miércoles, 19 de febrero de 2025

247. Domingo 7º T. Ordinario. 23 de febrero de 2025.

 


Primera lectura.

Lectura del primer libro de Samuel 26, 2.7-9.12-13.22-23.

En aquellos días, Saúl emprendió la bajada al desierto de Zif, llevando tres mil hombres escogidos de Israel, para buscar a David allí. David y Abisay llegaron de noche junto a la tropa. Saúl dormía, acostado en el cercado, con la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa dormían en torno a él. Abisay dijo a David:

-Dios pone hoy al enemigo en tu mano. Déjame que lo clave de un golpe con la lanza en la tierra. No tendré que repetir.

David respondió:

-No acabes con él, pues ¿quién ha extendido su mano contra el ungido del Señor y ha quedado impune?

David cogió la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se dio cuenta, ni se despertó. Todos dormían, porque el Señor había hecho caer sobre ellos un sueño profundo. David cruzó al otro lado y se puso en pie sobre la cima de la montaña, lejos, manteniendo una gran distancia entre ellos, y gritó:

-Aquí está la lanza del rey. Venga por ella uno de sus servidores. Y que el Señor pague a cada uno según su justicia y su fidelidad. Él te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor.

 

Textos paralelos.

 Hoy ha copado Dios a tu enemigo.

1 Sam 18, 11: Saúl llevaba la lanza en el manto y la arrojó, intentando clavar a David en la pared, pero David la esquivó dos veces.

1 Sam 19, 10: El cual intentó clavar a David en la pared con la lanza, pero David la esquivó. Saúl clavó la lanza en la pared y David se salvó huyendo.

No tendré que repetir.

1 Sam 24, 7: Pero él les respondió: ¡Dios me libre de hacer eso a mi señor, el ungido del Señor, extender la mano contra él! ¡Es el ungido del Señor!

No lo mates.

1 Sam 9, 26: Al despuntar el sol, Samuel fue a la azotea a llamarlo: Levántate, que te despida.

1 Sam 10, 1a: Tomó la aceitera, derramó aceite sobre la cabeza de Saúl y lo besó.

Nadie se despertó. Todos dormían.

Gn 2, 21: Entonces el señor Dios echó sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y creció carne desde dentro.

Se había abatido sobre ellos el sopor profundo de Yahvé.

1 Sam 14, 12: Luego dijeron a Jonatán y a su escudero: Subid acá, que os contamos una cosa. Jonatán ordenó entonces a su escudero: Sube detrás de mí, que el Señor se los entrega a Israel.

Yahvé pagará a cada uno según su justicia y su fidelidad.

Sal 7, 9: El Señor es juez de los pueblos. Júzgame, Señor, según mi justicia, según mi honradez, a mi favor.

Sam 18, 21: El Señor me pagó mi rectitud, retribuyó la pureza de mis manos.

 

Notas exegéticas.

26 El relato de este capítulo es muy parecido al del cap. 24. Se trata o de sucesos similares, moldeados de forma idéntica por la tradición oral y luego escrita, o bien, con mayor probabilidad, de un duplicado, dos formas paralelas de referir la generosidad de David y su respeto religioso del carácter sagrado del rey, “el ungido de Yahvé”.

26 13 A la otra vertiente del valle.

 

Salmo responsorial

Salmo 103 (102), 1b-4.8-10.12-13.

 

El Señor es compasivo y misericordioso. R/.

Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios. R/.

 

Él perdona todas tus culpas

y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa,

y te colma de gracia y de ternura. R/.

 

El Señor es compasivo y misericordioso,

lento a la ira y rico en clemencia.

No nos trata como merecen nuestros pecados

ni nos paga según nuestras culpas. R/.

 

Como dista el oriente del ocaso,

así aleja de nosotros nuestros delitos.

Como un padre siente ternura por sus hijos,

siente el Señor ternura por los que lo temen. R/.

 

 

Textos paralelos.

El que tus culpas perdona.

Ex 15, 26: Si obedecéis al Señor, vuestro Dios, haciendo lo que él aprueba, escuchando sus mandatos y cumpliendo sus leyes, no os enviaré las enfermedades que he enviado a los egipcios, porque yo soy el Señor, que te cura.

Que cura todas tus dolencias.

Sal 41, 4: El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor, volcará la camilla de su enfermedad.

Rescata tu vida de la fosa.

Jb 42, 10: Cuando Job intercedió por sus compañeros, el Señor cambió su suerte y duplicó todas sus posesiones.

Yahvé es clemente y misericordioso.

Ex 34, 6-7: El Señor pasó ante él proclamando: el Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos.

Sal 86, 15: Pero tú, Dueño mío, Dios compasivo y piadoso, paciente, misericordioso y fiel.

Sal 145, 8: El Señor es clemente y compasivo, paciente y misericordioso.

Ni para siempre guarda rencor.

Jr 3, 12: Ve y proclama este mensaje hacia el norte: Vuelve, Israel, apóstata – oráculo del Señor –, que no os pondré mala cara, porque soy leal y no guardo rencor eterno – oráculo del Señor.

Is 57, 16: No estaré en pleito perpetuo ni me irritaré por siempre, porque ante mí sucumbirán el espíritu y el aliento que yo he creado.

No nos trata según nuestros yerros.

Jon 4, 2: ¡Ah Señor, ya me lo decía yo cuando estaba en mi tierra! Por algo me adelanté a huir a Tarsis; porque sé que eres “un Dios compasivo y clemente, paciente y misericordioso”, que te arrepientes de las amenazas.

Ni nos paga según nuestras culpas.

Jl 2, 13: Rasgad los corazones y no los vestidos; convertíos al Señor Dios vuestro; que es compasivo y clemente, paciente y misericordioso, y se arrepiente de las amenazas.

Así es tierno con sus adeptos.

Sal 145, 9-10: El Señor es clemente y compasivo, paciente y misericordioso. El Señor es bueno con todos, se compadece de todas sus criaturas.

 

Notas exegéticas.

103 8 Son los atributos del nombre de Yahvé, revelados a Moisés, que todo el salmo desarrolla acentuando la misericordia y la bondad y preparando así 1 Jn 4, 8.

103 11 “adeptos”, lit. “quienes le temen”.

 

Segunda lectura.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 45-49.

Hermanos:

El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante. Pero no fue primero lo espiritual. El primer hombre, que proviene de la tierra, es terrenal; el segundo hombre es del cielo. Como el hombre terrenal, así son los de la tierra; como el celestial, así son los del cielo. Y lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del hombre celestial.

 

Textos paralelos.

 En efecto, así como dice la Escritura: La primera persona, Adán, fue hecho alma viviente.

Gn 2, 7: Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.

1 Co 15, 20-28:

La primera persona, salida de la tierra, es terrestre.

Dn 7, 13: Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él.

Jn 3, 13: Nadie ha subido al cielo sino es el que bajó del cielo: este Hombre.

Hemos llevado la imagen terrestre.

Flp 3, 21: El cual transformará nuestro cuerpo humilde en la forma de su cuerpo glorioso, con la eficacia con que puede someterse a todo.

Rm 8, 29: A los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él el primogénito de muchos hermanos.

 

Notas exegéticas.

15 45 Es decir, un ser dotado de vida por su psychê, pero de una vida puramente natural, y sometido a las leyes del desgaste y de la corrupción.

15 49 Var.: “ojalá podamos llevar”.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 27-38.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros.

 

Textos paralelos.

Amad a vuestros enemigos.

Mt 5, 44: Pues os digo: Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen.

Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra.

Mt 5, 39-40: Pues yo os digo que no opongáis resistencia al malvado. Antes bien, si uno te da un bofetón en la mejilla derecha, ofrécele la izquierda. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también el manto.

Al que tome de lo tuyo, no se lo reclames.

Mt 5, 42: Da a quien te pide y no rechaces a quien te pide prestado.

Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.

Lc 12, 33: Vended vuestros bienes y dad limosna. Procuraos bolsas que no envejezcan, un tesoro inagotable en el cielo, donde los ladrones no llegan ni los roe la polilla.

Mt 7, 12: Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros. En eso consiste la ley y los profetas.

Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?

Tb 4, 15: Ni hagas a otro lo que a ti no te agrada. No bebas hasta embriagarte, que la embriaguez no te acompañe en el camino.

Mt 5, 46: Si amáis solo a los que os aman, ¿qué premio merecéis? También lo hacen los recaudadores.

¿Qué mérito tenéis?

Lc 14, 12-14: Al que lo había invitado le dijo: Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos ricos; porque ellos a su vez te invitarán y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque no pueden pagarte, pues te pagarán cuando resuciten los justos.

Él es bueno con los desagradecidos y perversos.

Mt 5, 45: Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos.

Si 4, 11: La sabiduría instruye a sus hijos, estimula a los que la comprenden.

Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.

Ex 34, 6-7: El Señor pasó ante él proclamando: el Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos.

Mt 7, 1: No juzguéis y no seréis juzgados.

Rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos.

Mt 7, 2: La medida que uséis para medir la usarán con vosotros.

Mc 4, 24: Cuidado con lo que oís: la medida con que midáis la usarán con vosotros con creces.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

6 31 Mt 7, 12 dice que se trata de la Ley y los Profetas, e.d., del resumen de la revelación del AT. Lc abandona esta fórmula, pues para él la Ley y los Profetas son esencialmente profecías relativas a Jesús.

6 33 Este término genérico y moral (agathopoteo) reemplaza en Lc al saludo oriental de Mt 5, 47.

6 36 Mientras en Mt 5, 48 dice “perfecto” conforme al vocabulario legalista judío. Lc define a Dios como “compasivo”. Se trata de una expresión tradicional del AT (Ex 34, 6; Dt 4, 31; Sal 78, 38, etc.) y podría ser el término original usado por Jesús. Representa bien la idea de toda la sección (vv. 36-42).

6 37 En estas frases, las formas pasivas expresan el juicio de Dios.

6 38 (a) En los pliegues de la túnica o del manto, doblado hasta la cintura, que servían de bolso o de alforja para las provisiones. Ver Rt 3, 15.

6 38 (b) Este término (gar) falta en algunos testigos textuales.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

27-49 Lc parece combinar varias fuentes; o conoció el texto de Mt 5-7, o suprimió lo que en Mt tiene color judío, para quedarse con lo más universal.

32-34 MÉRITO (lit. gracia, en el sentido de agradecimiento): casi sinónimo, aquí, de “derecho a ser recompensados”, “recompensa” (cf. Mt 5, 46. Jesús vendría a decir: “¿Qué gracia o favor divino merecéis a cambio de eso?”.

36 Lc concreta la “perfección” (cf. Mt 5, 46) que pide Jesús. Hay otras sentencias semejantes en la literatura judía, p.ej., esta del TjI a Lv 22, 38: “Hijos de Israel: como nuestro Padre es misericordioso en los cielos, así sed vosotros misericordiosos en la tierra”.

 

Notas exegéticas de la Biblia Didajé.

6, 27-38 La enseñanza central del ministerio de Cristo es lo que comúnmente se llama la regla de oro y es una extensión del Shemá (Dt 6, 4-9); es una llamada a un amor incondicional a nuestros enemigos y a una generosidad desinteresada hacia aquellos que están en necesidad. Cat. 1789, 1970, 2510.

6, 28 Una bendición es un ejemplo sacramental, acto piadoso que no dispensa la gracia pero nos propone a recibirla. Cualquier cristiano bautizado puede otorgar una bendición, pero las bendiciones vinculadas a los sacramentos se reservan generalmente a los obispos, sacerdotes y diáconos. Cat. 1669-1670.

6, 35 Hijos del Altísimo: del mismo modo que los padres humanos transferían rasgos físicos a sus hijos, aquellos que son fieles a las palabras de Cristo reflejan el amor y la misericordia de Jesucristo, Hijo de Dios hecho carne. Cat. 1303.

6, 36 Cristo utiliza, de fondo, una referencia del Antiguo Testamento que aquí sirve para definir la santidad de Dios (Lv 19, 2). Con ello define la santidad divina en términos de misericordia. Cristo manda a sus fieles ser misericordiosos, según el ejemplo del Padre que perdona nuestros pecados. Cat. 1457-1458, 2842.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

1789 Decidir en conciencia: en todos los casos son aplicables algunas reglas: Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien; la “regla de oro”: “Todo (…) cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros” (Mt 7, 12; Lc 6, 31; Tb 4, 15); la caridad debe actuar con respeto hacia el prójimo y hacia su conciencia: “Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, pecáis contra Cristo” (1 Co 8, 12). “Lo bueno es (…) no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad” (Rm 14, 21).

1970 La ley evangélica entraña la elección decisiva entre los dos caminos y la práctica de las palabras del Señor, está resumida en la regla de oro: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque esta es la ley y los profetas” (Mt 7, 12; Lc 6, 31). Toda la Ley evangélica está contenida en el “mandamiento nuevo” de Jesús: amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado (cf. Jn 14, 12).

2510 La regla de oro ayuda a discernir en las situaciones concretas si conviene o no revelar la verdad a quien la pide.

2842 Este “como” (nosotros perdonamos a los que nos ofenden) no es el único en la enseñanza de Jesús: “Sed perfectos ·como· es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48); “Sed misericordiosos, “como” vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36); “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis también vosotros los unos a los otros “ (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida “del fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia y en el amor de nuestro Dios. Solo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús. Así, la unidad del perdón se hace posible, “perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo” (Ef 4, 32).

 

Notas exegéticas Biblia del Peregrino

4, 16-30 Jesús se ajusta al ritual y lee la perícopa señalada: Is 61, 1-2 según la versión griega, con un verso sustituido por 58, 6 y con el verso final suprimido. Jesús no lee sin más un texto casual de la Escritura. A la enseñanza polémica de Jesús, citando a Elías y Eliseo como taumaturgos al servicio de los paganos (1 Re17, 1-7; 2 Re 5, 1-27) responde ya la indignación de los paisanos. Si Jesús no acredita su pretensión con un milagro, es usurpador del título mesiánico y merece la muerte.


Concilio Vaticano II.

Nuestro respeto y amor deben extenderse también a aquellos que en materia social, política e incluso religiosa sienten y actúan de modo diferente al nuestro; y cuanto más íntimamente comprendamos con humanidad y amor su manera de pensar, más fácilmente podremos dialogar con ellos.

Ciertamente, este amor y esta benignidad no deben de ninguna manera hacernos indiferentes ante la verdad y el bien. Más aún, la caridad misma urge a los discípulos de Cristo a anunciar a todos los hombres la verdad salvífica. Pero conviene distinguir entre el error que debe ser rechazado siempre, y el que yerra; este continúa conservando la dignidad de persona, incluso cuando está contaminado por nociones religiosas falsas o poco exactas (cf. S. Juan XXIII, Encíclica Pacem in terris). Dios es el único juez y el único que conoce los corazones: de ahí que nos prohíba juzgar la culpabilidad interna de nadie (cf. Lc 6, 37-38; Mt 7, 1-2; Rm 2, 1-11).

La doctrina de Cristo pide que perdonemos también las injurias y extiende a todos los enemigos el precepto del amor, que es el mandamiento de la Nueva Ley: “Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian” (Mt 5, 43-44).

Constitución Gaudium et spes, 28.

 

Comentarios de los Santos Padres.

La Ley prescribe la venganza de la injuria (cf. Ex 21, 23-36); el Evangelio ofrece la caridad a las enemistades, la benignidad a los odios, los buenos deseos a las maldiciones, la ayuda a los perseguidores, la paciencia y el favor del beneficio a los hambrientos. El atleta es más perfecto si no siente la injuria.

Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 5, 73. III, pg. 168.

Se refiere a la compasión, muy relacionada con las buenas disposiciones ya mencionadas. En efecto, es una virtud importantísima, muy admirada por Dios y muy conveniente a las almas piadosas. “Sed misericordiosos como vuestro Padre (celestial) es misericordioso.

Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 6, 38. III, Pg. 170.

El que tiene dominio sobre sí mismo no mira los pecados de los demás y no se ocupa en ver qué hay de malo en el amigo, sino que medita en sus propias malas acciones.

Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 6, 37. III, pg. 171.

“Perdonad, y se os perdonará; dad, y se os dará”. Estas son las dos alas de la oración con las que se vuela hacia Dios: perdonar al culpable su delito y dar al necesitado.

Agustín, Sermón 205, 3. III, pg. 171.

Pensad en los pobres. Os lo digo a todos: dad limosnas hermanos míos; dadlas, que no perdéis. Creed a Dios. No os digo solo que no perdéis nada de lo que dáis a los pobres; os digo más; no solo no perdéis eso, sino que no perdéis todo lo demás. Ya veremos si hoy sois causa de alegría para los pobres; vosotros sois sus graneros, para que Dios os dé con qué dar y os perdone vuestros posibles pecados.

Agustín, Sermón 375 A, 3. III, pg. 172.

Con mano generosa recibiremos la recompensa de Dios, quien reparte todo con abundancia a los que le aman.

Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 6, 38. III, pg. 172.

 

San Agustín

Añadamos a nuestras oraciones la limosna y el ayuno, cual alas de piedad con que puedan llegar más fácilmente a Dios. A partir de ahí puede comprender la mente cristiana cuán lejos debe mantenerse de robar lo ajeno, si advierte que es una especie de robo el no dar al necesitado lo que sobra. Dad y se os dará, perdonad y seréis perdonados (Lc 6, 37-38). Entregémonos con fervor a estos dos modos de limosna: el dar y el perdonar.  (…) Por tanto, no despreciemos a nuestro Dios necesitado en la persona del pobre, para que cuando nos sintamos necesitados, nos saciemos en quien es rico. Se nos presentan personas necesitadas, y también nosotros lo somos; demos, pues, para recibir.

Sermón 206, 2. II, pgs. 843-844.

 

San Juan de Ávila

Y habéis de saber que estos soberbios, unas veces lo son para consigo solos, y otras, despreciando a los prójimos, por verlos faltos en la virtud y especialmente en la castidad. Mas, ¡oh Señor, y cuán de verdad mirarás con ojos airados aqueste delicto! ¡Y cuán desgraciadas te son las gracias que el fariseo te daba, diciendo: No soy malo como los otros hombres, ni adúltero, ni robador, como es aquel arrendador que allí está ¡ (Lc 18, 11). No lo dejas, Señor, sin castigo; castigado, y muy reciamente, con dejar caer al que estaba en pie, en pena de su pecado, y levantas al caído por satisfacerle su agravio. Sentencia tuya es, y muy bien la guardas: No queráis condenar, y no seréis condenados (Lc 6, 37). Y: Con la misma medida que midiéredes seréis medidos, y quien se ensalza será abajado (Mt 7, 2; 23,12). Y mandaste decir tú parte al que desprecia a su prójimo: ¡Ay de ti que desprecias, porque serás despreciado! (cf. Is 33, 1). ¡Oh, cuántos han visto mis ojos castigados con esta sentencia, que nunca habían entendido cuánto aborrece Dios aqueste pecado hasta que se vieron caídos en lo que de otros juzgaron, y aun en cosas peores! “En tres cosas – dijo un viejo de los pasados – juzgué a mis prójimos, y en todas he caído”.

Audia, filia (II), cap. 12. OC I, pg. 564-565.

Sí, que de eso se espantaba Isaías, cuando decía: ¿Dónde están tus entrañas de misericordia? (Is 63, 15; trad. editor). En testo quiere Dios que le parezcamos: en tener entrañas de misericordia. Y así nos dice: Quered bien a vuestros enemigos; hacé bien a quien os hace mal, y orá por los que os persiguen y calunian: para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, y hace salir su sol sobre buenos y sobre malos, y llueve sobre justos e injustos (Mt 5, 45-45, 48). San Lucas: Sed perfectos, así como vuestro Padre es perfecto. Sed misericordiosos, a semejanza de vuestro Padre, que está en los cielos (Lc 6, 36). Tened misericordia, a semejanza de vuestro Padre, que llueve en el campo malo y da sol en la heredad del malo. Para convidallo a ser bueno, viendo que tiene Dios que, aunque le ofende, le hace mercedes.

Lecciones sobre 1 San Juan (I), 22. OC II, pg. 319.

Cuando quisiéredes alcanzar alguna cosa de Dios, para que os la pueda negar, conjuradle: Por aquellas entrañas de misericordia, Señor, que te trujeron al mundo, me otorga esto. Pues en estas entrañas de misericordia, quiere Dios que le parezcamos, y ansí nos lo manda: Ego autem dico vobis: Diligite inimicos vestros, benefacite his qui oderunt vos, et orate pro persequentibus et calumniatibus vos, ut sitis filii Patris vestre, qui solem suum (Mt 5, 44-45). Para que seáis sus hijos, y le parezcáis a vuestro Padre Celestial; que eso es ser hijos, parecerle. Y San Lucas: Estote ego misericordes, sicut Pater vester misericors est (Lc 6, 36).

Lecciones sobre 1 San Juan (II). OC II, pg. 445.

Si algunos les predicaban la palabra de Dios con aquella entereza que ella pide: Estote misericordes, sicut Pater vester misericors est (Lc 6, 36); buscad su santo contentamiento; huid de dalle enojos grandes y chicos; sentid de los cristianos como de vuestros proprios hermanos y como miembros de vuestro cuerpo; tened todos uno y ánima una; amaos unos a otros como Cristo os amó; imitadle en sus virtudes y desprecio del mundo.

Causas y remedios de las herejías, 12. OC II, pg. 534.

Cincuenta mil enojos que te hagan, tantos has de perdonar. ¡Bendito sea Dios y bendita sea tal ley, tan llena de amor! Mas adelante ha de ir tu paciencia que tu malicia; antes se ha de cansar el otro de hacerte mal que tú de sufrillo. Si te hirieren en el un carrillo, vuelve el otro (Lc 6, 29). Si te hicieren algún mal, sufre aquel mal y ten paciencia para recebir otro. Si viniere, siempre vaya tu paciencia delante de tu maldad. – Señor, recia ley es ésa. ¿Habemos de ser de piedra? ¿No terné licencia de vengar, siquiera a cabo de cien enojos? - ¿Paréceos recia ley? ¿Queréis que no se guarde? (El injuriado dirá que sí). Si os parece recia, oíd: Semejante es el reino de los cielos a un rey, etc. Porque no se olvide, y porque le conviene a Cristo, lo dice por una parábola, que es como conseja y de dentro lleva grandes misterios.

Sermón. Domingo 21 después de Pentecostés. OC III, pgs. 299-300.

Aquí cumplió Él a la letra lo que Él había mandado: El que te hiere en el carrillo, vuélvele el otro (Lc 6, 29). Anda, pues, hermano mío, vete al Santísimo Sacramento, vete a Jesucristo crucificado, vete a morar a las cuevas de la piedra (Ct 2, 14), vete a meter las llagas de Cristo, y todos cuantos trabajos hay te parecerán pocos.

Sermón. Santísimo Sacramento. OC III, pg. 621.

Mis ovejas, dice el Señor, oyen mi voz. ¿Pensáis que sois ovejas de Dios no oyendo a Dios? Vengáisos por una parte, estáis en vuestras enemistades, y por otra parte decís: recemos un poco. No sois ovejas de Dios, andáis de un rebaño en otro, no oiréis la voz del Señor, y no la oyendo, no sois de Él; no conoce. Él a la oveja que solo oye la palabra, porque aquella palabra le aplace a él. Amar a vuestros amigos, haced bien a quien os hace bien, no es eso ser oveja de Jesucristo, eso quienquiera lo hace (Mt 5,4; Lc 6, 33). Si yo quiero bien a Pedro, y él me quiere bien, pocas gracias. Amar a vuestros enemigos, amar y querer bien a quien os quiere mal (Lc 6, 27ss.), esto es ser oveja de Jesucristo.

Sermón. Miércoles de la semana de Pasión. OC III, pg. 210.

Dice San Pablo que los que según la carne viven no pueden agradar a Dios. ¿Para qué queréis vivir, si no habéis de agradar a Dios, pues más vale agradar a Dios con muerte y trabajos que vivir, con cuantos bienes hay, en su desgracia? ¿Traéis bestia de malquerencia? Mostradla acá, y matarla he: Si no perdonáredes las injurias, ni vuestro Padre perdonará vuestros pecados (cf. Mt 6, 15). Y en otra parte dice: Perdonad, y perdonaros han (Lc 6, 37). Si alguno trae lo ajeno, San Agustín dice que no se perdona el pecado si no se restituye lo tomado.

Sermón. Purificación de Nuestra Señora. OC III, pg. 861.

 

San Oscar Romero.

La justicia de Dios es liberación del hombre. De su pecado, en primer lugar, para capacitarlo a hacer la ley de Dios. Sólo el hombre que se ha liberado del pecado, y que trata de santificarse en el cumplimiento de la ley de Dios, sólo ése tiene derecho a hablar de una auténtica liberación. Homilía, 4 junio 1978.

 

Francisco. Angelus. 24 de febrero de 2019.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (cf. Lc 6, 27-38) se refiere a un punto central y característico de la vida cristiana: el amor por los enemigos. Las palabras de Jesús son claras: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen» (versículos 27-28) ). Y esto no es una opción, es un mandato. No es para todos, sino para los discípulos, que Jesús llama “a los que me escucháis”. Él sabe muy bien que amar a los enemigos va más allá de nuestras posibilidades, pero para esto se hizo hombre: no para dejarnos así como somos, sino para transformarnos en hombres y mujeres capaces de un amor más grande, el de su Padre y el nuestro. Este es el amor que Jesús da a quienes lo “escuchan”. ¡Y entonces se hace posible! Con él, gracias a su amor, a su Espíritu, también podemos amar a quienes no nos aman, incluso a quienes nos hacen daño.

De este modo, Jesús quiere que en cada corazón el amor de Dios triunfe sobre el odio y el rencor. La lógica del amor, que culmina en la Cruz de Cristo, es la señal distintiva del cristiano y nos lleva a salir al encuentro de todos con un corazón de hermanos. Pero, ¿cómo es posible superar el instinto humano y la ley mundana de la represalia? La respuesta la da Jesús en la misma página del Evangelio: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (vers. 36). Quien escucha a Jesús, quien se esfuerza por seguirlo aunque cueste, se convierte en hijo de Dios y comienza a parecerse realmente al Padre que está en el cielo. Nos volvemos capaces de cosas que nunca hubiéramos pensado que podríamos decir o hacer, y de las cuales nos habríamos avergonzado, pero que ahora nos dan alegría y paz. Ya no necesitamos ser violentos, con palabras y gestos; nos descubrimos capaces de ternura y bondad; y sentimos que todo esto no viene de nosotros sino de Él, y por lo tanto no nos jactamos de ello, sino que estamos agradecidos.

No hay nada más grande y más fecundo que el amor: confiere a la persona toda su dignidad, mientras que, por el contrario, el odio y la venganza la disminuyen, desfigurando la belleza de la criatura hecha a imagen de Dios.

Este mandato, de responder al insulto y al mal con el amor, ha generado una nueva cultura en el mundo: la «cultura de la misericordia —¡debemos aprenderla bien! Y practicarla bien esta cultura de la misericordia—, que da vida a una verdadera revolución» (Cart. Ap. Misericordia et misera, 20). Es la revolución del amor, cuyos protagonistas son los mártires de todos los tiempos. Y Jesús nos asegura que nuestro comportamiento, marcado por el amor por aquellos que nos han hecho daño, no será en vano. Él dice: «Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará [...] porque con la medida con que midáis, se os medirá» (vers. 37-38). Esto es hermoso. Será algo hermoso que Dios nos dará si somos generosos, misericordiosos. Debemos perdonar porque Dios nos ha perdonado y él siempre nos perdona. Si no perdonamos completamente, no podemos pretender ser completamente perdonados. En cambio, si nuestros corazones se abren a la misericordia, si el perdón se sella con un abrazo fraternal y los lazos de comunión se fortalecen, proclamamos ante el mundo que es posible vencer el mal con el bien. A veces es más fácil para nosotros recordar las injusticias que hemos sufrido y el mal que nos han hecho y no las cosas buenas; hasta el punto de que hay personas que tienen este hábito y se convierte en una enfermedad. Son “coleccionistas de injusticias”: solo recuerdan las cosas malas que les han hecho. Y este no es el camino. Tenemos que hacer lo contrario, dice Jesús. Recordar las cosas buenas, y cuando alguien viene con una habladuría y habla mal de otro, decir: “Sí, quizás... pero tiene esto de bueno...”. Invertir el discurso. Esta es la revolución de la misericordia.

Que la Virgen María nos ayude a dejarnos tocar el corazón con esta santa palabra de Jesús, ardiente como fuego, que nos transforma y nos hace capaces de hacer el bien sin querer nada a cambio, hacer el bien sin querer nada a cambio, testimoniando en todas partes la victoria del amor.

 

Francisco. Angelus. 20 de febrero de 2022

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de la Liturgia de hoy Jesús da a sus discípulos algunas indicaciones fundamentales de vida. El Señor se refiere a las situaciones más difíciles, las que constituyen para nosotros el banco de pruebas, las que nos ponen frente a quien es nuestro enemigo y hostil, a quien busca siempre hacernos mal. En estos casos el discípulo de Jesús está llamado a no ceder al instinto y al odio, sino a ir más allá, mucho más allá. Ir más allá del instinto, ir más allá del odio. Jesús dice: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien» (Lc 6,27). Y aún más concreto: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra» (v. 29). Cuando nosotros escuchamos esto, nos parece que el Señor pide lo imposible. Y además ¿por qué amar a los enemigos? Si no se reacciona a los prepotentes, todo abuso tiene vía libre, y esto no es justo. ¿Pero es realmente así? ¿Realmente el Señor nos pide cosas imposibles, incluso injustas? ¿Es así?

Consideremos en primer lugar ese sentido de injusticia que advertimos en el “poner la otra mejilla”. Y pensemos en Jesús. Durante la pasión, en su injusto proceso delante del sumo sacerdote, en un momento dado recibe una bofetada por parte de uno de los guardias. ¿Y Él cómo se comporta? No lo insulta, no, dice al guardia: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23). Pide cuentas del mal recibido. Poner la otra mejilla no significa sufrir en silencio, ceder a la injusticia. Jesús con su pregunta denuncia lo que es injusto. Pero lo hace sin ira, sin violencia, es más, con gentileza. No quiere desencadenar una discusión, sino desactivar el rencor, esto es importante: apagar juntos el odio y la injusticia, tratando de recuperar al hermano culpable. Esto no es fácil, pero Jesús lo hizo y nos dice que lo hagamos nosotros también. Esto es poner la otra mejilla: la mansedumbre de Jesús es una respuesta más fuerte que el golpe que recibió. Poner la otra mejilla no es el repliegue del perdedor, sino la acción de quien tiene una fuerza interior más grande. Poner la otra mejilla es vencer al mal con el bien, que abre una brecha en el corazón del enemigo, desenmascarando lo absurdo de su odio. Y esta actitud, este poner la otra mejilla, no es dictado por el cálculo o por el odio, sino por el amor. Queridos hermanos y hermanas, es el amor gratuito e inmerecido que recibimos de Jesús el que genera en el corazón un modo de hacer semejante al suyo, que rechaza toda venganza. Nosotros estamos acostumbrados a las venganzas: “Me has hecho esto, yo te haré esto otro”, o a custodiar en el corazón este rencor, rencor que hace daño, destruye la persona.

Vamos a la otra objeción: ¿es posible que una persona llegue a amar a los propios enemigos? Si dependiera solo de nosotros, sería imposible. Pero recordemos que, cuando el Señor pide algo, quiere darlo. El Señor nunca nos pide algo que Él no nos dé antes. Cuando me dice que ame a los enemigos, quiere darme la capacidad de hacerlo. Sin esa capacidad nosotros no podremos, pero Él te dice “ama al enemigo” y te da la capacidad de amar. San Agustín rezaba así —escuchad qué hermosa oración—: Señor, «da lo que mandas y manda lo que quieras» (Confesiones, X, 29.40), porque me lo has dado antes. ¿Qué pedirle? ¿Qué es lo que a Dios le complace darnos? La fuerza de amar, que no es una cosa, sino que es el Espíritu Santo. La fuerza de amar es el Espíritu Santo, y con el Espíritu de Jesús podemos responder al mal con el bien, podemos amar a quien nos hace mal. Así hacen los cristianos. ¡Qué triste es cuando personas y pueblos orgullosos de ser cristianos ven a los otros como enemigos y piensan en hacer guerra! Es muy triste.

Y nosotros, ¿tratamos de vivir las invitaciones de Jesús? Pensemos en una persona que nos ha hecho mal. Cada uno piense en una persona. Es común que hayamos sufrido el mal de alguien, pensemos en esa persona. Quizá hay rencor dentro de nosotros. Entonces, a este rencor acercamos la imagen de Jesús, manso, durante el proceso, después de la bofetada. Y luego pidamos al Espíritu Santo que actúe en nuestro corazón. Finalmente recemos por esa persona: rezar por quien nos ha hecho mal (cfr. Lc 6,28). Nosotros, cuando nos han hecho algún mal, vamos enseguida a contarlo a los otros y nos sentimos víctimas. Parémonos, y recemos al Señor por esa persona, que lo ayude, y así desaparece este sentimiento de rencor. Rezar por quien nos ha tratado mal es lo primero para transformar el mal en bien. La oración. Que la Virgen María nos ayude a ser constructores de paz hacia todos, sobre todo hacia quien es hostil con nosotros y no nos gusta.

 

Benedicto XVI. 18 de febrero de 2007.

Queridos hermanos y hermanas: 

El evangelio de este domingo contiene una de las expresiones más típicas y fuertes de la predicación de Jesús:  "Amad a vuestros enemigos" (Lc 6, 27). Está tomada del evangelio de san Lucas, pero se encuentra también en el de san Mateo (Mt 5, 44), en el contexto del discurso programático que comienza con las famosas "Bienaventuranzas". Jesús lo pronunció en Galilea, al inicio de su vida pública. Es casi un "manifiesto" presentado a todos, sobre el cual pide la adhesión de sus discípulos, proponiéndoles en términos radicales su modelo de vida.

Pero, ¿cuál es el sentido de esas palabras? ¿Por qué Jesús pide amar a los propios enemigos, o sea, un amor que excede la capacidad humana? En realidad, la propuesta de Cristo es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad. Este "plus" viene de Dios:  es su misericordia, que se ha hecho carne en Jesús y es la única que puede "desequilibrar" el mundo del mal hacia el bien, a partir del pequeño y decisivo "mundo" que es el corazón del hombre.

Con razón, esta página evangélica se considera la carta magna de la no violencia cristiana, que no consiste en rendirse ante el mal —según una falsa interpretación de "presentar la otra mejilla" (cf. Lc 6, 29)—, sino en responder al mal con el bien (cf. Rm 12, 17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia. Así, se comprende que para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad.

El amor a los enemigos constituye el núcleo de la "revolución cristiana", revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor, un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido. Este es el heroísmo de los "pequeños", que creen en el amor de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma, que comenzará el próximo miércoles con el rito de la Ceniza, es el tiempo favorable en el cual todos los cristianos son invitados a convertirse cada vez más profundamente al amor de Cristo. Pidamos a la Virgen María, dócil discípula del Redentor, que nos ayude a dejarnos conquistar sin reservas por ese amor, a aprender a amar como él nos ha amado, para ser misericordiosos como es misericordioso nuestro Padre que está en los cielos (cf. Lc 6, 36).


Francisco. Audiencia general (12-02-25). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. I. La infancia de Jesús. 5. «Les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor » (Lc 2,11). El nacimiento de Jesús y la visita de los pastores

 

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

En nuestro camino jubilar de catequesis sobre Jesús, que es nuestra esperanza, hoy nos detenemos en el acontecimiento de su nacimiento en Belén.

El Hijo de Dios entra en la historia convirtiéndose en nuestro compañero de viaje, y comienza a viajar cuando aún está en el vientre de su madre. El evangelista Lucas nos cuenta que, apenas concebido, fue desde Nazaret hasta la casa de Zacarías e Isabel; y luego, al final del embarazo, de Nazaret a Belén para el censo. María y José se vieron obligados a ir a la ciudad del rey David, donde también había nacido José. El Mesías tan esperado, el Hijo del Dios Altísimo, se deja censar, es decir, contar y registrar, como cualquier otro ciudadano. Se somete al decreto de un emperador, César Augusto, que se cree el amo de toda la tierra.

Lucas sitúa el nacimiento de Jesús en «un tiempo que se puede determinar con precisión» y en «un entorno geográfico indicado con exactitud», de modo que «lo universal y lo concreto se tocan recíprocamente» (Benedicto XVI, La infancia de Jesús, 2012, 77). Dios, que entra en la historia, no desestabiliza las estructuras del mundo, sino que quiere iluminarlas y recrearlas desde dentro.

Belén significa «casa del pan». Allí se cumplieron para María los días del parto y allí nació Jesús, Pan bajado del cielo para saciar el hambre del mundo (cf. Jn 6,51). El ángel Gabriel había anunciado el nacimiento del Rey mesiánico con el signo de la grandeza: «He aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,32-33).

Sin embargo, Jesús nace de una forma totalmente inédita para un rey. De hecho, «mientras estaban en aquel lugar, se le cumplieron los días del parto. Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en el albergue» (Lc 2,6-7). El Hijo de Dios no nace en un palacio real, sino en la parte trasera de una casa, en el espacio donde están los animales.

Lucas nos muestra así que Dios no viene al mundo con sonoras proclamas, no se manifiesta con clamor, sino que comienza su viaje en la humildad. ¿Y quiénes son los primeros testigos de este acontecimiento? Son unos pastores: hombres con poca cultura, malolientes por el contacto constante con los animales, que viven al margen de la sociedad. Sin embargo, ejercen el oficio por el que Dios mismo se da a conocer a su pueblo (cf. Gn 48,15; 49,24; Sal 23,1; 80,2; Is 40,11). Dios los elige para que sean los destinatarios de la noticia más maravillosa que jamás haya resonado en la historia: «No teman: porque les anuncio una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (Lc 2,10-12).

El lugar al que acudir para conocer al Mesías es un pesebre. Sucede, en efecto, que, después de tanta espera, «para el Salvador del mundo, para Aquel en vista del cual todo fue creado (cf. Col 1,16), no hay sitio» (Benedicto XVI, La infancia de Jesús, 2012, 80). Los pastores se enteran así de que, en un lugar muy humilde, reservado a los animales, nace para ellos el Mesías tan esperado, para ser su Salvador, su Pastor. Esta noticia abre sus corazones al asombro, a la alabanza y a la proclamación gozosa. "A diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la Encarnación» (Carta ap. Admirabile signum, 5).

Hermanos y hermanas, pidamos también nosotros la gracia de ser, como los pastores, capaces de asombro y alabanza ante Dios, y capaces de custodiar lo que Él nos ha confiado: nuestros talentos, nuestros carismas, nuestra vocación y las personas que Él pone a nuestro lado. Pidamos al Señor saber discernir en la debilidad la fuerza extraordinaria del Niño Dios, que viene para renovar el mundo y transformar nuestras vidas con su proyecto lleno de esperanza para toda la humanidad.

 

DOMINGO 8 T. O.

 

Monición de entrada.-

Jesús es la persona más buena que hay. Y nos enseña en misa a serlo.

Así a él le gusta que hablemos bien de los amigos y que no les insultemos.  Por eso en esta misa nos va ayudar a ser como él, muy buenos niños.

 

Señor, ten piedad.

Por las veces que no somos buenos. Señor, ten piedad.

Por las veces que hablamos mal de los amigos. Cristo ten piedad.

Por las veces que nos burlamos de los amigos.  Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Por el papa Francisco, que nos enseña a no hablar mal de los demás .   Te lo pedimos, Señor.

Por las personas que nos enseñan a ser educados Te lo pedimos, Señor.

Por las personas que sufren las malas palabras de los que están cerca de ellas.  Te lo pedimos, Señor.

Por los árboles de los campos, que nos dan naranjas, caquis, melocotones y aceitunas. Te lo pedimos, Señor.

Por nosotros, que a veces contestamos a los mayores. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias.

Virgen María, gracias por que como nuestras madres eres un ejemplo para nosotros y como ellas nos escuchas y nos ayudas a escuchar a Jesús.

 

ORACIÓN JUNIORS CORBERA.

 

EXPERIENCIA.

Coloca las manos en tu corazón, cierra los ojos y siente su latido.

Con los ojos cerrados sígnate en la frente, los labios y el pecho.

Pide a Jesús te conceda el Espíritu Santo para que tu mente se abra a la escucha, tus labios al diálogo con él y tu corazón a la acción.

¿Quiénes te aceptan?, ¿quiénes te rechazan?, ¿a quiénes aceptas? y ¿a quiénes no aceptas? ¿Por qué?

Entra en este enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=zn2gVEedpfg

Míralo las veces que necesites.

Los encuentros con personas que nos aman y amamos no se encierran en el abrazo sino que alcanzan lo profundo de nuestro corazón, iluminan nuestras mentes y son capaces de cambiar nuestra vida. Uno y uno no suman dos, sino tres: yo y tú y nosotros. Un nosotros abiertos a los demás, porque quien tiene luz ilumina a quienes le rodean.

Ora con el vídeo, con las notas del silencio o las palabras.

 

REFLEXIÓN.

Toma la Biblia y lee :

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 27-38.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque é es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros.

 

¿QUÉ DICE? después de las bienaventuranzas Jesús dirige a los discípulos el llamado Sermón del Llano. En él nos presenta las actitudes del cristiano, la “regla de oro” en las relaciones con quienes se encuentran con nosotros “tratad a los demás como queréis ellos os traten” y el precepto del amor al enemigo que brota no de una opción ética o moral sino de la experiencia del encuentro con Él, que siempre tiene misericordia hacia nosotros, siempre nos perdona. Lucas modifica el mandato de Jesús “sed perfectos” por “sed misericordiosos”, porque la perfección humana se encuentra en la misericordia. Nadie puede ser perfecto sino es capaz de compadecerse hasta de sus enemigos. Pero esto solo es posible si se tiene humildad y capacidad para acoger la compasión de Dios.

¿QUÉ TE DICE?  Lee y relee las veces que necesites. Relaciónalo con el vídeo y las preguntas de la primera parte. ¿Cómo te ayuda este texto a ti? Considéralo la carta que Dios te ha dirigido hoy. 

 

COMPROMISO.

Escribe el nombre de aquellas personas que te hacen daño y de aquellas a las que no perdonan. Dibuja alrededor un corazón con una cruz.

 

CELEBRACIÓN.

Habla con Jesús, pídele te ayude, se sincero con estas palabras, contándole si las compartes o no. Mira a Jesús. Haz un examen serio de conciencia, puedes servirte de este evangelio reelaborándolo a modo de cuestionario. Acércate a una iglesia, reconcíliate con Él en el sacramento del perdón, para tener experiencia de este amor total a ti.

Con el rezo del Padrenuestro y la señal de la cruz.

 

 

 

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