Lectura del libro del Génesis 22,1-2.9a.10-13.15-18.
En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo:
-¡Abrahán!
Él respondió:
-Aquí estoy.
Dios dijo:
-Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de
Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré.
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó
allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el
altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo
para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:
-¡Abrahán, Abrahán!
Él contestó:
-Aquí estoy.
El ángel le ordenó:
-No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he
comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único
hijo.
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos
en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de
su hijo. El ángel del Señor le dijo:
-Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por
no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y
multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena
de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas
las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado
mi voz.
Textos
paralelos.
Sb 10, 5: Cuando la barahúnda
de los pueblos, concordes en la maldad, ella se fijó en el justo y lo preservó
sin tacha ante Dios, manteniéndolo entero sin ablandarse ante su hijo.
Si 44, 20: Porque [Abrahán]
cumplió el mandato del Altísimo y pactó una alianza con él, en su carne selló
el pacto, y en la prueba se mostró fiel.
Hb 11, 17: Por fe sometido a
prueba Abrahán, ofreció a Isaac, su hijo único.
St 2, 21-22: Nuestro padre
Abrahán ¿no hizo méritos con las obras, ofreciendo sobre el altar a su hijo
Isaac? Estás viendo que la fe operaba con las obras, y por las obras la fe
llegó a su perfección.
Toma a tu hijo, al que
amas.
Gn 31, 11: El ángel de Dios me dijo en el suelo: “Jacob”.
“Aquí estoy” le contesté.
Gn 46, 2: De noche, en una
visión, Dios dijo a Israel: “¡Jacob, Jacob!”. Respondió: “Aquí estoy”.
Ex 3, 4: Viendo el Señor que
Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: “Moisés, Moisés”.
Respondió él: “Aquí estoy”.
1 S 3, 4: El Señor llamó: “¡Samuel,
Samuel! Y éste respondió: “¡Aquí estoy!”.
No me has negado tu único
hijo.
Ex 20, 20: Moisés respondió al
pueblo: “No temáis: Dios ha venido para probaros, para que tengáis presente su
temor y no pequéis”.
Dt 6, 2: Que respetes al Señor,
tu Dios, guardando toda la vida todos los mandatos y preceptos que te doy – y también
tus nietos –, y te alargarán la vida.
Jn 3, 16: Tanto amó Dios al mundo,
que entregó a su Hijo único, para que quien crea no perezca, sino tenga vida
eterna.
Alzó la vista y vio un
carnero.
1 Jn 4, 9: Dios ha demostrado
el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos
gracias a él.
Rm 8, 32: El que no reservó a
su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros ¿cómo no nos va a
regalar todo lo demás con él?
Hb 11, 17: Por fe sometido a
prueba Abrahán, ofreció a Isaac, su hijo único.
Yo te colmaré de
bendiciones.
Gn 12, 2: Haré de ti un gran
pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y servirá de bendición.
Gn 15, 6: Abrahán creyó al Señor
y se le apuntó en su haber.
Gn 16, 10: Y el ángel del Señor
añadió: “Haré tan numerosa tu descendencia que no se podrá contar”.
Gn 32, 13: Tú me has prometido
colmarme de beneficios y hacer mi descendencia como la arena incontable del
mar.
Se adueñará tu
descendencia desde la puerta.
Gn 24, 60: Y bendijeron a
Rebeca: “Tú eres nuestra hermana, sé madre de miles y miles; que tu
descendencia conquiste las ciudades enemigas”.
Is 14, 12: [contra Babilonia]. ¿Cómo
has caído del cielo, lucero de la aurora, y esetás derrumbado por tierra, agresor
de naciones”.
Gn 12, 3: Bendeciré a los que
te bendigan, maldeciré a los que te maldiga. Con tu nombre se bendecirán todas
las familias del mundo.
2 Cro 3, 1: Salomón comenzó a construir el templo del Señor en
Jerusalén, en el monte Moria – donde el Señor se apareció a su padre, David, en
el lugar que éste había preparado, en la era de Ornán, el jebuseo.
Notas
exegéticas.
22 1 Esta doble llamada, cosa bastante
habitual aparece en Samaritano y en las versiones antiguas.
22 2 2 Cro 3, 1 identifica a Moria
con la colina en que se levantará el templo de Jerusalén. La tradición
posterior aceptó esta localización, pero el texto habla de un país de Moria,
cuyo nombre no aparece en ninguna otra parte; el lugar del sacrificio sigue sin
conocerse.
22 17 Es decir, sus ciudades, como
interpreta el griego; ver 24, 60.
22 18 Esta nueva mención de las
promesas en los vv. 15-18 ha sido insertada en el relato probablemente más
tarde. El autor utiliza aquí el término del juramento que encontramos con
frecuencia en la tradición deuteronómica. La ocupación de la puerta de los
enemigos introduce un matiz bélico en la promesa, matiz que hallamos igualmente
en el Deuteronomio.
Salmo responsorial
Salmo 116 (114), 10.13-19
Caminaré
en presencia del Señor
en
el país de la vida. R/.
Tenía
fe, aun cuando dije:
“¡Qué
desgraciado soy”.
Mucho
le cuesta al Señor
la
muerte de sus fieles. R/.
Señor,
yo soy tu siervo,
siervo
tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste
mis cadenas.
Te
ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando
tu nombre, Señor. R/.
Cumpliré
al Señor mis votos
en
presencia de todo el pueblo,
en
el atrio de la casa del Señor,
en
medio de ti, Jerusalén. R/.
Textos
paralelos.
Mucho le cuesta a Yahvé
la muerte de los que lo aman.
Is 43, 4: Porque te aprecio y
eres valioso y yo te quiero, entregaré hombres a cambio de ti; pueblos a cambio
de tu vida.
Sal 72, 14: Qué lo rescate de
la crueldad y violencia, que aprecie en mucho su sangre
Tú has soltado mis
cadenas.
Sal 86, 16: Mírame y ten piedad,
da fuerza al hijo de tu esclava.
Te ofreceré sacrificio de
acción de gracias.
Lv 7, 12: Si es un sacrificio
de acción de gracias, además de la víctima, se ofrecerán roscas ázimas amasadas
con aceite, obleas ázimas untadas de aceite y flor de harina desleída en
aceite.
Cumpliré mis votos a Yahvé.
Jon 2, 10: Yo, en cambio, te
cumpliré mis botos, mi sacrificio será un grito de acción de gracias: la
salvación viene del Señor.
1 Co 10, 16: La copa de la
bendición que bendecimos ¿no es comunión con la sangre de Cristo? El pan que
partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
Sal 6, 6: Que en el reino de la
muerte nadie te invoca, en el Abismo ¿quién te da gracias?
Notas
exegéticas.
116 “Aleluya” según griego; unido por
el hebreo al salmo anterior, como en los dos salmos siguientes.
16 10 Aquí empieza el Salmo 115 en
griego y Vulgata.
16 13 Rito de acción de gracias
conservado en las liturgias judías y cristiana, ver 1 Co 10, 16.
116 15 La muerte rompería toda la
relación entre ellos y él, ver Sal 6, 6. Las versiones han interpretado este
texto conforme a la idea de la resurrección: “preciosa es a los ojos de Yahvé
la muerte de sus amigos”.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 31b-34.
Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que
no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo
no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que
justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía,
resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros?
Textos
paralelos.
Ante esto, ¿qué podemos
decir?
1 Co 13, 1: Aunque hable todas
las lenguas humanas y angélicas, si no tengo amor, soy un metal estridente o un
platillo estruendoso.
Si Dios está por
nosotros.
Is 50, 7-9: El Señor me ayuda,
por eso no me acobardaba; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo
que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¡quién pleiteará contra
mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mi? Que se me acerque.
Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará? Mirad, todos se gastan como
ropa, los roe la polilla.
El que no perdonó a su propio
hijo.
Gn 22, 16: Juro por mí mismo –
oráculo del Señor –: Por haber obrado así, por no haberte reservado tu hijo, tu
único hijo.
Jn 3, 16: Tanto amó Dios al mundo,
que entregó a su Hijo único, para que quien crea no perezca, sino que tenga
vida eterna.
Rm 5, 6-11: Cuando todavía éramos
inválidos, a su tiempo, Cristo murió por los malvados. Por un inocente quizá
muriera alguien; por una persona buena quizá alguien se arriesgara a morir.
Pues bien, Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros. Con mayor razón, ahora que su sangre nos ha hecho justos, nos
libraremos por él de la condena. Pues, si siendo enemigos, la muerte de su Hijo
nos reconcilió con Dios, con mayor razón, ya reconciliados, nos salvará su
vida. Hay más: por medio de Jesucristo, que nos ha traído al reconciliación,
ponemos nuestro orgullo en Dios.
¿Cómo no va a darnos
gratuitamente todas estas cosas?
2 Co 5, 14-21: Y murió por
todos para que los que viven no vivan para sí, sino para quien por ellos murió
y resucitó. De modo que nosotros en adelante a nadie consideramos con criterios
humanos; y si un tiempo consideramos a Cristo con criterios humanos, ahora ya
no lo hacemos. Si uno es cristiano, es criatura nueva. Lo antiguo pasó, ha
llegado lo nuevo. Y todo es obra de Dios, que nos reconcilió consigo por medio
de Cristo y nos encomendó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios
estaba, por medio de Cristo, reconciliando el mundo consigo, no apuntándole los
delitos, y nos confió el mensaje de la reconciliación. Somos embajadores de
Cristo y es como si Dios hablase por nosotros. Por Cristo os suplicamos: Dejaos
reconciliar con Dios. Al que no supo de pecado, por nosotros lo trató como a
pecador, para que nosotros, por su medio, fuéramos inocentes ante Dios.
1 Jn 4, 10: En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a
su Hijo para expiar nuestros pecados.
¿Quién acusará a los
elegidos de Dios?
Za 3, 1: Después me enseñó al
sumo sacerdote, Josué, de pie ante el ángel del Señor. A su derecha estaba el
Satán acusándolo. El Señor dijo a Satán: “El Señor te llama al orden, Satán, el
Señor, que ha escogido a Jerusalén, te llama al orden. ¿No es ése un tizón
sacado del fuego?
Is 50, 8: Tengo cerca mi
defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Compadezcamos juntos, ¿quién tiene algo
contra mí? Que se me acerque.
Hch 2, 23: A éste, entregado
según el plan previsto por Dios, lo crucificasteis por mano de gente sin ley y
le disteis muerte.
Sal 110, 1: Oráculo del Señor a
mi Señor: “Siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos escabel de tus
pies”.
Hb 7, 25: Así puede salvar
plenamente a los que por su medio acuden a Dios, pues vive siempre para
interceder por ellos.
Notas
exegéticas[1].
8, 31-39 Dios está de nuestro lado. Nos
entregó a su único Hijo, que asumió nuestra humanidad, murió por nosotros,
resucitó de entre los muertos y ahora intercede por nosotros ante el Padre. Él
nos ofrece libremente todas las gracias necesarias para nuestra conversión y
salvación. Todo lo que necesitamos es responder a su amor esforzándonos por
vivir el mensaje del evangelio.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 9, 2-10.
En aquel tiempo Jesús tomó
consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte
alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco
deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les
aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la
palabra y dijo a Jesús:
-Maestro, ¿qué bueno es que
estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías.
No sabía qué decir, pues
estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
-Este es mi Hijo, el amado;
escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor,
no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte,
les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del
hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían
qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
Textos
paralelos.
Mc 9, 2-10 |
Mt 17, 1-8 |
Lc 9, 28-36 |
Seis días más tarde tomó
Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan y se los llevó a una montaña elevada. En su presencia se
transfiguró: sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente, como
no los puede blanquear ningún batanero de este mundo. Se les aparecieron Moisés y
Elías hablando con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo
a Jesús: -Maestro, ¡qué bien se está
aquí! Vamos a armar tres tiendas: una para ti, una para Moisés y una para
Elías. (No sabía lo que decía pues
estaban llenos de miedo). Vino una nube que les hizo
sombra, y salió una voz de la nube: -Este es mi Hijo querido.
Escuchadle. De repente miraron en torno y
no vieron más que a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban de la
montaña les encargó que no contarán a nadie lo que habían visto, si no era
cuando aquel Hombre resucitara de la muerte. Se agarraron a estas palabras y
discutían que significaba resucitar de la muerte. |
Seis días más tarde tomó
Jesús a Pedro, a Jacobo y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una
montaña elevada. Delante de ellos se
transfiguró: su rostro resplandecía como el sol, sus vestidos se volvieron
blancos como la luz. Se les aparecieron Moisés y
Elías conversando con él. Pedro tomó la palabra y dijo
a Jesús: -Señor, qué bien se está
aquí. Si te parece, armaré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías. Todavía estaba hablando,
cuando una nube luminosa les hizo sombra y de la nube salió una voz que
decía: -Este es mi Hijo amado, mi
predilecto. Escuchadle. Al oírlo, los discípulos
cayeron de bruces temblando de miedo. Jesús se acercó, los tocó y les dijo: -¡Levantaos, no temáis! Alzando la vista, no vieron
más que a Jesús solo. Mientras bajaban de la
montaña, Jesús les ordenó: -No contéis a nadie lo que
habéis visto hasta que este Hombre resucite de la muerte. |
Ocho días después de estos discursos,
tomó a pedro, Juan y Santiago y subió a un monte a orar. Mientras oraba, cambió de
aspecto su rostro y sus vestidos resplandecían de blancura. Dos hombres hablaban con él:
eran Moisés y Elías, que aparecieron gloriosos y comentaban la partida que
iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros
estaban cargados de sueño. Al despertar, vieron su gloria y a los dos hombres
que estaban con él. Cuando se retiraron, dijo
Pedro a Jesús: -Maestro, que bien se está
aquí. Armemos tres tiendas: una para ti, una para Moisés y una para Elías. (No sabía lo que decía). Apenas lo dijo, vino una nube
que le hizo sombra. Al entrar en la nube, se asustaron. Y sonó una voz que
decía desde la nube: -Este es mi Hijo elegido.
Escuchadle. Al sonar la voz, se
encontraba Jesús solo. Ellos guardaron silencio y
por entonces no contaron a nadie lo que habían visto. |
Tomó consigo a Pedro,
Santiago y Juan.
Mc 5, 37: No permitió que lo acompañase
nadie, salvo Pedro, Santiago y su hermano Juan.
Se volvieron
resplandecientes, muy blancos.
Mc 16, 5: Entrando en el
sepulcro, vieron un joven vestido con un hábito blanco, sentado a la derecha; y
se quedaron espantadas.
No sabían que responder.
Mc 14, 40: Al volver, los
encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados; y no supieron que
contestar.
Llegó una voz desde la
nube.
Mt 4, 3: Se aceró el tentador y
le dijo: “Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”.
Dt 18, 15: Un profeta de los
tuyos, de tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios; a él le
escucharéis.
Ex 34, 29-30: Cuando Moisés
bajó del monte Sinaí llevaba las dos losas de la alianza en la mano; no sabía
que tenía radiante la cara de habar hablado con el Señor.
Ex 40, 38: De día la nube del
Señor se posaba sobre el santuario, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a
la vista de toda la casa de Israel.
Lv 23, 34: Di a los israelitas:
El día quince del séptimo mes comienza la fiesta de las chozas, dedicada al
Señor, y dura siete días.
Lv 23, 36: Los siete días
ofreceréis oblaciones al Señor. Al octavo volveréis a reuniros en asamblea
litúrgica y a ofrecer una oblación al Señor. Es día de reunión religiosa
solemne. No haréis trabajo alguno.
Mc 1, 11: Se oyó una voz del
cielo: Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto.
Mc 1, 34: Él curo a muchos
enfermos de dolencias diversas, expulsó muchos demonios, y no les permitía
hablar, porque lo conocían.
Notas exegéticas
Biblia de Jerusalén.
9 2 (a) Este episodio cierra la primera
parte del evangelio y hace inclusión con la escena del bautismo de Cristo,
pero, ene l bautismo, se dirigía solo a Cristo, y aquí se dirige a los tres discípulos
presentes, como para confirmar la profesión de fe de Pedro. En la escena del
bautismo, Jesús aparecía como un nuevo Moisés; lo mismo aquí, como subraya la
voz celeste al decir: “Escuchadle”, Dt 18, 15. El “monte alto” donde Cristo se “transfigura”
evoca el Sinaí, donde Moisés se encontró con Dios y de donde bajó con el rostro
irradiando la gloria divina. Ex 34, 29-30. La nube que cubre a los discípulos
con su sombra evoca el texto de Ex 40, 38. Se comprende así por qué, después de
la Transfiguración, Jesús se ocupa más de la formación de sus discípulos y les
da algunos principios de una ética cristiana.
9 2 (b) En el evangelio esta precisión
no tiene valor cronológico; el detalle puede aludir al desarrollo de la fiesta
de las Tiendas, una alegre celebración popular que comenzaba seis días después
del gran día de la Expiación y duraba siete días (Lv 23, 34.36). En la
tradición anterior a la redacción evangélica, podría pues tratarse del primer
día de la fiesta, que Jesús habría celebrado aparte con los suyos, o bien del
último día, marcado por una alegría desbordante.
9 5 La gente solía dirigirse con
este título respetuoso (lit. “mi señor”, de rab “grande”) a los doctores
de la Ley y a otras personalidades. Dirigido a Jesús este título es traducido
como “Maestro” (didaskale) en Jn 1, 38. Hacia finales del s. I, el
término perdió su valor de vocativo y designaba sin más a los doctores de la
Ley (de donde el empleo actual de la palabra “rabino”).
9 7 Esta declaración de filiación
divina recuerda la pronunciada con ocasión del bautismo de Jesús (1, 11).
9 9 Esta obligación del secreto
evoca otras recomendaciones parecidas (Mc 1, 34). Al precisar que el secreto
solo podrá ser dado a conocer tras la resurrección, Mc intenta explicar que era
imposible entender este episodio hasta que se revelase la gloria del Resucitado.
Esto podría hacerse eco de las preocupaciones de la comunidad primitiva: ¿cómo
era posible que, tras semejante manifestación, no fuera Jesús reconocido en
vida como el Mesías?
9 10 Lo que sorprende a los
discípulos no es el hecho de la resurrección (muchos judíos creían en ella),
sino el modo en que Jesús habla de ella. La anuncia como algo próximo, cuando
se esperaba que tendría lugar al final de los tiempos. Por otra parte, la idea
de que el Hijo del hombre glorioso hubiese de experimentar la muerte y la
resurrección no dejaba de ser sorprendente.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.
2-13
La
transfiguración coloca estratégicamente en un solo cuadro la gloria y la cruz;
la enseñanza de este misterio, dirigida a los tres apóstoles más cercanos a
Jesús, tampoco fue entendida por estos. Como en la oración en Getsemaní (4,
40), Pedro se durmió y, al despertar, “no sabía que decir”.
2 UNICAMENTE: lit. únicos,
solos.
4 ELÍAS Y MOISÉS,
representantes del AT (la Ley y los Profetas), también aparecían “transfigurados”;
pero cf. 2 Cor 3, 7.18, donde san Pablo nos recuerda una diferencia: el
resplandor del rostro de Moisés en el AT era pasajero, comparado con la gloria
que ilumina la faz de Cristo. // QUE ESTABAN CONVERSANDO: lit. y estaban
conversando. San Jerónimo, dice de sí mismo a propósito de la
transfiguración: “Cuando leo el Evangelio y veo en él testimonios sobre la Ley
y los Profetas, solo pienso en Cristo: de tal modo veo a Moisés y a los profetas
que pueda entenderlos hablando de Cristo. Finalmente, cuando llegue el
esplendor de Cristo y contemple la brillantísima luz del claro sol, no podré
ver la luz de una lámpara. ¿Acaso puede lucir una lámpara si la enciendes en
pleno día? […] Así, cuando Cristo está presente, comparados con él desaparecen
la Ley y los Profetas. No quito nada a la Ley y a los Profetas, al contrario,
los alabo porque predican a Cristo; pero leo la Ley y los Profetas de modo que
no me quede en la Ley y los Profetas, sino que, a través de la Ley y los
Profetas, llegue a Cristo!
9 Nuevamente con la
consigna del silencio (cf. 1, 34) Jesús intenta prevenir una falsa
interpretación de su exaltación, separada de su pasión y muerte.
10 GUARDARON AQUEL
SECRETO: lit. la palabra guardaron.
Notas exegéticas
desde la Biblia Didajé.
9, 2-13 Solo los apóstoles del círculo
más íntimo de Cristo – Pedro, Santiago y Juan – tuvieron el privilegio de ver su
gloria en la Transfiguración, que muestra el cumplimiento de la Ley (Moisés) y
de los profetas (Elías). La voz de Dios Padre revela que Cristo es su Hijo
amado y ordena que sus palabras sean tomadas en cuenta. Es una escena que
recuerda a su bautismo: la Transfiguración fue una manifestación de la Santísima
Trinidad. Cat. 151, 459, 554-556.
9, 2 Al igual que Moisés recibió la
Ley en el Monte Sinaí, la Transfiguración tuvo lugar en una montaña prominente.
El envolvimiento de Cristo en la luz apunta a la gloria de la resurrección. La
transfiguración dio un especial énfasis a la gloria y la belleza de la
divinidad de Cristo y, al mismo tiempo, preparó a los apóstoles para aceptar el
escándalo de la cruz. Cat. 554, 555, 556.
9, 7 En la Transfiguración, el Padre
confirmó que en su Hijo, Jesucristo, tenemos la plenitud de la Revelación. Cat
459.
9, 10 En la resurrección, anticipada
por Cristo en su transfiguración, el cuerpo del hombre salvado, reunido ya con
el alma para toda la eternidad, será cuerpo glorioso lleno de luz. Cat. 649,
997-999.
Catecismo
de la Iglesia Católica
151 Para el cristiano, creer en Dios
es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, su Hijo amado, en quien
ha puesto su complacencia. Dios nos ha dicho que le escuchemos. El Señor mismo
dice a sus discípulos: “Creed en Dios, creed también en mí” (Jn 14, 1). Podemos
creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: “A Dios nadie le ha
visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado”
(Jn 1, 18). Porque “ha visto al Padre” (Jn 6, 46), él es único en conocerlo y
en poderlo revelar.
459 El Verbo se encarnó para ser
nuestro modelo de santidad. “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí…”
(Mt 11, 29). “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por
mí” (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración ordena: “Escuchadle”
(Mc 9, 7). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la
Ley nueva: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Este
amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo.
554 A partir del día en que Pedro
confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro “comenzó a
mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir […] y ser
condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21): Pedro rechazó este
anuncio y los otros no lo comprendieron mejor. En este contexto se sitúa el
episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús, sobre una montaña, ante
tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos
de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le “hablaban
de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén” (Lc 9, 31). Una nube les
cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: “Este es mi Hijo, mi elegido,
escuchadle” (Lc 9, 55).
555 Por un instante, Jesús muestra
su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que
para “entrar en su gloria” (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en
Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña: la Ley
y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús
es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios. La
nube indica la presencia del Espíritu Santo: “Apareció toda la Trinidad: el
Padre, en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa” (Sto.
Tomás de Aquino. Suma Teológica). “En el monte te transfiguraste, Cristo
Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla.
Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente y
anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre” (Liturgia
Bizantina. Himno breve de la festividad de la Transfiguración del Señor).
556 En el umbral de la vida pública
se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo
de Jesús “fue manifestado el misterio de la primera regeneración”: nuestro Bautismo;
la Transfiguración “es el sacramento de la segunda regeneración”; nuestra
propia resurrección” (Sto. Tomás de Aquino. Suma Teológica).La transfiguración
nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo “el cual
transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo”
(Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que “es necesario que pasemos por
muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14, 22): “Pedro no
había comprendido eso, cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña”. Te ha
reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice:
Desciendo para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser
despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar:
el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando;
la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?” (S.
Agustín, Sermón).
Concilio
Vaticano II
Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la
Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado de los laicos depende de
la unión vital con Cristo, pues, según dice el Señor, “el que permanece en í y
yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 15).
Esta vida de íntima unión con Cristo en la Iglesia se alimenta con los auxilios
espirituales que son comunes a todos los fieles, principalmente con la
participación activa en la sagrada liturgia; los laicos han de utilizar esos
medios de modo que, mientras desempeñan rectamente la tarea del mundo en las
circunstancias ordinarias de la vida, no establezcan una separación entre su
vida y la unión con Cristo, antes bien, crezcan en esta unión al ejercer su
trabajo según la voluntad de Dios. Es necesario que, por este camino, los
laicos avancen en santidad, con espíritu decidido y alegre, esforzándose por
superar las dificultades con prudencia y paciencia. Ni las preocupaciones
familiares ni los demás asuntos temporales deben ser ajenos a la dimensión
espiritual de la vida, según las palabras del Apóstol: “Todo cuanto hacéis de
palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesucristo, dando gracias a
Dios Padre por Él” (Col 3, 17).
Una vida así exige un ejercicio continuo de fe, esperanza y caridad.
Solamente con la luz de la fe y la meditación de la palabra de Dios es
posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, en quien “vivimos, nos
movemos y somos” (Hch 17, 28); buscar la voluntad en todos los acontecimientos,
ver a Cristo en todos los hombres, tanto cercanos como extraños; juzgar
rectamente sobre la verdadera significación y el valor de las realidades
temporales, consideradas en sí mismas y en orden al fin del hombre.
Quienes esa fe viven en la esperanza de la revelación de los hijos de
Dios, recordando la cruz y la resurrección del Señor.
Decreto Apostolicam actuositatem (sobre el apostolado de los laicos),
4.
Comentarios de los Santos Padres.
En seis días, número perfecto, fue creado el mundo entero, la creación
perfecta; por eso, pienso que las palabras “seis días después Jesús tomó consigo”
a algunos de aquellos se refieren al que sobrepasa toda la realidad porque ha
puesto la mirada no solo sobre las cosas visibles (las que suceden en un
instante), sino sobre las invisibles (porque son eternas). Por tanto, si uno de
nosotros desea que Jesús lo tome consigo, lo lleve sobre un monte alto y lo
haga digno de contemplar aparte su transfiguración, que pase por encima de los
seis días, no fije más la mirada en las realidades visibles; que no ame más al
mundo y lo que hay en él, y que no desee ya más cosa alguna mundana.
Orígenes. Comentario al Ev. de Mateo, 12, 36. Pg. 174-175.
Así les manifestó de alguna manera su divinidad y que Dios habitaba en
ellos.
Juan Crisóstomo. Sobre la vanidad de las riquezas, 10. Pg. 175.
Y cuando se transfigure, también su rostro brillará como el sol, pues se
manifiesta a los hijos de la luz, que han abandonado las obras de las tinieblas
y son revestidos de las armas de la luz.
Orígenes. Comentario al Ev. de Mateo, 12, 37. Pg. 176.
Lo que para los ojos de la carne es este sol, también lo es el Señor para
los ojos del corazón.
Agustín, Sermón, 78, 2. Pg. 176.
Porque resplandeció más que el sol y que la nieve, por eso se cayeron, al
no soportar el esplendor.
Juan Crisóstomo. Sobre la vanidad de las riquezas, 10. Pg. 176.
Si alguno preguntara qué significa simbólicamente el vestido del Señor,
que se volvió blanco como la nieve, podemos entender con razón que se refiere a
la Iglesia de sus santos… que en el momento de la resurrección serán
purificados de toda mancha de pecado y de cualquier obscuridad de mortalidad.
Ningún médico de almas o purificador destacado de su propio cuerpo puede
hacer en la tierra lo que el Señor hará en el cielo, cuando purifique su
vestido, es decir, la Iglesia “de toda impureza de carne o del espíritu” y la
restaure de nuevo con la bienaventuranza y la luz eterna de la carne y del
espíritu.
Beda, Homilías sobre los Evangelios, 1, 24. Pg. 177.
Ambos se opusieron libremente a los tiranos: uno contra el de Egipto, y
el otro contra Acab, y esto por hombres ingratos y desobedientes. Ambos eran
hombres sin cargos públicos: uno era tartamudo y de voz débil; el otro, de porte
rústico; grandes cultivadores de la pobreza, pues ni Moisés poseía nada, ni
Elías tenía cosa alguna, fuera de su piel de oveja.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev. de Mateo, 56, 2. Pg. 177.
En Moisés y Elías se pueden ver a todos los que reinarán con el Señor; en
Moisés que murió y fue sepultado, podemos entender a todos aquellos que
resucitarán de la muerte en el juicio, mientras que Elías, que todavía no ha
muerto, podemos entender a todos aquellos que a la llegada del Juez todavía se
encuentran en vida.
Beda. Homilías sobre los Evangelios, 1, 24. Pgs. 177-178.
Oh Pedro, aunque hayas subido al monte, aunque estés viendo a Jesús
transfigurado, aunque veas sus vestidos blancos, sin embargo, porque Cristo aun
no ha muerto por ti, todavía no puedes conocer la verdad.
Jerónimo, Comentario al Ev. de Marcos, homilía 6. Pg. 178.
A mí me parece que esta nube era la gracia del Espíritu Santo. Una tienda
ciertamente cubre y protege con su sombra a los que están dentro de ella. Pues
bien, esto, que ordinariamente hacen las tiendas, lo hizo la nube. ¡Oh Pedro,
que quieres hacer tres tiendas, mira la tienda del Espíritu Santo, que a todos
nosotros igualmente nos protege!
Jerónimo, Comentario al Ev. de Marcos, homilía 6. Pg. 178.
No hagas tiendas igualmente para el Señor y para los siervos: “Este es mi
Hijo amadísimo, escuchadle”. Este es mi Hijo: no Moisés ni Elías. Ellos son
siervos, éste es mi Hijo.
Jerónimo. Comentario al Ev. de Marcos, homilía 6.
Allí estaban Moisés y Elías; sin embargo, no se dijo: “Estos son mis hijos
amados”. Una cosa es ser Hijo Único, y otra distinta, hijos adoptivos. El
designado por la voz era aquel de quien se gloriaban la ley y los profetas.
Agustín, Sermón, 78, 4. Pg. 179.
Yo, cuando leo el Evangelio y descubro allí el testimonio de la ley y los
profetas pongo mi atención solamente en Cristo: veo a Moisés y veo a los
profetas, de manera que comprendo, en tanto cuanto hablan Cristo… Si luce el
sol, la luz de la lámpara no se percibe: de este mismo modo, estando Cristo
presente, no se perciben a su lado la ley y los profetas, al contrario, hago de
ellos una alabanza, porque anuncian a Cristo, pero yo leo la ley y los
profetas, no para quedarme en ellos, sino para, a través de ellos, llegar a
Cristo.
Jerónimo. Comentario al Ev. de Marcos, homilía 6. Pg. 179.
Les manda callar y no sin razón, porque de nuevo les recuerda la pasión,
con lo que de forma velada les da a entender la causa por la cual les ordenaba
callar. Ciertamente, no les mandó que guardaran silencio siempre, sino solo
hasta que Él resucitara de entre los muertos. Y debemos darnos cuenta de cómo
callando lo difícil, hace mención únicamente de lo agradable.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev. de Mateo, 56, 4. Pg. 180.
San Agustín.
Ve esto Pedro y, juzgando de lo humano a lo humano,
dice: Señor, bueno es estarnos aquí. Sufría el tedio de la turba,
había encontrado la soledad de la montaña. Allí tenía a Cristo, pan del alma.
¿Para qué salir de aquel lugar hacia las fatigas y los dolores, teniendo los
santos amores de Dios y, por tanto, las buenas costumbres? Quería que le fuera
bien, por lo que añadió: Si quieres, hagamos tres tiendas, una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías. Nada respondió a esto el Señor,
pero Pedro recibió, no obstante, una respuesta, pues mientras decía esto, vino
una nube refulgente y los cubrió. Él buscaba tres tiendas. La respuesta del
cielo manifestó que para nosotros es una sola cosa lo que el sentido humano quería
dividir. Cristo es la Palabra de Dios, Palabra de Dios en la ley, Palabra de
Dios en los profetas. ¿Por qué quieres dividir, Pedro? Más te conviene unir.
Busca tres, pero comprende también la unidad.
Oído esto, cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta
en la Iglesia el reino de Dios. En ella está el Señor, la ley y los profetas;
pero el Señor como Señor; la ley en Moisés, la profecía en Elías, en condición
de servidores, de ministros. Ellos, como vasos; él, como fuente. Moisés y los
profetas hablaban y escribían, pero cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.
Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña,
pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta,
increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos
tormentos para poseer en la caridad, por el candor y la belleza de las buenas
obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor.
San Juan de Ávila.
Y cierto, si con esos
ojos miráredes a Cristo, no os parecerá feo, como a los carnales, que en su
pasión le despreciaban; mas con los santos apóstoles que en el monte Tabor le
miraron, pareceros ha su cara resplandeciente como el sol, y sus vestiduras
blancas como la nieve (Mt 17, 2), y tan blancas, que, como dice San Marcos,
ningún batanero sobre la tierra los pudiera emblanquecer tan bien (Mc 9,
2), lo cual significa que nosotros, que somos dichos vestidura de Cristo (Is
49, 18), porque le rodeamos y ataviamos con creerle y alabarle, y amarle, somos
tan blanqueados por Él que ningún hombre sobre la tierra nos pudiera dar la
hermosura que Él nos dio. Parézcaos Él como el sol, y las almas por Él
redimidas blancas como la nieve. Aquellas, digo, que confesando y
conociendo y aborreciendo su propia fealdad, piden cual salen tan hermoseadas
por Él que basten para enamorar a Dios, y que les sean cantadas con gran verdad
las palabras ya dichas: Deseará el Rey tu hermosura (Sal 44, 12).
Audi, filia [I].
Hermosura del alma, 36. OC I. Pg. 532.
Ningún batanero sobre
la tierra las pudiera emblanquecer tan bien (Mc
9, 3). Lo cual significa que nosotros que somos dichos vestidura de Cristo, porque le rodeamos y ataviamos con
creerle y amarle y alabarle, somos tan blanqueados por él que ningún hombre
sobre la tierra nos pudiera dar la hermosura que él nos dio de gracia y
justicia (cf. Is 49, 18; Ef 2, 10). Parézcanos él como el sol y las
ánimas por él redemidas, blancas como la nieve. Aquellas, digo, que,
confesando y aborreciendo con dolor su propia fealdad, piden ser hermoseadas y lavadas
en esta piscina de sangre del Salvador; de la cual salen tan hermosas, justas y
ricas, con la gracia y dones que reciben por él, que bastan a enamorar los ojos
de Dios, y que le sean cantadas con gran verdad y alegría las palabras ya
dichas: Deseará el rey tu hermosura (Sal 44, 12).
Audi, filia [II], cap. 113, 5. OC I. Pg. 780.
Y pues, recibiendo el
cuerpo del Señor, recebimos también su sangre, que en sus venas está, no se
maraville nadie que metiéndonos en esta piscina, que, aunque roja en el color
tiene virtud de emblanquecer, salgan nuestros vestidos limpios y sin manchas,
que, como dice el evangelista San Marcos, ningún batanero sobre la tierra tan
blancas las pudiera parar (Mc 9, 2). Y entonces obra el Señor lo que está
escrito: Que se entregó a la muerte para parar a su Iglesia hermosa, que no
tenga mancha ni ruga, ni cosa de esta hechura, para que sea santa y sin mancha de
pecado venial (cf. Ef 5, 25-27); porque tales para a los que bien le reciben,
que no les queda mancha de pecado venial y les quita las rugas de las
imperfecciones.
51. Santísimo Sacramento,
42. OC III. Pg. 671.
Pues representada por la
pureza de holanda[2]
y ganada con trabajos como la blancura de la holanda, viste hoy el Señor
benignísimo al ánima de su sacratísima Madre, y también hoy, o al tercero día,
le resucita su santísimo cuerpo, y, vestido de gloria, lo junta con el ánima
que tiene más gloria.
71. Asunción de María,
24. OC III. Pg. 985.
Sobre todo, metámonos, y
no para luego salir, mas para morar, en las llagas de Cristo, y principalmente
en su costado, que allí en su corazón, partido por nos, cabrá el nuestro y se
calentará con la grandeza del amor suyo. Porque ¿quién, estando en el fuego, no
se calentará siquiera un poquito? ¡Oh si allí morásemos, y qué bien nos iría!
¿Qué es la causa por que tan presto nos salimos de allí? ¿Por qué no tomamos
estas cinco moradas en el alto monte de la cruz, adonde Cristo se transfiguró,
no en hermosura, mas en fealdad, en bajeza, en deshonra? Las cuales moradas nos
son otorgadas, y somos rogados con ellas, siendo negadas a Pedro las tres que
pedía (cf. Mc 9, 4).
74. A una persona
religiosa. OC IV. Pg. 320.
San Oscar Romero.
¡Esta es la transformación que necesita nuestra Patria!. Esta es la
transfiguración del Cristo de hoy. Es el Cristo que, desde la altura de una
montaña, no para alejarse de los hombres, sino para ponerse como un ejemplo nos
dice: lo único que vale es esta felicitación del cielo: "Este es mi Hijo
amado", ser un Hijo de Dios. Ser pobre o ser rico, no importa, pero ser
Hijo de Dios, sobre todo, el Hijo de sus complacencias.
A esto hago un llamamiento a todos, queridos hermanos, a que
aprovechemos nuestra Cuaresma para superar todas estas miserias y dolores que
nos circundan. Y aunque sea caminando siempre en la pobreza y en la
tribulación, no conformista pero sí con la mente muy elevada, hagamos de cada
salvadoreño y de toda la sociedad salvadoreña en general, una gran
transfiguración.
Así sea.......
Homilía,
11 de marzo de 1979.
Papa Francisco. Ángelus. 1 de marzo de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El domingo pasado la liturgia nos presentó a Jesús
tentado por Satanás en el desierto, pero victorioso en la tentación. A la luz
de este Evangelio, hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra condición de
pecadores, pero también de la victoria sobre el mal donada a quienes inician el
camino de conversión y que, como Jesús, quieren hacer la voluntad del Padre. En
este segundo domingo de Cuaresma, la Iglesia nos indica la meta de este
itinerario de conversión, es decir, la participación en la gloria de Cristo,
que resplandece en el rostro del Siervo obediente, muerto y resucitado por
nosotros.
El pasaje evangélico narra el acontecimiento de la
Transfiguración, que se sitúa en la cima del ministerio público de Jesús. Él
está en camino hacia Jerusalén, donde se cumplirán las profecías del «Siervo de
Dios» y se consumará su sacrificio redentor. La multitud no entendía esto: ante
las perspectivas de un Mesías que contrasta con sus expectativas terrenas, lo
abandonaron. Pero ellos pensaban que el Mesías sería un liberador del
dominio de los romanos, un liberador de la patria, y esta perspectiva de Jesús
no les gusta y lo abandonan. Incluso los Apóstoles no entienden las palabras
con las que Jesús anuncia el cumplimiento de su misión en la pasión gloriosa,
¡no comprenden! Jesús entonces toma la decisión de mostrar a Pedro, Santiago
y Juan una anticipación de su gloria, la que tendrá después de la
resurrección, para confirmarlos en la fe y alentarlos a seguirlo por la senda
de la prueba, por el camino de la Cruz. Y, así, sobre un monte alto, inmerso en
oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian
una luz resplandeciente. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube
los envuelve y desde lo alto resuena —como en el Bautismo en el Jordán— la voz
del Padre: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9, 7). Jesús es el Hijo
hecho Siervo, enviado al mundo para realizar a través de la Cruz el proyecto de
la salvación, para salvarnos a todos nosotros. Su adhesión plena a la
voluntad del Padre hace su humanidad transparente a la gloria de Dios, que es
el Amor.
Jesús se revela así como el icono perfecto del
Padre, la irradiación de su gloria. Es el cumplimiento de la revelación;
por eso junto a Él transfigurado aparecen Moisés y Elías, que representan la
Ley y los Profetas, para significar que todo termina y comienza en Jesús, en su
pasión y en su gloria.
La consigna para los discípulos y para nosotros es
esta: «¡Escuchadlo!». Escuchad a Jesús. Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar
a Cristo, en efecto, lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse
en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en
dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las
cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras,
estar dispuestos a «perder la propia vida» (cf. Mc 8, 35), entregándola a fin
de que todos los hombres se salven: así, nos encontraremos en la felicidad
eterna. El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad, ¡no lo
olvidéis! El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. Habrá
siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la
felicidad. Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si
vamos por sus caminos.
Con Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros
hoy al monte de la Transfiguración y permanezcamos en contemplación del rostro
de Jesús, para acoger su mensaje y traducirlo en nuestra vida; para que también
nosotros podamos ser transfigurados por el Amor. En realidad, el amor es capaz
de transfigurar todo. ¡El amor transfigura todo! ¿Creéis en esto? Que la Virgen
María, que ahora invocamos con la oración del Ángelus, nos sostenga en este
camino.
Papa Francisco. Ángelus. 25 de
febrero de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio hoy, segundo domingo de Cuaresma, nos
invita a contemplar la transfiguración de Jesús (cf. Marcos 9, 2-10).
Este episodio está ligado a lo que sucedió seis
días antes, cuando Jesús había desvelado a sus discípulos que en Jerusalén
debería «sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitado a los tres días» (Marcos 8,
31).
Este anuncio había puesto en crisis a Pedro y a
todo el grupo de discípulos, que rechazaban la idea de que Jesús terminara
rechazado por los jefes del pueblo y después matado.
Ellos, de hecho, esperaban a un Mesías poderoso,
fuerte, dominador; en cambio, Jesús se presenta como humilde, como manso,
siervo de Dios, siervo de los hombres, que deberá entregar su vida en
sacrificio, pasando por el camino de la persecución, del sufrimiento y de la
muerte.
Pero, ¿cómo poder seguir a un Maestro y Mesías
cuya vivencia terrenal terminaría de ese modo? Así pensaban ellos. Y la
respuesta llega precisamente de la transfiguración. ¿Qué es la transfiguración
de Jesús? Es una aparición pascual anticipada.
Jesús toma consigo a los tres discípulos Pedro,
Santiago y Juan y «los lleva, a ellos solos, a parte, a un monte alto» (Marcos
9, 2); y allí, por un momento, les muestra su gloria, gloria de Hijo de Dios.
Este evento de la transfiguración permite así a los
discípulos afrontar la pasión de Jesús de un modo positivo, sin ser
arrastrados. Lo vieron como será después de la pasión, glorioso.
Y así Jesús les prepara para la prueba. La
transfiguración ayuda a los discípulos, y también a nosotros, a entender que la
pasión de Cristo es un misterio de sufrimiento, pero es sobre todo un regalo de
amor, de amor infinito por parte de Jesús.
El evento de Jesús transfigurándose sobre el monte
nos hace entender mejor también su resurrección. Para entender el misterio
de la cruz es necesario saber con antelación que el que sufre y que es
glorificado no es solamente un hombre, sino el Hijo de Dios, que con su
amor fiel hasta la muerte nos ha salvado. El padre renueva así su declaración
mesiánica sobre el Hijo, ya hecha en la orilla del Jordán después del bautismo
y exhorta: «Escuchadle» (v. 7).
Los discípulos están llamados a seguir al Maestro
con confianza, con esperanza, a pesar de su muerte; la divinidad de Jesús debe
manifestarse precisamente en la cruz, precisamente en su morir «de aquel modo»,
tanto que el evangelista Marcos pone en la boca del centurión la profesión de
fe: «Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios» (15, 39). Nos dirigimos
ahora en oración a la Virgen María, la criatura humana transfigurada
interiormente por la gracia de Cristo. Nos encomendamos confiados a su maternal
ayuda para proseguir con fe y generosidad el camino de la Cuaresma.
Papa Francisco. Ángelus. 28 de
febrero de 2021.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Este segundo domingo de Cuaresma nos invita a
contemplar la transfiguración de Jesús en el monte, ante tres discípulos (cf.
Mc 9,2-10). Poco antes, Jesús había anunciado que, en Jerusalén, sufriría
mucho, sería rechazado y condenado a muerte. Podemos imaginar lo que debió
ocurrir en el corazón de sus amigos, de sus amigos íntimos, sus discípulos: la
imagen de un Mesías fuerte y triunfante entra en crisis, sus sueños se hacen
añicos, y la angustia los asalta al pensar que el Maestro en el que habían
creído sería ejecutado como el peor de los malhechores. Y precisamente en ese
momento, con esa angustia del alma, Jesús llama a Pedro, Santiago y Juan y
los lleva consigo a la montaña.
Dice el Evangelio: «Los llevó a un monte» (v. 2). En
la Biblia el monte siempre tiene un significado especial: es el lugar elevado,
donde el cielo y la tierra se tocan, donde Moisés y los profetas vivieron la
extraordinaria experiencia del encuentro con Dios. Subir al monte es acercarse
un poco a Dios. Jesús sube con los tres discípulos y se detienen en la cima
del monte. Aquí, Él se transfigura ante ellos. Su rostro radiante y sus
vestidos resplandecientes, que anticipan la imagen de Resucitado, ofrecen a
estos hombres asustados la luz, la luz de la esperanza, la luz para atravesar
las tinieblas: la muerte no será el fin de todo, porque se abrirá a la gloria
de la Resurrección. Jesús, pues, anuncia su muerte, los lleva al monte y les
muestra lo que sucederá después, la Resurrección.
Como exclamó el apóstol Pedro (cf. v. 5), es bueno
estar con el Señor en el monte, vivir esta "anticipación" de luz en
el corazón de la Cuaresma. Es una invitación para recordarnos, especialmente
cuando atravesamos una prueba difícil —y muchos de vosotros sabéis lo que es
pasar por una prueba difícil—, que el Señor ha resucitado y no permite que la
oscuridad tenga la última palabra.
A veces pasamos por momentos de oscuridad en
nuestra vida personal, familiar o social, y tememos que no haya salida. Nos sentimos
asustados ante grandes enigmas como la enfermedad, el dolor inocente o el
misterio de la muerte. En el mismo camino de la fe, a menudo tropezamos
cuando nos encontramos con el escándalo de la cruz y las exigencias del
Evangelio, que nos pide que gastemos nuestra vida en el servicio y la perdamos
en el amor, en lugar de conservarla para nosotros y defenderla. Necesitamos,
entonces, otra mirada, una luz que ilumine en profundidad el misterio de la
vida y nos ayude a ir más allá de nuestros esquemas y más allá de los criterios
de este mundo. También nosotros estamos llamados a subir al monte, a
contemplar la belleza del Resucitado que enciende destellos de luz en cada
fragmento de nuestra vida y nos ayuda a interpretar la historia a partir de la
victoria pascual.
Pero tengamos cuidado: ese sentimiento de Pedro de
que “es bueno estarnos aquí” no debe convertirse en pereza espiritual. No
podemos quedarnos en el monte y disfrutar solos de la dicha de este encuentro.
Jesús mismo nos devuelve al valle, entre nuestros hermanos y a nuestra vida
cotidiana. Debemos guardarnos de la pereza espiritual: estamos bien, con
nuestras oraciones y liturgias, y esto nos basta. ¡No! Subir al monte no es
olvidar la realidad; rezar nunca es escapar de las dificultades de la vida;
la luz de la fe no es para una bella emoción espiritual. No, este no es el
mensaje de Jesús. Estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo para que,
iluminados por su luz, podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes.
Encender pequeñas luces en el corazón de las personas; ser pequeñas
lámparas del Evangelio que lleven un poco de amor y esperanza: ésta es la
misión del cristiano.
Recemos a María Santísima para que nos ayude a
acoger con asombro la luz de Cristo, a guardarla y a compartirla.
Benedicto XVI. Ángelus. 12 de
marzo de 2006.
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer por la mañana concluyó la semana de ejercicios
espirituales, que el patriarca emérito de Venecia, cardenal Marco Cè, predicó
aquí, en el palacio apostólico. Fueron días dedicados totalmente a la escucha
del Señor, que siempre nos habla, pero espera de nosotros mayor atención,
especialmente en este tiempo de Cuaresma. Nos lo recuerda también la página
evangélica de este domingo, que propone de nuevo la narración de la
transfiguración de Cristo en el monte Tabor.
Mientras estaban atónitos en presencia del Señor
transfigurado, que conversaba con Moisés y Elías, Pedro, Santiago y Juan fueron
envueltos repentinamente por una nube, de la que salió una voz que
proclamó: "Este es mi Hijo amado;
escuchadlo" (Mc 9, 7).
Cuando se tiene la gracia de vivir una fuerte
experiencia de Dios, es como si se viviera algo semejante a lo que les sucedió
a los discípulos durante la Transfiguración: por un momento se gusta anticipadamente algo
de lo que constituirá la bienaventuranza del paraíso. En general, se trata de
breves experiencias que Dios concede a veces, especialmente con vistas a duras
pruebas. Pero a nadie se le concede vivir "en el Tabor"
mientras está en esta tierra. En efecto, la existencia humana es un
camino de fe y, como tal, transcurre más en la penumbra que a plena luz, con
momentos de oscuridad e, incluso, de tinieblas. Mientras estamos aquí,
nuestra relación con Dios se realiza más en la escucha que en la visión; y la
misma contemplación se realiza, por decirlo así, con los ojos cerrados,
gracias a la luz interior encendida en nosotros por la palabra de Dios.
También la Virgen María, aun siendo entre todas las
criaturas humanas la más cercana a Dios, caminó día a día como en una
peregrinación de la fe (cf. Lumen gentium, 58), conservando y meditando
constantemente en su corazón las palabras que Dios le dirigía, ya sea a través
de las Sagradas Escrituras o bien mediante los acontecimientos de la vida de su
Hijo, en los que reconocía y acogía la misteriosa voz del Señor. He aquí,
pues, el don y el compromiso de cada uno de nosotros durante el tiempo
cuaresmal: escuchar a Cristo, como
María. Escucharlo en su palabra, custodiada en la Sagrada Escritura. Escucharlo
en los acontecimientos mismos de nuestra vida, tratando de leer en ellos los
mensajes de la Providencia. Por último, escucharlo en los hermanos,
especialmente en los pequeños y en los pobres, para los cuales Jesús mismo
pide nuestro amor concreto. Escuchar a Cristo y obedecer su voz: este es el camino real, el único que conduce
a la plenitud de la alegría y del amor.
Benedicto XVI. Ángelus. 8 de marzo
de 2009.
Queridos hermanos y hermanas:
Durante los días pasados, como sabéis, hice los
ejercicios espirituales juntamente con mis colaboradores de la Curia romana.
Fue una semana de silencio y de oración: la mente y el corazón pudieron
dedicarse totalmente a Dios, a la escucha de su Palabra y a la meditación de
los misterios de Cristo. Con las debidas proporciones, es algo así como lo que
les sucedió a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, cuando Jesús los llevó a
ellos solos a un monte alto, en un lugar apartado, y mientras oraba se "transfiguró":
su rostro y su persona se volvieron luminosos, resplandecientes.
La liturgia vuelve a proponer este célebre episodio
precisamente hoy, segundo domingo de Cuaresma (cf. Mc 9, 2-10). Jesús
quería que sus discípulos, de modo especial los que tendrían la
responsabilidad de guiar a la Iglesia naciente, experimentaran directamente
su gloria divina, para afrontar el escándalo de la cruz. En efecto, cuando
llegue la hora de la traición y Jesús se retire a rezar a Getsemaní, tomará
consigo a los mismos Pedro, Santiago y Juan, pidiéndoles que velen y oren con
él (cf. Mt 26, 38). Ellos no lo lograrán, pero la gracia de Cristo los
sostendrá y les ayudará a creer en la resurrección.
Quiero subrayar que la Transfiguración de Jesús
fue esencialmente una experiencia de oración (cf. Lc 9, 28-29). En efecto, la
oración alcanza su culmen, y por tanto se convierte en fuente de luz interior,
cuando el espíritu del hombre se adhiere al de Dios y sus voluntades se funden
como formando una sola cosa. Cuando Jesús subió al monte, se sumergió en la
contemplación del designio de amor del Padre, que lo había mandado al mundo
para salvar a la humanidad. Junto a Jesús aparecieron Elías y Moisés, para
significar que las Sagradas Escrituras concordaban en anunciar el misterio de
su Pascua, es decir, que Cristo debía sufrir y morir para entrar en su
gloria (cf. Lc 24, 26. 46). En aquel momento Jesús vio perfilarse ante él la
cruz, el extremo sacrificio necesario para liberarnos del dominio del pecado y
de la muerte. Y en su corazón, una vez más, repitió su "Amén".
Dijo "sí", "heme aquí", "hágase, oh Padre, tu voluntad
de amor". Y, como había sucedido después del bautismo en el Jordán,
llegaron del cielo los signos de la complacencia de Dios Padre: la luz, que
transfiguró a Cristo, y la voz que lo proclamó "Hijo amado" (Mc 9,
7).
Juntamente con el ayuno y las obras de
misericordia, la oración forma la estructura fundamental de nuestra vida
espiritual. Queridos hermanos y hermanas, os exhorto a encontrar en este
tiempo de Cuaresma momentos prolongados de silencio, posiblemente de retiro,
para revisar vuestra vida a la luz del designio de amor del Padre celestial.
En esta escucha más intensa de Dios dejaos guiar por la Virgen María, maestra y
modelo de oración. Ella, incluso en la densa oscuridad de la pasión de Cristo,
no perdió la luz de su Hijo divino, sino que la custodió en su alma. Por eso,
la invocamos como Madre de la confianza y de la esperanza.
Benedicto XVI. Ángelus. 4 de marzo
de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo, el segundo de Cuaresma, se
caracteriza por ser el domingo de la Transfiguración de Cristo. De hecho,
durante la Cuaresma, la liturgia, después de habernos invitado a seguir a
Jesús en el desierto, para afrontar y superar con él las tentaciones, nos
propone subir con él al «monte» de la oración, para contemplar en su rostro
humano la luz gloriosa de Dios. Los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas
atestiguan de modo concorde el episodio de la transfiguración de Cristo. Los
elementos esenciales son dos: en primer lugar, Jesús sube con sus
discípulos Pedro, Santiago y Juan a un monte alto, y allí «se transfiguró
delante de ellos» (Mc 9, 2), su rostro y sus vestidos irradiaron una luz
brillante, mientras que junto a él aparecieron Moisés y Elías; y, en segundo
lugar, una nube envolvió la cumbre del monte y de ella salió una voz que decía:
«Este es mi Hijo amado, escuchadlo» (Mc 9, 7). Por lo tanto, la luz y la
voz: la luz divina que resplandece en el rostro de Jesús, y la voz del Padre
celestial que da testimonio de él y manda escucharlo.
El misterio de la Transfiguración no se debe
separar del contexto del camino que Jesús está recorriendo. Ya se ha dirigido
decididamente hacia el cumplimiento de su misión, a sabiendas de que, para
llegar a la resurrección, tendrá que pasar por la pasión y la muerte de cruz.
De esto les ha hablado abiertamente a sus discípulos, los cuales sin embargo no
han entendido; más aún, han rechazado esta perspectiva porque no piensan como
Dios, sino como los hombres (cf. Mt 16, 23). Por eso Jesús lleva consigo a tres
de ellos al monte y les revela su gloria divina, esplendor de Verdad y de Amor.
Jesús quiere que esta luz ilumine sus corazones cuando pasen por la densa
oscuridad de su pasión y muerte, cuando el escándalo de la cruz sea
insoportable para ellos. Dios es luz, y Jesús quiere dar a sus amigos más
íntimos la experiencia de esta luz, que habita en él. Así, después de
este episodio, él será en ellos una luz interior, capaz de protegerlos de los
asaltos de las tinieblas. Incluso en la noche más oscura, Jesús es la
luz que nunca se apaga. San Agustín resume este misterio con una
expresión muy bella. Dice: «Lo que para los ojos del cuerpo es el sol que
vemos, lo es [Cristo] para los ojos del corazón" (Sermo 78, 2: pl 38,
490).
Queridos hermanos y hermanas, todos necesitamos luz
interior para superar las pruebas de la vida. Esta luz viene de Dios, y nos la
da Cristo, en quien habita la plenitud de la divinidad (cf. Col 2, 9). Subamos
con Jesús al monte de la oración y, contemplando su rostro lleno de amor y de
verdad, dejémonos colmar interiormente de su luz. Pidamos a la Virgen María,
nuestra guía en el camino de la fe, que nos ayude a vivir esta experiencia
en el tiempo de la Cuaresma, encontrando cada día algún momento para orar en
silencio y para escuchar la Palabra de Dios.
Francisco. Catequesis. Vicios y
virtudes. 8. La acedía.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Entre todos los vicios capitales hay uno que a
menudo pasa inadvertido, quizás en virtud de su nombre, que a muchos les
resulta poco comprensible: estoy hablando de la acedia. Por eso, en el catálogo
de los vicios, el término acedia está a menudo sustituido por otro de uso mucho
más común: la pereza. En realidad, la pereza es más un efecto que una causa.
Cuando una persona permanece inactiva, indolente, apática, nosotros decimos que
es perezosa. Pero, como enseña la sabiduría de los antiguos padres del desierto,
a menudo la raíz de esta pereza es la acedia, en griego significa
literalmente “falta de cuidado”.
Se trata de una tentación muy peligrosa, con la que
no se debe jugar. Quien cae víctima de este vicio es como si estuviera
aplastado por un deseo de muerte: todo le disgusta; la relación con Dios se le
vuelve aburrida; y también los actos más santos, los que le habían
calentado el corazón, ahora, le parecen completamente inútiles. La
persona empieza a lamentar el paso del tiempo y la juventud que queda
irremediablemente atrás.
La acedia ha sido definida como “el demonio del
mediodía”: nos atrapa en mitad del día, cuando la fatiga está en su ápice y las
horas que nos esperan nos parecen monótonas, imposibles de vivir. En una célebre
descripción, el monje Evagrio representa así esta tentación: «El ojo del
acidioso se fija en las ventanas continuamente y en su mente imagina visitantes
[…] Cuando lee, el acidioso bosteza a menudo y se deja llevar fácilmente por el
sueño, se frota los ojos, se refriega las manos y, apartando la mirada del
libro, la fija en la pared; después, dirigiéndola nuevamente al libro, lee un
poco más […]; finalmente, inclinando la cabeza, coloca el libro debajo de ella
y se duerme en un sueño ligero, hasta que el hambre lo despierta y le apremia a
atender sus necesidades»; en conclusión, «el acidioso no realiza con solicitud
la obra de Dios» [1].
Los lectores contemporáneos advierten en estas
descripciones algo que recuerda mucho el mal de la depresión, tanto desde el
punto de vista psicológico como filosófico. En efecto, para quienes están
atenazados por la acedia, la vida pierde su sentido, rezar es aburrido, cada
batalla parece carecer de significado. Las pasiones que alimentamos en la
juventud ahora nos parecen ilógicas, sueños que no nos hicieron felices. Así
que nos dejamos llevar y la distracción, el no pensar, parecen ser la única
salida: a uno le gustaría estar aturdido, tener la mente completamente
vacía… Es un poco como morir anticipadamente, y es feo.
Contra este vicio, del que nos damos cuenta que es
tan peligroso, los maestros de espiritualidad prevén varios remedios. Me
gustaría señalar el que me parece más importante y que yo llamaría la
paciencia de la fe. Aunque bajo el azote de la acedia el deseo del hombre
es estar "en otra parte", escapar de la realidad, hay que tener
en cambio el valor de permanecer y acoger en mi "aquí y ahora", en
mi situación tal como y es, la presencia de Dios. Los monjes dicen que
para ellos la celda es la mejor maestra de vida, porque es el lugar que
concreta y cotidianamente te habla de tu historia de amor con el Señor. El
demonio de la acedia quiere destruir precisamente esta alegría sencilla del
aquí y ahora, este asombro agradecido ante la realidad; quiere hacerte creer
que todo es en vano, que nada tiene sentido, que no vale la pena preocuparse
por nada ni por nadie. En la vida encontramos gente “acidiosa”, personas de las
que decimos: “¡Pero este es aburrido!”, y no nos gusta estar con ellas;
personas que incluso tienen una actitud de aburrimiento que contagia. Eso es la
acedia.
¡Cuánta gente, presa en las garras de la acedia,
movida por una inquietud sin rostro, ha abandonado tontamente el camino del
bien que había emprendido! La de la acedia es una batalla decisiva que hay que
ganar a toda costa. Y es una batalla de la que no se han librado ni siquiera a los
santos, porque en muchos de sus diarios hay páginas que revelan momentos
tremendos, verdaderas noches de fe en las que todo parecía oscuro. Estos
santos nos enseñan a atravesar la noche con paciencia, aceptando la pobreza
de la fe. Recomiendan, bajo la opresión de la acedia, mantener una medida
de compromiso más pequeña, fijarse metas más al alcance de la mano y, al
mismo tiempo, resistir y perseverar apoyándose en Jesús, que nunca nos
abandona en la tentación.
La fe atormentada por la prueba de la acedia no pierde su
valor. Al contrario, es la fe verdadera, la humanísima fe que, a
pesar de todo, a pesar de la oscuridad que la ciega, sigue humildemente
creyendo. Es esa fe que permanece
en el corazón, como las brasas bajo las cenizas. Siempre permanece. Y si
alguno de nosotros cae en este vicio o en la tentación de la acedia, que
intente mirar en su interior y custodiar las brasas de la fe: así es como
se sigue adelante.
[1] [] Evagrio Pontico, Los ocho espíritus
malvados, 14.
Monición de entrada.
Sed
bienvenidos, sobre todo nuestras madres y padres:
En todos
los pueblos hay una iglesia y en las iglesias todos los domingos se hace misa.
En la misa
lo primero que hacemos es pedirle perdón a Jesús.
Porque a
veces entramos corriendo, hablamos en misa y no estamos en la iglesia como
Jesús quiere.
Y Jesús
quiere que la iglesia sea una casa de silencio y oración.
Señor, ten piedad.
Tú que eres
nuestra ley. Señor, ten piedad.
Tú que eres
el templo de Dios. Cristo, ten piedad.
Tú que eres
el amor de Dios. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa
Francisco que siga siendo un espejo de cómo ser cristiano. Te lo pedimos Señor.
-Por la
Iglesia, para que cada día sea más como Jesús quiere. Te lo pedimos Señor.
-Por las
personas que hacen leyes, para que las hagan pensando en todas las personas. Te
lo pedimos, Señor.
-Por las
personas que están en los hospitales, para que no estén solas. Te lo pedimos,
Señor.
-Por nosotros
que venimos a misa, para que cada día amemos más a todos. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.
San José este domingo es el sexto domingo. Y nos acordamos cuando
volvisteis de Egipto y fuisteis a vivir a Nazaret. Allí vuestra casa era una
cueva donde faltaban muchas cosas y había mucho amor.
ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS DE CORBERA. DOMINGO II TIEMPO DE CUARESMA.
EXPERIENCIA.
Entra en https://www.youtube.com/watch?v=L2prq3TMMno Presencia de lo
sagrado.
Mira el vídeo con el
audio en silencio, centrando tus ojos en las imágenes.
Cierra los ojos: ¿qué muestran?
¿cuáles son los sentimientos que generan? ¿qué sentimientos o estados de ánimo
han despertado en ti? ¿Cómo lo titularías?
Pulsa al “play”. Cierra
los ojos. Escucha. ¿Cuál es la frase que recuerdas?, ¿el sonido? ¿con qué color
representarías la voz de esta mujer?
Imagina que estás en un
campamento, convivencia o sesión del sábado. Antes de ver el vídeo les ofreces
en una cucharita, una por cada miembro del grupo, un alimento con un sabor
(chocolate, sal, azúcar, zumo de limón, refresco,…), ¿cuál escogerías acorde al
sabor y textura que evoca el vídeo? Recuérdalo y siéntelo en la boca.
Vuelve a visionarlo con
sonido las veces que necesites.
Recuerda en tu vida
esos encuentros que la iluminaron. Si has sido madre o padre, vuelve a
recuperar lo que sentiste cuando nació tu hija o hijo. Mentalmente o cuando
tengas un rato escríbele una carta, contándole esa experiencia única que solo
quienes habéis tenido hijos la habéis experimentado. En esta vida quedan muchas
palabras si decir a quienes amamos, aprovecha para que esta no muera en el
deseo.
¿Cuál es la frase más
significativa?
REFLEXIÓN.
Busca la cita en tu
Biblia (Marcos 9,
2-10), como quien va a iniciar
un viaje, porque lo es, por los caminos de Jesús.
Párate un momento,
realiza la señal de la cruz, pídele al Padre que te envíe el Espíritu Santo para
que puedas descubrir lo que Jesús espera de ti con la lectura del texto.
Lee el texto:
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 9, 2-10.
En aquel tiempo Jesús tomó
consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte
alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco
deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les
aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la
palabra y dijo a Jesús:
-Maestro, ¿qué bueno es que
estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías.
No sabía qué decir, pues
estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
-Este es mi Hijo, el amado;
escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor,
no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte,
les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del
hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían
qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
-“En lo cotidiano se que habita
lo sagrado”: ¿cuáles son los momentos cotidianos en los que te has encontrado
con Dios? ¿cuáles fueron en la vida de los apóstoles?
-Recorre el camino con ellos:
Antes de subir les ha anunciado
que tiene que morir en la cruz. Ellos no lo aceptan, están tristes,
desalentados, incluso enfadados con Jesús. Así se lo ha manifestado Pedro. ¿Cuáles
son tus cruces? ¿Qué momentos dolorosos borrarías de tu vida? ¿qué te gustaría
cambiar del momento presente? Si Dios te diese la oportunidad de no pasar por
alguna experiencia dolorosa del futuro (fracasos, crisis, enfermedad, muerte,…),
¿cuál sería tu respuesta?
En el monte tiene lugar una
experiencia sobrenatural: Jesús se muestra tal como será en la resurrección y
provoca miedo pero también una sensación de gozo total. Recuerda los encuentros
con Jesús que fueron muy felices (la primera comunión, una misa en la parroquia,
una oración en el campamento, una procesión,…).
Tienen que descender y
reemprender el camino hacia Jerusalén. Jesús por dos veces les anunciará su
muerte, después la Última Cena, Getsemaní, la dormición de los tres testigos de
la transfiguración mientras Jesús se debate en una terrible y agónica lucha, el
prendimiento, las negaciones de Pedro, la crucifixión, el abandono de los
discípulos, la resurrección, la no aceptación del testimonio de las mujeres, el
encuentro y la misión. Es la vida de los apóstoles, la vida de cada uno de
nosotros. Y siempre Jesús dando el primer paso para el encuentro, a pesar de nuestros
enfados, indiferencias, miedos y dudas.
A continuación puedes
ayudarte con los anexos 1 y 2.
COMPROMISO.
Dedica cada día 5 minutos + los que después
necesites para permanecer en silencio, mirando la cruz, evitando todo pensamiento
y toda palabra, como la madre mira a su hija recién nacida, sin discursos,
simplemente sintiendo el amor que el pequeño y cálido cuerpo que ha gestado transmite.
Ofrécele tu corazón para que él le dé la calidez. Amar es primero ser amado, acoger
a quien te ama, sin más palabra que la escucha del silencio de quien te ama. La
oración es tratar con Dios de amistad, es sentir la mirada de Dios, que te
mantiene vivo.
CELEBRACIÓN.
Dale
gracias a Dios por esta experiencia, cuéntale como te sientes, si la Palabra de
Dios te ha cambiado en algo. Dale gracias por el don de la oración, de las
personas que cada día hacen posible tomes tu cruz y le sigas.
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española.
BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
Nuevo
Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González.
BAC. Madrid. 2017.
Biblia
Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.
Catecismo
de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociación
de Editores del Catecismo. Barcelona 2020.
La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia.
Ciudad Nueva. Madrid. 2006.
Pío de Luis,
OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las
lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.
San Juan de
Ávila. Obras Completas I. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid.
2015.
San Juan de Ávila. Obras
Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores.
BAC. Madrid. 2013.
San
Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid. 2015.
San
Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.
https://www.servicioskoinonia.org/romero/homilias/B/#IRA
[1] Biblia Didajé.
[2] Holanda: 1. Lienzo muy
fino de que se hacen las camisas, sábanas y otras cosas. https://dle.rae.es/holanda
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