miércoles, 5 de febrero de 2025

245. 5º domingo Tiempo Ordinario. 9 de febrero de 2025.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de Isaías 6, 1-2a.3-8.

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Junto a él estaban los serafines, y se gritaban unos a otros diciendo:

-¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!.

Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije:

-¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de la gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo.

Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano, que había tomado del altar, con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:

-Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.

Entonces escuché la voz del Señor, que decía:

-¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?

Contesté:

-Aquí estoy, mándame.

 

Textos paralelos.

 Vi al Señor sentado en un trono.

Ap 4, 2: Al punto se apoderó de mí el Espíritu. Vi un trono colocado en el cielo.

Santo, santo, santo, Yahvé Sebaot.

Ap 4, 8: Cada uno de los seres vivientes tenía seis alas, cubiertas por dentro y entorno de ojos. Ni de día ni de noche descansan diciendo: Santo, santo, santo, Señor Dios todopoderoso, el que era y es y será.

Nm 14, 21: Perdono, como me lo pides. Pero ¡por mi vida y por la gloria del Señor que llena la tierra!

Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz.

Ex 19, 16: Al tercer día por la mañana hubo truenos y relámpagos y una nube espesa en el monte, mientras el toque de la trompeta crecía en intensidad, y el pueblo se echó a temblar en el campamento.

Ex 40, 34-35: Entonces la cubre cubrió la tienda del encuentro, y la gloria del Señor llenó el santuario. Moisés no pudo entrar en la tienda del encuentro, porque la nube se había apostado sobre ella y la gloria del Señor llenaba el santuario.

El templo se llenó de humo.

1 R 8, 10-12: Cuando los sacerdotes salieron de la nave, la nube llenó el templo, de forma que los sacerdotes no podían seguir oficiando a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba el templo. Entonces Salomón dijo: El Señor puso el sol en el cielo, el Señor quiere habitar en la  tiniebla.

Ay de mí, estoy perdido.

Jn 12, 41: Esto dijo Isaías porque vio su gloria y habló de él.

He visto con mis propios ojos al rey Yahvé.

Ex 33, 20: Pero mi rostro no lo puedes ver, porque nadie puede verlo y quedar con vida.

Con las tenazas había tomado de sobre el altar.

Jr 1, 9: El Señor extendió la mano, me tocó la boca y me dijo: Mira, yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar.

Dn 10, 16: Una figura humana me tocó los labios: abrí la boca y hablé al que estaba frente a mí: La visión me ha hecho retorcerme de dolor y no hallo fuerzas.

 

Notas exegéticas.

6 Esta visión debería hallarse normalmente al comienzo del libro: pero este ha sido compuesto partiendo de colecciones independientes y a esta visión le cuadra bien este lugar a la cabeza del Libro de Enmanuel que agrupa los oráculos relativos a la guerra siro-efrainita en la que se cumplen las amenazas de los vv. 11-13.

6 1 (a) Probablemente el año 740.

6 1 (b) El Hekal, sala que precedía al Debir o “Santo de los Santos”.

6 2 (a) Etimológicamente, los “Ardientes”. Estos seres alados solo el nombre tienen de común con las serpientes abrasadoras de Nm 21, 6; o con el dragón volador de Is 14, 29. Son figuras humanas, pero provistas de seis alas, que recuerdan a los seres misteriosos que tiran del carro de Yahvé en Ez 1, y a las que Ez 10 llama “querubines”, como las figuras análogas ligadas al arca, Ex 25, 18. La tradición posterior dio el nombre de Serafines y Querubines a dos clases de ángeles.

6 3 Se trata probablemente de una aclamación utilizada en el culto con anterioridad a Isaías, pues se encuentran otras semejantes en Egipto. La santidad de Dios es un tema central de la predicación de Isaías, que con frecuencia llama a Yahvé “el Santo de Israel”. Esta santidad de Dios exige que también el hombre esté santificado, es decir, separado de lo profano, purificado del pecado, aquí vv. 5-7, y que participe de la “justicia” de Dios.

6 4 Señal de la presencia de Dios en el Sinaí,  en la Tienda del desierto y en el Templo de Jerusalén.

6 7 El profeta es el mensajero de la palabra de Dios, es su “boca”. Igualmente, Yahvé toca la boca de Jeremías y Ezequiel come el rollo que contiene la palabra de Dios. El fuego es purificador, con mucha más razón el fuego del altar.

6 8 La prontitud de Isaías recuerda la fe de Abrahán y contrasta con los temores de Moisés y sobre todo de Jeremías.

 

Salmo responsorial

Salmo 138 (137), 1-5.7c-8.

 

Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor. R/.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,

porque escuchaste las palabras de mi boca;

delante de tus ángeles tañeré para ti;

me postraré hacia tu santuario. R/.

 

Daré gracias a tu nombre:

por tu misericordia y tu lealtad,

porque tu promesa supera tu fama.

Cuando te invoqué, me escuchaste,

acreciste el valor en mi alma. R/.

 

Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,

al escuchar el oráculo de tu boca;

canten los caminos del Señor,

porque la gloria del Señor es grande. R/.

 

Tu derecha me salva.

El Señor completará sus favores conmigo.

Señor, tu misericordia es eterna,

no abandones la obra de tus manos.  R/.

 

Textos paralelos.

Te doy gracias, Yahvé de todo corazón.

Sal 9, 2: Te doy gracias, Señor, de todo corazón contando todas tus maravillas.

Me postraré en dirección a tu santo templo.

Sal 5, 8: Yo en cambio, por tu gran bondad, puedo entrar en tu casa y postrarme hacia tu santuario con reverencia.

Aumentaste mi vigor interior.

Is 40, 29: El da fuerzas al cansado, acrecienta el vigor del inválido.

Te dan gracias, Yahvé, los reyes de la tierra.

Sal 68, 33: Reinos del mundo, cantad a Dios, tañed para nuestro Señor.

Cuando escuchan las palabras de tu boca.

Ml 1, 11: De levante a poniente es grande mi fama en las naciones, y en todo lugar me ofrecen sacrificios y ofrendas, porque mi fama es grande en las naciones, dice el Señor de los ejércitos.

Yahvé lo hará todo por mí.

Sal 57, 3: Invoco al Dios altísimo, a Dios que me completa sus favores.

Tu amor es eterno, Yahvé.

Sal 100, 5: El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad de edad en edad.

 

Notas exegéticas.

138 1 (a) Griego. Verso omitido por hebreo.

138 1 (b) En lugar de “ángeles” (griego, Vulgata, se traduce a veces “dioses”) los ídolos a los que desafía el salmista); siriaco traduce “reyes” y el Targum “jueces”.

138 2 Lit. “has engrandecido tu promesa por encima de tu renombre”. Texto dudoso.

138 3 “Aumentaste” siriaco; “me conturbaste” hebreo.

 

Segunda lectura.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 1-11.

Os recuerdo, hermanos, el evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, en el que además estáis fundados, y que os está salvando, si os mantenéis en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano. Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos predicamos así, y así lo creísteis vosotros.

 

Textos paralelos.

  El Evangelio que os prediqué.

1 Ts 2, 13: Por eso también nosotros damos gracias incesantes a Dios, porque, cuando nos escuchasteis la palabra de Dios, la acogisteis, no como palabra humana, sino como realmente es, palabra de Dios, activa en vosotros, los creyentes.

En primer lugar os transmití lo que a mí vez recibí.

1 Co 11, 2:  Os alabo porque os acordáis siempre de mí y mantenéis mis enseñanzas como yo os las trasmití.

1 Co 11, 23: Pues yo recibí del Señor lo que os transmití: que el Señor, la noche que era entregado, tomó pan.

Lc 1, 2: Tal como nos lo transmitieron los primeros testigos presenciales, puestos al servicio de la palabra.

Cristo murió por nuestros pecados.

Hch 2, 23: A este, entregado según el plan previsto por Dios, lo crucificasteis por mano de gente sin ley y le disteis muerte.

Apareció a Cefas y luego a los Doce.

Mt 28, 10: Jesús le dijo: No temáis: id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea, donde me verán.

Lc 24, 33-34: Se levantaron al instante, volvieron a Jerusalén y encontraron a los once con los demás compañeros, que afirmaban: Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.

Aunque otros ya murieron.

Hch 12, 2: Hizo degollar a Santiago, el hermano de Juan.

A Santiago más tarde.

Rm 1, 1: De Pablo, siervo de Jesús Mesías, llamado a ser apóstol, reservado para anunciar la buena noticia de Dios.

También a mí, que soy como un aborto.

Ef 3, 8: A mí, el último de los consagrados, me han concedido esta gracia: anu9nciar a los paganos la buena noticia, la riqueza insondable del Mesías.

1 Tm 1, 15-16: Este mensaje es de fiar y digno de ser aceptado sin reservas: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero Cristo Jesús me tuvo compasión, para empezar conmigo a mostrar toda su penitencia, dando un ejemplo a los que habrían de creer y conseguir vida eterna.

Indigno de tal nombre.

Ga 1, 13-14: Habéis oído hablar de mi conducta precedente en el judaísmo: Violentamente perseguía a la iglesia de Dios intentando destruirla; en el judaísmo superaba a todos mis paisanos de mi generación, en mi celo ferviente por las tradiciones de mis antepasados.

Hch 8, 3: Saulo hostigaba a la iglesia, se metía en las casas, agarraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel.

Mas por la gracia de Dios soy lo que soy.

2 Co 11, 23: ¿Qué son hebreos? Yo también. ¿Qué son israelitas? Yo también. ¿Qué son del linaje de Abraham? Yo también. ¿Qué son ministros de Cristo? – hablo como demente –. Más yo. Los gano en fatigas, los gano en prisiones, aún más en glolpes, en peligros de muerte frecuentes.

 

Notas exegéticas.

15 Algunos cristianos de Corinto negaban la resurrección de los muertos. Los griegos la consideraban como inaceptable por excesivamente grosera, mientras que los judíos la habían ido descubriendo paulatinamente y luego la enseñaron explícitamente. Para impugnar el error de los corintios Pablo parte de la afirmación fundamental de la proclamación evangélica, el misterio pascual de Cristo muerto y resucitado que desarrolla enumerando las apariciones del resucitado. Desde ahí muestra lo absurdo de la opinión que impugna. Cristo es la primicia y la causa eficaz de la resurrección de los muertos. Finalmente Pablo responde a las objeciones sobre el “cómo· de la resurrección de los muertos y concluye con un himno de acción de gracias.

15 3 (a) La palabra viva del Evangelio es transmitida, recibida y conservada, expresiones tomadas del vocabulario técnico rabínico. Pero sobre todo, este Evangelio es anunciado, proclamado, el “kerygma” objeto de fe y portador de salvación.

15 3 (b) El carácter salvífico de la muerte de Cristo forma, pues, parte de la proclamación evangélica anterior a Pablo.

15 4 Estas expresiones, fijas ya en su formulación, son el germen de las futuras profesiones de fe (Credo).

15 6 (a) Pablo sobrentiende: Pueden hoy todavía dar testimonio de lo que han visto; vuestra fe en la resurrección de Cristo descansa en un testimonio seguro.

15 6 (b) Lit.: “se durmieron”. La misma expresión en los vv. 18, 20, 51.

15 7 Los apóstoles aparecen como formando un grupo más amplio que el de los Doce.

15 8 Alusión al carácter anormal, violento, “quirúrgico” de su vocación. – Pablo no establece diferencia alguna entre la aparición del camino de Damasco y las apariciones de Jesús, entre la Resurrección y la Ascensión.

15 11 Valiosa afirmación desde el punto de vista ecuménico: todos los testigos de Cristo resucitado proclaman el mismo mensaje y todos los fieles la misma fe. Es, pues, imposible no buscar esta unanimidad una vez que se ha perdido.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 5,1-11.

En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:

-Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca.

Respondió Simón y dijo:

-Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.

Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:

-Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador.

Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón:

-No temas; desde ahora serás pescador de hombres.

Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

 

Textos paralelos.

 

Mc 1, 16-20

Mt 4, 18-22

Lc 1, 1-11

 

 

 

 

Caminando junto al lago de Galilea,

 

 

 

 

 

 

 

vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes al mar, pues eran pescadores.

 

 

 

Jesús les dijo:

-Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres.

Al punto, dejando las redes, lo siguieron.

 

Un trecho más adelante vio a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que arreglaban las redes en la barca. Los llamó. Ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros se fueron con él.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jesús les dijo:

-Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres.

 

 

 

Al punto, dejando las redes, lo siguieron.

 

 

Ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros se fueron con él.

 

 

 

 

 

Mientras paseaba junto al lago de Galilea,

 

 

 

 

 

 

 

vio a dos hermanos – Simón, apodado Pedro, y Andrés su hermano – que estaban echando una red al agua, pues eran pescadores.

 

 Les dice:

-Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres.

Al punto dejaron las redes y lo siguieron.

 

Algo más adelante vio a otros dos hermanos – Jacobo de Zebedeo y Juan su hermano – en la barca, con su padre Zebedeo, arreglando las redes. Los llamó, y ellos al punto, dejando la barca y al padre, lo siguieron.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Les dice:

-Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres.

 

 

 

Al punto dejaron las redes y lo siguieron.

 

La gente se agolpaba junto a él para escuchar la palabra de Dios,

 

mientras él estaba a la orilla del lago de Genesaret. 

 

Vio dos barcas junto a la orilla, pues los pescadores se habían bajado y estaban lavando las redes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Subiendo a una de las barcas, la de Simón, le pidió que se apartase un poco de tierra. Se sentó y se puso a enseñar a la gente desde la barca. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:

-Boga lago adentro y echa las redes para pescar.

Le replicó Simón:

-Maestro, hemos bregado toda la noche sin cobrar nada; pero, ya que lo dices, echaré las redes.

Lo hicieron y capturaron tal cantidad de peces, que reventaban las redes. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que fueran a echarles una mano. Llegaron y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús y dijo:

-Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.

Pues el estupor se había apoderado de él y de todos sus compañeros por la cantidad de peces que había pescado. Lo mismo sucedía a Juan y Santiago, que eran socios de Simón.

 

Jesús dijo a Simón:

-No temas, en adelante pescarás hombres.

 

 

Entonces, atracando las barcas en tierra, lo dejaron todo y lo siguieron.

 

La gente se agolpaba a su alrededor.

Mc 4, 1: En otra ocasión se puso a enseñar junto al lago. Se reunió junto a él tal gentío, que hubo de subirse a una barca metida en las aguas; se sentó mientras la gente estaba en tierra junto al lago.

Los pescadores habían bajado de ellas.

Mc 1, 16: Caminando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes al mar, pues eran pescadores.

Mc 1, 19: Un trecho más adelante vio a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que arreglaban las redes en la barca.

Subió entonces a una de las barcas.

Mc 4, 1-2: En otra ocasión se puso a enseñar junto al lago. Se reunió junto a él tal gentío, que hubo de subirse a una barca metida en el agua; se sentó mientras la gente estaba en tierra junto al lago. Les enseñaba muchas cosas con parábolas, les decía instruyéndolos.

Echaré las redes.

Mt 8, 10: Al oírlo, Jesús se admiró y dijo a los que lo seguían: Os aseguro, una fe semejante no la he encontrado en ningún israelita.

Amenazaba con romperse.

Mt 8, 3: Él extendió la mano y le tocó diciendo: Lo quiero, queda curado. Al punto se curó de la lepra.

Aléjate de mí, Señor.

Ex 33, 20: Pero mi rostro no lo puedes ver, porque nadie puede verlo y quedar con vida.

El asombro se había apoderado.

Lc 1, 12: Al verlo, Zacarías se asustó y quedó sobrecogido de temor.

Eran compañeros de Simón.

Mc 1, 17: Jesús les dijo: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres.

Mc 1, 20: Los llamó. Ellos dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros se fueron con él.

Desde ahora serás pescador de hombres.

Jn 21, 15-17: Cuando terminaron de almorzar, dice Jesús a Simón Pedro: Simón de Juan, ¿me quieres más que estos?  Le responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dice: Apacienta mis corderos. Le pregunta por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Le dice: Apacienta mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: Simón de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le dijo: Señor, tú lo sabes todo, tú lo sabes que te quiero. Le dice: apacienta mis ovejas.

Jn 21 19: Lo decía indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: Sígueme.

Dejándolo todo, le siguieron.

Lc 12, 33: Vended vuestros bienes y dad limosna. Procuraos bolsas que no envejecen, un tesoro inagotable en el cielo, donde los ladrones no llegan ni los roe la polilla.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

5 Lc ha agrupado en este relato: 1º, una descripción de los lugares y una predicación de Jesús, v. 1-3, que recuerda a Mc 4, 1-2, la historia de una pesca milagrosa, vv. 4-10a, que se parece a Jn 21, 4-11; el llamamiento a Simón, vv. 10b-11, afín a Mc 1, 17.20. Al narrar la vocación de los primeros discípulos después de un período de enseñanza y de milagros, Lc ha querido hacer más verosímil su respuesta inmediata a la llamada.

5 1 Lucas, de cultura mediterránea, nunca da a este lago el nombre de “mar” como hacen Mc y Mt.

5 5 Este término (epistates) solo se halla en Lc y siempre en labios de los discípulos, salvo en 17, 13. Seguramente denota una fe más profunda en una autoridad de Jesús que el habitual didáskalos, que también significa “maestro”.

5 8 (a) De hecho, solo más tarde dará Jesús a Simón el sobrenombre de Pedro, 6, 14. Se trata, pues de una anticipación literaria, y de carácter joánico (¿cómo la pesca milagrosa?), porque la expresión “Simón Pedro” excepto en este caso de Lc y Mt 16, 16, solo se encuentra en Juan: 17 veces.

5 8 (b) Este término puede inducir a equívocos. En realidad, Pedro descubre en el milagro el poder divino de Jesús (“Señor”) y confiesa que es indigno de estar con él.

5 10 Los “compañeros” del v. 7. Si no se nombra a Andrés es porque se encuentra en la barca de Simón, que retiene toda la atención de Lucas.

5 11 Lc es el único que menciona aquí, lo mismo que en los relatos de vocación, que los discípulos deben dejar todo para seguir a Jesús.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

5 1-11 En Lc, el seguimiento definitivo de Jesús por parte de los primeros discípulos va precedido de una etapa de enseñanza y milagros.

1 AL LAGO DE GENESARET nunca Lc lo llama “mar” como hacen Mt y Mc, sino, con todo el rigor, simplemente LAGO. Y también es lo más exacto llamarlo DE GENESARET (de Kinnéret en hebreo; cf. Jos 13, 27), aunque es probable que popularmente lo llamaran de Tiberíades. // ÉL: lit. y él mismo (Gr. 1: kaí=waw de apódosis.

3 AQUEL GENTÍO: lit. las gentes.

5 FIADO EN TU PALABRA (lit. sobre la palabra de ti): apoyado en la fuerza de esta orden suya.

7 PARA QUE FUERAN… UNA MANO: lit. para habiendo ido coger-junto-con ellos. // ESTABAN CASI PARA HUNDIRSE: la forma griega representa el valor de un imperfecto de conato: “casi se hundían”.

8 A LOS PIES: lit. a las rodillas (¿estaba Jesús sentado?). La reacción de Pedro nace del santo temor: se ve demasiado cerca de lo sobrenatural – antes llamaba a Jesús “Maestro” (v. 5), como a un rabino; ahora lo llama SEÑOR – y confiesa su condición de pecador. Ante Dios, toda criatura es impura y necesita perdón, ya sea el “inocente” Job (cf. Job 42, 6) o el “pecador” publicano (Lc 18, 13).

9 LA PESCA: lit., la pesca de los panes.

10 ERAN SOCIOS DE : o formaban sociedad con (¿se trataba de una especie de cooperativa de pescadores?).

11 LO SIGUIERON físicamente, como discípulos.

 

Notas exegéticas de la Biblia Didajé.

5, 1-11 La llamada de Cristo a sus primeros discípulos muestra la esencia misma de la vocación. El verdadero discipulado implica la separación radical de las cosas de este mundo para dar nuestro corazón totalmente a Cristo y a su obra de evangelización. Aquí la relación especial con Pedro es evidente, y son estos tres primeros – Pedro, Santiago y Juan – los que formarán una especie de círculo interior entre los Apóstoles. Cat. 208 y 1533.

5, 8 Consciente de la santidad de Cristo, Pedro se experimenta con más radicalidad como hombre pecador y reza con palabras parecidas a las palabras de Isaías (Is 6, 5). Esta contrición profunda es vital para el discipulado efectivo. Cat. 208.

5, 10 Cristo enviará a sus discípulos a predicar el Evangelio, ellos ganarían almas para Cristo. Cat. 848.

 

Notas exegéticas de la Biblia del Peregrino.

5, 1-11 Hasta ahora en el relato de Lucas Jesús actuaba solo, por el territorio de Galilea. En adelante va a ensanchar su campo de acción y se va a rodear de colaboradores. En esta primera sección escoge a tres; en 27-28 llama a Leví; en 6, 12-16 nombra a los Doce. Pescar es imagen de apostolado, como será después pastorear; la abundancia de pesca puede simbolizar, para la comunidad, la expansiónd e la iglesia. Simón es el primero.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

208 Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro delante de la santidad divina. Ante la gloria de Dios tres veces santo, Isaías exclama: “¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!” (Is 6, 5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lc 5, 8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de Él: ·No ejecutaré el ardor de mi cólera (…) porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo” (Os 11, 9). El apóstol Juan dirá igualmente: “Tranquilizaremos nuestras conciencias ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (1 Jn 3, 19-20).

 

Concilio Vaticano II.

Toda la comunidad cristiana tiene el deber de fomentar las vocaciones, y debe procurarlo, ante todo, con una vida plenamente cristiana; para ello ayudarán muchísimo tanto las familias que, animadas por el espíritu de fe, caridad y piedad, llegan a constituirse en el primer seminario, como las parroquias llenas de vida en las que toman parte los mismos adolescentes. Los maestros y todos los que de alguna manera se ocupan de la formación de los jóvenes, sobre todo las Asociaciones católicas, han de educar a los adolescentes a ellos confiados de tal manera que puedan descubrir y seguir gustosos la llamada de Dios. Todos los sacerdotes deben mostrar el mayor fervor apostólico posible en la promoción de las vocaciones y atraer el espíritu de los adolescentes hacia el sacerdocio por medio de su propia vida humilde, trabajadora, llena de alegría y con la caridad sacerdotal y la colaboración fraterna en el trabajo.

Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam Totoius (la deseada renovación de toda [la Iglesia], 2.

 

Comentarios de los Santos Padres.

“Venid y os haré pescadores de hombres”. Recibieron de Él las redes de la palabra de Dios, las echaron al mundo como a un mar profundo, y capturaron la muchedumbre de cristianos que vemos y nos causa admiración. Aquellas dos barcas simbolizaban a dos pueblos, el de los judíos y el de los gentiles, el de la sinagoga y el de la Iglesia, el de la circuncisión y el del prepucio”.

Agustín, Sermón 248, 1-2. III, pg. 143.

La barca navega hacia el interior del mar de este mundo de manera que, mientras el mundo perece, ella mantiene a salvo a todos los que están dentro de la barca. Vemos su imagen ya en el Antiguo Testamento. En efecto, lo mismo que el arca de Noé, mientras el mundo naufragaba, mantuvo a salvo a todos los que tenía dentro, así también la Iglesia de Pedro, mientras el mundo perece entre llamas, mantendrá a salvo a todos los que ella abraza.

Máximo de Turín, Sermón, 49, 1-3. III, pg. 144.

Mira no sea que esta barca confiada al pilotaje de Pedro sea la Iglesia que también es confiada al apóstol para ser gobernada. En efecto, ella es la nave que no da la muerte sino la vida a quienes son arrastrados por los torbellinos del mundo como por las olas. En efecto, lo mismo que una barca sostiene los peces agonizantes que ha sacado de las olas, así también la nave de la Iglesia devuelve la vida a los hombres liberados de la tempestad. Dentro de sí misma, repito, la Iglesia les da la vida como a seres medio muertos.

Máximo de Turín, Sermón, 110, 1. III, pg. 146.

 

San Agustín

Nadáis en el interior de la misma red; pero llegaréis a la orilla y, después de la resurrección, os hallaréis a su derecha. Allí nadie será malo. Si no la cumplís, ¿de qué os sirve conocer la ley, conocer los mandamientos de Dios, saber qué cosa es buena y cuál mala? ¿No reprueba la conciencia esa ciencia? Aprended, más para obrar.

Sermón 249, 2. II, pg. 798.

 

San Juan de Ávila

Antes hay muchos que, después de vivos deseos y grandes trabajos pasados para que alcanzasen esta joya, se ven miserablemente caídos en el lodoso cieno de su carne, y dicen con gran dolor: Trabajando hemos toda la noche, y ninguna cosa hemos tomado (Lc 5, 5), y paréceles que se cumple en ellos lo que dice el sabio: Cuando yo más lo buscaba, tanto más lejos huyó de mí.

Audi filia (I). I, pg. 416.

Todo lo dicho y más que se pueda decir, suelen ser medios para alcanzar esta preciosa limpieza. Mas muchas veces acaece que, así como trayendo piedra y madera y todo lo necesario para edificar una casa, nunca se nos endereza el edificarla, así también acaece que, haciendo todos estos remedios, no alcancemos la castidad deseada. Antes hay muchos que, después de vivos deseos de ella y grandes trabajos pasados por ella, se ven miserablemente caídos o reciamente atormentados de su carne, y dicen con mucho dolor: Trabajado hemos toda la noche y ninguna cosa hemos tomado (Lc 5, 5). Y paréceles que se cumple en ellos lo que dice el Sabio: Cuanto más yo la buscaba, tanto más lejos huyó de mí (Eclo 7, 23-34). Lo cual muchas veces suele venir de una secreta fiducia[1], que en sí mismos estos trabajadores soberbios tenían, pensando que la castidad era fruto que nacía de sus solos trabajos y no dádiva de la mano de Dios. Y por no saber a quien se había de pedir, justamente se quedaban sin ella. Porque mayor daño les fuera tenerla y ser soberbios e ingratos a su Dador, que estar sin ella llorosos y humillados, y perdonados por la penitencia. No es pequeña sabiduría saber cuya dádiva es la castidad; y no tiene poco camino andado para alcanzarla quien de verdad siente que no es fuerza del hombre, sino dádiva de nuestro Señor.

Audi filia (II), I, pg. 567.

¿Qué diremos del bienaventurado padre nuestro San Pedro, que teniéndose por indigno de estar en una navecilla, por estar en ella nuestro Señor, exclamó diciendo: Exi a me, Domine, quoniam homo peccator sum? (Lc 5, 8). Cuya profunda reverencia y religioso temor dio el Señor a entender mucho tiempo antes por el profeta Malaquías, diciendo: “Mi alianza con Leví fue de vida y de paz y efectivamente así se lo concedí, para que me temiera, me respetara y reverenciara mi nombre” (Ml 2, 5)[2].

Tratado sobre el sacerdocio. I, pg. 927.

¡Qué placer es ver llega la hora de Dios, en que las tales obras del mal padre deshace! Señor, toda la noche trabajando, no hemos tomado nada (Lc 5, 5), dijo San Pedro a nuestro Señor, el cual súbitamente sacó multitud grande de peces, echando la red a mandamiento del Señor, el cual allí de nuevo crió para él milagro.

Lecciones sobre 1 San Juan (II), II, pg. 428-429.

Díjoles el Señor: Echad la red en mi nombre. Echaron la red, y sacaron tanta multitud de peces, que no podían en la red con ellos (Lc 5, 5-6). Y está uno en pecado uno y dos y diez y veinte años. Decísle: “Aborreced la maldad” – No quiero. ¡Qué contento está el diablo! Cuanto ha que tiene una ánima treinta o cuarenta años, está muy contento con aquel miembro suyo.

Lecciones sobre 1 San Juan (I), II, pgs. 286-287.

-Tu mihi lavas pedes? ­– Tenéis razón, San Pedro. Y ¡ay del desvergonzado que, cuando comulga o dice misa, no se confunde, espanta y sale fuera de sí! Tu intrasti in stomachum meum? ¿Yo delante de ti? Exi a me Domine, etc. (cf. Lc 5, 8). – Quod ego facio tu nescis modo. Cree, obedece; no te lo quiero decir el porqué lo hago, porque más merezcas con creer y obedecer sin saber; haz lo que mando. Sufre, hombre, lo que Dios te envía, aunque no entiendas pel porqué; espera a Dios, que antes de mucho verás – aquí o en el otro mundo – cómo en eso procuraba Dios tu bien, aunque tú te quejabas de ello. Cree ahora; que scies autem postea[3].

Jueves Santo. III, pg. 415.

En grande aprieto estuvo San Pedro cuando se vio en una nao con el Señor, por haberle visto hacer el milagro de que, echando la red en la palabra de Dios, se pescaron muchos peces donde no lo había primero y, teniéndose por indigno de estar en la compañía de Él, dijo con profunda humildad: Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador (Lc 5, 8). Siente tú lo mismo mañana; espántate y di: “Señor, ¡que vamos juntos vuestra alteza infinita y el abismo de mi poquedad! Señor, ¿qué merced no merecida ni vista es aquesta? Yo os confieso que no solo merezco estar lejos de vos los dos mil codos que antes mandábades, mas dos mil leguas y doscientas más, porque vuestro lugar es el cielo, por ser vuestro por muy justos títulos, y el mío es el infierno, que yo justamente merezco por mis pecados. ¿Quién juntó en uno tanta alteza con tanta bajeza, al Criador con la criatura, luz con tinieblas, verdad con mentira y, finalmente, una bondad infinita con un abismo de nada y de maldad?”. Abaja, hermano, tus ojos y di: “Señor, sed manso conmigo, dadme gracia para que sepa conocer y agradecer eta merced, no atribuyéndola a mí, sino a vos, cuya es la gloria”.

Víspera del Corpus. III, pg. 482.

Señor, ¿quién te ha traído a manos de un tal pecador y otra vez a destierro y portal de Betlem? (Lc 5, 8).

A un sacerdote. IV, pg. 49.

Si vuestra señoría mirare con ojos cristianos el valor de esta empresa, el galardón de ella, y principalmente a la grandeza del Señor que se la encomienda, no dudo sino que se tendrá por indigno de ella y dirá como San Pedro: Exi a me, Domine, quia homo peccator sum (Lc 5, 8), porque la humildad de vuestra señoría le hará creer y confesar que la pudiera Dios encomendar a otros que tuvieran más partes para la cumplir, mas si vuestra señoría con la humildad de San Pedro y de Moisén dijere que no es para empresa tan grande, porque no tiene lengua y habilidad para ella, decirle ha el Señor: Noli timere, ex hoc enim eris homines capiens (Lc 5, 10).

A un obispo de Cordoba. IV, pg. 601-602.

 

San Oscar Romero.

Dios nos llama a construir con él nuestra historia y la construcción de Dios no quiere ser sobre sangre y dolor. Quiere ser una construcción de hijos de Dios que hagan valer la característica más propia del hombre, la razón y la libertad dada por la bondad.

10 febrero 1980.

 

Papa Francisco. Angelus. 7 de febrero de 2016.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo cuenta —en la redacción de san Lucas— la llamada de los primeros discípulos de Jesús (Lc 5, 1-11). El hecho tiene lugar en un contexto de vida cotidiana: hay algunos pescadores sobre la orilla del mar de Galilea, los cuales, después de una noche de trabajo sin pescar nada, están lavando y organizando las redes. Jesús sube a la barca de uno de ellos, la de Simón, llamado Pedro, le pide separarse un poco de la orilla y se pone a predicar la Palabra de Dios a la gente que se había reunido en gran número. Cuando terminó de hablar, le dice a Pedro que se adentre en el mar para echar las redes. Simón ya había conocido a Jesús y había experimentado el poder prodigioso de su palabra, por lo que le contestó: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes» (v. 5). Y su fe no se ve decepcionada: de hecho, las redes se llenaron de tal cantidad de peces que casi se rompían (cf. v. 6).

Frente a este evento extraordinario, los pescadores se asombraron. Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un pecador» (v. 8). Ese signo prodigioso le convenció de que Jesús no es sólo un maestro formidable, cuya palabra es verdadera y poderosa, sino que Él es el Señor, es la manifestación de Dios. Y esta cercana presencia despierta en Pedro un fuerte sentido de la propia mezquindad e indignidad. Desde un punto de vista humano, piensa que debe haber distancia entre el pecador y el Santo. En verdad, precisamente su condición de pecador requiere que el Señor no se aleje de él, de la misma forma en la que un médico no se puede alejar de quien está enfermo.

La respuesta de Jesús a Simón Pedro es tranquilizadora y decidida: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10). Y de nuevo el pescador de Galilea, poniendo su confianza en esta palabra, deja todo y sigue a Aquel que se ha convertido en su Maestro y Señor. Y así hicieron también Santiago y Juan, compañeros de trabajo de Simón. Esta es la lógica que guía la misión de Jesús y la misión de la Iglesia: ir a buscar, «pescar» a los hombres y las mujeres, no para hacer proselitismo, sino para restituir a todos la plena dignidad y libertad, mediante el perdón de los pecados. Esto es lo esencial del cristianismo: difundir el amor regenerante y gratuito de Dios, con actitud de acogida y de misericordia hacia todos, para que cada uno puede encontrar la ternura de Dios y tener plenitud de vida. Y aquí, especialmente, pienso en los confesores: son los primeros que tienen que dar la misericordia del Padre siguiendo el ejemplo de Jesús, como han hecho los dos frailes santos, padre Leopoldo y padre Pío.

El Evangelio de hoy nos interpela: ¿sabemos fiarnos verdaderamente de la palabra del Señor? ¿O nos dejamos desanimar por nuestros fracasos? En este Año Santo de la Misericordia estamos llamados a confortar a cuantos se sienten pecadores e indignos frente al Señor y abatidos por los propios errores, diciéndoles las mismas palabras de Jesús: «No temas». Es más grande la misericordia del Padre que tus pecados. ¡Es más grande, no temas! Que la Virgen María nos ayude a comprender cada vez más que ser discípulos significa poner nuestros pies en las huellas dejadas por el Maestro: son las huellas de la gracia divina que regenera vida para todos.

 

Francisco. Angelus. 10 de febrero de 2019.

Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Lc 5, 1-11) narra, en el relato de Lucas, la llamada de San Pedro. Su nombre, lo sabemos, era Simón y era pescador. Jesús, en la orilla del lago de Galilea, lo ve mientras está arreglando las redes, junto con otros pescadores. Lo encuentra fatigado y decepcionado, porque esa noche no habían pescado nada. Y Jesús lo sorprende con un gesto inesperado: se sube a su barca y le pide que se aleje un poco de tierra porque quiere hablar a la gente desde allí, había mucha gente. Entonces Jesús se sienta en la barca de Simón y enseña a la multitud reunida a lo largo de la orilla. Pero sus palabras también reabren a la confianza el corazón de Simón. Entonces Jesús, con otro “gesto” sorprendente, le dice: «Boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar» (v. 4).

Simón responde con una objeción: «Maestro, hemos estado bregando todo la noche y no hemos pescado nada ...». Y, como experto pescador, podría haber agregado: “Si no hemos pescado por la noche, mucho menos vamos a pescar de día”. En cambio, inspirado por la presencia de Jesús e iluminado por su Palabra, dice: «...pero, en tu palabra, echaré las redes» (v. 5). Es la respuesta de la fe, que nosotros también estamos llamados a dar; es la actitud de disponibilidad que el Señor pide a todos sus discípulos, sobre todo a aquellos que tienen tareas de responsabilidad en la Iglesia. Y la obediencia confiada de Pedro genera un resultado prodigioso: «Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces» (v. 6).

Es una pesca milagrosa, un signo del poder de la palabra de Jesús: cuando nos ponemos con generosidad a su servicio, Él obra grandes cosas en nosotros. Así actúa con cada uno de nosotros: nos pide que lo acojamos en la barca de nuestra vida, para recomenzar con él a surcar un nuevo mar, que se revela cuajado de sorpresas. Su invitación a salir al mar abierto de la humanidad de nuestro tiempo, a ser testigos de la bondad y la misericordia, da un nuevo significado a nuestra existencia, que a menudo corre el riesgo de replegarse sobre sí misma. A veces, podemos sentirnos sorprendidos y titubeantes ante la llamada del Maestro Divino, y tentados a rechazarlo porque no nos sentimos a la altura. Incluso Pedro, después de aquella pesca increíble, le dijo a Jesús: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (v. 8). Esta humilde oración es hermosa: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Pero lo dijo de rodillas ante Aquel que ahora reconoce como “Señor”. Y Jesús lo alienta diciendo: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10), porque Dios, si confiamos en Él, nos libra de nuestro pecado y nos abre un nuevo horizonte: colaborar en su misión.

El mayor milagro realizado por Jesús para Simón y los demás pescadores decepcionados y cansados, no es tanto la red llena de peces, como haberlos ayudado a no caer víctimas de la decepción y el desaliento ante las derrotas. Les abrió el horizonte de convertirse en anunciadores y testigos de su palabra y del reino de Dios. Y la respuesta de los discípulos fue rápida y total: «Llevaron a tierra las barcas y dejando todo lo siguieron» (v. 11). ¡Qué la Santísima Virgen, modelo de pronta adhesión a la voluntad de Dios, nos ayude a sentir la fascinación de la llamada del Señor y nos haga disponibles a colaborar con él para difundir su palabra de salvación en todas partes!

 

Francisco. Angelus. 6 de febrero de 2022

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la liturgia de hoy nos lleva a las orillas del Mar de Galilea. La multitud se agolpa en torno a Jesús, mientras algunos pescadores decepcionados, entre ellos Simón Pedro, lavan sus redes después de una noche de pesca que salió mal. Y he aquí que Jesús sube a la barca de Simón; luego lo invita a ir mar adentro y echar de nuevo las redes (cf. Lc 5,1-4). Detengámonos en estas dos acciones de Jesús: primero, sube a la barca y, luego, la segunda, invita a ir mar adentro. Había sido una noche en que las cosas habían salido mal, sin pescados, pero Pedro confía y va mar adentro.

Primero, Jesús sube a la barca de Simón. ¿Para hacer qué? Para enseñar. Pide precisamente esa barca, que no está llena de peces, sino que ha regresado a la orilla vacía, tras una noche de trabajo y decepción. Es una bella imagen para nosotros también. Cada día la barca de nuestra vida abandona la orilla de nuestro hogar para adentrarse en el mar de las actividades cotidianas; cada día intentamos “pescar mar adentro”, cultivar sueños, llevar adelante proyectos, vivir el amor en nuestras relaciones. Pero a menudo, como Pedro, experimentamos la “noche de las redes vacías”, la noche de las redes vacías… la decepción de esforzarse tanto y no ver los resultados deseados: “Hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada” (v. 5), dice Simón. Cuántas veces también nosotros nos quedamos con una sensación de derrota, mientras la decepción y la amargura surgen en nuestros corazones. Dos carcomas muy peligrosas.

¿Qué hace entonces el Señor? Elige subirse a nuestra barca. Desde allí quiere anunciar el Evangelio al mundo. Precisamente esa barca vacía, símbolo de nuestra incapacidad, se convierte en la “cátedra” de Jesús, en el púlpito desde el que proclama la Palabra. Y esto es lo que le gusta hacer al Señor: el Señor es el Señor de las sorpresas, de los milagros en las sorpresas; subir a la barca de nuestra vida cuando no tenemos nada que ofrecerle; entrar en nuestros vacíos y llenarlos con su presencia; servirse de nuestra pobreza para proclamar su riqueza, de nuestras miserias para proclamar su misericordia. Recordemos esto: Dios no quiere un crucero, le basta con una pobre barca “destartalada”, siempre que lo acojamos: ¡Eso sí! Acogerlo. No interesa la barca… acogerlo. Pero, me pregunto, ¿lo dejamos entrar en la barca de nuestras vidas? ¿Ponemos a su disposición lo poco que tenemos? A veces nos sentimos indignos de Él porque somos pecadores. Pero esta es una excusa que no le gusta al Señor, porque lo aleja de nosotros. Él es el Dios de la cercanía, de la compasión, de la ternura, y no busca el perfeccionismo, busca la acogida. También a ti te dice: "Déjame subir a la barca de tu vida”. “Pero, Señor, mira…”, “Así: déjame subir, tal como es". Pensemos en esto.

Así es como el Señor reconstruye la confianza de Pedro. Tras subir a su barca, después de predicar, le dice: "Rema mar adentro" (v. 4). No era una hora adecuada para pescar, era pleno día, pero Pedro confía en Jesús. No se apoya en las estrategias de los pescadores, que conocía bien, sino que se apoya en la novedad de Jesús. Aquel asombro que lo movía a hacer aquello que Jesús le decía. Lo mismo ocurre con nosotros: si acogemos al Señor en nuestra barca, podemos ir mar adentro. Con Jesús se navega por el mar de la vida sin miedo, sin ceder a la decepción cuando no se pesca nada, y sin ceder al “no hay nada más que hacer”. Siempre, tanto en la vida personal como en la vida de la Iglesia y de la sociedad, se puede hacer algo que sea hermoso y valiente: siempre. Siempre podemos volver a empezar, el Señor siempre nos invita a volver a ponernos en juego porque Él abre nuevas posibilidades. Aceptemos, pues, la invitación: ahuyentemos el pesimismo y la desconfianza y entremos mar adentro con Jesús. Incluso nuestra pequeña barca vacía será testigo de una pesca milagrosa.

Recemos a María, que como ninguna otra acogió al Señor en la barca de la vida, para que nos anime e interceda por nosotros.

 

 Benedicto XVI. 7 de febrero de 2010.

Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia de este quinto domingo del tiempo ordinario nos presenta el tema de la llamada divina. En una visión majestuosa, Isaías se encuentra en presencia del Señor tres veces Santo y lo invade un gran temor y el sentimiento profundo de su propia indignidad. Pero un serafín purifica sus labios con un ascua y borra su pecado, y él, sintiéndose preparado para responder a la llamada, exclama: "Heme aquí, Señor, envíame" (cf. Is 6, 1-2.3-8). La misma sucesión de sentimientos está presente en el episodio de la pesca milagrosa, de la que nos habla el pasaje evangélico de hoy. Invitados por Jesús a echar las redes, a pesar de una noche infructuosa, Simón Pedro y los demás discípulos, fiándose de su palabra, obtienen una pesca sobreabundante. Ante tal prodigio, Simón Pedro no se echa al cuello de Jesús para expresar la alegría de aquella pesca inesperada, sino que, como explica el evangelista san Lucas, se arroja a sus pies diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador". Jesús, entonces, le asegura: "No temas. Desde ahora serás pescador de hombres" (cf. Lc 5, 10); y él, dejándolo todo, lo sigue.

También san Pablo, recordando que había sido perseguidor de la Iglesia, se declara indigno de ser llamado apóstol, pero reconoce que la gracia de Dios ha hecho en él maravillas y, a pesar de sus limitaciones, le ha encomendado la tarea y el honor de predicar el Evangelio (cf. 1 Co 15, 8-10). En estas tres experiencias vemos cómo el encuentro auténtico con Dios lleva al hombre a reconocer su pobreza e insuficiencia, sus limitaciones y su pecado. Pero, a pesar de esta fragilidad, el Señor, rico en misericordia y en perdón, transforma la vida del hombre y lo llama a seguirlo. La humildad de la que dan testimonio Isaías, Pedro y Pablo invita a los que han recibido el don de la vocación divina a no concentrarse en sus propias limitaciones, sino a tener la mirada fija en el Señor y en su sorprendente misericordia, para convertir el corazón, y seguir "dejándolo todo" por él con alegría. De hecho, Dios no mira lo que es importante para el hombre: "El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón" (1 S 16, 7), y a los hombres pobres y débiles, pero con fe en él, los vuelve apóstoles y heraldos intrépidos de la salvación.

En este Año sacerdotal, roguemos al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies y para que los que escuchen la invitación del Señor a seguirlo, después del necesario discernimiento, sepan responderle con generosidad, no confiando en sus propias fuerzas, sino abriéndose a la acción de su gracia. En particular, invito a todos los sacerdotes a reavivar su generosa disponibilidad para responder cada día a la llamada del Señor con la misma humildad y fe de Isaías, de Pedro y de Pablo.

Encomendemos a la Virgen santísima todas las vocaciones, particularmente las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal. Que María suscite en cada uno el deseo de pronunciar su propio "sí" al Señor con alegría y entrega plena.

 

Benedicto XVI. 10 de febrero de 2013.

Queridos hermanos y hermanas:

En la liturgia de hoy, el Evangelio según san Lucas presenta el relato de la llamada de los primeros discípulos, con una versión original respecto a los otros dos sinópticos: Mateo y Marcos (cf. Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20). La llamada, en efecto, está precedida por la enseñanza de Jesús a la multitud y por una pesca milagrosa, realizada por voluntad del Señor (Lc 5, 1-6). De hecho, mientras la muchedumbre se agolpa en la orilla del lago de Genesaret para escuchar a Jesús, Él ve a Simón desanimado por no haber pescado nada durante toda la noche. En primer lugar le pregunta si puede subir a la barca para predicar a la gente, ya que estaba a poca distancia de la orilla. Después, terminada la predicación, le pide que se dirija mar adentro con sus compañeros y que eche las redes (cf. v. 5). Simón obedece, y pescan una cantidad increíble de peces. De este modo, el evangelista hace ver que los primeros discípulos siguieron a Jesús confiando en Él, apoyándose en su Palabra, acompañada también por signos prodigiosos. Observamos que, antes de este signo, Simón se dirige a Jesús llamándole «Maestro» (v. 5), y después le llama «Señor» (v. 7). Es la pedagogía de la llamada de Dios, que no mira tanto la calidad de los elegidos, sino su fe, como la de Simón que dice: «Por tu palabra, echaré las redes» (v. 5).

La imagen de la pesca remite a la misión de la Iglesia. Comenta al respecto san Agustín: «Dos veces los discípulos se pusieron a pescar por orden del Señor: una vez antes de la pasión y otra después de la resurrección. En las dos pescas está representada toda la Iglesia: la Iglesia como es ahora y como será después de la resurrección de los muertos. Ahora acoge a una multitud imposible de enumerar, que comprende a los buenos y a los malos; después de la resurrección comprenderá sólo a los buenos» (Discurso 248, 1). La experiencia de Pedro, ciertamente singular, también es representativa de la llamada de todo apóstol del Evangelio, que jamás debe desanimarse al anunciar a Cristo a todos los hombres, hasta los confines del mundo. Sin embargo, el texto de hoy hace reflexionar sobre la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada. La vocación es obra de Dios. El hombre no es autor de su propia vocación, sino que da respuesta a la propuesta divina; y la debilidad humana no debe causar miedo si Dios llama. Es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez más en el poder de su misericordia, que transforma y renueva.

Queridos hermanos y hermanas, que esta Palabra de Dios reavive también en nosotros y en nuestras comunidades cristianas la valentía, la confianza y el impulso para anunciar y testimoniar el Evangelio. Que los fracasos y las dificultades no induzcan al desánimo: a nosotros nos corresponde echar las redes con fe, el Señor hace el resto. Confiamos también en la intercesión de la Virgen María, Reina de los Apóstoles. Ella, bien consciente de su pequeñez, respondió a la llamada del Señor con total entrega: «Heme aquí». Con su ayuda materna, renovemos nuestra disponibilidad a seguir a Jesús, Maestro y Señor.

 

Francisco. Audiencia general (29-01-25). Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. I. La infancia de Jesús. 3. «Le pondrás por nombre Jesús» (Mt 1,21). El anuncio a José

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Hoy seguiremos contemplando a Jesús en el misterio de sus orígenes, narrado por los Evangelios de la infancia.

Mientras que Lucas nos lo muestra desde la perspectiva de la madre, la Virgen María, Mateo, en cambio, se sitúa en la perspectiva de José, el hombre que asume la paternidad legal de Jesús, injertándolo en el tronco de Jesé y vinculándolo a la promesa hecha a David.

Jesús, en efecto, es la esperanza de Israel que se cumple: es el descendiente prometido a David (cf.2 Sam 7,12; 1Cr 17,11), que hace que su casa sea «bendita para siempre» (2 Sam 7,29); es el brote que nace del tronco de Jesé (cf. Is 11,1), el «vástago legítimo» destinado a reinar como verdadero rey, que sabe ejercer el derecho y la justicia (cf. Jr 23,5; 33,15).

José entra en escena en el Evangelio de Mateo como novio de María. Para los judíos, el compromiso era un verdadero vínculo jurídico, que preparaba para lo que sucedería un año más tarde, es decir, la celebración del matrimonio. Era entonces cuando la mujer pasaba de la custodia de su padre a la de su esposo, mudándose a su casa y haciéndose disponible para el don de la maternidad.

Fue precisamente durante este tiempo cuando José descubrió el embarazo de María, y su amor se vio sometido a una dura prueba. Ante tal situación, que habría llevado a la ruptura del compromiso, la Ley sugería dos posibles soluciones: o bien un acto jurídico público, como citar a la mujer ante el tribunal, o bien una acción privada, como entregar a la mujer una carta de repudio.

Mateo define a José como un hombre «justo» (zaddiq), un hombre que vive según la Ley del Señor, que se inspira en ella en todas las ocasiones de su vida. Por tanto, siguiendo la Palabra de Dios, José actúa ponderadamente: no se deja vencer por sentimientos instintivos ni teme llevarse a María con él, sino que prefiere dejarse guiar por la sabiduría divina. Opta por separarse de María sin clamores, es decir, en privado (cf. Mt 1,19). Y esta sabiduría de José le permite no equivocarse y hacerse abierto y dócil a la voz del Señor.

De este modo, José de Nazaret nos recuerda a otro José, hijo de Jacob, apodado «señor de los sueños» (cf. Gn 37,19), tan amado por su padre y tan odiado por sus hermanos, a quien Dios elevó sentándolo en la corte del faraón.

Ahora bien, ¿qué sueña José de Nazaret? Sueña con el milagro que Dios realiza en la vida de María, y también con el milagro que realiza en su propia vida: asumir una paternidad capaz de custodiar, proteger y transmitir una herencia material y espiritual. El vientre de su esposa está grávido de la promesa de Dios, una promesa que lleva un nombre con el que se da a todos la certeza de la salvación (cf. Hch 4,12).

Durante su sueño, José oye estas palabras: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). Ante esta revelación, José no pide más pruebas, se fía. José confía en Dios, acepta el sueño de Dios sobre su vida y la de su prometida. Así entra en la gracia de quien sabe vivir la promesa divina con fe, esperanza y amor.

José, en todo esto, no profiere palabra alguna, sino que cree, espera y ama. No habla con «palabras al viento», sino con hechos concretos. Él pertenece a la estirpe de los que, según el apóstol Santiago, «ponen en práctica la Palabra» (cf. Stg 1,22), traduciéndola en hechos, en carne, en vida. José confía en Dios y obedece: «Su vigilancia interior por Dios... se convierte espontáneamente en obediencia» (Benedicto XVI, La infancia de Jesús, Milán-Ciudad del Vaticano 2012, 57).

Hermanas, hermanos, pidamos también al Señor la gracia de escuchar más de lo que hablamos, la gracia de soñar los sueños de Dios y de acoger responsablemente a Cristo que, desde el momento de nuestro bautismo, vive y crece en nuestras vidas. ¡Gracias!

 

Francisco. Catequesis Jubilar (1-02-25). Esperar es voltearse. María Magdalena.

¡Queridos hermanos y hermanas!

El Jubileo es un nuevo inicio para las personas y para la Tierra; es un tiempo donde todo es replanteado dentro del sueño de Dios. Y sabemos que la palabra “conversión” indica un cambio de dirección. Finalmente, todo se puede ver desde otra perspectiva y así también nuestros pasos se encaminan hacia nuevas metas. Así surge la esperanza que jamás desilusiona. La Biblia relata esto de muchas maneras. Y también para nosotros la experiencia de la fe ha sido estimulada por el encuentro con personas que han sabido cambiar en la vida y han, por así decirlo, entrado en los sueños de Dios. De hecho, si en el mundo hay tanto mal, nosotros podemos distinguir quién es diferente: su grandeza, que a menudo coincide con su pequeñez, nos conquista.

Por esto en los Evangelios, la figura de María Magdalena surge sobre todas las demás. Jesús la curó con la misericordia (cfr Lc 8,2) y ella cambió: hermanos y hermanas la misericordia cambia, la misericordia cambia el corazón y, a María Magdalena, la misericordia la recondujo a los sueños de Dios y dio nuevas metas a su camino.

 

El Evangelio de Juan narra de su encuentro con Jesús resucitado en una manera que nos hace reflexionar. Varias veces se repite que María se dio vuelta. ¡El Evangelista escoge bien las palabras! En lágrimas, María mira primero dentro el sepulcro, luego se voltea: el Resucitado no está en la parte de la muerte, sino en la parte de la vida. Puede ser intercambiado con una de las personas que encontramos cada día. Después, cuando escucha pronunciar su nombre, el Evangelio dice que nuevamente María se dio vuelta. Es así que crece su esperanza: ahora mira el sepulcro, pero no más como antes. Puede secar sus lágrimas, porque ha escuchado su nombre: solo su Maestro lo pronuncia así. Pareciera que el viejo mundo todavía estuviese, pero ya no está. Cuando sentimos que el Espíritu Santo actúa en nuestro corazón y sentimos que el Señor nos llama por nuestro nombre, sabemos distinguir la voz del Maestro.

Querido hermanos y hermanas, aprendamos de la esperanza de María Magdalena, que la tradición llamó “apóstola de los apóstoles”. En el nuevo mundo se entra convirtiéndose más de una vez. Nuestro camino es una constante invitación a cambiar de perspectiva. El Resucitado nos lleva a su mundo, paso a paso, con la condición que no pretendamos ya saber todo.

Preguntémonos hoy: ¿sé voltearme a mirar las cosas diversamente? ¿Tengo el deseo de conversión?

Un yo demasiado seguro y un yo orgulloso nos impide reconocer a Jesús Resucitado: de hecho, también hoy, su aspecto es aquel de las personas comunes que se quedan fácilmente a nuestras espaldas. Incluso cuando lloramos y nos desesperamos, lo dejamos a la espalda. En vez de mirar en la oscuridad del pasado, en el vacío de un sepulcro, de María Magdalena aprendamos a voltearnos hacia la vida. Allí nos espera nuestro Maestro. Allí es pronunciado nuestro nombre. Porque en la vida real hay un puesto para nosotros, siempre y en todos lados. Hay un lugar para ti, para mí, para cada uno. Es feo, como se dice comúnmente, es feo dejar la silla vacía: “Este lugar es mío; si yo no voy…”. Nadie puede tomárnoslo, porque desde siempre ha sido pensado para nosotros. Cada uno puede decir: ¡tengo un lugar, yo soy una misión! Piensen en esto: ¿cuál es mi lugar? ¿Cuál es la misión que el Señor nos da? Que este pensamiento nos ayude a asumir una actitud valiente en la vida. Gracias.

 

DOMINGO 6 T. O.

Monición de entrada.-

Hace muchos años Jesús bajo de una montaña, levantó los ojos y dijo las palabras que escucharemos en el Evangelio.

Hoy no es en un llano, sino en la iglesia donde nos va a hablar.

Y nos va a decir quiénes son las personas más felices.

 

Señor, ten piedad.

Tú que haces felices a los pobres. Señor, ten piedad.

Tú que haces felices a los que tienen hambre. Cristo ten piedad.

Tú que haces felices a los que lloran.  Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Por la Iglesia, para siga enseñándonos a ser felices. Te lo pedimos, Señor.

Por las personas que tienen hambre, para que les ayudemos. Te lo pedimos, Señor.

Por las personas que lloran, para que tengan a su lado quien les escuche. Te lo pedimos, Señor.

Por los amigos de Jesús que son perseguidos, para que sean fuertes. Te lo pedimos, Señor.

Por nosotros, para que no busquemos ser felices teniendo cosas, sino teniendo amigos que nos quieran. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias.

Gracias Virgen María por enseñarnos con tus ojos que la felicidad no está en tener cosas sino en tener a Jesús en el corazón.

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA. DOMINGO V T.O.

EXPERIENCIA.

Realiza sucesivas respiraciones, profundas, lentas, tomando conciencia de tu cuerpo, los pies, piernas, tronco, manos, brazos, cervicales, cabeza, los sentidos de la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto,…

Mira la cruz, busca en el Cristo los ojos.

Sígnate sintiendo descansar en tu mano la mirada de Cristo, imaginando que es Él quien te signa, como hacen las madres con sus hijos.

Entra en este enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=1k0e39gsDHg

Conecta el vídeo, cierra los ojos y escucha la música. Cuando termine permanece en silencio, tomando conciencia de las emociones que han brotado.

Vuelve a conectarlo viéndolo. Y permanece en silencio pensando en las imágenes, después en las palabras, los pensamientos que brotan tras la visualización.

Vuelve a verlo.

Responde a estas preguntas con las frases del vídeo: ¿en estos días como está siendo tu vida?, ¿cómo está siendo tu fe, tu amistad con Jesucristo?

Cuéntaselo a Jesús. En silencio espera su respuesta. Deja que Él vaya trabajándote. A buen herrero no hay hierro del que no pueda forjar una pieza hermosa y útil para los demás.

Y escucha a Jesús, leyendo el evangelio de este domingo.

 

REFLEXIÓN.

Toma la Biblia y lee :

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 5,1-11.

En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:

-Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca.

Respondió Simón y dijo:

-Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.

Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:

-Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador.

Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón:

-No temas; desde ahora serás pescador de hombres.

Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

 

¿QUÉ DICE? el evangelio de hoy narra la vocación de los primeros discípulos. Jesús se dirige a unos pescadores fracasados, derrotados, desanimados y sin esperanza. Es a ellos con quienes se sube a la barca. Su presencia cambia la vida de aquellos cuatro hombres. La acción de Dios siempre provoca temor, sentimiento de pequeñez, aceptación de la propia realidad. Esta actitud es la necesaria para ser discípulo de Cristo. Él no llama a los perfectos y los que se creen santos, sino a quienes en sus pobrezas, miserias e incoherencias, le acogen y se fían de Él.

¿QUÉ TE DICE? Recrea en tu mente la escena y después personalízala imaginando que eres Pedro. Recuerda lo orado en el apartado de experiencia. ¿Cómo te encuentras? ¿Qué aporta Cristo a tu vida? Si te has alejado de los Juniors y de la parroquia, no te sientas menos, deja que Cristo entre de nuevo en la barca de tu vida, “deja trabajar al Maestro en ti y vivirás de su fuente luminosa y cálida”. Sigues siendo necesario en la parroquia, en los Juniors, en la Iglesia, en tu grupo parroquial.

 

COMPROMISO.

Di si a Jesús, empieza de nuevo. Para ello te propongo lo que hizo Carlos de Foucauld, un aristócrata francés, quien totalmente vacío entró en una iglesia, buscó un sacerdote, se confesó y comulgo. Haz lo mismo. Es el medio que tenemos los cristianos para recomenzar: reconciliarnos con Cristo, participar de la misa y comulgar.

 

CELEBRACIÓN.

Entra y escucha esta canción del grupo argentino católico de Ciudad Resistencia Refugio Band.

https://www.youtube.com/watch?v=A1m5-9tMx3k

Con el rezo del Padrenuestro y la señal de la cruz.


[1] Fiducia: confianza. www.rae.es

[2] Trad. editor.

[3] Lo comprenderás mas adelante. Trad. editor.

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