lunes, 27 de mayo de 2024

208. Corpus Christi.

 


Primera lectura.

Lectura del libro del Éxodo 24, 3-8

En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todas las palabras del Señor y todos sus decretos; y el pueblo contestó con voz unánime:

-Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor.

Moisés escribió todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes de los hijos de Israel ofrecer al Señor holocaustos e inmolar novillos como sacrificios de comunión. Tomó Moisés la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió:

-Haremos todo lo que ha dicho el Señor y le obedeceremos.

Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo, diciendo:

-Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras.

 

Textos paralelos.

 Moisés vino y transmitió al pueblo todas las palabras de Yahvé.

Jos 24, 16-24: El pueblo respondió: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses! Porque el Señor, nuestro Dios, es quien nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto, quien hizo ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios, nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los pueblos que atravesamos. El Señor expulsó ante nosotros a los pueblos amorreos que habitaban en el país. También nosotros serviremos al Señor, ¡es nuestro Dios!”. Josué dijo al pueblo: “No podréis servir al Señor, porque es un Dios santo, un Dios celoso. No perdonará vuestros delitos ni vuestros pecados. Si abandonáis al Señor y servís a dioses extranjeros, se volverá contra vosotros, y después de haberos tratado bien, os maltratará, y os aniquilará”. El pueblo respondió: “¡No! Serviremos al Señor”. Josué insistió: “Sois testigos contra vosotros mismos que habéis elegido servir al Señor”. Respondieron: “¡Somos testigos!”. “Pues bien, quitad de en medio los dioses extranjeros que conserváis y poneos de parte del Señor, Dios de Israel”. El pueblo respondió: “Serviremos al Señor, nuestro Dios”

Cumpliremos todas las palabras que ha dicho Yahvé.

Ex 34, 27-28: El Señor dijo a Moisés: “Escríbete estos mandatos. A tenor de estos mandatos hago alianza contigo y con Israel”. Moisés pasó allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches: no comió pan ni bebió agua, y escribió en las losas las cláusulas del pacto, los diez mandamientos.

Construyó al pie del monte un altar con doce estelas.

Jos 4, 3-9: Cuando todo el pueblo acabó de pasar el jordán, dijo el Señor a Josué: “Elegid doce hombres del pueblo, uno de cada tribu, y mandadles sacar de aquí, del medio del Jordán, donde han pisado los sacerdotes, doce piedras; que carguen con ellas y las coloquen en el sitio donde vais a pasar la noche”. José llamó a los doce hombres de Israel que había elegido, uno de cada tribu, y les dijo: “Pasad ante el arca del Señor, vuestro Dios, al medio del Jordán, y cargad al hombro cada uno una piedra, una por cada tribu de Israel, para que queden como monumento entre vosotros. Cuando os pregunten vuestros hijos el día de mañana qué son esas piedras, les diréis: “Es que el agua del Jordán dejó de correr ante el arca de la alianza del Señor; cuando el arca atravesaba el Jordán, dejó de correr el agua”. Esas piedras se lo recordarán perpetuamente a los israelitas”. Los israelitas hicieron lo que mandó Josué: sacaron doce piedras del medio del Jordán, como había dicho el Señor a Josué, una por cada tribu de Israel; las llevaron hasta el sitio donde iban a pasar la noche y las colocaron allí. Josué erigió doce piedras en medio del Jordán, en el sitio donde se habían detenido los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza, y todavía hoy están allí.

Jos 4, 20-24: Josué colocó en Guilgal aquellas doce piedras sacadas del Jordán, y dijo a los israelitas: “Cuando el día de mañana os pregunten vuestros hijos lo que son estas piedras, les diréis: “Israel, pasó el Jordán a pie enjuto”. El Señor, Dios vuestro, secó el agua del Jordán ante vosotros hasta que pasasteis, como hizo con el Mar Rojo, que lo secó ante nosotros hasta que lo pasamos. Para que todas las naciones del mundo sepan que la mano del Señor es poderosa y vosotros respetéis siempre al Señor, vuestro Dios”.

Jos 24, 26-27: Escribió las cláusulas en el libro de la Ley de Dios, agarró una gran piedra y la erigió allí, bajo la encina del santuario del Señor, y dijo a todo el pueblo: “Mirad esta piedra, que será testigo contra nosotros, porque ha oído todo lo que el Señor nos ha dicho. Será testigo contra vosotros para que no podáis renegar de vuestro Dios”.

1 R 18, 31: Se acercaron todos, y él reconstruyó el altar del Señor, que estaba demolido: tomó doce piedras, una por cada tribu de Jacob (a quien el Señor había dicho: “Te llamarás Israel”).

Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahvé.

Sal 50, 6: Proclame el cielo su inocencia, Dios en persona viene al juicio.

Hb 9, 18: Por eso tampoco la primera se instituyó sin sangre.

Mt 26, 28: Bebed todos de ella, porque esta es mi sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados.

Esta es la sangre de la Alianza.

1 P 1, 2: Elegidos por el designio de Dios Padre, la consagración del Espíritu, para someterse a Jesucristo y ser rociados con su sangre; a vosotros gracia y paz abundante.

 

Notas exegéticas.

24 3 Las “palabras” únicas que se mencionan a continuación, se refieren al Decálogo, ver 20, 1, llamado “libro de la Alianza”, en el v. 7. La expresión “todas sus normas” ha sido introducida más tarde para justificar la inserción del Código de la Alianza en este contexto, véase 21, 1, y para hacer él también una parte de las cláusulas de la alianza.

24 4 Doble tradición: el documento de la alianza es escrito por Moisés o por Yahvé. Moisés, intermediario entre Yahvé y el pueblo, los une simbólicamente derramando sobre el altar, que representa a Yahvé, y luego sobre el pueblo, la sangre de una misma víctima. De este modo, el pacto es ratificado por la sangre, como la Nueva Alianza lo será por la sangre de Cristo.

 

Salmo responsorial

Salmo 116 (Sal 114-115), 12-13.15-18

 

Alzaré la copa de la salvación,

invocando el nombre del Señor. R/.

¿Cómo pagaré al Señor

todo el bien que me ha hecho?

Alzaré la copa de la salvación,

invocando el nombre del Señor.  R/.

 

Mucho le cuesta al Señor

la muerte de sus fieles.

Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava:

rompiste mis cadenas. R/.

 

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,

invocando el nombre del Señor.

Cumpliré al Señor mis votos

en presencia de todo el pueblo. R/.

 

Textos paralelos.

Alzaré la copa de salvación.

1 Co 10, 16: La copa de bendición que bendecimos ¿no es comunión con la sangre de Cristo? El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?

Mucho le cuesta a Yahvé la muerte de los que le aman.

Is 53, 4: A él, que soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido.

Sal 72, 14: Que lo rescate de la crueldad y violencia, que aprecie en mucho su  sangre.

Tu siervo, hijo de tu esclava.

Sal 86, 16: Mírame y ten piedad, da fuerzas a tu siervo, salva al hijo de tu esclava.

Cumpliré mis votos a Yahvé.

Jon 2, 10: Yo, en cambio, te cumpliré mis votos, mi sacrificio será un grito de acción de gracias: la salvación viene del Señor.

 

Notas exegéticas.

116 “Aleluya” según griego; unido por el hebreo al salmo anterior, como en los dos salmos siguientes.

116 13 Rito de acción de gracias conservado en las liturgias judía y cristiana.

116 15 La muerte rompería toda la relación entre ellos y él. Las versiones han interpretado este texto conforme a la idea de la resurrección: “preciosa es a los ojos de Yahvé la muerte de sus amigos”.

 

Segunda lectura.

Lectura de la segunda carta a los Hebreos 9, 14-15

Hermanos:

Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tienda es más grande y más perfecta: no hecha por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No lleva sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros, y la ceniza de una becerra santifican con su aspersión a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, para que demos culto al Dios vivo! Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

 

Textos paralelos.

¡Cuánto más la sangre de Cristo!

2 Co 13, 13:  La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros.

1 P 1, 18-19: Sabed que os han rescatado de vuestra vana conducta heredada, no con plata y oro corruptibles, sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin mancha ni tacha.

Hb 10, 10: Pues según esta voluntad, quedamos consagrados por la ofrenda, hecha una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo.

Nuestra conciencia.

Hb 6, 1: Por eso dejaremos lo elemental de la doctrina cristiana y nos ocuparemos de lo maduro. No vamos a echar otra vez los cimientos, o sea: el arrepentimiento de las obras muertas, la fe en Dios.

Hb 12, 28: Así, al recibir un reino inconmovible, seamos agradecidos, sirviendo a Dios como a él le agrada, con respeto y reverencia.

Rm 1, 9: Tomo por testigo a Dios, a quien doy culto espiritual anunciando la buena noticia de su Hijo, de que sin cesar os recuerdo.

 

Notas exegéticas.

9 14 (a) Var.: “Espíritu Santo”.

9 14 (b) El sacrificio de Cristo no es menos real que los sacrificios antiguos, también es cruento. Pero es incomparablemente superior, pues se trata del compromiso personal de un hombre sin pecado, animado por el Espíritu Santo. De ahí proviene su eficacia para purificar conciencias y unir a los hombres con Dios.

9 15 Esta sección paralela a 8, 6-13, demuestra la necesidad de la muerte de Cristo para ejercer su mediación. La palabra griega diatheke traducía en la Biblia griega la palabra berit, alianza, cuando en realidad tenía el sentido corriente de “testamento”. Todo el pasaje juega con este doble sentido de la palabra. La “alianza” exige la muerte del “testador”. Además, la conclusión de una alianza exige una efusión de sangre. Por tanto, Cristo tenía que morir para fundar la alianza nueva.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 14, 12-16.22-26.

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

Él envió a dos discípulos, diciéndoles:

-Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

-Tomad, esto es mi cuerpo.

Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio, y todos bebieron. Y les dijo:

-Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.

Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.

 

Textos paralelos.

 

Mc 14, 12-15

Mt 26, 17-19

Lc 22, 7-13

El primer día de los ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos:

 

 

 

 

 

-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

 

Él despachó a dos discípulos encargándoles:

 

-Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua. Seguidlo y donde entre, decid al amo de casa: de parte del Maestro, que dónde está la sala donde va a comer la cena de Pascua con sus discípulos. Él os mostrará un salón en el piso superior preparado con divanes. Preparádnoslo allí.

El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

 

 

 

 

 

 

-¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?

 

Les contestó:

 

 

-Id a la ciudad, a un tal, y decidle: es un mensaje del Maestro: Mi hora está próxima; en tu casa celebraré la Pascua con mis discípulos.

 

 

 

 

 

 

 

Los discípulos prepararon la cena de Pascua siguiendo las instrucciones de Jesús.

Llegó el día de los ázimos, cuando había que sacrificar la víctima pascual. Jesús envió a Pedro y a Juan encargándoles:

-Id a prepararnos la cena de Pascua.

Le dijeron:

 

-¿Dónde quieres que te la preparemos?

 

 

Les respondió:

 

 

-Cuando entréis en la ciudad, os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua. Seguidlo hasta la casa donde entre y decid al amo de la casa: De parte del Maestro, que dónde está la sala donde va a comer la cena de Pascua con sus discípulos. Él os mostrará un salón en el piso superior con divanes.

 

Fueron, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Id a la ciudad. O saldrá una persona con un cántaro de agua.

1 S 10, 2-5: El Señor te unge como jefe de su heredad. Hoy mismo, cuando te separes de mí, te tropezarás con dos hombres junto a la tumba de Raquel, en el linde de Benjamín, que te dirán: aparecieron las burras que saliste a buscar; mira, tu padre ha olvidado el asunto de las burras y está preocupado por vosotros, pensando qué va a ser de su hijo. Sigue adelante y vete hasta la Encina del Tabor; allí te tropezarás con tres hombres que suben a visitar a Dios en Betel: uno con tres cabritos, otro con tres hogazas de pan y otro con un pellejo de vino; después de darte los buenos días, te entregarán dos panes, y tú y los aceptarás. Vete luego a Guibea de Dios, donde está la guarnición filistea; al llegar al pueblo te toparás con un grupo de profetas que baja del cerro en danza frenética, detrás de una banda de arpas y cítaras, panderos y flautas.

Mc 14, 22-25

Mt 26, 26-29

Lc 22, 15-20

1 Cor 11,23-25

Mientras cenaban, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Tomad, esto es mi cuerpo.

 

 

 

 

Y tomando la copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Les dijo:

 

-Esta es la sangre mía de la alianza, que se derrama por todos. Os aseguro que no volveré a beber del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios.

 

Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Tomad, comed, esto es mi cuerpo.

 

 

 

 

Tomando la copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:

 

-Bebed todos de ella, porque esta es mi sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados. Os digo que en adelante no beberé de este producto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros en el reino de mi Padre.

Y les dijo:

 

 

 

 

 

 

 

-Cuánto he deseado comer con vosotros esta víctima pascual antes de mi pasión. Os digo que no volveré a comerla hasta que alcance su cumplimiento en el reino de Dios. Y tomando la copa, dio gracias y dijo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Tomad esto y repartidlo entre vosotros. Os digo que en adelante no beberé del fruto de la vid hasta que no llegue el reinado de Dios.

 

 

 

 

 

 

Tomando un pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:

-Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros.

 

Igualmente tomó la copa después de cenar y dijo:

-Esta es la copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.

 

Pues yo recibí del Señor lo que os transmití: que el Señor la noche que era entregado, tomó pan, dando gracias lo partió y dijo:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.

 

Lo mismo, después de cenar, tomó la copa y dijo:

 

esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. Haced esto cada vez que la bebéis en memoria mía.

Esta es mi sangre de la alianza.

Mt 8, 11: Os digo que muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de Dios.

Una vez que cantaron los himnos.

Mc 14, 26

Mt 26, 30

Lc 22, 39

Cantaron el himno y salieron hacia el monte de los Olivos.

Cantaron el himno y salieron hacia el monte de los Olivos.

Salió y se dirigió según costumbre al monte de los Olivos y lo siguieron los discípulos.

 

Za 13, 7: Así dice el Señor de los ejércitos: Si sigues mi camino y guardas mis mandamientos, también administrarás mi templo y guardarás mis atrios, y te dejaré acercarte con esos que ahí están.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén

14 12 Según Mt Jesús daba a conocer su decisión al morador de Jerusalén a cuya casa él mismo se invitaba; según Mc, una señal llevará a los discípulos delegados a una sala que encontrarán completamente preparada. Aunque señal y preparación pudieron haberse ya convenidos de antemano, su presentación literaria, inspirada en 1 S 10, 2-5, da a la escena una aureola de presencia sobrenatural. Obsérvese además que la estructura del episodio se parece mucho a la preparación de la entrada mesiánica, Mc 14, 1-6.

14 14 Se puede entender de dos formas: “la sala que me pertenece” o, más probablemente, “la sala que necesito”.

14 24 La expresión “sangre de la alianza” es la de Ex 24, 8.

14 25 El Reino de Dios es presentado aquí con la imagen del banquete mesiánico (ver Is 25, 6¸Lc 13, 28).

14 26 Se trata de los Sal 115-118, que cantaban como acción de gracias al final de la cena pascual. Formaban la segunda parte del Hallel, serie de salmos que empezaban con la aclamación Aleluya = Alabad al Señor.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

12 EL PRIMER DÍA DE LOS (PANES) ÁZIMOS: probablemente el día anterior a la fiesta de los panes ázimos (panes sin levadura). // EL CORDERO PASCUAL, lo mismo que en el v. 14, es, lit., la Pascua. // VAYAMOS A HACER LOS PREPARATIVOS: lit. habiendo ido preparemos.

15 CON ALFOMBRAS: actualmente diríamos amueblada elegantemente.

23-24 Jesús rubrica con su propia sangre un pacto nuevo (cf. Jr 31, 31-33), que supera al de Moisés sellado con la sangre de víctimas (cf. Ex 24, 8). De todo el contexto se deduce que Jesús celebró en la cena un verdadero sacrificio, aunque incruento y misterioso: la víctima real son el cuerpo y la sangre de Jesús.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

14, 12-31 En la comida de Pascua que Cristo celebró con sus discípulos, anunció la traición de un apóstol. Debido a que Dios puede sacar el bien incluso del mal, nuestra libertad de elección hacia el mal puede, mediante las intervenciones misteriosas de la gracia de Dios, estar integrada en sus planes para nuestra redención. Cat. 597, 1339.

14, 22-25 Cristo, el Cordero inmaculado de Dios, ofreció su propio cuerpo y su propia sangre instituyendo así la Eucaristía en la Última Cena. La liturgia eucarística es una participación en el banquete celestial y la representación del único sacrificio de Cristo. En la Última Cena, el sacrificio eucarístico de Cristo anticipó su pasión y muerte de una manera incruenta. En cada Misa, se renueva ese mismo sacrificio. Las palabras de Cristo en el relato de la institución no pueden tomarse solamente de forma simbólica. La Iglesia ha enseñado siempre que tras las palabras de la consagración, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La presencia de Cristo en la Eucaristía se conoce como la presencia real, mientras que la manera del cambio se llama transustanciación. Cat. 1339-1340, 1375-1378.

14, 22 Nótese cómo las palabras usadas por Cristo en la institución de la Eucaristía son las que empleó en la multiplicación de los panes (Mc 6, 41). Las palabras “tomó”, “bendición”, “partió” y “dio” vinculan claramente la alimentación de las multitudes con la institución de la Eucaristía. Por su parte, la institución de la Eucaristía predijo la ofrenda de su cuerpo en la Cruz. Estas mismas palabras se emplean en la oración eucarística en la Misa. Cat. 1328-1332.

14, 24 Al igual que la sangre del sacrificio fue derramada en el Monte Sinaí para establecer la antigua alianza con Moisés, la sangre del sacrificio de Cristo fue derramada para establecer la antigua alianza. La oferta sacramental de su Cuerpo y Sangre reafirma el nuevo pacto de Cristo de gracia y amor. Cat. 1365.

14, 25 El “nuevo” vino representa el banquete de bodas del cielo, “donde los fieles beberán el vino nuevo convertido en la Sangre de Cristo” (Cat. 1335). La pasión y muerte de Cristo son la Pascua definitiva y, al mismo tiempo, la recepción de la Eucaristía es la definitiva comida de la Pascua. Cat. 1402-1403.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnúm: dar a los discípulos su Cuerpo y su Sangre.

1340 Al celebrar la última Cena con sus Apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.

1373 “Cristo Jesús que murió, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros” (Rm 8, 34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (C. Vaticano II, Lumen gentium, 48): en su Palabra, en la oración de la Iglesia, “allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre” (Mt 18, 20), en los pobres, los presos (cf. Mt 25, 31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, “sobre todo bajo las especies eucarísticas” (C. Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 7).

1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos” (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae, 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (C. Trento, Sesión 13ª. Decreto sobre la Santísima Eucaristía, canon 1). “Esta presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace presente total e íntegramente” (Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium fidei).

1374 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo declara que:

“No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas” (De proditione Iudae homilia, 1, 6).

Y san Ambrosio dice respecto a esta conversión:

“Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada”. (De mysteriis, 9, 50). “La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela” (Ib., 9, 52).

1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente este cambio transubstanciación” (Concilio de Trento, Ses. 13ª. Decreto de la Santísima Eucaristía c. 4).

1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarística. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de las partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo” (Ib., c. 3).

1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. “La Iglesia católica ha dado y continúa dando este culto de adoración que debe al sacramento de la Eucaristía, no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo” (Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium fideii).

1379 El sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado aguardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la Iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santísimo sacramento.

1380 Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado “hasta el fin” (Jn 13, 1), hasta el donde su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor.

“La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración” (S. Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 3).

1381 La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino solo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios”. Por ello, comentando el texto de san Lucas 22, 19: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”, san Cirilo declara: “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Salvador, porque Él, que es la verdad, no miente” (S. Pablo VI, Mysterium fidei; Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 3; S. Cirilo de Alejandría, Comentarius in Lucam, 22).

 

Concilio Vaticano II

En la realización de la obra de santificación, los párrocos han de procurar que la celebración de la Eucaristía sea el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana. Asimismo, han de esforzarse en que los fieles se alimenten espiritualmente con la recepción fervorosa y frecuente de los sacramentos y con la participación consciente y activa en la liturgia.

 

Comentarios de los Santos Padres.

La Pascua es un día más solemne gracias al bautismo, al igla que la pasión del Señor se completa el día en que nos bautizamos.

Tertuliano (160-220 d.C.), El Bautismo, 19, 1. 2, pg. 264.

Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa vid de David, tu siervo, que nos diste a conocer por Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Luego sobre el trozo de pan: Te damos gracias, Padre nuestro, por la vid y el conocimiento que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Así como este trozo estaba disperso por los campos, y reunido se ha hecho uno, así también reúne a tu Iglesia, de los confines de la tierra en tu reino.

Didaché (s. I), 9, 2-4. 2, pg. 268.

Una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman “ministros” o diáconos, dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre los que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes. Y este alimento se llama entre nosotros “Eucaristía”, de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas, y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo enseñó. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que a la manera como Jesucristo nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que por virtud de la oración al Verbo que procede de Dios, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias – alimento del que por transformación, se alimentan nuestra sangre y nuestras carnes – es la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús encarnado. Por esto, los Apóstoles en los “Recuerdos” por ellos escritos, que se llaman evangelios, nos transmitieron que así se les mandó, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: “Haced esto en memoria mía, esto es mi cuerpo”. E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: “Esta es mi sangre” y sólo les dio parte a ellos.

Justino mártir (100-162 d.C.). Apología, 1, 65-6-66, 3. 2,  pg. 269.

¿Por qué no dijo: “Este es el pan de la nueva alianza”, lo mismo que dijo: “Esta es la sangre de la nueva alianza”? (cf. Mt 26, 28; Mc 14, 24; Lc 22, 20; 1 Co 11, 25). Porque el pan es la palabra de la justicia de cuyos alimentos se nutren las almas; mientras que la bebida es la palabra del conocimiento de Cristo, conforme asu nacimiento y a su pasión.

Orígenes (184-253 d.C.). Serie de comentarios al Ev. de Mateo, 85. 2, pg. 270.

Puesto que somos dobles y compuestos, era necesario que nuestro nacimiento fuera doble, y también que el alimento fuera compuesto. Así pues, por una parte el nacimiento se nos ha dado mediante el agua y el Espíritu, me refiero al santo bautismo. Por otra parte, el alimento es el mismo pan de vida, nuestro Señor Jesucristo, que desciende de los cielos.

Juan Damasceno (675-749 d.C.). Exposición de la fe, 4, 13. 2, pg. 270.

El mismo Jesús afirma: “Esto es mi cuerpo”. Ahora bien, antes de la bendición de las palabras celestiales, los elementos tienen otro nombre; después de la consagración, se habla de un Cuerpo. Antes de la consagración se les llama de otra manera; después de la consagración recibe el nombre de Sangre… A lo que tú asientes diciendo: “Amén”; es decir, ciertamente es así. Por consiguiente, lo que dice tu boca, que lo confiese tu mente en lo íntimo. Lo que expresa tu palabra, que lo reafirme tu corazón.

Ambrosio (340-397 d.C.), Los misterios cristianos, 9, 54. 2, pg. 271.

 

San Agustín.

Nosotros no estábamos allí. No percibimos su olor y, sin embargo, creemos. Dio a sus discípulos la cena consagrada con sus manos. No estuvimos sentados a la mesa en aquel banquete. Sin embargo, a través de la fe, participamos a diario de la misma cena. Y no tengáis por algo grande el haber asistido, sin fe, a la cena ofrecida por las manos del Señor, puesto que es mejor la fe posterior que la incredulidad de entonces. Allí no estuvo Pablo, que creyó; estuvo, sin embargo Judas, que lo entregó. ¡Cuántos ahora, en la misma cena – aunque no vean la mesa de entonces, ni perciban con sus ojos, ni gusten con su paladar el pan que el Señor tuvo en sus manos –, cuántos aún ahora comen y beben su propia condenación, puesto que la cena que hoy se prepara es idéntica a aquella!

No prepares el paladar, sino el corazón. Allí se recomendó esta cena. He aquí que creemos en Cristo; le recibimos, por tanto, en la fe. Al recibirlo, conocemos lo que pensamos. Recibimos poca cosa, pero el corazón queda repleto. No es lo que se ve, sino lo que se cree lo que alimenta. Por eso no hemos pedido el testimonio del sentido exterior, ni hemos dicho: “Está bien que hayan creído quienes vieron con sus ojos si palparon con sus manos al mismo Señor resucitado – si es verdad lo que se dice –; nosotros que no lo hemos tocado, ¿cómo vamos a creer?”. 

 

S. Juan de Ávila

Caminó nuestra Arca el día del Jueves Santo desde Betania al sacro Cenáculo de Jerusalem (Mt 26, 17ss; Mc 14, 12ss), dejando allí a su sacratísima Madre muy llena de penas, como lo iba Él; y anduvo camino de dos millas, con pasos bastantes para cansar a su delicadísimo cuerpo, mayormente con la carga de la compasión que de su sagrada Madre llevaba. Y después de esta procesión que con sus discípulos hijo (Jn 18, 1ss), se siguió otra, desde el dicho Cenáculo hasta el huerto de Getsemaní, donde fue preso; que hay dos mil y trescientos y treinta y ocho pasos que, según Él estaría cansado del primero camino, y del trabajo de lavar los pies a sus discípulos, y de la gran tristeza que su ánima sintió, no se pudieron dejar de andar sin grande cansancio.

Víspera del Corpus, 10. III, pg. 492.

¿Qué es esto que habéis hecho, Señor, entre nosotros? ¿Qué misericordias son estas? ¿Quién lo podrá decir? ¿De este arte vino el maná? Estaban los judíos muy ufanos porque el Señor les había dado aquel pan. Dijo Jesucristo: El Padre eterno os dio este pan, no del aire, sino pan del cielo (cf. Jn 6, 31). ¿Qué queréis decir? Que Dios dio a los hombres Panem angelorum. Dioles pan de ángeles, pan de dulzura (Sal 77, 25). ¡Oh cosa nueva y muy maravillosa, que el pan del cielo, el pan que allá comen los ángeles, coman acá los hombres! Gozan los ángeles de este bendito Pan, y comen de él y gozan de la divinidad de Jesucristo, y gozan de su santa humanidad; y este gozar es comer y ser bienaventurados.

-Padre, si es pan de reyes, ¿cómo se da a los pobres? Si es pan de altos, ¿por qué se da a los bajos? Si es pan del cielo, ¿por qué se da en la tierra? ¿Qué mercedes son estas que le hacéis al hombre? ¿Qué misericordias estas que le concedéis? – Cuando Dios crió a nuestros padres primeros en el paraíso, dioles manjares conque se mantuviese, que fueron aquellas frutas. ¡Qué gran merced fue, señor, la que entonces hecisteis en darles manjar! Pero también se lo distes a las bestias, que todas comían de él; no es eso grande honra. Si me convidase el emperador o el papa y me sentase a su mesa, esta sería honra; pero sentarme con una bestia, no fue aquella honra, sino aquesta que Jesucristo nos hizo cuando dijo: Tomad y comed; este es mi cuerpo (c f. Mt 26, 27; Mc 14, 22; Lc 22, 19). Agora nos sentamos a una mesa los ángeles y los hombres; todos comemos un manjar, todos comemos de un pan y de una dulcedumbre. – Pues que todos comemos de un manjar, ¿en qué diferimos? – en que los ángeles comen clara y abiertamente, y los hombres lo comen por fe.

Aparejado has, Señor, al pobre, manejar en dulcedumbre. Si no tienes qué comer, si no tienes qué vestir, si estas muy pobre, si estás afligido, si tienes fatigas, si estás lleno de tentaciones, mira y goza de estas palabras: Aparejaste al pobre, Señor, en dulcedumbre. ¿Qué quiere decir esto? Que ansí como el pan que envió Dios del aire, el maná que envió a los hijos de Israel, era tal y de tanta virtud, que los mantenía y cumplía sus apetitos y hartaba, dándose a cada uno en aquella forma de sabor que había menester y lo deseaba, ansí agora este Pan bendito, este Pan de ángeles, este Pan del cielo da alegría y consuelo, y enriquece, y sana, y da vida, y resucita; finalmente, que en cada uno obra lo que ha menester. ¿Qué te falta? ¿Consejo? Ven a Jesucristo. ¿Estás pobre? Ven a Jesucristo. ¿Estás tentado? Ven a Jesucristo. No haya cosa, no haya necesidad con la cual no vayas luego a Jesucristo; en Él, y no en otro, está el consejo, el remedio y ayuda contra todos los males, y (Él es) el que sabe, puede y quiere darte y hacerte todos los bienes.

En la infraoctava del Corpus, 19-20. III, pg. 531-532.

Si eres devoto de la encarnación, aquí en el Sacramento hallarás esa contemplación, aunque no del todo semejante, pero muy aparente. Piensa que, como cuando Jesucristo encarnó bajó del cielo, ansí abaja agora también al altar, no por lugar, que eso es falso, porque si a cada parte del mundo donde cada día celebran hobiera de ir, anduviera como correo que nunca parara, andando de acá para allá. Pues no abaja de esa manera. - ¿No? ¿Pues cómo se abaja Jesucristo a cada parte donde se consagra el pan? – Porque la palabra de Dios lo quiso así, que en diciendo el sacerdote de parte de Jesucristo: Este es mi cuerpo (cf. Mt 26, 26; Mc 14, 22; Lc 22, 19), luego se halla allí, y no saldrá mentirosa la palabra de Dios. Antes se hundirán los cielos y la tierra que falte Jesucristo de hallarse aquí cada y cuando que el sacerdote las palabras que hemos dicho de parte suya dice.

En la infraoctava del Corpus, 15. III, pg. 549.

Tampoco trae espada, porque no viene a juzgar el mundo, sino a salvarlo; ni viene huyendo de la muerte, sino a buscarla, y dar su ánima, como Él lo dice, por rescate de muchos (cf. Mt 26, 28; Mc 14, 24). ¿Quién no se admira de tal caridad, que no mira a su descanso, sino a nuestro provecho y lo desea tanto, que no dudó de perder su vida por darnos vida, y matar en sí mismo las enemistades que estaban entre Dios y nosotros, como dice San Pablo? (cf. EF 2, 16). Si quieres saber por qué el Señor anda solo, por qué pierde su vida en la cruz, es por hacer paces entre Dios y los hombres; lo cual no puede haber habiendo pecados, ni se pueden quitar los pecados sino por la muerte y por derramamiento de la sangre de Jesucristo.

Santísimo Sacramento, 2. III, pg. 655.

 

San Oscar Romero.

Por eso decía y termino diciendo: que toda la sangre, todos los cadáveres, todos los misterios de iniquidad y de pecado, todas las torturas, todos esos antros de nuestros cuerpos de seguridad, donde lamentablemente mueren lentamente muchos hombres, no están para siempre perdidos, hay un horizonte escatológico que iluminará toda esa tiniebla y hará entonces cantar la victoria a la verdad y a la justicia; y será el triunfo definitivo de todos los que lucharon por la justicia y por el amor.

 

La Eucaristía alimenta todo lo reivindicativo de la tierra porque le da su verdadero horizonte y cuando un hombre o un grupo quieren trabajar sólo por la tierra y no tiene horizonte de eternidad y no le importan esos horizontes religiosos, no es un liberador completo, no se puede fiar de él. Hoy luchan por el poder y mañana desde el poder serán los peores represores si no se tiene un horizonte más allá de la historia que sancione lo bueno y lo malo de lo que hacemos los hombres en la tierra, no puede haber justicia verdadera ni reivindicaciones eficaces.

Démosle gracias a Dios que en esta fiesta del Corpus, enmarcada en tanta tragedia, también animada por tanta fuerza reivindicadora, tanta fuerza política del pueblo, Cristo, no se siente extraño, Cristo, también es torturado; Cristo, también es ajusticiado en injusticias; Cristo, un inocente muerto en crimen; Cristo, el gran liberador, le está dando sentido a tanta muerte, a tanto cadáver, a tanta sangre y sin duda que santifica con esa perspectiva de vida eterna y de esperanza: "tomad y comed esto es mi Cuerpo, esta es la sangre de la alianza eterna". Así sea...

Homilía, 17 de junio de 1979.

 

Papa Francisco. Regina Coeli. 7 de junio de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy se celebra en muchos países, entre ellos Italia, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo o, según la expresión en latín más conocida, la solemnidad del Corpus Christi.

El Evangelio presenta el relato de la institución de la Eucaristía, realizada por Jesús durante la última Cena, en el cenáculo de Jerusalén. La víspera de su muerte redentora en la cruz, Él realizó lo que había predicho: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo... El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (Jn 6, 51.56). Jesús toma entre sus manos el pan y dice «Tomad, esto es mi Cuerpo» (Mc 14, 22). Con este gesto y con estas palabras, Él asigna al pan una función que no es más la de simple alimento físico, sino la de hacer presente su Persona en medio de la comunidad de los creyentes.

La última Cena representa el punto de llegada de toda la vida de Cristo. No es solamente anticipación de su sacrificio que se realizará en la cruz, sino también síntesis de una existencia entregada por la salvación de toda la humanidad. Por lo tanto, no basta afirmar que en la Eucaristía Jesús está presente, sino que es necesario ver en ella la presencia de una vida donada y participar de ella. Cuando tomamos y comemos ese Pan, somos asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos a realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todo a los más pobres.

La fiesta de hoy evoca este mensaje solidario y nos impulsa a acoger la invitación íntima a la conversión y al servicio, al amor y al perdón. Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de lo que celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que viene a nuestro encuentro en los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en el que sufre e implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la salvación, que no tiene fe. Está en cada ser humano, también en el más pequeño e indefenso.

La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano. Y hoy, lo sabemos, es un problema cada vez más grave.

Que la fiesta del Corpus Christi inspire y alimente cada vez más en cada uno de nosotros el deseo y el compromiso por una sociedad acogedora y solidaria. Pongamos estos deseos en el corazón de la Virgen María, Mujer eucarística. Que Ella suscite en todos la alegría de participar en la santa misa, especialmente el domingo, y la valentía alegre de testimoniar la infinita caridad de Cristo.

 

Papa Francisco. Regina Coeli. 3 de junio de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy en muchos países, entre ellos Italia, se celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo o, según la expresión latina más conocida, la solemnidad del Corpus Domini. El Evangelio nos trae las palabras de Jesús, pronunciadas en la Última Cena con sus discípulos: «Tomad, este es mi cuerpo». Y después: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos» (Marcos, 14, 22-24)

Precisamente en la fuerza de ese testamento de amor, la comunidad cristiana se reúne cada domingo y cada día, en torno a la eucaristía, sacramento del sacrificio redentor de Cristo. Y atraídos por su presencia real, los cristianos lo adoran y lo contemplan a través del humilde signo del pan convertido en su Cuerpo. Cada vez que celebramos la eucaristía, a través de este Sacramento sobrio y al mismo tiempo solemne, experimentamos la Nueva Alianza, que realiza en plenitud la comunión entre Dios y nosotros. Y como participantes de esta Alianza, nosotros, aunque pequeños y pobres, colaboramos en la edificación de la historia, como quiere Dios. Por eso, toda celebración eucarística a la vez que constituye un acto de culto público a Dios, recuerda la vida y hechos concretos de nuestra existencia. Mientras nos nutrimos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos asimilamos a Él, recibimos en nosotros su amor, no para retenerlo celosamente, sino para compartirlo con los demás. Esta lógica está inscrita en la eucaristía, recibimos su amor en nosotros y lo compartimos con los demás. Esta es la lógica eucarística. En ella, de hecho, contemplamos a Jesús como pan partido y donado, sangre derramada por nuestra salvación. Es una presencia que, como un fuego, quema en nosotros las actitudes egoístas, nos purifica de la tendencia a dar sólo cuando hemos recibido, y enciende el deseo de hacernos, también nosotros, en unión con Jesús, pan partido y sangre derramada por los hermanos.

Por lo tanto, la fiesta del Corpus Domini es un misterio de atracción y de transformación en Él. Y es escuela de amor concreto, paciente y sacrificado, como Jesús en la cruz. Nos enseña a ser más acogedores y disponibles con quienes están en búsqueda de comprensión, ayuda, aliento y están marginados y solos. La presencia de Jesús vivo en la eucaristía es como una puerta, una puerta abierta entre el templo y el camino, entre la fe y la historia, entre la ciudad de Dios y la ciudad del hombre. Expresión de la piedad eucarística popular son las procesiones con el Santísimo Sacramento, que en la solemnidad de hoy se llevan a cabo en muchos países. También yo, esta tarde, en Ostia —como lo hizo el beato Pablo VI hace 50 años— celebraré la misa, a la que seguirá la procesión con el Santísimo Sacramento. Os invito a participar a todos, también espiritualmente, a través de la radio y la televisión. Que la Virgen nos acompañe en este día.

 

Papa Francisco. Regina Coeli.  6 de junio de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El Evangelio nos presenta el relato de la Última Cena (Mc 14, 12-16. 22-26). Las palabras y los gestos del Señor nos tocan el corazón: toma el pan en sus manos, pronuncia la bendición, lo parte y lo entrega a los discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi cuerpo» (v. 22).

Es así, con sencillez, que Jesús nos da el mayor sacramento. El suyo es un gesto humilde de donación, un gesto de compartir. En la culminación de su vida, no reparte pan en abundancia para alimentar a las multitudes, sino que se parte a sí mismo en la cena de la Pascua con los discípulos. De este modo, Jesús nos muestra que el objetivo de la vida es el donarse, que lo más grande es servir. Y hoy encontramos la grandeza de Dios en un trozo de pan, en una fragilidad que desborda de amor y desborda de compartir. Fragilidad es precisamente la palabra que me gustaría subrayar. Jesús se hace frágil como el pan que se rompe y se desmigaja. Pero precisamente ahí radica su fuerza, en su fragilidad. En la Eucaristía la fragilidad es fuerza: fuerza del amor que se hace pequeño para ser acogido y no temido; fuerza del amor que se parte y se divide para alimentar y dar vida; fuerza del amor que se fragmenta para reunirnos a todos nosotros en la unidad.

Y hay otra fuerza que destaca en la fragilidad de la Eucaristía: la fuerza de amar a quien se equivoca. Es en la noche en que fue traicionado que Jesús nos da el Pan de Vida. Nos hace el mayor regalo mientras siente en su corazón el abismo más profundo: el discípulo que come con él, que moja su bocado en el mismo plato, lo está traicionando. Y la traición es el mayor dolor para los que aman. ¿Y qué hace Jesús? Reacciona ante el mal con un bien mayor. Al “no” de Judas responde con el “sí” de la misericordia. No castiga al pecador, sino que da su vida por él, paga por él. Cuando recibimos la Eucaristía, Jesús hace lo mismo con nosotros: nos conoce, sabe que somos pecadores, sabe que cometemos muchos errores, pero no renuncia a unir su vida a la nuestra. Él sabe que lo necesitamos, porque la Eucaristía no es el premio de los santos, ¡no! Es el Pan de los pecadores. Por eso nos exhorta: “¡No tengan miedo! Tomen y coman”.

Cada vez que recibimos el Pan de Vida, Jesús viene a dar un nuevo sentido a nuestras fragilidades. Nos recuerda que a sus ojos somos más valiosos de lo que pensamos. Nos dice que se complace si compartimos con Él nuestras fragilidades. Nos repite que su misericordia no teme nuestras miserias. La misericordia de Jesús no teme nuestras miserias. Y, sobre todo, nos cura con amor de aquellas fragilidades que no podemos curar por nosotros mismos: ¿Qué fragilidades? Pensemos: la de sentir resentimiento hacia quienes nos han hecho daño —esta no la podemos sanar solos—; la de distanciarnos de los demás y aislarnos en nuestro interior —esta no la podemos sanar solos—; la de autocompadecernos y quejarnos sin encontrar descanso —tampoco esta la podemos sanar nosotros solos—. Es él quien nos sana con su presencia, con su pan, con la Eucaristía. La Eucaristía es una medicina eficaz contra estas cerrazones. El Pan de Vida, de hecho, cura las rigideces y las transforma en docilidad. La Eucaristía sana porque nos une a Jesús: nos hace asimilar su manera de vivir, su capacidad de partirse y entregarse a los hermanos, de responder al mal con el bien. Nos da el valor de salir de nosotros mismos y de inclinarnos con amor hacia la fragilidad de los demás. Como hace Dios con nosotros. Esta es la lógica de la Eucaristía: recibimos a Jesús que nos ama y sana nuestras fragilidades para amar a los demás y ayudarles en sus fragilidades. Y esto durante toda la vida. Hoy en la Liturgia de las Horas hemos rezado un himno: cuatro versos que son el resumen de toda la vida de Jesús. Y nos dicen que Jesús al nacer se hizo compañero de viaje en la vida. Después, en la cena, se dio como alimento. Luego, en la cruz, en su muerte, se hizo “precio”: pagó por nosotros. Y ahora, reinando en los Cielos es nuestro premio, que vamos a buscar, el que nos espera.

Que la Santísima Virgen, en quien Dios se hizo carne, nos ayude a acoger con corazón agradecido el don de la Eucaristía y a hacer también de nuestra vida un don. Que la Eucaristía nos haga un don para todos los demás.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 18 de junio de 2006.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, en Italia y en otros países se celebra la solemnidad del Corpus Christi, que en Roma ya tuvo su momento culminante en la procesión del jueves pasado por las calles de la ciudad. Es la fiesta solemne y pública de la Eucaristía, sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El misterio instituido en la última Cena, que cada año se conmemora el Jueves santo, en este día se manifiesta a todos, rodeado del fervor de fe y de devoción de la comunidad eclesial.

En efecto, la Eucaristía constituye el "tesoro" de la Iglesia, la valiosa herencia que su Señor le ha legado. Y la Iglesia la custodia con el máximo cuidado, celebrándola diariamente en la santa misa, adorándola en las iglesias y en las capillas, distribuyéndola a los enfermos y, como viático, a cuantos parten para el último viaje.

Pero este tesoro, que está destinado a los  bautizados, no agota su radio de  acción en el ámbito de la Iglesia:  la  Eucaristía  es  el  Señor Jesús que se entrega "para la vida del mundo" (Jn 6, 51). En todo tiempo y en todo lugar, él quiere encontrarse con el hombre y llevarle la vida de Dios. No sólo. La Eucaristía tiene también un valor cósmico, pues la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo constituye el principio de divinización de la misma creación.

Por eso la fiesta del Corpus Christi se caracteriza de modo particular por la tradición de llevar el santísimo Sacramento en procesión, un gesto denso de significado. Al llevar la Eucaristía por las calles y las plazas, queremos introducir el Pan bajado del cielo en nuestra vida diaria; queremos que Jesús camine por donde caminamos nosotros, que viva donde vivimos nosotros. Nuestro mundo, nuestra existencia debe transformarse en su templo. En este día la comunidad cristiana proclama que la Eucaristía es todo para ella, es su vida misma, la fuente del amor que vence la muerte. De la comunión con Cristo Eucaristía brota la caridad que transforma nuestra existencia y sostiene el camino de todos nosotros hacia la patria celestial.

Por eso la liturgia nos invita a cantar:  "Buen pastor, pan verdadero (...). Tú que todo lo sabes y todo lo puedes, y nos alimentas en la tierra, lleva a tus hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos".

María es la "mujer eucarística", como la definió el Papa Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucharistia. Pidamos a la Virgen que todos los cristianos profundicen la fe en el misterio eucarístico, para que vivan en constante comunión con Jesús y sean de verdad sus testigos.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 14 de junio de 2009.

Queridos hermanos y hermanas:

Se celebra hoy en varios países, entre los cuales Italia, el Corpus Christi, la fiesta de la Eucaristía, en la que el sacramento del Cuerpo del Señor se lleva solemnemente en procesión. ¿Qué significa para nosotros esta fiesta? No sólo hace pensar en el aspecto litúrgico; en realidad, el Corpus Christi es un día que implica la dimensión cósmica, el cielo y la tierra. Evoca ante todo —al menos en nuestro hemisferio— esta estación tan hermosa y perfumada en la que la primavera se transforma ya en verano, el sol brilla con fuerza en el cielo y en los campos madura el trigo. Las fiestas de la Iglesia, como las judías, siguen el ritmo del año solar, de la siembra y la cosecha. En particular, esto destaca en la solemnidad de hoy, en cuyo centro está el signo del pan, fruto de la tierra y del cielo. Por eso, el Pan eucarístico es el signo visible de Aquel en el que el cielo y la tierra, Dios y el hombre, han llegado a ser uno. Y esto muestra que la relación con las estaciones no es para el año litúrgico algo meramente exterior.

La solemnidad del Corpus Christi está íntimamente relacionada con la Pascua y con Pentecostés: la muerte y la resurrección de Jesús y la efusión del Espíritu Santo son sus presupuestos. Además, está inmediatamente unida a la fiesta de la Trinidad, celebrada el domingo pasado. Sólo porque Dios mismo es relación, puede existir relación con él; y sólo porque es amor, puede amar y ser amado. Así, el Corpus Christi es una manifestación de Dios, un testimonio de que Dios es amor.

De un modo único y peculiar, esta fiesta nos habla del amor divino, de lo que es y de lo que hace. Nos dice, por ejemplo, que se regenera al entregarse, se recibe al darse, no disminuye y no se consuma, como canta un himno de santo Tomás de Aquino: "nec sumptus consumitur". El amor lo transforma todo y, por tanto, se comprende que en el centro de esta fiesta del Corpus Christi está el misterio de la transubstanciación, signo de Jesucristo que transforma el mundo. Al contemplarlo y adorarlo, decimos: sí, el amor existe, y, puesto que existe, las cosas pueden mejorar y nosotros podemos esperar. La esperanza que brota del amor de Cristo nos da la fuerza para vivir y afrontar las dificultades. Por eso cantamos mientras llevamos en procesión el Santísimo Sacramento; cantamos y alabamos a Dios, que se ha revelado escondiéndose en el signo del pan partido. Todos tenemos necesidad de este Pan, porque es largo y fatigoso el camino hacia la libertad, la justicia y la paz.

Podemos imaginar con cuánta fe y amor la Virgen habrá recibido y adorado en su corazón la santa Eucaristía. Cada vez era para ella como revivir todo el misterio de su Hijo Jesús: desde la concepción hasta la resurrección. "Mujer eucarística" la llamó mi venerado y amado predecesor Juan Pablo II. Aprendamos de ella a renovar continuamente nuestra comunión con el Cuerpo de Cristo, para amarnos unos a otros como él nos amó.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 10 de junio de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy en Italia y en muchos otros países se celebra el Corpus Christi, es decir, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, la Eucaristía. Es tradición siempre viva, en este día, tener solemnes procesiones con el Santísimo Sacramento por las calles y en las plazas. En Roma, esta procesión ya ha tenido lugar a nivel diocesano el jueves pasado, día preciso de esta solemnidad, que cada año renueva en los cristianos la alegría y la gratitud por la presencia eucarística de Jesús en medio de nosotros.

La fiesta del Corpus Christi es un gran acto de culto público de la Eucaristía, sacramento en el que el Señor permanece presente también más allá del momento de la celebración, para estar siempre con nosotros, a lo largo del paso de las horas y de los días. Ya san Justino, que nos dejó uno de los testimonios más antiguos sobre la liturgia eucarística, afirma que, después de la distribución de la Comunión a los presentes, el pan consagrado lo llevaban los diáconos también a los ausentes (cf. Apología 1, 65). Por eso, el lugar más sagrado en las iglesias es precisamente donde se custodia la Eucaristía. A este respecto no puedo menos de pensar con conmoción en las numerosas iglesias que quedaron dañadas seriamente por el reciente terremoto en Emilia Romaña, en el hecho de que el Cuerpo eucarístico de Cristo, en el Sagrario, ha permanecido en algunos casos bajo los escombros. Rezo con afecto por las comunidades, que con sus sacerdotes deben reunirse para la santa misa al aire libre o en grandes tiendas de campaña; les agradezco su testimonio y lo que están haciendo en favor de toda la población. Es una situación que pone de relieve aún más la importancia de estar unidos en el nombre del Señor, y la fuerza que viene del Pan eucarístico, también llamado «pan de los peregrinos». Del compartir este Pan nace y se renueva la capacidad de compartir también la vida y los bienes, de sobrellevar unos el peso de los otros, de ser hospitalarios y acogedores.

La solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor nos propone nuevamente también el valor de la adoración eucarística. El siervo de Dios Pablo VI recordaba que la Iglesia católica profesa el culto de la Eucaristía «no sólo durante la misa, sino también fuera de su celebración, conservando con la máxima diligencia las hostias consagradas, presentándolas a la solemne veneración de los fieles cristianos, llevándolas en procesión con alegría de la multitud del pueblo cristiano» (Enc. Mysterium fidei, 32). La oración de adoración se puede realizar tanto personalmente, permaneciendo en recogimiento ante el Sagrario, como en forma comunitaria, también con salmos y cantos, pero siempre privilegiando el silencio, en el cual escuchar interiormente al Señor vivo y presente en el Sacramento. La Virgen María es maestra también de esta oración, porque nadie más y mejor que ella ha sabido contemplar a Jesús con los ojos de la fe y acoger en el corazón las íntimas resonancias de su presencia humana y divina. Que por su intercesión se difunda y crezca en cada comunidad eclesial una auténtica y profunda fe en el Misterio eucarístico.

 

Francisco. Catequesis. Vicios y virtudes. 20. La humildad.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Concluimos este ciclo de catequesis deteniéndonos en una virtud que no forma parte de la lista de las siete virtudes cardinales y teologales, pero que está en la base de la vida cristiana: esta virtud es la humildad. Ella es la gran antagonista del más mortal de los vicios, es decir, la soberbia. Mientras el orgullo y la soberbia hinchan el corazón humano, haciéndonos aparentar más de lo que somos, la humildad devuelve todo a su justa dimensión: somos criaturas maravillosas pero limitadas, con virtudes y defectos. La Biblia nos recuerda desde el principio que somos polvo y al polvo volveremos (cfr. Gn 3,19); «humilde», de hecho, viene de humus, tierra. Sin embargo, a menudo surgen en el corazón humano delirios de omnipotencia, tan peligrosos que nos hacen mucho daño.

Para liberarnos de la soberbia, bastaría muy poco; bastaría contemplar un cielo estrellado para redescubrir la justa medida, como dice el Salmo: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para que de él te cuides?» (8, 4-5). La ciencia moderna nos permite ampliar mucho más el horizonte y sentir aún más el misterio que nos rodea y nos habita.

¡Bienaventuradas las personas que guardan en su corazón esta percepción de su propia pequeñez! Estas personas están a salvo de un vicio feo: la arrogancia. En sus Bienaventuranzas, Jesús parte precisamente de ellos: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). Es la primera Bienaventuranza porque es la base de las que siguen: de hecho, la mansedumbre, la misericordia, la pureza de corazón surgen de ese sentimiento interior de pequeñez. La humildad es la puerta de entrada de todas las virtudes.

En las primeras páginas de los Evangelios, la humildad y la pobreza de espíritu parecen ser la fuente de todo. El anuncio del ángel no tiene lugar a las puertas de Jerusalén, sino en una remota aldea de Galilea, tan insignificante que la gente decía: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). Sin embargo, desde allí renace el mundo. La heroína elegida no es una pequeña reina criada entre algodones, sino una muchacha desconocida: María. Ella misma es la primera en asombrarse cuando el ángel le trae el anuncio de Dios. Y en su cántico de alabanza, destaca precisamente este asombro: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora» (Lc 1, 46-48). Dios -por así decirlo- se siente atraído por la pequeñez de María, que es sobre todo una pequeñez interior. Y también lo atrae nuestra pequeñez, cuando la aceptamos.

A partir entonces, María tendrá cuidado de no pisar el escenario. Su primera decisión tras el anuncio angélico es ir a ayudar, ir a servir a su prima. María se dirige hacia las montañas de Judá, para visitar a Isabel: la asistirá en los últimos meses de su embarazo. Pero, ¿quién ve este gesto? Nadie salvo Dios. Parece que la Virgen no quiere salir nunca de este escondimiento. Como cuando, desde la multitud, una voz de mujer proclama su bienaventuranza: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!». (Lc 11,27). Pero Jesús replica inmediatamente: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28). Ni siquiera la verdad más sagrada de su vida -el ser la Madre de Dios- se convierte en motivo de jactancia ante los demás. En un mundo que es una carrera para aparentar, para demostrarse superior a los demás, María camina con decisión, solamente con la fuerza de la gracia de Dios, en dirección contraria.

Podemos imaginar que ella también conoció momentos difíciles, días en los que su fe avanzaba en la oscuridad. Pero esto nunca hizo vacilar su humildad, que en María fue una virtud granítica. Esto quiero subrayarlo: la humildad es una virtud granítica. Pensemos en María: ella siempre es pequeña, siempre desprendida de sí misma, siempre libre de ambiciones. Esta pequeñez suya es su fuerza invencible: es ella quien permanece a los pies de la cruz mientras se hace añicos la ilusión de un Mesías triunfante. Será María, en los días que preceden Pentecostés, quien reúna el rebaño de los discípulos, que no habían sido capaces de velar ni siquiera una hora con Jesús y le habían abandonado cuando llegó la tormenta.

Hermanos y hermanas, la humildad es todo. Es lo que nos salva del Maligno y del peligro de convertirnos en sus cómplices. Y la humildad es la fuente de la paz en el mundo y en la Iglesia. Donde no hay humildad hay guerra, hay discordia, hay división. Dios nos ha dado ejemplo de humildad en Jesús y María, para que sea nuestra salvación y felicidad. Y la humildad es precisamente la vía, el camino hacia la salvación. ¡Gracias!

 

MISA DE NIÑOS. X T.ORDINARIO.

Monición de entrada.

Bienvenidos a la misa.

Cada domingo venimos a misa porque queremos oír y recibir a Jesús.

Así le escuchamos en las lecturas.

Y le recibimos en la comunión.

Estemos atentos para que nuestro corazón esté muy abierto a Él.

 

 Señor, ten piedad.

Tú, el vencedor. Señor, ten piedad.

Sálvanos con tu poder. Cristo, ten piedad.

Líbranos de todo mal. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco y nuestro obispo Enrique. Te lo pedimos Señor.

-Por los cristianos que son insultados.   Te lo pedimos Señor.

-Por los que luchan contra el mal. Te lo pedimos, Señor.

-Por los que no se dejan ganar por el mal. Te lo pedimos, Señor.

-Por nosotros, que queremos ser buenos. Te lo pedimos Señor.

 

 Acción de gracias.

Virgen María, te damos gracias ayudarnos en esta misa a escuchar a Jesús y recibirle en la comunión. Gracias por cuidar de nosotros.

 

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS DE CORBERA.  FIESTA DEL CORPUS.

EXPERIENCIA.

Abre el vídeo y mira el minuto 4: https://www.youtube.com/watch?v=r9Ekox8grgs 

Fíjate en la luz, los objetos, el lugar, los gestos, las palabras, los silencios.

Escucha con los ojos cerrados el vídeo.

¿Cómo te sientes? ¿Qué nos da Jesús?

REFLEXIÓN.

Lee el evangelio de este domingo.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 14, 12-16.22-26.

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

Él envió a dos discípulos, diciéndoles:

-Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

-Tomad, esto es mi cuerpo.

Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio, y todos bebieron. Y les dijo:

-Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.

Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.

Después de leer el texto permanece en silencio dos minutos, sin pensar en nada, dejando que el pan y el vino de la Palabra de Dios repose en tu interior.

Mastica esta Palabra: ¿qué dice, que te dice?

Rúmiala, repitiendo en silencio la frase “tomad, esto es mi cuerpo” durante uno, dos, tres,… minutos.

Este domingo es la fiesta del Corpus. Recuerda tu primera comunión, las veces que has comulgado.

Recuerda la procesión del Corpus, la presencia de Jesús en el sagrario. Él estaba allí, en el silencio de la custodia, de la capilla, para mirarte, para escucharte.

Y está en tu corazón: ¿qué le dices?

 

COMPROMISO.

Él está en el hermano que sufre, que migra a otros países. Mira ahora este vídeo y pregúntate que puedes hacer tú por las personas que llegan a tu barrio o pueblo, huyendo de la violencia, del hambre, de la falta de futuro: https://www.youtube.com/watch?v=Q_iqn7N2bYw

CELEBRACIÓN.

Escucha la canción Al estar en tu presencia del grupo Hakuna. https://www.youtube.com/watch?v=vltzGzkiyXs

 

BIBLIOGRAFÍA.

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Biblia de Jerusalén. 5ª edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.

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Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.

Secretariado Nacional de Liturgia. Libro de la Sede. Primera edición: 1983. Coeditores Litúrgicos. Barcelona. 2004.

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Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 2. Evangelio según san Marcos. Ciudad Nueva. Madrid. 2009.

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