Lectura del primer libro de Samuel 26,
2.7-9.12-13.22-23.
En aquellos días, Saúl emprendió la bajada al desierto de Zif,
llevando tres mil hombres escogidos de Israel, para buscar a David allí. David
y Abisay llegaron de noche junto a la tropa. Saúl dormía, acostado en el
cercado, con la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa dormían
en torno a él. Abisay dijo a David:
-Dios pone hoy al enemigo en tu mano. Déjame que lo clave de un
golpe con la lanza en la tierra. No tendré que repetir.
David respondió:
-No acabes con él, pues ¿quién ha extendido su mano contra el
ungido del Señor y ha quedado impune?
David cogió la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y
se marcharon. Nadie los vio, ni se dio cuenta, ni se despertó. Todos dormían,
porque el Señor había hecho caer sobre ellos un sueño profundo. David cruzó al
otro lado y se puso en pie sobre la cima de la montaña, lejos, manteniendo una
gran distancia entre ellos, y gritó:
-Aquí está la lanza del rey. Venga por ella uno de sus servidores.
Y que el Señor pague a cada uno según su justicia y su fidelidad. Él te ha
entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el
ungido del Señor.
Textos
paralelos.
Hoy ha copado Dios a tu enemigo.
1 Sam 18,
11: Saúl llevaba la lanza en el manto y la arrojó, intentando clavar a David en
la pared, pero David la esquivó dos veces.
1 Sam 19,
10: El cual intentó clavar a David en la pared con la lanza, pero David la
esquivó. Saúl clavó la lanza en la pared y David se salvó huyendo.
No
tendré que repetir.
1 Sam 24,
7: Pero él les respondió: ¡Dios me libre de hacer eso a mi señor, el ungido del
Señor, extender la mano contra él! ¡Es el ungido del Señor!
No lo
mates.
1 Sam 9,
26: Al despuntar el sol, Samuel fue a la azotea a llamarlo: Levántate, que te
despida.
1 Sam 10,
1a: Tomó la aceitera, derramó aceite sobre la cabeza de Saúl y lo besó.
Nadie se
despertó. Todos dormían.
Gn 2, 21:
Entonces el señor Dios echó sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió.
Le sacó una costilla y creció carne desde dentro.
Se había
abatido sobre ellos el sopor profundo de Yahvé.
1 Sam 14,
12: Luego dijeron a Jonatán y a su escudero: Subid acá, que os contamos una
cosa. Jonatán ordenó entonces a su escudero: Sube detrás de mí, que el Señor se
los entrega a Israel.
Yahvé
pagará a cada uno según su justicia y su fidelidad.
Sal 7, 9:
El Señor es juez de los pueblos. Júzgame, Señor, según mi justicia, según mi
honradez, a mi favor.
Sam 18, 21:
El Señor me pagó mi rectitud, retribuyó la pureza de mis manos.
Notas
exegéticas.
26 El relato de este capítulo es muy
parecido al del cap. 24. Se trata o de sucesos similares, moldeados de forma
idéntica por la tradición oral y luego escrita, o bien, con mayor probabilidad,
de un duplicado, dos formas paralelas de referir la generosidad de David y su
respeto religioso del carácter sagrado del rey, “el ungido de Yahvé”.
26 13 A la otra vertiente del valle.
Salmo
responsorial
Salmo 103 (102), 1b-4.8-10.12-13.
El
Señor es compasivo y misericordioso. R/.
Bendice,
alma mía, al Señor,
y
todo mi ser a su santo nombre.
Bendice,
alma mía, al Señor,
y
no olvides sus beneficios. R/.
Él
perdona todas tus culpas
y
cura todas tus enfermedades;
él
rescata tu vida de la fosa,
y
te colma de gracia y de ternura. R/.
El
Señor es compasivo y misericordioso,
lento
a la ira y rico en clemencia.
No
nos trata como merecen nuestros pecados
ni
nos paga según nuestras culpas. R/.
Como
dista el oriente del ocaso,
así
aleja de nosotros nuestros delitos.
Como
un padre siente ternura por sus hijos,
siente
el Señor ternura por los que lo temen. R/.
Textos
paralelos.
El que tus culpas perdona.
Ex 15, 26: Si obedecéis al Señor, vuestro Dios, haciendo lo que él
aprueba, escuchando sus mandatos y cumpliendo sus leyes, no os enviaré las
enfermedades que he enviado a los egipcios, porque yo soy el Señor, que te
cura.
Que cura todas tus dolencias.
Sal 41, 4: El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor, volcará la
camilla de su enfermedad.
Rescata tu vida de la fosa.
Jb 42, 10: Cuando Job intercedió por sus compañeros, el Señor
cambió su suerte y duplicó todas sus posesiones.
Yahvé es clemente y misericordioso.
Ex 34, 6-7: El Señor pasó ante él proclamando: el Señor, el Señor,
el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que conserva la
misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y
pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos,
nietos y bisnietos.
Sal 86, 15: Pero tú, Dueño mío, Dios compasivo y piadoso,
paciente, misericordioso y fiel.
Sal 145, 8: El Señor es clemente y compasivo, paciente y
misericordioso.
Ni para siempre guarda rencor.
Jr 3, 12: Ve y proclama este mensaje hacia el norte: Vuelve,
Israel, apóstata – oráculo del Señor –, que no os pondré mala cara, porque soy
leal y no guardo rencor eterno – oráculo del Señor.
Is 57, 16: No estaré en pleito perpetuo ni me irritaré por
siempre, porque ante mí sucumbirán el espíritu y el aliento que yo he creado.
No nos trata según nuestros yerros.
Jon 4, 2: ¡Ah Señor, ya me lo decía yo cuando estaba en mi tierra!
Por algo me adelanté a huir a Tarsis; porque sé que eres “un Dios compasivo y
clemente, paciente y misericordioso”, que te arrepientes de las amenazas.
Ni nos paga según nuestras culpas.
Jl 2, 13: Rasgad los corazones y no los vestidos; convertíos al
Señor Dios vuestro; que es compasivo y clemente, paciente y misericordioso, y
se arrepiente de las amenazas.
Así es tierno con sus adeptos.
Sal 145, 9-10: El Señor es clemente y compasivo, paciente y
misericordioso. El Señor es bueno con todos, se compadece de todas sus
criaturas.
Notas
exegéticas.
103 8 Son los atributos del nombre
de Yahvé, revelados a Moisés, que todo el salmo desarrolla acentuando la
misericordia y la bondad y preparando así 1 Jn 4, 8.
103 11 “adeptos”, lit. “quienes le
temen”.
Segunda
lectura.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 45-49.
Hermanos:
El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último
Adán, en espíritu vivificante. Pero no fue primero lo espiritual. El primer
hombre, que proviene de la tierra, es terrenal; el segundo hombre es del cielo.
Como el hombre terrenal, así son los de la tierra; como el celestial, así son
los del cielo. Y lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal,
llevaremos también la imagen del hombre celestial.
Textos
paralelos.
En efecto, así como dice la Escritura: La
primera persona, Adán, fue hecho alma viviente.
Gn 2, 7: Entonces el Señor Dios
modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el
hombre se convirtió en ser vivo.
1 Co 15, 20-28:
La primera persona,
salida de la tierra, es terrestre.
Dn 7, 13: Seguí mirando, y en
la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se
acercó al anciano y fue presentada ante él.
Jn 3, 13: Nadie ha subido al
cielo sino es el que bajó del cielo: este Hombre.
Hemos llevado la imagen
terrestre.
Flp 3, 21: El cual transformará
nuestro cuerpo humilde en la forma de su cuerpo glorioso, con la eficacia con
que puede someterse a todo.
Rm 8, 29: A los que escogió de
antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él el
primogénito de muchos hermanos.
Notas
exegéticas.
15 45 Es decir, un ser dotado de vida
por su psychê, pero de una vida puramente
natural, y sometido a las leyes del desgaste y de la corrupción.
15 49 Var.: “ojalá podamos llevar”.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según san Lucas 6, 27-38.
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
-A vosotros los que
me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os
odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te
pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas
que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no
se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si
amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los
que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito
tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los
que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros
pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amad a vuestros
enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra
recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y
desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no
juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad,
y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa,
colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá
a vosotros.
Textos
paralelos.
Amad a vuestros
enemigos.
Mt 5, 44: Pues os
digo: Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen.
Al que te hiera en
una mejilla, preséntale también la otra.
Mt 5, 39-40: Pues yo
os digo que no opongáis resistencia al malvado. Antes bien, si uno te da un
bofetón en la mejilla derecha, ofrécele la izquierda. Al que quiera ponerte
pleito para quitarte la túnica, déjale también el manto.
Al que tome de lo
tuyo, no se lo reclames.
Mt 5, 42: Da a quien
te pide y no rechaces a quien te pide prestado.
Tratad a los demás
como queréis que ellos os traten.
Lc 12, 33: Vended
vuestros bienes y dad limosna. Procuraos bolsas que no envejezcan, un tesoro
inagotable en el cielo, donde los ladrones no llegan ni los roe la polilla.
Mt 7, 12: Tratad a
los demás como queréis que os traten a vosotros. En eso consiste la ley y los
profetas.
Si amáis a los que
os aman, ¿qué mérito tenéis?
Tb 4, 15: Ni hagas a
otro lo que a ti no te agrada. No bebas hasta embriagarte, que la embriaguez no
te acompañe en el camino.
Mt 5, 46: Si amáis
solo a los que os aman, ¿qué premio merecéis? También lo hacen los
recaudadores.
¿Qué mérito tenéis?
Lc 14, 12-14: Al que
lo había invitado le dijo: Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a
tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos ricos; porque ellos a su vez
te invitarán y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados,
cojos y ciegos. Dichoso tú, porque no pueden pagarte, pues te pagarán cuando
resuciten los justos.
Él es bueno con los
desagradecidos y perversos.
Mt 5, 45: Así seréis
hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y
hace llover sobre justos e injustos.
Si 4, 11: La
sabiduría instruye a sus hijos, estimula a los que la comprenden.
Sed compasivos como
vuestro Padre es compasivo.
Ex 34, 6-7: El Señor
pasó ante él proclamando: el Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente,
paciente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima
generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga
la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos.
Mt 7, 1: No juzguéis
y no seréis juzgados.
Rebosante pondrán en
el halda de vuestros vestidos.
Mt 7, 2: La medida
que uséis para medir la usarán con vosotros.
Mc 4, 24: Cuidado
con lo que oís: la medida con que midáis la usarán con vosotros con creces.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
6 31
Mt
7, 12 dice que se trata de la Ley y los Profetas, e.d., del resumen de la
revelación del AT. Lc abandona esta fórmula, pues para él la Ley y los Profetas
son esencialmente profecías relativas a Jesús.
6 33
Este
término genérico y moral (agathopoteo) reemplaza en Lc al saludo
oriental de Mt 5, 47.
6 36
Mientras
en Mt 5, 48 dice “perfecto” conforme al vocabulario legalista judío. Lc define
a Dios como “compasivo”. Se trata de una expresión tradicional del AT (Ex 34,
6; Dt 4, 31; Sal 78, 38, etc.) y podría ser el término original usado por
Jesús. Representa bien la idea de toda la sección (vv. 36-42).
6 37
En
estas frases, las formas pasivas expresan el juicio de Dios.
6 38
(a) En
los pliegues de la túnica o del manto, doblado hasta la cintura, que servían de
bolso o de alforja para las provisiones. Ver Rt 3, 15.
6 38
(b) Este
término (gar) falta en algunos testigos textuales.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
27-49
Lc
parece combinar varias fuentes; o conoció el texto de Mt 5-7, o suprimió lo que
en Mt tiene color judío, para quedarse con lo más universal.
32-34
MÉRITO
(lit. gracia, en el sentido de agradecimiento): casi sinónimo,
aquí, de “derecho a ser recompensados”, “recompensa” (cf. Mt 5, 46. Jesús
vendría a decir: “¿Qué gracia o favor divino merecéis a cambio de eso?”.
36 Lc concreta la
“perfección” (cf. Mt 5, 46) que pide Jesús. Hay otras sentencias semejantes en
la literatura judía, p.ej., esta del TjI a Lv 22, 38: “Hijos de Israel: como
nuestro Padre es misericordioso en los cielos, así sed vosotros misericordiosos
en la tierra”.
Notas
exegéticas de la Biblia Didajé.
6,
27-38 La enseñanza central del ministerio de Cristo es lo que comúnmente se
llama la regla de oro y es una extensión del Shemá (Dt 6, 4-9); es una
llamada a un amor incondicional a nuestros enemigos y a una generosidad
desinteresada hacia aquellos que están en necesidad. Cat. 1789, 1970, 2510.
6,
28 Una
bendición es un ejemplo sacramental, acto piadoso que no dispensa la gracia
pero nos propone a recibirla. Cualquier cristiano bautizado puede otorgar una
bendición, pero las bendiciones vinculadas a los sacramentos se reservan
generalmente a los obispos, sacerdotes y diáconos. Cat. 1669-1670.
6,
35 Hijos del Altísimo: del mismo modo que los padres humanos transferían
rasgos físicos a sus hijos, aquellos que son fieles a las palabras de Cristo
reflejan el amor y la misericordia de Jesucristo, Hijo de Dios hecho carne.
Cat. 1303.
6,
36 Cristo
utiliza, de fondo, una referencia del Antiguo Testamento que aquí sirve para
definir la santidad de Dios (Lv 19, 2). Con ello define la santidad divina en
términos de misericordia. Cristo manda a sus fieles ser misericordiosos, según
el ejemplo del Padre que perdona nuestros pecados. Cat. 1457-1458, 2842.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
1789
Decidir
en conciencia: en todos los casos son aplicables algunas reglas: Nunca está
permitido hacer el mal para obtener un bien; la “regla de oro”: “Todo (…)
cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros” (Mt 7, 12;
Lc 6, 31; Tb 4, 15); la caridad debe actuar con respeto hacia el prójimo y
hacia su conciencia: “Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su
conciencia, pecáis contra Cristo” (1 Co 8, 12). “Lo bueno es (…) no hacer cosa
que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad” (Rm 14, 21).
1970
La
ley evangélica entraña la elección decisiva entre los dos caminos y la práctica
de las palabras del Señor, está resumida en la regla de oro: “Todo
cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque
esta es la ley y los profetas” (Mt 7, 12; Lc 6, 31). Toda la Ley evangélica
está contenida en el “mandamiento nuevo” de Jesús: amarnos los unos a
los otros como Él nos ha amado (cf. Jn 14, 12).
2510
La
regla de oro ayuda a discernir en las situaciones concretas si conviene o no
revelar la verdad a quien la pide.
2842
Este
“como” (nosotros perdonamos a los que nos ofenden) no es el único en la
enseñanza de Jesús: “Sed perfectos ·como· es perfecto vuestro Padre celestial”
(Mt 5, 48); “Sed misericordiosos, “como” vuestro Padre es misericordioso” (Lc
6, 36); “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis también vosotros los unos a
los otros “ (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del señor es imposible si se
trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación,
vital y nacida “del fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia y en
el amor de nuestro Dios. Solo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25)
puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús. Así, la
unidad del perdón se hace posible, “perdonándonos mutuamente “como” nos
perdonó Dios en Cristo” (Ef 4, 32).
Notas exegéticas Biblia del Peregrino
4, 16-30 Jesús se ajusta al ritual y lee
la perícopa señalada: Is 61, 1-2 según la versión griega, con un verso
sustituido por 58, 6 y con el verso final suprimido. Jesús no lee sin más un
texto casual de la Escritura. A la enseñanza polémica de Jesús, citando a Elías
y Eliseo como taumaturgos al servicio de los paganos (1 Re17, 1-7; 2 Re 5,
1-27) responde ya la indignación de los paisanos. Si Jesús no acredita su
pretensión con un milagro, es usurpador del título mesiánico y merece la
muerte.
Concilio Vaticano II.
Nuestro respeto y
amor deben extenderse también a aquellos que en materia social, política e
incluso religiosa sienten y actúan de modo diferente al nuestro; y cuanto más
íntimamente comprendamos con humanidad y amor su manera de pensar, más
fácilmente podremos dialogar con ellos.
Ciertamente, este
amor y esta benignidad no deben de ninguna manera hacernos indiferentes ante la
verdad y el bien. Más aún, la caridad misma urge a los discípulos de Cristo a
anunciar a todos los hombres la verdad salvífica. Pero conviene distinguir entre
el error que debe ser rechazado siempre, y el que yerra; este continúa
conservando la dignidad de persona, incluso cuando está contaminado por
nociones religiosas falsas o poco exactas (cf. S. Juan XXIII, Encíclica Pacem
in terris). Dios es el único juez y el único que conoce los corazones: de
ahí que nos prohíba juzgar la culpabilidad interna de nadie (cf. Lc 6, 37-38;
Mt 7, 1-2; Rm 2, 1-11).
La doctrina de
Cristo pide que perdonemos también las injurias y extiende a todos los enemigos
el precepto del amor, que es el mandamiento de la Nueva Ley: “Habéis oído que
se dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad
a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, y orad por los que os
persiguen y calumnian” (Mt 5, 43-44).
Constitución Gaudium
et spes, 28.
Comentarios de los Santos Padres.
La Ley prescribe la venganza de la injuria (cf. Ex
21, 23-36); el Evangelio ofrece la caridad a las enemistades, la benignidad a
los odios, los buenos deseos a las maldiciones, la ayuda a los perseguidores,
la paciencia y el favor del beneficio a los hambrientos. El atleta es más
perfecto si no siente la injuria.
Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas,
5, 73. III, pg. 168.
Se refiere a la compasión, muy relacionada con las
buenas disposiciones ya mencionadas. En efecto, es una virtud importantísima,
muy admirada por Dios y muy conveniente a las almas piadosas. “Sed
misericordiosos como vuestro Padre (celestial) es misericordioso.
Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas,
6, 38. III, Pg. 170.
El que tiene dominio sobre sí mismo no mira los
pecados de los demás y no se ocupa en ver qué hay de malo en el amigo, sino que
medita en sus propias malas acciones.
Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas,
6, 37. III, pg. 171.
“Perdonad, y se os perdonará; dad, y se os dará”.
Estas son las dos alas de la oración con las que se vuela hacia Dios: perdonar
al culpable su delito y dar al necesitado.
Agustín, Sermón 205, 3. III, pg. 171.
Pensad en los pobres. Os lo digo a todos: dad
limosnas hermanos míos; dadlas, que no perdéis. Creed a Dios. No os digo solo
que no perdéis nada de lo que dáis a los pobres; os digo más; no solo no
perdéis eso, sino que no perdéis todo lo demás. Ya veremos si hoy sois causa de
alegría para los pobres; vosotros sois sus graneros, para que Dios os dé con
qué dar y os perdone vuestros posibles pecados.
Agustín, Sermón 375 A, 3. III, pg. 172.
Con mano generosa recibiremos la recompensa de Dios,
quien reparte todo con abundancia a los que le aman.
Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas,
6, 38. III, pg. 172.
San Agustín
Añadamos a nuestras oraciones la limosna y el ayuno, cual alas de piedad
con que puedan llegar más fácilmente a Dios. A partir de ahí puede comprender
la mente cristiana cuán lejos debe mantenerse de robar lo ajeno, si advierte
que es una especie de robo el no dar al necesitado lo que sobra. Dad y se os
dará, perdonad y seréis perdonados (Lc 6, 37-38). Entregémonos con fervor a
estos dos modos de limosna: el dar y el perdonar. (…) Por tanto, no despreciemos a nuestro Dios
necesitado en la persona del pobre, para que cuando nos sintamos necesitados,
nos saciemos en quien es rico. Se nos presentan personas necesitadas, y también
nosotros lo somos; demos, pues, para recibir.
Sermón 206,
2. II, pgs. 843-844.
San Juan de Ávila
Y habéis de saber que estos soberbios, unas veces lo son para consigo
solos, y otras, despreciando a los prójimos, por verlos faltos en la virtud y
especialmente en la castidad. Mas, ¡oh Señor, y cuán de verdad mirarás con ojos
airados aqueste delicto! ¡Y cuán desgraciadas te son las gracias que el fariseo
te daba, diciendo: No soy malo como los otros hombres, ni adúltero, ni robador, como
es aquel arrendador que allí está ¡ (Lc 18, 11). No lo dejas, Señor, sin
castigo; castigado, y muy reciamente, con dejar caer al que estaba en pie, en
pena de su pecado, y levantas al caído por satisfacerle su agravio. Sentencia
tuya es, y muy bien la guardas: No queráis condenar, y no seréis condenados (Lc 6, 37). Y: Con la misma medida que
midiéredes seréis medidos, y quien se ensalza será abajado (Mt 7, 2; 23,12). Y mandaste
decir tú parte al que desprecia a su prójimo: ¡Ay de ti que desprecias, porque serás despreciado! (cf. Is 33, 1). ¡Oh, cuántos
han visto mis ojos castigados con esta sentencia, que nunca habían entendido
cuánto aborrece Dios aqueste pecado hasta que se vieron caídos en lo que de
otros juzgaron, y aun en cosas peores! “En tres cosas – dijo un viejo de los
pasados – juzgué a mis prójimos, y en todas he caído”.
Audia, filia (II), cap. 12. OC I, pg. 564-565.
Sí, que de eso se espantaba Isaías, cuando decía: ¿Dónde están tus entrañas
de misericordia? (Is
63, 15; trad. editor). En testo quiere Dios que le parezcamos: en tener
entrañas de misericordia. Y así nos dice: Quered bien a vuestros enemigos; hacé bien a quien
os hace mal, y orá por los que os persiguen y calunian: para que seáis hijos de
vuestro Padre que está en los cielos, y hace salir su sol sobre buenos y sobre
malos, y llueve sobre justos e injustos (Mt 5, 45-45, 48). San Lucas: Sed perfectos, así como
vuestro Padre es perfecto. Sed misericordiosos, a semejanza de vuestro Padre,
que está en los cielos (Lc 6, 36). Tened misericordia, a semejanza de vuestro Padre, que
llueve en el campo malo y da sol en la heredad del malo. Para convidallo a ser
bueno, viendo que tiene Dios que, aunque le ofende, le hace mercedes.
Lecciones sobre 1 San Juan (I), 22. OC II, pg. 319.
Cuando quisiéredes alcanzar alguna cosa de Dios, para que os la pueda
negar, conjuradle: Por aquellas entrañas de misericordia, Señor, que te trujeron al
mundo, me otorga esto. Pues en estas entrañas de misericordia, quiere Dios que le parezcamos, y ansí nos lo
manda: Ego
autem dico vobis: Diligite inimicos vestros, benefacite his qui oderunt vos, et
orate pro persequentibus et calumniatibus vos, ut sitis filii Patris vestre,
qui solem suum
(Mt 5, 44-45). Para
que seáis sus hijos, y le parezcáis a vuestro Padre Celestial; que eso es ser hijos, parecerle. Y San Lucas: Estote ego misericordes,
sicut Pater vester misericors est (Lc 6, 36).
Lecciones sobre 1 San Juan (II). OC II, pg. 445.
Si algunos les predicaban la palabra de Dios con aquella entereza que
ella pide: Estote
misericordes, sicut Pater vester misericors est (Lc 6, 36); buscad su santo contentamiento;
huid de dalle enojos grandes y chicos; sentid de los cristianos como de
vuestros proprios hermanos y como miembros de vuestro cuerpo; tened todos uno y
ánima una; amaos unos a otros como Cristo os amó; imitadle en sus virtudes y
desprecio del mundo.
Causas y remedios de las herejías, 12. OC II, pg. 534.
Cincuenta mil enojos que te hagan, tantos has de perdonar. ¡Bendito sea
Dios y bendita sea tal ley, tan llena de amor! Mas adelante ha de ir tu
paciencia que tu malicia; antes se ha de cansar el otro de hacerte mal que tú
de sufrillo. Si
te hirieren en el un carrillo, vuelve el otro (Lc 6, 29). Si te hicieren algún mal, sufre
aquel mal y ten paciencia para recebir otro. Si viniere, siempre vaya tu
paciencia delante de tu maldad. – Señor, recia ley es ésa. ¿Habemos de ser de
piedra? ¿No terné licencia de vengar, siquiera a cabo de cien enojos? -
¿Paréceos recia ley? ¿Queréis que no se guarde? (El injuriado dirá que sí). Si
os parece recia, oíd: Semejante es el reino de los cielos a un rey, etc. Porque no se olvide, y porque
le conviene a Cristo, lo dice por una parábola, que es como conseja y de dentro
lleva grandes misterios.
Sermón. Domingo 21 después de Pentecostés. OC III, pgs. 299-300.
Aquí cumplió Él a la letra lo que Él había mandado: El que te hiere en el
carrillo, vuélvele el otro (Lc 6, 29). Anda, pues, hermano mío, vete al Santísimo Sacramento, vete
a Jesucristo crucificado, vete a morar a las cuevas de la piedra (Ct 2, 14), vete a meter las
llagas de Cristo, y todos cuantos trabajos hay te parecerán pocos.
Sermón. Santísimo Sacramento. OC III, pg. 621.
Mis ovejas, dice el Señor, oyen mi voz. ¿Pensáis que sois ovejas de Dios no
oyendo a Dios? Vengáisos por una parte, estáis en vuestras enemistades, y por
otra parte decís: recemos un poco. No sois ovejas de Dios, andáis de un rebaño
en otro, no oiréis la voz del Señor, y no la oyendo, no sois de Él; no conoce.
Él a la oveja que solo oye la palabra, porque aquella palabra le aplace a él. Amar a vuestros amigos,
haced bien a quien os hace bien, no es eso ser oveja de Jesucristo, eso quienquiera lo hace (Mt 5,4; Lc 6, 33). Si yo
quiero bien a Pedro, y él me quiere bien, pocas gracias. Amar a vuestros enemigos,
amar y querer bien a quien os quiere mal (Lc 6, 27ss.), esto es ser oveja de
Jesucristo.
Sermón. Miércoles de la semana de Pasión. OC III, pg. 210.
Dice San Pablo que los que según la carne viven no pueden agradar a
Dios. ¿Para qué queréis vivir, si no habéis de agradar a Dios, pues más vale
agradar a Dios con muerte y trabajos que vivir, con cuantos bienes hay, en su
desgracia? ¿Traéis bestia de malquerencia? Mostradla acá, y matarla he: Si no perdonáredes las
injurias, ni vuestro Padre perdonará vuestros pecados (cf. Mt 6, 15). Y en otra parte
dice: Perdonad,
y perdonaros han (Lc
6, 37). Si alguno trae lo ajeno, San Agustín dice que no se perdona el pecado
si no se restituye lo tomado.
Sermón. Purificación de Nuestra Señora. OC III, pg. 861.
San Oscar Romero.
La justicia de Dios es liberación del hombre. De su pecado, en primer
lugar, para capacitarlo a hacer la ley de Dios. Sólo el hombre que se ha
liberado del pecado, y que trata de santificarse en el cumplimiento de la ley
de Dios, sólo ése tiene derecho a hablar de una auténtica liberación. Homilía, 4 junio 1978.
Francisco. Angelus. 24 de febrero
de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (cf. Lc 6, 27-38) se
refiere a un punto central y característico de la vida cristiana: el amor
por los enemigos. Las palabras de Jesús son claras: «Yo os digo a los que
me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid
a los que os maldigan, rogad por los que os difamen» (versículos 27-28) ). Y esto
no es una opción, es un mandato. No es para todos, sino para los discípulos,
que Jesús llama “a los que me escucháis”. Él sabe muy bien que amar a
los enemigos va más allá de nuestras posibilidades, pero para esto se hizo
hombre: no para dejarnos así como somos, sino para transformarnos en hombres y
mujeres capaces de un amor más grande, el de su Padre y el nuestro. Este es
el amor que Jesús da a quienes lo “escuchan”. ¡Y entonces se hace posible! Con
él, gracias a su amor, a su Espíritu, también podemos amar a quienes no nos
aman, incluso a quienes nos hacen daño.
De este modo, Jesús quiere que en cada corazón
el amor de Dios triunfe sobre el odio y el rencor. La lógica del amor, que
culmina en la Cruz de Cristo, es la señal distintiva del cristiano y nos lleva
a salir al encuentro de todos con un corazón de hermanos. Pero, ¿cómo es
posible superar el instinto humano y la ley mundana de la represalia? La
respuesta la da Jesús en la misma página del Evangelio: «Sed
misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (vers. 36). Quien
escucha a Jesús, quien se esfuerza por seguirlo aunque cueste, se
convierte en hijo de Dios y comienza a parecerse realmente al Padre que
está en el cielo. Nos volvemos capaces de cosas que nunca hubiéramos pensado
que podríamos decir o hacer, y de las cuales nos habríamos avergonzado, pero
que ahora nos dan alegría y paz. Ya no necesitamos ser violentos, con palabras
y gestos; nos descubrimos capaces de ternura y bondad; y sentimos que
todo esto no viene de nosotros sino de Él, y por lo tanto no nos jactamos
de ello, sino que estamos agradecidos.
No hay nada más grande y más fecundo que el amor:
confiere a la persona toda su dignidad, mientras que, por el contrario, el odio
y la venganza la disminuyen, desfigurando la belleza de la criatura hecha a
imagen de Dios.
Este mandato, de responder al insulto y al
mal con el amor, ha generado una nueva cultura en el mundo: la
«cultura de la misericordia —¡debemos aprenderla bien! Y practicarla bien
esta cultura de la misericordia—, que da vida a una verdadera revolución»
(Cart. Ap. Misericordia et misera, 20). Es la revolución del amor, cuyos
protagonistas son los mártires de todos los tiempos. Y Jesús nos asegura que
nuestro comportamiento, marcado por el amor por aquellos que nos han hecho
daño, no será en vano. Él dice: «Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os
dará [...] porque con la medida con que midáis, se os medirá» (vers. 37-38).
Esto es hermoso. Será algo hermoso que Dios nos dará si somos generosos,
misericordiosos. Debemos perdonar porque Dios nos ha perdonado y él siempre
nos perdona. Si no perdonamos completamente, no podemos pretender ser
completamente perdonados. En cambio, si nuestros corazones se abren a la
misericordia, si el perdón se sella con un abrazo fraternal y los lazos de
comunión se fortalecen, proclamamos ante el mundo que es posible vencer el mal
con el bien. A veces es más fácil para nosotros recordar las injusticias que
hemos sufrido y el mal que nos han hecho y no las cosas buenas; hasta el punto
de que hay personas que tienen este hábito y se convierte en una enfermedad.
Son “coleccionistas de injusticias”: solo recuerdan las cosas malas que les
han hecho. Y este no es el camino. Tenemos que hacer lo contrario, dice
Jesús. Recordar las cosas buenas, y cuando alguien viene con una habladuría
y habla mal de otro, decir: “Sí, quizás... pero tiene esto de bueno...”.
Invertir el discurso. Esta es la revolución de la misericordia.
Que la Virgen María nos ayude a dejarnos tocar el
corazón con esta santa palabra de Jesús, ardiente como fuego, que nos
transforma y nos hace capaces de hacer el bien sin querer nada a cambio, hacer
el bien sin querer nada a cambio, testimoniando en todas partes la victoria del
amor.
Francisco. Angelus. 20 de febrero
de 2022
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de la Liturgia de hoy Jesús da a
sus discípulos algunas indicaciones fundamentales de vida. El Señor
se refiere a las situaciones más difíciles, las que constituyen para
nosotros el banco de pruebas, las que nos ponen frente a quien es nuestro
enemigo y hostil, a quien busca siempre hacernos mal. En estos casos el
discípulo de Jesús está llamado a no ceder al instinto y al odio, sino a ir
más allá, mucho más allá. Ir más allá del instinto, ir más allá del
odio. Jesús dice: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien» (Lc
6,27). Y aún más concreto: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también
la otra» (v. 29). Cuando nosotros escuchamos esto, nos parece que el Señor pide
lo imposible. Y además ¿por qué amar a los enemigos? Si no se reacciona a
los prepotentes, todo abuso tiene vía libre, y esto no es justo. ¿Pero es
realmente así? ¿Realmente el Señor nos pide cosas imposibles, incluso
injustas? ¿Es así?
Consideremos en primer lugar ese sentido de
injusticia que advertimos en el “poner la otra mejilla”. Y pensemos en
Jesús. Durante la pasión, en su injusto proceso delante del sumo
sacerdote, en un momento dado recibe una bofetada por parte de uno de
los guardias. ¿Y Él cómo se comporta? No lo insulta, no, dice al guardia: «Si
he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me
pegas?» (Jn 18,23). Pide cuentas del mal recibido. Poner la otra mejilla no
significa sufrir en silencio, ceder a la injusticia. Jesús con su
pregunta denuncia lo que es injusto. Pero lo hace sin ira, sin violencia,
es más, con gentileza. No quiere desencadenar una discusión, sino desactivar
el rencor, esto es importante: apagar juntos el odio y la injusticia,
tratando de recuperar al hermano culpable. Esto no es fácil, pero Jesús lo hizo
y nos dice que lo hagamos nosotros también. Esto es poner la otra mejilla: la mansedumbre
de Jesús es una respuesta más fuerte que el golpe que recibió. Poner la
otra mejilla no es el repliegue del perdedor, sino la acción de quien tiene
una fuerza interior más grande. Poner la otra mejilla es vencer al mal
con el bien, que abre una brecha en el corazón del enemigo, desenmascarando
lo absurdo de su odio. Y esta actitud, este poner la otra mejilla, no es
dictado por el cálculo o por el odio, sino por el amor. Queridos hermanos y
hermanas, es el amor gratuito e inmerecido que recibimos de Jesús el que genera
en el corazón un modo de hacer semejante al suyo, que rechaza toda venganza.
Nosotros estamos acostumbrados a las venganzas: “Me has hecho esto, yo te haré
esto otro”, o a custodiar en el corazón este rencor, rencor que hace daño,
destruye la persona.
Vamos a la otra objeción: ¿es posible que una
persona llegue a amar a los propios enemigos? Si dependiera solo de nosotros,
sería imposible. Pero recordemos que, cuando el Señor pide algo, quiere
darlo. El Señor nunca nos pide algo que Él no nos dé antes. Cuando me
dice que ame a los enemigos, quiere darme la capacidad de hacerlo. Sin esa
capacidad nosotros no podremos, pero Él te dice “ama al enemigo” y te da la
capacidad de amar. San Agustín rezaba así —escuchad qué hermosa
oración—: Señor, «da lo que mandas y manda lo que quieras» (Confesiones,
X, 29.40), porque me lo has dado antes. ¿Qué pedirle? ¿Qué es lo que a Dios
le complace darnos? La fuerza de amar, que no es una cosa, sino que es el
Espíritu Santo. La fuerza de amar es el Espíritu Santo, y con el
Espíritu de Jesús podemos responder al mal con el bien, podemos amar a quien
nos hace mal. Así hacen los cristianos. ¡Qué triste es cuando personas y
pueblos orgullosos de ser cristianos ven a los otros como enemigos y piensan en
hacer guerra! Es muy triste.
Y nosotros, ¿tratamos de vivir las invitaciones
de Jesús? Pensemos en una persona que nos ha hecho mal. Cada uno piense en
una persona. Es común que hayamos sufrido el mal de alguien, pensemos en esa
persona. Quizá hay rencor dentro de nosotros. Entonces, a este rencor
acercamos la imagen de Jesús, manso, durante el proceso, después de la bofetada.
Y luego pidamos al Espíritu Santo que actúe en nuestro corazón.
Finalmente recemos por esa persona: rezar por quien nos ha hecho mal
(cfr. Lc 6,28). Nosotros, cuando nos han hecho algún mal, vamos enseguida a
contarlo a los otros y nos sentimos víctimas. Parémonos, y recemos al Señor por
esa persona, que lo ayude, y así desaparece este sentimiento de rencor. Rezar
por quien nos ha tratado mal es lo primero para transformar el mal en bien.
La oración. Que la Virgen María nos ayude a ser constructores de paz hacia
todos, sobre todo hacia quien es hostil con nosotros y no nos gusta.
Benedicto XVI. 18 de febrero de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
El evangelio de este domingo contiene una de las
expresiones más típicas y fuertes de la predicación de Jesús: "Amad
a vuestros enemigos" (Lc 6, 27). Está tomada del evangelio de san
Lucas, pero se encuentra también en el de san Mateo (Mt 5, 44), en el
contexto del discurso programático que comienza con las famosas
"Bienaventuranzas". Jesús lo pronunció en Galilea, al inicio de su
vida pública. Es casi un "manifiesto" presentado a todos, sobre el
cual pide la adhesión de sus discípulos, proponiéndoles en términos radicales
su modelo de vida.
Pero, ¿cuál es el sentido de esas palabras? ¿Por
qué Jesús pide amar a los propios enemigos, o sea, un amor que excede la
capacidad humana? En realidad, la propuesta de Cristo es realista,
porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia
y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de
amor, un plus de bondad. Este "plus" viene de Dios:
es su misericordia, que se ha hecho carne en Jesús y es la única que puede
"desequilibrar" el mundo del mal hacia el bien, a partir del pequeño
y decisivo "mundo" que es el corazón del hombre.
Con razón, esta página evangélica se considera
la carta magna de la no violencia cristiana, que no consiste en
rendirse ante el mal —según una falsa interpretación de "presentar la
otra mejilla" (cf. Lc 6, 29)—, sino en responder al mal con
el bien (cf. Rm 12, 17-21), rompiendo de este modo la cadena de
la injusticia. Así, se comprende que para los cristianos la no violencia no
es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la
persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y
de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las
armas del amor y de la verdad.
El amor a los enemigos constituye el núcleo de
la "revolución cristiana", revolución que no se basa en
estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor,
un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es
don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad
misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer
ruido. Este es el heroísmo de los "pequeños", que creen en el amor
de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida.
Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma, que
comenzará el próximo miércoles con el rito de la Ceniza, es el tiempo favorable
en el cual todos los cristianos son invitados a convertirse cada vez más
profundamente al amor de Cristo. Pidamos a la Virgen María, dócil discípula del
Redentor, que nos ayude a dejarnos conquistar sin reservas por ese amor, a
aprender a amar como él nos ha amado, para ser misericordiosos como es
misericordioso nuestro Padre que está en los cielos (cf. Lc 6, 36).
Francisco.
Audiencia general (12-02-25). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo,
nuestra esperanza. I. La infancia de Jesús. 5. «Les ha nacido un Salvador, que
es Cristo el Señor » (Lc 2,11). El nacimiento de Jesús y la visita de los
pastores
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En nuestro camino jubilar de catequesis sobre Jesús, que es nuestra
esperanza, hoy nos detenemos en el acontecimiento de su nacimiento en Belén.
El Hijo de Dios entra en la historia convirtiéndose
en nuestro compañero de viaje, y comienza a viajar cuando aún está en el
vientre de su madre. El
evangelista Lucas nos cuenta que, apenas concebido, fue desde Nazaret hasta la
casa de Zacarías e Isabel; y luego, al final del embarazo, de Nazaret a Belén
para el censo. María y José se vieron obligados a ir a la ciudad del rey David,
donde también había nacido José. El Mesías tan esperado, el Hijo del Dios
Altísimo, se deja censar, es decir, contar y registrar, como cualquier otro
ciudadano. Se somete al decreto de un emperador, César Augusto, que se cree el
amo de toda la tierra.
Lucas sitúa el nacimiento de Jesús en «un tiempo que se puede
determinar con precisión» y en «un entorno geográfico indicado con exactitud»,
de modo que «lo universal y lo concreto se tocan recíprocamente»
(Benedicto XVI, La infancia de Jesús, 2012, 77). Dios, que entra en la
historia, no desestabiliza las estructuras del mundo, sino que quiere
iluminarlas y recrearlas desde dentro.
Belén significa «casa del pan». Allí se cumplieron para María los días
del parto y allí nació Jesús, Pan bajado del cielo para saciar el hambre del
mundo (cf. Jn 6,51). El ángel Gabriel había anunciado el nacimiento del Rey
mesiánico con el signo de la grandeza: «He aquí que concebirás en tu seno y
darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será
llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc
1,32-33).
Sin embargo, Jesús nace de una forma totalmente inédita para un rey. De
hecho, «mientras estaban en aquel lugar, se le cumplieron los días del parto.
Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un
pesebre, porque no había sitio para ellos en el albergue» (Lc 2,6-7). El Hijo
de Dios no nace en un palacio real, sino en la parte trasera de una casa, en el
espacio donde están los animales.
Lucas nos muestra así que Dios no viene al mundo con sonoras proclamas,
no se manifiesta con clamor, sino que comienza su viaje en la humildad. ¿Y
quiénes son los primeros testigos de este acontecimiento? Son unos pastores:
hombres con poca cultura, malolientes por el contacto constante con los
animales, que viven al margen de la sociedad. Sin embargo, ejercen el oficio
por el que Dios mismo se da a conocer a su pueblo (cf. Gn 48,15; 49,24; Sal
23,1; 80,2; Is 40,11). Dios los elige para que sean los destinatarios de la
noticia más maravillosa que jamás haya resonado en la historia: «No teman:
porque les anuncio una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de
David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de
señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales, acostado en un
pesebre» (Lc 2,10-12).
El lugar al que acudir para conocer al Mesías es un pesebre. Sucede, en
efecto, que, después de tanta espera, «para el Salvador del mundo, para Aquel
en vista del cual todo fue creado (cf. Col 1,16), no hay sitio» (Benedicto XVI,
La infancia de Jesús, 2012, 80). Los pastores se enteran así de que, en un
lugar muy humilde, reservado a los animales, nace para ellos el Mesías tan
esperado, para ser su Salvador, su Pastor. Esta noticia abre sus corazones al
asombro, a la alabanza y a la proclamación gozosa. "A diferencia de tanta
gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los
primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece.
Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de
la Encarnación» (Carta ap. Admirabile signum, 5).
Hermanos y hermanas, pidamos también nosotros la gracia de ser, como
los pastores, capaces de asombro y alabanza ante Dios, y capaces de custodiar
lo que Él nos ha confiado: nuestros talentos, nuestros carismas, nuestra
vocación y las personas que Él pone a nuestro lado. Pidamos al Señor saber
discernir en la debilidad la fuerza extraordinaria del Niño Dios, que viene
para renovar el mundo y transformar nuestras vidas con su proyecto lleno de
esperanza para toda la humanidad.
DOMINGO 8 T. O.
Monición
de entrada.-
Jesús es la persona más buena que hay. Y nos enseña en misa
a serlo.
Así a él le gusta que hablemos bien de los amigos y que no
les insultemos. Por eso en esta misa nos
va ayudar a ser como él, muy buenos niños.
Señor, ten piedad.
Por las veces que no somos buenos. Señor, ten piedad.
Por las veces que hablamos mal de los amigos. Cristo ten
piedad.
Por las veces que nos burlamos de los amigos. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por el papa
Francisco, que nos enseña a no hablar mal de los demás . Te lo pedimos, Señor.
Por las
personas que nos enseñan a ser educados Te lo pedimos, Señor.
Por las
personas que sufren las malas palabras de los que están cerca de ellas. Te lo pedimos, Señor.
Por los
árboles de los campos, que nos dan naranjas, caquis, melocotones y aceitunas.
Te lo pedimos, Señor.
Por nosotros,
que a veces contestamos a los mayores. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.
Virgen María,
gracias por que como nuestras madres eres un ejemplo para nosotros y como ellas
nos escuchas y nos ayudas a escuchar a Jesús.
ORACIÓN
JUNIORS CORBERA.
EXPERIENCIA.
Coloca las manos en tu corazón, cierra los ojos y
siente su latido.
Con los ojos cerrados sígnate en la frente, los
labios y el pecho.
Pide a Jesús te conceda el Espíritu Santo para que
tu mente se abra a la escucha, tus labios al diálogo con él y tu corazón a la
acción.
¿Quiénes te aceptan?, ¿quiénes te rechazan?, ¿a
quiénes aceptas? y ¿a quiénes no aceptas? ¿Por qué?
Entra en este enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=zn2gVEedpfg
Míralo las veces que necesites.
Los encuentros con personas que nos aman y amamos
no se encierran en el abrazo sino que alcanzan lo profundo de nuestro corazón,
iluminan nuestras mentes y son capaces de cambiar nuestra vida. Uno y uno no
suman dos, sino tres: yo y tú y nosotros. Un nosotros abiertos a los demás,
porque quien tiene luz ilumina a quienes le rodean.
Ora con el vídeo, con las notas del silencio o las
palabras.
REFLEXIÓN.
Toma la Biblia y lee :
X Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 27-38.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
-A vosotros los que me escucháis
os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a
los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una
mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome
también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo
reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a
los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los
aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?
También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que
esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros
pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amad a vuestros
enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra
recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque é es bueno con los malvados y
desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no
juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad,
y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa,
colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá
a vosotros.
¿QUÉ DICE? después de las bienaventuranzas Jesús dirige a los discípulos el
llamado Sermón del Llano. En él nos presenta las actitudes del cristiano, la
“regla de oro” en las relaciones con quienes se encuentran con nosotros “tratad
a los demás como queréis ellos os traten” y el precepto del amor al enemigo que
brota no de una opción ética o moral sino de la experiencia del encuentro con
Él, que siempre tiene misericordia hacia nosotros, siempre nos perdona. Lucas
modifica el mandato de Jesús “sed perfectos” por “sed misericordiosos”, porque
la perfección humana se encuentra en la misericordia. Nadie puede ser perfecto
sino es capaz de compadecerse hasta de sus enemigos. Pero esto solo es posible
si se tiene humildad y capacidad para acoger la compasión de Dios.
¿QUÉ TE DICE? Lee y relee las veces que
necesites. Relaciónalo con el vídeo y las preguntas de la primera parte. ¿Cómo
te ayuda este texto a ti? Considéralo la carta que Dios te ha dirigido
hoy.
COMPROMISO.
Escribe el nombre de
aquellas personas que te hacen daño y de aquellas a las que no perdonan. Dibuja
alrededor un corazón con una cruz.
CELEBRACIÓN.
Habla
con Jesús, pídele te ayude, se sincero con estas palabras, contándole si las
compartes o no. Mira a Jesús. Haz un examen serio de conciencia, puedes
servirte de este evangelio reelaborándolo a modo de cuestionario. Acércate a
una iglesia, reconcíliate con Él en el sacramento del perdón, para tener
experiencia de este amor total a ti.
Con
el rezo del Padrenuestro y la señal de la cruz.
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