miércoles, 15 de mayo de 2024

Pentecostés. 19 de mayo de 2024.

 




Primera lectura.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 1-11

Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividía, postrándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:

-¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua.

 

Textos paralelos.

 Al llegar el día de Pentecostés.

Ex 23, 14: Tres veces al año vendréis en romería.

De repente vino del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento.

Hch 4, 31: Al terminar la súplica, tembló el lugar donde estaban congregados, se llenaron de Espíritu Santo y anunciaban el mensaje de Dios con franqueza.

Jn 3, 8: El viento sopla hacia donde quiere: oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así sucede con el que ha nacido del Espíritu.

Sal 104, 30: Envías tu aliento y los recreas y renuevas la faz de la tierra.

Sal 33, 6: Por la palabra del Señor se hizo el cielo, por el aliento de su boca sus ejércitos.

Jn 20, 22: Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.

Entonces quedaron todos llenos de Espíritu Santo.

Hch 1, 5: Que Juan bautizó con agua, vosotros seréis bautizados dentro de poco con Espíritu Santo.

Lc 1, 15: Será grande a juicio del Señor; no beberá vino ni licor. Estará lleno de Espíritu Santo desde el vientre materno.

Hablar diversas lenguas.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

Residían en Jerusalén hombres piadosos.

Mt 28, 19: Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos, consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Col 1, 23: que por medio de él todo fuera reconciliado consigo, haciendo las paces por la sangre de su cruz entre las criaturas de la tierra y las del cielo.

Cada uno les oía hablar en su propia lengua.

Gn 11, 7-9: Vamos a bajar y a confundir su lengua, de modo que uno no entienda la lengua del prójimo. El Señor los dispersó por la superficie de la tierra y dejaron de construir la ciudad. Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó por la superficie de la tierra.

Les oigamos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.

1 Co 14, 23: Supongamos que se reúne la iglesia entera y todos os ponéis a hablar en lenguas arcanas: si entran algunos particulares y no creyentes, ¿no dirán que estáis locos?

 

Notas exegéticas.

2 1 (a) Es decir, concluido ya el período de cincuenta días entre la Pascua y Pentecostés. Pentecostés, que primeramente fue fiesta de la siega se había convertido también en fiesta de la renovación de la Alianza, ver 2 Cro 15, 10-13; Jubileos 6, 20; Qumrán. Este nuevo valor litúrgico pudo inspirar la escenificación de Lucas, que evoca la entrega de la Ley en el Sinaí.

2 1 (b) No la asamblea de los ciento veinte de 1, 15-26, sino el grupo apostólico presentado en 1, 13-14.

2 2 (a) Hay afinidad entre el Espíritu y el viento: la misma palabra significa “espíritu” y “soplo”.

2  2 (b) Probablemente la misma vivienda que en 1, 13-14, lugar de reunión y de oración del grupo apostólico.

2 3 La forma de las llamas se relaciona aquí con el don de lenguas.

2 4 Según uno de los aspectos, vv. 4.11.13, el milagro de Pentecostés es afín al carisma de la glosolalia, frecuente en los comienzos de la Iglesia. Sus antecedentes se hallan en el antiguo profetismo israelita. Ver Joel 3, 1-5.

2 5 “hombres piadosos”. El texto occidental: “los judíos que residían en Jerusalén eran hombres venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo”. Los demás textos combinan “hombres piadosos” y “judíos”.

2 6 La glosolalia utilizaba palabras en lenguas extranjeras para cantar las alabanzas de Dios. Lucas ve en este hablar en todas las lenguas del mundo la restauración de la unidad perdida en Babel, símbolo y anticipación maravillosa de la misión universal de los apóstoles.

2 11 (a) Los “prosélitos” son los que, sin ser judíos de origen, han abrazado la religión judía y aceptado la circuncisión, constituyéndose así en miembros del pueblo elegido. “Judíos” y “prosélitos” no son, pues, nuevas denominaciones de pueblos: son palabras que califican a los que se acaba de enumerar.

2 11 (b) Esta enumeración de los pueblos del mundo mediterráneo que en conjunto se describe de este a oeste y de norte a sur, sin duda se inspira en un antiguo calendario astrológico, conocido por otros documentos, en los que los pueblos se hallaban relacionados con los signos del zodiaco y enumerados por su orden. Lucas pudo haber adoptado como una descripción cómoda de la oikumene de entonces. No se explica bien la mención de Judea y ha suscitado desde la antigüedad varios intentos de corrección.

 

Salmo responsorial

Salmo 104 (103) 1ab.24ab.29b-31.34

 

Envía tu Espíritu, Señor,

y repuebla la faz de la tierra. R/.

Bendice, alma mía, al Señor:

¡Dios mío, qué grande eres!

Cuántas son tus obras, Señor;

la tierra está llena de tus criaturas.  R/.

 

Les retiras el aliento, y expiran

y vuelven a ser polvo;

envías tu espíritu, y los creas,

y repueblas la faz de la tierra. R/.

 

Gloria a Dios para siempre,

goce el Señor con sus obras;

que le sea agradable mi poema,

y yo me alegraré con el Señor. R/.

 

Textos paralelos.

¡Cuán numerosas tus obras, Yahvé!

Sal 8, 2: ¡Señor dueño nuestro, que ilustre es tu nombre en toda la tierra! Quiero servir a tu majestad celeste.

Pr 8, 23-31: Desde antiguo, desde siempre fui formada, desde el principio antes del origen de la tierra; no había océanos cuando fui engendrada, no había manantiales ni hontanares; todavía no estaban encajados los montes, antes de las montañas fui engendrada; no había hecho la tierra y los campos ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano, cuando sujetaba las nubes en la altura y reprimía las fuentes abismales (cuando ponía su límite al mar, y las aguas no traspasan su mandato); cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba disfrutando cada día, jugando todo el tiempo en su presencia, jugando con el orbe de su tierra, disfrutando con los hombres.

Si escondes tu rostro desaparecen.

Jb 34, 14-16: Si decidiera por su cuenta retirar su espíritu y su aliento, expirarían todos los vivientes y el hombre tornaría al polvo. Si eres inteligente, escúchame, presta oído a mis palabras.

Gn 3, 19: Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te sacaron; pues eres polvo y al polvo volverás.

Qo 12, 7: Y el polvo vuelva a la tierra que fue, y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.

Sal 90, 3: Tú devuelves al hombre al polvo, diciendo: ¡Volved, hijos de Adán!

Gn 1, 2: La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas.

Gn 2, 7: Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo.

Hch 2, 2: De repente vino del cielo un ruido, como un viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban.

Gloria a Yahvé por siempre.

Gn 1, 31: Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana, el día sexto.

¡Qué le sea agradable mi poema!

Sal 7, 18: Yo confesaré la justicia del Señor, tañendo en honor del Señor altísimo.

 

Notas exegéticas.

104 Este himno sigue el mismo orden que la cosmogonía de Gn 1.

 

Segunda lectura.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 13,3b-7.12-13.

Hermanos:

Nadie puede decir: “Jesús es Señor”, sino por el Espíritu Santo. Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo espíritu.

 

Textos paralelos.

 Nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!”.

Hch 2, 21: Todos los que invoquen el nombre del Señor se salvarán.

Hch 2, 36: Por tanto, que toda la Casa de Israel reconozca que este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías.

Rm 10, 9: Si confiesas con la boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás.

Flp 2, 11: Y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre: ¡Jesucristo es Señor!

A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

1 Co 12, 28: Dios los dispuso en la Iglesia: primero apóstoles, segundo profetas, tercero maestros, después milagros, después carismas de curaciones, de asistencia, de gobierno, de lenguas diversas.

1 Co 12, 30: ¿Tienen todos carismas de curaciones?, ¿hablan todos lenguas arcanas?, ¿son todos intérpretes?

Rm 12, 6-8: Usemos los dones diversos que poseemos según la gracia que nos han concedido: por ejemplo, la profecía regulada por la fe, el servicio, para administrar; la enseñanza, para enseñar; el que exhorta, exhortando; el que reparte, con generosidad; el que preside, con diligencia; el que alivia, de buen humor.

El cuerpo humano, aunque tiene muchos miembros, es uno.

Rm 12, 4-5: Es como en un cuerpo: tenemos muchos miembros, no todos con la misma función; así, aunque somos muchos, formamos con Cristo un solo cuerpo, y respecto a los demás somos miembros.

Ef 4, 4-6: Uno es el cuerpo, uno el Espíritu, como es una la esperanza a que habéis sido llamados, uno el Señor, una la fe, uno el bautismo, uno Dios, Padre de todos, que está sobre todos, entre todos, en todos.

Porque hemos sido todos bautizados en un solo Espíritu.

Ga 3, 28: Ya no se distinguen judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, pues con Cristo Jesús todos sois uno.

Col 3, 11: En la cual no se distinguen griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro y escita, esclavo y libre, sino que Cristo lo es todo para todos.

Flm 1, 16: Y no ya como esclavo, sino mejor que esclavo: como hermano muy querido para mí y más aún para ti, como hombre y como cristiano.

 

Notas exegéticas.

12 4 Pablo pone los carismas en paralelo con los “ministerios” (servicios) y la “diversidad de actuaciones” y atribuye el conjunto de esta animación eclesial no solo al Espíritu, sino también al Señor (Jesús) y a Dios (Padre). Anuncia ya los grandes temas de la parábola del cuerpo: la diversidad y la unidad (oposición entre “diversidad de” y “un mismo”).

12 6 Nótese la presentación trinitaria del pensamiento.

12 12 (a) Aunque utilice el apólogo clásico que compara a la sociedad con un cuerpo que teniendo miembros diversos es uno, Pablo no se inspira en él para su doctrina sobre el cuerpo de Cristo. Esta brota más bien de su peculiar modo de entender el amor como la base de la existencia cristiana. En efecto, él veía a los creyentes como partes de una unidad orgánica, y el cuerpo humano le brindaba una imagen perfecta de la diversidad articulada en la unidad. Él designa aquí a “Cristo” como la realidad que corresponde a ese hombre nuevo. Como cuerpo suyo, la Iglesia es la presencia física de Cristo en el mundo en la medida en que prolonga su ministerio. Esta doctrina, de tan gran realismo, que ya aparece en 1 Co, se repite y amplía en las epístolas de la cautividad. Es cierto que la reconciliación de los hombres, que son miembros de Cristo, se realiza siempre en el Cuerpo de Cristo crucificado según la carne y vivificado por el Espíritu. Pero la unidad de este cuerpo que reúne a todos los cristianos en el mismo Espíritu y su identificación con la Iglesia adquieren mayor relieve. Así personalizado este cuerpo tiene en adelante a Cristo por cabeza, por la influencia sin duda de la idea de Cristo Cabeza de las potestades. Finalmente llega hasta englobar en cierto modo todo el universo reunido bajo el dominio del Kyrios.

12 12 (b) Como el cuerpo humano da unidad a la pluralidad de los miembros, así Cristo, principio unificador de su iglesia, da unidad a todos los cristianos en su Cuerpo.

12 13 Literalmente este versículo es un paréntesis: no forma parte del relato-parábola, sino que ofrece una explicación teológica que remite al bautismo y a la eucaristía. El primer miembro es paralelo de 10, 2: todos quedaron vinculados a Moisés al ser bautizados en la nube y en el mar. “Bebieron la misma bebida espiritual” era una alusión a la eucaristía.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

-Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

 

Textos paralelos.

 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana.

Mc 16, 14-18: Por último se apareció a los once cuando estaban a la mesa. Les reprendió su incredulidad y obstinación por no haber creído a los que lo habían visto resucitado de la muerte. Y les dijo: Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad. Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará. A los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y se curarán.

Lc 24, 36-49: Estaban hablando de ello, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con vosotros. Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados?, ¿por qué se os ocurren esas dudas? Mirad mis manos y mis pies, que soy el mismo. Tocad y ved, que un fantasma no tiene carne y hueso, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y, como no acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia. Después les dijo: Esto es lo que os decía cuando todavía estaba con vosotros: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura. Y añadió: Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de la muerte; que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de ellos. Yo os envío lo que el Padre prometió. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerza.

La paz con vosotros.

Jn 14, 27: La paz os dejo, os doy mi paz, y no os la doy como la del mundo. No os turbéis ni os acobardéis.

Jn 16, 33: Os he dicho esto para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened ánimo, que yo he vencido al mundo.

Lc 24, 16: Pero ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo.

Los discípulos se alegraron de ver al Señor.

Jn 15, 11: Os he dicho esto para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada.

Jn 16, 22: Así vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría.

Como el Padre me envió también yo os envío.

Jn 17, 18: Como tú me enviaste al mundo, yo los envié al mundo.

Mt 28, 19: Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Mc 16, 15: Y les dijo: Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad.

Dicho esto, sopló y les dijo.

Lc 24, 47: Que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

Jn 1, 33: Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.

A quienes les perdonéis los pecados.

Mt 16, 19: A ti te daré las llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.

Mt 18, 18: Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén

20 19 Saludo ordinario de los judíos. Este saludo se repite en el v. 21, indicio quizá de una inserción más tardía de los vv. 20-21a, bajo la influencia del relato paralelo de Lc.

20 20 Lc 24, 39 tiene una perspectiva más apologética. Aquí se trata de poner de relieve la continuidad entre el Jesús que ha sufrido y el que está para siempre con ellos. El Señor glorioso de la Iglesia no es otro que el Señor crucificado.

20 22 El soplo de Jesús simboliza al Espíritu (en hebreo: soplo) principio de vida. Igual verbo raro que en Gn 2, 7. Cristo resucitado da a los discípulos el Espíritu que realiza como una re-creación de la humanidad. Poseyendo desde ahora este principio de vida, el hombre ha pasado de la muerte a la vida y no morirá jamás. Es el principio de una escatología ya realizada. Para Pablo (al menos en sus primeras cartas) esta re-creación de la humanidad no se producirá hasta la vuelta de Cristo. Jn hace suya la fórmula tradicional que es necesario entender, en la medida de lo posible, en el marco de su propia teología: los discípulos perdonarán o retendrán los pecados en la medida en que prolonguen la misión de Jesús en el mundo. Las tradiciones católica y ortodoxa piensan que el poder de perdonar los pecados incumbe a los miembros del colegio apostólico, al que se encomienda, en comunión con Jesús, la tarea pastoral. Para la tradición reformada este poder y esta tarea pastoral compiten a todos los discípulos, es decir, a los creyentes de todos los tiempos, y no a Pedro en particular o a un determinado orden sacerdotal. Escuchando su testimonio, los hombres creerán (serán perdonados sus pecados) o se escandalizarán (se juzgarán a sí mismos; sus pecados les serán retenidos).

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

19 ESTANDO CANDADAS… LAS PUERTAS… LLEGÓ…: el cuerpo glorioso y “espiritualizado” de Jesús queda fuera de las leyes físicas del mundo material.

20 LES ENSEÑÓ… las heridas de LAS MANOS Y DEL COSTADO, signos de identificación; el resucitado es el mismo que fue crucificado. Y las huellas transfiguradas del sufrimiento anterior ya no causan tristeza.

21-22 Para la impresión de que resurrección, ascensión, venida del Espíritu y misión de la Iglesia sucedieron en el mismo día, cf. Lc 24, 51. // ME ENVIÓ: el tiempo verbal griego (perfecto*) equivale a “me envió y continúo siendo su enviado”. // SOPLO: como en una nueva creación, es necesario “el aliento” (el espíritu) de Dios. // ESPÍRITU SANTO: aliento divino, dador de vida sobrenatural, como el soplo que infundió vida al primer hombre (cf. Gn 2, 7). Sin duda hay que sobrentender dos artículos determinados en el texto griego (“el Espíritu el Santo”), usados por Jn otras veces. Jesús les comunica el Espíritu Santo, primeramente para suscitar y reafirmar en ellos la fe en su resurrección (para que vean, e.d., para que crean); y luego, para hacer que otros vean, quitando la ceguera del pecado.

12 Es verdad de fe definida que las palabras de Jesús en estos versículos “hay que entenderlas de la potestad de perdonar y de retener los pecados en el sacramento de la penitencia” (DS 1703 y 1670). “Atar (retener) y desatar” se aplican aquí, concretamente, a los pecados.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

20, 19-23 Cristo tiene un cuerpo glorificado con las marcas de la crucifixión en una forma gloriosa como signo de rotunda victoria. Los cuerpos de los justos serán glorificados del mismo modo en el juicio final. Cat. 645, 659, 1042 y 1060.

20, 22-23 Inmediatamente después de la Resurrección, el último signo de la victoria sobre el pecado y la muerte, Cristo instituyó el sacramento de la penitencia y la reconciliación otorgando a los Apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados en su nombre. Soplando sobre los Apóstoles – denominado a veces como “El Pentecostés de Juan” – fue un presagio de la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto, ellos recibieron el Espíritu Santo de Cristo y así están facultados para actuar en su nombre. Para los Apóstoles, los primeros sacerdotes ordenados, el poder de perdonar los pecados fue una parte vital en su papel de santificar al pueblo. Al enviarlos al mundo, Jesús les mandó continuar su misión de curación espiritual a través de los sacramentos del Bautismo y la Penitencia. Creer en el perdón de los pecados es una declaración esencial del Credo de los Apóstoles y el Credo de Nicea, que se rezan en la liturgia de la Iglesia. Cat. 730, 858, 976-980, 1287, 1485-1488.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

645 Después de su Resurrección, su filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: “Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre los muertos” (Rm 1, 4). Los Apóstoles podrán confesar: “Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14).

659 “Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Mc 16, 19). El cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de la Resurrección como lo prueban las posibilidades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre. Pero durante los cuarenta días en los que come y bebe familiarmente con sus discípulos y les instruye sobre el Reino, su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria. La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el cielo donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios. Solo de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo “como un abortivo” (1 Co 15, 8) en una última aparición que constituye a este en apóstol.

1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado.

731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.

732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humanidad de la carne y en la fe, participan ya en la comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los últimos tiempos, el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado: “Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado” (Oficio bizantino de las Horas).

733 “Dios es amor” (1 Jn 4, 8.16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor “Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).

734 La comunión con el Espíritu Santo es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.

735 Él nos da entonces las arras o las primicias de nuestra herencia: la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar como él nos ha amado. Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos recibido una fuerza, la del Espíritu Santo.

736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto.

737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo. El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su Palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la comunión con Dios, para que den mucho fruto.

976 El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a sus Apóstoles, Cristo resucitado confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23).

977 Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo.

1287 Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico. En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu, promesa que realizó primero el día de Pascua y luego, de manera más manifiesta, el día de Pentecostés. Llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar las maravillas de Dios y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos mesiánicos. Los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo.

1288 Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo. Esto explica por qué en la carta a los Hebreos se recuerda, entre los primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del Bautismo y de la imposición de manos.

 

Concilio Vaticano II

Los obispos, como sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor, al que se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a todos los pueblos y de predicar el Evangelio a toda criatura para que todos los hombres, por la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos, consigan la salvación. Para realizar esta misión, Cristo el Señor prometió a los Apóstoles el Espíritu Santo y lo envió desde el cielo el día de Pentecostés para que con su poder fueran sus testigos ante las naciones, los pueblos y los reyes hasta los extremos de la tierra.

Lumen gentium, 24.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Era de noche, más por la tristeza que por la hora. Era noche para las mentes obscurecidas por la sombría nube de la tristeza y la pesadumbre, porque, aun cuando la noticia de su resurrección les había dado una tenue claridad, sin embargo el Señor todavía no había brillado con todo el resplandor de su luz.

Pedro Crisólogo, Sermones, 84, 2. IVb, pg. 451.

Yo os envío no con la autoridad del que manda, sino con todo el afecto con que yo os amo. Os envío a soportar el hambre, a sufrir el peso de las cadenas, la aspereza de la cárcel, a sobrellevar toda clase de penas, a sufrir una muerte execrable[1] por todos: todas las coas que la caridad, no el poder, impone a las almas humanas.

Pedro Crisólogo. Sermones, 84, 6. IVb, pg. 457.

Cristo envía a los discípulos lo mismo que el Padre le había enviado a Él, para que mediante estas palabras comprendieran la misión que les encomendaba, es decir, la de llamar a los pecadores a la penitencia, curar, en el cuerpo y en el espíritu, a los que estaban enfermos, y en el reparto de las cosas, no buscar ciertamente la propia voluntad, sino la voluntad de aquellos a los que eran enviados y, en la medida de lo posible, salvar con su enseñanza al mundo. Y no es difícil saber cuánto se prodigaron los santos apóstoles en todo: basta leer los Hechos de los Apóstoles y los escritos de san Pablo.

Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Juan, 12, 1. IVb, pg. 457.

Los discípulos de Cristo recibieron el Espíritu en tres ocasiones: antes de que Cristo fuera glorificado en la pasión; después de haber sido glorificado por la resurrección, y después de la ascensión del cielo. La primera manifestación era difícilmente reconocible; la segunda era más expresiva, la de hoy es más perfecta.

Gregorio Nacianceno, Discurso sobre Pentecostés, 41, 11. IVb, pg. 458.

 

San Agustín.

Todos los hombres, cuando hacen un negocio y difieren el pagar, la mayor parte de las veces reciben o dan unas arras, que dan fe de que luego llegará aquello a lo que anteceden como garantía. Cristo nos dio las arras del Espíritu Santo; él, que no podía engañarnos, nos otorgó la plena seguridad cuando nos entregó esas arras, aunque cumpliría lo prometido, aun sin habérnoslas dejado. ¿Qué prometió? La vida eterna, dejándonos las arras del Espíritu. Tenemos, pues, las arras; tengamos sed de la fuente misma de donde manan las arras. Tenemos como arras cierta rociada del Espíritu Santo en nuestros corazones, para que si alguien advierte este rocío, desee llegar hasta la fuente. ¿Para que tenemos, pues, las arras sino para no desfallecer de hambre y sed en esa peregrinación? Si reconocemos ser peregrinos, sin duda sentiremos hambre y sed. Quien es peregrino y tiene conciencia de ello desea la patria y, mientras dura su deseo, la peregrinación le resulta molesta. Si ama la peregrinación, olvida la patria y no quiere regresar a ella. Nuestra patria no es tal que pueda anteponerse alguna otra cosa. Nosotros hemos nacido peregrinos lejos de nuestro Señor que inspiró el aliento de vida al primer hombre. Nuestra patria está en el cielo, donde los ciudadanos son los ángeles. Desde nuestra patria nos han llegado cartas invitándonos a regresar, cartas que se leen a diario en todos los pueblos. Resulte despreciable el mundo y ámese al autor del mundo.

Sermón 378. *, pg. 665.

 

S. Juan de Ávila

¿Qué hace que me siento con gran flaqueza? Busca remedio donde os vino la llaga; buscad la gracia de Dios: Él os la dará, que él dio la ley de la gracia para cumplirla: Gavisi sunt discipuli, viso domino[2] (Jn 20, 20).

Lecciones sobre 1 San Juan (I), 10. OC II, pg. 189.

Todos estos tienen por oficio encaminar las ánimas para el cielo. Sicut misit me Pater, et ego mitto vos[3] (Jn 20, 21). Y, por tanto, yo saco la conclusión que han de ser ejemplares, y que, si no lo son, se perderán; porque, si el rey criase un capitán, no satisfaría si fuese soldado. Ideo vos estis lux mundi, sal terrae[4].

Plática: 6. A sacerdotes, 5. OC I, pg. 852.

Y luego tras este preámbulo, podrá decirles cómo el fin del sacerdote es sacar almas de pecado, y que para esto Cristo le instituyó en la Iglesia, según aquello de San Juan, capítulo 20, como el Padre me envió, así os envío a vosotros. Y pues Cristo fue enviado a sacar almas de pecado, así también ellos son enviados.

Siete nuevos escritos. Para el sermón a los clérigos. OC II, pg. 1044.

Que hallaréis en la Santa Madre Iglesia de tradiciones que no están escriptas en los Evangelistas, como es la forma de consagrar. Por eso nos dijo nuestro Señor: “Allá os doy mi Espíritu Santo” (cf. Jn 20, 20); y donde se infunde este Espíritu Santo y la práctica que procede del Espíritu Santo, habla Dios y es tradición de Dios. Y por eso, lo que los santos Padres, alumbrados por el Espíritu Santo, ordenaron, es ordenado por Dios; y por eso se escribió poco, porque lo remitió a aquellos que fuesen ayuntados[5] en el Espíritu Santo.

Lecciones sobre 1 San Juan (I), 24. OC II, pg. 334.

Dijo por San Joan: Sicut misit me Pater, et ego mittam vos (Jn 20, 21). El corazón ardiendo en celo de la hora del Padre y de la salvación de las ánimas le trajo al mundo. Y aquel fuego del celo de la casa de Dios quemó todo el aparato mundano, que pesado con justas balanzas, no es sino pajas y donde hay fuego de amor de Dios, luego son quemadas con gran ligereza.

A un obispo de Córdoba. OC IV, pg. 603.

Sicut me misit[6] (cf. 20, 21). No fue desamor de mi Padre, ni mío, enviaros a predicar mi nombre, poneros a fuerza e violencia del mundo. Para tan gran hecho gran ayuda. Accipite Spiritum Sanctum[7] (Jn 20, 22). Extrañan largueza, que aquél poder que hasta aquel punto ante Dios quería dar a entender que Dios le tenía, no usó de él: que un hombre pueda abrir e cerrar el cielo.

Martes de Pascua, 1. OC III, pg. 227.

Item, el mismo Señor dijo a sus apóstoles, cuando instituyó el sacramento de la penitencia: Cuyos pecados perdonáredes, son perdonados (Jn 20, 23), etc. Y, por consiguiente, se da gracia y justicia por este sacramento, pues no puede haber perdón de pecados sin que se dé la gracia, la cual es significada y contenida en todos los siete sacramentos de la Iglesia; y se da a quien bien los recibe, y con mayor abundancia que la disposición de quien los recibe, por ser obras privilegiadas, que por la misma obra que son, dan gracia. Por lo cual debe ser en gran manera reverenciados y usados, como la Iglesia católica lo cree y nos lo enseña.

Audi, filia (II), 44, 8. OC I, pg. 631.

Si queréis confesar los pecados veniales por las claves del sacramento son perdonados, porque son pecados. Nuestro Señor dijo: Los pecados que perdonáredes serán perdonados (Jn 20, 23)., pecados también se entienden los veniales, y es materia voluntaria.

Lecciones sobre 1 San Juan (I), 7. OC II, pg. 165.

Mirad que dijo Dios a los sacerdotes: Cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados (Jn 20, 23). Dice el confesor: “Yo te absuelvo de todos pecados”. Asíos a esa palabra: que veis ahí los remedios que Dios dejó para los que le ofendieren.

Lecciones sobre 1 San Juan (I), 24. OC II, pg. 339.

Por el pecado venial no se quita la amistad con Dios; y si pecastes mortalmente, remedio hay. ¿Quebrantastes la palabra de la castidad, la de no jurar? Palabra hay con que se suelde y remedie. ¿Qué palabra? Arrepentíos y confesaos, y con esta palabra se remediará el mal de la otra. Conviene a saber: Quorum remiseritis peccata[8] (Jn 20, 23). Que, si por pecar habéis de perder el esperanza, San Pedro pecó y David. Levantaos, que Dios os da la mano.

Lecciones sobre 1 San Juan (II), 24. OC II, pg. 456.

Y a quien le pareciere pequeña la autoridad de ellos, oiga la palabra de Cristo nuestro Redemptor, que dice: Cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados; y los que retuviéredes, serán retenidos (Jn 20, 23). En las cuales palabras instituyó el santísimo sacramento de la Penitencia, por el cual son perdonados a los que vienen dispuestos, no solo los mortales, mas aun los veniales; que muy mal se engañaron lso que pensaron que los pecados veniales no son materia del santísimo sacramento de la Penitencia. Si dijeran que no son materia necesaria, acertarán en ello, mas si se confiesan verdaderamente obran en ellos las llaves y la verdad de este santísimo sacramento; de manera que se comprehenden en aquellas palabras de Cristo nuestro Señor, cuyos pecados perdonáredes, serán perdonados, aunque no se digan veniales.

Santísimo Sacramento, 6. OC III, pg. 657.

A quien perdonáredes sus pecados, serles han perdonados, etc. (Jn 20, 23). - ¿Y, qué es confesión? - ¿Qué cosa? ¿Qué estando tú muerto y en pecado, si vas al sacerdote y le dices tus pecados, y pides perdón a Dios de ellos y te arrepientes, luego te serán perdonados, y quedas en paz con Dios y no te demandará su justicia que le pagues; y de esta manera la confesión resucita los muertos. Con venir tú a los pies del confesor, habiendo hecho lo que en ti es, aunque no traigas todo el arrepentimiento que fuera razón por virtud del sacramento vuelves de muerte a vida, y allí te dan el arrepentimiento que basta para que tus pecados puedan ser perdonados.

Octava del Corpus, 7. OC III, pg. 784.

Diga misa cada día, aunque no sienta devoción, y confiese a más tardar de tres a tres días, con profundo conocimeinto de sus males y crédito que son muy más y mayores que él conoce, y con entera fe y devoción en este sacramento, por la palabra del Señor: Quorum remiseritis peccata, etc. (Jn 20, 23), y si Dios le da luz con que se conozca y fe para esta palabra, serle ha este sacramento grandísima dulcedumbre y seguridad. Si alguna persona le importunare mucho que la confiese, hágalo con aquel aparejo como cuando va a decir misa; y no querría que fuesen mujeres ni que fuesen muchos, sino a alguna cosa particular que parezca mandarla Dios.

A un predicador. OC IV, pg. 39.

 

San Oscar Romero.

La Iglesia tiene una respuesta y es la que está dando este día: "Pentecostés". Es una fiesta de origen bíblico. Nació como una fiesta de acción de gracias en el tiempo de la recolección. Pentecostés suena a 50 días, 7 semanas. Siete semanas después que se recogía la primera gavilla, cuando ya se terminaba la cosecha iban a ofrecer al Señor las primicias y a darle las gracias por ella.

-"Fiesta de la alianza del Sinaí" Posteriormente los judíos le dieron también el sentido de aniversario de la fiesta de la Alianza de Dios con Moisés en el Sinaí, y renovaban en Pentecostés los compromisos de la Alianza.

Pero el cristianismo le dio otro sesgo más profundo: Pentecostés, número 50, símbolo de perfección, de plenitud. Desde la resurrección de Cristo hasta hoy 50 días, la plenitud pascual como el gozo completo que decía Cristo. La paz que nadie puede turbar. Se celebra como plenitud de la resurrección de Cristo y de su Ascensión a los cielos. La venida del Espíritu de Cristo enviado por al Padre y por el Hijo como lo había prometido el Señor: "Les conviene que me vaya porque si no me voy y no soy glorificado, no les puedo enviar al Espíritu". Los mandó estar en oración cono han estado estos jóvenes preparándose para la Confirmación. Un día como éste, vino el Espíritu: es el nacimiento de la Iglesia, es la clausura de la Pascua, es el tiempo que marca profundamente el espíritu de nuestra misa de cada domingo y nuestra vida cristiana donde quiera que se desarrolle. Tenemos que ser un testigo de Pentecostés, del espíritu de Cristo que ha venido a sus cristianos.

Así termino recordando que estamos en esta fiesta del Espíritu que renueva el mundo y que nuestra Patria no debe desesperar, que en este día en que se abren las puertas del cielo para enviarnos ese soplo de Dios, le abramos el corazón a la esperanza y cada uno de nosotros, sea un colaborador de Dios para ser artífice de paz, de amor, de justicia. Esto de manera especial lo digo por los jóvenes que hoy celebran su día junto al Espíritu Santo: Los seminaristas y sobre todo, los que van a pasar para recibir la Santa Confirmación..."

Homilía, 3 de junio de 1979.

 

Papa Francisco. Regina Coeli. 24 de mayo de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La fiesta de Pentecostés nos hace revivir los inicios de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles narra que, cincuenta días después de la Pascua, en la casa donde se encontraban los discípulos de Jesús, «de repente se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente... y se llenaron todos de Espíritu Santo» (2, 1-2). Esta efusión transformó completamente a los discípulos: el miedo es remplazado por la valentía, la cerrazón cede el lugar al anuncio y toda duda es expulsada por la fe llena de amor. Es el «bautismo» de la Iglesia, que así comenzaba su camino en la historia, guiada por la fuerza del Espíritu Santo.

Ese evento, que cambia el corazón y la vida de los Apóstoles y de los demás discípulos, repercute inmediatamente fuera del Cenáculo. En efecto, aquella puerta mantenida cerrada durante cincuenta días, finalmente se abre de par en par, y la primera comunidad cristiana no permanece más replegada sobre sí misma, sino que comienza a hablar a la muchedumbre de diversa procedencia de las grandes cosas que Dios ha hecho (cf. v. 11), es decir, de la Resurrección de Jesús, que había sido crucificado. Y cada uno de los presentes escucha hablar a los discípulos en su propia lengua. El don del Espíritu restablece la armonía de las lenguas que se había perdido en Babel y prefigura la dimensión universal de la misión de los Apóstoles. La Iglesia no nace aislada, nace universal, una, católica, con una identidad precisa, abierta a todos, no cerrada, una identidad que abraza al mundo entero, sin excluir a nadie. A nadie la madre Iglesia cierra la puerta en la cara, ¡a nadie! Ni siquiera al más pecador, ¡a nadie! Y esto por la fuerza, por la gracia del Espíritu Santo. La madre Iglesia abre, abre de par en par sus puertas a todos porque es madre.

El Espíritu Santo, infundido en Pentecostés en el corazón de los discípulos, es el inicio de una nueva época: la época del testimonio y la fraternidad. Es un tiempo que viene de lo alto, viene de Dios, como las llamas de fuego que se posaron sobre la cabeza de cada discípulo. Era la llama del amor que quema toda aspereza; era la lengua del Evangelio que traspasa los límites puestos por los hombres y toca los corazones de la muchedumbre, sin distinción de lengua, raza o nacionalidad. Como ese día de Pentecostés, el Espíritu Santo es derramado continuamente también hoy sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros para que salgamos de nuestras mediocridades y de nuestras cerrazones y comuniquemos a todo el mundo el amor misericordioso del Señor. Comunicar el amor misericordioso del Señor: ¡esta es nuestra misión! También a nosotros se nos da como don la «lengua» del Evangelio y el «fuego» del Espíritu Santo, para que mientras anunciamos a Jesús resucitado, vivo y presente entre nosotros, enardezcamos nuestro corazón y también el corazón de los pueblos acercándolos a Él, camino, verdad y vida.

Nos encomendamos a la maternal intercesión de María santísima, que estaba presente como Madre en medio de los discípulos en el Cenáculo: es la madre de la Iglesia, la madre de Jesús convertida en madre de la Iglesia. Nos encomendamos a Ella a fin de que el Espíritu Santo descienda abundantemente sobre la Iglesia de nuestro tiempo, colme los corazones de todos los fieles y encienda en ellos el fuego de su amor.

 

Papa Francisco. Regina Coeli. 20 de mayo de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la fiesta de hoy de Pentecostés culmina el tiempo pascual, centrado en la muerte y resurrección de Jesús. Esta solemnidad nos hace recordar y revivir el derramamiento del Espíritu Santo sobre los apóstoles y los demás discípulos, reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo (cf. Hechos de los Apóstoles 2, 1-11). Aquel día se inició la historia de la santidad cristiana, porque el Espíritu Santo es la fuente de la santidad, que no es el privilegio de unos pocos, sino la vocación de todos. Por el bautismo, de hecho, estamos todos llamados a participar en la misma vida divina de Cristo y con la confirmación, a convertirnos en testigos suyos en el mundo.

«El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6). «Dios quería santificar y salvar a los hombres, no individualmente y sin ninguna conexión entre ellos, sino que quiere convertirlos en un pueblo, reconociéndolo según la verdad y servirlo en santidad» (Cost. Dogm. Lumen gentium, 9).

Ya por medio de los antiguos profetas el Señor había anunciado al pueblo este designio suyo. Ezequiel: «Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas. […] Vosotros seréis mi pueblo yo seré vuestro Dios» (36, 27-28). El profeta Joel: «Yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos e hijas profetizarán. […] Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. […] Todo el que invoque el nombre de Yahveh será salvo» (3, 1-2.5). Y todas estas profecías se realizan en Jesucristo, «mediador y garante de la efusión perenne del Espíritu» (Misal Romano, Prefacio después de la Ascensión). Y hoy es la fiesta de la efusión del Espíritu.

Desde aquel día de Pentecostés, y hasta el fin de los tiempos, esta santidad, cuya plenitud es Cristo, se entrega a todos aquellos que se abren a la acción del Espíritu Santo, y se esfuerzan en serle dóciles. Es el Espíritu el que hace experimentar una alegría plena. El Espíritu Santo, viniendo a nosotros, vence la sequedad, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece la maduración interna en la relación con Dios y el prójimo. Es lo que dice san Pablo: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gálatas 5, 22). Todo esto hace el Espíritu en nosotros. Por eso, hoy festejamos esta riqueza que el Padre nos da.

Pidamos a la Virgen María que obtenga hoy un Pentecostés renovado para la Iglesia, una renovada juventud que nos dé la alegría de vivir y testimoniar el Evangelio e «infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios» (Gaudete et exsultate, 177).

 

Papa Francisco. Regina Coeli.  23 de mayo de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 2, 1-11) narra lo que sucedió en Jerusalén cincuenta días después de la Pascua de Jesús. Los discípulos estaban reunidos en el cenáculo y con ellos estaba la Virgen María. El Señor resucitado les había dicho que se quedaran en la ciudad hasta que recibieran de lo alto el don del Espíritu. Y este se manifestó con un «ruido» que vino repentinamente del cielo, como un «viento impetuoso» que llenó la casa en la que se encontraban (cf. v. 2). Se trata, pues, de una experiencia real, pero también simbólica. Algo que sucedió pero que también nos da un mensaje simbólico para toda la vida.

Esta experiencia revela que el Espíritu Santo es como un viento fuerte y libre, es decir, nos trae fuerza y nos trae libertad: viento fuerte y libre. No se puede controlar, detener ni medir; y ni siquiera predecir su dirección. No se deja enmarcar en nuestras exigencias humanas — nosotros tratamos siempre de enmarcarlo todo—, no se deja enmarcar en nuestros esquemas y en nuestros prejuicios. El Espíritu procede de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo e irrumpe en la Iglesia, irrumpe en cada uno de nosotros, dando vida a nuestras mentes y a nuestros corazones. Como dice el Credo: «Señor y dador de vida». Tiene el poder porque es Dios, y da vida.

El día de Pentecostés, los discípulos de Jesús todavía estaban desconcertados y asustados. Aún no tenían el valor de salir a la luz. Y nosotros también, a veces sucede, preferimos permanecer dentro de las paredes protectoras de nuestro entorno. Pero el Señor sabe cómo llegar hasta nosotros y abrir las puertas de nuestro corazón. Él envía al Espíritu Santo sobre nosotros que nos envuelve y derrota todas nuestras vacilaciones, derriba nuestras defensas, desmantela nuestras falsas certezas. El Espíritu nos hace nuevas criaturas, como lo hizo ese día con los Apóstoles: nos renueva, nuevas criaturas.

Después de recibir el Espíritu Santo ya no volvieron a ser como antes —los ha cambiado—, sino que salieron, salieron sin temor y comenzaron a predicar Jesús, a predicar que Jesús ha resucitado, que el Señor está con nosotros, de tal manera que cada uno los entendía en su propia lengua. Porque el Espíritu es universal, no nos quita las diferencias culturales, las diferencias de pensamiento, no, es para todos, pero cada uno lo entiende en su propia cultura, en su propia lengua. El Espíritu cambia el corazón, ensancha la mirada de los discípulos. Los hace capaces de comunicar a todos las grandes obras de Dios, sin límites, superando los confines culturales y los confines religiosos en los que estaban acostumbrados a pensar y vivir. A los Apóstoles los capacita para llegar a los demás respetando sus posibilidades de escucha y comprensión, en la cultura y el idioma de cada uno (vv. 5-11). En otras palabras, el Espíritu Santo pone en comunicación personas diferentes, realizando la unidad y universalidad de la Iglesia.

Y hoy nos dice mucho esta verdad, esta realidad del Espíritu Santo, donde en la Iglesia hay pequeños grupos que siempre buscan la división, separarse de los demás. Este no es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Dios es armonía, es unidad, une diferencias. Un buen cardenal, que fue arzobispo de Génova, decía que la Iglesia es como un río: lo importante es estar dentro; si estás un poco de ese lado y un poco del otro lado, no importa, el Espíritu Santo crea unidad. Usaba la figura del río. Lo importante es estar dentro de la unidad del Espíritu y no mirar esas pequeñeces de que tú estés un poquito de este lado y un poquito de ese otro lado, que reces de esta manera o de esa otra... Esto no es de Dios La Iglesia es para todos, para todos, como mostró el Espíritu Santo el día de Pentecostés.

Pidamos hoy a la Virgen María, Madre de la Iglesia, que interceda para que el Espíritu Santo descienda en abundancia y llene los corazones de los fieles y encienda en todos el fuego de su amor.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 4 de junio de 2006.

Queridos hermanos y hermanas:

La solemnidad de Pentecostés, que celebramos hoy, nos invita a volver a los orígenes de la Iglesia, que, como afirma el concilio Vaticano II, "se manifestó por la efusión del Espíritu" (Lumen gentium, 2). En Pentecostés la Iglesia se manifestó una, santa, católica y apostólica; se manifestó misionera, con el don de hablar todas las lenguas del mundo, porque a todos los pueblos está destinada la buena nueva del amor de Dios. "El Espíritu —enseña también el Concilio— conduce a la Iglesia a la verdad total, la une en la comunión y el servicio, la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos, y la adorna con sus frutos" (ib., 4).

Entre las realidades suscitadas por el Espíritu en la Iglesia están los Movimientos y las comunidades eclesiales, con las que ayer tuve la alegría de reunirme en esta plaza, en un gran encuentro mundial.

Toda la Iglesia, como solía decir el Papa Juan Pablo II, es un único gran movimiento animado por el Espíritu Santo, un río que atraviesa la historia para regarla con la gracia de Dios y hacerla fecunda en vida, bondad, belleza, justicia y paz.

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 31 de mayo de 2009.

Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia esparcida por el mundo entero revive hoy, solemnidad de Pentecostés, el misterio de su nacimiento, de su "bautismo" en el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 5), que tuvo lugar en Jerusalén cincuenta días después de la Pascua, precisamente en la fiesta judía de Pentecostés. Jesús resucitado había dicho a sus discípulos: "Permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24, 49). Esto aconteció de forma sensible en el Cenáculo, mientras se encontraban todos reunidos en oración junto con María, la Virgen Madre.

Como leemos en los Hechos de los Apóstoles, de repente aquel lugar se vio invadido por un viento impetuoso, y unas lenguas como de fuego se posaron sobre cada uno de los presentes. Los Apóstoles salieron entonces y comenzaron a proclamar en diversas lenguas que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, que murió y resucitó (cf. Hch 2, 1-4). El Espíritu Santo, que con el Padre y el Hijo creó el universo, que guió la historia del pueblo de Israel y habló por los profetas, que en la plenitud de los tiempos cooperó a nuestra redención, en Pentecostés bajó sobre la Iglesia naciente y la hizo misionera, enviándola a anunciar a todos los pueblos la victoria del amor divino sobre el pecado y sobre la muerte.

El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Sin él, ¿a qué se reduciría? Ciertamente, sería un gran movimiento histórico, una institución social compleja y sólida, tal vez una especie de agencia humanitaria. Y en verdad es así como la consideran quienes la ven desde fuera de la perspectiva de la fe. Pero, en realidad, en su verdadera naturaleza y también en su presencia histórica más auténtica, la Iglesia es plasmada y guiada sin cesar por el Espíritu de su Señor. Es un cuerpo vivo, cuya vitalidad es precisamente fruto del Espíritu divino invisible.

Queridos amigos, este año la solemnidad de Pentecostés cae en el último día del mes de mayo, en el que habitualmente se celebra la hermosa fiesta mariana de la Visitación. Este hecho nos invita a dejarnos inspirar y, en cierto modo, instruir por la Virgen María, la cual fue protagonista de ambos acontecimientos. En Nazaret ella recibió el anuncio de su singular maternidad e, inmediatamente después de haber concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, fue impulsada por el mismo Espíritu de amor a acudir en ayuda de su anciana prima Isabel, que ya se encontraba en el sexto mes de una gestación también prodigiosa. La joven María, que, llevando en su seno a Jesús y olvidándose de sí misma, acude en ayuda del prójimo, es icono estupendo de la Iglesia en la perenne juventud del Espíritu, de la Iglesia misionera del Verbo encarnado, llamada a llevarlo al mundo y a testimoniarlo especialmente en el servicio de la caridad.

Invoquemos, por tanto, la intercesión de María santísima, para que obtenga a la Iglesia de nuestro tiempo la gracia de ser poderosamente fortalecida por el Espíritu Santo. Que sientan la presencia consoladora del Paráclito en especial las comunidades eclesiales que sufren persecución por el nombre de Cristo, para que, participando en sus sufrimientos, reciban en abundancia el Espíritu de la gloria (cf. 1 P 4, 13-14).

 

Benedicto XVI. Regina Coeli. 27 de mayo de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy la gran fiesta de Pentecostés, con la que se completa el Tiempo de Pascua, cincuenta días después del domingo de Resurrección. Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los demás discípulos, reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo (cf. Hch 2, 1-11). Jesús, después de resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que cada cristiano pueda participar en su misma vida divina y se convierta en su testigo en el mundo. El Espíritu Santo, irrumpiendo en la historia, derrota su aridez, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece en nosotros la maduración interior en la relación con Dios y con el prójimo.

El Espíritu que «habló por medio de los profetas», con los dones de la sabiduría y de la ciencia sigue inspirando a mujeres y hombres que se comprometen en la búsqueda de la verdad, proponiendo vías originales de conocimiento y de profundización del misterio de Dios, del hombre y del mundo. En este contexto tengo la alegría de anunciar que el próximo 7 de octubre, al inicio de la Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos, proclamaré a san Juan de Ávila y a santa Hidelgarda de Bingen, doctores de la Iglesia universal. Estos dos grandes testigos de la fe vivieron en períodos históricos y en ambientes culturales muy distintos. Hidelgarda fue monja benedictina en el corazón de la Edad Media alemana, auténtica maestra de teología y profunda estudiosa de las ciencias naturales y de la música. Juan, sacerdote diocesano en los años del renacimiento español, participó en el esfuerzo de renovación cultural y religiosa de la Iglesia y de la sociedad en los albores de la modernidad. Pero la santidad de la vida y la profundidad de la doctrina los hacen perennemente actuales: de hecho, la gracia del Espíritu Santo los impulsó a esa experiencia de penetrante comprensión de la revelación divina y de diálogo inteligente con el mundo, que constituyen el horizonte permanente de la vida y de la acción de la Iglesia.

Sobre todo a la luz del proyecto de una nueva evangelización a la que se dedicará la citada Asamblea del Sínodo de los obispos, y en la víspera del Año de la fe, estas dos figuras de santos y doctores son de gran importancia y actualidad. También en nuestros días, a través de su enseñanza, el Espíritu del Señor resucitado sigue haciendo resonar su voz e iluminando el camino que conduce a la única Verdad que puede hacernos libres y dar pleno sentido a nuestra vida.

Rezando ahora juntos el Regina caeli —por última vez este año—, invoquemos la intercesión de la Virgen María para que obtenga a la Iglesia que sea fuertemente animada por el Espíritu Santo, para dar testimonio de Cristo con franqueza evangélica y abrirse cada vez más a la plenitud de la verdad.

 

Francisco. Catequesis. Vicios y virtudes. 18. La esperanza.

Queridos hermanos y hermanas,

En la última catequesis empezamos a reflexionar sobre las virtudes teologales. Son tres: la fe, la esperanza y la caridad. La vez pasada reflexionamos sobre la fe, hoy es el turno de la esperanza.

«La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1817). Estas palabras nos confirman que la esperanza es la respuesta que se ofrece a nuestro corazón cuando surge en nosotros la pregunta absoluta: «¿Qué será de mí? ¿Cuál es la meta del viaje? ¿Cuál es el destino del mundo?».

Todos nos damos cuenta de que una respuesta negativa a estas preguntas produce tristeza. Si el viaje de la vida no tiene sentido, si no hay nada ni al principio ni al final, entonces nos preguntamos por qué tenemos que caminar: de ahí surge la desesperación humana, la sensación de la inutilidad de todo. Y muchos podrían rebelarse: me he esforzado por ser virtuoso, por ser prudente, justo, fuerte, templado. También he sido un hombre o una mujer de fe.... ¿De qué ha servido mi lucha si todo se acaba aquí? Si falta la esperanza, todas las demás virtudes corren el riesgo de desmoronarse y acabar en cenizas. Si no hubiera un mañana fiable, un horizonte luminoso, solamente podríamos concluir que la virtud es un esfuerzo inútil. «Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente.», decía Benedicto XVI, (Carta encíclica Spe salvi, 2).

El cristiano tiene esperanza no por mérito propio. Si cree en el futuro, es porque Cristo murió, resucitó y nos dio su Espíritu. «Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente» (ibid., 1). En este sentido, una vez más, decimos que la esperanza es una virtud teologal: no emana de nosotros, no es una obstinación de la que queremos convencernos, sino que es un don que viene directamente de Dios.

A muchos cristianos dubitativos, que no habían renacido del todo a la esperanza, el apóstol Pablo les presenta la nueva lógica de la experiencia cristiana: «Si Cristo no resucitó, vana es la fe de ustedes y ustedes siguen en sus pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres!» (1 Cor 15,17-19). Es como si dijera: si crees en la resurrección de Cristo, entonces sabes con certeza que no hay derrota ni muerte para siempre. Pero si no crees en la resurrección de Cristo, entonces todo se vuelve vacío, incluso la predicación de los Apóstoles.

La esperanza es una virtud contra la que pecamos a menudo: en nuestras nostalgias malas, en nuestras melancolías, cuando pensamos que las felicidades pasadas están enterradas para siempre. Pecamos contra la esperanza cuando nos abatimos ante nuestros pecados, olvidando que Dios es misericordioso y más grande que nuestros corazones. No lo olvidemos, hermanos y hermanas: Dios perdona todo, Dios perdona siempre. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Pero no olvidemos esta verdad: Dios lo perdona todo, Dios perdona siempre. Pecamos contra la esperanza cuando nos abatimos ante nuestros pecados; pecamos contra la esperanza cuando en nosotros el otoño anula la primavera; cuando el amor de Dios deja de ser para nosotros un fuego eterno y nos falta la valentía de tomar decisiones que nos comprometen para toda la vida.

¡El mundo de hoy tiene tanta necesidad de esta virtud cristiana! El mundo necesita esperanza, como también necesita tanto la paciencia, virtud que camina de la mano de la esperanza. Los seres humanos pacientes son tejedores de bien. Desean obstinadamente la paz, y aunque algunos tienen prisa y quisieran todo y todo ya, la paciencia tiene capacidad de espera. Incluso cuando muchos a su alrededor han sucumbido a la desilusión, quien está animado por la esperanza y es paciente es capaz de atravesar las noches más oscuras. La esperanza y la paciencia van juntas.

La esperanza es la virtud de quien tiene un corazón joven; y aquí, la edad no cuenta. Porque existen también ancianos con los ojos llenos de luz, que viven una tensión permanente hacia el futuro. Pensemos en aquellos dos grandes ancianos del Evangelio, Simeón y Ana: nunca se cansaron de esperar, y vieron el último tramo de su camino bendecido por el encuentro con el Mesías, a quien reconocieron en Jesús, llevado al Templo por sus padres. ¡Qué gracia si fuera así para todos nosotros! Si, después de una larga peregrinación, al dejar las alforjas y el bastón, nuestro corazón se llenara de una alegría que nunca antes habíamos sentido, y nosotros también pudiéramos exclamar:

«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,29-32).

Hermanos y hermanas, sigamos adelante y pidamos la gracia de tener esperanza, la esperanza con la paciencia. Mirar siempre hacia ese encuentro definitivo; pensar siempre que el Señor está cerca de nosotros, que nunca, ¡nunca la muerte será victoriosa! Sigamos adelante y pidamos al Señor que nos dé esta gran virtud de la esperanza, acompañada por la paciencia. Gracias.

 

MISA DE NIÑOS. SANTÍSIMA TRINIDAD.

Monición de entrada.

Buenos días.

Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad.

Cada vez que rezamos lo hacemos al Padre, por Jesús, el Hijo, en el Espíritu Santo.

Y así hoy decimos que creemos que Dios es uno familia de tres personas.

Y los tres nos quieren por igual.

 

Señor, ten piedad.

A ti, Hijo de Dios vivo. Señor, ten piedad.

A ti, cara del Padre. Cristo, ten piedad.

A ti, que tienes el Espíritu Santo. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco. Te lo pedimos Señor.

-Por todos los cristianos que creemos en la Santísima Trinidad. Te lo pedimos Señor.

-Por los judíos y musulmanes que creen en Dios. Te lo pedimos, Señor.

-Por las personas que no creen en Dios Te lo pedimos, Señor.

-Por nosotros que rezamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Te lo pedimos Señor.

 

 Acción de gracias.

Virgen María, tú eres la hija de Dios Padre, la madre de Dios Hijo y la esposa de Dios Espíritu Santo, hoy queremos darte gracias porque en esta familia también contáis con cada uno de nosotros.

 

EXPERIENCIA.

Mira el vídeo   https://www.youtube.com/watch?v=mcBpImsrnRk

Al principio aparecen rostros tristes. ¿A quién o quiénes te recuerdan?

Después rostros de personas alegres: ¿por qué lo están?

¿Quiénes son los protagonistas? ¿los sacerdotes o los laicos, es decir, los que no son sacerdotes, religiosas o religiosos?

REFLEXIÓN.

Lee el evangelio de este domingo.

X Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

-Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Lee pausadamente el texto.

Imagina la escena: la casa, los discípulos, Jesús, el soplo.

Entra dentro de tu corazón, repite las palabras de Jesús: “Recibe el Espíritu Santo”. Este lo recibiste o recibirás en el sacramento de la confirmación. Si bien él está ya en tu corazón.

Respira y acompasa tu respiración con las palabras de Jesús.

¿Por qué las personas del vídeo trabajan por los demás?

Es el Espíritu quien les impulsa.

Respira tomando conciencia de la respiración. Él es el aire de tu alma. El que impulsa a creer en Jesús y vivir según sus enseñanzas, a amar a Dios y a los demás anunciando el Evangelio.

 

COMPROMISO.

Jesús te lo ha dado todo, ¿qué estás dispuesto a darle tú?

 

CELEBRACIÓN.

Recuerda en la oración las personas que te han hablado de Jesús y los momentos en los que tú has sido apóstol, enviada o enviado de Cristo como educadora o educador Juniors, catequistas, en Cáritas, en la parroquia. Agradécele a Jesús haberte elegido y haber tenido la oportunidad de hacer algo por los demás.

Escucha la canción El Espíritu del Señor sobre mí. https://www.youtube.com/watch?v=4UYpCfZ22JA



[1] Execrar: 1. Condenar o maldecir con autoridad sacerdotal o en nombre de cosas sagradas. 2. Vituperar o reprobar severamente. 3. Aborrecer (//tener aversión).

[2] Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Trad. Biblia CEE.

[3] Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Trad. Biblia CEE.

[4] Port eso vosotros sois la luz del mundo, la sal de la tierra. Trad. editor.

[5] Ayuntar: 2. Añadir. www.rae.es

[6] También os envío yo. Trad. Biblia CEE.

[7] Recibid el Espíritu Santo. Ib.

[8] A los que perdonéis los pecados. Trad. del editor.