Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-35
El grupo de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma:
nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común.
Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho
valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado. Entre ellos no había
necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero
de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a
cada uno según lo que necesitaba.
Textos
paralelos.
La multitud de los creyentes tenía un solo
corazón.
Hch 2, 42-47: Eran asiduos en
escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la solidaridad, la fracción del pan
y las oraciones. Ante los prodigios y señales que hacían los apóstoles, un
sentido de reverencia se apoderó de todos. Los creyentes estaban todos unidos y
poseían todo en común; vendían bienes y posesiones y las repartían según la
necesidad de cada uno. A diario acudían fielmente y unánimes al templo, en sus
casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera.
Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba. El Señor iba incorporando a la
comunidad a cuantos se iban salvando.
Hch 5, 12: Por mano de los
apóstoles sucedían muchas señales y milagros entre el pueblo. Todos de común
acuerdo acudían al pórtico de Salomón; de los extraños nadie se atrevía a
juntarse con ellos aunque el pueblo los elogiaba. Se les iban agregando un
número creciente de creyentes en el Señor, hombres y mujeres; hasta el punto
que sacaban los enfermos a la calle y los colocaban en literas y camillas, para
que al pasar Pedro, al menos, su sombra los cubriese. También los vecinos de
los alrededores de Jerusalén llevaban enfermos y poseídos de espíritus inmundos
Flp 1, 27: Una cosa importa,
que vuestra conducta sea digna de la buena noticia de Cristo; de modo que, sea
que vaya a veros o que siga ausente, tenga noticias vuestras de que os
mantenéis unidos en espíritu y corazón, luchando juntos por la fe en la buena
noticia.
Jn 17, 11: Ya no estoy en el
mundo, mientras que ellos están en el mundo; yo voy hacia ti, Padre Santo,
guárdalos con tu nombre, el que me diste, para que sean uno como nosotros.
Jn 17, 21: Que todos sean uno,
como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me enviaste.
Los apóstoles daban
testimonio de la resurrección del Señor.
Hch 2, 44-45: Los creyentes
estaban todos unidos y poseían todo en común; vendían bienes y posesiones y las
repartían según la necesidad de cada uno.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Y gozaban de gran
simpatía.
Hch 4, 30: Extiende tu mano
para que sucedan curaciones, señale sy prodigios por el nombre de tu santo
siervo Jesús.
No había entre ellos
ningún necesitado.
Dt 15, 4: Es verdad que no
habrá pobres entre los tuyos, porque te bendecirá el Señor, tu Dios, en la
tierra que el Señor, tu Dios, va a darte para que la poseas en heredad.
Traían el importe de las
ventas y lo ponían a los pies de los apóstoles.
Lc 12, 33: Vended vuestros
bienes y dad limosna. Procuraos bolsas que no envejezcan, un tesoro inagotable
en el cielo, donde no llegan ni los roe la polilla.
Notas
exegéticas.
4 32 Resumen análogo al de 2, 42-47.
Aquí el tema es el de la comunidad de bienes; sirve de introducción a los dos
ejemplos que siguen: el de Bernabé, y el de Ananías y Safira. La insistencia en
la renuncia efectiva de las riquezas caracteriza la religión de Lucas.
4 33 (a) Un poder que se manifiesta
en los milagros.
4 33 (b) Ante el pueblo.
Salmo
responsorial
Salmo 118 (117), 1-4.16-18.22-24
Dad
gracias al Señor porque es bueno,
porque
es eterna su misericordia. R/.
Diga
la casa de Israel:
eterna
es su misericordia.
Diga
la casa de Aarón:
eterna
es su misericordia.
Digan
los que temen al Señor:
eterna
es su misericordia. R/.
La
diestra del Señor es poderosa,
la
diestra del Señor es excelsa.
No
he de morir, viviré
para
contar las hazañas del Señor.
Me
castigó, me castigó el Señor,
pero
no me entregó a la muerte. R/.
La
piedra que desecharon los arquitectos
es
ahora la piedra angular.
Es
el Señor quien lo ha hecho,
ha
sido un milagro patente.
Este
es el día que hizo el Señor:
sea
nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Textos
paralelos.
Dad gracias a Yahvé,
porque es bueno.
Sal 100, 5: El Señor es bueno,
su misericordia es eterna, su fidelidad de edad en edad.
Sal 136, 1: Dad gracias al
Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Sal 115, 9-11: Israel, confía
en el Señor: él es su auxilio y escudo. Casa de Aarón, confía en el Señor: él
es su auxilio y escudo. El Señor se acuerda y nos bendice. Bendiga a la Casa de
Israel, bendiga a la Casa de Aarón.
Sal 135, 19-20: A Sijón, rey
amorreo, porque es eterna su misericordia. Y a Og, rey de Basán, porque es
eterna su misericordia.
No he de morir, viviré.
Sal 115, 17-18: Los muertos ya
no alaban al Señor, ni los que bajan al silencio. Pero nosotros bendeciremos al
Señor, ahora y por siempre. Aleluya.
Is 38, 19: Los vivos, los vivos
son quienes te dan gracias: como yo ahora. El Padre enseña a sus hijos tu
fidelidad.
La piedra que desecharon
los arquitectos.
Is 28, 16: El Señor dice así:
Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimiento:
“quien se apoya no vacila”.
Za 3,9: Mirad la piedra que
presento a Josué: es una y lleva siete ojos. Tiene una inscripción: “En un día
removeré la culpa de esta tierra” – oráculo del Señor de los ejércitos.
Za 4, 7: ¿Quién eres tú,
montaña señera? Ante Zorobabel serás allanada. Él sacará la piedra de remate
entre aclamaciones: “¡Qué bella, qué bella!”.
Mt 21, 42: Jesús les dice: ¿No
habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular; es el Señor quien lo ha hecho y nos parece un
milagro?”.
Hch 4, 11: Él es la piedra
desechada por vosotros, los arquitectos, que se ha convertido en piedra
angular.
Ef 2, 20: Edificados sobre el
cimiento de los Apóstoles, con Cristo Jesús como piedra angular.
Este es el día que hizo
Yahvé.
1 Co 3, 11: Nadie puede poner
otro cimiento que el ya puesto, que es Jesús Mesías.
Notas
exegéticas.
118 Este canto cierra el Hallel. Un
invitatorio precede al himno de acción de gracias puesto en labios de la
comunidad personificada, completando con la serie de responsorios recitados por
diversos grupos cuando la procesión entraba en el templo. El conjunto se
utilizó quizá para la fiesta descrita en Ne 8, 13-18.
118 2 “la casa”, ver v. 3, omitido
por códice hebreo.
118 22 “aleja” versiones; “abre”
hebreo.
118 23 El Templo ha sido
reconstruido, ver Ag 1, 9. La “piedra angular” (o “clave de bóveda”) que puede
convertirse en “piedra de escándalo”, es un tema mesiánico y designará a
Cristo.
Segunda
lectura.
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 5, 1-6.
Queridos hermanos:
Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo
el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto
conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus
mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus
mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de
Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es
nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el
Hijo de Dios? Este es el que vino por el agua y la sangre: Jesucristo. No solo
en el agua, sino en el agua y en la sangre; y el Espíritu es quien da
testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
Textos
paralelos.
Ha nacido de Dios.
1 Jn 1, 3: Lo que vimos y oímos
os lo anunciamos también a vosotros para que compartáis nuestra vida, como
vosotros la compartimos con el Padre y con su Hijo Jesucristo.
Cumplimos sus
mandamientos.
Rm 13, 9: De hecho, el no
cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás y cualquier otro
precepto, se resumen en este: Amarás al prójimo como a ti mismo.
2 Jn 1, 6: El amor consiste en
proceder según sus mandatos; y ese es el mandato que oísteis al principio para
que procedáis de acuerdo con él.
Ga 5, 14: Así la bendición de
Abrahán, por medio de Cristo Jesús se extiende a los paganos, para que podamos
recibir por la fe el Espíritu prometido.
1 Jn 3, 23: Y este es su
mandato: que creamos en la persona de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a
otros como él nos mandó.
Dt 30, 11: Porque el precepto
que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable.
Mt 11, 30: Pues mi yugo es
blando y mi carga es liviana.
Vence al mundo.
Jn 16, 33: Os he dicho esto
para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened
ánimo, que yo he vencido al mundo.
1 Jn 2, 14: Os escribo,
muchachos, que conocéis al Padre. Os escribo, jóvenes, que sois fuertes,
conserváis el mensaje de Dios y habéis vencido al Maligno.
No solamente con agua.
Jn 19, 34: Pero un soldado le
abrió el costado de una lanzada. Al punto borró sangre y agua.
Jn 4, 23: Pero llega la hora,
ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre en
espíritu y de verdad.
El Espíritu da testimonio
de ello.
Jn 1, 33: Yo no lo conocía;
pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y
posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.
Jn 14, 26: El valedor, el
Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os dije.
1 Jn 2, 20: Vosotros habéis
recibido del Espíritu la unción y todos sois expertos.
1 Jn 2, 27: Vosotros conservad
la unción que recibisteis de él y no tendréis necesidad de que nadie os enseñe;
pues su unción, que es verdadera e infalible, os instruirá acerca de todo. Lo
que os enseñe conservadlo.
Notas
exegéticas.
5 1 El que ama a Dios ama también a
los hijos de Dios. El amor de Dios se consuma en el amor al prójimo, criterio
de sinceridad, y primero de los mandamientos a los que el amor de Dios nos
obliga. La fe, por tanto, es la que finalmente juzga del amor, la fe por la que
el hombre nace de Dios.
5 2 En este versículo fundamental
aparece el vínculo entre la dimensión horizontal del amor, el amor a los
hermanos, y su dimensión vertical, el amor a Dios. El amor a los hermanos
deriva del amor a Dios; es su expresión misma. En efecto, el cristiano ama a
sus hermanos en cuanto hijos de Dios. Su amor hunde sus raíces en su fe. Por
otra parte, el criterio de autenticidad del amor a Dios debe ser siempre el
cumplimiento de su voluntad, la observancia de sus mandamientos, que
precisamente prescriben al cristiano el amor fraterno.
5 5 Ver Rm 1, 4. Esta conclusión
brota de dos principios: todo el que cree ha nacido de Dios; el que ha nacido
de Dios es vencedor del mundo.
5 6 La mención del agua y de la
sangre en este v. ha sido entendida de dos formas: 1. El agua recordaría el
bautismo de Jesús y la sangre, su muerte en la cruz. 2. El agua y la sangre
evocarían el episodio narrado en Jn 19, 34. Los datos del texto invitan a sintetizar
las dos explicaciones. Frente a la herejía que disociaba al Cristo glorioso
manifestado en el jordán (el agua) del hombre Jesús, muerte en la cruz (la
sangre), Jn afirma la realidad del sacrificio de Jesús, Cristo e Hijo de Dios.
Pero estos acontecimientos históricos son recordados mediante el simbolismo del
agua y de la sangre en la cruz, donde el autor ha percibido signos de
realidades eclesiales.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío
yo.
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos
cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo
en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás
con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-¿Por qué me has visto has creído? Bienaventurados los que crean
sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo
Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que veáis que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su
nombre.
Textos
paralelos.
Mt 28, 16-30 |
Mc 16, 14-18 |
Lc 24, 36-49 |
Jn 20, 19-24 |
Los once
discípulos fueron a Galilea, al monte que les había indicado Jesús. Al verlo, se
postraron, pero algunos dudaron. Jesús se
acercó y les habló: -Me han
concedido plena autoridad en cielo y tierra. Por tanto,
id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizadlos consagrándolos al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadlos a cumplir cuanto os he
mandado. Yo estaré, con vosotros siempre, hasta el fin del mundo. |
Por último
se apareció a los once cuando estaban a la mesa. Les
reprendió su incredulidad y obstinación por no haber creído a los que lo
habían visto resucitado de la muerte. Y les dijo: -Id por todo
el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad. Quien crea y se
bautice se salvará; quien no crea se condenará. A los creyentes acompañarán
estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas,
agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; pondrán las
manos sobre los enfermos y se curarán. |
Estaban
hablando de ello, cuando se presentó
Jesús en medio de ellos y les dijo: -La paz esté
con vosotros. Espantados y
temblando de miedo, pensaban que era un fantasma. Pero él les
dijo: -¿Por qué
estáis turbados?, ¿por qué se os ocurren esas dudas? Mirad mis
manos y mis pies, que soy el mismo. Tocad y ved, que un fantasma no tiene
carne y hueso, como veis que yo tengo. Dicho esto,
les mostró las manos y los pies. Y, como no
acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo: -¿Tenéis
aquí algo de comer? Le
ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia. Después les
dijo: -Esto es lo
que os decía cuando todavía estaba con vosotros: que tenía que cumplirse en
mí todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y los salmos. Entonces les
abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura. Y añadió: -Así está
escrito que el Mesías tenía que padecer y resucitar de la muerto; que en su
nombre se predicaría la penitencia y perdón de pecados a todas las naciones,
empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de ello. Yo os envío lo que
el Padre prometió. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os
revistan de fuerza. |
Al atardecer
de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas
bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús,
se colocó en medio y les dice: -Paz con
vosotros. Dicho esto,
les mostró las manos y el costado. Los
discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz con
vosotros. Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros. Dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: -Recibid el
Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les
quedan perdonados; a quienes se los mantengáis les quedan mantenidos. Tomás (que
significa Mellizo), uno de los doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. |
La paz con vosotros.
Jn 14, 27: La paz os dejo, os
doy mi paz, y no os la doy como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis.
Jn 16, 33: Os he dicho esto para
que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened ánimo,
que yo he vencido al mundo.
Lc 24, 16: Pero ellos tenían los
ojos incapacitados para reconocerlo.
Jn 15, 11: Os he dicho esto para
que participéis de mi alegría y vuestra alegría se colmada.
Jn 16, 22: Así vosotros ahora
estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os
quitará vuestra alegría.
Como el Padre me envió.
Jn 17, 18: Como me enviaste al
mundo, yo los envié al mundo.
Mt 28, 19: Por tanto, id a hacer
discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos consagrándolos al Padre y al
Hijo y al Espíritu Santo.
Mc 16, 15: Y les dijo: Id por
todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad.
Lc 24, 47: Que en su nombre se
predicaría penitencia y perdón de los pecados a todas las naciones, empezando
por Jerusalén.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Recibid el Espíritu Santo.
Jn 1, 33: Yo no lo conocía; pero
el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y
posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.
A quienes les perdonéis los
pecados.
Mt 16, 19: A ti te daré las
llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo;
lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.
Mt 18, 18: Os aseguro que lo que
atéis en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desatéis en la tierra
quedará desatado en el cielo.
Tomás, uno de los Doce, llamado
el Mellizo.
Jn 11, 16: Tomás (que significa
Mellizo), dijo a los demás discípulos: Vamos también nosotros a morir con él.
Jn 14, 5: Le dice Tomás: Señor,
no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino?
La paz con vosotros.
Jn 14, 27: La paz os dejo, os
doy mi paz, y no la doy como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis.
Trae tu mano y métela en mi
costado.
Jn 19, 34: Pero el soldado le
abrió el costado de una lanzada. Al punto brotó sangre y agua.
Dichosos los que no ha visto y
ha creído.
Lc 1, 45: ¡Dichosa tú que
creíste! porque se cumplirá lo que el Señor te anunció.
Jesús realizó en presencia de
los discípulos otros muchos signos.
Jn 2, 11: En Caná de Galilea
hizo Jesús esta primera señal, manifestó su gloria y creyeron en él los
discípulos.
Dt 34, 10-12: Pero ya no surgió
en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara; ni
semejante a él en los signos y prodigios que el Señor le envió a hacer en
Egipto contra el Faraón, su corte y su país; ni en la mano poderosa, en los
terribles portentos que obró Moisés en presencia de todo Israel.
Para que creyendo tengáis vida
en su nombre.
Hch 3, 16: Porque ha creído en
su nombre, este que conocéis y estáis viendo ha recibido de ese nombre vigor, y
la fe obtenida de él le ha dado salud completa en presencia de todos vosotros.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
20 19 Saludo ordinario de los judíos.
Este saludo se repite en el v. 21a, bajo la influencia del relato paralelo de
Lc.
20 20 Lc 24, 39 tiene una perspectiva
más apologética. Aquí se trata de poner de relieve la continuidad entre el
Jesús que ha sufrido ye l que está para siempre con ellos. El Señor glorioso de
la Iglesia no es otro que Jesús crucificado.
20 22 El soplo de Jesús simboliza al
Espíritu (en hebreo: soplo) principio de vida. Igual verbo raro que en Gn 2, 7:
Cristo resucitado da a los discípulos el Espíritu que realiza como una recreación
de la humanidad. Poseyendo desde ahora este principio de la vida, el hombre ha
pasado de la muerte a la vida y no morirá jamás. Es el principio de una
escatología ya realizada. Para Pablo (al menos en sus primeras cartas) esta recreación
de la humanidad no se producirá hasta la vuelta de Cristo. Jn hace suya una
fórmula tradicional que es necesario entender, en la medida de lo posible, en
el marco de su propia teología: los discípulos perdonarán o retendrán los
pecados en la medida en que prolonguen la misión de Jesús en el mundo. Las
tradiciones católica y ortodoxa piensan que el poder de perdonar los pecados
incumbe a los miembros del colegio apostólico, al que se encomienda, en
comunión con Jesús, la tarea pastoral. Para la tradición reformada, este poder
y esta tarea pastoral compiten a todos los discípulos, es decir, a los
creyentes de todos los tiempos, y no a Pedro en particular o a un determinado
orden sacerdotal. Escuchando su testimonio, los hombres creerán (serán
perdonados sus pecados) o se escandalizarán (se juzgarán a sí mismos; sus
pecados les serán retenidos).
20 24 Esta segunda aparición de Cristo
a los discípulos es literalmente un calco de la primera. Cristo reprocha en
ella a Tomás el no haber creído en el testimonio de los otros discípulos y
haber exigido “ver” para creer. Como 4, 48 este relato se dirige a los
cristianos de la segunda generación.
20 27 Juan, al fin de su evangelio,
vuelve una vez más su mirada de creyente hacia la llaga del costado.
20 28 Esta última confesión de fe del
evangelio asocia a los títulos “Señor” y “Dios”. Quizá estamos ante el eco de
una aclamación litúrgica.
20 29 Sobre el testimonio de los
Apóstoles, ver Hch 1, 8.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
19 ESTANDO CANDADAS…
LAS PUERTAS… LLEGÓ…: el cuerpo glorioso y “espiritualizado” de Jesús queda
fuera de las leyes físicas del mundo material (cf. 1 Cor 15, 44).
20 LES ENSEÑÓ: las
heridas de LAS MANOS Y del COSTADO, signos de identificación; el resucitado es el
mismo que fue crucificado. Y las huellas transfiguradas del sufrimiento
anterior ya no causan tristeza.
21-22
Para
la impresión de que resurrección, ascensión, venida del Espíritu y misión del
la Iglesia sucedieron en el mismo día, cf. Lc 24, 51. // ME ENVIÓ: el tiempo
verbal griego (perfecto) equivale a “me envió y continúo siendo enviado”.
// SOPLÓ: como en una nueva creación, es necesario “el aliento” (el espíritu)
de Dios. // ESPÍRITU SANTO: aliento divino, dador de vida sobrenatural, como el
soplo que infundió vida al primer hombre (cf. Gn 2,7). Sin duda hay que sobre
entender dos artículos determinados en el texto griego (“el Espíritu el
Santo), usados por Jn otras veces (cf. 14, 26). Jesús les comunica el
Espíritu Santo, primeramente para suscitar y reafirmar en ellos la fe en su
resurrección (para que vean, e.d., para que crean y luego, para hacer
que otros vean, quitando la ceguera del pecado.
23 Es verdad de fe
definida que las palabras de Jesús en estos versículos “hay que entenderlas de
la potestad de perdonar y de retener los pecados en el sacramento de la
penitencia” (H. Denzinger – A. Schönmetzer). “Atar (retener y desatar” se
aplican aquí, concretamente a los pecados.
25 EN VEZ DE LA MARCA
(en griego týpon), algunos manuscritos leen el sitio (en griego tópon).
// NI MUCHO MENOS: en el original hay una negación enfática reforzada.
27-29
Jesús
condesciende con las exigencias de Tomás, sin forzarlo a convencerse. La fe
sigue siendo libre. // MEJOR: ¡(SÉ) CREYENTE!: lit. antes bien creyente. //
¡SEÑOR MÍO…!: esta espléndida confesión de fe en la divinidad de Jesús es,
lit., el Señor de mí y el Dios de mí (vocativo semítico: artículo +
nominativo). // FELICES LOS QUE… SIN EMBARGO, CREEN: el Señor “se deja
encontrar por quienes no exigen pruebas, se revela a los que no desconfían de
él” (Sabiduría 1, 2).
30-31
LLEGUÉIS
A CREER: la traducción lee un aoristo griego; si, con algunos manuscritos, se
lee el verbo griego en presente, la traducción sería: “para que sigáis
creyendo”. // PERSEVERANDO EN LA FE: así da la
lectura en participio de presente; si se lee el aoristo griego, como ocurre en
algunos manuscritos, la traducción sería: abrazando la fe, empezando a
creer. // EN SU NOMBRE: de Hijo.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
20, 19-23 Cristo tiene un cuerpo
glorificado con las marcas de la crucifixión en una forma gloriosa como signo
de rotunda victoria. Los cuerpos de los justos serán glorificados del mismo
modo en el juicio final. Cat. 645, 659, 690, 1042 y 1060.
20, 22-23 Inmediatamente después de la
Resurrección, el último signo de la victoria sobre el pecado y la muerte,
Cristo instituyó el sacramento de la penitencia y la reconciliación otorgando a
los Apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados en su nombre.
Soplando sobre los Apóstoles – denominado a veces como “El Pentecostés de Juan”
– fue un presagio de la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto, ellos
recibieron el Espíritu Santo de Cristo y así están facultados para actuar en su
nombre. Para los Apóstoles, los primeros sacerdotes ordenados, el poder de
perdonar los pecados fue una parte vital en su papel de santificar al pueblo.
Al enviarlos al mundo, Jesús les mandó continuar su misión de curación
espiritual a través de los sacramentos del Bautismo y la Penitencia. Creer en
el perdón de los pecados es una declaración esencial del Credo de los Apóstoles
y el Credo de Nicea, que se rezan en la liturgia de la Iglesia. Cat. 730, 858,
976-980, 1287, 1485-1488.
20, 24-29 La obstinada incredulidad de
Tomás mostró como incluso algunos de los discípulos de Cristo tuvieron
dificultades para creer que había resucitado de entre los muertos. ¡Señor mío y
Dios mío!: la exclamación de Tomás fue no solo una expresión de reconocimiento,
sino también de adoración. A través de los ojos de la fe, los cristianos son
capaces de reconocer a Cristo vivo en la Eucaristía. Cat. 448, 643-645, 659 y
1381.
20, 30s. Juan explica aquí sus
intenciones al escribir el Evangelio. Como testigo presencial de la vida de
Cristo, deseaba desafiar a sus lectores con una narrativa convincente que
llevara al lector a creer en Jesús como Cristo, el Hijo de Dios. Su Evangelio –
y por extensión los otros Evangelios – no es una historia o biografía completa
de Cristo ya que hay muchas cosas que no se presentan aquí, como Juan dejó bien
claro. Lo que aparece está escrito con el fin de inspirar fe en el lector más
que el hecho de una biografía comprensiva. Cat. 105, 124-126, 442 y 514.
Catecismo
de la Iglesia Católica
645 Jesús resucitado establece con
sus discípulos relaciones directas mediante el tacto y el compartir la comida.
Les invita así a reconocer que él no es un espíritu, pero sobre todo a que
comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el
mismo que ha sido martirizado y crucificado, ya que sigue llevando las huellas
de su pasión. Este cuerpo auténtico y real posee, sin embargo, al mismo tiempo,
las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni
en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando
quiere porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece
ya más que al dominio divino del Padre. Por esta razón también Jesús resucitado
es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un
jardinero o bajo otra figura distinta de la que les era familiar a los
discípulos, y eso para suscitar su fe.
659 El cuerpo de Cristo fue
glorificado desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades
nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para
siempre. Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente
con sus discípulos y los instruye sobre el Reino, su gloria aún queda velada
bajo los rasgos de una humanidad ordinaria. La última aparición de Jesús termina
con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por
la nube y el cielo donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios. Solo
de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo como un
abortivo en la última aparición que constituye a éste en un apóstol.
1042 Al fin de los tiempos el Reino
de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán
para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo
será renovado.
730 Por fin llega la hora de Jesús:
Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre en el momento en que por su
Muerte es vencedor de la muerte de modo que, resucitado de los muertos para la
gloria del Padre, en seguida da a sus discípulos el Espíritu Santo exhalando
sobre ellos su aliento. A partir de esta hora la misión de Cristo y del
Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: “Como el Padre me envió,
también yo os envío” (Jn 20, 21).
976 El Símbolo de los Apóstoles
vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero
también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el
Espíritu Santo a sus Apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder
divino de perdonar los pecados.
977 Nuestro Señor vinculó el perdón
de los pecados a la fe y al Bautismo: “Id por todo el mundo y proclamad la
Buena Noticia a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará “ (Mc
16, 15-16). E Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los
pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para
nuestra justificación, a fin de que “vivamos también una vida nueva” (Rm 6, 4).
647 Cristo resucitado no se
manifiesta al mundo sino a sus discípulos, “a los que habían subido con él
desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo” (Hch
13, 31).
1381 La presencia del verdadero
Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento no se
conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino solo por la fe, la cual se
apoya en la autoridad de Dios.
Concilio
Vaticano II
Como el Padre envió al Hijo, también este envió a sus Apóstoles (cf. Jn
20, 21) con estas palabras: “Id y enseñad a todas las gentes y bautizadlas en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñadles a guardar todo
lo que os he mandado. Mirad… Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo” (Mt 28, 18-20). La Iglesia recibió de los Apóstoles este solemne
mandato de Cristo de anunciar la verdad que nos salva para cumplirlo hasta los
confines de la tierra.
Lumen gentium, 17.
Comentarios de los Santos Padres.
Era de noche, más por la tristeza que por la hora. Era de noche para las
mentes obscurecidas por la sombría nube de la tristeza y la pesadumbre, porque,
aun cuando la noticia de su resurrección les había dado una tenue claridad, sin
embargo el Señor todavía no había brillado con todo el resplandor de su luz.
Pedro Crisólogo, Sermones, 84, 2. 4b, pg. 451.
Con el saludo de su paz les infunde ánimos y tranquilidad, a la vez que
les concede el Espíritu Santo.
Máximo el Confesor. Capítulos sobre el conocimiento, 2, 46. 4b,
pg. 454.
Ciertamente, después de la resurrección tendremos los mismos cuerpos que
ahora, aunque con mayor gloria. También el Salvador bajó a los infiernos con el
mismo cuerpo con que le crucificaron, y mostró a los discípulos sus manos
perforadas por los clavos y su costado herido.
Jerónimo. Contra Joviano, 1, 36. 4b, pg. 455.
Yo os envío no con la autoridad del que manda, sino con todo el afecto
con el que yo os amo. Os envío a soportar el hambre, a sufrir el peso de las
cadenas, la aspereza de la cárcel, a sobrellevar toda clase de penas, a sufrir
una muerte execrable por todos: todas las cosas que la caridad, no el poder,
impone a las almas humanas.
Pedro Crisólogo. Sermones, 84, 6. 4b, pg. 457.
San Agustín.
¿Qué hubiese pasado si el Señor hubiese resucitado
sin las cicatrices? ¿o es que no podía haber suscitado su carne sin que
quedaran en ella rastro de las heridas? Lo podía; pero si no hubiese conservado
las cicatrices en su cuerpo, no hubiera sanado las heridas de nuestro corazón.
Sermón 145 A.
S. Juan de Ávila
Todos estos tienen por oficio encaminar las ánimas
para el cielo. Sicut misit me Pater, et ego mitto vos (Jn 20, 21). Y por
tanto, yo saco la conclusión que han de ser ejemplares, y que, si no lo son, se
perderán; porque si el rey criase un capitán, no satisfaría si fuese soldado.
Plática 6. A sacerdotes. OC I, pg. 852.
El mismo Señor dijo a sus apóstoles, cuando
instituyó el sacramento de la penitencia: Cuyos pecados perdonáredes, son
perdonados (Jn 20, 23) etc. Y, por consiguiente,
se da gracia y justicia por este sacramento, pues no puede haber perdón de
pecados sin que se dé la gracia, la cual es significada y contenida en todos
los siete sacramentos de la Iglesia; y se da a quien bien los recibe, y con
mayor abundancia que la disposición de quien los recibe, por ser obras
privilegiadas, que por la misma obra que son dan gracia. Por lo cual deben ser
en gran manera reverenciados y usados, como la Iglesia católica lo cree y nos
lo enseña.
Audi, filia (II), cap. 44. OC I, pg. 631.
¿Qué hace que me siento
con gran flaqueza? Busca el remedio donde os vino la llaga; buscad la gracia de
Dios: Él os la dará, que él dio la ley de la gracia para cumplirla: Gavisi
sunt discípuli, viso Domino (Jn 20,20).
Lecciones sobre 1 San
Juan, 10. OC II, pg. 189.
Y luego tras este
preámbulo, podrá decirles cómo el fin del sacerdote es sacar almas de pecado, y
que para esto Cristo le instituyó en la Iglesia, según aquello de San Juan,
capítulo 20, como el Padre me envió, así os envío a vosotros. Y pues
Cristo fue enviado a sacar almas de pecado, así también ellos son enviados.
Siete nuevos
escritos. IV. Para el sermón a los clérigos. OC
II, pg. 1044.
Que hallaréis en la
Santa Madre Iglesia de tradiciones que no están escriptas en los Evangelistas,
como es la forma de consagrar. Por eso nos dijo nuestro Señor: “Allá os doy
mi Espíritu Santo” (cf. Jn 20, 22); y donde se infunde este Espíritu Santo
y la práctica que procede del Espíritu Santo, habla Dios y es tradición de
Dios.
Lecciones sobre 1 San
Juan (I), 24. OC II, pg. 333.
Si queréis confesar los
pecados veniales por las claves del sacramento, son perdonados, porque son
pecados. Nuestro Señor dijo: Los pecados que perdonáredes serán perdonados (Jn
20, 23), pecados también se entienden veniales, y es materia voluntaria.
Lecciones sobre 1 San
Juan, 7. OC II, pg. 165.
Mirad que dijo Dios a
los sacerdotes: Cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados (Jn 20,
23). Dice el confesor: “Yo te absuelvo de todos pecados”. Asíos a esa palabra:
que veis ahí los remedios que Dios dejó para los que le ofendieren.
Lecciones sobre 1 San
Juan, 24. OC II, pg. 339.
Por el pecado venial no
se quita la amistad con Dios; y si pecaste mortalmente, remedio hay.
¿Quebrantastes la palabra de la castidad, la de no jurar? Palabra hay con que
se suelde y remedie. ¿Qué palabra? Arrepentíos y confesaos, y con esta palabra
se remediará el mal de la otra. Conviene a saber: Quorum remiseritis peccata
(Jn 20, 23). Que, si por pecar habéis de perder el esperanza, San Pedro
pecó y David. Levantaos, que Dios os da la mano.
Lecciones sobre 1 San
Juan (II), 24. OC II, pg. 456.
Sicut me misit (cf. Jn 20, 21). No fue desamor de mi Padre, ni mío, enviaros a
predicar mi nombre, poneros fuerza e violencia del mundo. Para tan gran hecho
gran ayuda. Accipite Spiritum Sanctum (Jn 20, 23). Extraña largueza, que
aquel poder que hasta aquel punto ante Dios quería dar a entender que Dios le
tenía, no usó de él: que un hombre puede abrir e cerrar el cielo.
Ansí llamándole Cristo:
¡Ven acá! - ¡Oh Señor mío! (cf.
Jn 20, 28). Es lo que veo Dios. Confieso, creo e adoro. ¡Oh bondad de Dios
inmensa! Como trata de ganar, gana a todos. A mí, a mí. No hay palabra baldía.
Él ,como águila, trata cosas subidas: regeneración doblada investigación.
Martes de Pascua, 1.3. OC III, pg. 227.
Y a quien le pareciere
pequeña la autoridad de ellos, oiga la palabra de Cristo nuestro Redemptor, que
dice: Cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados; y los que retuviéredes,
serán retenidos (Jn 20, 23). En las cuales palabras instituyó el santísimo
sacramento de la Penitencia, por el cual son perdonados a los que vienen
dispuestos, no solo los mortales, mas aun los veniales; que muy mal se
engañaron los que pensaron que los pecados veniales no son materia del
santísimo sacramento de la Penitencia.
Santísimo Sacramento,
6. OC III, pg. 657.
Pues ansí lo hizo
Jesucristo con nosotros, que nos dio poder para que negocien con nosotros todo
lo que a su hacienda y honra tocare; y que por soberbio, por sucio, por
abominable, por endiablado que sea el hombre, por deshonra que haya hecho a
Dios y con ellos al hombre, dirá Dios: “Id a un sacerdote, pues le he dado
poder para que de mi parte os perdone y absuelva de todos vuestros pecados, y
él os perdonará en su nombre”. - ¿Quién lo dijo, padre? ¿Es por ventura Escoto,
es San Agustín? – Más que eso, es el mismo Jesucristo. ¡Bendito Él sea! Amén. Quorum
remiseritis peccata, remittuntur eis; et quorum retinueritis, retenta erunt. A
quien perdonáredes sus pecados, serles han perdonados (Jn 20, 23).
Octava de Pascua, 7. OC III, pg. 783.
¡Oh, bienaventurado
aquel que entiende qué cosa es fe! Bien lo dijiste, niño, cuando fuiste grande:
¡Bienaventurados los que no vieron y creyeron! (Jn 20, 29). Lo que
aquesta estrella dice aquello es. Dice la razón de los Reyes que está el niño
en casas altas ya ricas; dice la estrella que no, sino en aquellas pajas, en
aquel pesebre. Dice la razón natural: ¿Cómo un cuerpo tan grande puede estar en
una hostia chiquita? Dice la fe que si puede.
Epifanía, 16. OC III, pg. 92.
Así que no habéis de
querer ver nada, sino procura de ser fiel en creer que no faltará la palabra de
Jesucristo, porque más vale creer que ver (cf. Jn 20, 29).
En la infraoctava del
Corpus, 26. OC III, pg. 553.
Cierto es que nació en
pobreza y aspereza, y de la misma manera vivió, y con crecimiento de esto
murió. Y habiendo Él traído la embajada del Padre con este tan humilde aparato,
no se agradará que su embajador, pues es del rey celestial, vaya con aparato de
mundo, pues dijo por San Joan: Sicut misit me Pater, et ego mittam vos (Jn
20, 21). El corazón ardiendo en celo de la honra del Padre y de la salvación de
las ánimas le trajo al mundo. Y aquel gran fruto del celo de la casa de Dios
quemó todo el aparato mundano, que, pesado con justas balanzas, no es sino
pajas y donde hay fuego de amor de Dios, luego son quemadas con gran ligereza.
A un obispo de
Córdoba. OC IV, pg. 603.
Diga misa cada día,
aunque no sienta devoción, y confiese a más tardar de tres a tres días, con
profundo conocimiento de sus males y crédito que son muy más y mayores que él
conoce, y con entera fe y devoción en este sacramento, por la palabra del
Señor: Quorum remiseratis peccata, etc. (Jn 20, 23), y si Dios le da luz
con que se conozca y fe para esta palabra, serle ha este sacramento grandísima
dulcedumbre y seguridad. Si alguna persona le importunare mucho que la
confiese, hágalo con aquel aparejo como cuando va a decir misa; y no querría
que fuesen mujeres ni que fuesen muchos, sino a alguna cosa particular que
parezca mandarla Dios.
A un predicador. OC IV, pg. 39.
Y todo esto se alcanza
con humilde oración y con perseverante cuidad. Más se recibe en el ánima que se
hace del ánima; más en ser movida y dispuesta que obrar ella de sí. Y por tanto, quitemos los impedimentos nosotros
y soseguemos nuestro corazón dentro de nos; esperemos allí a Cristo, el cual entra,
las puertas cerradas, a visitar (cf. Jn 20, 26) y alegrar a sus discípulos,
y sin duda será con nosotros, porque de Él dice David: Oyó el Señor el deseo
de los pobres, y el aparejo de su corazón oyó su oído (Sal 9, 17). Y pues
Cristo principalmente ha de obrar esto en nosotros, no hay por qué
desconfiemos; mas fuertes en la fe de gal guiador, comencemos con fervor esta
carrera, que lleva hasta alcanzar a Dios.
A una persona
religiosa. OC IV, pg. 320.
Encastíllese en su
corazón, que, aunque es flaqueza de vidrio, el que a él vendrá a morar lo hará
tan poderoso, que todo lo que quiera combatir será vidrio, y él más fuerte que
acero. Y por no hacer esto hay flaqueza en el corazón cuando la hay, según está
escrito: Divisum est cor eorum; nunc interibunt (Oseas 10, 2). No hay
lugar seguro donde asentar el corazón, sino en el secreto encerramiento y
escondrijo interior, donde no entra sino solo Cristo ianuis clausis (cf.
Jn 20, 26). Y fuera de aquí andan a tanto peligro como moza liviana fuera de
casa entre malos hombres.
A un caballero de
estos reinos discípulo suyo. OC IV, pg. 531.
San Oscar Romero.
La fe es creer: la Palabra... el testimonio de la experiencia de la
Resurrección, la presencia del Espíritu en la comunidad. Creer no es palpar, no
es meter el dedo en las llagas de Cristo. No es la evidencia científica, sino
que es la aceptación de la palabra de Dios. La aceptación de una palabra que
unos testigos de la experiencia pascual anuncian con tanta convicción, que todo
el mundo dice: ¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo está presente por el espíritu que
Él dio a su Iglesia! Cristo vive en la santidad del pueblo que lo sigue. Cristo
está presente en la valentía de su Evangelio que se predica en el mundo. Cristo
es el testimonio del Espíritu Santo y de la comunidad que lo acepta y lo siente
presente. Esta fe hermanos, es la que hace bella la comunidad de los que nos
reunimos a meditar en la palabra de Dios.
Homilía, 22 de abril de 1979.
Papa Francisco. Regina Coeli. 12
de abril de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy es el octavo día después de Pascua, y el
Evangelio de Juan nos documenta las dos apariciones de Jesús resucitado a los
Apóstoles reunidos en el Cenáculo: la de la tarde de Pascua, en la que Tomás
estaba ausente, y aquella después de ocho días, con Tomás presente. La primera
vez, el Señor mostró a los discípulos las heridas de su cuerpo, sopló sobre
ellos y dijo: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,
21). Les transmite su misma misión, con la fuerza del Espíritu Santo.
Pero esa tarde faltaba Tomás, el cual no quiso
creer en el testimonio de los otros. «Si no veo y no toco sus llagas —dice—, no
lo creeré» (cf. Jn 20, 25). Ocho días después —precisamente como hoy— Jesús
vuelve a presentarse en medio de los suyos y se dirige inmediatamente a Tomás,
invitándolo a tocar las heridas de sus manos y de su costado. Va al
encuentro de su incredulidad, para que, a través de los signos de la pasión,
pueda alcanzar la plenitud de la fe pascual, es decir la fe en la
resurrección de Jesús.
Tomás es uno que no se contenta y busca, pretende
constatar él mismo, tener una experiencia personal. Tras las iniciales
resistencias e inquietudes, al final también él llega a creer, aunque avanzando
con fatiga, pero llega a la fe. Jesús lo espera con paciencia y se muestra
disponible ante las dificultades e inseguridades del último en llegar. El Señor
proclama «bienaventurados» a aquellos que creen sin ver (cf. v. 29) —y la
primera de estos es María su Madre—, pero va también al encuentro de la exigencia
del discípulo incrédulo: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos…» (v. 27). En
el contacto salvífico con las llagas del Resucitado, Tomás manifiesta las
propias heridas, las propias llagas, las propias laceraciones, la propia
humillación; en la marca de los clavos encuentra la prueba decisiva de que era
amado, esperado, entendido. Se encuentra frente a un Mesías lleno de dulzura,
de misericordia, de ternura. Era ése el Señor que buscaba, él, en las
profundidades secretas del propio ser, porque siempre había sabido que era así.
¡Cuántos de nosotros buscamos en lo profundo del corazón encontrar a Jesús,
así como es: dulce, misericordioso, tierno! Porque nosotros sabemos, en lo
más hondo, que Él es así. Reencontrado el contacto personal con la amabilidad y
la misericordiosa paciencia de Cristo, Tomás comprende el significado profundo
de su Resurrección e, íntimamente trasformado, declara su fe plena y total en
Él exclamando: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). ¡Bonita, bonita expresión,
esta de Tomás!
Él ha podido «tocar» el misterio pascual que
manifiesta plenamente el amor salvífico de Dios, rico en misericordia (cf. Ef
2, 4). Y como Tomás también todos nosotros: en este segundo domingo de Pascua
estamos invitados a contemplar en las llagas del Resucitado la Divina
Misericordia, que supera todo límite humano y resplandece sobre la oscuridad
del mal y del pecado. Un tiempo intenso y prolongado para acoger las
inmensas riquezas del amor misericordioso de Dios será el próximo Jubileo
extraordinario de la misericordia, cuya bula de convocación promulgué ayer por
la tarde aquí, en la basílica de San Pedro. La bula comienza con las palabras
«Misericordiae vultus»: el rostro de la misericordia es Jesucristo. Dirijamos
la mirada a Él, que siempre nos busca, nos espera, nos perdona; tan
misericordioso que no se asusta de nuestras miserias. En sus heridas nos
cura y perdona todos nuestros pecados. Que la Virgen Madre nos ayude a ser
misericordiosos con los demás como Jesús lo es con nosotros.
Papa Francisco. Regina Coeli. 8 de
abril de 2018.
Queridos hermanos y hermanas:
Antes de la bendición final, nos dirigiremos en
oración a nuestra Madre celeste. Pero antes quiero daros las gracias a todos
vosotros que habéis participado en esta celebración, en particular a los
Misioneros de la Misericordia, reunidos para su encuentro. ¡Gracias por vuestro
servicio!
A nuestros hermanos y hermanas de las Iglesias
Orientales que hoy, según el calendario juliano, celebran la Solemnidad de
Pascua, envió mis deseos más cordiales. El Señor resucitado les colme de luces
y de paz, y conforte a las comunidades que viven en situaciones particularmente
difíciles.
Un saludo especial dirijo a los gitanos y a los
sinti aquí presentes, con ocasión de su Jornada Internacional, el «Romanò
Dives». Deseo paz y hermandad a los miembros de estos antiguos pueblos, y deseo
que la jornada de hoy favorezca la cultura del encuentro, con la buena voluntad
de conocerse y respetarse recíprocamente. Es este el camino que nos lleva a una
verdadera integración. Queridos gitanos y sinti, rezad por mí y recemos juntos
por vuestros hermanos refugiados sirios.
Saludo a todos los demás peregrinos aquí presentes,
a los grupos parroquiales, a las familias, a las asociaciones; y juntos nos
ponemos bajo el manto de María, Madre de la Misericordia. (...)
Papa Francisco. Regina Coeli. 11
de abril de 2021.
Antes de terminar esta celebración, me gustaría dar
las gracias a los que han colaborado en su preparación y retransmisión en
directo. Y saludo a todos los que se han conectado a través de los medios de
comunicación.
Dirijo un saludo especial a los que estáis
presentes aquí en la iglesia del Santo Spirito in Sassia, Santuario de la
Divina Misericordia: a los fieles habituales, al personal de enfermería, a los
reclusos, a las personas con discapacidad, a los refugiados y emigrantes, a las
Hermanas Hospitalarias de la Divina Misericordia y a los voluntarios de la
Protección Civil.
Vosotros representáis algunas de las situaciones en
las que la misericordia se hace concreta, se vuelve cercanía, servicio,
atención a las personas en dificultad. Ojalá os sintáis siempre misericordiados
para ser a vuestra vez misericordiosos.
¡Qué la Virgen María, Madre de la Misericordia, nos
conceda a todos esta gracia!
Benedicto XVI. Regina Coeli. 23 de abril de
2006.
Queridos hermanos y hermanas:
En este domingo, el evangelio de san Juan narra que
Jesús resucitado se apareció a sus discípulos, encerrados en el Cenáculo, al
atardecer "del primer día de la semana" (Jn 20, 19), y que se
manifestó nuevamente a ellos en el mismo lugar "ocho días después"
(Jn 20, 26). Por tanto, desde el inicio la comunidad cristiana comenzó a
vivir un ritmo semanal, marcado por el encuentro con el Señor resucitado.
Es lo que subraya también la constitución del concilio Vaticano II sobre la
liturgia, afirmando: "La Iglesia,
desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la
resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día
que se llama con razón "día del Señor" o domingo" (Sacrosanctum
Concilium, 106).
El evangelista recuerda, asimismo, que en ambas
apariciones —el día de la Resurrección y ocho días después— el Señor Jesús
mostró a los discípulos los signos de la crucifixión, bien visibles y tangibles
también en su cuerpo glorioso (cf. Jn 20, 20. 27). Esas llagas sagradas en
las manos, en los pies y en el costado son un manantial inagotable de fe, de
esperanza y de amor, al que cada uno puede acudir, especialmente las almas más
sedientas de la misericordia divina.
Por ello, el siervo de Dios Juan Pablo II,
valorando la experiencia espiritual de una humilde religiosa, santa Faustina
Kowalska, quiso que el domingo después de Pascua se dedicara de modo especial a
la Misericordia divina; y la Providencia dispuso que él muriera precisamente en
la víspera de este día, en las manos de la Misericordia divina. El misterio del
amor misericordioso de Dios ocupó un lugar central en el pontificado de este
venerado predecesor mío.
Recordemos, de modo especial, la encíclica Dives in
misericordia, de 1980, y la dedicación del nuevo santuario de la Misericordia
divina en Cracovia, en 2002. Las palabras que pronunció en esta última ocasión
fueron como una síntesis de su magisterio, poniendo de relieve que el culto
a la Misericordia divina no es una devoción secundaria, sino una dimensión que
forma parte de la fe y de la oración del cristiano.
María santísima, Madre de la Iglesia, a quien ahora
nos dirigimos con el Regina coeli, obtenga para todos los cristianos la
gracia de vivir plenamente el domingo como "pascua de la semana",
gustando la belleza del encuentro con el Señor resucitado y tomando de la
fuente de su amor misericordioso, para ser apóstoles de su paz.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 19 de
abril de 2009.
Queridos hermanos y hermanas:
A vosotros, aquí presentes, y a cuantos están
unidos a nosotros mediante la radio y la televisión, renuevo de corazón mi
ferviente felicitación pascual en este domingo que concluye la octava de
Pascua. En el clima de alegría que proviene de la fe en Cristo resucitado,
deseo expresar también un "gracias" cordialísimo a todos aquellos —y
realmente son muchos— que han querido manifestarme un signo de afecto y de
cercanía espiritual durante estos días, sea por las fiestas de Pascua sea por
mi cumpleaños —el 16 de abril—, así como por el cuarto aniversario de mi
elección a la Cátedra de Pedro, que se celebra precisamente hoy. Doy gracias al
Señor por tanto afecto de todos. Como afirmé recientemente, nunca me siento
solo. Durante esta semana singular, que para la liturgia constituye un solo
día, he experimentado aún más la comunión que me rodea y me sostiene: una
solidaridad espiritual, alimentada esencialmente por la oración, que se
manifiesta de mil maneras. Desde mis colaboradores de la Curia romana hasta las
parroquias más lejanas geográficamente, los católicos formamos y debemos
sentirnos una sola familia, animada por los mismos sentimientos de la primera
comunidad cristiana, de la cual el texto de los Hechos de los Apóstoles que
se lee este domingo afirma: "La multitud de los creyentes tenía un solo
corazón y una sola alma" (Hch 4, 32).
La comunión de los primeros cristianos tenía como
verdadero centro y fundamento a Cristo resucitado. En efecto, el Evangelio narra
que, en el momento de la Pasión, cuando el Maestro divino fue arrestado y
condenado a muerte, los discípulos se dispersaron. Sólo María y las mujeres,
con el apóstol san Juan, permanecieron juntos y lo siguieron hasta el Calvario.
Una vez resucitado, Jesús dio a los suyos una nueva unidad, más fuerte que
antes, invencible, porque no se fundaba en los recursos humanos sino en la
misericordia divina, gracias a la cual todos se sentían amados y perdonados por
él.
Por tanto, es el amor misericordioso de Dios el
que une firmemente, hoy como ayer, a la Iglesia y hace de la humanidad una sola
familia; el amor divino, que mediante Jesús crucificado y resucitado nos
perdona los pecados y nos renueva interiormente. Animado por esta íntima
convicción, mi amado predecesor Juan Pablo II quiso dedicar este domingo, el
segundo de Pascua, a la Misericordia divina, e indicó a todos a Cristo
resucitado como fuente de confianza y de esperanza, acogiendo el mensaje
espiritual que el Señor transmitió a Faustina Kowalska, sintetizado en la
invocación: "Jesús, en ti confío".
Como sucedió con la primera comunidad, María nos
acompaña en la vida de cada día. Nosotros la invocamos como "Reina del
cielo", sabiendo que su realeza es como la de su Hijo: toda amor, y amor
misericordioso. Os pido que le encomendéis nuevamente a ella mi servicio a la
Iglesia, a la vez que con confianza le decimos: Mater misericordiae, ora pro
nobis.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 15 de
abril de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
Cada año, al celebrar la Pascua, revivimos la
experiencia de los primeros discípulos de Jesús, la experiencia del encuentro
con él resucitado: el Evangelio de san Juan dice que lo vieron aparecer en
medio de ellos, en el cenáculo, la tarde del mismo día de la Resurrección, «el
primero de la semana», y luego «ocho días después» (cf. Jn 20, 19.26). Ese día,
llamado después «domingo», «día del Señor», es el día de la asamblea, de la
comunidad cristiana que se reúne para su culto propio, es decir la Eucaristía,
culto nuevo y distinto desde el principio del judío del sábado. De hecho, la
celebración del día del Señor es una prueba muy fuerte de la Resurrección de
Cristo, porque sólo un acontecimiento extraordinario y trascendente podía
inducir a los primeros cristianos a iniciar un culto diferente al sábado judío.
Entonces, como ahora, el culto cristiano no es
sólo una conmemoración de acontecimientos pasados, y mucho menos una
experiencia mística particular, interior, sino fundamentalmente un encuentro
con el Señor resucitado, que vive en la dimensión de Dios, más allá del tiempo
y del espacio, y sin embargo está realmente presente en medio de la
comunidad, nos habla en las Sagradas Escrituras, y parte para nosotros el Pan
de vida eterna. A través de estos signos vivimos lo que experimentaron los
discípulos, es decir, el hecho de ver a Jesús y al mismo tiempo no reconocerlo;
de tocar su cuerpo, un cuerpo verdadero, pero libre de ataduras terrenales.
Es muy importante lo que refiere el Evangelio, o
sea, que Jesús, en las dos apariciones a los Apóstoles reunidos en el
cenáculo, repitió varias veces el saludo: «Paz a vosotros» (Jn 20,
19.21.26). El saludo tradicional, con el que se desea el shalom, la paz, se
convierte aquí en algo nuevo: se convierte en el don de aquella paz que sólo
Jesús puede dar, porque es el fruto de su victoria radical sobre el mal. La
«paz» que Jesús ofrece a sus amigos es el fruto del amor de Dios que lo llevó a
morir en la cruz, a derramar toda su sangre, como Cordero manso y humilde,
«lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14). Por eso el beato Juan Pablo II quiso
dedicar este domingo después de Pascua a la Divina Misericordia, con una imagen
bien precisa: la del costado traspasado de Cristo, del que salen sangre y agua,
según el testimonio ocular del apóstol san Juan (cf. Jn 19, 34-37). Pero Cristo
ya ha resucitado, y de él vivo brotan los sacramentos pascuales del Bautismo y
la Eucaristía: los que se acercan a ellos con fe reciben el don de la vida
eterna.
Queridos hermanos y hermanas, acojamos el don de la
paz que nos ofrece Jesús resucitado; dejémonos llenar el corazón de su
misericordia. De esta manera, con la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu
que resucitó a Cristo de entre los muertos, también nosotros podemos llevar a
los demás estos dones pascuales. Que nos lo obtenga María santísima, Madre de
Misericordia.
Francisco. Catequesis. Vicios y
virtudes. 13. La paciencia.
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Hoy la audiencia estaba prevista
en la Plaza, pero debido a la lluvia se ha trasladado al interior. Es cierto
que estarán un poco apretados, ¡pero al menos no estaremos mojados! Gracias por
su paciencia.
El domingo pasado escuchamos el
relato de la Pasión del Señor. A los sufrimientos que padece, Jesús responde
con una virtud que, aunque no se contemple entre las tradicionales, es muy
importante: la paciencia. Esta se refiere a soportar lo que se padece:
no es casualidad que paciencia tenga la misma raíz que pasión. Y
precisamente en la Pasión se manifiesta la paciencia de Cristo, que con
docilidad y mansedumbre acepta ser abofeteado y condenado injustamente; ante
Pilato no recrimina; soporta los insultos, los salivazos y la flagelación a
manos de los soldados; carga con el peso de la cruz; perdona a quienes lo
clavan al madero; y en la cruz no responde a las provocaciones, sino que ofrece
misericordia. Esta es la paciencia de Jesús. Todo esto nos dice que la
paciencia de Jesús no consiste en una resistencia estoica al sufrimiento, sino
que es fruto de un amor más grande.
El apóstol Pablo, en el llamado
"Himno a la caridad" (cf. 1 Co 13,4-7), une estrechamente amor y
paciencia. En efecto, al describir la primera cualidad de la caridad, utiliza
una palabra que se traduce por "magnánima" o "paciente". La
caridad es magnánima, es paciente. Ella expresa un concepto sorprendente, que
reaparece a menudo en la Biblia: Dios, ante nuestra infidelidad, se muestra
"lento a la cólera" (cfr. Ex 34,6; cfr. Nm 14,18): en lugar de
desatar su cólera ante el mal y el pecado del hombre, se revela más grande,
dispuesto cada vez a recomenzar con infinita paciencia. Este es para Pablo el
primer rasgo del amor de Dios, que ante el pecado propone el perdón. Pero
no sólo eso: es el primer rasgo de todo gran amor, que sabe responder al mal
con el bien, que no se encierra en la rabia y el desaliento, sino que persevera
y se relanza. La paciencia que recomienza. Así que, en la raíz de la paciencia
está el amor, como dice San Agustín: «El justo es tanto más fuerte para tolerar
cualquier aspereza cuanto mayor es, en él, el amor de Dios» (De patientia,
XVII).
Se podría decir entonces que no
hay mejor testimonio del amor de Cristo que encontrarse con un cristiano
paciente. ¡Pensemos también en cuantas madres y padres, trabajadores,
médicos y enfermeras, enfermos, cada día, en secreto, embellecen el mundo con
santa paciencia! Como dice la Escritura, «la paciencia es mejor que la fuerza
de un héroe" (Pr 16,32). Sin embargo, debemos ser honestos: a menudo
carecemos de paciencia. En lo cotidiano somos impacientes, todos. Necesitamos
la paciencia como la "vitamina esencial" para salir adelante,
pero instintivamente nos impacientamos y respondemos al mal con el mal: es
difícil mantener la calma, controlar nuestros instintos, refrenar las malas
respuestas, aplacar las peleas y los conflictos en la familia, en el
trabajo, en la comunidad cristiana. Inmediatamente viene la respuesta, no somos
capaces de ser pacientes.
Recordemos, sin embargo, que la
paciencia no es sólo una necesidad, sino una llamada: si Cristo es paciente,
el cristiano está llamado a ser paciente. Y esto exige ir a
contracorriente respecto a la mentalidad generalizada de hoy, en la que dominan
la prisa y el "todo ahora"; en la que, en lugar de esperar a que las
situaciones maduren, se se fuerza a las personas, esperando que cambien al
instante. No olvidemos que la prisa y la impaciencia son enemigas de la vida
espiritual. ¿Por qué? Dios es amor,
y quien ama no se cansa, no se irrita, no da ultimátums, sino que sabe esperar.
Pensemos en la historia del Padre misericordioso, que espera a su hijo que se
ha ido de casa: sufre con paciencia, impaciente solamente de abrazarlo apenas
lo ve volver (cf. Lc 15, 21); o en la parábola del trigo y la cizaña, con el
Señor que no tiene prisa en erradicar el mal antes de tiempo, para que nada se
pierda (cf. Mt 13, 29-30). La paciencia nos lo salva todo.
Pero, hermanos y hermanas,
¿cómo se hace para acrecentar la paciencia? Al ser, como enseña san Pablo,
un fruto del Espíritu Santo (cfr. Ga 5, 22), hay que pedírsela al Espíritu
de Cristo. Él nos da la fuerza mansa de la paciencia – la paciencia es una
fuerza mansa-, porque "es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el
bien, sino también saber soportar los males" (San Agustín, Discursos, 46,
13). Especialmente en estos días, nos hará bien contemplar al Crucificado para
asimilar su paciencia. Un buen ejercicio es también llevarle las personas
más molestas, pidiéndole la gracia de poner en práctica con ellas esa obra de
misericordia tan conocida como desatendida: soportar pacientemente a las
personas molestas. Y no es fácil. Pensemos si hacemos esto: soportar con
paciencia a las personas molestas. Se empieza por pedir que podamos mirarlas
con compasión, con la mirada de Dios, sabiendo distinguir sus rostros de sus
defectos. Tenemos la costumbre de clasificar a las personas por los errores
que cometen. No, esto no es bueno. ¡Busquemos a las personas por su rostro, por
su corazón y no por sus errores!
Por último, para cultivar la
paciencia, virtud que da aliento a la vida, conviene ampliar la mirada.
Por ejemplo, no hay que limitar el mundo a nuestros problemas; la
Imitación de Cristo nos invita: «Es preciso, por tanto, que te acuerdes de los
sufrimientos más graves de los demás, para que aprendas a soportar los tuyos,
pequeños». Recuerda también que «no hay cosa, por pequeña que sea, que se
soporte por amor de Dios, que pase sin recompensa delante de Dios» (III,
19). Y, además, cuando nos sentimos prisioneros en la prueba, como nos enseña
Job, es bueno abrirnos con esperanza a la novedad de Dios, en la firme
confianza de que Él no deja defraudadas nuestras expectativas. La paciencia es
saber soportar los males.
Y hoy aquí, en esta audiencia,
hay dos personas, dos padres: uno israelí y uno árabe. Ambos han perdido a sus
hijas en esta guerra y ambos son amigos. No miran la enemistad de la guerra,
sino la amistad de dos hombres que se quieren y que han pasado por la misma
crucifixión. Pensemos en este testimonio tan hermoso de estas dos personas que
sufrieron en sus hijas la guerra en Tierra Santa. ¡Queridos hermanos, gracias
por su testimonio!
MISA DE NIÑOS. III DOMINGO DE PASCUA.
Monición de entrada.
Buenos días:
Jesús que está vivo está en la iglesia, con nosotros.
Aunque no le veamos está en las lecturas que vamos a escuchar.
Y está en el pan y vino que se convierten en su cuerpo y sangre, en la
comunión.
Pero para verlo tenemos que abrir los ojos del corazón.
Señor, ten piedad.
Tú que eres el Señor. Señor, ten piedad.
Tú que eres el justo. Cristo, ten piedad.
Tú que eres el defensor. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco para le ayudes a alimentarnos con la palabra de Dios.
Te lo pedimos Señor.
-Por la Iglesia, para que cada día se encuentre con Jesús resucitado. Te lo
pedimos Señor.
-Por los niños que no tienen medicinas, para que las tengan. Te lo pedimos,
Señor.
-Por las personas que buscan a Jesús, para que lo encuentren en la misa. Te
lo pedimos, Señor.
-Por nosotros, para que nos abras cada día más los ojos de la fe. Te lo
pedimos Señor.
Acción de gracias.
Virgen María este domingo queremos darte las
gracias porque nos ayudas a sentir en nuestro corazón que Jesús está y a
quererle cada día más, como tú lo querías cuando estaba dentro de tu tripa y no
lo veías.
EXPERIENCIA.
https://www.youtube.com/watch?v=yLKTMqiCHW8
¿Cómo te has sentido
mientras escuchabas el vídeo?
¿Cuál es la primera
imagen que te viene a la memoria? ¿Por qué? ¿Qué expresa? ¿Cómo te sientes al
recordarla?
¿Recuerdas alguna de
las frases? ¿Qué expresan? ¿Iluminan algún momento de tu vida? ¿Qué te aporta
ahora? Si no recuerdas alguna, vuelve a mirar el vídeo.
Mira el vídeo,
deteniéndote en las frases. Escoge con la que más te identifiques.
¿Qué te aporta creer en
Jesús resucitado?
REFLEXIÓN.
Lee el evangelio de este
domingo.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío
yo.
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos
cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo
en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás
con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-¿Por qué me has visto has creído? Bienaventurados los que crean
sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo
Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que veáis que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su
nombre.
Pídele a Dios que te envíe el
Espíritu Santo para que te de conocimiento interno de Jesús, es decir, a través
de esta oración experimentar el misterio de la Resurrección.
Sitúate en la escena, mediante
la composición de lugar: el cenáculo, la anchura y altura de la sala, la
puerta, las ventanas, la penumbra iluminada por un candil, a los personajes,
sus movimientos, Jesús entrando, dialogando con ellos, solos, la llegada de
Tomás, la conversación, los días escondidos allí, el miedo, la segunda
aparición, las miradas entre Jesús y Tomás, el ambiente, Tomás tocando las
llagas,…
Imagínate que eres Tomás:
¿cuáles son tus dudas? ¿Cómo te mira Jesús?
Las palabras del Resucitado en
estos momentos están siendo dirigidas a ti, con tus heridas, llagas, faltas de
fe y dudas. Escúchalas de esta manera.
Repite la frase “Señor mío y
Dios mío”.
Mantén un coloquio con Jesús,
háblale de todo ello, de como te encuentras. Y si no surgen en ti palabras,
toma una cruz o una fotografía de internet, míralo, transmítele con la mirada
lo que tu corazón desea decirle.
COMPROMISO.
Durante esta semana repite la oración de
Tomás.
CELEBRACIÓN.
Busca durante la semana
un momento para visitar el sagrario de una iglesia o capilla. Si no puedes
porque está cerrada, detente cuando pases por una y repite las palabras de
Tomás.
BIBLIOGRAFÍA.
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal
Española. BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
Biblia
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Bilbao. 1995.
Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego
de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.
Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia
Católica. BAC. Madrid. 2016.
Secretariado Nacional de Liturgia. Libro de
la Sede. Primera
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Robinson, Jame M.; Hoffmann Paul y John S., Kloppenborg. El Documento
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Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por
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Nueva. Madrid. 2006.
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San Juan de Ávila. Obras Completas III.
Sermones. BAC. Madrid. 2015.
San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.
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