Lectura del libro de
las Crónicas 36, 14-16.19-23.
En aquellos días, todos
los jefes, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando
las aberraciones de los pueblos y profanando el templo del Señor, que él había
consagrado en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les enviaba mensajeros a
diario porque sentía lástima de su pueblo y de su morada; pero ellos
escarnecían a los mensajeros de Dios, se reían de sus palabras y se burlaban de
sus profetas, hasta que la ira del Señor se encendió irremediablemente contra
su pueblo. Incendiaron el templo de Dios, derribaron la muralla de Jerusalén,
incendiaron todos sus palacios y destrozaron todos los objetos valiosos.
Deportó a Babilonia a todos los que habían escapado de la espada. Fueron
esclavos suyos y de sus hijos hasta el advenimiento del reino persa. Así se
cumplió lo que había dicho Dios por medio de Jeremías: “Hasta que tierra pague
los sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta cumplirse
setenta años”. En el año primero de Ciro, rey de Persia, para cumplir lo que
había dicho Dios por medio de Jeremías, el Señor movió a Ciro, rey de Persia, a
promulgar de palabra y por escrito en todo su reino:
-Así dice Ciro, rey de
Persia: el Señor, Dios del cielo, me ha entregado todos los reinos de la
tierra. Él me ha encargado construirle un templo en Jerusalén de Judá. Quien de
entre vosotros pertenezca a ese pueblo puede volver. ¡Que el Señor, su Dios,
esté con él!
Textos
paralelos.
Les envió
al principio avisos por medio de sus mensajeros.
Hb 1, 1: Muchas veces y
de muchas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los
profetas.
Despreciaron
sus palabras.
Mt 23, 34-36: Mirad,
para eso os estoy enviado profetas, doctores y letrados: a unos los matáis y
crucificáis, a otros los azotáis en vuestras sinagogas y los perseguís de
ciudad en ciudad. Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente derramada
en la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el
atrio y el altar. Os aseguro que todo recaerá sobre esta generación.
Incendiaron
el templo de Dios.
2 Re 25, 14: También
llevaron las ollas, palas, cuchillos, bandejas y todos los utensilios de bronce
que servían para el culto.
En el año
primero de Ciro.
Esd 1, 1-3: El año
primero de Ciro, rey de Persia, el Señor, para cumplir lo que había anunciado
por boca de Jeremías, movió a Ciro de Persia a promulgar de palabra y por
escrito en todo su reino: “Ciro, rey de Persia, decreta: El Señor Dios del
cielo, me ha entregado todos los reinos de la tierra y me ha encargado
construirle un templo en Jerusalén de Judá. Los que entre vosotros pertenezcan
a ese pueblo, que su Dios lo acompañe y suba a Jerusalén de Judá para
reconstruir el templo de Dios, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalén”,
Notas
exegéticas.
36 14 Juicio general sobre la infidelidad del pueblo que causa la ruina de
Judá. El Cronista se une aquí a Jeremías y Ezequiel.
36 22 Estos dos últimos vv. reproducen el comienzo de Esdras. Pero la
utilización de este texto como conclusión cambia su sentido. El anuncio de una
labor penosa se convierte aquí en un grito de triunfo sobre la restauración del
Templo, por lo que se afirma la perennidad de las instituciones davídicas.
Salmo responsorial
Salmo 137
(136), 1-6
Que se me pegue la
lengua al paladar
si no me acuerdo de ti.
R/.
Junto a los canales de
Babilonia
nos sentamos a llorar
con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus
orillas
colgábamos nuestras
cítaras. R/.
Allí los que nos
deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a
divertirlos:
“Cantadnos un cantar de
Sión”. R/.
¡Cómo cantar un cántico
del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti,
Jerusalén,
que se me paralice la
mano derecha. R/.
Que se me pegue la
lengua al paladar,
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis
alegrías. R/.
Textos
paralelos.
A orillas de los ríos de Babilonia.
Ez 3, 15: Llegué a los
deportados de Tel-Abib (que vivían a orillas del río Quebar), que es donde
ellos vivían, y me quedé allí siete días abatido en medio de ellos.
Lm 3, 48: Lloramos
arroyos de lágrimas por la ruina de la capital.
Colgábamos
nuestras cítaras.
Is 24, 8: Cesa el
alborozo de los panderos, se acaba el bullicio de los que se divierten, cesa el
alborozo de las cítaras.
Allí
mismo nos pidieron.
Jr 25, 10: Haré cesar
la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia, el ruido
del molino y la luz de la lámpara.
Lm 5, 14: Los ancianos
ya no se sientan a la puerta, los jóvenes ya no cantan.
Si me
olvido de ti, Jerusalén.
Jr 51, 50: Los que
evitasteis su espada, marchad sin deteneos, invocando desde lejos al Señor,
recordando a Jerusalén.
Si no
exalto a Jerusalén.
Sal 122, 1: ¡Qué
alegría cuando me dijeron “Vamos a la casa del Señor”. Ya están pisando
nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.
Notas
exegéticas.
137 Este salmo evoca el recuerdo de la caída de Jerusalén el año 587 y del
destierro en Babilonia.
137 3 “nuestros raptores” solelenû Targum; hebreo tolalenû ininteligible.
137 5 “se me seque” tikehas conjunción: “olvide” tiskah hebreo (que al
parecer ha tratado adrede de suavizar esta maldición).
Segunda
lectura.
Lectura de la primera
carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2, 4-10.
Hermanos:
Dios, rico en
misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por
los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo – estáis salvados por pura gracia
–; nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él, para
revelar en los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia, mediante su
bondad para con nosotros en Cristo Jesús. En efecto, por gracia estáis salvados,
mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios. Tampoco viene de
las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha
creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que de
antemano dispuso él que practicásemos.
Textos
paralelos.
Pero
Dios, rico en misericordia.
Rm 1, 18: Desde el
cielo se revela la ira de Dios contra toda clase de hombres impíos e injustos
que cohíben con injustica la verdad.
Rm 2, 8: A los que por
egoísmo desobedecen a la verdad y obedecen a la injusticia, ira y cólera.
Movido
por el gran amor que nos tenía.
Ex 34, 6: El Señor pasó
ante él proclamando: el Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente,
paciente, misericordioso y fiel.
Estando
muertos a causa de nuestros delitos.
Rm 8, 8: Y los que
siguen el instinto no pueden agradar a Dios.
Col 2, 13: Vosotros
estabais muertos por vuestros pecados y la incircuncisión carnal; pero os ha
vivificado con él, perdonándoos todos los pecados.
Nos hizo
sentar en los cielos.
Col 2, 12: Que consiste
en ser sepultados con él en el bautismo y en resucitar con él por la fe en el
poder de Dios, que lo resucitó a él de la muerte.
Col 3, 1-4: Por tanto,
si habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba, donde Cristo está sentado
a la diestra de Dios, aspirad a lo de arriba, no a lo terreno. Pues habéis
muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste
Cristo, vuestra vida, entonces vosotros apareceréis gloriosos junto a él.
De este
modo puso de manifiesto.
Rm 8, 11: Y si el
Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en vosotros, el que
resucitó a Jesucristo de la muerte dará vida a vuestros cuerpos morales, por el
Espíritu suyo que habita en vosotros.
La
sobreabundante riqueza.
Rm 1, 16: Yo no me
avergüenzo de la buena noticia que es una fuerza divina de salvación para todo
el que cree – primero el judío, después el griego –.
Para que
nadie se gloríe.
Rm 3, 27: ¿Dónde, pues,
queda el orgullo? Queda excluido: ¿Por qué ley?, ¿de las obras? Nada de eso,
por la ley de la fe.
1 Co 1, 29: Y así nadie
podrá engreírse frente a Dios.
2 Co 8, 17: Y al
aceptar mi ruego, de buena gana y con toda diligencia se puso en camino hacia
vosotros.
Notas
exegéticas.
2 5 (a) Nosotros, es decir, los paganos, vv. 1-2, y los judíos conjuntamente,
v. 3. La frase interrumpida por la digresión del v. 3 prosigue aquí.
2 5 (b) “con Cristo”; variante: “en Cristo” – “por gracia”; var. (Vulgata):
“por cuya gracia”.
2 6 Aquí y en Col 2, 12; 3, 1-4, son consideradas como realidades ya
conseguidas (verbos en pretérito) la resurrección y el triunfo celeste de los
cristianos, mientras Rm 6, 3-11; 8, 11-17, los mira más bien como futuros
(verbos en futuro). Esta escatología realizada es una de las características de
las Epístolas de la Cautividad.
2 7 Lit. “en los eones venideros”.
2 10 Lo mismo que la salvación, la nueva vida que de ella deriva y las
obras que la expresan proviene de la gracia soberana de Dios. Al cristiano
compite discernir y realizar lo que “dispuso Dios”. Los vv. 8-10 recogen en
algunas frases incisivas la predicación de la gracia de Dios desarrollada en
Romanos y Gálatas. Pero el tema de la justificación, que constituye la base
argumentativa de estas epístolas, no entra en las perspectivas de Efesios.
Evangelio.
Lectura del santo
evangelio según san Juan 3, 14-21.
En aquel tiempo, dijo
Jesús a Nicodemo:
-Lo mismo que Moisés
elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del
hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó
Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no
perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Él que cree en él
no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el
nombre del Unigénito de Dios. Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y
los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues
todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse
acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz,
para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Textos
paralelos.
Y, del mismo modo que
Moisés.
Jn 1, 18: Nadie ha visto jamás
a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre, lo ha explicado.
Nm 21, 4-9: Desde el monte Hor
se encaminaron hacia el Mar Rojo, rodeando el territorio de Edom. El pueblo
estaba extenuado por el camino, y habló contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué
nos has sacado de Egipto, para morir en el desierto? NO tenemos ni pan ni agua,
y nos da náusea ese pan sin cuerpo”. El Señor envió contra el pueblo serpientes
venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo
acudió a Moisés, diciendo: “Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti;
reza al Señor para que aparte de nosotros las serpiente”. Moisés rezó al Señor
por el pueblo, y el Señor le respondió: “Haz una serpiente venenosa y colócala
en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla”. Moisés
hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente
mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado”.
Sb 16, 5-7: Pues cuando les
sobrevino la terrible furia de las fieras y perecían mordidos por serpientes
tortuosas, tu ira no duró hasta el final; para que escarmentaran, se les asustó
un poco, pero tenían un emblema de salud como recordatorio del mandato de tu
ley; en efecto, el que se volvía hacia él sanaba, no en virtud de lo que veía,
sino gracias a ti, Salvador de todos.
Para que todo el que crea
tenga en él vida eterna.
Jn 1, 21: Le preguntaron: “Entonces,
¿eres Elías?”. Respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?”. Respondió: “No”.
Jn 12, 32: Cuando yo sea
elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí.
Porque tanto amó Dios al
mundo.
1 Jn 4, 9: Dios ha demostrado
el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos
gracias a él.
Gn 22, 2: Dios dijo: “Toma a tu
hijo único, a tu querido Isaac, vete al país de Moria y ofrécemelo allí en
sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré”.
Gn 22, 13: Abrahán levantó los
ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en los matorrales. Abrahán se
acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.
Que entregó a su Hijo
unigénito.
Mt 21, 37: Finalmente les envió
a su hijo.
Rm 8, 32: El que no reservó a
su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a
regalar todo lo demás con él?
Dios no ha enviado a su Hijo
al mundo.
Jn 1, 1: Al principio ya
existía la Palabra y la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era Dios.
Jn 4, 34: Jesús les dice: “Mi
sustento es cumplir la voluntad del que me envió y dar remate a su obra”.
Sino para que el mundo se
salve por él.
Jn 1, 9: La luz verdadera que
ilumina a todo hombre estaba viniendo al mundo.
Jn 12, 47: Al que escucha mis
palabras y no las cumple yo no lo juzgo; pues no he venido a juzgar al mundo,
sino a salvarlo.
2 Co 5, 19: Es decir, Dios
estaba, por medio de Cristo, reconciliando el mundo consigo, no apuntándole los
delitos, y nos confió el mensaje de la reconciliación.
Hch 4, 12: Ningún otro puede
proporcionar la salvación; no hay otro nombre bajo el cielo concedido a los hombres
que pueda salvarlos.
El juicio consiste en que
la luz vino al mundo.
Jn 1, 18: Nadie ha visto jamás
a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre, lo ha explicado.
Jn 2, 23: Estando en Jerusalén
por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en él al ver las señales que hacía.
Jn 1, 9: La luz verdadera que ilumina
a todo hombre estaba viniendo al mundo.
Jn 8, 12: Yo soy la luz del
mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, antes tendrá la luz de la vida.
Pues todo el que obra el
mal.
Jb 24, 15-17: Al alba se levanta
el asesino para matar al pobre y al indigente; de noche ronda el ladrón. El
adúltero acecha el crepúsculo diciéndose: “Nadie me verá” y se emboza la cara.
A oscuras penetra en la casa. Durante el día se encierran, no quieren nada con
luz; a oscuras penetra en las casas. La mañana es oscura para ellos, acostumbrados
a los miedos de las tinieblas.
Para que nadie censure
sus obras.
Jn 7, 7: El mundo no puede
aborreceros; a mí me aborrece porque les echo en cara que sus acciones son
malas.
Pero el que obra la
verdad.
Para que quede de
manifiesto.
Ef 5, 13: Todo lo que se expone
a la luz queda patente.
Jn 8, 32: Entenderéis la verdad
y la verdad os hará libres.
1 Jn 3, 19: Pues, aunque la conciencia
nos acuse, Dios es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo.
Notas exegéticas
Biblia de Jerusalén.
3 14 En Daniel 7, 13-14 el Hijo del
hombre sube junto a Dios para recibir allí la investidura regia. Para Juan, el
Hijo del hombre debe ser elevado en la cruz, pero esto es el primer paso que
debe llevarle a Dios en la gloria, donde reinará después de destrozar al Príncipe
de este mundo. Al subir al cielo, el Hijo del hombre no hará sino retornar a su
lugar propio, recobrar la gloria que tenía antes de la creación del cosmos. Es
en esta línea de pensamiento como se puede comprender el paralelo entre 3, 14-15
y N 21, 4-9. Los hebreos debían mirar a la serpiente de bronce puesta por Moisés
sobre una señal para que Dios les perdonara su pecado y pudieran seguir con
vida. Así, el hecho de que el Hijo del hombre sea elevado en la cruz será lo
que permitirá reconocer que él podía atribuirse el Nombre divino “Yo soy”, y
por tanto el hombre podrá evitar el morir en razón de los pecados. Creer en el
Hijo del hombre elevado es creer en el nombre del Hijo, Unigénito de Dios, es,
por tanto, creer en el amor del Padre que ha sacrificado a su propio Hijo para
que nosotros nos salvemos. Si no se cree en que el Hijo del hombre es el
Unigénito, ¿cómo reconocer el amor del Padre para con nosotros? El peor de los
pecados es no creer ya en el Amor.
3 15 La sección 3, 16-21 tiene su
paralelo en 12, 46-50, pero parece de redacción más reciente. Un mismo tema joánico
se ha desarrollado en dos perspectivas diferentes. Esta sección desarrolla una
cristología elevada; la otra, que glosa a Dt 18, 15.18, presenta simplemente a
Cristo como nuevo Moisés.
3 18 Para el judaísmo y muchos textos
neotestamentarios, el juicio final es esperado para el fin de la historia. Para
Jn el juicio tiene ya lugar cuando el hombre se encuentra en presencia de Jesús
(especialmente de su cruz) y rechaza la revelación.
3 19 Una división entre los humanos
tiene lugar en función de la acogida o del rechazo. La revelación desenmascara
a la persona que hace el mal. La exposición de su conducta a la luz constituye en
sí misma el juicio o la condena de quien rechaza a Dios.
3 21 Giro típicamente hebreo (asâ ‘emet).
Para los judíos esta verdad se manifiesta en la Ley. Para Jn obrar la verdad significa
cumplir la voluntad de Dios, tal como haya podido recibirse, lo cual dispone a
creer en la revelación transmitida en Jesús y a practicar esa fe. Por otra
parte, y a tenor del mencionado giro hebreo, la expresión “obrar la ley” podría
equivaler más genéricamente a “mantenerse en la lealtad” a Dios.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.
14 AQUELLA SERPIENTE
(lit. la serpiente): “Una serpiente no podía matar ni dar vida, pero
cuando Israel la miraba creía en aquél que había ordenado a Moisés que la
hiciera, y él los cura” (Mekiltá Éxodo, 27, 10). // ELEVADO: es elevado (en
cruz), y exaltado (en la resurrección y ascensión). en arameo targúmico,
yslq puede significar morir y también ser levantado, física
o espiritualmente (Díez Macho).
15 EN ÉL. gramaticalmente
puede ir unido a CREE o a TENGA.
16-21
Muy
en el estilo de Juan, la conversación no concluye, sino que deriva hacia
reflexiones meditativas del evangelista: la redención tiene su fuente en el
amor de Dios a los hombres, y la realiza el Hijo entregando su vida: su
finalidad es salvar; pero el hombre puede permanecer en la oscuridad y no creer
en el Hijo.
16 DE TAL MANERA AMNÓ
DIOS … QUE ENTREGÓ A SU HIJO: La admiración de santa Teresa: “Bendito seáis por
siempre, Señor mío, que tan amigo sois de dar que no se os pone cosa por
delante”, venía de siglos: “El que a su propio Hijo no lo perdonó, sino que lo
entregó por todos nosotros, ¿cómo, junto con él, no va también a regalarnos
todo?” (Romanos 8, 32). “Dios ha dado al hombre la tierra, el mar, y cuanto hay
en ellos. Pero después de todo esto, se dio a sí mismo: De tal manera amó Dios
al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para la vida de este mundo. Así,
pues, ¿qué cosa grande hará un hombre si se ofrece a Dios, cuando el mismo Dios
se ofreció antes a él” (Orígenes). // EL MUNDO: en los escritos de san Juan es
palabra polivalente: puede significar el universo (lo que un judío
llamaría “el cielo y la tierra”), o la humanidad , el género humano; y
este segundo significado se desdobla en dos: el conjunto de seres humanos,
objeto del amor salvador de Dios (así en este pasaje), o el mundo malo,
es decir, los seres humanos que, como seres libres, rechazan creer en Jesús,
revelador del Padre (cf. 1 Jn 2, 15-17; compárese con el término mundo en
el lenguaje de san Pablo (1 Cor 3, 19).
17 CONDENAR: lit. juzgar,
en sentido peyorativo. Lo mismo que en otros textos de Jn, como en: v. 18, 7,
51, 18,31.
18-21
El
misterio de la incredulidad de los hombres está en que, al no aceptar a Cristo,
el mensaje del Evangelio se les convierte en motivo de condenación; el
incrédulo se condena a sí mismo. Los tiempos gramaticales de los verbos
indican, conforme al pensamiento de Jn, que la vida y la condenación eternas
comienzan ya ahora, según que uno se decida en favor o en contra de
Jesús. Esta decisión adelanta al tiempo presente la sentencia del juicio futuro
(que Jn admite como tal: 5, 27-29).
18 EL NOMBRE que tiene
Jesús en los escritos de san Juan es “el Hijo”.
19 EN ESTO SE BASA LA
CONDENA: lit. este, ahora bien, es el juicio (se entiende: el juicio
condenatorio). Jesús no condena; son los hombres quienes, al no aceptar las palabras
de Jesús, convierten el juicio (krísis) en sentencia condenatoria (katákrisis);
cf. 12, 48. // SUS OBRAS: no creer en Jesús es “las obras malas”; la fe en
Jesús es “las obras buenas”.
21 “Obrar la verdad”
es aceptar la revelación de Cristo – condición para “ir a la luz”
–, asimilarla, “hacerla propia” en un proceso de crecimiento en la fe, y actuar
conforme a ella.
Notas exegéticas
desde la Biblia Didajé.
3, 14 En el desierto, los israelitas
que habían sido mordidos por serpientes venenosas evitaban la muerte al mirar
fijamente a la serpiente de bronce que Moisés “elevó” y colocó en un estandarte
(Números 21, 4-9). Ese acontecimiento prefiguró el sacrificio de Cristo, que
fue “elevado” en una cruz para salvar a la humanidad. Cat. 2130.
3, 16 El acto que realizó Dios de
mandar a su Hijo unigénito para nuestra redención y para otorgarnos vida eterna
fue fruto de su amor supremo. De hecho, Dios Padre nos entregó a Cristo en la
Encarnación precisamente para revelar su grandísimo amor. Aquellos que rechazan
este regalo de Cristo, de amor y redención, se privan a sí mismos de la vida eterna.
Aquellos que eligen caminar bajo la luz de Cristo obtendrán la felicidad en
esta vida y vida eterna en la siguiente. Cat. 219, 444, 454 y 458.
Catecismo
de la Iglesia Católica
2130 Sin embargo, ya en el Antiguo
Testamento Dios ordenó y permitió la institución de imágenes que conducirían
simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce
(Nm 21, 4-9; Sb 16, 5-14), el arca de la Alianza y los querubines (Ex 25,
10-22).
219 El amor de Dios a Israel es
comparado al amor de un padre a su hijo (cf. Os 11, 1). Este amor es más fuerte
que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49, 14-15). Dios ama a su pueblo
más que un esposo a su amada (cf. Is 62, 4-5); este amor vencerá incluso las
peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más precioso: “Tanto
amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3, 6).
444 Los evangelios narran en dos
momentos solemnes, el Bautismo y la Transfiguración de Cristo, que la voz del
Padre lo designa como su Hijo amado (cf. Mt 3, 17; 17,5). Jesús se designa a sí
mismo como “el Hijo único de Dios” (Jn 3, 16) y afirma mediante este título su
preexistencia eterna (cf. Jn 10, 36).
454 El nombre de Hijo de Dios
significa la relación única y eterna de Jesucristo con el Padre: Él es el Hijo
único del Padre (cf. Jn 1, 14; 3, 16.18) y Él mismo es Dios (cf. Jn 1, 1). Para
ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios (cf. Hch 8,
37; 1 Jn 2, 23).
458 El Verbo se encarnó para que
nosotros conociésemos así el amor de Dios: “En esto se manifestó el amor que
Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por
medio de él” (1 Jn 4, 9). “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”
(Jn 3, 16).
Concilio
Vaticano II
El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, hecho Él mismo
carne y habitando en la tierra de los hombres (cf. Jn 1, 3.14), hombre perfecto,
entró en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola en sí (cf. Ef 1,
10). Él mismo nos revela “que Dios es amor” (1 Jn 4, 8) y al mismo tiempo nos
enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y por ello de la
transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así pues, a los que
creen en la caridad divina, les da la certeza de que el camino del amor está
abierto a todos los hombres y de que no es inútil el esfuerzo por instaurar la
fraternidad universal. Al mismo tiempo, advierte que no hay que buscar este
amor solo en las grandes cosas, sino especialmente en las circunstancias
ordinarias de la vida. Soportando la muerte por todos nosotros pecadores (cf.
Jn 3, 14-16; Rm 5, 8-10), con su ejemplo nos enseña que debemos cargar también
la cruz que la carne y el mundo imponen sobre los hombres de los que buscan la
paz y la justicia.
Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, 38.
Comentarios de los Santos Padres.
Habiendo dicho a los hombres que el bautismo es la mayor de las gracias
que les ha sido concedida, añade cuál es la causa de ello, que consisten en
otra gracia no menor, a saber, la de la cruz… Estos dos beneficios son los que,
de un modo especialísimo, revelan el inefable amor de Dios por nosotros: que
sufrió por sus enemigos y que, tras haber muerto por ellos, les otorgó una
completa remisión de los pecados mediante el bautismo.
Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Ev. de Juan, 27, 1. Pg. 194.
El Señor conduce con arte admirable de magisterio celestial a un maestro
de la ley mosaica, llevándolo al sentido espiritual de esa ley al recordar una
historia antigua, que le explica como figura de su pasión y de la salvación
humana.
Beda. Homilías sobre los Evangelios. 2, 18. Pg. 194.
Con razón el Señor mandó que las heridas de los enfermos se curaran
levantando una serpiente de bronce…. Por tanto, el mundo fue crucificado en sus
seducciones y por eso fue levantada no una serpiente verdadera sino de bronce,
porque el Señor asumió la forma de pecador ciertamente en la realidad del
cuerpo, pero sin la realidad del pecado, de modo que mediante la fragilidad de
la debilidad humana simulando a la serpiente al deponer los despojos de la
carne pudiera destruir las astucias de la serpiente.
Ambrosio. El Espíritu Santo. 3, 8, 50. Pg. 195.
La cruz se levanta y se alza sobre la tierra, que hasta poco antes había
mantenido oculta por la envidia. La cruz se levanta no para recibir gloria
alguna (Cristo clavado en ella es la mayor gloria), sino para glorificar a Dios
y ser proclamado por ella.
Andrés de Creta. Homilía sobre la exaltación de la santa cruz, 11.
Pg. 195.
Con esto Dios anunciaba un misterio por el que había de destruir el poder
de la serpiente, que fue autora de la transgresión de Adán.
Justino Mártir. Diálogo
con el judío Trifón, 94, 2.5. Pg. 196.
Por las palabras: “Tanto
amó Dios al mundo” se pone de relieve la grandeza y la intensidad de ese amor.
Grandísima era, en verdad, e infinita la distancia entre Dios y el mundo. El
inmortal, sin principio e infinitamente grande, nos amó a quienes estamos
hechos de tierra y cenizas, cargados de innumerables pecados, porque continuamente
le ofendemos.
Juan Crisóstomo. Homilías
sobre el Evangelio de Juan, 27, 2-3. Pg. 197.
Alabemos, pues, que nada
al Hijo, venerando su sangre, que expía nuestros pecados. Sin haber perdido
nada de su divinidad, me salvó; como médico se inclinó sobre nuestras heridas
malolientes.
Gregorio Nacianceno. Himnos
dogmáticos. 2. Pg. 198.
Si el Padre no nos
hubiese entregado la vida, no tendríamos vida. Si la vida misma no hubiese
muerto, no se hubiese dado muerte a la vida.
Agustín. Sermones,
265b, 51. Pg. 199.
El médico en cuanto tal
viene a curar al enfermo. Quien se niega a observar las prescripciones del
médico se da muerte a sí mismo.
Agustín. Tratado sobre
el Ev. de Juan, 12, 12. Pg. 199.
De nuevo el Señor revela
con claridad que nuestros errores y fallos dependen de nosotros.
Clemente de Alejandría. Stromata,
2, 69, 1-2. Pg. 201.
La causa del castigo de
los hombres es que no quisieron abandonar las tinieblas para acogerse a la luz…
Así afirma: “Si yo hubiera venido para pedirles cuentas de sus obras y
castigarlos, abrían podido decir: por eso nos hemos alejado. Pero he venido
para librarlos de las tinieblas y llevarlos a la luz”. ¿Cómo tener piedad de
hombres que rechazan ir de las tinieblas a la luz?
Juan Crisóstomo. Homilías
sobre el Ev. de Juan, 28, 2. Pg. 201.
Si quienes son
adoradores del Dios verdadero viven entregados a los vicios, serán despreciados
y acusados por todos.
Juan Crisóstomo. Homilías
sobre el Ev. de Juan, 28, 2. Pg. 203.
Muchos hay que aman sus
pecados y muchos también que los confiesan. Quien confiesa y se acusa de sus
pecados hace las paces con Dios. Dios reprueba tus pecados. Si tu haces lo
mismo, te unes a Dios. Es preciso que aborrezcas tus obras y que ames en ti la
obra de Dios. Cuando empiezas a detestar lo que hiciste, entonces empiezan tus
buenas obras, porque repruebas las tuyas malas. El principio de las buenas
obras, es la confesión de las malas. Practicas la verdad y vienes a la luz.
¿Qué es practicar tu verdad? No halagarte, ni acariciarte, ni adularte a ti
mismo, ni decir que eres justo, cuando eres inicuo. Así es como empiezas tú a
practicar la verdad; así es como vienes a la luz, para que se muestran las
obras que has hecho en Dios.
Agustín. Tratado
sobre el Ev. de Juan, 12, 13-14. Pg. 203.
San Agustín.
Tomó, pues, la muerte y la suspendió en la cruz. De
esta manera los mortales son librados de la muerte. El Señor recuerda lo que
aconteció en figura a los antiguos. (…). Gran misterio es este; quienes lo han
leído, lo conocen. Por tanto, óiganlo ahora quienes no lo han leído, o lo han
olvidado después de haberlo leído u oído. (…) ¿Qué son las serpientes que muerden?
Los pecados de la carne mortal. ¿Qué es la serpiente levantada en alto? La
muerte del Señor en la cruz. La muerte fue simbolizada en la serpiente porque
procede de ella. La mordedura de la serpiente es mortal, la muerte del Señor es
vital. Se mira a la serpiente para aniquilar el poder de la serpiente. ¿Qué es
esto? Se mira a la muerte para aniquilar el poder de la muerte. (…) Ten siempre
en tu presencia lo que no quieres que esté en la presencia de Dios. Porque si
echas a la espalda tus propios pecados, Dios volverá a ponerlos ante tus ojos
cuando ya la penitencia sea infructuosa. Corred, no sea que os sorprendan las tinieblas.
Comentarios sobre el evangelio de San Juan, 10, 4-8. Pg. 311.
San Juan de Ávila.
Mirad, pues, doncella, a
este hombre, porque no puede escapar de la muerte quien no lo mirare, porque así
como alzó en un palo Moisés la serpiente en el desierto, para que los
heridos mirándola viviesen, y quien no la mirase muriese, así quien a Cristo
puesto en el madero de la cruz no mirase, morirá para siempre. (…) Mira,
hombre, la haz de tu Cristo, y si quieres que mire yo a su cara para perdonar
él, mira tú a su cara, para pedir perdón por él. En la cara de Cristo nuestro
mediador se junta la vista del Padre y la nuestra. Allí van a parar los rayos
de nuestro creer y amar, y los rayos de su perdonar y hacer mercedes.
Audia, filia (I).
Hermosura del alma, 31. OC I. Pg. 528.
Porque, así como alzó
en un palo Moisén la serpiente en el desierto, para que los heridos,
mirándola viviese, y quien no la mirase muriese, así, quien a Cristo puesto en
el madero de la cruz no mirase con fe y con amor, morirá siempre.
Audia filia (II).
Cap. 112, 2. OC I. Pg. 776.
Mucha razón tiene Dios
de quejarse, y sus pregoneros para reprehender a los hombres, de que tan
olvidados estén de esta merced, digna que por ella se diesen gracias a Dios de
noche y de día. Porque, como dice San Juan, así amó Dios al mundo que dio su
unigénito Hijo, para que todo hombre que creyere en él y le amare no perezca,
mas tenga la vida eterna. Y en esta merced están encerradas las otras, como
menores en la mayor y efectos en causa. Claro es que quien dio el sacrificio
contra los pecados, perdón de pecados, dio cuanto es de su parte; y quien el
Señor dio, también dio el señorío; y, finalmente, quien dio su Hijo, y tal
hijo, dado a nosotros y nacido para nosotros, no nos negará cosa que
necesaria nos sea.
Audi, filia (II). Cap. 19, 1. OC I. Pg. 578.
Y si a todas estas cosas
estás sordo, no es razón que lo estés a las voces que Dios te da en el
Evangelio, diciendo: En tanta manera amó Dios al mundo, que dio a su único Hijo,
para que todo el que creyere en Él no perezca, mas alcance vida eterna. Todas
estas son las señales de amor, y esta más que ninguna de todas ellas, como escribe
aquel muy amado y amador de Dios, su evangelista san Juan diciendo: En este
hemos conocido el amor que dios nos tiene, que nos dio a su Hijo para que
vivamos por él (1 Jn 4, 9).
Tratado del amor de
Dios, 3. OC I. Pg. 953.
No alcanza ningún
entendimiento angélico qué tanto arda este fuego ni hasta dónde llegue su
virtud. No es el término hasta donde llegue solamente la muerte y la cruz; porque
si, como le mandaron padecer una muerte, le mandaran millares de muertes, para
todo tenía amor (cf. Jn 3, 17). Y si lo que le mandaron hacer por la salud de
todos los hombres, le mandaran hacer por cada uno de ellos, así lo hiciera por
cada uno como por todos. Y si, como estuvo aquellas tres horas penando en la
cruz, fuera menester estar allí hasta el día del juicio, amor había para todo,
si nos fuera necesario. De manera que mucho más amó que padeció; muy mayor amor
le quedaba encerrado en las entrañas de lo que nos mostró acá de fuera en sus
llagas.
Tratado del amor de
Dios, 7. OC I. Pg. 962.
Responde san Juan: Amaron
más los hombres las tinieblas que la luz, porque eran sus obras malas; y todo
aquel que mal hace, aborrece la luz (Jn 3, 19-20). De manera que, porque el
Señor y su doctrina encaminaban a toda verdad y virtud, y ellos amaban la
mentira y la maldad, no lo podían oír ni mirar; ni quisieran que hobiera luz
ejemplo de perfecta vida, en comparación de la cual era condenada la suya por
mala. Y de la raíz de esta voluntad, así depravada, salió el fruto de negar y
matar al celestial médico, que los venía a curar.
Audi, filia (II),
cap. 48, 1. OC I. Pg. 638.
¿Qué justicia es que
haga yo pecados y pague Jesucristo? La justicia nació de la misericordia de
Dios. Dice David: Todos los caminos de Dios son misericordia y verdad (Sal
24, 10); primero misericordia y luego verdad.
Lecciones sobre 1 San
Juan (I). Lección 6. OC II. Pg. 150.
Con ser la verdad una
cosa tan alta y tan santa, tan hermosa y provechosa para el hombre, vemos que
no faltan hombres, ni han faltado, más aficionados a la mentira que a la
verdad, y se andaban perdidos tras los engaños: aficionados a las tinieblas y
aborrecedores de la luz. De estos se queja Cristo: Lux venit in mundum, et
dilexerunt homines magis tenebras quam lucem (Jn 3, 19).
Lecciones sobre la
Epístola a los Gálatas 4, 16. 45. OC II. Pg. 84.
De manera que, porque el
Señor y su santa doctrina encaminaban a toda verdad y virtud, y ellos amaban la
mentira, la gloria vana y maldad, no lo podían ioír ni mirar, ni siquiera que
hubiera luz de doctrina que descubriera la santidad falsa de ellos; ni ejemplo
de perfecta vida, en comparación de la cual la vida de ellos era condenada por
mala.
Tratados de reforma, 7. OC II. Pg. 527.
Ansí como Moisén puso
la serpiente encima del palo en el desierto, ansí conviene también que el hijo
de la Virgen sea puesto en una cruz, para que todo aquel que lo mirare no se
pierda, sino tenga vida eterna (cf. Jn 3, 14). Para
esto vine al mundo, para dar vida al mundo, dice en otra part Jesucristo
(cf. Jn 10, 10). Si estás muerto, vete a Cristo, que Él es el manjar que te
resucitará y dará vida. Sírvete de tu fe en esto que Jesucristo sólo es tu
arrimo, tu esfuerzo, tu remedio, tu vida, tu confianza, quien te rige, te
gobierna, te da ser y te sustenta. Échate a sus pies; dile: “Señor mío,
¡cuántos milagros heciste en este mundo, cuántos muertos resucitaste, cuántos
cojos sanaste, a cuántos ciegos diste lumbre, a cuántos sordos diste oídos!,
ves aquí un muerto, que no tiene más que la lengua de vivo; aplica en mí lo que
padeciste; ayuda a mi flaqueza; alumbra mis ojos; haz que oigan mis oídos tus
palabras de vida; despierta mi ánima a tan profundo sueño; haz con mi corazón
que oigan tus palabras; da gusto a mi paladar, y haz que pierda el sabor que
toma de los pecados.
49. En la Infraoctava
del Corpus, 12. OC III. Pg. 640-641.
Por la salud de sus
vasallos nace pobre, y llora, y pasa trabajos, y derrama su sangre: posuit
animam suam pro ovibus suis, pro nobis omnibus tradidit illum[1]
(cf. Jn 10, 15; 3, 16). Ninguno se podía salvar sino naciendo y muriendo
Él. Y así mirad que debéis a Jesucristo, que, si os son perdonados todos
vuestros pecados, por él os son perdonados; y si tenéis gracia, por Él os la dieron:
si tienen merecimiento y valor vuestros trabajos, por Jesucristo nuestro Señor
es.
5. Epifanía, 4. OC III. Pgs. 81-82.
¿Qué sienten vuestras
orejas cuando oís decir: Ansí amó Dios al mundo, que dio un Hijo que tenía, y
sabiendo que le había de costar la vida lo que había de nacer por el mundo? ¡Que
sea yo amado de Dios! ¡Que parezca tan bien mi ánima a Dios, que le es tan
preciosa, que, porque no se pierda, envió a su único Hijo que muriese por ella!
31. Lunes de
Pentecostés, 8. OC III. Pg. 380.
Grande gloria fue esta
de Dios, y muy ilustre parécese su perfección y bondad, pues amó tanto al
mundo, que le diese su unigénito Hijo (Jn 3, 16) para remedio de él, y que
lo entregase a muerte para que los pecadores fuesen justificados, y los
enemigos reconciliados, y los que estaban desheredados del cielo recobrasen la
herencia perdida. ¿Quién dirá que estos beneficios pueden crecer, ni que hay
más amor que enseñar a los hombres, ni que hay más que pedir ni desear?
53. En la Infraoctava
del Corpus, 26. OC III. pg. 697.
Decirlo he, Señor;
¡bendígante los cielos y la tierra! ¡Yo haré que feo ames y hermoso te parezca”.
No hay más, fue casamiento por amores. Quísonos bien el Padre, que tal
casamiento y el Hijo nos dio. Sic Deus dilexit mundum, ut Filium suum unigenitum
daret (cf. Jn 3, 16). Quísonos bien el Padre, quísonos bien el Hijo, que
tal consintió; quísonos bien el Espíritu Santo, que tal ordenó.
65 (1). Anunciación
de Nuestro Señor, 22. OC III. Pg. 873.
Señor, cosa recia dicir
a un ladrón: el juez viene. Huirá como hizo Adam, que, en oyendo la voz del
Señor, echó a huir. Señor, ¿a qué venís? El mesmo lo dice por san Juan: Non
enim misit Deus filium in mundum ut iudicet mundum, sed ut salvetur mundus per
ipsum[2].
2. Domingo III
Adviento, 8. OC III. Pg. 38.
No envió Dios al
mundo a su Hijo para juzgar y condenar al mundo, sino para que el mundo se
salve por Él (Jn 3, 17). Gana lo debe de tener,
pues que tal pieza envía; gana tiene de esa joya, pues que tanto precio da por
ella. Por vuestra vida, que los que sabéis latín leáis este capítulo. Paréceme
que son las más dulces que hay en el Evangelio.
31. Lunes de
Pentecostés, 6. OC III. Pg. 379.
Esta locura y
presumpción, esta confianza en nuestras fuerzas nos tiene echados a perder. Al
fin perdióse el hombre por la honra, y vino a ser más bajo que la bestia. Y en
la séptima edad, desde que los hombres eran tratados como bestias de los
pecados, envía Dios al Salvador de los perdidos, no para que los juzgue y los
castigue – non enim misit Deus Filium suum, etc. –, para que el mundo
sea salvo, sea remediado (cf. 3, 17).
31. Lunes de
Pentecostés, 16. OC III. Pg. 382.
¿Por qué lo hacen ansí? Vino
la luz al mundo. ¡Sea Dios bendito por ello! ¿Quien es la lumbre? Jesucristo;
la palabra de Dios es la lumbre con que habéis de mirar vuestra ánima si está
buena o mala; y amaron las tinieblas más las tinieblas que la lumbre. Dios
os guarde de hombre que lo vais a llamar cuando está durmiendo, porque le hace
mal el dormir, y le ponéis un hacha delante los ojos y la apaga para dormir más
a su placer.
28. Domingo infraoctava
de la Ascensión, 24. OC III. Pg. 344.
Dejáislo olvidar, porque
os escuece la luz de la doctrina; no queréis que se os acuerde adrede, por no
pasar un mal rato; háceste olvidadizo de quién eres. Es el mayor mal que hay el
mundo; Dios, por quien Él es, lo remedie. Por esto se dijo: Amaron los hombres
más las tinieblas que la luz (Jn 3, 19); abrazaron más el olvido de sí
propios que el acordarse de quién son.
48. Día 2 de la
Octava del Corpus, 6. OC III. Pg. 630.
Y más: ¿queréis ver si
estáis mal o bien con ella? Mirad la tercera condición del alba, que es ser
enemiga de las tinieblas. Ya sabéis que estas tinieblas son aquellas de las
cuales es escripto: Via impiorum tenebrosa[3]
(Proverbios 4, 19), y: Dilexerunt homines magis tenebras quam
lucem (Jn 3, 19). En buen romance: “Los pecados, estos son los que nuestra
Señora aborrece sobre todas las cosas”.
61. Natividad de la
Virgen, 11. OC III. Pg. 820.
Y como uno que está
dormido y no quiere que le recuerden, apaga la lumbre que le ponen ante los
ojos y se enoja con quien se la puso, así estos, dignos de ser llorados con
lágrimas de sangre del corazón, han hecho concierto con el pecado e infierno, y
pésales tanto de quien los quiere apartar de sus malos caminos, que ni querrían
que hubiese verdad ni justicia, honestidad ni vergüenza, ni aun quien la
dijese. Viven en tinieblas; y todo hombre que hace mal, aborrece la luz y no
quiere venir a ella – dice san Juan – porque no parezcan sus grandes
maldades (cf. 3, 20). ¡Oh engañados hombres y desdichados.
60. Natividad de la
Virgen, 20. OC III. Pg. 810.
Y por no saberse vuestra
merced aprovechar de la consolación que trae esta nueva, viene a de ser hollada[4]
de la desconsolación que tan demasiadamente la aflige, quitando los ojos de este
Señor puesto en cruz, para que todo hombre que con ojos de fe y de mor le
mirare, no perezca (Jn 3, 15), y poniéndolos en sí misma y en sus obras,
que es una vereda tan sin consuelo, que ningún hombre que por ella caminó a
solas, puede tener paz ni consuelo.
A una señora afligida
con trabajos corporales y tristezas espirituales. OC IV. Pgs. 225-226.
¡Oh abismo de infinita
bondad, del cual tan dádiva sale el mundo que así lo ames, que des a tu
unigénito Hijo, para que todo hombre que cree en Él y le ama no perezca, mas
tenga la vida eterna (cf. 3, 16). Alábente los cielos con todo lo que en
ellos está, y la tierra y la mar con todo su arreo, porque tú, tan grande, has
amado grandemente a los que eran dignos de desamor[5].
A unas mujeres
devotas que padecían trabajos. OC IV. Pg.264.
¡Oh bondad sin término,
y cuán sin término nos amaste, cuando tanto amaste al mundo que diste a tu
único Hijo para que todo hombre que en Él creyere se salve! (cf. Jn 3, 16).
Y siendo tú el injuriado y quejoso, rogaste al injuriador con amistad; y porque
esta no se podía hacer sin que la injuria a ti hecha se satisficiese, tú mesmo
diste al culpado con que pagase, para que viese que de verdad tenías ganas de
su amistad, pues de balde le perdonabas y tan a tu cosa le dabas con que te
pagase.
Para la villa de
Utrera. OC IV. Pg. 367.
Mas, ¡oh Señor!, ¿y
quién osará quejarse de ti porque lo tratas con rigor, pues luego le atapas la
boca con que así amaste al mundo, que a tu Unigénito diste (cf. Jn 3,
16), para que a poder de trabajos, dolores y muerte que de Él cargase, el mundo
evitase los del infierno y gozase del cielo?
A un caballero amigo
suyo. OC IV. Pg. 550.
San Oscar Romero.
"De tal manera amó Dios al mundo -dice le Evangelio de hoy- que le
dio a su propio Hijo, para que el mundo sea salvado y para que todo aquel que
crea en Él tenga vida eterna". Esta es la condición: creer, tener fe,
poner en Él la esperanza. Ojalá que todo el pueblo salvadoreño sea hoy la
peregrinación de la Cuaresma que con su fe puesta en Cristo espera que el
domingo de Resurrección nos ha de traer no sólo el recuerdo de un resucitado de
hace veinte siglos, sino la resurrección verdadera de un pueblo tan postrado
pero llamado tan eficazmente a la resurrección por la misma voz del Señor. Así
sea...
Homilía, 25 de marzo de 1979.
Papa Francisco. Ángelus. 15 de marzo de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos vuelve a proponer las
palabras que Jesús dirigió a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a
su Unigénito» (Jn 3, 16). Al escuchar estas palabras, dirijamos la mirada de
nuestro corazón a Jesús Crucificado y sintamos dentro de nosotros que Dio nos
ama, nos ama de verdad, y nos ama en gran medida. Esta es la expresión más
sencilla que resume todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología:
Dios nos ama con amor gratuito y sin medida.
Así nos ama Dios y este amor Dios lo demuestra ante
todo en la creación, como proclama la liturgia, en la Plegaria eucarística IV:
«A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para
que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado». En el
origen del mundo está sólo el amor libre y gratuito del Padre. San Ireneo
un santo de los primeros siglos escribe: «Dios no creó a Adán porque tenía
necesidad del hombre, sino para tener a alguien a quien donar sus beneficios»
(Adversus haereses, IV, 14, 1). Es así, el amor de Dios es así.
Continúa así la Plegaria eucarística IV: «Y cuando
por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte,
sino que, compadecido, tendiste la mano a todos». Vino con su misericordia.
Como en la creación, también en las etapas sucesivas de la historia de la
salvación destaca la gratuidad del amor de Dios: el Señor elige a su pueblo
no porque se lo merezca, sino porque es el más pequeño entre todos los pueblos,
como dice Él. Y cuando llega «la plenitud de los tiempos», a pesar de que los
hombres en más de una ocasión quebrantaron la alianza, Dios, en lugar de
abandonarlos, estrechó con ellos un vínculo nuevo, en la sangre de Jesús —el
vínculo de la nueva y eterna alianza—, un vínculo que jamás nada lo podrá
romper.
San Pablo nos recuerda: «Dios, rico en
misericordia, —nunca olvidarlo, es rico en misericordia— por el gran amor con
que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con
Cristo» (Ef 2, 4-5). La Cruz de Cristo es la prueba suprema de la
misericordia y del amor de Dios por nosotros: Jesús nos amó «hasta el
extremo» (Jn 13, 1), es decir, no sólo hasta el último instante de su vida
terrena, sino hasta el límite extremo del amor. Si en la creación el Padre nos
dio la prueba de su inmenso amor dándonos la vida, en la pasión y en la muerte
de su Hijo nos dio la prueba de las pruebas: vino a sufrir y morir por
nosotros. Así de grande es la misericordia de Dios: Él nos ama, nos perdona;
Dios perdona todo y Dios perdona siempre.
Que María, que es Madre de misericordia, nos ponga
en el corazón la certeza de que somos amados por Dios; nos sea cercana en los
momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro
itinerario cuaresmal sea experiencia de perdón, acogida y caridad.
Papa Francisco. Ángelus. 14 de
marzo de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este cuarto domingo de Cuaresma la liturgia
eucarística comienza con esta invitación: «Alégrate, Jerusalén...». (cf. Is
66,10). ¿Cuál es el motivo de esta alegría? En plena Cuaresma, ¿cuál es el
motivo de esta alegría? Nos lo dice el evangelio de hoy: «Tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino
que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Este mensaje gozoso es el núcleo de la fe
cristiana: el amor de Dios llega a la cumbre en el don del Hijo a una humanidad
débil y pecadora. Nos ha entregado a su Hijo, a nosotros, a todos nosotros.
Es lo que se desprende del diálogo nocturno entre
Jesús y Nicodemo, una parte del cual está descrita en la misma página
evangélica (cf. Jn 3,14-21). Nicodemo, como todo miembro del pueblo de
Israel, esperaba al Mesías, y lo identificaba con un hombre fuerte que juzgaría
al mundo con poder. Jesús pone en crisis esta expectativa presentándose
bajo tres aspectos: el del Hijo del hombre exaltado en la cruz; el del Hijo
de Dios enviado al mundo para la salvación; y el de la luz que distingue a los
que siguen la verdad de los que siguen la mentira. Veamos estos tres aspectos:
Hijo del hombre, Hijo de Dios y luz.
Jesús se presenta en primer lugar como el Hijo
del Hombre (vv. 14-15). El texto alude al relato de la serpiente de bronce
(cf. Nm 21,4-9), que, por voluntad de Dios, fue levantada por Moisés en el
desierto cuando el pueblo fue atacado por serpientes venenosas; el que había
sido mordido y miraba la serpiente de bronce se curaba. Del mismo modo, Jesús
fue levantado en la cruz y los que creen en Él son curados del pecado y viven.
El segundo aspecto es el del Hijo de Dios
(vv. 16-18). Dios Padre ama a los hombres hasta el punto de “dar” a su Hijo:
lo dio en la Encarnación y lo dio al entregarlo a la muerte. La finalidad
del don de Dios es la vida eterna de los hombres: en efecto, Dios envía a
su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para que el mundo se salve por medio
de Jesús. La misión de Jesús es misión de salvación, de salvación para
todos.
El tercer nombre que Jesús se atribuye es “luz”
(vv. 19-21). El Evangelio dice: «Vino la luz al mundo, y los hombres amaron más
las tinieblas que la luz» (v. 19). La venida de Jesús al mundo determina una
elección: quien elige las tinieblas va al encuentro de un juicio de
condenación, quien elige la luz tendrá un juicio de salvación. El juicio es
siempre la consecuencia de la libre elección de cada uno: quien practica el mal
busca las tinieblas, el mal siempre se esconde, se cubre. Quien hace la verdad,
es decir, practica el bien, llega a la luz, ilumina los caminos de la vida. Quien
camina en la luz, quien se acerca a la luz, no puede por menos que hacer buenas
obras. La luz nos lleva a hacer buenas obras. Es lo que estamos llamados
a hacer con mayor empeño durante la Cuaresma: acoger la luz en nuestra
conciencia, para abrir nuestros corazones al amor infinito de Dios, a su
misericordia llena de ternura y bondad. No olvidéis que Dios perdona
siempre, siempre, si nosotros con humildad pedimos el perdón. Basta con pedir
perdón y Él perdona. Así encontraremos el gozo verdadero y podremos alegrarnos
del perdón de Dios que regenera y da vida.
Que María Santísima nos ayude a no tener miedo de
dejarnos “poner en crisis” por Jesús. Es una crisis saludable, para nuestra
curación; para que nuestra alegría sea plena.
Benedicto XVI. Ángelus. 19 de
marzo de 2006.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, 19 de marzo, se celebra la solemnidad de san
José, pero, al coincidir con el tercer domingo de Cuaresma, su celebración
litúrgica se traslada a mañana. Sin embargo, el contexto mariano del Ángelus
invita a meditar hoy con veneración en la figura del esposo de la santísima
Virgen María y patrono de la Iglesia universal. Me complace recordar que
también era muy devoto de san José el amado Juan Pablo II, quien le dedicó la
exhortación apostólica Redemptoris custos, custodio del Redentor, y seguramente
experimentó su asistencia en la hora de la muerte.
La figura de este gran santo, aun permaneciendo más
bien oculta, reviste una importancia fundamental en la historia de la
salvación. Ante todo, al pertenecer a la tribu de Judá, unió a Jesús a
la descendencia davídica, de modo que, cumpliendo las promesas sobre el
Mesías, el Hijo de la Virgen María puede llamarse verdaderamente "hijo de
David". El evangelio de san Mateo, en especial, pone de relieve las
profecías mesiánicas que se cumplen mediante la misión de san José: el nacimiento de Jesús en Belén (Mt 2, 1-6);
su paso por Egipto, donde la Sagrada Familia se había refugiado (Mt 2, 13-15);
el sobrenombre de "Nazareno" (Mt 2, 22-23).
En todo esto se mostró, al igual que su esposa
María, como un auténtico heredero de la fe de Abraham: fe en Dios que guía los acontecimientos de
la historia según su misterioso designio salvífico. Su grandeza, como la de
María, resalta aún más porque cumplió su misión de forma humilde y oculta en
la casa de Nazaret. Por lo demás, Dios mismo, en la Persona de su Hijo
encarnado, eligió este camino y este estilo —la humildad y el ocultamiento— en
su existencia terrena.
El ejemplo de san José es una fuerte invitación
para todos nosotros a realizar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que
la Providencia nos ha asignado. Pienso, ante todo, en los padres y en las
madres de familia, y ruego para que aprecien siempre la belleza de una vida
sencilla y laboriosa, cultivando con solicitud la relación conyugal y
cumpliendo con entusiasmo la grande y difícil misión educativa.
Que san José obtenga a los sacerdotes, que ejercen
la paternidad con respecto a las comunidades eclesiales, amar a la Iglesia con
afecto y entrega plena, y sostenga a las personas consagradas en su observancia
gozosa y fiel de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.
Que proteja a los trabajadores de todo el mundo, para que contribuyan con sus
diferentes profesiones al progreso de toda la humanidad, y ayude a todos los
cristianos a hacer con confianza y amor la voluntad de Dios, colaborando así al
cumplimiento de la obra de salvación.
Benedicto XVI. Ángelus. 18 de
marzo de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
En nuestro itinerario hacia la Pascua, hemos
llegado al cuarto domingo de Cuaresma. Es un camino con Jesús a través del
«desierto», es decir, un tiempo para escuchar más la voz de Dios y también para
desenmascarar las tentaciones que hablan dentro de nosotros. En el horizonte
de este desierto se vislumbra la cruz. Jesús sabe que la cruz es el
culmen de su misión: en efecto, la cruz de Cristo es la cumbre del amor,
que nos da la salvación. Lo dice él mismo en el Evangelio de hoy: «Lo mismo
que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo
del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna» (Jn 3, 14-15).
Se hace referencia al episodio en el que, durante el éxodo de Egipto, los
judíos fueron atacados por serpientes venenosas y muchos murieron; entonces
Dios ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un
estandarte: si alguien era mordido por las serpientes, al mirar a la serpiente
de bronce, quedaba curado (cf. Nm 21, 4-9). También Jesús será levantado
sobre la cruz, para que todo el que se encuentre en peligro de muerte a causa
del pecado, dirigiéndose con fe a él, que murió por nosotros, sea salvado.
«Porque Dios —escribe san Juan— no envió a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 17).
San Agustín comenta: «El médico, en lo que depende
de él, viene a curar al enfermo. Si uno no sigue las prescripciones del médico,
se perjudica a sí mismo. El Salvador vino al mundo... Si tú no quieres que te
salve, te juzgarás a ti mismo» (Sobre el Evangelio de Juan, 12, 12: PL 35,
1190). Así pues, si es infinito el amor misericordioso de Dios, que
llegó al punto de dar a su Hijo único como rescate de nuestra vida, también
es grande nuestra responsabilidad: cada uno, por tanto, para poder ser
curado, debe reconocer que está enfermo; cada uno debe confesar su
propio pecado, para que el perdón de Dios, ya dado en la cruz, pueda tener
efecto en su corazón y en su vida. Escribe también san Agustín: «Dios
condena tus pecados; y si también tú los condenas, te unes a Dios... Cuando
comienzas a detestar lo que has hecho, entonces comienzan tus buenas obras,
porque condenas tus malas obras. Las buenas obras comienzan con el
reconocimiento de las malas obras» (ib., 13: PL 35, 1191). A veces el hombre
ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus pecados. Sin
embargo, la verdadera paz y la verdadera alegría sólo se encuentran
abriéndose a la luz y confesando con sinceridad las propias culpas a Dios.
Es importante, por tanto, acercarse con frecuencia al sacramento de la
Penitencia, especialmente en Cuaresma, para recibir el perdón del Señor e
intensificar nuestro camino de conversión.
Queridos amigos, mañana celebraremos la fiesta de
san José. Agradezco de corazón a todos aquellos que me recordarán en la
oración, en el día de mi onomástico. En especial, os pido que oréis por el
viaje apostólico a México y a Cuba, que realizaré a partir del viernes próximo.
Encomendémoslo a la intercesión de la santísima Virgen María, tan amada y
venerada en estos dos países que me dispongo a visitar.
Francisco. Catequesis. Vicios y
virtudes. 8. La envidia y la vanagloria.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy examinaremos dos vicios capitales que
encontramos en los grandes catálogos que nos ha legado la tradición espiritual:
la envidia y la vanagloria.
Comencemos por la envidia. En la Sagrada
Escritura (cfr. Gen 4) se nos presenta como uno de los vicios más antiguos:
el odio de Caín hacia Abel se desata cuando se da cuenta de que los sacrificios
del hermano agradan a Dios. Caín era el primogénito de Adán y Eva, se había
llevado la parte más considerable de la herencia paterna; sin embargo, es
suficiente que Abel, el hermano menor, tenga éxito en una pequeña iniciativa,
para que Caín se torne sombrío. El rostro del envidioso es siempre triste:
mantiene baja la mirada, parece estar constantemente examinando el suelo,
pero en realidad no ve nada, porque su mente está envuelta en pensamientos
llenos de maldad. La envidia, si no se controla, conduce al odio del otro.
Abel morirá a manos de Caín, que no pudo soportar la felicidad de su hermano.
La envidia es un mal estudiado no sólo en el ámbito
cristiano: ha atraído la atención de filósofos y sabios de todas las culturas.
En su base hay una relación de odio y amor: uno quiere el mal del otro, pero en
secreto desea ser como él. El otro es la manifestación de lo que nos
gustaría ser, y que en realidad no somos. Su suerte nos parece una
injusticia: ¡seguramente -pensamos- nosotros nos merecemos mucho más sus
éxitos o su buena suerte!
En la raíz de este vicio está una falsa idea de
Dios: no se acepta que Dios tenga sus propias "matemáticas",
distintas de las nuestras. Por ejemplo, en la parábola de Jesús acerca de
los obreros llamados por el amo para ir a la viña a distintas horas del día,
los de la primera hora creen que tienen derecho a un salario más alto que los
que llegaron los últimos; pero el amo les da a todos la misma paga, y dice:
«¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿O es que mi
generosidad va a provocar tu envidia?» (Mt 20,15). Quisiéramos imponer a
Dios nuestra lógica egoísta, pero la lógica de Dios es el amor. Los bienes que
Él nos da están destinados a ser compartidos. Por eso San Pablo exhorta a
los cristianos: «Ámense cordialmente unos a otros; que cada cual estime a
los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10). ¡He aquí el remedio contra la
envidia!
Y llegamos al segundo vicio que examinamos hoy: la
vanagloria. Ésta va de la mano con el demonio de la
envidia, y juntos estos dos vicios son característicos de una persona que
aspira a ser el centro del mundo, libre de explotar todo y a todos, el objeto
de toda alabanza y amor. La vanagloria es una autoestima inflada y sin
fundamentos. El vanaglorioso posee un "yo" dominante: carece
de empatía y no se da cuenta de que hay otras personas en el mundo además
de él. Sus relaciones son siempre instrumentales, marcadas por la
prepotencia hacia el otro. Su persona, sus logros, sus éxitos, deben ser
mostrados a todo el mundo: es un perpetuo mendigo de atención. Y si a
veces no se reconocen sus cualidades, se enfada ferozmente. Los demás son
injustos, no comprenden, no están a la altura. En sus escritos, Evagrio Póntico
describe el amargo asunto de algún monje afectado por la vanagloria. Sucede
que, tras sus primeros éxitos en la vida espiritual, siente que ya ha llegado a
la meta, y por eso se lanza al mundo para recibir sus alabanzas. Pero no se
apercibe de que sólo está al principio del camino espiritual, y de que lo
acecha una tentación que pronto le hará caer.
Para curar al vanidoso, los maestros espirituales
no sugieren muchos remedios. Porque, después de todo, el mal de la vanidad
tiene su remedio en sí mismo: las alabanzas que el vanidoso esperaba cosechar
en el mundo pronto se volverán contra él. Y ¡cuántas personas, engañadas
por una falsa imagen de sí mismas, cayeron más tarde en pecados de los que
pronto se avergonzarían!
La instrucción más hermosa para superar la
vanagloria se encuentra en el testimonio de San Pablo. El Apóstol se enfrentó
siempre a un defecto que nunca pudo superar. Tres veces pidió al Señor que le
librara de aquel tormento, pero al final Jesús le respondió: «Te basta mi
gracia; mi fuerza se realiza en la debilidad». Desde ese día, Pablo fue
liberado. Y su conclusión debería ser también la nuestra: «Así que muy a gusto
me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo» (2 Cor
12,9).
MISA DE NIÑOS. DOMINGO V TIEMPO DE CUARESMA.
Monición de entrada.
Hola:
Estamos ya casi en Semana Santa, porque cuando volvamos a
misa será Domingo de Ramos.
En la primera lectura, un amigo de Jesús, que se llama
Jeremías, nos dirá que Dios nos perdona y no se acuerda de nuestros pecados.
Nosotros le contestaremos pidiéndole que cambie nuestro
corazón.
Señor, ten piedad.
Tú que aprendiste a ser obediente. Señor, ten piedad.
Tú que nos perdonas. Cristo, ten piedad.
Tú que en la cruz nos acercas a Dios. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco le ayudes cada día a cargar con la
cruz. Te lo pedimos Señor.
-Por las personas que quieren conocer a Jesús, para que
les ayudemos. Te lo pedimos Señor.
-Por las personas que ayudan a los que están enfermos, para
que les ayudes mucho. Te lo pedimos, Señor.
-Por las personas están solas, para que no se sientan
solas. Te lo pedimos, Señor.
-Por nosotros para que pensemos como ayudar a las personas
que nos quieren. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.
San José, dentro de unos días será
tu fiesta. Queremos darte las gracias por dejar que Dios te acompañase en tu
vida y ser obediente a Él.
ORACIÓN PARA
EL CENTRE JUNIORS CORBERA. DOMINGO v TIEMPO
DE CUARESMA.
EXPERIENCIA.
Mira el vídeo de un amanecer en Benicàssim las
veces que necesites hasta que toque tu corazón: https://www.youtube.com/watch?v=rZyG6PR-vhE.
¿Qué te sugiere la palabra amanecer?
Piensa en palabras relacionadas con amanecer. ¿Con cuál
te quedas?
El amanecer viene después de la noche. En el mar a
diferencia de la tierra todo esta a oscuras. Cuando no había luz eléctrica, los
faros era la única luz que veían los marineros. ¿Qué palabras te sugieren
oscuridad?
Aplícalo a tu vida: ¿cuándo has sentido la noche en
tu corazón: la muerte de una persona querida, la ruptura de una amistad, un
fracaso en los estudios, la profesión, el deporte,…?
¿Quiénes estuvieron allí para ayudarte? Piensa en
ellos, fueron los rayos de un nuevo amanecer que Dios te envió?
Vuelve a mirar el vídeo: ¿Quiénes son los que
encandilan y atraen a los demás?, ¿por qué son?, ¿qué son?, ¿cómo nos ayudan?,
¿qué han descubierto?, ¿qué implica vivir en la luz?, ¿a qué nos invita el locutor?
REFLEXIÓN.
Mira de nuevo el vídeo, sin sonido.
Recógete y, en silencio, busca en internet un rostro de Jesús. Míralo,
siente su mirada.
Imagínate a Jesús hablando con Nicodemo en mitad de la noche.
Pídele por llegar a un conocimiento de Jesús desde tu corazón, de su
bondad, su compasión, su serenidad, su luz que irradia desde hace más de 2.000
años.
Lee el texto. Es preferible que lo busques en la Biblia, con pausa,
silencio, solemnidad.
Lectura del santo
evangelio según san Juan 3, 14-21.
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
-Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en
el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que
cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su
Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida
eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él. Él que cree en él no será juzgado; el que no cree
ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios. Este
es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a
la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz,
y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que
obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas
según Dios.
¿Quiénes son los personajes?, ¿qué sienten?, ¿qué hacen?, ¿cómo actúa
Jesús?, ¿cómo debía sentirse?, ¿qué dice?, ¿cómo te sientes? Cuéntaselo.
Deja que alguna frase te toque el corazón, repítela varias veces, la
que más te ha gustado, repítela el tiempo que necesites, después si lo deseas
puedes pasar a otra. Se trata que las frases, las palabras de Jesús, se
conviertan en rayos de luz para ti. “No el mucho saber harta y satisface el
alma, sino el sentir y gustar las cosas internamente”, escribió san Ignacio de
Loyola. Es decir, no es necesario que termines hasta el final, si con lo que estás
rezando sientes la presencia de Jesús, gustas de Él.
Cuéntale el vídeo, lo que te ha gustado, lo que has aprendido, háblale
de quienes han sido comprensivos contigo, aquellas personas que no les gustaba
lo que hacías, porque no era lo correcto, pero a pesar de ello no te volvieron
la espalda, sino que siguieron a tu lado. Las que estuvieron ahí como la serpiente
de bronce, cuando después de una mala acción, sintiendo la mordedura de la
culpabilidad, te sanaron con su presencia, con un abrazo, con unas palabras. Háblale
de ello a Jesús.
COMPROMISO.
El
que Jesús y tú habéis acordado o mirar todos los días la cruz, incluso buscar
una pequeña y llevarla siempre en el bolsillo. Puede ser la que recibiste con
el rito de la Cruz al finalizar el tiempo de Experiencia. Búscala, tómala en
tus manos y llévala siempre contigo. No es solo para que la cuelgues en la
habitación o la guardes, sino para que la tengas siempre cerca. Ella te ayudará
en los momentos de desánimo y cansancio”.
CELEBRACIÓN.
Mira
la cruz. Y escucha la canción de MartínValverde “Nadie te ama como yo”, puedes
verla aquí https://www.youtube.com/watch?v=Rfby6ujwKBU
BIBLIOGRAFÍA.
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española.
BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
Biblia
del Peregrino. Edición de Luis Alonso Schökel. EGA-Mensajero.
Bilbao. 1995.
Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego
de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.
Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica.
BAC. Madrid. 2016.
Secretariado Nacional de Liturgia. Libro de
la Sede. Primera
edición: 1983. Coeditores Litúrgicos. Barcelona. 2004.
Robinson, Jame M.; Hoffmann Paul y John S., Kloppenborg. El Documento
Q. Ediciones Sígueme. Salamanca. 2004.
Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios de
San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano.
Valladolid. 1986.
Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por
los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 2. Evangelio según san Marcos. Ciudad
Nueva. Madrid. 2009.
Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por
los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 3. Evangelio según san Lucas. Ciudad
Nueva. Madrid. 2006.
Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por
los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 4a. Evangelio según san Juan (1-10).
Ciudad Nueva. Madrid. 2012.
San Juan de Ávila. Obras Completas i. Audi, filia – Pláticas – Tratados.
BAC. Madrid. 2015.
San Juan
de Ávila. Obras Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados
y escritos menores. BAC. Madrid. 2013.
San Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones.
BAC. Madrid. 2015.
San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.
[1] Dio su vida por sus
ovejas; lo entregó por todos nosotros. Traducción editor.
[2] No envió Dios a su Hijo
al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Ib.
[3] El camino de los impios
es tenebroso.
[4] Hollar: 3. Abatir,
humillar, despreciar. www.rae.es
[5] Arreo: 1. Atavío,
adorno. Ib.
No hay comentarios:
Publicar un comentario