Lectura del libro de Isaías 6, 1-2a.3-8.
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un
trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Junto a él estaban
los serafines, y se gritaban unos a otros diciendo:
-¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la
tierra de su gloria!.
Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el
templo estaba lleno de humo. Yo dije:
-¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que
habito en medio de la gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey,
Señor del universo.
Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano,
que había tomado del altar, con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
-Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está
perdonado tu pecado.
Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
-¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?
Contesté:
-Aquí estoy, mándame.
Textos
paralelos.
Vi al Señor sentado en un trono.
Ap 4, 2: Al
punto se apoderó de mí el Espíritu. Vi un trono colocado en el cielo.
Santo,
santo, santo, Yahvé Sebaot.
Ap 4, 8:
Cada uno de los seres vivientes tenía seis alas, cubiertas por dentro y entorno
de ojos. Ni de día ni de noche descansan diciendo: Santo, santo, santo, Señor
Dios todopoderoso, el que era y es y será.
Nm 14, 21:
Perdono, como me lo pides. Pero ¡por mi vida y por la gloria del Señor que
llena la tierra!
Se
conmovieron los quicios y los dinteles a la voz.
Ex 19, 16:
Al tercer día por la mañana hubo truenos y relámpagos y una nube espesa en el
monte, mientras el toque de la trompeta crecía en intensidad, y el pueblo se
echó a temblar en el campamento.
Ex 40,
34-35: Entonces la cubre cubrió la tienda del encuentro, y la gloria del Señor
llenó el santuario. Moisés no pudo entrar en la tienda del encuentro, porque la
nube se había apostado sobre ella y la gloria del Señor llenaba el santuario.
El
templo se llenó de humo.
1 R 8,
10-12: Cuando los sacerdotes salieron de la nave, la nube llenó el templo, de
forma que los sacerdotes no podían seguir oficiando a causa de la nube, porque
la gloria del Señor llenaba el templo. Entonces Salomón dijo: El Señor puso el
sol en el cielo, el Señor quiere habitar en la
tiniebla.
Ay de
mí, estoy perdido.
Jn 12, 41:
Esto dijo Isaías porque vio su gloria y habló de él.
He visto
con mis propios ojos al rey Yahvé.
Ex 33, 20:
Pero mi rostro no lo puedes ver, porque nadie puede verlo y quedar con vida.
Con las
tenazas había tomado de sobre el altar.
Jr 1, 9: El
Señor extendió la mano, me tocó la boca y me dijo: Mira, yo pongo mis palabras
en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar,
destruir y demoler, edificar y plantar.
Dn 10, 16:
Una figura humana me tocó los labios: abrí la boca y hablé al que estaba frente
a mí: La visión me ha hecho retorcerme de dolor y no hallo fuerzas.
Notas
exegéticas.
6 Esta visión debería hallarse
normalmente al comienzo del libro: pero este ha sido compuesto partiendo de
colecciones independientes y a esta visión le cuadra bien este lugar a la
cabeza del Libro de Enmanuel que agrupa los oráculos relativos a la
guerra siro-efrainita en la que se cumplen las amenazas de los vv. 11-13.
6 1 (a) Probablemente el año 740.
6 1 (b) El Hekal, sala que
precedía al Debir o “Santo de los Santos”.
6 2 (a) Etimológicamente, los
“Ardientes”. Estos seres alados solo el nombre tienen de común con las
serpientes abrasadoras de Nm 21, 6; o con el dragón volador de Is 14, 29. Son
figuras humanas, pero provistas de seis alas, que recuerdan a los seres
misteriosos que tiran del carro de Yahvé en Ez 1, y a las que Ez 10 llama
“querubines”, como las figuras análogas ligadas al arca, Ex 25, 18. La
tradición posterior dio el nombre de Serafines y Querubines a dos clases de
ángeles.
6 3 Se trata probablemente de una
aclamación utilizada en el culto con anterioridad a Isaías, pues se encuentran
otras semejantes en Egipto. La santidad de Dios es un tema central de la
predicación de Isaías, que con frecuencia llama a Yahvé “el Santo de Israel”.
Esta santidad de Dios exige que también el hombre esté santificado, es decir,
separado de lo profano, purificado del pecado, aquí vv. 5-7, y que participe de
la “justicia” de Dios.
6 4 Señal de la presencia de Dios en
el Sinaí, en la Tienda del desierto y en
el Templo de Jerusalén.
6 7 El profeta es el mensajero de la
palabra de Dios, es su “boca”. Igualmente, Yahvé toca la boca de Jeremías y
Ezequiel come el rollo que contiene la palabra de Dios. El fuego es
purificador, con mucha más razón el fuego del altar.
6 8 La prontitud de Isaías recuerda
la fe de Abrahán y contrasta con los temores de Moisés y sobre todo de
Jeremías.
Salmo
responsorial
Salmo 138 (137), 1-5.7c-8.
Delante
de los ángeles tañeré para ti, Señor. R/.
Te
doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque
escuchaste las palabras de mi boca;
delante
de tus ángeles tañeré para ti;
me
postraré hacia tu santuario. R/.
Daré
gracias a tu nombre:
por
tu misericordia y tu lealtad,
porque
tu promesa supera tu fama.
Cuando
te invoqué, me escuchaste,
acreciste
el valor en mi alma. R/.
Que
te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al
escuchar el oráculo de tu boca;
canten
los caminos del Señor,
porque
la gloria del Señor es grande. R/.
Tu
derecha me salva.
El
Señor completará sus favores conmigo.
Señor,
tu misericordia es eterna,
no
abandones la obra de tus manos. R/.
Textos
paralelos.
Te doy gracias, Yahvé de todo corazón.
Sal 9, 2: Te doy gracias, Señor, de todo corazón contando todas
tus maravillas.
Me postraré en dirección a tu santo templo.
Sal 5, 8: Yo en cambio, por tu gran bondad, puedo entrar en tu
casa y postrarme hacia tu santuario con reverencia.
Aumentaste mi vigor interior.
Is 40, 29: El da fuerzas al cansado, acrecienta el vigor del
inválido.
Te dan gracias, Yahvé, los reyes de la tierra.
Sal 68, 33: Reinos del mundo, cantad a Dios, tañed para nuestro
Señor.
Cuando escuchan las palabras de tu boca.
Ml 1, 11: De levante a poniente es grande mi fama en las naciones,
y en todo lugar me ofrecen sacrificios y ofrendas, porque mi fama es grande en
las naciones, dice el Señor de los ejércitos.
Yahvé lo hará todo por mí.
Sal 57, 3: Invoco al Dios altísimo, a Dios que me completa sus
favores.
Tu amor es eterno, Yahvé.
Sal 100, 5: El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su
fidelidad de edad en edad.
Notas
exegéticas.
138 1 (a) Griego. Verso omitido por
hebreo.
138 1 (b) En lugar de “ángeles”
(griego, Vulgata, se traduce a veces “dioses”) los ídolos a los que desafía el
salmista); siriaco traduce “reyes” y el Targum “jueces”.
138 2 Lit. “has engrandecido tu
promesa por encima de tu renombre”. Texto dudoso.
138 3 “Aumentaste” siriaco; “me
conturbaste” hebreo.
Segunda
lectura.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 1-11.
Os recuerdo, hermanos, el evangelio que os anuncié y que vosotros
aceptasteis, en el que además estáis fundados, y que os está salvando, si os
mantenéis en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano.
Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo
murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que
resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más
tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la
mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a
Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me
apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno
de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la
gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en
mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la
gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos predicamos así, y así lo
creísteis vosotros.
Textos
paralelos.
El Evangelio que os prediqué.
1 Ts 2, 13: Por eso también
nosotros damos gracias incesantes a Dios, porque, cuando nos escuchasteis la
palabra de Dios, la acogisteis, no como palabra humana, sino como realmente es,
palabra de Dios, activa en vosotros, los creyentes.
En primer lugar os
transmití lo que a mí vez recibí.
1 Co 11, 2: Os alabo porque os acordáis siempre de mí y
mantenéis mis enseñanzas como yo os las trasmití.
1 Co 11, 23: Pues yo recibí del
Señor lo que os transmití: que el Señor, la noche que era entregado, tomó pan.
Lc 1, 2: Tal como nos lo
transmitieron los primeros testigos presenciales, puestos al servicio de la
palabra.
Cristo murió por nuestros
pecados.
Hch 2, 23: A este, entregado
según el plan previsto por Dios, lo crucificasteis por mano de gente sin ley y
le disteis muerte.
Apareció a Cefas y luego
a los Doce.
Mt 28, 10: Jesús le dijo: No
temáis: id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea, donde me verán.
Lc 24, 33-34: Se levantaron al
instante, volvieron a Jerusalén y encontraron a los once con los demás
compañeros, que afirmaban: Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a
Simón.
Aunque otros ya murieron.
Hch 12, 2: Hizo degollar a
Santiago, el hermano de Juan.
A Santiago más tarde.
Rm 1, 1: De Pablo, siervo de
Jesús Mesías, llamado a ser apóstol, reservado para anunciar la buena noticia
de Dios.
También a mí, que soy
como un aborto.
Ef 3, 8: A mí, el último de los
consagrados, me han concedido esta gracia: anu9nciar a los paganos la buena
noticia, la riqueza insondable del Mesías.
1 Tm 1, 15-16: Este mensaje es
de fiar y digno de ser aceptado sin reservas: que Cristo Jesús vino al mundo
para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero Cristo Jesús
me tuvo compasión, para empezar conmigo a mostrar toda su penitencia, dando un
ejemplo a los que habrían de creer y conseguir vida eterna.
Indigno de tal nombre.
Ga 1, 13-14: Habéis oído hablar
de mi conducta precedente en el judaísmo: Violentamente perseguía a la iglesia
de Dios intentando destruirla; en el judaísmo superaba a todos mis paisanos de
mi generación, en mi celo ferviente por las tradiciones de mis antepasados.
Hch 8, 3: Saulo hostigaba a la
iglesia, se metía en las casas, agarraba a hombres y mujeres y los metía en la
cárcel.
Mas por la gracia de Dios
soy lo que soy.
2 Co 11, 23: ¿Qué son hebreos?
Yo también. ¿Qué son israelitas? Yo también. ¿Qué son del linaje de Abraham? Yo
también. ¿Qué son ministros de Cristo? – hablo como demente –. Más yo. Los gano
en fatigas, los gano en prisiones, aún más en glolpes, en peligros de muerte
frecuentes.
Notas
exegéticas.
15 Algunos cristianos de Corinto
negaban la resurrección de los muertos. Los griegos la consideraban como
inaceptable por excesivamente grosera, mientras que los judíos la habían ido
descubriendo paulatinamente y luego la enseñaron explícitamente. Para impugnar
el error de los corintios Pablo parte de la afirmación fundamental de la
proclamación evangélica, el misterio pascual de Cristo muerto y resucitado que
desarrolla enumerando las apariciones del resucitado. Desde ahí muestra lo
absurdo de la opinión que impugna. Cristo es la primicia y la causa eficaz de
la resurrección de los muertos. Finalmente Pablo responde a las objeciones
sobre el “cómo· de la resurrección de los muertos y concluye con un himno de
acción de gracias.
15 3 (a) La palabra viva del Evangelio
es transmitida,
recibida y conservada, expresiones tomadas del vocabulario técnico rabínico. Pero sobre
todo, este Evangelio es anunciado, proclamado, el “kerygma” objeto de fe y portador de salvación.
15 3 (b) El carácter salvífico de la muerte de Cristo forma, pues, parte de
la proclamación evangélica anterior a Pablo.
15 4 Estas expresiones, fijas ya en
su formulación, son el germen de las futuras profesiones de fe (Credo).
15 6 (a) Pablo sobrentiende: Pueden hoy
todavía dar testimonio de lo que han visto; vuestra fe en la resurrección de
Cristo descansa en un testimonio seguro.
15 6 (b) Lit.: “se durmieron”. La misma
expresión en los vv. 18, 20, 51.
15 7 Los apóstoles aparecen como
formando un grupo más amplio que el de los Doce.
15 8 Alusión al carácter anormal,
violento, “quirúrgico” de su vocación. – Pablo no establece diferencia alguna
entre la aparición del camino de Damasco y las apariciones de Jesús, entre la
Resurrección y la Ascensión.
15 11 Valiosa afirmación desde el
punto de vista ecuménico: todos los testigos de Cristo resucitado proclaman el
mismo mensaje y todos los fieles la misma fe. Es, pues, imposible no buscar
esta unanimidad una vez que se ha perdido.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según san Lucas 5,1-11.
En aquel tiempo, la
gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de
pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los
pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. subiendo a una de
las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra.
Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a
Simón:
-Rema mar adentro, y
echad vuestras redes para la pesca.
Respondió Simón y
dijo:
-Maestro, hemos
estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra,
echaré las redes.
Y, puestos a la
obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a
reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra
barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos
barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó
a los pies de Jesús diciendo:
-Señor, apártate de
mí, que soy un hombre pecador.
Y es que el estupor
se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces
que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de
Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón:
-No temas; desde
ahora serás pescador de hombres.
Entonces sacaron las
barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Textos
paralelos.
Mc 1, 16-20 |
Mt 4, 18-22 |
Lc 1, 1-11 |
Caminando junto al
lago de Galilea, vio a Simón y a su
hermano Andrés que echaban las redes al mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: -Veníos conmigo y
os haré pescadores de hombres. Al punto, dejando
las redes, lo siguieron. Un trecho más
adelante vio a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que arreglaban las
redes en la barca. Los llamó. Ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca
con los jornaleros se fueron con él. Jesús les dijo: -Veníos conmigo y
os haré pescadores de hombres. Al punto, dejando
las redes, lo siguieron. Ellos, dejando a
su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros se fueron con él. |
Mientras paseaba
junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos
– Simón, apodado Pedro, y Andrés su hermano – que estaban echando una red al
agua, pues eran pescadores. Les dice: -Veníos conmigo y
os haré pescadores de hombres. Al punto dejaron
las redes y lo siguieron. Algo más adelante
vio a otros dos hermanos – Jacobo de Zebedeo y Juan su hermano – en la barca,
con su padre Zebedeo, arreglando las redes. Los llamó, y ellos al punto,
dejando la barca y al padre, lo siguieron. Les dice: -Veníos conmigo y
os haré pescadores de hombres. Al punto dejaron
las redes y lo siguieron. |
La gente se
agolpaba junto a él para escuchar la palabra de Dios, mientras él estaba
a la orilla del lago de Genesaret. Vio dos barcas
junto a la orilla, pues los pescadores se habían bajado y estaban lavando las
redes. Subiendo a una de las barcas, la de Simón,
le pidió que se apartase un poco de tierra. Se sentó y se puso a enseñar a la
gente desde la barca. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: -Boga lago adentro
y echa las redes para pescar. Le replicó Simón: -Maestro, hemos
bregado toda la noche sin cobrar nada; pero, ya que lo dices, echaré las
redes. Lo hicieron y
capturaron tal cantidad de peces, que reventaban las redes. Hicieron señas a
los socios de la otra barca para que fueran a echarles una mano. Llegaron y
llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al verlo, Simón Pedro cayó a
los pies de Jesús y dijo: -Apártate de mí,
Señor, que soy un pecador. Pues el estupor se
había apoderado de él y de todos sus compañeros por la cantidad de peces que
había pescado. Lo mismo sucedía a Juan y Santiago, que eran socios de Simón. Jesús dijo a
Simón: -No temas, en
adelante pescarás hombres. Entonces,
atracando las barcas en tierra, lo dejaron todo y lo siguieron. |
La gente se agolpaba a su
alrededor.
Mc 4, 1: En otra ocasión se puso
a enseñar junto al lago. Se reunió junto a él tal gentío, que hubo de subirse a
una barca metida en las aguas; se sentó mientras la gente estaba en tierra
junto al lago.
Los pescadores habían bajado de
ellas.
Mc 1, 16: Caminando junto al lago
de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes al mar,
pues eran pescadores.
Mc 1, 19: Un trecho más adelante
vio a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que arreglaban las redes en la
barca.
Subió entonces a una de las
barcas.
Mc 4, 1-2: En otra ocasión se
puso a enseñar junto al lago. Se reunió junto a él tal gentío, que hubo de
subirse a una barca metida en el agua; se sentó mientras la gente estaba en
tierra junto al lago. Les enseñaba muchas cosas con parábolas, les decía instruyéndolos.
Echaré las redes.
Mt 8, 10: Al oírlo, Jesús se
admiró y dijo a los que lo seguían: Os aseguro, una fe semejante no la he
encontrado en ningún israelita.
Amenazaba con romperse.
Mt 8, 3: Él extendió la mano y le
tocó diciendo: Lo quiero, queda curado. Al punto se curó de la lepra.
Aléjate de mí, Señor.
Ex 33, 20: Pero mi rostro no lo
puedes ver, porque nadie puede verlo y quedar con vida.
El asombro se había apoderado.
Lc 1, 12: Al verlo, Zacarías se
asustó y quedó sobrecogido de temor.
Eran compañeros de Simón.
Mc 1, 17: Jesús les dijo: Veníos
conmigo y os haré pescadores de hombres.
Mc 1, 20: Los llamó. Ellos
dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros se fueron con él.
Desde ahora serás pescador de
hombres.
Jn 21, 15-17: Cuando
terminaron de almorzar, dice Jesús a Simón Pedro: Simón de Juan, ¿me quieres
más que estos? Le responde: Sí, Señor,
tú sabes que te quiero. Le dice: Apacienta mis corderos. Le pregunta por segunda
vez: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Le dice: Apacienta mis ovejas. Por
tercera vez le pregunta: Simón de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció de
que le preguntara por tercera vez si lo quería y le dijo: Señor, tú lo sabes
todo, tú lo sabes que te quiero. Le dice: apacienta mis ovejas.
Jn 21 19: Lo decía indicando con
qué muerte había de glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: Sígueme.
Dejándolo todo, le siguieron.
Lc 12, 33: Vended vuestros bienes
y dad limosna. Procuraos bolsas que no envejecen, un tesoro inagotable en el
cielo, donde los ladrones no llegan ni los roe la polilla.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
5 Lc ha agrupado en
este relato: 1º, una descripción de los lugares y una predicación de Jesús, v.
1-3, que recuerda a Mc 4, 1-2, la historia de una pesca milagrosa, vv. 4-10a,
que se parece a Jn 21, 4-11; el llamamiento a Simón, vv. 10b-11, afín a Mc 1, 17.20.
Al narrar la vocación de los primeros discípulos después de un período de
enseñanza y de milagros, Lc ha querido hacer más verosímil su respuesta
inmediata a la llamada.
5 1 Lucas, de cultura
mediterránea, nunca da a este lago el nombre de “mar” como hacen Mc y Mt.
5 5 Este término (epistates)
solo se halla en Lc y siempre en labios de los discípulos, salvo en 17, 13.
Seguramente denota una fe más profunda en una autoridad de Jesús que el
habitual didáskalos, que también significa “maestro”.
5 8
(a) De
hecho, solo más tarde dará Jesús a Simón el sobrenombre de Pedro, 6, 14. Se
trata, pues de una anticipación literaria, y de carácter joánico (¿cómo la
pesca milagrosa?), porque la expresión “Simón Pedro” excepto en este caso de Lc
y Mt 16, 16, solo se encuentra en Juan: 17 veces.
5 8
(b) Este
término puede inducir a equívocos. En realidad, Pedro descubre en el milagro el
poder divino de Jesús (“Señor”) y confiesa que es indigno de estar con él.
5 10
Los
“compañeros” del v. 7. Si no se nombra a Andrés es porque se encuentra en la
barca de Simón, que retiene toda la atención de Lucas.
5 11
Lc
es el único que menciona aquí, lo mismo que en los relatos de vocación, que los
discípulos deben dejar todo para seguir a Jesús.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
5
1-11 En Lc, el seguimiento definitivo de Jesús por parte de los primeros
discípulos va precedido de una etapa de enseñanza y milagros.
1 AL LAGO DE GENESARET
nunca Lc lo llama “mar” como hacen Mt y Mc, sino, con todo el rigor,
simplemente LAGO. Y también es lo más exacto llamarlo DE GENESARET (de Kinnéret
en hebreo; cf. Jos 13, 27), aunque es probable que popularmente lo llamaran
de Tiberíades. // ÉL: lit. y él mismo (Gr. 1: kaí=waw de
apódosis.
3 AQUEL GENTÍO: lit. las
gentes.
5 FIADO EN TU PALABRA
(lit. sobre la palabra de ti): apoyado en la fuerza de esta orden suya.
7 PARA QUE FUERAN… UNA
MANO: lit. para habiendo ido coger-junto-con ellos. // ESTABAN CASI PARA
HUNDIRSE: la forma griega representa el valor de un imperfecto de conato: “casi
se hundían”.
8 A LOS PIES: lit. a
las rodillas (¿estaba Jesús sentado?). La reacción de Pedro nace del santo
temor: se ve demasiado cerca de lo sobrenatural – antes llamaba a Jesús
“Maestro” (v. 5), como a un rabino; ahora lo llama SEÑOR – y confiesa su
condición de pecador. Ante Dios, toda criatura es impura y necesita perdón, ya
sea el “inocente” Job (cf. Job 42, 6) o el “pecador” publicano (Lc 18, 13).
9 LA PESCA: lit., la
pesca de los panes.
10 ERAN SOCIOS DE : o formaban
sociedad con (¿se trataba de una especie de cooperativa de pescadores?).
11 LO SIGUIERON
físicamente, como discípulos.
Notas
exegéticas de la Biblia Didajé.
5,
1-11 La llamada de Cristo a sus primeros discípulos muestra la esencia misma
de la vocación. El verdadero discipulado implica la separación radical de las
cosas de este mundo para dar nuestro corazón totalmente a Cristo y a su obra de
evangelización. Aquí la relación especial con Pedro es evidente, y son estos
tres primeros – Pedro, Santiago y Juan – los que formarán una especie de
círculo interior entre los Apóstoles. Cat. 208 y 1533.
5, 8
Consciente
de la santidad de Cristo, Pedro se experimenta con más radicalidad como hombre
pecador y reza con palabras parecidas a las palabras de Isaías (Is 6, 5). Esta
contrición profunda es vital para el discipulado efectivo. Cat. 208.
5,
10 Cristo
enviará a sus discípulos a predicar el Evangelio, ellos ganarían almas para
Cristo. Cat. 848.
Notas
exegéticas de la Biblia del Peregrino.
5,
1-11 Hasta ahora en el relato de Lucas Jesús actuaba solo, por el territorio
de Galilea. En adelante va a ensanchar su campo de acción y se va a rodear de
colaboradores. En esta primera sección escoge a tres; en 27-28 llama a Leví; en
6, 12-16 nombra a los Doce. Pescar es imagen de apostolado, como será después
pastorear; la abundancia de pesca puede simbolizar, para la comunidad, la
expansiónd e la iglesia. Simón es el primero.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
208 Ante la presencia
atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza
ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro delante de la
santidad divina. Ante la gloria de Dios tres veces santo, Isaías exclama: “¡Ay
de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!” (Is 6, 5).
Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: “Aléjate de mí,
Señor, que soy un hombre pecador” (Lc 5, 8). Pero porque Dios es santo, puede
perdonar al hombre que se descubre pecador delante de Él: ·No ejecutaré el
ardor de mi cólera (…) porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo”
(Os 11, 9). El apóstol Juan dirá igualmente: “Tranquilizaremos nuestras
conciencias ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios
es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (1 Jn 3, 19-20).
Concilio
Vaticano II.
Toda la comunidad
cristiana tiene el deber de fomentar las vocaciones, y debe procurarlo, ante
todo, con una vida plenamente cristiana; para ello ayudarán muchísimo tanto las
familias que, animadas por el espíritu de fe, caridad y piedad, llegan a
constituirse en el primer seminario, como las parroquias llenas de vida en las
que toman parte los mismos adolescentes. Los maestros y todos los que de alguna
manera se ocupan de la formación de los jóvenes, sobre todo las Asociaciones
católicas, han de educar a los adolescentes a ellos confiados de tal manera que
puedan descubrir y seguir gustosos la llamada de Dios. Todos los sacerdotes
deben mostrar el mayor fervor apostólico posible en la promoción de las
vocaciones y atraer el espíritu de los adolescentes hacia el sacerdocio por
medio de su propia vida humilde, trabajadora, llena de alegría y con la caridad
sacerdotal y la colaboración fraterna en el trabajo.
Decreto sobre la
formación sacerdotal Optatam Totoius (la deseada renovación de
toda [la Iglesia], 2.
Comentarios de los Santos Padres.
“Venid y os haré pescadores de hombres”. Recibieron
de Él las redes de la palabra de Dios, las echaron al mundo como a un mar
profundo, y capturaron la muchedumbre de cristianos que vemos y nos causa
admiración. Aquellas dos barcas simbolizaban a dos pueblos, el de los judíos y
el de los gentiles, el de la sinagoga y el de la Iglesia, el de la circuncisión
y el del prepucio”.
Agustín, Sermón 248, 1-2. III, pg. 143.
La barca navega hacia el interior del mar de este
mundo de manera que, mientras el mundo perece, ella mantiene a salvo a todos
los que están dentro de la barca. Vemos su imagen ya en el Antiguo Testamento.
En efecto, lo mismo que el arca de Noé, mientras el mundo naufragaba, mantuvo a
salvo a todos los que tenía dentro, así también la Iglesia de Pedro, mientras
el mundo perece entre llamas, mantendrá a salvo a todos los que ella abraza.
Máximo de Turín, Sermón, 49, 1-3. III, pg.
144.
Mira no sea que esta barca confiada al pilotaje de
Pedro sea la Iglesia que también es confiada al apóstol para ser gobernada. En
efecto, ella es la nave que no da la muerte sino la vida a quienes son
arrastrados por los torbellinos del mundo como por las olas. En efecto, lo
mismo que una barca sostiene los peces agonizantes que ha sacado de las olas,
así también la nave de la Iglesia devuelve la vida a los hombres liberados de
la tempestad. Dentro de sí misma, repito, la Iglesia les da la vida como a seres
medio muertos.
Máximo de Turín, Sermón, 110, 1. III, pg.
146.
San Agustín
Nadáis en el interior de la misma red; pero llegaréis a la orilla y,
después de la resurrección, os hallaréis a su derecha. Allí nadie será malo. Si
no la cumplís, ¿de qué os sirve conocer la ley, conocer los mandamientos de
Dios, saber qué cosa es buena y cuál mala? ¿No reprueba la conciencia esa
ciencia? Aprended, más para obrar.
Sermón 249,
2. II, pg. 798.
San Juan de Ávila
Antes hay muchos que, después de vivos deseos y grandes trabajos
pasados para que alcanzasen esta joya, se ven miserablemente caídos en el
lodoso cieno de su carne, y dicen con gran dolor: Trabajando hemos toda la noche, y ninguna cosa hemos
tomado (Lc 5,
5), y paréceles que se cumple en ellos lo que dice el sabio: Cuando yo más lo buscaba,
tanto más lejos huyó de mí.
Audi filia (I). I, pg. 416.
Todo lo dicho y más que se pueda decir, suelen ser medios para alcanzar
esta preciosa limpieza. Mas muchas veces acaece que, así como trayendo piedra y
madera y todo lo necesario para edificar una casa, nunca se nos endereza el
edificarla, así también acaece que, haciendo todos estos remedios, no
alcancemos la castidad deseada. Antes hay muchos que, después de vivos deseos
de ella y grandes trabajos pasados por ella, se ven miserablemente caídos o
reciamente atormentados de su carne, y dicen con mucho dolor: Trabajado hemos toda la
noche y ninguna cosa hemos tomado (Lc 5, 5). Y paréceles que se cumple en
ellos lo que dice el Sabio: Cuanto más yo la buscaba, tanto más lejos huyó de mí (Eclo 7, 23-34). Lo cual muchas
veces suele venir de una secreta fiducia[1], que
en sí mismos estos trabajadores soberbios tenían, pensando que la castidad era
fruto que nacía de sus solos trabajos y no dádiva de la mano de Dios. Y por no
saber a quien se había de pedir, justamente se quedaban sin ella. Porque mayor
daño les fuera tenerla y ser soberbios e ingratos a su Dador, que estar sin
ella llorosos y humillados, y perdonados por la penitencia. No es pequeña
sabiduría saber cuya dádiva es la castidad; y no tiene poco camino andado para
alcanzarla quien de verdad siente que no es fuerza del hombre, sino dádiva de
nuestro Señor.
Audi filia (II), I, pg. 567.
¿Qué diremos del bienaventurado padre nuestro San Pedro, que teniéndose
por indigno de estar en una navecilla, por estar en ella nuestro Señor, exclamó
diciendo: Exi a
me, Domine, quoniam homo peccator sum? (Lc 5, 8). Cuya profunda reverencia y
religioso temor dio el Señor a entender mucho tiempo antes por el profeta
Malaquías, diciendo: “Mi alianza con Leví fue de vida y de paz y efectivamente
así se lo concedí, para que me temiera, me respetara y reverenciara mi nombre”
(Ml 2, 5)[2].
Tratado sobre el sacerdocio. I, pg. 927.
¡Qué placer es ver llega la hora de Dios, en que las tales obras del
mal padre deshace! Señor, toda la noche trabajando, no hemos tomado nada (Lc 5, 5), dijo San Pedro a
nuestro Señor, el cual súbitamente sacó multitud grande de peces, echando la
red a mandamiento del Señor, el cual allí de nuevo crió para él milagro.
Lecciones sobre 1 San Juan (II), II, pg. 428-429.
Díjoles el Señor: Echad la red en mi nombre. Echaron la red, y sacaron tanta
multitud de peces, que no podían en la red con ellos (Lc 5, 5-6). Y está uno en
pecado uno y dos y diez y veinte años. Decísle: “Aborreced la maldad” – No
quiero. ¡Qué contento está el diablo! Cuanto ha que tiene una ánima treinta o
cuarenta años, está muy contento con aquel miembro suyo.
Lecciones sobre 1 San Juan (I), II, pgs. 286-287.
-Tu mihi lavas pedes? – Tenéis razón, San Pedro. Y ¡ay del
desvergonzado que, cuando comulga o dice misa, no se confunde, espanta y sale
fuera de sí! Tu
intrasti in stomachum meum? ¿Yo delante de ti? Exi a me Domine, etc. (cf. Lc 5, 8). – Quod ego facio tu nescis modo. Cree, obedece; no te lo quiero decir el
porqué lo hago, porque más merezcas con creer y obedecer sin saber; haz lo que
mando. Sufre, hombre, lo que Dios te envía, aunque no entiendas pel porqué;
espera a Dios, que antes de mucho verás – aquí o en el otro mundo – cómo en eso
procuraba Dios tu bien, aunque tú te quejabas de ello. Cree ahora; que scies autem postea[3].
Jueves Santo. III, pg. 415.
En grande aprieto estuvo San Pedro cuando se vio en una nao con el
Señor, por haberle visto hacer el milagro de que, echando la red en la palabra de Dios, se pescaron muchos
peces donde no lo había primero y, teniéndose por indigno de estar en la
compañía de Él, dijo con profunda humildad: Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador (Lc 5, 8). Siente tú lo mismo
mañana; espántate y di: “Señor, ¡que vamos juntos vuestra alteza infinita y el
abismo de mi poquedad! Señor, ¿qué merced no merecida ni vista es aquesta? Yo
os confieso que no solo merezco estar lejos de vos los dos mil codos que antes mandábades, mas dos
mil leguas y doscientas más, porque vuestro lugar es el cielo, por ser vuestro
por muy justos títulos, y el mío es el infierno, que yo justamente merezco por
mis pecados. ¿Quién juntó en uno tanta alteza con tanta bajeza, al Criador con
la criatura, luz con tinieblas, verdad con mentira y, finalmente, una bondad
infinita con un abismo de nada y de maldad?”. Abaja, hermano, tus ojos y di:
“Señor, sed manso conmigo, dadme gracia para que sepa conocer y agradecer eta
merced, no atribuyéndola a mí, sino a vos, cuya es la gloria”.
Víspera del Corpus. III, pg. 482.
Señor, ¿quién te ha traído a manos de un tal pecador y otra vez a
destierro y portal de Betlem? (Lc 5, 8).
A un sacerdote. IV, pg. 49.
Si vuestra señoría mirare con ojos cristianos el valor de esta empresa,
el galardón de ella, y principalmente a la grandeza del Señor que se la
encomienda, no dudo sino que se tendrá por indigno de ella y dirá como San
Pedro: Exi a
me, Domine, quia homo peccator sum (Lc 5, 8), porque la humildad de vuestra
señoría le hará creer y confesar que la pudiera Dios encomendar a otros que
tuvieran más partes para la cumplir, mas si vuestra señoría con la humildad de
San Pedro y de Moisén dijere que no es para empresa tan grande, porque no tiene
lengua y habilidad para ella, decirle ha el Señor: Noli timere, ex hoc enim eris homines capiens (Lc 5, 10).
A un obispo de Cordoba. IV, pg. 601-602.
San Oscar Romero.
Dios nos llama a construir con él nuestra historia y la construcción de
Dios no quiere ser sobre sangre y dolor. Quiere ser una construcción de hijos
de Dios que hagan valer la característica más propia del hombre, la razón y la
libertad dada por la bondad.
10 febrero 1980.
Papa Francisco. Angelus. 7 de
febrero de 2016.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo cuenta —en la
redacción de san Lucas— la llamada de los primeros discípulos de Jesús (Lc 5,
1-11). El hecho tiene lugar en un contexto de vida cotidiana: hay algunos
pescadores sobre la orilla del mar de Galilea, los cuales, después de una noche
de trabajo sin pescar nada, están lavando y organizando las redes. Jesús sube a
la barca de uno de ellos, la de Simón, llamado Pedro, le pide separarse un poco
de la orilla y se pone a predicar la Palabra de Dios a la gente que se había reunido
en gran número. Cuando terminó de hablar, le dice a Pedro que se adentre en el
mar para echar las redes. Simón ya había conocido a Jesús y había experimentado
el poder prodigioso de su palabra, por lo que le contestó: «Maestro, hemos
estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra,
echaré las redes» (v. 5). Y su fe no se ve decepcionada: de hecho, las redes se
llenaron de tal cantidad de peces que casi se rompían (cf. v. 6).
Frente a este evento extraordinario, los
pescadores se asombraron. Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un pecador» (v. 8). Ese signo prodigioso le
convenció de que Jesús no es sólo un maestro formidable, cuya palabra es
verdadera y poderosa, sino que Él es el Señor, es la manifestación de Dios.
Y esta cercana presencia despierta en Pedro un fuerte sentido de la propia
mezquindad e indignidad. Desde un punto de vista humano, piensa que debe
haber distancia entre el pecador y el Santo. En verdad, precisamente su
condición de pecador requiere que el Señor no se aleje de él, de la misma forma
en la que un médico no se puede alejar de quien está enfermo.
La respuesta de Jesús a Simón Pedro es
tranquilizadora y decidida: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres»
(v. 10). Y de nuevo el pescador de Galilea, poniendo su confianza en esta
palabra, deja todo y sigue a Aquel que se ha convertido en su Maestro y Señor.
Y así hicieron también Santiago y Juan, compañeros de trabajo de Simón. Esta es
la lógica que guía la misión de Jesús y la misión de la Iglesia: ir a
buscar, «pescar» a los hombres y las mujeres, no para hacer proselitismo, sino
para restituir a todos la plena dignidad y libertad, mediante el perdón de los
pecados. Esto es lo esencial del cristianismo: difundir el amor
regenerante y gratuito de Dios, con actitud de acogida y de misericordia hacia
todos, para que cada uno puede encontrar la ternura de Dios y tener
plenitud de vida. Y aquí, especialmente, pienso en los confesores: son los
primeros que tienen que dar la misericordia del Padre siguiendo el ejemplo de
Jesús, como han hecho los dos frailes santos, padre Leopoldo y padre Pío.
El Evangelio de hoy nos interpela: ¿sabemos
fiarnos verdaderamente de la palabra del Señor? ¿O nos dejamos desanimar por
nuestros fracasos? En este Año Santo de la Misericordia estamos llamados a
confortar a cuantos se sienten pecadores e indignos frente al Señor y abatidos
por los propios errores, diciéndoles las mismas palabras de Jesús: «No temas». Es
más grande la misericordia del Padre que tus pecados. ¡Es más grande, no
temas! Que la Virgen María nos ayude a comprender cada vez más que ser
discípulos significa poner nuestros pies en las huellas dejadas por el Maestro:
son las huellas de la gracia divina que regenera vida para todos.
Francisco. Angelus. 10 de febrero
de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Lc 5, 1-11) narra, en el
relato de Lucas, la llamada de San Pedro. Su nombre, lo sabemos, era Simón y
era pescador. Jesús, en la orilla del lago de Galilea, lo ve mientras está
arreglando las redes, junto con otros pescadores. Lo encuentra fatigado y
decepcionado, porque esa noche no habían pescado nada. Y Jesús lo sorprende con
un gesto inesperado: se sube a su barca y le pide que se aleje un poco de
tierra porque quiere hablar a la gente desde allí, había mucha gente.
Entonces Jesús se sienta en la barca de Simón y enseña a la
multitud reunida a lo largo de la orilla. Pero sus palabras también reabren a
la confianza el corazón de Simón. Entonces Jesús, con otro “gesto”
sorprendente, le dice: «Boga mar adentro y echad vuestras redes para
pescar» (v. 4).
Simón responde con una objeción: «Maestro,
hemos estado bregando todo la noche y no hemos pescado nada ...». Y, como
experto pescador, podría haber agregado: “Si no hemos pescado por la noche,
mucho menos vamos a pescar de día”. En cambio, inspirado por la presencia de
Jesús e iluminado por su Palabra, dice: «...pero, en tu palabra, echaré
las redes» (v. 5). Es la respuesta de la fe, que nosotros también
estamos llamados a dar; es la actitud de disponibilidad que el Señor pide a
todos sus discípulos, sobre todo a aquellos que tienen tareas de
responsabilidad en la Iglesia. Y la obediencia confiada de Pedro genera un
resultado prodigioso: «Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces» (v.
6).
Es una pesca milagrosa, un signo del poder de la
palabra de Jesús: cuando nos ponemos con generosidad a su servicio, Él obra
grandes cosas en nosotros. Así actúa con cada uno de nosotros: nos pide que
lo acojamos en la barca de nuestra vida, para recomenzar con él a surcar un
nuevo mar, que se revela cuajado de sorpresas. Su invitación a salir
al mar abierto de la humanidad de nuestro tiempo, a ser testigos de la
bondad y la misericordia, da un nuevo significado a nuestra existencia, que
a menudo corre el riesgo de replegarse sobre sí misma. A veces, podemos
sentirnos sorprendidos y titubeantes ante la llamada del Maestro Divino, y
tentados a rechazarlo porque no nos sentimos a la altura. Incluso Pedro,
después de aquella pesca increíble, le dijo a Jesús: «Aléjate de mí, Señor,
que soy un hombre pecador» (v. 8). Esta humilde oración es hermosa:
“Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Pero lo dijo de rodillas
ante Aquel que ahora reconoce como “Señor”. Y Jesús lo alienta diciendo: «No
temas. Desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10), porque Dios, si
confiamos en Él, nos libra de nuestro pecado y nos abre un nuevo horizonte:
colaborar en su misión.
El mayor milagro realizado por Jesús para Simón y los
demás pescadores decepcionados y cansados, no es tanto la red llena de
peces, como haberlos ayudado a no caer víctimas de la decepción y el desaliento
ante las derrotas. Les abrió el horizonte de convertirse en anunciadores
y testigos de su palabra y del reino de Dios. Y la respuesta de los
discípulos fue rápida y total: «Llevaron a tierra las barcas y dejando todo lo
siguieron» (v. 11). ¡Qué la Santísima Virgen, modelo de pronta adhesión a la
voluntad de Dios, nos ayude a sentir la fascinación de la llamada del Señor y
nos haga disponibles a colaborar con él para difundir su palabra de salvación
en todas partes!
Francisco. Angelus. 6 de febrero
de 2022
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la liturgia de hoy nos lleva a las
orillas del Mar de Galilea. La multitud se agolpa en torno a Jesús, mientras
algunos pescadores decepcionados, entre ellos Simón Pedro, lavan sus redes
después de una noche de pesca que salió mal. Y he aquí que Jesús sube a la
barca de Simón; luego lo invita a ir mar adentro y echar de nuevo las redes
(cf. Lc 5,1-4). Detengámonos en estas dos acciones de Jesús: primero, sube a
la barca y, luego, la segunda, invita a ir mar adentro. Había sido una
noche en que las cosas habían salido mal, sin pescados, pero Pedro confía y va
mar adentro.
Primero, Jesús sube a la barca de Simón.
¿Para hacer qué? Para enseñar. Pide precisamente esa barca,
que no está llena de peces, sino que ha regresado a la orilla vacía, tras
una noche de trabajo y decepción. Es una bella imagen para nosotros también.
Cada día la barca de nuestra vida abandona la orilla de nuestro hogar para
adentrarse en el mar de las actividades cotidianas; cada día intentamos
“pescar mar adentro”, cultivar sueños, llevar adelante proyectos, vivir el
amor en nuestras relaciones. Pero a menudo, como Pedro, experimentamos
la “noche de las redes vacías”, la noche de las redes vacías… la decepción
de esforzarse tanto y no ver los resultados deseados: “Hemos trabajado toda
la noche y no hemos pescado nada” (v. 5), dice Simón. Cuántas veces también
nosotros nos quedamos con una sensación de derrota, mientras la decepción y
la amargura surgen en nuestros corazones. Dos carcomas muy peligrosas.
¿Qué hace entonces el Señor? Elige subirse a
nuestra barca. Desde allí quiere anunciar el Evangelio al mundo.
Precisamente esa barca vacía, símbolo de nuestra incapacidad, se convierte
en la “cátedra” de Jesús, en el púlpito desde el que proclama la Palabra. Y
esto es lo que le gusta hacer al Señor: el Señor es el Señor de las sorpresas,
de los milagros en las sorpresas; subir a la barca de nuestra vida cuando no
tenemos nada que ofrecerle; entrar en nuestros vacíos y llenarlos con su
presencia; servirse de nuestra pobreza para proclamar su riqueza, de nuestras
miserias para proclamar su misericordia. Recordemos esto: Dios no quiere un
crucero, le basta con una pobre barca “destartalada”, siempre que lo acojamos:
¡Eso sí! Acogerlo. No interesa la barca… acogerlo. Pero, me pregunto, ¿lo
dejamos entrar en la barca de nuestras vidas? ¿Ponemos a su disposición lo
poco que tenemos? A veces nos sentimos indignos de Él porque somos
pecadores. Pero esta es una excusa que no le gusta al Señor, porque lo aleja de
nosotros. Él es el Dios de la cercanía, de la compasión, de la ternura, y no
busca el perfeccionismo, busca la acogida. También a ti te dice:
"Déjame subir a la barca de tu vida”. “Pero, Señor, mira…”, “Así: déjame
subir, tal como es". Pensemos en esto.
Así es como el Señor reconstruye la confianza de
Pedro. Tras subir a su barca, después de predicar, le dice: "Rema mar
adentro" (v. 4). No era una hora adecuada para pescar, era pleno día,
pero Pedro confía en Jesús. No se apoya en las estrategias de los pescadores,
que conocía bien, sino que se apoya en la novedad de Jesús. Aquel asombro que
lo movía a hacer aquello que Jesús le decía. Lo mismo ocurre con nosotros: si
acogemos al Señor en nuestra barca, podemos ir mar adentro. Con Jesús se navega
por el mar de la vida sin miedo, sin ceder a la decepción cuando no se pesca
nada, y sin ceder al “no hay nada más que hacer”. Siempre, tanto en la vida
personal como en la vida de la Iglesia y de la sociedad, se puede hacer algo
que sea hermoso y valiente: siempre. Siempre podemos volver a empezar,
el Señor siempre nos invita a volver a ponernos en juego porque Él abre nuevas
posibilidades. Aceptemos, pues, la invitación: ahuyentemos el pesimismo y la
desconfianza y entremos mar adentro con Jesús. Incluso nuestra pequeña
barca vacía será testigo de una pesca milagrosa.
Recemos a María, que como ninguna otra acogió al
Señor en la barca de la vida, para que nos anime e interceda por nosotros.
Benedicto XVI. 7 de febrero de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de este quinto domingo del tiempo
ordinario nos presenta el tema de la llamada divina. En una visión majestuosa,
Isaías se encuentra en presencia del Señor tres veces Santo y lo invade un gran
temor y el sentimiento profundo de su propia indignidad. Pero un serafín
purifica sus labios con un ascua y borra su pecado, y él, sintiéndose preparado
para responder a la llamada, exclama: "Heme aquí, Señor, envíame"
(cf. Is 6, 1-2.3-8). La misma sucesión de sentimientos está presente en el
episodio de la pesca milagrosa, de la que nos habla el pasaje evangélico de
hoy. Invitados por Jesús a echar las redes, a pesar de una noche infructuosa,
Simón Pedro y los demás discípulos, fiándose de su palabra, obtienen una pesca
sobreabundante. Ante tal prodigio, Simón Pedro no se echa al cuello de Jesús
para expresar la alegría de aquella pesca inesperada, sino que, como explica el
evangelista san Lucas, se arroja a sus pies diciendo: "Apártate de mí,
Señor, que soy un pecador". Jesús, entonces, le asegura: "No temas.
Desde ahora serás pescador de hombres" (cf. Lc 5, 10); y él, dejándolo
todo, lo sigue.
También san Pablo, recordando que había sido
perseguidor de la Iglesia, se declara indigno de ser llamado apóstol, pero
reconoce que la gracia de Dios ha hecho en él maravillas y, a pesar de sus
limitaciones, le ha encomendado la tarea y el honor de predicar el Evangelio
(cf. 1 Co 15, 8-10). En estas tres experiencias vemos cómo el encuentro
auténtico con Dios lleva al hombre a reconocer su pobreza e insuficiencia, sus
limitaciones y su pecado. Pero, a pesar de esta fragilidad, el Señor,
rico en misericordia y en perdón, transforma la vida del hombre y lo llama a
seguirlo. La humildad de la que dan testimonio Isaías, Pedro y Pablo invita
a los que han recibido el don de la vocación divina a no concentrarse en sus
propias limitaciones, sino a tener la mirada fija en el Señor y en su
sorprendente misericordia, para convertir el corazón, y seguir
"dejándolo todo" por él con alegría. De hecho, Dios no mira lo que
es importante para el hombre: "El hombre mira las apariencias, pero el
Señor mira el corazón" (1 S 16, 7), y a los hombres pobres y débiles,
pero con fe en él, los vuelve apóstoles y heraldos intrépidos de la
salvación.
En este Año sacerdotal, roguemos al Dueño de la
mies que envíe operarios a su mies y para que los que escuchen la invitación
del Señor a seguirlo, después del necesario discernimiento, sepan responderle
con generosidad, no confiando en sus propias fuerzas, sino abriéndose a la
acción de su gracia. En particular, invito a todos los sacerdotes a reavivar
su generosa disponibilidad para responder cada día a la llamada del Señor con
la misma humildad y fe de Isaías, de Pedro y de Pablo.
Encomendemos a la Virgen santísima todas las
vocaciones, particularmente las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal.
Que María suscite en cada uno el deseo de pronunciar su propio "sí"
al Señor con alegría y entrega plena.
Benedicto XVI. 10 de febrero de
2013.
Queridos hermanos y hermanas:
En la liturgia de hoy, el Evangelio según san Lucas
presenta el relato de la llamada de los primeros discípulos, con una versión
original respecto a los otros dos sinópticos: Mateo y Marcos (cf. Mt 4,
18-22; Mc 1, 16-20). La llamada, en efecto, está precedida por la enseñanza
de Jesús a la multitud y por una pesca milagrosa, realizada por voluntad
del Señor (Lc 5, 1-6). De hecho, mientras la muchedumbre se agolpa en la orilla
del lago de Genesaret para escuchar a Jesús, Él ve a Simón desanimado por no
haber pescado nada durante toda la noche. En primer lugar le pregunta si puede
subir a la barca para predicar a la gente, ya que estaba a poca distancia de la
orilla. Después, terminada la predicación, le pide que se dirija mar adentro
con sus compañeros y que eche las redes (cf. v. 5). Simón obedece, y pescan una
cantidad increíble de peces. De este modo, el evangelista hace ver que los
primeros discípulos siguieron a Jesús confiando en Él, apoyándose en su
Palabra, acompañada también por signos prodigiosos. Observamos que, antes
de este signo, Simón se dirige a Jesús llamándole «Maestro» (v. 5), y después
le llama «Señor» (v. 7). Es la pedagogía de la llamada de Dios,
que no mira tanto la calidad de los elegidos, sino su fe, como la de
Simón que dice: «Por tu palabra, echaré las redes» (v. 5).
La imagen de la pesca remite a la misión
de la Iglesia. Comenta al respecto san Agustín: «Dos veces los discípulos
se pusieron a pescar por orden del Señor: una vez antes de la pasión y otra
después de la resurrección. En las dos pescas está representada toda la
Iglesia: la Iglesia como es ahora y como será después de la resurrección de los
muertos. Ahora acoge a una multitud imposible de enumerar, que comprende a los
buenos y a los malos; después de la resurrección comprenderá sólo a los buenos»
(Discurso 248, 1). La experiencia de Pedro, ciertamente singular, también es
representativa de la llamada de todo apóstol del Evangelio, que jamás debe
desanimarse al anunciar a Cristo a todos los hombres, hasta los confines del
mundo. Sin embargo, el texto de hoy hace reflexionar sobre la vocación al
sacerdocio y a la vida consagrada. La vocación es obra de Dios. El hombre no
es autor de su propia vocación, sino que da respuesta a la propuesta divina;
y la debilidad humana no debe causar miedo si Dios llama. Es necesario
tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es
necesario confiar cada vez más en el poder de su misericordia, que transforma y
renueva.
Queridos hermanos y hermanas, que esta Palabra de
Dios reavive también en nosotros y en nuestras comunidades cristianas la
valentía, la confianza y el impulso para anunciar y testimoniar el Evangelio. Que
los fracasos y las dificultades no induzcan al desánimo: a nosotros nos
corresponde echar las redes con fe, el Señor hace el resto. Confiamos
también en la intercesión de la Virgen María, Reina de los Apóstoles. Ella,
bien consciente de su pequeñez, respondió a la llamada del Señor con total
entrega: «Heme aquí». Con su ayuda materna, renovemos nuestra disponibilidad a
seguir a Jesús, Maestro y Señor.
Francisco. Audiencia
general (29-01-25). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra
esperanza. I. La infancia de Jesús. 3. «Le pondrás por nombre Jesús» (Mt 1,21).
El anuncio a José
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hoy seguiremos contemplando a Jesús en el misterio
de sus orígenes, narrado por los Evangelios de la infancia.
Mientras que Lucas nos lo muestra desde la
perspectiva de la madre, la Virgen María, Mateo, en cambio, se sitúa en la
perspectiva de José, el hombre que asume la paternidad legal de Jesús,
injertándolo en el tronco de Jesé y vinculándolo a la promesa hecha a David.
Jesús, en efecto, es la esperanza de Israel que se
cumple: es el descendiente prometido a David (cf.2 Sam 7,12; 1Cr 17,11), que
hace que su casa sea «bendita para siempre» (2 Sam 7,29); es el brote que nace
del tronco de Jesé (cf. Is 11,1), el «vástago legítimo» destinado a reinar como
verdadero rey, que sabe ejercer el derecho y la justicia (cf. Jr 23,5; 33,15).
José entra en escena en el Evangelio de Mateo como
novio de María. Para los judíos, el compromiso era un verdadero vínculo
jurídico, que preparaba para lo que sucedería un año más tarde, es decir, la
celebración del matrimonio. Era entonces cuando la mujer pasaba de la custodia
de su padre a la de su esposo, mudándose a su casa y haciéndose disponible para
el don de la maternidad.
Fue precisamente durante este tiempo cuando José
descubrió el embarazo de María, y su amor se vio sometido a una dura prueba.
Ante tal situación, que habría llevado a la ruptura del compromiso, la Ley
sugería dos posibles soluciones: o bien un acto jurídico público, como citar a
la mujer ante el tribunal, o bien una acción privada, como entregar a la mujer
una carta de repudio.
Mateo define a José como un hombre «justo»
(zaddiq), un hombre que vive según la Ley del Señor, que se inspira en ella en
todas las ocasiones de su vida. Por tanto, siguiendo la Palabra de Dios, José
actúa ponderadamente: no se deja vencer por sentimientos instintivos ni teme
llevarse a María con él, sino que prefiere dejarse guiar por la sabiduría
divina. Opta por separarse de María sin clamores, es decir, en privado (cf. Mt
1,19). Y esta sabiduría de José le permite no equivocarse y hacerse abierto y
dócil a la voz del Señor.
De este modo, José de Nazaret nos recuerda a
otro José, hijo de Jacob, apodado «señor de los sueños» (cf. Gn
37,19), tan amado por su padre y tan odiado por sus hermanos, a quien Dios
elevó sentándolo en la corte del faraón.
Ahora bien, ¿qué sueña José de Nazaret? Sueña con
el milagro que Dios realiza en la vida de María, y también con el milagro que
realiza en su propia vida: asumir una paternidad capaz de custodiar, proteger y
transmitir una herencia material y espiritual. El vientre de su esposa está
grávido de la promesa de Dios, una promesa que lleva un nombre con el que se da
a todos la certeza de la salvación (cf. Hch 4,12).
Durante su sueño, José oye estas palabras: «José,
hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en
ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre
Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). Ante esta
revelación, José no pide más pruebas, se fía. José confía en Dios, acepta el
sueño de Dios sobre su vida y la de su prometida. Así entra en la gracia
de quien sabe vivir la promesa divina con fe, esperanza y amor.
José, en todo esto, no profiere palabra alguna,
sino que cree, espera y ama. No habla con «palabras al viento», sino con
hechos concretos. Él pertenece a la estirpe de los que, según el apóstol
Santiago, «ponen en práctica la Palabra» (cf. Stg 1,22), traduciéndola
en hechos, en carne, en vida. José confía en Dios y obedece: «Su vigilancia
interior por Dios... se convierte espontáneamente en obediencia» (Benedicto
XVI, La infancia de Jesús, Milán-Ciudad del Vaticano 2012, 57).
Hermanas, hermanos, pidamos también al Señor la
gracia de escuchar más de lo que hablamos, la gracia de soñar los sueños
de Dios y de acoger responsablemente a Cristo que, desde el momento de
nuestro bautismo, vive y crece en nuestras vidas. ¡Gracias!
Francisco. Catequesis Jubilar (1-02-25).
Esperar es voltearse. María Magdalena.
¡Queridos hermanos y hermanas!
El Jubileo es un nuevo inicio para las personas y
para la Tierra; es un tiempo donde todo es replanteado dentro del sueño de Dios. Y sabemos que la
palabra “conversión” indica un cambio de dirección. Finalmente,
todo se puede ver desde otra perspectiva y así también nuestros pasos se
encaminan hacia nuevas metas. Así surge la esperanza que jamás
desilusiona. La Biblia relata esto de muchas maneras. Y también para
nosotros la experiencia de la fe ha sido estimulada por el encuentro con
personas que han sabido cambiar en la vida y han, por así decirlo, entrado
en los sueños de Dios. De hecho, si en el mundo hay tanto mal, nosotros
podemos distinguir quién es diferente: su grandeza, que a menudo coincide
con su pequeñez, nos conquista.
Por esto en los Evangelios, la figura de María
Magdalena surge sobre todas las demás. Jesús la curó con la misericordia
(cfr Lc 8,2) y ella cambió: hermanos y hermanas la misericordia
cambia, la misericordia cambia el corazón y, a María Magdalena, la
misericordia la recondujo a los sueños de Dios y dio nuevas metas a su camino.
El Evangelio de Juan narra de su encuentro con
Jesús resucitado en una manera que nos hace reflexionar. Varias veces se
repite que María se dio vuelta. ¡El Evangelista escoge bien las palabras!
En lágrimas, María mira primero dentro el sepulcro, luego se voltea: el
Resucitado no está en la parte de la muerte, sino en la parte de la vida. Puede
ser intercambiado con una de las personas que encontramos cada día. Después,
cuando escucha pronunciar su nombre, el Evangelio dice que nuevamente
María se dio vuelta. Es así que crece su esperanza: ahora mira el
sepulcro, pero no más como antes. Puede secar sus lágrimas, porque ha escuchado
su nombre: solo su Maestro lo pronuncia así. Pareciera que el viejo mundo
todavía estuviese, pero ya no está. Cuando sentimos que el Espíritu Santo actúa
en nuestro corazón y sentimos que el Señor nos llama por nuestro nombre,
sabemos distinguir la voz del Maestro.
Querido hermanos y hermanas, aprendamos de la
esperanza de María Magdalena, que la tradición llamó “apóstola de los
apóstoles”. En el nuevo mundo se entra convirtiéndose más de una vez.
Nuestro camino es una constante invitación a cambiar de perspectiva. El
Resucitado nos lleva a su mundo, paso a paso, con la condición que no
pretendamos ya saber todo.
Preguntémonos hoy: ¿sé voltearme a mirar las
cosas diversamente? ¿Tengo el deseo de conversión?
Un yo demasiado seguro y un yo orgulloso nos
impide reconocer a Jesús Resucitado: de hecho, también hoy, su aspecto es
aquel de las personas comunes que se quedan fácilmente a nuestras espaldas.
Incluso cuando lloramos y nos desesperamos, lo dejamos a la espalda. En vez
de mirar en la oscuridad del pasado, en el vacío de un sepulcro, de María
Magdalena aprendamos a voltearnos hacia la vida. Allí nos espera
nuestro Maestro. Allí es pronunciado nuestro nombre. Porque en la vida real
hay un puesto para nosotros, siempre y en todos lados. Hay un lugar para ti,
para mí, para cada uno. Es feo, como se dice comúnmente, es feo dejar la silla
vacía: “Este lugar es mío; si yo no voy…”. Nadie puede tomárnoslo, porque desde
siempre ha sido pensado para nosotros. Cada uno puede decir: ¡tengo un
lugar, yo soy una misión! Piensen en esto: ¿cuál es mi lugar? ¿Cuál es la
misión que el Señor nos da? Que este pensamiento nos ayude a asumir una actitud
valiente en la vida. Gracias.
DOMINGO 6 T. O.
Monición de entrada.-
Hace muchos años Jesús bajo de una montaña,
levantó los ojos y dijo las palabras que escucharemos en el Evangelio.
Hoy no es en un llano, sino en la iglesia donde
nos va a hablar.
Y nos va a decir quiénes son las personas más
felices.
Señor, ten piedad.
Tú que haces felices a los pobres. Señor, ten
piedad.
Tú que haces felices a los que tienen hambre.
Cristo ten piedad.
Tú que haces felices a los que lloran. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por la Iglesia, para siga enseñándonos a
ser felices. Te lo pedimos, Señor.
Por las personas que tienen hambre, para
que les ayudemos. Te lo pedimos, Señor.
Por las personas que lloran, para que
tengan a su lado quien les escuche. Te lo pedimos, Señor.
Por los amigos de Jesús que son
perseguidos, para que sean fuertes. Te lo pedimos, Señor.
Por nosotros, para que no busquemos ser
felices teniendo cosas, sino teniendo amigos que nos quieran. Te lo pedimos,
Señor.
Acción de gracias.
Gracias Virgen María por enseñarnos con tus ojos que la felicidad no está
en tener cosas sino en tener a Jesús en el corazón.
ORACIÓN PARA
EL CENTRE JUNIORS CORBERA. DOMINGO V T.O.
EXPERIENCIA.
Realiza sucesivas respiraciones, profundas, lentas,
tomando conciencia de tu cuerpo, los pies, piernas, tronco, manos, brazos,
cervicales, cabeza, los sentidos de la vista, el oído, el olfato, el gusto, el
tacto,…
Mira la cruz, busca en el Cristo los ojos.
Sígnate sintiendo descansar en tu mano la mirada de
Cristo, imaginando que es Él quien te signa, como hacen las madres con sus
hijos.
Entra en este enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=1k0e39gsDHg
Conecta el vídeo, cierra los ojos y escucha la
música. Cuando termine permanece en silencio, tomando conciencia de las
emociones que han brotado.
Vuelve a conectarlo viéndolo. Y permanece en
silencio pensando en las imágenes, después en las palabras, los pensamientos
que brotan tras la visualización.
Vuelve a verlo.
Responde a estas preguntas con las frases del
vídeo: ¿en estos días como está siendo tu vida?, ¿cómo está siendo tu fe, tu
amistad con Jesucristo?
Cuéntaselo a Jesús. En silencio espera su
respuesta. Deja que Él vaya trabajándote. A buen herrero no hay hierro del que
no pueda forjar una pieza hermosa y útil para los demás.
Y escucha a Jesús, leyendo el evangelio de este
domingo.
REFLEXIÓN.
Toma la Biblia y lee :
X Lectura del santo evangelio según
san Lucas 5,1-11.
En aquel tiempo, la gente se
agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto
al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores,
que habían desembarcado, estaban lavando las redes. subiendo a una de las
barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde
la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
-Rema mar adentro, y echad
vuestras redes para la pesca.
Respondió Simón y dijo:
-Maestro, hemos estado bregando
toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron
una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces
hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que
vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el
punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de
Jesús diciendo:
-Señor, apártate de mí, que soy
un hombre pecador.
Y es que el estupor se había
apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían
recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran
compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón:
-No temas; desde ahora serás
pescador de hombres.
Entonces sacaron las barcas a
tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
¿QUÉ DICE? el evangelio de hoy narra la vocación de los primeros discípulos.
Jesús se dirige a unos pescadores fracasados, derrotados, desanimados y sin
esperanza. Es a ellos con quienes se sube a la barca. Su presencia cambia la
vida de aquellos cuatro hombres. La acción de Dios siempre provoca temor,
sentimiento de pequeñez, aceptación de la propia realidad. Esta actitud es la
necesaria para ser discípulo de Cristo. Él no llama a los perfectos y los que
se creen santos, sino a quienes en sus pobrezas, miserias e incoherencias, le
acogen y se fían de Él.
¿QUÉ TE DICE? Recrea en tu mente la escena y después personalízala imaginando
que eres Pedro. Recuerda lo orado en el apartado de experiencia. ¿Cómo te
encuentras? ¿Qué aporta Cristo a tu vida? Si te has alejado de los Juniors y de
la parroquia, no te sientas menos, deja que Cristo entre de nuevo en la barca
de tu vida, “deja trabajar al Maestro en ti y vivirás de su fuente luminosa y
cálida”. Sigues siendo necesario en la parroquia, en los Juniors, en la
Iglesia, en tu grupo parroquial.
COMPROMISO.
Di si a Jesús, empieza
de nuevo. Para ello te propongo lo que hizo Carlos de Foucauld, un aristócrata
francés, quien totalmente vacío entró en una iglesia, buscó un sacerdote, se
confesó y comulgo. Haz lo mismo. Es el medio que tenemos los cristianos para
recomenzar: reconciliarnos con Cristo, participar de la misa y comulgar.
CELEBRACIÓN.
Entra
y escucha esta canción del grupo argentino católico de Ciudad Resistencia
Refugio Band.
https://www.youtube.com/watch?v=A1m5-9tMx3k
[1] Fiducia: confianza. www.rae.es
[2] Trad. editor.
[3] Lo comprenderás mas
adelante. Trad. editor.
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