Lectura del libro del Génesis 2, 18-24.
El Señor Dios se dijo:
-No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como
él, que le ayude.
Entonces el Señor Dios modeló de la tierra todas las bestias del
campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó a Adán, para ver qué
nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que Adán le pusiera. Así
Adán puso nombre a todos los ganados, a los pájaros del cielo y a las bestias
del campo; pero no encontró ninguno como él, que le ayudase. Entonces el Señor
Dios hizo caer un letargo sobre Adán, que se durmió; le sacó una costilla y le
cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios formó, de la costilla que había
sacado de Adán, una mujer, y se la presentó a Adán. Adán dijo:
-¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su
nombre será “mujer”, porque ha salido del varón”. Por eso abandonará el varón a
su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.
Textos
paralelos.
Yahvé modeló del suelo todos los animales del
campo.
Qo 3, 20:
Todos caminan al mismo lugar, todos vienen del polvo y todos vuelven al polvo.
Le quitó
una de las costillas y rellenó el vacío con carne.
1 Co 11,
8-9: Pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del hombre. Y no fue
creado el varón para la mujer, sino la mujer para el varón.
1 Tm 2, 13:
Pues Adán fue creado primero y Eva después.
Por eso
deja el hombre a su padre y a su madre.
Mt 19, 5: Y
dijo: por eso abandona un hombre a sus padres, se junta a su mujer y los dos se
hacen una sola carne.
Ef 5, 21:
Someteos unos a otros en atención a Cristo.
1 Co 6, 16:
O ¿no sabéis que quien se une a una prostituto se hace un cuerpo con ella? Pues
se dice que formarán los dos una sola carne.
Notas
exegéticas.
2 18 El relato de la creación de la
mujer no es más que una transición a , no es la continuación lógica de 14-17,
porque ahí “hombre” se toma colectivamente e incluye al varón y a la mujer. No
obstante, tiene una función en el relato de la creación del hombre. Desde el
punto de vista de la tradición, los vv. 18-24 son la continuación lógica del v.
7 (y 8), a pesar de que el pasaje se encuentra ahora un poco lejos como
consecuencia del arreglo del autor, que ha preferido narrar la formación de la
mujer justo antes del momento en que va a jugar un papel activo en la
transgresión.
2 19 El animal es calificado de “ser
viviente” (lit. “soplo de vida”) como el hombre. El autor insiste de momento en
el estrecho vínculo entre el ser humano y el animal antes de precisar la
superioridad de aquel. El hombre va a dar nombres particulares a las diferentes
especies de animales, manifestando así su capacidad de discernimiento y su
poder, si bien , no encuentra una ayuda adecuada en la creación animal.
2 21 La carne (basar) es ante
todo, en el animal y en el hombre, la “carne-comida”, los músculos. Es también
el cuerpo entero y, por tanto, el vínculo familiar, incluso la humanidad o el
conjunto de los seres vivientes (“toda carne” 6, 17). El alma o el espíritu
animan la carne sin mezclarse con ella, haciéndola sirviente. Sin embargo, la
“carne” subraya con frecuencia lo que de frágil y perecedero hay en el hombre y
poco a poco se irá percibiendo cierta oposición entre los dos aspectos del
hombre viviente. El hebreo no tiene una palabra para decir “cuerpo”; el NT
suplirá esta laguna promoviendo sôma junto a sarx, ver Rm 7, 5.
2 22 Imagen que expresa la relación
que une al hombre y a la mujer y que les une en el matrimonio.
2 23 El hebreo juega con la palabra ’ts,
“hombre, varón” y su femenino ’issa “mujer”, y la letra “varona”.
Salmo
responsorial
Salmo 128 (127).
Que
el Señor nos bendiga
todos
los días de nuestra vida. R/.
Dichoso
el que teme al Señor
y
sigue sus caminos.
Comerás
del fruto de tu trabajo,
serás
dichoso, te irá bien. R/.
Tu
mujer, como parra fecunda,
en
medio de tu casa;
tus
hijos, como renuevos de olivo,
alrededor
de tu mesa. R/.
Esta
es la bendición del hombre
que
teme al Señor.
Que
el Señor te bendiga desde Sión,
que
veas la prosperidad de Jerusalén
todos
los días de tu vida. R/.
Que
veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz
a Israel! R/.
Textos
paralelos.
Dichosos
los que temen a Yahvé.
Sal
112, 1: Aleluya. Dichoso el que respeta al Señor y es entusiasta de sus
mandatos.
Sal
37, 3-5: Confía en el Señor y haz el bien, habita una tierra y cultiva la
fidelidad; sea el Señor tu delicia y te dará lo que pide tu corazón. Encomienda
al Señor tu camino, confía en él, que él actuará.
Del
trabajo de tus manos comerás.
Sal
112, 3: En su casa habrá riquezas y abundancia, su justicia se afirma siempre.
Tu
esposa, como parra fecunda.
Pr
31, 10: Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que los corales.
Pr
31, 28: Sus hijos se levantan para felicitarla, su marido proclama su alabanza.
Tus
hijos como brotes de olivo.
Sal
144, 12: Sean nuestros hijos un plantío, crecidos desde la adolescencia; sean
nuestras hijas columnas talladas, estructura de un templo.
Jb
29, 5: El Todopoderoso estaba conmigo y me rodeaban mis hijos.
Bendígate
Yahvé desde Sión.
Sal
134, 3: El Señor te bendiga desde Sión, el que hizo el cielo y la tierra.
Sal
20, 3: Que envíe refuerzos desde el santuario, que te apoye desde Sión.
Sal
122, 9: Por la casa del Señor nuestro Dios te deseo todo bien.
Todos
los días de tu vida.
Gn
50, 23: [José] llegó a conocer a los hijos de Efraín hasta la tercera
generación, y también a los hijos de Maquir, hijo de Manasés, y se los puso en
el regazo.
Jb
42, 16: Después Job vivió ciento cuarenta años y conoció a sus hijos, nietos y
biznietos.
Pr
17, 6: Corona de los ancianos son los nietos, honra de los hijos son los
padres.
Paz
a Israel.
Sal
125, 5: A los que siguen sendas tortuosas que los conduzca el Señor con los
malhechores. ¡Paz a Israel!
Ga
6, 16: Paz y misericordia para cuantos siguen esta norma, el Israel de Dios.
Notas
exegéticas.
128 Este salmo celebra la felicidad
doméstica que Dios concede al justo, según la doctrina de los Sabios sobre la
retribución temporal.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta a los Hebreos 2, 9-11.
Hermanos:
Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús,
lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Pues, por la
gracia de Dios, gustó la muerte por todos. Convenía que aquel, para quien y por
quien existe todo, llevara muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el
sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación. El santificador y los
santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos
hermanos.
Textos
paralelos.
Sin embargo, si vemos a
Jesús, que fue hecho inferior a los ángeles.
Flp 2, 6-11: El cual a pesar de
su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de
sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y
mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, una
muerte en cruz. Por eso Dios lo exaltó y le concedió un título superior a todo
título, para que, ante el título de Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo,
la tierra y el abismo; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre:
¡Jesucristo es Señor!
Aquel por quien y para
quien existe todo.
Rm 11, 36: De él, por él, para
él existe todo. A él la gloria por los siglos. Amén.
1 Co 8, 6: Para nosotros existe
un solo Dios, el Padre, que es principio de todo y fin nuestro, y existe un
solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y también nosotros.
Mediante el sufrimiento.
Hb 5, 9: Ya consumado llegó a
ser para cuantos le obedecen causa de salvación eterna.
Hch 3, 15: Y disteis muerte al
Príncipe de la vida. Dios lo ha resucitado de la muerte y nosotros somos
testigos de ello.
Jn 17, 19: Por ellos me
consagro, paa que queden consagrados con la verdad.
Notas
exegéticas.
2 9 (a) La coronación “de gloria y
honor” implica, o la proclamación regia, o bien la consagración sacerdotal.
2 9 (b) “Por la gracia de Dios”, var.,
con pocos testigos: “excepto Dios”. Se trata sin duda de una glosa, tal vez
para subrayar la impasibilidad de la divinidad de Cristo: Jesús sufrió solo
como hombre; o alude al grito de Jesús en la cruz. Finalmente puede entenderse
que Cristo sufrió por todos, excepto por Dios.
2 10 Los sufrimientos y la muerte de
Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, hacen perfecto a Cristo en
cuanto Salvador, encargado de introducir a los hombres en la gloria de Dios. El
verbo “perfeccionar”, “dar cumplimiento”, aparece varias veces en la Epístola
para evocar los diversos efectos de la obra de Cristo en la relación del hombre
con Dios;, pero evoca también el rito de consagración de los sacerdotes: la
acción de “llenar las manos (con las víctimas)”, Ex 29, que la LXX traduce por
“cumplimiento”. Este rito habilitaba al sacerdote para comparecer ante la
presencia de Dios en el santuario.
2 11 También podría traducirse,
según el contexto: “santificador y santificados forman un todo único”. Los vv.
siguientes insisten en esta comunidad de carne y sangre, que el Hijo de Dios ha
querido asumir, y por tanto sirven como de introducción al tema esencial de la
epístola, el de Cristo sumo sacerdote.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 10, 2-16.
En aquel tiempo, acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús
para ponerlo a prueba:
-¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?
Él les replicó:
-¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron:
-Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.
Jesús les dijo:
-Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este
precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por
eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los
dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que
Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él
les dijo:
-Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio
contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete
adulterio.
Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos
los regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
-Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de
los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no
reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.
Textos
paralelos.
Mc 10, 2-16 |
Mt 19, 1-9; 13-15 |
Lc 18, 15-17 |
Se acercaron unos fariseos y,
para ponerlo a prueba, le preguntaron: -¿Puede un hombre repudiar a
su mujer? Le contestó: -¿Qué os mandó Moisés? Respondieron: -Moisés permitió escribir el
acta de divorcio y repudiarla. Jesús les dijo: -Porque sois obstinados
escribió Moisés semejante precepto. Pero al principio de la creación Dios los
hizo hombre y mujer, y por eso abandona un hombre a su padre y a
su madre, se une a su mujer, y los dos se hacen una carne. De suerte, que ya
no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha juntado que el hombre no
lo separe. Entrados en casa, le
preguntaron de nuevo los discípulos acerca de aquello. Él les dice: -Quien repudia a su mujer y
se casa con otra comete adulterio contra la primera. Si ella se divorcia del
marido y se casa con otro, comete adulterio. Le traían niños para que los
tocase, y los discípulos los
reprendían. Jesús al verlo, se enfadó y dijo: -Dejad que los niños se
acerquen a mí; no se lo impidáis, porque el reino de Dios pertenece a los que
son como ellos. Os aseguro, quien no reciba
el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Los acariciaba y los bendecía
poniendo las manos sobre ellos. |
Cuando terminó Jesús este
discurso, se trasladó de Galilea a Judea, al otro lado del Jordán. Lo seguía
un gentío inmenso, y él los curaba allí. Se acercaron unos fariseos y,
para ponerlo a prueba, le preguntaron: -¿Puede uno repudiar a su
mujer por cualquier cosa? Él contestó: -¿No habéis leído que al
principio el Creador los hizo hombre y mujer? y dijo: por eso abandona un hombre a sus padres, se
junta a su mujer y los dos se hacen una sola carne. De suerte que ya no son
dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha juntado que el hombre no lo
separe. Le replicaron: -Entonces, ¿por qué Moisés
mandó darle acta de divorcio al repudiarla? Les respondió: -Por vuestro carácter
inflexible os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres. Pero al principio
no era así. Os digo que quien repudia a
su mujer – si no es en caso de concubinato – y se casa con otra, comete
adulterio, y el que se casa con la divorciada comete adulterio. Entonces le llevaron unos
niños para que pusiera las manos sobre ellos y pronunciara una oración. Los discípulos los
reprendían. Pero Jesús dijo: -Dejad a los niños y no les
impidáis acercarse a mí, pues el reino de Dios pertenece a los que son como
ellos. Puso las manos sobre ellos y
se marchó. |
Le acercaron también unos
críos para que los tocara. Los discípulos al verlo les
reprendían. Pero Jesús los llamó diciendo: -Dejad que los niños se
acerquen y no se lo impidáis, pues a esos tales les pertenece el reino de
Dios. Os aseguro que quien no
reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. |
¿Qué os prescribió
Moisés?
Dt 24, 1: Si uno se casa con
una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le
escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa.
Desde el comienzo de la
creación Él los hizo varón y hembra.
Gn 1, 27: Y creó Dios al hombre
a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Gn 2, 24: Por eso un hombre
abandona padre y madre, se junta a su mujer y se hacen una sola carne.
Ya en casa, los
discípulos.
Mc 7, 24: Desde allí se puso en
camino y se dirigió al territorio de Tiro. Entró en una casa con intención de
pasar desapercibido, pero no logró ocultarse.
Se enfadó.
Lc 9, 47: Jesús sabiendo lo que
pensaban, acercó un niño, lo colocó junto a sí.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
10 7 Adicción: “y se adherirá a su
mujer”, ver Gn 2, 24 y Mt 19, 5.
10 12 Esta cláusula es reflejo del
derecho romano, porque el derecho judío solamente concedía el derecho de
repudio al hombre y no a la mujer.
2 15 La expresión “como un niño”
puede ser una aposición[1] del sujeto (el que) o bien del complemento (el Reino de Dios). Es decir,
hay que ser como un niño para acoger el Reino o bien acoger el Reino como se
acoge a un niño. Del v. 14 (“los que son como estos”) se deduce que Mc piensa
en el primer sentido. Mt 18, 3 lo explicita de este modo, mientras que Lc 18,
17 ha conservado la fórmula de Mc. Los niños y quienes se les parecían vivían
en una situación de dependencia absoluta; era de hecho el estatuto de los niños
en la sociedad de entonces. El niño no era símbolo de inocencia, sino de
obediencia y disponibilidad. Quien acoge la buena nueva del Reino con tales
disposiciones (v. 15), sin condiciones, entra inmediatamente en el Reino.
10 16 Mc es el único que menciona esta
bendición. No se trata de una palabra o de un simple gesto; significa más bien
el don del Reino.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
2-12
La
unidad e indisolubilidad del matrimonio natural, según lo quiso Dios (Gn 2,
23ss), no fueron siempre observadas. Jesús, con su autoridad superior a la de
Moisés, dignifica la institución matrimonial restableciendo su unidad frente a
la poligamia, y su indisolubilidad frente al divorcio. Como corona, el
matrimonio empieza a ser sacramento de la nueva ley. La unidad, indisolubilidad
y sacramentalidad del matrimonio cristiano, son verdades de fe definidas por la
Iglesia católica (H. Denzinger – A. Schönmetzer 1601-1801; 1802; 1805; 1807).
2 ¿PUEDE… (LA) MUJER
(=la esposa?: lit. si es lícito a marido mujer repudiar.
4 Jesús les ha
preguntado qué “ordenó” Moisés en nombre de Dios; ellos responden lo que Moisés
“concedió”; pero lo que importa es el mandamiento de Dios (que Jesús interpreta
citando dos pasajes del Génesis), no la dispensa del hombre; el sentido del
matrimonio en el plan de Dios, no sus desviaciones. Al remitir a la voluntad de
Dios en la creación, antes del pecado, la consecuencia es que ningún hombre
tiene autoridad para romper lo que Dios unió.
5 LA DUREZA DE CORAZÓN
(obstinación, terquedad en mantenerse en la desorientación radical de todo el
ser) de sus oyentes es lo único que llegó a irritar a Jesús, a colmar su
paciencia (3, 5).
6 DESDE EL PRINCIPIO:
si se piensa en un aramaísmo, esta expresión sería: “Al principio” (como
en Gn 1,1).
9 UNIÓ: lit. unció al
mismo yugo: “hizo cón-yuges”. Esa voluntad de Dios es la que (EL) HOMBRE
quebranta en el divorcio, que es “una ofensa grave a la ley natural” (Cat.
2384).
11-12
CONTRA
SU ESPOSA: lit. contra ella (que resultaría ambiguo en la traducción);
puede entenderse incluso como semitismo: con ella (con la segunda
mujer). Puesto que una mujer judía no podía divorciarse, porque era derecho (¡)
exclusivo del marido, el v. 12 podría ser una explicación para lectores de Mc
que no se regían por el derecho judío; o podría ser la traducción incorrecta
deun original arameo que Lc 16, 18 entendió bien.
13 LOS REPRENDIERON: no
a los niños, sino a quienes los llevaban.
14 En la literatura
rabínica LOS NIÑOS (lit. los niñitos) forman terna frecuente con los
sordomudos e idiotas. Su valor legal y religioso era cero a la izquierda, por
eso, es más llamativo que se diga que DE LOS (QUE SON) COMO ELLOS, de gente
“así” que no vale nada ante los hombres ES EL REINO DE DIOS.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
10,
1-12 Juan el Bautista fue ejecutado por Herodes en gran parte debido a su
predicación sobre el tema del divorcio y el volverse a casar. Frente a los
fariseos, Cristo aclaró que si bien Moisés permitió el divorcio (por la dureza
de sus corazones), el plan original de Dios sobre el matrimonio implicaba a un
hombre y a una mujer unidos en un exclusivo e indisoluble vínculo de por vida.
Cat. 1612-1617.
10,
4 Moisés
permitió el divorcio como protección para las mujeres que se quedaban solas sin
ningún apoyo financiero o protector. Cristo restauró el matrimonio a su estado
original diseñado por Dios y lo elevó a la categoría de sacramento de la Nueva
Alianza, que otorga la gracia de amar con la caridad de Cristo y de soportar
los apuros propios del matrimonio y la crianza de los hijos. Cat. 1609-1611.
10,
8s En
el matrimonio, Dios estableció que un hombre y una mujer “se hacen una sola
carne” en una unión de entrega mutua y fiel de sí mismo. Entre bautizados, “el
matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano, ni
por ninguna causa fuera de la muerte” (Código de Derecho Canónico, canon 1141).
Cat 1625-1632, 1638-1643, 2364 y 382.
10,
11s Aunque
el divorcio es admisible con arreglo al derecho civil de la mayoría de países,
no puede disolverse el matrimonio contraído válidamente. Según las enseñanzas
de nuestro Señor, un bautizado válidamente casado que obtiene un divorcio civil
y que luego contrae matrimonio con otra persona (sin una declaración de nulidad
canónica) comete adultero. A pesar del estado civil del matrimonio, el
matrimonio sigue siendo válido a los ojos de Dios, y cualquier matrimonio
adicional sería nulo. Aquellos que en válido matrimonio intentan volverse a
casar o llevar a cabo una relación sexual con otra persona, cometen un pecado
grave y deben abstenerse de recibir la Eucaristía. La Iglesia ve con
comprensión a aquellos que se encuentran en circunstancias difíciles y les
invita a la conversión. Cat. 1649-1651, 2380.
10,
13-16 La entrada en el reino de Dios, que consiste en una íntima inmersión en
la vida de Cristo, requiere una confianza filial y la aceptación de todo lo
enseñado por Cristo. Cat. 699, 1261.
10,
14 Dejad que los niños se acerquen a mí: la Iglesia siempre ha enseñado
la gran importancia del bautismo infantil. Este sentimiento se refleja también
en la práctica llevada a cabo en las Iglesias Orientales, que administran los
tres sacramentos de la iniciación (bautismo, confirmación y Eucaristía) a los
bebés, repitiendo las palabras: “Dejad que los niños se acerquen a mí” antes de
la recepción de la sagrada Comunión. En cuanto a los niños que mueren sin el
bautismo, la Iglesia nunca ha hecho una declaración definitiva pero proclama
firmemente la esperanza de que sean recibidos en el Cielo, y por lo tanto
encomienda estas almas inocentes a la misericordia de Dios, como se muestra en
el rito de exequias de estos niños. Cat. 1244 y 1261.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
1614
En
su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del
hombre y la mujer, tal como el Creador quiso al comienzo: la autorización, dada
por Moisés, de repudiar a la propia mujer era una concesión a la dureza del
corazón; la unión matrimonial del hombre y la mujer es indisoluble: Dios mismo
la estableció: “Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 6).
1615
Esta
insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo
causar perplejidad y aparecer como una exigencia irrealizable. Sin embargo,
Jesús no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada,
más pesada que la Ley de Moisés. Viniendo para restablecer el orden inicial de
la creación perturbado por el pecado, da la fuerza y la gracia para vivir el
matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios. Siguiendo a Cristo,
renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces, los esposos podrán
“comprender” el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de
Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo,
fuente de toda vida cristiana.
Concilio Vaticano II
El matrimonio y el
amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y la
educación de la prole. Los hijos son, ciertamente, el don más excelente del
matrimonio y contribuyen mucho al bien de los mismos padres. El mismo Dios, que
dijo “no es bueno que el hombre esté solo” (Gen 2, 18) y que “hizo desde el
principio al hombre, varón y mujer” (Mt 19, 4), queriendo comunicarle cierta
participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la
mujer diciendo: “Creced y multiplicaos” (Gen 1, 8). De ahí que el cultivo verdadero
del amor conyugal y todo el sistema de vida familiar que de él procede, sin
posponer los otros fines del matrimonio, tienden a que los esposos estén
dispuestos con fortaleza de ánimo a cooperar con el amor del Creador y
Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día
más.
En el deber de
transmitir la vida humana y educarla, que han de considerar como su misión
propia, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y en
cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad
humana y cristiana, y con dócil reverencia hacia Dios, de común acuerdo y con
un esfuerzo común, se formarán un recto juicio, atendiendo no solo a su propio
bien, sino también al bien de los hijos, ya nacidos o que prevén llegar,
discerniendo las condiciones de los tiempos y del estado de vida, tanto
materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de la
comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia. En último término,
son los mismos esposos los que deben formar este juicio ante Dios. En su modo
de obrar, los esposos cristianos deben ser conscientes de que ellos no pueden
proceder según su arbitrio, sino que deben regirse siempre por la conciencia que
ha de ajustarse a la misma ley divina, dóciles al Magisterio de la Iglesia, que
interpreta auténticamente esta ley a la luz del Evangelio. Esta ley divina
muestra la significación plena del amor conyugal, lo protege y lo impulsa a su
perfección verdaderamente humana. Así, los esposos cristianos, confiando en la
divina Providencia y cultivando el espíritu de sacrificio, glorifican al
Creador y tienden a la perfección en Cristo cuando cumplen su tarea de procrear
con generosa, humana y cristiana responsabilidad. Entre los cónyuges que
cumplen de este modo la tarea que les ha sido confiada por Dios, merecen una mención
especial los que con prudencia y de común acuerdo aceptan con generosidad una
prole incluso muy numerosa para educarla dignamente.
Pero el matrimonio
no ha sido instituido solo para la procreación sino que su mismo carácter de
alianza indisoluble entre personas y el bien de la prole exigen que también el
amor mutuo de los esposos se manifieste, progrese y madure según un orden
recto. Por ello, aunque la prole, tan deseada muchas veces, falte, el
matrimonio, como amistad y comunión de vida toda, sigue existiendo y conserva
su valor e indisolubilidad.
Constitución Gaudium
et spes, 50.
Comentarios de los Santos Padres.
El origen mismo del género humano es una garantía para estimular la ley
del matrimonio único, pues testimonia la norma que Dios estableció al comienzo
y que ha de ser observada en la posteridad. Después de haber formado al hombre,
vio previsible la necesidad de que tuviera una compañera, y de una de sus
costillas modeló para el hombre una mujer, una sola.
Tertuliano. Exhortación a la castidad, 5, 1. II, pg. 194.
¡Qué unión la de los dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un
solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio! Ambos son hermanos, ambos
son consiervos; nada les separa, ni en el espíritu ni en la carne; al
contrario, ellos son verdaderamente “dos en una sola carne”. Donde hay una
carne hay un solo espíritu: rezan a la vez, se postran a la vez, ayunan a la
vez; se instruyen mutuamente, se exhortan mutuamente, se alientan mutuamente.
Son iguales el uno y el otro en la Iglesia de Dios, en el banquete de Dios, en
las pruebas, en las persecuciones y en los consuelos. Ninguno tiene celos del
otro, ninguno engaña al otro, ninguno es gravoso para el otro.
Tertuliano. A su esposa, 2, 8, 6-8. II, pg. 195.
La declaración del Señor respecto a la indisolubilidad del matrimonio,
excepto en caso de fornicación, se refiere por igual tanto a los hombres como a
las mujeres.
Basilio el Grande, Carta a Anfiloquio, 188, 9. II, pg.195.
La mujer está unida a su marido mientras viva. Por consiguiente, también
el varón está ligado mientras viva su mujer. Esta unión hace que no pueda
contraerse un nuevo matrimonio que no sea una unión adulterina. Si ella se casa
con otro y él con otra, de dos adúlteros se hacen cuatro necesariamente. Más
criminal es el adulterio del que abandonó a su mujer inocente y tomó otra, y
Mateo cita esta clase de adulterio (Mt 19, 9); pero no solo es adúltero él,
sino que como está escrito en Marcos, “cualquiera que abandonare a su mujer y
tomare otra, comete adulterio sobre ella; y si la mujer abandonase a su marido
y se casase con otro, comete adulterio.
Agustín. Las uniones adulterinas, 2, 9, 8. II, pg. 196.
Enseña que no se debe tentar a los débiles, para no hacer caer sobre
nosotros las faltas de esos cuyas plegarias tienen un gran poder ante el Señor,
y aunque ellos son pobres, atendiendo al mérito de sus virtudes, sin embargo,
están patrocinados por los ángeles.
Ambrosio. Tratado sobre el Ev. de Lucas, 8, 63. II, pg. 197.
San Agustín
Se me acerca un potentado del siglo. Ha reñido con su mujer o, quizá,
siente deseos de la de otro, más hermosa, o de otra más rica. Quiere abandonar
a la que tiene pero, con todo, no lo hace. Escucha al siervo de Dios, escucha
al profeta, al apóstol y no lo lleva a efecto. Escucha a aquel que tiene en sus
manos la espada de doble filo: “No lo hagas, no te es lícito, Dios no te
permite abandonar a tu mujer, a no ser por causa de fornicación” (Mt 5, 32).
Escucha estas palabras, se llena de temor y no lo hace. Sus pies ya se
deslizaban hacia la caída, pero le sujetaron los grillos; tiene cadenas de
hierro, tema a Dios. Se le dice: “Dios te condenará, si lo haces; el juez que
está por encima de todos, oirá el gemido de tu esposa y te convertirás en reo
en su presencia”. Por un lado le halaga la concupiscencia, por otro le aterra
el castigo. Se encaminaba a consentir a la perversa perversión, si no le
hubiese retenido las cadenas de hierro.
Pero hay más. Uno dice: “De ahora en adelante, quiero vivir en
continencia; no quiero ya mujer”. “No puedes. ¿Qué sucede si quieres tú y ella
no quiere? ¿Acaso debe convertirse en adúltera a causa de tu continencia? Si
viviendo tú se casa con otro, será adúltera. Dios no quiere compensar tal daño
con esa ganancia. Da el débito conyugal; aunque no lo exijas, dalo. Dios te
computará como santidad perfecta si no exiges lo que tu esposa te debe, pero le
das a ella lo que le debes.
Comentario al salmo 149, 15. II, pg. 1352.
San Juan de Ávila
Si deseáis hallarle, no dudéis perder padre y
madre, y hermanos y casa, y aun vuestra propia vida, por Él (cf. Mc 10, 10-20).
Audi, filia (I). OC I, pg. 508.
-Qué es eso, padre, es casamiento? – Parece que es
eso lo que Jesucristo dijo: serán dos en una carne (Mc 10, 8). - ¿Qué
es esto, que Dios, que el Espíritu Santo se haga uno con el hombre?
Martes de Pentecostés. OC III, pg. 399.
No es cosa acostumbrada a los maridos fieles
desamparar a sus esposas en manos de sus enemigos. Y si en la tierra, donde tan
poco amor hay, esto pasa, ¿qué pensáis que será donde Cristo es esposo vuestro,
sino muy más defenderos? Quien por amores perdió su vida, ¿dejaros ha perder
tan ligero?
A una doncella que había comenzado a servir a
Dios. OC IV, pg. 203.
San Oscar Romero.
Nadie se casa sólo para ser felices los dos; el
matrimonio tiene una gran función social, tiene que ser antorcha que ilumina a
su alrededor a otros matrimonios caminos de otras liberaciones. Tiene que salir
del hogar el hombre, la mujer capaz de promover después en la política, en la
sociedad, en los cambios de la justicia, los cambios que son necesarios y que
no se harán mientras los hogares se opongan; en cambio, será tan fácil cuando
desde la intimidad de cada familia se vayan formando esos niños y esas niñas
que no pongan su afán en tener más sino en ser más. No en atraparlo todo sino
en darse a manos llenas a los demás. Hay que educarse para el amor. No es otra
cosa la familia que amar y amar es darse, amar es entregarse al bienestar de
todos, es trabajar por la felicidad común...
Que cada uno como padre de familia, como madre de
familia, como hijo, como novia, como abuelos, como simplemente huéspedes de un
hogar, seamos artífices de paz.
Homilía. 30 septiembre 1979.
Papa Francisco. Angelus. 4 de
octubre de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ha concluido hace poco en la basílica de San Pedro
la celebración eucarística con la cual hemos dado inicio a la Asamblea general
ordinaria del Sínodo de los obispos. Los padres sinodales provenientes de todas
las partes del mundo y reunidos entorno al sucesor de Pedro, reflexionarán
durante tres semanas sobre la vocación y la misión de la familia en la Iglesia
y en la sociedad, para lograr un atento discernimiento espiritual y pastoral.
Tendremos la mirada fija en Jesús para individuar,
basándonos en sus enseñanzas de verdad y de misericordia, los caminos más
oportunos para un compromiso adecuado de la Iglesia con las familias y para las
familias de manera que el plan original del Creador para el hombre y la mujer
pueda realizarse y obrar en toda su belleza y fuerza en el mundo de hoy.
La liturgia de este domingo propone justamente el
texto fundamental del Libro del Génesis, sobre la complementariedad y
reciprocidad entre el hombre y la mujer (cf. Gn 2, 18-24). Por eso —dice la
Biblia— abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y
serán los dos una sola carne, es decir, una sola vida, una sola existencia (cf.
v. 24). En tal unidad los cónyuges transmiten la vida a los nuevos seres
humanos: se convierten en padres. Participan de la potencia creadora de Dios
mismo.
Pero, ¡atención! Dios es amor y se participa de su
obra cuando se ama con Él y como Él. Con tal finalidad —dice san Pablo— el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se
nos ha dado (cf. Rm 5, 5). Y este es también el amor donado a los esposos en el
sacramento del matrimonio.
Es el amor que alimenta su relación a través de
alegrías y dolores, momentos serenos y difíciles.
Es el amor que suscita el deseo de generar hijos,
de esperarlos, acogerlos, criarlos, educarlos.
Es el mismo amor que, en el Evangelio de hoy, Jesús
manifiesta a los niños: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo
impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios» (Mc 10, 14).
Pidamos hoy al Señor que todos los padres y los
educadores del mundo, como también la sociedad entera, sean instrumentos de la
acogida y el amor con el cual Jesús abraza a los más pequeños.
Él mira sus corazones con la ternura y la
diligencia de un padre y al mismo tiempo de una madre.
Pienso en tantos niños hambrientos, abandonados,
explotados, obligados a la guerra, rechazados. Es doloroso ver las imágenes
de niños infelices, con la mirada perdida, que huyen de la pobreza y los
conflictos, que llaman a nuestras puertas y a nuestros corazones implorando
ayuda.
Que el Señor nos ayude a no ser una
sociedad-fortaleza, sino una sociedad-familia, capaces de acoger con reglas
adecuadas, pero acoger, acoger siempre, con amor.
Os invito a sostener con la oración los trabajos
del Sínodo, para que el Espíritu Santo vuelva a los padres sinodales plenamente
dóciles a sus inspiraciones.
Invocamos la materna intercesión de la Virgen
María, uniéndonos espiritualmente a quienes en este momento, en el Santuario de
Pompeya, recitan la «Súplica a la Virgen del Rosario».
Francisco. Angelus. 7 de octubre
de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (cf. Marcos 10, 2-16)
nos ofrece la palabra de Jesús sobre el matrimonio. El relato se abre con la
provocación de los fariseos que preguntan a Jesús si es lícito para un marido
repudiar a la propia mujer, así como preveía la ley de Moisés (cf. vv. 2-4).
Jesús, ante todo, con la sabiduría y la autoridad que le vienen del Padre,
redimensiona la prescripción mosaica diciendo: «Teniendo en cuenta la dureza de
vuestro corazón escribió para vosotros este precepto» (v. 5). Se trata de una
concesión que sirve para poner un parche en las grietas producidas por nuestro
egoísmo, pero no se corresponde con la intención originaria del Creador.
Y Jesús retoma el Libro del Génesis: «Pero desde el
comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a
su padre y a su madre y los dos se harán una sola carne» (vv. 6-7). Y concluye:
«Lo que Dios unió, no lo separe el hombre» (v. 9).
En el proyecto originario del Creador, no es el
hombre el que se casa con una mujer, y si las cosas no funcionan, la repudia. No. Se trata,
en cambio, de un hombre y una mujer llamados a reconocerse, a completarse, a
ayudarse mutuamente en el matrimonio
Esta enseñanza de Jesús es muy clara y defiende
la dignidad del matrimonio como una unión de amor que implica fidelidad. Lo
que permite a los esposos permanecer unidos en el matrimonio es un amor de
donación recíproca sostenido por la gracia de Cristo.
Si en vez de eso, en los cónyuges prevalece el
interés individual, la propia satisfacción, entonces su unión no podrá
resistir. Y es la misma página evangélica la que nos recuerda, con gran
realismo, que el hombre y la mujer, llamados a vivir la experiencia de la
relación y del amor, pueden dolorosamente realizar gestos que la pongan en
crisis. Jesús no admite todo lo que puede llevar al naufragio de la relación.
Lo hace para confirmar el designio de Dios, en el que destacan la fuerza y la
belleza de la relación humana. La Iglesia, por una parte no se cansa
de confirmar la belleza de la familia como nos ha sido entregada por la
Escritura y la Tradición, pero al mismo tiempo se esfuerza por hacer sentir
concretamente su cercanía materna a cuantos viven la experiencia de relaciones
rotas o que siguen adelante de manera sufrida y fatigosa.
El modo de actuar de Dios mismo con su pueblo
infiel —es decir, con nosotros— nos enseña que el amor herido puede ser
sanado por Dios a través de la misericordia y el perdón. Por eso a la
Iglesia, en estas situaciones, no se le pide inmediatamente y solo la condena.
Al contrario, ante tantos dolorosos fracasos conyugales, esta se siente llamada
a vivir su presencia de amor, de caridad y de misericordia para reconducir a
Dios los corazones heridos y extraviados.
Invoquemos a la Virgen María para que ayude a los
cónyuges a vivir y renovar siempre su unión a partir del don originario de
Dios.
Francisco. Angelus. 3 de octubre
de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de la Liturgia de hoy vemos una
reacción de Jesús más bien insólita: se indigna. Y lo que más sorprende es
que su indignación no es causada por los fariseos que lo ponen a prueba con
preguntas sobre la licitud del divorcio, sino por sus discípulos que, para
protegerlo de la aglomeración de gente, riñen a algunos niños que habían
sido llevados ante Jesús. En otras palabras, el Señor no se indigna con
quienes discuten con Él, sino con quienes, para aliviarle el cansancio, alejan
de Él a los niños. ¿Por qué? Es una buena pregunta: ¿por qué el Señor hace
esto?
Recordemos —era el Evangelio de hace dos domingos—
que Jesús, realizando el gesto de abrazar a un niño, se había identificado con
los pequeños: había enseñado que precisamente los pequeños, es decir, los
que dependen de los demás, los que tienen necesidad y no pueden restituir, han
de ser servidos los primeros (cfr. Mc 9,35-37). Quien busca a Dios lo
encuentra allí, en los pequeños, en los necesitados, necesitados no solo de
bienes, sino también de cuidados y de consuelo, como los enfermos, los
humillados, los prisioneros, los inmigrantes, los presos. Allí está Él, en
los pequeños. He aquí por qué Jesús se indigna: cada afrenta hecha a un
pequeño, a un pobre, a un niño, a un indefenso, se le hace a Él.
Hoy el Señor retoma esta enseñanza y la completa.
De hecho, añade: «El que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en
él» (Mc 10,15). Esta es la novedad: el discípulo no solo debe servir a los
pequeños, sino que también ha de reconocerse pequeño él mismo. Y cada uno
de nosotros, ¿se reconoce pequeño ante Dios? Pensémoslo, nos ayudará. Saberse
pequeños, saberse necesitados de salvación, es indispensable para acoger al
Señor. Es el primer paso para abrirnos a Él. Sin embargo, a menudo nos
olvidamos de esto. En la prosperidad, en el bienestar, vivimos la ilusión de
ser autosuficientes, de bastarnos a nosotros mismos, de no tener necesidad de
Dios. Hermanos y hermanas, esto es un engaño, porque cada uno de nosotros
es un ser necesitado, pequeño. Debemos buscar nuestra propia pequeñez y
reconocerla. Y allí encontraremos a Jesús.
En la vida, reconocerse pequeño es un punto de
partida para llegar a ser grande. Si lo pensamos bien, crecemos no tanto
gracias a los éxitos y a las cosas que tenemos, sino, sobre todo, en los
momentos de lucha y de fragilidad. Ahí, en la necesidad, maduramos; ahí
abrimos el corazón a Dios, a los demás, al sentido de la vida. Abrimos los
ojos a los demás. Cuando somos pequeños abrimos los ojos al verdadero
sentido de la vida. Cuando nos sintamos pequeños ante un problema,
pequeños ante una cruz, una enfermedad, cuando experimentemos fatiga y soledad,
no nos desanimemos. Está cayendo la máscara de la superficialidad y
está resurgiendo nuestra radical fragilidad: es nuestra base común, nuestro
tesoro, porque con Dios las fragilidades no son obstáculos, sino oportunidades.
Una bella oración sería esta: “Señor, mira mis fragilidades…”; y enumerarlas
ante Él. Esta es una buena actitud ante Dios.
De hecho, precisamente en la fragilidad
descubrimos cuánto nos cuida Dios. El Evangelio de hoy dice que Jesús es
muy tierno con los pequeños: «Los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las
manos» (v. 16). Las contrariedades, las situaciones que revelan nuestra
fragilidad son ocasiones privilegiadas para experimentar su amor. Lo sabe bien
quien reza con perseverancia: en los momentos oscuros o de soledad, la
ternura de Dios hacia nosotros se hace —por así decir— aún más presente.
Cuando somos pequeños, sentimos más la ternura de Dios. Esta ternura nos da
paz, esta ternura nos hace crecer, porque Dios se nos acerca a su manera, que
es cercanía, compasión y ternura. Y cuando nos sentimos poca cosa —es decir,
pequeños— por cualquier motivo, el Señor se nos acerca más, lo sentimos más
cercano. Nos da paz, nos hace crecer. En la oración, el Señor nos abraza como
un papá a su niño. Así nos hacemos grandes: no con la ilusoria pretensión de
nuestra autosuficiencia —esto no hace grande a nadie—, sino con la fortaleza de
depositar en el Padre toda esperanza. Justo como hacen los pequeños, hacen así.
Pidamos hoy a la Virgen María una gracia grande, la
de la pequeñez: ser niños que se fían del Padre, seguros de que Él nunca deja
de cuidarnos.
Francisco. Catequesis.
El viaje apostólico a Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy les hablaré del viaje apostólico que realicé a
Asia y Oceanía.
Se llama “viaje apostólico” porque no es un viaje
de turismo, es un viaje para llevar la Palabra del Señor, para dar a conocer
al Señor, y también para conocer las almas de los pueblos. Y esto
es muy hermoso.
Fue Pablo VI, en 1970, el primer Papa que voló al
encuentro del sol naciente, visitando largamente Filipinas y Australia, pero
también haciendo escala en varios países asiáticos y en las islas Samoa. ¡Y fue
un viaje memorable! Porque el primero en salir del Vaticano fue San Juan XXIII,
que se fue en tren a Asís; posteriormente, San Pablo VI hizo este: ¡un viaje
memorable! También en esto, intenté seguir su ejemplo; pero como tengo algunos
años más que él, me limité a cuatro países: Indonesia, Papúa Nueva Guinea,
Timor Oriental y Singapur. ¡Doy gracias al Señor, que me permitió hacer como
Papa anciano lo que me hubiera gustado hacer como joven jesuita, ¡porque quería
ir en misión allí!
Una primera reflexión que surge espontáneamente
tras este viaje es que, al pensar en la Iglesia, todavía seguimos siendo
demasiado eurocéntricos o, como se suele decir, «occidentales». Pero en
realidad, la Iglesia es mucho más grande, mucho más grande que Roma y
Europa, mucho más grande, y – permítanme decirlo - mucho más viva en esos
países. Lo experimenté con emoción cuando conocí esas comunidades,
escuchando los testimonios de sacerdotes, monjas, laicos, especialmente
catequistas – los catequistas son los que llevan adelante la evangelización - Iglesias
que no hacen proselitismo, sino que crecen por «atracción», como decía
sabiamente Benedicto XVI.
En Indonesia, los cristianos son
aproximadamente el 10%, y los católicos el 3%, una minoría. Pero lo que
encontré fue una Iglesia viva, dinámica, capaz de vivir y transmitir el
Evangelio en un país que tiene una cultura muy noble, proclive a armonizar
la diversidad, y que al mismo tiempo cuenta con la mayor presencia de
musulmanes del mundo. En ese contexto, tuve la confirmación de cómo la
compasión es el camino por el que los cristianos pueden y deben caminar para
dar testimonio de Cristo Salvador y encontrarse al mismo tiempo con las grandes
tradiciones religiosas y culturales. En cuanto a la compasión, no olvidemos las
tres características del Señor: cercanía, misericordia y compasión. Dios es
cercano, Dios es misericordioso y Dios es compasivo. Si un cristiano no
tiene compasión, no sirve para nada. «Fe, fraternidad, compasión»
fue el lema de la visita a Indonesia: con estas palabras el Evangelio entra
cada día, concretamente, en la vida de ese pueblo, acogiéndola y dándole la
gracia de Jesús muerto y resucitado. Estas palabras son como un puente, como el
paso subterráneo que une la catedral de Yakarta con la mezquita más grande de
Asia. Allí vi que la fraternidad es el futuro, es la respuesta a la
anti-civilidad, a las tramas diabólicas del odio y de la guerra, también del
sectarismo. Existe la hermandad, la fraternidad.
Encontré la belleza de una Iglesia misionera,
“en salida”, en Papúa Nueva Guinea, un archipiélago que se extiende hacia
la inmensidad del océano Pacífico. Allí, las diferentes etnias hablan más de
ochocientas lenguas: un entorno ideal para el Espíritu Santo, al que le gusta
hacer resonar el mensaje del Amor en la sinfonía de los lenguajes. No es
uniformidad lo que hace el Espíritu Santo, es sinfonía, es armonía, Él es
el “patrón”, Él es el jefe de la armonía. Allí, de manera especial, los
protagonistas fueron y siguen siendo los misioneros y los catequistas. Me
alegró el corazón poder pasar algún tiempo con los misioneros y catequistas de
hoy; y me conmovió escuchar las canciones y la música de los jóvenes: en ellos vi
un futuro nuevo, sin violencia tribal, sin dependencias, sin colonialismo
ideológico y económico; un futuro de fraternidad y de cuidado del maravilloso
ambiente natural. Papúa Nueva Guinea puede ser un «laboratorio» de este
modelo de desarrollo integral, animado por la “levadura” del Evangelio. Porque
no hay humanidad nueva sin hombres y mujeres nuevos, y éstos sólo los hace el
Señor. Y también me gustaría mencionar mi visita a Vanimo, donde los misioneros
se encuentran entre la selva y el mar. Entran en la selva para buscar a las
tribus más escondidas…Un recuerdo precioso, éste.
La fuerza de promoción humana y social del mensaje
cristiano destaca de forma particular en la historia de Timor Oriental. Allí, la Iglesia
ha compartido el proceso de independencia con todo el pueblo, orientándolo
siempre hacia la paz y la reconciliación. No se trata de una ideologización de
la fe, no, es la fe la que se hace cultura y al mismo tiempo la ilumina, la
purifica y la eleva. Por eso relancé la fructífera relación entre fe y
cultura, en la que ya se había centrado San Juan Pablo II en su visita. Hay
que inculturar la fe y evangelizar las culturas. Fe y cultura. Pero, sobre
todo, me impresionó la belleza de ese pueblo: un pueblo probado pero alegre, un
pueblo sabio en el sufrimiento. Un pueblo que no sólo genera muchos niños -
¡había un mar de niños, tantos! – sino que les enseña a sonreír. Nunca
olvidaré la sonrisa de los niños de esa patria, de esa región. Los niños de
allí siempre sonríen, y son muchos. Ese pueblo les enseña a sonreír, y esto es
una garantía de futuro. En resumen, en Timor Oriental vi la juventud de la
Iglesia: familias, niños, jóvenes, muchos seminaristas y aspirantes a la vida
consagrada. Quisiera decir, sin exagerar, que ¡respiré «aire de primavera»!
La última etapa de este viaje fue Singapur.
Un país muy diferente de los otros tres: una ciudad-estado, muy moderna, el
polo económico y financiero de Asia y no solo. Los cristianos allí son una
minoría, pero siguen formando una Iglesia viva, comprometida a generar armonía
y fraternidad entre las diferentes etnias, culturas y religiones. Incluso
en la rica Singapur existen los «pequeños», que siguen el Evangelio y se
convierten en sal y luz, testigos de una esperanza más grande de aquella que
los beneficios económicos pueden garantizar.
Quisiera dar las gracias a estos pueblos que me han
acogido con tanto calor, con tanto amor. Quiero dar las gracias a sus
Gobiernos, que tanto han ayudado en esta visita, para que pudiera realizarse de
forma ordenada, sin problemas. Doy las gracias a todos los que han colaborado
en ello. ¡Agradezco a Dios el don de este viaje! Y renuevo mi gratitud a todos,
a todos ellos. ¡Que Dios bendiga a los pueblos que he encontrado y los guíe por
el camino de la paz y de la fraternidad!
¡Saludos a todos!
Francisco. Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El
Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza
7. «Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto. El Espíritu Santo nuestro
aliado en la lucha contra el espíritu del mal»
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Inmediatamente después de su bautismo en el Jordán, Jesús, «fue llevado
por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1) – así dice
el Evangelio de Mateo. La iniciativa no es de Satanás, sino de Dios. Al ir al
desierto, Jesús obedece a una inspiración del Espíritu Santo, no cae en una
trampa del enemigo, ¡no! Una vez superada la prueba, Él – está escrito –
regresó a Galilea «lleno del poder del Espíritu Santo» (Lc 4,14).
Jesús, en el desierto, se libró de Satanás, y ahora puede liberar de
Satanás. Esto es lo que destacan los evangelistas con los numerosos relatos de
liberación de endemoniados. Dice Jesús a sus oponentes: «Si yo expulso los
demonios por el Espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha llegado a
ustedes» (Mt 12,27).
Hoy asistimos a un extraño fenómeno relacionado con el diablo. En un cierto
nivel cultural, se cree que sencillamente no existe. Sería un símbolo del
inconsciente colectivo, o de la alienación; en definitiva, una metáfora. Pero
«el mayor ardid del diablo es hacer creer que no existe», como escribió
alguien (Charles Baudelaire). Es astuto: nos hace creer que no existe y así
lo domina todo. Es astuto. Sin embargo, nuestro mundo tecnológico y
secularizado está repleto de magos, ocultismo, espiritismo, astrólogos,
vendedores de amuletos y hechizos y, por desgracia, de verdaderas sectas
satánicas. Expulsado por la puerta, el diablo ha vuelto a entrar, podría
decirse, por la ventana. Expulsado con la fe, vuelve a entrar con la
superstición. Y si eres supersticioso, inconscientemente estás
dialogando con el diablo. Con el diablo no se dialoga.
La prueba más fuerte de la existencia de Satanás no se encuentra en los
pecadores ni en los posesos, sino en los santos. «¿Y cómo es esto, Padre?» Sí,
es cierto que el diablo está presente y activo en ciertas formas
extremas e «inhumanas» de mal y de maldad que vemos a nuestro alrededor.
Sin embargo, por esta vía es prácticamente imposible llegar, en cada
caso particular, a la certeza de que se trata efectivamente de él, ya que no
podemos saber con precisión dónde termina su acción y dónde comienza nuestra
propia maldad. Por eso, la Iglesia es muy prudente y rigurosa en el
ejercicio del exorcismo, ¡a diferencia de lo que ocurre, lamentablemente, en
ciertas películas!
Es en la vida de los santos, precisamente ahí, donde el demonio se ve
obligado a salir al descubierto, a ponerse «a contraluz». Unos más, otros menos, todos
los santos y todos los grandes creyentes dan testimonio de su lucha contra esta
oscura realidad, y no se puede suponer honestamente que todos ellos fueran
unos ilusos o meras víctimas de los prejuicios de su época.
La batalla contra el espíritu del mal se gana como la ganó Jesús en el
desierto: a golpes de la palabra de Dios: Ya ven que Jesús no dialoga
con el diablo, nunca lo hizo. Lo expulsa o lo condena, pero nunca dialoga. Y en
el desierto no responde con sus palabras, sino con la Palabra de Dios.
Hermanos, hermanas, ¡nunca dialoguen con el diablo! Cuando venga con
tentaciones: “pero estaría bien esto, estaría bien lo otro…”,
¡detente! Eleva tu corazón al Señor,
reza a la Virgen y expúlsalo como Jesús nos enseñó a expulsarlo. San
Pedro sugiere también otro medio, que Jesús no necesitaba, pero nosotros
sí, la vigilancia: «Sean sobrios, vigilen. Su enemigo, el diablo, como
león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 Pe 5,8). Y San
Pablo nos dice: «No den ocasión al diablo» (Ef 4,27).
Después de que Cristo, en la cruz, derrotara para siempre el poder del
«príncipe de este mundo» (Jn 12,31), el diablo -decía un Padre de la Iglesia-
«está atado, como un perro a una cadena; no puede morder a nadie, salvo a los
que, desafiando el peligro, se acercan a él... Puede ladrar, puede apremiar,
pero no puede morder, salvo quien lo desee»[1]. Si eres tonto y vas donde el
diablo y le dices: «¿Qué tal?», él te arruinará. ¿El diablo? ¡A distancia!
Con el diablo no se dialoga. Se le expulsa. A distancia. Y nosotros, todos
nosotros, tenemos experiencia de cómo el diablo se acerca con alguna tentación,
sobre los Diez Mandamientos. Cuando oigamos esto, ¡alto, distancia! No se
acerquen al perro encadenado.
La tecnología moderna, por ejemplo, además de muchos recursos positivos
que hay que apreciar, también ofrece innumerables medios para «dar
oportunidades al diablo», y muchos caen en su trampa. Pensemos en la
pornografía en Internet, detrás de la cual hay un mercado muy floreciente,
todos lo sabemos. Ahí trabaja el diablo. Se trata de un fenómeno
fuertemente extendido del que los cristianos deben precaverse y que deben
rechazar enérgicamente. Porque cualquier teléfono móvil tiene acceso a esta
brutalidad, a este lenguaje del diablo: la pornografía en línea.
El ser conscientes de la acción del diablo en la historia no debe
desanimarnos. El pensamiento final debe ser, también aquí, de confianza y
seguridad: “Estoy con el Señor, vete”. Cristo ha vencido al diablo y
nos ha dado el Espíritu Santo para hacer nuestra su victoria. La misma acción
del enemigo puede volverse a nuestro favor si, con la ayuda de Dios, la ponemos
al servicio de nuestra purificación. Pidamos, pues, al Espíritu Santo, con las
palabras del himno Veni Creator:
«Aleja de nosotros al enemigo
danos pronto la paz.
Se nuestro guía
para que evitemos todo mal».
Tengan cuidado, porque el diablo es astuto. Pero nosotros los
cristianos, con la gracia de Dios, somos más astutos que él. Gracias.
[1] San César de Arlés, Discursos 121, 6: CC 103, p. 507.
MISA DE NIÑOS. 18º T.O.
Monición de entrada.
Buenos días:
Este domingo es diferente a los otros domingos, porque
estamos las niñas y niños de catequesis para comenzar el curso.
En él no vamos a olvidarnos de los pobres, porque la
familia de Jesús, que es la Iglesia, es la Iglesia pobre y la Iglesia de los
pobres.
Y esto es una de las cosas que aprenderemos este curso:
que Jesús fue pobre y quiso mucho a los pobres y a los niños.
Señor, ten
piedad.
Ayúdanos a no querer tener todo lo que nos gusta. Señor,
ten piedad.
Ayúdanos a preocuparnos por nuestras abuelas y abuelos.
Cristo, ten piedad.
Ayúdanos a dejar las cosas a los amigos, hermanos y
primos. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco, para que siga enseñándonos a ser
amigos de Jesús. Te lo pedimos Señor.
-Por la Iglesia, para nos enseñe que la felicidad no está
en tener cosas sino en tener a Dios y tener personas que queremos y nos quieren.
Te lo pedimos Señor.
-Por los que tienen mucho dinero, para que ayuden a los
que tienen poco dinero. Te lo pedimos, Señor.
-Por los pobres, para que les ayudemos. Te lo pedimos,
Señor.
-Por nosotros, para que seamos más felices en dar que en
tener cosas. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.
También te damos gracias por el comienzo del curso. Y te pedimos que
estés en nuestro corazón todos los días.
ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA Y
PARROQUIAS DE CORBERA, FAVARA Y LLAURÍ. DOMINGO
XXVII T.O.
EXPERIENCIA.
Comienza con la señal
de la cruz, tomando conciencia de hallarte en la presencia de Dios.
¿Cuáles han sido los
mejores momentos de tu vida? ¿Con quién estabas?
Seguramente estos están
relacionados con tu familia, tu infancia y las personas de tu entorno familiar
que te rodearon.
Reza por ellos y
agradece a Dios haber vivido las escenas evocadas con ellos.
Mira el vídeo publicado
por la Editorial Verbo Divino:
https://www.youtube.com/watch?v=hEduqaBx25I
¿Quiénes son los
protagonistas? ¿Cómo se relacionan entre ellos? ¿Qué es lo que les une?
REFLEXIÓN.
Lectio.
Toma la Biblia y lee el
evangelio de este domingo:
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 10, 2-16.
En aquel tiempo, acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús
para ponerlo a prueba:
-¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?
Él les replicó:
-¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron:
-Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.
Jesús les dijo:
-Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este
precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por
eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los
dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que
Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él
les dijo:
-Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio
contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete
adulterio.
Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos
los regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
-Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de
los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no
reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.
Ante la pregunta trampa de los
fariseos, quienes estaban imbuidos por una mentalidad machista, donde la mujer,
según la legislación judía, podía ser repudiada por el mero motivo de que el
marido encontrase en ella algo que no le gustase (el derecho romano ampliaba el
divorcio a la mujer, quien podía separarse de su esposo), Jesús responde
remontándose al origen, cuando el ser humano no estaba herido por el pecado
original.
Imagina la escena, esta se
desarrolla en el espacio público, al principio, e íntimo, al final. Toma la
mirada de uno de los apóstoles.
Meditatio.
¿Qué dice el texto? ¿Tus
actitudes a quiénes se asemejan: a los fariseos, los discípulos o del niño que
vive en total disponibilidad hacia los demás?
¿Cómo te ayuda este evangelio
en tus relaciones familiares?
Repite en silencio durante unos
minutos una de las frases que más ha tocado tu corazón.
Oratio.
Mantén un diálogo con Jesús
presentándole tu opinión o aquello que el corazón te indique. Él siempre te
escucha.
COMPROMISO.
Todos los días al levantarte, al acostarte o
durante la jornada, dedica un tiempo a rezar por tus familiares más cercano,
agradeciendo a Jesús tenerlos cerca o haberlos tenido cerca, pidiendo por
necesidades particulares de ellos y perdón si durante la jornada te has
enfadado con algún miembro de tu familia o le has correspondido con la
indiferencia, la invisibilidad.
CELEBRACIÓN.
Escucha
la canción de José Luis Perales Por amor.
https://www.youtube.com/watch?v=Ln3Nlhf1grE
BIBLIOGRAFÍA.
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal
Española. BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
Biblia
del Peregrino. Edición de Luis Alonso Schökel. EGA-Mensajero.
Bilbao. 1995.
Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego
de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.
Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia
Católica. BAC. Madrid. 2016.
Secretariado Nacional de Liturgia. Libro de
la Sede. Primera
edición: 1983. Coeditores Litúrgicos. Barcelona. 2004.
Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios
de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio
Agustiniano. Valladolid. 1986.
Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por
los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 2. Evangelio según san Marcos. Ciudad
Nueva. Madrid. 2009.
San Juan de Ávila. Obras Completas i. Audi, filia – Pláticas –
Tratados. BAC. Madrid. 2015.
San Juan
de Ávila. Obras Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma –
Tratados y escritos menores. BAC.
Madrid. 2013.
San Juan de Ávila. Obras Completas III.
Sermones. BAC. Madrid. 2015.
San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.
http://www.vatican.va/content/vatican/es.htmlTrinidad. Reza el Padrenuestro mirándolo.
[1] Aposición: Construcción
en la que un sustantivo o un grupo nominal sigue inmediatamente a otro elemento
de la misma clase con el que forma una unidad sintáctica; p. ej.: Madrid,
capital de España; mi amigo, el tendero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario