miércoles, 5 de noviembre de 2025

Nº 283. Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán. 9 de noviembre de 2025.

 


Primera lectura.

Lectura de la profecía de Ezequiel 47,1-2.8-9.12.

En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo del Señor. De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este – el templo miraba al este –. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar. Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho. Me dijo:

-Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal. Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida donde llegue el torrente. En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.

 

Textos paralelos.

Ap 22, 1 s: Me mostró un río de agua viva, brillante como cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza y en los márgenes del río crece el árbol de la vida, que da fruto doce veces: cada mes una cosecha, y sus hojas son medicinales para las naciones.

Jn 4, 10: Jesús le contestó: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y te dará agua viva.

Jl 4, 18: Aquel día los montes manará licor, los collados se desharán en leche, las cañadas de Judá irán llenas de agua; brotará un manantial en el templo del Señor que engrosará el Torrente de las Acacias.

Za 13, 1: Aquel día se alumbrará un manantial contra los pecados e impurezas para la dinastía de David y los vecinos de Jerusalén.

Za 14, 8: Aquel día brotará un manantial en Jerusalén: la mitad fluirá hacia el mar oriental, la otra mitad hacia el mar occidental; lo mismo en verano que en invierno.

Sal 46, 5: Un río con sus acequias alegra la ciudad de Dios: santuario de la morada del Altísimo.

La fachada del templo miraba hacia oriente. El agua bajaba.

Jn 19, 34: Pero el soldado le abrió el costado de una lanzada. Al punto brotó sangre y agua.

Esta agua sale hacia la región oriental.

Za 14, 8: Aquel día brotará un manantial en Jerusalén: la mitad fluirá hacia el mar oriental, la otra mitad hacia el mar occidental; lo mismo en verano que en invierno.

Por donde quiera que pase el torrente todo ser viviente que en él se mueva vivirá.

Ex 15, 25: Él clamó al Señor, y el Señor le indicó una planta; Moisés la echo en el agua, que se convirtió en agua dulce. Allí les dio leyes y mandatos y los puso a prueba.

A ambas márgenes del torrente crecerán toda clase de árboles frutales.

Sal 1, 3: Será como un árbol plantado junto a acequias, que da fruto en su sazón y su follaje no se marcita. Cuanto hace prospera.

Jr 17, 8: Será un árbol plantado junto al agua, arraigado junto a la corriente; cuando llegue el bochorno, no temerá, su follaje seguirá verde, en año de sequía no se asusta, no deja de dar fruto.

Is 44, 4: Crecerán como hierba junto a la fuente, como sauces junto a las acequias.

No se agotarán.

Ez 19, 10-11: Tu madre es como vid sarmentosa plantada al pie del agua: produjo fronda y fruto por la abundancia de agua. Echó vástagos robustos para cetros reales, se elevó su estatura hasta tocar las nubes; destacaba por su altura; por su abundancia de sarmientos.

Sus frutos servirán de alimento.

Ap 22, 2: En medio de la plaza y en los márgenes del río crece el árbol de la ida, que da fruto doce veces: cada mes una cosecha, y sus hojas son medicinales para las naciones.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

47 Los vv. 1-12 deben ser relacionados con 43 1s: este río maravilloso manifiesta la bendición que trae al país la morada renovada de Dios en medio de su pueblo. La imagen será recogida por Ap 22, 1-2.

47 8 La Arabá designa aquí el valle inferior del Jordán. El mar es el mar Muerto, cuyas aguas van a ser purificadas. – “en el agua hedionda” versiones; “hacia el mar rechazadas” hebreo.

47 9 “el torrente” versiones; “los dos torrentes”, hebreo.

 

Salmo responsorial

Sal  46 (45), 2-3.5-6.8-9 (R:/ 5).

 

Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios,

el Altísimo consagra su morada. R/.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,

poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,

y los montes se desplomen en el mar. R/.

 

Un río y sus canales alegran la ciudad,

el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;

Dios la socorre al despuntar la aurora. R/.

 

El Señor del universo está con nosotros,

nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,

las maravillas que hace en la tierra. R/.

 

Textos paralelos.

Is 33, 20-21: Contempla a Sión, ciudad de nuestras fiestas, tus ojos verán a Jerusalén, morada tranquila, tienda permanente, cuyas estacas no se arrancarán, cuyas cuerdas no se soltarán. Que allí el Señor es nuestro capitán, en un lugar de ríos y canales anchísimos, que no surcan barcas de remo ni la nave capitana los cruza.

Sal 66, 12: Hiciste nuestro cuello montura de hombres. Pasamos por fuego y agua, y nos sacaste a la abundancia.

Por eso no tememos si se altera la tierra.

Is 24, 18-19: El que escape del grito de pánico caerá en la zanja, el que salga del fondo de la zanja quedará atrapado en el cepo. Se abren las compuertas del cielo y retiemblan los cimientos de la tierra. se tambalea y se bambolea la tierra, tiembla y retiembla la tierra, se mueve y remueve la tierra., vacila y oscila la tierra como un borracho, cabecea como una choza; tanto le pesa su pecado, que se desploma y no se alza más.

Is 54, 10: Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no te retiraré mi lealtad ni mi alianza de paz vacilará – dice el Señor, que te quiere –.

Jb 9, 5-6: El desplaza las montañas de improviso y las vuelca con su cólera; estremece la tierra en sus cimientos y sus columnas retiemblan.

Sus brazos recrean la ciudad de Dios.

Sal 36, 9: Se nutren de la enjundia de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias.

Gn 2, 10: En Edén nacía un río que regaba el parque y después se dividía en cuatro brazos.

Nuestro baluarte el Dios de Jacob.

Is 7, 14: Pues el Señor por su cuenta os dará una señal: Mirad: la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel.

Is 8, 10: Haced planes, que fracasarán; pronunciad amenazas, que no se cumplirán, porque tenemos a Emanuel.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

Sal 46 Cántico de Sión. La presencia divina en el Templo protege la ciudad santa, y aguas simbólicas la purifican y fecundan, convirtiéndolos en un nuevo Edén.

45 5 “santifican” griego; “la (más) santa (de las moradas) hebreo.

45 6 La hora de los favores divinos, Sal 17, 15. – Probable alusión a la retirada de las tropas de Senaquerib.

 

Segunda lectura.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 3, 9c-11.16-17.

Hermanos:

Sois edificio de Dios. Conforme a la gracia que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, puse el cimiento, mientras que otro levanta el edificio. Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros¿ Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros.

 

Textos paralelos.

 Vosotros, el campo de Dios que Dios cultiva, el edificio que Dios construye.

Ef 2, 20-22: Edificados sobre el cimiento de los Apóstoles, con Cristo Jesús como piedra angular. Por él todo el edificio bien trabado crece hasta ser templo consagrado al Señor, por él vosotros estáis con los otros en la construcción para ser morada espiritual de Dios.

1 P 2 5: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de un templo espiritual y formáis un sacerdocio santo, que ofrece sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo.

Cada cual mire lo que construye.

Is 28, 16: El Señor dice así: Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimiento: quien se apoya no vacila.

1 P 2, 4: Él es la piedra viva, desechada por los hombres, escogida y estimada por Dios.

Hch 4, 11-12: El es la piedra desechada por vosotros, los arquitectos, que se han convertido en piedra angular. Ningún otro puede proporcionar la salvación; no hay otro nombre bajo el cielo concedido a los hombres que pueda salvarnos.

1 Co 6, 19: ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que recibís de Dios y reside en vosotros? De modo que no os pertenecéis.

Ef 2, 20-22: Edificados sobre el cimiento de los Apóstoles, como Cristo Jesús como piedra angular. Por él todo el edificio bien trabado crece hasta ser templo consagrado al Señor, por él vosotros entráis con los otros en la construcción para ser morada espiritual de Dios.

2 Co 6, 16: ¿Es compatible el templo de Dios con los ídolos? Pues nosotros somos templo de Dios. Como dijo él: Habitaré entre ellos y me trasladaré con ellos. Seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

3 9 O: “compañeros de trabajo de Dios”. Sin embargo, la naturaleza de la participación de Dios y del hombre en esta obra común queda precisada sin equívocos en los vv. 6-7. Pablo toma del AT la doble metáfora de la plantación y de la construcción. Especialmente en Jeremías (ver 1, 10), la misión del profeta es expresada por dos binas en oposición, extirpar-plantar/destruir-reconstruir. Por lo que a él concierne, Pablo, rechaza toda misión de destrucción o de ruina. Pero, del mismo modo que en Jeremías la obra de plantar y construir era, al mismo tiempo, obra de Dios y del profeta, la fundación del nuevo pueblo de Dios es obra del propio Dios y de los apóstoles llamados a participar en ella. Siguiendo la tradición de los Padres, la Ortodoxia entiende esta colaboración como una acción común divino-humana: la sinergia.

3 16 La comunidad cristiana, cuerpo de Cristo, es el verdadero Templo de la nueva Alianza. El Espíritu que mora en ella consumía lo que el Templo prefiguraba, lugar o estancia de la gloria de Dios.

3 17 Pablo distingue tres categorías de predicadores, los que construyen con solidez, los que construyen con materiales que no resisten la prueba y los que en vez de construir destruyen y, como tales, serán castigados.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según Juan 2, 13-22.

Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

-Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

-¿Qué signos nos muestras para obrar así?

Jesús contestó:

-Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Los judíos le replicaron:

-Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y creyeron la Escritura y la palabra que había dicho Jesús.

 

 Textos paralelos.

 

Mt 21, 12-13

Mc 11, 11.15-17

Lc 19, 45-46

Jn 2, 13-17

Entró Jesús en el templo

 

 

 

 

y echó fuera a los que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas. Les dijo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Está escrito que mi casa será casa de oración, mientras que vosotros la habéis convertido en guarida de bandidos.

Entró en Jerusalén y se dirigió al templo.

 

 

 

 

Después de inspeccionarlo todo, como era tarde, volvió con los doce a Betania.

Llegaron a Jerusalén y, entrando en el templo, se puso a echar a los que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas, y no dejaba a nadie transportar objetos por el templo. Y les explicó:

 

 

-Está escrito: mi casa será casa de oración, mientras que vosotros la habéis convertido en guarida de bandidos.

Después entró en el templo

 

 

 

 

y se puso a echar a los mercadores diciéndoles:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Está escrito que mi casa es casa de oración y vosotros la habéis convertido en guarida de bandidos.

Como se acercaba la Pascua judía, Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el recinto del templo

 

a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Se hizo un látigo de cuerdas y expulsó del templo ovejas y bueyes; espació las monedas de los cambistas y volcó las mesas; a los que vendía palomas les dijo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Quitad eso de aquí y no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado.

 

 

Los discípulos se acordaron de aquel texto: el celo por tu casa me devora.

Se acercaba la Pascua.

Ne 13, 7: Volví a Jerusalén y advertí la maldad que había cometido Eliasib acondicionándole a Tobías una habitación en los atrios del templo.

Cambistas en sus puestos.

Ml 3, 1-4: Mirad, yo envío un mensajero a prepararme el camino. De pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis; el mensajero de la alianza que deseáis, miradlo entrar – dice el Señor de los ejércitos - ¿Quién resistirá cuando él llegue?, ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será fuego de fundidor, lejía de lavandero: se sentará como fundidor a refinar la plata, refinará y purificará como plata y oro a los levitas, y ellos ofrecerán al Señor ofrendas legítimas. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y Jerusalén, como en tiempos pasados, como en años remotos.

Za 14, 21: Todos los calderos de Jerusalén y Judá estarán consagrados al Señor. Los que vengan a ofrecer sacrificios los usarán para guisar en ellos. Y ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos aquel día.

El celo por tu casa me devorará.

Sal 69, 10: Porque me devora el celo por tu templo y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

¿Qué signo puedes darnos?

Jn 6, 30: Le dijeron: “¿Qué señal haces para que veamos y creamos?, ¿en qué trabajas?”.

Destruid este santuario.

Mt 26, 61: Y, aunque se presentaron muchos testigos falsos, no lo encontraron. Finalmente se presentaron dos alegando: “Este ha dicho: Puedo derribar el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”.

Cuarenta y seis años se ha tardado.

Mt 12, 6: Pues os digo que aquí hay alguien mayor que el templo.

Mt 12, 38-40: Entonces algunos letrados y fariseos le dijeron: “Maestro, queremos verte hacer algún prodigio”. Él les contestó: “Una generación malvada y adúltera reclama un prodigio, y no se le concederá otro prodigio que el del profeta Jonás: Como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará este Hombre en las entrañas de la tierra tres días y tres noches”.

Pero él hablaba del santuario de su cuerpo.

Jn 1, 14: La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros. Contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad.

Creyeron en la Escritura.

Jn 5, 39: Estudiáis la Escritura pensando que encierra vida eterna: pues ella da testimonio de mí.

Jn 14, 26: El Valedor, el Espíritu Santo que enviará el Pare en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os dije.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

2 14 Se trata de animales destinados a los sacrificios y de monedas autorizadas para las ofrendas, señales de una economía ya caduca.

2 17 Los discípulos explican el significado del acontecimiento recordando el Sal 69, 10 (LXX). La Iglesia primitiva captó el carácter mesiánico de este gesto y percibió aquí un anuncio de la Pasión (el uso del futuro y el contexto general del evangelio lo sugieren con bastante claridad).

2 18 En opinión de los judíos, la autoridad que Jesús se arroja en los asuntos del templo debería ser autentificada mediante un hecho prodigioso.

2 19 En el evangelio de Juan, Cristo suele emplear palabras que, además de su sentido natural (el único comprendido por sus interlocutores), puede incluir otro sentido, sobrenatural o figurado; ver 2, 21 (templo); 3,3 (nuevo nacimiento); 4, 15 (agua viva); 4 32 (alimento); 6, 24 (pan vivo); 7, 35 (irse); 8, 33 (esclavitud); 11, 11 (despertar); 12, 34 (levantar); 13, 9 (lavar); 13, 36s (irse); 14, 22 (manifestarse). De ahí un malentendido que da ocasión a Cristo para desarrollar su enseñanza.

2 20 La reconstrucción del Templo se había emprendido el año 19 antes de nuestra era. Esto sitúa la escena en la Pascua del año 28.

2 21 La humanidad de Cristo es el lugar de la presencia y de la manifestación de Dios en medio de los hombres: Jesús es, pues, el verdadero templo, y en adelante el culto estará vinculado a su persona.

2 22 En función de la resurrección de Jesús y del don del Espíritu, los discípulos comprenden plenamente los acontecimientos y las palabras de la vida terrena de Jesús.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

13-22 La colocación de este relato en este momento del ministerio público, responde más al significado del hecho y de las palabras de Jesús que a la exactitud cronológica, que en este caso parece más respetada por los tres evangelios sinópticos.

15 UN AZOTE: un zurriago: el vocablo griego phragéllion es un latinismo (flagelum).

16 ¡BASTA YA DE CONVERTIR…!: es el matiz del imperativo griego de presente: “no sigáis convirtiendo”, dejad de convertir. // PLAZA DE MERCADO (o mercado, sin más): el texto griego traduce un semitismo arcaico casa de préstamos, casa de banca), que me corresponde, en total oposición, con la CASA DE MI PADRE.

17 ME DEVORARÁ: otra traducción posible: me va a destruir, o me va a perder. De hecho, Jesús arriesgó su vida con este gesto.

18 La pregunta de Mc 11, 28 (“¿con qué autoridad haces esto?”), en Jn es literal: “¿qué prueba muestras nosotros porque esto haces?”.

19 Hay un juego con el doble significado del verbo griego: levantar o despertar (“resucitar”). Tal vez la creencia judía en que la corrupción de un cadáver empezaba el cuarto día después de la muerte explica, un poco, la insistencia de la primera tradición cristiana en la resurrección al tercer día: realmente murió, pero no permaneció bajo el dominio de la muerte (Hch 2, 31). Implícitamente, las palabras de Jesús dicen más: si la resurrección de un cadáver requiere la intervención divina, al declararse Jesús autor de su propia existencia (cf. también 10, 17s) está afirmando su divinidad.

20 Comenzado en el año 20 o 19 a.C., durante el reinado de Herodes el Grande, el templo estaba aún en construcción; se terminó propiamente en el año 66 d.C.; cuatro años más tarde fue destruido por los romanos.

21 La humanidad de Jesús es el verdadero templo de los cristianos: en él “habita corporalmente toda la plenitud de la esencia divina” (Col 2, 9); a su imagen, en medida muy inferior, también el cristiano es “templo de Dios”.

22 Despertó: lit. fue despertado (se entiende: por Dios; voz pasiva “teológica”). Los textos del NT atribuyen la resurrección de Jesús indistintamente a Jesús, al Padre, al Espíritu Santo. // HABÍA DICHO AQUELLO: lit. esto decía. // LA ESCRITURA: el artículo puede indicar un pasaje concreto: “aquel texto de la Escritura”: ¿el citado en el v. 17?

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

2, 13-23 Juan deja claro que lo que Cristo dice sobre volver a construir el Templo es una referencia a su propio cuerpo. Sin embargo, estas palabras se usarán contra Cristo cuando fue arrestado y desafiado. El Templo de Jerusalén sería destruido por los romanos en el 70 d.C., pero el mismo Cristo es el nuevo y eterno templo de Dios. La afirmación que hace aquí predice su muerte y resurrección, a pesar de que los discípulos no llegarían a comprender esto verdaderamente hasta después de la resurrección. Cat. 575, 583, 586, 994.

2, 13 Juan sitúa la purificación del Templo al comienzo del ministerio de Jesús. Cristo echó a los mercaderes del Templo por amor a la casa de su Padre, que en teoría es un lugar de oración. Cat 584.

2, 18 En Juan, este término debería tomarse por el significado de “autoridades judías” más que por la totalidad de la población judía. Incluso en eso, entre las autoridades judías (escribas, fariseos, sanedrín, etc.) había muchos que simpatizaban con Cristo e incluso le apoyaban. Cat. 575.

 

Catecismo de la Iglesia Católica

575 Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un signo de contradicción para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquellas a las que el Evangelio de san Juan denomina con frecuencia los judíos, más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios.

583 Como los profetas anteriores a Él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento. A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre. Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua; su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías.

584 Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para Él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado. Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: “No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: “El celo por tu Casa me devorará” (Sal 69, 10; Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección los Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo.

585 Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra. Hay aquí un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia Pascua. Pero esta profecía pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo sacerdote y serle reprochada como injuriosa cuando estaba clavado en la cruz.

586 Lejos de haber sido hostil al Templo, donde expuso lo esencial de su enseñanza, Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro, a quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia. Aún más, se identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre los hombres. Por eso su muerte corporal anuncia la destrucción del Templo que señalará la entrada en una nueva edad histórica de la salvación: “Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn 4, 21).

 

Concilio Vaticano II

La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios” (S. Agustín. La Ciudad de Dios), anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo fielmente el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz.

Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 8.

 

Comentarios de los Santos Padres.

¿Quiénes son, pues, los que venden bueyes? Es para que en la figura busquemos la inteligencia del misterio del hecho. ¿Quiénes son los que venden ovejas y palomas? Son los mismos que buscan en la Iglesia sus intereses, no los intereses de Jesucristo. Todo lo venden quienes no quieren ser rescatados; no quieren ser rescatados, lo que quieren es vender. ¿Qué cosa, sin embargo, mejor para ellos que ser redimidos con la sangre de Cristo para llegar a la paz de Cristo? Porque ¿qué aprovecha en este mundo adquirir bienes temporales y transitorios, como es el dinero, o el placer del vientre o del gusto, o el humo de las alabanzas humanas? ¿Es todo más que humo y viento? ¿No pasa y se va todo en veloz carrera? Y ¡ay de aquellos que se adhieren a lo que así pasa, porque pasan junto con ello! Quienes procuran cosas tales, hermanos míos, venden. Y por eso aquel Simón quería comprar al Espíritu Santo (Hch 8, 9-24), porque quería venderlo. Creía que los apóstoles eran como los mercaderes que echó el Señor del templo a latigazos. Él, sí, era como esos: quería comprar lo que podía vender. ¿Por qué hablan así, y a qué precio lo venden? El precio son sus honores y dignidades. Reciben como precio de la venta cátedras temporales. Así son como venderos de palomas. Que se pongan en guardia contra el látigo hecho de cuerdas. La paloma no se puede vender. Se da gratuitamente. Su nombre es gracia.

Agustín. Tratados sobre el Ev. de Juan, 10, 6. Tomo 4a. Pg. 169

Heracleón dice que el látigo simboliza el poder y la acción del Espíritu Santo. El látigo fue atado a un mango de madera como figura de la cruz, y sigue afirmando que con esta madera son destruidos y hechos desaparecer los mercaderes deshonestos y todo cuanto es malo.

Orígenes. Comentario al Ev. de Juan, 10, 212-214. Tomo 4a. Pg. 170.

Dios no quiere que nada extraño a su voluntad se mezcle en el alma de los hombres en general y, en particular, de quienes intentan acoger la realidad divina.

Orígenes. Comentario al Ev. de Juan, 10, 221. Tomo 4a. Pg. 170.

¿Quién se consume por el celo de la casa de Dios? Aquel que pone su empeño en que se corrija todo lo censurable que en ella observa, desea que desaparezca y no descansa, y, si no lo logra, lo soporta y gime… ¡Que a cada uno de los cristianos le consuma el celo de la casa de Dios, de la que son miembros! Sí, pues, tus afanes son que no haya desorden alguno en tu casa, ¿tolerarás tú, en cuanto esté de tu parte, los desórdenes que tal vez presencies en la casa de Dios, donde se ofrece la salud y el descanso sin fin? ¿Es tu amigo? Amonéstalo con dulzura. ¿Es tu esposa o esposo? Amonéstalos también. Haz lo que puedas, según la conducta de tu persona.

Agustín. Tratados sobre el Ev. de Juan, 10, 9. Tomo 4a. Pg. 171.

El expulsó del templo sin contemplaciones a los impíos, porque este templo era figura del templo de su cuerpo, en el que no podía haber mancha alguna de pecado.

Beda. Homilía sobre los Evangelios, 2, 1. Tomo 4a. Pg. 173.

 

San Agustín.

El siervo de Dios es el pueblo de Dios, es la Iglesia de Dios. Los que quieren la paz de la Iglesia de Dios, alaben al Señor, no al siervo, ni cesen nunca de decir: Sea glorificado el Señor. Estos[1], en cambio, se sirven de las mismas Escrituras para engañar a los pueblos con el fin de recibir de ellos honores y alabanzas, no su conversión a la verdad.

Comentarios sobre el evangelio de San Juan, 10, 4-8. Pg. 311.

 

San Juan de Ávila.

El mundo amó su razón. Entró Jesucristo y puso desprecio y pobreza. Y floreció y alumbró aquel relámpago en aquel tiempo, y hubo tanta pobreza en muchos, tanto menosprecio, tanto amor de Jesucristo. Paraos a mirar la obra de este día. ¿Qué es el desprecio del mundo, de la propia honra y razón? Paraos a mirar las costumbres nuestras, tan malas y aun peores que las de los judíos. Más honra tenemos los cristianos que romanos, más razones que griegos. ¿Qué es la pobreza de Jesucristo? ¿Qué es la de la humildad y bajeza? ¿Qué es del desprecio y desarrimo y poca fiuza que en nosotros hay y en nuestra razón y discreción tenemos?

El judío amaba dineros y no hora. Veréis agora en un miso pecho de un cristiano espíritu de judaísmo y gentilidad; y si queréis tres males, también los hallaréis en uno, el escudriño de razón. ¿Dónde está el desprecio de lo de la tierra, el tener en poco estas cosas temporales y visibles? ¿Qué? ¿Amáis ser pobre y padecer trabajos? ¿Qué más haría un moro, o qué otra vida viviría, sino como nosotros vivimos? ¿Qué dejamos de hacer, que podamos hacer? ¿Quién puede ser rico y lo deja de ser? ¿Quién honrado y lo deja de ser y escoge deshoras? ¿Quién echa su razón y seso al rincón y toma el seso y parecer de Dios y se fía de él y rige por él?

Ciegos debemos estar, o a lo menos tenemos tan poca vista, que no vemos leer desde lejos. Ojos que no ven sino desde cerca y no pueden ver lo de lejos; no son esos ojos de cristiano, sino de gentiles. Ves la honra, la hacienda; ves los deleites, que son cosas que están cerca. Ser piadoso, manso, pobre, humilde, sufrir trabajos y necesidades, si entendieses y vieses desde lejos, harías burla de lo de acá, de estas cosas de la tierra, de esta hacienda que tanto estimas, desta honra que tanto precias.

Miércoles de la semana 4 de Cuaresma. OC III. Pg. 188.

La honra de la Iglesia es Jesucristo; que a él dice ella: Tu es gloria mea (Sal 3,4); y la honra de ella es celestial y deseñarse de ser honrados con seda, y con vestidos, y con semejantes poquedades, como si quisiesen ataviar el oro con cercarlo de lodo. La honra de los ministros de Cristo es seguir a su Señor, no solo en lo interior, sino también en lo exterior; para que así como Él, viviendo en el mundo, fue luz que desengañó a los mundanos y les dio a entender con su palabra y ejemplo que había otra vida muy más excelente, la cual se había de desear y ganar con el desprecio de esta, así ellos fuesen luz del mundo y sal de la tierra (Mt 5, 13-14), que diesen a entender que su reino no es de este mundo, y con su ejemplo moviesen al pueblo flaco a despreciar las cosas de acá. Porque si en los ministros de Cristo reinan estas vanidades, ¿en qué parará la miserable gente común, pues su luz se les ha apagado y su sal perdido? ¿Qué se espera de los maestros y guías de la humanidad y de la templanza tomadas en maestros de lo contrario, sino que, siendo ciegos tras ciegos, caigan todos en la hoya? (Lc 6, 39). Plugiese a Dios quisiesen los eclesiásticos ver el negocio con los ojos claros, o siquiera oír lo que dice de ellos el vulgo; que cierto es que no dirían que con estas cosas son ellos estimados, y, mediante ellos, la Iglesia; antes entendieran cómo por esto son desestimados y tenidos por profanos y juzgados por malos aun de los muy ignorantes, los cuales juzgan haber raíces de soberbia en el corazón viendo de fuera tanta abundancia de frutos de ella; y, cotejando su propia pobreza con la abundancia y pompa de los eclesiásticos, conciben descontento con su propia vida y envidia de la de ellos, y lo que peor es, murmuran contra nuestro Señor de tan gran desigualdad como entre unos y otros puso. (…) Y así, poco a poco, escandalizados, se apartan de la Iglesia, como en Alemania lo ha hecho.

Estas y otras consideraciones más y mejores tuvieron los santos pasados que tan rígidamente hablaron contra las riquezas de los eclesiásticos, las cuales han sido fomento para estos males. San Jerónimo niega tener el clérigo por parte a Dios si tiene parte en la tierra. San Agustín no recebía al clericato a nadie si no se desapropiase y trujese a comunidad su hacienda.

Caigan, pues, los ídolos de la soberbia e intemperancia de los eclesiásticos; y entiendan que si al obispo, jerarca y superior tan principal, el cual conviene ser muy estimado para bien de muchos, le son entredichas aquellas pompas que ellos llaman la honra de la Iglesia, y le mandan que con otro medio diferente busque la honra de su dignidad, que a fortiori a ellos les son entredichas, y se les declara el modo como han de ser estimados de los hombres, y la Iglesia por ellos. Este es el sentido que las riquezas son ocasión de muchos males y que es difícil ser uno bueno y templado entre ellas, y, por consiguiente, salvarse con ellas, según dice el Evangelio (cf. Mt 19, 24; Mc 10, 25; Lc 18, 25), quisieron que los clérigos no fuesen ricos, porque tuviesen vida desocupada para servir a Dios y camino seguro y fácil para ganar su reino. Y, aunque a los eclesiásticos virtuosos las riquezas sean ayuda para ejercitar las virtudes, mas son estos tan pocos y los mal inclinados muchos, y mozos libres y sin virtud, que es razón mirar a lo que más acaece, pues a estas cosas se oponen las leyes, y dar a los eclesiásticos vida sin mendicidad y riquezas, que es la más segura para los que no son perfectos, y desocupación para vacar a Dios con corazón libre (cf. Prov 30, 8), señalándoles un razonable mantenimiento; de manera que ningún beneficio haya que no sea suficiente para mantenimiento mediano; y el que fuere mayor, quítenle lo que sobra y deposítese en quien seguramente esté, sin que entre primero en manos del beneficiado, para gastarse en estos colegios o en obras pías de misericordia.

¡Dichoso concilio si esto quiere remediar y si trocase así las cosas, que lo que servía al Baco y a la lujuria lo consagrase al reparo de los templos místicos de Dios vivo; y, en lugar de los graves escándalos que el pueblo ha recibido de los eclesiásticos, fuese con esto notablemente edificado, y tantos pobres y menesterosos, enfermos y captivos, remediados, y tantas ánimas, con la doctrina y vida de eclesiásticos, ganadas.

Memorial primero al Concilio de Trento (1551). Reformación del estado eclesiástico, 21-23. Escritos sacerdotales. BAC. Madrid. 2013. Pgs. 27-30-

 

San Oscar Romero.

Nos vamos a acercar al altar con el tercer pensamiento, ya solamente lo insinúo: la ley es necesaria pero no basta la letra, sino que es necesario el espíritu de la ley, sólo Cristo es la plenitud de la ley. No lo olvidemos cuando vamos caminando en nuestra Cuaresma hacia el Calvario y hacia la Resurrección.

- Cristo, el verdadero templo: muerte y resurrección puerta de salvación. San Pablo nos ha dicho que ni el signo que buscan los judíos con la ostentosidad de su templo, con los milagros, ni la sabiduría de los griegos, salvará a la humanidad, sino la fuerza salvadora está en el Cristo crucificado. Este es el signo, cuando Cristo esta mañana nos recuerda su gesto valiente de sacar del templo, a los que estaban profanando ese signo, se presente Él mismo como el templo, como el campo donde Dios se encuentra con el hombre, como el perfecto adorador de Dios y salvador de los hombres.

- Ni los signos de los judíos, ni la sabiduría de los griegos, sino el único signo de Dios: escándalo y necedad para los hombres: Cristo crucificado. Ojalá que todas estas reflexiones de la alianza y de nuestra realidad nacional, nos lleven a comprender como San Pablo ha dicho: "Que no tenemos otra esperanza ni en las leyes, ni en los poderes de los hombres, ni en los signos creados que nuestra confianza y nuestra esperanza. Trabajando, sí las cosas de la tierra, los medios humanos, pero el corazón muy puesto en el gran signo de los cristianos: ¡Cristo crucificado! ¡Cristo resucitado!. Así sea...

Homilía, 18 de marzo de 1979.

 

León XIV. Audiencia general. 29 de octubre. Catequesis con motivo del 60.º aniversario de la Declaración conciliar Nostra aetate

¡Queridos hermanos y hermanas, peregrinos en la fe y representantes de las diversas tradiciones religiosas! ¡Buenos días, bienvenidos!

En el centro de la reflexión de hoy, en esta Audiencia general dedicada al diálogo interreligioso, deseo colocar las palabras del Señor Jesús a la mujer samaritana: «Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). En el Evangelio, este encuentro revela la esencia del auténtico diálogo religioso: un intercambio que se establece cuando las personas se abren unas a otras con sinceridad, escucha atenta y enriquecimiento mutuo. Es un diálogo nacido de la sed: la sed de Dios por el corazón humano y la sed humana de Dios. En el pozo de Sicar, Jesús supera las barreras de la cultura, el género y la religión. Invita a la mujer samaritana a una nueva comprensión del culto, que no se limita a un lugar concreto —«ni en este monte ni en Jerusalén»—, sino que se realiza en Espíritu y en verdad. Este momento capta la esencia misma del diálogo interreligioso: el descubrimiento de la presencia de Dios más allá de toda frontera y la invitación a buscarlo juntos con reverencia y humildad.

Hace sesenta años, el 28 de octubre de 1965, el Concilio Vaticano II, con la promulgación de la Declaración Nostra aetate, abrió un nuevo horizonte de encuentro, respeto y hospitalidad espiritual. Este luminoso documento nos enseña a tratar a los seguidores de otras religiones no como extraños, sino como compañeros de viaje en el camino hacia la verdad; a honrar las diferencias afirmando nuestra humanidad común; y a discernir, en toda búsqueda religiosa sincera, un reflejo del único Misterio divino que abarca toda la creación.

No hay que olvidar que la primera orientación de Nostra aetate fue hacia el mundo judío, con el que San Juan XXIII quiso refundar la relación original. Por primera vez en la historia de la Iglesia, debía tomar forma un tratado doctrinal sobre las raíces judías del cristianismo, que representara un punto de no retorno en el plano bíblico y teológico. «El pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente vinculado con la estirpe de Abraham. La Iglesia de Cristo reconoce, en efecto, que los orígenes de su fe y de su elección se encuentran ya, según el misterio divino de la salvación, en los patriarcas, en Moisés y en los profetas» (NA, 4). Así, la Iglesia, «consciente del patrimonio que tiene en común con los judíos, y movida no por motivos políticos, sino por la caridad religiosa evangélica, deplora los odios, las persecuciones y todas las manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos» (ibíd.). Desde entonces, todos mis predecesores han condenado el antisemitismo con palabras claras. También yo confirmo que la Iglesia no tolera el antisemitismo y lo combate, en razón del Evangelio mismo.

Hoy podemos mirar con gratitud todo lo que se ha logrado en el diálogo judeo-católico en estas seis décadas. Esto no se debe solo al esfuerzo humano, sino a la asistencia de nuestro Dios que, según la convicción cristiana, es en sí mismo diálogo. No podemos negar que en este período también ha habido malentendidos, dificultades y conflictos, pero estos nunca han impedido la continuación del diálogo. Tampoco hoy debemos permitir que las circunstancias políticas y las injusticias de algunos nos alejen de la amistad, sobre todo porque hasta ahora hemos logrado mucho.

El espíritu de Nostra aetate sigue iluminando el camino de la Iglesia. Esta reconoce que todas las religiones pueden reflejar «un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (n. 2) y buscan respuestas a los grandes misterios de la existencia humana, por lo que el diálogo debe ser no solo intelectual, sino profundamente espiritual. La Declaración invita a todos los católicos —obispos, clero, personas consagradas y fieles laicos— a participar sinceramente en el diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, reconociendo y promoviendo todo lo que es bueno, verdadero y santo en sus tradiciones (cf. ibíd.). Esto es necesario hoy en día prácticamente en todas las ciudades del mundo donde, debido a la movilidad humana, nuestras diversidades espirituales y de pertenencia están llamadas a encontrarse y a convivir fraternalmenteNostra aetate nos recuerda que el verdadero diálogo tiene sus raíces en el amor, único fundamento de la paz, la justicia y la reconciliación, al tiempo que rechaza con firmeza toda forma de discriminación o persecución, afirmando la igual dignidad de todo ser humano (cf. NA, 5).

Por lo tanto, queridos hermanos y hermanas, sesenta años después de Nostra Aetate, podemos preguntarnos: ¿qué podemos hacer juntos? La respuesta es sencilla: actuar juntos. Más que nunca, nuestro mundo necesita nuestra unidad, nuestra amistad y nuestra colaboración. Cada una de nuestras religiones puede contribuir a aliviar el sufrimiento humano y a cuidar de nuestra casa común, nuestro planeta Tierra. Nuestras respectivas tradiciones enseñan la verdad, la compasión, la reconciliación, la justicia y la paz. Deben reafirmar el servicio a la humanidad, en todo momento. Juntos, debemos estar atentos al abuso del nombre de Dios, de la religión y del diálogo mismo, así como a los peligros que representan el fundamentalismo religioso y el extremismo. También debemos abordar el desarrollo responsable de la inteligencia artificial, ya que, si se concibe como una alternativa al ser humano, puede violar gravemente su dignidad infinita y neutralizar sus responsabilidades fundamentales. Nuestras tradiciones tienen una inmensa contribución que aportar a la humanización de la tecnología y, por lo tanto, a inspirar su regulación, en defensa de los derechos humanos fundamentales.

Como todos sabemos, nuestras religiones enseñan que la paz comienza en el corazón del ser humano. En este sentido, la religión puede desempeñar un papel fundamental. Debemos devolver la esperanza a nuestras vidas personales, a nuestras familias, a nuestros barrios, a nuestras escuelas, a nuestros pueblos, a nuestros países y a nuestro mundo. Esta esperanza se basa en nuestras convicciones religiosas, en la convicción de que un mundo nuevo es posible.

Hace sesenta años, Nostra aetate trajo esperanza al mundo que salía de la Segunda Guerra Mundial. Hoy estamos llamados a refundar esa esperanza en nuestro mundo devastado por la guerra y en nuestro entorno natural degradado. Colaboremos, porque si estamos unidos todo es posible. Hagamos que nada nos divida. Y con este espíritu, deseo expresar una vez más mi gratitud por su presencia y su amistad. Transmitamos este espíritu de amistad y colaboración también a la generación futura, porque es el verdadero pilar del diálogo.

Y ahora, detengámonos un momento en oración silenciosa: la oración tiene el poder de transformar nuestras actitudes, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones.

 

León XIV. Angelus. 2 de noviembre de 2025.

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

La resurrección de entre los muertos de Jesús, el Crucificado, ilumina en estos primeros días de noviembre el destino de cada uno de nosotros. Nos lo dijo Él mismo: «La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día» (Jn 6,39). Por lo tanto, el núcleo de la preocupación de Dios está claro: que nadie se pierda para siempre, que cada uno tenga su lugar y resplandezca en su unicidad.

Es el misterio que celebramos ayer, en la Solemnidad de todos los santos: una comunión de las diferencias que, por así decirlo, extiende la vida de Dios a todos los hijos e hijas que desearon formar parte de ella. Este es el deseo inscrito en el corazón de cada ser humano, que suplica reconocimiento, atención y alegría. Como escribió el Papa Benedicto XVI, la expresión “vida eterna” trata de dar un nombre a esta espera irreprimible: no es un continuo sucederse de días sin fin, sino el sumergirse en el océano infinito del amor, en el que el tiempo, el antes y el después ya no existen más. Una plenitud de vida y de felicidad: es esto lo que esperamos y aguardamos de nuestro estar con Cristo (cf. Carta enc. Spe salvi, 12).

De este modo, la Conmemoración de todos los fieles difuntos nos acerca más al misterio. La preocupación de Dios por no perder a nadie, en efecto, la conocemos desde dentro cada vez que la muerte parece hacernos perder para siempre una voz, un rostro, un mundo entero. De hecho, cada persona es un mundo entero. Por eso, el día de hoy es una jornada que desafía la memoria humana, tan maravillosa y tan frágil. Sin la memoria de Jesús ―de su vida, muerte y resurrección― el inmenso tesoro que es cada vida se expone al olvido. En la memoria viva de Jesús, en cambio, incluso quien nadie recuerda o quien hasta la historia parece haber borrado, aparece en su infinita dignidad. Jesús, la piedra que los constructores ha rechazado, es ahora la piedra angular (cf. Hch 4,11). Este es el anuncio pascual. Por esta razón, los cristianos recuerdan desde siempre a los difuntos en cada Eucaristía, y hasta la fecha piden que sus seres queridos sean mencionados en la plegaria eucarística. Desde aquel anuncio surge la esperanza de que nadie se perderá.

Que la visita al cementerio, en la que el silencio interrumpe la agitación del activismo, sea para todos nosotros una invitación a la memoria y a la espera. «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro» profesamos en el Credo. Conmemoramos, por tanto, el futuro. No estamos encerrados en el pasado, en las lágrimas de la nostalgia; tampoco estamos confinados en el presente, como en un sepulcro. Que la voz familiar de Jesús nos alcance, y alcance a todos, porque es la única que viene del futuro. Nos llama por nuestro nombre, nos prepara un lugar, nos libera del sentimiento de impotencia con el que corremos el riesgo de renunciar a la vida. Que María, mujer del sábado santo, nos enseñe a seguir esperando.

 

Papa Francisco. Ángelus.  8 de marzo de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (Jn 2, 13-25) nos presenta el episodio de la expulsión de los vendedores del templo. Jesús «hizo un látigo con cuerdas, los echó a todos del Templo, con ovejas y bueyes» (v. 15), el dinero, todo. Tal gesto suscitó una fuerte impresión en la gente y en los discípulos. Aparece claramente como un gesto profético, tanto que algunos de los presentes le preguntaron a Jesús: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» (v. 18), ¿quién eres para hacer estas cosas? Muéstranos una señal de que tienes realmente autoridad para hacerlas. Buscaban una señal divina, prodigiosa, que acreditara a Jesús como enviado de Dios. Y Él les respondió: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (v. 19). Le replicaron: «Cuarenta y seis años se ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» (v. 20). No habían comprendido que el Señor se refería al templo vivo de su cuerpo, que sería destruido con la muerte en la cruz, pero que resucitaría al tercer día. Por eso, «en tres días». «Cuando resucitó de entre los muertos —comenta el evangelista—, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús» (v. 22).

En efecto, este gesto de Jesús y su mensaje profético se comprenden plenamente a la luz de su Pascua. Según el evangelista Juan, este es el primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz por la violencia del pecado, se convertirá con la Resurrección en lugar de la cita universal entre Dios y los hombres. Cristo resucitado es precisamente el lugar de la cita universal —de todos— entre Dios y los hombres. Por eso su humanidad es el verdadero templo en el que Dios se revela, habla, se lo puede encontrar; y los verdaderos adoradores de Dios no son los custodios del templo material, los detentadores del poder o del saber religioso, sino los que adoran a Dios «en espíritu y verdad» (Jn 4, 23).

En este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua, en la que renovaremos las promesas de nuestro bautismo. Caminemos en el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra existencia un signo de su amor para nuestros hermanos, especialmente para los más débiles y los más pobres, construyamos para Dios un templo en nuestra vida. Y así lo hacemos «encontrable» para muchas personas que encontramos en nuestro camino. Si somos testigos de este Cristo vivo, mucha gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro testimonio. Pero —nos preguntamos, y cada uno de nosotros puede preguntarse—, ¿se siente el Señor verdaderamente como en su casa en mi vida? ¿Le permitimos que haga «limpieza» en nuestro corazón y expulse a los ídolos, es decir, las actitudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, la costumbre de murmurar y «despellejar» a los demás? ¿Le permito que haga limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos, como hemos escuchado hoy en la primera lectura? Cada uno puede responder a sí mismo, en silencio, en su corazón. «¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón?». «Oh padre, tengo miedo de que me reprenda». Pero Jesús no reprende jamás. Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su modo de hacer limpieza. Dejemos —cada uno de nosotros—, dejemos que el Señor entre con su misericordia —no con el látigo, no, sino con su misericordia— para hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús para nosotros es su misericordia. Abrámosle la puerta, para que haga un poco de limpieza.

Cada Eucaristía que celebramos con fe nos hace crecer como templo vivo del Señor, gracias a la comunión con su Cuerpo crucificado y resucitado. Jesús conoce lo que hay en cada uno de nosotros, y también conoce nuestro deseo más ardiente: el de ser habitados por Él, sólo por Él. Dejémoslo entrar en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro corazón. Que María santísima, morada privilegiada del Hijo de Dios, nos acompañe y nos sostenga en el itinerario cuaresmal, para que redescubramos la belleza del encuentro con Cristo, que nos libera y nos salva.

 

Papa Francisco. Ángelus. 4 de marzo de 2018.

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de hoy presenta, en la versión de Juan, el episodio en el que Jesús expulsa a los vendedores del templo de Jerusalén (cf. Juan 2, 13-25). Él hizo este gesto ayudándose con un látigo, volcó las mesas y dijo: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (v. 16). Esta acción decidida, realizada en proximidad de la Pascua, suscitó gran impresión en la multitud y la hostilidad de las autoridades religiosas y de los que se sintieron amenazados en sus intereses económicos. Pero, ¿cómo debemos interpretarla? Ciertamente no era una acción violenta, tanto es verdad que no provocó la intervención de los tutores del orden público: de la policía. ¡No! Sino que fue entendida como una acción típica de los profetas, los cuales a menudo denunciaban, en nombre de Dios, abusos y excesos. La cuestión que se planteaba era la de la autoridad. De hecho los judíos preguntaron a Jesús: «¿Qué señal nos muestras para obrar así?» (v. 18), es decir ¿qué autoridad tienes para hacer estas cosas? Como pidiendo la demostración de que Él actuaba en nombre de Dios. Para interpretar el gesto de Jesús de purificar la casa de Dios, sus discípulos usaron un texto bíblico tomado del salmo 69: «El celo por tu casa me devorará» (v. 17); así dice el salmo: «pues me devora el celo de tu casa». Este salmo es una invocación de ayuda en una situación de extremo peligro a causa del odio de los enemigos: la situación que Jesús vivirá en su pasión. El celo por el Padre y por su casa lo llevará hasta la cruz: su celo es el del amor que lleva al sacrificio de sí, no el falso que presume de servir a Dios mediante la violencia. De hecho, el «signo» que Jesús dará como prueba de su autoridad será precisamente su muerte y resurrección: «Destruid este santuario —dice— y en tres días lo levantaré» (v. 19). Y el evangelista anota: «Él hablaba del Santuario de su cuerpo» (v. 21). Con la Pascua de Jesús inicia el nuevo culto en el nuevo templo, el culto del amor, y el nuevo templo es Él mismo.

La actitud de Jesús contada en la actual página evangélica, nos exhorta a vivir nuestra vida no en la búsqueda de nuestras ventajas e intereses, sino por la gloria de Dios que es el amor. Somos llamados a tener siempre presentes esas palabras fuertes de Jesús: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (v. 16). Es muy feo cuando la Iglesia se desliza hacia esta actitud de hacer de la casa de Dios un mercado. Estas palabras nos ayudan a rechazar el peligro de hacer también de nuestra alma, que es la casa de Dios, un lugar de mercado que viva en la continua búsqueda de nuestro interés en vez de en el amor generoso y solidario. Esta enseñanza de Jesús es siempre actual, no solamente para las comunidades eclesiales, sino también para los individuos, para las comunidades civiles y para toda la sociedad. Es común, de hecho, la tentación de aprovechar las buenas actividades, a veces necesarias, para cultivar intereses privados, o incluso ilícitos. Es un peligro grave, especialmente cuando instrumentaliza a Dios mismo y el culto que se le debe a Él, o el servicio al hombre, su imagen. Por eso Jesús esa vez usó «las maneras fuertes», para sacudirnos de este peligro mortal. Que la Virgen María nos sostenga en el compromiso de hacer de la Cuaresma una buena ocasión para reconocer a Dios como único Señor de nuestra vida, quitando de nuestro corazón y de nuestras obras todo tipo de idolatría.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 11 de marzo de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma refiere, en la redacción de san Juan, el célebre episodio en el que Jesús expulsa del templo de Jerusalén a los vendedores de animales y a los cambistas (cf. Jn 2, 13-25). El hecho, recogido por todos los evangelistas, tuvo lugar en la proximidad de la fiesta de la Pascua y suscitó gran impresión tanto entre la multitud como entre sus discípulos. ¿Cómo debemos interpretar este gesto de Jesús? En primer lugar, hay que señalar que no provocó ninguna represión de los guardianes del orden público, porque lo vieron como una típica acción profética: de hecho, los profetas, en nombre de Dios, con frecuencia denunciaban los abusos, y a veces lo hacían con gestos simbólicos. El problema, en todo caso, era su autoridad. Por eso los judíos le preguntaron a Jesús: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» (Jn 2, 18); demuéstranos que actúas verdaderamente en nombre de Dios.

La expulsión de los mercaderes del templo también se ha interpretado en sentido político revolucionario, colocando a Jesús en la línea del movimiento de los zelotes. Estos, de hecho, eran «celosos» de la ley de Dios y estaban dispuestos a usar la violencia para hacer que se cumpliera. En tiempos de Jesús esperaban a un mesías que liberase a Israel del dominio de los romanos. Pero Jesús decepcionó estas expectativas, por lo que algunos discípulos lo abandonaron, y Judas Iscariote incluso lo traicionó. En realidad, es imposible interpretar a Jesús como violento: la violencia es contraria al reino de Dios, es un instrumento del anticristo. La violencia nunca sirve a la humanidad, más aún, la deshumaniza.

Escuchemos entonces las palabras que Jesús dijo al realizar ese gesto: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre» (Jn 2, 16). Sus discípulos se acordaron entonces de lo que está escrito en un Salmo: «El celo de tu casa me devora» (69, 10). Este Salmo es una invocación de ayuda en una situación de extremo peligro a causa del odio de los enemigos: la situación que Jesús vivirá en su pasión. El celo por el Padre y por su casa lo llevará hasta la cruz: el suyo es el celo del amor que paga en carne propia, no el que querría servir a Dios mediante la violencia. De hecho, el «signo» que Jesús dará como prueba de su autoridad será precisamente su muerte y resurrección. «Destruid este templo —dijo—, y en tres días lo levantaré». Y san Juan observa: «Él hablaba del templo de su cuerpo» (Jn 2, 19. 21). Con la Pascua de Jesús se inicia un nuevo culto, el culto del amor, y un nuevo templo que es él mismo, Cristo resucitado, por el cual cada creyente puede adorar a Dios Padre «en espíritu y verdad» (Jn 4, 23). Queridos amigos, el Espíritu Santo comenzó a construir este nuevo templo en el seno de la Virgen María. Por su intercesión, pidamos que cada cristiano sea piedra viva de este edificio espiritual.

 

DOMINGO 33 T. O.

 

Monición de entrada.

En la misa se hace ver la Iglesia.

La Iglesia que camina entre sufrimientos.

Y que es consolada por Dios.

 

 Señor, ten piedad.

Tú tienes palabras de vida. Señor, ten piedad.

Tú eres nuestro Señor. Cristo, ten piedad.

Tú estás siempre. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco. Te lo pedimos Señor.

-Por la Iglesia, que camina por el mundo.. Te lo pedimos Señor.

-Por los que trabajan por mejorar el mundo. Te lo pedimos, Señor.

-Por los jóvenes. Te lo pedimos, Señor.

-Por los que vamos a misa. Te lo pedimos Señor.

 

 Acción de gracias.

Virgen María, te damos gracias que por ayudarnos a caminar cada día por el camino que Jesús nos enseña.


[1] Los que forman parte de la secta de los donatistas, quienes aseguraban que solo los sacerdotes de vida intachable podían administrar los sacramentos y excluían de la Iglesia a los pecadores.