Lectura del libro del Job 7, 1-4.6-7
Job habló diciendo:
-¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra, y sus
días como los de un jornalero?; como el esclavo, suspira por la sombra; como el
jornalero, aguarda su salario. Mi herencia han sido meses baldíos, me han
asignado noches de fatigas. Al acostarme pidiendo: ¿Cuándo me levantaré? Se me
hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Corren mis días
más que la lanzadera, se van consumiendo faltos de esperanza. Recuerda que mi
vida es un soplo, que mis ojos no verán más la dicha.
Textos
paralelos.
El hombre en la tierra
cumple un servicio.
Job 14, 14: Cada día de mi servicio esperaría que llegara mi
relevo.
Job 40, 1: El Señor siguió hablando a Job: “¿Quiere el censor
discutir con el Todopoderoso? El que critica a Dios que responda.
También yo comparto meses baldíos.
Qo 2, 25: Pues, ¿quién come y goza sin su permiso?
Si 30, 17: Más vale morir que vivir sin provecho, y el descanso
eterno más que sufrimiento crónico.
Mis días corren más que la lanzadera.
Is 38, 12: Levantan y enrollan mi morada como tienda de pastores.
Como un tejedor devanaba yo mi vida, y me cortan la trama.
Recuerda: mi vida es solo un soplo.
Sal 78, 39: Recordando que eran carne, / un aliento fugaz que no
torna.
Sal 89, 48: Recuerda lo que dura mi vida: / ¿has creado en vano a
los humanos?
Notas
exegéticas.
7 1 (a) En el sentido de servicio
militar a la vez lucha y servidumbre. El griego traduce “prueba”: Vulgata
militia.
7 1 (b) El mercenario, pagado
diariamente se fatiga cada día por los demás, de la mañana hasta la noche.
Igualmente el esclavo.
7 4 “el día” griego, omitido por
hebreo. – “cuándo se hará de noche?” mî yitte n ‘ereb corr: hebreo middad
‘ereb ininteligible.
7 6 El ´termino hebreo por “esperanza”
(tiqwà) puede significar también “hilo” (Jos 2, 18.21), sentido ofrecido
por algunos traductores, que remiten al mito de las Parcas.
7 7 Solidario con la humanidad que
sufre y resignado a morir, Job esboza una oración para pedir a Dios algunos
instantes de paz antes de su muerte.
Salmo responsorial
Salmo 147 (146), 1-6
Alabad
al Señor,
que
sana los corazones destrozados. R/.
Alabad
al Señor, que la música es buena;
nuestro
Dios merece una alabanza armoniosa.
El
Señor reconstruye Jerusalén,
reúne
a los deportados de Israel. R/.
Él
sana los corazones destrozados,
venda
sus heridas.
Cuenta
el número de las estrellas,
a
cada una la llama por su nombre. R/.
Nuestro
Señor es grande y poderoso,
su
sabiduría no tiene medida.
El
Señor sostiene a los humildes,
humilla
hasta el polvo a los malvados. R/.
Textos
paralelos.
Alabad a Yahvé, que es
bueno cantar.
Sal 92, 2: Es bueno dar gracias
al Señor / y tañer en su honor, Altísimo.
Reúne a los deportados de
Israel.
Is 11, 12: Izará una enseña
ante las naciones para reunir a los israelitas desterrados y congregar a los
judíos dispersos de los cuatro extremos del orbe.
Is 56, 8: Oráculo del Señor,
que reúne a los dispersos de Israel, y reunirá otros a los ya reunidos.
Jr 31, 10: Escuchad, pueblos,
la palabra del Señor, anunciadla, islas remotas: El que esparció a Israel lo
reunirá, lo guardará como el pastor a su rebaño.
Is 61, 1: El espíritu del Señor
está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha envidado para dar una buena
noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar
la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad.
Jb 5, 18: Porque él hiere y
venda la herida, golpea y cura con su mano.
Is 40, 26: Alzad los ojos a lo
alto y mirad: ¿quién creó aquello? El que cuenta y despliega su ejército y a
cada uno lo llama por su nombre; tan grande es su poder, tan robusta su fuerza,
que no falta ninguno.
Is 40, 28: ¿Acaso no lo sabes,
es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe.
No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia.
1 S 2, 7-8: Da la pobreza y la
riqueza, / el Señor humilla y enaltece. / Él levanta del polvo al desvalido, /
alza de la basura al pobre, / para hacer que se siente entre príncipes / y que herede
un trono glorioso, / pues del Señor son los pilares de la tierra / y sobre
ellos afianzó el orbe.
Notas
exegéticas.
147 (a) Aunque este salmo forma una
unidad, algunas versiones (entre ellas la Vulgata) lo cortan en dos por el v.
12. El poeta ensalza a Yahvé como libertador de Israel, Creador, amigo de los “pobres”.
147 (b) “Aleluya” griego; unido por
el hebreo al salmo anterior.
147 1 “dulce” (femenino) griego; “dulce
(masculino), bella” hebreo. Algunos proponen: “Cantad a nuestro Dios, pues es
dulce”, ver Sal 135 3.
Segunda
lectura.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 9, 16-19.22-23
Hermanos:
Eh hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más
remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio
gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han
encargado este oficio. Entonces, ¡cuál es la paga? Precisamente dar a conocer
el evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la
predicación del evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo
de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para
ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, como sea, a
algunos. Y todo lo hago por causa del evangelio, para participar yo también de
sus bienes.
Textos
paralelos.
¡Ay de mí si no predico
el Evangelio!
Hch 4, 20: Lo que es nosotros,
no podemos callar lo que sabemos y hemos oído.
Hch 9, 15-16: Le contestó el
Señor: “Ve, que ese es mi instrumento elegido para difundir mi nombre entre
paganos, reyes e israelitas. Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi
nombre”.
Hch 22, 14-15: Me dijo: “El
Dios de nuestros padres te ha destinado a conocer su designio,, a ver al Justo
y escuchar directamente su voz; pues serás testigo ante todo el mundo de lo que
has visto y oído”.
Hch 26, 16-18: Ponte en pie; que
para esto me he aparecido a ti, para nombrarte servidor y testigo de que me has
visto y de lo que te haré ver. Te defenderé de tu pueblo y de los paganos a los
que te envío. Les abrirás los ojos para que se conviertan de las tinieblas a la
luz, del dominio de Satanás a Dios, para recibir el perdón de los pecados y una
porción entre los consagrados por creer en mí.
Mi recompensa consiste en
predicar el Evangelio gratuitamente.
2 Co 11, 7: ¿Hice mal en humillarme para
ensalzaros a vosotros, predicando de balde la buena noticia de Dios?
A pesar de sentirme libre
respecto de todos.
Rm 6, 15: Entonces, ¿qué? Como
no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia, ¡a pecar! ¡De ningún modo!
Mt 20, 26: No será así entre
vosotros; antes bien, quien quiera ser grande entre vosotros que se haga
vuestro servidor.
Notas exegéticas.
9 17 O “encargo” (oikonomía). La palabra evoca al servo
que en calidad de esclavo, no recibía salario alguno por una misión que estaba
obligado a realizar. Por el contrario, el que es libre de aceptar o rechazar un
trabajo puede reclamar una retribución.
9 18 Valor de la paradoja: la
recompensa de Pablo es no recibir recompensa alguna.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 1, 29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús
y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y
Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le
hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Al anochecer,
cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población
entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y
expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía
hablar. Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a
un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su
busca y, al encontrarlo, dijeron:
-Todo el mundo te busca.
Él les responde:
-Vámonos a otra parte, a las aldeas
cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.
Así recorrió toda Galilea, predicando
en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Textos
paralelos.
Mc 1, 29-39 |
Mt 8, 14-16 |
Lc 4, 38-44 |
En aquel tiempo, al salir
Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de
Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente
le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la
mano y la levantó. Al anochecer, cuando se puso
el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se
agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios
lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada,
cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se
puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, dijeron:
-Todo el mundo te busca. Él les responde: -Vámonos a otra parte, a las
aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido. Así recorrió toda Galilea, predicando
en sus sinagogas y expulsando los demonios. |
Entando Jesús en casa de
Pedro, vio a su suegra acostada con fiebre. La tomó de la mano y se le
pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles. Al atardecer le trajeron
muchos endemoniados. El con una palabra expulsaba los demonios, y todos los
enfermos se curaban. |
Salió de la sinagoga y entró
en casa de Simón. La suegra de Pedro estaba con fiebre muy alta y le
suplicaban a favor de ella. Él se inclinó sobre ella,
increpó a la fiebre y se le pasó. Inmediatamente se levantó y se puso a
servirles. Al ponerse el sol, todos los
que tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban. El ponía las
manos sobre cada uno y los curaba. De muchos salían demonios
gritando: -Tú eres el hijo de Dios. Él los increpaba y no los
dejaba hablar, pues sabían que era el Mesías. Por la mañana salió y se
dirigió a un lugar despoblado. La gente lo anduvo buscando, y cuando lo
alcanzaron, lo retenían para que no se marchase Pero él les dijo: -También a las demás ciudades
tengo que llevarles la buena noticia del reinado de Dios, pues a eso me han
enviado. Y predicaba en las sinagogas. |
Cuando salió de la
sinagoga, se fue con Santiago y Juan.
Mc 13, 3: Estaba sentado en el
monte de los olivos, enfrente del templo.
Se acercó y tomándola de
la mano la levantó.
Mc 5, 41: Agarrando a la niña
de la mano, le dice: “Talitha qum” (que significa: “Chiquilla, te lo digo a ti,
levántate”).
No dejaba hablar a los
demonios, pues le conocían.
Mc 3, 12: Y los reprendía
severamente para que no lo descubrieran.
Cuando todavía estaba muy
oscuro, se levantó.
Mt 14, 23: Después de despedirla,
subió el solo a la montaña a orar. Al anochecer estaba él solo allí.
Mt 26, 36: Entonces Jesús fue
con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos: “Sentaos aquí
yo voy allá a orar”.
Allí se puso a hacer
oración.
Lc 3, 21: Mientras todo el pueblo
se bautizaba, también Jesús se bautizó; y mientras oraba, se abrió el cielo,
bajó sobre él el Espíritu Santo en figura corpórea de paloma y se oyó una voz
del cielo: “Tú eres mi hijo querido, mi predilecto”.
Así que se puso a recorrer
toda Galilea.
Jn 18, 37: Le dijo Pilato: “Entonces,
¿tú eres rey?”. Contestó Jesús: “Lo que dices. Yo soy rey: para eso he nacido,
para eso he venido al mundo, para atestiguar la verdad. Quien está por la
verdad escucha mi voz”.
Notas exegéticas
Biblia de Jerusalén.
1 29 Variante: “se fueron”.
1 32 La aparición de las primeras
estrellas indicaba el final del sabbat.
1 34 Otra lectura: “conocían que era
Cristo”. A los demonios como a los favorecidos con algún milagro y hasta a los
apóstoles Jesús les impone, respecto de su identidad mesiánica, una consigna de
silencio que no se levantará hasta después de su muerte. Como el vulgo se hacía
por entonces, respecto del Mesías, una idea nacionalista y bélica muy distinta
de la que Jesús quería encarnar s, se veía obligado a usar de mucha prudencia,
al menos dentro de Israel, para evitar molestos errores sobre su misión. Esta consigna
del “secreto mesiánico· no es una tesis artificial inventada después por
Marcos, como algunos han afirmado, sino que responde a una actitud histórica de
Jesús; solo que Marcos la ha convertido en tema de su preferencia. Fuera de Mt
9, 30, Mt y Lc no tienen esta consigna más que en los paralelos con Mc; y
muchas veces incluso lo omiten.
1 38 Salido de Cafarnaún, v. 35, tal
es el sentido inmediato. Pero otro sentido más profundo podría referirse a la
salida de Jesús de junto a Dios.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.
19 FUERON A LA CASA DE
SIMÓN, que los arqueólogos sitúan a unos cuarenta metros de la sinagoga.
31 Marcos pudo tener de
su maestro Pedro información de primera mano sobre este milagro doméstico,
presenciado también por Santiago y Juan, testigos de excepción en momentos importantes
de la vida de Jesús (cf. 5, 37; 9,2; 14,33). El vocabulario recuerda el de la resurrección,
concretamente el verbo griego êgeiren (“levantó”, “despertó”, “hizo
surgir”). // LA INCORPORÓ…: lit. levantó a ella habiendo tomado la mano. “Le
tomó la mano como un médico, le tomó el pulso, comprobó cuánta fiebre tenía, él
en persona, que es médico y medicina a la vez. Que entre en nuestra casa, que
nos toque la mano para purificar nuestras obras; levantémonos, al fin, del
lecho, no sigamos tumbados” (san Jerónimo).
32 AL ATARDECER, al
aparecer la primera estrella, terminaba el descanso (el sábado) y
empezaba otro día. // LE LLEVABAN… Y A LOS ENDEMONIADOS (cf. Mt 4, 24).
Gramaticalmente, los endemoniados figuran como grupo aparte, aunque también
ellos son criaturas enfermas, seres degradados; sin llegar a ese estado, todo
hombre en pecado está pervertido y enfermo, por muchos éxitos aparentes que
tenga.
34 CURÓ A MUCHOS:
probablemente equivale a: curó a todos (cf. 10, 45) o ¿es que, de “todos”
los aludidos en el v. 32, dejó de curar algunos? // NO DEJABA… QUE LO CONOCÍAN:
o no dejaba hablar a los demonios, porque lo conocían. La consigna del
silencio aparece en tatas ocasiones, especialmente en Mc, que se ha acuñado el
término técnico “secreto mesiánico”. Era un prudente recurso pedagógico de
Jesús, para evitar que lo identificaran con un Mesías político, liberador de la
dominación romana; la hipótesis de quienes niegan esa finalidad es que se trataría
de un recurso literario del evangelista, para no anticipar la plena identidad
de Jesús hasta después de la resurrección.
35 Por primera vez
habla Mc de la oración personal de Jesús.
36 FUE EN SU BUSCA:
lit. persiguió a él; si en el verbo griego se acepta el matiz de
hostilidad, habría que explicarlo por las miras interesadas, las falsas
esperanzas mesiánicas con las que Pedro fue a “dar caza” a Jesús.
38 PARA ESTO SALÍ “… de
Cafarnaún”; otros entienden, basándose en Lc 4, 43, aunque el lenguaje sea más
propio de Jn: “… salí del Pare”.
Notas exegéticas
desde la Biblia Didajé.
1, 35 Cristo a menudo buscaba también
espacios apartados para el retiro y la oración. La Iglesia nos invita a hacer
lo mismo, a dedicar tiempo dentro de la rutina de cada día para la oración
personal, la meditación y culto público. Cat. 2602, 2616 y 2698. Con su ejemplo
Cristo nos enseñó cómo orar. Él dedicó con frecuencia tiempo a estar a solas en
la oración, especialmente antes de los acontecimientos importantes en su ministerio.
Cat. 520.
El exorcismo es un acto en el
que la Iglesia, con autoridad y públicamente, pide a Dios, en el nombre de
Jesús, que expulse a un espíritu maligno del dominio de una persona o de un
objeto y que proteja a esa persona u objeto del demonio. Cristo realizó
exorcismos como parte de su ministerio de curación. Un “exorcismo” se lleva a
cabo en el rito del bautismo, mientras que un exorcismo solemne solo puede ser
realizado por un obispo o un sacerdote designado por su obispo. Código de
Derecho Canónico, canon 1172. Cat. 1673.
Catecismo
de la Iglesia Católica
2602 Jesús se retira con frecuencia a
un lugar apartado, en la soledad, en la montaña, con preferencia durante
la noche, para orar. Lleva a los hombres en su oración, ya que también
asume la humanidad en su Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí
mismo. Él, el Verbo que ha asumido la carne, comparte en su oración humana todo
lo que viven sus hermanos; comparte sus debilidades para librarlos de ellas.
Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces
como la manifestación visible de su oración en secreto.
2616 La oración a Jesús ya fue
escuchada por Él durante su ministerio, a través de signos que anticipan el
poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe
expresada en palabras (del leproso, de Jairo, de la cananea, del buen ladrón),
o en silencio (de los portadores del paralítico, de la hemorroísa que toca el
borde de su manto, de las lágrimas y el perfume de la pecadora). La petición apremiante
de los ciegos: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!” (Mt 9, 27) o “¡Hijo de
David, Jesús, ten compasión de mí!” (Mc 10, 47) ha sido recogida en la
tradición de la Oración de Jesús: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten
piedad de mí, pecador”. Sanando las enfermedades o perdonando pecados, Jesús
siempre responde a la plegaria del que le suplica con fe: “Ve en paz, ¡tu fe te
ha salvado!”. S. Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la
oración de Jesús: “Ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros
como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro.
Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros” (Enarratio
in Psalmum 85, 1).
2698 La Tradición de la Iglesia
propone a los fieles unos ritmos de oración destinados a alimentar la oración
continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la de la tarde, antes
y después de comer, la Liturgia de las Horas. El domingo, centrado en la
Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El ciclo del
año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida de
oración de los cristianos.
520 Toda su vida, Jesús se muestra
como nuestro modelo. Él es el hombre perfecto que nos invita a ser sus
discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que
imitar; con su oración atrae a la oración; con su pobreza, llama a aceptar
libremente la privación y las persecuciones.
1673 Cuando la Iglesia pide
públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un
objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída de su
dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo práctico, de Él tiene la Iglesia el
poder y el oficio de exorcizar.
Concilio
Vaticano II
Dios “que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4), habiendo hablado antiguamente en muchas
ocasiones y de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas ,
cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho carne,
ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los
contritos de corazón, como médico corporal y espiritual. Mediador, entre el
Verbo, fue el instrumento de nuestra salvación. Por eso, en Cristo se realizó
la perfecta salvación de nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del
culto divino.
Sacrosanctum Concilium, 5.
Comentarios de los Santos Padres.
Está Jesús de pie ante nuestro lecho, ¿y nosotros yacemos? Levantémonos y
pongámonos de pie: es para nosotros una vergüenza que estemos acostados ante
Jesús. Alguien podrá decir: ¿dónde está Jesús? Jesús está ahora aquí. “En medio
de vosotros – dice el evangelio – está uno a quien no conocéis”. “El reino de
Dios está entre vosotros”. Creamos y veamos que Jesús está presente. Si no
podemos tocar su mano, postrémonos a sus pies. Si no podemos llegar a su
cabeza, al menos lavemos sus pies con nuestras lágrimas. Nuestra penitencia es
ungüento del Salvador. Mira cuán grande es su misericordia. Nuestros pecados
huelen, son podredumbre y, sin embargo, si hacemos penitencia por los pecados,
si los lloramos nuestros pútridos pecados se convierten en ungüento del Señor.
Pidamos, por tanto, al Señor que nos tome de la mano. “Y al instante – dice la
fiebre la dejó”. Apenas la toma de la mano, huye la fiebre.
Jerónimo. Comentario al Ev. de Marcos, homilía 2. Pg. 73.
Se ve que aquí Marcos mantuvo la sucesión temporal. Así, después de “al
atardecer”, dijo: “Y levantándose muy de mañana”. Aunque ni siquiera hay
necesidad de entender la tarde del mismo día donde se dice “al atardecer”, ni el
amanecer de la misma noche donde se dice “amanecer”; con todo se puede ver que
aquí se ha mantenido el orden de los acontecimientos en atención al orden
cronológico establecido.
Agustín. Concordancia de los evangelistas, 2, 22, 53. Pg. 74.
De ninguno de los antiguos se lee que haya curado tantas deformidades,
tantas enfermedades y tantas torturas humanas con un poder nunca semejante.
Agustín. Tratado sobre el Ev. de Juan, 91, 3. Pg. 74.
Jesús ora, y no reza en vano, obteniendo por medio de ella lo que pide.
Quizás sin oración no lo hubiera conseguido. ¿Quién de nosotros puede abandonar
la oración? Marcos dice que “por la mañana, cuando todavía era muy temprano se
levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración” (Mc 1, 35).
Y Lucas afirma: “oraba en determinado lugar y cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1); y en otra ocasión: “y
pasó la noche en oración a Dios” (Lc 6, 12). Juan describe su oración, cuando
dice: ·Estas cosas dijo Jesús; después, levantando los ojos al cielo dijo:
Padre, ha llegado la hora, glorifica tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a
ti” (Jn 17, 1). Incluso: “Sé, no obstante, que siempre me escuchas” (Jn 11, 42).
Estas palabras indican que el que siempre reza, siempre es escuchado.
Orígenes. La oración, 13, 1. Pg. 74.
Respecto al largo discurso que, según Mateo, pronunció el Señor en la
montaña… Marcos no lo menciona en absoluto ni dijo nada que se le parezca, a no
ser ciertas sentencias no conjuntadas, sino dispersas, que el Señor repitió en
otros lugares. Sin embargo, dejó espacio en su relato para que comprendamos que
tal discurso tuvo lugar, aunque él lo omitió. Dice: “Y predicaba en sus
sinagogas y en toda Galilea y expulsaba los demonios”. Dentro de esta
predicación que afirma haber realizado en toda Galilea, cabe también incluir el
discurso, tenido en la montaña.
Agustín. Concordancia de los evangelistas, 2, 19, 43. Pg. 74-75.
San Agustín.
Si en una ciudad enfermare alguien en el cuerpo y
hubiese allí un médico muy experimentado, enemigo de poderosos amigos del
enfermo; si, repito, en una ciudad enfermase alguien con una enfermedad peligrosa
y existiese en la misma ciudad un médico muy experimentado, enemigo, como dije,
de poderosos amigos del enfermo, quienes le dijeran: “No recurras a él, no sabe
nada”, y lo dijeran no con toda la intención de dar una opinión, sino por envidia,
¿no prescindiría aquel en bien de su salud de las fábulas de sus poderosos
amigos? Aunque fuese una ofensa para ellos, ¿no recurriría para vivir unos días
más a aquel médico que la fama había celebrado como muy competente, para que
expulsase de su cuerpo la enfermedad?
El género humano yace enfermo; no por enfermedad
corporal, sino por sus pecados. Yace como un gran enfermo en todo el orbe de la
tierra de Oriente a Occidente. Para sanar a este gran enfermo descendió el
médico omnipotente. Se humilló hasta tomar carne mortal, es decir, hasta acercarse
al lecho del enfermo. Da los preceptos que procuran salud, y es despreciado;
quienes le escuchan son liberados.
Nadie diga: “antes el mundo estaba mejor que ahora;
desde que llegó este médico a ejercer su arte, vemos en él muchas cosas
espantosas”. No te extrañes. Antes de ponerse a curar a un enfermo, la sala del
médico parecía limpia de sangre; ahora que tú ves lo que pasa, sacúdete las
vanas delicias, acércate al médico; es tiempo de buscar la salud, no el placer.
Sermón 87, 13-14. Pg. 794-795.
San Juan de Ávila.
A mí me conviene entender en los negocios a que mi Padre me envió,
dijo
Jesucristo (Jn 9, 4; Lc 2, 49; 4, 43). ¡Quién mirase como es razón esto! ¿Quién
se parase a pensar y dijese!: ¿A qué me envió Dios a este mundo? ¿Qué hago? ¿En
qué entiendo? ¿Cómo gasto el tiempo? ¿En qué me ejercito? No es razón pararnos
en el camino. De priesa vamos; a negocios de grande importancia vamos, no es
razón parar en cosas de poco provecho.
Miércoles de la semana 4,12. OC III, pg. 185.
Notorio está cuán contino fue en Cristo el orar, y que se escribe en Él
que no se le pasaba la noche en oración. Y como quien sabe el bien que en ella
va, nos amonesta muchas veces que oremos. Y sus santos apóstoles, especialmente
San Pablo, nos amonesta orar en todo lugar y su discípulo San Dionisio. Y
después todos los santos a una boca nos enseñan esto mismo, y nos dan reglas y
avisos de cómo hemos de entender este santo ejercicio. Y muchos de ellos
cuenta, para nuestro ejemplo, las grandes mercedes que Dios por este santo ejercicio
les hizo. Entre los cuales oír lo que el devoto San Buenaventura dice de la
virtud de la oración, que es inestimable y poderosa para alcanzar todas las
cosas provechosas y alanzar todas las dañosas: “Por tanto, si queréis sufrir
con paciencia las adversidades, sed hombre de oración; si queréis sobrepujar
las tentaciones y tribulaciones, sed hombre de oración; si queréis conocer las
astucias de Satanás y huir de sus engaños, sed hombre de oración; si queréis
vivir alegremente en la obra de Dios y andad con fuerza el camino del trabajo y
aflicción, sed hombre de oración; si queréis ejercitaros en la vida espiritual
y no hacer caso de la carne en sus deseos, sed hombre de oración; si queréis
ahuyentar las moscas vanas de los pensamientos, sed hombre de oración; si queréis
engrosar vuestra ánima con santos pensamientos y deseos, y hervores y
devociones, sed hombre de oración; si queréis extirpar los vacíos, y ser lleno
de virtudes, sed lleno de oración, porque en ella se recibe la unción del
Espíritu Santo, que enseña al alma de todas las cosas. Y si queréis huir a la
contemplación, y gozar de las cosas del esposo, sed hombre de oración, porque
por el ejercicio de la oración van a la contemplación y gusto de las cosas
celestiales. ¿Veis de cuánto poder y virtud sea la oración? Para confirmación
de todo lo cual, dejadas la probanza de las Escripturas, esto os sea suficiente
prueba, que hemos oído y vemos cada día por experiencia personas sin letras y
simples haber alcanzado estas cosas ya dichas, y otras mayores, por virtud de
la oración. Por tanto, Cristo, y mayormente los religiosos, los cuales han de
tener mayor aparejo para vacar a Dios. Por lo cual te amonesto y encomiendo estrechamente,
cuanto puedo, que tomes la oración por principal ejercicio tuyo. Y ninguna otra
cosa, sacados los cuidados necesarios, te deleite sino la oración; porque
ninguna cosa te debe tanto deleitarte como estar con el Señor, lo cual se hace
por la oración”. Todo esto dice San Buenaventura, con el cual concuerdan otros
muchos en la alabanza de la oración, los cuales no relato por ser cosa manifiesta,
y porque para vos es demasiada, pues Dios os ha hecho misericordia de enseñaros
por experiencia cuánta sea la ganancia de este santo ejercicio. Y pues San
Hierónimo cuenta y alaba de Santa Paula, viuda honesta, que estaba en oración
desde que anochecía hasta que salía el sol, muy más lo alabará en la doncella
dedicada a Cristo, que tiene particular obligación a más se comunicar con él,
mediante la oración, pues tiene entereza de cuerpo, y nombre de esposa.
Audi, filia [I]. Conocimiento de Cristo, 58. OC I, pg. 466-467.
San Oscar Romero. Homilía.
No les canso más hermanos, muchas gracias por haber
venido..... y a quienes se suman a esta muchedumbre que no cabe en la catedral,
allá en el anonimato, de sus aparatos de radio estarán muchos escuchando esta
palabra, sepan que traigo el corazón como siempre, lleno de amor para todos, no
guardo resentimientos para nadie..... No lo he aprendido en Puebla, me alegré
de haberlo vivido siempre, que la evangelización que en Puebla estudiamos para
el presente y el futuro de América Latina, tiene que estar sobre una sólida
base de amor y que la evangelización es para todos y que nadie está excluido al
llamamiento de Dios, pero sí pone una condición el Señor,
"convertíos", porque sólo el que se convierte al Señor de los falsos
ídolos que apartan de Dios, recibirá esos dones de la evangelización.
Convertíos... Y esto pido finalmente a todos, que oremos de verdad para que
todos los agentes de la pastoral sepamos ser evangelizadores sobre bases de
amor, de justicia y de paz. Así sea...
Homilía 16 de febrero de 1979.
Papa Francisco. Ángelus. 8 de febrero de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Mc 1, 29-39) nos presenta
a Jesús que, después de haber predicado el sábado en la sinagoga, cura a muchos
enfermos. Predicar y curar: esta es la actividad principal de Jesús en su vida
pública. Con la predicación anuncia el reino de Dios, y con la curación
demuestra que está cerca, que el reino de Dios está en medio de nosotros.
Al entrar en la casa de Simón Pedro, Jesús ve que
su suegra está en la cama con fiebre; enseguida le toma la mano, la cura y la
levanta. Después del ocaso, al final del día sábado, cuando la gente puede
salir y llevarle los enfermos, cura a una multitud de personas afectadas por
todo tipo de enfermedades: físicas, psíquicas y espirituales. Jesús, que vino
al mundo para anunciar y realizar la salvación de todo el hombre y de todos los
hombres, muestra una predilección particular por quienes están heridos en el
cuerpo y en el espíritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los
enfermos, los marginados. Así, Él se revela médico, tanto de las almas como de
los cuerpos, buen samaritano del hombre. Es el verdadero Salvador: Jesús salva,
Jesús cura, Jesús sana.
Tal realidad de la curación de los enfermos por
parte de Cristo nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la
enfermedad. A esto nos llama también la Jornada mundial del enfermo, que
celebraremos el próximo miércoles 11 de febrero, memoria litúrgica de la
Bienaventurada Virgen María de Lourdes. Bendigo las actividades preparadas para
esta Jornada, en particular, la vigilia que tendrá lugar en Roma la noche del
10 de febrero. Recordemos también al presidente del Consejo pontificio para la
pastoral de la salud, monseñor Zygmunt Zimowski, que está muy enfermo en
Polonia. Una oración por él, por su salud, porque fue él quien preparó esta
jornada, y nos acompaña con su sufrimiento en esta jornada. Una oración por
monseñor Zimowski.
La obra salvífica de Cristo no termina con su
persona y en el arco de su vida terrena; prosigue mediante la Iglesia,
sacramento del amor y de la ternura de Dios por los hombres. Enviando en misión
a sus discípulos, Jesús les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de
la salvación y curar a los enfermos (cf. Mt 10, 7-8). Fiel a esta enseñanza, la
Iglesia ha considerado siempre la asistencia a los enfermos parte integrante de
su misión.
«Pobres y enfermos tendréis siempre con vosotros»,
advierte Jesús (cf. Mt 26, 11), y la Iglesia los encuentra continuamente en su
camino, considerando a las personas enfermas una vía privilegiada para
encontrar a Cristo, acogerlo y servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo,
servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la carne de Cristo.
Esto sucede también en nuestro tiempo, cuando, no
obstante las múltiples conquistas de la ciencia, el sufrimiento interior y
físico de las personas suscita fuertes interrogantes sobre el sentido de la
enfermedad y del dolor y sobre el porqué de la muerte. Se trata de preguntas
existenciales, a las que la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la
luz de la fe, teniendo ante sus ojos al Crucificado, en el que se manifiesta
todo el misterio salvífico de Dios Padre que, por amor a los hombres, no perdonó
ni a su propio Hijo (cf. Rm 8, 32). Por lo tanto, cada uno de nosotros está
llamado a llevar la luz de la palabra de Dios y la fuerza de la gracia a
quienes sufren y a cuantos los asisten, familiares, médicos y enfermeros, para
que el servicio al enfermo se preste cada vez más con humanidad, con entrega
generosa, con amor evangélico y con ternura. La Iglesia madre, mediante
nuestras manos, acaricia nuestros sufrimientos y cura nuestras heridas, y lo
hace con ternura de madre.
Pidamos a María, Salud de los enfermos, que toda
persona experimente en la enfermedad, gracias a la solicitud de quien está a su
lado, la fuerza del amor de Dios y el consuelo de su ternura materna.
Papa Francisco. Ángelus. 4 de
febrero de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo prosigue la
descripción de una jornada de Jesús en Cafarnaúm, un sábado, fiesta semanal
para los judíos (cf. Marcos 1, 21-39). Esta vez el evangelista Marcos destaca
la relación entre la actividad taumatúrgica de Jesús y el despertar de la fe en
las personas que encuentra. De hecho, con los signos de curación que realiza
para los enfermos de todo tipo, el Señor quiere suscitar como respuesta la fe.
La jornada de Jesús en Cafarnaúm empieza con la
sanación de la suegra de Pedro y termina con la escena de la gente de todo el
pueblo que se agolpa delante de la casa donde Él se alojaba, para llevar a
todos los enfermos. La multitud, marcada por sufrimientos físicos y miserias
espirituales, constituye, por así decir, «el ambiente vital» en el que se
realiza la misión de Jesús, hecha de palabras y de gestos que resanan y
consuelan. Jesús no ha venido a llevar la salvación en un laboratorio; no hace
la predicación de laboratorio, separado de la gente: ¡está en medio de la
multitud! ¡En medio del pueblo! Pensad que la mayor parte de la vida pública de
Jesús ha pasado en la calle, entre la gente, para predicar el Evangelio, para
sanar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad surcada de
sufrimientos, cansancios y problemas: a tal pobre humanidad se dirige la acción
poderosa, liberadora y renovadora de Jesús. Así, en medio de la multitud hasta
tarde, se concluye ese sábado. ¿Y qué hace después Jesús? Antes del alba del
día siguiente, Él sale sin que le vean por la puerta de la ciudad y se retira a
un lugar apartado a rezar. Jesús reza. De esta manera quita su persona y su
misión de una visión triunfalista, que malinterpreta el sentido de los milagros
y de su poder carismático. Los milagros, de hecho, son «signos», que invitan a
la respuesta de la fe; signos que siempre están acompañados de palabras, que
las iluminan; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por
la fuerza divina de la gracia de Cristo.
La conclusión del pasaje de hoy (vv. 35-39) indica
que el anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús encuentra su lugar más
propio en el camino. A los discípulos que lo buscan para llevarlo a la ciudad
—los discípulos fueron a buscarlo donde Él rezaba y querían llevarlo de nuevo a
la ciudad—, ¿qué responde Jesús? «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos,
para que también allí predique» (v. 38). Este ha sido el camino del Hijo de
Dios y este será el camino de sus discípulos. Y deberá ser el camino de cada
cristiano. El camino. Como lugar del alegre anuncio del Evangelio, pone la
misión de la Iglesia bajo el signo del «ir», del camino, bajo el signo del
«movimiento» y nunca de la quietud. Que la Virgen María nos ayude a estar
abiertos a la voz del Espíritu Santo, que empuja a la Iglesia a poner cada vez
más la propia tienda en medio de la gente para llevar a todos la palabra
sanadora de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos.
Papa Francisco. Ángelus. 7 de
febrero de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡De nuevo en la plaza! El Evangelio de hoy (cf. Mc
1,29-39) presenta la sanación, por parte de Jesús, de la suegra de Pedro y
después de otros muchos enfermos y sufrientes que se agolpaban junto a Él. La
de la suegra de Pedro es la primera sanación física contada por Marcos: la
mujer se encontraba en la cama con fiebre; la actitud y el gesto de Jesús con
ella son emblemáticos: «Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó» (v. 31),
señala el Evangelista. Hay mucha dulzura en este sencillo acto, que parece casi
natural: «La fiebre la dejó y ella se puso a servirles» (ibid.). El poder
sanador de Jesús no encuentra ninguna resistencia; y la persona sanada retoma
su vida normal, pensando enseguida en los otros y no en sí misma, y esto es
significativo, ¡es signo de verdadera salud!
Ese día era un sábado. La gente del pueblo espera
el anochecer y después, terminada la obligación del descanso, sale y lleva
donde Jesús a todos los enfermos y los endemoniados. Y Él les sana, pero
prohíbe a los demonios revelar que Él es el Cristo (cfr vv. 32-34). Desde el
principio, por tanto, Jesús muestra su predilección por las personas que sufren
en el cuerpo y en el espíritu: es una predilección de Jesús acercarse a las
personas que sufren tanto en el cuerpo como en el espíritu. Es la predilección
del Padre, que Él encarna y manifiesta con obras y palabras. Sus discípulos han
sido testigos oculares, han visto esto y después lo han testimoniado. Pero
Jesús no les ha querido solo espectadores de su misión: les ha involucrado, les
ha enviado, les ha dado también a ellos el poder de sanar a los enfermos y de
expulsar a los demonios (cf. Mt 10,1; Mc 6,7). Y esto ha proseguido sin
interrupción en la vida de la Iglesia, hasta hoy. Y esto es importante. Cuidar
de los enfermos de todo tipo no es para la Iglesia una “actividad opcional”,
¡no! No es algo accesorio, no. Cuidar de los enfermos de todo tipo forma parte
integrante de la misión de la Iglesia, como lo era de la de Jesús. Y esta
misión es llevar la ternura de Dios a la humanidad sufriente. Nos lo recordará
dentro de pocos días, el 11 de febrero, la Jornada Mundial del Enfermo.
La realidad que estamos viviendo en todo el mundo a
causa de la pandemia hace particularmente actual este mensaje, esta misión
esencial de la Iglesia. La voz de Job, que resuena en la Liturgia de hoy, una
vez más se hace intérprete de nuestra condición humana, tan alta en la dignidad
—nuestra condición humana, altísima en la dignidad— y al mismo tiempo tan
frágil. Frente a esta realidad, siempre surge en el corazón la pregunta: “¿por
qué?”.
Y Jesús, Verbo Encarnado, responde a este
interrogante no con una explicación —a este porqué somos tan altos en la
dignidad y tan frágiles en la condición—, Jesús no responde a este porqué con
una explicación, sino con una presencia de amor que se inclina, que toma de la
mano y hace levantarse, como hizo con la suegra de Pedro (cf. Mc 1,31).
Inclinarse para hacer que el otro se levante. No olvidemos que la única forma
lícita de mirar a una persona de arriba hacia abajo es cuando tú tiendes la
mano para ayudarla a levantarse. La única. Y esta es la misión que Jesús ha
encomendado a la Iglesia. El Hijo de Dios manifiesta su Señorío no “de arriba
hacia abajo”, no a distancia, sino inclinándose, tendiendo la mano; manifiesta
su Señorío en la cercanía, en la ternura y en la compasión. Cercanía, ternura,
compasión son el estilo de Dios. Dios se hace cercano y se hace cercano con
ternura y con compasión. Cuántas veces en el Evangelio leemos, delante de un
problema de salud o cualquier problema: “tuvo compasión”. La compasión de
Jesús, la cercanía de Dios en Jesús es el estilo de Dios. El Evangelio de hoy
nos recuerda también que esta compasión tiene sus raíces en la íntima relación
con el Padre. ¿Por qué? Antes del alba y después del anochecer, Jesús se
apartaba y permanecía solo para rezar (v. 35). De allí sacaba la fuerza para
cumplir su ministerio, predicando y sanando.
Que la Virgen Santa nos ayude a dejarnos sanar por
Jesús —siempre lo necesitamos, todos— para poder ser a nuestra vez testigos de
la ternura sanadora de Dios.
Benedicto XVI. Ángelus. 5 de
febrero de 2006.
Queridos hermanos y hermanas:
Se celebra hoy en Italia la Jornada por la vida,
que constituye una magnífica ocasión para orar y reflexionar sobre los temas de
la defensa y la promoción de la vida humana, especialmente cuando se encuentra
en condiciones difíciles. Están presentes en la plaza de San Pedro numerosos
fieles laicos que trabajan en este campo, algunos comprometidos en el
Movimiento por la vida. Los saludo cordialmente, de modo especial al cardenal
Camillo Ruini, que los acompaña, y les renuevo la expresión de mi aprecio por la
labor que realizan para lograr que la vida sea acogida siempre como don y
acompañada con amor.
A la vez que invito a meditar en el mensaje de los
obispos italianos, que tiene como tema "Respetar la vida", pienso en
el amado Papa Juan Pablo II, que a estos problemas dedicó una atención
constante. En particular, quisiera recordar la encíclica Evangelium vitae, que
publicó en 1995 y que representa una auténtica piedra miliar en el magisterio
de la Iglesia sobre una cuestión tan actual y decisiva. Insertando los aspectos
morales en un amplio marco espiritual y cultural, mi venerado predecesor
reafirmó muchas veces que la vida humana es un valor primario, que es preciso
reconocer, y el Evangelio invita a respetarla siempre. A la luz de mi reciente
carta encíclica sobre el amor cristiano, quisiera subrayar también la
importancia del servicio de la caridad para el apoyo y la promoción de la vida
humana. Al respecto, antes que las iniciativas operativas, es fundamental
promover una correcta actitud con respecto a los demás: en efecto, la cultura de la vida se basa en
la atención a los demás, sin exclusiones o discriminaciones. Toda vida humana,
en cuanto tal, merece y exige que se la defienda y promueva siempre. Sabemos
bien que a menudo esta verdad corre el riesgo de ser rechazada por el hedonismo
difundido en las llamadas "sociedades del bienestar": la vida se exalta mientras es placentera,
pero se tiende a dejar de respetarla cuando está enferma o disminuida. En
cambio, partiendo del amor profundo a toda persona, es posible realizar formas
eficaces de servicio a la vida: tanto a
la que nace como a la que está marcada por la marginación o el sufrimiento,
especialmente en su fase terminal.
La Virgen María acogió con amor perfecto al
Verbo de la vida, Jesucristo, que vino al mundo para que los hombres
"tengan vida en abundancia" (Jn 10, 10). A ella le encomendamos a las
mujeres embarazadas, a las familias, a los agentes sanitarios y a los
voluntarios comprometidos de muchos modos al servicio de la vida. Oremos, en
particular, por las personas que se encuentran en situaciones de mayor
dificultad.
Benedicto XVI. Ángelus. 8 de
febrero de 2009.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy el Evangelio (cf. Mc 1, 29-39) —en estrecha
continuidad con el domingo precedente— nos presenta a Jesús que, después de
haber predicado el sábado en la sinagoga de Cafarnaúm, curó a muchos enfermos,
comenzando por la suegra de Simón. Al entrar en su casa, la encontró en la cama
con fiebre e, inmediatamente, tomándola de la mano, la curó e hizo que se
levantara. Después de la puesta del sol, curó a una multitud de personas
afectadas por todo tipo de enfermedades. La experiencia de la curación de los enfermos
ocupó gran parte de la misión pública de Cristo, y nos invita una vez más a
reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad en todas las
situaciones en las que el ser humano pueda encontrarse. También la Jornada
mundial del enfermo, que celebraremos el miércoles próximo, 11 de febrero,
memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, nos ofrece esta oportunidad.
Aunque la enfermedad forma parte de la experiencia
humana, no logramos habituarnos a ella, no sólo porque a veces resulta
verdaderamente pesada y grave, sino fundamentalmente porque hemos sido creados
para la vida, para la vida plena. Justamente nuestro "instinto
interior" nos hace pensar en Dios como plenitud de vida, más aún, como
Vida eterna y perfecta. Cuando somos probados por el mal y nuestras oraciones
parecen vanas, surge en nosotros la duda y, angustiados, nos preguntamos: ¿cuál
es la voluntad de Dios? El Evangelio nos ofrece una respuesta precisamente a
este interrogante. Por ejemplo, en el pasaje de hoy leemos que "Jesús curó
a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios" (Mc 1, 34);
en otro pasaje de san Mateo se dice que "Jesús recorría toda Galilea,
enseñando en sus sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino y curando toda
enfermedad y toda dolencia en el pueblo" (Mt 4, 23).
Jesús no deja lugar a dudas: Dios —cuyo rostro él
mismo nos ha revelado— es el Dios de la vida, que nos libra de todo mal. Los
signos de este poder suyo de amor son las curaciones que realiza: así demuestra
que el reino de Dios está cerca, devolviendo a hombres y mujeres la plena
integridad de espíritu y cuerpo. Digo que estas curaciones son signos: no se
quedan en sí mismas, sino que guían hacia el mensaje de Cristo, nos guían hacia
Dios y nos dan a entender que la verdadera y más profunda enfermedad del hombre
es la ausencia de Dios, de la fuente de verdad y de amor. Y sólo la
reconciliación con Dios puede darnos la verdadera curación, la verdadera vida,
porque una vida sin amor y sin verdad no sería vida. El reino de Dios es
precisamente la presencia de la verdad y del amor; y así es curación en la
profundidad de nuestro ser. Por tanto, se comprende por qué su predicación y
las curaciones que realiza siempre están unidas. En efecto, forman un único
mensaje de esperanza y de salvación.
Gracias a la acción del Espíritu Santo, la obra de
Jesús se prolonga en la misión de la Iglesia. Mediante los sacramentos es
Cristo quien comunica su vida a multitud de hermanos y hermanas, mientras cura
y conforta a innumerables enfermos a través de las numerosas actividades de
asistencia sanitaria que las comunidades cristianas promueven con caridad
fraterna, mostrando así el verdadero rostro de Dios, su amor. Es verdad:
¡cuántos cristianos —sacerdotes, religiosos y laicos— han prestado y siguen
prestando en todas las partes del mundo sus manos, sus ojos y su corazón a
Cristo, verdadero médico de los cuerpos y de las almas! Oremos por todos los
enfermos, especialmente por los más graves, que de ningún modo pueden valerse
por sí mismos, sino que dependen totalmente de los cuidados de otros: que cada
uno de ellos experimente, en la solicitud de quienes están a su lado, la fuerza
del amor de Dios y la riqueza de su gracia, que nos salva. Que María, Salud de
los enfermos, ruegue por nosotros.
Benedicto XVI. Ángelus. 5 de
febrero de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús
que cura a los enfermos: primero a la suegra de Simón Pedro, que estaba en cama
con fiebre, y él, tomándola de la mano, la sanó y la levantó; y luego a todos
los enfermos en Cafarnaún, probados en el cuerpo, en la mente y en el espíritu;
y «curó a muchos... y expulsó muchos demonios» (Mc 1, 34). Los cuatro
evangelistas coinciden en testimoniar que la liberación de enfermedades y
padecimientos de cualquier tipo constituía, junto con la predicación, la
principal actividad de Jesús en su vida pública. De hecho, las enfermedades son
un signo de la acción del Mal en el mundo y en el hombre, mientras que las
curaciones demuestran que el reino de Dios, Dios mismo, está cerca. Jesucristo
vino para vencer el mal desde la raíz, y las curaciones son un anticipo de su
victoria, obtenida con su muerte y resurrección.
Un día Jesús dijo: «No necesitan médico los sanos,
sino los enfermos» (Mc 2, 17). En aquella ocasión se refería a los pecadores,
que él había venido a llamar y a salvar, pero sigue siendo cierto que la
enfermedad es una condición típicamente humana, en la que experimentamos
fuertemente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. En
este sentido podríamos decir, de modo paradójico, que la enfermedad puede ser
un momento saludable, en el que se puede experimentar la atención de los demás y
prestar atención a los demás. Sin embargo, la enfermedad es siempre una prueba,
que puede llegar a ser larga y difícil. Cuando la curación no llega y el
sufrimiento se prolonga, podemos quedar como abrumados, aislados, y entonces
nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este
ataque del Mal? Ciertamente con el tratamiento apropiado —la medicina en las
últimas décadas ha dado grandes pasos, y por ello estamos agradecidos—, pero la
Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de fondo para
hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite
siempre Jesús a las personas a quienes sana: Tu fe te ha salvado (cf. Mc 5,
34.36). Incluso frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que
humanamente es imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la
respuesta verdadera que derrota radicalmente al Mal. Así como Jesús se enfrentó
al Maligno con la fuerza del amor que le venía del Padre, así también nosotros
podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón
inmerso en el amor de Dios. Todos conocemos personas que han soportado sufrimientos
terribles, porque Dios les daba una profunda serenidad. Pienso en el reciente
ejemplo de la beata Chiara Badano, segada en la flor de la juventud por un mal
sin remedio: cuantos iban a visitarla recibían de ella luz y confianza. Pero en
la enfermedad todos necesitamos calor humano: para consolar a una persona
enferma, más que las palabras, cuenta la cercanía serena y sincera.
Queridos amigos, el próximo sábado, 11 de febrero,
memoria de Nuestra Señora de Lourdes, se celebra la Jornada mundial del enfermo.
Hagamos también como la gente en tiempos de Jesús: presentémosle
espiritualmente a todos los enfermos, confiando en que él quiere y puede
curarlos. E invoquemos la intercesión de Nuestra Señora, en especial por las
situaciones de mayor sufrimiento y abandono. María, Salud de los enfermos,
ruega por nosotros.
Francisco. Catequesis. Vicios y
virtudes. 24. La avaricia.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Proseguimos las catequesis sobre los vicios y las
virtudes, y hoy vamos a hablar de la avaricia, es decir, aquella forma de apego
al dinero que impide al ser humano ser generoso.
No es un pecado que concierne solamente a las
personas que poseen ingentes patrimonios, sino un vicio transversal que a
menudo no tiene nada que ver con el saldo de la cuenta corriente. Es una
enfermedad del corazón, no de la cartera.
Los análisis que hicieron los padres del desierto
sobre este mal sacaron a la luz que la avaricia podía apoderarse también de los
monjes, quienes, tras haber renunciado a enormes herencias, en la soledad de su
celda se habían atado a objetos de poco valor: no los prestaban, no los
compartían y aún menos estaban dispuestos a regalarlos. Un apego a pequeñas
cosas que quita la libertad. Esos objetos se volvían para ellos una especie de
fetiche del que era imposible desprenderse. Una forma de regresión a la fase de
los niños que agarran un juguete repitiendo: “¡Es mío! ¡Es mío!”. En esta
afirmación se esconde una relación enfermiza con la realidad, que puede
desembocar en formas de acaparamiento compulsivo o acumulación patológica.
Para recuperarse de esta enfermedad, los monjes
proponían un método drástico pero muy eficaz: la meditación sobre la muerte.
Por mucho que una persona acumule bienes en este mundo, de una cosa estamos
absolutamente seguros: de que no cabrán en el ataúd. Nosotros no podemos
llevarnos los bienes. Aquí se revela la insensatez de este vicio. El vínculo de
posesión que construimos con las cosas es sólo aparente, porque no somos los
amos del mundo: esta tierra que amamos no es en verdad nuestra, y nos movemos
por ella como extranjeros y peregrinos…”. (cfr. Lv 25,23).
Estas simples consideraciones nos hacen intuir la
locura de la avaricia, pero también, su razón más recóndita. Es un tentativo de
exorcizar el miedo a la muerte: busca seguridades que en realidad se desmoronan
en el mismo momento en el que las agarramos. Recuerden la parábola del hombre
necio, cuyo campo había ofrecido una cosecha abundante, y por eso se adormece
pensando en cómo agrandar sus almacenes para meter toda la cosecha. Ese hombre
había calculado todo, había planeado el futuro. Sin embargo, no había
considerado la variable más segura de la vida:
la muerte. “Necio”, dice el Evangelio, “esta misma noche te será
demandada tu vida. Y las cosas que preparaste ¿para quién serán?” (Lc 12,20).
En otros casos, son los ladrones quienes nos
prestan este servicio. Incluso en los Evangelios aparecen muchas veces, y
aunque sus acciones son censurables, pueden convertirse en una advertencia
saludable. Así predica Jesús en el Sermón de la montaña: «No acumulen tesoros
en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones
perforan las paredes y los roban.» (Mt 6,19-20). Siempre en los relatos de los
padres del desierto, se cuenta la historia de un ladrón que sorprende al monje
mientras duerme y le roba los pocos bienes que guardaba en su celda. Cuando
despierta, el monje, nada turbado por el incidente, se pone tras la pista del
ladrón y, cuando lo encuentra, en lugar de reclamar los bienes robados le
entrega las pocas cosas que le quedan diciéndole: "¡Te olvidaste de
llevarte esto!".
Nosotros, hermanos y hermanas, podemos ser señores
de los bienes que poseemos, pero a menudo ocurre lo contrario: al final, ellos
nos poseen. Algunos hombres ricos no son libres, ni siquiera tienen tiempo para
descansar, tienen que cubrirse las espaldas porque la acumulación de bienes
exige también su custodia. Están siempre angustiados, porque un patrimonio se
construye con mucho sudor, pero puede desaparecer en un momento. Olvidan la
predicación evangélica, que no afirma que las riquezas sean en sí mismas un
pecado, pero sí que son ciertamente una responsabilidad. Dios no es pobre: es
el Señor de todo, pero - escribe San Pablo- «siendo rico, se hizo pobre por
nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8,9).
Eso es lo que el avaro no comprende. Podría haber
sido causa de bendición para muchos, pero en lugar de eso, se metió en el
callejón sin salida de la infelicidad. Y la vida del avaro es fea: yo me
acuerdo el caso de un señor que conocí en la otra diócesis, un hombre muy rico
que tenía la mamá enferma. Estaba casado. Y los hermanos se turnaban para
cuidar a la mamá, y la mamá se tomaba un yogur por la mañana. Este señor le
daba la mitad por la mañana para darle la otra mitad por la tarde y ahorrar
medio yogur. Así es la avaricia, así es el apego a los bienes. Entonces murió
este señor, y los comentarios de la gente que acudió al velatorio fueron estos:
“Se nota que este hombre no lleva consigo nada: dejó todo…”. Y luego,
burlándose un poco, decían: “No, no, no pudieron cerrar el ataúd porque quería
llevarse todo”. Y esto, de la avaricia, hace reír a los demás: que al final hay
que entregar nuestro cuerpo y nuestra alma al Señor, y hay que dejar todo.
¡Tengamos cuidado! Y seamos generosos, generosos con todos y generosos con los
que más nos necesitan. Gracias.
MISA DE NIÑOS. VI TIEMPO ORDINARIO.
Monición de entrada.
Buenos días:
Hemos venido a misa para estar con juntos formando la
familia de Jesús en nuestro pueblo.
Además el dinero que recojamos en la bandeja irá a Manos
Unidas.
Y ellos se la darán a los misioneros y misioneras para
que hagan escuelas, pozos, hospitales.
Y es la fiesta de la Virgen de Lourdes. Porque hoy se
apareció la Virgen a la niña Bernardita.
Por eso en la misa nos acordamos de las personas que
están malitas.
Señor, ten piedad.
Tu que quieres a todos. Señor, ten piedad.
Tú que no quieres que nadie se vaya de la iglesia.
Cristo, ten piedad.
Tú que nos perdonas a todos. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco que nos enseña que la iglesia es
una casa con la puerta abierta a todas las personas. Te lo pedimos Señor.
-Por la Iglesia, enviada por Jesús a anunciarle. Te lo
pedimos Señor.
-Por los enfermos y las personas que les ayudan. Te lo pedimos,
Señor.
-Por los misioneros y las personas que vamos a ayudar. Te
lo pedimos Señor.
-Por Manos Unidas. Te lo pedimos Señor.
-Por nosotros y los que estamos en misa. Señor.
Acción de gracias.
San José este domingo es segundo
y nos acordamos cuando nació Jesús, en el portal de Belén y fueron a verle los
pastores y los Magos. Te pedimos que nos ayudes a cuidar de los hermanos más pequeños
y de los abuelos cuando están enfermos.
ORACIÓN JUNIORS.
DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO.
EXPERIENCIA.
Entra en https://www.youtube.com/watch?v=RrhpdhOeW34
¿Quiénes son los protagonistas?
¿Qué hacen?
¿Cuál es la frase y la imagen que más te han
llamado la atención? ¿Por qué?
Sitúate en el lugar del personal sanitario: ¿Cómo
te sientes?
Sitúate en el lugar de las personas enfermas de
Covid, cuidadas por ellas y ellos: ¿Cómo te sientes?
¿Conoces a alguna persona que ha sufrido la
pandemia o has dado positivo? Recuerda a quienes durante esos días se
preocuparon por ti.
REFLEXIÓN.
Toma la Biblia, busca Marcos 1, 29-39.
Lee el texto: ¿qué dice?, ¿qué te dice? y ¿qué le
dices?
Relaciónalo con el vídeo: ¿quiénes son hoy los
enfermos?
COMPROMISO.
Proponte escribir un whatsup o mediante otra red social a
alguna persona que conoces y hace tiempo que no has hablado con ella.
CELEBRACIÓN.
Busca en tu casa o por internet una imagen de Jesús, o si
tienes una medalla o cruz, mírala, apriétala en tus manos, piensa en tus
sufrimientos, pídele fe, esperanza y amor para poder aceptarlos y luchar con
paz interior. Pídele por las personas que están necesitadas de tu oración, tu
familia, tus amigos, el grupo de Juniors, catequesis, tu parroquia, tus
compañeros de trabajo, el Papa Francisco.
Jesús, nosotros creemos y confiamos en Ti.
Creemos que eres el Hijo de Dios
porque haces cosas admirables en nombre de
Dios Padre.
Tú eres nuestro Salvador. Sabemos que has
venido al mundo
para curarnos del pecado que nos impide amar a
Dios y a los demás
como Tú nos enseñas. ¡Te damos gracias, Señor!
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española.
BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
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