Lectura del libro del Levítico 13,
1-2.44-46
El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
-Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en
la piel, y se le produzca una llaga como de lepra, será llevado ante el
sacerdote Aarón o ante uno de sus hijos sacerdotes; se trata de un leproso: es
impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El enfermo de
lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada
y gritando: “¡Impuro, impuro!” Mientras le dure la afección, seguirá siendo
impuro. Es impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.
Textos
paralelos.
Dt 24, 8-9: Tened cuidado con las afecciones de la piel, cumplid
exactamente las instrucciones de los sacerdotes levitas: cumplid lo que yo les
he mandado. Recuerda lo que hizo el Señor, tu Dos, a María cuando salisteis de
Egipto.
Nm 12, 10-15: Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda
la piel descolorida, como la nieve. Aarón se volvió y la vio con toda la piel
descolorida. Entonces Aarón dijo a Moisés: “Perdón; no nos exijas cuentas del
pecado que hemos cometido insensatamente. No dejes a María como un aborto que
sale del vientre, con la mitad de la carne comida”. Moisés suplicó al Señor: “Por
favor, cúrala”. El Señor respondió: “Si su padre le hubiera escupido en la cara,
habría quedado infamada siete días. Confinadla siete días fuera del campamento
y el séptimo se incorporará de nuevo”. La confinaron siete días fuera del
campamento, y el pueblo no se puso en marcha hasta que María se incorporó a
ellos.
Notas
exegéticas.
13 La noción que los antiguos
hebreos tenían de la “lepra” abarca diversas afecciones cutáneas o
superficiales, 13 1-44, a las que se equiparan también los enmohecimientos que
pueden aparecer en los vestidos, 13 47-59, o en las paredes, 14 33-53. El
diagnóstico y las precauciones colectivas contra el contagio están codificados
y se confían a la decisión del sacerdote. Estas medidas prácticas, en las que
se ve la herencia de concepciones y usos primitivos, adquieren valor religioso
en el Yahvismo, como un discernimiento de lo “impuro”. La reintegración a la
comunidad da lugar a ritos equiparados al sacrificio por el pecado, 14
1-31.49-53, designando aquí el “pecador” una oposición al poder vivificante del
Dios de Israel.
Salmo responsorial
Salmo 32 (31), 1-2.5.11
Tú
eres mi refugio,
me
rodeas de cantos de liberación. R/.
Dichoso
el que está absuelto de su culpa,
a
quien le han sepultado su pecado;
dichoso
el hombre a quien el Señor
no
le apunta el delito. R/.
Había
pecado, lo reconocí,
no
te encubrí mi delito;
propuse:
“Confesaré al Señor mi culpa”
y
tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.
Alegraos,
justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo,
los de corazón sincero. R/.
Textos
paralelos.
Os 14, 3: Preparad vuestro
discurso y convertíos al Señor; decidle: “Perdona del todo nuestra culpa;
acepta el don que te ofrecemos, el fruto de nuestros labios”.
Is 1, 18: Entonces, venid, y
litigaremos – dice el Señor –. Aunque sean vuestros pecados como púrpura,
blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana.
Pr 28, 13: El que oculta sus
crímenes no prosperará, el que los confiesa y se enmienda será compadecido.
St 5, 16: Confesad unos con
otros los pecados, rezad unos por otros, y os curaréis. Mucho puede la oración
solícita del justo.
1 Jn 1, 9: Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de
todo delito.
Dichoso al que perdonan
sus culpas.
Rm 4, 6-8: En este sentido
pronuncia David la bienaventuranza del que recibe la justicia sin mérito de
obras: Dichoso aquel a quien le han perdonado el delito y le han sepultado sus
pecados; dichoso aquel a quien el Señor no le imputa el pecado”.
Reconocí mi pecado.
Jb 31, 33: No oculté mi delito
como Adán ni escondí en el pecho mi culpa.
Sal 51, 5: Pues yo reconozco mi
culpa / y tengo siempre presente mi pecado.
Y tú absolviste mi culpa.
Sal 51, 3-4: Misericordia, oh
Dios, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa, / lava mi
delito / y limpia mi pecado.
Alegraos en Yahvé,
justos, exultad.
Sal 33, 1: Alabad, justos, al
Señor, / que la alabanza es cosa de hombres rectos.
Notas
exegéticas.
32 Poema didáctico, cuyas dos
partes, vv. 1-7 y 8-11, de ritmo distinto, se corresponden. – Es uno de los
salmos penitenciales.
32 1 Es decir, le es perdonado.
32 5 “perdonaste” salahta
conj.: omitido por hebreo. Quizá ha caído por la haplografía; al estar delante
de selah (“pausa”).
Segunda
lectura.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10, 31-11,1
Hermanos:
Ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para
gloria de Dios. No deis motivo de escándalo ni a judíos, ni a griegos, ni a la
Iglesia de Dios; como yo, que procuro contentar en todo a todos, no buscando mi
propia ventaja, sino la de la mayoría, para que se salven. Sed imitadores míos
como yo lo soy de Cristo.
Textos
paralelos.
Hacedlo todo para gloria de Dios.
Col 3, 17: Todo lo que hagáis,
de palabra o de obra, hacedlo invocando al Señor Jesús, dando gracias a Dios
Padre por medio de él.
1 P 4, 11: Si habla, como si
pronunciara oráculos de Dios; si sirve, como con la fuerza que Dios otorga; de
modo que en todo sea glorificado Dios por medio de Jesucristo. A quien
corresponde la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
No deis motivo de escándalo.
1 Co 9, 19-23: Siendo del todo
libre, me hice esclavo de todos para ganar a los más posibles. con los judíos
me hice judío para ganar a los judíos; con los sometidos a la ley, como si yo
lo estuviera, aunque no lo estoy, para ganar a los sometidos a la ley. Con los
que no tienen ley, como si yo no lo tuviera – aunque no rechazo la ley de Dios
pues estoy sometido a la del Mesías –, para ganar los que no tienen ley. Me
hice débil con los débiles para ganar a los débiles. Me hice todo a todos para
salvar como sea a algunos. Y todo lo hago por la buena noticia, para participar
de ella.
1 Co 1, 2: A la iglesia de Dios
de Corinto, a los consagrados a Cristo Jesús con u9na vocación santo, y a todos
los que, sea donde sea, invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y
nuestro.
Me esfuerzo por agradar a
todos en todo.
Rm 15, 2: Busque cada cual la
satisfacción del prójimo para lo bueno y lo constructivo.
1 Co 10, 24: Nadie busque su
interés, sino el del prójimo.
Sed mis imitadores, como
lo soy de Cristo.
2 Ts 3, 7: Vosotros sabéis como
tenéis que imitarnos: no procedimos entre vosotros desordenadamente.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 1, 40-45.
En aquel tiempo se le acercó a Jesús
un leproso, suplicándole de rodillas:
-Si quieres, puedes limpiarme.
Compadecido, extendió la mano y
lo tocó diciendo:
-Quiero, queda limpio.
La lepra se le quitó
inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente:
-No se lo digas a nadie; pera
para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo
que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio.
Pero cuando se fue, empezó a pregonar
bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente
en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a
él de todas partes.
Textos
paralelos.
Mc 1, 40-45 |
Mt 8, 2-4 |
Lc 5, 12-16 |
En aquel tiempo se le acercó
a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: -Si quieres, puedes
limpiarme. Compadecido, extendió la mano
y lo tocó diciendo: -Quiero, queda limpio. La lepra se le quitó
inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: -No se lo digas a nadie; pera
para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación
lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio. Pero cuando se fue, empezó a
pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía
entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares
solitarios; y aun así acudían a él de todas partes. |
Un leproso se le acercó, se
postró ante él y le dijo: -Señor, si quieres, puedes
curarme. Él extendió la mano y le tocó
diciendo: -Lo quiero, queda curado. Al punto se curó de la lepra. Jesús le dijo: -No se lo digas a nadie; vete
a presentarte al sacerdote y, para que les conste, lleva la ofrenda
establecida por Moisés. |
Se encontraba en un pueblo en
que había un leproso; el cual, viendo a Jesús, cayó rostro en tierra y le suplicaba: -Señor, si quieres, puedes
curarme. Extendió la mano y le tocó,
diciendo: -Lo quiero, queda curado. Al punto se le pasó la lepra.
Y Jesús le ordenó: -No se lo digas a nadie. Vete
a presentarte al sacerdote y, para que les conste, lleva la ofrenda de tu
curación establecida por Moisés. Su fama se difundía, de suerte
que grandes multitudes acudían a escucharlo y a curarse de sus enfermedades. Pero él se retiraba a lugares
solitarios a orar. |
Extendió la mano, lo tocó
y le dijo:
Mc 5, 30: Jesús, consciente de
que una fuerza había salido de él, se volvió entre la gente y preguntó: “¿Quién
me ha tocado el manto?”
Mira, no digas nada a
nadie.
Mc 1, 34: Él curó a muchos
enfermos de dolencias diversas, expulsó muchos demonios, y no les permitía
hablar, porque lo conocían.
Prescribió Moisés, para
que les sirva de escarmiento.
Lv 14, 1-22: El Señor dijo a
Moisés: “Rito de purificación de las afecciones cutáneas: El día en que se
presente el enfermo al sacerdote, el sacerdote saldrá fuera del campamento y
comprobará que el enfermo se ha curado de su afección cutánea. Después mandará
traer para el purificando dos aves puras, vivas, ramas de cedro, púrpura
escarlata e hisopo. El sacerdote mandará degollar una de las aves en una vasija
de loza sobre agua corriente. Después tomará el ave viva, las ramas de cedro,
la púrpura escarlata y el hisopo, y los mojará, también el ave viva, en la
sangre del ave degollada sobre agua corriente. Salpicará siete veces al que se
está purificando de la afección y lo declarará puro. El ave viva la soltará
después en el campo. El purificando lavará sus vestidos, se afeitará
completamente, se bañará y quedará puro. Después de esto podrá entrar en el campamento.
Pero durante siete días se quedará fuera de su tienda. El séptimo día se rapará
la cabeza, se afeitará la barba, las cejas y todo el pelo, lavará sus vestidos,
se bañará y quedará puro. El octavo día tomará dos carneros sin defecto, una
cordera añal sin defecto, doce libros de flor de harina de ofrenda, amasada con
aceite y un cuarto de libro de aceite. El sacerdote que oficie la purificación
presentará todo esto, junto con el purificando, ante el Señor, a la entrada de
la tienda del encuentro. El sacerdote tomará uno de los corderos y lo ofrecerá
en sacrificio penitencial, junto con el cuarto libro de aceite; los agitará
ritualmente ante el Señor. Después degollará el cordero en el matadero de las
víctimas expiatorias y holocaustos en lugar santo, porque la víctima penitencial
igual que las víctimas expiatorias, pertenece al sacerdote: son porción
sagrada. El sacerdote tomará sangre de la víctima penitencial y untará con ella
el lóbulo de la oreja derecha, el pulgar de la mano derecha y el pulgar del pie
derecho del purificando. Después echará un poco de aceite en su mano izquierda,
y untando en él el índice de su mano derecha, salpicará siete veces ante el Señor.
Con el aceite que le queda en la mano untará el lóbulo de la oreja derecha, el
pulgar de la mano derecha y el pulgar del pie derecho del purificando, donde había
untado la sangre de la víctima penitencial. El resto del aceite que le queda en
la mano lo derramará sobre la cabeza del purificando, y así expiará por él ante
el Señor. Después el sacerdote ofrecerá el sacrificio expiatorio y hará la expiación
por el que se está purificando. Después degollará la víctima del holocausto, y
la ofrecerá junto con la ofrenda sobre el altar. Así expía por el purificando,
y este queda puro. Si es pobre y no tiene recursos, tomará solo un cordero,
víctima penitencia, para la agitación ritual y para la expiación, cuatro litros
de flor de harina amasada con aceite para la ofrenda y un cuarto de libro de
aceite y dos tórtolas o dos pichones, según sus recursos, uno para el
sacrificio expiatorio y otro para el holocausto.
Notas exegéticas
Biblia de Jerusalén.
1 40 Al parecer, Mc ha completado,
basado en los paralelos de Mt y Lc, un relato más antiguo en el que Jesús,
encolerizado, v. 41, despacha al leproso sin curarlo, v. 43, porque este había
quebrantado la norma dada a los leprosos de no mezclarse con las otras
personas, Lv 13, 45-46.
1 41 Var: “Compadecido”.
1 43 La curación de la lepra era
considerada un acto comparable a la resurrección de los muertos y atribuible
solo a Dios. Como señal de la cercanía del Reino de Dios, acompaña a la
resurrección de los muertos y es contada entre los beneficios de los tiempos
mesiánicos (Mt 10, 8). Motivo que justifica la consigna de silencio en la
perspectiva de Mc.
1 44 (a) Ver Lv 14, 2-32. El leproso
curado no podía ser reintegrado en la comunidad religiosa hasta que su curación
no fuera homologada por el sacerdote en funciones en el Templo.
1 44 (b) Esta fórmula designa en otros
lugares un testimonio de valor jurídico contra (6 11) o ante alguien (13 9).
Aquí la constatación de curación reviste la fuerza de un testimonio. La
dificultad de conciliar esta idea con la consigna de silencio del v. 44 marca
la tensión, expresada con frecuencia por Mc, entre los aspectos público y
secreto de la persona y la actividad del Señor: rechaza manifestarse como
Mesías, pero, con sus palabras y hechos, manifiesta su autoridad y el poder de
Dios.
1 45 Lit.: “la palabra” (lógos).
Este término revela el sentido técnico de la Palabra de Dios en 2 2; 4 14-20.33.
Cercano aquí al verbo “proclamar” (keryssó) dicho del Evangelio puede
sugerir que el leproso curado prefigura a los predicadores del Evangelio.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.
40-45
Curación
que cumple la definición de milagro según su naturaleza real: “Suceso o
fenómeno sensible que es un signo religioso, realizado por el poder
divino al margen de, o contra, el curso ordinario de la naturaleza” (H. Denzinger
– A. Schönmetzer, Enchiridion Symbolorum. Definitionum et Declarationum de
rebus fidei et morum, 3034 y 3039); es decir, que no puede explicarse por
las leyes que rigen el curso ordinario de la naturaleza tal como la conocemos
(la fe y el gesto de adoración por parte del leproso no son fuerzas
psicológicas capaces de producir una curación). En los milagros de Jesús
podemos subrayar: a) La autoridad soberana con que los realiza, a
la vez que con discreción y pudor, huyendo de todo “espectáculo”. b) La
vinculación entre los milagros y su persona, que actúa a través de su
humanidad (tocando, hablando, etc.). c) La fe no es
consecuencia lógica y automática de un milagro – a veces quienes lo presenciaron
se cegaron más –, sino un dato previo, perspectiva correcta para “entender” un
milagro.
41 CONMOVIDO: algunos
manuscritos leen “indignado”: ¿molesto por verse obligado a romper
demasiado pronto, con hechos prodigiosos, el secreto de su identidad?; ¿molesto,
no con el leproso (cf. 43), sino por la incredulidad de los jefes religiosos,
que tomarían pie de estos hechos de Jesús para oponerse a él?
43 PERO … PONIÉNDOSE
SERIO (cf. Jn 11, 33): el verbo griego indica una conmoción interior, que se
manifiesta externamente con algún sonido inarticulado indicador de gran disgusto.
Se evitaría la aparente contradicción entre este verbo y el “conmovido” del v.
41, si las dos palabras finales – CON ÉL – formaran parte de una expresión
aramea subyacente (“tequef leh”) no referida al leproso, que significaba
solamente “poniéndose serie” o “airándose”, pero que el texto
griego tradujo servilmente.
44 NO DIGAS NADA A
NADIE: de nuevo, el secreto mesiánico (v. 34) // MUÉSTRATE…: cf. Lev 14, 2-32.
// ELLOS: son, probablemente los sacerdotes. Si se refiriera a “la gente”, la
PRUEBA sería el certificado de curación, necesario para que el leproso pudiera
incorporarse a la comunidad de Israel con plenos derechos.
45 EL CASO: lit. “la
palabra”. En oídos de los lectores de Mc, podía sonar ya a “el Evangelio”:
cf. 4, 14-20. // [JESÚS] … NO PODÍA: lit. no podía él. // SE QUEA: verbo
griego eînai con el sentido de permanecer (cf. Mt 17, 4).
Notas exegéticas
desde la Biblia Didajé.
1, 41 Cristo curó a menudo por su
tacto; hoy continúa ofreciéndonos su tacto sanador a través de los sacramentos.
En el sacramento de la unción de los enfermos, el obispo o sacerdote unge a la
persona con aceite en la frente y las manos, diciendo: “¿Qué el Señor que te
libre del pecado, te salve y te levante”. Cat. 1504-1505 y 2616.
Catecismo
de la Iglesia Católica
1504 A menudo Jesús pide a los
enfermos que crean. Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos,
barro y ablución. Los enfermos tratan de tocarlo, “pues salía de él una fuerza
que los curaba a todos” (Lc 6, 19). Así, en los sacramentos Cristo continúa “tocándonos”
para sanarnos.
1505 Conmovido por tantos
sufrimientos, Cristo no solo se deja tocar por los enfermos, sino que hace
suyas sus miserias: “El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras
enfermedades” (Mt 8, 17). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran
signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radial: la
victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó
sobre sí todo el peso del mal y quitó el “pecado del mundo” (Jn 1, 29), del que
la enfermedad no es, sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la
cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces este nos
configura con Él y nos une a su pasión redentora.
2616 La oración a Jesús ya fue
escuchada por Él durante su ministerio, a través de signos que anticipan el
poder de su muerte y su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada
en palabras (del leproso, de Jairo, de la cananea, del buen ladrón), o en
silencio (de los portadores del paralítico, de la hemorroísa que toca el borde
de su mano, de las lágrimas y el perfume de la pecadora). La petición apremiante
de los ciegos: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!” (Mt 9, 27) o “¡Hijo de
David, Jesús, ten compasión de mí!” (Mc 10, 47) ha sido recogida en la
tradición de la Oración a Jesús: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten
piedad de mí, pecador”. Sanando enfermedades o perdonando pecados, Jesús
siempre responde a la plegaria del que le suplica con fe: “Ve en paz, ¡tu fe te
ha salvado!”. S. Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la
oración de Jesús: “Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros
como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro.
Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros”).
Concilio
Vaticano II
Todos los discípulos de Cristo, en oración continua y en alabanza de Dios
han de ofrecerse a sí mismos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf.
Rm 12, 1). Deben dar testimonio de Cristo en todas partes y a quienes se la piden
han de dar razón de la esperanza de vida eterna que en ellos habita (cf. 1 Pe 3,
15).
Lumen gentium, 10.
Comentarios de los Santos Padres.
¿Por qué “le tocó” el Señor, cuando la ley prohibía tocar a los leprosos.
Le tocó para demostrar que “todas las cosas son limpias para el limpio” (Tito
1, 15), ya que la suciedad de unos no se adhiere a otros, ni la inmundicia
ajena mancha a los inmaculados. Además le tocó para demostrar humildad, para
enseñarnos a no despreciar a nadie, para no odiar a nadie, para no despreciar a
nadie en razón de las heridas o manchas del cuerpo, que son una imitación del
Señor y fue por lo que Él mismo lo hizo…
Consideremos ahora nosotros, queridísimos hermanos, que no haya en
nuestra alma la lepra de ningún pecado; que no retengamos en nuestro corazón
ninguna contaminación de culpa, y si la tuviéramos, al instante adoremos al
Señor y digámosle: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”.
Orígenes. Homilías sobre el Ev. de Mateo, 2, 2-3. Pg. 75.
¿Por qué, en efecto, a la vez que limpia al leproso con su solo querer y
palabra, añade también el contacto con su mano? A mi parecer, no por otra causa
sino porque quiso mostrar también aquí que Él no estaba bajo la ley, sino por
encima de la ley, y que en adelante, “para el limpio todo había de ser limpio”
(Tito 1, 15)… El Señor da a entender que Él no cura como siervo, sino como
Señor, y no tiene inconveniente en tocar al leproso. Porque no fue la mano la
que se manchó de lepra, sino el cuerpo del leproso el que quedó limpio al
contacto de la mano divina.
Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Ev. de Mateo, 25, 2. Pg. 75.
Extender la mano era
quebrantar la ley; porque, según la ley, quien se acercaba a un leproso se
convertía en impuro… El Señor mostró que la naturaleza era buena, puesto que
reparó sus defectos; además, al enviar al leproso a los sacerdotes, confirmó el
sacerdocio. Mandó al leproso que hiciera ofrenda pro su curación. ¿No confirmó
también la Ley al decirle “como lo ha prescrito Moisés”? Existían muchos
preceptos relativos a la lepra, mas no producían ningún resultado. Cristo viene
y mediante su palabra da la salud y deroga todos esos preceptos acumulados por
la Ley relativos a la lepra.
Efrén de Nisibi. Comentario
al Diatessaron, 12, 24. Pg. 76.
San Agustín.
Yo sé que Dios no nos abandona; todos lo sabemos y
no podemos disimularlo, pues las curaciones milagrosas que a diario se suceden
aquí por la memoria del bienaventurado y glorioso mártir presente en este lugar
hieren los ojos aun de aquellos que no quieren ver. Pero, sin duda alguna, hay
quienes piden y no reciben. Por eso prevengo encarecidamente a vuestra caridad.
No se consideren abandonados. Para empezar, interroguen su corazón y vean si
piden como creyentes que son. Quien pide como creyente, para su utilidad recibe
y para su utilidad alguna vez no recibe. Cuando no sana el cuerpo, quiere sanar
el alma. Admite, por tanto, que te conviene lo que quiere quien te llamó al
reino eterno. ¿Qué es lo que tan ardientemente deseas? Te prometió la vida
eterna, te prometió reinar con los ángeles, te prometió un descanso sin fin.
¿Qué es lo que ahora te concede? ¿No es vana la salud de los hombres? (Sal 59, 13). ¿No
han de morir con toda certeza los que son curados? Cuando llegue la muerte,
todas aquellas cosas pasadas se desvanecerán como humo. En cambio, cuando
llegue aquella vida que te ha prometido, ya no tendrá fin. Para esta te equipa,
quien ahora te niega algo; con vistas a ella te prepara y te instruye. Y si has
recibido la curación porque tuviste fe y pediste – no es indecoroso pedir,
aunque a veces no se nos concede lo pedido, por nuestra utilidad –, si has
recibido la curación, usa bien de ella.
Cuando hayas recibido la salud temporal, haz buen
uso de ella, de modo que con lo que te dio sirvas a quien te lo dio. Y no te
antepongas a quien tal vez pidió y no recibió, diciendo en tu interior: “Yo soy
mejor creyente que él”.
¿Cómo sabes que a aquel que tal vez pidió y no
recibió no se le negó esta salud temporal porque es más fuerte que tú? Pidió y
no recibió. Pero ¿qué pidió? La salud corporal. Tal vez su fe es más fuerte que
la tuya, y esa es la causa por la que tú recibiste lo que pedías, porque si no
lo recibías, desfallecerías. Tampoco esto lo he asegurado; he dicho “tal vez”
para no hacer yo lo que acabo de prohibir, para no emitir un juicio sobre cosas
ocultas.
Alguna vez, por tanto, no recibió porque pidió sin
fe; otras veces no recibió porque es más fuerte que tú, para así ser ejercitado
en la paciencia, como dijimos refiriéndose al Apóstol. Es más fuete, pero no
perfecto aún. Prueba de ello son las palabras que escuchó: La salud alcanza su
plenitud en la debilidad.
Sermón 61 A, 5. Pgs. 1003-1005.
San Juan de Ávila.
Mirad por los enfermos, y recreadlos; por los hambrientos y necesitados,
y ayudadles; dad tierra, y daros han cielo. No perdáis vuestra buena costumbre
de confesar y comulgar a menudo, porque no digáis: Mi corazón se secó, porque me olvidé de comer mi pan
(Sal 101, 5).
Sed amigos de la palabra de Dios leyéndola, hablándola, obrándola. Tened paz en
vuestros corazones, obedeciendo en ellos a Cristo, y contentaos con aquello que
Él os envía; servidle como Él quiere, y no como vosotros queréis. Tened paz en vuestras
casas, mirando cada uno no sea pesado en su compañía. Tened cuidado de bien doctrinar
a vuestros hijos por halago y castigos. Amaos todos en Cristo, y seréis ricos;
porque siendo los corazones unos, también le sea la hacienda.
Carta para la villa de Utrera. OC IV. Pgs. 370-371.
De esta manera mesma respondiera aquel Padre a vuestra señoría si se le
diera relación clara de la enfermedad, la cual nuestro Señor curará en su
tiempo, pues ha tomado a su cargo ser médico de su ánima, para que mucho resplandezca
su gloria cuando de tan enferma la parare muy sana; y diciéndole ella: Sáname, Señor, y seré
sana, sálvame, y seré salva, porque la honra mía tú eres (cf. Jeremías 17, 14), le
responda Él: Yo
soy tu salud (Salmo
34, 3), tu bien y tu paz; quien te ha dado cuanto bien tienes, librado de
muchos males; quien te amó antes que fueses y te hará bienaventurada por
tenerme a mí, a toda tu voluntad y sin temor a perderme. Esto esperemos que
hará el que es
poderoso y cuyo nombre es santo (Lc 1, 49), inmenso en misericordia y potentísimo para cumplirlas.
Carta a una señora. OC IV. Pg. 475.
Mas no os olvidéis del prójimo, al cual también habréis de curar:
cuerpo, por limosna, y ánima, por buen ejemplo y consejo. Mirad a San Pablo: Volebam esse anathema pro
fratribus meis[1] (Rm 9, 3). Y así no veréis
vuestro ereposo, vuestra consolación, vuestro provecho, sino la salud de las
ánimas de vuestros prójimos; que el Señor lo pagará bien pagado. Y oíd a San
Gregorio: Nullum
sacrificium acceptabilius quam zelus animarum[2]. Y Él lo pagará aquí por
gracia y después por gloria.
Domingo 12 después de Pentecostés. OC III. Pgs. 278.
Sea el quinto que ponga siempre sus ojos en sus faltas y deje de mirar las
ajenas, conforme aquel dicho de nuestro Señor: Hipócrita, ¿por qué miras la paja en el ojo de tu
hermano y no consideras tú la viga que tienes atravesada en el tuyo? (Mt 7, 3). No tenga cuenta más de
con sus proprios defectos, y, si algo viere en el prójimo digno de reprehensión,
no se indigne contra él, sino compadézcase de él, porque la santidad verdadera
dice San Gregorio que es compadecerse de los pecados, y la falsa, indignarse contra
ellos. Si son personas que tomarán su corrección, corríjalas caritativamente, conociéndose
por hombre de la misma masa de Adán. Y, si no lo son, vuélvase a Dios,
suplicándole que los remedie y dándole gracias porque ha guardado a él de
pecado semejante, hallándose muy obligado a servir al Señor, que de este mal le
libró, en el cual él también cayera si el Señor no lo guardara.
Sea el sexto que trabaje lo más que pudiere por hacer alguna caridad
cada día a algún prójimo, acordándose de aquella sentencia del Redemptor que
dice: En esto
conocerán todos si sois mis discípulos, si os amáredes unos a otros (Jn 13, 35). Y, conforme a
esto, debe también tener memoria cada día de rogar a Dios por la Iglesia, que
con tanta cosa redimió.
Reglas de espíritu. OC III. Pg. 841.
San Bernardo cuenta lo que él muchas veces había probado, que Jesús,
invocado en verdad, es remedio y medicina contra todas las enfermedades del ánima.
Y lo que este santo dijo, experimentó y probó, acaeció a otros muchos y
postreros que él; entre los cuales San Jerónimo es un testigo digno de toda fe;
el cual, como arriba dijimos, cuenta de sí que, viéndose en tribulación de su
carne, sin hallar remedio en cosa hecha, sin saber ya más qué hacer, lo halló
en echarse a los pies de Jesucristo, llamándole con devota oración; y recibió
tal bonanza de la tempestad que le parecía estar entre coros de los ángeles. Porque
este favor que Dios suela dar, no solo es cesar la tribulación que el hombre
tenía, lo cual suele algunas veces acaecer por divertir el pensamiento a otra
parte o por causas semejantes a ésta; mas es un favor que Dios da, con que les
pone en disposición del todo contraria a lo que primero sentían. La cual
mudanza y perfecta liberación, y tan súbita, no está en manos del hombre, según
lo entenderá quien lo quisiere probar. De fuera viene, de Dios viene, y por
medios cristianos viene, y experiencia es de lo que San Pablo dijo, que Jesucristo crucificado,
para los llamados de Dios, es fortaleza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1, 23-24); porque
llamándolo en el día dela tribulación, da luz y fortaleza, para que, vencidos
los impedimentos, puedan los tales proseguir su camino, cantando en él, como
dice David: ¡Grande
es la gloria del Señor! (Salmo 137, 5). Y sintiendo en sí mismo lo que dice el mismo profeta: En cualquier día que yo
te llamare, he conocido que tú eres mi Dios (Sal 55, 10). Porque el remediarlos
presto y poderosamente les es un gran testimonio y motivo que Dios es
verdadero, y que tiene de ellos cuidado.
Audi, filia [II]. Cap. 36, 3. OC I. Pg. 615.
San Oscar Romero. Homilía.
Ojalá comprendamos, hermanos, que la Iglesia tiene
la clave de la verdadera liberación. Y por eso termino por donde comencé,
diciéndoles que a esto venimos a Misa el domingo: a reflexionar en el gran
misterio de salvación, pero no a partir de nuestras débiles fuerzas humanas:
nadie se puede salvar a sí mismo. Ni siquiera cumplir la Ley natural, puede.
Dice la Teología: Una persona, por más inteligente que sea, tiene muchas lacras
en el aspecto moral. Pero cuando la Gracia de Dios, la fuerza de la justicia de
Dios manifestada en Cristo la tomamos con humildad y le decimos: "Señor
soy un pobre pecador, líbrame de mis pecados, siento en mí la miseria, las
pasiones que me arrastran, líbrame de este cuerpo de muerte". Cuando un
hombre está prendido así de las manos de Dios, es verdaderamente fuerte. Como
decía San Pablo: "En mi debilidad se manifiesta la potencia de Dios".
Homilía. 4 de junio de 1978.
Papa Francisco. Ángelus. 15 de febrero de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos el evangelista san Marcos nos
está relatando la acción de Jesús contra todo tipo de mal, en beneficio de los
que sufren en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, enfermos, pecadores...
Él se presenta como aquel que combate y vence el mal donde sea que lo
encuentre. En el Evangelio de hoy (cf. Mc 1, 40-45) esta lucha suya afronta un
caso emblemático, porque el enfermo es un leproso. La lepra es una enfermedad
contagiosa que no tiene piedad, que desfigura a la persona, y que era símbolo de
impureza: el leproso tenía que estar fuera de los centros habitados e indicar
su presencia a los que pasaban. Era marginado por la comunidad civil y
religiosa. Era como un muerto ambulante.
El episodio de la curación del leproso tiene lugar
en tres breves pasos: la invocación del enfermo, la respuesta de Jesús y las
consecuencias de la curación prodigiosa. El leproso suplica a Jesús «de
rodillas» y le dice: «Si quieres, puedes limpiarme» (v. 40). Ante esta
oración humilde y confiada, Jesús reacciona con una actitud profunda de su
espíritu: la compasión. Y «compasión» es una palabra muy profunda:
compasión significa «padecer-con-el otro». El corazón de Cristo manifiesta
la compasión paterna de Dios por ese hombre, acercándose a él y tocándolo.
Y este detalle es muy importante. Jesús «extendió la mano y lo tocó... la lepra
se le quitó inmediatamente y quedó limpio» (v. 41-42). La misericordia de
Dios supera toda barrera y la mano de Jesús tocó al leproso. Él no toma
distancia de seguridad y no actúa delegando, sino que se expone directamente
al contagio de nuestro mal; y precisamente así nuestro mal se convierte en el
lugar del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros nuestra humanidad
enferma y nosotros de Él su humanidad sana y capaz de sanar. Esto sucede
cada vez que recibimos con fe un Sacramento: el Señor Jesús nos «toca» y nos
dona su gracia. En este caso pensemos especialmente en el Sacramento de
la Reconciliación, que nos cura de la lepra del pecado.
Una vez más el Evangelio nos muestra lo que hace
Dios ante nuestro mal: Dios no viene a «dar una lección» sobre el dolor; no
viene tampoco a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a
cargar sobre sí el peso de nuestra condición humana, a conducirla hasta sus
últimas consecuencias, para liberarnos de modo radical y definitivo. Así
Cristo combate los males y los sufrimientos del mundo: haciéndose cargo de
ellos y venciéndolos con la fuerza de la misericordia de Dios.
A nosotros, hoy, el Evangelio de la curación del
leproso nos dice que si queremos ser auténticos discípulos de Jesús estamos
llamados a llegar a ser, unidos a Él, instrumentos de su amor misericordioso,
superando todo tipo de marginación. Para ser «imitadores de Cristo» (cf. 1 Cor
11, 1) ante un pobre o un enfermo, no tenemos que tener miedo de mirarlo a los
ojos y de acercarnos con ternura y compasión, y de tocarlo y abrazarlo. He
pedido a menudo a las personas que ayudan a los demás que lo hagan mirándolos a
los ojos, que no tengan miedo de tocarlos; que el gesto de ayuda sea también un
gesto de comunicación: también nosotros tenemos necesidad de ser acogidos por
ellos. Un gesto de ternura, un gesto de compasión... Pero yo os pregunto:
vosotros, ¿cuándo ayudáis a los demás, los miráis a los ojos? ¿Los acogéis
sin miedo de tocarlos? ¿Los acogéis con ternura? Pensad en esto: ¿cómo
ayudáis? A distancia, ¿o con ternura, con cercanía? Si el mal es contagioso, lo
es también el bien. Por lo tanto, es necesario que el bien abunde en nosotros,
cada vez más. Dejémonos contagiar por el bien y contagiemos el bien.
Papa Francisco. Ángelus. 11 de
febrero de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos el Evangelio, según el relato de
Marcos, nos presenta a Jesús que cura a los enfermos de todo tipo. En tal
contexto se coloca bien la Jornada mundial del enfermo, que se celebra
precisamente hoy, 11 de febrero, memoria de la Beata Virgen María de Lourdes.
Por eso, con la mirada del corazón dirigida a la gruta de Massabielle,
contemplamos a Jesús como verdadero médico de los cuerpos y de las
almas, que Dios Padre ha mandado al mundo para curar a la humanidad, marcada
por el pecado y por sus consecuencias.
La página del Evangelio de hoy (cf. Marcos 1,
40-45) nos presenta la curación de un hombre enfermo de lepra, patología que en
el Antiguo Testamento se consideraba una grave impureza y que implicaba la
marginación del leproso de la comunidad: vivían solos. Su condición era
realmente penosa, porque la mentalidad de aquel tiempo lo hacía sentir impuro
incluso delante de Dios, no solo delante de los hombres. Incluso delante de
Dios. Por eso el leproso del Evangelio suplica a Jesús con estas palabras: «Si
quieres, puedes limpiarme» (v. 40).
Al oír eso, Jesús sintió compasión (v. 41). Es muy
importante fijar la atención en esta resonancia interior de Jesús, como hicimos
largamente durante el Jubileo de la Misericordia. No se entiende la obra de
Cristo, no se entiende a Cristo mismo si no se entra en su corazón lleno de
compasión y de misericordia. Es esta la que lo empuja a extender la mano
hacia aquel hombre enfermo de lepra, a tocarlo y a decirle: «Quiero; queda
limpio» (v. 41). El hecho más impactante es que Jesús toca al leproso,
porque aquello estaba totalmente prohibido por la ley mosaica. Tocar a un
leproso significaba contagiarse también dentro, en el espíritu, y, por lo
tanto, quedar impuro. Pero en este caso, la influencia no va del leproso a
Jesús para transmitir el contagio, sino de Jesús al leproso para darle la
purificación. En esta curación nosotros admiramos, más allá de la compasión,
la misericordia, también la audacia de Jesús, que no se preocupa ni del
contagio ni de las prescripciones, sino que se conmueve solo por la voluntad de
liberar a aquel hombre de la maldición que lo oprime.
Hermanos y hermanas, ninguna enfermedad es
causa de impureza: la enfermedad ciertamente involucra a toda la persona, pero
de ningún modo afecta o le inhabilita para su relación con Dios. De
hecho, una persona enferma puede permanecer aún más unida a Dios. En cambio, el
pecado sí que te deja impuro. El egoísmo, la soberbia, la corrupción, esas son
las enfermedades del corazón de las cuales es necesario purificarse,
dirigiéndose a Jesús como se dirigía el leproso: «Si quieres, puedes
limpiarme».
Y ahora, guardemos un momento de silencio y cada
uno de nosotros —todos vosotros, yo, todos— puede pensar en su corazón, mirar
dentro de sí y ver las propias impurezas, los propios pecados. Y cada uno de
nosotros, en silencio, pero con la voz del corazón decir a Jesús: «Si quieres,
puedes limpiarme». Hagámoslo todos en silencio.
«Si quieres, puedes limpiarme».
«Si quieres, puedes limpiarme».
Y cada vez que acudimos al sacramento de la
reconciliación con el corazón arrepentido, el Señor nos repite también a
nosotros: «Quiero, queda limpio». ¡Cuánta alegría hay en esto! Así, la
lepra del pecado desaparece, volvemos a vivir con alegría nuestra relación
filial con Dios y quedamos reintegrados plenamente en la comunidad.
Por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre
Inmaculada, pidamos al Señor, que ha llevado también la salud a los enfermos,
que sane nuestras heridas interiores con su infinita misericordia, para que
nos dé otra vez la esperanza y la paz del corazón.
Papa Francisco. Ángelus. 14 de
febrero de 2021.
Queridos hermanos y hermanas:
¡Buenos días! ¡Qué bonita está la plaza con el sol!
¡Es bella!
El Evangelio de hoy (cf. Mc 1,40-45) nos presenta
el encuentro entre Jesús y un hombre enfermo de lepra. Los leprosos eran
considerados impuros y, según las prescripciones de la Ley, debían permanecer
fuera de los lugares habitados. Eran excluidos de toda relación humana, social
y religiosa. Por ejemplo, no podían entrar en la sinagoga, no podían entrar
en el Templo, también religiosamente. Jesús, en cambio, deja que se le acerque
aquel hombre, se conmueve, incluso extiende la mano y lo toca. Esto era
impensable en aquel tiempo. De este modo, realiza la Buena Noticia que
anuncia: Dios se ha hecho cercano a nuestra vida, tiene compasión de la
suerte de la humanidad herida y viene a derribar toda barrera que nos impide
vivir nuestra relación con Él, con los demás y con nosotros mismos. Se hizo
cercano. Cercanía. Recuérdense bien de esta palabra: cercanía, compasión. El evangelio
dice que Jesús al ver al leproso “tuvo compasión de él”. Y ternura. Tres
palabras que indican el estilo de Dios: cercanía, compasión, ternura. En
este episodio podemos ver que se encuentran dos “transgresiones”: la
transgresión del leproso que se acerca a Jesús, y no podía hacerlo, y Jesús
que, movido por la compasión, se acerca y lo toca con ternura para curarlo,
y no podía hacerlo. Ambos son transgresores, son dos transgresiones.
La primera transgresión es la del leproso: a pesar
de las prescripciones de la Ley, sale del aislamiento y va a Jesús. Su
enfermedad era considerada un castigo divino, pero en Jesús él pudo ver otro
rostro de Dios: no el Dios que castiga, sino el Padre de la compasión y del
amor, que nos libera del pecado y que nunca nos excluye de su misericordia.
Así, aquel hombre puede salir de su aislamiento, porque en Jesús encuentra a
Dios que comparte su dolor. La actitud de Jesús lo atrae, lo empuja a salir
de sí mismo y a confiarle a Él su historia de dolor.
Permítanme aquí un pensamiento para tantos buenos sacerdotes,
confesores, que tienen este comportamiento de atraer a la gente, a mucha
gente que se siente una nada, se siente “por los suelos” por sus pecados...
Pero con ternura, con compasión... Son buenos esos confesores que no están
con el látigo en la mano, sino para recibir, escuchar y decir que Dios es
bueno, que Dios perdona siempre, que Dios no se cansa de perdonar. Para
estos confesores misericordiosos, les pido hoy, a todos ustedes, un
aplauso, aquí en la plaza, todos. [aplausos]
La segunda transgresión es la de Jesús: mientras la
Ley prohibía tocar a los leprosos, Él se conmueve, extiende su mano y lo toca
para curarlo. Alguno podría decir: ha pecado, ha hecho lo que la Ley prohíbe,
es un transgresor. Es verdad, es un transgresor. No se limita a las palabras,
sino que lo toca. Y tocar con amor significa establecer una relación, entrar en
comunión, implicarse en la vida del otro hasta el punto de compartir incluso
sus heridas. Con este gesto, Jesús muestra que Dios, que no es indiferente,
no se mantiene a una “distancia seguridad”; es más, se acerca con compasión y
toca nuestra vida para sanarla con ternura. Es el estilo de Dios: cercanía,
compasión y ternura. La transgresión de Dios. Es un gran transgresor en
este sentido.
Hermanos y hermanas, aún hoy en el mundo muchos
hermanos nuestros hermanos sufren de esta enfermedad, del mal de Hansen, o de
otras enfermedades y condiciones a las que, lamentablemente, se asocian
prejuicios sociales: “Este es un pecador”. Piensen en aquel momento (cf. Lc
7,36-50) en que entró en el banquete aquella mujer, derramó perfume sobre los
pies de Jesús. Los otros decían: “pero si este fuera profeta sería consciente,
sabría quién es esta mujer: una pecadora”. El desprecio. Por el contrario, Jesús
recibe, es más, agradece: “te son perdonados tus pecados”. La ternura de Jesús.
El prejuicio social de alejar a la gente con la palabra “este es un impuro”,
“este es un pecador”, “este es un estafador”. Sí, a veces es verdad, pero no
prejuzguen. A cada uno de nosotros nos puede ocurrir experimentar
heridas, fracasos, sufrimientos, egoísmos que nos cierran a Dios y a los demás,
porque el pecado nos encierra en nosotros mismos, por vergüenza, por
humillación, pero Dios quiere abrir el corazón. Frente a todo esto, Jesús
nos anuncia que Dios no es una idea o una doctrina abstracta, sino que Dios es
Aquel que se “contamina” con nuestra humanidad herida y que no teme entrar en
contacto con nuestras heridas. Pero, padre, ¿qué está diciendo? ¿Que Dios se
contamina? No lo digo yo, lo ha dicho san Pablo: se ha hecho pecado (cf. 2 Cor
5,21). Él que no es pecador, que no puede pecar, se ha hecho pecado. Mira cómo se
ha contaminado Dios para acercarse a nosotros, para tener compasión y para
hacer comprender su ternura. Cercanía, compasión y ternura.
Para respetar las reglas de la buena reputación y
las costumbres sociales, a menudo silenciamos el dolor o usamos máscaras para
disimularlo. Con el fin de conciliar los cálculos de nuestro egoísmo o las
leyes internas de nuestros temores, no nos implicamos demasiado en los
sufrimientos de los demás. Por el contrario, pidamos al Señor la gracia de
vivir estas dos “transgresiones” del Evangelio de hoy. La del leproso, para que
tengamos la valentía de salir de nuestro aislamiento y, en lugar de
quedarnos allí a quejarnos o a llorar por nuestros fracasos, las quejas, en luchar
de esto vayamos a Jesús tal como somos. Señor, yo soy así. Sentiremos ese
abrazo, ese abrazo de Jesús tan hermoso. Y luego la transgresión de Jesús, que
es un amor que nos hace ir más allá de las convenciones, que nos hace superar
los prejuicios y el miedo a mezclarnos con la vida del otro. Aprendamos a ser
“transgresores” como estos dos, como el leproso y como Jesús.
Que en este camino nos acompañe la Virgen María, a
la que ahora invocamos en la oración del Ángelus.
Benedicto XVI. Ángelus. 12 de
febrero de 2006.
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer, 11 de febrero, memoria litúrgica de la
bienaventurada Virgen de Lourdes, celebramos la Jornada mundial del enfermo,
cuyas manifestaciones más importantes se han celebrado este año en Adelaida
(Australia), incluido un congreso internacional sobre el tema siempre urgente
de la salud mental. La enfermedad es un rasgo típico de la condición humana,
hasta el punto de que puede convertirse en una metáfora realista de ella, como
expresa bien san Agustín en una oración suya: "¡Señor, ten compasión de mí! ¡Ay de
mí! Mira aquí mis llagas; no las escondo; tú eres médico, yo enfermo; tú eres
misericordioso, yo miserable" (Confesiones, X, 39).
Cristo es el verdadero "médico" de la
humanidad, a quien el Padre celestial envió al mundo para curar al hombre,
marcado en el cuerpo y en el espíritu por el pecado y por sus consecuencias. Precisamente en
estos domingos, el evangelio de san Marcos nos presenta a Jesús que, al inicio
de su ministerio público, se dedica completamente a la predicación y a la
curación de los enfermos en las aldeas de Galilea. Los innumerables signos
prodigiosos que realiza en los enfermos confirman la "buena nueva"
del reino de Dios.
Hoy el pasaje evangélico narra la curación de un
leproso y expresa con fuerza la intensidad de la relación entre Dios y el
hombre, resumida en un estupendo diálogo:
"Si quieres, puedes limpiarme", dice el leproso.
"Quiero: queda limpio", le
responde Jesús, tocándolo con la mano y curándolo de la lepra (Mc 1, 40-42). Vemos
aquí, en cierto modo, concentrada toda la historia de la salvación: ese gesto de Jesús, que extiende la mano y
toca el cuerpo llagado de la persona que lo invoca, manifiesta perfectamente la
voluntad de Dios de sanar a su criatura caída, devolviéndole la vida "en
abundancia" (Jn 10, 10), la vida eterna, plena, feliz.
Cristo es "la mano" de Dios tendida a la
humanidad, para que pueda salir de las arenas movedizas de la enfermedad y de
la muerte, apoyándose en la roca firme del amor divino (cf. Sal 39, 2-3).
Hoy quisiera encomendar a María, Salus infirmorum,
a todos los enfermos, especialmente a los que, en todas las partes del mundo,
además de la falta de salud, sufren también la soledad, la miseria y la
marginación. Asimismo, dirijo un saludo en particular a quienes en los
hospitales y en los demás centros de asistencia atienden a los enfermos y
trabajan por su curación. Que la Virgen santísima ayude a cada uno a encontrar
alivio en el cuerpo y en el espíritu gracias a una adecuada asistencia
sanitaria y a la caridad fraterna, que se traduce en atención concreta y
solidaria.
Benedicto XVI. Ángelus. 15 de
febrero de 2009.
Queridos hermanos y hermanas:
En estos domingos, el evangelista san Marcos ha
ofrecido a nuestra reflexión una secuencia de varias curaciones milagrosas. Hoy
nos presenta una muy singular, la de un leproso sanado (cf. Mc 1, 40-45), que
se acercó a Jesús y, de rodillas, le suplicó: "Si quieres, puedes
limpiarme". Él, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo:
"Quiero: queda limpio". Al instante se verificó la curación de aquel
hombre, al que Jesús pidió que no revelara lo sucedido y se presentara a los sacerdotes
para ofrecer el sacrificio prescrito por la ley de Moisés. Aquel leproso
curado, en cambio, no logró guardar silencio; más aún, proclamó a todos lo que
le había sucedido, de modo que, como refiere el evangelista, era cada vez mayor
el número de enfermos que acudían a Jesús de todas partes, hasta el punto de
obligarlo a quedarse fuera de las ciudades para que la gente no lo asediara.
Jesús le dijo al leproso: "Queda limpio".
Según la antigua ley judía (cf. Lv 13-14), la lepra no sólo era considerada una
enfermedad, sino la más grave forma de "impureza" ritual.
Correspondía a los sacerdotes diagnosticarla y declarar impuro al enfermo, el
cual debía ser alejado de la comunidad y estar fuera de los poblados, hasta su
posible curación bien certificada. Por eso, la lepra constituía una suerte de
muerte religiosa y civil, y su curación una especie de resurrección.
En la lepra se puede vislumbrar un símbolo del
pecado, que es la verdadera impureza del corazón, capaz de alejarnos de Dios. En efecto, no
es la enfermedad física de la lepra lo que nos separa de él, como preveían las
antiguas normas, sino la culpa, el mal espiritual y moral. Por eso el
salmista exclama: "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le
han sepultado su pecado". Y después, dirigiéndose a Dios, añade:
"Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse:
"Confesaré al Señor mi culpa", y tú perdonaste mi culpa y mi
pecado" (Sal 32, 1.5).
Los pecados que cometemos nos alejan de Dios y, si
no se confiesan humildemente, confiando en la misericordia divina, llegan
incluso a producir la muerte del alma. Así pues, este milagro reviste
un fuerte valor simbólico. Como había profetizado Isaías, Jesús es el Siervo
del Señor que "cargó con nuestros sufrimientos y soportó nuestros
dolores" (Is 53, 4). En su pasión llegó a ser como un leproso,
hecho impuro por nuestros pecados, separado de Dios: todo esto lo hizo por
amor, para obtenernos la reconciliación, el perdón y la salvación.
En el sacramento de la Penitencia Cristo
crucificado y resucitado, mediante sus ministros, nos purifica con su
misericordia infinita, nos restituye la comunión con el Padre
celestial y con los hermanos, y nos da su amor, su alegría y su paz.
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos a la
Virgen María, a quien Dios preservó de toda mancha de pecado, para que nos
ayude a evitar el pecado y a acudir con frecuencia al sacramento de la
Confesión, el sacramento del perdón, cuyo valor e importancia para nuestra
vida cristiana hoy debemos redescubrir aún más.
Benedicto XVI. Ángelus. 12 de
febrero de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
El domingo pasado vimos que Jesús, en su vida
pública, curó a muchos enfermos, revelando que Dios quiere para el hombre la
vida y la vida en plenitud. El evangelio de este domingo (Mc 1, 40-45) nos
muestra a Jesús en contacto con la forma de enfermedad considerada en aquel
tiempo como la más grave, tanto que volvía a la persona «impura» y la excluía
de las relaciones sociales: hablamos de la lepra. Una legislación especial (cf.
Lv 13-14) reservaba a los sacerdotes la tarea de declarar a la persona leprosa,
es decir, impura; y también correspondía al sacerdote constatar la curación y
readmitir al enfermo sanado a la vida normal.
Mientras Jesús estaba predicando por las aldeas de
Galilea, un leproso se le acercó y le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme».
Jesús no evita el contacto con este hombre; más aún, impulsado por una íntima
participación en su condición, extiende su mano y lo toca —superando la
prohibición legal—, y le dice: «Quiero, queda limpio». En ese gesto y en
esas palabras de Cristo está toda la historia de la salvación, está encarnada
la voluntad de Dios de curarnos, de purificarnos del mal que nos desfigura y
arruina nuestras relaciones. En aquel contacto entre la mano de Jesús y
el leproso queda derribada toda barrera entre Dios y la impureza humana,
entre lo sagrado y su opuesto, no para negar el mal y su fuerza negativa,
sino para demostrar que el amor de Dios es más fuerte que cualquier mal,
incluso más que el más contagioso y horrible. Jesús tomó sobre sí nuestras
enfermedades, se convirtió en «leproso» para que nosotros fuéramos purificados.
Un espléndido comentario existencial a este
evangelio es la célebre experiencia de san Francisco de Asís, que resume al
principio de su Testamento: «El Señor me dio de esta manera a mí, el hermano
Francisco, el comenzar a hacer penitencia: en efecto, como estaba en pecados,
me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de
ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y al separarme de los mismos,
aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura del alma y del cuerpo; y
después de esto permanecí un poco de tiempo, y salí del mundo» (Fuentes
franciscanas, 110). En aquellos leprosos, que Francisco encontró cuando todavía
estaba «en pecados» —como él dice—, Jesús estaba presente, y cuando
Francisco se acercó a uno de ellos, y, venciendo la repugnancia que sentía, lo
abrazó, Jesús lo curó de su lepra, es decir, de su orgullo, y lo convirtió al
amor de Dios. ¡Esta es la victoria de Cristo, que es nuestra curación
profunda y nuestra resurrección a una vida nueva!
Queridos amigos, dirijámonos en oración a la Virgen
María, a quien ayer celebramos recordando sus apariciones en Lourdes. A santa
Bernardita la Virgen le dio un mensaje siempre actual: la llamada a la oración
y a la penitencia. A través de su Madre es siempre Jesús quien sale a nuestro
encuentro para liberarnos de toda enfermedad del cuerpo y del alma. ¡Dejémonos
tocar y purificar por él, y seamos misericordiosos con nuestros hermanos!
Francisco. Catequesis. Vicios y
virtudes. 6. La ira.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estas semanas estamos tratando el tema de los
vicios y las virtudes, y hoy nos detenemos a reflexionar sobre el vicio de la
ira. Es un vicio particularmente tenebroso, y es quizás el más simple de
reconocer desde un punto de vista físico. La persona dominada por la ira
difícilmente logra disimular este ímpetu: lo reconoces por los movimientos del
cuerpo, por la agresividad, por la respiración agitada, por la mirada torva y
ceñuda.
En su manifestación más aguda, la ira es un vicio
que no da tregua. Si nace de una injusticia padecida (o considerada como tal),
a menudo no se desata contra el culpable, sino contra el primer desafortunado
con el que uno se encuentra. Hay hombres que contienen su ira en el lugar de
trabajo, mostrándose tranquilos y compasivos, pero que una vez llegados a su
casa se vuelven insoportables para la esposa y los hijos. La ira es un
vicio desenfrenado: es capaz de quitarnos el sueño y de hacernos maquinar
continuamente en nuestra mente, sin que logremos encontrar una barrera para los
razonamientos y pensamientos.
La ira es un vicio que destruye las relaciones
humanas. Expresa la incapacidad de aceptar la diversidad del otro,
especialmente cuando sus opciones vitales difieren de las nuestras. No se detiene ante
los malos comportamientos de una persona, sino que lo arroja todo al caldero:
es el otro, el otro tal y como es, el otro en cuanto tal, el que provoca la
ira y el resentimiento. Se empieza a detestar el tono de su voz, sus banales
gestos cotidianos, sus formas de razonar y de sentir.
Cuando la relación alcanza este nivel de
degeneración, ya se ha perdido la lucidez. La ira hace perder la lucidez.
Porque, a veces, una de las características de la ira, es la de no calmarse con
el tiempo. En esos casos, incluso la distancia y el silencio, en lugar de
calmar el peso de los malentendidos, lo magnifican. Por ese motivo, el apóstol
Pablo -como hemos escuchado- recomienda a sus cristianos que aborden
inmediatamente el problema e intenten la reconciliación: «No permitan que la
noche los sorprenda enojados» (Ef 4, 26). Es importante que todo se resuelva
inmediatamente, antes de la puesta del sol. Si durante el día surge algún
malentendido y dos personas dejan de entenderse, percibiéndose de pronto
alejadas, no hay que entregar la noche al diablo. El vicio nos mantendría
despiertos en la oscuridad, rumiando nuestras razones y los errores
incalificables que nunca son nuestros y siempre del otro. Así es: cuando una
persona está dominada por la ira, siempre dice que el problema está en la otra
persona; nunca es capaz de reconocer sus propios defectos, sus propias
faltas.
En el “Padre nuestro”, Jesús nos hace orar por
nuestras relaciones humanas, que son un terreno minado: un plano que nunca está
en equilibrio perfecto. En la vida tenemos que tratar con personas que están en
deuda con nosotros; del mismo modo, ciertamente nosotros no siempre hemos amado
a todos en la justa medida. A algunos no les hemos devuelto el amor que se les
debe. Todos somos pecadores, todos, y todos tenemos la cuenta en números
rojos: ¡no lo olviden! Por lo tanto, todos tenemos que aprender a perdonar para
ser perdonados. Las personas no están juntas si no practican también el
arte del perdón, siempre que esto sea humanamente posible. Lo que contrarresta
la ira es la benevolencia, la amplitud de corazón, la mansedumbre, la
paciencia.
Sobre el tema de la ira, hay que decir una última
cosa. Es un vicio terrible, hemos dicho, está en el origen de las guerras y
la violencia. El proemio de la Ilíada describe "la ira de
Aquiles", que será causa de "infinitos lutos". Pero no todo
lo que nace de la ira es malo. Los antiguos eran muy conscientes de que hay una
parte irascible en nosotros que no puede ni debe negarse. Las pasiones son
hasta cierto punto inconscientes: suceden, son experiencias de la vida. No
somos responsables de la ira en su surgimiento, pero sí siempre en su
desarrollo. Y a veces es bueno que la ira se desahogue de la manera adecuada.
Si una persona no se enfadase nunca, si no se indignase ante la injusticia,
si no sintiera algo que le estremece las entrañas ante la opresión de un débil,
entonces significaría que esa persona no es humana, y mucho menos cristiana.
Existe una santa indignación, que no es la ira, sino un
movimiento interior, una santa indignación. Jesús la conoció varias veces en su
vida (cfr. Mc 3,5): nunca respondió al mal con el mal, pero en su alma
experimentó este sentimiento y, en el caso de los mercaderes en el Templo,
realizó una acción fuerte y profética, dictada no por la ira, sino por el celo
por la casa del Señor (cfr. Mt 21, 12-13). Debemos distinguir bien: una cosa
es el celo, la santa indignación, otra cosa es la ira, que es mala.
Nos corresponde a nosotros, con la ayuda del
Espíritu Santo, encontrar la justa medida de las pasiones, educarlas bien para
que se dirijan hacia el bien, y no hacia el mal.
MISA DE NIÑOS. MIÉRCOLES DE CENIZA.
Monición de entrada.
Buenas tardes:
Con esta misa empezamos la Cuaresma.
Así tendremos cuarenta días para rezar en silencio.
Son días para volver a poner el corazón en Jesús.
Imposición de la ceniza.
Hoy nos pondremos delante del sacerdote y él pondrá un
poco de ceniza.
La ceniza se ha hecho quemando las ramas de olivo que
llevamos el domingo de ramos, hace dos años.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco para que le ayudes a ser mejor. Te
lo pedimos Señor.
-Por la Iglesia, para se prepare muy bien para celebrar
la fiesta de Pascua. Te lo pedimos Señor.
-Por las personas que tienen hambre, para les ayudemos. Te
lo pedimos, Señor.
-Por las personas que no te tienen en el corazón, para
que estos días te encuentren. Te lo pedimos, Señor.
-Por nosotros y los que estamos en misa, para que estos
días recemos y estemos más con las personas que nos quieren. Señor.
Acción de gracias.
Jesús, te damos gracias por la
cuaresma. Los días en los que vas a ayudarnos a ser mejores y a celebrar la
fiesta más grande de los cristianos: la Pascua.
MISA DE NIÑOS. DOMINGO I TIEMPO DE CUARESMA.
Monición de entrada.
Buenas tardes:
El miércoles empezamos la cuaresma y el sacerdote nos
puso la ceniza.
La cuaresma son los días en los que nos preparamos, es
como si empezáramos de nuevo a ser cristianos y fuéramos a ser bautizados en la
noche de la pascua.
En la misa que empezamos escucharemos la historia de Noé
y de Jesús cuando se fue al desierto a rezar.
Señor, ten piedad.
Tu que has vencido a quienes nos hacen mal. Señor, ten piedad.
Tú que te preocupas cuando estamos malos. Cristo, ten
piedad.
Tú que nos quieres siempre. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco que le ayudes a no perder las
ganas de hablarnos de Jesús. Te lo pedimos Señor.
-Por la Iglesia, para que con la ayuda de la Biblia confíe
mucho en ti. Te lo pedimos Señor.
-Por los niños y niñas y las personas mayores que este
año se bautizarán, para que les ayudes a conocerte cada día más. Te lo pedimos,
Señor.
-Por los países donde no tienen las escuelas que nosotros
tenemos, para que les ayudemos. Te lo pedimos, Señor.
-Por nosotros para que nos guste escuchar las historias y
palabras de Jesús. Señor.
Acción de gracias.
San José este domingo es el cuarto
domingo. Hoy recordamos cuando fuiste con María y Jesús al templo de Jerusalén
y allí dos ancianos, Simeón y Ana, se pusieron muy contentos y os dijeron que
Jesús sería quien nos salvaría.
ORACIÓN CENTRE
JUNIORS CORBERA. DOMINGO V TIEMPO
ORDINARIO.
EXPERIENCIA.
Entra en https://www.youtube.com/watch?v=jxeisaZKc94
¿Blanco o negro?
Visualízalo otra vez, si tienes una libreta y un
boli apunta algunas de las frases.
¿Hay alguna diferencia entre la sociedad judía de
tiempos de Jesús y la sociedad de nuestro tiempo? ¿En qué si?, ¿en qué no?
¿Cuáles son las diferencias que encuentras en el pueblo/barrio,
instituto/lugar de trabajo, amigos, compañeros, redes sociales? ¿Cuáles son mis
prejuicios?
¿Y para ti? ¿Cuáles son las excusas que damos para
no aceptar a quienes las leyes y la sociedad rechaza? ¿Las compartimos?
REFLEXIÓN.
Busca la Biblia, localízala, acércate como quien va
al encuentro de una persona que admira, tómala en tus brazos, no es un libro
cualquiera, es la Palabra de Dios, viva y capaz de cambiar tu vida, busca el evangelio,
el capítulo, los versículos.
Párate un momento, realiza la señal de la cruz,
pídele al Padre que te envíe el Espíritu Santo para que puedas descubrir en la
narración sobre Jesús su voluntad.
Lee el texto: ¿qué dice?, ¿qué te dice? y ¿qué le
dices?
Relaciónalo con el vídeo: según este ¿quiénes son
hoy los leprosos? ¿cómo actúa Jesús? ¿se deja llevar por los prejuicios?
Piensa en tus pecados, ¿de qué te avergüenzas? ¿qué
es lo que tratas de esconder ante los demás porque rompería la imagen que ellos
tienen de ti?
EN CLAVE JUNIORS:
Cada uno de nosotros conocemos nuestras
propias miserias, la realidad de no ser el educador Juniors que quisiéramos ser,
el cristiano tal como a Dios le gustaría. Él lo sabe por eso nos ofrece a
través de la Iglesia los sacramentos, estos “son una realidad familiar para los cristianos. Fuimos bautizados nada
más nacer, después crecimos y celebramos nuestra primera comunión; de jóvenes
recibimos la confirmación. Muchas veces hemos tenido la ocasión de reconocernos
pecadores y de recibir el perdón de Dios” (Rasgos de Identidad, pg. 29). Estos
se viven en el seno de la comunidad, porque nuestra fe no es un “yo-con-Dios”
sino un “nosotros-con-Dios”. Y para ayudarnos la Iglesia a través del obispo
diocesano envía a los sacerdotes. Si nos fijamos no hay ningún trozo de tierra
en la diócesis, ningún pueblo o barrio, por pequeño que sea, que no tenga un
párroco, un sacerdote a quien se le encomienda un sacerdote mediante la parroquia,
donde todos los que viven en su demarcación tienen derecho al servicio del
párroco y los sacerdotes a ella enviados. En los juniors esta función la
realiza el párroco, uno de los sacerdotes de la parroquia o “quien la Autoridad
eclesiástica designe” (Estatutos, art. 15, 1). Al consiliario le corresponde
nutrir “la vida espiritual de cada uno de los
miembros, mediante la celebración de los sacramentos, especialmente a través de
la Eucaristía y de la celebración de la Penitencia” (Plan Diocesano de
Formación, pg. 7), siendo los sacerdotes “quienes administran el sacramento de la
reconciliación, vital para recibir la gracia que restaura y fortalece nuestra relación
con Dios” (Manual de Espiritualidad Juniors, pg.54).
Por
otra parte el perdón y el sacramento de la Reconciliación se trata en Identidad
I y II, Estilo de Vida I, II y III y la
primera fase de Compromiso (Plan Diocesano de Formación, pg. 15, 19, 20, 21, 22
y 24).
COMPROMISO.
Nuestra
Ley Juniors “Amamos a todos los hombres como Jesús nos ama” es “toda una ley de
vida porque nos sugiere toda una forma de entender nuestras relaciones con los que
nos rodean” (Rasgos de Identidad, pg. 53I). Proponte eliminar alguno de tus
prejuicios hacia los compañeros de clase o trabajo.
CELEBRACIÓN.
Vivir el perdón es un signo de los cristianos.
Jesús nos invita a orar diciendo:
Padre, perdona nuestras ofensas como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden.
Nosotros decimos: ¡Señor, ten misericordia de nosotros,
porque hemos pecado contra Ti!
¡Muéstranos tu misericordia y danos tu Salvación!
No
te quedes con la oración. El próximo miércoles comienza la cuaresma. Busca a tu
consiliario y aprovecha para pedirle que te regale el sacramento de la
Reconciliación. Así podrás experimentar el abrazo de Jesús.
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española.
BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
Nuevo
Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González.
BAC. Madrid. 2017.
Biblia
Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.
Catecismo
de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociación
de Editores del Catecismo. Barcelona 2020.
La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia.
Ciudad Nueva. Madrid. 2006.
Pío de Luis,
OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las
lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.
San Juan de
Ávila. Obras Completas I. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid.
2015.
San Juan de Ávila. Obras
Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores.
BAC. Madrid. 2013.
San
Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid. 2015.
San
Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.
https://www.servicioskoinonia.org/romero/homilias/B/#IRA
No hay comentarios:
Publicar un comentario