Primera lectura.
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 12, 1-11
En aquellos días, el rey Herodes decidió arrestar a algunos
miembros de la Iglesia para maltratarlos. Hizo pasar a cuchillo a Santiago,
hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener también
a Pedro. Eran los días de los Ácimos. Después de prenderlo, lo metió en la
cárcel, entregándolo a la custodia de cuatro piquetes de cuatro soldados cada
uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua.
Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba
insistentemente a Dios por él. Cuando Herodes iba a conducirlo al tribunal,
aquella misma noche, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con
cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se
presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el
costado, lo despertó y le dijo:
-Date prisa, levántate.
Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió:
-Ponte el cinturón y las sandalias.
Así lo hizo, y el ángel le dijo:
-Envuélvete en el manto y sígueme.
Salió y lo seguía, sin acabar de creerse que era realidad lo que
hacía el ángel, pues se figuraba que estaba viendo una visión. Después de
atravesar la primera y la segunda guardia, llegaron al protón de hierro que
daba a la ciudad, que se abrió solo ante ellos. Salieron y anduvieron una calle
y de pronto se marchó el ángel. Pedro volvió en sí y dijo:
-Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para
librarme de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los
judíos.
Textos
paralelos.
Detener a algunos de la Iglesia.
Mt 20, 23: Él les dijo: Mi cáliz lo beberéis,
pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo, es para
aquellos a quienes lo tiene reservado mi Padre.
Eran los días de los ácimos.
Ex 12, 8: Esa noche comeréis la carne asada al
fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.
Herodes había decidido ya el día en que iba a
presentarlo.
Hch 5, 18-19: Prendieron a los apóstoles y los
metieron en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió
las puertas de la cárcel y los sacó fuera.
Hch 16, 25-26: A eso de medianoche, Pablo y
Silas oraban cantando himnos a Dios. Los presos los escuchaban. De repente,
vino un terremoto tan violento, que temblaban los cimientos de la cárcel. Al
momento se abrieron todas las puertas, y a todos se les soltaron las cadenas.
Se le presentó el ángel del Señor.
Mt 1, 20a: Pero apenas había tomado esta
resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor.
Al momento cayeron las cadenas.
1 Re 19, 5-7: Se recostó y quedó dormido bajo
la retama, pero un ángel lo tocó y dijo: “Levántate y come”.
Termina de vestirte y ponte las sandalias:
Ex 12, 12: Yo pasaré esta noche por la tierra
de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los
hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto.
Yo, el Señor.
El Señor ha enviado su ángel.
Dn 3, 28 (95): Nabucodonosor, entonces, dijo:
Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdenago, que envió un ángel a salvar a
sus siervos, que, confiando en él, desobedecieron el decreto real y entregaron
sus cuerpos antes que venerar y adorar a otros dioses fuera del suyo.
Salmo
responsorial
Sal 33.
R/. El
Señor me libró de todas mis ansias.
Bendigo
al Señor en todo momento,
su
alabanza está siempre en mi boca;
mi
alma se gloría en el Señor:
que
los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Proclamad
conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos
juntos su nombre.
Yo
consulté al Señor, y me respondió,
me
libró de todas mis ansias. R/.
Contempladlo
y quedaréis radiantes,
vuestro
rostro no se avergonzará.
El
afligido invocó al Señor,
él
lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.
El
ángel del Señor acampa entorno a quienes
lo
temen y los protege.
Gustad
y ved que bueno es el Señor,
dichoso
el que se acoge a él. R/.
Textos
paralelos.
El ángel del Señor acampa entorno a quienes lo
temen.
Ex 14, 19: Se puso
en marcha el ángel del Señor, que iba al frente del ejército de Israel, y pasó
a retaguardia. También la columna de nube que iba delante de ellos, se desplazó
y se colocó detrás.
Gustad
y ved que bueno es el Señor.
1 Pe 2, 3: Ya que
habéis gustado qué bueno es el Señor.
Dichoso
el que se acoge a Él.
Sal 2, 12: Rendidle
homenaje temblando; aprended la enseñanza, no sea que se irrite y vayáis a la
ruina, porque se inflama de pronto su ira. ¡Dichosos los que se refugian en él!
Segunda
lectura.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 6-8.17-18.
Querido hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi
partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he
conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que
el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a
todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. Mas el Señor estuvo a
mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el
mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león. El
Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino
celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Textos
paralelos.
Porque yo estoy a punto
de ser derramado en libación.
Flp 2, 17: Y si mi sangre se ha
de derramar, rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy
alegre y me asocio a vuestra alegría.
He participado en una noble competición.
1 Tm 1, 18: Timoteo, hijo mío, te confío
este encargo, de acuerdo con las profecías pronunciadas anteriormente acerca de
ti, para que, apoyado en ellas, combatas el noble combate.
He llegado a la meta.
1 Co 9, 24: ¿No sabéis que en el estadio
todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio?
Hch 20, 24: Pero a mí no me importa la vida,
sino completar mi carrera y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús:
ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios.
Ga 5, 7: Estabais corriendo bien; quién os
cerró el paso para que no obedecieseis a la verdad?
2 Tim 2, 4-5: Nadie, mientras sirve en el
ejército, se enreda en las normales ocupaciones de la vida; así agrada al que
lo alistó en sus filas. Tampoco el atleta recibe la corona si no lucha conforme
a las reglas.
1 Co 9, 25: Pero un atleta se impone toda
clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en
cambio, una que no se marchita.
1 Tm 6, 14: Que guardes el mandamiento sin
mancha ni reproche hasta la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Mateo 16, 13-19.
En aquel tiempo, al llegar a la
región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
-¿Quién dice la gente que es el
Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
-Unos que Juan el Bautista,
otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
Él les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y
dijo:
-Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo.
Jesús le respondió:
-¡Bienaventurado tú, Simón,
hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino
mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré
las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en
los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.
Textos
paralelos.
Mc 8, 27-30 |
Mt 16, 13-19 |
Lc 9, 18-21 |
Jesús emprendió el viaje con
sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Felipe.
Por el camino preguntaba a
los discípulos:
-¿Quién dicen los hombres que
soy yo?
Respondieron: -Unos que Juan el Bautista,
otros que Elías, otros que uno de los profetas.
Él les preguntó a ellos: -Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?
Respondió Pedro:
-Tú eres el Mesías.
Entonces los amonestó para que a nadie
hablasen de ello.
|
En aquel tiempo,
al llegar a la región de Cesarea de Filipo,
Jesús preguntó a
sus discípulos:
-¿Quién dice la
gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron: -Unos que Juan el
Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
Él les preguntó: -Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó
la palabra y dijo:
-Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Jesús le
respondió:
-¡Bienaventurado
tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la
sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no
la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la
tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en los cielos. |
Estando él una vez orando a
solas,
se acercaron los discípulos y
él los interrogó:
-¿Quién dice la gente que soy
yo?
Contestaron: -Unos que Juan Bautista,
otros que Elías, otros dicen que ha surgido un profeta de los antiguos.
Les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?
Respondió Pedro:
-Tú eres el Mesías de Dios.
Él los amonestó encargándoles
que no se lo dijeran a nadie. |
Unos que Juan el
Bautista.
Mt 8, 20: Las zorras tienen
madrigueras, los pájaros tienen nidos, pero este Hombre no tiene donde recostar
la cabeza.
Mt 14, 2: Y [Herodes] dijo a
sus cortesanos: “Este es Juan el Bautista, que ha resucitado, y por eso el
poder milagroso actúa por medio de él”.
Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo.
Mt 14, 28: Pedro le contestó:
“Señor, si eres tú, mándame ir por el agua hasta ti”.
Mt 4 3: Se acercó el tentador y
le dijo: “Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”.
Jn 6, 69: Nosotros hemos creído
y reconocemos que tú eres el Consagrado de Dios.
Mt 11, 27: Todo me lo ha
encomendado mi Padre: nadie conoce al Hijo, sino el Padre, nadie conoce al
Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo decida revelárselo.
Gal 1, 15-16a: Pero, cuando el
que me apartó desde el vientre materno y me llamó por puro favor, tuvo a bien
revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos.
Rm 7, 5: Mientras vivimos bajo
el instinto, las pasiones pecaminosas, incitadas por la ley, actuaban en
nuestros miembros y dábamos fruto para la muerte.
Hb 2, 14: Como los hijos
comparten carne y sangre, lo mismo las compartió él, apra anular con su muerte
al que controlaba la muerte, es decir, al Diablo.
Gn 17, 5: Ya no te llamarás
Abrán, sino Abrahán, porque te hago padre de una multitud.
Is 28, 16: Él Señor dice así:
Mirad, yo coloco en Sión una piedra / probada, angular, / preciosa, de
cimiento: / “Quien se apoya no vacila”.
Jn 1, 42: Y lo condujo a Jesús.
Jesús lo miró y dijo: “Tú eres Simón hijo de Juan; te llamarás Cefas (que
significa piedra).
Gn 22, 17: Te bendeciré,
multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena
de la playa. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos.
Is 45, 1-2: Así dice el Señor /
a su ungido, Ciro, / a quien lleva de la mano. / Doblegaré ante él naciones, /
desceñiré las cinturas de los reyes, / abriré ante él las puertas, / los
batientes no se cerrarán. / Yo iré delante de ti / allanándote cerros: haré trizas las puertas de bronce, /
arrancaré los cerrojos de hierro.
Jb 38, 17: ¿Te han enseñado las
puertas de la Muerte, / o has visto los portales de las Sombras?
Sal 9, 14: ¡Piedad, Señor! Mira
mi desgracia, / tú que levantas del portal de la Muerte.
Sb 16, 13: Porque tú tienes
poder sobre la vida y la muerte, / llevas a las puertas del infierno y haces
regresar.
Lc 22, 32: Pero yo he rezado
por ti para que no falle tu fe. Y tú, una vez convertido, fortalece a tus
hermanos.
Is 22, 22: Le pondré en el
hombre / la llave del palacio de David: / lo que él abra nadie lo cerrará, / lo
que él cierre nadie lo abrirá.
Ap 3, 7: Al ángel de la iglesia
de Filadelfia escríbele: Esto dice el Santo, el veraz, el que tiene la llave de
David; el que abre y nadie cierra, cierra y nadie abre.
Mt 18, 18: Os aseguro que lo
que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desatéis en la tierra
quedará desatado en el cielo.
Jn 20, 23: A quienes les
perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los mantengáis les
quedan mantenidos.
Dt 17, 8-9: Si una causa te
parece demasiado difícil de sentenciar, causas dudosas de homicidio, pleitos,
lesiones, que surjan en tus ciudades, subirás al lugar elegido por el Señor,
acudirás a los sacerdotes levitas, al juez que esté en funciones y les consultarás:
ellos te comunicarán la sentencia.
Mc 1, 34: Él curó a muchos
enfermos de dolencias diversas, expulsó muchos demonios, y no les permitía
hablar, porque lo conocían.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
16 13 Encontramos en el Pentateuco
paralelos sobre la institución de un “alto funcionario”.
16 14 Este título de “profeta”, que
Jesús solo de manera indirecta y velada reivindica, pero que la gente le otorga
claramente, tenía valor mesiánico. Pues el espíritu de profecía, extinguido
desde Malaquías, debía reaparecer, según expertos del Judaísmo, como señal de
la era mesiánica o en la persona de Elías, o, en forma de efusión general del
Espíritu. De hecho muchos (falsos) profetas se presentaron en tiempo de Jesús.
Juan Bautista fue, sí, verdadero profeta, pero el título de precursor venido
con el espíritu de Elías y él mismo negó ser “el Profeta” que había anunciado
Moisés. Solo Jesús es para la fe cristiana este Profeta. Sin embargo,
habiéndose difundido el carisma profético en la Iglesia primitiva después de
Pentecostés este título de Jesús cayó pronto en desuso ante otros títulos más
específicos de la cristología.
16 16 A la confesión de la mesianidad
de Jesús referida por Mc y Lc Mt añade la de la filiación divina.
16 17 Esta expresión designa al
hombre, subrayando el aspecto material limitado de su naturaleza por oposición
al mundo de los espíritus.
16 18 (a) Este cambio de nombre pudo
haberse producido antes. El término griego Pétros no se usaba como
nombre de persona antes que Jesús llamara así al jefe de los apóstoles para
simbolizar su papel en la fundación de la Iglesia. Pero su correspondiente
arameo Kefa (“piedra”) está atestiguado por lo menos una vez en un
documento de Elefantita, en 416 a. de JC.
16 18 (b) El término semítico traducido
por ekklesía significa “asamblea” y se encuentra con frecuencia en el AT
para designar a la comunidad del pueblo elegido. Algunos círculos judíos, que
se creían el Resto de Israel de los últimos tiempos, como la comunidad de
Qumrán, denominaron así a su agrupación. El término ekklesía designa
aquí a la nueva comunidad que Jesús va a crear y de la que san Pedro será los
cimientos. Esta declaración de Jesús corresponde al papel eminente que, según
el NT, ejerció Pedro en los primeros días de la Iglesia. La tradición católica
se refiere a este texto para fundamentar la doctrina según la cual los
sucesores de Pedro heredan su primado. La tradición ortodoxa considera que, en
sus diócesis, todos los obispos que confiesan la verdadera fe están en la línea
de sucesión de Pedro y en la del resto de los apóstoles. Los exégetas
protestantes, al tiempo que reconocen el puesto y el papel privilegiado de
Pedro en los orígenes de la Iglesia, creen que Jesús solo se refiere aquí a la
persona de Pedro.
16 18 (c) Sobre el Hades (en hebreo
el seol) designación de la mansión de los muertos. Aquí sus “puertas”
personificadas evocan las potencias del Mal que, tras haber arrastrado a los
hombres a la muerte del pecado, los encadenan definitivamente en la muerte
eterna. A imitación de su Maestro, muerto, “descendido a los infiernos” y
resucitado, la misión de la Iglesia será la de arrancar a los elegidos al
imperio de la muerte temporal y sobre todo eterna, para hacerles entrar en el
Reino de los Cielos.
16 19 Al igual que la Ciudad de la
Muerte, también la Ciudad de Dios tiene puertas, que no dejan entrar más que
los dignos de ella. “Atar” y “desatar” son dos términos técnicos del lenguaje
rabínico que primeramente se aplicaban al campo disciplinar de la excomunión a
la que se “condena” (atar) o de la que se “absuelve” (desatar) a alguien, y
ulteriormente a las decisiones doctrinales o jurídicas, con el sentido de
“prohibir” (atar) o “permitir” (desatar). Pedro, como mayordomo (cuyo
distintivo son las llaves) de la Casa de Dios, ejercerá el poder disciplinar de
admitir o excluir a quien le parezca bien, y administrará la comunidad por
medio de todas las decisiones oportunas en materia de doctrina y de moral. Esta
autoridad prometida a Pedro se amplía después al conjunto de los discípulos, el
colegio apostólico; se le concede a los discípulos reunidos. Se manifiesta
especialmente en el perdón de los pecados y permite el acceso al Reino de Dios.
Este se halla, pues vinculado de algún modo a una Iglesia cuyos rasgos no son
todavía precisos, pero que aparece ya aquí, con el poder de las llaves, como no
desprovista de ciertas estructuras. – La exégesis católica sostiene que estas
promesas eternas no valen solo para la persona de Pedro, sino también para sus
sucesores, si bien esta consecuencia no está explícitamente indicada en el
texto –. Dos textos más, Lc 22, 31s y Jn 21, 15s. subrayan que el primado de
Pedro se ha de ejercer especialmente en el orden de la fe.
16 20 Vulgata: “Jesucristo”.
Notas
exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica
13-20 De los tres pasajes del NT sobre
la primacía o primado de Pedro en la Iglesia (Mt 16, 13-20; Lc 22, 32; Jn 21,
15-17), este de Mt, críticamente seguro, es de especial importancia. Es de fe
divina y católica, solemnemente definida (DS 3055), que Cristo, conforme a su
promesa, concedió a Pedro el primado de jurisdicción sobre toda la Iglesia.
13 CESAREA DE: Herodes FILIPO: de
construcción reciente, esta ciudad, llamada así en honor del emperador (=césar)
Tiberio y de Filipo el tetrarca, daba nombre a su distrito; estaba en el norte
de Palestina, al pie del monte Hermón, cerca del nacimiento del Jordán. //
PREGUNTÓ: lit. preguntaba, los apremiaba o estimulaba con preguntas.
16 En la primera parte de su
respuesta, Pedro confiesa la dignidad mesiánica de Jesús; en la segunda,
la calidad mesiánica de Jesús: es más que “Hijo de David”, está en
relación completamente única con Dios-Padre. “La primitiva forma del dogma
cristiano es la profesión de fe, centran en el NT: Jesucristo es Hijo de Dios”
(Comisión Teológica Internacional, 31 octubre 1989). // VIVO: en vez de esta
palabra, el texto griego llamado “occidental” (códice D) traduce que salva;
quizás leyó el arameo jyy, que puede significar las dos cosas.
17 FELIZ TÚ (lit. feliz eres),
SIMÓN BARJONÁ: SIMÓN (o Simeón) es nombre hebreo de persona, frecuente en el
NT; significa: “el Señor escucha”, BARJONÁ (aramaísmo) significa “hijo de
Jonás” o “hijo de Juan”, Jn 1, 43). Al pronunciar ese nombre con su apellido,
Jesús los inutiliza y los deja anticuados; en adelante, con la misma
importancia y fuerza que revisten en la Biblia los cambios de nombre, SIMÓN se
llamará y será Pedro, aunque, hasta la efusión del Espíritu en
Pentecostés coexistirán en él el hombre viejo (el Simón de las
negaciones en la pasión) con el hombre nuevo (el Pedro del
arrepentimiento y del “Tú sabes que te amo”). // CARNE Y SANGRE (hebraísmo): la
naturaleza humana, una criatura de carne y hueso con sus propias fuerzas
naturales y con el matiz peyorativo de debilidad y limitación.
18 PEDRO Y PEÑA, traducen el arameo
kêfa (“Cefas” 1 Cor 1, 12). El mejor equivalente griego sería pétra (“roca”,
“peñasco”), no pétros, que significa “piedra”, “guijarro” (sin solidez),
pero el masculino pétros pareció a los primeros cristianos más apto para
nombre de varón, aunque, como tal, inusitado hasta entonces; así lo tradujeron
al griego. “Dar Cristo a san Pedro este nuevo público nombre fue cierta señal
[de] que en lo secreto del alma le infundía a él, más que a ninguno de sus
compañeros, un don de firmeza no vencible” (fray Luis de León). // EDIFICARÉ la
Iglesia, como plaza fortificada sobre roca (cf. 7, 24s), como ciudad en la cima
de un monte (cf. 5, 14). En textos de Qumrán (como 4QpSI 37, col. III, 16) se
habla del Maestro a quien Yahweh estableció para “edificar” la comunidad de los
que pertenecen a la sociedad de salvación; en algún pasaje se habla de poner
“sobre la roca” el cimiento de una “construcción solida que no se derrumbará”.
// MI IGLESIA: solo Mt, entre los evangelistas, emplea este vocablo (cf. Hch 5,
11); aquí con el sentido de comunidad universal de los creyentes en
Cristo (“mi Iglesia). En 18, 17 se trata de la comunidad local, dotada
de cierta estructura. // LAS PUERTAS (metonimia = ciudad amurallada) DE
LA MORADA DE LOS MUERTOS (cf. Ap 1, 17s): circunlocución hebrea, que significa
las fuerzas de la muerte, de la destrucción; menos exactamente de la ciudad
infernal, o el anti-reino. Esas fuerzas contrarias NO PODRÁN CONTRA ELLA, es
decir, la Iglesia no morirá, no será destruida (menos exactamente: “la ciudad
infernal no la vencerá”).
19 LAS LLAVES: símbolo de poder,
en el AT y en el rabinismo; en particular, del poder de enseñar, de adoctrinar.
Pedro administra un poder cuyo dueño es Jesús. EL REINO DE LOS CIELOS es aquí,
por contexto, el reino de Dios existente en la tierra (cuyo instrumento de
extensión, y su puerta de entrada, es la Iglesia). Jesús entregará a Pedro la
suprema autoridad visible sobre su Iglesia; cuando Jesús se ausente
visiblemente, Pedro quedará haciéndolo presente y visible, con una presencia
singular. // LO QUE ATES… LO QUE DESATES (cf. 18, 18): esa bina de términos
opuestos es un semitismo que indica totalidad de poder: todo poder. ¿En
qué campo? En terminología rabínica, “atar y desatar” es “declarar
lícito-declarar ilícito” en lo doctrinal, permitir-prohibir, y “admitir-rechazar”
(in-comulgar y excomulgar) en la comunidad religiosa, sin duda, incluye
plenos poderes para absolver o condenar; en N es frecuente la perífrasis “sry-sbq”
para indicar el perdón (cf. Jn 20, 20). La afirmación de Lutero, de que estas
palabras de Jesús solo se dirigían a Pedro, no a sus sucesores, es una de las
proposiciones condenadas por la bula Exurge, Domine, de León X (DS
1476).
20 Sobre la consigna del silencio,
cf. Mc 8, 29s; 9,9.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé:
16, 13-20 Simón Pedro fue el primero de
los apóstoles en Mateo que reconoce verbalmente que Jesús es el Mesías, el Hijo
de Dios (una verdad indispensable de la fe que le había sido revelada por el
Padre a través del Espíritu). Cat. 50, 153, 298, 424, 440-442.
16, 18 Cristo cambió el nombre de Simón
por Pedro, “piedra”, y designó a este como la piedra sobre la que edificaría su
Iglesia. Pedro serviría como punto visible de unidad y sería pastor de los
apóstoles y de la Iglesia entera. Esta llamada especial al Pedro es el origen
del ministerio petrino, el oficio papal, que continua en el obispo de Roma en
una línea ininterrumpida hasta nuestros días. La autoridad del obispo en su
diócesis está representada por su sede (en latín, cathedra). Cat.
552-553, 816, 834, 881, 935-937.
16, 19 Estas “llaves” representan la
autoridad otorgada a Pedro para regir la Iglesia e incluyen tanto el poder de
absolver pecados como el de llevar a cabo pronunciamientos doctrinales y
disciplinares. Por lo tanto, Pedro y sus sucesores, los obispos de Roma, son el
signo de la unidad de la Iglesia entera. La Iglesia ha interpretado siempre que
esta autoridad se ha entregado a los sucesores de Pedro, los papas. Esta
garantía de verdad se vio reforzada con el dogma de la infalibilidad papal en
materia de fe y de moral, formalmente definido en el Concilio Vaticano I en el
año 1870. Cat. 85-86, 567, 869, 1444.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
50 Mediante
la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus
obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún
modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación Divina (cf. C.
Vaticano I, Dei Filius). Por una decisión enteramente libre, Dios se
revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio
benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los
hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo, y al Espíritu Santo.
153 Cuando san Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo,
Jesús le declara que esta revelación no le ha venido “de la carne y de la
sangre, sino de mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17). La fe es un don
de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él. “Para dar esta respuesta de
la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con
los auxilios interiores del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a
Dios, abre los ojos del espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la
verdad” (C. Vaticano II, Dei Verbum, 5).
424. Movidos por la gracia del Espíritu Santo y atraídos por el Padre,
nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios vivo” (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por Pedro,
Cristo ha construido su Iglesia.
440 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías
anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre.
552 En el colegio de los Doce, Simón Pedro ocupa el primer lugar. Jesús le
confía una misión única. Gracias a una revelación del Padre, Pedro había
confesado: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Entonces
Nuestro Señor te declaró: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18).
Cristo, “Piedra viva” (cf. Mc 3, 16), asegura a su Iglesia edificada sobre
Pedro, la victoria sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa de la fe
confesada por él, será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión
de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a sus
hermanos” (Lc 22, 32).
553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: “A ti te daré las
llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los
cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,
19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios,
que es la Iglesia.
881 El Señor hizo de Simó, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él,
la piedra de la Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16, 18-19); lo
instituyó pastor de todo el rebaño. “Consta que también el colegio de los
apóstoles, unido a su cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a
Pedro” (C. Vaticano II, Lumen gentium, 22). Este oficio pastoral de
Pedro y de los demás Apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se
continua por los obispos bajo el primado del Papa.
937 El Papa “goza, por institución divina, de una potestad suprema, plena,
inmediata y universal para cuidar las almas” (C. Vaticano II, Chistus
Dominus, 2).
Concilio Vaticano II
En esta Iglesia de Cristo, el Romano Pontífice es el sucesor de Pedro, a
quien Cristo encarrgó apacentar sus ovejas y corderos. Como tal, goza, por
institución divina, de una potestad suprema, plena, inmediata y universal para
cuidar las almas. Él ha sido enviado como pastor de todos los fieles para
procurar el bien común de la Iglesia universal y el bien de cada Iglesia. Por
eso tiene el primado de la potestad ordinaria sobre todas las Iglesias.
Decreto Crhistus Dominus, 2.
Los Santos Padres.
Vosotros, es decir, los que estáis siempre conmigo, los que me veis hacer
milagros, los que por virtud mía habéis hecho también muchos.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev de Mateo, 54. 1b, pg. 52.
No dijo Pedro: tú eres Cristo, o hijo de Dios, sino “el Cristo, el Hijo
de Dios”. Pues hay muchos cristos de acuerdo a la gracia, que tienen la
dignidad de la adopción, pero solo uno es por naturaleza el Hijo de Dios. Por
esto dijo: “el Cristo, el Hijo de Dios” con artículo determinado. Llamándolo
“hijo de Dios vivo” muestra que Él es la vida y que la muerte no lo domina. E
incluso si la carne fuera débil durante un corto espacio de tiempo y muriera,
se levantaría, pues, la Palabra que hay en ella y que no puede ser dominada por
las cadenas de la muerte.
Cirilo de Alejandría. Fragmentos sobre el Ev. de Mateo, 190. 1b,
pg. 73.
San Agustín.
Quien confiesa que
Cristo vino en la carne, automáticamente confiesa que el Hijo de Dios vino en
la carne. Diga ahora el arriano si confiesa que Cristo vino en la carne. Si
confiesa que el Hijo de Dios vino en la carne, entonces confiesa que Cristo
vino en la carne. Si niega que Cristo es hijo de Dios, desconoce a Cristo;
confunde a una persona con otra, no habla de la misma. ¿Qué es, pues, el Hijo
de Dios? Como antes preguntábamos qué era Cristo y escuchamos que era el Hijo
de Dios, preguntemos ahora qué es el Hijo de Dios. He aquí el Hijo de Dios: En
el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era
Dios (Jn 1,1)
Sermón
183, 3-4
San Juan de Ávila.
Y el mismo Señor, habiéndole San Pedro confesado por verdadera Hijo de
Dios y por Mesías prometido en la Ley, dándole a entender que no a sus fuerzas,
sino al don de Dios había de agradecer tal fe y confesión, le dijo: Bienaventurado
eres, Simón, hijo de Joná, porque no te descubrió aquestas cosas la carne y la
sangre, mas mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17). Y en otra parte
dice: Todo aquel que oyó y aprendió de mi Padre, viene a mí (Jn 6, 45).
Soberana escuela es aquesta, donde Dios Padre es el que enseña, y la doctrina
que enseña es la fe de Jesucristo, su Hijo, y que vayan a él con pasos de fe y
de amor.
Audi, filia (II). I, pg. 626.
Esta fe es fundamento de todos los bienes, y la primera reverencia que el
hombre hace al Señor cuando le toma por Dios; y es fundamento tan firme de todo
el edificio de Dios que no le pueden derribar ni vientos ni persecuciones, ni
ríos de deleites carnales, ni lluvias de espirituales tentaciones, mas entre
todos los peligros tiene el ánima en marcha firmeza como el áncora tiene a la
nao en las mudanzas del mar. Y es tanta su firmeza, que las puertas de los
infiernos, que son errores y pecados, y hombres malos y demonios, no
prevalecerán contra ella (cf. Mt 16, 18); porque no la enseñó carne ni
sangre, mas el Padre que está en los cielos, a cuyas obras y poder no hay quien
resista.
Audi, filia (II), I, pg. 436.
Mirad en lo que ha parado los que se apartaron de la creencia de esta
Iglesia católica y cómo fueron semejables a un ruido de viento que prestó se
pasa y presto se olvida; y cómo la firmeza de nuestra fe ha quedado por
vencedora, y aunque combatida, nunca vencida, por estar firmada sobre firme
piedra (cf. Mt 7, 25), contra la cual ni lluvias, ni vientos, ni ríos,
ni las puertas del infierno pueden prevalecer (Mt 16, 18).
Audi, filia (I), I, pg. 477.
Y mirad, por otra parte, la firmeza de nuestra fe y de nuestra Iglesia, y
cómo ha quedado por vencedora; y, aunque combatida desde su nacimiento nunca
vencida, por estar fundada sobre firme piedra (cf. Mt 7, 25), contra la
cual ni lluvias, ni vientos, ni ríos, ni las puertas de los infiernos pueden
prevalecer (cf. Mt 16, 18).
Audi, filia (II), I, pg. 635.
Y así, se ha de esforzar a tratar esto por tales maneras de hablar, que
dé a entender a los oyentes esta buena nueva del Evangelio; y traiga a su
memoria, que por eso él se llama predicador evangélico, porque lo principal que
incumbe a su oficio es declarar la buena nueva de la Redención, que por eso
Cristo nuestro Redentor dijo: Praedicate Evangelium omni creaturae (Mt
16, 15). Porque evangelium quiere decir buena nueva; la cual es esta que
está dicha. Y así, de ella ha de sacar todos estos frutos en los oyentes: lo
primero, agradecimiento a Dios y grande amor a Él; lo segundo, grande amor a
Cristo nuestro Redentor en cuanto hombre, porque hizo tal obra; lo tercero,
grande confianza y esperanza para despertar los hombres, que esperen por
aquella Sangre y pasión remedio para sus almas,...
Escrito sobre el pecado original y la Redención. II, pg. 1041.
Super hunc Ecce ego vobiscum sum usque ad consummationen seculi (Mt 28, 20) y Spuer petram
aedificabo eclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversus eam (Mt
16, 18). Claro es que, muertos los apóstoles, la Iglesia no se pasó a la gente
que adoraba ídolos, sino a la que recibió la fe de Cristo, ensañada por los
apóstoles, y permaneció en ella. Y, si estos en quien sucedió, fueron
engañados, no ha habido Iglesia en todo este tiempo en la tierra, siendo
imposible, de ley ordinaria de Dios, que haya tiempo, aunque muy breve, que
haya estado sin ella, pues el Señor dijo que estaría con ella omnibus diebus
(Mt 28, 20). Y, si no ha habido Iglesia, no hay fundamento para recibir alguna
escriptura por de inefable, verdad, pues que por otro medio no tenemos los
católicos ni los herejes a una escriptura por inefable sino porque la Iglesia
la aprobó por tal.
Tercera causa de las herejías. II, pg. 543.
Después de te haber humillado y abajado tus ojos con el publicano
arrepentido (cf. Lc 18, 13), toma confianza cristiana para los alzar al Señor,
y dije con muy firme fe: “Yo creo, Señor, que tú eres Cristo, Hijo de Dios
vivo, como dijo San pedro (Mt 16, 16), y dile con todas tus entrañas:
“Gracias te hago, Señor, porque derramaste tu sangre y perdiste tu vida por mí.
También, Señor, te bendigo, y particularmente te agradezco, que por tu gran
caridad te quisiste quedar con nosotros en manjar para vida, y en defensa de
nuestros peligros, y en remedio cumplido de todas nuestras necesidades.
Sermón Vísperas del Corpus, 90. III. Pg. 483
Y porque al mundo importaba la salvación, saber los hombres quién es
Jesucristo, y ellos no lo podían saber, proveyó el Eterno Padre de lo decir por
boca del apóstol San Pedro, diciendo: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo
(Mt 16, 16).
Sermón Natividad de la Virgen, 1. III. Pg. 801.
Y si los pasados en alguna cosa como hombres faltaron, para eso está la
Iglesia romana, a la cual en su Pontífice es dado poder de las llaves del
reino de los cielos y de apacentar la universal Iglesia (cf. Mt 16, 19); y
a quien esto está dado, también le es dada la lumbre para discernir y juzgar
cuál o cuál es la verdadera doctrina y el verdadero sentido de la Escriptura;
porque ¿cómo tiene llave, si no abre la verdad por encerrada que esté? ¿Y cómo
apacentará, si no me dice qué he de creer, pues el pasto es de doctrina? Así
que, en esto, señor, haga lo que hace y busque oraciones que lo pidan al Señor,
que Él tornará por su verdad, como lo ha hecho en otros mayores conflictos, y
abajará toda ciencia, que con soberbia se ensalza, con firmeza de la Piedra cristiana.
Carta a un predicador. IV, pgs. 52-53.
San Oscar Romero. Homilía.
Ven cómo el Papa, en el primer Papa, Pedro, nos refleja su razón de ser.
El Papa es el que garantiza nuestra fe. Cristo mismo ha aprobado la confesión
de San Pedro -así se llama este episodio del evangelio: la confesión de San
Pedronecer a esta confesión, pero cuya roca sólida está allá en el fundamento:
El Papa!
Homilía, 27
de agosto de 1978.
León XIV. Regina Coeli. 22 de
junio de 2025.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
Hoy, en
muchos países, se celebra la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo,
el Corpus Domini, y el Evangelio narra el milagro de los panes y
los peces (cf. Lc 9,11-17).
Para dar
de comer a las miles de personas que acudieron a escucharlo y a pedirle
curación, Jesús invita a los Apóstoles a que le presenten lo poco que tienen,
bendice los panes y los peces y les ordena que los distribuyan entre todos. El
resultado es sorprendente, no sólo cada uno recibe comida suficiente, sino que
sobra en abundancia (cf. Lc 9,17).
El
milagro, más allá del prodigio, es un “signo” y nos recuerda que los dones de
Dios, incluso los más pequeños, crecen cuanto más se comparten.
Sin
embargo, al leer todo esto en el día del Corpus Domini,
reflexionamos sobre una realidad aún más profunda. Sabemos, en efecto, que en
la raíz de todo compartir humano hay uno más grande que lo precede: el de Dios
hacia nosotros. Él, el Creador, que nos dio la vida, para salvarnos pidió a
una de sus criaturas que fuera su Madre, para asumir un cuerpo frágil,
limitado, mortal, como el nuestro, poniéndose en sus manos como un niño. Así
compartió hasta sus últimas consecuencias nuestra pobreza, eligiendo valerse,
para redimirnos, precisamente de lo poco que podíamos ofrecerle (cf. Nicolás
Cabásilas, La vida en Cristo, IV, 3).
Pensemos
en lo bonito que es, cuando hacemos un regalo —quizás pequeño, acorde con
nuestras posibilidades— ver que es apreciado por quien lo recibe; lo contentos
que nos sentimos cuando comprobamos que, a pesar de su sencillez, ese regalo
nos une aún más a quienes amamos. Pues bien, en la Eucaristía, entre
nosotros y Dios, sucede precisamente esto, el Señor acoge, santifica y
bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda
de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros
acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él
recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor. De este modo —dice
san Agustín—, como el “conjunto de muchos granos se ha transformado en un solo pan,
así en la concordia de la caridad se forma un solo cuerpo de Cristo” (cf.
Sermón 229/A, 2).
Queridos
hermanos, esta
noche haremos la Procesión Eucarística. Celebraremos juntos la Santa Misa y
luego nos pondremos en camino, llevando el Santísimo Sacramento por las calles
de nuestra ciudad. Cantaremos, rezaremos y, finalmente, nos reuniremos en la
Basílica de Santa María la Mayor para implorar la bendición del Señor sobre
nuestros hogares, nuestras familias y toda la humanidad. Partiendo desde el
altar y el sagrario, que esta celebración sea un signo luminoso de nuestro
compromiso de ser cada día portadores de comunión y paz los unos para los
otros, en el compartir y en la caridad.
León XIV. Audiencia General. 18 de
junio de 2025. Ciclo
de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de
Jesús. Las curaciones. 10. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto
tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?» (Jn 5,6)
Queridos
hermanos y hermanas,
seguimos
contemplando a Jesús que sana. Hoy quisiera invitarlos de manera particular a pensar
en las situaciones en las que nos sentimos “bloqueados” y encerrados en un
camino sin salida. A veces de hecho nos parece que sea inútil continuar
a esperar; nos resignamos y no tenemos más ganas de luchar. Esta situación
es descrita en los Evangelios con la imagen de la parálisis. Por esta razón
desearía detenerme hoy sobre la sanación de un paralítico, narrada en el
quinto capítulo del Evangelio de san Juan (5,1-9).
Jesús va
Jerusalén para una fiesta de los judíos. No va directamente al Templo; se
detiene ante una puerta, donde seguramente se lavaban a las ovejas que luego
eran ofrecidas en sacrificio. Cerca a esta puerta, se ubicaban también tantos
enfermos, que, a diferencia de las ovejas, ¡eran excluidos del Templo porque
eran considerados impuros! Es entonces Jesús mismo quien los alcanza en su
dolor. Estas personas esperaban un prodigio que pudiese cambiar su destino; de
hecho, junto a la puerta se encontraba una piscina, cuyas aguas eran
consideradas taumatúrgicas, o sea capaces de sanar: en algún momento cuando el
agua se agitaba, según la creencia del tiempo, quien primero se zambullía, se
curaba.
De esta
forma se creaba una especie de “guerra de los pobres”: podemos imaginar la
triste escena de estos enfermos que se arrastraban con fatiga para tratar de
entrar en la piscina. Aquella piscina se llamaba Betzatá, que
significa “casa de la misericordia”: podría ser una imagen de la Iglesia,
en donde los enfermos y los pobres se juntan y hasta donde el Señor llega para
sanar y donar esperanza.
Jesús se
dirige específicamente a un hombre que está paralizado desde hace treinta y
ocho años. Ya está resignado, porque no logra sumergirse en la piscina
cuando el agua se agita (cfr v. 7). En efecto, aquello que muchas veces nos
paraliza es precisamente la desilusión. Nos sentimos desanimados y
corremos el riesgo de caer en la dejadez.
Jesús
dirige a este paralítico una pregunta que puede parecer superficial: «¿Quieres
curarte?» (v. 6). En cambio, es una pregunta necesaria, porque, cuando
uno se encuentra bloqueado desde hace tantos años, puede también faltarle la
voluntad de sanarse. A veces preferimos permanecer en condición de
enfermos, obligando a los otros a ocuparse de nosotros. Es a veces también un
pretexto para no decidir qué cosa hacer con nuestra vida. Jesús en
cambio reconduce a este hombre a su deseo veraz y profundo.
Este
hombre de hecho responde de
manera más articulada a la pregunta de Jesús, revelando su visión de la
vida. Ante todo, dice que no ha tenido nadie que lo sumerja en la
piscina : entonces no es suya la culpa, sino de los otros que
no se preocupan por él. Esta actitud se convierte en el pretexto para evitar
asumirse las propias responsabilidades. ¿Pero es verdad que no había nadie
que lo ayudase? He aquí la respuesta iluminadora de San Agustín: «Si, para
ser sanado tenía absolutamente necesidad de un hombre, pero de un hombre que
fuese también Dios. […] Ha venido por lo tanto el hombre que era necesario;
¿por qué postergar de nuevo la sanación?». [1]
El
paralítico agrega que cuando trata de sumergirse en la piscina hay siempre
alguien que llega antes que él. Este hombre está expresando una visión
fatalista de la vida. Pensamos que las cosas nos pasan porque no somos
afortunados, porque el destino nos es adverso. Este hombre está desanimado. Se
siente derrotado en la lucha de la vida.
Jesús
en cambio lo ayuda a descubrir que su vida también está en sus manos. Le invita
a levantarse, a alzarse de su situación crónica, y a recoger su camilla (cfr v. 8). Ese camastro no se deja o se
echa: representa su pasado de enfermedad, es su historia. Hasta aquel
momento el pasado lo ha bloqueado; lo ha obligado a yacer como un
muerto. Ahora es él que puede cargar aquella camilla y llevarla a donde quiera:
¡puede decidir qué cosa hacer con su historia! Se trata de caminar,
asumiéndose la responsabilidad de escoger cual camino recorrer. ¡Y esto
gracias a Jesús!
Queridos
hermanos y hermanas, pidamos al Señor el don de entender dónde se ha
bloqueado nuestra vida. Intentemos dar voz a nuestro deseo de sanar. Y
recemos por todos aquellos que se sienten paralizados, que no ven una salida.
¡Pidamos regresar a vivir en el Corazón de Cristo que es la verdadera casa de
la misericordia!
[1] Omelia 17, 7.
Francisco. Regina Coeli. 29 de
junio de 2013.
¡Queridos
hermanos y hermanas!
Hoy, 29
de junio, es la fiesta solemne de los santos Pedro y Pablo. Es de manera
especial la fiesta de la Iglesia de Roma, fundada sobre el martirio de estos
dos Apóstoles. Pero es también una gran fiesta para la Iglesia universal,
porque todo el Pueblo de Dios es deudor respecto a ellos por el don de la fe.
Pedro fue el primero en confesar que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Pablo
difundió este anuncio en el mundo greco-romano. Y la Providencia quiso que los
dos llegaran aquí, a Roma, y que aquí derramaran su sangre por la fe. Por esto
la Iglesia de Roma se convirtió, inmediatamente, espontáneamente, en el punto
de referencia para todas las Iglesias extendidas en el mundo. No por el poder
del Imperio, ¡sino por la fuerza del martirio, del testimonio de Cristo! En el
fondo, es siempre y sólo el amor a Cristo lo que genera la fe y saca adelante a
la Iglesia.
Pensemos
en Pedro. Cuando confesó su fe en Jesús, no lo hizo por sus
capacidades humanas, sino porque había sido conquistado por la gracia que Jesús
irradiaba, por el amor que sentía en sus palabras y veía en sus gestos:
¡Jesús era el amor de Dios en persona!
Y lo
mismo sucedió a Pablo, si bien en modo distinto. Pablo desde joven era
enemigo de los cristianos, y cuando Cristo Resucitado le llamó en el camino de
Damasco su vida se transformó: entendió que Jesús no estaba muerto, sino
vivo, y que le amaba también a él, que era su enemigo. He aquí la
experiencia de la misericordia, del perdón de Dios en Jesucristo: ésta es la
Buena Noticia, el Evangelio que Pedro y Pablo experimentaron en ellos mismos y
por el cual dieron la vida. ¡Misericordia, perdón! El Señor siempre nos
perdona, el Señor tiene misericordia, es misericordioso, tiene un corazón
misericordioso y nos espera siempre.
Queridos
hermanos, ¡qué alegría creer en un Dios que es todo amor, todo gracia!
Esta es la fe que Pedro y Pablo recibieron de Cristo y transmitieron a la
Iglesia. Alabemos al Señor por estos dos gloriosos testimonios, y como ellos
dejémonos conquistar por Cristo, por la misericordia de Cristo. Recordemos
también que Simón Pedro tenía un hermano, Andrés, quien compartió con él la
experiencia de la fe en Jesús. Es más, Andrés encontró a Jesús antes que Simón
e inmediatamente habló de ello a su hermano y le llevó donde Jesús. Me agrada
recordarlo también porque hoy, según la bella tradición, está presente en Roma
la Delegación del Patriarcado de Constantinopla, que tiene como patrono
precisamente al Apóstol Andrés. Todos juntos enviamos nuestro cordial saludo al
Patriarca Bartolomé i y oramos por él y por esa Iglesia. Os invito a rezar todos
juntos un Ave Maria por el Patriarca Bartolomé i; todos
juntos: Dios te salve, María...
Oremos
también por los arzobispos metropolitanos de diversas Iglesias del mundo a
quienes hace poco he entregado el Palio, símbolo de comunión y de unidad.
Que nos
acompañe y sostenga a todos nuestra Madre amada, María Santísima.
Francisco. Regina Coeli. 29 de
junio de 2016.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Celebramos
hoy la fiesta de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, alabando a Dios por su
predicación y su testimonio. Sobre la fe de estos dos Apóstoles se funda la
Iglesia de Roma, que desde siempre los venera como patronos. Pero toda la
Iglesia universal los mira con admiración, considerándolos dos columnas y dos
grandes luces que brillan no sólo en el cielo de Roma, sino en el corazón de
los creyentes de Oriente y de Occidente.
En el
relato de la misión de los Apóstoles, el Evangelio nos dice que Jesús los envió
de dos en dos (cf. Mt 10, 1; Lc 10, 1). En
cierto sentido también Pedro y Pablo, desde Tierra Santa, fueron enviados hasta
Roma para predicar el Evangelio. Eran dos hombres muy distintos uno del otro:
Pedro un «humilde pescador», Pablo «maestro y doctor», como dice la liturgia de
hoy. Pero si aquí en Roma conocemos a Jesús, y si la fe cristiana es parte viva
y fundamental del patrimonio espiritual y de la cultura de este territorio,
todo ello se debe a la valentía apostólica de estos dos hijos del Cercano
Oriente. Ellos, por amor a Cristo, dejaron su patria y, sin preocuparse
demasiado por las dificultades del largo viaje, los riesgos y las desconfianzas
que encontrarían, llegaron a Roma. Aquí se hicieron anunciadores y testigos
del Evangelio entre la gente, y sellaron con el martirio su misión de fe y de
caridad.
Pedro y
Pablo hoy vuelven idealmente entre nosotros, recorren las calles de esta
ciudad, llaman a la puerta de nuestras casas, pero sobre todo de nuestro
corazón. Quieren traer una vez más a Jesús, su amor misericordioso, su
consuelo, su paz. ¡Tenemos tanta necesidad de esto! ¡Acojamos su mensaje!
¡Aprendamos de su testimonio! La fe pura y firme de Pedro, el corazón grande
y universal de Pablo nos ayudarán a ser cristianos alegres, fieles al Evangelio
y abiertos al encuentro con todos.
Durante la
santa misa en la basílica de San Pedro, hoy por la mañana bendije los
palios de los arzobispos metropolitanos nombrados en este último año,
provenientes de diversos países.
Renuevo
mi saludo y mi felicitación a ellos, a los familiares y a quienes los han
acompañado en esta peregrinación; y los aliento a proseguir con alegría su
misión al servicio del Evangelio, en comunión con toda la Iglesia y
especialmente con la Sede de Pedro, como lo expresa el signo del palio.
En la
misma celebración acogí con alegría y afecto a los miembros de la delegación
llegada a Roma en nombre del Patriarca Ecuménico, el querido hermano Bartolomé.
También esta presencia es signo de los fraternos vínculos existentes entre
nuestras Iglesias.
Recemos
para que se refuercen cada vez más los lazos de comunión y el testimonio común.
A la
Virgen María, Salus Populi Romani, confiamos hoy el mundo entero, y
en particular esta ciudad de Roma, para que pueda encontrar siempre en los
valores espirituales y morales que posee, en abundancia, el fundamento de su
vida social y de su misión en Italia, en Europa y en el mundo.
Francisco. Regina Coeli. 29 de junio
de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los santos Pedro y Pablo, que celebramos hoy, en los íconos se
representan a veces sosteniendo el edificio de la Iglesia. Esto nos
recuerda las palabras del Evangelio de hoy, en las que Jesús le dice a Pedro: «Tú
eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18).
Es la primera vez que Jesús pronuncia la palabra “Iglesia”, pero más que
en el sustantivo me gustaría invitaros a pensar en el adjetivo, que es un
posesivo, “mía”: mi Iglesia. Jesús no habla de la Iglesia
como una realidad exterior, sino que expresa el gran amor que tiene por
ella: mi Iglesia. Quiere a la Iglesia, a nosotros. San Pablo
escribe: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5,25),
es decir, explica el apóstol: Jesús ama a la Iglesia como su esposa.
Para el Señor no somos un grupo de creyentes o una organización religiosa,
somos su esposa. Él mira a su Iglesia con ternura, la ama con absoluta
fidelidad, a pesar de nuestros errores y traiciones. Como ese día a Pedro,
hoy nos dice a todos: “mi Iglesia, vosotros mi Iglesia”.
Y nosotros también podemos repetirlo: mi Iglesia.
No lo decimos con un sentido de pertenencia exclusiva, sino con un amor
inclusivo. No para diferenciarnos de los demás, sino para aprender la belleza
de estar con los demás, porque Jesús nos quiere unidos y abiertos. La
Iglesia, en efecto, no es “mía” porque responde a mi yo, a mis deseos, sino
para que yo le entregue mi afecto. Es mía para que la cuide para que,
como los apóstoles en el icono, yo también la sostenga. ¿Cómo? Con
el amor fraternal. Con nuestro amor fraternal podemos decir: mi Iglesia.
En otro ícono,
los santos Pedro y Pablo están representados mientras se estrechan en un
abrazo. Entre ellos eran muy diferentes: un pescador y un fariseo
con experiencias de vida, carácter, modos de comportamiento y sensibilidades
muy diferentes. No faltaron entre ellos contrastes de opinión y discusiones
francas (cf. Gal 2,11ss). Pero lo que los unía era
infinitamente más grande: Jesús era el Señor de ambos, juntos decían “Señor
mío” a Aquél que dice “mi Iglesia”. Hermanos en la fe, nos
invitan a redescubrir la alegría de ser hermanos y hermanas en la Iglesia. En
esta fiesta, que une a dos apóstoles tan diferentes, sería bueno que cada
uno de nosotros dijera: “Gracias, Señor, por esa persona diferente de mí: es un
regalo para mi Iglesia”. Somos diferentes pero esto nos enriquece, es la
hermandad. Es bueno apreciar las cualidades de los demás, reconocer los
dones de los demás sin malicia y sin envidia. ¡La envidia! La envidia
causa amargura en el interior, es vinagre en el corazón. Los envidiosos
tienen una mirada amarga. Muchas veces, cuando uno encuentra a una persona
envidiosa, dan ganas de preguntar: pero ¿qué ha desayunado hoy, café con leche
o vinagre? Porque la envidia es amarga. Hace la vida amarga. Qué bueno
es saber que nos pertenecemos unos a otros, porque compartimos la misma fe, el
mismo amor, la misma esperanza, el mismo Señor. Nos pertenecemos unos a otros y
esto es espléndido, decir: ¡nuestra Iglesia! Hermandad.
Al final del Evangelio, Jesús le dice a Pedro: «Apacienta mis
ovejas» (Jn 21,17). Habla de nosotros y dice “mis
ovejas” con la misma ternura con que decía mi Iglesia. ¡Con
cuánto amor, con cuánta ternura nos ama Jesús! Nos siente suyos. Este es el
afecto que edifica la Iglesia. Hoy, a través de la intercesión de los
apóstoles, pidamos la gracia de amar a nuestra Iglesia. Pidamos ojos que
sepan ver en ella hermanos y hermanas, un corazón que sepa acoger a
los demás con el tierno amor que Jesús tiene para nosotros. Y pidamos la
fuerza para rezar por aquellos que no piensan como nosotros (este piensa de
otra manera, yo rezo por él) para rezar y amar, que es lo opuesto de
chismorrear, quizás a la espalda. Nunca chismorrees, reza y ama.
Nuestra Señora, que llevaba armonía entre los apóstoles y rezaba con ellos
(cf. Hch 1,14), nos guarde como hermanos y hermanas en la
Iglesia.
Francisco. Regina Coeli. 26 de
junio de 2022.
¡Queridos hermanos y hermanas!
El Evangelio de la Liturgia de hoy, Solemnidad de los Santos Patronos de
Roma, recoge las palabras que Pedro dirige a Jesús: "Tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Es una profesión de fe, que Pedro
pronuncia no en base a su entendimiento humano, sino porque Dios Padre se la
inspiró (cf. v. 17). Para el pescador Simón, conocido como Pedro, fue el
comienzo de un viaje: de hecho, tendría que pasar mucho tiempo antes de que
el alcance de esas palabras entrara profundamente en su vida,
involucrándolo por completo. Hay un "aprendizaje" de la fe,
que también afectó a los apóstoles Pedro y Pablo, similar al de cada uno de
nosotros. Nosotros también creemos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios
vivo, pero hace falta tiempo, paciencia y mucha humildad para que nuestra forma
de pensar y actuar se adhiera plenamente al Evangelio.
El apóstol Pedro experimentó esto inmediatamente. Justo después de haber
declarado su fe a Jesús, cuando éste le anuncia que tendrá que sufrir y ser
condenado a muerte, rechaza esta perspectiva, que considera incompatible con el
Mesías. Incluso se siente obligado a reprender al Maestro, que a su vez le
apostrofa: "¡Apártate de mí, Satanás! Me resulta escandaloso, porque no
piensas según Dios, sino según los hombres" ( v. 23).
Pensemos en ello: ¿no nos ocurre lo mismo? Repetimos el Credo, lo
decimos con fe; pero ante las duras pruebas de la vida, todo parece
tambalearse. Nos sentimos inclinados a protestar ante el Señor,
diciéndole que no está bien, que debe haber otros caminos más rectos y menos
fatigosos. Experimentamos la laceración del creyente, que cree en
Jesús, confía en Él; pero al mismo tiempo siente que es difícil seguirle
y se ve tentado a buscar caminos distintos a los del Maestro. San Pedro
experimentó este drama interior, y le llevó tiempo y maduración. Al
principio le horrorizaba la idea de la cruz; pero al final de su vida dio
testimonio del Señor con valentía, hasta el punto de ser crucificado —según
la tradición— con la cabeza hacia abajo, para no ser igual al Maestro.
El apóstol Pablo tiene su propio camino, él también pasó por una
lenta maduración de la fe, experimentando momentos de incertidumbre y duda.
La aparición del Resucitado en el camino de Damasco, que le hizo pasar
de perseguidor a cristiano, debe verse como el inicio de un camino en el que
el Apóstol se enfrentó a las crisis, los fracasos y el tormento constante de lo
que él llama una "aguijón en la carne" (cf. 2 Co 12,7). El
camino de la fe nunca es un paseo, para nadie, ni para Pedro ni para Pablo,
para ningún cristiano. El camino de la fe no es un paseo, sino que es exigente,
a veces arduo: incluso Pablo, que se hizo cristiano, tuvo que aprender a serlo
poco a poco, especialmente en los momentos de prueba.
A la luz de esta experiencia de los santos apóstoles Pedro y Pablo, cada
uno de nosotros puede preguntarse: cuando profeso mi fe en Jesucristo, el
Hijo de Dios, ¿lo hago con la conciencia de que siempre debo aprender, o
presumo que "ya lo tengo todo resuelto"? Y de nuevo: en las
dificultades y pruebas, ¿me desanimo, me quejo, o aprendo a hacer de ellas una
oportunidad para crecer en la confianza en el Señor? Porque él —escribe
Pablo a Timoteo—nos libra de todo mal y nos lleva con seguridad al cielo (cf. 2
Tm 4,18). Que la Virgen María, Reina de los Apóstoles, nos enseñe a imitarlos
avanzando día a día por el camino de la fe.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 29 de
junio de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
Acaba de concluir en la basílica vaticana la celebración
eucarística en honor de los apóstoles san Pedro y san Pablo, patronos
de Roma y «columnas» de la Iglesia universal. Como todos los años, para esta
solemne circunstancia han venido a Roma los arzobispos metropolitanos que he
nombrado durante el último año y a los que he impuesto el palio, insignia
litúrgica que expresa el vínculo de comunión que los une al Sucesor de Pedro. A
los queridos hermanos metropolitanos les renuevo mi saludo más cordial,
invitando a todos a rezar por ellos y por las comunidades encomendadas a su
solicitud pastoral. Además, también este año, con ocasión de esta solemnidad,
la Iglesia de Roma y su Obispo tienen la alegría de acoger a la delegación
enviada por el Patriarcado ecuménico de Constantinopla. A los venerados
hermanos que componen la delegación les renuevo mi más cordial saludo, saludo
que, a través de ellos, dirijo con afecto a Su Santidad Bartolomé I.
La fiesta de los apóstoles san Pedro y san Pablo nos invita, de modo muy
particular, a orar intensamente y a trabajar con convicción por la causa de la
unidad de todos los discípulos de Cristo. El Oriente y el Occidente
cristianos son muy cercanos entre sí, y ya pueden contar con una comunión casi
plena, como recordó el concilio Vaticano II, faro que guía los pasos del
camino ecuménico. Por tanto, nuestros encuentros, las visitas recíprocas y los
diálogos que se están manteniendo no son sólo gestos de cortesía, o intentos
para llegar a compromisos, sino el signo de una voluntad común de hacer todo lo
posible para llegar cuanto antes a la plena comunión implorada por Cristo en su
oración al Padre después de la última Cena: "ut unum
sint".
Entre estas iniciativas se encuentra también el "Año paulino",
que anuncié
ayer por la tarde, en la basílica de San Pablo extramuros, precisamente
junto a la tumba del apóstol san Pablo. Se trata de un año jubilar dedicado a
él, que comenzará el 28 de junio de 2008 y se concluirá el 29 de junio de 2009,
en coincidencia con el bimilenario de su nacimiento. Deseo que las diversas
manifestaciones que se organicen contribuyan a renovar nuestro entusiasmo
misionero y a intensificar las relaciones con nuestros hermanos de Oriente y
con los demás cristianos que, como nosotros, veneran al Apóstol de los gentiles.
Nos dirigimos ahora a la Virgen María, Reina de los Apóstoles. Que por su
intercesión materna el Señor ayude a la Iglesia que está en Roma y en todo el
mundo a ser siempre fiel al Evangelio, a cuyo servicio san Pedro y san Pablo
consagraron su vida.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 29 de
junio de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la Iglesia de Roma festeja sus santas raíces, celebrando a los
apóstoles san Pedro y san Pablo, cuyos restos se conservan en las dos basílicas
dedicadas a ellos y que adornan a toda la ciudad, muy querida por los
cristianos residentes y peregrinos. La solemnidad comenzó ayer por la tarde
con la oración de las Primeras Vísperas en la basílica
Ostiense. La liturgia del día vuelve
a proponer la profesión de fe de Pedro respecto de Jesús: «Tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Esta declaración no es fruto de un
razonamiento, sino una revelación del Padre al humilde pescador de Galilea,
como lo confirma Jesús mismo al decir: «No te lo han revelado ni la carne ni la
sangre» (Mt 16, 17). Simón Pedro está tan cerca del Señor que él mismo se
convierte en una roca de fe y de amor sobre la que Jesús ha edificado su
Iglesia y, como observa san Juan Crisóstomo, «la ha hecho más fuerte que
el cielo mismo» (Hom. In Matthaeum 54, 2: PG 58,535). De
hecho, el Señor concluye diciendo: «Lo que ates en la tierra quedará atado en
los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16,
19).
San Pablo, de
cuyo nacimiento celebramos recientemente el bimilenario, con la gracia divina difundió
el Evangelio, sembrando la Palabra de verdad y de salvación en medio de los
pueblos paganos. Los dos santos patronos de Roma, aun habiendo recibido de
Dios carismas diversos y misiones distintas por realizar, ambos son cimientos
de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, «permanentemente
abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido enviada al mundo para
anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la
constituye» (Congregación para la doctrina de la fe, Communionis notio,
28 de mayo de 1992, n. 4: AAS 85 [1993] 840). Por eso, durante la
santa misa de esta mañana en la basílica vaticana, entregué a treinta y ocho
arzobispos metropolitanos el palio, que simboliza tanto la comunión con el
Obispo de Roma, como la misión de apacentar con amor el único rebaño de Cristo.
En esta solemne ocasión deseo también dar las gracias de corazón a la
delegación del Patriarcado ecuménico, como testimonio del vínculo espiritual
entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla.
Que el ejemplo de los apóstoles san Pedro y san Pablo ilumine las mentes y
encienda en el corazón de los creyentes el santo deseo de cumplir la voluntad
de Dios, para que la Iglesia peregrina en la tierra sea siempre fiel a su Señor. Dirijámonos con confianza a la
Virgen María, Reina de los apóstoles, que desde el cielo guía y sostiene el
camino del pueblo de Dios.
DOMINGO 14 T. O.
Monición
de entrada.-
Jesús
nos ha reunido para que seamos más y mejores amigos suyos.
Y
para enviarnos a contar lo que Él nos enseña.
Así
lo escucharemos en la lectura del Evangelio.
Señor, ten piedad.
Venga a nosotros tu reino.
Señor, ten piedad.
Venga a nosotros tu amor. Cristo, ten piedad.
Venga a nosotros tu paz. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por el Papa León. Te lo pedimos Señor.
Por la Iglesia, para que diga las palabras de Jesús.
Te lo pedimos Señor.
Por las personas que están enfermas, para que te
tengan a ti que eres nuestra salud. Te
lo pedimos Señor.
Por las personas que trabajan por la paz, para que
no se desanimen. Te lo pedimos Señor.
Por nosotros, para que nos sintamos enviados por
Jesús. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.-
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