesús, y lo hace aparecer con la luminosidad propia del Hijo de Dios. // EL ASPECTO DE SU ROSTRO CAMBIÓ: lit. el aspecto del rostro de él (llegó a ser) otro. Transitoriamente, la apariencia humilde y cotidiana de Jesús se transformó, ante sus más íntimos, en irradiación de la gloria divina, inseparable de su persona de Hijo de Dios.

31 LA SALIDA: lo que Jn llamará “el paso de este mundo al Padre” (Jn 13, 1) es, lit.: el éxodo, la muerte-resurrección-ascensión QUE JESÚS IBA A (lit. de Jesús que iba a) LLEVAR A CABO o cumplir (Verbo del “cumplimiento” de las profecías) EN JERUSALÉN. La muerte de Jesús es como la partida del justo, de la que habla Sab 3, 2: el tránsito que los insensatos considerarán “una desgracia”. Comparando este versículo con el 33, nuestro clásico juega con las palabras: “Unos tratan con Cristo de su partida, Pedro de su quedada” (Quevedo).

32 CARGADOS DE SUEÑO, como en otro momento clave de la vida de Jesús: la noche en Getsemaní. // VIERON EL ESPLENDOR DE JESÚS: lit. el esplendor de él.

33 LO QUE DECÍA: lit. lo que dice. // Precipitadamente, Pedro habla en términos de estabilidad, de vida feliz, como si todo pudiera arreglarse sin cruz: lo saca de sus fantasías la voz del Padre (v. 35). // DE MANERA QUE: Pedro da ya por decidida y aceptada su propuesta.

34 QUE LOS CUBRÍA: lit. y cubría a ellos.

35 ELEGIDO (lit. el que había sido elegido por mí: lo elegí, y mi elección permanece) equivale al adjetivo “querido”, que figura en el relato paralelo de Mc y Mt.

36 RESULTA QUE: lit. fue encontrado (semitismo). // LO QUE HABÍAN VISTO: como si la experiencia fuera muy reciente, o aún durara, el texto griego dice lit. lo que han visto.

 

Notas exegéticas de la Biblia Didajé.

9, 28-36 La transfiguración permitió a sus discípulos más cercanos ver su rostro glorificado. Esta espectacular manifestación de la divinidad de Cristo reforzó su fe. Al igual que el bautismo, en este episodio se manifestó la Santísima Trinidad. También se confirmó el cumplimiento de la Ley y los profetas por parte de Cristo mostrándose con Moisés, el legislador, y Elías, el más grande de los profetas del Antiguo Testamento. Cat. 516, 554, 1151, 2583, 2600.

9, 34 En las Escrituras, la presencia de Dios a menudo se indica con una teofanía – manifestación visible de la presencia de Dios –, que en este caso fue una nube y otras veces era fuego, truenos o luz. Cat. 556, 659 y 697.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para “entrar en su gloria” (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios. La nube indica la presencia del Espíritu Santo: Tota trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara (“Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa”, Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae). “En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla. Así, cuando te vieses crucificado, entendería que padecías libremente y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre” (Liturgia bizantina, himno).

556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús “fue manifestado el misterio de la primera regeneración”: nuestro Bautismo; la Transfiguración “es el sacramento de la segunda regeneración”; nuestra propia resurrección. Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo “el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3,21). Pero ella nos recuerda también que “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14, 22). “Pedro no había comprendido eso, cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña. Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?” (S. Agustín, Sermón).

2583 Solamente en el monte de la Transfiguración se dará a conocer aquel cuyo Rostro buscan: el conocimiento de la Gloria de Dios está en el rostro del crucificado y resucitado.

2600 El Evangelio según san Lucas subraya la acción del Espíritu Santo y el sentido de la oración en el misterio de Cristo. Jesús ora antes de los momentos decisivos de su misión: antes de que el Padre dé testimonio de Él en su Bautismo y de su Transfiguración y antes de dar cumplimiento con su Pasión al designio de amor del Padre.

697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables de las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la trascendencia de su gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí, en la Tienda de la Reunión y durante la marcha por el desierto; con Salomón en la dedicación del Templo. Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. él es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre con su sombra para que ella conciba y dé a luz a Jesús. En la montaña de la Transfiguración es Él quien vino en una nube y cubrió con su sombra a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y se oyó una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo, mi elegido, escuchadle. Es, finalmente, la misma nube la que ocultó a Jesús a los ojos de los discípulos el día de la Ascensión, y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento.

 

 

Concilio Vaticano II.

Después de que Dios hablase muchas veces y de muchas maneras en los profetas, “en estos días finales nos ha hablado en el Hijo” (Hebreos 1, 1s). Pues envío a su Hijo, esto es, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que habitara entre los hombres y manifestara lo íntimo de Dios (cf. Jn 1, 1-18). Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, “hombre a los hombres enviado” (Epístola a Diogneto, 7, 4), “habla palabra de Dios” (Jn 3, 34) y lleva a su consumación la obra salvadora que el Padre le encomendó realizar (cf. Jn 3, 36). Por tanto, Aquel al que quien ve, ve también al Padre (cf. Jn 14, 9), con toda su presencia y manifestación, con palabras y obras, signos y milagros, pero sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos y con el envío final del Espíritu de la verdad, perfecciona la revelación llevándola a plenitud y la confirma con el testimonio divino: que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.

Constitución Dei Verbum, 4.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Lo que Moisés y Elías hablaban uno al otro delante de Cristo era una determinada providencia que demostraba muy oportunamente que nuestro Señor sería elevado con la majestad de la Ley y los Profetas, o sea, que era Señor de la Ley y de los profetas.

Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 51. III, pg. 230.

¿Por qué afirmó el evangelista: “a los ocho días de dichas estas palabras”? ¿No será, acaso, porque quien oye las palabras de Cristo y cree en ellas, verá su gloria en el tiempo de la resurrección? En realidad, la resurrección se llevó a cabo en el octavo día, y por eso muchas veces los salmos llevan como título “para la octava”.

Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 7, 6-7. III, pg. 231.

¿Qué tiene de particular lo que proclamamos? Porque ofrecemos dos testigos que estuvieron con el Señor en el monte Sinaí; Moisés estaba en la hendidura de la roca, y Elías entonces estaba a la puerta de la cueva; ellos, compareciendo en el monte Tabor junto con el Señor transfigurado, anunciaban a los discípulos la muerte que iba a sufrir en Jerusalén.

Cirilo de Jerusalén, Las catequesis, 12, 16. III, pg. 231.

Es una nube luminosa que no daña con lluvias torrenciales ni con el aluvión de aguas que causan desperfectos, antes, por el contrario, su rocío, enviado por la voz del Dios omnipotente, impregna de fe las almas de los hombres.

Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 7, 19-20. III, pg. 233.

 

San Agustín

Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e inoportunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y la belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor.

Sermón 78, 3-4. I, pg. 283.

 

San Juan de Ávila

Y débeos bastar, que usaron este ejercicio todos los santos. Porque, como San Crisóstomo dice, “¿quién de los santos no venció orando?”. Y el mismo dice: “no hay cosa más poderosa que el hombre que ora”. Y bastarnos debe, y sobre, que Jesucristo, Señor de todo, oró en la noche de la tribulación, aun hasta derramar gotas de sangre. Y oró en el monte Tabor, para alcanzar el resplandor de su cuerpo (cf. Lc 9, 29).

Audi, filia (II). OC I, pg. 688.

Y después de recebido el anillo, que hermosea una parte del cuerpo, vístela su benditísimo Hijo de vestidura de muy blanca holanda, la cual color es la que usa en el cielo y significa la gracia, sin la cual el ánima está desnuda y ennegrecida, sigún Cristo lo dice: Aconséjote que te vistas de vestiduras blancas, porque no aparezca tu desnudez (cf. Ap 3, 18). Y también significa a la gloria, que es gracia acabada y preciosa vestidura del ánima, que se dará a los que bien vivieren, sigún lo ha prometido Jesucristo nuestro Señor, diciendo: Andarán conmigo y con vestiduras blancas (cf. Ap 3, 4). Y así los ángeles que aparecieron a los santos apóstoles en el día de la ascensión del Señor, vestiduras blancas traían (Hch 1,10); y cuando el Señor quiso declarar su gloria en el monte Tabor, fueron sus vestiduras hechas blancas, como la nieve (Lc 9, 29) con gloria.

Asunción de María, OC III, pgs. 984-985.

 

San Oscar Romero.

Oremos, hermanos, la situación de nuestro país es muy difícil pero la figura de Cristo transfigurado en plena Cuaresma no está lejos, es el camino que debemos de seguir. El camino de la transformación de nuestro pueblo no está lejos es el camino que nos señala la palabra de Dios este día: camino de cruz, de sacrificio, de sangre y de dolor, pero con la vista llena de esperanza puesta en la gloria de Cristo que es el Hijo elegido por el Padre para salvar al mundo. ¡Escuchémosle!

Homilía 2 marzo 1980.

 

Francisco. Angelus. 21 de febrero de 2016.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El segundo domingo de Cuaresma nos presenta el Evangelio de la Transfiguración de Jesús.

El viaje apostólico que realicé los días pasados a México fue una experiencia de transfiguración. ¿Por qué? Porque el Señor nos mostró la luz de su gloria a través del cuerpo de su Iglesia, de su Pueblo santo que vive en esa tierra. Un cuerpo muchas veces herido, un Pueblo tantas veces oprimido, despreciado, violado en su dignidad. De hecho los diversos encuentros vividos en México estuvieron llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros e ilumina el camino.

El «baricentro» espiritual de la peregrinación fue el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Quedarme en silencio frente a la imagen de la Madre era lo que me había propuesto antes de todo. Y agradezco a Dios que me lo concedió. Contemplé y me dejé mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos y recoge los dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, los abusos en detrimento de muchas personas pobres y de tantas mujeres. Guadalupe es el santuario mariano más frecuentado del mundo. De toda América van allí a rezar donde la Virgen Morenita se mostró al indio san Juan Diego, dando inicio a la evangelización del continente y a su nueva civilización, fruto del encuentro entre diversas culturas.

Esta es precisamente la herencia que el Señor entregó a México: custodiar la riqueza de la diversidad y, al mismo tiempo, manifestar la armonía de la fe común, una fe sincera y robusta, acompañada por una gran carga de vitalidad y de humanidad. Como mis predecesores, también yo fui para confirmar la fe del pueblo mexicano, pero contemporáneamente a ser confirmado; he recogido a manos llenas este don para que vaya en beneficio de la Iglesia universal.

Un ejemplo luminoso de lo que estoy diciendo fue dado por las familias: las familias mexicanas me acogieron con alegría en cuanto mensajero de Cristo, Pastor de la Iglesia; pero ellas a su vez me dieron testimonios límpidos y fuertes, testimonios de fe vivida, de fe que transfigura la vida, y esto para edificar a todas las familias cristianas del mundo. Y lo mismo se puede decir de los jóvenes, de los consagrados, los sacerdotes, los trabajadores y los encarcelados.

Por ello doy gracias al Señor y a la Virgen de Guadalupe por el don de esta peregrinación. Además agradezco al presidente de México y a las demás autoridades civiles por la calurosa acogida; agradezco vivamente a mis hermanos en el episcopado y a todas las personas que de diversas maneras han colaborado.

 

Una alabanza especial elevamos a la Santísima Trinidad por haber querido que en esta ocasión se llevase a cabo en Cuba el encuentro entre el Papa y el Patriarca de Moscú y de toda Rusia, el querido hermano Kirill; un encuentro muy deseado también por mis predecesores. También este evento es una luz profética de Resurrección, de la cual hoy el mundo necesita más que nunca. Que la Santa Madre de Dios continúe guiándonos en el camino de la unidad. Recemos a la Virgen de Kazán, de la que el Patriarca Kirill me ha regalado un ícono.

 

Francisco. Angelus. 17 de marzo de 2019.

Queridos hermanos y hermanas:

En este segundo domingo de Cuaresma, la liturgia nos hace contemplar el evento de la Transfiguración, en el que Jesús concede a los discípulos Pedro, Santiago y Juan saborear la gloria de la Resurrección: un resquicio del cielo en la tierra. El evangelista Lucas (cf. 9, 28-36) nos muestra a Jesús transfigurado en el monte, que es el lugar de la luz, símbolo fascinante de la singular experiencia reservada a los tres apóstoles. Ellos suben con el Maestro a la montaña, lo ven sumergirse en la oración, y en un determinado momento, «su rostro cambió de aspecto» (v. 29). Habituados a verle cotidianamente con los simples rasgos de su humanidad, ante aquel nuevo esplendor, que envuelve toda su persona, se quedan maravillados. Y junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, que hablan con Él de su próximo «éxodo», es decir, de su Pascua de muerte y resurrección. Es una anticipación de la Pascua. Entonces Pedro exclama: «Maestro, que bien se está aquí» (v. 33). Quisiera que aquel momento de gracia no acabase jamás.

La Transfiguración se cumple en un momento bien preciso de la misión de Cristo, es decir, después de que Él ha confiado a los discípulos que deberá «sufrir mucho, [...] ser asesinado y resucitar al tercer día» (v. 21). Jesús sabe que ellos no aceptan esta realidad —la realidad de la cruz, la realidad de la muerte de Jesús—, y entonces quiere prepararles para soportar el escándalo de la pasión y de la muerte de cruz, porque sabemos que este es el camino por el que el Padre celestial hará llegar a la gloria a su Hijo, resucitándolo de entre los muertos. Y este será también el camino de los discípulos: ninguno llega a la vida eterna si no es siguiendo a Jesús, llevando la propia cruz en la vida terrenal. Cada uno de nosotros, tiene su propia cruz. El Señor nos hace ver el final de este recorrido que es la Resurrección, la belleza, llevando la propia cruz.

Por lo tanto, la Transfiguración de Cristo nos muestra la prospectiva cristiana del sufrimiento. No es un sadomasoquismo el sufrimiento: es un pasaje necesario pero transitorio. El punto de llegada al que estamos llamados es luminoso como el rostro de Cristo transfigurado: en Él está la salvación, la beatitud, la luz, el amor de Dios sin límites. Mostrando así su gloria, Jesús nos asegura que la cruz, las pruebas, las dificultades con las que nos enfrentamos tienen su solución y quedan superadas en la Pascua. Por ello, en esta Cuaresma, subamos también al monte con Jesús. ¿Pero en qué modo? Con la oración. Subamos al monte con la oración: la oración silenciosa, la oración del corazón, la oración siempre buscando al Señor. Permanezcamos algún momento en recogimiento, cada día un poquito, fijemos la mirada interior en su rostro y dejemos que su luz nos invada y se irradie en nuestra vida. En efecto el Evangelista Lucas insiste en el hecho que Jesús se transfiguró «mientras oraba» (v. 29). Se había sumergido en un coloquio íntimo con el Padre, en el que resonaban también la Ley y los profetas —Moisés y Elías— y mientras se adhería con todo su ser a la voluntad de salvación del Padre, incluida la cruz, la gloria de Dios lo invadió transparentándose también externamente. Es así, hermanos y hermanas: Cuántas veces hemos encontrado personas que iluminan, que emanan luz de los ojos, que tienen una mirada luminosa. Rezan, y la oración hace esto: nos hace luminosos con la luz del Espíritu Santo.

 

Continuemos con alegría nuestro camino cuaresmal. Demos espacio a la oración y a la Palabra de Dios, que abundantemente la Liturgia nos propone en estos días. Que la Virgen María nos enseñe a permanecer con Jesús incluso cuando no lo entendemos y no lo comprendemos. Porque solo permaneciendo con Él veremos su gloria.

 

Francisco. Angelus. 13 de marzo de 2022

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de este segundo domingo de Cuaresma narra la Transfiguración de Jesús (cf. Lc 9, 28-36). Mientras rezaba en un monte alto, Jesús cambia de aspecto, sus vestidos se vuelven blancos y resplandecientes, y en la luz de su gloria aparecen Moisés y Elías, hablando con Él de la Pascua que le espera en Jerusalén, es decir, de su pasión, muerte y resurrección.

Testigos de este extraordinario acontecimiento son los apóstoles Pedro, Juan y Santiago, que han subido al monte con Jesús. Nos los imaginamos con los ojos bien abiertos ante aquel espectáculo único. Y ciertamente habrá sido así. Pero el evangelista Lucas señala que «Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño» y que «despertándose vieron la gloria de Jesús» (cf. v. 32). El sueño de los tres discípulos parece como una nota discordante. Más tarde, estos mismos apóstoles se dormirán en Getsemaní, durante la oración angustiosa de Jesús, que les había pedido que velaran (cf. Mc 14, 37-41). Causa asombro esta somnolencia en momentos tan importantes.

Pero leyendo con atención, vemos que Pedro, Juan y Santiago se adormecen antes de que comience la Transfiguración, es decir, justo cuando Jesús está en oración. Sucederá lo mismo en Getsemaní. Evidentemente era una oración que se prolongaba, en silencio y recogimiento. Podemos pensar que al principio ellos también estaban rezando, hasta que prevaleció el cansancio, el sueño.

Hermanos, hermanas, ¿acaso no se parece este sueño fuera de lugar al sueño que nos entra en momentos que sabemos importantes? Tal vez por la tarde, cuando nos gustaría rezar, pasar un rato con Jesús después de un día de mil carreras y compromisos. O cuando es el momento de intercambiar unas palabras con la familia y ya no tienes fuerzas. Nos gustaría estar más despiertos, atentos, implicados, para no perder ocasiones únicas, pero no podemos, o lo hacemos de cualquier manera y poco.

El tiempo fuerte de la Cuaresma es una oportunidad en este sentido. Es un período en el que Dios quiere despertarnos del letargo interior, de esta somnolencia que no deja que el Espíritu se exprese. Porque —no lo olvidemos nunca— mantener el corazón despierto no depende solo de nosotros: es una gracia, y hay que pedirla. Los tres discípulos del Evangelio así lo demuestran: eran buenos, habían seguido a Jesús al monte, pero solo con sus fuerzas no conseguían mantenerse despiertos. Nos sucede también a nosotros. Pero se despiertan justo durante la Transfiguración. Podemos pensar que fue la luz de Jesús la que los despertó. Como ellos, también nosotros necesitamos la luz de Dios, que nos hace ver las cosas de otra manera; nos atrae, nos despierta, reaviva el deseo y la fuerza de rezar, de mirar dentro de nosotros y dedicar tiempo a los demás. Podemos vencer la fatiga del cuerpo con la fuerza del Espíritu de Dios. Y cuando no podamos superar esto, debemos decirle al Espíritu Santo: “Ayúdanos. Ven, ven Espíritu Santo. Ayúdame: quiero encontrar a Jesús, quiero estar atento, despierto”. Pedirle al Espíritu Santo que nos saque de esta somnolencia que nos impide rezar.

En este tiempo de Cuaresma, después de las fatigas de cada día, nos hará bien no apagar la luz de la habitación sin antes ponernos bajo la luz de Dios. Rezar un poco antes de dormir. Démosle al Señor la oportunidad de sorprendernos y despertar nuestro corazón. Esto lo podemos hacer, por ejemplo, abriendo el Evangelio y dejándonos asombrar por la Palabra de Dios, porque la Escritura ilumina nuestros pasos e inflama nuestro corazón. O podemos mirar el Crucifijo y maravillarnos ante el amor loco de Dios, que nunca se cansa de nosotros y tiene el poder de transfigurar nuestros días, de darles un nuevo sentido, una luz diferente, una luz inesperada.

Que la Virgen María nos ayude a mantener nuestro corazón despierto para acoger este tiempo de gracia que Dios nos ofrece.

 

 

 

 

Benedicto XVI. Angelus. 4 de marzo de 2007.

Queridos hermanos y hermanas:

En este segundo domingo de Cuaresma, el evangelista san Lucas subraya que Jesús subió a un monte "para orar" (Lc 9, 28) juntamente con los apóstoles Pedro, Santiago y Juan y, "mientras oraba" (Lc 9, 29), se verificó el luminoso misterio de su transfiguración. Por tanto, para los tres Apóstoles subir al monte significó participar en la oración de Jesús, que se retiraba a menudo a orar, especialmente al alba y después del ocaso, y a veces durante toda la noche. Pero sólo aquella vez, en el monte, quiso manifestar a sus amigos la luz interior que lo colmaba cuando oraba:  su rostro —leemos en el evangelio— se iluminó y sus vestidos dejaron transparentar el esplendor de la Persona divina del Verbo encarnado (cf. Lc 9, 29).

En la narración de san Lucas hay otro detalle que merece destacarse:  la indicación del objeto de la conversación de Jesús con Moisés y Elías, que aparecieron junto a él transfigurado. Ellos —narra el evangelista— "hablaban de su muerte (en griego éxodos), que iba a consumar en Jerusalén" (Lc 9, 31).

Por consiguiente, Jesús escucha la Ley y los Profetas, que le hablan de su muerte y su resurrección. En su diálogo íntimo con el Padre, no sale de la historia, no huye de la misión por la que ha venido al mundo, aunque sabe que para llegar a la gloria deberá pasar por la cruz. Más aún, Cristo entra más profundamente en esta misión, adhiriéndose con todo su ser a la voluntad del Padre, y nos muestra que la verdadera oración consiste precisamente en unir nuestra voluntad a la de Dios.

Por tanto, para un cristiano orar no equivale a evadirse de la realidad y de las responsabilidades que implica, sino asumirlas a fondo, confiando en el amor fiel e inagotable del Señor. Por eso, la transfiguración es, paradójicamente, la verificación de la agonía en Getsemaní (cf. Lc 22, 39-46). Ante la inminencia de la Pasión, Jesús experimentará una angustia mortal, y aceptará la voluntad divina; en ese momento, su oración será prenda de salvación para todos nosotros. En efecto, Cristo suplicará al Padre celestial que "lo salve de la muerte" y, como escribe el autor de la carta a los Hebreos, "fue escuchado por su actitud reverente" (Hb 5, 7). La resurrección es la prueba de que su súplica fue escuchada.

Queridos hermanos y hermanas, la oración no es algo accesorio, algo opcional; es cuestión de vida o muerte. En efecto, sólo quien ora, es decir, quien se pone en manos de Dios con amor filial, puede entrar en la vida eterna, que es Dios mismo.

 

Durante este tiempo de Cuaresma pidamos a María, Madre del Verbo encarnado y Maestra de vida espiritual, que nos enseñe a orar como hacía su Hijo, para que nuestra existencia sea transformada por la luz de su presencia.

 

Benedicto XVI. Angelus. 28 de febrero de 2010.

Ayer concluyeron aquí, en el palacio apostólico, los ejercicios espirituales que, como de costumbre, tienen lugar al inicio de la Cuaresma en el Vaticano. Con mis colaboradores de la Curia romana hemos pasado días de recogimiento y de intensa oración, reflexionando sobre la vocación sacerdotal, en sintonía con el Año que la Iglesia está celebrando. Doy las gracias a todos los que han estado espiritualmente cerca de nosotros.

En este segundo domingo de Cuaresma la liturgia está dominada por el episodio de la Transfiguración, que en Evangelio de san Lucas sigue inmediatamente a la invitación del Maestro: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame" (Lc 9, 23). Este acontecimiento extraordinario nos alienta a seguir a Jesús.

San Lucas no habla de Transfiguración, pero describe todo lo que pasó a través de dos elementos:  el rostro de Jesús que cambia y su vestido se vuelve blanco y resplandeciente, en presencia de Moisés y Elías, símbolo de la Ley y los Profetas. A los tres discípulos que asisten a la escena les dominaba el sueño:  es la actitud de quien, aun siendo espectador de los prodigios divinos, no comprende. Sólo la lucha contra el sopor que los asalta permite a Pedro, Santiago y Juan "ver" la gloria de Jesús. Entonces el ritmo se acelera:  mientras Moisés y Elías se separan del Maestro, Pedro habla y, mientras está hablando, una nube lo cubre a él y a los otros discípulos con su sombra; es una nube, que, mientras cubre, revela la gloria de Dios, como sucedió para el pueblo que peregrinaba en el desierto. Los ojos ya no pueden ver, pero los oídos pueden oír la voz que sale de la nube:  "Este es mi Hijo, el elegido; escuchadlo" (v. 35).

Los discípulos ya no están frente a un rostro transfigurado, ni ante un vestido blanco, ni ante una nube que revela la presencia divina. Ante sus ojos está "Jesús solo" (v. 36). Jesús está solo ante su Padre, mientras reza, pero, al mismo tiempo, "Jesús solo" es todo lo que se les da a los discípulos y a la Iglesia de todos los tiempos:  es lo que debe bastar en el camino. Él es la única voz que se debe escuchar, el único a quien es preciso seguir, él que subiendo hacia Jerusalén dará la vida y un día "transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21).

"Maestro, qué bien se está aquí" (Lc 9, 33):  es la expresión de éxtasis de Pedro, que a menudo se parece a nuestro deseo respecto de los consuelos del Señor. Pero la Transfiguración nos recuerda que las alegrías sembradas por Dios en la vida no son puntos de llegada, sino luces que él nos da en la peregrinación terrena, para que "Jesús solo" sea nuestra ley y su Palabra sea el criterio que guíe nuestra existencia.

En este periodo cuaresmal invito a todos a meditar asiduamente el Evangelio. Además, espero que en este Año sacerdotal los pastores "estén realmente impregnados de la Palabra de Dios, la conozcan verdaderamente, la amen hasta el punto de que realmente deje huella en su vida y forme su pensamiento" (cf. Homilía de la misa Crismal, 9 de abril de 2009:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de abril de 2009, p. 3). Que la Virgen María nos ayude a vivir intensamente nuestros momentos de encuentro con el Señor para que podamos seguirlo cada día con alegría. A ella dirigimos nuestra mirada invocándola 

 

Francisco. Audiencia general (5-03-25). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. I. La infancia de Jesús. 8. «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lc 2,49). El hallazgo de Jesús en el Templo.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En esta última catequesis dedicada a la infancia de Jesús, nos inspiramos en la escena en la que, a los doce años, Él se quedó en el Templo sin decírselo a sus padres, quienes lo buscaron ansiosamente y lo encontraron después de tres días. Este relato nos presenta un diálogo muy interesante entre María y Jesús, que nos ayuda a reflexionar sobre el camino de la madre de Jesús, un camino que ciertamente no fue fácil. De hecho, María ha recorrió un itinerario espiritual a lo largo del cual avanzó en la comprensión del misterio de su Hijo.

Pensemos en las diversas etapas de este camino. Al comienzo de su embarazo, María visita a Isabel y se queda con ella durante tres meses, hasta el nacimiento del pequeño Juan. Luego, cuando ya está en el noveno mes, debido al censo, va con José a Belén, donde da a luz a Jesús. Después de cuarenta días van a Jerusalén para la presentación del niño; y luego cada año regresan en peregrinación al Templo. Pero cuando Jesús era aún pequeño, se refugian en Egipto durante mucho tiempo para protegerlo de Herodes, y solamente después de la muerte del rey se establecen de nuevo en Nazaret. Cuando Jesús, ya adulto, comienza su ministerio, María está presente y es protagonista en las bodas de Caná; luego lo sigue «a distancia», hasta el último viaje a Jerusalén, hasta la pasión y la muerte. Después de la Resurrección, María permanece en Jerusalén, como Madre de los discípulos, sosteniendo su fe en espera de la efusión del Espíritu Santo.

En todo este camino, la Virgen es peregrina de esperanza, en el sentido profundo de que se convierte en la «hija de su Hijo», su primera discípula. María trajo al mundo a Jesús, esperanza de la humanidad: lo alimentó, lo hizo crecer, lo siguió dejándose plasmar, la primera, por la Palabra de Dios. En ésta, como dijo Benedicto XVI, María «está verdaderamente en su casa, sale de ella y entra en ella con naturalidad. Ella habla y piensa con la Palabra de Dios [...]. Así se revela, además, que sus pensamientos están en sintonía con los pensamientos de Dios, que su voluntad es un querer junto con Dios. Al estar íntimamente impregnada de la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada» (Enc. Deus caritas est, 41). Esta singular comunión con la Palabra de Dios no le ahorra, sin embargo, el esfuerzo de un exigente «aprendizaje».

La experiencia de la pérdida de Jesús, que tenía doce años, durante la peregrinación anual a Jerusalén, asusta a María hasta el punto de que se convierte en portavoz de José al reprender a su hijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te buscábamos» (Lc 2,48). María y José sintieron el dolor de los padres que pierden a un hijo: ambos creían que Jesús estaba en la caravana con los familiares, pero al no verlo durante todo un día, comienzan la búsqueda que los llevará a volver atrás. Al regresar al Templo, descubren que Aquel que hasta hacía poco era para ellos un niño al que proteger, ha crecido de repente, y es capaz ya de involucrarse en discusiones sobre las Escrituras sosteniendo la comparación con los maestros de la Ley.

Ante el reproche de su madre, Jesús responde con sencillez desarmante: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre? (Lc 2,49). María y José no comprenden: el misterio del Dios hecho niño supera su inteligencia. Los padres quieren proteger a ese hijo preciosísimo bajo las alas de su amor; Jesús, en cambio, quiere vivir su vocación de Hijo del Padre que está a su servicio y vive inmerso en su Palabra.

Los relatos de la infancia de Lucas se cierran, así, con las últimas palabras de María, que recuerdan la paternidad de José hacia Jesús, y con las primeras palabras de Jesús, que reconocen cómo esta paternidad tiene su origen en la de su Padre celestial, de quien reconoce el primado indiscutible.

Queridos hermanos y hermanas, como María y José, llenos de esperanza, pongámonos también nosotros en camino tras las huellas del Señor, que no se deja encerrar en nuestros esquemas y se deja encontrar no tanto en un lugar, sino en la respuesta de amor a la tierna paternidad divina, respuesta de amor que es la vida filial.

 

DOMINGO 3 T. C.

 

Monición de entrada.-

Cuando vamos al campo vemos que allí hay árboles. Todos están verdes porque cuando llueve las raíces se beben el agua y los mayores cuidan de ellos.

Lo mismo nos pasa a nosotros, nuestro corazón está bonito y damos fruto porque dejamos que Jesús nos cuide.

 

Señor, ten piedad.

Porque a veces nos cansamos de ayudar en casa. Señor, ten piedad.

Porque a veces contestamos mal.  Cristo ten piedad.

Porque a veces no escuchamos a los mayores. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Para que ayudes al papa Francisco a cuidar a trabajar el árbol de la Iglesia. Te lo pedimos, Señor.

Para que Dios haga que llueva en nuestros campos y en los países donde los niños pasan sed. Te lo pedimos, Señor.

Para que nos portemos bien y no nos desanimemos cuando ayudamos a los que se portan mal. Te lo pedimos, Señor.

Para que cuidemos nuestro corazón y hagamos bien los deberes. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias

Virgen María, queremos darte gracias por las personas que cuidan los campos y aunque a veces no den los frutos que esperan no se cansan de cultivar los árboles.

 

SAN JOSÉ.

 

Monición de entrada:

Hoy es domingo y es la fiesta de san José.

San José fue el papá adoptivo de Jesús y estuvo con él cuando era pequeño.

Además en Valencia la fiesta está unida a las fallas.  Así hoy en todas las iglesias donde tienen falla los falleros van a misa y le dan gracias a san José.

Vamos a empezar esta misa mirando con el corazón al papá de Jesús.

 

Señor, ten piedad.

Tú que tuviste a san José por papá. Señor, ten piedad.

Tú que quisiste mucho a san José.  Cristo ten piedad.

Tú que hacías caso a san José. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Te pedimos que ayudes al papa Francisco, que quiere mucho a san José. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por la Iglesia, que tiene a san José por patrono.  Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por los papás que están lejos de sus hijos y los que están enfermos. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por los falleros, que hoy están de fiesta. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por nuestros papás, que hoy celebran el dia del padre . Te lo pedimos, Señor

Te pedimos por nosotros, para que siempre queramos mucho a nuestros papás. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias

San José hoy queremos darte gracias a ti, por haber estado siempre

junto a Jesús y la Virgen María, sin hablar ni enfadarte, cuidando de ellos.

Además queremos darte gracias por nuestros papás porque ellos nos cuidan

y sobre todo nos quieren mucho, y por las fallas.

 

 

 

 

 

 

ORACIÓN JUNIORS CORBERA.

 

EXPERIENCIA.

Prepara tu espacio de oración. Puedes buscarlo o sencillamente donde te encuentres coloca una cruz, una estampa y si la tienes cerca una Biblia.

Observa el pequeño altar que está sobre tu mesa o en el lugar donde te encuentras.

Haz de la señal de la cruz.

Entrelaza las manos, cierra los ojos, descálzate mediante sucesivas respiraciones en las que te vacíes y te llenes de Dios.

Toma conciencia de encontrarte en un lugar y tiempo sagrado.

Abre tu corazón a Dios.

Permanece en silencio un par de minutos, como mínimo.

Responde a estas preguntas: ¿en los momentos difíciles quién te ha ayudado? Reza por esas personas.

Entra en este enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=DM7rEzhR25Q

No es lo mismo caminar solo que caminar con compañía.

Piensa en tu pasado: ¿quiénes te han acompañado?, ¿en qué momentos?, ¿cómo te has sentido a su lado?

¿Y Jesús? ¿Te ha ayudado en las dificultades? ¿Cuándo has sentido su fuerza o la de su Madre, María, o la de un santo que te ha llevado a Jesús?

 

REFLEXIÓN.

Toma la Biblia y lee :

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 28b-36.

En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús:

-Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que lo cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía:

-Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo.

Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie lo que habían visto.

 

¿QUÉ DICE? después de anunciar a los apóstoles que tiene que morir en la cruz Jesús sube al monte. Necesita respuestas, para Él y los apóstoles. Dios no se opone a los demás, no son dos opciones de vida, sino una misma. Necesitamos de la presencia de Dios y necesitamos de la presencia de quienes nos aman y amamos. Cierra los ojos e imagina la escena, situándote en el lugar de Pedro. Estáis a los pies del monte Tabor, Jesús se acerca, te pide le acompañes, comienzas a subir por el sendero, allí os sentáis,…

¿QUÉ TE DICE?  Relaciona el texto con tu vida: ¿en qué momentos has disfrutado de una oración?, ¿qué canción religiosa te ayuda en los malos momentos? Repite alguna de las frases del evangelio. Piensa en las frases del vídeo: “en medio de todo… la luz vence la oscuridad… la fe vence al miedo…y Jesús camina con el hombre…y al encontrarte con Él… el camino será más sencillo…

 

COMPROMISO.

Escribe una carta de agradecimiento a una de las personas que amas y te ayudaron en un momento difícil de tu vida. No es necesario que se la envíes.

 

CELEBRACIÓN.

Escucha esta canción de Manuel Andrés Rodriguez.

https://www.youtube.com/watch?v=fSalECQa638

El tiempo se ha agotado

tu hora se acerca

La noche oscura nos evoca

la tribulación

Aunque Es débil nuestra fe

tu nos procuras

Fortalecer nuestra esperanza

En tu resurrección.

 

Juan, Pedro y Santigo,

suben a la cumbre

La débil lumbre ilumina

un camino de amor

y Aunque no sepan

preparada les tienes la vida

Esperanza y luz en tu

Transfiguración.

 

Resplandece el Mesías

Se ilumina el Tabor

Luz blancura trascendente

Eres hombre y También Dios.

Es la ley y los profetas

En Elias y Moises

Tres amigos consternados

Y la voz de Dios Yavhe

Este es mi Hijo amado.

En quien complacido estoy.

Escuchadlo.

 

Que no acabe este momento

siento en mi alma

Que las tiendas sean morada

de tu reino de amor

Que tu gloria no se vaya

y siempre perdure

Este Belén de gloria y paz

se instaure Señor.

 

La penunmbra cae de nuevo

y con ella la muerte

El temor agolpa y mina

nuestro corazón

Jesús dice:

ya no teman aunque venga la hora

luego de ella mi victoria

en la resurrección.

 

Resplandece el Mesías

Se ilumina el Tabor

Luz blancura trascendente

Eres hombre y También Dios.

Es la ley y los profetas

En Elias y Moises

Tres amigos consternados

Y la voz de Dios Yavhe

Este es mi Hijo amado.

En quien complacido estoy.

Escuchadlo.

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