Primera lectura.
Lectura del libro del Éxodo 24, 3-8
En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todas las palabras
del Señor y todos sus decretos; y el pueblo contestó con voz unánime:
-Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor.
Moisés escribió todas las palabras del Señor. Se levantó temprano
y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus
de Israel. Y mandó a algunos jóvenes de los hijos de Israel ofrecer al Señor
holocaustos e inmolar novillos como sacrificios de comunión. Tomó Moisés la
mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el
altar. Después tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al
pueblo, el cual respondió:
-Haremos todo lo que ha dicho el Señor y le obedeceremos.
Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo, diciendo:
-Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con
vosotros, de acuerdo con todas estas palabras.
Textos
paralelos.
Moisés vino y transmitió al pueblo todas las
palabras de Yahvé.
Jos 24, 16-24: El pueblo
respondió: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros
dioses! Porque el Señor, nuestro Dios, es quien nos sacó a nosotros y a
nuestros padres de la esclavitud de Egipto, quien hizo ante nuestros ojos
aquellos grandes prodigios, nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos
los pueblos que atravesamos. El Señor expulsó ante nosotros a los pueblos
amorreos que habitaban en el país. También nosotros serviremos al Señor, ¡es
nuestro Dios!”. Josué dijo al pueblo: “No podréis servir al Señor, porque es un
Dios santo, un Dios celoso. No perdonará vuestros delitos ni vuestros pecados.
Si abandonáis al Señor y servís a dioses extranjeros, se volverá contra
vosotros, y después de haberos tratado bien, os maltratará, y os aniquilará”.
El pueblo respondió: “¡No! Serviremos al Señor”. Josué insistió: “Sois testigos
contra vosotros mismos que habéis elegido servir al Señor”. Respondieron:
“¡Somos testigos!”. “Pues bien, quitad de en medio los dioses extranjeros que
conserváis y poneos de parte del Señor, Dios de Israel”. El pueblo respondió:
“Serviremos al Señor, nuestro Dios”
Cumpliremos todas las
palabras que ha dicho Yahvé.
Ex 34, 27-28: El Señor dijo a
Moisés: “Escríbete estos mandatos. A tenor de estos mandatos hago alianza
contigo y con Israel”. Moisés pasó allí con el Señor cuarenta días con sus
cuarenta noches: no comió pan ni bebió agua, y escribió en las losas las cláusulas
del pacto, los diez mandamientos.
Construyó al pie del
monte un altar con doce estelas.
Jos 4, 3-9: Cuando todo el
pueblo acabó de pasar el jordán, dijo el Señor a Josué: “Elegid doce hombres
del pueblo, uno de cada tribu, y mandadles sacar de aquí, del medio del Jordán,
donde han pisado los sacerdotes, doce piedras; que carguen con ellas y las
coloquen en el sitio donde vais a pasar la noche”. José llamó a los doce
hombres de Israel que había elegido, uno de cada tribu, y les dijo: “Pasad ante
el arca del Señor, vuestro Dios, al medio del Jordán, y cargad al hombro cada
uno una piedra, una por cada tribu de Israel, para que queden como monumento
entre vosotros. Cuando os pregunten vuestros hijos el día de mañana qué son
esas piedras, les diréis: “Es que el agua del Jordán dejó de correr ante el
arca de la alianza del Señor; cuando el arca atravesaba el Jordán, dejó de
correr el agua”. Esas piedras se lo recordarán perpetuamente a los israelitas”.
Los israelitas hicieron lo que mandó Josué: sacaron doce piedras del medio del
Jordán, como había dicho el Señor a Josué, una por cada tribu de Israel; las
llevaron hasta el sitio donde iban a pasar la noche y las colocaron allí. Josué
erigió doce piedras en medio del Jordán, en el sitio donde se habían detenido
los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza, y todavía hoy están allí.
Jos 4, 20-24: Josué colocó en
Guilgal aquellas doce piedras sacadas del Jordán, y dijo a los israelitas:
“Cuando el día de mañana os pregunten vuestros hijos lo que son estas piedras,
les diréis: “Israel, pasó el Jordán a pie enjuto”. El Señor, Dios vuestro, secó
el agua del Jordán ante vosotros hasta que pasasteis, como hizo con el Mar
Rojo, que lo secó ante nosotros hasta que lo pasamos. Para que todas las
naciones del mundo sepan que la mano del Señor es poderosa y vosotros respetéis
siempre al Señor, vuestro Dios”.
Jos 24, 26-27: Escribió las
cláusulas en el libro de la Ley de Dios, agarró una gran piedra y la erigió
allí, bajo la encina del santuario del Señor, y dijo a todo el pueblo: “Mirad
esta piedra, que será testigo contra nosotros, porque ha oído todo lo que el
Señor nos ha dicho. Será testigo contra vosotros para que no podáis renegar de
vuestro Dios”.
1 R 18, 31: Se acercaron todos,
y él reconstruyó el altar del Señor, que estaba demolido: tomó doce piedras,
una por cada tribu de Jacob (a quien el Señor había dicho: “Te llamarás
Israel”).
Obedeceremos y haremos
todo cuanto ha dicho Yahvé.
Sal 50, 6: Proclame el cielo su
inocencia, Dios en persona viene al juicio.
Hb 9, 18: Por eso tampoco la
primera se instituyó sin sangre.
Mt 26, 28: Bebed todos de ella,
porque esta es mi sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón
de los pecados.
Esta es la sangre de la
Alianza.
1 P 1, 2: Elegidos por el
designio de Dios Padre, la consagración del Espíritu, para someterse a
Jesucristo y ser rociados con su sangre; a vosotros gracia y paz abundante.
Notas
exegéticas.
24 3 Las “palabras” únicas que se
mencionan a continuación, se refieren al Decálogo, ver 20, 1, llamado “libro de
la Alianza”, en el v. 7. La expresión “todas sus normas” ha sido introducida
más tarde para justificar la inserción del Código de la Alianza en este
contexto, véase 21, 1, y para hacer él también una parte de las cláusulas de la
alianza.
24 4 Doble tradición: el documento
de la alianza es escrito por Moisés o por Yahvé. Moisés, intermediario entre
Yahvé y el pueblo, los une simbólicamente derramando sobre el altar, que
representa a Yahvé, y luego sobre el pueblo, la sangre de una misma víctima. De
este modo, el pacto es ratificado por la sangre, como la Nueva Alianza lo será
por la sangre de Cristo.
Salmo
responsorial
Salmo 116 (Sal 114-115),
12-13.15-18
Alzaré
la copa de la salvación,
invocando
el nombre del Señor. R/.
¿Cómo
pagaré al Señor
todo
el bien que me ha hecho?
Alzaré
la copa de la salvación,
invocando
el nombre del Señor. R/.
Mucho
le cuesta al Señor
la
muerte de sus fieles.
Señor,
yo soy tu siervo, hijo de tu esclava:
rompiste
mis cadenas. R/.
Te
ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando
el nombre del Señor.
Cumpliré
al Señor mis votos
en
presencia de todo el pueblo. R/.
Textos
paralelos.
Alzaré la copa de
salvación.
1 Co 10, 16: La copa de
bendición que bendecimos ¿no es comunión con la sangre de Cristo? El pan que
partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
Mucho le cuesta a Yahvé
la muerte de los que le aman.
Is 53, 4: A él, que soportó
nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, lo tuvimos por un
contagiado, herido de Dios y afligido.
Sal 72, 14: Que lo rescate de
la crueldad y violencia, que aprecie en mucho su sangre.
Tu siervo, hijo de tu
esclava.
Sal 86, 16: Mírame y ten
piedad, da fuerzas a tu siervo, salva al hijo de tu esclava.
Cumpliré mis votos a
Yahvé.
Jon 2, 10: Yo, en cambio, te
cumpliré mis votos, mi sacrificio será un grito de acción de gracias: la
salvación viene del Señor.
Notas
exegéticas.
116 “Aleluya” según griego; unido
por el hebreo al salmo anterior, como en los dos salmos siguientes.
116 13 Rito de acción de gracias
conservado en las liturgias judía y cristiana.
116 15 La muerte rompería toda la
relación entre ellos y él. Las versiones han interpretado este texto conforme a
la idea de la resurrección: “preciosa es a los ojos de Yahvé la muerte de sus
amigos”.
Segunda
lectura.
Lectura de la segunda carta a los Hebreos 9,
14-15
Hermanos:
Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su
tienda es más grande y más perfecta: no hecha por manos de hombre, es decir, no
de este mundo creado. No lleva sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la
suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre,
consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros, y
la ceniza de una becerra santifican con su aspersión a los profanos,
devolviéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que, en
virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha,
podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, para que demos culto
al Dios vivo! Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha
habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera
alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.
Textos
paralelos.
¡Cuánto más la sangre de
Cristo!
2 Co 13, 13: La gracia del Señor Jesucristo, el amor de
Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros.
1 P 1, 18-19: Sabed que os han
rescatado de vuestra vana conducta heredada, no con plata y oro corruptibles,
sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin mancha ni tacha.
Hb 10, 10: Pues según esta
voluntad, quedamos consagrados por la ofrenda, hecha una vez para siempre, del
cuerpo de Jesucristo.
Nuestra conciencia.
Hb 6, 1: Por eso dejaremos lo
elemental de la doctrina cristiana y nos ocuparemos de lo maduro. No vamos a
echar otra vez los cimientos, o sea: el arrepentimiento de las obras muertas,
la fe en Dios.
Hb 12, 28: Así, al recibir un
reino inconmovible, seamos agradecidos, sirviendo a Dios como a él le agrada,
con respeto y reverencia.
Rm 1, 9: Tomo por testigo a Dios, a
quien doy culto espiritual anunciando la buena noticia de su Hijo, de que sin
cesar os recuerdo.
Notas
exegéticas.
9 14 (a) Var.: “Espíritu Santo”.
9 14 (b) El sacrificio de Cristo no es
menos real que los sacrificios antiguos, también es cruento. Pero es
incomparablemente superior, pues se trata del compromiso personal de un hombre
sin pecado, animado por el Espíritu Santo. De ahí proviene su eficacia para purificar
conciencias y unir a los hombres con Dios.
9 15 Esta sección paralela a 8,
6-13, demuestra la necesidad de la muerte de Cristo para ejercer su mediación.
La palabra griega diatheke traducía en la Biblia griega la palabra berit, alianza, cuando en realidad tenía el sentido corriente de
“testamento”. Todo el pasaje juega con este doble sentido de la palabra. La
“alianza” exige la muerte del “testador”. Además, la conclusión de una alianza
exige una efusión de sangre. Por tanto, Cristo tenía que morir para fundar la
alianza nueva.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 14, 12-16.22-26.
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero
pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
Él envió a dos discípulos, diciéndoles:
-Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro
de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro
pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis
discípulos?”. Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba,
acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo
que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió
y se lo dio, diciendo:
-Tomad, esto es mi cuerpo.
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio,
y todos bebieron. Y les dijo:
-Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En
verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba
el vino nuevo en el reino de Dios.
Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.
Textos
paralelos.
Mc 14, 12-15 |
Mt 26, 17-19 |
Lc 22, 7-13 |
El primer día de los ázimos,
cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos:
-¿Dónde quieres que vayamos a
prepararte la cena de Pascua?
Él despachó a dos discípulos
encargándoles:
-Id a la ciudad y os saldrá
al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua. Seguidlo y donde entre,
decid al amo de casa: de parte del Maestro, que dónde está la sala donde va a
comer la cena de Pascua con sus discípulos. Él os mostrará un salón en el
piso superior preparado con divanes. Preparádnoslo allí. |
El primer día de los ázimos
se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
-¿Dónde quieres que te
preparemos la cena de Pascua?
Les contestó:
-Id a la ciudad, a un tal, y
decidle: es un mensaje del Maestro: Mi hora está próxima; en tu casa
celebraré la Pascua con mis discípulos.
Los discípulos prepararon la
cena de Pascua siguiendo las instrucciones de Jesús. |
Llegó el día de los ázimos,
cuando había que sacrificar la víctima pascual. Jesús envió a Pedro y a Juan
encargándoles: -Id a prepararnos la cena de
Pascua. Le dijeron:
-¿Dónde quieres que te la
preparemos?
Les respondió:
-Cuando entréis en la ciudad,
os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua. Seguidlo hasta
la casa donde entre y decid al amo de la casa: De parte del Maestro, que
dónde está la sala donde va a comer la cena de Pascua con sus discípulos. Él
os mostrará un salón en el piso superior con divanes.
Fueron, encontraron lo que
les había dicho y prepararon la cena de Pascua. |
Id a la ciudad. O saldrá
una persona con un cántaro de agua.
1 S 10, 2-5: El Señor te unge
como jefe de su heredad. Hoy mismo, cuando te separes de mí, te tropezarás con
dos hombres junto a la tumba de Raquel, en el linde de Benjamín, que te dirán:
aparecieron las burras que saliste a buscar; mira, tu padre ha olvidado el
asunto de las burras y está preocupado por vosotros, pensando qué va a ser de
su hijo. Sigue adelante y vete hasta la Encina del Tabor; allí te tropezarás
con tres hombres que suben a visitar a Dios en Betel: uno con tres cabritos,
otro con tres hogazas de pan y otro con un pellejo de vino; después de darte
los buenos días, te entregarán dos panes, y tú y los aceptarás. Vete luego a
Guibea de Dios, donde está la guarnición filistea; al llegar al pueblo te
toparás con un grupo de profetas que baja del cerro en danza frenética, detrás
de una banda de arpas y cítaras, panderos y flautas.
Mc 14, 22-25 |
Mt 26, 26-29 |
Lc 22, 15-20 |
1 Cor 11,23-25 |
Mientras cenaban, tomó un
pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
-Tomad, esto es mi cuerpo.
Y tomando la copa, pronunció
la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Les dijo:
-Esta es la sangre mía de la
alianza, que se derrama por todos. Os aseguro que no volveré a beber del
producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios.
|
Mientras cenaban, Jesús tomó
un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos
diciendo:
-Tomad, comed, esto es mi
cuerpo.
Tomando la copa, pronunció la
acción de gracias y se la dio diciendo:
-Bebed todos de ella, porque
esta es mi sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de
los pecados. Os digo que en adelante no beberé de este producto de la vid
hasta el día en que lo beba con vosotros en el reino de mi Padre. |
Y les dijo:
-Cuánto he deseado comer con
vosotros esta víctima pascual antes de mi pasión. Os digo que no volveré a
comerla hasta que alcance su cumplimiento en el reino de Dios. Y tomando la
copa, dio gracias y dijo:
-Tomad esto y repartidlo
entre vosotros. Os digo que en adelante no beberé del fruto de la vid hasta
que no llegue el reinado de Dios.
Tomando un pan, dio gracias,
lo partió y se lo dio diciendo: -Esto es mi cuerpo, que se
entrega por vosotros.
Igualmente tomó la copa
después de cenar y dijo: -Esta es la copa de la nueva
alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.
|
Pues yo recibí del Señor lo
que os transmití: que el Señor la noche que era entregado, tomó pan, dando
gracias lo partió y dijo:
-Esto es mi cuerpo que se
entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Lo mismo, después de cenar,
tomó la copa y dijo:
esta copa es la nueva alianza
sellada con mi sangre. Haced esto cada vez que la bebéis en memoria mía. |
Esta es mi sangre de la
alianza.
Mt 8, 11: Os digo que muchos
vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el
reino de Dios.
Una vez que cantaron los
himnos.
Mc 14, 26 |
Mt 26, 30 |
Lc 22, 39 |
Cantaron el himno y salieron
hacia el monte de los Olivos. |
Cantaron el himno y salieron
hacia el monte de los Olivos. |
Salió y se dirigió según
costumbre al monte de los Olivos y lo siguieron los discípulos. |
Za 13, 7: Así dice el Señor de
los ejércitos: Si sigues mi camino y guardas mis mandamientos, también
administrarás mi templo y guardarás mis atrios, y te dejaré acercarte con esos
que ahí están.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén
14 12 Según Mt Jesús daba a conocer
su decisión al morador de Jerusalén a cuya casa él mismo se invitaba; según Mc,
una señal llevará a los discípulos delegados a una sala que encontrarán
completamente preparada. Aunque señal y preparación pudieron haberse ya convenidos
de antemano, su presentación literaria, inspirada en 1 S 10, 2-5, da a la
escena una aureola de presencia sobrenatural. Obsérvese además que la
estructura del episodio se parece mucho a la preparación de la entrada
mesiánica, Mc 14, 1-6.
14 14 Se puede entender de dos
formas: “la sala que me pertenece” o, más probablemente, “la sala que
necesito”.
14 24 La expresión “sangre de la
alianza” es la de Ex 24, 8.
14 25 El Reino de Dios es presentado
aquí con la imagen del banquete mesiánico (ver Is 25, 6¸Lc 13, 28).
14 26 Se trata de los Sal 115-118,
que cantaban como acción de gracias al final de la cena pascual. Formaban la
segunda parte del Hallel, serie de salmos que empezaban con la aclamación Aleluya = Alabad al Señor.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
12 EL PRIMER DÍA DE LOS
(PANES) ÁZIMOS: probablemente el día anterior a la fiesta de los
panes ázimos (panes sin levadura). // EL CORDERO PASCUAL, lo mismo que en
el v. 14, es, lit., la Pascua. // VAYAMOS A HACER LOS PREPARATIVOS: lit.
habiendo ido preparemos.
15 CON ALFOMBRAS:
actualmente diríamos amueblada elegantemente.
23-24
Jesús
rubrica con su propia sangre un pacto nuevo (cf. Jr 31, 31-33), que supera al
de Moisés sellado con la sangre de víctimas (cf. Ex 24, 8). De todo el contexto
se deduce que Jesús celebró en la cena un verdadero sacrificio, aunque
incruento y misterioso: la víctima real son el cuerpo y la sangre de Jesús.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
14, 12-31 En la comida de Pascua que
Cristo celebró con sus discípulos, anunció la traición de un apóstol. Debido a
que Dios puede sacar el bien incluso del mal, nuestra libertad de elección
hacia el mal puede, mediante las intervenciones misteriosas de la gracia de
Dios, estar integrada en sus planes para nuestra redención. Cat. 597, 1339.
14, 22-25 Cristo, el Cordero inmaculado de
Dios, ofreció su propio cuerpo y su propia sangre instituyendo así la
Eucaristía en la Última Cena. La liturgia eucarística es una participación en
el banquete celestial y la representación del único sacrificio de Cristo. En la
Última Cena, el sacrificio eucarístico de Cristo anticipó su pasión y muerte de
una manera incruenta. En cada Misa, se renueva ese mismo sacrificio. Las
palabras de Cristo en el relato de la institución no pueden tomarse solamente
de forma simbólica. La Iglesia ha enseñado siempre que tras las palabras de la
consagración, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. La presencia de Cristo en la Eucaristía se conoce como la presencia
real, mientras que la manera del cambio se llama transustanciación. Cat.
1339-1340, 1375-1378.
14, 22 Nótese cómo las palabras usadas
por Cristo en la institución de la Eucaristía son las que empleó en la
multiplicación de los panes (Mc 6, 41). Las palabras “tomó”, “bendición”,
“partió” y “dio” vinculan claramente la alimentación de las multitudes con la
institución de la Eucaristía. Por su parte, la institución de la Eucaristía
predijo la ofrenda de su cuerpo en la Cruz. Estas mismas palabras se emplean en
la oración eucarística en la Misa. Cat. 1328-1332.
14, 24 Al igual que la sangre del
sacrificio fue derramada en el Monte Sinaí para establecer la antigua alianza
con Moisés, la sangre del sacrificio de Cristo fue derramada para establecer la
antigua alianza. La oferta sacramental de su Cuerpo y Sangre reafirma el nuevo
pacto de Cristo de gracia y amor. Cat. 1365.
14, 25 El “nuevo” vino representa el
banquete de bodas del cielo, “donde los fieles beberán el vino nuevo convertido
en la Sangre de Cristo” (Cat. 1335). La pasión y muerte de Cristo son la Pascua
definitiva y, al mismo tiempo, la recepción de la Eucaristía es la definitiva
comida de la Pascua. Cat. 1402-1403.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
1339 Jesús escogió el tiempo de la
Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnúm: dar a los discípulos
su Cuerpo y su Sangre.
1340 Al celebrar la última Cena con
sus Apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido
definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su
muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada
en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua
final de la Iglesia en la gloria del Reino.
1373 “Cristo Jesús que murió, que
está a la derecha de Dios e intercede por nosotros” (Rm 8, 34), está presente
de múltiples maneras en su Iglesia (C. Vaticano II, Lumen gentium, 48):
en su Palabra, en la oración de la Iglesia, “allí donde dos o tres estén
reunidos en mi nombre” (Mt 18, 20), en los pobres, los presos (cf. Mt 25,
31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa
y en la persona del ministro. Pero, “sobre todo bajo las especies eucarísticas”
(C. Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 7).
1374 El modo de presencia de Cristo
bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de
todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual
y el fin al que tienden todos los sacramentos” (Sto. Tomás de Aquino, Summa
theologiae, 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos
verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la
divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (C.
Trento, Sesión 13ª. Decreto sobre la Santísima Eucaristía, canon 1). “Esta
presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si las otras
presencias no fuesen “reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y
por ella Cristo, Dios y hombre, se hace presente total e íntegramente” (Pablo
VI, Carta Encíclica Mysterium fidei).
1374 Mediante la conversión del
pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este
sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia
en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para
obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo declara que:
“No es el hombre quien hace que
las cosas ofrecidas se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo
mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia
estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo,
dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas” (De proditione Iudae
homilia, 1, 6).
Y san Ambrosio dice respecto a
esta conversión:
“Estemos bien persuadidos de que
esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha
consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la naturaleza, porque
por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada”. (De mysteriis,
9, 50). “La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no
podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es
menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela” (Ib., 9,
52).
1376 El Concilio de Trento resume la
fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que
ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido
siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio:
por la consagración del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor
y toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia
católica ha llamado justa y apropiadamente este cambio transubstanciación”
(Concilio de Trento, Ses. 13ª. Decreto de la Santísima Eucaristía c. 4).
1377 La presencia eucarística de
Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que
subsistan las especies eucarística. Cristo está todo entero presente en cada
una de las especies y todo entero en cada una de las partes, de modo que la fracción
del pan no divide a Cristo” (Ib., c. 3).
1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa
expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y
de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en
señal de adoración al Señor. “La Iglesia católica ha dado y continúa dando este
culto de adoración que debe al sacramento de la Eucaristía, no solamente
durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor
cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las
veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del
pueblo” (Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium fideii).
1379 El sagrario (tabernáculo) estaba
primeramente destinado aguardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser
llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la
fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia
del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies
eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar
particularmente digno de la Iglesia; debe estar construido de tal forma que
subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santísimo
sacramento.
1380 Es grandemente admirable que
Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto
que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su
presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra
salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado “hasta
el fin” (Jn 13, 1), hasta el donde su vida. En efecto, en su presencia
eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y
se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican
este amor.
“La Iglesia y el mundo tienen
una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento
del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la
contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del
mundo. No cese nunca nuestra adoración” (S. Juan Pablo II, Carta Dominicae
Cenae, 3).
1381 La presencia del verdadero
Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se
conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino solo por la fe, la cual se
apoya en la autoridad de Dios”. Por ello, comentando el texto de san Lucas 22,
19: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”, san Cirilo declara: “No
te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del
Salvador, porque Él, que es la verdad, no miente” (S. Pablo VI, Mysterium
fidei; Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 3; S. Cirilo de Alejandría,
Comentarius in Lucam, 22).
Concilio
Vaticano II
En la realización de la obra de santificación, los párrocos han de
procurar que la celebración de la Eucaristía sea el centro y la cumbre de toda
la vida de la comunidad cristiana. Asimismo, han de esforzarse en que los
fieles se alimenten espiritualmente con la recepción fervorosa y frecuente de
los sacramentos y con la participación consciente y activa en la liturgia.
Comentarios de los Santos Padres.
La Pascua es un día más solemne gracias al bautismo, al igla que la
pasión del Señor se completa el día en que nos bautizamos.
Tertuliano (160-220 d.C.), El Bautismo, 19, 1. 2, pg. 264.
Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa vid de David, tu siervo,
que nos diste a conocer por Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos.
Luego sobre el trozo de pan: Te damos gracias, Padre nuestro, por la vid y el
conocimiento que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti la
gloria por los siglos. Así como este trozo estaba disperso por los campos, y
reunido se ha hecho uno, así también reúne a tu Iglesia, de los confines de la
tierra en tu reino.
Didaché (s.
I), 9, 2-4. 2, pg. 268.
Una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los
que entre nosotros se llaman “ministros” o diáconos, dan a cada uno de los
asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre los que se dijo la acción
de gracias y lo llevan a los ausentes. Y este alimento se llama entre nosotros
“Eucaristía”, de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree ser
verdaderas nuestras enseñanzas, y se ha lavado en el baño que da la remisión de
los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo enseñó. Porque
no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que a la manera
como Jesucristo nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios,
tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que por
virtud de la oración al Verbo que procede de Dios, el alimento sobre el que fue
dicha la acción de gracias – alimento del que por transformación, se alimentan
nuestra sangre y nuestras carnes – es la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús
encarnado. Por esto, los Apóstoles en los “Recuerdos” por ellos escritos, que
se llaman evangelios, nos transmitieron que así se les mandó, cuando Jesús,
tomando el pan y dando gracias, dijo: “Haced esto en memoria mía, esto es mi
cuerpo”. E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: “Esta es mi
sangre” y sólo les dio parte a ellos.
Justino mártir (100-162 d.C.). Apología, 1, 65-6-66, 3. 2, pg. 269.
¿Por qué no dijo: “Este es el pan de la nueva alianza”, lo mismo que
dijo: “Esta es la sangre de la nueva alianza”? (cf. Mt 26, 28; Mc 14, 24; Lc
22, 20; 1 Co 11, 25). Porque el pan es la palabra de la justicia de cuyos
alimentos se nutren las almas; mientras que la bebida es la palabra del
conocimiento de Cristo, conforme asu nacimiento y a su pasión.
Orígenes (184-253 d.C.). Serie de comentarios al Ev. de Mateo, 85.
2, pg. 270.
Puesto que somos dobles y compuestos, era necesario que nuestro
nacimiento fuera doble, y también que el alimento fuera compuesto. Así pues,
por una parte el nacimiento se nos ha dado mediante el agua y el Espíritu, me
refiero al santo bautismo. Por otra parte, el alimento es el mismo pan de vida,
nuestro Señor Jesucristo, que desciende de los cielos.
Juan Damasceno (675-749 d.C.). Exposición de la fe, 4, 13. 2, pg.
270.
El mismo Jesús afirma: “Esto es mi cuerpo”. Ahora bien, antes de la
bendición de las palabras celestiales, los elementos tienen otro nombre;
después de la consagración, se habla de un Cuerpo. Antes de la consagración se
les llama de otra manera; después de la consagración recibe el nombre de
Sangre… A lo que tú asientes diciendo: “Amén”; es decir, ciertamente es así.
Por consiguiente, lo que dice tu boca, que lo confiese tu mente en lo íntimo.
Lo que expresa tu palabra, que lo reafirme tu corazón.
Ambrosio (340-397 d.C.), Los misterios cristianos, 9, 54. 2, pg.
271.
San Agustín.
Nosotros no estábamos allí. No percibimos su olor
y, sin embargo, creemos. Dio a sus discípulos la cena consagrada con sus manos.
No estuvimos sentados a la mesa en aquel banquete. Sin embargo, a través de la
fe, participamos a diario de la misma cena. Y no tengáis por algo grande el
haber asistido, sin fe, a la cena ofrecida por las manos del Señor, puesto que
es mejor la fe posterior que la incredulidad de entonces. Allí no estuvo Pablo,
que creyó; estuvo, sin embargo Judas, que lo entregó. ¡Cuántos ahora, en la
misma cena – aunque no vean la mesa de entonces, ni perciban con sus ojos, ni
gusten con su paladar el pan que el Señor tuvo en sus manos –, cuántos aún
ahora comen y beben su propia condenación, puesto que la cena que hoy se
prepara es idéntica a aquella!
No prepares el paladar, sino el corazón. Allí se
recomendó esta cena. He aquí que creemos en Cristo; le recibimos, por tanto, en
la fe. Al recibirlo, conocemos lo que pensamos. Recibimos poca cosa, pero el
corazón queda repleto. No es lo que se ve, sino lo que se cree lo que alimenta.
Por eso no hemos pedido el testimonio del sentido exterior, ni hemos dicho:
“Está bien que hayan creído quienes vieron con sus ojos si palparon con sus
manos al mismo Señor resucitado – si es verdad lo que se dice –; nosotros que
no lo hemos tocado, ¿cómo vamos a creer?”.
S. Juan de Ávila
Caminó nuestra Arca el día del Jueves Santo desde
Betania al sacro Cenáculo de Jerusalem (Mt 26, 17ss; Mc 14, 12ss), dejando allí
a su sacratísima Madre muy llena de penas, como lo iba Él; y anduvo camino de
dos millas, con pasos bastantes para cansar a su delicadísimo cuerpo,
mayormente con la carga de la compasión que de su sagrada Madre llevaba. Y
después de esta procesión que con sus discípulos hijo (Jn 18, 1ss), se siguió
otra, desde el dicho Cenáculo hasta el huerto de Getsemaní, donde fue preso; que
hay dos mil y trescientos y treinta y ocho pasos que, según Él estaría cansado
del primero camino, y del trabajo de lavar los pies a sus discípulos, y de la
gran tristeza que su ánima sintió, no se pudieron dejar de andar sin grande
cansancio.
Víspera del Corpus, 10. III, pg. 492.
¿Qué es esto que habéis hecho, Señor, entre
nosotros? ¿Qué misericordias son estas? ¿Quién lo podrá decir? ¿De este arte
vino el maná? Estaban los judíos muy ufanos porque el Señor les había dado
aquel pan. Dijo Jesucristo: El Padre eterno os dio este pan, no del aire, sino
pan del cielo (cf. Jn 6, 31). ¿Qué queréis decir? Que Dios dio a los hombres Panem
angelorum. Dioles pan de ángeles, pan de dulzura (Sal 77, 25). ¡Oh cosa nueva y
muy maravillosa, que el pan del cielo, el pan que allá comen los ángeles, coman
acá los hombres! Gozan los ángeles de este bendito Pan, y comen de él y gozan
de la divinidad de Jesucristo, y gozan de su santa humanidad; y este gozar es
comer y ser bienaventurados.
-Padre, si es pan de reyes, ¿cómo se da a los
pobres? Si es pan de altos, ¿por qué se da a los bajos? Si es pan del cielo,
¿por qué se da en la tierra? ¿Qué mercedes son estas que le hacéis al hombre?
¿Qué misericordias estas que le concedéis? – Cuando Dios crió a nuestros padres
primeros en el paraíso, dioles manjares conque se mantuviese, que fueron
aquellas frutas. ¡Qué gran merced fue, señor, la que entonces hecisteis en
darles manjar! Pero también se lo distes a las bestias, que todas comían de él;
no es eso grande honra. Si me convidase el emperador o el papa y me sentase a
su mesa, esta sería honra; pero sentarme con una bestia, no fue aquella honra,
sino aquesta que Jesucristo nos hizo cuando dijo: Tomad y comed; este es mi
cuerpo (c f. Mt 26, 27; Mc 14, 22; Lc 22, 19). Agora nos sentamos a una mesa
los ángeles y los hombres; todos comemos un manjar, todos comemos de un pan y
de una dulcedumbre. – Pues que todos comemos de un manjar, ¿en qué diferimos? –
en que los ángeles comen clara y abiertamente, y los hombres lo comen por fe.
Aparejado has, Señor, al pobre, manejar en
dulcedumbre. Si no tienes qué comer, si no tienes qué vestir, si estas muy
pobre, si estás afligido, si tienes fatigas, si estás lleno de tentaciones,
mira y goza de estas palabras: Aparejaste al pobre, Señor, en dulcedumbre. ¿Qué
quiere decir esto? Que ansí como el pan que envió Dios del aire, el maná que
envió a los hijos de Israel, era tal y de tanta virtud, que los mantenía y
cumplía sus apetitos y hartaba, dándose a cada uno en aquella forma de sabor
que había menester y lo deseaba, ansí agora este Pan bendito, este Pan de
ángeles, este Pan del cielo da alegría y consuelo, y enriquece, y sana, y da
vida, y resucita; finalmente, que en cada uno obra lo que ha menester. ¿Qué te
falta? ¿Consejo? Ven a Jesucristo. ¿Estás pobre? Ven a Jesucristo. ¿Estás
tentado? Ven a Jesucristo. No haya cosa, no haya necesidad con la cual no vayas
luego a Jesucristo; en Él, y no en otro, está el consejo, el remedio y ayuda
contra todos los males, y (Él es) el que sabe, puede y quiere darte y hacerte
todos los bienes.
En la infraoctava del Corpus, 19-20. III, pg.
531-532.
Si eres devoto de la encarnación, aquí en el
Sacramento hallarás esa contemplación, aunque no del todo semejante, pero muy
aparente. Piensa que, como cuando Jesucristo encarnó bajó del cielo, ansí abaja
agora también al altar, no por lugar, que eso es falso, porque si a cada parte
del mundo donde cada día celebran hobiera de ir, anduviera como correo que
nunca parara, andando de acá para allá. Pues no abaja de esa manera. - ¿No?
¿Pues cómo se abaja Jesucristo a cada parte donde se consagra el pan? – Porque la
palabra de Dios lo quiso así, que en diciendo el sacerdote de parte de
Jesucristo: Este es mi cuerpo (cf. Mt 26, 26; Mc 14, 22; Lc 22, 19), luego se
halla allí, y no saldrá mentirosa la palabra de Dios. Antes se hundirán los
cielos y la tierra que falte Jesucristo de hallarse aquí cada y cuando que el
sacerdote las palabras que hemos dicho de parte suya dice.
En la infraoctava del Corpus, 15. III, pg. 549.
Tampoco trae espada, porque no viene a juzgar el
mundo, sino a salvarlo; ni viene huyendo de la muerte, sino a buscarla, y dar
su ánima, como Él lo dice, por rescate de muchos (cf. Mt 26, 28; Mc 14, 24).
¿Quién no se admira de tal caridad, que no mira a su descanso, sino a nuestro
provecho y lo desea tanto, que no dudó de perder su vida por darnos vida, y
matar en sí mismo las enemistades que estaban entre Dios y nosotros, como dice
San Pablo? (cf. EF 2, 16). Si quieres saber por qué el Señor anda solo, por qué
pierde su vida en la cruz, es por hacer paces entre Dios y los hombres; lo cual
no puede haber habiendo pecados, ni se pueden quitar los pecados sino por la
muerte y por derramamiento de la sangre de Jesucristo.
Santísimo Sacramento, 2. III, pg. 655.
San Oscar Romero.
Por eso decía y termino diciendo: que toda la sangre, todos los
cadáveres, todos los misterios de iniquidad y de pecado, todas las torturas,
todos esos antros de nuestros cuerpos de seguridad, donde lamentablemente
mueren lentamente muchos hombres, no están para siempre perdidos, hay un
horizonte escatológico que iluminará toda esa tiniebla y hará entonces cantar
la victoria a la verdad y a la justicia; y será el triunfo definitivo de todos
los que lucharon por la justicia y por el amor.
La Eucaristía alimenta todo lo reivindicativo de la tierra porque le da
su verdadero horizonte y cuando un hombre o un grupo quieren trabajar sólo por
la tierra y no tiene horizonte de eternidad y no le importan esos horizontes
religiosos, no es un liberador completo, no se puede fiar de él. Hoy luchan por
el poder y mañana desde el poder serán los peores represores si no se tiene un
horizonte más allá de la historia que sancione lo bueno y lo malo de lo que
hacemos los hombres en la tierra, no puede haber justicia verdadera ni
reivindicaciones eficaces.
Démosle gracias a Dios que en esta fiesta del Corpus, enmarcada en
tanta tragedia, también animada por tanta fuerza reivindicadora, tanta fuerza
política del pueblo, Cristo, no se siente extraño, Cristo, también es
torturado; Cristo, también es ajusticiado en injusticias; Cristo, un inocente
muerto en crimen; Cristo, el gran liberador, le está dando sentido a tanta
muerte, a tanto cadáver, a tanta sangre y sin duda que santifica con esa
perspectiva de vida eterna y de esperanza: "tomad y comed esto es mi Cuerpo,
esta es la sangre de la alianza eterna". Así sea...
Homilía, 17 de junio de 1979.
Papa Francisco. Regina Coeli. 7 de
junio de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy se celebra en muchos países, entre ellos
Italia, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo o, según la
expresión en latín más conocida, la solemnidad del Corpus Christi.
El Evangelio presenta el relato de la institución
de la Eucaristía, realizada por Jesús durante la última Cena, en el cenáculo de
Jerusalén. La víspera de su muerte redentora en la cruz, Él realizó lo que
había predicho: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de
este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne por la vida del
mundo... El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (Jn 6,
51.56). Jesús toma entre sus manos el pan y dice «Tomad, esto es mi Cuerpo» (Mc
14, 22). Con este gesto y con estas palabras, Él asigna al pan una función que
no es más la de simple alimento físico, sino la de hacer presente su Persona en
medio de la comunidad de los creyentes.
La última Cena representa el punto de llegada de
toda la vida de Cristo. No es solamente anticipación de su sacrificio
que se realizará en la cruz, sino también síntesis de una existencia
entregada por la salvación de toda la humanidad. Por lo tanto, no basta afirmar
que en la Eucaristía Jesús está presente, sino que es necesario ver en ella
la presencia de una vida donada y participar de ella. Cuando tomamos y
comemos ese Pan, somos asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión
con Él, nos comprometemos a realizar la comunión entre nosotros, a
transformar nuestra vida en don, sobre todo a los más pobres.
La fiesta de hoy evoca este mensaje solidario y nos
impulsa a acoger la invitación íntima a la conversión y al servicio, al amor y
al perdón. Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de lo que
celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las especies
consagradas del pan y del vino, es el mismo que viene a nuestro encuentro en
los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está
en el que sufre e implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra
disponibilidad y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de
Jesús, de la salvación, que no tiene fe. Está en cada ser humano, también en el
más pequeño e indefenso.
La Eucaristía, fuente de amor para la vida de
la Iglesia, es escuela de caridad y solidaridad. Quien se nutre del Pan
de Cristo no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano.
Y hoy, lo sabemos, es un problema cada vez más grave.
Que la fiesta del Corpus Christi inspire y alimente
cada vez más en cada uno de nosotros el deseo y el compromiso por una sociedad
acogedora y solidaria. Pongamos estos deseos en el corazón de la Virgen María,
Mujer eucarística. Que Ella suscite en todos la alegría de participar en la
santa misa, especialmente el domingo, y la valentía alegre de testimoniar la
infinita caridad de Cristo.
Papa Francisco. Regina Coeli. 3 de
junio de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy en muchos países, entre ellos Italia, se
celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo o, según la
expresión latina más conocida, la solemnidad del Corpus Domini. El Evangelio
nos trae las palabras de Jesús, pronunciadas en la Última Cena con sus
discípulos: «Tomad, este es mi cuerpo». Y después: «Esta es mi sangre de la
alianza, que es derramada por muchos» (Marcos, 14, 22-24)
Precisamente en la fuerza de ese testamento de
amor, la comunidad cristiana se reúne cada domingo y cada día, en torno a la
eucaristía, sacramento del sacrificio redentor de Cristo. Y atraídos por su
presencia real, los cristianos lo adoran y lo contemplan a través del humilde
signo del pan convertido en su Cuerpo. Cada vez que celebramos la eucaristía, a
través de este Sacramento sobrio y al mismo tiempo solemne,
experimentamos la Nueva Alianza, que realiza en plenitud la comunión entre Dios
y nosotros. Y como participantes de esta Alianza, nosotros, aunque pequeños y
pobres, colaboramos en la edificación de la historia, como quiere Dios. Por
eso, toda celebración eucarística a la vez que constituye un acto de culto
público a Dios, recuerda la vida y hechos concretos de nuestra existencia. Mientras
nos nutrimos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos asimilamos a Él,
recibimos en nosotros su amor, no para retenerlo celosamente, sino para
compartirlo con los demás. Esta lógica está inscrita en la eucaristía,
recibimos su amor en nosotros y lo compartimos con los demás. Esta es la lógica
eucarística. En ella, de hecho, contemplamos a Jesús como pan partido y donado,
sangre derramada por nuestra salvación. Es una presencia que, como un fuego,
quema en nosotros las actitudes egoístas, nos purifica de la tendencia a
dar sólo cuando hemos recibido, y enciende el deseo de hacernos, también
nosotros, en unión con Jesús, pan partido y sangre derramada por los hermanos.
Por lo tanto, la fiesta del Corpus Domini es un
misterio de atracción y de transformación en Él. Y es escuela de amor
concreto, paciente y sacrificado, como Jesús en la cruz. Nos enseña a ser
más acogedores y disponibles con quienes están en búsqueda de comprensión,
ayuda, aliento y están marginados y solos. La presencia de Jesús vivo en la
eucaristía es como una puerta, una puerta abierta entre el templo y el
camino, entre la fe y la historia, entre la ciudad de Dios y la ciudad del
hombre. Expresión de la piedad eucarística popular son las procesiones con el
Santísimo Sacramento, que en la solemnidad de hoy se llevan a cabo en muchos
países. También yo, esta tarde, en Ostia —como lo hizo el beato Pablo VI hace
50 años— celebraré la misa, a la que seguirá la procesión con el Santísimo
Sacramento. Os invito a participar a todos, también espiritualmente, a través
de la radio y la televisión. Que la Virgen nos acompañe en este día.
Papa Francisco. Regina Coeli. 6 de junio de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El Evangelio nos presenta el
relato de la Última Cena (Mc 14, 12-16. 22-26). Las palabras y los gestos del
Señor nos tocan el corazón: toma el pan en sus manos, pronuncia la bendición,
lo parte y lo entrega a los discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi cuerpo»
(v. 22).
Es así, con sencillez, que Jesús nos da el mayor
sacramento. El suyo es un gesto humilde de donación, un gesto de compartir. En
la culminación de su vida, no reparte pan en abundancia para alimentar a las
multitudes, sino que se parte a sí mismo en la cena de la Pascua con los
discípulos. De este modo, Jesús nos muestra que el objetivo de la vida es el
donarse, que lo más grande es servir. Y hoy encontramos la grandeza de
Dios en un trozo de pan, en una fragilidad que desborda de amor y desborda de
compartir. Fragilidad es precisamente la palabra que me gustaría subrayar.
Jesús se hace frágil como el pan que se rompe y se desmigaja. Pero precisamente
ahí radica su fuerza, en su fragilidad. En la Eucaristía la fragilidad es
fuerza: fuerza del amor que se hace pequeño para ser acogido y no temido;
fuerza del amor que se parte y se divide para alimentar y dar vida; fuerza del
amor que se fragmenta para reunirnos a todos nosotros en la unidad.
Y hay otra fuerza que destaca en la fragilidad
de la Eucaristía: la fuerza de amar a quien se equivoca. Es en la noche en
que fue traicionado que Jesús nos da el Pan de Vida. Nos hace el mayor regalo
mientras siente en su corazón el abismo más profundo: el discípulo que come con
él, que moja su bocado en el mismo plato, lo está traicionando. Y la
traición es el mayor dolor para los que aman. ¿Y qué hace Jesús? Reacciona
ante el mal con un bien mayor. Al “no” de Judas responde con el “sí” de la
misericordia. No castiga al pecador, sino que da su vida por él, paga por
él. Cuando recibimos la Eucaristía, Jesús hace lo mismo con nosotros: nos
conoce, sabe que somos pecadores, sabe que cometemos muchos errores, pero no
renuncia a unir su vida a la nuestra. Él sabe que lo necesitamos, porque la
Eucaristía no es el premio de los santos, ¡no! Es el Pan de los pecadores.
Por eso nos exhorta: “¡No tengan miedo! Tomen y coman”.
Cada vez que recibimos el Pan de Vida, Jesús viene
a dar un nuevo sentido a nuestras fragilidades. Nos recuerda que a sus ojos
somos más valiosos de lo que pensamos. Nos dice que se complace si
compartimos con Él nuestras fragilidades. Nos repite que su misericordia no
teme nuestras miserias. La misericordia de Jesús no teme nuestras miserias.
Y, sobre todo, nos cura con amor de aquellas fragilidades que no podemos
curar por nosotros mismos: ¿Qué fragilidades? Pensemos: la de sentir resentimiento
hacia quienes nos han hecho daño —esta no la podemos sanar solos—; la de distanciarnos
de los demás y aislarnos en nuestro interior —esta no la podemos sanar
solos—; la de autocompadecernos y quejarnos sin encontrar descanso
—tampoco esta la podemos sanar nosotros solos—. Es él quien nos sana con su
presencia, con su pan, con la Eucaristía. La Eucaristía es una medicina
eficaz contra estas cerrazones. El Pan de Vida, de hecho, cura las rigideces
y las transforma en docilidad. La Eucaristía sana porque nos une a Jesús:
nos hace asimilar su manera de vivir, su capacidad de partirse y entregarse a
los hermanos, de responder al mal con el bien. Nos da el valor de salir de
nosotros mismos y de inclinarnos con amor hacia la fragilidad de los demás.
Como hace Dios con nosotros. Esta es la lógica de la Eucaristía: recibimos a
Jesús que nos ama y sana nuestras fragilidades para amar a los demás y
ayudarles en sus fragilidades. Y esto durante toda la vida. Hoy en la
Liturgia de las Horas hemos rezado un himno: cuatro versos que son el resumen
de toda la vida de Jesús. Y nos dicen que Jesús al nacer se hizo compañero
de viaje en la vida. Después, en la cena, se dio como alimento.
Luego, en la cruz, en su muerte, se hizo “precio”: pagó por
nosotros. Y ahora, reinando en los Cielos es nuestro premio, que
vamos a buscar, el que nos espera.
Que la Santísima Virgen, en quien Dios se hizo
carne, nos ayude a acoger con corazón agradecido el don de la Eucaristía y a
hacer también de nuestra vida un don. Que la Eucaristía nos haga un don para
todos los demás.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 18 de
junio de 2006.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, en Italia y en otros países se celebra la
solemnidad del Corpus Christi, que en Roma ya tuvo su momento culminante en la
procesión del jueves pasado por las calles de la ciudad. Es la fiesta solemne y
pública de la Eucaristía, sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El
misterio instituido en la última Cena, que cada año se conmemora el Jueves
santo, en este día se manifiesta a todos, rodeado del fervor de fe y de
devoción de la comunidad eclesial.
En efecto, la Eucaristía constituye el
"tesoro" de la Iglesia, la valiosa herencia que su Señor le ha
legado. Y la Iglesia la custodia con el máximo cuidado, celebrándola
diariamente en la santa misa, adorándola en las iglesias y en las capillas,
distribuyéndola a los enfermos y, como viático, a cuantos parten para el último
viaje.
Pero este tesoro, que está destinado a los bautizados, no agota su radio de acción en el ámbito de la Iglesia: la
Eucaristía es el
Señor Jesús que se entrega "para la vida del mundo" (Jn 6,
51). En todo tiempo y en todo lugar, él quiere encontrarse con el hombre y
llevarle la vida de Dios. No sólo. La Eucaristía tiene también un valor
cósmico, pues la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo constituye el principio de divinización de la misma creación.
Por eso la fiesta del Corpus Christi se caracteriza
de modo particular por la tradición de llevar el santísimo Sacramento en
procesión, un gesto denso de significado. Al llevar la Eucaristía por las
calles y las plazas, queremos introducir el Pan bajado del cielo en nuestra
vida diaria; queremos que Jesús camine por donde caminamos nosotros, que viva
donde vivimos nosotros. Nuestro mundo, nuestra existencia debe
transformarse en su templo. En este día la comunidad cristiana proclama que la
Eucaristía es todo para ella, es su vida misma, la fuente del amor que vence la
muerte. De la comunión con Cristo Eucaristía brota la caridad que transforma
nuestra existencia y sostiene el camino de todos nosotros hacia la patria
celestial.
Por eso la liturgia nos invita a cantar: "Buen pastor, pan verdadero (...). Tú
que todo lo sabes y todo lo puedes, y nos alimentas en la tierra, lleva a tus
hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos".
María es la "mujer eucarística", como la
definió el Papa Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucharistia. Pidamos
a la Virgen que todos los cristianos profundicen la fe en el misterio
eucarístico, para que vivan en constante comunión con Jesús y sean de verdad
sus testigos.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 14 de
junio de 2009.
Queridos hermanos y hermanas:
Se celebra hoy en varios países, entre los cuales
Italia, el Corpus Christi, la fiesta de la Eucaristía, en la que el sacramento
del Cuerpo del Señor se lleva solemnemente en procesión. ¿Qué significa para
nosotros esta fiesta? No sólo hace pensar en el aspecto litúrgico; en realidad,
el Corpus Christi es un día que implica la dimensión cósmica, el cielo y la
tierra. Evoca ante todo —al menos en nuestro hemisferio— esta estación tan
hermosa y perfumada en la que la primavera se transforma ya en verano, el sol
brilla con fuerza en el cielo y en los campos madura el trigo. Las fiestas de
la Iglesia, como las judías, siguen el ritmo del año solar, de la siembra y la
cosecha. En particular, esto destaca en la solemnidad de hoy, en cuyo centro
está el signo del pan, fruto de la tierra y del cielo. Por eso, el Pan
eucarístico es el signo visible de Aquel en el que el cielo y la tierra, Dios
y el hombre, han llegado a ser uno. Y esto muestra que la relación con las
estaciones no es para el año litúrgico algo meramente exterior.
La solemnidad del Corpus Christi está íntimamente relacionada
con la Pascua y con Pentecostés: la muerte y la resurrección de Jesús y
la efusión del Espíritu Santo son sus presupuestos. Además, está
inmediatamente unida a la fiesta de la Trinidad, celebrada el domingo
pasado. Sólo porque Dios mismo es relación, puede existir relación con él; y
sólo porque es amor, puede amar y ser amado. Así, el Corpus Christi
es una manifestación de Dios, un testimonio de que Dios es amor.
De un modo único y peculiar, esta fiesta nos
habla del amor divino, de lo que es y de lo que hace. Nos dice, por
ejemplo, que se regenera al entregarse, se recibe al darse, no disminuye y no
se consuma, como canta un himno de santo Tomás de Aquino: "nec sumptus
consumitur". El amor lo transforma todo y, por tanto, se comprende que en
el centro de esta fiesta del Corpus Christi está el misterio de la
transubstanciación, signo de Jesucristo que transforma el mundo. Al
contemplarlo y adorarlo, decimos: sí, el amor existe, y, puesto que existe, las
cosas pueden mejorar y nosotros podemos esperar. La esperanza que brota
del amor de Cristo nos da la fuerza para vivir y afrontar las dificultades.
Por eso cantamos mientras llevamos en procesión el Santísimo Sacramento;
cantamos y alabamos a Dios, que se ha revelado escondiéndose en el signo del
pan partido. Todos tenemos necesidad de este Pan, porque es largo y fatigoso el
camino hacia la libertad, la justicia y la paz.
Podemos imaginar con cuánta fe y amor la Virgen
habrá recibido y adorado en su corazón la santa Eucaristía. Cada vez era para
ella como revivir todo el misterio de su Hijo Jesús: desde la concepción hasta
la resurrección. "Mujer eucarística" la llamó mi venerado y amado
predecesor Juan Pablo II. Aprendamos de ella a renovar continuamente nuestra
comunión con el Cuerpo de Cristo, para amarnos unos a otros como él nos amó.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 10 de
junio de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy en Italia y en muchos otros países se celebra
el Corpus Christi, es decir, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, la
Eucaristía. Es tradición siempre viva, en este día, tener solemnes procesiones
con el Santísimo Sacramento por las calles y en las plazas. En Roma, esta
procesión ya ha tenido lugar a nivel diocesano el jueves pasado, día preciso de
esta solemnidad, que cada año renueva en los cristianos la alegría y la
gratitud por la presencia eucarística de Jesús en medio de nosotros.
La fiesta del Corpus Christi es un gran acto de
culto público de la Eucaristía, sacramento en el que el Señor permanece presente
también más allá del momento de la celebración, para estar siempre con
nosotros, a lo largo del paso de las horas y de los días. Ya san Justino, que
nos dejó uno de los testimonios más antiguos sobre la liturgia eucarística,
afirma que, después de la distribución de la Comunión a los presentes, el pan
consagrado lo llevaban los diáconos también a los ausentes (cf. Apología 1,
65). Por eso, el lugar más sagrado en las iglesias es precisamente donde se custodia
la Eucaristía. A este respecto no puedo menos de pensar con conmoción en las
numerosas iglesias que quedaron dañadas seriamente por el reciente terremoto en
Emilia Romaña, en el hecho de que el Cuerpo eucarístico de Cristo, en el
Sagrario, ha permanecido en algunos casos bajo los escombros. Rezo con afecto
por las comunidades, que con sus sacerdotes deben reunirse para la santa misa
al aire libre o en grandes tiendas de campaña; les agradezco su testimonio y lo
que están haciendo en favor de toda la población. Es una situación que pone de
relieve aún más la importancia de estar unidos en el nombre del Señor, y la
fuerza que viene del Pan eucarístico, también llamado «pan de los peregrinos». Del
compartir este Pan nace y se renueva la capacidad de compartir también la vida
y los bienes, de sobrellevar unos el peso de los otros, de ser hospitalarios y
acogedores.
La solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor nos
propone nuevamente también el valor de la adoración eucarística. El siervo de Dios
Pablo VI recordaba que la Iglesia católica profesa el culto de la Eucaristía
«no sólo durante la misa, sino también fuera de su celebración, conservando con
la máxima diligencia las hostias consagradas, presentándolas a la solemne veneración
de los fieles cristianos, llevándolas en procesión con alegría de la multitud
del pueblo cristiano» (Enc. Mysterium fidei, 32). La oración de adoración se
puede realizar tanto personalmente, permaneciendo en recogimiento ante el
Sagrario, como en forma comunitaria, también con salmos y cantos, pero siempre
privilegiando el silencio, en el cual escuchar interiormente al Señor vivo y
presente en el Sacramento. La Virgen María es maestra también de esta oración,
porque nadie más y mejor que ella ha sabido contemplar a Jesús con los ojos de
la fe y acoger en el corazón las íntimas resonancias de su presencia humana y
divina. Que por su intercesión se difunda y crezca en cada comunidad eclesial
una auténtica y profunda fe en el Misterio eucarístico.
Francisco. Catequesis. Vicios y
virtudes. 20. La humildad.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Concluimos este ciclo de catequesis deteniéndonos
en una virtud que no forma parte de la lista de las siete virtudes cardinales y
teologales, pero que está en la base de la vida cristiana: esta virtud es la
humildad. Ella es la gran antagonista del más mortal de los vicios, es decir,
la soberbia. Mientras el orgullo y la soberbia hinchan el corazón humano,
haciéndonos aparentar más de lo que somos, la humildad devuelve todo a su justa
dimensión: somos criaturas maravillosas pero limitadas, con virtudes y defectos.
La Biblia nos recuerda desde el principio que somos polvo y al polvo volveremos
(cfr. Gn 3,19); «humilde», de hecho, viene de humus, tierra. Sin embargo, a
menudo surgen en el corazón humano delirios de omnipotencia, tan peligrosos que
nos hacen mucho daño.
Para liberarnos de la soberbia, bastaría muy poco;
bastaría contemplar un cielo estrellado para redescubrir la justa medida,
como dice el Salmo: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y
las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el
ser humano, para que de él te cuides?» (8, 4-5). La ciencia moderna nos permite
ampliar mucho más el horizonte y sentir aún más el misterio que nos rodea y nos
habita.
¡Bienaventuradas las personas que guardan en su
corazón esta percepción de su propia pequeñez! Estas personas están a salvo de
un vicio feo: la arrogancia. En sus Bienaventuranzas, Jesús parte precisamente
de ellos: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino
de los cielos» (Mt 5,3). Es la primera Bienaventuranza porque es la base de las
que siguen: de hecho, la mansedumbre, la misericordia, la pureza de corazón
surgen de ese sentimiento interior de pequeñez. La humildad es la puerta de
entrada de todas las virtudes.
En las primeras páginas de los Evangelios, la
humildad y la pobreza de espíritu parecen ser la fuente de todo. El anuncio del
ángel no tiene lugar a las puertas de Jerusalén, sino en una remota aldea de
Galilea, tan insignificante que la gente decía: «¿De Nazaret puede salir algo
bueno?» (Jn 1,46). Sin embargo, desde allí renace el mundo. La heroína elegida
no es una pequeña reina criada entre algodones, sino una muchacha desconocida:
María. Ella misma es la primera en asombrarse cuando el ángel le trae el anuncio
de Dios. Y en su cántico de alabanza, destaca precisamente este asombro: «Mi
alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios,
mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora» (Lc 1,
46-48). Dios -por así decirlo- se siente atraído por la pequeñez de María, que
es sobre todo una pequeñez interior. Y también lo atrae nuestra pequeñez,
cuando la aceptamos.
A partir entonces, María tendrá cuidado de no pisar
el escenario. Su primera decisión tras el anuncio angélico es ir a ayudar, ir a
servir a su prima. María se dirige hacia las montañas de Judá, para visitar a
Isabel: la asistirá en los últimos meses de su embarazo. Pero, ¿quién ve este
gesto? Nadie salvo Dios. Parece que la Virgen no quiere salir nunca de este
escondimiento. Como cuando, desde la multitud, una voz de mujer proclama su
bienaventuranza: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!».
(Lc 11,27). Pero Jesús replica inmediatamente: «Dichosos más bien los que oyen
la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28). Ni siquiera la verdad más sagrada
de su vida -el ser la Madre de Dios- se convierte en motivo de jactancia ante
los demás. En un mundo que es una carrera para aparentar, para demostrarse
superior a los demás, María camina con decisión, solamente con la fuerza de la
gracia de Dios, en dirección contraria.
Podemos imaginar que ella también conoció momentos
difíciles, días en los que su fe avanzaba en la oscuridad. Pero esto nunca hizo
vacilar su humildad, que en María fue una virtud granítica. Esto quiero
subrayarlo: la humildad es una virtud granítica. Pensemos en María: ella
siempre es pequeña, siempre desprendida de sí misma, siempre libre de
ambiciones. Esta pequeñez suya es su fuerza invencible: es ella quien permanece
a los pies de la cruz mientras se hace añicos la ilusión de un Mesías triunfante.
Será María, en los días que preceden Pentecostés, quien reúna el rebaño de los
discípulos, que no habían sido capaces de velar ni siquiera una hora con Jesús
y le habían abandonado cuando llegó la tormenta.
Hermanos y hermanas, la humildad es todo. Es lo que
nos salva del Maligno y del peligro de convertirnos en sus cómplices. Y la
humildad es la fuente de la paz en el mundo y en la Iglesia. Donde no hay
humildad hay guerra, hay discordia, hay división. Dios nos ha dado ejemplo de
humildad en Jesús y María, para que sea nuestra salvación y felicidad. Y la
humildad es precisamente la vía, el camino hacia la salvación. ¡Gracias!
MISA DE NIÑOS. X
T.ORDINARIO.
Monición de entrada.
Bienvenidos a la misa.
Cada domingo venimos a misa porque queremos oír y recibir
a Jesús.
Así le escuchamos en las lecturas.
Y le recibimos en la comunión.
Estemos atentos para que nuestro corazón esté muy abierto
a Él.
Señor, ten
piedad.
Tú, el vencedor. Señor, ten piedad.
Sálvanos con tu poder. Cristo, ten piedad.
Líbranos de todo mal. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa Francisco y nuestro obispo Enrique. Te lo
pedimos Señor.
-Por los cristianos que son insultados. Te lo
pedimos Señor.
-Por los que luchan contra el mal. Te lo pedimos, Señor.
-Por los que no se dejan ganar por el mal. Te lo pedimos,
Señor.
-Por nosotros, que queremos ser buenos. Te lo pedimos
Señor.
Acción de gracias.
Virgen María, te
damos gracias ayudarnos en esta misa a escuchar a Jesús y recibirle en la
comunión. Gracias por cuidar de nosotros.
EXPERIENCIA.
Abre el vídeo y mira el
minuto 4: https://www.youtube.com/watch?v=r9Ekox8grgs
Fíjate en la luz, los
objetos, el lugar, los gestos, las palabras, los silencios.
Escucha con los ojos
cerrados el vídeo.
¿Cómo te sientes? ¿Qué
nos da Jesús?
REFLEXIÓN.
Lee el evangelio de este
domingo.
X Lectura del santo evangelio según
san Marcos 14, 12-16.22-26.
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero
pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
Él envió a dos discípulos, diciéndoles:
-Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro
de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro
pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis
discípulos?”. Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba,
acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo
que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió
y se lo dio, diciendo:
-Tomad, esto es mi cuerpo.
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio,
y todos bebieron. Y les dijo:
-Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En
verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba
el vino nuevo en el reino de Dios.
Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.
Después de leer el texto
permanece en silencio dos minutos, sin pensar en nada, dejando que el pan y el
vino de la Palabra de Dios repose en tu interior.
Mastica esta Palabra: ¿qué
dice, que te dice?
Rúmiala, repitiendo en silencio
la frase “tomad, esto es mi cuerpo” durante uno, dos, tres,… minutos.
Este domingo es la fiesta del
Corpus. Recuerda tu primera comunión, las veces que has comulgado.
Recuerda la procesión del
Corpus, la presencia de Jesús en el sagrario. Él estaba allí, en el silencio de
la custodia, de la capilla, para mirarte, para escucharte.
Y está en tu corazón: ¿qué le
dices?
COMPROMISO.
Él está en el hermano que sufre, que migra a
otros países. Mira ahora este vídeo y pregúntate que puedes hacer tú por las
personas que llegan a tu barrio o pueblo, huyendo de la violencia, del hambre,
de la falta de futuro: https://www.youtube.com/watch?v=Q_iqn7N2bYw
CELEBRACIÓN.
Escucha la canción Al
estar en tu presencia del grupo Hakuna. https://www.youtube.com/watch?v=vltzGzkiyXs
BIBLIOGRAFÍA.
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Española. BAC. Madrid. 2016.
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Paulinas. Bogota-Colombia. 1988. En: mercaba.org.
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