Lectura
del segundo libro de Malaquías 3, 19-20a.
He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos
los orgullosos y malhechores serán como un horno de paja; los consumirá el día
que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz.
Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y
hallaréis salud a su sombra.
Textos
paralelos.
Está
para llegar el Día, abrasador como un horno.
Am 5, 18: ¡Ay de los que ansían el día del
señor! ¿De qué os servirá el día del Señor si es tenebroso y sin luz?
Os alumbrará un sol de justicia.
Lc 1, 78: Por la entrañable misericordia de
nuestro Dios, nos visitará desde lo alto un amanecer.
Jn 8, 12: De nuevo les habló Jesús: Yo soy la
luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, antes tendrá la luz de
la vida.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
3 20
(a) “justicia”
implica aquí poder y victoria, como en Is 41, 2. El título de “Sol de justicia”
, aplicado a Cristo, ha desempeñado un papel en la formación de las fiestas
litúrgicas de Navidad y Epifanía.
Salmo
responsorial
Sal 98 (97), 5-9 (R/: cf. 9).
El
Señor llega para regir los pueblos con rectitud. R/.
Tañed
la cítara para el Señor,
suenen
los instrumentos:
con
clarines y al son de trompetas,
aclamad
al Rey y Señor. R/.
Retumbe
el mar y cuanto contiene,
la
tierra y cuantos la habitan;
aplaudan
los ríos,
aclamen
los montes. R/.
Al
Señor, que llega
para
regir la tierra. R/.
Regirá
el orbe con justicia
y
los pueblos con rectitud. R/.
Textos
paralelos.
Tañed a Yahvé con la cítara.
Is 52, 9: Romped a cantar a
coro, ruinas de Jerusalén, que el señor consuela a su pueblo, rescata a
Jerusalén.
Al son de trompetas y del
cuerno.
Sal 47, 6: Tañed para Dios,
tañed, tañed para nuestro rey, tañed.
Ex 19, 16: El toque de la
trompeta iba creciendo en intensidad mientras Moisés hablaba y Dios le
respondía con el trueno.
Brame el mar y cuanto encierra.
Sal 96, 11: Alégrense los
cielos, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto contiene.
Aclamen los montes.
Is 55, 12: Saldréis con alegría,
os llevarán seguros: montes y colinas romperán a cantar ante vosotros y
aplaudirán los árboles silvestres.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
98 Himno escatológico inspirado en
la última parte del libro de Isaías (caps. 56-66), y muy afín al salmo 96.
98 5 El hebreo repite “con la
cítara”.
98 6 Estos toques, que en Israel
señalaban la subida de los reyes al trono, 2 S 16, 10; 1 R 1, 34, acompañaban
la entronización de Yahvé, Sal 47, 6, para quien habían resonado en el Sinaí,
Ex 19, 16.
Segunda
lectura.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3, 7-12.
Hermanos:
Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no
vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino
que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga
para ninguno de vosotros. No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en
nosotros un modelo que imitar. Además, cuando estábamos entre vosotros, os
mandábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma. Porque nos hemos
enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien
metiéndose en todo. A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo,
que trabajen con sosiego para comer su propio pan.
Textos
paralelos.
Ni comimos de balde el
pan de nadie, sino que día y noche, con fatiga y cansancio.
1 Co 4, 11: Hasta el momento
presente pasamos hambre y sed, vamos medio desnudos, nos tratan a golpes,
vagamos a la ventura.
2 Co 11, 27: Con fatiga y
agobio, sin dormir muchas noches, con hambre y con sed, en frecuentes ayunos,
con frío y sin ropa.
Hch 18, 3: Como eran del mismo
oficio, se alojó en su casa para trabajar: eran fabricantes de lonas.
1 Ts 2, 9: Recordáis, hermanos,
nuestro esfuerzo y fatiga: noche y día trabajamos para no seros gravosos
mientras os proclamábamos la buena noticia de Dios.
Mt 10, 10: Ni alforja para el
camino ni sandalias ni bastón. Que el obrero tiene derecho al sustento.
Que trabajen con sosiego
para comer su propio pan.
Gn 3, 19: Con el sudor de tu
frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te
sacaron; pues eres polvo y al polvo volverás.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
3 7 Imitando a Pablo los fieles
imitarán a Cristo a quien él imita. Finalmente, deben imitar a Dios e imitarse
los unos a los otros. Esta comunidad de vida se apoya en el modelo de la
doctrina recibido por la tradición. Los jefes que la transmiten deben ser ellos
mismos modelos cuya fe y vida se imitan.
3 10 Esta norma, que solo se refiere
a la negativa a trabajar, proviene quizá de una frase de Jesús o simplemente de
una máxima popular. Es “la regla de oro del trabajo cristiano”.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según Lucas 21, 5-19.
En aquel tiempo,
como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con
piedras de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
-Esto que
contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea
destruida”.
Ellos le
preguntaron:
-Maestro, ¿cuándo va
a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?
Él dijo:
-Mirad que nadie os
engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está
llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y
de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero,
pero el fin no será enseguida.
Entonces les decía:
-Se alzará pueblo
contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos
países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos
en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán,
entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndonos comparecer ante
reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para
dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar
vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá
hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres,
y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de
vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de
vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
Textos paralelos.
|
Mc 13, 1-13 |
Mt 24, 1-14 |
Lc 21, 5-19 |
|
Y cuando salía del templo le dijo uno de los discípulos: -Maestro, mira qué piedras y qué edificaciones. Jesús le respondió: -¿Ves esos grandes edificios?; pues serán destruidos, sin que quede
piedra sobre piedra. Y sentado en el monte de los olivos enfrente del templo, le preguntaron
Pedro, Santiago, Juan y Andrés en privado: -Dinos, ¿cuándo sucederán estas cosas), ¿y cuál será el signo de que
todo esto está para cumplirse? Jesús empezó a decirles: -Estad atentos para que nadie os engañe. Vendrán muchos en mi nombre,
diciendo: “Yo soy”, y engañarán a muchos. Cuando oigáis hablar de guerras y
noticias de guerra, no os alarméis. Todo esto ha de suceder, pero no es
todavía el final; se levantarán pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá
terremotos en diversos lugares, habrá hambres. Todo esto será el comienzo de
los dolores. Mirad por vosotros mismos. Os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y
compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio
ante ellos. Es necesario que se anuncie antes el Evangelio a todos los pueblos.
Pero cuando os conduzcan para entregaros, no os preocupéis por lo que habréis
de decir; decid lo que se os inspire en aquel momento. Porque no seréis
vosotros los que habléis sino el Espíritu Santo. Y entregará a la muerte el hermano al hermano y el padre al hijo, y se
levantarán hijos contra padres y se darán muerte; y seréis odiados por todos
a causa de mi nombre, pero quien persevere hasta el final se salvará. |
Cuando salió Jesús del templo y caminaba, se le acercaron sus
discípulos, que le señalaron las edificaciones del templo, y él les dijo: -¿Veis todo esto? En verdad os digo que será destruido sin que quede
allí piedra sobre piedra. Estaba sentado en el monte de los olivos y se le acercaron sus
discípulos en privado y le dijeron: -¿Cuándo sucederán estas cosas y cuál será el signo de la venida y del
fin de los tiempos? Jesús les respondió y dijo: Estad atentos a que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre
diciendo: “Yo soy el Mesías”, y engañarán a muchos. Vais a oír hablar de
guerras y noticias de guerra. Cuidado, no os alarméis, porque todo esto ha de
suceder, pero todavía no es el final. Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá hambre,
epidemias y terremotos en diversos lugares; todo esto será el comienzo de los
dolores. Os entregarán al suplicio y os matarán, y por mi causa os odiarán todos
los pueblos. Entonces muchos se escandalizarán y se traicionarán mutuamente, y se
odiarán unos a otros. Aparecerán muchos falsos profetas y engañarán a mucha
gente, y, al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría; pero el que
persevere hasta el final se salvará. Y se anunciará el evangelio del reino a
todo el mundo como testimonio por todas las gentes, y entonces vendrá el fin. |
Y como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que
estaba con piedras de calidad y exvotos, Jesús les dijo: -Esto que contempláis, llegarán días en que no quedarán piedra sobre
piedra que no sea destruida. Ellos le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso
está para suceder? Él dijo: -Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre
diciendo: “Yo soy”, o bien: “Esta llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida. Entonces les decía: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes
terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos
espantosos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a
las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y
gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien
en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré
palabras y sabiduría a la que no podrá hacer frente ni contradecir ningún
adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os
entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi
nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. |
Es necesario
que primero sucedan estas cosas.
Dn 2, 28: Pero hay un Dios en el cielo que revela
los secretos y que ha anunciado al rey Nabucodonosor lo que sucederá al final
de los tiempos. Este sueño y las visiones de tu mente estando acostado.
Se levantará nación contra nación y reino contra
reino.
Is 19, 2.21: Incitaré a egipcios contra egipcios,
lucharán unos contra otros, hermanos contra hermanos, ciudad contra ciudad,
reino contra reino. [...] El Señor se manifestará a Egipto, y Egipto reconocerá
al Señor aquel día. Le ofrecerán sacrificios y ofrendas, harán votos al Señor y
los cumplirán.
2 Cro 15, 3-7: Durante mucho tiempo Israel estuvo
sin Dios verdadero, sin sacerdote que enseñase y sin ley. Pero en su angustia
se volvieron al Señor, Dios de Israel; lo buscaron, y se dejó encontrar. En
aquellos tiempos no había paz, para nadie, sino grandes terrores para todos los
habitantes del país. Se enfrentaban pueblo contra pueblo y ciudad contra
ciudad, porque Dios los aturdía con toda clase de aflicciones. Pero vosotros;
que no desfallezcan vuestras manos, pues vuestras obras tendrán recompensa.
Pero antes de todo esto os echarán mano.
Mt 10,17-22: Pero ¡cuidado con la gente”, porque os
entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer
ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante
los gentiles. Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de
cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque
no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre hablará
por vosotros. El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se
rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán.
Os entregarán a las autoridades de las sinagogas.
Jn 15, 20: Recordad lo que os dije: “No es el siervo
más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán;
si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.
Jn 16, 1-2: Os he hablado de esto, para que no os
escandalicéis. Os excomulgarán de la sinagoga; mas aún llegará incluso una hora
cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios.
Sucederá para que deis testimonio. Pero no os
propongáis preparar vuestra defensa.
Jn 12, 11: Cuando os conduzcan a las sinagogas, ante
los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones
os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará
en todo momento lo que tenéis que decir.
Una sabiduría a la que no podrán resistir.
Hch 6, 10: Pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con
que hablaba [Esteban].
Todos os odiarán por mi nombre.
Lc 12, 7: Más aún, hasta los cabellos de vuestra
cabeza están contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pájaros.
Mt 10, 30: Pues vosotros hasta los cabellos de la
cabeza tenéis contados.
Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
Hb 10, 36: Os hace falta paciencia para cumplir la
voluntad de Dios y alcanzar la promesa.
Hb 10, 39: Pero nosotros no somos gente que se
arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.
Notas exegéticas Biblia de
Jerusalén.
21 5 (a) En 17, 22-37, Lucas, siguiendo
una de sus fuentes, había tratado el retorno glorioso de Jesús al fin de los
tiempos. Aquí, como Mc al que sigue y combina con alguna otra fuente, trata de
la ruina de Jerusalén, sin mezclar en ello el fin del mundo como lo hace Mt.
21 5 (b) El templo, cuya construcción
había emprendido Herodes el Grande hacia el año 19 antes de nuestra era (ver Jn
2, 20), era prácticamente nuevo en tiempos de Jesús.
21 5 (c) Estas ofrendas de los fieles (ver
2 M 2, 13) podían consistir en elelmentos de la construcción o de la decoración
del edificio.
21 6 Algunos profetas ya habían
anunciado la ruina del primer templo (Mi 3, 12; Jr 7, 1-15; 26, 1-19; Ez 8-11)
como respuesta del Señor a la ruptura de la alianza por parte del pueblo. Este
tipo de amenazas provocó alarma y escándalo entre la gente (Jr 26). Jesús
anuncia la ruina del templo porque Israel ha rehusado ver en él al enviado de
Dios, y suscita un escándalo semejante (ver Mt 26, 61; 27, 40 y par.; Hch 6,
14).
21 7 (a) A diferencia de Mt y Mc, Lc no
precisa que la pregunta es formulada por los discípulos. El discurso va
entonces dirigido a la muchedumbre congregada en el templo. Será el último
discurso público de Jesús, su adiós a Jerusalén, cuya ruina anuncia.
21 7 (b) En Lc la pregunta se refiere a la
fecha y la señal de la ruina del templo, lo mismo que en Mc. En Mt alude a la
fecha de la ruina del templo y, al mismo tiempo, a la señal de la llegada de
Jesús y del fin del mundo. La respuesta de Jesús en Lc (como también en Mt y
Mc) se refiere de hecho a los signos del final y a la llegada del Hijo del
hombre. Pero Lc subraya claramente la ruina de Jerusalén, de la que ya ha
hablado en 19, 27-44.
21 8 (a) Se trata de los falsos mesías que
se atribuirán la función y la autoridad de Jesús.
21 8 (b) Para Lc son los maestros del
error quienes anuncian la inminencia del fin (ver 17, 23; 19, 11).
21 9 Lc dirá al final del v. que estos
acontecimientos no forman parte del final del tiempo, sino de la historia.
Podría pensarse en las revueltas militares y políticas que siguieron a la
muerte de Nerón el año 68.
21 10 (a) Esta nueva introducción (y la del
v. 12) distingue claramente en Lc las señales del fin (vv. 10-11.25-27) y la
historia anterior (vv. 12-19.20-24).
21 11 Entre los diferentes testigos
textuales, las palabras “del cielo” (lit. “venidas del cielo”) van unidas a
“grandes señales” (probablemente por influencia de Mc 8, 11), o bien a “cosas
espantosas”. Algunos optan por esta segunda posibilidad: “cosas espantosas del
cielo y grandes señales”).
21 12 (a) Jesús advierte a los discípulos
que la fase final por la que se interesan v. 7) irá precedida por un periodo
histórico: el del testimonio en medio de las persecuciones. Lo mismo que Cristo
debe sufrir para entrar en su gloria (24, 26), los discípulos deberán superar
también esta prueba.
21 12 (b) Lc puede estar pensando en la
escena que narra en Hch 25, 13-26, 32.
21 13 También se puede traducir lit.:
“Esto resultará para vosotros en testimonio”. Para Lc el testimonio es la
función esencia de los Doce (24, 48; Hch 1, 8-22), de Esteban (Hch 22, 20), de
Pablo (Hch 22, 15 y 26, 16); ver 18, 5; 20, 21; 22, 18; 23, 11; 26, 22; 28,
23). Consiste en proclamar la resurrección de Jesús y su señorío. La palabra
griega traducida aquí por “testimonio” (martyrion) adquirirá el sentido
de “martirio” en las siguientes generaciones.
21 14 Lit. “No pongáis en vuestros
corazones”.
21 15 Lc atribuye aquí a Jesús la
iniciativa que Mt 10, 20; Mc 13, 11; Lc 12, 12 reservan al Espíritu del Padre
(Mt) o al Espíritu Santo (Mc y Lc). Ver Hch 6, 10; Jn 16, 13-15.
21 16 A diferencia de Mt 10, 21 y Mc
13, 12, Lc precisa que no todos morirán (ver 11, 49). Probablemente trata de
sugerir que la persecución no haría callar la voz de los testigos de Jesús.
Notas
exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.
5 Herodes el Grande empezó la
construcción de un nuevo templo en el año 20 o 19 a. C., que se inauguró,
todavía incompleta a los diez años, y terminó de construirse poco antes de la
rebelión contra Roma (64 a. C.). Las tropas de Tito lo destruyeron en el año
70. // LOS EXVOTOS eran dones ofrecidos por los judíos piadosos; probablemente,
elementos decorativos del interior del templo.
6 VENDRÁ UN TIEMPO: lit. vendrán
días.
7 LE PREGUNTARON: Lc no menciona a
los discípulos como sujeto gramatical de la pregunta; más bien presenta esta
instrucción dirigida a “la gente”: Jesús anuncia a todos la ruina de lo que más
amaban. Pero el peligro más serio no era la caída de Jerusalén, ni la
destrucción del templo, sino la falta de fidelidad por cansancio en la larga
espera, llena de persecuciones y dificultades, antes de “entrar en la gloria”
(24, 26).
8 EN MI NOMBRE: lit. sobre (basados
en, apoyándose en) el nombre de mí (mi título de Mesías).
9 Lc distingue “el fin” de
Jerusalén de EL FIN de la historia humana.
10 Los vs. 10-11.25-27 se refieren
al final de los tiempos, distinto de las persecuciones (vs. 12-19) y de la
caída de Jerusalén (vs. 20-24).
12 POR CAUSA DE MI NOMBRE: Mt 10, 18
y Mc 13, 9 aclaran este semitismo: “por mi causa”, por mí.
14-15 PROPONEOS: lit. poned, pues,
en los corazones de vosotros (semitismo). Jesús (cf. Jn 14, 18-21), y su
Espíritu (cf. 12, 11s) no abandonarán a sus mártires (=testigos); les
darán la capacidad de HABLAR CON... SABIDURÍA: lit. (una) boca (hebraísmo)
y (una) sabiduría, endíadis = lengua sabia, sabiduría elocuente.
19 CON VUESTRA PERSEVERANCIA: lit. en
la perseverancia de vosotros. PERSEVERANCIA es paciencia,
constancia, capacidad de resistir (cf. Rm 2, 7). // PONED A SALVA: el
imperativo parece críticamente preferible al futuro de indicativo: salvaréis;
algunos manuscritos leen conseguid (e.d., “¡Salvaos a base de
perseverancia!”. // VUESTRA VIDA es, lit., las almas de vosotros. “Salvar
la vida” es “salvarse”.
Notas exegéticas de la Biblia
Didajé.
21, 5-38 La admiración de los discípulos
por el Templo proporcionó la ocasión a Cristo para anunciar una vez más la
caída de Jerusalén y la destrucción del Templo a manos de los romanos. Muchas
penurias aguardarían la generación presente, como los falsos profetas y las
catástrofes naturales. Aquellas personas que mantengan su fidelidad serán
asistidas y fortalecidas por Cristo que les proporcionará la sabiduría
necesaria en el momento de ser juzgadas. Las imágenes ofrecen un anticipo de
otro acontecimiento, la segunda venida de Cristo, que se verá acompañada de
unos signos y culminará en el juicio final. A pesar de los signos, nadie sabe
el momento exacto del fin del mundo, por lo que debemos estar dispuestos en
todo momento esforzándonos por llevar una vida de oración y la caridad. Cat.
2612.
21, 8 Los historiadores señalan que
muchos falsos profetas alrededor del primer siglo reivindicaron ser el Mesías,
casi todos ellos revolucionarios que prometían la liberación política de los
romanos. Los falsos profetas que, a sabiendas, enseñan el error y guían a otros
por mal camino, cometen pecados contra la injusticia y la caridad. Cat. 2485.
21, 12 Cristo recordaba a sus discípulos
que la persecución sería su suerte y la prueba final que la Iglesia tendría que
sufrir antes de que venga de nuevo. Cat. 675, 852.
Catecismo de la Iglesia Católica.
2612 En Jesús “el Reino de Dios está
próximo” (Mc 1, 15), llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia.
En la oración, el discípulo espera atento a aquel que es y que viene, en el
recuerdo de su primera venida en la humanidad de la carne, y en la esperanza de
su segundo advenimiento en la gloria. En comunión con su Maestro, la oración de
los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la
tentación.
675 Antes del advenimiento de Cristo,
la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos
creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación en la tierra
desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa
que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante
el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la
del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se
glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en
la carne.
852 Los caminos de la misión. “El Espíritu Santo
es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial”. Él es quien conduce
la Iglesia por los caminos de la misión. Ella continúa y desarrolla en el curso
de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los
pobres; “impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por
el q ue avanzó Cristo: esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el
servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso
por su resurrección”. Es así como la “sangre de los mártires es semilla de
cristianos” (Tertuliano).
Concilio Vaticano II
Urgen al cristiano la necesidad y el deber de
luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la
muerte. Pero, asociado al misterio Pascual, configurado con la muerte de
Cristo, llegará, corroborado por la esperanza a la resurrección (Flp 3, 10; Rm
8, 17).
Gaudium et spes, 22.
San Agustín
Mientras nos hallamos en este mundo, no nos
perjudicará el caminar aquí abajo, siempre que procuremos tener el corazón en
lo alto. Caminamos abajo, mientras caminamos en esta carne. Al fijar nuestra
esperanza en lo alto, hemos como clavado el ancla en lugar sólido, para
resistir cualquier clase de olas de este mundo, no por nosotros mismos, sino
por aquel en quien está clavada nuestra ancla, nuestra esperanza.
Jesucristo dice en cierto lugar del evangelio: Con
vuestra paciencia poseeréis vuestras almas (Lc 21, 19). Y en otro lugar
dice igualmente: ¡Ay de aquellos que perdieron la paciencia! (Eclesiástico
2, 14). Sea que se hable de paciencia, aguante o tolerancia, se trata de una
única realidad significada en varios términos.
Quien sabe que es un peregrino en este mundo (...),
quien tiene la certeza de que aquí se encuentra la región de la vida feliz, que
aquí es lícito desear, pero no es posible tener, y arde en deseo tan bueno, tan
santo y tan casto, ese vive aquí pacientemente. La paciencia no parece
necesaria para las situaciones prósperas, sino para las adversas. Nadie soporta
pacientemente lo que le agrade.
Todo el que arde en deseos de vida eterna, por feliz
que sea en cualquier tierra, tendrá que vivir necesariamente con paciencia.
El que desea ama también; y quien desea ama hasta
llegar a lo amado; y quien ya lo ve, ama para permanecer en ello.
¿Quieres llegar y no quieres caminar? La visión es
la posesión; la fe el camino. Quien rehúsa la fatiga del camino, ¿cómo puede
reclamar el gozo de la posesión?
La fe no desfallece porque la sostiene la esperanza.
Elimina la esperanza y desfallecerá la fe.
Si a la fe y a la esperanza le quitas el amor, ¿de
qué aprovecha el creer, de qué sirve el esperar, sin hay amor? Mejor dicho,
tampoco puede esperar lo que no ama.
El amor enciende la esperanza y la esperanza brilla
gracias al amor.
El amor crece, el amor aumenta y alcanza su
perfección mediante la contemplación.
Sermón 359. II, pgs. 1557-1559.
Los Santos Padres.
Cristo promete, sin embargo, que ellos serán entregados, pero ni un
cabello de sus cabezas perecerá.
Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 159. III, pg.
428.
¿Cómo vamos a dudar de que ha de dar la vida entera a nuestra carne y a
nuestra alma, el que por nosotros recibió alma y carne en qué morar, la entregó
al momento de morir y la volvió a recobrar para que desapareciese el temor a
morir?
Agustín, Sermón 214. III, pg. 429.
San Juan de Ávila
Haced esto, y viviréis (Lc 10, 28), con que sepáis que si habéis de
ser amigo de Dios, que os aparejéis a sufrir trabajos; que si esto no hay, ¿qué
es el bien que uno tiene, sino ciudad sin muros, que al primer combate es
vencida? La paciencia es el escudo de las otras virtudes, y, ella faltando, en
un rato perdemos trabajos de muchos días. Y por eso nos amonesta nuestro
Maestro y Redemptor: En vuestra paciencia poseeréis vuestras ánimas (Lc 21, 19); que, esta
faltando, no somos nuestros, porque así roba el juicio la ira como el beber
vino. Haced corazón fuerte para sufrir trabajos; que sin pelea no podéis gozar
victoria, y no
se dará la corona sino a quien venciere (cf. St 1, 12; Ap 2, 10). No os parezcan
grandes vuestros trabajos, que para lo que merecemos, y para lo que Cristo
pasó, y para el galardón que por ellos nos será dado, muy chicos son. Acordaos
que presto saldremos de este mundo, y todo lo pasado nos parecerá una breve
sombra, y estimaremos por mejor el trabajo que el descanso. Sabed vos aprovecharos
de las penas, que gran tesoro traen al ánima. Apúranla de los pecados pasados,
porque lo que
es fuego para el oro es la tribulación para el justo (cf. Sb 3, 6).
A un su devoto que le pedió cómo sería bueno. IV, pg. 283.
San Oscar Romero.
Estas catástrofes de las ciudades, estos terremotos, estas
guerras que acaban con las bellezas de nuestros edificios, no son más que
signos de la destrucción final, cuando se bambolearán también hasta los soles y
las estrellas; y cuando aparecerá el Hijo del Hombre en la majestad de su
gloria llamando a los muertos: vengan a juicio. El fin del mundo, la catástrofe
final. Léanlo, queridos hermanos, todo ese capítulo 24 [de Mateo], que por
razones de tiempo no nos lo ofrece hoy la Iglesia, pero sería muy buena
meditación para las comunidades de base en esta semana.
Homilía 32º domingo tiempo ordinario ciclo A. 12 de noviembre
de 1978.
León XIV. Audiencia general. 5 de
noviembre. Ciclo de
catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. IV. La resurrección
de Cristo y los retos del mundo actual 3. La Pascua da esperanza a la vida
cotidiana.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
La
Pascua de Jesús es un evento que no pertenece a un pasado lejano, ya
sedimentado en la tradición, como tantos otros episodios de la historia humana.
La Iglesia nos enseña a hacer memoria actualizante de la Resurrección todos los
años en el domingo de Pascua y todos los días en la celebración eucarística,
durante la que se realiza de modo pleno la promesa del Señor resucitado: «Sabed
que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20).
Por eso,
el misterio pascual constituye el eje de la vida del cristiano en torno al cual
giran todos los demás eventos. Podemos decir entonces, sin irenismo o
sentimentalismo, que todos los días es Pascua. ¿De qué modo?
Vivimos
cada hora muchas experiencias diversas: dolor, sufrimiento, tristeza,
entrelazadas con alegría, estupor, serenidad. Pero, en cada situación, el
corazón humano anhela la plenitud, una felicidad profunda. Una gran filósofa del s. XX, Santa Teresa
Benedicta de la Cruz -cuyo nombre secular fue Edith Stein-, que tanto
profundizó en el misterio de la persona humana, nos recuerda este dinamismo de
búsqueda constante de la plenitud. «El ser humano -escribe- anhela siempre
volver a recibir el don de la existencia, para poder alcanzar lo que el
instante le da y, al mismo tiempo, le quita» (Ser infinito y ser eterno. Intento
de un ascenso al sentido del ser). Estamos inmersos en el límite, pero
también tendemos a superarlo.
El
anuncio pascual es la noticia más hermosa, alegre y conmovedora que jamás ha
resonado en el curso de la historia. Es el “Evangelio” por excelencia, que atestigua la victoria del amor
sobre el pecado y de la vida sobre la muerte, y por eso es el único capaz de
saciar la demanda de sentido que inquieta nuestra mente y nuestro corazón.
El ser humano está animado por un movimiento interior, propende hacia un más
allá que le atrae constantemente. Ninguna realidad contingente le satisface. Tendemos
al infinito y a lo eterno. Esto contrasta con la experiencia de la muerte,
anticipada por los sufrimientos, las pérdidas, los fracasos. De la muerte
«nullu homo vivente po skampare» (ningún hombre viviente puede escapar), canta
San Francisco de Asís (cfr. Cántico del hermano sol).
Todo
cambia gracias a aquella mañana en la que las mujeres que habían ido al
sepulcro para ungir el cuerpo del Señor lo encuentran vacío. La pregunta de
los Magos de Oriente en Jerusalén («¿Dónde está el Rey de los judíos que ha
nacido?», Mt 2,1-2) halla la respuesta definitiva en
las palabras del misterioso joven vestido de blanco que habla a las mujeres
en el alba pascual: «¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está
aquí. Ha resucitado» (Mc 16,6).
Desde
esa mañana hasta hoy, cada día, Jesús posee también este título: el Viviente, como Él mismo se presenta en el Apocalipsis:
«Yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ahora vivo
para siempre» (Ap 1,17-18). Y en Él tenemos la seguridad de
poder encontrar perennemente la estrella polar hacia la que dirigir nuestra
vida de aparente caos, marcada por hechos que, a menudo, nos parecen
confusos, inaceptables, incomprensibles: el mal, en sus múltiples facetas; el
sufrimiento, la muerte: eventos que nos afectan a todos y cada uno. Meditando
el misterio de la Resurrección, encontramos respuesta a nuestra sed de sentido.
Ante
nuestra frágil humanidad, el anuncio pascual se convierte en cura y sanación, alimenta la esperanza frente a los desafíos
alarmantes que la vida nos pone por delante cada día a nivel personal y
planetario. Desde la perspectiva de la Pascua, la Via Crucis se
transfigura en Via Lucis. Necesitamos saborear y meditar la alegría
después del dolor, reatravesando con esta nueva luz todas las etapas que
precedieron la Resurrección.
La
Pascua no elimina la cruz, sino que la vence en el duelo prodigioso que ha
cambiado la historia humana.
También nuestro tiempo, marcado por tantas cruces, invoca el alba de la
esperanza pascual.
La
Resurrección de Cristo no es una idea, una teoría, sino el Acontecimento que
fundamenta la fe. Él, el
Resucitado, nos lo recuerda siempre mediante el Espíritu Santo, para que
podamos ser sus testigos también allí donde la historia humana no ve luz en el
horizonte. La esperanza pascual no defrauda. Creer verdaderamente en la
Pascua en el camino cotidiano significa revolucionar nuestra vida, ser
transformados para transformar el mundo con la fuerza suave y valiente de la
esperanza cristiana.
León XIV. Catequesis jubilar. 8 de
noviembre de 2025. Esperar es dar testimonio. Isidoro Bakanja
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
La esperanza del Jubileo nace de las sorpresas de Dios. Dios es
diferente de como estamos acostumbrados a ser nosotros. El Año jubilar nos
impulsa a reconocer esta diferencia y a traducirla en la vida real. Por eso es
un Año de gracia: ¡podemos cambiar! Lo pedimos siempre, cuando rezamos el
Padrenuestro y decimos: «Así en la tierra como en el cielo».
San Pablo escribe a los cristianos de Corinto invitándolos a darse cuenta
de que entre ellos la tierra ya ha comenzado a parecerse al cielo. Les dice que
consideren su vocación y vean cómo Dios ha acercado a personas que, de otro
modo, nunca se habrían relacionado. Quien es más humilde y menos poderoso se ha
vuelto ahora valioso e importante (cf. 1 Cor 1,26-27). Los criterios de
Dios, que siempre comienza por los últimos, ya en Corinto son un “terremoto”
que no destruye, sino que despierta al mundo. La palabra de la Cruz,
que Pablo testimonia, despierta la conciencia y despierta la dignidad de
cada uno.
Queridos hermanos y hermanas, esperar es testimoniar: testimoniar que
todo ya ha cambiado, que nada es como antes. Por eso hoy quisiera hablarles
de un testigo de la esperanza cristiana en África. Se llama Isidoro Bakanja
y desde 1994 está entre los Beatos, patrono de los laicos en el Congo. Nació en
1885, cuando su país era una colonia belga. No fue a la escuela, porque no
había en su ciudad, pero se convirtió en aprendiz de albañil. Se hizo amigo de
los misioneros católicos, los monjes trapenses: ellos le hablaron de Jesús y él
aceptó seguir la enseñanza cristiana y recibir el Bautismo, alrededor de los
veinte años. Desde ese momento, su testimonio se volvió cada vez más luminoso.
Esperar es testimoniar: cuando damos testimonio de la vida nueva, la luz crece incluso en medio
de las dificultades.
Isidoro, de hecho, trabajaba como obrero agrícola para un patrón europeo
sin escrúpulos, que no soportaba su fe ni su autenticidad. El patrón odiaba el
cristianismo y a aquellos misioneros que defendían a los indígenas contra los
abusos de los colonizadores; pero Isidoro llevó hasta el final su
escapulario al cuello con la imagen de la Virgen María, sufriendo todo tipo de
maltratos y torturas sin perder la esperanza. ¡Esperar es testimoniar!
Isidoro muere declarando a los padres trapenses que no siente rencor; es más,
promete rezar incluso en la otra vida por quien lo había reducido a ese estado.
Esta, queridos hermanos y hermanas, es la palabra de la Cruz. Es una
palabra vivida, que rompe la cadena del mal. Es un nuevo tipo de fuerza, que
confunde a los soberbios y derriba a los poderosos de sus tronos. Así nace
la esperanza. Muchas veces las antiguas Iglesias del Norte del mundo reciben de
las Iglesias jóvenes este testimonio, que impulsa a caminar juntos hacia el
Reino de Dios, que es Reino de justicia y de paz. África, en particular, pide
esta conversión, y lo hace regalándonos tantos jóvenes testigos de fe.
Esperar es testimoniar que la tierra puede realmente parecerse al cielo.
Y este es el mensaje del Jubileo.
León XIV. Angelus. 9 de noviembre de
2025.
Hermanos
y hermanas: ¡Buen domingo!
En el
día de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, contemplamos el
misterio de unidad y de comunión con la Iglesia de Roma, llamada a ser la madre
que cuida con esmero la fe y el camino de los cristianos de todo el mundo.
La
Catedral de la Diócesis de Roma y sede del Sucesor de Pedro, como sabemos, no
sólo es una obra de extraordinaria importancia histórica, artística y
religiosa, sino que también representa la fuerza motriz de la fe confiada y
custodiada por los apóstoles y su transmisión a lo largo de la historia. La
grandeza de este misterio resplandece también en el esplendor artístico del
edificio, que, en su nave central, alberga las doce grandes estatuas de los
apóstoles, primeros seguidores de Cristo y testigos del Evangelio.
Esto
exige una mirada espiritual que nos ayude a ver más allá de las apariencias
externas, para comprender en el misterio de la Iglesia mucho más que un simple
lugar, un espacio físico, una construcción hecha de piedras; en realidad, como
el Evangelio nos recuerda en el episodio de la purificación realizada por Jesús
en el templo de Jerusalén (cf. Jn 2,13-22), el verdadero
santuario de Dios es Cristo muerto y resucitado. Él es el único mediador de la
salvación, el único Redentor, Aquél que, al unirse a nuestra humanidad y
transformarnos con su amor, representa la puerta (cf. Jn 10,9)
que se abre de par en par para nosotros y nos conduce al Padre.
Y, unidos
a Él, también nosotros somos piedras vivas de este edificio espiritual
(cf. 1 P 2,4-5). Somos la Iglesia de Cristo, su cuerpo, sus
miembros llamados a difundir su Evangelio de misericordia, consuelo y paz por
todo el mundo, mediante esa adoración espiritual que debe resplandecer por
encima de todo en nuestro testimonio de vida.
Hermanos
y hermanas, debemos orientar nuestros corazones a esta mirada espiritual.
Con frecuencia, las debilidades y los errores de los cristianos, junto con
tantos estereotipos y prejuicios, nos impiden comprender la riqueza del
misterio de la Iglesia. Su santidad, en realidad, no reside en nuestros
méritos, sino en el «don del Señor [que] no se revoca jamás», que «con un amor
que raya en la paradoja, elige una y otra vez como recipiente de su presencia
las manos sucias del hombre» (J. Ratzinger, Introducción al
cristianismo, Salamanca 2016, 286).
Caminemos,
pues, con la alegría de ser el Pueblo santo que Dios ha elegido e invoquemos a
María, Madre de la Iglesia, para que nos ayude a acoger a Cristo y nos acompañe
con su intercesión.
Papa Francisco. Ángelus. 13 de noviembre de 2022.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz domingo!
El Evangelio de hoy nos lleva a Jerusalén, al
lugar más sagrado: el templo. Allí, en torno a Jesús, algunos hablan de la
magnificencia de aquel edificio grandioso, «adornado de bellas piedras» (Lc 21,5).
Pero el Señor dice: «De lo que ven, no quedará piedra sobre piedra que no sea
destruida» (v. 6). Luego aumenta la intensidad, explicando cómo en la historia
casi todo se derrumba: habrá, dice, revoluciones y guerras, terremotos y
hambrunas, plagas y persecuciones (cf. vv. 9-17). Es como si dijera: no hay
que confiar demasiado en las realidades terrenales: pasan. Son palabras
sabias, pero pueden darnos cierta amargura: ya hay tantas cosas que van mal,
¿por qué también el Señor hace discursos tan negativos? En realidad, su
intención no es ser negativo, es otra, es darnos una valiosa enseñanza, a
saber, el camino de salida de toda esta precariedad. ¿Y cuál es el
camino de salida? ¿Cómo podemos salir de esto que pasa y pasa y no existirá
más?
Este se encuentra en una palabra que quizás nos
sorprenda. Cristo lo revela en la última frase del Evangelio, cuando dice: «Con
su perseverancia salvarán su vida» (v. 19). La perseverancia.
¿Qué cosa es esto? La palabra indica ser “muy severos”; pero
¿severos en qué sentido? ¿Acaso con uno mismo, considerándose no
estar a la altura? No. ¿Acaso con los demás, siendo rígidos e inflexibles?
Tampoco. Jesús nos pide que seamos “severos”, disciplinados, persistentes en
lo que a Él le importa, en lo que importa. Porque, lo que realmente
importa, muchas veces no coincide con lo que atrae nuestro interés: a
menudo, como aquellas personas en el templo, priorizamos las obras de
nuestras manos, nuestros logros, nuestras tradiciones religiosas y civiles,
nuestros símbolos sagrados y sociales. Esto está bien, pero le damos
demasiada prioridad. Estas cosas son importantes, pero pasan.
En cambio, Jesús dice que nos centremos en lo que permanece, que
evitemos dedicar nuestra vida a construir algo que luego se destruirá, como aquel
templo, olvidándonos de construir lo que no se derrumba, de construir sobre
su palabra, sobre el amor, sobre el bien. Ser perseverantes,
ser severos y decididos para edificar aquello que no pasa.
Esto es, entonces, la perseverancia: es
construir el bien cada día. Perseverar es permanecer constantes en
el bien, especialmente cuando la realidad circundante empuja a hacer otra
cosa. Pongamos algunos ejemplos: sé que rezar es importante, pero yo,
como todo el mundo, siempre tengo muchas cosas que hacer, y por eso lo dejo
para más adelante: “No, ahora estoy ocupado, no puedo, lo hago
después”. O bien, veo tanta gente astuta que se aprovecha de las situaciones,
que “regatea” las normas, y yo también dejo de observarlas, dejo de perseverar
en la justicia y la legalidad. “Pero si estos astutos lo hacen, también
lo hago yo”. Atención con eso. Todavía más: hago un servicio en la Iglesia,
para la comunidad, para los pobres, pero veo que tanta gente en su tiempo libre
solo piensa en divertirse, y entonces me dan ganas de abandonar y hacer como
ellos. Porque no veo resultados o me aburro o no me hace feliz.
Perseverar, en cambio, es permanecer en
el bien. Preguntémonos: ¿cómo va mi perseverancia? ¿Soy constante, o vivo la
fe, la justicia y la caridad según el momento, es decir, si me apetece, rezo,
si me conviene, soy justo, servicial y atento, mientras que, si estoy
insatisfecho, si nadie me lo agradece, dejo de hacerlo? En resumen, ¿mi
oración y mi servicio dependen de las circunstancias o dependen de un
corazón firme en el Señor? Si perseveramos —nos recuerda Jesús— no tenemos
nada que temer, ni siquiera en los acontecimientos tristes y difíciles de la
vida, ni siquiera en el mal que vemos a nuestro alrededor, porque permanecemos
anclados en el bien. Dostoievski escribió: “No tengas miedo de los pecados
de los hombres, ama al hombre incluso con su pecado, porque este reflejo del
amor divino es el culmen del amor en la tierra” (Los hermanos Karamazov,
II,6,3g). La perseverancia es el reflejo del amor de Dios en el mundo,
porque el amor de Dios es fiel, es perseverante, nunca cambia.
Que la Virgen, sierva del Señor perseverante en
la oración (cf. Hch 1,12), fortalezca nuestra constancia.
Papa Francisco. Ángelus. 17 de
noviembre de 1919.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico (cf. Lucas 21,
5-19) nos presenta el discurso de Jesús sobre el fin de los tiempos. Jesús lo
pronuncia frente al templo de Jerusalén, un edificio admirado por la gente por
su grandeza y esplendor. Pero Jesús profetizó que, de toda la belleza del
templo, de esa grandeza «no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida»
(v. 6). La destrucción del templo anunciada por Jesús no es tanto un
símbolo del final de la historia sino, más bien, de la
finalidad de la historia. De hecho, ante los oyentes, que quieren
saber cómo y cuándo tendrán lugar estas señales, Jesús responde con el típico
lenguaje apocalíptico de la Biblia.
Se sirve de dos imágenes aparentemente opuestas: la primera es una serie de
acontecimientos aterradores: catástrofes, guerras, hambrunas, revoluciones y
persecuciones (vv. 9-12); la segunda es tranquilizadora: «No perecerá ni
un cabello de vuestra cabeza» (v. 18). En primer lugar, una mirada realista
a la historia, marcada por las calamidades y también por la violencia, por
los traumas que hieren la creación, nuestro hogar común, y también a la familia
humana que en ella habita, y a la propia comunidad cristiana. Pensemos en
tantas guerras a día de hoy, en tantas calamidades. La segunda imagen, envuelta
en la seguridad de Jesús, nos muestra la actitud que el cristiano debe
adoptar al vivir esta historia, caracterizada por la violencia y la
adversidad.
¿Y cuál es la actitud del cristiano? Es la actitud de esperanza en Dios,
que nos permite no dejarnos abrumar por acontecimientos trágicos. En
efecto, «esto os sucederá para que deis testimonio» (v. 13). Los
discípulos de Cristo no pueden permanecer esclavos de los temores y de las
angustias, sino que están llamados a vivir la historia, a detener la
fuerza destructiva del mal, con la certeza de que la ternura providencial y
tranquilizadora del Señor acompaña siempre su acción de bien. Esta es la
señal elocuente de que el Reino de Dios viene a nosotros, es decir, que la
realización del mundo se acerca como Dios quiere. Es Él, el Señor, quien
dirige nuestras vidas y conoce el propósito último de las cosas y los
acontecimientos.
El Señor nos llama a colaborar en la construcción de la historia,
convirtiéndonos, junto a Él, en pacificadores y testigos de esperanza en un
futuro de salvación y resurrección. La fe nos hace caminar con Jesús por las
sendas de este mundo, muchas veces tortuosas, con la certeza de que el poder de
Su Espíritu doblegará las fuerzas del mal, sometiéndolas al poder del amor de
Dios. El amor es superior, el amor es más poderoso, porque es Dios: Dios es
amor. Los mártires cristianos son un ejemplo para nosotros: nuestros
mártires, incluso de nuestro tiempo (que son más que los del principio), son
hombres y mujeres de paz, a pesar de que fueron perseguidos. Nos dan una
herencia que debemos conservar e imitar: el Evangelio del amor y de la
misericordia. Este es el tesoro más preciado que se nos ha dado y el testimonio
más eficaz que podemos dar a nuestros contemporáneos, respondiendo al odio
con amor, a la ofensa con el perdón. Incluso en nuestra vida diaria: cuando
recibimos una ofensa, sentimos dolor; pero debemos perdonar de corazón. Cuando
nos sintamos odiados, recemos con amor por la persona que nos odia. Que la
Virgen María, por su intercesión maternal, nos sustente en nuestro camino
cotidiano de fe, siguiendo al Señor que guía la historia.
Papa Francisco. Ángelus. 13 de
noviembre de 1916.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje evangélico de hoy (Lc 21, 5—19) contiene la primera
parte del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos, en la redacción de san
Lucas. Jesús lo pronuncia mientras se encuentra ante el templo de Jerusalén y
toma inspiración en las expresiones de admiración de la gente por la belleza
del santuario y sus decoraciones (cf v. 5). Entonces Jesús dice: «Esto que
veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no será derruida»
(v. 6). ¡Podemos imaginar el efecto de estas palabras sobre los discípulos de
Jesús! Pero Él no quiere ofender al templo, sino hacerles entender, a ellos
y también a nosotros hoy, que las construcciones humanas, incluso las más
sagradas, son pasajeras y no hay que depositar nuestra seguridad en ellas.
En nuestra vida ¡Cuántas presuntas certezas pensábamos que fuesen
definitivas y después se revelaron efímeras! Por otra parte, ¡cuántos
problemas nos parecían sin salida y luego se superaron!
Jesús también sabe que siempre hay quien especula sobre la necesidad humana
de seguridad. Por eso dice: «no os dejéis engañar» (v. 8), y pone en guardia
ante los muchos falsos mesías que se habrían presentado (v. 9). ¡Hoy
también los hay! Y añade no dejarse aterrorizar y desorientar por guerras,
revoluciones y calamidades, porque esas también forman parte de las realidades
de este mundo (cf vv. 10-11). La historia de la Iglesia es rica de ejemplos
de personas que han soportado tribulaciones y sufrimientos terribles con
serenidad, porque tenían la conciencia de estar seguros en las manos de Dios.
Él es un Padre fiel, es un Padre primoroso, que no abandona a sus hijos.
¡Dios no nos abandona nunca! Esta certeza debemos tenerla en el corazón:
¡Dios no nos abandona nunca! Permanecer firmes en el Señor, en la certeza de
que Él no nos abandona, caminar en la esperanza, trabajar para construir un
mundo mejor, no obstante las dificultades y los acontecimientos tristes que
marcan la existencia personal y colectiva, es lo que cuenta de verdad; es lo
que la comunidad cristiana está llamada a hacer para salir al encuentro del
«día del Señor». Precisamente en esta perspectiva queremos situar el compromiso
que surge de estos meses en los cuales hemos vivido con fe el Jubileo
Extraordinario de la Misericordia, que hoy se concluye en las Diócesis de todo
el mundo con el cierre de las Puertas Santas en las iglesias catedrales. El Año
Santo nos ha exigido, por una parte, tener la mirada fija hacia el cumplimiento
del Reino de Dios, y por otra, a construir el futuro sobre esta tierra,
trabajando para evangelizar el presente, y así hacerlo un tiempo de salvación
para todos.
Jesús en el Evangelio nos exhorta a tener fija en la mente y en el corazón
la certeza de que Dios guía nuestra historia y conoce el fin último de las
cosas y de los eventos. Bajo la mirada misericordiosa del Señor se descubre la historia en su fluir
incierto y en su entramado de bien y de mal. Pero todo aquello que sucede está
conservado en Él; nuestra vida no se puede perder porque está en sus manos.
Recemos a la Virgen María para que nos ayude a través de los acontecimientos
felices y tristes de este mundo, a mantener firme la esperanza de la eternidad
y del Reino de Dios. Recemos a la Virgen María, para que nos ayude a entender
profundamente esta verdad: ¡Dios nunca abandona a sus hijos!
Papa Francisco. Ángelus. 17 de
noviembre de 1913.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 21, 5-19) consiste en la
primera parte de un discurso de Jesús: sobre los últimos tiempos. Jesús lo
pronuncia en Jerusalén, en las inmediaciones del templo; y la ocasión se la dio
precisamente la gente que hablaba del templo y de su belleza. Porque era
hermoso ese templo. Entonces Jesús dijo: «Esto que contempláis, llegarán días
en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida» (Lc 21,
6). Naturalmente le preguntan: ¿cuándo va a ser eso?, ¿cuáles serán las
señales? Pero Jesús desplaza la atención de estos aspectos secundarios
—¿cuándo será? ¿cómo será?—, la desplaza a las verdaderas cuestiones. Y
son dos. Primero: no dejarse engañar por los falsos mesías y no dejarse
paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como
tiempo del testimonio y de la perseverancia. Y nosotros estamos en este
tiempo de la espera, de la espera de la venida del Señor.
Este discurso de Jesús es siempre actual, también para nosotros que vivimos
en el siglo XXI. Él nos repite: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos
vendrán en mi nombre» (v. 8). Es una invitación al discernimiento, esta virtud
cristiana de comprender dónde está el espíritu del Señor y dónde está el
espíritu maligno. También hoy, en efecto, existen falsos «salvadores», que
buscan sustituir a Jesús: líder de este mundo, santones, incluso brujos,
personalidades que quieren atraer a sí las mentes y los corazones,
especialmente de los jóvenes. Jesús nos alerta: «¡No vayáis tras ellos!». «¡No
vayáis tras ellos!».
El Señor nos ayuda incluso a no tener miedo: ante las guerras, las
revoluciones, pero también ante las calamidades naturales, las epidemias, Jesús
nos libera del fatalismo y de falsas visiones apocalípticas.
El segundo aspecto nos interpela precisamente como cristianos y como
Iglesia: Jesús anuncia pruebas dolorosas y persecuciones que sus discípulos
deberán sufrir, por su causa. Pero asegura: «Ni un cabello de vuestra cabeza
perecerá» (v. 18). Nos recuerda que estamos totalmente en las manos de Dios.
Las adversidades que encontramos por nuestra fe y nuestra adhesión al Evangelio
son ocasiones de testimonio; no deben alejarnos del Señor, sino impulsarnos
a abandonarnos aún más a Él, a la fuerza de su Espíritu y de su gracia.
En este momento pienso, y pensamos todos. Hagámoslo juntos: pensemos en los
muchos hermanos y hermanas cristianos que sufren persecuciones a causa de su
fe. Son muchos. Tal vez muchos más que en los primeros siglos. Jesús está con
ellos. También nosotros estamos unidos a ellos con nuestra oración y nuestro
afecto; tenemos admiración por su valentía y su testimonio. Son nuestros
hermanos y hermanas, que en muchas partes del mundo sufren a causa de ser
fieles a Jesucristo. Les saludamos de corazón y con afecto.
Al final, Jesús hace una promesa que es garantía de victoria: «Con
vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (v. 19). ¡Cuánta esperanza
en estas palabras! Son una llamada a la esperanza y a la paciencia, a
saber esperar los frutos seguros de la salvación, confiando en el sentido
profundo de la vida y de la historia: las pruebas y las dificultades forman
parte de un designio más grande; el Señor, dueño de la historia, conduce todo a
su realización. A pesar de los desórdenes y los desastres que agitan el
mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá. Y ésta
es nuestra esperanza: andar así, por este camino, en el designio de Dios que se
realizará. Es nuestra esperanza.
Este mensaje de Jesús nos hace reflexionar sobre nuestro presente y nos da
la fuerza para afrontarlo con valentía y esperanza, en compañía de la Virgen,
que siempre camina con nosotros.
Benedicto XVI. Ángelus. 14 de noviembre de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
En la segunda lectura de la liturgia de hoy el
apóstol san Pablo subraya la importancia del trabajo para la vida del hombre.
Este aspecto nos lo recuerda también la «Jornada de acción de gracias», que se
celebra tradicionalmente en Italia en este segundo domingo de noviembre como
acción de gracias a Dios al término de la estación de las cosechas. Aunque,
naturalmente, en otras áreas geográficas los tiempos de cultivo son distintos,
hoy quiero tomar pie de las palabras de san Pablo para hacer algunas reflexiones,
en particular sobre el trabajo agrícola.
La crisis económica actual, de la que se ha
tratado también en estos días en la reunión del llamado G20, debe tomarse en
toda su seriedad: tiene numerosas causas y requiere fuertemente una revisión
profunda del modelo de desarrollo económico global (cf. Caritas
in veritate, 21). Es un síntoma agudo que se ha añadido a otros también
graves y ya bien conocidos, como la persistencia del desequilibrio entre
riqueza y pobreza, el escándalo del hambre, la emergencia ecológica y el
problema del paro, actualmente también general. En este marco parece
decisivo un relanzamiento estratégico de la agricultura. De hecho, el
proceso de industrialización a veces ha ensombrecido al sector agrícola, el
cual, aun beneficiándose a su vez de los conocimientos y de las técnicas
modernas, con todo ha perdido importancia, con notables consecuencias también
en el plano cultural. Me parece el momento para un llamamiento a revalorizar la
agricultura, no en sentido nostálgico, sino como recurso indispensable para
el futuro.
En la actual situación económica, las
economías más dinámicas tienen la tentación de buscar alianzas ventajosas que,
sin embargo, pueden resultar gravosas para los Estados más pobres,
prolongando situaciones de pobreza extrema de masas de hombres y mujeres y
agotando los recursos naturales de la tierra, confiada por Dios Creador al
hombre —como dice el Génesis— para que la cultive y la custodie (cf. 2, 15).
Además, a pesar de la crisis, consta aún que en países de antigua
industrialización se incentivan estilos de vida marcados por un consumo
insostenible, que también resultan dañinos para el medio ambiente y para los
pobres. Así pues, es necesario buscar, de forma verdaderamente
concertada, sobre un nuevo equilibrio entre agricultura, industria y servicios,
para que el desarrollo sea sostenible, a nadie falte el pan y el trabajo, y el
aire, el agua y los demás recursos primarios sean preservados como bienes
universales (cf. Caritas
in veritate, 27). Para esto es fundamental cultivar y difundir una
clara conciencia ética a la altura de los desafíos más complejos del tiempo
actual; educarse todos a un consumo más sabio y responsable; promover la
responsabilidad personal junto con la dimensión social de las actividades
rurales, fundadas en valores perennes, como la acogida, la solidaridad y
compartir la fatiga del trabajo. No pocos jóvenes han elegido ya este camino;
también muchos doctorados vuelven a dedicarse a la empresa agrícola, sintiendo
que así responden no sólo a una necesidad personal y familiar, sino también a
un signo de los tiempos, a una sensibilidad concreta por
el bien común.
Oremos a la Virgen María, para que estas
reflexiones sirvan de estímulo a la comunidad internacional, mientras elevamos
a Dios nuestra acción de gracias por los frutos de la tierra y del trabajo del
hombre.
Benedicto XVI. Ángelus. 19 de noviembre de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
En la página evangélica de hoy, san Lucas vuelve a proponer a nuestra
reflexión la visión bíblica de la historia, y refiere las palabras de Jesús
que invitan a los discípulos a no tener miedo, sino a afrontar con confianza
dificultades, incomprensiones e incluso persecuciones, perseverando en la fe en
él: "Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no
tengáis miedo. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en
seguida" (Lc 21, 9).
La Iglesia, desde el inicio, recordando esta recomendación, vive en espera
orante del regreso de su Señor, escrutando los signos de los tiempos y poniendo
en guardia a los fieles contra los mesianismos recurrentes, que de vez en
cuando anuncian como inminente el fin del mundo. En realidad, la historia
debe seguir su curso, que implica también dramas humanos y calamidades
naturales. En ella se desarrolla un designio de salvación, que Cristo ya
cumplió en su encarnación, muerte y resurrección. La Iglesia sigue anunciando y
actuando este misterio con la predicación, la celebración de los sacramentos y
el testimonio de la caridad.
Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación de Cristo a
afrontar los acontecimientos diarios confiando en su amor providente. No
temamos el futuro, aun cuando pueda parecernos oscuro, porque el Dios de
Jesucristo, que asumió la historia para abrirla a su meta trascendente, es su
alfa y su omega, su principio y su fin (cf. Ap 1, 8). Él
nos garantiza que en cada pequeño, pero genuino, acto de amor está todo el
sentido del universo, y que quien no duda en perder su vida por él, la
encontrará en plenitud (cf. Mt 16, 25).
Nos invitan con singular eficacia a mantener viva esta perspectiva las
personas consagradas, que han puesto sin reservas su vida al servicio del reino
de Dios. Entre estas, quiero recordar en particular a las llamadas a la
contemplación en los monasterios de clausura. A ellas la Iglesia dedica una
Jornada especial el miércoles próximo, 21 de noviembre, memoria de la
Presentación de la santísima Virgen María en el Templo. Debemos mucho a estas
personas que viven de lo que la Providencia les proporciona mediante la
generosidad de los fieles. El monasterio, "como oasis espiritual,
indica al mundo de hoy lo más importante, más aún, en definitiva, lo único
decisivo: existe una razón última por la que vale la pena vivir, es
decir, Dios y su amor inescrutable" (Discurso
a los monjes cistercienses de la abadía de Heiligenkreuz, Austria, 9
de septiembre de 2007: L'Osservatore Romano, edición en
lengua española, 21 de septiembre de 2007, p. 6). La fe que actúa en la
caridad es el verdadero antídoto contra la mentalidad nihilista, que en
nuestra época extiende cada vez más su influencia en el mundo.
María, Madre del Verbo encarnado, nos acompaña en la peregrinación terrena.
A ella le pedimos que sostenga el testimonio de todos los cristianos, para que
se apoye siempre en una fe firme y perseverante.
DOMINGO
CRISTO REY DEL UNIVERSO.
Monición de entrada.-
Buenos
días.
Este
domingo es el último del año en la misa.
Y
así con este domingo se termina el año cristiano que empezó el año pasado con
el domingo de Adviento.
Por
eso es el domingo de Jesús Rey.
Porque
Jesús es la persona más importante del mundo.
Él
es el Hijo de Dios.
Y
Él es el que está en misa y el más importante de la misa.
Él
nos llama, nos habla y nos sienta a la mesa.
Señor ten piedad.-
Tú nos invitas a la
misa. Señor, ten piedad.
Tú
nos hablas en misa. Cristo, ten piedad.
Tú
nos das la comunión. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Jesús,
te pido por el Papa León y el obispo Enrique. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por la Iglesia que un
espejo de tu corazón. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por las personas que
mandan, para que sean servidores del pueblo. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por los niños que son
insultados, para que dejen de insultarles. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido los que estamos en misa,
para que nuestro corazón sea muy parecido al tuyo. Te lo pedimos, Señor.
Oración a
la Virgen María.-
María, madre de Jesús, queremos darte
gracias por todas las cosas buenas que nos han pasado esta semana. Y también
por ayudarnos a ser buenas niñas y buenos niños.

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