Lectura del libro de Isaías 35, 4-7a.
Decid a los inquietos:
-Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite,
la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará. Entonces se despegarán
los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el
cojo como un ciervo y cantará la lengua del mudo, porque han brotado aguas en
el desierto y corrientes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque, el
suelo sediento en manantial.
Textos
paralelos.
Entonces se abrirán los
ojos de los ciegos.
Mt 11, 5: Ciegos recobrarán la
vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan,
pobres reciben la buena noticia.
Entonces saltará el cojo
como ciervo.
Hch 3, 8: Se irguió de un
salto, echó a andar y entró con ellos en el templo, paseando, saltando y
alabando a Dios.
Manarán aguas en el
desierto.
Is 41, 18: Alumbraré ríos en
las dunas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en
estanque y el yermo en fuentes de agua.
Is 43, 20: Me glorificarán las
fieras salvajes, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto,
ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi elegido.
Correrán torrentes por la
estepa.
Jn 4, 13-14: Le contestó Jesús:
El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; quien beba del agua que yo le daré
no tendrá sed jamás, porque el agua que le daré se convertirá dentro de él en
un manantial que brota dando vida eterna.
Notas
exegéticas.
35 A la sentencia pronunciada contra
Edom se contraponen las bendiciones reservadas a Jerusalén. Las relaciones con
el Segundo Isaías son aquí especialmente abundantes.
Salmo
responsorial
Salmo 144 (145) 1b.6b.7c-10b.
Alaba,
alma mía, al Señor. R/.
El
Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace
justicia a los oprimidos,
da
pan a los hambrientos.
El
Señor liberta a los cautivos. R/.
El
Señor abre los ojos al ciego,
el
Señor endereza a los que ya se doblan,
el
Señor ama a los justos.
El
Señor guarda a los peregrinos. R/.
Sustenta
al huérfano y a la viuda
y
trastorna el camino de los malvados.
El
Señor reina eternamente,
tu
Dios, Sión, de edad en edad. R/.
Textos paralelos.
Que hizo el cielo y la
tierra.
Sal 121, 2: El auxilio me viene
del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Sal 124, 8: Nuestro auxilio es
el nombre del Señor que hizo el cielo y la tierra.
Yahvé libera a los
condenados.
Sal 68, 7: Dios da un hogar a
los que están solos, saca de la prisión a los cautivos; solo los rebeldes se
quedan en el yermo.
Is 49, 6: Es poco que seas mi
siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de
Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el
confín de la tierra.
Is 61, 1: El espíritu del Señor
está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar una buena
noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar
la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad.
Yahvé endereza a los
encorvados.
Sal 145, 14: El Señor sostiene
a los que van a caer y endereza a los que ya se doblan.
Yahvé protege al
forastero.
Ex 22, 20: No oprimirás ni
vejarás al emigrante, porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto.
Sal 68, 6: Padre de huérfanos,
protector de viudas es Dios en su santa morada.
Yahvé ama a los honrados.
Sal 11, 7: Porque el Señor es
justo y ama la justicia; los rectos verán su rostro.
Yahvé reina para siempre.
Ex 15, 18: El Señor reina por
siempre jamás.
Tu Dios, Sión, de edad en
edad.
Sal 145, 13: Tu reinado es un
reinado eterno, tu gobierno, de generación en generación.
Notas
exegéticas.
146 Este salmo es el comienzo de un
tercer Hallel, Sal 146-150, que los judíos recitaban por la mañana.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta del apóstol Santiago 2,
1-5.
Hermanos míos, no mezcléis la fe en nuestro Señor Jesucristo
glorioso con la acepción de personas. Suponed que en vuestra asamblea entra un
hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con traje
mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: “Tú
siéntate aquí cómodamente”, y al pobre le decís: “Tú quédate ahí de pie” o
“siéntate en el suelo a mis pies”, ¿no estáis haciendo discriminaciones entre
vosotros y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos? Escuchad, mis
queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobres según el mundo como ricos
en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman?
Textos
paralelos.
Hermanos míos, no mezcléis con la acepción de
personas.
Dt 1, 17: No seáis parciales en
la sentencia, oíd por igual a pequeños y grandes; no os dejéis intimidar por
nadie, que la sentencia es de Dios. Si una causa os resulta demasiado ardua,
pasádmela y yo la resolveré.
Escuchad, hermanos míos
muy queridos.
1 Co 1, 26-29: Observad,
hermanos, quienes habéis sido llamados: no muchos sabios en lo humano, no
muchos poderosos, no muchos nobles; antes bien, Dios ha elegido a los locos del
mundo para humillar a los sabios, Dios ha elegido a los débiles del mundo para
humillar a los fuertes, a los plebeyos y despreciados del mundo ha elegido
Dios, a los que nada son, para anular a los que son algo. Y así nadie podrá
engreírse frente a Dios.
So 2, 3: Buscad al Señor, los
humildes que cumplís sus mandatos: buscad la justicia, buscad la humildad, para
tener un refugio el día de la ira del Señor.
Ap 2, 9: Conozco tu aflicción y
tu pobreza, pero eres rico; que te injurian los que se dicen judíos y son más
bien la sinagoga de Satanás.
Ga 3, 29: Y si vosotros
pertenecéis a Cristo, sois descendencia de Abrahán, herederos de la promesa.
Mt 4, 17: Jesús replicó:
También está escrito: No pondrás a prueba al Señor tu Dios.
Notas
exegéticas.
2 1 (a) La acepción de personas se
opone a la fe en el Señor Jesucristo, pues la única gloria que cuenta para el
creyente es la del Señor. En Cristo, Dios no manifiesta favoritismos,
particularmente en el ejercicio del juicio: el cristiano no podría obrar de otra
manera.
2 1 (b) Lit.: “de la gloria”.
2 2 Lit.: “sinagoga”, Único pasaje
del NT en que así se llama a la asamblea cristiana. Hay quienes ven en ello un
indicio de que Santiago se dirigía a judíos que se habían hecho cristianos.
2 5 Los pobres 1, 9-10, poseen la
verdadera riqueza.
X Lectura del santo evangelio según san Marcos 7, 31-37.
En aquel tiempo, dejando
Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea,
atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía
hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas,
le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al
cielo, suspiró y le dijo:
-“Effetá” (esto es,
“ábrete”).
Y al momento se le
abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más
insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
-Todo lo ha hecho bien:
hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Textos paralelos.
Atravesando la Decápolis.
Mc 5, 20: Se fue y se puso a pregonar por la Decápolis lo que Jesús
había hecho con él, y todos se maravillaban.
Impusiera la mano sobre él.
Mc 6, 5: Y no podía hacer allí ningún milagro, salvo unos pocos
enfermos a quienes impuso las manos y curó.
1 Tm 4, 14: No descuides tu carisma personal, que te fue concedido por
indicación profética al imponerte las manos los ancianos.
Se le abrieron sus oídos.
Mt 8, 3: Él extendió la mano y le tocó diciendo: lo quiero, queda
curado.
Jesús les mandó que a nadie se lo contaran.
Mc 1, 34: Él curó a muchos enfermos de dolencias diversas, expulsó
muchos demonios, y no les permitía hablar, porque lo conocían.
La gente quedó maravillada.
Is 35, 5-6: Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se
abrirán, saltará como ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará; porque ha
brotado agua en el desierto, torrentes en la estepa.
Hace oír a los sordos.
Mc 9, 25: Viendo Jesús que la gente se agolpaba sobre ellos, conminó al
espíritu inmundo.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén
7 31 Otra
lectura: “de Tiro y Sidón y volvió hacia el mar”. Esta noticia geográfica no
pretende trazar un itinerario preciso, sino situar en tierra de paganos los dos
relatos siguientes.
7 32 (a) Los
vv. 32-37 ofrecen algunas semjanzas con 8, 22-26. Estos dos relatos, propios de
Mc y situados cada uno al final deuna serie de episodios vinculados a un
milagro del pan compartido parecen tener en Mc valor de prueba para una
catequesis inspirada en Is 35, 5-6, texto citado aquí en el v. 37. El texto de
Isaías no solo habla de la curación de sordos y mudos, ilustrada por el primer
relato, sino también de la de ciegos, ilustrada por el segundo.
7 32 (b) En
el AT la expresión “hablar con dificultad” solo se encuentra en Is 35, 5
griego.
7 32 (c) La
expresión normal en el NT es el plural “imponer las manos·. El singular solo
aquí y en Mt 9, 18.
7 36 El
secreto mesiánico está destinado a su manifestación. Su carácter provisional se
advierte sobre todo a propósito de los milagros, cuya proclamación anticipa la
del Evangelio. También aquí las palabras finales de la muchedumbre anticipan el
reconocimiento en la comunidad cristiana de la obra escatológica de Dios en
Jesús.
Notas
exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.
31-32 Todavía en tierra de paganos – A TRAVÉS… DE LA DECÁPOLIS (cf. 5, 20) –
Jesús hace esta curación de UN SORDO Y TARTAMUDO (más exacto que sordomudo,
a juzgar por el v. 35), presentado por unos amigos y parientes que piden a
Jesús QUE PONGA LA MANO SOBRE ÉL.
33 La
traducción retoca el texto griego, que pesadamente repite tres veces el
genitivo “de él”. // La curación se realiza LEJOS DEL PUEBLO - ¡no se
trata de levantar entusiasmos! – y a manera de sacramento: materia,
palabras, gestos simbólicos. // CON SALIVA (lit. habiendo escupido): los
antiguos atribuían a la saliva, con razón, poderes curativos: cf. Jn 9, 6.
34 Mc
no indica el motivo de la conmoción de Jesús, exteriorizada en un profundo
suspiro. // SIGNIFICA: cf. Mt 13, 18. //
ÁBRETE: este imperativo se dirige, más que a los oídos (plural) a la persona:
“Hazte abierto” (semitismo), e.d., escucha. La palabra effatá es,
probablemente, vocablo arameo de Galilea.
36 De
nuevo, el “secreto mesiánico” (cf. 1, 34). Jesús, que acaba de dejar expedita
la facultad de hablar, pide silencio.
37 LOS
SORDOS… LOS MUDOS: ese plural, referido a un caso particular puede ser plural
de generalización.
Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.
7, 31-37 Cristo usaba a menudo signos y
gestos físicos para acompañar sus curaciones: un toque, la imposición de las
manos, el agua, un lavado, barro, o su propia saliva. Estos signos sentaron las
bases para la institución de los siete sacramentos, los signos externos con los
que Cristo, a través de su curación “por tacto” ofrecida por los ministros
designados, nos da su gracia santificadora y curativa. La Iglesia conserva el effetá,
“ábrete” en arameo, en el rito del bautismo, que expresa que el recién
bautizado abre su vida a la Palabra de Dios. Este gesto de Jesús se pone en
conexión explícita con las profecías de Isaías 35, 5: “Se despegarán los ojos
de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán”. Cat. 1151 y 1504.
Notas
exegéticas Biblia del Peregrino
7, 31-37 El dedo transmite poder y es
signo de él (Ex 8, 15), penetra y abre el oído (cf. Sal 40, 7).
Catecismo
de la Iglesia Católica.
1151
Al
morir cada hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio
particular por Cristo, juez de vivos y de muertos.
1504
A
menudo Jesús pide a los enfermos que crean. Se sirve de signos para curar:
saliva e imposición de manos, barro y ablución. Los enfermos tratan de tocarlo,
“pues salía de él una fuerza que los curaba a todos” (Lc 6, 19). Así, en los
sacramentos, Cristo continúa “tocándonos” para sanarnos.
Concilio
Vaticano II
La liturgia de los sacramentos y sacramentales hace que, en los fieles
bien dispuestos, casi todos los acontecimientos de la vida sean santificados
por la gracia divina que emana del misterio pascual, de la Pasión, Muerte y
Resurrección de Cristo, de quien reciben su poder todos los sacramentos y
sacramentales, y que todo unos honesto de las cosas pueda estr ordenado a la
santificación del hombre y a la alabanza de Dios.
San Agustín
Una vida solo la hace buena un buen amor. Elimínese el oro de los asuntos
humanos; mejor, haya oro a fin de que sirva de prueba para los asuntos humanos.
Córtese la lengua humana, porque hay quienes blasfeman contra Dios. ¿Cómo habrá
entonces quienes le alaben? ¿Qué te hizo la lengua? Si hay un buen cantor hay
un buen instrumento. Tenga tu lengua un alma buena: hablará el bien, pondrá de
acuerdo a quienes no lo están, consolarán a los que lloran, corregirá a los
derrochadores y pondrá un freno a los iracundos.
San Juan de Ávila
Para lo cual os debéis acordar que en la villa de
Betsaida, curando el Señor a un hombre sordo, dice el Evangelio que
alzó el Señor sus sagrados ojos al cielo, y gimió, y tras esto curó al
enfermo (cf. Mc 7, 34). Aquel gemido, que de fuera sonó, uno era, y
en breve tiempo que pasaría; mas fue testimonio de otro gemido, y gemidos
entrañables, y que le duraron, no por un rato breve, sino por meses y años.
Audi, filia (II). OC I, pg. 707
Y no solo el Señor fue hermoso en su nacimiento;
fuelo también en su niñez, fuelo siendo mayor de edad, sanando enfermos,
haciendo milagros y obras tan ilustres y llenas de admiración, que, como dice
San Atanasio, “escureció la fama de todos los hombres que tenían fama en el
mundo y los que después la tendrán”; y por sentencia del Espíritu Santo fue
dicho de Él: Todas las cosas hizo bien; y a los sordos hizo oír, y a los
mudos hablar (Mc 7, 37); y ningún hombre habló en el mundo como éste
habló (Jn 7, 46). Y no solo fue bueno y hermoso en el hablar y obrar, mas en
el padecer muerte y pasión por amor de los hombres, manifestando su grandísimo
amor y, por consiguiente, su gran hermosura.
Víspera del Corpus. OC III, pg. 484.
¡Cuán bien, Señor benditísimo, tu sagrado cuerpo
cumple la figura del maná pasado, y con muchas ventajas! Y si no hubiera otra
figura, que cumplimos nosotros, todo fuera de alegría y contentamiento. De ti,
Señor, se dijo: Todas las cosas heciste bien (cf. Mt 7, 37); y
por cierto, así es la verdad que muy bueno y suave ha sido tu espíritu (Sab 12, 1), y
demostrando has de tu dulcedumbre a tus hijos (Sab 16, 21) en mantenerlos
contigo mismo, para que, comiéndote a ti, vivan por ti.
Santísimo Sacramento. OC III, pg. 736.
San Oscar Romero.
Ésta es la Iglesia y éste es el panorama en que la
Iglesia desarrolla su misión. Ojalá, queridos hermanos, que todos nos
comprometamos en esta eucaristía de este domingo, junto al Cristo liberador,
que lo que interesa es como a Cristo le interesa, venir en persona a salvarnos.
Pero a salvar el hombre todo entero, en su dimensión trascendente y en su
dimensión histórica.
Su método de salvar no es negativo, sino muy
positivo no destruye sino que rehace. Hoy precisamente es lo que vamos a hacer.
En el altar el sacrificio eucarístico nos da la presencia de Cristo muerto y
resucitado. Allí comenzó la historia de la restauración, todo hombre por más
pecador y traidor que haya sido cuando se incorpora a esta muerte y a esta
resurrección ya se hace un elemento útil para la patria. Ojalá atendieran este
llamamiento quienes hasta ahora no han hecho más que sembrar sangre, desolación,
muerte, dolor, crimen. Ya es tiempo de que se conviertan y vivan. La Iglesia
los ama demasiado para estar tranquila de que sigan caminando por esos caminos
de sangre y de violencia.
Homilía, 9 de septiembre de 1979.
Papa Francisco. Angelus. 6 de
septiembre de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (Mc 7, 31-37) relata la
curación de un sordomudo por parte de Jesús, un acontecimiento prodigioso que
muestra cómo Jesús restablece la plena comunicación del hombre con Dios y
con los otros hombres. El milagro está ambientado en la zona de la
Decápolis, es decir, en pleno territorio pagano; por lo tanto, ese
sordomudo que es llevado ante Jesús se transforma en el símbolo del
no-creyente que cumple un camino hacia la fe. En efecto, su sordera
expresa la incapacidad de escuchar y de comprender no sólo las palabras de los
hombres, sino también la Palabra de Dios. Y san Pablo nos recuerda que «la
fe nace del mensaje que se escucha» (Rm 10, 17).
La primera cosa que Jesús hace es llevar a ese
hombre lejos de la multitud: no quiere dar publicidad al gesto que va a
realizar, pero no quiere tampoco que su palabra sea cubierta por la confusión
de las voces y de las habladurías del entorno. La Palabra de Dios que Cristo
nos transmite necesita silencio para ser acogida como Palabra que sana, que
reconcilia y restablece la comunicación.
Se evidencian después dos gestos de Jesús. Él toca
las orejas y la lengua del sordomudo. Para restablecer la relación con ese
hombre «bloqueado» en la comunicación, busca primero restablecer el contacto.
Pero el milagro es un don que viene de lo alto, que Jesús implora al Padre; por
eso, eleva los ojos al cielo y ordena: «¡Ábrete!». Y los oídos del sordo
se abren, se desata el nudo de su lengua y comienza a hablar correctamente (cf.
v. 35). La enseñanza que sacamos de este episodio es que Dios no está
cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación con la
humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita
diferencia entre Él y nosotros, y sale a nuestro encuentro. Para realizar esta
comunicación con el hombre, Dios se hace hombre: no le basta hablarnos a través
de la ley y de los profetas, sino que se hace presente en la persona de su
Hijo, la Palabra hecha carne. Jesús es el gran «constructor de puentes» que
construye en sí mismo el gran puente de la comunión plena con el Padre.
Pero este Evangelio nos habla también de nosotros: a
menudo nosotros estamos replegados y encerrados en nosotros mismos, y creamos
muchas islas inaccesibles e inhóspitas. Incluso las relaciones humanas
más elementales a veces crean realidades incapaces de apertura recíproca: la
pareja cerrada, la familia cerrada, el grupo cerrado, la parroquia
cerrada, la patria cerrada… Y esto no es de Dios. Esto es nuestro, es
nuestro pecado.
Sin embargo, en el origen de nuestra vida
cristiana, en el Bautismo, están precisamente aquel gesto y aquella
palabra de Jesús: «¡Effatá! – ¡Ábrete!». Y el milagro se cumplió: hemos sido
curados de la sordera del egoísmo y del mutismo de la cerrazón y del pecado y
hemos sido incorporados en la gran familia de la Iglesia; podemos escuchar a
Dios que nos habla y comunicar su Palabra a cuantos no la han escuchado
nunca o a quien la ha olvidado y sepultado bajo las espinas de las
preocupaciones y de los engaños del mundo.
Pidamos a la Virgen santa, mujer de la escucha y
del testimonio alegre, que nos sostenga en el compromiso de profesar nuestra fe
y de comunicar las maravillas del Señor a quienes encontramos en nuestro
camino.
Papa Francisco. Angelus. 9 de
septiembre de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (cf. Marcos 7, 31-37)
se refiere al episodio de la sanación milagrosa de un sordomudo, realizada por
Jesús. Le llevaron a un sordomudo, pidiéndole que le impusiera la mano. Él, sin
embargo, realiza sobre él diferentes gestos: antes de todo lo apartó lejos de
la multitud. En esta ocasión, como en otras, Jesús actúa siempre con
discreción. No quiere impresionar a la gente, Él no busca popularidad o éxito,
sino que desea solamente hacer el bien a las personas. Con esta actitud, Él nos
enseña que el bien se realiza sin clamores, sin ostentación, sin «hacer sonar
la trompeta». Se realiza en silencio.
Cuando se encontró apartado, Jesús puso los dedos
en las orejas del sordomudo y con la saliva le tocó la lengua. Esto recuerda a
la Encarnación. El Hijo de Dios es un hombre insertado en la realidad
humana: se ha hecho hombre, por tanto puede comprender la condición penosa de
otro hombre e interviene con un gesto en el cual está implicada su propia
humanidad. Al mismo tiempo, Jesús quiere hacer entender que el milagro
sucede por motivo de su unión con el Padre: por esto, levantó la mirada
al cielo. Después emitió un suspiro y pronunció la palabra resolutiva:
«Effatá», que significa «Ábrete». Y en seguida el hombre fue sanado: se le
abrieron los oídos, se soltó la atadura de su lengua. La sanación fue para
él una «apertura» a los demás y al mundo.
Este pasaje del Evangelio subraya la exigencia de
una doble sanación. Sobre todo la sanación de la enfermedad y del
sufrimiento físico, para restituir la salud del cuerpo; incluso esta
finalidad no es completamente alcanzable en el horizonte terreno, a pesar de
tantos esfuerzos de la ciencia y de la medicina. Pero hay una segunda sanación,
quizá más difícil, y es la sanación del miedo. La sanación del miedo
que nos empuja a marginar al enfermo, a marginar al que sufre, al
discapacitado. Y hay muchos modos de marginar, también con una pseudo
piedad o con la eliminación del problema; nos quedamos sordos y mudos
delante de los dolores de las personas marcadas por la enfermedad, angustias y
dificultades. Demasiadas veces el enfermo y el que sufre se convierten en
un problema, mientras que deberían ser ocasión para manifestar la preocupación
y la solidaridad de una sociedad en lo relacionado con los más débiles.
Jesús nos ha desvelado el secreto de un milagro que
podemos repetir también nosotros, convirtiéndonos en protagonistas del
«Effatá», de esa palabra «Ábrete» con la cual Él dio de nuevo la palabra y el
oído al sordomudo. Se trata de abrirnos a las necesidades de nuestros
hermanos que sufren y necesitan ayuda, escapando del egoísmo y la cerrazón del
corazón. Es precisamente el corazón, es decir el núcleo profundo de la
persona, lo que Jesús ha venido a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de
vivir plenamente la relación con Dios y con los demás. Él se hizo hombre
para que el hombre, que se ha vuelto interiormente sordo y mudo por el pecado,
pueda escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y
así aprenda a hablar a su vez el lenguaje del amor, traduciéndolo en gestos de
generosidad y de donación de sí.
Que María, Aquella que se ha «abierto» totalmente
al amor del Señor, nos conceda experimentar cada día, en la fe, el milagro del
«Effatá», para vivir en comunión con Dios y con los hermanos.
Papa Francisco. Angelus. 5 de septiembre
de 2021
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy presenta a Jesús
que cura a un sordomudo. Lo que llama la atención en el relato es la forma en
que el Señor realiza este signo milagroso. Y lo hace así: aparta de la gente al
sordomudo, le mete los dedos en los oídos y le toca la lengua con su saliva,
luego mira al cielo, suspira y dice: «Effatá», es decir, «¡Ábrete!» (cf. Mc
7,33-34). En otras curaciones, de enfermedades igualmente graves, como la
parálisis o la lepra, Jesús no hace tantos gestos. ¿Por qué hace todo esto ahora,
cuando sólo le habían pedido que impusiera su mano sobre el enfermo (cf. v.
32)? ¿Por qué hace estos gestos? Quizás porque la condición de esa
persona tiene un valor simbólico particular. Ser sordomudo es una
enfermedad, pero también es un símbolo. Y este símbolo tiene algo que decirnos
a todos. ¿De qué se trata? Se trata de la sordera. Ese hombre no podía
hablar porque no podía oír. Jesús, de hecho, para curar la causa de su
malestar, primero le pone los dedos en los oídos, luego en la boca, pero antes
en los oídos.
Todos tenemos oídos, pero muchas veces no somos
capaces de escuchar. ¿Por qué? Hermanos y hermanas, hay de hecho una sordera interior, que
hoy podemos pedir a Jesús que toque y sane. Y esta sordera interior es peor que
la física, porque es la sordera del corazón. Atrapados por las
prisas, por mil cosas que decir y hacer, no encontramos tiempo para detenernos
a escuchar a quien nos habla. Corremos el riesgo de volvernos impermeables
a todo y de no dar cabida a quienes necesitan ser escuchados: pienso en los
hijos, en los jóvenes, en los ancianos, en muchos que no necesitan tanto
palabras y sermones, sino ser escuchados. Preguntémonos: ¿cómo va mi
escucha? ¿Me dejo tocar por la vida de las personas, sé dedicar tiempo a los
que están cerca de mí para escuchar? Esto es para todos nosotros, pero de
manera especial para los curas, para los sacerdotes. El sacerdote debe
escuchar a la gente, no tener prisa, escuchar..., y ver cómo puede ayudar,
pero después de escuchar. Y todos nosotros: primero escuchar, luego
responder. Pensemos en la vida familiar: ¡cuántas veces se habla sin
escuchar primero, repitiendo los propios estribillos que son siempre iguales!
Incapaces de escuchar, siempre decimos las mismas cosas, o no dejamos que el
otro termine de hablar, de expresarse, y lo interrumpimos. La reanudación
de un diálogo, a menudo, no se da mediante las palabras, sino mediante el
silencio, por el hecho de no obstinarse y volver a empezar pacientemente a
escuchar a la otra persona, escuchar sus agobios, lo que lleva dentro. La
curación del corazón comienza con la escucha. Escuchar. Y esto restablece
el corazón. "Pero padre, hay gente aburrida que siempre dice lo
mismo...". Escúchalos. Y luego, cuando terminen de hablar, di la tuya,
pero escucha todo.
Y lo mismo ocurre con el Señor. Hacemos bien en
inundarle con peticiones, pero haríamos mejor si primero lo escucháramos.
Jesús lo pide. En el Evangelio, cuando le preguntan cuál es el primer
mandamiento, responde: «Escucha, Israel». Luego añade el primer
mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón [...] y a tu
prójimo como a ti mismo» (Mc 12,28-31). Pero en primer lugar: “Escucha,
Israel”. Escucha, tú. ¿Nos acordamos de escuchar al Señor? Somos
cristianos, pero quizás, entre las miles de palabras que escuchamos cada
día, no encontramos unos segundos para dejar que resuenen en nosotros algunas
palabras del Evangelio. Jesús es la Palabra: si no nos detenemos a
escucharlo, pasa de largo. Si no nos detenemos a escuchar a Jesús, pasa de
largo. Decía san Agustín: “Tengo miedo del Señor cuando pasa”. Y el
miedo era dejarlo pasar sin escucharlo. Pero si dedicamos tiempo al Evangelio,
encontraremos un secreto para nuestra salud espiritual. He aquí la medicina:
cada día un poco de silencio y de escucha, algunas palabras inútiles de menos y
algunas palabras más de Dios. Siempre con el Evangelio en el bolsillo, que
ayuda mucho. Escuchemos hoy, como el día de nuestro bautismo, las palabras de
Jesús: ¡“Effatá, ábrete”! Ábrete los oídos. Jesús, deseo abrirme a tu Palabra,
Jesús abrirme a tu escucha; Jesús sana mi corazón de la cerrazón, Jesús sana mi
corazón de la prisa, Jesús sana mi corazón de la impaciencia.
Que la Virgen María, abierta a la escucha de la
Palabra, que en ella se hizo carne, nos ayude cada día a escuchar a su Hijo en
el Evangelio y a nuestros hermanos y hermanas con un corazón dócil, con corazón
paciente y con corazón atento.
Benedicto XVI. Angelus. 9 de
septiembre de 2012.
En el centro del
Evangelio de hoy (Mc 7, 31-37) hay una pequeña palabra, muy importante. Una
palabra que —en su sentido profundo— resume todo el mensaje y toda la obra de
Cristo. El evangelista san Marcos la menciona en la misma lengua de Jesús, en
la que Jesús la pronunció, y de esta manera la sentimos aún más viva. Esta
palabra es «Effetá», que significa: «ábrete». Veamos el contexto en el
que está situada. Jesús estaba atravesando la región llamada «Decápolis», entre
el litoral de Tiro y Sidón y Galilea; una zona, por tanto, no judía. Le
llevaron a un sordomudo, para que lo curara: evidentemente la fama de Jesús se
había difundido hasta allí. Jesús, apartándolo de la gente, le metió los dedos
en los oídos y le tocó la lengua; después, mirando al cielo, suspiró y dijo:
«Effetá», que significa precisamente: «Ábrete». Y al momento aquel hombre
comenzó a oír y a hablar correctamente (cf. Mc 7, 35). He aquí el significado
histórico, literal, de esta palabra: aquel sordomudo, gracias a la
intervención de Jesús, «se abrió»; antes estaba cerrado, aislado; para él
era muy difícil comunicar; la curación fue para él una «apertura» a los
demás y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de
la palabra, involucraba toda su persona y su vida: por fin podía comunicar y,
por tanto, relacionarse de modo nuevo.
Pero todos sabemos
que la cerrazón del hombre, su aislamiento, no depende sólo de sus órganos
sensoriales. Existe una cerrazón interior, que concierne al núcleo
profundo de la persona, al que la Biblia llama el «corazón». Esto es
lo que Jesús vino a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir en
plenitud la relación con Dios y con los demás. Por eso decía que esta
pequeña palabra, «Effetá» —«ábrete»— resume en sí toda la misión de Cristo. Él
se hizo hombre para que el hombre, que por el pecado se volvió interiormente
sordo y mudo, sea capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a
su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a
comunicar con Dios y con los demás. Por este motivo la palabra y el gesto del
«Effetá» han sido insertados en el rito del Bautismo, como uno de los
signos que explican su significado: el sacerdote, tocando la boca y los oídos
del recién bautizado, dice: «Effetá», orando para que pronto pueda escuchar la
Palabra de Dios y profesar la fe. Por el Bautismo, la persona humana comienza, por
decirlo así, a «respirar» el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del
Padre con un profundo suspiro, para curar al sordomudo.
Nos dirigimos ahora
en oración a María santísima, cuya Natividad celebramos ayer. Por su singular
relación con el Verbo encarnado, María está plenamente «abierta» al amor del
Señor; su corazón está constantemente en escucha de su Palabra. Que su maternal
intercesión nos obtenga experimentar cada día, en la fe, el milagro del
«Effetá», para vivir en comunión con Dios y con los hermanos.
Catequesis. Mar y desierto.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, pospongo la catequesis habitual y quisiera
detenerme con vosotros para pensar en las personas que – también en este
momento – están atravesando mares y desiertos para llegar a una tierra donde
puedan vivir en paz y seguridad.
Mar y desierto: estas dos palabras vuelven a
aparecer en muchos testimonios que recibo, tanto de migrantes, como de personas
que se comprometen a rescatarlos. Y cuando digo «mar», en el contexto de
migración, también me refiero al océano, lago, río, todas las masas de agua
traicioneras que tantos hermanos y hermanas de cualquier parte del mundo se ven
obligados a cruzar para llegar a su destino. Y «desierto» no es solo
el de arena y dunas, o el rocoso, sino también todos aquellos territorios
inaccesibles y peligrosos como bosques, selvas, estepas, donde los migrantes
caminan solos, abandonados a su suerte. Migrantes, mar y desierto. Las
rutas migratorias actuales a menudo están marcadas por travesías de mares y
desiertos, que, para muchas, demasiadas personas, - ¡demasiadas! - son mortales. Por eso quiero detenerme en
este drama, en este dolor. Algunas de estas rutas las conocemos mejor, porque
suelen estar a menudo bajo los reflectores; otras, la mayoría, son poco
conocidas, pero no por ello menos transitadas.
Del Mediterráneo he hablado muchas veces, porque
soy Obispo de Roma y porque es emblemático: el mare nostrum, lugar de
comunicación entre pueblos y civilizaciones, se ha convertido en un cementerio.
Y la tragedia es que muchos, la mayoría de estos muertos, podrían haberse
salvado. Hay que decirlo claramente: hay quienes trabajan
sistemáticamente por todos los medios para repeler a los migrantes – para
repeler a los migrantes. Y esto, cuando se hace con conciencia y con
responsabilidad, es un pecado grave. No olvidemos lo que dice la Biblia:
«No maltratarás ni oprimirás al emigrante» (Ex 22,20). El huérfano, la viuda
y el forastero son los pobres por excelencia a los que Dios siempre defiende y
pide defender.
También algunos desiertos, por desgracia, se
convierten en cementerios de migrantes. A menudo, tampoco aquí se trata de
muertes “naturales”. No. A veces los llevan al desierto y los abandonan allí.
Todos conocemos la foto de la mujer y de la hija de Pato, muertas de hambre y
de sed en el desierto. En la era de los satélites y de los drones, hay
hombres, mujeres y niños migrantes que nadie debe ver: les esconden. Solo Dios
los ve y escucha su clamor. Y esta es una crueldad de nuestra civilización.
De hecho, el mar y el desierto son también
lugares bíblicos cargados de valor simbólico. Son escenarios muy importantes en
la historia del éxodo, la gran migración del pueblo guiada por Dios a través de
Moisés desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Estos lugares son testigos del
drama del pueblo que huye de la opresión y la esclavitud. Son lugares de
sufrimiento, de miedo, de desesperación, pero al mismo tiempo son lugares de
paso hacia la liberación, – y cuánta gente pasa por los mares y los desiertos
para liberarse, hoy – son lugares de paso hacia la redención, hacia la libertad
y el cumplimiento de las promesas de Dios (cf. Mensaje para la Jornada Mundial
del Emigrante y del Refugiado 2024).
Hay un salmo que, dirigiéndose al Señor, dice:
«Tú te abriste camino por las aguas, | un vado por las aguas caudalosas, | y no
quedaba rastro de tus huellas» (77,20). Y otro canta así: «Guio por el desierto
a su pueblo: | porque es eterna su misericordia» (136,16). Estas palabras
santas nos dicen que, para acompañar al pueblo en el camino de la libertad,
Dios mismo atraviesa el mar y el desierto; Dios no permanece a distancia, no,
comparte el drama de los emigrantes, Dios está con ellos, con los migrantes, sufre
con ellos, con los migrantes, llora y espera con ellos, con los migrantes. Nos
hará bien, hoy, pensar: El Señor está con nuestros migrantes en el mare
nostrum, el Señor está con ellos, no con lo que les rechazan.
Hermanos y hermanas, en una cosa podremos estar
todos de acuerdo: en esos mares y desiertos mortíferos, los migrantes de hoy
no deberían estar – y están, desafortunadamente. Pero no es mediante
leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no
es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos
ampliando las rutas de acceso seguras y las vías de acceso legales para los
migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, de la
violencia, de la persecución y de tantas calamidades; lo conseguiremos fomentando
por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la
justicia, la fraternidad y la solidaridad. Y aunando esfuerzos para
combatir el tráfico de seres humanos, para detener a los traficantes
criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena.
Queridos hermanos y hermanas, pensad en tantas
tragedias de migrantes: Cuántos mueren en el Mediterráneo. Pensad en Lampedusa,
en Crotone… Cuántas cosas feas y tristes. Y quisiera concluir reconociendo y
alabando los esfuerzos de tantos buenos samaritanos, que hacen todo lo posible
por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la
esperanza desesperada, en los cinco continentes. Estos hombres y mujeres
valientes son signo de una humanidad que no se deja contagiar por la malvada
cultura de la indiferencia y el descarte: lo que mata a los migrantes es
nuestra indiferencia y esa actitud de descartar. Y quienes no pueden estar como ellos «en
primera línea», - pienso en tantos buenos que están ahí en primera línea, como
Mediterranea Saving Humans y tantas otras asociaciones - no están excluidos de
esta lucha por la civilización: nosotros no podemos estar en primera línea,
pero no estamos excluidos; hay muchas formas de contribuir, ante todo la
oración. Y os pregunto a vosotros: ¿Vosotros rezáis por los migrantes,
por los que vienen en nuestras tierras para salvar la vida? Y “vosotros”
queréis echarles.
Queridos hermanos y hermanas, unamos nuestros
corazones y nuestras fuerzas, para que los mares y los desiertos no sean
cementerios, sino espacios donde Dios pueda abrir caminos de libertad y
fraternidad.
MISA DE NIÑOS. XXIV
T.O.
Monición de entrada.
Buenos días:
La misa de este domingo y de cada domingo es como el
recreo.
Salimos, no de la clase, sino de nuestras casas para
estar juntos con Jesús.
Aquí le escuchamos y nos sentamos cerca de él, que
también estará en la mesa del altar.
Y así vamos cada día siendo más amigos de Jesús.
Señor, ten
piedad.
Por tu pasión. Señor, ten piedad.
Por tu muerte. Cristo, ten piedad.
Por tu resurrección. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco, para que le escuchemos con
atención y le hagamos caso. Te lo pedimos Señor.
-Por las personas que no tienen miedo a morir por
anunciar a Jesús. Te lo pedimos Señor.
-Por las personas que no conocen a Jesús. Te lo pedimos,
Señor.
-Por nosotros, para que queramos a los demás como Jesús
los quiere. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.
Virgen María, te
damos gracias porque nos ayudas a venir a misa y a ser menos egoístas.
ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA Y PARROQUIAS DE FAVARA, LLAURÍ Y CORBERA.
EXPERIENCIA.
Haz la señal de la cruz sobre tu frente, boca y
corazón.
Con tus dedos toca los oídos y permanece en
silencio.
Con tus dedos toca tus labios y permanece en
silencio.
¿Cómo te has sentido? ¿Y si hubiesen sido los de
Jesús, cómo te sentirías?
Mira este vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=RSbpdO-Jklw
¿Qué ocurre?, ¿por qué sucede?
¿Cuál es la raíz, la causa principal de los gestos
y palabras de la pareja?
¿Cuáles son los gestos de la hija? ¿Y sus
sentimientos? ¿Cómo actúa?
En tu vida cuando te has comportado de este modo.
¿Con quienes? ¿En qué momentos?
Siente el dolor de haber actuado así.
REFLEXIÓN.
Lee el evangelio de este domingo.
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 7, 31-37.
En aquel tiempo,
dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea,
atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía
hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas,
le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al
cielo, suspiró y le dijo:
-“Effetá” (esto
es, “ábrete”).
Y al momento se
le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba
correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo
mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro
decían:
-Todo lo ha
hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Cuando en la vida
suceden conflictos nos queda dos caminos complementarios: mirar alrededor para
descubrir quien nos puede ayudar y orar.
Imagina la escena
y sitúate en el lugar del hombre sanado.
Recuerda tus
sorderas y preséntaselas a Jesús para que él las cure.
COMPROMISO.
Esta
semana presta más atención cuando te hablan en tu casa, evitando
invisibilizarlos.
CELEBRACIÓN.
Escucha
la canción de Hakuna No tengo miedo
(Himno Effetá).
https://www.youtube.com/watch?v=RUTx1_-rqqA&list=RDEM-Piv8ysjQb6FkL3tDxXnXw&start_radio=1
Cristo,
tu Cruz es respuesta real
para
este mundo, para este tiempo
que
huye en temores.
Tú
eres Camino, eres Verdad, eres la Vida.
CORO:
NO
TENGO MIEDO DE LA LIBERTAD,
NO
TENGO MIEDO, SEÑOR DE LA VIDA,
ME
QUIERO ENTREGAR.
TOMA
MIS MANOS MI VOZ Y MI ANDAR
Y YO
ALZARÉ ALTO LA CRUZ DERRAMADA DE AMOR,
PARA
QUE SEA BANDERA DE LA JUVENTUD,
TU
TRIUNFO SANTO QUE JUNTO A MI CANTO
SE
HARÁN FUERTE LUZ
PARA
QUE VEAN TU ROSTRO, JESÚS,
HOMBRES
CON SED,
HOMBRES
VALIENTES QUE QUIERAN SEGUIR TU CAMINAR.
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