Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 1-11
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el
mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento
que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados.
Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividía, postrándose
encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a
hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. residían
entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo
el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados,
porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos
y admirados, diciendo:
-¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo
es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre
nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y
Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de
Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos
como prosélitos; también cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las
grandezas de Dios en nuestra propia lengua.
Textos
paralelos.
Al llegar el día de Pentecostés.
Ex 23, 14: Tres veces al año
vendréis en romería.
De repente vino del cielo
un ruido como una impetuosa ráfaga de viento.
Hch 4, 31: Al terminar la
súplica, tembló el lugar donde estaban congregados, se llenaron de Espíritu
Santo y anunciaban el mensaje de Dios con franqueza.
Jn 3, 8: El viento sopla hacia
donde quiere: oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así
sucede con el que ha nacido del Espíritu.
Sal 104, 30: Envías tu aliento
y los recreas y renuevas la faz de la tierra.
Sal 33, 6: Por la palabra del
Señor se hizo el cielo, por el aliento de su boca sus ejércitos.
Jn 20, 22: Dicho esto, sopló
sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.
Entonces quedaron todos
llenos de Espíritu Santo.
Hch 1, 5: Que Juan bautizó con
agua, vosotros seréis bautizados dentro de poco con Espíritu Santo.
Lc 1, 15: Será grande a juicio
del Señor; no beberá vino ni licor. Estará lleno de Espíritu Santo desde el
vientre materno.
Hablar diversas lenguas.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Residían en Jerusalén
hombres piadosos.
Mt 28, 19: Por tanto, id a
hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos, consagrándolos al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Col 1, 23: que por medio de él
todo fuera reconciliado consigo, haciendo las paces por la sangre de su cruz
entre las criaturas de la tierra y las del cielo.
Cada uno les oía hablar
en su propia lengua.
Gn 11, 7-9: Vamos a bajar y a
confundir su lengua, de modo que uno no entienda la lengua del prójimo. El
Señor los dispersó por la superficie de la tierra y dejaron de construir la
ciudad. Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de
toda la tierra, y desde allí los dispersó por la superficie de la tierra.
Les oigamos proclamar en
nuestras lenguas las maravillas de Dios.
1 Co 14, 23: Supongamos que se
reúne la iglesia entera y todos os ponéis a hablar en lenguas arcanas: si
entran algunos particulares y no creyentes, ¿no dirán que estáis locos?
Notas
exegéticas.
2 1 (a) Es decir, concluido ya el
período de cincuenta días entre la Pascua y Pentecostés. Pentecostés, que
primeramente fue fiesta de la siega se había convertido también en fiesta de la
renovación de la Alianza, ver 2 Cro 15, 10-13; Jubileos 6, 20; Qumrán. Este
nuevo valor litúrgico pudo inspirar la escenificación de Lucas, que evoca la
entrega de la Ley en el Sinaí.
2 1 (b) No la asamblea de los ciento
veinte de 1, 15-26, sino el grupo apostólico presentado en 1, 13-14.
2 2 (a) Hay afinidad entre el
Espíritu y el viento: la misma palabra significa “espíritu” y “soplo”.
2 2 (b) Probablemente la misma vivienda que en 1, 13-14, lugar de reunión
y de oración del grupo apostólico.
2 3 La forma de las llamas se
relaciona aquí con el don de lenguas.
2 4 Según uno de los aspectos, vv.
4.11.13, el milagro de Pentecostés es afín al carisma de la glosolalia,
frecuente en los comienzos de la Iglesia. Sus antecedentes se hallan en el
antiguo profetismo israelita. Ver Joel 3, 1-5.
2 5 “hombres piadosos”. El texto
occidental: “los judíos que residían en Jerusalén eran hombres venidos de todas
las naciones que hay bajo el cielo”. Los demás textos combinan “hombres
piadosos” y “judíos”.
2 6 La glosolalia utilizaba palabras
en lenguas extranjeras para cantar las alabanzas de Dios. Lucas ve en este
hablar en todas las lenguas del mundo la restauración de la unidad perdida en
Babel, símbolo y anticipación maravillosa de la misión universal de los
apóstoles.
2 11 (a) Los “prosélitos” son los
que, sin ser judíos de origen, han abrazado la religión judía y aceptado la
circuncisión, constituyéndose así en miembros del pueblo elegido. “Judíos” y
“prosélitos” no son, pues, nuevas denominaciones de pueblos: son palabras que
califican a los que se acaba de enumerar.
2 11 (b) Esta enumeración de los
pueblos del mundo mediterráneo que en conjunto se describe de este a oeste y de
norte a sur, sin duda se inspira en un antiguo calendario astrológico, conocido
por otros documentos, en los que los pueblos se hallaban relacionados con los
signos del zodiaco y enumerados por su orden. Lucas pudo haber adoptado como
una descripción cómoda de la oikumene de entonces. No se explica bien la
mención de Judea y ha suscitado desde la antigüedad varios intentos de
corrección.
Salmo
responsorial
Salmo 104 (103) 1ab.24ab.29b-31.34
Envía
tu Espíritu, Señor,
y
repuebla la faz de la tierra. R/.
Bendice,
alma mía, al Señor:
¡Dios
mío, qué grande eres!
Cuántas
son tus obras, Señor;
la
tierra está llena de tus criaturas. R/.
Les
retiras el aliento, y expiran
y
vuelven a ser polvo;
envías
tu espíritu, y los creas,
y
repueblas la faz de la tierra. R/.
Gloria
a Dios para siempre,
goce
el Señor con sus obras;
que
le sea agradable mi poema,
y
yo me alegraré con el Señor. R/.
Textos
paralelos.
¡Cuán numerosas tus
obras, Yahvé!
Sal 8, 2: ¡Señor dueño nuestro,
que ilustre es tu nombre en toda la tierra! Quiero servir a tu majestad
celeste.
Pr 8, 23-31: Desde antiguo,
desde siempre fui formada, desde el principio antes del origen de la tierra; no
había océanos cuando fui engendrada, no había manantiales ni hontanares;
todavía no estaban encajados los montes, antes de las montañas fui engendrada;
no había hecho la tierra y los campos ni los primeros terrones del orbe. Cuando
colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del
océano, cuando sujetaba las nubes en la altura y reprimía las fuentes abismales
(cuando ponía su límite al mar, y las aguas no traspasan su mandato); cuando
asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba disfrutando cada día, jugando
todo el tiempo en su presencia, jugando con el orbe de su tierra, disfrutando
con los hombres.
Si escondes tu rostro
desaparecen.
Jb 34, 14-16: Si decidiera por
su cuenta retirar su espíritu y su aliento, expirarían todos los vivientes y el
hombre tornaría al polvo. Si eres inteligente, escúchame, presta oído a mis
palabras.
Gn 3, 19: Con el sudor de tu
frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te
sacaron; pues eres polvo y al polvo volverás.
Qo 12, 7: Y el polvo vuelva a
la tierra que fue, y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.
Sal 90, 3: Tú devuelves al
hombre al polvo, diciendo: ¡Volved, hijos de Adán!
Gn 1, 2: La tierra era un caos
informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía
sobre la faz de las aguas.
Gn 2, 7: Entonces el Señor Dios
modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el
hombre se convirtió en un ser vivo.
Hch 2, 2: De repente vino del
cielo un ruido, como un viento huracanado, que llenó toda la casa donde se
alojaban.
Gloria a Yahvé por
siempre.
Gn 1, 31: Y vio Dios todo lo
que había hecho y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana, el día sexto.
¡Qué le sea agradable mi
poema!
Sal 7, 18: Yo confesaré la
justicia del Señor, tañendo en honor del Señor altísimo.
Notas
exegéticas.
104 Este himno sigue el mismo orden
que la cosmogonía de Gn 1.
Segunda
lectura.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 13,3b-7.12-13.
Hermanos:
Nadie puede decir: “Jesús es Señor”, sino por el Espíritu Santo. Y
hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un
mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la
manifestación del Espíritu para el bien común. Pues, lo mismo que el cuerpo es
uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser
muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos
y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para
formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo espíritu.
Textos
paralelos.
Nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!”.
Hch 2, 21: Todos los que
invoquen el nombre del Señor se salvarán.
Hch 2, 36: Por tanto, que toda
la Casa de Israel reconozca que este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha
nombrado Señor y Mesías.
Rm 10, 9: Si confiesas con la
boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte,
te salvarás.
Flp 2, 11: Y toda lengua
confiese para gloria de Dios Padre: ¡Jesucristo es Señor!
A cada cual se le otorga
la manifestación del Espíritu.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
1 Co 12, 28: Dios los dispuso
en la Iglesia: primero apóstoles, segundo profetas, tercero maestros, después
milagros, después carismas de curaciones, de asistencia, de gobierno, de
lenguas diversas.
1 Co 12, 30: ¿Tienen todos
carismas de curaciones?, ¿hablan todos lenguas arcanas?, ¿son todos
intérpretes?
Rm 12, 6-8: Usemos los dones
diversos que poseemos según la gracia que nos han concedido: por ejemplo, la
profecía regulada por la fe, el servicio, para administrar; la enseñanza, para
enseñar; el que exhorta, exhortando; el que reparte, con generosidad; el que
preside, con diligencia; el que alivia, de buen humor.
El cuerpo humano, aunque
tiene muchos miembros, es uno.
Rm 12, 4-5: Es como en un
cuerpo: tenemos muchos miembros, no todos con la misma función; así, aunque
somos muchos, formamos con Cristo un solo cuerpo, y respecto a los demás somos
miembros.
Ef 4, 4-6: Uno es el cuerpo,
uno el Espíritu, como es una la esperanza a que habéis sido llamados, uno el
Señor, una la fe, uno el bautismo, uno Dios, Padre de todos, que está sobre
todos, entre todos, en todos.
Porque hemos sido todos
bautizados en un solo Espíritu.
Ga 3, 28: Ya no se distinguen
judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, pues con Cristo Jesús todos
sois uno.
Col 3, 11: En la cual no se
distinguen griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro y escita, esclavo
y libre, sino que Cristo lo es todo para todos.
Flm 1, 16: Y no ya como
esclavo, sino mejor que esclavo: como hermano muy querido para mí y más aún
para ti, como hombre y como cristiano.
Notas
exegéticas.
12 4 Pablo pone los carismas en
paralelo con los “ministerios” (servicios) y la “diversidad de actuaciones” y
atribuye el conjunto de esta animación eclesial no solo al Espíritu, sino
también al Señor (Jesús) y a Dios (Padre). Anuncia ya los grandes temas de la
parábola del cuerpo: la diversidad y la unidad (oposición entre “diversidad de”
y “un mismo”).
12 6 Nótese la presentación
trinitaria del pensamiento.
12 12 (a) Aunque utilice el apólogo
clásico que compara a la sociedad con un cuerpo que teniendo miembros diversos
es uno, Pablo no se inspira en él para su doctrina sobre el cuerpo de Cristo.
Esta brota más bien de su peculiar modo de entender el amor como la base de la
existencia cristiana. En efecto, él veía a los creyentes como partes de una
unidad orgánica, y el cuerpo humano le brindaba una imagen perfecta de la
diversidad articulada en la unidad. Él designa aquí a “Cristo” como la realidad
que corresponde a ese hombre nuevo. Como cuerpo suyo, la Iglesia es la
presencia física de Cristo en el mundo en la medida en que prolonga su
ministerio. Esta doctrina, de tan gran realismo, que ya aparece en 1 Co, se
repite y amplía en las epístolas de la cautividad. Es cierto que la
reconciliación de los hombres, que son miembros de Cristo, se realiza siempre
en el Cuerpo de Cristo crucificado según la carne y vivificado por el Espíritu.
Pero la unidad de este cuerpo que reúne a todos los cristianos en el mismo Espíritu
y su identificación con la Iglesia adquieren mayor relieve. Así personalizado
este cuerpo tiene en adelante a Cristo por cabeza, por la influencia sin duda
de la idea de Cristo Cabeza de las potestades. Finalmente llega hasta englobar
en cierto modo todo el universo reunido bajo el dominio del Kyrios.
12 12 (b) Como el cuerpo humano da unidad
a la pluralidad de los miembros, así Cristo, principio unificador de su
iglesia, da unidad a todos los cristianos en su Cuerpo.
12 13 Literalmente este versículo es
un paréntesis: no forma parte del relato-parábola, sino que ofrece una
explicación teológica que remite al bautismo y a la eucaristía. El primer
miembro es paralelo de 10, 2: todos quedaron vinculados a Moisés al ser bautizados
en la nube y en el mar. “Bebieron la misma bebida espiritual” era una alusión a
la eucaristía.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío
yo.
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Textos
paralelos.
Al atardecer de aquel día, el primero de la
semana.
Mc 16, 14-18: Por último se
apareció a los once cuando estaban a la mesa. Les reprendió su incredulidad y
obstinación por no haber creído a los que lo habían visto resucitado de la
muerte. Y les dijo: Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la
humanidad. Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará. A
los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios,
hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les
hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y se curarán.
Lc 24, 36-49: Estaban hablando
de ello, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con
vosotros. Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma. Pero
él les dijo: ¿Por qué estáis turbados?, ¿por qué se os ocurren esas dudas?
Mirad mis manos y mis pies, que soy el mismo. Tocad y ved, que un fantasma no
tiene carne y hueso, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y
los pies. Y, como no acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo:
¿Tenéis aquí algo de comer? Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y
lo comió en su presencia. Después les dijo: Esto es lo que os decía cuando
todavía estaba con vosotros: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en
la ley de Moisés y en los profetas y salmos. Entonces les abrió la inteligencia
para que comprendieran la Escritura. Y añadió: Así está escrito: que el Mesías
tenía que padecer y resucitar de la muerte; que en su nombre se predicaría
penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de ellos. Yo os envío lo que el Padre prometió. Vosotros
quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerza.
La paz con vosotros.
Jn 14, 27: La paz os dejo, os
doy mi paz, y no os la doy como la del mundo. No os turbéis ni os acobardéis.
Jn 16, 33: Os he dicho esto
para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened
ánimo, que yo he vencido al mundo.
Lc 24, 16: Pero ellos tenían
los ojos incapacitados para reconocerlo.
Los discípulos se
alegraron de ver al Señor.
Jn 15, 11: Os he dicho esto
para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada.
Jn 16, 22: Así vosotros ahora
estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría.
Como el Padre me envió
también yo os envío.
Jn 17, 18: Como tú me enviaste
al mundo, yo los envié al mundo.
Mt 28, 19: Por tanto, id a
hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos consagrándolos al Padre
y al Hijo y al Espíritu Santo.
Mc 16, 15: Y les dijo: Id por
todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad.
Dicho esto, sopló y les
dijo.
Lc 24, 47: Que en su nombre se
predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por
Jerusalén.
Hch 1, 8: Pero recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en
Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.
Jn 1, 33: Yo no lo conocía;
pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y
posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.
A quienes les perdonéis
los pecados.
Mt 16, 19: A ti te daré las
llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo;
lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Mt 18, 18: Os aseguro que lo
que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desatéis en la tierra
quedará desatado en el cielo.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén
20 19 Saludo ordinario de los judíos.
Este saludo se repite en el v. 21, indicio quizá de una inserción más tardía de
los vv. 20-21a, bajo la influencia del relato paralelo de Lc.
20 20 Lc 24, 39 tiene una perspectiva
más apologética. Aquí se trata de poner de relieve la continuidad entre el
Jesús que ha sufrido y el que está para siempre con ellos. El Señor glorioso de
la Iglesia no es otro que el Señor crucificado.
20 22 El soplo de Jesús simboliza al
Espíritu (en hebreo: soplo) principio de vida. Igual verbo raro que en Gn 2, 7.
Cristo resucitado da a los discípulos el Espíritu que realiza como una
re-creación de la humanidad. Poseyendo desde ahora este principio de vida, el
hombre ha pasado de la muerte a la vida y no morirá jamás. Es el principio de
una escatología ya realizada. Para Pablo (al menos en sus primeras cartas) esta
re-creación de la humanidad no se producirá hasta la vuelta de Cristo. Jn hace
suya la fórmula tradicional que es necesario entender, en la medida de lo
posible, en el marco de su propia teología: los discípulos perdonarán o
retendrán los pecados en la medida en que prolonguen la misión de Jesús en el
mundo. Las tradiciones católica y ortodoxa piensan que el poder de perdonar los
pecados incumbe a los miembros del colegio apostólico, al que se encomienda, en
comunión con Jesús, la tarea pastoral. Para la tradición reformada este poder y
esta tarea pastoral compiten a todos los discípulos, es decir, a los creyentes
de todos los tiempos, y no a Pedro en particular o a un determinado orden
sacerdotal. Escuchando su testimonio, los hombres creerán (serán perdonados sus
pecados) o se escandalizarán (se juzgarán a sí mismos; sus pecados les serán retenidos).
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
19 ESTANDO CANDADAS…
LAS PUERTAS… LLEGÓ…: el cuerpo glorioso y “espiritualizado” de Jesús queda
fuera de las leyes físicas del mundo material.
20 LES ENSEÑÓ… las
heridas de LAS MANOS Y DEL COSTADO, signos de identificación; el resucitado es el
mismo que fue crucificado. Y las huellas transfiguradas del sufrimiento
anterior ya no causan tristeza.
21-22
Para
la impresión de que resurrección, ascensión, venida del Espíritu y misión de la
Iglesia sucedieron en el mismo día, cf. Lc 24, 51. // ME ENVIÓ: el tiempo
verbal griego (perfecto*) equivale a “me envió y continúo siendo su enviado”.
// SOPLO: como en una nueva creación, es necesario “el aliento” (el espíritu)
de Dios. // ESPÍRITU SANTO: aliento divino, dador de vida sobrenatural, como el
soplo que infundió vida al primer hombre (cf. Gn 2, 7). Sin duda hay que
sobrentender dos artículos determinados en el texto griego (“el Espíritu
el Santo”), usados por Jn otras veces. Jesús les comunica el Espíritu
Santo, primeramente para suscitar y reafirmar en ellos la fe en su resurrección
(para que vean, e.d., para que crean); y luego, para hacer que otros
vean, quitando la ceguera del pecado.
12 Es verdad de fe
definida que las palabras de Jesús en estos versículos “hay que entenderlas de
la potestad de perdonar y de retener los pecados en el sacramento de la
penitencia” (DS 1703 y 1670). “Atar (retener) y desatar” se aplican aquí,
concretamente, a los pecados.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
20, 19-23 Cristo tiene un cuerpo
glorificado con las marcas de la crucifixión en una forma gloriosa como signo
de rotunda victoria. Los cuerpos de los justos serán glorificados del mismo
modo en el juicio final. Cat. 645, 659, 1042 y 1060.
20, 22-23 Inmediatamente después de la
Resurrección, el último signo de la victoria sobre el pecado y la muerte,
Cristo instituyó el sacramento de la penitencia y la reconciliación otorgando a
los Apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados en su nombre.
Soplando sobre los Apóstoles – denominado a veces como “El Pentecostés de Juan”
– fue un presagio de la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto, ellos
recibieron el Espíritu Santo de Cristo y así están facultados para actuar en su
nombre. Para los Apóstoles, los primeros sacerdotes ordenados, el poder de
perdonar los pecados fue una parte vital en su papel de santificar al pueblo.
Al enviarlos al mundo, Jesús les mandó continuar su misión de curación
espiritual a través de los sacramentos del Bautismo y la Penitencia. Creer en
el perdón de los pecados es una declaración esencial del Credo de los Apóstoles
y el Credo de Nicea, que se rezan en la liturgia de la Iglesia. Cat. 730, 858,
976-980, 1287, 1485-1488.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
645 Después de su Resurrección, su
filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: “Constituido
Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de
entre los muertos” (Rm 1, 4). Los Apóstoles podrán confesar: “Hemos visto su
gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad” (Jn 1, 14).
659 “Con esto, el Señor Jesús,
después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Mc
16, 19). El cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de la
Resurrección como lo prueban las posibilidades nuevas y sobrenaturales, de las
que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre. Pero durante los cuarenta
días en los que come y bebe familiarmente con sus discípulos y les instruye
sobre el Reino, su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad
ordinaria. La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de
su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el cielo donde
él se sienta para siempre a la derecha de Dios. Solo de manera completamente
excepcional y única, se muestra a Pablo “como un abortivo” (1 Co 15, 8) en una
última aparición que constituye a este en apóstol.
1042 Al fin de los tiempos el Reino
de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán
para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo
será renovado.
731 El día de Pentecostés (al
término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la
efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona
divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela plenamente
la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto
a todos los que creen en Él: en la humanidad de la carne y en la fe, participan
ya en la comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el
Espíritu Santo hace entrar al mundo en los últimos tiempos, el tiempo de la
Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado: “Hemos visto la
verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la
verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado” (Oficio
bizantino de las Horas).
733 “Dios es amor” (1 Jn 4, 8.16) y
el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor “Dios lo ha
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm
5, 5).
734 La comunión con el Espíritu
Santo es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza
divina perdida por el pecado.
735 Él nos da entonces las arras o
las primicias de nuestra herencia: la vida misma de la Santísima Trinidad que
es amar como él nos ha amado. Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13)
es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos recibido
una fuerza, la del Espíritu Santo.
736 Gracias a este poder del
Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto.
737 La misión de Cristo y del
Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu
Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su
comunión con el Padre en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo. El Espíritu
Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia
Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su Palabra y abre su
mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el misterio
de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a
la comunión con Dios, para que den mucho fruto.
976 El Símbolo de los Apóstoles
vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero
también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el
Espíritu Santo a sus Apóstoles, Cristo resucitado confirió su propio poder divino
de perdonar los pecados: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan
retenidos” (Jn 20, 22-23).
977 Nuestro Señor vinculó el perdón
de los pecados a la fe y al Bautismo.
1287 Ahora bien, esta plenitud del
Espíritu no debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser
comunicada a todo el pueblo mesiánico. En repetidas ocasiones Cristo prometió
esta efusión del Espíritu, promesa que realizó primero el día de Pascua y
luego, de manera más manifiesta, el día de Pentecostés. Llenos del Espíritu
Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar las maravillas de Dios y Pedro
declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos mesiánicos.
Los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron bautizar,
recibieron a su vez el don del Espíritu Santo.
1288 Desde aquel tiempo, los
Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los
neófitos, mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo,
destinado a completar la gracia del Bautismo. Esto explica por qué en la carta
a los Hebreos se recuerda, entre los primeros elementos de la formación
cristiana, la doctrina del Bautismo y de la imposición de manos.
Concilio
Vaticano II
Los obispos, como sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor, al que
se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a
todos los pueblos y de predicar el Evangelio a toda criatura para que todos los
hombres, por la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos, consigan
la salvación. Para realizar esta misión, Cristo el Señor prometió a los
Apóstoles el Espíritu Santo y lo envió desde el cielo el día de Pentecostés
para que con su poder fueran sus testigos ante las naciones, los pueblos y los
reyes hasta los extremos de la tierra.
Lumen gentium, 24.
Comentarios de los Santos Padres.
Era de noche, más por la tristeza que por la hora. Era noche para las
mentes obscurecidas por la sombría nube de la tristeza y la pesadumbre, porque,
aun cuando la noticia de su resurrección les había dado una tenue claridad, sin
embargo el Señor todavía no había brillado con todo el resplandor de su luz.
Pedro Crisólogo, Sermones, 84, 2. IVb, pg. 451.
Yo os envío no con la autoridad del que manda, sino con todo el afecto
con que yo os amo. Os envío a soportar el hambre, a sufrir el peso de las
cadenas, la aspereza de la cárcel, a sobrellevar toda clase de penas, a sufrir
una muerte execrable[1] por
todos: todas las coas que la caridad, no el poder, impone a las almas humanas.
Pedro Crisólogo. Sermones, 84, 6. IVb, pg. 457.
Cristo envía a los discípulos lo mismo que el Padre le había enviado a
Él, para que mediante estas palabras comprendieran la misión que les
encomendaba, es decir, la de llamar a los pecadores a la penitencia, curar, en
el cuerpo y en el espíritu, a los que estaban enfermos, y en el reparto de las
cosas, no buscar ciertamente la propia voluntad, sino la voluntad de aquellos a
los que eran enviados y, en la medida de lo posible, salvar con su enseñanza al
mundo. Y no es difícil saber cuánto se prodigaron los santos apóstoles en todo:
basta leer los Hechos de los Apóstoles y los escritos de san Pablo.
Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Juan, 12, 1. IVb, pg.
457.
Los discípulos de Cristo recibieron el Espíritu en tres ocasiones: antes
de que Cristo fuera glorificado en la pasión; después de haber sido glorificado
por la resurrección, y después de la ascensión del cielo. La primera
manifestación era difícilmente reconocible; la segunda era más expresiva, la de
hoy es más perfecta.
Gregorio Nacianceno, Discurso sobre Pentecostés, 41, 11. IVb, pg.
458.
San Agustín.
Todos los hombres, cuando hacen un negocio y
difieren el pagar, la mayor parte de las veces reciben o dan unas arras, que
dan fe de que luego llegará aquello a lo que anteceden como garantía. Cristo
nos dio las arras del Espíritu Santo; él, que no podía engañarnos, nos otorgó
la plena seguridad cuando nos entregó esas arras, aunque cumpliría lo
prometido, aun sin habérnoslas dejado. ¿Qué prometió? La vida eterna,
dejándonos las arras del Espíritu. Tenemos, pues, las arras; tengamos sed de la
fuente misma de donde manan las arras. Tenemos como arras cierta rociada del
Espíritu Santo en nuestros corazones, para que si alguien advierte este rocío,
desee llegar hasta la fuente. ¿Para que tenemos, pues, las arras sino para no
desfallecer de hambre y sed en esa peregrinación? Si reconocemos ser
peregrinos, sin duda sentiremos hambre y sed. Quien es peregrino y tiene
conciencia de ello desea la patria y, mientras dura su deseo, la peregrinación
le resulta molesta. Si ama la peregrinación, olvida la patria y no quiere
regresar a ella. Nuestra patria no es tal que pueda anteponerse alguna otra
cosa. Nosotros hemos nacido peregrinos lejos de nuestro Señor que inspiró el
aliento de vida al primer hombre. Nuestra patria está en el cielo, donde los
ciudadanos son los ángeles. Desde nuestra patria nos han llegado cartas
invitándonos a regresar, cartas que se leen a diario en todos los pueblos.
Resulte despreciable el mundo y ámese al autor del mundo.
Sermón 378. *, pg. 665.
S. Juan de Ávila
¿Qué hace que me siento con gran flaqueza? Busca
remedio donde os vino la llaga; buscad la gracia de Dios: Él os la dará, que él
dio la ley de la gracia para cumplirla: Gavisi sunt discipuli, viso
domino[2] (Jn 20, 20).
Lecciones sobre 1 San Juan (I), 10. OC II, pg.
189.
Todos estos tienen por oficio encaminar las ánimas
para el cielo. Sicut misit me Pater, et ego mitto vos[3]
(Jn
20, 21). Y, por tanto, yo saco la conclusión que han de ser ejemplares, y que,
si no lo son, se perderán; porque, si el rey criase un capitán, no satisfaría
si fuese soldado. Ideo vos estis lux mundi, sal terrae[4].
Plática: 6. A sacerdotes, 5. OC I, pg. 852.
Y luego tras este preámbulo, podrá decirles cómo el
fin del sacerdote es sacar almas de pecado, y que para esto Cristo le instituyó
en la Iglesia, según aquello de San Juan, capítulo 20, como
el Padre me envió, así os envío a vosotros. Y pues Cristo fue enviado a
sacar almas de pecado, así también ellos son enviados.
Siete nuevos escritos. Para el sermón a los
clérigos. OC II, pg. 1044.
Que hallaréis en la Santa Madre Iglesia de
tradiciones que no están escriptas en los Evangelistas, como es la forma de
consagrar. Por eso nos dijo nuestro Señor: “Allá os doy mi Espíritu Santo” (cf. Jn 20, 20);
y donde se infunde este Espíritu Santo y la práctica que procede del Espíritu
Santo, habla Dios y es tradición de Dios. Y por eso, lo que los santos Padres,
alumbrados por el Espíritu Santo, ordenaron, es ordenado por Dios; y por eso se
escribió poco, porque lo remitió a aquellos que fuesen ayuntados[5]
en el Espíritu Santo.
Lecciones sobre 1 San Juan (I), 24. OC II, pg.
334.
Dijo por San Joan: Sicut misit me Pater, et ego
mittam vos (Jn 20, 21). El corazón ardiendo en celo de la hora del Padre y de la
salvación de las ánimas le trajo al mundo. Y aquel fuego del celo de la casa de
Dios quemó todo el aparato mundano, que pesado con justas balanzas, no es sino
pajas y donde hay fuego de amor de Dios, luego son quemadas con gran ligereza.
A un obispo de Córdoba. OC IV, pg. 603.
Sicut me misit[6]
(cf.
20, 21). No fue desamor de mi Padre, ni mío, enviaros a predicar mi nombre,
poneros a fuerza e violencia del mundo. Para tan gran hecho gran ayuda. Accipite
Spiritum Sanctum[7] (Jn 20, 22).
Extrañan largueza, que aquél poder que hasta aquel punto ante Dios quería dar a
entender que Dios le tenía, no usó de él: que un hombre pueda abrir e cerrar el
cielo.
Martes de Pascua, 1. OC III, pg. 227.
Item, el mismo Señor dijo a sus apóstoles, cuando
instituyó el sacramento de la penitencia: Cuyos pecados perdonáredes, son
perdonados (Jn 20, 23), etc. Y, por consiguiente, se da gracia y justicia por este
sacramento, pues no puede haber perdón de pecados sin que se dé la gracia, la
cual es significada y contenida en todos los siete sacramentos de la Iglesia; y
se da a quien bien los recibe, y con mayor abundancia que la disposición de
quien los recibe, por ser obras privilegiadas, que por la misma obra que son,
dan gracia. Por lo cual debe ser en gran manera reverenciados y usados, como la
Iglesia católica lo cree y nos lo enseña.
Audi, filia (II), 44, 8. OC I, pg. 631.
Si queréis confesar los pecados veniales por las
claves del sacramento son perdonados, porque son pecados. Nuestro Señor dijo: Los
pecados que perdonáredes serán perdonados (Jn 20, 23)., pecados también se
entienden los veniales, y es materia voluntaria.
Lecciones sobre 1 San Juan (I), 7. OC II, pg.
165.
Mirad que dijo Dios a los sacerdotes: Cuyos
pecados perdonáredes, serán perdonados (Jn 20, 23). Dice el confesor:
“Yo te absuelvo de todos pecados”. Asíos a esa palabra: que veis ahí los
remedios que Dios dejó para los que le ofendieren.
Lecciones sobre 1 San Juan (I), 24. OC II, pg.
339.
Por el pecado venial no se quita la amistad con
Dios; y si pecastes mortalmente, remedio hay. ¿Quebrantastes la palabra de la
castidad, la de no jurar? Palabra hay con que se suelde y remedie. ¿Qué
palabra? Arrepentíos y confesaos, y con esta palabra se remediará el mal de la
otra. Conviene a saber: Quorum remiseritis peccata[8]
(Jn
20, 23). Que, si por pecar habéis de perder el esperanza, San Pedro pecó y
David. Levantaos, que Dios os da la mano.
Lecciones sobre 1 San Juan (II), 24. OC II,
pg. 456.
Y a quien le pareciere pequeña la autoridad de
ellos, oiga la palabra de Cristo nuestro Redemptor, que dice: Cuyos
pecados perdonáredes, serán perdonados; y los que retuviéredes, serán retenidos
(Jn
20, 23). En las cuales palabras instituyó el santísimo sacramento de la
Penitencia, por el cual son perdonados a los que vienen dispuestos, no solo los
mortales, mas aun los veniales; que muy mal se engañaron lso que pensaron que
los pecados veniales no son materia del santísimo sacramento de la Penitencia.
Si dijeran que no son materia necesaria, acertarán en ello, mas si se confiesan
verdaderamente obran en ellos las llaves y la verdad de este santísimo
sacramento; de manera que se comprehenden en aquellas palabras de Cristo
nuestro Señor, cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados, aunque no se
digan veniales.
Santísimo Sacramento, 6. OC III, pg. 657.
A quien perdonáredes sus pecados, serles han
perdonados, etc. (Jn 20, 23). - ¿Y, qué es confesión? - ¿Qué cosa? ¿Qué estando tú
muerto y en pecado, si vas al sacerdote y le dices tus pecados, y pides perdón
a Dios de ellos y te arrepientes, luego te serán perdonados, y quedas en paz
con Dios y no te demandará su justicia que le pagues; y de esta manera la
confesión resucita los muertos. Con venir tú a los pies del confesor, habiendo
hecho lo que en ti es, aunque no traigas todo el arrepentimiento que fuera razón
por virtud del sacramento vuelves de muerte a vida, y allí te dan el
arrepentimiento que basta para que tus pecados puedan ser perdonados.
Octava del Corpus, 7. OC III, pg.
784.
Diga misa cada día, aunque no sienta devoción, y
confiese a más tardar de tres a tres días, con profundo conocimeinto de sus
males y crédito que son muy más y mayores que él conoce, y con entera fe y
devoción en este sacramento, por la palabra del Señor: Quorum
remiseritis peccata, etc. (Jn 20, 23), y si Dios le da luz con que se
conozca y fe para esta palabra, serle ha este sacramento grandísima dulcedumbre
y seguridad. Si alguna persona le importunare mucho que la confiese, hágalo con
aquel aparejo como cuando va a decir misa; y no querría que fuesen mujeres ni
que fuesen muchos, sino a alguna cosa particular que parezca mandarla Dios.
A un predicador. OC IV, pg. 39.
San Oscar Romero.
La Iglesia tiene una respuesta y es la que está dando este día:
"Pentecostés". Es una fiesta de origen bíblico. Nació como una fiesta
de acción de gracias en el tiempo de la recolección. Pentecostés suena a 50
días, 7 semanas. Siete semanas después que se recogía la primera gavilla,
cuando ya se terminaba la cosecha iban a ofrecer al Señor las primicias y a
darle las gracias por ella.
-"Fiesta de la alianza del Sinaí" Posteriormente los judíos
le dieron también el sentido de aniversario de la fiesta de la Alianza de Dios
con Moisés en el Sinaí, y renovaban en Pentecostés los compromisos de la
Alianza.
Pero el cristianismo le dio otro sesgo más profundo: Pentecostés,
número 50, símbolo de perfección, de plenitud. Desde la resurrección de Cristo
hasta hoy 50 días, la plenitud pascual como el gozo completo que decía Cristo.
La paz que nadie puede turbar. Se celebra como plenitud de la resurrección de
Cristo y de su Ascensión a los cielos. La venida del Espíritu de Cristo enviado
por al Padre y por el Hijo como lo había prometido el Señor: "Les conviene
que me vaya porque si no me voy y no soy glorificado, no les puedo enviar al
Espíritu". Los mandó estar en oración cono han estado estos jóvenes
preparándose para la Confirmación. Un día como éste, vino el Espíritu: es el
nacimiento de la Iglesia, es la clausura de la Pascua, es el tiempo que marca
profundamente el espíritu de nuestra misa de cada domingo y nuestra vida
cristiana donde quiera que se desarrolle. Tenemos que ser un testigo de
Pentecostés, del espíritu de Cristo que ha venido a sus cristianos.
Así termino recordando que estamos en esta fiesta del Espíritu que
renueva el mundo y que nuestra Patria no debe desesperar, que en este día en
que se abren las puertas del cielo para enviarnos ese soplo de Dios, le abramos
el corazón a la esperanza y cada uno de nosotros, sea un colaborador de Dios
para ser artífice de paz, de amor, de justicia. Esto de manera especial lo digo
por los jóvenes que hoy celebran su día junto al Espíritu Santo: Los
seminaristas y sobre todo, los que van a pasar para recibir la Santa
Confirmación..."
Homilía, 3 de junio de 1979.
Papa Francisco. Regina Coeli. 24 de
mayo de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La fiesta de Pentecostés nos hace revivir los
inicios de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles narra que,
cincuenta días después de la Pascua, en la casa donde se encontraban los
discípulos de Jesús, «de repente se produjo desde el cielo un estruendo, como
de viento que soplaba fuertemente... y se llenaron todos de Espíritu Santo» (2,
1-2). Esta efusión transformó completamente a los discípulos: el
miedo es remplazado por la valentía, la cerrazón cede el lugar al anuncio y
toda duda es expulsada por la fe llena de amor. Es el «bautismo» de la
Iglesia, que así comenzaba su camino en la historia, guiada por la fuerza del
Espíritu Santo.
Ese evento, que cambia el corazón y la vida de los
Apóstoles y de los demás discípulos, repercute inmediatamente fuera del
Cenáculo. En efecto, aquella puerta mantenida cerrada durante cincuenta días,
finalmente se abre de par en par, y la primera comunidad cristiana no permanece
más replegada sobre sí misma, sino que comienza a hablar a la muchedumbre de
diversa procedencia de las grandes cosas que Dios ha hecho (cf. v. 11), es
decir, de la Resurrección de Jesús, que había sido crucificado. Y cada uno de los
presentes escucha hablar a los discípulos en su propia lengua. El don del
Espíritu restablece la armonía de las lenguas que se había perdido en Babel y
prefigura la dimensión universal de la misión de los Apóstoles. La
Iglesia no nace aislada, nace universal, una, católica, con una identidad
precisa, abierta a todos, no cerrada, una identidad que abraza al mundo
entero, sin excluir a nadie. A nadie la madre Iglesia cierra la puerta en
la cara, ¡a nadie! Ni siquiera al más pecador, ¡a nadie! Y esto por la fuerza,
por la gracia del Espíritu Santo. La madre Iglesia abre, abre de par en par sus
puertas a todos porque es madre.
El Espíritu Santo, infundido en Pentecostés en el
corazón de los discípulos, es el inicio de una nueva época: la época del
testimonio y la fraternidad. Es un tiempo que viene de lo alto,
viene de Dios, como las llamas de fuego que se posaron sobre la cabeza
de cada discípulo. Era la llama del amor que quema toda aspereza; era la
lengua del Evangelio que traspasa los límites puestos por los hombres y
toca los corazones de la muchedumbre, sin distinción de lengua, raza o
nacionalidad. Como ese día de Pentecostés, el Espíritu Santo es derramado
continuamente también hoy sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros
para que salgamos de nuestras mediocridades y de nuestras cerrazones y
comuniquemos a todo el mundo el amor misericordioso del Señor. Comunicar el
amor misericordioso del Señor: ¡esta es nuestra misión! También a nosotros se
nos da como don la «lengua» del Evangelio y el «fuego» del Espíritu Santo, para
que mientras anunciamos a Jesús resucitado, vivo y presente entre nosotros,
enardezcamos nuestro corazón y también el corazón de los pueblos acercándolos a
Él, camino, verdad y vida.
Nos encomendamos a la maternal intercesión de María
santísima, que estaba presente como Madre en medio de los discípulos en el
Cenáculo: es la madre de la Iglesia, la madre de Jesús convertida en madre de
la Iglesia. Nos encomendamos a Ella a fin de que el Espíritu Santo descienda
abundantemente sobre la Iglesia de nuestro tiempo, colme los corazones de todos
los fieles y encienda en ellos el fuego de su amor.
Papa Francisco. Regina Coeli. 20
de mayo de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la fiesta de hoy de Pentecostés culmina el
tiempo pascual, centrado en la muerte y resurrección de Jesús. Esta solemnidad
nos hace recordar y revivir el derramamiento del Espíritu Santo sobre los
apóstoles y los demás discípulos, reunidos en oración con la Virgen María en el
Cenáculo (cf. Hechos de los Apóstoles 2, 1-11). Aquel día se inició la historia
de la santidad cristiana, porque el Espíritu Santo es la fuente de la
santidad, que no es el privilegio de unos pocos, sino la vocación de todos.
Por el bautismo, de hecho, estamos todos llamados a participar en la misma vida
divina de Cristo y con la confirmación, a convertirnos en testigos suyos en el
mundo.
«El Espíritu Santo derrama santidad por todas
partes, en el santo pueblo fiel de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate,
6). «Dios quería santificar y salvar a los hombres, no individualmente y sin
ninguna conexión entre ellos, sino que quiere convertirlos en un pueblo,
reconociéndolo según la verdad y servirlo en santidad» (Cost. Dogm. Lumen
gentium, 9).
Ya por medio de los antiguos profetas el Señor
había anunciado al pueblo este designio suyo. Ezequiel: «Infundiré mi
espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y
observéis y practiquéis mis normas. […] Vosotros seréis mi pueblo yo seré
vuestro Dios» (36, 27-28). El profeta Joel: «Yo derramaré mi Espíritu en
toda carne. Vuestros hijos e hijas profetizarán. […] Hasta en los
siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. […] Todo el que
invoque el nombre de Yahveh será salvo» (3, 1-2.5). Y todas estas profecías se
realizan en Jesucristo, «mediador y garante de la efusión perenne del Espíritu»
(Misal Romano, Prefacio después de la Ascensión). Y hoy es la fiesta de la
efusión del Espíritu.
Desde aquel día de Pentecostés, y hasta el fin de
los tiempos, esta santidad, cuya plenitud es Cristo, se entrega a todos
aquellos que se abren a la acción del Espíritu Santo, y se esfuerzan en serle
dóciles. Es el Espíritu el que hace experimentar una alegría plena.
El Espíritu Santo, viniendo a nosotros, vence la sequedad, abre los
corazones a la esperanza, estimula y favorece la maduración interna en la
relación con Dios y el prójimo. Es lo que dice san Pablo: «El fruto del
Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio de sí» (Gálatas 5, 22). Todo esto hace el Espíritu en
nosotros. Por eso, hoy festejamos esta riqueza que el Padre nos da.
Pidamos a la Virgen María que obtenga hoy un
Pentecostés renovado para la Iglesia, una renovada juventud que nos dé la
alegría de vivir y testimoniar el Evangelio e «infunda en nosotros un intenso
anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios» (Gaudete et exsultate, 177).
Papa Francisco. Regina Coeli. 23 de mayo de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,
1-11) narra lo que sucedió en Jerusalén cincuenta días después de la Pascua de
Jesús. Los discípulos estaban reunidos en el cenáculo y con ellos estaba la
Virgen María. El Señor resucitado les había dicho que se quedaran en la ciudad
hasta que recibieran de lo alto el don del Espíritu. Y este se manifestó con un
«ruido» que vino repentinamente del cielo, como un «viento impetuoso» que llenó
la casa en la que se encontraban (cf. v. 2). Se trata, pues, de una experiencia
real, pero también simbólica. Algo que sucedió pero que también nos da un
mensaje simbólico para toda la vida.
Esta experiencia revela que el Espíritu Santo es
como un viento fuerte y libre, es decir, nos trae fuerza y nos trae
libertad: viento fuerte y libre. No se puede controlar, detener ni medir; y
ni siquiera predecir su dirección. No se deja enmarcar en nuestras
exigencias humanas — nosotros tratamos siempre de enmarcarlo todo—, no se
deja enmarcar en nuestros esquemas y en nuestros prejuicios. El Espíritu
procede de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo e irrumpe en la Iglesia, irrumpe
en cada uno de nosotros, dando vida a nuestras mentes y a nuestros corazones.
Como dice el Credo: «Señor y dador de vida». Tiene el poder porque es Dios, y
da vida.
El día de Pentecostés, los discípulos de Jesús
todavía estaban desconcertados y asustados. Aún no tenían el valor de salir a
la luz. Y nosotros también, a veces sucede, preferimos permanecer dentro de
las paredes protectoras de nuestro entorno. Pero el Señor sabe cómo llegar
hasta nosotros y abrir las puertas de nuestro corazón. Él envía al Espíritu
Santo sobre nosotros que nos envuelve y derrota todas nuestras vacilaciones,
derriba nuestras defensas, desmantela nuestras falsas certezas. El Espíritu
nos hace nuevas criaturas, como lo hizo ese día con los Apóstoles: nos
renueva, nuevas criaturas.
Después de recibir el Espíritu Santo ya no
volvieron a ser como antes —los ha cambiado—, sino que salieron, salieron sin
temor y comenzaron a predicar Jesús, a predicar que Jesús ha
resucitado, que el Señor está con nosotros, de tal manera que cada uno los
entendía en su propia lengua. Porque el Espíritu es universal, no nos quita
las diferencias culturales, las diferencias de pensamiento, no, es para
todos, pero cada uno lo entiende en su propia cultura, en su propia
lengua. El Espíritu cambia el corazón, ensancha la mirada de los discípulos.
Los hace capaces de comunicar a todos las grandes obras de Dios, sin límites,
superando los confines culturales y los confines religiosos en los que estaban
acostumbrados a pensar y vivir. A los Apóstoles los capacita para llegar a
los demás respetando sus posibilidades de escucha y comprensión, en la cultura
y el idioma de cada uno (vv. 5-11). En otras palabras, el Espíritu Santo
pone en comunicación personas diferentes, realizando la unidad y universalidad
de la Iglesia.
Y hoy nos dice mucho esta verdad, esta realidad del
Espíritu Santo, donde en la Iglesia hay pequeños grupos que siempre buscan
la división, separarse de los demás. Este no es el Espíritu de Dios, el
Espíritu de Dios es armonía, es unidad, une diferencias. Un buen cardenal,
que fue arzobispo de Génova, decía que la Iglesia es como un río: lo
importante es estar dentro; si estás un poco de ese lado y un poco del otro
lado, no importa, el Espíritu Santo crea unidad. Usaba la figura del río.
Lo importante es estar dentro de la unidad del Espíritu y no mirar esas
pequeñeces de que tú estés un poquito de este lado y un poquito de ese otro
lado, que reces de esta manera o de esa otra... Esto no es de Dios La Iglesia
es para todos, para todos, como mostró el Espíritu Santo el día de Pentecostés.
Pidamos hoy a la Virgen María, Madre de la Iglesia,
que interceda para que el Espíritu Santo descienda en abundancia y llene los
corazones de los fieles y encienda en todos el fuego de su amor.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 4 de
junio de 2006.
Queridos hermanos y hermanas:
La solemnidad de Pentecostés, que celebramos hoy,
nos invita a volver a los orígenes de la Iglesia, que, como afirma el concilio
Vaticano II, "se manifestó por la efusión del Espíritu" (Lumen
gentium, 2). En Pentecostés la Iglesia se manifestó una, santa, católica y
apostólica; se manifestó misionera, con el don de hablar todas las lenguas
del mundo, porque a todos los pueblos está destinada la buena nueva del amor de
Dios. "El Espíritu —enseña también el Concilio— conduce a la Iglesia a
la verdad total, la une en la comunión y el servicio, la construye y dirige con
diversos dones jerárquicos y carismáticos, y la adorna con sus frutos"
(ib., 4).
Entre las realidades suscitadas por el Espíritu en
la Iglesia están los Movimientos y las comunidades eclesiales, con las que ayer
tuve la alegría de reunirme en esta plaza, en un gran encuentro mundial.
Toda la Iglesia, como solía decir el Papa Juan
Pablo II, es un único gran movimiento animado por el Espíritu Santo, un río
que atraviesa la historia para regarla con la gracia de Dios y hacerla fecunda
en vida, bondad, belleza, justicia y paz.
Benedicto XVI. Regina Coeli. 31 de
mayo de 2009.
Queridos hermanos y hermanas:
La Iglesia esparcida por el mundo entero revive
hoy, solemnidad de Pentecostés, el misterio de su nacimiento, de su
"bautismo" en el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 5), que tuvo lugar en
Jerusalén cincuenta días después de la Pascua, precisamente en la fiesta judía
de Pentecostés. Jesús resucitado había dicho a sus discípulos: "Permaneced
en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24,
49). Esto aconteció de forma sensible en el Cenáculo, mientras se encontraban
todos reunidos en oración junto con María, la Virgen Madre.
Como leemos en los Hechos de los Apóstoles, de
repente aquel lugar se vio invadido por un viento impetuoso, y unas lenguas
como de fuego se posaron sobre cada uno de los presentes. Los Apóstoles
salieron entonces y comenzaron a proclamar en diversas lenguas que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, que murió y resucitó (cf. Hch 2, 1-4). El Espíritu
Santo, que con el Padre y el Hijo creó el universo, que guió la
historia del pueblo de Israel y habló por los profetas, que en la plenitud
de los tiempos cooperó a nuestra redención, en Pentecostés bajó sobre
la Iglesia naciente y la hizo misionera, enviándola a anunciar a todos los
pueblos la victoria del amor divino sobre el pecado y sobre la muerte.
El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Sin él, ¿a qué se
reduciría? Ciertamente, sería un gran movimiento histórico, una institución
social compleja y sólida, tal vez una especie de agencia humanitaria. Y en
verdad es así como la consideran quienes la ven desde fuera de la perspectiva
de la fe. Pero, en realidad, en su verdadera naturaleza y también en su
presencia histórica más auténtica, la Iglesia es plasmada y guiada sin cesar
por el Espíritu de su Señor. Es un cuerpo vivo, cuya vitalidad es precisamente
fruto del Espíritu divino invisible.
Queridos amigos, este año la solemnidad de
Pentecostés cae en el último día del mes de mayo, en el que habitualmente se
celebra la hermosa fiesta mariana de la Visitación. Este hecho nos invita a
dejarnos inspirar y, en cierto modo, instruir por la Virgen María, la
cual fue protagonista de ambos acontecimientos. En Nazaret ella recibió el
anuncio de su singular maternidad e, inmediatamente después de haber
concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, fue impulsada por el mismo
Espíritu de amor a acudir en ayuda de su anciana prima Isabel, que ya se
encontraba en el sexto mes de una gestación también prodigiosa. La joven María,
que, llevando en su seno a Jesús y olvidándose de sí misma, acude en ayuda del
prójimo, es icono estupendo de la Iglesia en la perenne juventud del
Espíritu, de la Iglesia misionera del Verbo encarnado, llamada a llevarlo al
mundo y a testimoniarlo especialmente en el servicio de la caridad.
Invoquemos, por tanto, la intercesión de María
santísima, para que obtenga a la Iglesia de nuestro tiempo la gracia de ser
poderosamente fortalecida por el Espíritu Santo. Que sientan la presencia
consoladora del Paráclito en especial las comunidades eclesiales que sufren
persecución por el nombre de Cristo, para que, participando en sus
sufrimientos, reciban en abundancia el Espíritu de la gloria (cf. 1 P 4,
13-14).
Benedicto XVI. Regina Coeli. 27 de
mayo de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la gran fiesta de Pentecostés, con
la que se completa el Tiempo de Pascua, cincuenta días después del domingo de
Resurrección. Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del
Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los demás discípulos, reunidos en oración
con la Virgen María en el Cenáculo (cf. Hch 2, 1-11). Jesús, después
de resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que cada
cristiano pueda participar en su misma vida divina y se convierta en su testigo
en el mundo. El Espíritu Santo, irrumpiendo en la historia, derrota su
aridez, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece en nosotros la
maduración interior en la relación con Dios y con el prójimo.
El Espíritu que «habló por medio de los profetas»,
con los dones de la sabiduría y de la ciencia sigue inspirando a mujeres y
hombres que se comprometen en la búsqueda de la verdad, proponiendo vías
originales de conocimiento y de profundización del misterio de Dios, del hombre
y del mundo. En este contexto tengo la alegría de anunciar que el próximo 7 de
octubre, al inicio de la Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos, proclamaré
a san Juan de Ávila y a santa Hidelgarda de Bingen, doctores de la Iglesia
universal. Estos dos grandes testigos de la fe vivieron en períodos históricos
y en ambientes culturales muy distintos. Hidelgarda fue monja benedictina en el
corazón de la Edad Media alemana, auténtica maestra de teología y profunda
estudiosa de las ciencias naturales y de la música. Juan, sacerdote diocesano
en los años del renacimiento español, participó en el esfuerzo de renovación
cultural y religiosa de la Iglesia y de la sociedad en los albores de la
modernidad. Pero la santidad de la vida y la profundidad de la doctrina los
hacen perennemente actuales: de hecho, la gracia del Espíritu Santo los
impulsó a esa experiencia de penetrante comprensión de la revelación divina y
de diálogo inteligente con el mundo, que constituyen el horizonte
permanente de la vida y de la acción de la Iglesia.
Sobre todo a la luz del proyecto de una nueva
evangelización a la que se dedicará la citada Asamblea del Sínodo de los
obispos, y en la víspera del Año de la fe, estas dos figuras de santos y
doctores son de gran importancia y actualidad. También en nuestros días, a
través de su enseñanza, el Espíritu del Señor resucitado sigue haciendo resonar
su voz e iluminando el camino que conduce a la única Verdad que puede hacernos
libres y dar pleno sentido a nuestra vida.
Rezando ahora juntos el Regina caeli —por última
vez este año—, invoquemos la intercesión de la Virgen María para que obtenga a
la Iglesia que sea fuertemente animada por el Espíritu Santo, para dar
testimonio de Cristo con franqueza evangélica y abrirse cada vez más a la
plenitud de la verdad.
Francisco. Catequesis. Vicios y
virtudes. 18. La esperanza.
Queridos hermanos y hermanas,
En la última catequesis
empezamos a reflexionar sobre las virtudes teologales. Son tres: la fe, la
esperanza y la caridad. La vez pasada reflexionamos sobre la fe, hoy es el
turno de la esperanza.
«La esperanza es la virtud
teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como
felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y
apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu
Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1817). Estas palabras nos
confirman que la esperanza es la respuesta que se ofrece a nuestro corazón
cuando surge en nosotros la pregunta absoluta: «¿Qué será de mí? ¿Cuál es la
meta del viaje? ¿Cuál es el destino del mundo?».
Todos nos damos cuenta de que
una respuesta negativa a estas preguntas produce tristeza. Si el viaje de la
vida no tiene sentido, si no hay nada ni al principio ni al final, entonces nos
preguntamos por qué tenemos que caminar: de ahí surge la desesperación humana,
la sensación de la inutilidad de todo. Y muchos podrían rebelarse: me he
esforzado por ser virtuoso, por ser prudente, justo, fuerte, templado. También
he sido un hombre o una mujer de fe.... ¿De qué ha servido mi lucha si todo se
acaba aquí? Si falta la esperanza, todas las demás virtudes corren el riesgo
de desmoronarse y acabar en cenizas. Si no hubiera un mañana fiable, un
horizonte luminoso, solamente podríamos concluir que la virtud es un esfuerzo
inútil. «Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace
llevadero también el presente.», decía Benedicto XVI, (Carta encíclica Spe
salvi, 2).
El cristiano tiene esperanza no
por mérito propio. Si cree en el futuro, es porque Cristo murió, resucitó y nos
dio su Espíritu. «Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la
esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro
presente» (ibid., 1). En este sentido, una vez más, decimos que la esperanza es
una virtud teologal: no emana de nosotros, no es una obstinación de la que
queremos convencernos, sino que es un don que viene directamente de Dios.
A muchos cristianos dubitativos,
que no habían renacido del todo a la esperanza, el apóstol Pablo les presenta
la nueva lógica de la experiencia cristiana: «Si Cristo no resucitó, vana es la
fe de ustedes y ustedes siguen en sus pecados. Por tanto, también los que
durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta
nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los
hombres!» (1 Cor 15,17-19). Es como si dijera: si crees en la resurrección de
Cristo, entonces sabes con certeza que no hay derrota ni muerte para siempre.
Pero si no crees en la resurrección de Cristo, entonces todo se vuelve vacío,
incluso la predicación de los Apóstoles.
La esperanza es una virtud
contra la que pecamos a menudo: en nuestras nostalgias malas, en nuestras melancolías,
cuando pensamos que las felicidades pasadas están enterradas para siempre.
Pecamos contra la esperanza cuando nos abatimos ante nuestros pecados,
olvidando que Dios es misericordioso y más grande que nuestros corazones. No lo
olvidemos, hermanos y hermanas: Dios perdona todo, Dios perdona siempre. Somos
nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Pero no olvidemos esta verdad:
Dios lo perdona todo, Dios perdona siempre. Pecamos contra la esperanza cuando
nos abatimos ante nuestros pecados; pecamos contra la esperanza cuando en
nosotros el otoño anula la primavera; cuando el amor de Dios deja de ser
para nosotros un fuego eterno y nos falta la valentía de tomar decisiones que
nos comprometen para toda la vida.
¡El mundo de hoy tiene tanta
necesidad de esta virtud cristiana! El mundo necesita esperanza, como también
necesita tanto la paciencia, virtud que camina de la mano de la esperanza.
Los seres humanos pacientes son tejedores de bien. Desean obstinadamente la
paz, y aunque algunos tienen prisa y quisieran todo y todo ya, la paciencia
tiene capacidad de espera. Incluso cuando muchos a su alrededor han sucumbido a
la desilusión, quien está animado por la esperanza y es paciente es capaz de
atravesar las noches más oscuras. La esperanza y la paciencia van juntas.
La esperanza es la virtud de
quien tiene un corazón joven; y aquí, la edad no cuenta. Porque existen también
ancianos con los ojos llenos de luz, que viven una tensión permanente hacia el
futuro. Pensemos en aquellos dos grandes ancianos del Evangelio, Simeón y Ana:
nunca se cansaron de esperar, y vieron el último tramo de su camino bendecido
por el encuentro con el Mesías, a quien reconocieron en Jesús, llevado al
Templo por sus padres. ¡Qué gracia si fuera así para todos nosotros! Si,
después de una larga peregrinación, al dejar las alforjas y el bastón, nuestro
corazón se llenara de una alegría que nunca antes habíamos sentido, y nosotros
también pudiéramos exclamar:
«Ahora, Señor, puedes, según tu
palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu
salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para
iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,29-32).
Hermanos y hermanas, sigamos
adelante y pidamos la gracia de tener esperanza, la esperanza con la paciencia.
Mirar siempre hacia ese encuentro definitivo; pensar siempre que el Señor está
cerca de nosotros, que nunca, ¡nunca la muerte será victoriosa! Sigamos
adelante y pidamos al Señor que nos dé esta gran virtud de la esperanza,
acompañada por la paciencia. Gracias.
MISA DE NIÑOS. SANTÍSIMA TRINIDAD.
Monición
de entrada.
Buenos días.
Hoy celebramos la
fiesta de la Santísima Trinidad.
Cada vez que
rezamos lo hacemos al Padre, por Jesús, el Hijo, en el Espíritu Santo.
Y así hoy decimos
que creemos que Dios es uno familia de tres personas.
Y los tres nos
quieren por igual.
Señor,
ten piedad.
A ti, Hijo de
Dios vivo. Señor, ten piedad.
A ti, cara del
Padre. Cristo, ten piedad.
A ti, que tienes
el Espíritu Santo. Señor, ten piedad.
Peticiones.
-Por el Papa
Francisco. Te lo pedimos Señor.
-Por todos los
cristianos que creemos en la Santísima Trinidad. Te lo pedimos Señor.
-Por los judíos y
musulmanes que creen en Dios. Te lo pedimos, Señor.
-Por las personas
que no creen en Dios Te lo pedimos, Señor.
-Por nosotros que
rezamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Te lo pedimos
Señor.
Acción
de gracias.
Virgen María, tú eres la hija de Dios Padre, la
madre de Dios Hijo y la esposa de Dios Espíritu Santo, hoy queremos darte
gracias porque en esta familia también contáis con cada uno de nosotros.
EXPERIENCIA.
Mira el vídeo https://www.youtube.com/watch?v=mcBpImsrnRk
Al principio aparecen
rostros tristes. ¿A quién o quiénes te recuerdan?
Después rostros de
personas alegres: ¿por qué lo están?
¿Quiénes son los
protagonistas? ¿los sacerdotes o los laicos, es decir, los que no son
sacerdotes, religiosas o religiosos?
REFLEXIÓN.
Lee el evangelio de este
domingo.
X Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día,
el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo:
-Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les
enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver
al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, sopló sobre
ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos.
Lee pausadamente el texto.
Imagina la escena: la casa, los
discípulos, Jesús, el soplo.
Entra dentro de tu corazón,
repite las palabras de Jesús: “Recibe el Espíritu Santo”. Este lo recibiste o
recibirás en el sacramento de la confirmación. Si bien él está ya en tu
corazón.
Respira y acompasa tu
respiración con las palabras de Jesús.
¿Por qué las personas del vídeo
trabajan por los demás?
Es el Espíritu quien les
impulsa.
Respira tomando conciencia de
la respiración. Él es el aire de tu alma. El que impulsa a creer en Jesús y
vivir según sus enseñanzas, a amar a Dios y a los demás anunciando el
Evangelio.
COMPROMISO.
Jesús te lo ha dado todo, ¿qué estás dispuesto
a darle tú?
CELEBRACIÓN.
Recuerda en la oración
las personas que te han hablado de Jesús y los momentos en los que tú has sido
apóstol, enviada o enviado de Cristo como educadora o educador Juniors,
catequistas, en Cáritas, en la parroquia. Agradécele a Jesús haberte elegido y
haber tenido la oportunidad de hacer algo por los demás.
Escucha la canción El
Espíritu del Señor sobre mí. https://www.youtube.com/watch?v=4UYpCfZ22JA
[1] Execrar: 1. Condenar o
maldecir con autoridad sacerdotal o en nombre de cosas sagradas. 2. Vituperar o
reprobar severamente. 3. Aborrecer (//tener aversión).
[2] Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Trad. Biblia CEE.
[3] Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo. Trad. Biblia CEE.
[4] Port eso vosotros sois
la luz del mundo, la sal de la tierra. Trad. editor.
[5] Ayuntar: 2. Añadir. www.rae.es
[6] También os envío yo.
Trad. Biblia CEE.
[7] Recibid el Espíritu
Santo. Ib.
[8] A los que perdonéis los
pecados. Trad. del editor.
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