martes, 25 de marzo de 2025

Nº 252. 4º T. Cuaresma. 30 de marzo de 2025.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de Josué 5, 9a.10-12.

En aquellos días, dijo el Señor a Josué:

-Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto.

Los hijos de Israel acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. Al día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas. Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná. Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

 

Textos paralelos.

El maná cesó desde el día siguiente.

Ex 16, 4: El Señor dijo a Moisés: Yo os haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba, a ver si guarda mi ley o no.

Ex 12, 6: Lo guardaréis hasta el día catorce del mes; y entonces toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer.

Jos 4, 19: El pueblo salió del Jordán el día diez del mes primero y acampó en Guilgal, al este de Jericó.

Lv 2, 14: Si haces una ofrenda de primicias al Señor, esta será de granos de espigas tiernas, tostados y machacados.

 

Notas exegéticas.

5 10 Esta fecha (la de la Pascua de Ex 12, 6) ha sido preparada por Jos 4, 19. La fiesta se celebraba en la llanura de Jericó y no en el santuario de Guilgal, lo que se adecua a su carácter familiar (Ex 12, 1-11).

5 11 La mención de las espigas tostadas en el marco de la Pascua es propia de este texto. En otros lugares se habla de ellas como ofrendas de las primicias (Lv 2, 14).

5 12 La comida de ázimos y espigas tostadas, señal de la entrada de Israel en país agrícola, tomaba carácter religioso a causa de la Pascua y exigía la circuncisión. La cesación del maná significaba el fin del período del desierto.

 

Salmo responsorial

Salmo 34 (33), 2-7 (R.: 9a).

 

Gustad y ved que bueno es el Señor. R/.

Bendigo al Señor en todo momento,

su alabanza está siempre en mi boca;

mi alma se gloría en el Señor:

que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

 

 

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,

ensalcemos juntos su nombre.

Yo consulté al Señor, y me respondió,

me libro de todas mis ansias.  R/.

 

Contempladlo, y quedaréis radiantes,

vuestro rostro no se avergonzará.

El afligido invocó al Señor,

él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.

 

Textos paralelos.

Contempladlo y quedaréis radiantes.

Ex 34, 34-35: Cuando Moisés acudía al Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Cuando salía, comunicaba a los israelitas lo que le había mandado. Los israelitas veían la cada radiante, y Moisés se volvía a echar el velo por la cara, hasta que volvía a hablar con Dios.

2 Co 3, 7: Pues si el ministerio de muerte, con sus letras grabadas en piedra, se realizó con gloria, hasta el punto de que los israelitas no podían fijar la mirada en el rostro de Moisés, por el resplandor transitorio, de su rostro.

Gustad y ved que bueno que es Yahvé.

1 Pe 2, 3: Si es que habéis gustado qué bueno es el Señor.

 

Notas exegéticas.

34 Salmo penitencial “alfabético”, ver Pr 31, 10 (pero el orden de las estrofas está alterado): acción de gracias, vv. 2-11, e instrucción en el sentido de los Proverbios, sobre la suerte de los justos y de los malvados, vv. 12-23.

 

Segunda lectura.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 17-21.

Hermanos:

Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.

 

 

 

 

 

Textos paralelos.

 El que está en Cristo es una nueva creación.

Is 43, 18-19: No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo.

Todo proviene de Dios.

Rm 5, 10: Pues, si siendo enemigos, la muerte de su Hijo nos reconcilió con Dios, con mayor razón, ya reconciliados, nos salvará su vida.

En nombre de Cristo os suplicamos.

Is 53, 5: Él, en cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos curado.

Reconciliaos con Dios.

Rm 8, 3: Lo que no podía la ley, por la debilidad de la condición carnal, lo ha hecho Dios enviando a su Hijo, asemejado a nuestra condición pecadora para entendérselas con el pecado; en su carne ha condenado el pecado.

Cristo, que no conoció pecado.

Ga 3, 13: Cristo, sometiéndose a la maldición, nos rescató de la maldición de la ley; como está escrito: Maldito el que cuelga de un leño.

Lo hizo pecado por nosotros.

1 Jn 3, 5: Y sabéis que aquél apareció para quitar los pecados y él no tuvo pecado.

Viniésemos a ser justicia de Dios en él.

1 P 2, 24: Nuestros pecados él los llevó en su cuerpo al madero, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus cicatrices nos curaron.

 

Notas exegéticas.

5 17 (a) El centro de esta “nueva creación”, que afecta a todo el universo, es aquí y en Ga 6, 15, el “hombre nuevo” creado en Cristo para una vida nueva de justicia y santidad. Compárese el nuevo nacimiento del bautismo, Rm 6, 4.

5 17 (b) Lit.: “las (cosas) antiguas han desaparecido, mirad, han surgido (cosas) nuevas. Var.: “todas las (cosas) son nuevas.

5 18 La palabra “reconciliación” podía evocar entre los corintios un recuerdo histórico preciso. Con ocasión de la reconstrucción de la ciudad, Cesar había proclamado, en Grecia y en todo el Imperio, una reconciliación que acogiese a personas de pasado dudoso y pudiesen beneficiarse de una amnistía. Aquí la imagen es aplicada a Cristo. Pero el v. 21 indica lo mucho que costó a Dios esta reconciliación: “A Cristo… lo hizo pecado por nosotros”.

5 21 Dios hizo a Cristo solidario de la humanidad pecadora para hacer a los hombres solidarios de su obediencia y su justicia. Puede ser que aquí “pecado” se tome en el sentido de “sacrificio-víctima por el pecado”, puesto que la misma palabra hebrea hat ta‘t puede tener esos dos sentidos. Entre el tiempo de la venida de Cristo al mundo y el de su vuelta discurre un tiempo intermedio, que es el “día de salvación”. Tiempo apto para la conversión, concedido para la salvación del “Resto” y de los gentiles. Aun siendo de duración incierta este tiempo de peregrinación debe ser considerado como breve, lleno de tribulaciones y de sufrimientos que preparan la gloria futura. Se aproxima el fin, así como el día de plenitud de luz; hay que velar y emplear bien el tiempo que resta para salvarse y salvar a los demás, dejando a Dios el cuidado de la venganza postrera.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32.

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

-Este acoge a los pecadores y come con ellos.

Jesús les dijo esta parábola:

-Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.

 

Textos paralelos.

Todos los publicanos y los pecadores.

Ex 34, 6-7: El Señor pasó ante él proclamando: el Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la primera generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos.

 

Os 11, 8-9: ¿Cómo podré dejarte, Efraín; entregarte a ti, Israel? ¿Cómo dejarte como a Admá, tratarte como a Seboín? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas. No ejecutaré mi condena, no volveré a destruir a Efraín, que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador.

Os 2, 21: Aquel día haré en su favor una alianza con los animales salvajes, con las aves del cielo y los reptiles de la tierra. Arco y espada y armas romperé en el país, y los haré dormir tranquilos.

Lc 6, 36: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.

Acoge a los pecadores.

Mt 9, 10-13: Estando Jesús en la casa, sentado a la mesa, muchos recaudadores y pecadores llegaron y se sentaron con Jesús y sus discípulos. Al verlo, los fariseos dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro maestro con recaudadores y pecadores? Él lo oyó y contestó: Del médico no tienen necesidad los sanos, sino los enfermos. Id a estudiar lo que significa misericordia quiero y no sacrificios. No vine a llamar a justos, sino a pecadores.

Partió hacia su padre.

Is 58, 7: Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne.

Jr 3, 12: Ve y proclama este mensaje hacia el norte: Vuelve, Israel, apóstata – oráculo del Señor –, que no os pondré mala cara, porque soy leal y no guardo rencor eterno – oráculo del Señor –.

Se conmovió, corrió.

Is 49, 14-16: Decía Sión: Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado. – ¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.

Jr 31, 20: ¡Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto! Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión – oráculo del Señor –.

Ponedle un anillo en el dedo.

Za 3, 4: Josué estaba vestido con un traje sucio, en pie delante del ángel. Este dijo a los que estaban allí delante: Quitadle el traje sucio. Y a él le dijo: Mira, aparto de ti la culpa y te visto de fiesta. Y añadió: Ponedle en la cabeza una diadema limpia. Le pusieron la diadema limpia y lo revistieron.

Todo lo mío es tuyo.

Jn 17, 10: Todo lo mío es tuyo y lo tuyo es mío: en ellos se revela mi gloria.

Celebrar una fiesta.

Jn 1, 14: La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros. Contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

15 Lc tiene varias parábolas bastante desarrolladas que son exclusivas del tercer evangelio. Las parábolas de Mc se refieren sobre todo a la naturaleza y la venida del reino. Las que son propias de Mt conciernen en gran parte bien al juicio final, bien a las relaciones fraternas dentro de la comunidad. Las parábolas de Lc se ocupan de los individuos y de la moral personal; en el primer plano de ellas hay a menudo un antagonista cuyo soliloquio resulta ser lo que determina el relato.

15 1 Como en 5, 30 y 7, 34, estos recaudadores de impuestos son mencionados junto con los pecadores públicos, condenados por los fariseos.

15 12 Esta petición no es algo inaudito (ver Si 33, 20-34), pero su legitimidad es discutida por los historiadores. El joven reconocerá más tarde que ha pecado contra su padre pero no se precisa la naturaleza de su falta.

15 13 “Como un libertino” o quizá mejor: “una vida desordenada”. El término de Lc (asotos) es poco preciso. La traducción “libertino” se basa en el v. 30, ¿pero no exagera quizá el hijo mayo?

15 15 Para un judío era el colmo de la degradación, pues el puerco era un animal impuro.

15 16 Lit.: “y nadie le daba”.

15 17 Jesús no idealiza los sentimientos del desgraciado. La parábola no se centra en la conversión del hijo, sino en el amor del padre.

15 20 La prisa (“corrió”) es una actitud excepcional en un oriental. Como todo el v. y su continuación, expresa el amor del padre. Los besos de este son signo de su perdón.

15 21 Adic.: “trátame como a uno de tus jornaleros”, ver v. 19. Pero el texto breve, mejor atestiguado, pone mejor de relieve la prisa del padre y hace que su acogida evite al hijo una degradante humillación.

15 22 El anillo era signo de autoridad y las sandalias formaban parte del atuendo del hombre libre, por oposición al del esclavo.

15 25 A la actitud misericordiosa del padre, que simboliza la misericordia divina, se opone en el hijo mayor la actitud de los fariseos y de los escribas, que se jactaban de ser “justos porque no dejaban de cumplir ningún mandamiento de la Ley”.

15 29 Estas palabras parecen justas, pero responden a la seguridad que tenían los fariseos de cumplir todas las exigencias de la ley.

15 31 Se trata de una alegría esencial, de una invitación a ir más allá de las normas jurídicas para abrirse al amor.

15 32 El padre corrige la expresión de desprecio “ese hijo tuyo” por “este hermano tuyo”, reconduciendo así la fraternidad.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

15 Al escándalo de los fariseos (v. 2) no responde Jesús con tesis de cátedra, sino con tres parábolas (cf. Mc 4, 2) que son joyas de la literatura universal, y autorretrato del corazón de Jesús – misericordia del Padre con los pecadores –. Jesús hace lo que hace le Padre, que actúa así con los pecadores arrepentidos: no aprueba el envilecimiento en que cae el pecador, pero sigue teniendo para él los brazos abiertos, lo acepta y lo comprende más que el pecador a sí mismo. La lección central en las tres parábolas es: la alegría de Dios por el reencuentro (vs. 7.10.32). En Dios “sucede” algo así como lo que sucede en el corazón de un padre humano: entre varios hijos fieles y uno descarriado, su preocupación primordial es conseguir el retorno del descarriado, y su alegría al recobrarla es tanto mayor cuanto mayor fue su disgusto al perderlo.

1-2 LOS PECADORES: los de vida irregular (cf. 18, 11: adúlteros, defraudadores, etc.) y los que ejercían una profesión considerada de mala fama (curtidores, marineros, camelleros, etc.). La murmuración de LOS FARISEOS Y LOS ESCRIBAS delata otro misterio del corazón humano: ¿Por qué a aquellos hombres religiosos les molestaba tanto la misericordia, por qué el amor de dios provocaba en ellos juicios de condena? ¿Se consideraban, tal vez, “merecedores” exclusivos del amor de Dios.

11-12 El protagonista de esta parábola, también peculiar de Lc, es el padre. No los hijos, pues el pródigo no es modelo ni de arrepentimiento (da la impresión de que se arrepiente solo por el hambre, no por amor al padre, v. 17), y el hermano mayor no sirve al padre con el corazón de hijo, sino de esclavo. Los dos “se han perdido” para el padre, que tiene que “salir” a su encuentro (vs. 20 y 28). El diálogo final va directamente para los fariseos, pagados de sí mismos y despreciadores de los demás.

13 “Recoger” es convertir en dinero, o vender. // MARCHÓ… LEJANO: en expatriarse, en irse lejos del padre, consiste propiamente le pecado del pródigo. Al marchar él, el padre se quedó sin los dos hijos. // COMO UN PERDIDO: el adverbio que usa el texto griego proviene de una adjetivo que significa “insalvable” o “que no salva” (el dinero, etc.); el sustantivo correspondiente es nuestro vocablo desenfreno o libertinaje.

15 FUE A ARRIMARSE. lit. habiendo ido se adhirió. // QUE LO ENVIÓ…: lit. y envió a él. // Si para un judío los CERDOS eran animales impuros según la Ley (Lv 11, 7), quiere decir que el pródigo vivió como apóstata de la religión.

16 DESEABA: o hubiera deseado. Algunos manuscritos, en vez de HARTARSE dicen llenar su estómago. NADIE LE DABA: puede entenderse: no le daban permiso, no le permitían comerlas.

17 ENTRANDO EN RAZÓN: lit. a él mismo empero volviendo (semitismo), reflexionando en su interior.

18 ME LEVANTARÉ PARA IR A: lit. habiéndome levantado iré (semitismo: me pondré en camino) al padre de mí y diré a él. // CONTRA TI (lit. ante ti, en tu presencia) es expresión targúmica. Hoy diríamos directamente: “ofendí a Dios al ofenderte a ti”.

19 TENME POR… (lit. hazme como…): había perdido los derechos que tenía como hijo, y no sospechaba que el padre no iba a rebajarlo al nivel de criado; seguía siendo “este hijo mío” (v. 24).

20 LE DIO UN VUELCO EL CORAZÓN: lit., en un solo vocablo griego, se conmovió-en-las-entrañas. // CORRIÓ A… BESARLO INSISTENTEMENTE: lit. , habiendo corrido cayó sobre el cuello de él y besó-mucho a él.

21 EMPEZÓ A DECIRLE: el aoristo del texto griego es ingresivo.

22 LA TÚNICA MEJOR ES, en el texto griego, la túnica primera, la principal. // PONEDLE UNA SORTIJA…: lit. dad anillo (¿sortija?) para la mano (¿el dedo?) de él y calzado para los pies.

23 HAGAMOS UN GRAN BANQUETE: lit. comiendo banqueteemos (cf. 12, 19).

25 MÚSICA (¿de un instrumento musical determinado?) Y CANTOS (lit. y coros: ¿de danzantes?, ¿de cantores?), tal vez sea endíadis (repetición de un único concepto mediate dos términos coordinados): “la música del baile”, o “los coros que cantaban”.

28 MONTÓ EN CÓLERA. sufrió un ataque de celos, a la manera de Caín frente a Abel (Gn 4, 5). // SALIÓ Y LE SUPLICABA: ¿Cuál de los hijos estaba más lejos del padre? También el mayor seguía distante; también el padre tuvo que salir a su encuentro. El tiempo verbal griego (imperfecto) da a entender que “le suplicaba con insistencia”, “le suplicaba repetidas veces”.

29 LLEVO SIRVIÉNDOTE: el verbo griego es el propio de los esclavos; así, al decir “llevo trabajando para ti como esclavo”, reconoce implícitamente: “no me considero hijo”. // MIS AMIGOS: apelativo exagerado; a lo más, compañeros de diversión; difícilmente podía vivir la verdadera amistad, ni la fraternidad, quien no vivía la filiación.

30 El hijo mayor aún no está convertido: sigue resentido y acusa al padre. ¿Por qué dice despectivamente ESE HIJO TUYO, en vez de decir “este hermano mío”? El padre lo corrige (v. 32): no se trata solo de “este hijo mío”, sino de “este hermano tuyo”. // MATAS: lit. mataste.

 

Notas exegéticas de la Biblia Didajé.

15, 1 Compartir la comida era un signo de amistad y reconciliación. Cristo aprovecha esta comida para demostrar que su misión es la de llamar a los pecadores al arrepentimiento. Cat. 937, 589, 545.

15, 11-32 Este pasaje lleva al corazón del Evangelio: la ilimitada misericordia de Dios revelada a través de Cristo (cat. 1846-1848). La parábola del hijo prodigo es también la del padre misericordioso y, quizá más en profundidad, la de los dos hermanos. El tema de los dos hermanos (Caín-Abel, pasando por Isaac-Ismael, Jacob-Esaú, o José y sus doce hermanos) desemboca en la fraternidad que se da entre dos pueblos: el elegido (Israel: el hijo mayor) y el resto de los pueblos paganos (los gentiles: el hijo menor). Ambos viven una filiación y responden de modos diversos a la elección de uno y al amor incondicional del Padre a ambos. La parábola pone de relieve la gran misericordia y perdón de Dios. Cat. 1436-1439, 2838-2839)

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

589 Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos. Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores los admitía al banquete mesiánico.

545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: “No he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mc 2, 17). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos y la inmensa “alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta” (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio en su propia vida “para remisión de los pecados” (Mt 26, 28).

1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores.

1439 El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada “del hijo pródigo”, cuyo centro es “el padre misericordioso”: la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Solo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.

 

 

 

 

 

Concilio Vaticano II.

[Los presbíteros] recuerden que, con su conducta diaria y con su preocupación, muestran a creyentes y no creyentes, a católicos y no católicos, el rostro del servicio verdaderamente sacerdotal y pastoral. Tiene, pues, que dar a todos testimonio de la verdad y de la vida y como buenos pastores, buscar también a aquellos (cf. Lc 15, 4-7) que, aunque bautizados en la Iglesia católica, han abandonado la práctica de los sacramentos o incluso la fe.

Lumen gentium, 28-

 

Comentarios de los Santos Padres.

Dime, fariseo, ¿por qué murmuras al ver que Cristo no desprecia el estar con publicanos y pecadores, sino que decididamente les proporciona los medios de salvación? Para salvar a las personas, se anonadó a sí mismo, se hizo como nosotros, y se revistió a sí mismo de la pobreza humana.

Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 106. III, pg. 335.

Cuando algunos sean llamados a la conversión, aunque tengan mala reputación, nosotros debemos más bien alegrarnos y no dejarnos arrastrar por la irritación odiosa hacia ellos.

Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 107. III, pg. 340.

Tuvo dos hijos, es decir, dos pueblos: judío el uno y gentil el otro; al pueblo judío le hizo más adulto por el conocimiento de la Ley, al pueblo gentil más joven por la necedad del paganismo.

Pedro Crisólogo, Sermón, 5, 2. III, pg. 341.

El que no sabe saciarse con el alimento que no se corrompe, siempre estará hambriento.

Ambrosio. Exposición sobre el Ev. de Lucas, 7, 215. III, pg. 343.

Se te arroja al cuello para levantarte porque estás caído, y para hacerte volver hacia el cielo, con el fin de que allí tú, que estás cargado de pecados e inclinado hacia todo lo terreno, busques a tu Creador. Cristo se lanza a tu cuello para quitar de él el yugo de la esclavitud y poner sobre él su yugo suave.

Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 7, 229-230. III, pg. 344.

 

San Agustín

El hombre que tuvo dos hijos es Dos que tuvo dos pueblos. el hijo mayor es el pueblo judío; el menor, el gentil. La herencia recibida del padre es la inteligencia, la mente, la memoria, el ingenio, y todo aquello que el Señor nos dio para que le conociésemos y alabásemos. Tras haber recibido este patrimonio, el hijo menor se marchó a una región lejana. Lejana, es decir, hasta olvidarse de su Creador. (…) Aquí se alimentaba de bellotas que son, a nuestro parecer, las doctrinas mundanas, que alborotan, pero no nutren. (…)

Sermón 112 A, 1-5. I, pgs. 340-341.

 

 

 

 

San Juan de Ávila

Es llamado príncipe de este mundo (Jn 12, 31); porque rige y manda a los malos. El cual asítrata a los suyos que ni aun de manjares de puercos los harta; mas, como otro Adonibecec, les tiene cortados los cabos de los pies y las manos, para hacer cualquier bien, y puestos debajo de la mensa, para que coman, no de plato entero, mas de migajas que le sobran a él (cf. Jue 1, 6-7). Hambrientos los tiene de presente, y después llevará consigo a donde haya entera hambre y tormentos; porque él otra cosa no puede dar. Tal es su tratamiento que bastaba, si los mundanos en ello mirasen, para salirse de la compañía del demonio y del mundo, y allegarse a Dios; como hizo el hijo pródigo que, de verse en oficio tan vil, y que de manjar de puertos aun no se hartaba, cobró seso y consejo para ver qué diferencia iba de estar en la casa de su padre o en la casa del mundo, y dejó el mal que tenía, y fuese a su padre, pidiéndole misericordia, y hallóla (cf. Lc 15, 16ss).

Audi, filia (II), 98. I, pg. 750.

No cese el hombre de buscar el perdón, que, si en la demanda porfía, el Padre de las misericordias saldrá al encuentro a su hijo pródigo, y se lo dará y le vestirá con celestial ropa de gracia, y se holgará de ver ganado a su hijo por la penitencia, que estaba perdido por el pecado (cf. Lc 15, 20-24). 

Audi, filia (II), 20. I, pg. 581.

Decís: Hágase tu voluntad; pensad cómo hicisteis la voluntad del demonio y buscastes las bellotas de los puertos (cf. Lc 15, 16). Pedís al Señor que os perdone; pensad cuán poco perdonáis a vuestros prójimos. Pedís que no seáis vencido en la tentación, y vos os dejáis vencer muchas veces, etc.

Diálogos inter confessarium et paenitentem. II, pg. 780.

Item, porque a los pecadores no les es vedado el orar, antes concedido y mandado y con esta oración enseñó Nuestro Señor Jesucristo a orar a todo el bueno: buenos y malos. Item, el hijo pródigo, que representa un pecador sin gracia, dijo: Padre, pequé en el cielo y delante de ti (Lc 15, 18); y otros lugares en la Sagrada Escritura donde los pecadores llaman padre a Dios, aunque le han ofendido.

Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 137.

Un solo hijo pródigo fue el perdido y el recibido con tantas misericordias, con tantas fiestas y regocijos (cf. Lc 15, 22-24). Con un solo hijo hace el padre tantos regocijos; y con sola o por sola una oveja y una dracma. Para consuelo del hombre, y para que entienda el gran cuidado que Dios tiene, no solamente de todos los hombres en general, sino de él en particular; y que así como de él en particular tiene este cuidado, así le tiene en particular este amor, y por él en particular se hizo aquella obra, y él en particular está obligado a agradecerla y tenerla por propia. Por eso el Apóstol habla con este lenguaje: Amóme a mí, y entregóse a la muerte por mí. Quiere decir: de mí en particular se acordó; por mí en particular rogó, y a mí en particular lavó con sangre.

Lecciones sobre la epístola a los Gálatas. II, pg. 56-57.

¿No sois vos aquel amorosísimo padre que con tanta alegría y regocijo recibió al hijo perdido (Lc 15, 32), ¡y tan perdido!?

Oraciones. II, pg. 1004.

 

 

Iste peccatores recipit, etc. (Lc 15, 2). Estas palabras, que darán fundamente a nuestro sermón, con el ayuda y favor del Espíritu Santo, son tomadas del evangelio de la dominica tercera de Pentecostés; son palabras dichas de unos malos hombres; dijéronse a Jesucristo, acusándole que era mal hombre. Tomárselas hemos de la boca para entenderlas como se han de entender, porque algunas veces decían unas sentencias del Espíritu santo, aunque eran malos.

Domingo III después de Pentecostés. III, pg. 242.

Hasta que vino aquel verdadero samaritano Cristo, que quiere decir guarda, y hizo medicina para este herido. No dice el texto que descendió por el mesmo camino del herido, sino, haciendo camino, vino al herido. Allegóse, tomando carne semejante a la nuestra pecadora, llegóse conversando con heridos de pecados; tanto, que le reprendía n los fariseos, ya en casa de un publicano, ya en casa de un cambiador, ya con la Madalena, ya con la mujer adúltera y, al fin, con los ladrones (Lc 15, 2). Así había de ser, que el que venía para curarnos no hubiese asco de nuestras llagas. Allegóse por sacramentos.

Domingo XII después de Pentecostés. III, pg. 271-272.

Justicia justísima es que, si el ciego quiere ir delante dele que sabe el camino muy bien y le quiere guiar, que tropiece y se descalabre. Y el hijo mozo que pidió la parte de su hacienda a su padre y quiso regirse por sí, perdióla muy presto, y aun a sí mismo con ella, y de hijo muy honrado y abastado en la casa de su padre, vino a ser guarda de puercos y a no hartarse aun de lo que ellos comían (cf. Lc 15, 16). No le dañara ser mozo ni su poca experiencia si quisiera vivir debajo del regimiento de su padre.

Santísimo Sacramento. III, pg. 749-750.

Hijos pródigos, que guardan los puercos de los demonios y aun no se hartan de lo que comen los puercos (cf. Lc 15, 16).

Santísimo Sacramento, III, pg. 758.

Y para más memoria, es bien, si hubiere caído en alguna cosa grave o dudosa, para preguntalla, que luego que caiga la escriba y la guarde, y el domingo por la mañana se confiese por la misma orden que se examinó y reciba el santísimo Sacramento, para que, por la virtud del santísimo cuerpo y sangre de Cristo metido dentro de sus entrañas, alcance su gracia y amor. Antes que le reciba, diga esta preparación, hiriendo sus pechos: Pater, peccavi incaelum et contra te, et non sum dignus vocari filuus tuus… (cf. Lc 15, 17-10).

A un discípulo. IV, pg. 743.

 

San Oscar Romero.

Yo le invito, hermanos, a que en sus hogares o en una Iglesia, en un lugar silencioso, lean esa parábola pero pensando en ustedes mismos y pensando: ¿cuántas veces se ha realizado en mi vida la locura de haber dejado a Dios, la ilusión de querer encontrar la dicha allá lejos del padre, y, tal vez, mientras se tiene dinero, mientras se tiene salud, mientras lo pueden explotar a uno, hay amigos y le ofrecen todo, pero cuando todo eso se acaba, eso que llamábamos el todo, mi dinero es mi Dios, mi dinero, mi poder, los idólatras, cuando caen en la cuenta que no estaba adorando más ídolos y caen en un despertar duro ante la realidad? ¡Ah! no era dios.

¡Ah! el dinero no podía darme todas las satisfacciones. ¡Ah! no puede hacer todo lo que yo quería con el poder. ¡Qué insensatos nos sentimos! Nos parecemos el hijo pródigo en ese momento, queriendo comer el maíz que le tiran a los cerdos. Sentía al hijo pródigo que los cerdos eran más felices que él, ellos comían y a él no le daban ni siquiera las algarrobas de los cerdos. Y por vergüenza de no comer en la misma canoa con los cerdos, quitaba de escondidas unas mazorcas, unas algarrobas; allá escondido, como un cerdo avergonzado, comiéndose su propia miseria.

¿Quién no ha sentido realizarse en su vida después del pecado este asco, este sentirse cerdo, sentirse vacíos, sentirse sin Dios, sin nada, sin amigos?

Homilía 16 marzo 1980.

 

Francisco. Angelus. 6 de marzo de 2016.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el capítulo quince del Evangelio de san Lucas encontramos las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja encontrada (vv. 4-7), la de la moneda encontrada (vv. 8-10), y la gran parábola del hijo pródigo, o mejor, del padre misericordioso (vv. 11-32). Hoy sería bonito que cada uno de nosotros, tomara el Evangelio, este capítulo xv de Lucas, y leyera las tres parábolas. Dentro del itinerario cuaresmal, el Evangelio nos presenta precisamente esta última parábola del padre misericordioso, que tiene como protagonista a un padre con sus dos hijos. El relato nos hace ver algunas características de este padre: es un hombre siempre preparado para perdonar y que espera contra toda esperanza. Sorprende sobre todo su tolerancia ante la decisión del hijo más joven de irse de casa: podría haberse opuesto, sabiendo que todavía es inmaduro, un muchacho joven, o buscar algún abogado para no darle la herencia ya que todavía estaba vivo. Sin embargo le permite marchar, aun previendo los posibles riesgos. Así actúa Dios con nosotros: nos deja libres, también para equivocarnos, porque al crearnos nos ha hecho el gran regalo de la libertad. Nos toca a nosotros hacer un buen uso. ¡Este regalo de la libertad que nos da Dios, me sorprende siempre!

Pero la separación de ese hijo es sólo física; el padre lo lleva siempre en el corazón; espera con confianza su regreso, escruta el camino con la esperanza de verlo. Y un día lo ve aparecer a lo lejos (cf. v. 20). Y esto significa que este padre, cada día subía a la terraza para ver si su hijo volvía. Entonces se conmueve al verlo, corre a su encuentro, lo abraza y lo besa. ¡Cuánta ternura! ¡Y este hijo había hecho cosas graves! Pero el padre lo acoge así.

La misma actitud reserva el padre al hijo mayor, que siempre ha permanecido en casa, y ahora está indignado y protesta porque no entiende y no comparte toda la bondad hacia el hermano que se había equivocado. El padre también sale al encuentro de este hijo y le recuerda que ellos han estado siempre juntos, tienen todo en común (v. 31), pero es necesario acoger con alegría al hermano que finalmente ha vuelto a casa. Y esto me hace pensar en una cosa: cuando uno se siente pecador, se siente realmente poca cosa, o como he escuchado decir a alguno —muchos—: «Padre, soy una porquería», entonces es el momento de ir al Padre. Por el contrario, cuando uno se siente justo —«Yo siempre he hecho las cosas bien...»—, igualmente el Padre viene a buscarnos porque esa actitud de sentirse justo es una actitud mala: ¡es la soberbia! Viene del diablo. El padre espera a los que se reconocen pecadores y va a buscar a aquellos que se sienten justos. ¡Este es nuestro Padre! En esta parábola también se puede entrever un tercer hijo. ¿Un tercer hijo? ¿Y dónde? ¡Está escondido! Es el que «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo» (Fil 2, 6-7). ¡Este Hijo-Siervo es Jesús! Es la extensión de los brazos y del corazón del Padre: Él ha acogido al pródigo y ha lavado sus pies sucios; Él ha preparado el banquete para la fiesta del perdón. Él, Jesús, nos enseña a ser «misericordiosos como el Padre». La figura del padre de la parábola desvela el corazón de Dios. Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama más allá de cualquier medida, espera siempre nuestra conversión cada vez que nos equivocamos; espera nuestro regreso cuando nos alejamos de Él pensando que podemos prescindir de Él; está siempre preparado a abrirnos sus brazos pase lo que pase. Como el padre del Evangelio, también Dios continúa considerándonos sus hijos cuando nos hemos perdido, y viene a nuestro encuentro con ternura cuando volvemos a Él. Y nos habla con tanta bondad cuando nosotros creemos ser justos. Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no rompen la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Reconciliación podemos siempre comenzar de nuevo: Él nos acoge, nos restituye la dignidad de hijos suyos, y nos dice: «¡Ve hacia adelante! ¡Quédate en paz! ¡Levántate, ve hacia adelante!».

En este tramo de la Cuaresma que aún nos separa de la Pascua, estamos llamados a intensificar el camino interior de conversión. Dejémonos alcanzar por la mirada llena de amor de nuestro Padre, y volvamos a Él con todo el corazón, rechazando cualquier compromiso con el pecado. Que la Virgen María nos acompañe hasta el abrazo regenerador con la Divina Misericordia.

 

Francisco. Angelus. 27 de marzo de 2022

Queridos hermanos y hermanas, feliz domingo, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de este domingo narra la parábola llamada del hijo pródigo (cfr. Lc 15,11-32). Esta nos lleva al corazón de Dios, que siempre perdona con compasión y ternura, siempre. Dios perdona siempre, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él perdona siempre. Nos dice que Dios es Padre, que no solo acoge de nuevo, sino que se alegra y hace fiesta por su hijo, que ha vuelto a casa después de haber derrochado todos sus bienes. Nosotros somos ese hijo, y conmueve pensar en cuánto nos ama y espera siempre el Padre.

Pero en la misma parábola está también el hijo mayor, que entra en crisis frente a este Padre. Y que puede ponernos en crisis también a nosotros. De hecho, dentro de nosotros está también este hijo mayor y, al menos en parte, tenemos la tentación de darle la razón: siempre había hecho su deber, no se había ido de casa, por eso se indigna al ver al Padre abrazar de nuevo al hermano que se ha portado mal. Protesta y dice: «Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya», sin embargo, por «ese hijo tuyo» ¡incluso celebras una fiesta! (vv. 29-30). “No te entiendo”. Es la indignación del hermano mayor.

De estas palabras emerge el problema del hijo mayor. En la relación con el Padre él basa todo en el puro cumplimiento de los mandamientos, en el sentido del deber. Puede ser también nuestro problema, nuestro problema entre nosotros y con Dios: perder de vista que es Padre y vivir una religión distante, hecha de prohibiciones y deberes. Y la consecuencia de esta distancia es la rigidez hacia el prójimo, que ya no se ve como hermano. De hecho, en la parábola el hijo mayor no dice al Padre mi hermano, no, dice tu hijo, como diciendo: no es mi hermano. Y al final precisamente él corre el riesgo de quedar fuera de casa. De hecho —dice el texto— «no quería entrar» (v. 28). Porque estaba el otro.

Viendo esto, el Padre sale a suplicarlo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo» (v. 31). Trata de hacerle entender que para él cada hijo es toda su vida. Lo saben bien los padres, que se acercan mucho al sentir de Dios. Es bonito lo que dice un padre en una novela: «Cuando me convertí en padre, entendí a Dios» (H. de Balzac, El padre Goriot, Milán 2004, 112). En este momento de la parábola, el Padre abre el corazón al hijo mayor y le expresa dos necesidades, que no son mandamientos, sino necesidad del corazón: «Convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida» (v. 32). Veamos si también nosotros tenemos en el corazón dos necesidades del Padre: celebrar una fiesta y alegrarse.

En primer lugar, celebrar una fiesta, es decir manifestar nuestra cercanía a quien se arrepiente o está en camino, a quien está en crisis o alejado.  ¿Por qué hay que hacer así? Porque esto ayudará a superar el miedo y el desánimo, que pueden venir al recordar los propios pecados. Quien se ha equivocado, a menudo se siente reprendido por su propio corazón; distancia, indiferencia y palabras hirientes no ayudan. Por eso, según el Padre, es necesario ofrecerle una acogida cálida, que aliente para ir adelante. “¡Pero padre este ha hecho muchas cosas!”: cálida acogida. Y nosotros, ¿hacemos esto? ¿Buscamos a quien está lejos, deseamos celebrar fiesta con él? ¡Cuánto bien puede hacer un corazón abierto, una escucha verdadera, una sonrisa transparente; celebrar fiesta, no hacer sentir incómodo! El padre podría decir: está bien hijo, vuelve a casa, vuelve a trabajar, vete a tu habitación, prepárate y ¡al trabajo! Y este habría sido un buen perdón. ¡Pero no! ¡Dios no sabe perdonar sin hacer fiesta! Y el padre hace fiesta, por la alegría que tiene porque ha vuelto el hijo.

Y después, según el Padre, es necesario alegrarse. Quien tiene un corazón sintonizado con Dios, cuando ve el arrepentimiento de una persona, por graves que hayan sido sus errores, se alegra. No se queda quieto sobre los errores, no señala con el dedo el mal, sino que se alegra por el bien, ¡porque el bien del otro es también el mío! Y nosotros, ¿sabemos ver a los otros así?

Me permito contar una historia, inventada, pero que hace ver el corazón del padre. Está esta obra pop, hace tres o cuatro años, sobre el argumento del hijo pródigo, con toda la historia. Y al final, cuando el hijo decide volver a casa del padre, habla con un amigo y le dice: “Sabes, tengo miedo de que mi padre me rechace, que no me perdone”. Y el amigo le aconseja: “Manda una carta a tu padre y dile: ‘Padre, estoy arrepentido, quiero volver a casa, pero no estoy seguro si tú estarás contento. Si quieres recibirme, por favor, pon un pañuelo blanco en la ventana’”. Y después empezó el camino. Y cuando estaba cerca de casa, en la última curva del camino, tuvo de frente su casa. ¿Y qué vio? No un pañuelo: estaba llena de pañuelos blancos, las ventanas, ¡todo! El Padre nos recibe así, con plenitud, con alegría. ¡Este es nuestro Padre!

¿Sabemos alegrarnos por los otros? Que la Virgen María nos enseñe a acoger la misericordia de Dios, para que se vuelva la luz en la que mirar a nuestro prójimo.

 

Benedicto XVI. Angelus. 18 de marzo de 2007.

Queridos hermanos y hermanas: 

Acabo de volver del centro penitenciario de menores de Casal del Marmo, en Roma, que fui a visitar en este cuarto domingo de Cuaresma, llamado en latín domingo "Laetare", es decir, "Alégrate", por la primera palabra de la antífona de entrada de la liturgia de la misa. Hoy la liturgia nos invita a alegrarnos porque se acerca la Pascua, el día de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Pero, ¿dónde se encuentra el manantial de la alegría cristiana sino en la Eucaristía, que Cristo nos ha dejado como alimento espiritual, mientras somos peregrinos en esta tierra? La Eucaristía alimenta en los creyentes de todas las épocas la alegría profunda, que está íntimamente relacionada con el amor y la paz, y que tiene su origen en la comunión con Dios y con los hermanos.

El martes pasado se presentó la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, que tiene como tema precisamente la Eucaristía, fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia. La elaboré recogiendo los frutos de la XI Asamblea general del Sínodo de los obispos, que se celebró en el Vaticano en octubre de 2005. Espero volver a reflexionar sobre este importante texto, pero ya desde ahora deseo subrayar que es expresión de la fe de la Iglesia universal en el misterio eucarístico, y está en continuidad  con  el concilio Vaticano II y el magisterio de mis venerados predecesores Pablo VI y Juan Pablo II.

En este documento quise poner de relieve, entre otras cosas, su vínculo con la encíclica Deus caritas est:  por eso elegí como título Sacramentum caritatis, retomando una hermosa definición de la Eucaristía de santo Tomás de Aquino (cf. Summa Theol., III, q. 73, a. 3, ad 3), "Sacramento de la caridad". Sí, en la Eucaristía Cristo quiso darnos su amor, que lo impulsó a ofrecer en la cruz su vida por nosotros.

En la última Cena, al lavar los pies a sus discípulos, Jesús nos dejó el mandamiento del amor:  "Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Pero, dado que esto sólo es posible permaneciendo unidos a él, como sarmientos a la vid (cf. Jn 15, 1-8), decidió quedarse él mismo entre nosotros en la Eucaristía, para que nosotros pudiéramos permanecer en él. Por tanto, cuando nos alimentamos con fe de su Cuerpo y de su Sangre, su amor pasa a nosotros y nos capacita para dar, también nosotros, la vida por nuestros hermanos (cf. 1 Jn 3, 16) y no vivir para nosotros mismos. De aquí brota la alegría cristiana, la alegría del amor y de ser amados.

"Mujer eucarística" por excelencia es María, obra maestra de la gracia divina:  el amor de Dios la hizo inmaculada "en su presencia, en el amor" (cf. Ef 1, 4). Junto a ella, para custodiar al Redentor, Dios puso a san José, cuya solemnidad litúrgica celebraremos mañana. Invoco en particular a este gran santo, mi patrono, para que creyendo, celebrando y viviendo con fe el misterio eucarístico, el pueblo de Dios sea colmado del amor de Cristo y difunda sus frutos de alegría y paz a toda la humanidad.

 

Benedicto XVI. Angelus. 14 de marzo de 2010.

Queridos hermanos y hermanas:

En este cuarto domingo de Cuaresma se proclama el Evangelio del padre y de los dos hijos, más conocido como parábola del "hijo pródigo" (Lc15,11-32). Este pasaje de san Lucas constituye una cima de la espiritualidad y de la literatura de todos los tiempos. En efecto, ¿qué serían nuestra cultura, el arte, y más en general nuestra civilización, sin esta revelación de un Dios Padre lleno de misericordia? No deja nunca de conmovernos, y cada vez que la escuchamos o la leemos tiene la capacidad de sugerirnos significados siempre nuevos. Este texto evangélico tiene, sobre todo, el poder de hablarnos de Dios, de darnos a conocer su rostro, mejor aún, su corazón. Desde que Jesús nos habló del Padre misericordioso, las cosas ya no son como antes; ahora conocemos a Dios: es nuestro Padre, que por amor nos ha creado libres y dotados de conciencia, que sufre si nos perdemos y que hace fiesta si regresamos. Por esto, la relación con él se construye a través de una historia, como le sucede a todo hijo con sus padres: al inicio depende de ellos; después reivindica su propia autonomía; y por último —si se da un desarrollo positivo— llega a una relación madura, basada en el agradecimiento y en el amor auténtico.

En estas etapas podemos ver también momentos del camino del hombre en la relación con Dios. Puede haber una fase que es como la infancia: una religión impulsada por la necesidad, por la dependencia. A medida que el hombre crece y se emancipa, quiere liberarse de esta sumisión y llegar a ser libre, adulto, capaz de regularse por sí mismo y de hacer sus propias opciones de manera autónoma, pensando incluso que puede prescindir de Dios. Esta fase es muy delicada: puede llevar al ateísmo, pero con frecuencia esto esconde también la exigencia de descubrir el auténtico rostro de Dios. Por suerte para nosotros, Dios siempre es fiel y, aunque nos alejemos y nos perdamos, no deja de seguirnos con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia para volvernos a atraer hacia sí. En la parábola los dos hijos se comportan de manera opuesta: el menor se va y cae cada vez más bajo, mientras que el mayor se queda en casa, pero también él tiene una relación inmadura con el Padre; de hecho, cuando regresa su hermano, el mayor no se muestra feliz como el Padre; más aún, se irrita y no quiere volver a entrar en la casa. Los dos hijos representan dos modos inmaduros de relacionarse con Dios: la rebelión y una obediencia infantil. Ambas formas se superan a través de la experiencia de la misericordia. Sólo experimentando el perdón, reconociendo que somos amados con un amor gratuito, mayor que nuestra miseria, pero también que nuestra justicia, entramos por fin en una relación verdaderamente filial y libre con Dios.

Queridos amigos, meditemos esta parábola. Identifiquémonos con los dos hijos y, sobre todo, contemplemos el corazón del Padre. Arrojémonos en sus brazos y dejémonos regenerar por su amor misericordioso. Que nos ayude en esto la Virgen María, Mater misericordiae.

 

Francisco. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Los encuentros. 1. Nicodemo. “Ustedes deben renacer de lo alto” (Jn 3,7b)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Con esta catequesis comenzamos a contemplar algunos encuentros narrados en los Evangelios, para comprender la forma en que Jesús da esperanza. De hecho, hay encuentros que iluminan la vida y traen esperanza. Puede suceder, por ejemplo, que alguien nos ayude a ver desde una perspectiva diferente una dificultad o un problema que estamos viviendo; o puede suceder que alguien simplemente nos regale una palabra que no nos haga sentir solos en el dolor que estamos atravesando. A veces también puede haber encuentros silenciosos, en los que no se dice nada, y sin embargo esos momentos nos ayudan a retomar el camino.

El primer encuentro en el que me gustaría detenerme es el de Jesús con Nicodemo, narrado en el capítulo 3 del Evangelio de Juan. Empiezo por este episodio porque Nicodemo es un hombre que, con su historia, demuestra que es posible salir de la oscuridad y encontrar la valentía para seguir a Cristo.

Nicodemo va a ver a Jesús de noche: una hora inusual para un encuentro. En el lenguaje de Juan, las referencias temporales a menudo tienen un valor simbólico: aquí la noche es probablemente la que hay en el corazón de Nicodemo. Es un hombre que se encuentra en la oscuridad de las dudas, en esa oscuridad que vivimos cuando ya no entendemos lo que está sucediendo en nuestra vida y no vemos bien el camino a seguir.

Si uno está en la oscuridad, obviamente busca la luz. Y Juan, al comienzo de su Evangelio, escribe así: «Vino a este mundo la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre» (1,9). Nicodemo busca a Jesús porque intuye que Él puede iluminar la oscuridad de su corazón.

Sin embargo, el Evangelio nos cuenta que Nicodemo no logra comprender de inmediato lo que Jesús le dice. Y así vemos que hay muchos malentendidos en este diálogo, y también mucha ironía, que es una característica del evangelista Juan. Nicodemo no entiende lo que Jesús le dice porque sigue pensando con su lógica y sus categorías. Es un hombre con una personalidad bien definida, tiene un papel público, es uno de los jefes de los judíos. Pero probablemente las cuentas ya no le salen. Nicodemo siente que algo ya no funciona en su vida. Siente la necesidad de cambiar, pero no sabe por dónde empezar.

En algunos momentos de la vida esto nos sucede a todos. Si no aceptamos cambiar, si nos encerramos en nuestra rigidez, en nuestras costumbres o en nuestras formas de pensar, corremos el riesgo de morir. La vida radica en la capacidad de cambiar para encontrar una nueva forma de amar. De hecho, Jesús habla a Nicodemo de un nuevo nacimiento, que no solo es posible, sino incluso necesario en algunos momentos de nuestro camino. A decir verdad, la expresión utilizada en el texto ya es ambivalente en sí misma, porque anōthen (ἄνωθεν) puede traducirse tanto como «desde arriba» como «de nuevo». Poco a poco, Nicodemo comprenderá que estos dos significados van juntos: si dejamos que el Espíritu Santo genere en nosotros una nueva vida, volveremos a nacer. Recuperaremos esa vida que quizás se estaba apagando en nosotros.

He elegido empezar por Nicodemo también porque es un hombre que, con su propia vida, demuestra que este cambio es posible. Nicodemo lo conseguirá: ¡al final estará entre los que van a Pilato a pedir el cuerpo de Jesús (cf. Jn 19,39)! Nicodemo ha salido a la luz por fin, ha renacido y ya no necesita estar en la noche.

Los cambios a veces nos asustan. Por un lado, nos atraen, a veces los deseamos, pero por otro preferiríamos quedarnos en nuestras comodidades. Por eso el Espíritu nos anima a afrontar estos miedos. Jesús le recuerda a Nicodemo- que es un maestro en Israel- que también los israelitas tuvieron miedo mientras caminaban por el desierto. Y se fijaron tanto en sus preocupaciones que en un momento dado esos miedos tomaron la forma de serpientes venenosas (cf. Nm 21,4-9). Para ser liberados, debían mirar la serpiente de bronce que Moisés había colocado en una vara, es decir, debían levantar la vista y estar frente al objeto que representaba sus miedos. Solo mirando de frente a lo que nos da miedo, podemos empezar a ser liberados.

Nicodemo, como todos nosotros, podrá mirar al Crucificado, Aquel que venció la muerte, la raíz de todos nuestros miedos. Levantemos también nosotros la mirada hacia Aquel a quien traspasaron, dejemos que Jesús también se encuentre con nosotros. En Él encontramos la esperanza para afrontar los cambios de nuestra vida y renacer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DOMINGO 5 T. C.

 

Monición de entrada.-

Estamos en el último domingo antes del domingo de ramos. Así que queda una semana para que empiece la Semana Santa.

Y hoy Jesús también está con nosotros, para ayudarnos a defender a los compañeros que son maltratados por otros niños o niñas.

Así que empezamos pidiéndole perdón.

 

Señor, ten piedad.

Tú que nos perdonas siempre. Señor, ten piedad.

Tú que quieres que perdonemos siempre a los amigos.  Cristo ten piedad.

Tú que nos ayudas a perdonar. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Para que el papa Francisco, que defiende a los que son insultados. Te lo pedimos, Señor.

Por las mujeres a las que les pegan. Te lo pedimos, Señor.

Por los niños y niñas que sufren bullying. Te lo pedimos, Señor.

Por los niños que se burlan de los otros niños, para que cambien. Te lo pedimos, Señor.

Por nosotros y las personas que nos quieren. Te lo pedimos, Señor

 

Acción de gracias

Virgen María, estos días estamos rezando tus Siete Dolores. En ellos recordamos cuando sufriste por ser la madre de Jesús. Y el viernes será tu fiesta, la de la Virgen de los Dolores. Te damos gracias por los niños y los mayores que nos defienden cuando nos insultan o intentan pegarnos.

 

 

 

ORACIÓN JUNIORS CORBERA.

 

EXPERIENCIA.

Prepara tu lugar de oración: una cruz, una estampa de la Virgen María, la Biblia y una pequeña vela encendida.

Cierra los ojos y sígnate, tomando conciencia de hallarte en unas coordenadas diferentes.

Inspira y expira, pidiendo a Cristo te envíe el Espíritu Santo para poder escuchar al Padre.

Permanece en silencio unos minutos.

¿Con quién te gustaría estar ahora? ¿Qué sientes? Imagínate con esa persona o esas personas, el lugar, las acciones, las miradas, las palabras. Toma conciencia de tus sentimientos.

Mira el vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=mQTBQ_jEE5U

¿Qué significa volver?

¿De dónde vuelven y a dónde vuelven?

 

+REFLEXIÓN.

Toma la Biblia y lee :

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32.

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

-Este acoge a los pecadores y come con ellos.

Jesús les dijo esta parábola:

-Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.

 

¿QUÉ DICE? Lee de nuevo el texto sirviéndote de la composición de lugar, esto es, entrando en la escena y representando a los dos hijos, a modo de “role playing”.

¿QUÉ TE DICE?  Quédate con la frase que más te llame la atención, repítela en silencio durante unos minutos. ¿Cuándo has actuado como hijo menor?, ¿cuándo como hijo mayor? ¿Cómo juzgas al resto del equipo de monitores o catequistas, a los niños, a los que van a la parroquia y los que solo se acercan con motivo de una celebración familiar, social o festiva? Céntrate en la figura del Padre, sus gestos, sus palabras, dirigidas a ti. Contémplalo en toda su misericordia.

 

COMPROMISO.

¿Y tú, a quién has cerrado la puerta por dentro? Nunca podemos obligar a quienes se han ido de nuestra vida que regresen, pero sí podemos no cerrar la puerta.

 

CELEBRACIÓN.

Escucha esta canción. Se dirige a María, pero también a Dios, quien es madre y padre. Sería bueno visitar un sagrario y, con los auriculares, escucharla.

https://www.youtube.com/watch?v=7XGTciGU8Bw

Cuantas veces, siendo niño, te recé,

con mis besos te decía que te amaba,

poco a poco, con el tiempo alejándome de ti,

/ por caminos que se alejan me perdí. / (2)

 

HOY HE VUELTO, MADRE, A RECORDAR

CUANTAS COSAS DIJE ANTE TU ALTAR,

Y AL REZARTE PUEDO COMPRENDER

/ QUE UNA MADRE NO SE CANSA DE ESPERAR. / (2)

 

Al regreso me encendías una luz,

sonriendo desde lejos me esperabas,

en la mesa la comida aún caliente y el mantel,

/ y tu abrazo en mi alegría de volver. / (2)

ESTRIBILLO.

 

 

 

Aunque el hijo se alejara del hogar,

una madre siempre espera su regreso,

que el regalo más hermoso

que a los hijos da el Señor,

/ es su madre y el milagro de su amor. / (2)

ESTRIBILLO.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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