Primera lectura.
Lectura del libro de Isaías 42, 1-4.6-7.
Esto dice el Señor:
-Mirad a mi siervo, a
quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre
él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará
por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la
apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta
implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas. Yo, el Señor, te
he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de
un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos a los ciegos, saques a
los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas.
Comentario.
-Segundo libro de Isaías (Is 40-55):
Cánticos del Siervo de Yahvé (Is 42,
1-9; 49, 1-6; 50, 4-9; y 52,13-53,12):
Primer cántico (Is 42, 1-9):
Primera parte, centrada en el Siervo
(Is 42, 1-4.6-7).
Segunda parte (omitida) centrada en
Dios (Is 42, 5.8-9):
Esto dice el Señor, Dios, que crea y
despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al
pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella.
Yo el Señor, este es mi nombre; no cedo
mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos.
Lo antiguo ya ha sucedido, y algo nuevo
yo anuncio, antes de que brote os lo hago oír.
Contenido:
Llamada a salir de Babilonia y emprender
el camino hacia Jerusalén.
Cánticos del Siervo:
No tienen coherencia con II Isaías.
Contraste entre dos formas de salvación:
Temporal:
Concedida por Ciro, rey de Persia.
Mediante la fuerza y las armas.
Perpetua:
Concedida por el Siervo de Yahveh.
Mediante la mansedumbre con los débiles
y vacilantes.
Firme y tenaz para cumplir su misión.
Universal.
Ligada a la visión, la liberación y la
esperanza.
-Estructura:
Dios presenta a al Siervo (Is 42, 1-4).
Misión del Siervo (Is 42, 6-7).
Salmo responsorial
Sal 29 (28)
El Señor bendice a su pueblo con la paz R/.
Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio
sagrado. R/.
La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica. R/.
El Dios de la gloria ha tronado.
En su templo, un grito unánime: “¡Gloria!”.
El Señor se sienta sobre las aguas del
diluvio,
el Señor se sienta como rey eterno. R/.
Notas exegéticas.
La tormenta, ver Ex 13,
22 y Ex 19, 16, evoca el poder y la gloria divinos, que causan pavor a los
enemigos de Israel y aseguran la paz al pueblo de Dios.
Segunda lectura.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles
10, 34-38.
En aquellos días, Pedro
tomó la palabra y dijo:
-Ahora comprendo con
toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo
teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los
hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el
Señor de todos. Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por
Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Palabra de Dios.
Comentario.
-Pedro:
Rudo pescador de Galilea.
Predicador de la buena noticia que se extiende imparáblemente.
-Contexto:
Cesarea Marítima (costa mediterránea de Palestina).
Casa del centurión romano Cornelio.
-Discurso:
La salvación es universal.
Ecos del kerygma:
Influencia de Marcos.
Anuncio de Jesús:
Identidad (10, 38a).
Actividad (38b-39a).
Muerte (39b).
Resurrección (40).
Dimensión salvífica del Misterio Pascual (43b).
-Referencias bíblicas:
Lc 3, 21: bautismo de Jesús.
Is 61, 1: unción con el Espíritu.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Mateo 3, 13-17.
En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán
y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo
diciéndole:
-Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú
acudes a mí?
Jesús le contestó:
-Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda
justicia.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús,
salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba
como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía:
-Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.
Textos paralelos.
Mc 1, 9-11 |
Mt 3, 13-17 |
Lc 3, 21-22 |
Jn 1, 29-34 |
Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: -Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco. |
Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: -Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Jesús le contestó: -Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua: se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre
él. Y vino una voz de los cielos que decía: -Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. |
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una
paloma y vino una voz del cielo: -Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco. |
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: -Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es
aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de
mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar
con agua, para que sea manifestado a Israel. Y Juan dio testimonio diciendo: -He contemplado al espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se
posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el
que bautiza con Espíritu Santo. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios. |
2 R 5, 9-10: Llegó Naamán con sus carros y caballos
y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo. Envió este un mensajero a
decirle: “Ve y lávate siete veces en el Jordán. Tu carne renacerá y quedarás
limpio”.
Juan trataba de impedírselo.
2 S 24, 20-21: Arauná se asomó y vio al rey y a sus
servidores subir hacia él. Entonces salió y se postró ante el rey, rostro a
tierra. Arauná preguntó: “¿Por qué ha venido el rey, mi eñor, a ver a su
siervo? El rey contestó: “A comprarte la era, para edificar un altar al Señor y
que se detenga la plaga sobre el pueblo”.
Lc 1, 43: ¿Quién soy yo para que me visite la madre
de mi Señor?
Jn 13, 6: Llegó a Simón Pedro y este le dice: “Señor,
¿lavarme los pies tú a mí?”.
Deja ahora, pues conviene que así cumplamos toda
justicia.
2 Co 8, 21: Al que no conocía el pecado, lo hizo
pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en
él.
Jn 5, 17: Jesús les dijo: “Mi Padre sigue actuando,
y yo también actúo”.
Se abrieron los cielos.
Ez 1, 1: El año treinta, el día cinco del mes
cuarto, estando yo entre los deportados junto al río Quebar, se abrieron los
cielos y tuve visiones de Dios.
Hch 7, 56: Y [Esteban] dijo: “Veo los cielos
abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”.
El Espíritu de Dios que bajaba.
Hch 10, 11: Contemplando el cielo abierto y una
especie de recipiente que bajaba, semejante a un gran lienzo, que era
descolgado a la tierra sostenido por los cuatro extremos.
Is 11, 2: Sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor.
Is 61, 1: El Espíritu del Señor, Dios, está sobre
mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los
pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos,
y a los prisioneros la libertad.
Jn 1, 32-34: Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado
al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo
conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien
veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu
Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios.
Una paloma y venia sobre él.
Is 42, 1b: He puesto mi espíritu sobre él,
manifestará la justicia a las naciones.
Este es mi Hijo amado.
Is 42, 1a: Mirad a mi siervo, a quien sostengo, mi
elegido, en quien me complazco.
Mt 12, 18: Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado,
en quien me complazco. Sobre él pondré mi espíritu para que anuncie el derecho
a las naciones.
Mt 17, 5: Todavía estaba hablando cuando una nube
luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: “Este es mi
Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”.
Jn 12, 28: “Padre, glorifica tu nombre”. Entonces
vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
3 15 (a) La iglesia naciente se persuadió
muy pronto de que Jesús estaba libre de pecado. De ahíq eu se quisiera explicar
por qué se sometía al bautismo de Juan (en el que el mismo reconocía un paso querido
por Dios, preparación última de la era mesiánica). Muy conciso Mt 3, 15 dice: (a)
que, con su bautismo, Jesús satisface la justicia salvífica de Dios que preside
el plan de la salvación, (b), que él mismo era justo obrando así, (c) que tenía
que identificarse con los pecadores y (d) que así preparaba el bautismo futuro de
los cristianos, poniéndose como modelo (nótese el plural “nosotros”).
3 15 (b) Una leyenda apócrifa se ha
interferido aquí en dos manuscritos de la Vetus Latina: “Y mientras era bautizado,
una intensa luz se difundió fuera del agua, hasta el punto que todos los
asistentes fueron presa del temor”.
3 16 (a) Adicción: “para él”, es decir, a
sus ojos.
3 16 (b) El Espíritu que aleteaba sobre
las aguas de la primera creación, Gn 1, 2, aparece aquí en el preludio de la
nueva creación. Por un lado, unge a Jesús para su misión mesiánica, que en
adelante seguirá dirigiendo; por otro, como lo han entendido los Padres,
santifica el agua y prepara el bautismo cristiano.
3 17 Esta visión interpretativa
designa ante todo a Jesús como el verdadero Siervo anunciado por Isaías. Con
todo, el término “Hijo” que sustituye al de “Siervo” (gracias al doble sentido
del término griego pais) subraya el carácter mesiánico y propiamente
filial de su relación con el Padre.
Notas exegéticas
Nuevo Testamento, versión crítica.
13-17 El bautismo de Jesús y las
tentaciones (4, 1-11) son los dos goznes de su actividad mesiánica:
glorificación y sufrimiento. El bautismo viene a ser como la consagración
oficial de Jesús para su misión. Es pasaje trinitario: el Padre, el Hijo –
designado como tal con énfasis especial, en tono superior al usado a veces en
el AT para la relación del hombre con Dios – y el Espíritu.
13 LLEGÓ: lit. en tiempo verbal de
presente histórico.
14. Al expresar la negativa de Juan
para bautizar a Jesús, ¿pensaba Mt evitar el escándalo de quienes podrían
considerar a Cristo con pecados personales? // Quevedo comenta con cierto
humor: “Este respeto [de Juan a Jesús] era heredado de santa Elisabet, su
madre, y la respuesta fue la misma casi”.
15 EN RESPUESTA... DIJO: por primera
vez aparece esta fórmula, frecuente en los Evangelios y Hch con diversas
variantes, y que, lit., suena habiendo (sido) respondido... dijo. Se
trata de un semitismo, probablemente indirecto, como calco de un giro empleado
en la LXX. Variantes de esa fórmula son los aramaísmos respondió diciendo,
respondió y dijo (expresión preferida de Jn). La traducción los presenta
así: “En respuesta, dijo”, o “como respuesta dijo”, o “respondió así”; o bien,
cuando no precede de una pregunta explícita: “tomando la palabra, dijo”. //
TODO LO QUE ES JUSTO: lit. toda justicia (toda norma de obrar
determinada por la voluntad de Dios). En Mt las primeras palabras del Hijo de
Dios humanado son “la justicia”; en su conciencia de Hijo, la norma
suprema y absoluta de su conducta moral, durante toda su vida, fue la santa
voluntad del Padre. Ahora Jesús y Juan tienen que realizar una acción “justa”;
lo mismo que su muerte, llamada también bautismo, el bautismo de Jesús
en el Jordán fue “según las Escrituras”. // PERMITIÓ: lit. en tiempo verbal presente
histórico: permite.
16 SE LE ABRIERON a Jesús (la visión
fue para él). Algunos manuscritos dicen genéricamente: se abrieron. Según
Jn 1, 32-34, la revelación fue también para el Bautista. // COMO desciende,
suavemente, UNA PALOMA (Lc 3, 22 amplifica con más realismo); esa PALOMA,
¿simbolizaba a Israel (escritos rabínicos)?; ¿al Espíritu divino, que actúa en
la “nueva creación” (cf. Gn 1, 2).
17 DIJO: lit. diciendo.
Notas exegéticas de la Biblia Didajé.
3, 13-17 El bautismo de Cristo marcó el
comienzo de su ministerio público y la aceptación de su misión como Siervo
doliente (cf. Is 42, 1). Aunque no había cometido pecado solicitó ser bautizado
por Juan el Bautista, tal y como hacían los pecadores. Este bautismo anticipó
el “bautismo de su Pasión y Muerte, a través del cual se identificó con los
pecadores y cargó sobre sí los pecados del mundo. También prefigura el
sacramento del bautismo, que Cristo encomendará a sus discípulos para que lo
lleven a cabo (cf. Mt 28, 19). Cat. 535-536 y 1223-1224.
3, 15 Cumplir toda justicia: el bautismo de
Cristo por parte de Juan Bautista simboliza la absoluta sumisión a la voluntad
de su Padre: morir para redimir a las personas del pecado.
3, 16 Se abrieron los cielos: El pecado de Adán
cerró las puertas del cielo (cf. Gn 3, 24), pero Cristo las reabrió con su
sacrificio redentor. Como una paloma: la paloma es un símbolo del
Espírtiu Santo. La acción de la paloma sobre las aguas, descendiendo sobre Cristo,
es una reminiscencia del Espíritu de Dios cerniéndose sobre las aguas en la
creación (cf. Gn 1, 2); el hombre llega a ser, mediante el Bautismo, una nueva
creación en Cristo (cf. 2 Co 5, 17). Posarse sobre él: el profeta Isaías
predijo que una señal del Mesías era el espíritu reposando sobre él (cf. Is 11,
2; 42, 1; 61, 1). Cat. 536, 701, 1224 y 1286.
3, 17 Voz del cielo: el bautismo de
Cristo manifiesta la Trinidad: la voz del Padre, el bautismo del Hijo, y la
venida del Espíritu Santo en forma de paloma. En la Transfiguración también se
escuchó la voz del Padre, afirmando de nuevo que Cristo es el Hijo de Dios (cf.
Mt 17, 5). Cat. 444 y 713.
Catecismo de la Iglesia Católica.
535 El comienzo de la vida pública de
Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán. Juan proclamaba “un bautismo de
conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3, 3). Una multitud de pecadores,
publicanos y soldados, fariseos y saduceos y prostitutas viene a hacerse
bautizar por él. “Entonces aparece Jesús”. El Bautista duda. Jesús insiste y
recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, viene sobre
Jesús, y la voz del cielo proclama que él es “mi Hijo amado” (Mt 3, 13-17). Es
la manifestación (“Epifanía”) de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.
536 El bautismo de Jesús es, por su
parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja
contar entre los pecadores; es ya “el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo” (Jn 1, 29); anticipa ya el “bautismo” de su muerte sangrienta. Viene ya
a “cumplir toda justicia” (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la
remisión de nuestros pecados. A esta aceptación responde la voz del Padre que
pone toda su complacencia en su Hijo. El Espíritu que Jesús posee en plenitud
desde su concepción viene a “posarse” sobre él. De él manará este Espíritu para
toda la humanidad. En su bautismo, “se abrieron los cielos” (Mt 3, 16) que el
pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso
de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación.
537 Por el Bautismo, el cristiano se
asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección:
debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender
al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para
convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y “vivir una vida nueva” (Rm
6, 4).
1223 Todas las prefiguraciones de la
Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de
hacerse bautizar por san Juan el Bautista en el Jordán y, después de su
Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles.
1224 Nuestro Señor se sometió
voluntariamente al Bautismo de san Juan, destinado a los pecadores, para “cumplir
toda justicia” (Mt 3, 14). Este gesto de Jesús es una manifestación de su
anonadamiento. El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación
desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre
manifiesta a Jesús como su “Hijo amado” (Mt 3, 16-17).
701 La paloma. Al final del diluvio
(cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con
una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de
nuevo. Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma
de paloma, baja y se posa sobre él. El Espíritu desciende y reposa en el
corazón purificado de los bautizados. En algunos templos, la Santa Reserva
eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma (el columbarium),
suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al
Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana.
1286 En el Antiguo Testamento, los
profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías
esperado para realizar su misión salvífica. El descenso del Espíritu Santo
sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo de que Él era el que debía
venir, el Mesías, el Hijo de Dios.
Concilio Vaticano II
En ese cuerpo, la vida de Cristo se comunica a los
creyentes, quienes están unidos a Cristo paciente y glorioso por los
sacramentos, de un modo arcano[1],
pero real (cf. Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologia). Por el bautismo,
en efecto, nos configuramos en Cristo, porque también nosotros hemos sido
bautizados en un solo Espíritu (1 Co 12, 13), ya que en este sagrado rito
se representa y realiza el consorcio con la muerte y resurrección de Cristo.
Lumen Gentium, 7.
San Agustín
Esto es lo que vio Juan en él y conoció lo que aún
no sabía. No ignoraba que Jesús era el Hijo de Dios, que era el Señor, el
Cristo, el que había de bautizar en el agua y el Espíritu Santo; todo esto ya
lo sabía. Pero lo que le enseña la paloma es que Cristo se reserva esta
potestad, que no transmite a ninguno de sus ministros. Esta potestad que Cristo
se reserva exclusivamente, sin transferirla a ninguno de sus ministros, aunque
se sirva de ellos para bautizar, es el fundamento de la unidad de la Iglesia,
de la que se dice: Mi paloma es única, única para su madre (Ct 6, 8).
Si, pues, como ya dije, hermanos míos, el Señor comunicase esta potestad al
ministro, habría tantos bautismos como ministros, y se destruiría así la unidad
del bautismo.
Comentarios sobre el evangelio de San Juan 6, 5-8. I, pg. 230.
Los Santos Padres.
Aunque no cecesitaba ser bautizado, sin embargo, por medio de él, debía
santificar nuestra purificación en las aguas del bautismo.
Hilario de Poitiers, Sobre el Ev. de Mateo, 2, 5. Ia, pg. 97.
Con este hecho mostró Jesús que era “manso y humilde de corazón” (Mt 11,
29), habiendo ido hacia los que eran inferiores a él, haciendo todo lo que
siguió para humillarse a sí mismo y ser obediente hasta la muerte.
Orígenes, Fragmentos sobre el Ev. de Mateo, 52. Ia, pg. 96.
El Salvador recibió el bautismo de Juan por tres motivos: primero, porque
habiendo nacido como hombre quería cumplir toda justicia y la humildad de la Ley.
Segundo, para confirmar con su bautismo el bautismo de Juan. Tercero, para que,
santificando las aguas del Jordán, manifestará por el descenso de la paloma la
venida del Espíritu Santo en el bautismo de los fieles.
Jerónimo, Comentario al Ev. de Mateo, 1, 3, 13. Ia, pg. 97.
Siempre que hay reconciliación con Dios hay una paloma, como en el arca
de Noé..., anunciando la compasión de Dios al mundo y al mismo tiempo mostrando
de forma evidente que es necesario que lo espiritual sea manso, sencillo y sin
fraude (cf. Mt 10, 16).
Orígenes, o.c. I, pg. 100.
San Juan de Ávila
Pues en tales espejos se mire el sacerdote que va a consagrar, y entre
ellos no olvide aquel tan principal que es San Juan Bautista, que, de solamente
echar agua en la cabeza de Cristo, se tenía por indigno, y con profundo temblor
y reverencia decía: Ego a Te debeo baptizari,
et Tu venis ad me? (Mt 3, 14). Y, a esta cuenta, mayor santidad ha menester un sacerdote y
mayor espanto y admiración le ha de tomar, pues trata al Señor con trato más
familiar que San Juan Bautista.
Tratado sobre el sacerdocio. I, pg. 927.
¿Qué sacerdote, si profundamente considerase esta admirable obediencia
que Cristo le tiene, mayor a menor, Rey a vasallo, Dios a criatura, tenía
corazón para no obedecer a nuestro Señor en sus santos mandamientos y para
perder antes la vida, aun en cruz, que perder su obediencia? ¿Quién alzaría el
cuello contra su mayor, quién no se abajaría a su igual y menor? Viendo esto
San Juan, se espantó y dijo: Ego a te debeo baptizari et tu venis ad me? Y aun así podríamos nosotros decir:
“Yo, Señor, había de ir a ti y obedecerte, ¿y tú vienes a mí?”. Y respondernos
ha lo que a él respondió: Sic enim decet implere omne iustitiam (cf. Mt 3, 14-15). Y dice la
glosa que “toda humildad”, scilicet, humillarse al mayor, igual y menor. Sic decet: ¿Para qué, Señor? Para abajar nuestra
soberbia, para que tenga vergüenza el sacerdote de parecer soberbio y desobediente,
siendo Dios tan humilde para con él.
A los sacerdotes. I, pg. 788
No seamos, señora, de aquestos; agradezcámosle que nos quiere por casa,
pues Salomón le agradeció que le dio licencia para hacerle una casa fuera de
sí. Oigamos este mensaje de Dios, que quiere venir a nos, como lo oyó la
bienaventurada María, que toda se ofreció por esclava de Dios (cf. Lc 1, 38), y conozcamos esta merced; y
tengámonos por indignos de ella, diciendo con San Juan: Yo tengo de ir a ti, ¡y
tú vienes a mí! (cf.
Mt 3, 14).
Carta una mujer devota en tiempo de Adviento. IV, pg. 372.
Mas fue tanto el mal que Dios nuestro Señor vio que había de venir al pueblo
cristiano por los muchos excesos y vanísima vanidad de estos vestidos y aparato
de casas, que no se contentó con dar a entender cuánto le desagradan, con
vestirse Él bajamente en el tiempo de su mortalidad, cuando sudaba y trabajaba
haciendo penitencia por nosotros; mas para cumplir toda justicia (cf. Mt 3, 15), que decía, con obras, muy más
claro que si fueran palabras, subido ya al cielo, reinando sobre todos los
ángeles, celebrando victoria y lleno de gloria, desciende a nosotros más
pobremente vestido que estaba de antes, añadiendo humildad sobre humildad.
Sermón en la infraoctava del Corpus. III, pg. 652.
De manera que ni se da la gracia ni se da la gloria sino a Jesucristo.
Y según esto, dijo el mesmo Señor: Ninguno sube al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo de
la Virgen que está en el cielo (Jn 3, 13); y como dice San Agustín, que, “como Cristo solo descendió
del cielo, solo Cristo sube al cielo” (Sermón 91). Y conforme a esta sentencia, dice San
Mateo que siendo Cristo baptizado le fueron abiertos los cielos (Mt 3, 16).
Sermón en la infraoctava del Corpus. III, pg. 697.
De manera que, así como dice el santo Evangelio que, siendo el Señor
baptizado, se abrieron los cielos a él (Mt 3, 16), porque, aunque muchos han
entrado allá después de él, a ninguno se le abren sino por causa de él; así podemos
decir que las entrañas de su Eterno Padre, que se abren para conceder nuestros
ruegos, a Cristo se abren; y él es el oído del Padre, pues que la gracia y
favores con que somos oídos, por él lo tenemos.
Audi, filia (II). I, pg. 720.
Acordarse de Cristo, mirando qué obró en la tierra de Jordán donde fue bautizado para nuestro provecho y le fueron abiertos los
cielos (Mt 3, 16), no para Él, que abiertos le
estaban, mas para nosotros, a quien por Adán estaban cerrados. Y porque se nos
abrieron por Cristo, dice el evangelio que le fueron los cielos abiertos,
porque aquél se dice hecha una merced por cuyo amor se hace, aunque él no
llevase parte de ella. Pues mirando... A quien así mira que por Cristo le son
los cielos abiertos y que por el santo bautismo es tomado por hijo de Dios, osa
esperar como hijo la herencia del cielo viviendo en obediencia de los mandamientos
de Dios.
Carta a un señor de
estos reinos. IV, pg. 92.
¡Quién te viese Señor cómo estás amansando al Padre! ¡Qué razones
alegas! ¡Cómo pides por nosotros! Está uno enojado de su hijo, viene un amigo
suyo o su mujer, si es muy discreto: “Señor, dejad agora ese enojo, hablemos
por me hacer merced en otra cosa”. Después que le ha desenojado, ruégale por
amor de mi Señor que le perdonéis. Responde: “Sabéisme contentar cómo no haré
lo que decís; sabéisme quitar el enojo. ¿Qué queréis que haga? ¿Que en lugar de
azotes le dé abrazo por amor de vos?”. Hic est Filius meus dilectus, in quo mihi bene
complacui (Mt
3, 17). Él es el que le hace quitar el enojo, y no solamente no le castiga, mas
echa él espada acullá y dale abrazos de amor en lugar de castigos; y no solo
está rogando por nosotros, mas por los pecados de todo el mundo. No habría
predicadores verdaderos que predicasen esto. Dios es amansamiento por todos los
pecados del mundo; no hay que temer, que pagados están todos los pecados y los
pecados de los que están en el infierno. Catad que tenemos negociador en la corte.
Lecciones sobre 1 San Juan (I). II, pg. 150.
Del Señor leemos que en su santo baptismo fue declarado por voz
celestial por Hijo
carísimo del
Eterno Padre (Mt 3, 17); mas tras este favor se siguió ser llevado al desierto a ser
tentado por el enemigo (Mt 4, 1). No se engañe nadie ni se tenga por seguro porque sea
recreado por el Señor con mercedes y consolaciones, ahora sean espirituales,
ahora corporales. Menester es entender muy bien este negocio, y por no lo haber
con lo próspero presente, dijeron lo que David: Yo dije en mi abundancia. No seré movido para
siempre (Sal
29, 7). Y como sucedió la tribulación y no estaban apercibidos para ella,
cayeron muy fácilmente y perdieron lo que habían recebido.
Sermón a San José. III, pg. 1003.
San Oscar Romero.
Y por eso finalmente,
hermanos, mi tercer pensamiento.
Cristo presentado en el Jordán, el Cordero de Dios que quita
los pecados del mundo.
Existía antes que yo", dice Juan. Yo le voy anunciando porque
la salvación de los hombres consiste en recibir este bautismo del Espíritu que
Él trae. Vida de Dios que quiere injertar en el corazón de los hombres
renovación interior del hombre. Quitarle los pecados al hombre, a la familia, a
la sociedad.
Esta es su misión encargada a la Iglesia. Misión difícil:
arrancar de la historia los pecados, arrancar de la política los pecados,
arrancar los pecados de la economía, arrancar los pecados allí donde estén.
¡Qué dura tarea! Tiene que encontrar conflictos en medio de tantos egoísmos, de
tantos orgullos, de tantas vanidades, de tantos que han entronizado el reino
del pecado entre nosotros.
Tiene que sufrir la Iglesia por decir la verdad, por
denunciar el pecado, por arrancar el pecado. A nadie le gusta que le toquen una
llaga y por eso salta una sociedad que tiene tantas llagas cuando hay quien le
toque con valor; tienes que curar, tienes que arrancar eso.
Cristo, cree en Él, conviértete. Porque sólo Él puede quitar
los pecados de la sociedad salvadoreña y hacer la verdadera comunidad Pueblo
que sea verdaderamente orgullo de Dios. Porque Dios ha creado los diversos
pueblos como una familia. ¡Qué hermoso es pensar a Dios Papá de los pueblos! De
unos pueblos que viven según su pensamiento y se aman con el pluralismo también
de las naciones. ¡Qué diversidad de idiosincrasias! Piensen nada más en los
países de Centroamérica. Cada uno tiene su fisonomía: cinco hijos de Dios.
¡Qué hermoso sería que estos cinco países -arrancando los
pecados de su historia, de su política, de su sociedad, de sus relaciones- nos
presentáramos en el día del Señor de Esquipulas hermanos de Cristo, pueblos de
Dios, promovidos de condiciones inhumanas a condiciones de Hijos de Dios,
imágenes de su presencia en este pequeño mapa de Centro América.
Queridos hermanos, ¿ven como la encarnación de Cristo que
nace en Belén y se manifiesta en Epifanía tiene que ser luz concreta que
ilumina nuestra realidad de El Salvador? Como salvadoreños y como Iglesia vamos
a desear estas cosas, diciendo nuestro Credo.
Homilía, 15 de enero de 1978.
Papa Francisco.
Como Jesús, que fue a hacerse bautizar, así hacéis vosotros con
vuestros hijos.
Jesús responde a Juan: “Hágase toda justicia” (cf. Mt 3,15). Bautizar
a un hijo es un acto de justicia para él. ¿Y por qué? Porque nosotros con el
Bautismo le damos un tesoro, nosotros con el Bautismo le damos en prenda el
Espíritu Santo. El niño sale [del Bautismo] con la fuerza del Espíritu en
su interior: el Espíritu que lo defenderá, que lo ayudará, durante toda su
vida. Por eso es tan importante bautizarlos cuando son pequeños, para que
crezcan con la fuerza del Espíritu Santo.
Este es el mensaje que quisiera daros hoy. Vosotros traéis hoy a
vuestros hijos, [para que tengan] el Espíritu Santo dentro de ellos. Y cuidad
de que crezcan con la luz, con la fuerza del Espíritu Santo, a través de la
catequesis, la ayuda, la enseñanza, los ejemplos que les daréis en casa... Este
es el mensaje.
No quisiera deciros nada más importante. Sólo una advertencia. Los
niños no están acostumbrados a venir a la Sixtina, ¡es la primera vez! Tampoco
están acostumbrados a estar en un ambiente algo caluroso. Y no están acostumbrados
a vestirse así para una fiesta tan hermosa como la de hoy. Se sentirán un poco
incómodos en algún momento. Y uno empezará a llorar... ―¡El concierto no ha
empezado todavía!― pero empezará uno, luego otro... No os asustéis, dejad que
los niños lloren y griten. A lo mejor si tu niño llora y se queja, quizás sea
porque tiene demasiado calor: quitadle algo; o porque tiene hambre: dale de
mamar, aquí, sí, siempre en paz. Es algo que dije también el año pasado: tienen
una dimensión “coral”: es suficiente que uno dé la primera nota y empiezan
todos y habrá un concierto. No os asustéis. Es un sermón muy bonito el de un
niño que llora en una iglesia. Haced que esté cómodo y sigamos adelante.
No lo olvidéis: vosotros lleváis el Espíritu Santo a los niños.
Homilía. 12 de enero de 2020.
Papa Francisco. Carta Apostólica
Totum amoris est.
«Todo pertenece al amor» [1]. En estas palabras podemos
recoger la herencia espiritual legada por san Francisco de Sales, que murió
hace cuatro siglos, el 28 de diciembre de 1622, en Lyon. Tenía poco más de
cincuenta años y, durante los últimos veinte años, había sido obispo y príncipe
“exiliado” de Ginebra. Había llegado a Lyon después de su última misión
diplomática. El duque de Saboya le había pedido que acompañara al cardenal
Mauricio de Saboya a Aviñón. Juntos habrían rendido homenaje al joven rey Luis
XIII, que regresaba a París, subiendo el valle del Ródano, luego de una
victoriosa campaña militar en el sur de Francia. Cansado y con la salud
deteriorada, Francisco se había puesto en camino por puro espíritu de servicio.
«Si no fuera tan útil a su servicio que yo haga este viaje, tendría,
ciertamente, muy buenas y sólidas razones para eximirme de él; pero, si se
trata de su servicio, vivo o muerto, no me echaré atrás, sino que iré o me haré
arrastrar» [2]. Este era su carácter. Finalmente, cuando llegó a Lyon se alojó
en el monasterio de las Visitandinas, en la casa del jardinero, para no causar
demasiadas molestias y, al mismo tiempo, ser más libre para encontrarse con
quien lo necesitara.
Poco impresionado desde hacía bastante tiempo por «las débiles grandezas de
la corte» [3], también había consumado sus últimos días llevando adelante el
ministerio de pastor en una sucesión de compromisos: confesiones, coloquios,
conferencias, predicaciones y las últimas, infaltables, cartas de amistad
espiritual. La razón profunda de este estilo de vida lleno de Dios se le había
hecho cada vez más nítida a lo largo del tiempo, y él la había formulado con
sencillez y precisión en su célebre Tratado del amor de Dios: «Tan pronto como
el hombre fija con alguna atención su pensamiento en la consideración de la
divinidad, siente cierta dulce emoción en su corazón, que muestra que Dios
es Dios del corazón humano» [4]. Es la síntesis de su pensamiento. La
experiencia de Dios es una evidencia del corazón humano. Esta no es una
construcción mental, más bien es un reconocimiento lleno de asombro y de
gratitud, que resulta de la manifestación de Dios. En el corazón y por medio
del corazón es donde se realiza ese sutil e intenso proceso unitario en virtud
del cual el hombre reconoce a Dios y, al mismo tiempo, a sí mismo, su propio
origen y profundidad, su propia realización en la llamada al amor. Descubre que
la fe no es un movimiento ciego, sino sobre todo una disposición del corazón. A
través de ella el hombre confía en una verdad que se presenta a la conciencia
como una “dulce emoción”, capaz de suscitar un correspondiente e irrenunciable
bien-querer por cada realidad creada, como a él le gustaba decir.
A esta luz se comprende cómo para san Francisco de Sales no hay mejor
lugar donde encontrar a Dios y ayudar a buscarlo que en el corazón de cada
mujer y hombre de su tiempo. Lo había aprendido desde su temprana juventud,
observándose a sí mismo con fina atención y escrutando el corazón humano.
En el último encuentro de esos días en Lyon, y con el sentido íntimo de una
cotidianidad habitada por Dios, había dejado a sus Visitandinas la expresión
con la que posteriormente había querido que fuera sellada su memoria: «He
resumido todo en estas dos palabras, cuando os he dicho: nada pedir, nada
rehusar. No tengo más que deciros» [5]. Sin embargo, no se trataba de un
ejercicio de mero voluntarismo, «una voluntad sin humildad» [6], aquella sutil
tentación del camino hacia la santidad, que la confunde con la justificación
por medio de las propias fuerzas, con la adoración de la voluntad humana y de
la propia capacidad, «que se traduce en una autocomplacencia egocéntrica y
elitista privada del verdadero amor» [7]. Mucho menos se trataba de un mero
quietismo, de un abandono pasivo y sin afectos en una doctrina sin carne y sin
historia [8]. Nacía más bien de la contemplación de la misma vida del Hijo
encarnado. Era el 26 de diciembre, y el santo hablaba a las hermanas en el
corazón del misterio de la Navidad: «¿Veis al Niño Jesús en el pesebre? Acepta
todas las inclemencias del tiempo, el frío y todo lo que su Padre permite le
suceda. No está escrito que haya extendido alguna vez sus manos a los pechos de
su Madre, se abandonaba totalmente a su cuidado y previsión, sin rehusar los
pequeños alivios que ella le daba. Del mismo modo nosotros no debemos desear
ni rehusar nada, sino aceptar igualmente todo lo que la Providencia de Dios
permita que nos suceda, el frío y las inclemencias del tiempo» [9]. Es
conmovedora su atención en reconocer el cuidado de lo que es humano como
indispensable. En la escuela de la encarnación había aprendido a leer la
historia y a habitarla con confianza.
El criterio del amor
Por medio de la experiencia había reconocido el deseo como la raíz de
toda vida espiritual verdadera y, al mismo tiempo, como lugar de su
falsificación. Por eso, recogiendo a manos llenas de la tradición
espiritual que lo había precedido, había comprendido la importancia de poner
constantemente a prueba el deseo, mediante un continuo ejercicio de discernimiento.
El criterio último para su evaluación lo había redescubierto en el amor. En esa
última estadía en Lyon, en la fiesta de san Esteban, dos días antes de su
muerte, había dicho: «El amor es lo que da valor a nuestras obras. Os digo más
aún: una persona que sufre el martirio por Dios con una onza de amor, merece
mucho, pues la vida es lo más que se puede dar; pero si hay otra persona que
sólo sufre un golpe con dos onzas de amor tendrá mucho más mérito, porque la
caridad y el amor son los que dan el valor a nuestras obras» [10].
Con sorprendente concreción había continuado ilustrando la difícil relación
entre contemplación y acción: «Sabéis o debéis saber que la contemplación es
mejor que la acción y la vida activa; pero si en esta hay más unión [con Dios],
entonces es mejor que aquella. Si una hermana que está en la cocina manejando
la sartén junto al fuego tiene más amor y caridad que otra, el fuego material
no le quitará el mérito, al contrario, le ayudará y será más grata a Dios. Con
bastante frecuencia se está tan unido a Dios en la acción como en la soledad.
En fin, vuelvo siempre a la cuestión, donde se encuentre más amor» [11]. Esta
es la verdadera pregunta que disipa instantáneamente toda rigidez inútil o
todo repliegue sobre sí mismo: interrogarse en todo momento, en toda
decisión, en toda circunstancia de la vida dónde reside el mayor amor. No
es casualidad que san Francisco de Sales haya sido llamado por san Juan Pablo
II «doctor del amor divino» [12], no fue sólo porque escribió un magnífico
Tratado sobre este tema, sino sobre todo porque fue testigo de ese amor. Por
otra parte, sus escritos no se pueden considerar como una teoría redactada en
un escritorio, lejos de las preocupaciones del hombre común. Su enseñanza, en
efecto, nació de una escucha atenta de la experiencia. Él no hizo más que
transformar en doctrina lo que vivía y leía en su singular e innovadora acción
pastoral, gracias a una agudeza iluminada por el Espíritu. Una síntesis de
este modo de proceder se encuentra en el Prólogo del mismo Tratado del amor de
Dios: «Todo en la Iglesia es para el amor, en el amor, por el amor y del
amor» [13].
Los años de la primera formación: la aventura de conocerse en Dios
Nació el 21 de agosto de 1567, en el castillo de Sales, cerca de Thorens,
de Francisco de Nouvelles, señor de Boisy, y de Francisca de Sionnaz. «Vivió a
caballo entre dos siglos, el XVI y el XVII, recogió en sí lo mejor de las
enseñanzas y de las conquistas culturales del siglo que terminaba, reconciliando
la herencia del humanismo con la tendencia hacia lo absoluto propia de las
corrientes místicas» [14].
Después de la formación cultural inicial, primero en el colegio de La
Roche-sur-Foron y después en el de Annecy, llegó a París, al colegio jesuita
Clermont, que había sido fundado recientemente. En la capital del Reino de
Francia, devastada por las guerras de religión, experimentó en poco tiempo dos
crisis interiores consecutivas, que marcaron su vida de modo indeleble. Esa
ardiente oración hecha en la Iglesia de Saint-Étienne-des-Grès, frente a la
Virgen Negra de París, en medio de la oscuridad, le encenderá en el corazón una
llama que permanecerá viva en él para siempre, como clave de lectura de su
propia experiencia y de la de otros. «Señor, tú que tienes todo en tus manos y
cuyos caminos son justicia y verdad, cualquier cosa que suceda, […] yo te
amaré, Señor […], te amaré aquí, oh Dios mío, y siempre esperaré en tu
misericordia, y siempre cantaré tus alabanzas. […] Oh, Señor Jesús, tú siempre
serás mi esperanza y mi salvación en la tierra de los vivientes» [15].
Eso había escrito en su cuaderno, recuperando la paz. Y esta experiencia,
con sus inquietudes y sus interrogantes, para él siempre será iluminadora y le
dará un singular camino de acceso al misterio de la relación de Dios con el
hombre. Le ayudará a escuchar la vida de los demás y a reconocer, con fino
discernimiento, la actitud interior que une el pensamiento al sentimiento, la
razón a los afectos, y que de ese modo es capaz de llamar por nombre al “Dios
del corazón humano”. Por este camino Francisco no corrió el peligro de atribuir
un valor teórico a la propia experiencia personal, absolutizándola, sino que aprendió
algo extraordinario, fruto de la gracia: a leer en Dios lo vivido por él y por
los demás.
Aunque nunca haya pretendido elaborar un sistema teológico propiamente
dicho, su reflexión sobre la vida espiritual tuvo una notable dignidad
teológica. Aparecen en él los rasgos esenciales del quehacer teológico, para
el cual es necesario no olvidar dos dimensiones constitutivas. La primera
es precisamente la vida espiritual, porque es en la oración humilde y
perseverante, en la apertura al Espíritu Santo, que se puede tratar de
comprender y de expresar al Verbo de Dios. Los teólogos se fraguan en el
crisol de la oración. La segunda dimensión es la vida eclesial: sentir
en la Iglesia y con la Iglesia. También la teología se ha visto afectada
por la cultura individualista, pero el teólogo cristiano elabora su pensamiento
inmerso en la comunidad, partiendo en ella el pan de la Palabra [16]. La
reflexión de Francisco de Sales, al margen de las disputas entre las escuelas
de su época, y aun respetándolas, nace precisamente de estos dos rasgos
constitutivos.
El descubrimiento de un mundo nuevo
Cuando finalizó los estudios humanísticos, continuó con los de derecho en
la Universidad de Padua. Al regresar a Annecy ya había decidido la orientación
de su vida, no obstante las resistencias de sus padres. Fue ordenado sacerdote
el 18 de diciembre de 1593. En los primeros días de septiembre del año
siguiente, por invitación del obispo, Mons. Claude de Granier, fue llamado a la
difícil misión en el Chablais, territorio perteneciente a la diócesis de
Annecy, de confesión calvinista, que, en el intrincado laberinto de guerras y
tratados de paz, había pasado nuevamente a estar bajo el control del ducado de
Saboya. Fueron años intensos y dramáticos. Aquí descubrió, junto con alguna
rígida intransigencia que luego le hará reflexionar, sus aptitudes de mediador
y hombre de diálogo. Además, se descubrió inventor de originales y audaces
praxis pastorales, como las famosas “hojas volantes”, que se colgaban en todas
partes e incluso se deslizaban debajo de las puertas de las casas.
En 1602 regresó a París, ocupado en llevar adelante una delicada misión
diplomática, en nombre del mismo Granier y con instrucciones precisas de la
Sede Apostólica, después de la enésima modificación del cuadro
político-religioso del territorio de la diócesis de Ginebra. A pesar de la
buena disposición por parte del rey de Francia, la misión fracasó. Él mismo
escribió al Papa Clemente VIII: «Después
de nueve meses, me vi obligado a dar marcha atrás sin haber concluido casi
nada» [17]. Sin embargo, aquella misión se reveló para él y para la Iglesia de
una riqueza inesperada bajo el perfil humano, cultural y religioso. En el
tiempo libre que los negociados diplomáticos le concedían, Francisco predicó
ante la presencia del rey y de la corte de Francia, estableció relaciones
importantes y, sobre todo, se sumergió totalmente en la prodigiosa primavera
espiritual y cultural de la moderna capital del Reino.
Allí todo había cambiado y estaba cambiando. Él mismo se dejó tocar e
interrogar tanto por los grandes problemas que se presentaban en el mundo y el
nuevo modo de observarlos, como por la sorprendente demanda de espiritualidad
que había nacido y las cuestiones inéditas que esta planteaba. En pocas
palabras, percibió un verdadero “cambio de época”, al que era necesario
responder con lenguajes antiguos y nuevos. Ciertamente, no era la primera
vez que encontraba cristianos fervorosos, pero se trataba de algo distinto. No
era la París devastada por las guerras de religión, que había visto en sus años
de formación, ni la lucha encarnizada librada en los territorios del Chablais.
Era una realidad inesperada: una multitud «de santos, de verdaderos santos,
numerosos y que estaban en todas partes» [18]. Eran hombres y mujeres de
cultura, profesores de la Sorbona, representantes de las instituciones,
príncipes y princesas, siervos y siervas, religiosos y religiosas. Un mundo que
estaba sediento de Dios.
Conocer a esas personas y tomar conciencia de sus interrogantes fue una de
las circunstancias providenciales más importantes de su vida. Así, días
aparentemente inútiles e infructuosos se transformaron en una escuela
incomparable para leer los estados de ánimo de esa época, sin nunca elogiarlos.
En él, el hábil e infatigable controversista se estaba transformando, por la
gracia, en un fino intérprete del tiempo y extraordinario director de almas. Su
acción pastoral, las grandes obras (Introducción a la vida devota y Tratado del
amor de Dios), la infinidad de cartas de amistad espiritual que fueron
enviadas, dentro y fuera de los muros de los conventos y los monasterios, a
religiosos y religiosas, a hombres y mujeres de la corte y a la gente común, el
encuentro con Juana Francisca de Chantal y la misma fundación de la Visitación
en 1610 resultarían incomprensibles sin este cambio interior. Evangelio y
cultura encontraban de ese modo una síntesis fecunda, de la que derivaba la
intuición de un método auténtico, maduro y listo para una cosecha duradera y
prometedora.
En una de las primeras cartas de dirección y amistad espiritual que
Francisco de Sales envió a una de las comunidades que visitó en París,
mencionaba, con humildad, un “método suyo”, que se diferenciaba de los
demás, con vistas a una verdadera reforma. Un método que renunciaba a la
severidad y confiaba plenamente en la dignidad y capacidad de un alma devota,
no obstante sus debilidades: «Me viene la duda de que a vuestra reforma
también se pueda oponer otro impedimento: tal vez aquellos que os la han
impuesto han curado la llaga con demasiada dureza. […] Yo alabo su método,
aunque no sea el que suelo usar, especialmente con respecto a espíritus nobles
y bien educados como los vuestros. Creo que sea mejor limitarse a mostrarles
el mal y a poner el bisturí en sus manos para que ellos mismos practiquen la
incisión necesaria. Pero no descuidéis por ello la reforma que necesitáis»
[19]. En estas palabras se trasluce esa mirada que ha hecho célebre el
optimismo salesiano, que ha dejado su huella permanente en la historia de la
espiritualidad y que ha florecido sucesivamente, como en el caso de don Bosco
dos siglos después.
Cuando regresó a Annecy, fue ordenado obispo el 8 de diciembre del mismo
año 1602. El influjo de su ministerio episcopal en la Europa de esa época y de
los siglos posteriores resulta inmenso. «Fue apóstol, predicador, escritor,
hombre de acción y de oración; comprometido en hacer realidad los ideales del
concilio de Trento; implicado en la controversia y en el diálogo con los
protestantes, experimentando cada vez más la eficacia de la relación personal y
de la caridad, más allá del necesario enfrentamiento teológico; encargado de
misiones diplomáticas a nivel europeo, y de tareas sociales de mediación y
reconciliación» [20]. Sobre todo, fue intérprete del cambio de época y guía de
las almas en un tiempo que tenía sed de Dios de un modo nuevo.
La caridad hace todo por sus hijos
Entre 1620 y 1621, es decir, ya al final de su vida, Francisco dirigió a un
sacerdote de su diócesis unas palabras capaces de iluminar su visión de la
época. Lo animaba a secundar su deseo de dedicarse a la escritura de textos
originales, que lograran interceptar los nuevos interrogantes, intuyendo en
ellos las necesidades. «Os debo decir que el conocimiento que voy adquiriendo
cada día de los estados de ánimo del mundo me lleva a desear apasionadamente
que la divina Bondad inspire a alguno de sus siervos a escribir según el gusto
de este pobre mundo» [21]. La razón de este estímulo la encontraba en la propia
visión del tiempo: «El mundo se está volviendo tan delicado, que dentro de poco
nadie se atreverá más a tocarlo, sino con guantes de seda, ni a medicar sus
llagas, sino con cataplasmas de cebolla; pero, ¿qué importa, si los hombres son
curados y, en definitiva, salvados? Nuestra reina, la caridad, hace todo por
sus hijos» [22]. No era algo que se daba por sentado, ni mucho menos una rendición
final frente a una derrota. Se trataba, más bien, de la intuición de un cambio
que estaba en curso y de la exigencia, totalmente evangélica, de comprender
cómo poder habitarlo.
La misma conciencia, además, la había madurado y expresado en el Prólogo,
al introducir el Tratado del amor de Dios: «He tenido en cuenta la condición de
las almas en estos tiempos, y además debía tenerla, porque importa mucho mirar
la condición de los tiempos en que se escribe» [23]. Rogando, asimismo, la
benevolencia del lector, afirmaba: «Y si encontrares el estilo un poco
diferente del que he usado escribiendo a Filotea, y ambos muy diversos del que
empleé en la Defensa de la cruz, debes saber que en diecinueve años se aprenden
y se olvidan muchas cosas; que el lenguaje de la guerra no es igual que el de
la paz, y que de una manera se habla a los muchachos principiantes y de otra a
los viejos compañeros» [24]. Pero, frente a este cambio, ¿por dónde comenzar?
No lejos de la misma historia de Dios con el hombre. De aquí el objetivo final
de su Tratado: «Mi pensamiento ha sido tan sólo exponer sencilla y llanamente,
sin artificios ni aderezos de estilo, la historia del nacimiento, progreso,
decadencia, operaciones, propiedades, beneficios y excelencias del amor divino»
[25].
Las preguntas de un cambio de época
En la memoria del cuarto centenario de la muerte de san Francisco de Sales,
me he preguntado sobre su legado para nuestra época, y he encontrado
iluminadoras su flexibilidad y su capacidad de visión. Un poco por don de
Dios, un poco por índole personal, y también por la profundización constante de
sus vivencias, había tenido la nítida percepción del cambio de los tiempos. Ni
él mismo hubiera llegado a imaginar que en esto reconocería una gran
oportunidad para el anuncio del Evangelio. La Palabra que había amado desde
su juventud era capaz de hacerse camino abriendo horizontes nuevos e
impredecibles en un mundo en rápida transición.
Es lo que también nos espera como tarea esencial para este cambio de época:
una Iglesia no autorreferencial, libre de toda mundanidad pero capaz de
habitar el mundo, de compartir la vida de la gente, de caminar juntos, de
escuchar y de acoger [26]. Es lo que realizó Francisco de Sales leyendo su
época con ayuda de la gracia. Por eso, él nos invita a salir de la
preocupación excesiva por nosotros mismos, por las estructuras, por la imagen
social, y a preguntarnos más bien cuáles son las necesidades concretas y las
esperanzas espirituales de nuestro pueblo [27]. Por tanto, releer algunas
de sus decisiones cruciales es importante también hoy, para vivir el cambio
con sabiduría evangélica.
La brisa y las alas
La primera de dichas decisiones fue la de releer y volver a proponer a
cada uno, en su condición específica, la feliz relación entre Dios y el ser humano.
En definitiva, la razón última y el objetivo concreto del Tratado era
precisamente ilustrar a los contemporáneos el encanto del amor de Dios.
«¿Cuáles son —se preguntaba— los lazos habituales por los cuales la Providencia
divina acostumbra atraer nuestros corazones a su amor?» [28]. Partiendo
sugestivamente del texto de Oseas 11,4 [29], definía tales medios ordinarios
como «lazos de humanidad, o de caridad y amistad». «No cabe duda —escribía— de
que Dios no nos atrae con cadenas de hierro, como a los toros y a los
búfalos, sino mediante invitaciones, dulces encantos y santas inspiraciones,
que son los lazos de Adán y de la humanidad, es decir, los propios y
convenientes al corazón humano, que naturalmente está dotado de libertad» [30].
Es a través de estos lazos que Dios ha sacado a su pueblo de la esclavitud,
enseñándole a caminar, llevándolo de la mano, como hace un papá o una mamá con
el propio hijo. Por consiguiente, ninguna imposición externa, ninguna fuerza
despótica y arbitraria, ninguna violencia. Más bien, la forma persuasiva de
una invitación que deja intacta la libertad del hombre. «La gracia
—proseguía, pensando ciertamente en tantas historias de vida que había
conocido— tiene fuerza, no para obligar, sino para atraer el corazón; ejerce
una santa violencia, no para vulnerar, sino para enamorar nuestra libertad;
obra fuertemente, más con suavidad tan admirable, que nuestra voluntad no queda
agobiada bajo tan poderosa acción; nos presiona, pero no sofoca nuestra
libertad. Así, pues, en medio de toda su fuerza, podemos consentir o
resistir a sus impulsos, según nos place» [31].
Poco antes había bosquejado dicha relación utilizando el curioso ejemplo
del “ápodo”: «Hay cierta clase de pájaros, oh Teótimo, a los cuales Aristóteles
llama “ápodos”, esto es, sin pies, porque, teniendo las piernas extremadamente
cortas y los pies sin fuerza, no les sirven más que si realmente no los
tuvieran. Por donde sucede que, si una vez caen a tierra, permanecen como
clavados en ella, sin que puedan nunca por sí mismos recobrar el vuelo, porque,
no pudiéndose valer de sus piernas ni de sus pies, no tienen medio ninguno para
tomar impulso y lanzarse de nuevo al aire. Así, quedan allí inmóviles y hasta
llegan a morir, si el viento propicio a su impotencia, soplando fuertemente
sobre la faz de la tierra, no viene a arrebatarlos y levantarlos, como hace con
otras cosas; porque entonces, si empleando ellos sus alas, corresponden a este
impulso y primer vuelo que el viento les da, el mismo viento continúa
ayudándoles, impeliéndoles cada vez más a volar» [32]. Así es el hombre:
hecho por Dios para volar y desplegar todas sus potencialidades en la llamada
al amor, corre el riesgo de volverse incapaz de levantar el vuelo cuando cae a
tierra y no acepta volver a abrir las alas a la brisa del Espíritu.
Esta es, pues, la “forma” a través de la cual la gracia de Dios se concede
a los hombres: la de los preciosos y muy humanos vínculos de Adán. La fuerza de
Dios no deja de ser absolutamente capaz de restablecer el vuelo y, sin embargo,
su dulzura hace que la libertad de consentimiento no sea violada o inútil. Corresponde
al hombre levantarse o no levantarse. Aunque la gracia lo haya tocado para
despertarlo, sin él, esta no quiere que el hombre se levante sin su
consentimiento. De esa manera obtiene su reflexión conclusiva: «Las
inspiraciones, oh Teótimo, nos previenen, y antes de que hayamos pensado en
ellas, experimentamos su presencia, mas después de haberlas sentido, a
nosotros toca consentir, secundándolas y siguiendo sus impulsos, o disentir y
rechazarlas: ellas se hacen sentir en nosotros y sin nosotros, pero no
obtienen el consentimiento sin nosotros» [33]. Por lo tanto, la relación con
Dios se trata siempre de una experiencia de gratuidad que manifiesta la
profundidad del amor del Padre.
Ahora bien, esta gracia nunca hace al hombre pasivo, sino que lleva a
comprender que estamos precedidos radicalmente por el amor de Dios, y que su
primer don consiste precisamente en haber recibido su mismo amor. Pero cada uno
tiene el deber de cooperar en su propia realización, desplegando con confianza
las propias alas a la brisa de Dios. Aquí vemos un aspecto importante de
nuestra vocación humana: «El mandato de Dios a Adán y Eva en el relato del
Génesis es ser fecundos. La humanidad ha recibido el mandato de cambiar,
construir y dominar la creación en el sentido positivo de crear desde y con
ella. Entonces, el futuro no depende de un mecanismo invisible en el que los
humanos son espectadores pasivos. No, somos protagonistas, somos —forzando la
palabra— cocreadores» [34]. Francisco de Sales lo comprendió bien y trató
de transmitirlo en su ministerio de guía espiritual.
La verdadera devoción
Una segunda y gran decisión crucial fue la de haberse centrado en la
cuestión de la devoción. También en este caso, el nuevo cambio de época había
formulado no pocos interrogantes, tal como ocurre en nuestros días. Dos
aspectos en particular requieren que sean comprendidos y revitalizados también
hoy. El primero se refiere a la idea misma de devoción, el segundo,
a su carácter universal y popular. Indicar, ante todo, qué se
entiende por devoción es la primera consideración que encontramos al
comienzo de Filotea: «Es necesario que conozcas, desde el principio, en qué
consiste la virtud de la devoción, pues son numerosas las devociones falsas e
inútiles y sólo hay una verdadera, que, si no la conoces, podrías sufrir engaño
determinándote a seguir alguna devoción inconveniente y supersticiosa» [35].
La descripción de Francisco de Sales acerca de la falsa devoción, en
la que no nos es difícil reconocernos, es amena y siempre actual, sin dejar
fuera una pizca eficaz de sano sentido del humor: «El que se siente
inclinado a ayunar se considerará muy devoto si no come, aunque su corazón esté
lleno de rencor; y mientras por sobriedad no se atreve a mojar su lengua,
no digo en vino, pero ni siquiera en agua, no temerá teñirla en la sangre del
prójimo mediante maledicencias y calumnias. Otro se creerá devoto porque
reza diariamente un sinnúmero de oraciones, aunque después su lengua se desate
de continuo en palabras insolentes, arrogantes e injuriosas contra sus
familiares y vecinos. Algún otro abrirá su bolsa de buena gana para distribuir
limosnas entre los pobres, pero no es capaz de sacar dulzura de su corazón
perdonando a sus enemigos. Aquel perdonará a sus enemigos, pero no
saldará sus deudas si no es apremiado por la justicia» [36]. Evidentemente,
son los vicios y las dificultades de siempre, también de hoy, por lo que el
santo concluye: «Todos estos son tenidos vulgarmente por devotos; nombre que de
ninguna manera merecen» [37].
En cambio, la novedad y la verdad de la devoción se encuentran en
otro lado, en una raíz profundamente unida a la vida divina en nosotros. De ese
modo «la devoción viva y verdadera […] presupone el amor de Dios; mejor dicho,
no es otra cosa que el verdadero amor de Dios, y no un amor cualquiera»
[38]. En su ferviente imaginación la devoción no es más que, «en resumen, una
agilidad o viveza espiritual por cuyo medio la caridad actúa en nosotros y nosotros
actuamos en ella con prontitud y alegría» [39]. Por eso no se coloca
junto a la caridad, sino que es una de sus manifestaciones y, al mismo tiempo,
conduce a ella. Es como una llama con respecto al fuego: reaviva su
intensidad, sin cambiar su naturaleza. «En conclusión, se puede decir que entre
la caridad y la devoción no existe mayor diferencia que entre la llama y el
fuego; siendo la caridad fuego espiritual, cuando está bien inflamada, se llama
devoción; así que la devoción nada añade al fuego de la caridad fuera de la
llama que la hace pronta, activa, diligente, no sólo en la observancia de los
mandamientos, sino también en el ejercicio de los consejos e inspiraciones
celestiales» [40]. Una devoción así entendida no tiene nada de abstracto. Es, más
bien, un estilo de vida, un modo de ser en lo concreto de la existencia
cotidiana. Esta recoge e interpreta las pequeñas cosas de cada día, la comida y
el vestido, el trabajo y el descanso, el amor y la descendencia, la atención a
las obligaciones profesionales; en síntesis, ilumina la vocación de cada uno.
Aquí se intuye la raíz popular de la devoción, afirmada desde las primeras
líneas de Filotea: «Casi todos los que hasta ahora han tratado de la devoción,
se han dirigido a los que viven alejados de este mundo o, por lo menos, han
trazado caminos que empujan a un absoluto retiro. Mi intención es instruir a
los que viven en las ciudades, con sus familias, en la corte y, por su
condición, están obligados, por las conveniencias sociales, a vivir en medio de
los demás» [41]. Es por ello que está muy equivocado quien piensa en relegar
la devoción a algún ámbito protegido o reservado. Esta es, más bien,
de todos y para todos, dondequiera que estemos, y cada uno la puede
practicar según la propia vocación. Como escribía san Pablo VI en el cuarto
centenario del nacimiento de Francisco de Sales, «la santidad no es
prerrogativa de una clase o de otra; sino que a todos los cristianos se les
dirige esta invitación apremiante: “¡Amigo, siéntate en un lugar más destacado!”
( Lc 14,10); todos están vinculados por el deber de subir al monte de Dios,
aunque no todos por el mismo camino. “La devoción se ha de ejercitar de
diversas maneras, según que se trate de una persona noble o de un obrero, de un
criado o de un príncipe, de una viuda o de una joven soltera, o bien de una
mujer casada. Más aún: la devoción se ha de practicar de un modo acomodado a
las fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno”» [42].
Recorrer la ciudad secular manteniendo la interioridad y conjugar el deseo de
perfección con cada estado de vida, volviendo a encontrar un centro que no se
separa del mundo, sino que enseña a habitarlo, a apreciarlo,
aprendiendo también a tomar de él una justa distancia; ese era el
propósito del santo, y sigue siendo una valiosa lección para cada mujer y
hombre de nuestro tiempo.
Este es el tema conciliar de la vocación universal a la santidad: «Todos
los fieles, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan
poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su
camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo
Padre celestial» [43]. “Cada uno por su camino”. «Entonces, no se trata de
desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables»
[44]. La madre Iglesia no nos los propone para que intentemos copiarlos, sino
para que nos alienten a caminar por la senda única y particular que el Señor ha
pensado para nosotros. «Lo que interesa es que cada creyente discierna su
propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha
puesto en él (cf. 1 Co 12,7)» [45].
El éxtasis de la vida
Todo ello condujo al santo obispo a considerar la vida cristiana en su
totalidad como «el éxtasis de la obra y de la vida» [46]. Pero no hay que
confundirla con una fuga fácil o una retirada intimista, mucho menos con una
obediencia triste y gris. Sabemos que este peligro siempre está presente en la
vida de fe. En efecto, «hay cristianos cuya opción parece ser la de una
Cuaresma sin Pascua. […] Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por
las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que
permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero
firme confianza, aun en medio de las peores angustias» [47].
Permitir que se despierte la alegría es precisamente lo que expresa
Francisco de Sales al describir “el éxtasis de la obra y de la vida”. Gracias a ella «no sólo llevamos una
vida civil, honesta y cristiana, sino también una vida sobrehumana, espiritual,
devota y extática, es decir, una vida, bajo todos los conceptos, fuera y por
encima de nuestra condición natural» [48]. Nos encontramos aquí en las páginas
centrales y más luminosas del Tratado. El éxtasis es el desbordamiento feliz de
la vida cristiana, lanzada más allá de la mediocridad de la mera observancia: «No
robar, no mentir, no cometer actos lujuriosos, orar a Dios, no jurar en
vano, amar y honrar a los padres, no matar; todo esto es vivir según la
razón natural del hombre. Mas dejar todos nuestros bienes, amar la
pobreza, buscarla y estimarla como la más deliciosa señora, tener los
oprobios, desprecios, humillaciones, persecuciones y martirios por
felicidad y dicha, contenerse en los términos de una absoluta castidad, y, en
fin, vivir en medio del mundo y en esta vida mortal en oposición a todas
las opiniones y máximas mundanas y contra la corriente del río de esta vida,
con habitual resignación, renuncias y abnegaciones de nosotros mismos, todo
esto no es vivir humana, sino sobrehumanamente; no es vivir en nosotros,
sino fuera de nosotros y sobre nosotros. Y porque nadie puede salir de este
modo sobre sí mismo si el Padre Eterno no le atrae, por eso este género de
vida debe ser un rapto continuo y un éxtasis perpetuo de acción y de operación»
[49].
Es una vida que, ante toda aridez y frente a la tentación de replegarse
sobre sí, ha encontrado nuevamente la fuente de la alegría. En efecto, «el gran
riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una
tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda
enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida
interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los
demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza
la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los
creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y
se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida» [50].
A la descripción del “éxtasis de la obra y de la vida”, san Francisco añade
dos observaciones importantes, válidas también para nuestro tiempo. La
primera se refiere a un criterio eficaz para el discernimiento de la verdad de
ese mismo estilo de vida y la segunda a su origen profundo. En cuanto al criterio
de discernimiento, él afirma que, si por un lado dicho éxtasis comporta un
auténtico salir de sí mismo, por otro lado, no significa un abandono de la
vida. Es importante no olvidarlo nunca, para evitar peligrosas desviaciones. En
otras palabras, quien presume de elevarse hacia Dios, pero no vive la
caridad para con el prójimo, se engaña a sí mismo y a los demás.
Volvemos a encontrar aquí el mismo criterio que él aplicaba a la calidad de
la verdadera devoción. «Cuando se ve a una persona que en la oración tiene
raptos por los cuales sale y sube encima de sí misma hasta Dios, y, sin
embargo, no tiene éxtasis en su vida, esto es, no lleva una vida elevada y
unida a Dios, […] sobre todo, por medio de una continua caridad, creedme que
todos estos raptos son grandemente dudosos y peligrosos». Su conclusión es muy
eficaz: «Estar sobre sí mismo en la oración y bajo sí mismo en las obras y en
la vida, ser angélico en la meditación y bestial en la conversación […] es
una señal cierta de que tales raptos y tales éxtasis no son más que ardides y
engaños del espíritu maligno» [51]. Se trata, en definitiva, de lo que ya
recordaba Pablo a los corintios en el himno a la caridad: «Aunque tuviera toda
la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi
cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada» ( 1 Co 13,2-3).
Por tanto, para san Francisco de Sales la vida cristiana nunca está
exenta de éxtasis y, sin embargo, el éxtasis no es auténtico sin la vida.
En efecto, la vida sin éxtasis corre el riesgo de reducirse a una obediencia
opaca, a un Evangelio que ha olvidado su alegría. Por otra parte, el éxtasis
sin la vida se expone fácilmente a la ilusión y al engaño del Maligno. Las
grandes polaridades de la vida cristiana no se pueden resolver la una en la
otra. En todo caso, una mantiene a la otra en su autenticidad. De ese modo, la
verdad no es tal sin justicia; la satisfacción, sin responsabilidad; la
espontaneidad, sin ley; y viceversa.
Por otra parte, en cuanto al origen profundo de este éxtasis, él lo
vincula sabiamente al amor manifestado por el Hijo encarnado. Si, por un lado,
es verdad que «el amor es el primer acto y el principio de nuestra vida devota
o espiritual por el cual vivimos, sentimos y nos movemos» y, por otro lado, que
«nuestra vida espiritual consiste toda en nuestros movimientos afectivos», está
claro que «un corazón que no tiene afecto, no tiene amor», como también que «un
corazón que tiene amor, no puede estar sin movimiento afectivo» [52]. Pero el
origen de este amor que atrae el corazón es la vida de Jesucristo: «Nada
urge y aprieta tanto al corazón del hombre como el amor», y el culmen de dicha
urgencia es que «Jesucristo murió por nosotros, nos ha dado la vida con su
muerte. Nosotros sólo vivimos porque Él murió; murió por nosotros, para
nosotros y en nosotros» [53].
Es conmovedora esta indicación que, más allá de una visión iluminada y no
evidente de la relación entre Dios y el hombre, manifiesta el estrecho vínculo
afectivo que unía al santo obispo con el Señor Jesús. La verdad del éxtasis de
la vida y de la acción no es genérica, sino que se manifiesta según la forma de
la caridad de Cristo, que culmina en la cruz. Este amor no anula la existencia,
sino que la hace brillar de una manera extraordinaria.
Es por ello que, con una imagen muy hermosa, san Francisco de Sales
describía el Calvario como «el monte de los amantes» [54]. Allí, y sólo allí,
se comprende que «no se puede tener la vida sin el amor, ni el amor sin la
muerte del Redentor; mas, fuera de allí, todo es o muerte eterna o amor eterno,
y toda la sabiduría cristiana consiste en elegir bien» [55]. De esta manera
puede cerrar su Tratado remitiendo a la conclusión de un discurso de san
Agustín sobre la caridad: «¿Qué hay más fiel que el amor, no al servicio de la
vanidad, sino de la eternidad? En efecto, tolera todo en la vida presente,
porque cree todo lo referente a la vida futura, y sufre todo lo que aquí le
sobreviene, porque espera todo lo que allí se le promete; con razón nunca
desfallece. Así, pues, perseguid el amor y, pensando devotamente en él, aportad
frutos de justicia. Y cualquier alabanza que vosotros hayáis encontrado más
exuberante de lo que yo haya podido decir, muéstrese en vuestras costumbres»
[56].
Esto es lo que nos deja ver la vida del santo obispo de Annecy, y que se
nos entrega nuevamente a cada uno. Que la celebración del cuarto centenario de
su nacimiento al cielo nos ayude a hacer de ello devota memoria; y que, por su
intercesión, el Señor infunda con abundancia los dones del Espíritu en el
camino del santo Pueblo fiel de Dios.
Roma, San Juan de Letrán, 28 de diciembre de 2022.
Comentario al evangelio del domingo.
Presentación de Jesús.
-Referencias bíblicas:
Jordán:
Río que atraviesa Israel por el que
entra en la Tierra Prometida.
Jesús: Hijo de Abraham.
Juan:
Mensajero que viste como el profeta
Elías.
Los cielos:
De allí prota la voz.
-Jesús es continuidad, plenitud y
cumplimiento del judaísmo, la Ley y los Profetas.
ORACIÓN JUNIORS.
EXPERIENCIA.
Te has detenido. Has iluminado
la pantalla del móvil o del ordenador con estas palabras. ¿Cómo te encuentras?,
¿qué tal han sido las navidades?, ¿de todos los momentos vividos con cual te
quedas?, ¿qué has aprendido estos días?, ¿quiénes han sido las personas más
significativas en las celebraciones navideñas? ¿Y, ahora, qué?
Cierra los ojos,
sígnate y ora con las respuestas. Formúlalas en forma de oración.
Mira el vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=NPthWeeeS2E
¿Con qué imagen te
quedas? ¿Por qué? Cuéntaselo a Cristo.
Pídele te conceda el
don del Espíritu Santo para orar con ella.
¿Qué frase ha tocado el
corazón? Ora con ella.
+REFLEXIÓN.
Toma la Biblia y lee :
X Lectura del santo evangelio según
san Mateo 3, 13-17.
En aquel tiempo, vino
Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero
Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
-Soy yo el que
necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?
Jesús le contestó:
-Déjalo ahora.
Conviene que así cumplamos toda justicia.
Entonces Juan se lo
permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio
que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una
voz de los cielos que decía:
-Este es mi Hijo
amado, en quien me complazco.
El bautismo de Jesús
es el primer acto en su vida pública, relatado por los cuatro evangelistas. Las
palabras dirigidas al Bautista son las primeras de los evangelios. Jesús es
presentado por Mateo como el Siervo de Dios obediente al Padre, anunciado por
Isaías. La escena alude a la muerte y resurrección. La obediencia, el cumplimiento
de toda justicia le conduce a ser sepultado, morir, acompañado por los
pecadores, quienes esperan su turno para recibir el bautismo, ser sumergidos en
las aguas del Jordán, dejar atrás el desierto y entrar en la Tierra Prometida, siguiendo
los pasos de sus antepasados durante el Éxodo y el libro de Josué. Pero la vida
continuará, no se queda allí, en el éxtasis de la teofanía o manifestación de
Dios. El bautismo conduce a las tentaciones, a la lucha.
San Ignacio de
Loyola propone al ejercitante la meditación sobre tres puntos:
Primero. Cristo
nuestro Señor, después de haberse despedido de su bendita Madre, vino desde
Nazaret al río Jordán, donde estaba s. Joan Bautista.
Segundo. San Joan
bautizó a Cristo nuestro Señor, y queriéndose excusar, reputándose indigno de lo
bautizar, dícele Cristo: “Has esto por el presente, porque así es menester
que cumplamos toda justicia”.
Tercero. “Vino el Espíritu
Santo y la voz del Padre desde el cielo afirmando: “Este es mi Hijo amado, del
cual estoy muy satisfecho”.
Ejercicios Espirituales, 273.
COMPROMISO.
Anota tus propósitos de cada a este año: en tu vida de oración, en
las relaciones con los demás, en el ejercicio de autodominio personal; en tus
lecturas; y en la preservación de la naturaleza.
CELEBRACIÓN.
Escucha
esta canción.
https://www.youtube.com/watch?v=sGUdAURMWeg
GUIÓN MISA NIÑOS.
DOMINGO
II T.O. 15 de enero de 2023.
Monición de entrada.-
Queridos
hermanos:
Jesús
está con nosotros.
Él
está en las personas que viven en el pueblo.
En
la misa y en las lecturas.
Y
lo está en el pan y el vino cuando se convierten en su cuerpo y sangre.
Señor ten piedad.-
Tú, que eres
obediente. Señor, ten piedad.
Tú,
que quitas los pecados . Cristo, ten piedad.
Tú,
que nos salvas. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Jesús, te pido por el Papa Francisco y el obispo
Enrique. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por la Iglesia. Te lo pedimos,
Señor.
Jesús, te pido por las personas que fueron
bautizadas pero no te quieren. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por las personas que viven
sin hacer felices a los demás. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por nosotros. Te lo pedimos,
Señor.
Acción de gracias.-
María, muchas gracias por ser como Dios
esperaba que fueses y ayudarnos a hacer felices a nuestra familia.
GUIÓ MISSA D’INFANTS. DIUMENGE II T.0.
15
de gener de 2023.
Monició d’entrada.-
Estimats
germans:
Jesús
està amb nosaltres.
Ell
està en les persones que viuen al poble.
En
la missa i en les lectures.
I
està en el pa i el vi quan es convertixen en el seu cos i sang.
Senyor, tin pietat.
Tu, que eres
obedient. Senyor, tin pietat.
Tu, que lleves els
pecats. Crist, tin pietat.
Tu, que ens salves.
Senyor, tin pietat.
Peticions.-
Jesús, et demane pel Papa Francesc i el
bisbe Enrique. T’ho demane, Senyor.
Jesús, et demane per l’església. T’ho
demane, Senyor.
Jesús, et demane per les persones que
foren batejades, però no t’estimen. T’ho demane, Senyor.
Jesús, et demane per les persones que
viuen sense fer feliços als altres. T’ho demane, Senyor.
Jesús, et demane per nosaltres. T’ho
demane, Senyor.
Acció de gràcies.-
Maria, moltes gràcies per ser com Déu
esperava que fosses i ajudar-nos a fer feliços a la nostra família.
Lectura
del llibre del profeta Isaïes 49, 3.5-6.
El
Senyor em digué:
-Ets
el meu servent, estic orgullós de tu.
El
Senyor m’ha format des del si de la mare perquè fos el seu servent i fes tornar
el poble de Jacob, li reunís el poble d’Israel; m’he sentit honorat davant el
Senyor, i el meu Déu ha estat la meua glòria; però ara ell em diu:
-És
massa poc que sigues el meu servent per restablir les tribus de Jacob i fer tornar
els supervivents d’Israel; t’he fet llum de tots els pobles perquè la meua
salvació arribe d’un cap a l’altre de la terra.
Paraula
de Déu.
Sal (39).
Ací em teniu: Déu
meu,
vull fer la
vostra voluntat. R/.
Tenia posada l’esperança
en el Senyor,
i ell,
inclinant-se cap a mi,
ha inspirat als
meus llavis un càntic nou,
un himne de
lloança al nostre Déu. R/.
Però vós no
voleu oblacions ni sacrificis,
i m’heu parlat a
cau d’orella;
no exigiu l’holocaust
ni l’explicació. R/.
Per això vos
dic: “Ací em teniu:
Com està escrit
de mi en el llibre,
Déu meu, vull
fer la vostra voluntat,
guarde la vostra
llei al fons del cor. R/.
Anuncie amb goig
la salvació
davant del poble
en dia de gran festa.
No puc deixar d’anunciar-la;
ho sabeu prou,
Senyor. R/.
Lectura
de la primera carta de sant Pau als cristians de Corint 1, 1-3.
Pau,
que per voler de Déu ha estat cridat a ser apòstol de Jesucrist, i el seu germà
Sòstenes, a la comunitat de Déu que és a Corint, als santificats en Jesucrist,
cridats a ser-li consagrats, en unió amb tots els qui per tot arreu invoquen el
nom de Jesucrist, el nostre Senyor i el d’ells. Vos desitge la gràcia i la pau
de Déu, el nostre Pare, i de Jesucrist, el Senyor.
Paraula
de Déu.
X Lectura de l’Evangeli segons sant Joan 1, 29-34.
En aquell temps, Joan va veure que Jesús
venia i digué:
-Mireu l’anyell de Déu, que pren damunt
ell el pecat del món. És aquell de qui jo deia: Després de mi ve un home que m’ha
passat davant, perquè, abans que jo, ell ja existia. Jo no sabia qui era, però
vaig venir a batejar amb aigua perquè ell es manifestàs a Israel.
Després Joan testificà:
-He vist que l’Esperit baixava del cel com
un colom i es posà damunt d’ell. Jo no sabia qui era, però el qui m’envià a
batejar amb aigua em digué: “Aquell sobre el qual veuràs que l’Esperit baixa i
es posa, és el qui bateja amb l’Esperit Sant”. Jo ho he vist, i done testimoni
que aquest és el Fill de Déu.
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española.
BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
Nuevo
Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González.
BAC. Madrid. 2017.
Biblia
Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.
Catecismo
de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociación
de Editores del Catecismo. Barcelona 2020.
La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia.
Ciudad Nueva. Madrid. 2006.
Riutort Mestre, P. Llibre del poble de Déu.
Gorg. València. 1975.
Pío de Luis,
OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las
lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.
San Juan de
Ávila. Obras Completas I. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid.
2015.
San Juan de Ávila. Obras
Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores.
BAC. Madrid. 2013.
San
Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid. 2015.
San
Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.
Eucaristía. Verbo Divino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario