martes, 29 de octubre de 2024

231. Domingo 3 de noviembre de 2024.

 

Lectura del libro del Deuteronomio 6, 2-6.

Moisés habló al pueblo diciendo:

-Teme al Señor, tu Dios, tú, tus hijos y nietos, y observa todos sus mandatos y preceptos, que yo te mando, todos los días de tu vida, a fin de que se prolonguen tus días. Escucha, pues, Israel, y esmérate en practicarlos, a fin de que te vaya bien y te multipliques, como te prometió el Señor, Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel. Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón.

 

Textos paralelos.

Guardando todos los preceptos y mandamientos.

Ex 15, 26: Si obedecéis al Señor, vuestro Dios, haciendo lo que él aprueba, escuchando sus mandatos y cumpliendo sus leyes, no os enviaré las enfermedades que he enviado a los egipcios, porque yo soy el Señor, que te cura.

Escucha, Israel: esmérate en practicarlos.

Lc 11, 28: ¡Dichosos, más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé.

Dt 4, 25-26: Cuando engendres hijos y nietos y os hagáis veteranos en la tierra, si os pervertís haciéndoos ídolos de cualquier figura, haciendo lo que el Señor, tu Dios reprueba - ¡cito hoy como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra! -, desapareceréis muy pronto de la tierra.

Dt 10, 12: Ahora, Israel, ¿qué es lo que exige el Señor tu Dios? Que respetes al Señor, tu Dios; que sigas sus caminos y lo ames; que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma.

Mt 22, 37: Amarás al Señor tu Dios de todo corazón, con toda el alma, con toda tu mente.

Que penetren en tu mente estas palabras.

Jr 31, 33: Así será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo – oráculo del Señor –: Meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

Dt 11, 18-21: Meteos estas palabras mías en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo, ponedlas de señal en vuestra frente, enseñádselas a vuestros hijos, habladles de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado, escríbelas en las jambas de tu casa y en tus portales, para que dures y duren tus hijos en la tierra que el Señor juró dar a tus padres, cuanto dure el cielo sobre la tierra.

 

Notas exegéticas.

6 2 “Temer a Yahvé” se ha hecho una expresión típica de la fidelidad a la Alianza. En adelante el temor implica a la vez un amor que responde a Dios y una obediencia absoluta a todo lo que Dios manda. El contenido religioso y moral de este temor se irá afianzando sin cesar.

6 4 Otra traducción propuesta a veces: “Escucha Israel: Yahvé es nuestro Dios, solo Yahvé”. Pero la expresión parece ser una afirmación del monoteísmo. Con ella comenzará la oración llamada Semá (“Escucha”), que sigue siendo una de las preferidas de la piedad judía. – A lo largo de la historia de Israel, esta fe en un Dios único no cesó de desprenderse, con precisión creciente, de la fe en la elección y la alianza. La existencia de otros dioses no se llegó a afirmar nunca expresamente en los tiempos antiguos, pero la afirmación del Dios vivo, único señor del mundo lo mismo que su pueblo se refuerza cada vez más con una negación sistemática de los falsos dioses.

6 5 El amor de Dios no es algo que quede a elección, es un mandamiento. Este amor, que responde al amor de Dios hacia su pueblo, incluye el temor de Dios, la obligación de servirle y la observancia de sus preceptos. Este mandamiento de amor no se encuentra explícito fuera del Deuteronomio, pero su equivalente se da en 2 R 23, 25 y en Os 6, 6. Aunque falte la letra del precepto, la realidad del amor a Dios llena los libros proféticos, sobre todo Oseas y Jeremías, y los Salmos. Jesús, citando Dt 6, 5, dirá que el mayor de los mandamientos es el amor de Dios, un amor que es compatible con el temor filial, pero que excluye el temor servil.

 

Salmo responsorial

Salmo 18 (17), 2-4.47.51ab.

 

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;

Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R/.

Dios mío, peña mía, refugio mío,

escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.

Invoco al Señor de mi alabanza

y quedo libre de mis enemigos. R/.

 

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,

sea ensalzado mi Dios y Salvador.

Tú diste gran victoria a tu rey,

tuviste misericordia de tu ungido.  R/.

 

Textos paralelos.

Yahvé, mi roca y mi baluarte.

Gn 49, 24: Pero el arco se les queda rígido y les tiemblan manos y brazos ante el Campeón de Jacob, el Pastor y Piedra de Israel.

Dt 32, 4: Él es la Roca, sus obras son perfectas, sus caminos son justos; es un Dios fiel, sin maldad, es justo y recto.

Dt 32, 15: Comió Jacob hasta saciarse, engordó mi cariño y tiró coces – estabas gordo y cebado y corpulento – y rechazó a Dios, su creador; deshonró a su Roca salvadora.

Sal 18, 37: Ensanchaste el camino a mis pasos y no flaquearon mis tobillos.

Dt 33, 17: Bello como cría de vaca, con grandes cuernos de búfalo, con ellos embestirá a los pueblos y acosará a los confines de la tierra. Así son las miríadas de Efraín, así son los millares de Manasés.

Invoco a Yahvé, digno de alabanza.

Lc 1, 69: Nos ha suscitado una eminencia salvadora en Casa de David, su siervo.

Viva Yahvé, bendita sea mi roca.

Sal 18, 47: ¡Viva el Señor, bendita sea mi Roca! ¡Sea ensalzado mi Dios y Salvador!

 

Notas exegéticas.

18 Esta oda triunfal se compone de una oración de acción de gracias, vv.5-28, y un cántico real de victoria, vv. 32-51, con final mesiánico. La recensión paralela de 2 S 22 permite corregir el texto, a menudo defectuoso.

18 2 Verso omitido en el hebreo y colocado en 2 S 22 al final del v. 33. Lo unimos al v. 2, que es el único donde se habla a Dios en segunda persona.

18 3 (a) Los salmos llaman frecuentemente a Yahvé la Roca de Israel: baluarte de sus fieles y, ante todo, del linaje davídico.

18 3 (b) Lit. “cuerno”, símbolo de poderío y de vigor, a veces con alcance mesiánico.

18 51 Final litúrgico que recuerda las promesas de victoria y de salvación hechas a la dinastía davídica.

 

Segunda lectura.

Lectura de la carta a los Hebreos 7, 23-28.

Hermanos:

Ha habido multitud de sacerdotes de la anterior Alianza, porque la muerte les impedía permanecer; en cambio, Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la ley hace sumos sacerdotes a hombres llenos de debilidades. En cambio, la palabra del juramento, posterior a la ley, consagra al Hijo, perfecto para siempre.

 

Textos paralelos.

 Permanece para la eternidad.

Hb 10, 19: Por la sangre de Jesús, hermanos, tenemos libre acceso al santuario.

De ahí que pueda también salvar definitivamente.

Ap 1, 18: El que vive; estuve muerto y ahora ves que estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y el Abismo.

Hb 9, 24: Pues bien, Cristo entró, no en un santuario hecho a mano, copia del auténtico, sino en el cielo mismo; y ahora se presenta ante Dios a favor nuestro.

Rm 8, 34: ¿Quién condenará? ¿Acaso Jesucristo, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros?

1 Jn 2, 1: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguien peca, tenemos un abogado ante el Padre, Jesucristo, el Justo.

 

Notas exegéticas.

7 24 “Exclusivo”, en el sentido de “inmutable” e “intransferible” (que no se transmite de unos a otros). Lo que se verifica en el eôn (eternidad), fuera de las leyes del tiempo, no requiere ni repetición de actos rituales ni dinastías que garanticen su continuidad. Como la que se refiere al diezmo, 7, 8, así también la ley sobre la consagración garantizaba a los sacerdotes levíticos “para no morir”.

7 25 Cristo sacerdote eterno ejerce en el cielo su oficio de mediador e intercesor. Su petición es análoga a la del Espíritu Santo que intercede ante Dios a favor de los santos.

7 27 Esta eficacia absoluta y definitiva del sacrificio de Cristo queda especialmente subrayada por Hb: este sacrificio único, realizado “de una vez para siempre” se contrapone a los sacrificios de la antigua alianza, indefinidamente repetidos porque eran incapaces de procurar la salvación. Lo esencial en el sacrificio no es la muerte de la víctima o la consunción de las ofrendas, sino la aceptación por parte de Dios, ofreciéndose a sí mismo, Cristo ha sido acogido en el eôn divino, donde cada acto cobra un valor eterno.

7 28 En 10 1 continuará el comentario sobre la relación entre la fe, como sombra, unida en el Sal 110, 4 con imagen verdadera, y la realidad.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 28b-34.

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:

-¿Qué mandamiento es el primero de todo?

Respondió Jesús:

-El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, tu Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos.

El escriba replicó:

-Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:

-No estás lejos del reino de Dios.

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

 

Textos paralelos.

 

Mc 12, 28-34

Mt 22, 34-40.46

Lc 10, 25-28; 20, 40.

Un letrado que oyó la discusión y apreció lo acertado de la respuesta, se acercó a Jesús y le preguntó:

 

 

-¿Cuál es el mandamiento más importante?

 

 

Respondió Jesús:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-El más importante es: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas tus fuerzas. El Segundo es: Amarás al prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos.

 

 

 

 

 

El letrado le respondió:

-Muy bien, maestro; es verdad lo que dices: que es uno solo y no hay otro fuera de él. Que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

 

Viendo Jesús que había respondido cuerdamente, le dijo:

 

-No estás lejos del reino de Dios.

 

 

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Al enterarse los fariseos que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en un lugar; y uno de ellos, le preguntó capciosamente:

 

-Maestro, ¿cuál es el precepto más importante en la ley?

 

Le respondió:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Amarás al Señor tu Dios de todo corazón, con toda el alma, con toda tu mente. Este es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti mismo. Estos dos preceptos sustentan la ley entera y los profetas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En adelante nadie se atrevió a hacerle preguntas.

En esto un jurista se levantó y, para ponerlo a prueba, le preguntó:

 

 

 

-Maestro, ¿qué debo hacer para heredar vida eterna?

 

 

Le contestó:

 

-¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué es lo que lees?

 

Replicó:

 

-Amarás al Señor tu Dios con todo corazón, con toda el alma, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Le respondió:

 

 

 

-Has respondido correctamente: hazlo y vivirás.

 

Y no se atrevieron a hacerle más preguntas.

 

El Señor, nuestro Dios, es el único Señor.

Dt 6, 4-5: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Lv 19, 18: No serás vengativo ni guardarás rencor a tus conciudadanos. Amarás al prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.

Él es único y que no hay otro fuera de Él.

Dt 6, 4: Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno.

Dt 4, 35: Pues a ti te lo mostramos, para que sepas que el Señor es Dios y no hay otro fuera de él.

Vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Am 5, 21-22: Detesto y rehúso vuestras fiestas, no se aplacan vuestras reuniones litúrgicas; por muchos holocaustos y ofrendas que me traigáis, no los aceptaré ni miraré vuestras víctimas cebadas.

1 S 15, 22: Samuel contestó [a Saúl]: ¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos o quiere que obedezcan al Señor? Obedecer vale más que un sacrificio; ser dócil, más que grasa de carnero.

Sal 40, 7-9: Sacrificios y ofrendas no los quieres; me has cavado oídos; no pides holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo digo: “aquí he venido”. En el texto del rollo se escribe de mí que he de cumplir tu voluntad: y lo quiero, Dios mío, llevo tu instrucción en las entrañas.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

12 29 El monoteísmo es tan intransigente en el NT como en el Judaísmo. Aquí se apoya, en labios de Jesús, en el Semá. Pablo exhortará a los gentiles a “volverse” al único Dios vivo. Para él, toda la obra de Cristo Jesús arranca de Dios y en él acaba, porque lo transforma en su propia gloria. El evangelio de Jn expresa el asunto de otro modo: Jesús viene del Padre y va al Padre.

12 32 Vv. 32-34: este añadido inesperado, en el que el escriba se ve felicitado por haber repetido simplemente las palabras de Jesús, es una adición tomada de una tradición paralela a los vv. 28-31, y cuya forma literaria más bien recuerda a Lc 10, 25-28.

12 33 “con toda inteligencia” (synesis) difiere del v. 30 “con toda su alma” (psyche) y parece corresponder a “con todo el pensamiento”. En Dt 6, 5 griego encontramos “corazón” (kardía) o “pensamiento” (diánoia), según los distintos manuscritos. Parece evidente la correspondencia semántica entre psyche y kardía, por una parte, y synesis y diánoia, por otra.

12 34 Único texto de los sinópticos en que Jesús felicita a un escriba. Según Mc, el escriba tiene buena fe y su intención no es malévola (al contrario que Mt 22, 35 y Lc 10, 25). Jesús no recibe ninguna adhesión en Mt, pero consigue la aprobación de algunos escribas en Lc 20, 39. Aquí el escriba aparece casi como discípulo entusiasta y consigue la aprobación del propio Jesús. Así concluye en Mc la serie de tres controversias: con una nota positiva que contrasta con las severas palabras que vienen a continuación.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

28 Los rabinos discutían cuál de los mandamientos promulgados por Moisés y multiplicados por la tradición oral, era el principal. Del v. 34 se deduce que aquel escriba preguntaba con buena intención.

29-30 (EL) SEÑOR NUESTRO DIOS… ES UNO: o bien: el Señor (es) nuestro Dios…; o el Señor nuestro Dios (es) un (solo) Señor. La unicidad de Dios funda ese radicalismo en las exigencias del amor (“toto…, todo…, todo…”). Como no hay varios dioses, no existen varios “señores” entre quienes tengamos que dividir el corazón.

31 (EL) SEGUNDO…: Jesús une los dos preceptos que los judíos consideraban independientes. La revelación plena del precepto de la caridad (cf. Jn 13-17 y 1 Jn) nos dice que el amor a Dios y el amor al prójimo son un río único que brota de la misma fuente: el Espíritu del Padre y del Hijo, “el Espíritu de amor”. // COMO A TI MISMO: D. Flusser propuso leer como sujeto el texto hebreo (Lv 19, 18): kamoka: “Ama a tu prójimo, que es como tú”.

 

Notas exegéticas Biblia del Peregrino

11, 28-34 He aquí una pregunta que no es capciosa. La tradición rabínica contó hasta 613 preceptos. ¿Había de saberlos todos para cumplirlos todos? ¿Se podían sintetizar y reducir a pocos capítulos? ¿A uno solo?

11, 34 El letrado, que ha aceptado la soberanía de Dios en la vieja legislación, ahora se abre al reinado de Dios que se hace presente en Jesús.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

12, 28-34 Un escriba se presentó a Cristo con una pregunta honesta, sobre cuál era el mandamiento mayor. Conociendo su sinceridad, Cristo explicó cómo el primer y mayor mandamiento, que se estipula claramente en la tradicional oración judía Shema, resume todas las enseñanzas proféticas sobre las leyes reveladas de Dios. Acatar este mandamiento implica fidelidad al resto de los mandamientos. Cat. 575.

12, 29 La Santísima Trinidad – tres Personas divinas en un solo Dios – es un misterio de fe que en modo alguno pone en entredicho el monoteísmo de los judíos. El Antiguo Testamento contiene muchas profecías y personajes que preparan la Nueva Alianza de Cristo. El Antiguo Testamento forma parte de la revelación divina y fue avalado como tal por Cristo, que no vino a abolir la Ley, sino a cumplirla y completarla. Cat. 129, 202, 228-231, 2196.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

575 Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un “signo de contradicción para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquellas a las que el Evangelio de san Juan denomina con frecuencia “los judíos”, más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios. Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría. Jesús alaba a algunos de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias veces en casa de fariseos. Jesús confirma doctrinas sostenidas para esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los muertos, las formas de piedad (limosna, ayuno y oración) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento del amor a Dios y al prójimo.

129 Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura tipológica manifiesta el contenido inagotable del Antiguo Testamento. Ella no debe hacer olvidar que el Antiguo Testamento conserva su valor propio de revelación que nuestro Señor mismo reafirmó. Por otra parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurría constantemente a él. Según un viejo adagio, el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo: Novum in Vetere latet et in Novo Vetus patet (S. Agustín y Concilio Vaticano II).

229 La fe en Dios nos mueve a volvernos solo a Él como a nuestro primer origen y nuestro fin último: y a no anteponer nada a él.

 

Concilio Vaticano II.

Los cristianos, que participan activamente en el actual progreso económico-social y luchan por la justicia y la caridad, tienen que convencerse de que ellos pueden contribuir mucho a la prosperidad de la humanidad y la paz del mundo. En estas actividades beben dar preclaro ejemplo individual y colectivamente. Adquiridas la competencia y la experiencia absolutamente necesarias, mantengan el recto orden en las actividades temporales en fidelidad a Cristo y a su Evangelio, de modo que toda su vida, tanto individual como social, se impregne del espíritu de las bienaventuranzas, particularmente del de pobreza.

Todo el que, obedeciendo a Cristo, busca ante todo el Reino de Dios, obtiene por ello un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos sus hermanos y para llevar a cabo la obra de justicia bajo la inspiración de la caridad.

Gaudium et Spes, 72.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Nuestro Señor Jesucristo enseña que todo el cumplimiento de la ley y de los profetas consiste en los dos preceptos de amor a Dios y al prójimo. De estos escribió el evangelio de Marcos… Todos estos preceptos del amor, es decir, de la caridad, son de tal naturaleza, que si el hombre creyese haber hecho algo bueno, pero sin caridad, totalmente se equivoca.

Agustín, Sobre la gracia y el libre albedrío, 17, 36-18, 37. II, pg. 235.

Dios es solamente uno, y asimismo Señor de cielo y tierra, ¿cómo puede haber otro Dios aparte de Él? y ¿dónde estará ese que ellos llaman dios, si el único y verdadero Dios llena todo cuanto abarcan el cielo y la tierra?

Atanasio, Contra los paganos, 6. II, pg. 235.

No es propio de cualquiera alcanzar la perfección de la caridad y conocer a quien verdaderamente ha de ser amado, sino solo de quien ha abandonado el hombre viejo, corrompido por los deseos engañosos, y se ha vestido de nuevo, que se renueva mediante el reconocimiento a imagen del Creador. Así, el que ama las riquezas, y se dedica de manera desmesurada a la belleza corruptible del cuerpo, y prefiere esta pequeña gloria, puesto que ama a estas cosas que no debía con afán desmedido, ese tal permanece ciego respecto de la contemplación del que hay que amar en realidad.

Basilio el Grande. Homilías sobre los Salmos. 44, 2. II, pg. 236.

Cuando nosotros accedemos a la gracia del bautismo, renunciamos a todos los otros dioses y señores, y confesamos al único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, 8, 4. II, pg. 236.

La vida humana consiste en una unidad de tres cosas. Así consta por las palabras del Apóstol dirigidas a los efesios. Así, desea que se conserve íntegra la gracia del cuerpo, del alma y del espíritu para la venida del Señor; con estas palabras menciona el cuerpo como parte nutriente del hombre, el alma como parte que siente, y espíritu la intelectiva.

Gregorio de Nisa, Sobre la creación del hombre, 8. II, pg. 236.

Esta es la cima de todas las virtudes, y también el fundamento. Al mismo tiempo que se indica el amor para con Dios se señala el amor para con el prójimo. En efecto, quien ama a Dios no debe despreciar a su hermano, ni debe estimar más el dinero que a un hermano suyo, sino que le ha de mostrar mayor benignidad, haciendo memoria de que se digo: “Quien haga algo en contra de uno de estos pequeños, contra mí lo hace” (Mt 25, 40). Y pensando que Dios conoce que todo lo que se hace con Él mismo es lo que se realice con generosidad y manifieste con magnanimidad respecto a la limosna, y no teniendo en cuenta la vileza aparente del pobre, sino la grandeza de quien ha prometido que harán con él lo mismo que él haga con los demás.

Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Génesis, 55, 3. II, pg. 237.

Ninguno de estos dos amores puede ser perfecto si le falta el otro, porque no se puede amar de verdad a Dios y sin amar al prójimo; ni se puede amar al prójimo sin amar a Dios  (Lc 10, 27). Por eso el Señor pidió más de una vez a Pedro que lo amase, y por ello este respondía: tú sabes que te amo, y el Señor siempre concluía “apacienta mis ovejas” o bien: “apacienta mis corderos” (cf. Jn 21, 15-17), como si dijera con claridad que solo esta es la verdadera y única prueba del amor de Dios, si procuramos estar solícitos del cuidado de nuestros hermanos y les ayudamos.

Beda, Homilías sobre los Evangelios, 2, 22. II, pg. 237.

Cuando uno ama fraternalmente a otro procura hacer todo lo que pueda gustar al amado con su propio amor. También nosotros si amamos sinceramente a Dios debemos esforzarnos en cumplir sus mandatos y no hacer ninguna cosa que le pueda encolerizar.

Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Génesis, 55, 2. II, pg. 237.

En esta vida la virtud no consiste en otra cosa que en amar lo que se debe amar. Elegirlo es prudencia; no separarse de ello a pesar de las molestias es fortaleza; a pesar de los incentivos, es templanza; a pesar de la soberbia, es justicia.

Agustín, Carta a Macedonio, 155, 4, 13. II, pg. 237.

Hermanos, rechazad todo lo que prohíbe la misericordia, y no únicamente el retenerlo sino incluso el escucharlo, porque vale más la misericordia que todos los sacrificios y holocaustos juntos.

Calixto I, Papa. Carta a los Obispos de la Galia, 6. II, pg. 238. II, pg. 237.

 

San Agustín

No es posible que quien ama a Dios no se ame a sí mismo. Y diré más: solo sabe amarse a sí mismo quien ama a Dios. En verdad se ama intensamente a sí mismo quien pone toda la diligencia en gozar del sumo y verdadero bien; y como ya hemos probado que es Dios, es indudable que se ama intensamente quien es amante de Dios. ¿No debe existir entre los hombres vínculo alguno de amor que los una? Más bien es verdad que no existe peldaño más seguro para llegar al amor de Dios que el amor del hombre para con sus semejantes. (…). Interrogado [el Señor] sobre los preceptos que han de regular la vida no se limitó a uno solo. (…) Proclama, pues, el segundo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 39). Te amas a ti mismo de forma saludable, si amas a Dios más que a ti mismo. Lo que haces contigo, eso has de hacer con tu prójimo, a saber; procurar que también el ame a Dios con amor perfecto. Pues no amas al prójimo como a ti mismo si no te esfuerzas por conducirlo al mismo bien al que tú tiendes. Dios es el único bien que no resulta limitado para todos los que tienden a él contigo. (…) Nadie piense que ha de alcanzar la felicidad y a Dios, si desprecia al prójimo.

Las costumbres de la Iglesia católica I, 26, 48-51. II, pgs. 1695-1696.

 

San Juan de Ávila

El primer mandamiento es: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Aquel a quien Dios ama el que guarda sus mandamientos y por ninguna cosa los quebranta, mas antes trabaja de honrar, servir y agradar a Dios por su bondad, por la cual es digno de ser obedecido y de balde ser servido. ¿Y quién no ama a Dios? El que le ofende en quebrantar sus mandamientos y quiere más el pecado que a Jesús crucificado. Mas, ¡oh desventurado, loco, desatinado, digno de ser llorado!: ¿cuál es mejor: criatura o Criador? Pues ¿por qué te ciegas y escoges lo peor? Asimesmo, en este mandamiento nos manda Dios que no entendamos ni creamos en agüeros, ni en sueños, ni en hechicerías, ni en estrellerías, ni en santiguaderas, ni en adivinar, porque es todo burla y gran vanidad.

Tratado de doctrina cristiana. II, pg. 815.

Los hombres que por miedo, por vergüenza, dejan de servir a Dios y se vuelven atrás de lo comenzado no son buenos para el cielo. Abraham aparejado estaba para matar a su hijo cuando Dios se lo mandase; pues, si somos hijos de la fe de Abraham, hagamos sus obras. Mandamiento tenemos: Diliges Dominum, etc. (Dt 6, 5; Mc 12, 30). ¡Ay! que hijos y mujer, y vos mismo, y todo lo demás que podéis tener, todo se ha de posponer a la voluntad de Dios. Desnudo nació, para que desnuda traigáis vos vuestra alma de todo lo que no fuera Dios, y no os han de congojar ni dar pena las afrentas que por Dios se os ofrecieren. Deshonra da (a) Dios el que se queja estar por Él deshonrado. No penséis reinar con Él, si primero no padecéis con Él.

Sermón de Epifanía. III, pg. 84.

No atribuyas a ti la honra, que se debe a solo Dios, y que es en gran manera celosísimo de la honra, que está casado con ella, y ansí como es marido, ansí ama a su mujer, que a nadie quiere dar parte de ella. Ansí dice No cederé mi gloria a otro (Is 42, 8; 48, 11). ¿De cuál pensáis que es más celoso Dios, de su amor o de su honra? Él pide el amor diciendo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas (cf. Dt 6, 5; Mc 12, 30), que no queda fuerza alguna con que no lo amemos. Pues tan celoso como es del amor, tanto es de la honra. No quiere que nadie le usurpe nada de ella, y ansí decía: Videte quia ego sum solus Deus et nullus alius praeter me (cf. Dt 32, 39). No quiera nadie atribuirse mi gloria y honra y hacerse Dios, que no hay otro Dios, sino yo solo.

Sermón Domingo 10 después de Pentecostés, III, pg. 261.

Habíale antes preguntado que cuál es el mayor mandamiento de toda la ley; y aunque al principio se movió a saludables palabras de Jesucristo Redentor nuestro, se convirtió y mereció que le dijese: Non longe es a Regno Dei, como San Marcos dice (cf. Mc 12, 34). Donde parece que tanto provecho trae la habla y comunicación de los abismos de Dios, que aunque el hombre se llegue a ellos frío y tibio y no con tan buen propósito como era razón, empero, oyéndolos, conversándolos, nos mudamos en bien. Y especialmente en esto verdad, y acaece muchas veces, en el bien obrar; que muchas veces tenemos una pereza, una mala gana de hacer una buena obra, y cuando la comenzamos envíanos Dios devoción y buenos propósitos; y por eso ninguno, aunque tibio se sienta, aunque pesado, deje de hacer buenas obras, porque es Dios tan misericordioso, que quien a Él se llega no le deja frío ni hambriento. Los que se dan muchas veces a la oración, experimenten esto y verán cuan gran verdad es; que se llegan hambrientos a la mesa de Dios y van hartos.

Homilía domingo 12 de Pentecostés. III, pg. 268.

 

San Oscar Romero.

Es un hecho que el hombre no ha usado todavía la fuerza que los caracteriza. El hombre no se caracteriza por la fuerza bruta, no es animal. El hombre se caracteriza por la razón y por el amor...

Homilía. 4 de noviembre de 1979.

 

Papa Francisco. Angelus. 4 de noviembre de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el centro del Evangelio de este domingo (cf. Marcos 12, 28b-34), está el mandamiento del amor: amor a Dios y amor al prójimo. Un escriba preguntó a Jesús: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» (v. 28). Él responde citando la profesión de fe con la que cada israelita abre y cierra su día y que empieza con las palabras «Escucha, Israel. Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh» (Deuteronomio 6, 4). De este modo Israel custodia su fe en la realidad fundamental de todo su credo: existe un solo Señor y ese Señor es «nuestro» en el sentido de que está vinculado a nosotros con un pacto indisoluble, nos ha amado, nos ama y nos amará por siempre. De esta fuente, de este amor de Dios, se deriva para nosotros el doble mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas […] Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (vv. 30-31).

Eligiendo estas dos Palabras dirigidas por Dios a su pueblo y poniéndolas juntas, Jesús enseñó una vez para siempre que el amor por Dios y el amor por el prójimo son inseparables, es más, se sustentan el uno al otro. Incluso si se colocan en secuencia, son las dos caras de una única moneda: vividos juntos son la verdadera fuerza del creyente,

Amar a Dios es vivir de Él y para Él, por aquello que Él es y por lo que Él hace. Y nuestro Dios es donación sin reservas, es perdón sin límites, es relación que promueve y hace crecer. Por eso, amar a Dios quiere decir invertir cada día nuestras energías para ser sus colaboradores en el servicio sin reservas a nuestro prójimo, en buscar perdonar sin límites y en cultivar relaciones de comunión y de fraternidad. El evangelista Marcos no se preocupa en especificar quién es el prójimo porque el prójimo es la persona que encuentro en el camino, durante mi jornada. No se trata de preseleccionar a mi prójimo, eso no es cristiano. Pienso que mi prójimo es aquel que he preseleccionado: no, esto no es cristiano, es pagano. Se trata de tener ojos para verlo y corazón para querer su bien. Si nos ejercitamos para ver con la mirada de Jesús, podremos estar siempre a la escucha y cerca de quien tiene necesidad. Las necesidades del prójimo reclaman ciertamente respuestas eficaces, pero primero exigen compartir.

Con una imagen podemos decir que el hambriento necesita no solo un plato de comida sino también una sonrisa, ser escuchado y también una oración, tal vez hecha juntos. El Evangelio de hoy nos invita a todos nosotros a proyectarse no solo hacia las urgencias de los hermanos más pobres, sino sobre todo a estar atentos a su necesidad de cercanía fraterna, de sentido de la vida, de ternura. Esto interpela a nuestras comunidades cristianas: se trata de evitar el riesgo de ser comunidades que viven de muchas iniciativas pero de pocas relaciones; el riesgo de comunidades «estaciones de servicio», pero de poca compañía en el sentido pleno y cristiano de este término.

Dios, que es amor, nos ha creado por amor y para que podamos amar a los otros permaneciendo unidos a Él. Sería ilusorio pretender amar al prójimo sin amar a Dios y sería también ilusorio pretender amar a Dios sin amar al prójimo. Las dos dimensiones, por Dios y por el prójimo, en su unidad caracterizan al discípulo de Cristo. Que la Virgen María nos ayude a acoger y testimoniar en la vida de todos los días esta luminosa enseñanza.

 

Francisco. Angelus. 31 de octubre de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la Liturgia de hoy, el Evangelio habla de un escriba que se acerca a Jesús y le pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» (Mc 12,28). Jesús contesta citando la Escritura y afirma que el primer mandamiento es amar a Dios; de este, como consecuencia natural, se deriva el segundo: amar al prójimo como a sí mismo (cf. vv. 29-31). Al oír esta respuesta, el escriba no solo reconoce que es justa, sino que al hacerlo, al reconocer que es justa, repite casi las mismas palabras pronunciadas por Jesús: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que […] amarle con todo el corazón, con todo la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios» (vv. 32-33).

Podemos preguntarnos, ¿por qué, al dar su asentimiento, el escriba siente la necesidad de repetir las mismas palabras de Jesús? Esta repetición es aún más sorprendente si pensamos que estamos en el Evangelio de Marcos, que tiene un estilo muy conciso. ¿Qué sentido tiene esta repetición? Esta repetición es una enseñanza para todos nosotros que escuchamos. Porque la Palabra del Señor no puede ser recibida como cualquier noticia. La Palabra del Señor hay que repetirla, asumirla, custodiarla. La tradición monástica, de los monjes, utiliza un término audaz, pero muy concreto. Dice así: la Palabra de Dios ha de ser “rumiada”. “Rumiar” la Palabra de Dios. Podemos decir que es tan nutritiva que debe llegar a todos los ámbitos de la vida: implicar, como dice Jesús hoy, todo el corazón, toda el alma, toda la inteligencia, todas las fuerzas (cf. v. 30). La Palabra de Dios debe resonar, retumbar, ser un eco dentro de nosotros. Cuando existe este eco interior que se repite, significa que el Señor habita nuestro corazón. Y nos dice, como a aquel buen escriba del Evangelio: «Non estás lejos del Reino de Dios » (v. 34).

Queridos hermanos y hermanas, el Señor busca no tanto hábiles comentaristas de las Escrituras, busca corazones dóciles que, acogiendo su Palabra, se dejan transformar dentro. Por esto es tan importante familiarizar con el Evangelio, tenerlo siempre al alcance de la mano —incluso un pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso— para leerlo y releerlo, apasionarse. Cuando lo hacemos, Jesús, Palabra del Padre, entra en nuestro corazón, se vuelve íntimo y nosotros damos frutos en Él. Tomemos como ejemplo el Evangelio de hoy: no es suficiente leerlo y comprender que hay que amar a Dios y al prójimo. Es necesario que este mandamiento, que es el “gran mandamiento”, resuene en nosotros, sea asimilado, se convierta en voz de nuestra conciencia. Entonces no se queda en letra muerta, en el cajón del corazón, porque el Espíritu Santo hace brotar en nosotros la semilla de esa Palabra. Y la Palabra de Dios actúa, siempre está en movimiento, es viva y eficaz (cf. Hb 4,12). Así cada uno de nosotros puede convertirse en una “traducción” viva, diferente y original. No una repetición, sino una “traducción” viva, diferente y original, de la única Palabra de amor que Dios nos dona. Esto, por ejemplo, lo vemos en la vida de los santos: ninguno es igual al otro, todos son diferentes, pero todos con la misma Palabra de Dios

Tomemos hoy ejemplo de este escriba. Repitamos las palabras de Jesús, hagámoslas resonar en nosotros: “Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas y al prójimo como a mí mismo". Y preguntémonos: ¿orienta realmente mi vida este mandamiento? ¿Se refleja este mandamiento en mi vida diaria? Nos hará bien esta noche, antes de dormirnos, hacer el examen de conciencia sobre esta Palabra, para ver si hoy hemos amado al Señor y hemos dado un poco de bien a los que nos hemos encontrado. Que cada encuentro sea dar un poco de bien, un poco de amor, que viene de esta Palabra. Que la Virgen María, en quien se hizo carne el Verbo de Dios, nos enseñe a acoger en nuestro corazón las palabras vivas del Evangelio.

 

Benedicto. Angelus. 4 de noviembre de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este domingo (Mc 12, 28-34) nos vuelve a proponer la enseñanza de Jesús sobre el mandamiento más grande: el mandamiento del amor, que es doble: amar a Dios y amar al prójimo. Los santos, a quienes hace poco hemos celebrado todos juntos en una única fiesta solemne, son justamente los que, confiando en la gracia de Dios, buscan vivir según esta ley fundamental. En efecto, el mandamiento del amor lo puede poner en práctica plenamente quien vive en una relación profunda con Dios, precisamente como el niño se hace capaz de amar a partir de una buena relación con la madre y el padre. San Juan de Ávila, a quien hace poco proclamé Doctor de la Iglesia, escribe al inicio de su Tratado del amor de Dios: «La causa que más mueve al corazón con el amor de Dios es considerar el amor que nos tiene este Señor... —dice—. Más mueve al corazón el amor que los beneficios; porque el que hace a otro beneficio, dale algo de lo que tiene: más el que ama da a sí mismo con lo que tiene, sin que le quede nada por dar» (n. 1). Antes que un mandato —el amor no es un mandato— es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar, de forma que, como una semilla, pueda germinar también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida.

Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros. El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: les aman siempre, aunque naturalmente les señalan cuándo se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el bien y jamás el mal. Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca. Jesús no inventó ni el uno ni el otro, sino que reveló que, en el fondo, son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. En la Eucaristía Él nos dona este doble amor, donándose Él mismo, a fin de que, alimentados de este Pan, nos amemos los unos a los otros como Él nos amó.

Queridos amigos: por intercesión de la Virgen María oremos para que cada cristiano sepa mostrar su fe en el único Dios verdadero con un testimonio límpido de amor al prójimo.

 

Francisco.    Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza 10. «El Espíritu don de Dios» El Espíritu Santo y el sacramento del matrimonio.

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La vez pasada, explicamos lo que proclamamos sobre el Espíritu Santo en el credo. Sin embargo, la reflexión de la Iglesia no se ha detenido en esa breve profesión de fe. Ha continuado, tanto en Oriente como en Occidente, a través de la obra de grandes Padres y Doctores. Hoy, queremos recoger algunas “migajas” de la doctrina del Espíritu Santo desarrollada en la tradición latina, para ver cómo ilumina toda la vida cristiana y, especialmente, el sacramento del matrimonio.

El principal artífice de esta doctrina es San Agustín, que desarrolló la doctrina sobre el Espíritu Santo. Él parte de la revelación de que «Dios es amor» ( 1 Jn 4,8). Ahora bien, el amor presupone alguien que ama, alguien que es amado y el amor mismo que los une. El Padre es, en la Trinidad, el que ama, la fuente y el principio de todo; el Hijo es el que es amado, y el Espíritu Santo es el amor que los une [1]. El Dios de los cristianos es, por tanto, un Dios «único», pero no solitario; la suya es una unidad de comunión, de amor. En esta línea, algunos han propuesto llamar al Espíritu Santo no la «tercera persona» singular de la Trinidad, sino más bien «la primera persona plural». Él es, en otras palabras, el Nosotros, el Nosotros divino del Padre y del Hijo, el vínculo de unidad entre diferentes personas  [2], el principio mismo de la unidad de la Iglesia, que es exactamente un «solo cuerpo» resultante de una multitud de personas.

Como les decía, hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre lo que el Espíritu Santo tiene que decir a la familia. ¿Qué tiene que ver el Espíritu Santo con el matrimonio, por ejemplo? Mucho, quizá lo esencial; intento explicar por qué. El matrimonio cristiano es el sacramento del hacerse don, el uno para la otra, del hombre y la mujer. Así lo pensó el Creador cuando «creó al ser humano a su imagen y semejanza [...]:  hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). La pareja humana es, por tanto, la primera y más básica realización de la comunión de amor que es la Trinidad.

Los cónyuges también deben formar una primera persona del plural, un «nosotros». Estar el uno ante el otro como un «yo» y un «tú», y estar ante el resto del mundo, incluidos los hijos, como un «nosotros». Qué hermoso es oír a una madre decir a sus hijos: «Tu padre y yo...», como dijo María a Jesús, que tenía entonces doce años, cuando lo encontraron enseñando a los Doctores en el templo (cf. Lc 2,48); y oír a un padre decir: «Tu madre y yo», casi como si fueran una única persona. ¡Cuánto necesitan los hijos esta unidad – “papá y mamá juntos” -, la unidad de los padres, y cuánto sufren cuando falta! ¡Cuánto sufren los hijos de padres que se separan, cuánto sufren!

Para responder a esta vocación, el matrimonio necesita el apoyo de Aquel que es el Don, o, mejor dicho, el que se dona por excelencia. Allí donde entra el Espíritu Santo, renace la capacidad de entregarse. Algunos Padres de la Iglesia latina afirmaron que, siendo don recíproco del Padre y del Hijo en la Trinidad, el Espíritu Santo es también la razón de la alegría que reina entre ellos; y no temieron utilizar, al hablar de esto, la imagen de gestos propios de la vida conyugal, como el beso y el abrazo [3].

Nadie dice que esa unidad sea un objetivo fácil, y menos en el mundo actual; pero ésta es la verdad de las cosas tal y como el Creador las concibió y, por tanto, está en su naturaleza. Por supuesto, puede parecer más fácil y más rápido construir sobre arena que sobre roca; pero Jesús nos dice cuál es el resultado (cfr. Mt 7:24-27). En este caso, ni siquiera necesitamos la parábola, porque las consecuencias de los matrimonios construidos sobre arena están, lamentablemente, a la vista de todos, y son sobre todo los hijos quienes pagan el precio. ¡Los hijos sufren la separación o la falta de amor de sus padres! De muchos cónyuges, hay que repetir lo que María le dijo a Jesús en Caná de Galilea: «No tienen vino» (Jn 2,3). El Espíritu Santo es quien sigue realizando, en el plano espiritual, el milagro que Jesús realizó en aquella ocasión, a saber, cambiar el agua de la costumbre en una nueva alegría de estar juntos. No es una ilusión piadosa: es lo que el Espíritu Santo ha hecho en tantos matrimonios, cuando los esposos se decidieron a invocarlo.

No estaría mal, por tanto, si, junto a la información de orden jurídico, psicológico y moral que se da en la preparación de los novios al matrimonio, se profundizara en esta preparación “espiritual”, el Espíritu Santo que hace la unidad. Dice un proverbio italiano: “Entre mujer y marido no pongas el dedo”. En cambio, hay un “dedo” que se debe poner entre marido y mujer, y es precisamente el “dedo de Dios”: ¡es decir, el Espíritu Santo!

 

[1] Cfr. S. Agustín, De Trinitate, VIII,10,14)

[2] Cfr. H. Mühlen, Una mystica persona.  La Iglesia como el misterio del Espíritu Santo, Città Nuova, 1968.

[3] Cfr. S. Hilario de Poitiers, De Trinitate, II,1; S. Agustín, De Trinitate, VI, 10,11.

 

 

Monición de entrada.

Buenos días.

Cada domingo los amigos de Jesús venimos a misa para recibir dos regalos de Dios.

El primero es la Palabra de Dios y el segundo la comunión.

Por eso debemos estar muy atentos y tener el corazón muy abierto.

Porque vamos a recibir en los dos regalos mucho amor de Jesús.

 

 Señor, ten piedad.

Salvador nuestro. Señor, ten piedad.

Redentor nuestro. Cristo, ten piedad.

Mediador nuestro.  Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco, el papá de todos los que vamos a misa. Te lo pedimos Señor.

-Por la Iglesia, que Dios quiere que sea una familia donde haya mucho amor. Te lo pedimos Señor.

-Hoy es el día de la iglesia diocesana, por la iglesia en Valencia. Te lo pedimos, Señor.

-Por las niñas y los niños que no tienen padres, por los que viven solos. Te lo pedimos, Señor.

-Por los que tienen hambre y los que no les pagan bien en su trabajo. Te lo pedimos, Señor.

-Por las personas que ayudan a los pobres. Te lo pedimos, Señor.

-Por nosotros, que vamos a recibir el alimento que nos da Jesús. Te lo pedimos, Señor.

 

 Acción de gracias.

Virgen María. Gracias porque hoy tu hijo Jesús nos ha puesto un ejemplo: el de una viuda que ayudaba a la iglesia y que no solo daba dinero, sino además su corazón.

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA Y CATEQUISTAS DE CORBERA, FAVARA Y LLAURÍ. DOMINGO 30 T. ORDINARIO

EXPERIENCIA.

Comienza con la señal de la cruz.

Escucha los sonidos de tu entorno.

Acerca tu mano al corazón, siente el movimiento de este músculo:

¿quién lo tejió y lo puso en marcha?

Mira este vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=o8ic4vcvnhY

Piensa en una de estas frases:


REFLEXIÓN.

Lectio

Toma la Biblia y lee el evangelio de este domingo:

El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, tu Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos.

 

Meditatio.

¿Se refleja este mandamiento en mi vida diaria? Nos hará bien esta noche, antes de dormirnos, hacer el examen de conciencia sobre esta Palabra, para ver si hoy hemos amado al Señor y hemos dado un poco de bien a los que nos hemos encontrado. Que cada encuentro sea dar un poco de bien, un poco de amor, que viene de esta Palabra.

Papa Francisco.

 

Oratio

Reza a Jesús la oración del ciego Bartimeo, repitiéndola en tu corazón durante unos minutos o cuanto caminas, vas en coche, tren,…

 

COMPROMISO.

Cuando entres en casa o estando allí entra algún familiar,

levántate, abandona lo que estás haciendo y

mírale a los ojos y salúdale.

CELEBRACIÓN.

Reza por las personas que te quieren.