miércoles, 8 de mayo de 2024

Ascensión del Señor. 12 de mayo de 2024.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11

En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino “aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo, dentro de no muchos días.

Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo:

-Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?

Les dijo:

-No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”.

Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:

-Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando el cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo volverá como lo habéis visto marcharse al cielo.

 

Textos paralelos.

El primer libro lo dediqué, Teófilo, a todo lo que Jesús hizo.

Lc 1, 1-4: Puesto que muchos emprendieron la tarea de contar los sucesos que nos han acontecido, tal como nos lo transmitieron los primeros testigos presenciales, puestos al servicio de la palabra, también yo he pensado, ilustre Teófilo, escribirte todo por orden y exactamente, comenzando desde el principio; así comprenderás con certeza las enseñanzas que has recibido.

Hch 1, 22: Desde el bautismo de Juan hasta que nos fue arrebatado, uno tiene que ser con nosotros testigo de su resurrección.

Después de haber dado instrucciones.

Mt 28, 19-20: Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizadlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadlos a cumplir cuanto os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo.

Lc 24, 49: Yo os envío lo que el Padre prometió. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerza.

Alos apóstoles que él había elegido.

Lc 24, 51: Y mientras los bendecía se separó de ellos y era llevado al cielo.

1 Tm 3, 16: Grande es, sin duda, el misterio de nuestra religión: Se manifestó corporalmente, lo garantizó el Espíritu, se apareció a los ángeles, fue proclamado a los paganos, fue creído en el mundo y exaltado en la gloria.

Después de su pasión, se presentó dándoles pruebas de que vivía.

Hch 10, 40-41: Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él después de resucitar de la muerte.

Hch 13, 31: Y se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén. Ellos son hoy sus testigos ante el pueblo.

Dejándose ver durante cuarenta días.

Mt 28, 10: Jesús les dijo: No temáis; id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea, donde me verán.

Lc 24, 42-43: Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia.

No vayáis a Jerusalén.

Lc 24, 49: Yo os envío lo que el Padre prometió. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerza.

Hch 2, 33: Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado. Es lo que estáis viendo y oyendo.

Aguardad la promesa del Padre.

Ga 3, 14: Así la bendición de Abrahán, por medio de Cristo Jesús se extiende a los paganos, para que podamos recibir por la fe el Espíritu prometido.

Ef 1, 13: Por él, también vosotros, al escuchar el mensaje de la verdad, la buena noticia de vuestra salvación, creísteis en él y fuisteis sellados con el Espíritu Santo prometido.

Seréis bautizados con Espíritu Santo.

Hch 11, 16: Queridos hermanos, tenía que cumplirse lo que el Espíritu Santo profetizó por medio de David acerca de Judas, el que guio a los  que arrestaron a Jesús.

Lc 3, 16: Juan se dirigió a todos: Yo os bautizo con agua; pero está para llegar el que tiene más autoridad que yo, y yo no tengo derecho a desatarle la correa de las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

No os toca a vosotros conocer el tiempo.

Dn 2, 21: Él cambia tiempos y estaciones, destrona y entroniza a los reyes. Él da sabiduría a los sabios y ciencia a los expertos.

Mt 24, 36: En cuanto al día y a la hora, no los conoce nadie, ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solo los conoce el Padre.

1 Ts 5, 1-2: Acerca de fechas y momentos no hace falta que os escriba; pues vosotros sabéis exactamente que el día del Señor llegará como ladrón nocturno.

Cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros.

Is 32, 15: Hasta que se derrame sobre nosotros un aliento de lo alto; entonces el desierto será un vergel, el vergel contará como un bosque.

Recibiréis una fuerza que os hará ser mis testigos.

Lc 24, 47-48: Que en su nombre se predicará penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de ello.

Hasta los confines de la tierra.

Mt 28, 19: Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos, consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Fue levantado en presencia de ellos.

2 R 2, 11: Mientras ellos seguían conversando por el camino, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en el torbellino.

Una nube lo ocultó a sus ojos.

Lc 24, 50-51: Después los sacó hacia Betania y, alzando las manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y era llevado al cielo.

Mc 16, 19: El Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Jn 20, 17: Le dice Jesús: Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.

Mientras ellos estaban mirando fijamente al cielo.

Rm 10, 6: En cambio, la justicia que procede de la fe suena así: No digas por dentro: ¿quién subirá al cielo (a saber, para hacer bajar al Mesías)?

Ef 4, 8-10: Por eso se dice: Subiendo a lo alto llevaba cautivos y repartió dones a los hombres. (Lo de subió ¿qué significa sino que bajó a lo profundo de la tierra?). El que bajó es el que subió por encima de los cielos para llenar el universo.

Se presentaron de pronto dos hombres.

1 P 3, 22: Que subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios, y se le han sometido ángeles, potestades y dominaciones.

Lc 24, 4: Estaban desconcertadas por el hecho, cuando se les presentaron dos personajes con vestidos refulgentes.

Volverá como lo habéis visto marchar.

Hch 3, 20: Y así recibáis del Señor tiempos favorables y os envíe a Jesús, el Mesías predestinado.

Za 14, 4: Aquel día asentará los pies sobre el Monte de los Olivos, a oriente de Jerusalén, y lo dividirá por el medio con una vega dilatada de levante a poniente: la mitad del monte se apartará al norte, la otra mitad hacia el sur.

 

Notas exegéticas.

1 1 El evangelio de Lucas.

1 2 (a) Se subraya la acción del Espíritu en los comienzos de la misión de los apóstoles como en los comienzos del ministerio de Jesús.

1 2 (b) El texto occidental no menciona aquí la Ascensión.

1 3 (a) Este texto parece no avenirse al evangelio de Lucas. Aquí hay una separación de cuarenta días entre la resurrección y la ascensión. Este espacio de tiempo puede entenderse como una duración tipo de la iniciación a la enseñanza del Resucitado o como el tiempo límite para sentar las bases de la autoridad de los primeros testigos.

1 3 (b) El Reino de Dios será el gran tema de la predicación de los apóstoles, como lo había sido de la predicación de Jesús.

1 4 Para Lucas Jerusalén es el centro predestinado de la obra de la salvación, el punto terminal de la misión terrestre de Jesús y el punto inicial de la misión universal de los apóstoles.

1 5 El bautismo en el Espíritu anunciado ya por Juan el Bautista y prometido aquí por Jesús, se inaugurará con la efusión de Pentecostés. Los apóstoles seguirán administrando el bautismo de agua como rito de iniciación al Reino mesiánico, pero lo conferirán “en el nombre de Jesús”; y por la fe en la obra realizada por Cristo, dispondrá en lo sucesivo del poder eficaz de perdonar los pecados y de dar el Espíritu Santo. Se ve aparecer por otra parte, y en conexión con este Bautismo cristiano de agua, otro rito, el de la imposición de manos, que se ordena a una comunicación visible y carismática del Espíritu, análoga a la de Pentecostés; rito que está en el origen del sacramento de la Confirmación. Al lado de estos sacramentos cristianos, siguió practicándose por algún tiempo y por algunos fieles, imperfectamente instruidos, el bautismo de Juan.

1 6 (a) Hch 1 6 reanuda el hilo del relato interrumpido en Lc 24, 49.

1 6 (b) El establecimiento del Reino mesiánico se les representa aún a los apóstoles como una restauración temporal de la realeza davídica.

1 7 Insertando su plan de salvación en la historia humana, Dios ha dispuesto desde toda la eternidad “su tiempo y su momento”: primero, el tiempo de la preparación y de la paciencia; luego, en la “plenitud de los tiempos” el momento escogido para la venida de Cristo, que inaugura la era de la salvación; después el tiempo que transcurre hasta la Parusía; finalmente precedido por los “últimos días”, el “Día” escatológico, y el Juicio Final.

1 8 (a) El Espíritu, tema especialmente predilecto de San Lucas, ante todo aparece como un poder enviado de junto a Dios por Cristo para la difusión de la Buena Nueva. El Espíritu otorga los carismas, que garantizan la predicación: don de lenguas, de milagros, de profecía, de sabiduría, comunica fuerza para anunciar a Jesucristo, a pesar de las persecuciones y para dar testimonio de él, ver nota siguiente, finalmente interviene en las decisiones de capital importancia: admisión de los gentiles en la Iglesia, supresión para ellos de observancias legales, misión de Pablo a través del mundo gentil (texto Occidental). Pero los Hechos conocen también el don del Espíritu recibido en el bautismo y que concede el perdón de los pecados.

1 8 (b) La misión esencial de los apóstoles es dar testimonio de la resurrección de Jesús y también de toda su vida pública.

1 8 (c) La misión de los apóstoles se extiende al universo. Las etapas aquí señaladas dibujan, a grandes rasgos, el esquema geográfico de los Hechos: Jerusalén, que era el punto de llegada del Evangelio, es ahora el punto de partida.

1 9 La nube forma parte del marco de las teofanías[1] del Antiguo Testamento. Es característica de la Parusía[2] del Hijo del hombre.

1 11 El glorioso advenimiento de la Parusía.

 

Salmo responsorial

Salmo 47 (46), 1-2.6-9

 

Dios asciende entre aclamaciones;

el Señor, al son de trompetas. R/.

Pueblos todos, batid palmas,

aclamad a Dios con gritos de júbilo;

porque el Señor altísimo es terrible,

emperador de toda la tierra.  R/.

 

Dios asciende entre aclamaciones;

el Señor al son de trompetas:

tocad para Dios, tocad;

tocad para nuestro Rey, tocad. R/.

 

Porque Dios es el rey del mundo:

tocad con maestría.

Dios reina sobre las naciones,

Dios se sienta en su trono sagrado. R/.

 

Textos paralelos.

Sube Dios entre aclamaciones.

So 3, 14-15: ¡Grita, ciudad de Sión; lanza vítores, Israel; festéjalo exultante, Jerusalén, capital! Que el Señor ha expulsado a los tiranos, ha echado a tus enemigos; el Señor dentro de ti es el rey de Israel y ya no temerás nada malo.

Nm 23, 21: No descubre maldad en Jacob ni encuentra crimen en Israel; el Señor, su Dios, está con él y él lo aclama como a rey.

Sal 24, 7-10: ¡Portones, alzad los dinteles! que se alcen las antiguas compuertas: que va a entrar el Rey de la Gloria. - ¿Quién es ese Rey de la Gloria? – El Señor, héroe valeroso, el Señor, héroe de la guerra. – ¡Portones, alzad los dinteles! alzad las antiguas compuertas: que va a entrar el Rey de la Gloria. – ¿Quién es el Rey de la Gloria? – El Señor de los Ejércitos, él es el Rey de la Gloria.

Sal 68, 19: Subiste a la cumbre llevando cautivos, recibiste como tributo hombres, incluso rebeldes; y te instalaste, Señor Dios.

Sal 89, 16: Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, Señor, a la luz de tu rostro.

Sal 98, 6: Con clarines y al son de trompetas vitoread ante el Señor y Rey.

Reina Dios sobre todas las naciones.

Jr 10, 7: Tú lo mereces, Rey de las naciones; entre todos sus sabios y reyes, ¿quién hay como tú?

Sal 72, 11: Así son los malvados: siempre seguros acumulan riquezas.

 

Notas exegéticas.

47 Himno escatológico, el primero de los “salmos del Reino”; desarrolla la aclamación “Yahvé es Rey”. El Rey de Israel sube al templo con un cortejo triunfal, en medio de aclamaciones rituales. Su gobierno se extiende a todos los pueblos, que vendrán a sumarse al pueblo elegido.

47 7 “nuestro Dios”, griego, “Dios” hebreo.

 

Segunda lectura.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 17-23

Hermanos:

El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro. Y “todo lo puso bajo sus pies·, y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.

 

Textos paralelos.

 Al Padre de la gloria.

Ef 3, 14: Por eso doblo las rodillas ante el Padre.

Ef 3, 16: Para que os conceda por la riqueza de su gloria: fortaleceros internamente con el Espíritu.

Para conocerle perfectamente.

1 Jn 5, 20: Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para conocer al Verdadero. Estamos con el Verdadero y con su hijo Jesucristo. Él es el Dios verdadero y vida eterna.

Ilumine los ojos de vuestro corazón.

2 Co 4, 6: El mismo Dios que mandó a la luz brillar en la tiniebla, iluminó vuestras mentes para que brille en el rostro de Cristo la manifestación de la gloria de Dios.

 

Notas exegéticas.

1 17 Este “espíritu” designa lo que hoy entendemos por “gracia” (actual).

1 18 Las acepciones morales y espirituales de “corazón” en el AT siguen vigentes en el NT. Dios conoce el corazón. El hombre ha de amar a Dios de todo corazón. Dios ha depositado en el corazón del hombre el don de su Espíritu. También Cristo habita en el corazón. Los corazones sencillos, rectos, puros, están abiertos sin limitaciones a la presencia y acción de Dios. Y los creyentes tienen un solo corazón y una sola alma.

1 21 Nombres de las potencias cósmicas frecuentes en la literatura judía apócrifa. Sin someter a crítica la existencia de esos seres celestes, Pablo se limita a encuadrarlos bajo el dominio de Cristo. Al asociarlas con los ángeles de la tradición bíblica y con el don de la Ley, las integra en la historia de la salvación, con una calificación moral cada vez más peyorativa, que concluye convirtiéndolas en potencias demoniacas.

1 23 A la Iglesia, cuerpo de Cristo, se le puede llamar plenitud, ver también en el sentido de que abarca todo el mundo nuevo, que participa, en cuanto marco de la humanidad de la regeneración universal bajo la autoridad de Cristo, Señor y Cabeza. La expresión adverbial “todo en todo” intenta sugerir una amplitud ilimitada.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 16, 15-20

 En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once y les dijo:

-Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.

Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

 

Textos paralelos.

 Mt 28, 18-20: Jesús se acercó y les habló: Me han concedido plena autoridad en el cielo. Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadlos a cumplir cuanto os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo.

Proclamad la Buena Nueva a toda la creación.

Col 1, 23: Con tal de que permanezcáis cimentados y asentados en la fe, sin desplazaros de la esperanza que conocisteis por la buena noticia, proclamada en toda la creación bajo el cielo. Yo, Pablo, soy su ministro.

Estos son los signos que acompañarán.

Hch 1, 8: Pero recibiréis fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

Mt 10, 1: Y llamando a sus doce discípulos, les confirió poder sobre espíritus inmundos, para expulsarlos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.

Echarán demonios.

Lc 10, 19: Mirad, os he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y sobre toda la fuerza del enemigo, y nada os hará daño.

Hch 28, 3-6: Mientras Pablo recogía un haz de leña y la arrimaba al fuego, una víbora, ahuyentada por el calor, se agarró a la mano de Pablo. Cuando los nativos vieron el animal colgando de su mano, comentaban: Mal asesino tiene que ser este hombre, que se hay salvado del mar y la justicia divina no le deja vivir. Pero él sacudió el animal en el fuego y no sufrió daño alguno. Ellos esperaban que se hinchase o cayese muerto de repente. Tras mucho esperar y, viendo que no le sucedía nada de particular, cambiaron de opinión y decían que era un dios.

Impondrán las manos sobre los enfermos.

1 Tm 4, 14: No descuides tu carisma personal, que te fue concedido por indicación profética al imponerte las manos los ancianos.

Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo.

Lc 24, 50-53: Después los sacó hacia Betania y, alzando las manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y era llevado al cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén muy contentos. Y pasaban el tiempo en el templo bendiciendo a Dios.

Hch 1, 3: Se les había presentado vivo, después de padecer, durante cuarenta días, con muchas pruebas, mostrándose y hablando del reinado de Dios.

Hch 2, 33: Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado. Es lo que estáis viendo y oyendo.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

15-16 En pocas palabras aparecen: a) la necesidad de la iglesia y de su misión evangelizadora. b) La catolicidad cualitativa de la Iglesia, el “derecho” y el “deber” de ir a todos los pueblos de la tierra. // TODA LA CREACIÓN: o todo el mundo, el universo; si se entiende como sinónimo de “todas las criaturas”, es posible traducir todos los hombres (toda la humanidad), pues el plural arameo “criaturas” se usa con el significa de “hombres”. // EL QUE CREA…: para la salvación son necesarios: a) La fe (respuesta de adhesión íntegra al Evangelio proclamado). b) El bautismo, puerta de la Iglesia.

17 EN MI NOMBRE: valiéndose de mi nombre, utilizando (invocando) mi nombre.

29 LA PREDICACIÓN (lit. la palabra): la proclamación del Evangelio. // SIGNOS PRODIGIOSOS… ACOMPAÑABAN esa predicación.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

16, 15 En este envío, Cristo manda a sus discípulos predicar a todas las naciones y ofrecerles los sacramentos de su salvación, refiriéndose específicamente al bautismo. Otros actos milagrosos de los discípulos proporcionarían más indicios de que el poder de Cristo estaba actuando a través de ellos. Cat. 75, 748, 1507. El mandato de Cristo a sus apóstoles era universal, es decir, llevar el mensaje del Evangelio al mundo entero. Al dar esta instrucción, les prometió la asistencia del Espíritu Santo, que les daría la fuerza y guía para cumplir esta misión. El mandato dado a los apóstoles sigue siendo la tarea principal de la Iglesia, la cual es guiada por los obispos – los sucesores de los apóstoles – junto con sus sacerdotes y diáconos, como colaboradores en el ministerio. Los laicos están llamados a participar en esta misión apostólica hablando y viviendo en fidelidad a Cristo y a su Iglesia dentro de su estado de vida. Cat. 888-889, 897-900, 977.

16, 16 Al asignar su misión a los apóstoles, Cristo vinculó el perdón de los pecados con el bautismo y la fe. La fe es esencial para la salvación, y el Bautismo es el sacramento de la fe. Siguiendo las palabras de Cristo, la Iglesia ha enseñado siempre que el bautismo es necesario para la salvación “en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad el sacramento” (CEC 1257). Solo dentro de la Iglesia, sacramento de salvación fundado por Cristo, los fieles pueden encontrar a Cristo en la forma más plena posible ofrecido por los sacramentos. Cat. 161, 183, 1223, 1253-1257.

16, 17s. Los signos realizados por Cristo y sus discípulos proporcionan pruebas del reino de Dios y de la fuerza curadora de Cristo, que trabaja por medio de sus ministros. Los discípulos fueron capaces de realizar tales trabajos porque actuaban en su nombre. Cat. 670, 434, 1673, 699. “Los milagros de Cristo y de los santos, las profecías, el crecimiento y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y estabilidad “son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos”, motivos de credibilidad que muestran que “el asentamiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu” (Concilio Vaticano I. Dei Filius 3: DS 300-3010; cf. Mc 16, 20; Hb 2, 4) sino que más bien es bastante razonable. Cat. 434, 670, 699, 1507 y 1673.

16, 20 Después de que Cristo ascendiese al cielo, los discípulos continuaron la misión para la que habían sido enviados. Cat. 2, 156, 659 y 670.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

888 Los obispos con los presbíteros, sus colaboradores, tienen como primer deber anunciar el Evangelio de Dios, según la orden del Señor. Son los heraldos del Evangelio que llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad de Cristo.

898 “Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios” (C. Vaticano II, Lumen gentium, 31).

161 Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación . “Puesto que sin fe… es imposible agradar a Dios” (Hb 11, 6) y llegar a participar de la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella, y nadie, a no ser que “haya perseverado en ella hasta el fin” (Mt 10,22; 24, 13), obtendrá la vida eterna” (Concilio Vaticano I, Constitución dogmática Dei Filius, c. 3; cf. Concilio de Trento. Sesión 6. Decreto sobre la justificación, c. 8).

183 La fe es necesaria para la salvación. El Señor mismo lo afirma: “El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16, 16).

1223 Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar en el Jordán y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20).

668 “Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. Él está “por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación” porque el Padre “bajo sus pies sometió todas las cosas” (Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos y de la historia. En Él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación. su cumplimiento trascendente.

669 Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido su misión, permanece en la tierra en su Iglesia.

670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la “última hora” (1 Jn 2, 18). “El final de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en el mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta. El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos que acompañan su anuncio por la Iglesia.

2 Para que esta llamada resonara en toda la tierra, Cristo envía los apóstoles que había escogido, dándoles el mandato de anunciar el Evangelio: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). Fortalecidos con esta misión, los Apóstoles “salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16, 20).

659 “Con esto el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Mc 16, 19). El cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre. Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos y les instruye sobre el Reino, su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria. La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada en la nube y por el cielo donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios. Solo de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo como un abortivo en una última aparición que constituye a este en apóstol.

670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la “última hora” (1 Jn 2, 18). “El final de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta. El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos que acompañan su anuncio por la Iglesia.

 

Concilio Vaticano II

La Iglesia, al ayudar al mundo y recibir mucho de él, pretende una sola cosa: que venga el Reino de Dios y se instaure la salvación de todo el género humano. Todo el bien que el Pueblo de Dios puede aportar a la familia humana en el tiempo de su peregrinación terrena, deriva del hecho de que la Iglesia es “sacramento universal de salvación” (Lumen gentium, 48), que manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre.

El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se hizo carne de modo que, siendo Hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, el punto en que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones (S. Pablo VI, 1965). Él es Aquel a quien el Padre resucitó de entre los muertos, exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y muertos. Vivificados y reunidos en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que coincide plenamente con el designio de su amor: “Restaurar en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra”.

Constitución Pastoral Gaudium et Spes, 45.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Los apóstoles salieron por el mundo y anunciaron a las naciones la misma doctrina y la misma fe. En cada ciudad establecieron iglesias, de las que desde ese momento las restantes iglesias tomaron el esqueje de la fe, la semilla de la doctrina y la toman todos los días para poder ser ellas mismas iglesias. Por ello, estas han de ser consideradas como apostólicas, puesto que son retoños de las Iglesias apostólicas.

Tertuliano. Prescripción contra los herejes, 20, 4-9. 2, pg. 316.

A los apóstoles se les dijo: “Me serviréis de testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaría y hasta el fin de la tierra” (Hch 1, 8), pero no como si solos los presentes hubiesen de cumplir esa misión tan grande. También parece que a ellos solos se les dijo: “He aquí que estoy con vosotros hasta el fin del mundo”. Pero, ¿quién no entenderá que la promesa mira a toda la Iglesia, que ha de durar hasta la consumación del mundo, mientras unos mueren y otros nacen?

Agustín. Carta a Hesiquio, 199, 12, 49. 2, pg. 316.

La fe católica es dada a conocer a los fieles por medio del Símbolo, para que se aprenda de memoria en la medida en que puede ser resumida en pocas palabras. De este modo, los que comienzan y son todavía como niños de peco, tras haber renacido en Cristo, y no han sido aún fortalecidos por el conocimiento y la explicación muy detallada y espiritual de las Santas Escrituras, pueden resumir su fe en pocas palabras.

Agustín. La fe y el Símbolo de los Apóstoles, 1, 1. 2, pg. 316.

Estos carismas o regalos se han concedido primero a nosotros, los Apóstoles, puesto que habríamos de predicar el Evangelio a todas las gentes, y después se han concedido por necesidad a quienes han creído por nuestro ministerio, y esto no para utilidad de los que hagan tales cosas, sino para utilidad de los infieles, para que a quienes no persuadan las palabras, les doblegue el poder de tales prodigios y les llene de vergüenza.

Anónimo. Constituciones Apostólicas, 8, 1. 2, pg. 317.

Muere, pero vivifica y destruye la muerte con la muerte. Es sepultado, pero resucita. Desciende a los infiernos, pero asciende a las almas y sube a los cielos y vendrá “a juzgar a los vivos y a los muertos”, y a examinar discursos como los tuyos.

Gregorio Nacianceno, Discurso teológico, 29, 20. 2, pg. 319.

Lo que fue visible a nuestro Redentor ha pasado a los sacramentos. Y, para que la fe fuese más excelente y firme, la visión ha sido sustituida por una enseñanza, cuya autoridad, iluminada con resplandores celestiales, ha aceptado los corazones de los fieles.

León Magno, Sermón, 74, 1-2. 2, pg. 320.

 

San Agustín.

Ved cuán grande fue la condescendencia de nuestro Señor. Quien nos hizo descendió hasta nosotros, puesto que habíamos caído de él. Mas, para venir a nosotros, él no cayó, sino que descendió. Por tanto, si descendió hasta nosotros, nos elevó. Nuestra Cabeza nos ha elevado ya en su cuerpo, adonde está él le siguen también sus miembros. Él es la Cabeza, nosotros los miembros. Él está en el cielo, nosotros en la tierra. ¿Tan lejos está de nosotros? De ningún modo. Si te fijas en el espacio está lejos; si te fijas en el amor está con nosotros.

(…) Él nos dará lo prometido; tenemos esa certeza porque nos dejó una garantía. Escribió el evangelio; nos dará lo prometido. Más es lo que nos ha dado. ¿Acaso vamos a pensar que no nos dará la vida futura quien ya nos dio su muerte?... Caminemos confiados hacia esa esperanza porque es veraz quien hay hecho la promesa; pero vivamos de tal manera que podamos decirle con la frente bien alta: “Cumplamos lo que nos mandaste, danos lo que nos prometiste”.

Sermón 395. I, pg. 610.

 

S. Juan de Ávila

Tiene este mal la soberbia, que despoja el ánima de la verdadera gracia de Dios y, si algunos bienes le deja, son falsificados para que no agraden a Dios y sean ocasión al que los tiene de mayor caída. Leemos de nuestro Redemptor que, cuando apareció a sus discípulos el día de su ascensión, primero les reprendió la incredulidad y dureza de corazón (Mc 16, 14-15), y después los mandó ir a predicar, dándoles poder para hacer muchos y grandes milagros, dando a entender que a quién Él levanta a grandes cosas, primero le abate en sí mesmo, dándole conocimiento de sus proprias flaquezas para que, aunque vuelen sobre los cielos, queden asidos a su propia bajeza, sin poder atribuir a sí mismos otra cosa sino su indignidad.

Audi, filia (I), 24. OC I, pg. 487.

Y si, por decir, la Escritura que somos justificados por la fe, se hobiesen de echar fuera los sacramentos, también se podría echar fuera la fe, pues dice que se da la salud y limpieza por el santo baptismo. Mas el Señor entrambas cosas junta diciendo: Quien creyere y fuere baptizado, aquí será salvo (Mc 16, 16).

Audi, filia (II), 44, 7. OC I, pg. 631.

-¿Quién sabe cómo verná este día? – Solo Dios. - ¿No hay alguna señal? - ¿Para qué queréis señal? San Hierónimo y San Gregorio dicen que en sus tiempos había muchas señales. En este nuestro tiempo grande paso se ha dado para este día. Será predicado este evangelio en la redondez de la tierra (Mt 24, 14). Esta codicia del dinero de las Indias, ¿pensáis que es en balde? No lo ha Dios por dinero; por estotro anda Dios: Predicades el Evangelio (cf. Mc 16, 15), que cumpliendo se anda ya.

Domingo I de Adviento, 13. OC III, pg. 26-27.

Aquella Iglesia que cree y tiene la Escritura divina, y que tiene y confiesa haber sacramentos por los cuales se da la gracia, aquella tiene señales de la verdadera Iglesia. Porque la que dice que no hay Escritura o que la gracia se da por la fe sola, y no los sacramentos, no es agua en cántaro ni tiene la señal que dio Cristo, y la que dijo cuando dijo: Quien bien creyere y fuere baptizado, será salvo (Mc 16, 16). No creer solo, no baptismo solo; fe y sacramentos bien recibidos y obras es menester para ser salvos.

Jueves Santo, 12. OC III, pg. 411.

Experimentarías como tienes fuerza para sufrir aires y vientos de persecuciones, sol de tentaciones carnales, heladas de las que causan los demonios; y beberías ponzoña y no morirías con ella (cf. Mc 16, 18), porque aquel fuerte amor de Jesucristo nuestro Señor a los que con porfía le buscan, de tal manera enseña al ánima, que puede decir con San Pablo: Yo sé abundar y sé padecer pobreza; ser humillado y ser ensalzado en todas cosas y en todo lugar me sé haber bien, y este amor que así enseña, hace al ánima tan robusta, que puede decir: todas las cosas puedo en Aquel que me conforta (cf. Flp 4, 12-13). ¿Qué se puede comparar con el alegría y riquezas de aquesta salud? ¿Qué trabajo puede ser grande, saliendo tan precioso fruto de él?

Santísimo Sacramento, 54. OC III, pg. 705.

 

San Oscar Romero.

Terminemos, hermanos, acercándonos al altar con la visión clara y luminosa del Cristo subido a los cielos como una perspectiva de trascendencia. No olvidemos este mensaje de trascendencia y no nos dejemos encerrar en el marco material en que se desenvuelve a veces nuestra vida. Sepamos romper todas aquellas cosas que nos quisieran esclavizar a cualquier clase de servidumbre. Sepamos mirar por encima de todo, más allá de la historia y del tiempo, la figura de un Cristo que nos dice desde su eternidad: Él es la cabeza, y quiere hacer de todos nosotros los miembros de su Cuerpo Místico, para que en pos de esa cabeza, después de haber cumplido como Él la misión en pro de la libertad y de la dignidad de los hombres en esta tierra, sepamos disfrutar la alegría de la justicia eterna junto al trono del Padre de la gloria. Así sea..

Homilía, 27 de mayo de 1979.

 

Papa Francisco. Regina Coeli. 17 de mayo de 2015

Al término de esta celebración, deseo saludaros a todos vosotros que habéis venido a rendir homenaje a las nuevas santas, de manera especial a las delegaciones oficiales de Palestina, Francia, Italia, Israel y Jordania. Saludo con afecto a los cardenales, obispos y sacerdotes, así como a las hijas espirituales de las cuatro santas. Que el Señor conceda por su intercesión un nuevo impulso misionero a los respectivos países de origen. Que al inspirarse en su ejemplo de misericordia, caridad y reconciliación, los cristianos de estas tierras miren al futuro con esperanza, continuando por el camino de la solidaridad y la convivencia fraterna.

Hago extensivo mi saludo a las familias, grupos parroquiales, asociaciones y escuelas presentes, en especial a los confirmandos de la archidiócesis de Génova. Dirijo un recuerdo especial a los fieles de la República Checa, reunidos en el santuario de Svaty Kopećek, en la inmediaciones de Olomouc, que hoy conmemoran los veinte años de la visita de san Juan Pablo II.

Ayer, en Venecia fue proclamado beato el sacerdote Luis Caburlotto, párroco, educador y fundador de las Hijas de San José. Damos gracias a Dios por este Pastor ejemplar, que condujo una intensa vida espiritual y apostólica, dedicada por completo al bien de las almas.

Quisiera también invitar a rezar por el querido pueblo de Burundi, que está viviendo un momento delicado: que el Señor ayude a todos a huir de la violencia y obrar responsablemente por el bien del país.

Nos dirigimos ahora con amor filial a la Virgen María, Madre de la Iglesia, Reina de los santos y modelo de todos los cristianos.

 

Papa Francisco. Regina Coeli. 13 de mayo de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, en Italia y en muchos otros países se celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor. Esta fiesta contiene dos elementos. Por una parte, la Ascensión orienta nuestra mirada al cielo, donde Jesús glorificado se sienta a la derecha de Dios (cf. Mateo 16, 19). Por otra parte, nos recuerda el inicio de la misión de la Iglesia: ¿Por qué? Porque Jesús resucitado ha subido al cielo y manda a sus discípulos a difundir el Evangelio en todo el mundo. Por lo tanto, la Ascensión nos exhorta a levantar la mirada al cielo, para después dirigirla inmediatamente a la tierra, llevando adelante las tareas que el Señor resucitado nos confía.

Es lo que nos invita a hacer la página del día del Evangelio, en la que el evento de la Ascensión viene inmediatamente después de la misión que Jesús confía a sus discípulos. Una misión sin confines, —es decir, literalmente sin límites— que supera las fuerzas humanas. Jesús, de hecho dice: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Marcos 16, 15). Parece de verdad demasiado audaz el encargo que Jesús confía a un pequeño grupo de hombres sencillos y sin grandes capacidades intelectuales. Sin embargo, esta reducida compañía, irrelevante frente a las grandes potencias del mundo, es invitada a llevar el mensaje de amor y de misericordia de Jesús a cada rincón de la tierra. Pero este proyecto de Dios puede ser realizado solo con la fuerza que Dios mismo concede a los apóstoles. En ese sentido, Jesús les asegura que su misión será sostenida por el Espíritu Santo. Y dice así: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra» (Hechos de los apóstoles 1, 8). Así que esta misión pudo realizarse y los apóstoles iniciaron esta obra, que después fue continuada por sus sucesores.

La misión confiada por Jesús a los apóstoles ha proseguido a través de los siglos, y prosigue todavía hoy: requiere la colaboración de todos nosotros. Cada uno, en efecto, por el bautismo que ha recibido está habilitado por su parte para anunciar el Evangelio. La Ascensión del Señor al cielo, mientras inaugura una nueva forma de presencia de Jesús en medio de nosotros, nos pide que tengamos ojos y corazón para encontrarlo, para servirlo y para testimoniarlo a los demás. Se trata de ser hombres y mujeres de la Ascensión, es decir, buscadores de Cristo a lo largo de los caminos de nuestro tiempo, llevando su palabra de salvación hasta los confines de la tierra. En este itinerario encontramos a Cristo mismo en nuestros hermanos, especialmente en los más pobres, en aquellos que sufren en carne propia la dura y mortificante experiencia de las viejas y nuevas pobrezas. Como al inicio Cristo Resucitado envió a sus discípulos con la fuerza del Espíritu Santo, así hoy Él nos envía a todos nosotros, con la misma fuerza, para poner signos concretos y visibles de esperanza. Porque Jesús nos da la esperanza, se fue al cielo y abrió las puertas del cielo y la esperanza de que lleguemos allí.

Que la Virgen María, que como Madre del Señor muerto y Resucitado animó la fe de la primera comunidad de discípulos, nos ayude también a nosotros a mantener «nuestros corazones en alto», así como nos exhorta a hacer la Liturgia. Y que al mismo tiempo nos ayude a tener «los pies en la tierra» y a sembrar con coraje el Evangelio en las situaciones concretas de la vida y la historia.

 

Papa Francisco. Regina Coeli.  16 de mayo de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor. La página evangélica (Mc 16,15-20) —la conclusión del Evangelio de Marcos— nos presenta el último encuentro del Resucitado con los discípulos antes de subir a la derecha del Padre. Normalmente, lo sabemos, las escenas de despedidas son tristes, causan en quien se queda un sentimiento de pérdida, de abandono; sin embargo esto no les sucede a los discípulos. No obstante la separación del Señor, no se muestran desconsolados, es más, están alegres y preparados para partir como misioneros en el mundo.

¿Por qué los discípulos no están tristes? ¿Por qué nosotros también debemos alegrarnos al ver a Jesús que asciende al cielo?

La ascensión completa la misión de Jesús en medio de nosotros. De hecho, si es por nosotros que Jesús bajó del cielo, también es por nosotros que asciende. Después de haber descendido en nuestra humanidad y haberla redimido —Dios, el Hijo de Dios, desciende y se hace hombre, toma nuestra humanidad y la redime— ahora asciende al cielo llevando consigo nuestra carne. Es el primer hombre que entra en el cielo, porque Jesús es hombre, verdadero hombre, es Dios, verdadero Dios; nuestra carne está en el cielo y esto nos da alegría. A la derecha del Padre se sienta ya un cuerpo humano, por primera vez, el cuerpo de Jesús, y en este misterio cada uno de nosotros contempla el propio destino futuro. No se trata de un abandono, Jesús permanece para siempre con los discípulos, con nosotros.

Permanece en la oración, porque Él, como hombre, reza al Padre, y como Dios, hombre y Dios, le hace ver las llagas, las llagas con las cuales nos ha redimido. La oración de Jesús está ahí, con nuestra carne: es uno de nosotros, Dios hombre, y reza por nosotros. Y esto nos debe dar una seguridad, es más, una alegría, ¡una gran alegría! Y el segundo motivo de alegría es la promesa de Jesús. Él nos ha dicho: “Os enviaré el Espíritu Santo”. Y ahí, con el Espíritu Santo, se hace ese mandamiento que Él da precisamente en la despedida: “Id por el mundo, anunciad el Evangelio”. Y será la fuerza del Espíritu Santo que nos lleva allá en el mundo, a llevar el Evangelio. Es el Espíritu Santo de ese día, que Jesús ha prometido, y entonces nueve días después vendrá en la fiesta de Pentecostés. Precisamente es el Espíritu Santo que ha hecho posible que todos nosotros seamos hoy así. ¡Una gran alegría! Jesús se ha ido al cielo: el primer hombre ante el Padre. Se fue con sus llagas, que han sido el precio de nuestra salvación, y reza por nosotros. Y después nos envía el Espíritu Santo, nos promete el Espíritu Santo, para ir a evangelizar. Por esto la alegría de hoy, por esto la alegría de este día de la Ascensión.

Hermanos y hermanas, en esta fiesta de la Ascensión, mientras contemplamos el Cielo, donde Cristo ha ascendido y se sienta a la derecha del Padre, pidamos a María, Reina del Cielo, que nos ayude a ser en el mundo testigos valientes del Resucitado en las situaciones concretas de la vida.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 28 de mayo de 2006.

Antes de concluir esta solemne liturgia con el canto del Regina caeli y con la bendición, quiero saludar una vez más a los cracovianos y a los huéspedes de toda Polonia que han querido participar en esta santa misa. Os encomiendo a todos vosotros a la Madre del Redentor, pidiéndole que os guíe en la fe. Os agradezco vuestra presencia y el testimonio de vuestra fe.

De modo particular me dirijo a la juventud, que ayer expresó su vínculo con Cristo y con la Iglesia. Ayer me disteis como regalo el libro de las declaraciones:  "No la tomo, estoy libre de la droga".

Os pido como padre:  sed fieles a estas palabras. Aquí están en juego vuestra vida y vuestra libertad. No os dejéis engañar por los espejismos de este mundo.

Quiero saludar también a los becarios de la fundación Obra del Nuevo Milenio. Os deseo éxito en el aprendizaje de la ciencia y en la preparación de vuestro futuro.

Saludo a todos los representantes de las más altas autoridades de la República polaca. Doy las gracias al Episcopado polaco y a los representantes de los Episcopados de los numerosos países de Europa que han querido participar en mi peregrinación en tierra polaca.

Saludo a los profesores y a los alumnos de los ateneos de toda Polonia, representados por numerosos rectores. Doy las gracias a todos los que, de diversos modos, incluso mediante el esfuerzo de organizar los encuentros con los fieles, me han demostrado benevolencia.

Que María interceda por vosotros y os obtenga todas las gracias necesarias.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 24 de mayo de 2009.

Queridos hermanos y hermanas:

Cada vez que celebramos la santa misa, resuenan en nuestro corazón las palabras que Jesús confió a sus discípulos en la última Cena como un don valioso: "Os dejo la paz, mi paz os doy" (Jn 14, 27). ¡Cuánta necesidad tiene la comunidad cristiana, y toda la humanidad, de gustar plenamente la riqueza y la fuerza de la paz de Cristo! San Benito fue su gran testigo, porque la acogió en su vida y la hizo fructificar en obras de auténtica renovación cultural y espiritual. Precisamente por eso, a la entrada de la abadía de Montecassino y de todos los monasterios benedictinos, figura como lema la palabra "Pax". De hecho, la comunidad monástica está llamada a vivir según esta paz, que es el don pascual por excelencia. Como sabéis, en mi reciente viaje a Tierra Santa fui como peregrino de paz, y hoy —en esta tierra marcada por el carisma benedictino— tengo la ocasión de subrayar, una vez más, que la paz es en primer lugar don de Dios y, por tanto, su fuerza reside en la oración.

Sin embargo, es un don encomendado al esfuerzo humano. La fuerza necesaria para actuarlo también se puede sacar de la oración. Por tanto, es fundamental cultivar una auténtica vida de oración para garantizar el progreso social en la paz. La historia del monaquismo nos enseña una vez más que un gran avance de civilización se prepara con la escucha diaria de la Palabra de Dios, que impulsa a los creyentes a un esfuerzo personal y comunitario de lucha contra toda forma de egoísmo e injusticia. Sólo aprendiendo, con la gracia de Cristo, a combatir y vencer el mal dentro de uno mismo y en las relaciones con los demás, se llega a ser auténticos constructores de paz y progreso civil. Que la Virgen María, Reina de la paz, ayude a todos los cristianos, en las diversas vocaciones y situaciones de vida, a ser testigos de la paz que Cristo nos ha dado y nos ha dejado como misión ardua para realizar por doquier.

Hoy, 24 de mayo, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María, Auxilio de los cristianos —venerada con gran devoción en el santuario de Sheshan, en Shanghai—, se celebra la Jornada de oración por la Iglesia en China. Mi pensamiento va a todo el pueblo chino. En particular, saludo con gran afecto a los católicos en China y los exhorto a renovar en este día su comunión de fe en Cristo y de fidelidad al Sucesor de Pedro. Que nuestra oración común obtenga una efusión de los dones del Espíritu Santo, para que la unidad de todos los cristianos, la catolicidad y la universalidad de la Iglesia sean cada vez más profundas y visibles.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 20 de mayo de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

Cuarenta días después de la Resurrección —según el libro de los Hechos de los Apóstoles—, Jesús sube al cielo, es decir, vuelve al Padre, que lo había enviado al mundo. En muchos países este misterio no se celebra el jueves, sino hoy, el domingo siguiente. La Ascensión del Señor marca el cumplimiento de la salvación iniciada con la Encarnación. Después de haber instruido por última vez a sus discípulos, Jesús sube al cielo (cf. Mc 16, 19). Él entretanto «no se separó de nuestra condición» (cf. Prefacio); de hecho, en su humanidad asumió consigo a los hombres en la intimidad del Padre y así reveló el destino final de nuestra peregrinación terrena. Del mismo modo que por nosotros bajó del cielo y por nosotros sufrió y murió en la cruz, así también por nosotros resucitó y subió a Dios, que por lo tanto ya no está lejano. San León Magno explica que con este misterio «no solamente se proclama la inmortalidad del alma, sino también la de la carne. De hecho, hoy no solamente se nos confirma como poseedores del paraíso, sino que también penetramos en Cristo en las alturas del cielo» (De Ascensione Domini, Tractatus 73, 2.4: ccl 138 a, 451.453). Por esto, los discípulos cuando vieron al Maestro elevarse de la tierra y subir hacia lo alto, no experimentaron desconsuelo, como se podría pensar; más aún, sino una gran alegría, y se sintieron impulsados a proclamar la victoria de Cristo sobre la muerte (cf. Mc 16, 20). Y el Señor resucitado obraba con ellos, distribuyendo a cada uno un carisma propio. Lo escribe también san Pablo: «Ha dado dones a los hombres... Ha constituido a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y doctores... para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos... a la medida de Cristo en su plenitud» (Ef 4, 8.11-13).

Queridos amigos, la Ascensión nos dice que en Cristo nuestra humanidad es llevada a la altura de Dios; así, cada vez que rezamos, la tierra se une al cielo. Y como el incienso, al quemarse, hace subir hacia lo alto su humo, así cuando elevamos al Señor nuestra oración confiada en Cristo, esta atraviesa los cielos y llega a Dios mismo, que la escucha y acoge. En la célebre obra de san Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, leemos que «para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en aquella cosa que es más gusto de Dios; porque entonces no sólo dará lo que le pedimos, que es la salvación, sino aun lo que él ve que nos conviene y nos es bueno, aunque no se lo pidamos» (Libro III, cap. 44, 2, Roma 1991, 335).

Supliquemos, por último, a la Virgen María para que nos ayude a contemplar los bienes celestiales, que el Señor nos promete, y a ser testigos cada vez más creíbles de su Resurrección, de la verdadera vida.

 

Francisco. Catequesis. Vicios y virtudes. 16. La vida de gracia en el Espíritu.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las últimas semanas hemos reflexionado sobre las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Estas son las cuatro virtudes cardinales. Como hemos subrayado varias veces, estas cuatro virtudes pertenecen a una sabiduría muy antigua, anterior incluso al cristianismo. La honestidad ya se predicaba antes de Cristo como deber cívico; la sabiduría, como norma de actuación; la valentía, como ingrediente fundamental de una vida que tiende al bien; y la moderación, como medida necesaria para no dejarse arrollar por los excesos. Este patrimonio de la humanidad tan antiguo no ha sido sustituido por el cristianismo, sino más bien enfocado, potenciado, purificado e integrado en la fe.

Existe, entonces, en el corazón de cada hombre y de cada mujer, la capacidad de buscar el bien. El Espíritu Santo se nos da para que quien lo recibe pueda distinguir claramente el bien del mal, tenga la fuerza de adherirse al bien rehuyendo el mal y, al hacerlo, alcance la plena realización de sí mismo.

Pero en el camino que todos recorremos hacia la plenitud de la vida, que pertenece al destino de cada persona -el destino de toda persona es la plenitud, estar llena de vida-, el cristiano goza de una asistencia especial del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús. Ésta se concreta en el don de otras tres virtudes netamente cristianas, que a menudo se mencionan juntas en los escritos del Nuevo Testamento. Estas actitudes fundamentales que caracterizan la vida del cristiano son tres virtudes que diremos ahora juntos: la fe, la esperanza y la caridad. Digámoslo juntos: [juntos] la fe, la esperanza… no oigo nada, ¡más fuerte! [juntos] La fe, la esperanza y la caridad. ¡Lo han hecho muy bien!

Los escritores cristianos las llamaron muy pronto virtudes "teologales", dado que se reciben y se viven en relación con Dios, para diferenciarlas de las otras llamadas "cardinales", que constituyen el "quicio" de una vida buena. Estas tres se reciben en el bautismo y vienen del Espíritu Santo. Las unas y las otras -las teologales y las cardinales- reunidas en diferentes reflexiones sistemáticas, han compuesto así un maravilloso septenario, que a menudo se contrapone a la lista de los siete pecados capitales. El Catecismo de la Iglesia Católica define la acción de las virtudes teologales así: «Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano» (n. 1813).

El riesgo de las virtudes cardinales es generar hombres y mujeres heroicos en el hacer el bien, pero que actúan solos, aislados; en cambio, el gran don de las virtudes teologales es la existencia vivida en el Espíritu Santo. El cristiano nunca está solo. Hace el bien no por un esfuerzo titánico de compromiso personal, sino porque, como humilde discípulo, camina detrás del Maestro Jesús. Él va delante en el camino. El cristiano posee las virtudes teologales, que son el gran antídoto contra la autosuficiencia. ¡Cuántas veces ciertos hombres y mujeres moralmente irreprochables corren el riesgo de volverse presuntuosos y arrogantes a los ojos de quienes los conocen! Es un peligro del que nos avisa el Evangelio, en el que Jesús recomienda a los discípulos: «También ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan: "Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que debíamos"» (Lc 17,10). La soberbia es un veneno, es un veneno poderoso: basta una gota para echar a perder toda una vida marcada por el bien. Una persona puede haber realizado innumerables obras buenas, puede haber recibido elogios y alabanzas, pero si ha hecho todo esto sólo para sí misma, para exaltarse a sí misma, ¿puede considerarse una persona virtuosa? ¡No!

El bien no es sólo un fin, sino también un camino. El bien requiere mucha discreción, mucha amabilidad. Sobre todo, el bien necesita despojarse de esa presencia a veces demasiado dominante que es nuestro “yo”. Cuando nuestro “yo” está en el centro de todo, se estropea todo. Si cada acción que realizamos en la vida la realizamos sólo para nosotros mismos, ¿es realmente tan importante esta motivación? El pobre “yo” se apropia de todo y así nace la soberbia.

Para corregir todas estas situaciones que a veces se vuelven dolorosas, las virtudes teologales son de gran ayuda. Lo son especialmente en los momentos de caída, porque incluso quienes tienen buenos propósitos morales caen a veces. En la vida todos caemos, porque todos somos pecadores. Incluso quienes practican la virtud cada día a veces se equivocan -todos nos equivocamos en la vida-: la inteligencia no siempre es lúcida, la voluntad no siempre es firme, las pasiones no siempre se gobiernan, la valentía no siempre vence el miedo. Pero si abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo, el Maestro interior, Él reaviva en nosotros las virtudes teologales. Así, cuando perdemos la confianza, Dios aumenta nuestra fe; cuando nos desalentamos, despierta en nosotros la esperanza; y cuando nuestro corazón se enfría, Él lo enciende con el fuego de su amor.

 

Francisco. Catequesis. Vicios y virtudes. 17. La fe (1 de mayo de 2024).

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera hablarles de la virtud de la fe. Como la caridad y la esperanza, esta virtud se llama "teologal". Las virtudes teologales son tres: fe, esperanza y caridad. ¿Por qué son teologales? porque sólo podemos vivirlas gracias al don de Dios. Las tres virtudes teologales son los grandes dones que Dios hace a nuestra capacidad moral. Sin ellas, podríamos ser prudentes, justos, fuertes y templados, pero no tendríamos ojos que ven incluso en la oscuridad, no tendríamos un corazón que ama incluso cuando no es amado, no tendríamos una esperanza que osa contra toda esperanza.

¿Qué es la fe? El Catecismo de la Iglesia Católica, nos explica que la fe es el acto por el cual el ser humano se entrega libremente a Dios (n. 1814). En esta fe, Abraham fue nuestro gran padre. Cuando aceptó dejar la tierra de sus antepasados para dirigirse a la tierra que Dios le mostraría, probablemente se le juzgó loco: ¿por qué dejar lo conocido por lo desconocido, lo seguro por lo incierto? Pero, ¿por qué hacerlo? ¿Está loco? Pero Abraham se pone en camino, como si viera lo invisible. Esto es lo que la Biblia dice de Abraham: "Se puso en camino como si viera lo invisible". Esto es hermoso. Y seguirá siendo lo invisible lo que le hace subir al monte con su hijo Isaac, el único hijo de la promesa, que sólo en el último momento se librará del sacrificio. Con esta fe, Abraham se convierte en el padre de una larga estirpe de hijos. La fe le hizo fecundo.

Hombre de fe fue también Moisés, que, aceptando la voz de Dios incluso cuando más de una duda podía asaltarlo, permaneció firme confiando en el Señor, e incluso defendió al pueblo que tantas veces carecía de fe.

Mujer de fe será la Virgen María, quien, al recibir el anuncio del Ángel, que muchos habrían desechado por demasiado exigente y arriesgado, responde: "He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Y con el corazón lleno de fe, con el corazón lleno de confianza en Dios, María emprende un camino del que no conoce ni la ruta ni los peligros.

La fe es la virtud que hace al cristiano. Porque ser cristiano no es ante todo aceptar una cultura, con los valores que la acompañan, sino que ser cristiano es acoger y custodiar un vínculo, un vínculo con Dios: Dios y yo; mi persona y el rostro amable de Jesús. Este vínculo es lo que nos hace cristianos.

A propósito de la fe, me viene a la mente un episodio del Evangelio. Los discípulos de Jesús están cruzando el lago y se ven sorprendidos por una tormenta. Creen que podrán salir adelante con la fuerza de sus brazos, con los recursos de su experiencia, pero la barca comienza a llenarse de agua y les entra el pánico (cfr. Mc 4,35-41). No se dan cuenta de que tienen ante sus ojos la solución: Jesús está allí con ellos, en la barca, en medio de la tormenta, y Jesús duerme, dice el Evangelio. Cuando por fin lo despiertan, asustados e incluso enfadados porque creen que Él les deja morir, Jesús les reprende: "¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe?" (Mc 4,40).

He aquí, pues, el gran enemigo de la fe: no es la inteligencia, no es la razón, como por desgracia algunos siguen repitiendo obsesivamente, sino que el gran enemigo de la fe es el miedo. Por eso, la fe es el primer don que hay que acoger en la vida cristiana: un don que es preciso acoger y pedir cada día, para que se renueve en nosotros. Aparentemente es un don pequeño, pero es el esencial. Cuando nuestros padres nos llevaron a la pila bautismal, anunciaron el nombre que habían elegido para nosotros, - esto sucedió en nuestro bautismo -: y luego el sacerdote les preguntó:  "¿Qué le piden a la Iglesia de Dios?". Y nuestros padres respondieron: "¡La fe, el bautismo!".

Para un padre cristiano, consciente de la gracia que se le ha concedido, es ése el don que debe pedir también para su hijo: la fe. Con ella, un padre sabe que, incluso en medio de las pruebas de la vida, su hijo no se ahogará en el miedo. He aquí el enemigo es el miedo. Él sabe también que, cuando deje de tener un padre en esta tierra, seguirá teniendo a Dios Padre en el cielo, que nunca le abandonará. Nuestro amor es frágil, y sólo el amor de Dios vence la muerte.

Por supuesto, como dice el Apóstol, la fe no es de todos (cfr. 2 Ts 3,2), e incluso nosotros, que somos creyentes, a menudo nos damos cuenta de que solo tenemos una pequeña reserva. Jesús podría reprendernos con frecuencia, como a sus discípulos, por ser "hombres de poca fe". Pero es el don más feliz, la única virtud que nos está permitido envidiar. Porque quien tiene fe está habitado por una fuerza que no es sólo humana; en efecto, la fe "suscita" en nosotros la gracia y abre la mente al misterio de Dios. Como dijo una vez Jesús: «Si tuvieran un poco de fe como un granito de mostaza, podrían decir a esa morera:" Arráncate y plántate en el mar", y les obedecería.» (Lc 17, 6). Por eso también nosotros, como los discípulos, repetimos: Señor, ¡aumenta nuestra fe! (cfr. Lc 17,5) ¡Es una hermosa oración! ¿La decimos todos juntos? "Señor, aumenta nuestra fe". La decimos juntos: [todos] "Señor, aumenta nuestra fe". Demasiado débil, un poco más alto: [todos] "¡Señor, aumenta nuestra fe!". Gracias.

 

MISA DE NIÑOS. PENTECOSTÉS.

Monición de entrada.

Buenos días.

Hoy es la fiesta de Pentecostés, que quiere decir, los cincuenta días después del domingo de Pascua.

Hoy Jesús envió el Espíritu Santo.

Él fue quien estuvo con los profetas y con los apóstoles.

Y Él es el que nos habla al corazón para que escuchemos a Jesús.

 

 Señor, ten piedad.

Que tu Espíritu Santo nos cambie. Señor, ten piedad.

Que tu Espíritu Santo nos limpie. Cristo, ten piedad.

Que tu Espíritu Santo nos haga nuevos. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco para que el Espíritu Santo le ayude. Te lo pedimos Señor.

-Por la Iglesia, para que esté atenta a lo que pasa en la tierra. Te lo pedimos Señor.

-Por todos los países, para que el Espíritu Santo abra su corazón al mensaje de Jesús. Te lo pedimos, Señor.

-Por nuestro mundo, para que no perdamos la ilusión de que puede ser mejor. Te lo pedimos, Señor.

-Por nosotros para que ayudados por el Espíritu Santo demos ejemplo de que somos amigos de Jesús. Te lo pedimos Señor.

 

 Acción de gracias.

Virgen María, cuando el Espíritu Santo vino sobre los apóstoles tú estabas con ellos. Queremos darte gracias porque también este domingo estás con Jesús y nosotros.

 

EXPERIENCIA.

Mira el vídeo   https://www.youtube.com/watch?v=npxZruoXawk

¿Qué imágenes recuerdas?

Piensa en ellas. Puedes volver a visualizar el vídeo.

 

REFLEXIÓN.

Lee el evangelio de este domingo.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 16, 15-20

 En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once y les dijo:

-Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en mis manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.

Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

 

 Lee pausadamente el texto.

Ahora vuelve al vídeo, escucha la música mientras lees el texto.

Abre los ojos, mira el vídeo pensando en las palabras de Jesús: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”.

¿Qué te pide en estos momentos Jesús?

¿Qué le dices a Jesús? ¿Estás dispuesto o dispuesta a llevar el evangelio?

 

COMPROMISO.

Tradúcelo en una acción concreta. El camino que Jesús te marca es el anuncio del evangelio con tu forma de vivir cristiana.

 

CELEBRACIÓN.

Escucha la canción Llamados de los Juniors Patriarca de San José de Valencia.  https://fb.watch/5q9QUjm8Rn/

 

BIBLIOGRAFÍA.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. BAC. Madrid. 2016.

Biblia de Jerusalén. 5ª edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.

Biblia del Peregrino. Edición de Luis Alonso Schökel. EGA-Mensajero. Bilbao. 1995.

Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.

Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.

Secretariado Nacional de Liturgia. Libro de la Sede. Primera edición: 1983. Coeditores Litúrgicos. Barcelona. 2004.

Robinson, Jame M.; Hoffmann Paul y John S., Kloppenborg. El Documento Q. Ediciones Sígueme. Salamanca. 2004.

Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.

Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 2. Evangelio según san Marcos. Ciudad Nueva. Madrid. 2009.

Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 3. Evangelio según san Lucas. Ciudad Nueva. Madrid. 2006.

Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 4a. Evangelio según san Juan (1-10). Ciudad Nueva. Madrid. 2012.

San Juan de Ávila. Obras Completas i. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid. 2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores. BAC. Madrid. 2013.

San Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid.   2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.

http://www.quierover.org



[1] Teofanía: 1. Manifestación de la divinidad de Dios. www.rae.es

[2] Parusía: 1. Advenimiento glorioso de Jesucristo al fin de los tiempos. Ib.

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