lunes, 15 de diciembre de 2025

Nº 289. Domingo 4º de Adviento. 21 de diciembre de 2025.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de Isaías 7, 10-14.

En aquellos días, el Señor habló a Ajaz y le dijo:

-Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.

Respondió Ajaz:

-No lo pido, no quiero tentar al Señor.

Entonces dijo Isaías:

-Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel.

 

Textos paralelos.

Respondió Ajaz: No la pediré, no tentaré a Yahvé.

Dt 6, 16: No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba, como lo tentasteis en Masá.

Mirad, una doncella está encinta.

Mt 1, 23: Mirad, la virgen está en cita, dará a luz a un hijo que se llamará Emmanuel (que significa Dios-con-nosotros).

Va a dar a luz un hijo.

Mi 5, 2: Pues los entrega solo hasta que la madre dé a luz y el resto de los hermanos vuelva a los israelitas.

Por nombre Emmanuel.

Is 9, 5: Porque un niño nos ha nacido, nos ha traído un hijo: lleva el cetro del principado y se llama Milagro de Consejero, Guerrero divino, Jefe perpetuo, Príncipe de la paz.

Comerá cuajada y miel.

Is 7, 22: Y como abundará la leche, comerán requesón; sí, comerán requesón y miel los que queden en el país.

Sepa rehusar lo malo y elegir lo bueno.

Dt 1, 39: Vuestros chiquillos, que creíais ya botín del enemigo; vuestros niños, que aún no distinguen el bien del mal, entrarán allí, a ellos se la daré en posesión.

1 R 3, 9: Enséñame a escuchar para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal; si no, ¿quién podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande?

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

7 11 En Isaías, una señal no es necesariamente un milagro, sino simplemente un hecho que el interlocutor puede tener a la vista inmediatamente o poco después, y que debe ayudarle a entender con certeza un acontecimiento más alejado en el tiempo.

7 14 (a) A pesar de todo, Dios da a Ajaz la señal que se ha negado a pedirle. Es el nacimiento de un hijo cuyo nombre, Emmanuel, es decir, Dios con nosotros es profético y anuncia que Dios protegerá y bendecirá a Judá. En estos textos Isaías descubrirá con más precisión algunos aspectos de la salvación traída por este niño. Estas profecías son expresión del mesianismo real, esbozado ya por el profeta Natán y que más tarde reiterarán Mi 4, 14, Ez 34, 33 y Ag 2, 23. Dios concederá la salvación por medio de un rey, sucesor de David: la esperanza de los fieles de Yahvé descansa en la permanencia del linaje davídico. Incluso si Isaías se refiere inmediatamente al nacimiento de un hijo de Ajaz, por ejemplo Ezequías (y esto parece probable a pesar de la incertidumbre de la cronología y, al parecer, así lo entendió el griego al leer v. 14, “tu le pondrás por nombre…”), se presiente, por la solemnidad dada al oráculo, y por el sentido estricto del nombre simbólico dado al niño, que Isaías atisba en este nacimiento, una intervención de Dios encaminada al reino mesiánico definitivo. De este modo, la profecía del Emmanuel rebasa su realización inmediata y los evangelistas (Mt 1,2 3 citando a Is 7, 14) y posteriormente toda la tradición cristiana han reconocido legítimamente en aquella el anuncio del nacimiento de Cristo.

7 14 (b) La traducción griega “la virgen”, precisando con ello el término hebreo ‘almâh que designa a una muchacha o a una joven recién casada sin concretar más. Pero el texto de los LXX es un testigo de alto valor de la antigua interpretación judía, que quedará consagrada en el Evangelio: Mt 1, 23 ve aquí el anuncio de la concepción virginal de Cristo.

7 14 (c) Hemos leído “(ella) pondrá” (lit.: “ella llamará”) con el texto masorético; pero un manuscrito de Qumrán dice “él pondrá”, mientras que las versiones dudan entre “tú pondrás” (mayoría de los manuscritos griegos) y “se le pondrá” (Vulgata). Las consonantes del texto masorético (qe’t) pueden ser leídas “ella pondrá” o “tú pondrás” (masculino o femenino).

 

Salmo responsorial

Sal 24 (23), 1b.2.3-4ab.5-6 (R/. 7c.10c).

 

Va a entrar el Señor; él es el Rey de la gloria. R/.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,

el orbe y todos sus habitantes:

él la fundó sobre los mares,

él la afianzó sobre los ríos. R/.

 

¿Quién puede subir al monte del Señor?

¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes y puro corazón,

que no confía en los ídolos.  R/.

 

Ese recibirá la bendición del Señor,

le hará justicia el Dios de salvación.

Esta es la generación que busca al Señor,

que busca tu rostro, Dios de Jacob.  R/.

 

Textos paralelos.

De Yahvé es la tierra y cuanto la llena.

Is 66, 1-2: Así dice el Señor: El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies: ¿Qué templo podréis construirme o que lugar para mi descanso? Todo esto lo hicieron mis manos y existió todo esto – oráculo del Señor –. Pero en ese pondré mis ojos: en el humilde y en el abatido, que se estremece ante mis palabras.

Sal 89, 12: Tuyos son los cielos, tuya es la tierra; el orbe y cuanto contiene tú lo cimentaste.

Dt 10, 14: Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo; la tierra y cuanto la habita.

1 Co 10, 26: Pues del Señor es la tierra y cuanto contiene.

Sal 75, 4: Aunque tiemble la tierra con sus habitantes, yo he afianzado sus columnas.

Is 42, 5: Así dice el Señor Dios, que creyó y desplegó el cielo, afianzó la tierra con su vegetación, dio el respiro al pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella.

Sal 15, 1-2: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?, ¿quién habitará en tu monte santo? El de conducta intachable y que practica la justicia.

La que acude a tu presencia, Dios de Jacob.

Sal 27, 8-9: El Señor es mi fuerza y baluarte salvador de su Ungido. Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad, apaciéntales y llévalos por siempre.

Puertas, alzad los dinteles.

2 S 6, 12-16: Informaron a David: El Señor ha bendecido a la familia de Obededom y toda su hacienda en atención al arca de . Entonces fue David y llevó el arca de Dios desde la casa de Obededom a la Ciudad de David, haciendo fiesta. Cuando los portadores del arca del Señor avanzaron seis pasos, sacrificó un toro y un ternero cebado. E iba danzando ante el Señor con todo entusiasmo, vestido solo con un roquete de lino. Así iban llevando David y los israelitas el arca del Señor entre víctores y al sonido de la trompeta. Cuando el arca del Señor entraba en la Ciudad de David, Mical, hija de Saúl, estaba mirando por la ventana, y al ver al rey David haciendo piruetas y cabriolas delante del Señor lo despreció en su interior.

Sal 118, 19-20: ¡Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor! Esta es la puerta del Señor, los vencedores entrarán por ella.

Ez 44, 2: Y me dijo: Esta puerta permanecerá cerrada. No se abrirá nunca y nadie entrará por ella, porque el Señor, el Dios de Israel, ha entrado por ella; permanecerá cerrada.

Ml 3, 1: Mirad, yo envío un mensajero a prepararme el camino. De pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis; el mensajero de la alianza que deseáis, miradlo entrar – dice el Señor de los ejércitos –.

¿Quién es el rey de la gloria?

1 Co 2, 8: Ningún príncipe de este mundo la conoció: pues que de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria.

1 S 1, 3: Aquel hombre solía subir todos los años desde su pueblo para adorar y ofrecer sacrificios al Señor de los ejércitos en Siló, donde estaban de sacerdotes del Señor los dos hijos de Elí; Jofní y Fineés.

Ex 24, 16: Y la gloria del Señor descansaba sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió durante seis días. Al séptimo día llamó a Moisés desde la nube.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

24 Los vv. 7-10 pueden referirse al traslado del arca en tiempo de David (2 S 6, 12-16). El comienzo, vv. 1-6 parece posterior: el creador del universo es también el amigo que acoge al justo.

24 2 La tierra es descrita descansando sobre las aguas del océano inferior.

24 6 “Tu presencia, Dios de Jacob” 2 manuscritos hebreos; “tu presencia, Jacob”. Texto Masorético; “la presencia del Dios de Jacob” griego.

 

Segunda lectura.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 1, 1-7.

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol escogido para el evangelio de Dios, que fue prometido por sus profetas en las Escrituras Santas y se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor. Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre ellos os encontráis vosotros, llamados de Jesucristo. A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

 

Textos paralelos.

Pablo, siervo de Cristo Jesús y su apóstol.

Ga 1, 10: Pues ahora ¿trato de conciliarme a los hombres o a Dios? ¿Intento agradar a hombres? Si todavía quisiera agradar a los hombres, no sería siervo del Mesías.

Flp 1, 1: Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los consagrados a Cristo Jesús que residen en Filipos, incluidos sus obispos y diáconos.

Ga 1, 15-17: Pero, cuando el que me apartó desde el vientre materno y me llamó por puro favor, tuvo a bien revelarme a su Hijo para que lo anunciara a los paganos, inmediatamente, en vez de consultar a hombre alguno o de subir a Jerusalén a visitar a los apóstoles más antiguos que yo, me alejé a Arabia y después volví a Damasco.

Hch 26, 16-18: Les abrirás los ojos para que se conviertan de las tinieblas a la luz, del dominio de Satanás a Dios, para recibir el perdón de los pecados y una porción entre los consagrados por creer en mí.

La promesa era relativa a su Hijo, Jesucristo Señor nuestro.

2 S 7, 14: Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo; si se tuerce, lo corregiré con varas y golpes, como suelen los hombres.

Mt 9, 27: Mientras Jesús seguía adelante, dos ciegos lo seguían dando voces: “¡Hijo de David! Ten piedad de nosotros.

2 Tm 2, 8: Siguiendo mi buena noticia, acuérdate de Jesucristo, resucitado de la muerte, del linaje de David.

Ap 22, 16: Yo, Jesús, envié a mi ángel con este testimonio para vosotros acerca de las iglesias. Yo soy el retoño del linaje de David, el astro brillante de la mañana.

Rm 9, 5: Los patriarcas; de su linaje carnal desciende el Mesías. Sea por siempre bendito el Dios que está sobre todo. Amén.

Para que su nombre sea alabado.

Hch 9, 15: Le contestó el Señor: Ve, que ese es mi instrumento elegido para difundir mi nombre entre paganos, reyes e israelitas.

Santos por vocación.

Hch 9, 13: Ananías respondió: Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y contar todo el daño que ha hecho a los consagrados de Jerusalén.

A vosotros gracia y paz.

1 Co 8, 6: Para nosotros existe un solo Dios, el padre, que es principio de todo y fin nuestro, y existe un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y también nosotros.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

1 Según un formulario usual en su tiempo, Pablo da comienzo a sus epístolas con la dirección (nombre del remitente y del destinatario: saludo) seguida de una acción de gracias y una súplica. Pero da a estas fórmulas un sentido cristiano y, sobre todo, las amplía llenándolas de contenido teológico, anunciando de ordinario los grandes temas de cada epístola. Los temas de la presente Carta son: gratuidad de la elección divina, función de la fe en la justificación, salvación por la muerte y resurrección de Cristo, armonía de los dos Testamentos.

1 1 (a) Este término (doulos) que significa también “esclavo”, alude aquí probablemente a los grandes siervos de Dios del AT.

1 1 (b) Título de origen judío, que significa enviado; en el NT se aplica unas veces a los Doce discípulos elegidos por Cristo, para que fueran sus testigos; otras veces de una manera más amplia a los predicadores del Evangelio. Aunque Pablo no perteneció al colegio de los Doce, es, sin embargo, verdadero apóstol, porque Cristo resucitado le envió a los gentiles, en nada inferior a los Doce. Como ellos vio a Cristo resucitado, recibiendo de él la misión de ser testigo aun reconociéndose como el último de los apóstoles, indica claramente que es igual a ellos y no les es deudor de su evangelio.

1 1 (c) El término evangelio es la transcripción de un sustantivo griego (euangelion) que significa “Buena noticia”. La raíz no es frecuente en los LXX, motivo por el que conviene estar atentos a su presencia en algunas de las grandes profecías mesiánicas (Is 52, 7 y 61, 1, citadas en Rm 10, 15 y Lc 4, 18-19). Es ciertamente en estos textos donde hay que  buscar la razón que empuja a los autores del NT a emplear dicho término en un sentido preciso (y casi técnico): la Buena Noticia que Dios anuncia al mundo enviando a Jesucristo para instaurar su Reino. De ahí los diversos calificativos: Evangelio de Dios, Evangelio de Jesucristo, Evangelio del Reino. El carácter nuevo del Evangelio concierne ante todo a la persona de Jesucristo: las profecías del AT anuncian ya el amor y el perdón de Dios ofrecidos a todos los hombres, pero es ahora en Jesucristo, cuando se cumple la realización de las promesas.

1 2 El apóstol pone de relieve la unidad fundamental de las dos alianzas, algo que merece ser destacado. En efecto, Pablo se dirige a una comunidad compuesta por cristianos de origen judío y pagano. Y quiere que todos se consideren herederos de las promesas contenidas en el AT.

1 3 Los vv. 3 y 4, que retoman seguramente una fórmula de confesión de fe, presentan un estricto paralelismo. Según la carne, Jesús procede del linaje de David; según el espíritu, es establecido como hijo de Dios, con poder mediante su resurrección. Según algunos críticos, Pablo contemplaría aquí sucesivamente las dos naturalezas de Cristo: humana (v. 3) y divina (v. 4). Pero parece que, en estos vv. Pablo considera la persona de Jesús de Nazaret en su condición humana. Antes de Pascua, tal condición estaba marcada por la debilidad y humildad de la carne, después de Pascua, se caracterizaría por la toma de posesión de la plenitud de las prerrogativas divinas (“con poder”). Pablo afirma que, en su condición terrena, Jesús es Hijo de Dios y afirmará su divinidad. El término carne (sarx; cf. hebreo basar) que parece más de veinte veces en la epístola, presenta diversos matices, según los contextos: 1. Como ocurre con frecuencia en el AT, en algunos textos de la epístola dicho término designa al ser humano caracterizado por su existencia frágil y amenazada de muerte; 2. En otros textos, el apóstol no insiste solo en los límites naturales de la persona, sino en su existencia dominada por el pecado y la muerte. 3. En una tercera serie de textos, Pablo describe la liberación de la carne mediante el Espíritu y exhorta a vivir no según la carne, sino según el Espíritu.

1 4 (a) Vulgata: “predestinado”.

1 4 (b) Pablo atribuye siempre la resurrección de Cristo a la acción de Dios, el cual manifiesta de esa manera su poder. El Espíritu es el que ha vuelto a la vida, constituyéndole en su glorioso estado de “Kyrios”, que merece por nuevo título – el mesiánico – su nombre eterno de Hijo de Dios.

1 5 (a) “Obediencia de la fe” no precisamente como sumisión al mensaje evangélico, sino como adhesión de fe.

1 5 (b)  El término griego ethne puede tener una connotación negativa (paganos los que adoran a los ídolos) o una connotación neutra (los demás pueblos fuera del judío), es decir: los no-judíos. En Romanos debe traducirse por “naciones gentiles” y no por “paganos” en la medida en que Pablo aplica el término a los creyentes venidos ciertamente del paganismo, pero que ya no son paganos, adoradores de divinidades paganas; los únicos pasajes en que el ´termino significa pagano. En el lenguaje bíblico español se ha generalizado el término “gentiles” (normalmente en plural) para traducir dicho término griego. Por eso, se ha mantenido siempre un único término gentiles, como en el original, dejando que el contexto decida si debe leerse con connotación negativa o neutra.

1 6 Podría entenderse también “llamados a Jesucristo”, es decir, “vosotros que, habiendo recibido la llamada de Dios, pertenecéis a Jesucristo”.

1 7 Lit. “santos llamados” o “santos por llamada”. En el AT la santidad consiste en ser consagrado a Dios. En los autores del NT, la persona es considerada santa no principalmente por su percepción moral o religiosa, sino en virtud de una vocación por la que Dios la llama como miembro de su pueblo consagrado y le confía una misión. Pero sobra decir que esta vocación implica y exige la santidad de vida.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Mateo 1, 18-24.

La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:

-José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: “Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa Dios-con-nosotros. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

 

Textos paralelos.

Su madre María.

Lc 1, 27: A una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Lc 2, 5: Para empadronarse con su esposa María, que estaba en cinta.

Cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños.

Gn 16, 7: El ángel del Señor la encontró junto a una fuente en el desierto, la fuente del camino del sur.

Jn 5, 4: Es que el ángel del Señor se lavaba de tiempo en tiempo en la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua recobraba la salud de cualquier mal.

Hch 7, 38: Este es el que en la asamblea del desierto estuvo con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí y con nuestros padres; el que recibió las palabras de vida para transmitirlas a nosotros.

Pondrás por nombre Jesús.

Lc 1, 31: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.

Salvará a su pueblo.

Sal 130, 8: Y él redimirá a Israel de todos sus delitos.

Si 46, 1: Valiente guerrero fue Josué, hijo de Nun, sucesor de Moisés en la dignidad de profeta. De acuerdo con lo que su nombre indica, se mostró grande para salvar a los elegidos del Señor, para tomar venganza de los enemigos sublevados e introducir a Israel en su heredad.

Se cumpliese lo dicho por el Señor.

Hch 3, 22 : Moisés dijo: El Señor Dios vuestro hará surgir de entre vuestros hermanos un profeta como yo: escuchadle todo lo que os diga.

Mt 4, 14: Para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías.

La virgen concebirá.

Is 7, 14: Pues el Señor, por su cuenta os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel.

Is 8, 8: Irrumpirá en Judá, desbordará, crecerá hasta alcanzar al cuello, y sus alas desplegadas cubrirán toda la anchura de tu tierra, ¡Oh Enmanuel!

Is 8, 10: Trazad planes, que fracasarán, haced promesas, que no se mantendrán, porque con nosotros está Dios.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

1 18 Los desposorios judíos suponían un compromiso tan real que al prometido se le llamaba ya “marido” y no podía quedar libre más que por el “repudio”.

1 19 (a) La justicia de José consiste en que no quiere dar su nombre a un niño a cuyo padre no conoce, pero también en que, por compasión, rechaza entregar a María al riguroso procedimiento de la Ley, la lapidación, Dt 22, 20s.

1 19 (b) “en privado”: contraste con la ordalía[1] prescrita en Nm 5, 11-31. De todas formas, no hay ningún texto en el AT que pueda justificar el carácter “privado” de este repudio; al contrario, para ser legal debía estar avalado por un certificado oficial (Dt 24, 1). De ahí la pregunta de san Jerónimo: “¿Cómo puede José considerarse justo, cuando oculta el crimen de su esposa?”. Para poder obrar justamente, José debía formarse una opinión sobre el origen del niño: si era un Niño divino o bien un hijo adulterino.

1 20 (a) El “ángel del Señor”, en textos más antiguos, Gn 16, 7, representaba primitivamente al mismo Yahvé. Diferenciado cada vez más de Dios por los progresos en la angelología, ver Tb 5, 4, sigue siendo el tipo de mensajero celeste, y como tal aparece con frecuencia en los Evangelios de la Infancia.

1 20 (b) Como en el AT Dios puede dar a conocer sus designios por un sueño y las visiones paralelas.

1 21 “Jesús” (hebreo Yehosu’a) quiere decir: “Yahvé salva”. – Son posibles dos interpretaciones del mensaje evangélico: 1. El ángel revela a José la concepción virginal de María y le confía además la misión de poner al niño el nombre de Jesús. 2. El ángel revela que, aunque María esté en cinta por obra del Espíritu Santo, José tiene una función capital: conferir al niño la filiación davídica.

1 22 Esta fórmula y otras afines serán frecuentes en Mateo. Pero Mateo no es el único en pensar que las Escrituras se cumplen en Jesús. Jesús mismo declara que las ellas hablan de él (Lc 4, 21). Ya en el AT la realización de las palabras de los profetas es uno de los criterios de la autenticidad de su misión, Dt 18, 20-22. A los ojos de Jesús y de sus discípulos, Dios ha anunciado sus designios con palabras o con hechos, y la fe de los cristianos descubre que el cumplimiento literal de los textos en la persona de Jesucristo o en la vida de la Iglesia manifiesta el cumplimiento real de las intenciones de Dios (Jn 2, 22; Hch 2, 23; Rm 15, 4; 1 Co 10, 11; 2 Co 1, 2).

1 23 La cita está tomada del texto griego de Is 7, 14, excepto para “le pondrás por nombre”, que Mateo traduce por “le pondrán por nombre”, probablemente para adaptar la cita al contexto de hecho, Jesús no ha sido llamado Emmanuel por José. Otra explicación: Mateo seguiría una tradición textual de Is 7, 14 presente en Qumrán (1 Qls), que dice: “se le llamará”.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

18-25 ¿Cómo pudo José trasmitir a Jesús sus derechos de descendiente davídico si, como sabe Mt, Jesús fue concebido virginalmente? Estos versículos lo explican: María da a Jesús, sin concurso de varón, una naturaleza humana verdadera; José aceptó a María como esposa, y fue él quien puso nombre al hijo de María.

18 ORIGEN: o nacimiento. // COMO MESÍAS (=Cristo): o en cuanto Mesías. En el texto griego, el artículo que va con Jesús, y no con Cristo, convierte a esta última palabra en complemento nominal: Jesús en cuanto que es Cristo, en cuanto que posee la cualidad de Mesías. // Una DESPOSADA era ya, jurídica y socialmente, esposa; pero faltaba la boda propiamente dicha, el rito de “llevar consigo” a casa el desposado a la esposa. // LLEGÓ A ESTAR EN CINTA: quedó embarazada, concibió. Ese LLEGÓ A ESTAR (lit. fue encontrada) supone que se tradujo así al griego el verbo arameo ’skj con valor de verbo auxiliar (Herranz Marco). // DEL ESPÍRITU SANTO: no como padre o principio generante, sino como fuerza divina que actuó en la concepción de Jesús milagrosamente.

19 JUSTO: en Mt significa más “honrado” o “bueno”; es: observante de la ley, cumplidor fiel de la voluntad de Dios; casi sinónimo de santo (cf. 27, 52); lo opuesto es: impío. Como “justo”, José debería entregar a María, aunque no dudara de su inocencia, para que fuera apedreada (Dt 22, 20-21); pero, con una “justicia” superior, NO QUERÍA DEJARLA EN EVIDENCIA. El verbo griego simple deigmatísai está traducido asépticamente, conforme a su raíz (“mostrar”): ni como “denunciar” (nuestro “señalar con el dedo”), ni como “revelar” el misterio de María (traducción que supondría ya probado que José conocía la encarnación de Jesús por testimonio directo de María). El verbo griego paradeigmatísai, que aparece en algunos manuscritos, sí tiene sentido peyorativo: exponer a pública ignominia (cf. Hb 6, 6). Quienes dan por segura la hipótesis de que José conocía el misterio de la Encarnación por confidencia de María, pero ignoraba su misión personal, entienden la “justicia” de José, como “santo temor” reverencial ante la actuación de Dios en María. Esa hipótesis choca con lo que sabemos de: a) La psicología de María, poco inclinada a hablar de sí misma, a no ser ante quien ya conociera la obra de Dios en ella, como Isabel. b) La vida social en Galilea: no era “absolutamente normal”, como se ha escrito, que los novios habitaran entre ellos (en Judea las normas eran menos rígidas), c) La gramática y el léxico: gár (el pues del v. 20) en narración no tiene sentido asertivo, afirmativo (“pues ciertamente…”, “en efecto”), sino explicativo o informativo de lo que precede (M. E. Thrall), como en el v. 21; y hay que valorar mejor la ausencia de la partícula griega mén antes de gár (el ejemplo de Mt 22, 14 no es absolutamente probatorio). Y conviene añadir otro dato: las dudas de José surgieron, verosímilmente, cuando María volvió de la visita a su prima; en esta visita aprendió por experiencia a “dejar a Dios ser Dios”: Antes que ella hiciera o dijera nada de lo ocurrido en ella, Isabel ya estaba informada de parte de Dios, como se deduce de Lc 1, 43; ¿no podría Dios informar igualmente a José? // DETERMINÓ: o, tal vez, empezó a deliberar sobre...” (aoristo ingresivo griego).

20 CUANDO SOBRE ESTO ANDABA...: al tratarse de un participio griego de aoristo, puede muy bien indicar una acción simultánea con la del verbo principal. Otros traducen: “Cuando estaba decidido a esto”. // SE LE APARECIÓ...: lit. mira ángel de Señor en sueño se apareció a él. Algunos prefieren traducir “el ángel del Señor”, expresión del AT que a veces indica intervención directa de Dios, sin intermediario; cf. Hch 5, 19; 12, 7. // HIJO DE DAVID: título mesiánico frecuente en Mt, que José trasmitirá a Jesús (vs. 1 y 16), y que Jesús no rechazó nunca, aunque desconfiara de quienes lo aclamaban así. // RECIBIR: como en el v. 24, equivale a ”reconocer por esposa”; la consecuencia sería llevarla a su casa y celebrar la ceremonia y la fiesta de la boda.

21 LE PONDRÁS POR NOMBRE: lit. y llamarás el nombre de él. El NOMBRE, para un semita, definía al que lo llevaba y marcaba su destino. “Poner nombre” al recién nacido supone actuar con autoridad paterna. // JESÚS: cf. v. 16. En hebreo es el mismo nombre de Josué.

22 SUCEDIÓ...: reflexión de Mt, para quien el AT sigue siendo contemporáneo (cf. 2, 23).Si el tiempo verbal griego (perfecto quiere dársele sentido de acción con valor actual, podría traducirse, como dicho por el ángel a modo de explicación: “está sucediendo de modo que se cumpla...”.

23 LE PONDRÁN POR NOMBRE: Mt no sigue el texto griego de la LXX (“pondrás”), ni el hebreo masorético (ella “pondrá”), que no leen la forma impersonal pondrán. ¿Adaptó el texto? No hace falta sospechar intenciones del evangelista; en su tiempo no existía un textus receptus del AT hebreo, que seguía siendo más fluido. Mt pudo conocer una recensión hebrea diversa del TM, como la atestiguada en Quamrán (1QIs lee qar’a, con valor interpersonal: llamarán, o se le llamará). De cualquier forma, Mt interpreta ese texto con la fe de la Iglesia primitiva en la concepción virginal de Jesús. El título ENMANUEL, tiene importancia en la relación – de presencia activa – de Jesús glorificado con su Iglesia y con la misión que a esta le ha encomendado (cf. 18, 20).

 

Notas exegéticas de la Biblia Didajé.

1, 18 Antes de vivir juntos: María es virgen en el momento de la concepción de Cristo. Por obra del Espíritu Santo: Dios Espíritu Santo causó la concepción virginal de Cristo en el seno de María; con esto se cumple la profecía de Isaías y se afirma la divinidad de Cristo (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23). Dios eligió a José como esposo de María y custodio de la Sagrada Familia. Cat. 497.

1, 19 Conforme a la ley judía, el adulterio estaba penado con la muerte. Algunos sostienen que José sospechó que María había cometido adulterio pero como hombre justo decidió tratar el asunto en privado. Otros sostienen que José comprendió que el Espíritu Santo había obrado en María (cf. 1, 18) y por lo tanto pensó en retirarse, juzgando que ya no tenía ningún papel en la vida de ella. Cat. 495-496.

1, 20 Un ángel del Señor: el Nuevo Testamento narra frecuentemente la importante función que desempeñan los ángeles en la vida y en la misión de Cristo. El ángel le habla en sueños como había hecho con el patriarca José (cf. Gn 37, 5-1). Cat. 333, 437, 486, 497.

1, 23 Dios con nosotros: la Encarnación y el Nacimiento de Cristo hecho hombre anuncian la presencia de Dios entre su pueblo, una presencia que perdura (cf. 28, 20). Cat. 497, 744.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

495 Llamada en los evangelios “la Madre de Jesús” (Jn 2, 1; 19, 25), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como “la madre de mi Señor” desde antes del nacimiento de su Hijo (Lc 1, 43). En efecto, aquel que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios (Theotokos), Concilio de Éfeso.

496 Desde las primeras formulaciones de la fe, la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido absque semine ex Spiritu Sancto (Conclio de Letrán, año 649), esto es, sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra. Así, san Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): ·Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David, según la carne, Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios, nacido verdaderamente de una virgen” (Carta a los Esmirnas).

497 Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas: “Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo”, dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Is 7, 14), según la versión griega de Mt 1, 23.

498 El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe, que lo ve en ese nexo que reúne entre sí los misterios, dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua.

333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce a su Primogénito en el mundo, dice: “Adórenle todos los ángeles de Dios· (Hb 1, 6).

437 Desde el principio él es “a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo” (Jn 10, 36), concebido como “santo” en el seno virginal de María, José fue llamado por Dios para “tomar consigo a María su esposa” encinta “del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo” (Mt 1, 20).

744 En la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo realiza en María todas las preparaciones para la venida de Cristo al Pueblo de Dios. Mediante la acción del Espíritu Santo en ella, el Padre da al mundo el Emmanuel, “Dios con nosotros” (Mt 1, 23).

 

Concilio Vaticano II

Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel (cf. Is 7, 14; Mi 5, 2-3; Mt 1, 22-23). Lumen Gentium 55.

Nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura con el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como llena de gracia (cf. Lc 1, 28). LG 56

 

San Agustín

El mismo que libró a Susana, mujer casta y esposa fiel, del falso testimonio de los viejos libró también a la virgen María de la falsa sospecha de su esposo. Así virgen a la que no se había acercado ningún varón fue hallada en estado. Su vientre se había agrandado con la criatura, pero permanecía su integridad virginal. Había concebido, mediante la fe, al sembrador de la misma fe. Había acogido en su cuerpo al Señor, pero no permitió que su cuerpo fuera violado. Pero su esposo, hombre al fin y al cabo, comenzó a sospechar. Creía que procedía de otra parte, lo que sabía que no procedía de sí y ese “de otra parte” sospechaba que era un adulterio. Un ángel le corrige. ¿Por qué mereció ser corregido mediante un ángel? Porque su sospecha no era maliciosa, sino una sospecha de las que dice el apóstol que surgen entre hermanos (1 Tm 6, 4). Las sospechas maliciosas son las de los calumniadores; las benévolas las de los superiores. Es lícito sospechar mal del hijo, pero no es lícito calumniarle. Sospechas el mal en él, pero deseas hallar el bien. Quien sospecha benévolamente desea ser vencido, pues encuentra gozo precisamente cuando descubre que era falso lo que sospechaba. De estos era José respecto a su esposa a la que no se había unido corporalmente, aunque ya lo hubiese hecho mediante la fe. También la Virgen cayó, pues, bajo la falsa sospecha. Mas del mismo modo que el Espíritu de Daniel se hizo presente en favor de Susana, así también el ángel se apareció a José en favor de María: No temas acoger a María como tu esposa, pues lo que de ella va a nacer es del Espíritu Santo (Mt 1, 20). Se eliminó la sospecha, al descubrirse la redención.

Sermón 343, 3. I, pg. 110.

 

Los Santos Padres.

Pero cómo y de que manera obró el Espíritu Santo la concepción de Cristo, ninguno de ellos lo explicó, porque tampoco es posible explicarlo. Y no penséis que porque se nos dice que fue obra del Espíritu Santo, ya lo sabemos todo. Aun sabiendo esto ignoramos muchas cosas todavía. Por ejemplo: ¿Cómo el que todo lo contiene es llevado en su vientre por una mujer?

Juan Crisóstomo, Homilía sobre el Ev de Mt. 4, 3. Ia, pg. 52.

Ahí tenéis a un varón filósofo libre de la más tiránica de las pasiones. Bien sabéis cuán terrible pasión son los celos. (...) Estaba José tan limpio de pasión, que no quiso que a la Virgen se le molestara en lo más mínimo. Retenerla en su casa parecía contra la ley; despedirla y llevarla a los tribunales era entregarla forzosamente a la muerte. Ninguna de las dos cosas hizo José, sino que su conducta se levanta ya por encima de la ley. Y es que, habiendo venido la gracia, tenía que darse ya muchos signos de vida más elevada.

Juan Crisóstomo, Homilía sobre el Ev de Mt. 4, 4. Ia, pg. 54.

Empezando por la imposición del nombre, yo te uno íntimamente con el que va a nacer. Luego, para que nadie pudiera imaginar que se trataba de verdadera paternidad, escuchad con qué precisión añade el ángel: “Dará a luz un hijo” – dice-. No dijo: “dará para ti a luz un hijo”, sino que lo dejó en el aire. Realmente no lo dio a luz para él, sino para la tierra entera.

Juan Crisóstomo, Homilía sobre el Ev de Mt. 4, 3. Ia, pg. 57-58.

 

San Juan de Ávila

Como la pena debida al pecado sea menor mal para el hombre que la culpa del mismo pecado, y la injusticia y fealdad causada por él, no se puede decir que Cristo hace salvo a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21), si quita con su merecimiento que no se imputen a pena, y no los quita cuanto a la culpa, dando su gracia, ni alcanza limpieza para que el hombre, aborrecido el pecado, guarde la ley de Dios.

Audi filia (II), cap. 89. I, pg. 730.

Ecce virgo concipiet et pariet, etc. (Mt 1, 22-23), habiendo dicho que concibió sin obra de varón.

Lecciones sobre la Epístola a los Gálatas. II, pg. 32.

¡Oh bienaventurado varón, y de cuantas angustias es tu corazón combatido! ¡Y cómo Dios te ha lastimado en las mesmas niñas de tus ojos, pues ves preñada a tu esposa y nunca has llegado a ella, ni pensases llegar; porque ella y tú entrambos tenéis hecho voto, de común consentimiento de guardar virginidad por toda la vida! Estaba el santo varón como fuera de sí, y por una parte viendo lo que veía y por otra parte acordándose de la bondad de la Virgen y de las grandes señales que de sí daba para ser creída.

En el capítulo 5º de los Números se lee que cuando este espíritu de celos trujese fatigado un hombre, que llevase su mujer al templo y la presentase delante del sacerdote, diciendo cómo tenía celos de ella, y el sacerdote ofrecía sacrificio por ella, y luego escrebia ciertas maldiciones y lavábalas con agua la cual agua había de beber, quisiese o no quisiese.

¡Oh Señor, y con cuánta razón debe tener paciencia el atribulado que invoca tu divina misericordia, y debe esperarla, aunque más y más se dilate, pues que ni tienes corazón duro para dejar de sentir los trabajos de los tuyos, ni orejas sordas para dejar de oír sus gemidos y ruegos muy grandes! Muy gran verdad es lo que de ti, Señor, está escrito: Esperen en ti los que conocieron tu nombre, porque no has desamparado a los que te buscan (Sal 9, 11). Y porque la tardanza del remedio, que a muchos flacos es causa de desconfianza, no nos derribe, mandaste, Señor, darnos aviso contra este desmayo tan perjudicial, y mandaste que nos fuere de tu parte dicho: Si el Señor se tardare, espéralo; que viniendo vendrá, y no tardará (Hab 2, 3).

Sermón de San José. III, pgs. 1001s.

¿Qué es esto? Llegaos un poco: ¿qué tiene esta doncella? ¿Qué fuego es este que tiene dentro de sí? Responderos han: No ángel ni arcángel, sino el mismo Dios que está en ella: Yo soy el Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. ¡Oh, bendito y glorificado seáis, Señor, para siempre y los ángeles te adoren y reverencien para siempre! ¿Qué hace el Dios grande encerrado en una doncella? El nombre de la ciudad de Dios, Dominus ibidem (Dios allí mismo, Ez 48, 55); el nombre del Hijo de la Virgen y de Dios, Emmanuel (Mt 1, 23; Is 7, 14).

Sermón de la Anunciación del Señor. III, Pg. 270.

 

San Oscar Romero.

Miren cómo, hermanos, aún en nuestra fe puede haber pruebas difíciles. ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo Dios permite esto? Esto no puede ser de Dios. ¿No es verdad que en el corazón de todos nosotros ha surgido esta tentación más de una vez? Es la hora de la prueba, es la hora en que el proyecto de Dios quiere imponerse, no porque los hombres lo crean posible, sino porque nos ama y para el amor de Dios no hay imposibles. ¿Quién iba a creer que un Dios se iba a hacer hombre y quedar desprestigiado, muerto en una cruz?. Pues fue tan posible, que sin él no hay salvación. Creamos, hermanos, esta es la reacción de Navidad, cuando Isabel le dice a María felicitándola porque va a ser madre: "bienaventurada tú, que creíste". Nos está invitando a profesar esa virtud necesaria hoy más que nunca. Mucha fe, la fe consiste en aceptar a Dios sin pedirle cuentas a nuestra medida. La fe consiste en reaccionar frente a Dios como María: no lo entiendo, Señor, pero hágase en mi según tu palabra.

Homilía, 18 de diciembre de 1977.

 

León XIV. Audiencia general. 10 de diciembre de 2025. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. IV. La resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual 7. La Pascua de Jesucristo: respuesta definitiva a la pregunta sobre nuestra muerte

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!¡Bienvenidos todos!

El misterio de la muerte siempre ha suscitado profundas preguntas en el ser humano. De hecho, parece ser el acontecimiento más natural y, al mismo tiempo, más antinatural que existe. Es natural, porque todos los seres vivos de la tierra mueren. Es antinatural porque el deseo de vida y de eternidad que sentimos para nosotros mismos y para las personas que amamos nos hace ver la muerte como una condena, como un «contrasentido».

Muchos pueblos antiguos desarrollaron ritos y costumbres relacionados con el culto a los muertos, para acompañar y recordar a quienes se encaminaban hacia el misterio supremo. Hoy, en cambio, se observa una tendencia diferente. La muerte parece una especie de tabú, un acontecimiento que hay que mantener alejado; algo de lo que hay que hablar en voz baja, para no perturbar nuestra sensibilidad y tranquilidad. A menudo, por eso, se evita incluso visitar los cementerios, donde descansan aquellos que nos han precedido a la espera de la resurrección.

¿Qué es, pues, la muerte? ¿Es realmente la última palabra sobre nuestra vida? Solo el ser humano se plantea esta pregunta, porque solo él sabe que debe morir. Pero ser consciente de ello no le salva de la muerte, sino que, en cierto sentido, le «agobia» más que a todas las demás criaturas vivientes. Los animales sufren, sin duda, y se dan cuenta de que la muerte está cerca, pero no saben que la muerte forma parte de su destino. No se preguntan por el sentido, el fin o el resultado de la vida.

Al constatar este aspecto, se debería pensar entonces que somos criaturas paradójicas, infelices, no solo porque morimos, sino también porque tenemos la certeza de que este acontecimiento ocurrirá, aunque ignoremos cómo y cuándo. Nos descubrimos conscientes y, al mismo tiempo, impotentes. Probablemente de ahí provienen las frecuentes represiones, las huidas existenciales ante la cuestión de la muerte.

San Alfonso María de Ligorio, en su famoso escrito titulado Preparación para la muerte, reflexiona sobre el valor pedagógico de la muerte, destacando que es una gran maestra de vida. Saber que existe y, sobre todo, meditar sobre ella nos enseña a elegir qué hacer realmente con nuestra existencia. Rezar, para comprender lo que es bueno con vistas al reino de los cielos, y dejar ir lo superfluo que, en cambio, nos ata a las cosas efímeras, es el secreto para vivir de forma auténtica, con la conciencia de que el paso por la tierra nos prepara para la eternidad.

Sin embargo, muchas visiones antropológicas actuales prometen inmortalidad inmanente y teorizan sobre la prolongación de la vida terrenal mediante la tecnología. Es el escenario del “transhumanismo”, que se abre camino en el horizonte de los retos de nuestro tiempo. ¿Podría la ciencia vencer realmente a la muerte? Pero entonces, ¿podría la misma ciencia garantizarnos que una vida sin muerte es también una vida feliz?

El acontecimiento de la resurrección de Cristo nos revela que la muerte no se opone a la vida, sino que es parte constitutiva de ella como paso a la vida eterna. La Pascua de Jesús nos hace pregustar, en este tiempo aún lleno de sufrimientos y pruebas, la plenitud de lo que sucederá después de la muerte.

El evangelista Lucas parece captar este presagio de luz en la oscuridad cuando, al final de aquella tarde en la que las tinieblas habían envuelto el Calvario, escribe: «Era el día de la Preparación y ya comenzaba el sábado» (Lc 23,54). Esta luz, que anticipa la mañana de Pascua, ya brilla en la oscuridad del cielo que aún parece cerrado y mudo. Las luces del sábado, por primera y única vez, anuncian el amanecer del día después del sábado: la nueva luz de la Resurrección. Solo este acontecimiento es capaz de iluminar hasta el fondo el misterio de la muerte. En esta luz, y solo en ella, se hace realidad lo que nuestro corazón desea y espera: que la muerte no sea el fin, sino el paso hacia la luz plena, hacia una eternidad feliz.

El Resucitado nos ha precedido en la gran prueba de la muerte, saliendo victorioso gracias al poder del Amor divino. Así nos ha preparado el lugar del descanso eterno, la casa en la que se nos espera; nos ha dado la plenitud de la vida en la que ya no hay sombras ni contradicciones.

Gracias a Él, que murió y resucitó por amor, con San Francisco podemos llamar a la muerte «hermana». Esperarla con la certeza de la resurrección nos preserva del miedo a desaparecer para siempre y nos prepara para la alegría de la vida sin fin.

 

Papa León XIV. Ángelus.  14  de diciembre de 2025.

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

El Evangelio de hoy nos hace visitar en la prisión a Juan el Bautista, que se encuentra encarcelado a causa de su predicación (cf. Mt 14,3-5). Sin embargo, él no pierde la esperanza, convirtiéndose para nosotros en un signo de que la profecía, aunque esté encadenada, sigue siendo una voz libre en busca de la verdad y la justicia.

Desde la cárcel, Juan el Bautista oye hablar «de las obras de Cristo» (Mt 11,2), que son diferentes a las que él esperaba. Entonces envía a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (v. 3). Quienes buscan la verdad y la justicia, quienes esperan la libertad y la paz, interrogan a Jesús. ¿Es Él realmente el Mesías, es decir, el Salvador prometido por Dios a través de los profetas?

La respuesta de Jesús dirige la mirada hacia aquellos a quienes Él ha amado y servido. Son ellos: los últimos, los pobres, los enfermos, quienes hablan por Él. Cristo anuncia quién es a través de lo que hace. Y lo que hace es un signo de salvación para todos nosotros. En efecto, cuando se encuentra a Jesús, la vida carente de luz, de palabra y de sabor recupera su sentido. Los ciegos ven, los mudos hablan, los sordos oyen. La imagen de Dios, desfigurada por la lepra, recobra su integridad y su salud. Hasta los muertos, totalmente insensibles, vuelven a la vida (cf. v. 5). Este es el Evangelio de Jesús, la buena nueva anunciada a los pobres. Cuando Dios viene al mundo, se ve.

La palabra de Jesús nos libera de la prisión del desánimo y el sufrimiento, toda profecía encuentra en Él el cumplimiento esperado. Es Cristo, de hecho, quien abre los ojos del hombre a la gloria de Dios. Él da la palabra a los oprimidos, a quienes la violencia y el odio les han quitado la voz; Él vence la ideología, que nos hace sordos a la verdad; Él cura las apariencias que deforman el cuerpo.

De este modo, el Verbo de la vida nos redime del mal, que lleva el corazón a la muerte. Por eso, como discípulos del Señor, en este tiempo de Adviento estamos llamados a unir la espera del Salvador a la atención de lo que Dios hace en el mundo. Sólo así podremos experimentar la alegría de la libertad que encuentra a su Salvador: «Gaudete in Domino semper – Alégrense siempre en el Señor» (Flp 4,4). Con esta invitación se abre la Santa Misa de hoy, tercer domingo de Adviento, llamado por eso domingo Gaudete. Alegrémonos, pues, porque Jesús es nuestra esperanza, sobre todo en la hora de la prueba, cuando la vida parece perder sentido y todo se ve más oscuro, nos faltan las palabras y nos cuesta escuchar al prójimo.

Que la Virgen María, modelo de espera, de atención y de alegría, nos ayude a imitar la obra de su Hijo, compartiendo con los pobres el pan y el Evangelio.

 

Papa Francisco. Ángelus.  18 de diciembre de 2022.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, cuarto y último domingo de Adviento, la liturgia nos presenta la figura de san José (cfr. Mt 1,18-24). Es un hombre justo que está a punto de casarse. Podemos imaginar sus sueños para el futuro: una hermosa familia, con una esposa afectuosa, muchos hijos buenos y un trabajo digno; sueños simples y buenos, sueños de la gente sencilla y buena. Sin embargo, de pronto estos sueños se rompen contra un descubrimiento desconcertante: ¡María, su prometida, espera un niño, y ese niño no es suyo! ¿Qué pudo haber sentido José? Desconcierto, dolor, desorientación, quizá también enojo y desilusión… ¡Siente que el mundo se derrumba, se le viene encima! ¿Qué podía hacer?

La Ley le ofrecía dos posibilidades. La primera, denunciar a María y hacerle pagar el precio de una presunta infidelidad. La segunda, anular su compromiso en secreto, sin exponer a María al escándalo y a graves consecuencias, tomando sobre sí el peso de la vergüenza. Y José escoge esta segunda vía, que es la vía de la misericordia. Y he aquí que, en el centro de la crisis, precisamente mientras piensa y evalúa todo esto, Dios enciende en su corazón una luz nueva: le anuncia en sueños que la maternidad de María no procede de una traición, sino que es obra del Espíritu Santo, y el niño que nacerá es el Salvador (cfr. vv. 20-21); María será la madre del Mesías y él será su custodio. Al despertar, José comprende que el mayor sueño de todo pío israelita ―ser el padre del Mesías― se está haciendo realidad en él de modo absolutamente inesperado.

En efecto, para realizarlo no le bastará con pertenecer a la estirpe de David y observar fielmente la Ley, sino que deberá fiarse de Dios por encima de todo, acoger a María y a su hijo de modo completamente distinto de como se lo esperaba, distinto de lo que se había hecho siempre. En otras palabras, José deberá renunciar a sus confortantes certezas, a sus planes perfectos, a sus legítimas expectativas, y abrirse a un futuro enteramente por descubrir. Y a Dios, que estropea sus planes y le pide que se fíe de Él, José responde . La valentía de José es heroica y se realiza en el silencio: su valentía consiste en fiarse, él se fía, acoge, se hace disponible, no pide más garantías.

Hermanos, hermanas, ¿qué nos dice José hoy a nosotros? También nosotros tenemos nuestros sueños, y quizá en Navidad pensamos más en ellos, los discutimos juntos. Quizá añoramos algunos sueños rotos, y vemos que las mejores esperanzas a menudo deben enfrentarse a situaciones inesperadas, desconcertantes. Y cuando esto sucede, José nos indica el camino: no hay que ceder a los sentimientos negativos, como la rabia y la cerrazón, ¡este es un camino equivocado! Por el contrario, debemos acoger las sorpresas, las sorpresas de la vida, incluidas las crisis, teniendo en cuenta que cuando se está en crisis no hay que decidir apresuradamente, según el instinto, sino pasar por la criba, como hizo José, “considerar todas las cosas” (cfr. v. 20) y apoyarse en el criterio principal: la misericordia de Dios.

Cuando se habita la crisis sin ceder a la cerrazón, a la rabia y al miedo, teniendo la puerta abierta a Dios, Él puede intervenir. Él es experto en transformar las crisis en sueños: sí, Dios abre las crisis a perspectivas nuevas que no imaginábamos, quizá no como nosotros nos esperamos, sino como Él sabe. Y estos son, hermanos y hermanas, los horizontes de Dios: sorprendentes, pero infinitamente más amplios y hermosos que los nuestros. Que la Virgen María nos ayude a vivir abiertos a las sorpresas de Dios.

 

Papa Francisco. Ángelus. 22 de diciembre de 2019.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este cuarto y último domingo de Adviento, el Evangelio (cf. Mateo 1, 18-24) nos guía hacia la Navidad, a través de la experiencia de san José, una figura aparentemente de segundo plano, pero en cuya actitud está contenida toda la sabiduría cristiana. Él, junto con Juan Bautista y María, es uno de los personajes que la liturgia nos propone para el tiempo de Adviento; y de los tres es el más modesto. El que no predica, no habla, sino que trata de hacer la voluntad de Dios; y lo hace al estilo del Evangelio y de las Bienaventuranzas. Pensemos: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mateo 5, 3). Y José es pobre porque vive de lo esencial, trabaja, vive del trabajo; es la pobreza típica de quien es consciente de que depende en todo de Dios y pone en Él toda su confianza.

La narración del Evangelio de hoy presenta una situación humanamente incómoda y conflictiva. José y María están comprometidos; todavía no viven juntos, pero ella está esperando un hijo por obra de Dios. José, ante esta sorpresa, naturalmente permanece perturbado pero, en lugar de reaccionar de manera impulsiva y punitiva ―como era costumbre,  la ley lo protegía― busca una solución que respete la dignidad y la integridad de su amada María. El Evangelio lo dice así: «Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (v. 19). José sabía que si denunciaba a su prometida, la expondría a graves consecuencias, incluso a la muerte. Tenía plena confianza en María, a quien eligió como su esposa. No entiende, pero busca otra solución.

Esta circunstancia inexplicable le llevó a cuestionar su compromiso; por eso, con gran sufrimiento, decidió separarse de María sin crear escándalo. Pero el Ángel del Señor interviene para decirle que la solución que él propone no es la deseada por Dios. Por el contrario, el Señor le abrió un nuevo camino, un camino de unión, de amor y de felicidad, y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (v. 20).

En este punto, José confía totalmente en Dios, obedece las palabras del Ángel y se lleva a María con él. Fue precisamente esta confianza inquebrantable en Dios la que le permitió aceptar una situación humanamente difícil y, en cierto sentido, incomprensible. José entiende, en la fe, que el niño nacido en el seno de María no es su hijo, sino el Hijo de Dios, y él, José, será su guardián, asumiendo plenamente su paternidad terrenal. El ejemplo de este hombre gentil y sabio nos exhorta a levantar la vista, a mirar más allá. Se trata de recuperar la sorprendente lógica de Dios que, lejos de pequeños o grandes cálculos, está hecha de apertura hacia nuevos horizontes, hacia Cristo y Su Palabra.

Que la Virgen María y su casto esposo José nos ayuden a escuchar a Jesús que viene, y que pide ser acogido en nuestros planes y elecciones.

 

Papa Francisco. Ángelus. 11 de diciembre de 2016.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La liturgia de hoy, que es el cuarto y último domingo de Adviento, está marcada por el tema de la cercanía, la cercanía de Dios a la humanidad. El pasaje del Evangelio (cf. Mt 1,18-24) nos presenta a dos personas, las dos personas que más que ninguna otra estuvieron implicadas en este misterio de amor: la Virgen María y su esposo José. Misterio de amor, misterio de la cercanía de Dios con la humanidad.

María es presentada a la luz de la profecía que dice: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo» (v. 23). El evangelista Mateo reconoce que esto se cumplió en María, que concibió a Jesús por obra del Espíritu Santo (cf. v. 18). El Hijo de Dios “viene” a su seno para hacerse hombre y ella lo acoge. Así, de un modo único, Dios se ha acercado al ser humano tomando carne de una mujer: Dios se acercó a nosotros y tomó carne de una mujer. También a nosotros, de un modo diferente, Dios se acerca con su gracia para entrar en nuestra vida y ofrecernos como don a su Hijo. ¿Y nosotros qué hacemos? ¿Lo acogemos, dejamos que se acerque, o lo rechazamos, lo expulsamos? Como María, al ofrecerse libremente al Señor de la historia, le permitió cambiar el destino de la humanidad, así también nosotros, acogiendo a Jesús y procurando seguirlo cada día, podemos cooperar en su designio de salvación sobre nosotros mismos y sobre el mundo. María se nos presenta, por tanto, como modelo al que mirar y apoyo en el que confiar en nuestra búsqueda de Dios, en nuestra cercanía a Dios, en este dejar que Dios se acerque a nosotros y en nuestro compromiso por construir la civilización del amor.

El otro protagonista del Evangelio de hoy es san José. El evangelista pone de relieve cómo José, por sí solo, no puede darse una explicación del acontecimiento que ve producirse ante sus ojos, es decir, el embarazo de María. Precisamente entonces, en ese momento de duda y también de angustia, Dios se le hace cercano —también a él— mediante un mensajero suyo, y él es iluminado sobre la naturaleza de esa maternidad: «El niño que ha sido engendrado en ella viene del Espíritu Santo» (v. 20). Así, ante el acontecimiento extraordinario, que sin duda suscita en su corazón muchos interrogantes, se fía totalmente de Dios que se le acerca y, siguiendo su invitación, no repudia a su prometida, sino que la recibe consigo y se casa con María. Al acoger a María, José acoge consciente y amorosamente a Aquel que en ella ha sido concebido por obra admirable de Dios, para quien nada es imposible. José, hombre humilde y justo (cf. v. 19), nos enseña a confiar siempre en Dios que se nos acerca: cuando Dios se nos acerca, debemos confiar. José nos enseña a dejarnos guiar por Él con obediencia voluntaria.

Estas dos figuras, María y José, que fueron los primeros en acoger a Jesús mediante la fe, nos introducen en el misterio de la Navidad. María nos ayuda a disponernos para acoger al Hijo de Dios en nuestra vida concreta, en nuestra propia carne. José nos anima a buscar siempre la voluntad de Dios y a seguirla con plena confianza. Ambos se dejaron acercar por Dios.

«He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros» (Mt 1,23). Así dice el ángel: “Emmanuel se llamará el niño, que significa Dios-con-nosotros”, es decir, Dios cercano a nosotros. ¿Y a Dios que se acerca, yo le abro la puerta —al Señor— cuando siento una inspiración interior, cuando siento que me pide hacer algo más por los demás, cuando me llama a la oración? Dios-con-nosotros, Dios que se acerca. Que este anuncio de esperanza, que se cumple en la Navidad, lleve a cumplimiento la espera de Dios también en cada uno de nosotros, en toda la Iglesia y en tantos pequeños a quienes el mundo desprecia, pero a quienes Dios ama y a quienes Dios se acerca.

Traducción: ChatGPT.

 

Papa Francisco. Ángelus. 22 de diciembre de 2013.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este cuarto domingo de Adviento, el Evangelio nos relata los hechos que precedieron el nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde el punto de vista de san José, el prometido esposo de la Virgen María.

José y María vivían en Nazaret; aún no vivían juntos, porque el matrimonio no se había realizado todavía. Mientras tanto, María, después de acoger el anuncio del Ángel, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo. Cuando José se dio cuenta del hecho, quedó desconcertado. El Evangelio no explica cuáles fueron sus pensamientos, pero nos dice lo esencial: él busca cumplir la voluntad de Dios y está preparado para la renuncia más radical. En lugar de defenderse y hacer valer sus derechos, José elige una solución que para él representa un enorme sacrificio. Y el Evangelio dice: «Como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado» (1, 19).

Esta breve frase resume un verdadero drama interior, si pensamos en el amor que José tenía por María. Pero también en esa circunstancia José quiere hacer la voluntad de Dios y decide, seguramente con gran dolor, repudiar a María en privado. Hay que meditar estas palabras para comprender cuál fue la prueba que José tuvo que afrontar los días anteriores al nacimiento de Jesús. Una prueba semejante a la del sacrificio de Abrahán, cuando Dios le pidió el hijo Isaac (cf. Gn 22): renunciar a lo más precioso, a la persona más amada.

Pero, como en el caso de Abrahán, el Señor interviene: encontró la fe que buscaba y abre una vía diversa, una vía de amor y de felicidad: «José —le dice— no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1, 20).

Este Evangelio nos muestra toda la grandeza del alma de san José. Él estaba siguiendo un buen proyecto de vida, pero Dios reservaba para él otro designio, una misión más grande. José era un hombre que siempre dejaba espacio para escuchar la voz de Dios, profundamente sensible a su secreto querer, un hombre atento a los mensajes que le llegaban desde lo profundo del corazón y desde lo alto. No se obstinó en seguir su proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenase el alma, sino que estuvo disponible para ponerse a disposición de la novedad que se le presentaba de modo desconcertante. Y así, era un hombre bueno. No odiaba, y no permitió que el rencor le envenenase el alma. ¡Cuántas veces a nosotros el odio, la antipatía, el rencor nos envenenan el alma! Y esto hace mal. No permitirlo jamás: él es un ejemplo de esto. Y así, José llegó a ser aún más libre y grande. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra plenamente a sí mismo, más allá de sí mismo. Esta libertad de renunciar a lo que es suyo, a la posesión de la propia existencia, y esta plena disponibilidad interior a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino.

Nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer llena de gracia que tuvo la valentía de fiarse totalmente de la Palabra de Dios; José, el hombre fiel y justo que prefirió creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano. Con ellos, caminamos juntos hacia Belén.

 

Benedicto XVI. Ángelus.  19 de diciembre de 2010.

Queridos hermanos y hermanas:

En este cuarto domingo de Adviento el evangelio de san Mateo narra cómo sucedió el nacimiento de Jesús situándose desde el punto de vista de san José. Él era el prometido de María, la cual «antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18). El Hijo de Dios, realizando una antigua profecía (cf. Is 7, 14), se hace hombre en el seno de una virgen, y ese misterio manifiesta a la vez el amor, la sabiduría y el poder de Dios a favor de la humanidad herida por el pecado. San José se presenta como hombre «justo» (Mt 1, 19), fiel a la ley de Dios, disponible a cumplir su voluntad. Por eso entra en el misterio de la Encarnación después de que un ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le anuncia: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21). Abandonando el pensamiento de repudiar en secreto a María, la toma consigo, porque ahora sus ojos ven en ella la obra de Dios.

San Ambrosio comenta que «en José se dio la amabilidad y la figura del justo, para hacer más digna su calidad de testigo» (Exp. Ev. sec. Lucam II, 5: ccl 14, 32-33). Él —prosigue san Ambrosio— «no habría podido contaminar el templo del Espíritu Santo, la Madre del Señor, el seno fecundado por el misterio» (ib., II, 6: CCL 14, 33). A pesar de haber experimentado turbación, José actúa «como le había ordenado el ángel del Señor», seguro de hacer lo que debía. También poniendo el nombre de «Jesús» a ese Niño que rige todo el universo, él se inserta en el grupo de los servidores humildes y fieles, parecido a los ángeles y a los profetas, parecido a los mártires y a los apóstoles, como cantan antiguos himnos orientales. San José anuncia los prodigios del Señor, dando testimonio de la virginidad de María, de la acción gratuita de Dios, y custodiando la vida terrena del Mesías. Veneremos, por tanto, al padre legal de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia católican. 532), porque en él se perfila el hombre nuevo, que mira con fe y valentía al futuro, no sigue su propio proyecto, sino que se confía totalmente a la infinita misericordia de Aquel que realiza las profecías y abre el tiempo de la salvación.

Queridos amigos, a san José, patrono universal de la Iglesia, deseo confiar a todos los pastores, exhortándolos a ofrecer «a los fieles cristianos y al mundo entero la humilde y cotidiana propuesta de las palabras y de los gestos de Cristo» (Carta de convocatoria del Año sacerdotal). Que nuestra vida se adhiera cada vez más a la Persona de Jesús, precisamente porque «el que es la Palabra asume él mismo un cuerpo; viene de Dios como hombre y atrae a sí toda la existencia humana, la lleva al interior de la palabra de Dios» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 387). Invoquemos con confianza a la Virgen María, la llena de gracia «adornada de Dios», para que, en la Navidad ya inminente, nuestros ojos se abran y vean a Jesús, y el corazón se alegre en este admirable encuentro de amor.

 

Benedicto XVI. Ángelus.  23 de diciembre de 2007.

Queridos hermanos y hermanas:

Sólo un día separa a este cuarto domingo de Adviento de la santa Navidad. Mañana por la noche nos reuniremos para celebrar el gran misterio del amor, que nunca termina de sorprendernos. Dios se hizo Hijo del hombre para que nosotros nos convirtiéramos en hijos de Dios. Durante el Adviento, del corazón de la Iglesia se ha elevado con frecuencia una imploración:  "Ven, Señor, a visitarnos con tu paz; tu presencia nos llenará de alegría". La misión evangelizadora de la Iglesia es la respuesta al grito "¡Ven, Señor Jesús!", que atraviesa toda la historia de la salvación y que sigue brotando de los labios de los creyentes. "¡Ven, Señor, a transformar nuestros corazones, para que en el mundo se difundan la justicia y la paz!".

Esto es lo que pretende poner de relieve la Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelizaciónque acaba de publicar la Congregación para la doctrina de la fe. Este documento quiere recordar a todos los cristianos —en una situación en la que con frecuencia ya no queda claro ni siquiera a muchos fieles la razón misma de la evangelización— que "acoger la buena nueva en la fe impulsa de por sí" (n. 7) a comunicar la salvación recibida como un don.

En efecto, "la Verdad que salva la vida —que se hizo carne en Jesús—, enciende el corazón de quien la recibe con un amor al prójimo que mueve la libertad a comunicar lo que se ha recibido gratuitamente" (ib.). Ser alcanzados por la presencia de Dios, que viene a nosotros en Navidad, es un don inestimable, un don capaz de hacernos "vivir en el abrazo universal de los amigos de Dios" (ib.), en la "red de amistad con Cristo, que une el cielo y la tierra" (ib., 9), que orienta la libertad humana hacia su realización plena y que, si se vive en su verdad, florece "con un amor gratuito y enteramente solícito por el bien de todos los hombres" (ib., 7).

No hay nada más hermoso, urgente e importante que volver a dar gratuitamente a los hombres lo que hemos recibido gratuitamente de Dios. No hay nada que nos pueda eximir o dispensar de este exigente y fascinante compromiso. La alegría de la Navidad, que ya experimentamos anticipadamente, al llenarnos de esperanza, nos impulsa al mismo tiempo a anunciar a todos la presencia de Dios en medio de nosotros.

La Virgen María, que no comunicó al mundo una idea, sino a Jesús mismo, el Verbo encarnado, es modelo incomparable de evangelización. Invoquémosla con confianza, para que la Iglesia anuncie también en nuestro tiempo a Cristo Salvador. Que cada cristiano y cada comunidad experimenten la alegría de compartir  con los demás la buena nueva de que Dios "tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el mundo se salve por medio de él" (Jn 3, 16-17). Este es el auténtico sentido de la Navidad, que debemos siempre redescubrir y vivir intensamente.

 

NOCHEBUENA.

 

Monición de entrada:

Miles de años después de que Dios hiciese la tierra y pusiese a las personas en ella.

Cientos de años después que Dios empezase una historia de amor con Noé, Abraham, Moisés, David y su pueblo.

Unos años después de las olimpiadas y la fundación de Roma.

Viviendo las personas en paz, nació Jesús.

Así hoy es nochebuena, la noche en la que nos acordamos cuando Jesús nació en Belén y le acompañaron María, José y los pastores.

 

Señor, ten piedad.

Tú que naces esta noche en nuestra iglesia.  Señor, ten piedad.

Tú que naces esta noche en nuestras casas. Cristo, ten piedad.

Tú que naces esta noche en nuestro corazón. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Por el Papa León. Te lo pedimos Señor.

Por la familia de Jesús en la tierra, que es la Iglesia. Te lo pedimos Señor.

Por las personas que esta noche no tendrán una casa donde cenar. Te lo pedimos Señor.

Por las personas que estarán en los hospitales, enfermos o cuidando de ellos. Te lo pedimos Señor.

Por nuestro pueblo y todos los que esta noche vamos a cenar. Te lo pedimos Señor.

 

Monición.

Vamos ahora a besar el Niño Jesús. De esta manera le vamos a decir que queremos tenerlo siempre en nuestro corazón.

También, en nombre de los niños y de la parroquia, os deseamos a todos que paséis una Feliz Navidad, que la luz de Jesús ilumine vuestras casas.

 

NAVIDAD.

 

Monición de entrada.-

Muchos años después que Dios hiciese a nuestros primeros padres Adán y Eva y hablase a Noé, Abraham, Moisés, David y los profetas.

Después de las olimpiadas y la fundación de Roma, cuando no habían guerras, nació Jesús en Belén.

Hoy es la fiesta de la navidad, el día en el que celebramos el nacimiento de Jesús y tenemos la alegría que tuvieron María, José, los ángeles y los pastores.

 

Señor, ten piedad.-

Tú que nos naces hoy en esta iglesia.  Señor, ten piedad.

Tú que nos naces hoy en nuestras casas. Cristo, ten piedad. Tú que nos naces hoy en las casas de los pobres.  Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Te pedimos por el papa León para que tenga se sienta muy querido por todos los niños del mundo. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por la Iglesia, para que en ella todos se encuentren contigo.  Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por el rey Felipe y su familia, para que les ayudes a ser buena familia real. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por las personas que estas navidades estarán lejos de su familia, para que estés muy cerca de ellas.  Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por los niños que no tienen comida o están enfermos, para que pronto tengan comida y se curen. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por nuestras familias, para que les des mucho amor. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por nosotros, para que con nuestros ojos alegren a las personas que nos encontramos. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias a la Virgen María.-

María, hoy queremos decirte que estamos muy contentos. Queremos llevar la luz de navidad a todas las casas y de manera especial a las casas donde hay personas que viven solas, tienen poca comida o están enfermas.

Y ahora te pedimos que nos dejes el Niño Jesús para que le demos un beso muy grande y lo besemos todos los que hoy estamos en la iglesia.

 

 

SAGRADA FAMILIA.

 

Monición de entrada.-

Hoy es la fiesta de la Sagrada Familia. 

Porque Jesús quiso tener un padre y una madre que cuidaran de él y le hicieran feliz.

Nosotros, la familia de Jesús, hoy le damos gracias a Dios por los esposos que este año han cumplido 25 y 50 años de casados y por todas las personas que como María y José se quieren y forman una familia.

 

Señor, ten piedad.

Tú que tuviste una familia.  Señor, ten piedad.

Tú que tuviste a María y José por padres. Cristo, ten piedad.

Tú que tuviste una casa donde vivías con ellos. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Por el Papa León que es el padre de la familia de Jesús en la tierra. Te lo pedimos Señor.

Por todas las casas, para que no falte nunca el amor y el trabajo. Te lo pedimos Señor.

Por los padres y las madres que están enfermos, para que se curen pronto. Te lo pedimos Señor.

Por los padres y las madres que están lejos de sus hijos, para que pronto estén juntos. Te lo pedimos Señor.

Y por nuestro pueblo,  para que seamos una familia. Te lo pedimos Señor.

 

Acción de gracias a la Virgen María.-

Virgen María, queremos darte las gracias por nuestros abuelos y nuestros padres, porque ellos nos quieren mucho y nos enseñan a querer a los hermanos, primos, tíos y familiares.



[1] Forma ritual usada en le Europa medieval y en ciertas sociedades para averiguar la culpabilidad o inocencia de una persona acusada, y de cuyas formas es el juicio de Dios.