Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 34a.37-43.
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
-Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por
Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en
Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al
tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a
los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de
entre los muertos. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de
que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos
los profetas: que todos los que creen en él reciben por su nombre, el perdón de
los pecados.
Textos
paralelos.
Pedro tomó entonces la palabra.
Hch 2, 22: Israelitas, escuchad
mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros
con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien
sabéis.
Dt 10, 17: Que el Señor,
vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores; Dios grande, fuerte y
terrible, no es parcial ni acepta soborno.
Ga 2, 6: En cuanto a los
“respetables” – hasta qué punto lo eran no me importa, pues Dios no es parcial
con los hombres – esos respetables no me impusieron nada.
Rm 2, 11: Que Dios no es
parcial.
1 P 1, 17: Y si llamáis Padre
al que juzga imparcialmente las acciones de cada uno, proceded con cautela
durante vuestra permanencia en la tierra.
Rm 10, 12: Y no hay diferencia
entre judíos y griegos; pues es lo mismo el Señor de todos, generoso con todos
los que lo invocan.
Vosotros sabéis lo que
sucedió en toda Judea.
Lc 4, 44: Y predicaba en las
sinagogas de Judea.
Ungido con el Espíritu
Santo.
Is 61, 1: El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar una buena
noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar
la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad.
Mt 3, 16: Jesús se bautizó,
salió del agua y al punto se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que
bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Hch 4, 27: De hecho, en esta
ciudad, se aliaron contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, Herodes y Poncio
Pilato con paganos y gente de Israel.
Curando a los oprimidos
por el diablo.
Hch 2, 22: Israelitas, escuchad
mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros
con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien
sabéis.
Mt 4, 1: Entonces Jesús, movido
por el Espíritu, se retiró al desierto para ser puesto a prueba por el diablo.
Mt 8, 29: De pronto se pusieron
a gritar: “¡Hijo de Dios! ¿qué tienes con nosotros? ¿Has venido antes de tiempo
a atormentarnos?
Nosotros somos testigos.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Hch 1, 22: Desde el bautismo de
Juan hasta que nos fue arrebatado, uno tiene que ser con nosotros testigo de su
resurrección.
No a todo el pueblo, sino
a los testigos.
Hch 1, 3-4: Se les había
presentado vivo, después de padecer, durante cuarenta días, con muchas pruebas,
mostrándose y hablando del reinado de Dios. Estando comiendo con ellos, les
encargó que no se alejaran de Jerusalén, sino que esperaran lo prometido por el
Padre, lo que me habéis escuchado.
Hch 13, 31: Y se apareció
durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén.
Ellos son hoy sus testigos ante el pueblo.
Jn 14, 22: Le dice a Judas (no
el Iscariote): “¿Qué pasa que te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?”.
Bebimos con él después
que resucitó.
Lc 24, 41-43: Y, como no
acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo: “¿Tenéis aquí algo de
comer?”. Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su
presencia.
Dios juez de vivos y
muertos.
Hch 2, 36: Por tanto, que toda
la Casa de Israel reconozca que a este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha
nombrado Señor y Mesías.
Quien crea en él
alcanzará.
Hch 2, 38: Pedro les contestó:
“Arrepentíos, bautizaos cada uno invocando el nombre de Jesucristo, para que se
os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Hch 3, 16: Porque ha creído en
su nombre, este que conocéis y estáis viendo ha recibido de ese nombre vigor, y
la fe obtenida de él le ha dado salud completa en presencia de todos vosotros.
Notas
exegéticas.
10 37 (a) Los vv. 37-42 forman un
resumen de la historia evangélica que subraya los puntos que el mismo Lucas
pone de relieve en su evangelio.
30 37 (b) Var.: “el comienzo”.
10 38 Ver Lc 4, 18-21 (citando a Is
61, 1), que sugiere que la bajada del Espíritu sobre Jesús con ocasión de su
bautismo fue una unción. Este mismo Espíritu va a descender sobre los
incircuncisos creyentes que escuchan a Pedro.
10 40 “lo resucitó al tercer día”:
la fórmula clásica de la predicación y de la fe cristianas. Aparece ya en el Credo
embrionario de 1 Co 15, 4, con esta precisión: “según las escrituras”. La
fórmula es eco de Jon 2, 1.
10 41 (a) Separado así del grupo de
testigos privilegiados, al pueblo judío solo le queda, en cierto sentido, una
prerrogativa: ser el primer destinatario de un mensaje que Pedro anuncia
también en este momento a las naciones paganas.
10 41 (b) Adicción texto occidental:
“y vivimos familiarmente en su compañía cuarenta días después de su
resurrección de entre los muertos”.
10 42 (a) El “Pueblo” por excelencia
es el pueblo de Israel.
10 42 (b) Los “vivos”: los que en el
momento de la parusía estarán vivos, los “muertos”: los que, muertos ya,
resucitarán entonces para el juicio. Dios, resucitando a Jesús, le ha
constituido en la dignidad de Juez soberano; así pues, la proclamación de la
Resurrección es a la vez para los hombres una invitación al arrepentimiento.
10 43 (a) Único recurso explícito,
en este discurso, a un aspecto fundamental de la predicación apostólica: el
cumplimiento de las profecías. El autor piensa en los textos proféticos
relativos a la fe y al perdón de los pecados.
10 43 (b) Esta afirmación completa
la que abría el discurso y anuncia la que dará fin a todo el ·ciclo” de
Cornelio. Es Jesús muerto y resucitado, Señor de todos, la salvación será
ofrecida a cualquiera que crea, judío o pagano. Solo la fe purifica
verdaderamente los corazones.
Salmo
responsorial
Salmo 118 (117), 1-2.16-17.22-23
Este
es el día que hizo el Señor:
sea
nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Dad
gracias al Señor porque es bueno,
porque
es eterna su misericordia.
Diga
la casa de Israel:
eterna
es su misericordia. R/.
“La
diestra del Señor es poderosa,
la
diestra del Señor es excelsa”.
No
he de morir, viviré
para
contar las hazañas del Señor. R/.
La
piedra que desecharon los arquitectos
es
ahora la piedra angular.
Es
el Señor quien lo ha hecho,
ha
sido un milagro patente. R/.
Textos
paralelos.
Dad gracias a Yahvé,
porque es bueno.
Sal 100, 5: El Señor es bueno,
su misericordia es eterna, su fidelidad de edad en edad.
Sal 136, 1: Dad gracias al
Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel.
Sal 115, 9-11: Israel, confía
en el Señor; él es su auxilio y escudo. Casa de Aarón, confía en el Señor: él
es su auxilio y escudo. Fieles del Señor, confiad en el Señor: Él es su auxilio
y escudo.
Sal 135, 19-20: Casa de Israel,
bendice al Señor, casa de Aarón, bendice al Señor, casa de Leví, bendice al
Señor, fieles del Señor, bendecid al Señor.
No he de morir, viviré.
Sal 115, 17-18: Los muertos ya
no alaban al Señor ni los que bajan al silencio. Pero nosotros bendeciremos al
Señor ahora y por siempre. Aleluya.
Me castigó, me castigó
Yahvé.
Is 38, 19: Los vivos, los vivos
son quienes te dan gracias: como yo ahora. El padre enseña a sus hijos tu
fidelidad.
La piedra que desecharon
los albañiles.
Is 28, 16: El Señor dice así:
Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimento:
“quien se apoya no vacila”.
Za 3, 9: Mirad la piedra que
presento a Josué: es una y lleva siete ojos. Tiene una inscripción: “En un día
removeré la culpa de esta tierra” – oráculo del Señor de los ejércitos.
Za 4, 7: ¿Quién eres tú,
montaña señera? Ante Zorobabel serás allanada. Él sacará la piedra que remate
entre exclamaciones: “¡Qué bella, qué bella!”.
Hch 4, 11: Por tanto,
esforcémonos por entrar en aquel descanso, para que ninguno caiga según el
ejemplo de aquella rebeldía.
1 Co 3, 11: Nadie puede poner
otro cimiento que el ya puesto, que es Jesús Mesías.
Notas
exegéticas.
118 Este canto cierra el Hallel. Un
invitatorio precede al himno de acción de gracias puesto en labios de la
comunidad personificada, completando con la serie de responsorios recitados por
diversos grupos cuando la procesión entraba en el templo. El conjunto se
utilizó quizá para la fiesta descrita en Ne 8, 13-18.
118 2 “la casa”, ver v. 3, omitido
por códice hebreo.
118 23 El Templo ha sido
reconstruido, ver Ag 1, 9. La “piedra angular” (o “clave de bóveda”) que puede
convertirse en “piedra de escándalo”, es un tema mesiánico y designará a
Cristo.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4.
Hermanos:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba,
donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba,
no a los de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo
escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también
vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
Textos
paralelos.
Así pues, si habéis resucitado con Cristo,
buscad las cosas de arriba.
Ef 2, 6: Con Cristo Jesús nos
resucitó y nos sentó en el cielo, para que se revele a los siglos venideros la
extraordinaria riqueza de su gracia y la bondad con que nos trató por medio de
Cristo Jesús.
Flp 3, 20: Nosotros, en cambio,
somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos recibir al Señor Jesucristo.
Hch 2, 33: Exaltado a la
diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha
derramado. Es lo que estáis viendo y oyendo.
Sal 110, 1: Oráculo del Señor a
mí señor: “Siéntate a mi derecha y haré que haga de tus enemigos escabel de tus
pies”.
Cuando aparezca Cristo,
vida vuestra.
Col 2, 12: Anunciaré tu nombre
a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.
1 Jn 3, 2: Queridos, ya somos
hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Nos consta
que, cuando aparezca, seremos semejantes a él y lo veremos como él es.
Rm 8, 19: La humanidad aguarda
expectante a que se revelen los hijos de Dios.
Col 1, 27: A los cuales quiso
Dios dar a conocer la espléndida riqueza que significa ese secreto para los
paganos: Cristo para vosotros, esperanza de gloria.
Notas
exegéticas.
3 1 Es decir, la nueva vida
revelada en Jesucristo, por oposición al mundo antiguo (“las de la tierra”, v.
2). Pero no se trata de un menosprecio de las realidades terrestres.
3 4 (a) Var. “nuestra”.
3 4 (b) El cristiano, u9nido a Cristo
por el bautismo participa ya realmente de su vida celestial, pero esta vida es
espiritual y oculta, y no llegará a ser manifiesta y gloriosa sino en la
Parusía.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al
amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a
correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba,
y les dijo:
-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han
puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino de sepulcro. Los dos
corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y
llegó primero al sepulcro; e, inclinándose vio los lienzos tendidos; pero no
entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los
lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los
lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta
entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre
los muertos.
Textos
paralelos.
Mt 28, 1-8 |
Mc 16, 1-8 |
Lc 24, 1-11 |
Jn 20, 1-9 |
Pasado el
sábado, al despuntar el alba del primer día de la semana, fue María
Magdalena con la otra María a examinar el sepulcro. Sobrevino un
fuerte temblor. Pues un
ángel del Señor, bajando del cielo, llegó e hizo rodar la piedra y se sentó
encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los de
la guardia se echaron a temblar de miedo y quedaron como muertos. El ángel
dijo a las mujeres. -Vosotras no
temáis. Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí: ha resucitado
como lo había dicho. Acercaos a ver el lugar donde yacía. Después id
corriendo a anunciar a los discípulos que ha resucitado y que irá delante a
Galilea; allí lo veréis. Este es mi mensaje. Se alejaron
aprisa del sepulcro, llenas de miedo y gozo, y corrieron a darles la
noticia a los discípulos. |
Cuando pasó
el sábado, María
Magdalena, María de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a ungirlo. El primer
día de la semana, muy temprano, llegan al sepulcro al salir el sol. Se
decían: -¿Quién nos
correrá la piedra de la boca del sepulcro? Alzaron la
vista y observaron que estaba corrida la piedra. Era muy grande. Entrando en
el sepulcro, vieron un
joven vestido con un hábito blanco, sentado a la derecha; y quedaron
espantados. Les dijo: -No os
espantéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está
aquí. Mirad el lugar donde lo habían puesto. Pero id a decir a sus discípulos
y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como lo había
dicho. Salieron
huyendo del sepulcro, temblando y fuera de sí. Y de puro
miedo no dijeron nada a nadie. |
El primer
día de la semana, de madrugada, fueron al
sepulcro llevando los perfumes preparados. Encontraron
corrida la piedra del sepulcro, entraron, pero no encontraron el cadáver de
Jesús. Estaban desconcertadas por el hecho, cuando se
les presentaron dos personajes con vestidos refulgentes. Y, como quedaron
espantadas, mirando al suelo, ellos les
dijeron: -¿Por qué
buscáis al vivo entre los muertos? No está aquí, ha resucitado. Recordad lo
que os dijo estando todavía en Galilea, a saber: este hombre tiene que ser
entregado a los pecadores y será crucificado; y al tercer día resucitará. Ellas
recordando sus palabras, se volvieron del sepulcro y se lo
contaron todo a los once y a todos los demás. Eran María
Magdalena, Juana y María de Santiago. Ellas y las
demás se lo contaron a los apóstoles. Pero ellos tomaron el relato por un
delirio y no les creyeron. |
El primer
día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras, va María
Magdalena al sepulcro y observa
que la piedra está retirada del sepulcro. Llega
corriendo adonde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, el predilecto de
Jesús, y les dice: -Se han
llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salió Pedro
con el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían los dos juntos;
pero el otro discípulo corría más que Pedro y llegó el primero al sepulcro.
Inclinándose ve las sábanas en el suelo, pero no entró. Llega, pues, Simón
Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Observa los lienzos en el suelo y
el sudario que le había envuelto la cabeza no en el suelo con los lienzos,
sino enrollado en un lugar aparte. Entonces, entró el otro discípulo, el que
había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Hasta entonces no habían
entendido lo escrito, que había de resucitar de la muerte. |
Echó a correr.
Jn 18, 15: Seguían a Jesús
Simón Pedro y otro discípulo. Como ese discípulo era conocido del sumo
sacerdote, entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote.
Vio los sudarios en el
suelo.
Jn 11, 44: Salió el muerto con
los pies y las manos sujetos con vendas y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo ir”.
Jn 19, 40: Tomaron el cadáver
de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los perfumes, como es costumbre
enterrar entre los judíos.
Lc 24, 12: Pedro, en cambio, se
levantó y fue corriendo al sepulcro. Se asomó y vio solo las sábanas; así que
volvió a casa extrañado ante lo ocurrido.
No habían comprendido
que, según la Escritura, Jesús debía resucitar.
Jn 5, 39: Estudiáis la
Escritura pensando que encierra vida eterna; pues ella da testimonio de mí.
Jn 14, 26: El Valedor, el
Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os dije.
1 Co 15, 4: Que fue sepultado y
resucitó al tercer día según las Escrituras.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
20 1 (a) Convertido en el “Día del
Señor”, el domingo cristiano, ver Ap 1, 10.
20 1 (b) Ver 19, 25. Los sinópticos
hablan de una actuación de varias mujeres, entre las que siempre es mencionada
María Magdalena, que también estuvo presente en el Calvario.
20 2 Este plural es quizá la huella
de un estadio más antiguo de la tradición, que mencionaba la presencia de
varias mujeres en la tumba.
20 5 El discípulo reconoce en Pedro
cierta preeminencia.
20 8 A diferencia de María, el
discípulo percibe en la tumba vacía y en los lienzos cuidadosamente plegados el
signo que le lleva a comprender que el cuerpo no ha sido robado ni desplazado,
y a reconocer en la fe la resurrección de Jesús.
20 9 El evangelista no cita ningún
texto. Quiere subrayar el estado de falta de preparación de los discípulos en
cuanto a la revelación pascual, a pesar de la Escritura.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
20 Para Jn, la
resurrección corona la glorificación del Hijo, realizada ya en la muerte en
cruz.
1 EL PRIMER (DÍA) DE
LA SEMANA (lit. el uno de los sábados) para los seguidores de Jesús es,
ya, el domingo – “día del Señor” –.
2 ECHA A CORRER Y
LLEGA: lit. corre, pues, y va. // AL QUE JESÚS… ESPECIALMENTE: lit. al
que quería-con-afecto-de-amistad el Jesús. // LLEVARON … NO SABEMOS …: el
plural gramatical no se refiere necesariamente a varias mujeres; la sustitución
de “yo” por “nosotros” era un modismo del arameo hablado en Galilea (G.
Dalman).
4 CORRIENDO ADELANTÓ:
en griego es una sola palabra.
5 QUE YACÍAN allanados
suavemente, sin el relieve que habían tenido al envolver el cadáver.
6 LLEGÓ … Y OBSERVÓ:
En el texto griego todo el pasaje abunda en verbos en presente de indicativo, a
la manera de presentes descriptivos que hacen al lector revivir de cerca, casi
nerviosamente, lo ocurrido.
7 DE MODO DIVERSO: la
traducción entiende el adverbio griego khôris no en sentido local
(=separadamente), sino en sentido de modo: el PAÑUELO estaba
“independientemente” de los lienzos. // EN (SU) MISMO SITIO: lit. en un (numeral
griego heîs, que sirve también para decir “único”, “mismo”) sitio.
8 VIO Y CREYÓ: aunque
el hecho de encontrar el sepulcro vacío tiene gran importancia, en sí mismo no
es prueba de la resurrección de Jesús, sino una especie de contraprueba,
un signo según la terminología teológica de Jn: el pañuelo aún
enrollado, y la sábana caída suavemente en el suelo, liberada del cuerpo que
cubría, indicaban que el cadáver había de Jesús había desaparecido, pero que no
había sido robado ni había habido violencia. Después la gracia de comprender la
Escritura, y las apariciones de Jesús resucitado fueron datos determinantes
para la fe de la primera comunidad cristiana.
9 LA ESCRITURA…: o
quizás: aquel texto de la Escritura: “Él tiene que resucitar (lit.
levantarse), etc.”. Jn no cita ningún pasaje bíblico concreto.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
20, 1-31 Cuando Cristo se apareció a sus
discípulos, mostró su Cuerpo glorificado; se podía reconocer su cuerpo humano
pero con aptitudes totalmente nuevas que trascendían los límites del tiempo,
espacio y materia. Cat. 640-645, 659.
20, 1-10 El sepulcro vacío no es en sí
mismo evidencia irrefutable de la Resurrección, ero es evidentemente una señal
esencial de la resurrección. Cat. 640.
20, 1 El domingo es el día de la
Resurrección de Cristo. Por esa razón, la Iglesia considera el domingo como el
Día del Señor y estableció su culto el mismo día para la celebración de la
Eucaristía. En la Iglesia primitiva, antes de que los cristianos se separaran
completamente del judaísmo, realizaban el culto en el Templo y en las sinagogas
el Sabbat y después se reunían para celebrar la Eucaristía en casas
privadas al día siguiente, que era domingo. Siendo el primer día, el domingo
también nos recuerda el primer día de la creación y, por lo tanto, significa
una nueva creación en Cristo. Cat. 2174, 2190-2195.
20, 4 El otro discípulo (Juan) llegó a
la tumba en primer lugar, pero dejó entrar a Pedro antes que él. Esto fue como
deferencia hacia Pedro en su papel de cabeza de los Apóstoles, a quien hoy
reconocemos como el primer Papa. Cat. 552-553.
Catecismo
de la Iglesia Católica
639 El misterio de la resurrección
de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente
comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año
56, puede escribir a los Corintios: “Porque os transmití, en primer lugar, lo
que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las
Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los doce” (1 Co 15, 3-4). El
apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después
de su conversión a las puertas de Damasco (Hch 9, 3-18).
640 “¿Por qué buscar entre los
muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 5-6). En el
marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es
el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de
Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo. A pessar de eso, el
sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento
por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la
Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres, después de
Pedro. “El discípulo que Jesús amaba” (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el
sepulcro vacío y al descubrir “las vendas en el suelo” (Jn 20, 6), “vio y
creyó”. Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia
del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto
simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro.
641 María Magdalena y las santas
mujeres, que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús enterrado a prisa en la tarde
del Viernes Santo por la llegada del Sábado, fueron las primeras en encontrar
al Resucitado. Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la
Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles. Jesús se apareció en seguida
a ellos, primero a Pedro, después a los Doce. Pedro, llamado a confirmar en la
fe a sus hermanos, ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su
testimonio es sobre el que la comunidad exclama: “¡Es verdad! ¡El Señor ha
resucitado y se ha aparecido a Simón!”.
642 Todo lo que sucedió en estas
jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles – y a Pedro en
particular – en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de
Pascua. Como testigos del Resucitado, los Apóstoles son las piedras de fundación
de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el
testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos, y de los que la
mayor parte aún vivían entre ellos. Estos testigos de la Resurrección de Cristo
son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente
de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez,
además de Santiago y de todos los Apóstoles.
643 Ante estos testimonios es
imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no
reconocerlo como hecho histórico.
645 Este cuerpo [de Jesús
resucitado] auténtico y real posee, sin embargo, al mismo tiempo, las
propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en
el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando
quiere, porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no
pertenece ya más que al dominio divino del Padre. Por esta razón también Jesús
resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere.
646 La Resurrección de Cristo no fue
un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que Él había
realizado antes de la Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naím, Lázaro. Estos
hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el
milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena “ordinaria”.
En cierto momento, volverán a morir. La Resurrección de Cristo es esencialmente
diferentes. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más
allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena
del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su
gloria, tanto que san pablo puede decir de Cristo que es el hombre celestial.
647 Nadie fue testigo ocular del
acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie
puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más íntima, el paso
a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico
demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros
de los Apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece
menos al centro del Misterio de la fe en aquello que trasciende y sobrepasa a
la historia. Por eso, Cristo resucitado no se manifiesta al mundo sino a sus
discípulos: “a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que
ahora son testigos suyos ante el pueblo” (Hch 13, 31).
648 La resurrección de Cristo es
objeto de fe en cuanto es una intervención trascendente de Dios mismo en la
creación y en la historia. En ella, las tres personas divinas actúan juntas a
la vez y manifiestan su originalidad.
651 “Si no resucitó Cristo, vana es
nuestra predicación, vana también vuestra fe” (1 Co 15, 14). La resurrección
constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó.
652 La resurrección de Cristo es
cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento.
654 Hay un doble aspecto en el
misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos
abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que
nos envuelve a la gracia de Dios, a fin de que, al igual que Cristo fue
resucitado de entre los muertos así también nosotros vivamos una nueva vida.
Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación
en la gracia. Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en
hermanos de Cristo. Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia,
porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del
Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.
625 Por último, la Resurrección de
Cristo – y el propio Cristo resucitado – es principio y fuente de nuestra
resurrección futura. En espera de que esto se realice. Cristo resucitado vive
en el corazón de los fieles.
2174 Jesús resucitó de entre los
muertos el primer día de la semana. En cuanto es el primer día, el día de la
Resurrección de Cristo recuerda la primera creación. En cuanto es el octavo
día, que sigue al sábado, significa la nueva creación inaugurada con la resurrección
de Cristo. Para los cristianos, vino a ser el primero de todos los días, la
primera de todas las fiestas, el día del Señor, el domingo.
Concilio
Vaticano II
Ciertamente urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra
el mal con muchas tribulaciones y también de padecer la muerte; pero asociado
al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, fortalecido con la
esperanza llegará a la resurrección.
Esto vale no solo para los cristianos, sino también para todos los
hombres de buena voluntad, en cuyo corazón actúa la gracia de modo invisible.
Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es realmente una sola,
es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu
Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido solo por Dios,
sean asociados a este misterio pascual.
Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece
para los creyentes. Así pues, por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del
dolor y de la muerte, que fuera de su Evangelio nos abruma, Cristo resucitó,
destruyendo la muerte con su muerte, y nos dio la vida, para que, hijos en el
Hijo, clamemos en el Espíritu: “¡Abba! ¡Padre!”.
Comentarios de los Santos Padres.
Ese día primero de la semana es el que, en memoria de la resurrección del
Señor, los cristianos tienen por costumbre llamar el día del Señor.
Agustín, Tratados sobre el Ev. de Juan, 120, 6. 4b, pg. 428.
¿Cómo podría yo contaros estas realidades ocultas? ¿Cómo podría proclamar
todo lo que supera a la palabra y a la mente? ¿Cómo podría explicar el misterio
de la resurrección del Señor? E igualmente el misterio de la cruz y el misterio
de la muerte en tres días, y todos los misterios del Salvador. Lo mismo que
nació de las entrañas de la Virgen, de igual manera surgió del sepulcro
cerrado. Y lo mismo que el unigénito Hijo de Dios se convirtió en el
primogénito de una madre, así también por su resurrección se convirtió en el
primogénito de entre los muertos. De igual manera que al nacer no rompió la
virginidad de su madre virgen, tampoco al resucitar rompió los sellos del
sepulcro. Por eso no puedo expresar con la palabra ni su nacimiento ni tampoco
puedo abarcar todo lo referente a la tumba.
Juan Crisóstomo. Homilía sobre el sábado santo, 10. 4b, pg. 429.
Este día trae un mensaje de alegría, porque en este día el Señor ha
resucitado y ha elevado con Él a toda la raza de Adán; porque ha sido
engendrado por el hombre, también ha resucitado con el hombre. Hoy, gracias a
este Resucitado, se ha abierto el paraíso, Adán es restaurado, Eva es
consolada, la llamada (de Dios) es escuchada, el reino está preparado, el
hombre es salvado y Cristo es adorado. Después de haber pisoteado a la muerte,
hace prisionero al tirano y, despojado el mundo terrenal, ha subido a los
cielos como un rey, glorioso como un jefe, invencible como un auriga, y dice al
Padre: “Aquí estamos, yo y los hijos que el Señor me ha dado, oh Dios, etc.”.
También escuchó la respuesta del Padre: “Siéntate a mi derecha hasta que ponga
a tus enemigos como estrado de tus pies”. A Él la gloria ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.
Hesiquio de Jerusalén. Homilías sobre la Pascua, 1, 5-6. 4b, pg.
429.
Estas mujeres sabias, como dice el Teólogo (san Juan evangelista), pienso
que enviaron a María Magdalena. Estaba oscuro, pero el amor iluminaba como una
antorcha.
Romano el Cantor, Himno breve sobre la resurrección, 40, 1-3. 4b,
pg. 431.
Hazte un Pedro o un Juan; corre hacia el sepulcro, hazlo a porfía y con
los demás; rivaliza en ese hermoso esfuerzo. Y si eres adelantado por la
rapidez, vence por el afán, no para mirar de pasada el sepulcro, sino para
entrar dentro.
Gregorio Nacianceno, Discurso sobre la santa Pascua, 45, 24. 4b,
pg. 433.
San Agustín.
Entraron, vieron solamente las vendas, pero ningún
cuerpo. ¿Qué está escrito de Juan mismo? Si lo habéis advertido, dice: Entró,
vio y creyó (Jn 20, 8). Oísteis que creyó, pero no se alaba esta fe; en efecto,
se pueden creer tanto cosas verdaderas como falsas. Pues si se hubiese alabado
el que creyó en este caso o se hubiera recomendado la fe en el hecho de ver y
creer, no continuaría la Escritura con estas palabras: Aún no conocía las
Escrituras, según las cuales convenía que Cristo resucitara de entre los
muertos (Jn 20, 9). Así, pues, vio y creyó. ¿Qué creyó? ¿Qué, sino lo que había
dicho la mujer, a saber, que habían llevado al Señor del sepulcro? Ella había
dicho: Han llevado al Señor del sepulcro, y no sé dónde lo han puesto (Jn
20,2).
San Juan de Ávila.
Y así como buscastes
pensar en vuestras miserias un rato de la noche, y un lugar recogido, así y con
mayor vigilancia, buscad otro rato antes que amanezca, o por la mañana, en que
con atención penseis en aquel que tomó sobre sí vuestras miserias y pagó vuestros
pecados por daros a vos libertad y descanso. Y el modo que ternéis será este,
si otro mejor no se os ofreciere. Repartid los pasos de la pasión por días de
la semana. […] Del domingo no hablo, porque ya sabéis que es diputado al
pensamiento de la resurrección (cf. Jn 20, 1ss) y a la gloria que en el cielo
poseen los que allá están, y en esto os habéis de ocupar aquel día.
Audi, filia, 47. OC 1, pg. 460.
Primo die, cinco
estaciones. A la Virgen, visitar e consolar del inmenso dolor que había
sentido. No la tenemos del Evangelio, pero sí de los santos. Ambrosio, Liber
de virginitate. La razón que convence si es verdad lo que dijo Cristo: “El
que me ama será amado por mi Padre. Vendremos a él. ¿Por qué no?” (Jn 14,
21.23). “Al que me ama yo lo amaré” (cf. Pr 8, 17). A los que más sintieron
consoló primero, las mujeres más que los apóstoles y la Virgen mas.
Creo yo que entraría San
Gabriel primero a dar las nuevas, pedir albricias. Rodilada. “Reina del cielo”
Aquí será luego (Jesús) con toda la caballería de profetas. Apenas había
acabado, entra Cristo. La Virgen, embarazada de regocijo, hace pausa, no se mueve.
Besa aquellas llagas llenas de resplandor y gloria. - ¡Oh cuerpo santísimo, que yo vi tan
golpeado! Tan gozoso me eres agora como entonces penoso, cardenalado. Ya veo
consolada mi pena. Llega Eva: ¡Bendita vos! Por vos, vida; por mi muerte; todos
por vos serán libres.
Déjala con ellos. Vase a
la Magdalena. No se quiso ir, y vídole; yendo ansí, viéronle todas juntas.
Fuéronselo a contar a los otros. Estando así, vídole San Pedro. Vino. Confirmó
la nueva de ellas. Ya se habían salido los de Emaús. Apareceles. No dice qué
les dijo. Conjeturan que dijo: El sueño de Adán se entiende de Cristo et
Ecclesia”.
Sermón lunes de
Pascua. OC III, pg. 224-225.
San Oscar Romero.
No se puede servir a dos Señores. No se puede ser cristiano que ha
prometido fidelidad a Cristo y luego estar traicionando ese Cristo, idolatrando
el ídolo riqueza, el ídolo poder, el ídolo lujuria, el ídolo orgullo, el
egoísmo y tantas otras clases de idolatría.
Esta noche, es una noche de fidelidad ante aquel que me mostró la
fidelidad hasta la muerte. ¡Él, sí me amó! Y, aún, cuando el amor le costó la
muerte en la cruz, no tuvo miedo y se entregó por mí. "Ya no vivamos para
nosotros -dice San Pablo- vivamos para aquel que murió y que ha resucitado
también". Porque el que pierde la vida por mí, la encontrará. El que cree
en Mí y me sigue, no morirá nunca, tendrá vida eterna. Y esta noche de la
Resurrección el cristiano comprende la grandeza de su fe, de su esperanza, de
poner en Cristo toda su fuerza, todo su amor.
¡Ojalá!, queridos hermanos, que en este momento en que vamos a renovar
nuestra encarnación de Cristo en nosotros, nos arrepintamos de nuestras
cobardías. No queremos ser cristianos de dos caras: con Cristo y contra Cristo.
Decidámonos de una vez, si de veras queremos seguir a Cristo, que la mejor
respuesta en esta noche de amor al Señor resucitado no sólo sea esta presencia
tan encantadora, tan enardecedora, que yo les agradezco profundamente de haber
respondido con tanto entusiasmo a la presencia de la Vigilia Pascual, sino que
esta noche al salir de Catedral, sintamos todos el inmenso honor y la gran
responsabilidad de haber sido bautizados. Y así, sí celebraremos la
resurrección de Jesucristo que no es sólo alegría de Cristo como individuo,
sino honor inmenso de todos aquellos que formamos el nuevo pueblo que ha
pactado con Dios como lo hemos escuchado hoy: "Yo seré vuestro Dios y
vosotros seréis mi pueblo".
En Cristo Jesús me ha marcado con su sangre y con la gloria de su
resurrección, nosotros, como a los pies del Sinaí, esta noche le estamos
diciendo que sí queremos ser su pueblo y que haremos todo lo que el Señor ha
dicho. Así sea...
Homilía, 15 de abril de 1979.
Papa Francisco. Homilía. 6 de
abril de 2015
Queridos hermanos y hermanas, buenos días y de
nuevo ¡Feliz Pascua!
Hoy lunes después de la Pascua, el Evangelio (cf.
Mt 28, 8-15) nos presenta la narración de las mujeres que, tras ir al sepulcro
de Jesús, lo encuentran vacío y ven a un Ángel que les anuncia que Él ha
resucitado. Y mientras ellas corren para transmitir la noticia a los
discípulos, encuentran a Jesús mismo que les dice: «Id a comunicar a mis
hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10). Galilea es la «periferia»
donde Jesús había iniciado su predicación; y de allí volverá a partir el
Evangelio de la Resurrección, para que sea anunciado a todos, y para que cada
uno le pueda encontrar a Él, al Resucitado, presente y operante en la historia.
También hoy Él está con nosotros aquí en la plaza.
Por lo tanto, éste es el anuncio que la Iglesia
repite desde el primer día: «¡Cristo ha resucitado!». Y, en Él, por el
Bautismo, también nosotros hemos resucitado, hemos pasado de la muerte a la
vida, de la esclavitud del pecado a la libertad del amor. Ésta es la buena
noticia que estamos llamados a anunciar a los demás y en todo ambiente,
animados por el Espíritu Santo. La fe en la resurrección de Jesús y la
esperanza que Él nos ha traído es el don más bonito que el cristiano puede y
debe ofrecer a sus hermanos. A todos y cada uno, entonces, no nos cansemos
de repetir: ¡Cristo ha resucitado! Repitámoslo todos juntos, hoy aquí en la
plaza: ¡Cristo ha resucitado! Repitámoslo con las palabras, pero sobre todo
con el testimonio de nuestra vida. La alegre noticia de la Resurrección debería
transparentarse en nuestro rostro, en nuestros sentimientos y actitudes, en el
modo con el cual tratamos a los demás.
Nosotros anunciamos la resurrección de Cristo
cuando su luz ilumina los momentos oscuros de nuestra existencia y
podemos compartirla con los demás; cuando sabemos sonreír con quien sonríe y
llorar con quien llora; cuando caminamos junto a quien está triste y corre
el riesgo de perder la esperanza; cuando transmitimos nuestra experiencia de fe
a quien está en búsqueda de sentido y felicidad. Con nuestra actitud, con
nuestro testimonio, con nuestra vida decimos: ¡Jesús ha resucitado! Lo decimos
con todo el alma.
Estamos en los días de la octava de Pascua, durante
los cuales nos acompaña el clima gozoso de la Resurrección. Es curioso, la
liturgia considera toda la octava como un único día, para ayudarnos a entrar en
el misterio, para que su gracia se imprima en nuestro corazón y en nuestra
vida. La Pascua es el acontecimiento que ha traído la novedad radical para todo
ser humano, para la historia y para el mundo: es el triunfo de la vida sobre la
muerte; es la fiesta del renacer y de la regeneración. ¡Dejemos que nuestra
existencia sea conquistada y transformada por la Resurrección!
Pidamos a la Virgen Madre, testigo silenciosa de la
muerte y de la resurrección de su Hijo, que aumente en nosotros el gozo
pascual. Lo haremos ahora con la oración del Regina caeli, que durante el
tiempo pascual sustituye la oración del Ángelus. En esta oración, marcada por
el Aleluya, nos dirigimos a María invitándola a alegrarse, porque a quien llevó
en su vientre ha resucitado como había prometido, y nos encomendamos a su
intercesión. En realidad, nuestra alegría es un reflejo de la alegría de María,
porque es Ella quien ha custodiado y custodia con fe los eventos de Jesús.
Recitemos pues esta oración con los sentimientos de los hijos que están felices
porque su Madre está feliz.
Papa Francisco. Homilía. 2 de
abril de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El lunes después de Pascua se llama «Lunes del
Ángel», según una tradición muy hermosa que corresponde a las fuentes bíblicas
sobre la Resurrección. Narran, de hecho, los Evangelios (cf. Mateo 28, 1-10,
Marcos 16, 1-7; Lucas 24, 1-12) que, cuando las mujeres fueron al Sepulcro, lo
encontraron abierto. Temieron no poder entrar porque la tumba había estado
cerrada con una gran piedra. En cambio estaba abierta; y desde dentro una voz
les dijo que Jesús no estaba allí, que había resucitado. Por primera vez se pronunciaron
las palabras: «Ha resucitado». Los evangelistas nos refieren que este primer
anuncio fue dado por los ángeles, es decir, los mensajeros de Dios. Hay un
significado en esta presencia angélica: como quien anunció la Encarnación del
Verbo fue un ángel, Gabriel, así también no era suficiente una palabra humana
para anunciar por primera vez la Resurrección. Era necesario un ser superior
para comunicar una realidad tan sobrecogedora, tan increíble, que tal vez
ningún hombre habría osado pronunciarla. Después de este primer anuncio, la
comunidad de los discípulos comenzó a repetir: «¡Es verdad! ¡El Señor ha
resucitado y se ha aparecido a Simón!» (Lucas, 24, 34). Es hermoso este
anuncio. Podemos decirlo todos juntos ahora: «Verdaderamente el Señor ha resucitado».
Este primer anuncio —«realmente ha resucitado»— requería una inteligencia
superior a la humana.
El de hoy es un día de celebración y convivencia
que generalmente se vive con la familia. Es un día familiar. Después de
celebrar la Pascua, sentimos la necesidad de reunirnos con nuestros seres
queridos y con amigos para hacer fiesta. Porque la fraternidad es el fruto de
la Pascua de Cristo que, con su muerte y resurrección derrotó el pecado que
separaba al hombre de Dios, al hombre de sí mismo, al hombre de sus hermanos.
Pero nosotros sabemos que el pecado siempre separa, siempre hace enemistad.
Jesús abatió el muro de división entre los hombres y restableció la paz,
empezando a tejer la red de una nueva fraternidad. Es muy importante, en
este tiempo nuestro, redescubrir la fraternidad, así como se vivía en las
primeras comunidades cristianas. Redescubrir cómo dar espacio a Jesús
que nunca separa, siempre une. No puede haber una verdadera comunión y un
compromiso por el bien común y la justicia social sin la fraternidad y sin
compartir. Sin un intercambio fraterno, no se puede crear una auténtica
comunidad eclesial o civil: existe sólo un grupo de individuos motivados por
sus propios intereses. Pero la fraternidad es una gracia que hace Jesús.
La Pascua de Cristo hizo estallar algo más en el
mundo: la novedad del diálogo y de la relación, algo nuevo que se ha convertido
en una responsabilidad para los cristianos. De hecho, Jesús dijo: «En esto
conocerán que todos sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los
otros» (Juan 13, 35). He aquí por qué no podemos cerrarnos en nuestro
privado, en nuestro grupo, sino que estamos llamados a ocuparnos del bien
común, a cuidar de los hermanos, especialmente de aquellos más débiles y
marginados.
Solo la fraternidad puede garantizar una paz
duradera, vencer la pobreza, extinguir las tensiones y las guerras y erradicar
la corrupción y la criminalidad. Que el ángel que nos dice: «ha resucitado»,
nos ayude a vivir la fraternidad y la novedad del diálogo y de la relación y la
preocupación por el bien común.
Que la Virgen María, que en este tiempo pascual
invocamos con el título de Reina del Cielo, nos sustente con su oración para
que la fraternidad y la comunión que experimentamos en estos días pascuales
puedan convertirse en nuestro estilo de vida y en el alma de nuestras
relaciones.
Papa Francisco. Homilía. 5 de
abril de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El lunes después de Pascua se llama también Lunes
del ángel, porque recordamos el encuentro del ángel con las mujeres que fueron
al sepulcro de Jesús (cfr. Mt 28,1-15). A ellas, el ángel les dice: «Sé que
ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado»
(vv. 5-6). Esta expresión “ha resucitado” va más allá de las capacidades
humanas. Incluso las mujeres que habían ido al sepulcro y lo habían encontrado
abierto y vacío, no podían afirmar: “ha resucitado”; tan solo podían decir que el
sepulcro estaba vacío. “Ha resucitado” es un mensaje. Que Jesús había
resucitado únicamente podía decirlo un ángel con el poder de ser un mensajero
del cielo, con el poder dado por Dios para decirlo; así como un ángel —solo
un ángel— pudo decir a María: «Concebirás un hijo […] y será llamado Hijo del Altísimo» (Lc
1,31). Por eso decimos que es el lunes del ángel, porque solo un ángel con la
fuerza de Dios puede decir: “Jesús ha resucitado”.
El evangelista Mateo narra que en aquel amanecer de
Pascua «hubo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo
rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella» (cfr. v. 2). Aquella
gran piedra, que hubiera debido ser el sello de la victoria del mal y de la
muerte, fue puesta bajo los pies, se convirtió en escabel del ángel del Señor.
Todos los proyectos y las defensas de los enemigos y los perseguidores de Jesús
han sido vanos. Todos los sellos han caído. La imagen del ángel sentado sobre
la piedra del sepulcro es la manifestación concreta, la manifestación
visual, de la victoria de Dios sobre el mal, la manifestación de la
victoria de Cristo sobre el príncipe de este mundo, la manifestación de la
victoria de la luz sobre las tinieblas. La tumba de Jesús no fue abierta por un
fenómeno físico, sino por la intervención del Señor. El aspecto del ángel,
añade Mateo, «era como el de un relámpago, y sus vestiduras eran blancas como
la nieve» (v. 3). Estos detalles son símbolos que afirman la intervención de
Dios mismo, portador de una era nueva, de los últimos tiempos de la historia;
porque con la resurrección de Jesús comienza el último tiempo de la historia,
que podrá durar miles de años, pero es el último tiempo.
A esta intervención de Dios, sucede una doble
reacción. La de los guardias, que no consiguen afrontar la fuerza arrolladora
de Dios y están trastornados por un terremoto interior: quedaron como muertos
(cfr. v. 4). La potencia de la Resurrección abate a quienes habían sido
utilizados para garantizar la aparente victoria de la muerte. ¿Qué tenían
que hacer estos guardias? Ir a quienes les habían dado la orden de custodiar
[la tumba de Jesús] y decir la verdad. Se encontraban ante una opción: o decir
la verdad, o dejarse convencer por quienes les habían dado el mandato de
custodiar. Y el único modo de convencerlos era el dinero. Esta pobre gente,
¡pobres!, vendió la verdad. Y con el dinero en el bolsillo, fueron a decir:
“Han venido los discípulos y han robado el cuerpo”. El “señor” dinero
también aquí, en la resurrección de Cristo, es capaz de tener poder, para
negarla. La reacción de las mujeres es muy distinta, porque son invitadas
expresamente por el ángel del Señor a no temer: «¡No teman!» (v. 5), y a no buscar
a Jesús en la tumba. Y al final no temen.
De las palabras del ángel podemos recoger una
valiosa enseñanza: no nos cansemos nunca de buscar a Cristo resucitado, que
dona la vida en abundancia a cuantos lo encuentran. Encontrar a Cristo
significa descubrir la paz del corazón. Las mismas mujeres del
Evangelio, después de la turbación inicial, se comprende, experimentan una gran
alegría al reencontrar vivo al Maestro (cfr. vv. 8-9). En este tiempo pascual,
deseo a todos que hagan la misma experiencia espiritual, acogiendo en el
corazón, en las casas y en las familias el alegre anuncio de la Pascua: «Cristo
resucitado no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre Él» (Antífona
de la Comunión). El anuncio de la Pascua es este: Cristo está vivo, Cristo
acompaña mi vida, Cristo está junto a mí; Cristo llama a la puerta de mi
corazón para que lo deje entrar, Cristo está vivo. En estos días pascuales,
nos hará bien repetir esto: el Señor vive.
Esta certeza nos induce a rezar, hoy y durante todo
el periodo pascual: “Regina Caeli, laetare”, es decir, “Reina del Cielo,
alégrate”. El ángel Gabriel la saludó así la primera vez: «¡Alégrate, llena de
gracia!» (Lc 1,28). Ahora la alegría de María es plena: Jesús vive, el Amor ha
vencido. ¡Que esta pueda ser también nuestra alegría!
Benedicto XVI. Homilía. 17 de abril de 2006.
Queridos hermanos y hermanas:
A la luz del misterio pascual, que la liturgia nos
invita a celebrar durante toda esta semana, me alegra volver a encontrarme con
vosotros y renovar el anuncio cristiano más hermoso: ¡Cristo ha resucitado, aleluya! El típico
carácter mariano de nuestra cita nos impulsa a vivir la alegría espiritual de
la Pascua en comunión con María santísima, pensando en la gran alegría que
debió de sentir por la resurrección de Jesús. En la oración del Regina caeli,
que en este tiempo pascual se reza en lugar del Ángelus, nos dirigimos a la
Virgen, invitándola a alegrarse porque Aquel que llevó en su seno ha
resucitado: "Quia quem meruisti
portare, resurrexit, sicut dixit". María guardó en su corazón la
"buena nueva" de la resurrección, fuente y secreto de la verdadera
alegría y de la auténtica paz, que Cristo muerto y resucitado nos ha obtenido
con el sacrificio de la cruz. Pidamos a María que, así como nos ha
acompañado durante los días de la Pasión, siga guiando nuestros pasos en este
tiempo de alegría pascual y espiritual, para que crezcamos cada vez más en
el conocimiento y en el amor al Señor, y nos convirtamos en testigos y
apóstoles de su paz.
En el contexto pascual, también me complace
compartir hoy con vosotros la alegría de un aniversario muy significativo: hace quinientos años, precisamente el 18 de
abril de 1506, el Papa Julio II ponía la primera piedra de la nueva basílica de
San Pedro, que todo el mundo admira en la grandiosa armonía de sus formas.
Deseo recordar con gratitud a los Sumos Pontífices que promovieron la
construcción de esta obra extraordinaria sobre la tumba del apóstol san Pedro.
Recuerdo con admiración a los artistas que contribuyeron con su genio a
edificarla y decorarla; asimismo, expreso mi agradecimiento al personal de la
Fábrica de San Pedro, que provee con esmero a la manutención y a la
conservación de tan singular obra maestra de arte y fe.
Ojalá que la feliz circunstancia del 500°
aniversario despierte en todos los católicos el deseo de ser "piedras
vivas" (1 P 2, 5) para la construcción de la Iglesia viva, santa,
en la que resplandece la "luz de Cristo" (cf. Lumen gentium 1), a
través de la caridad vivida y testimoniada ante el mundo (cf. Jn 13,
34-35).
La Virgen María, a quien las letanías lauretanas
nos invitan a invocar como "Causa nostrae laetitiae", "Causa de
nuestra alegría", nos obtenga experimentar siempre la alegría de formar
parte del edificio espiritual de la Iglesia, "comunidad de amor"
nacida del Corazón de Cristo.
Benedicto XVI. Homilía. 13 de
abril de 2009.
Queridos hermanos y hermanas:
En estos días pascuales oiremos resonar a menudo
las palabras de Jesús: "He resucitado y estoy siempre contigo".
La Iglesia, haciéndose eco de este anuncio, proclama con júbilo: "Era
verdad, ha resucitado el Señor, aleluya. A él la gloria y el poder por toda la
eternidad". Toda la Iglesia en fiesta manifiesta sus sentimientos
cantando: "Este es el día en que actuó el Señor". En efecto, al
resucitar de entre los muertos, Jesús inauguró su día eterno y también abrió la
puerta de nuestra alegría. "No he de morir —dice—, viviré". El
Hijo del hombre crucificado, piedra desechada por los arquitectos, es ahora el
sólido cimiento del nuevo edificio espiritual, que es la Iglesia, su Cuerpo
místico. El pueblo de Dios, cuya Cabeza invisible es Cristo, está destinado a
crecer a lo largo de los siglos, hasta el pleno cumplimiento del plan de la
salvación. Entonces toda la humanidad se incorporará a él y toda realidad
existente participará en su victoria definitiva. Entonces —escribe san Pablo—,
él será "la plenitud de todas las cosas" (Ef 1, 23) y "Dios será
todo en todos" (1 Co 15, 28).
Por tanto, la comunidad cristiana se alegra porque la
resurrección del Señor nos garantiza que el plan divino de la salvación se
cumplirá con seguridad, no obstante toda la oscuridad de la historia.
Precisamente por eso su Pascua es en verdad nuestra esperanza. Y nosotros,
resucitados con Cristo mediante el Bautismo, debemos seguirlo ahora fielmente
con una vida santa, caminando hacia la Pascua eterna, sostenidos por la certeza
de que las dificultades, las luchas, las pruebas y los sufrimientos de nuestra
existencia, incluida la muerte, ya no podrán separarnos de él y de su amor.
Su resurrección ha creado un puente entre el mundo y la vida eterna, por el que
todo hombre y toda mujer pueden pasar para llegar a la verdadera meta de
nuestra peregrinación terrena.
"He resucitado y estoy siempre contigo".
Esta afirmación de Jesús se realiza sobre todo en la Eucaristía; en toda
celebración eucarística la Iglesia, y cada uno de sus miembros, experimentan su
presencia viva y se benefician de toda la riqueza de su amor. En el sacramento
de la Eucaristía está presente el Señor resucitado y, lleno de misericordia, nos
purifica de nuestras culpas; nos alimenta espiritualmente y nos infunde vigor
para afrontar las duras pruebas de la existencia y para luchar contra el pecado
y el mal. Él es el apoyo seguro de nuestra peregrinación hacia la morada
eterna del cielo.
La Virgen María, que vivió junto a su divino Hijo
cada fase de su misión en la tierra, nos ayude a acoger con fe el don de la
Pascua y nos convierta en testigos felices, fieles y gozosos del Señor
resucitado.
Benedicto XVI. Homilía. 9 de abril
de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
¡Feliz día a todos vosotros! El lunes después de
Pascua en muchos países es un día de vacación, en el que se puede dar un paseo
en medio de la naturaleza o ir a visitar a parientes un poco lejanos para una
reunión en familia. Pero quisiera que en la mente y en el corazón de los
cristianos siempre estuviera presente el motivo de esta vacación, es decir, la
resurrección de Jesús, el misterio decisivo de nuestra fe. De hecho, como
escribe san Pablo a los Corintios, «si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra
predicación y vana también vuestra fe» (1 Co 15, 14). Por eso, en estos días
es importante releer los relatos de la resurrección de Cristo que encontramos
en los cuatro Evangelios y leerlos con nuestro corazón. Se trata de relatos
que, de modos diversos, presentan los encuentros de los discípulos con Jesús
resucitado, y así nos permiten meditar en este acontecimiento estupendo que ha
transformado la historia y da sentido a la existencia de todo hombre, de cada
uno de nosotros.
Los evangelistas no describen el acontecimiento
de la resurrección en cuanto tal. Ese acontecimiento permanece misterioso,
no en el sentido de menos real, sino de oculto, más allá del alcance de nuestro
conocimiento: como una luz tan deslumbrante que no se puede observar con los
ojos, pues de lo contrario los cegaría. Los relatos comienzan, en cambio,
desde que, al alba del día después del sábado, las mujeres se dirigieron al
sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. San Mateo habla también de un
terremoto y de un ángel deslumbrante que corrió la gran piedra de la tumba y se
sentó encima de ella (cf. Mt 28, 2). Tras recibir del ángel el anuncio de la
resurrección, las mujeres, llenas de miedo y de alegría, corrieron a dar la
noticia a los discípulos, y precisamente en aquel momento se encontraron con
Jesús, se postraron a sus pies y lo adoraron; y él les dijo: «No temáis; id a
comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10). En
todos los Evangelios las mujeres ocupan gran espacio en los relatos de las
apariciones de Jesús resucitado, como también en los de la pasión y muerte de
Jesús. En aquellos tiempos, en Israel, el testimonio de las mujeres no
podía tener valor oficial, jurídico, pero las mujeres vivieron una
experiencia de vínculo especial con el Señor, que es fundamental para la
vida concreta de la comunidad cristiana, y esto siempre, en todas las épocas,
no sólo al inicio del camino de la Iglesia.
Modelo sublime y ejemplar de esta relación con
Jesús, de modo especial en su Misterio pascual, es naturalmente María, la Madre
del Señor. Precisamente a través de la experiencia transformadora de la Pascua
de su Hijo, la Virgen María se convierte también en Madre de la Iglesia, es
decir, de cada uno de los creyentes y de toda la comunidad. A ella nos
dirigimos ahora invocándola como Regina caeli, con la oración que la tradición
nos hace rezar en lugar del Ángelus durante todo el tiempo pascual. Que María
nos obtenga experimentar la presencia viva del Señor resucitado, fuente de
esperanza y de paz.
Francisco. Catequesis. Vicios y
virtudes. 12. La prudencia.
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
La catequesis de hoy la
dedicamos a la virtud de la prudencia. Ella, junto con la justicia, la
fortaleza y la templanza, forma las virtudes llamadas cardinales,
que no son prerrogativa exclusiva de los cristianos, sino que pertenecen al patrimonio
de la sabiduría antigua, en concreto, la de los filósofos griegos.
Por eso, uno de los temas más interesantes en la obra de encuentro y de
inculturación fue precisamente el de las virtudes.
En los escritos medievales,
la presentación de las virtudes no es una simple enumeración de cualidades
positivas del alma. Retomando los autores clásicos a la luz de la revelación
cristiana, los teólogos imaginaron el septenario de las virtudes - las tres
teologales y las cuatro cardinales– como una suerte de organismo viviente en el
que cada virtud ocupa un espacio armónico. Hay virtudes esenciales y
virtudes accesorias, como pilares, columnas y capiteles. Quizá nada como la
arquitectura de una catedral medieval puede dar la idea de la armonía que
existe en el ser humano y de su continua tensión hacia el bien.
Entonces, comencemos por la
prudencia. No es la virtud de la persona temerosa, siempre titubeante ante
la acción que debe emprender. No, esta es una interpretación errónea. No es
tampoco solamente la cautela. Conceder la primacía a la prudencia significa que
la acción del ser humano está en manos de su inteligencia y de su libertad.
La persona prudente es creativa: razona, evalúa, trata de comprender la
complejidad de la realidad. Y no se deja llevar por las emociones, la pereza,
las presiones, las ilusiones.
En un mundo dominado por las
apariencias, por los pensamientos superficiales, por la banalidad tanto del
bien como del mal, la antigua lección de la prudencia merece ser recuperada.
Santo Tomás, en la estela de
Aristóteles, la llamó “recta ratio agibilium”. Es la capacidad de
gobernar las acciones para dirigirlas hacia el bien; por eso recibe el
sobrenombre de “conductor de las virtudes”. Prudente es quien sabe
elegir: mientras permanece en los libros, la vida es siempre fácil, pero en
medio de los vientos y las olas de lo cotidiano, la cosa cambia: a menudo
nos sentimos inseguros y no sabemos hacia dónde ir. Quien es prudente no elige al azar:
ante todo, sabe lo que quiere; luego, pondera las situaciones, se deja
aconsejar y, con amplitud de miras y libertad interior, elige qué camino tomar.
No es que no pueda cometer errores, después de todo sigue siendo humano;
pero evitará grandes “bandazos”. Desafortunadamente, en todos los ambientes
hay quien tiende a liquidar los problemas con bromas superficiales o a suscitar
siempre polémicas. La prudencia, en cambio, es la cualidad de quienes están
llamados a gobernar: saben que administrar es difícil, que hay muchos puntos de
vista y que es preciso tratar de armonizarlos, que no se debe hacer el bien de
algunos, sino el de todos.
La prudencia enseña también que,
como se suele decir, “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Demasiado
celo, de hecho, en algunas situaciones, puede provocar desastres: puede
arruinar una construcción que hubiera requerido gradualidad; puede generar
conflictos e incomprensiones; puede incluso desatar la violencia.
La persona prudente sabe
custodiar la memoria del pasado, no porque tenga miedo al futuro, sino
porque sabe que la tradición es un patrimonio de sabiduría. La vida está
hecha de una continua superposición de cosas antiguas y cosas nuevas, y no es
bueno pensar siempre que el mundo empieza con nosotros, que tenemos que
afrontar los problemas desde cero. La persona prudente también es previsora.
Una vez decidido el objetivo por el que luchar, hay que procurarse todos los
medios para alcanzarlo.
Muchos pasajes del Evangelio nos
ayudan a educar la prudencia. Por ejemplo: es prudente quien edifica su casa
sobre la roca, e imprudente el que la construye sobre la arena. (cfr. Mt 7,24-27). Sabias son las vírgenes
que llevan consigo el aceite para sus lámparas, y necias son las que no lo
hacen (cfr. Mt 25,1-13). La vida cristiana es una combinación de sencillez y
astucia. Al preparar a sus discípulos para la misión, Jesús les recomienda: «Yo
los envío como ovejas entre lobos; sean entonces prudentes como las serpientes
y sencillos como las palomas». (Mt 10,16). Es como si dijera que Dios no
sólo quiere que seamos santos, sino que quiere que seamos santos inteligentes,
porque sin prudencia ¡equivocarse de camino es cuestión de un momento!
MISA DE NIÑOS. DOMINGO II T. PASCUAL DE
LA MISERICORDIA.
Monición de entrada.
Buenos días:
Después de la semana santa y la fiesta del domingo de Pascua, hoy hemos
vuelto a misa.
Y otra vez Jesús está con nosotros.
Además este domingo es el domingo de la misericordia.
Esta palabra quiere decir que Dios nos cuida siempre, aunque nos portemos
mal con Él.
Señor, ten piedad.
Tú que eres el primero. Señor, ten piedad.
Tú que eres el que gana al pecado. Cristo, ten piedad.
Tú que eres la vida. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco para siga siendo el buen amigo de Jesús. Te lo
pedimos Señor.
-Por la Iglesia, para que nos de la alegría de la Pascua. Te lo pedimos
Señor.
-Por todos los países, para que Jesús haga que se acaben las guerras. Te lo
pedimos, Señor.
-Por las personas que no creen en Jesús, para que un día sean felices
siendo tus amigos. Te lo pedimos, Señor.
-Por nosotros para que cada día seamos más amigos tuyos.. Te lo pedimos
Señor.
Acción de gracias.
Virgen María este domingo queremos darte las
gracias porque somos muy felices siendo amigos de Jesús, que aunque no lo
vemos, están en medio. Como está el aire que respiramos y no vemos.
EXPERIENCIA.
https://www.youtube.com/watch?v=TIY1xgo8W10
¿Cómo te has sentido
mientras escuchabas el vídeo?
¿Por qué Ana no podía
volver a correr en bicicleta? ¿Qué hizo ella?
Gracias a no aceptar la
realidad ¿dónde logró ir y participar?
¿Cuál es el secreto
para lograr las metas?
Lee las dos frases del
evangelio de San Juan y permanece en silencio durante unos minutos, permitiendo
que el vídeo y la frase reposen en tu corazón.
REFLEXIÓN.
Lee el evangelio de este
domingo.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al
amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a
correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba,
y les dijo:
-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han
puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino de sepulcro. Los dos
corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y
llegó primero al sepulcro; e, inclinándose vio los lienzos tendidos; pero no
entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los
lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los
lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta
entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre
los muertos.
Pídele a Dios que te envíe el
Espíritu Santo para que te de conocimiento interno de Jesús, es decir, a través
de esta oración experimentar el misterio de la Resurrección.
Lee el texto 2 veces.
En la segunda sitúate en la
escena, mediante la composición de lugar. Según san Ignacio de Loyola consiste
en imaginar el santo sepulcro, una cueva cerca de una montaña. La piedra
desplazada. ¿Cómo es el interior? ¿grande, pequeño, espacioso, reducido?, el
color de la roca, la penumbra, los lienzos, el sudario.
Visualiza a Juan llegando y
esperando a Pedro, la mirada de Pedro al asomarse, a Juan entrando, viendo y
creyendo.
Entra en el vacío de tu
corazón, de tu vida. También allí hay señales de la resurrección de Cristo,
lienzos tendidos, sudarios plegados. Piensa en ello.
Contempla de nuevo el sepulcro
vacío, en silencio, sin prisas.
Repite interiormente la frase
“vio y creyó”.
Repítela en primera persona:
“veo y creo”.
Repite: “Señor, veo y creo;
pero aumenta mi fe”.
Es una etapa del camino en los
apóstoles, en ti. Vimos de señales, falta el encuentro con el Resucitado que
para nosotros, en cuanto no somos apóstoles, testigos del Resucitado, tendrá
lugar cuando entremos en el sepulcro de la vida, muramos.
Mantén un coloquio con Jesús.
COMPROMISO.
Cada día al despertar levantarte con esta
actitud: voy al encuentro de las señales que me indican la presencia de Cristo,
en la naturaleza, los demás y los signos religiosos (la iglesia, las imágenes,
la oración, la misa,…).
CELEBRACIÓN.
Mira y escucha este
vídeo del grupo Kairoi: https://www.youtube.com/watch?v=fg03lmo2o0I&list=PL2hYJgMSqKM1j23QCz-JjaiD69iB18Gne&index=5
BIBLIOGRAFÍA.
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edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
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Robinson, Jame M.; Hoffmann Paul y John S., Kloppenborg. El Documento
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Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por
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San Juan de Ávila. Obras Completas III.
Sermones. BAC. Madrid. 2015.
San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.
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