jueves, 30 de noviembre de 2023

Domingo 1º de Adviento. 3 de diciembre de 2023.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de Isaías 63, 16c-17.19c;64,2b-7

Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre desde siempre es “nuestro Libertador”. ¿Por qué nos extravías, Señor, de tus caminos, y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas. “Descendiste, y las montañas se estremecieron”. Jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él. Sales al encuentro de quien practica con alegría la justicia y, andando en tus caminos, se acuerda de ti. He aquí que tú estabas airado y nosotros hemos pecado. Pero en los caminos de antiguo seremos salvados. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un vestido manchado, todos nos marchitábamos como hojas, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti, pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero; todos somos obra de tus manos.

 

Textos paralelos.

 Tú Yahvé eres nuestro Padre.

Is 41, 14: No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio – oráculo del Señor –, tu redentor es el santo de Israel.

¡Ah! si rompieses los cielos y bajases.

Ap 19, 11: Vi el cielo abierto y allí un caballo blanco. Su jinete de llama Fiel y Veraz, Justo en el gobierno y en la guerra.

Sal 144, 5: Señor, inclina tus cielos y desciende; toca las montañas y echarán humo.

Nunca ojo humano pudo ver.

1 Co 2, 9: Pero como está escrito: “Lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios preparó para quienes lo aman”.

Nosotros la arcilla y tú el alfarero.

Is 29, 16: ¡Qué desatino! Como si el barro se considerara alfarero, como si la obra dijera al que la hizo: “No me ha hecho”, como si el cacharro dijera del alfarero: “No me entiende”.

 

Notas exegéticas.

63 7 El largo poema 63, 7-64,1 tiene la forma de un salmo de súplica colectiva, ver especialmente Sal 45 y 89 y Lamentaciones. Las referencias de 63, 18 y 65, 9-10 a la ruina de Jerusalén y del templo el 587 indican que el recuerdo de la catástrofe está aún próximo. El poema data de los comienzos del destierro. La evocación de la historia pasada, 63, 7-14 está conforme con la teología deuteronomista: Dios castiga a su pueblo rebelado, y luego lo salva.

64 19 La frase [Estamos igual que antaño] prosigue en 64 1b [como agua que el fuego evapora]. La evocación a los rasgos ordinarios de las teofanías interrumpe este llamamiento a la venida de Yahvé.

64 2 La glosa repite 63, 10.

64 3 San Pablo, 1 Co 2, 9, parece citar este texto en una fórmula más rítmica: “lo que ni el ojo vio ni el oído oyó…”. Es difícil asegurar si cita libremente o si poseía algún texto de Isaías diferente del nuestro.

64 4 “Borra nuestro pecado…”, leemos el verbo mahâ y el sustantivo ‘awôn. Otros traducen: “en ellos [nuestros pecados] estamos desde antiguo y seríamos salvados. En ambos casos se usaría de un clamor de desánimo. De todos modos, las traducciones son conjeturales, pues el texto se halla claramente corrompido.

64 5 “caemos” griego; hebreo dudoso.

64 6 “dejados” versiones: “nos haces temblar” (?) hebreo.

 

Salmo responsorial

Salmo 80 (79), 2.3b.15-16.18-19

 

Oh Dios, restáuranos,

que brille tu rostro y nos salve. R/.

Pastor de Israel, escucha;

tú que te sientas sobre querubines, resplandece;

despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.

 

Dios del universo, vuélvete:

mira desde el cielo, fíjate,

ven a visitar tu viña.

Cuida la cepa que tu diestra plantó

y al hijo del hombre que tú has fortalecido. R/.

 

Que tu mano proteja a tu escogido,

al hombre que tú fortaleciste.

No nos alejaremos de ti:

danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.

 

Textos paralelos.

Brilla, desde tu trono de querubes.

Ex 25, 18: Moisés se adentró en la nube y subió al monte, y estuvo allí cuarenta días con sus noches.

 

Notas exegéticas.

80 Este salmo se aplica tanto al reino del Norte (ver vv. 2-3), devastado por los asirios (mencionados en el título griego), ver Jr 31, 15s, como a Judá después del saqueo de Jerusalén el año 586, ver Jr 12, 7-13. El salmista, quizá un levita refugiado en Mispá de Benjamín en tiempos de Godolías, ver 2 R 25, 22-23.27, espera la restauración del reino unificado en sus límites ideales, v. 12.

80 16 El hebreo añade: “y sobre el hijo que fortaleciste”, anticipación de 18b.

80 18 Alusión probable a Zorobabel, Esd 3, 2; Ag 1,1.

 

Segunda lectura.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 3-9

Hermanos:

A vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo.

 

Textos paralelos.

 Os ha otorgado por medio de Cristo Jesús.

2 Co 8, 7: Y como tenéis abundancia de todo, de fe, elocuencia, conocimiento, fervor para todo, afecto a nosotros, tened también abundancia de esta generosidad.

2 Co 8, 9: Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por vosotros se hizo pobre para enriqueceros con su pobreza.

Ya no os falta ningún don divino a los que esperáis la Revelación.

2 Co 6, 10: Como tristes y siempre alegres, como pobres que enriquecen a muchos, como necesitados que lo poseen todo.

Él os conservará irreprensibles hasta el fin.

2 Co 1,21: Es Dios quien nos mantiene a nosotros y a vosotros, fieles a Cristo, nos ha ungido.

Flp 1,7: Es justo que sienta esto de todos vosotros, ya que os llevo en el corazón, mientras que vosotros sois solidarios de mi gracia en la prisión y en la defensa y confirmación de la buena noticia.

Col 2, 7: Arraigados y cimentados en él, confirmados en la fe que os enseñaron, derrochando agradecimiento.

Habéis sido llamados a la comunión.

1 Jn 1, 2: Por la verdad que permanece en nosotros y permanecerá siempre.

Flp 3, 10: ¡Oh! conocerle a él y el poder de su resurrección y la participación en sus sufrimientos; configurarme con su muerte.

 

Notas exegéticas.

1 4 Otra lectura: “mi Dios”.

1 6 Es decir el testimonio que se da de Cristo, “entre vosotros” o “en vosotros”.

1 7 En el momento supremo de la revelación de los designios secretos de Dios Cristo se manifestará en su gloria al fin de los tiempos en su Venida y su “Manifestación”. Previamente se habrá “revelado” al Impío, a quien destruirá.

1 8 (a) Ver Flp 1, 10.

1 8 (b) Este “Día del Señor” llamado también “Día de Cristo” o simplemente 2El Día”, “el Día del Hijo del hombre”, el día de la Visita, “el último día”, es el cumplimiento de la era escatológica inaugurada por Cristo, del “Día de Yahvé” anunciado por los profetas. Realizada en parte con la primera venida de Cristo y el castigo de Jerusalén, esta última etapa de la historia de la salvación que dará consumada con la venida gloriosa del Soberano. Le acompañará una conmoción y una renovación cósmicas. Este día de luz se aproxima. Su fecha es incierta, y hay que prepararse para él por el tiempo que resta.

3 9 (a) Ver 10, 13; 2 Co 1, 18.

3 9 (b) La palabra “comunión” (koinônía) conserva en sus variados usos una acepción fundamental. La comunión brota de las realidades poseídas en común por varias personas, sean espirituales o materiales esas realidades compartidas. De hecho, los bienes materiales, nunca se encuentran entre cristianos sin los bienes espirituales. A veces se participa de las acciones o de los sentimientos. La comunión, de la que proceden todos los demás bienes, otorga una participación en los bienes propiamente divinos, nos une al Padre y a su Hijo Jesucristo a Cristo mismo, al Espíritu. Nos confiere una participación de la gloria futura. La palabra alude a una característica de la comunidad cristiana.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-Estad atentos, vigilad; pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!

 

Textos paralelos.

 Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento.

Mt 24, 42: Así pues, velad porque no sabéis el día que llegará vuestro Señor.

Mt 25, 13-14: Por tanto, vigilad, porque no conocéis el día ni la hora. Es como un hombre que se marchaba al extranjero; antes llamó a sus criados y les encomendó sus posesiones.

Lc 19, 12-13: Un hombre noble marchó a un país lejano para ser nombrado rey y volver. Llamó a diez empleados suyos, les entregó mil denarios y les encargó: negociad hasta que yo vuelva.

Lc 12, 38: Y si llega al segundo o tercer turno de vela y los encuentra así, dichosos ellos.

Lc 12, 40: Pues vosotros estad preparados, pues cuando menos lo penséis, llegará este Hombre.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

13 35 Estas cuatro vigilias dividían la noche, ya que cada una de ellas era de tres horas.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

33 Después de ESTAD DESPIERTOS, algunos manuscritos añaden “yorad”.

35-36 La espiritualidad cristiana ha aplicado estas advertencias de Jesús a la escatología individual, ante lo que solemos llamar muerte repentina. La verdad es que “el justo nunca muere de improviso, porque previó la muerte perseverando en la justicia cristiana hasta el fin; muere, a veces, súbita y repentinamente; por eso la Iglesia, siempre sabia, en las letanías no nos hace pedir simplemente vernos libres de la muerte repentina, sino de la muerte repentina e imprevista (a subitanea et improvisa morte). La muerte no es mala por ser repentina, sino por ser imprevista” (san Francisco de Sales).

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

13, 37 Velad: esta última palabra resume el tema fundamental de este capítulo. Cristo advirtió a los fieles que fueron vigilantes y estuvieron siempre preparados para encontrarse con el Hijo del Hombre cuando venga de nuevo. La inminente destrucción de Jerusalén y la posibilidad del juicio en el fin del mundo sirven de incentivo para la fidelidad y la perseverancia. Cat. 673, 1014 y 2849.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf. Ap 22, 20), aun cuando a nosotros no nos “toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad” (Hch 1, 7; Mc 13, 32). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44; 1 Ts 5, 2), aunque tal hecho y la prueba final que le ha de preceder estén “retenidos” en las manos de Dios” (cf. 2 Ts 2, 3-12).

1014 La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte (“De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor”: Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra muerta” (Avemaría), y a confiarnos a san José, patrono de la buena muerte.

2849 La vigilancia es “guarda del corazón”, y Jesús pide al Padre que nos guarde en su “Nombre” (cf. Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf. 1 Cor 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición [no nos dejes caer en la tentación] adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. “Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela” (Ap 16, 15)

 

Concilio Vaticano II.

Foméntese la celebración sagrada de la Palabra de Dios en las vigilias de las fiestas solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y en los domingos y días festivos, sobre todo en los lugares que carecen de sacerdote. En este caso dirigirá la celebración un diácono u otro delegado por el obispo

Sacrosanctum Concilium, 35.

Intentamos, por tanto, agradr a Dios en todo y nos ponemos la armadura de Dios para poder permanecer firmes a las asechanzas del diablo y resistir el día malo. Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera  que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes. En efecto, antes de reinar con Cristo glorioso, todos compareceremos ante el tribunal de Cristo para dar cuenta cada uno del bien y del mal que hizo durante su vida en este cuerpo. Al fin del mundo, los que hicieron el mal resucitarán para el juicio. Considerando, por tanto, que los sufrimientos de esta vida no se pueden comparar con la gloria futura que se manifestará en nosotros, fuertes en la fe aguardamos la feliz esperanza y la venida gloriosa del gran Dios y de nuestro Salvador, Jesucristo. Él transformará nuestro humilde cuerpo en un cuerpo glorioso parecido al suyo y vendrá a que lo glorifiquen todos los santos y lo admiren todos sus creyentes.

Lumen gentium, 48.

 

San Jerónimo.

31-33. Cuando el Hijo del hombre… El, que dentro de dos días va a celebrar la Pascua y será entregado a la cruz, insultado por los hombres, y le darán de beber vinagre y hiel, promete, con razón, la gloria de su triunfo para compensar los escándalos que van a seguir por la recompensa que promete. Observemos que el que debe aparecer en su majestad es el Hijo del hombre.

En cuanto a lo que sigue: colocará las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda, compréndelo según aquello que lees en otro lugar: El corazón del sabio está en su derecha y el del necio en su izquierda (Eclesiastés 10, 2), y más arriba en ese mismo Evangelio: Que no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha. él ordena que las ovejas se coloquen del lado de los justos, a la derecha; los cabritos, es decir, los pecadores, a su izquierda, ellos que en la Ley son ofrecidos siempre por el pecado. No dijo las cabras que pueden tener crías y salen esquiladas del baño, todas son crías gemelas y ninguna entre ellas es estéril (Cantar de los Cantares 4, 2), sino cabritos, ese animal lascivo, agresivo, siempre en celo.

34. Venid, benditos de mi Padre. Esto se debe comprender según la presciencia [conocimiento de las cosas futuras, rae.es] de Dios para quien el futuro ya se ha realizado.

40. Os aseguro que en la medida que lo hicisteis. Éramos libres de comprender que en todo pobre alimentamos a Cristo que tiene hambre, le damos de beber cuando tiene sed, peregrino lo albergamos, desnudo lo vestimos, enfermo lo visitamos y le proporcionamos el consuelo de una visita cuando está encerrado en la cárcel. Pero según lo que sigue: En la medida que lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo, me parece que no habla de los pobres en general sino de los que son pobres de espíritu, aquellos hacia los cuales había extendido su mano diciendo: Mis hermanos y mi madre son aquellos que hacen la voluntad del Padre.

46. Estos irán al castigo eterno, los justos en cambio a la vida eterna. Prudente lector, presta atención, los suplicios son eternos, pero la vida perpetua no tendrá que temer, en adelante, ninguna caída.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Vigilad, pues, y orad, no sea que durmáis para vuestra muerte, pues no os servirán las obras buenas que antes hubiereis hecho, si al terminar vuestra vida os apartáis de la verdadera fe.

Anónimo. Constituciones Apostólicas, 7, 31.

 

San Agustín.

Cristo el Señor, Dios nuestro e Hijo de Dios, hizo la primera venida sin aparato; peor en la segunda vendrá de manifiesto. Cuando vino callando, no se dio a conocer más que a sus siervos; cuando venga de manifiesto, se mostrará a buenos y malos. Cuando vino de incógnito, vino a ser juzgado, cuando venga manifiesto, ha de ser para juzgar. Y, en fin, cuando se le juzgó a él, guardó silencio; silencio del que había hablado un profeta. Calló pues había de ser juzgado, pero no ha de callar así cuando él haya de juzgar. A decir verdad, ni aun ahora está callado para quien guste oírle y si dice que no callará entonces, lo dice para que entonces le oigan los que ahora le menosprecian.

Sermón, 18, 1-2.

¿Por quién dice todos, sino por sus elegidos y amados pertenecientes a su cuerpo, la Iglesia? No se dirigía solo a los que entonces escuchaban, sino también a los que vinieron luego, a nosotros mismos, y a los que llegarán después de nosotros, hasta el tiempo de la última venida. ¿Acaso aquel día nos encontrará a todos en esta vida? ¿Por qué se dirige a todos, si tan solo atañe a los que vivirán en este último día, sino porque, en el sentido que acabo de exponer, atañe a todos?

Vendrá para cada uno el día en que ha de salir de aquí tal cual será juzgado. Por eso debe vigilar todo cristiano, para que no le encuentre desprevenido la llegará del Señor. Y le hallará desprevenido ese día final si le encuentra desprevenido en el último día de su vida.

Los apóstoles sabían por lo menos que el Señor no vendría en su tiempo, mientras vivieran en carne. ¿Y quién duda de que se distinguieron vigilando y guardando lo que dijo a todos, para que, si el Señor venía de repente, no les hallase desapercibidos?

Voy a declararte, como hombre santo de Dios y sincerísimo hermano, mi opinión sobre este punto. Hay que evitar dos errores en cuanto el hombre puede evitarlos: creer que el Señor vendrá más pronto o más tarde de cuando en realidad vendrá. Me parece que yerra, no el que reconoce su ignorancia, sino el que se imagina saber lo que no sabe. Tal soy yo [el que ignora cuando vendrá el Señor].

Carrta 199, 1 3; XIII 52-54.

 

San Juan de Ávila.

¿Hasta cuando, Señor, te tengo de ofender con estos ojos, viendo cosas con que te ofenda, y con estos oídos, oyendo cosas con que me hagan pecar, y mis pies, andando en cosas deshonestas? Si siempre tengo de ofender a Dios, mejor fuera no haber nacido. Llora, hermano, tus pecados. Mira cómo llora Dios por ti. Respóndele, vuélvete a Él. ¿Cómo puedes vivir sin Él? Sea luego; no aguardes más; ¿qué esperas? ¿No basta el olvido que has tenido de los veinte años? Vela, hermano; no te descuides, que Jesucristo vela llamó a toda la vida del hombre (cf. Mc 13, 35), para darnos a entender el gran cuidado que habíamos de tener. Pues estemos siempre en vela.

Ciclo temporal. Sermones de tiempo. 14. Viernes de la semana 4 de Cuaresma, 25. OC III. Pg. 203.

 

San Oscar Romero. Homilía.  

Les invito a entrar en el Adviento, en esta preparación espiritual de Navidad con ese sentido que les he dicho: hambre de Dios, seamos pobres de espíritu, necesitados de Dios. Vigilemos, estemos atentos a la presencia de Cristo en el pobre, en nuestro amigo, en el hermano, para no tratarlo como no trataríamos a Cristo. Y finalmente, la presencia comprometida de cristianos, en una sociedad donde tenemos que ser heraldos del Reino de Dios. Así sea...

Homilía 3 de diciembre de 1978.

 

Papa Francisco. Ángelus. 3 de diciembre de 2017.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy comenzamos el camino de Adviento, que culminará en la Navidad. El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos». Por eso debemos estar siempre alerta y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo. La liturgia de hoy nos habla precisamente del sugestivo tema de la vigilia y de la espera. En el Evangelio (Marcos 13, 33-37) Jesús nos exhorta a estar atentos y a vigilar para estar listos para recibirlo en el momento del regreso. Nos dice: «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento [...] No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos». (vv. 33-36).

La persona que está atenta es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino que vive de modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás. Con esta actitud nos damos cuenta de las lágrimas y las necesidades del prójimo, y podemos percibir también sus capacidades y sus cualidades humanas y espirituales. La persona mira después al mundo, tratando de contrarrestar la indiferencia y la crueldad que hay en él y alegrándose de los tesoros de belleza que también existen y que deben ser custodiados. Se trata de tener una mirada de comprensión para reconocer tanto las miserias y las pobrezas de los individuos y de la sociedad, como para reconocer la riqueza escondida en las pequeñas cosas de cada día, precisamente allí donde el Señor nos ha colocado.

La persona vigilante es la que acoge la invitación a velar, es decir, a no dejarse abrumar por el sueño del desánimo, la falta de esperanza, la desilusión; y al mismo tiempo rechaza la llamada de tantas vanidades de las que está el mundo lleno y detrás de las cuales, a veces, se sacrifican tiempo y serenidad personal y familiar. Es la experiencia dolorosa del pueblo de Israel, narrada por el profeta Isaías: Dios parecía haber dejado vagar a su pueblo, fuera de sus caminos (cf. 63, 17), pero esto era el resultado de la infidelidad del mismo pueblo (cf. 64, 4b). También nosotros nos encontramos a menudo en esta situación de infidelidad a la llamada del Señor: Él nos muestra el camino bueno, el camino de la fe, el camino del amor, pero nosotros buscamos la felicidad en otra parte.

Estar atentos y vigilantes son las premisas para no seguir «vagando fuera de los caminos del Señor», perdidos en nuestros pecados y nuestras infidelidades; estar atentos y alerta, son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas, para restituirle significado y valor con su presencia llena de bondad y de ternura. Que María Santísima, modelo de espera de Dios e icono de vigilancia, nos guíe hacia su Hijo Jesús, reavivando nuestro amor por él.

 

Papa Francisco. Ángelus. 29 de noviembre de 2020.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, primer domingo de Adviento, empieza un nuevo año litúrgico. En él la Iglesia marca el curso del tiempo con la celebración de los principales acontecimientos de la vida de Jesús y de la historia de la salvación. Al hacerlo, como Madre, ilumina el camino de nuestra existencia, nos sostiene en las ocupaciones cotidianas y nos orienta hacia el encuentro final con Cristo. La liturgia de hoy nos invita a vivir el primer “tiempo fuerte” que es este del Adviento, el primero del año litúrgico, el Adviento, que nos prepara a la Navidad, y para esta preparación es un tiempo de espera, es un tiempo de esperanza. Espera y esperanza.

San Pablo (cfr. 1 Cor 1,3-9) indica el objeto de la espera. ¿Cuál es?  La «Revelación de nuestro Señor» (v. 7). El Apóstol invita a los cristianos de Corinto, y también a nosotros, a concentrar la atención en el encuentro con la persona de Jesús. Para un cristiano lo más importante es el encuentro continuo con el Señor, estar con el Señor. Y así, acostumbrados a estar con el Señor de la vida, nos preparamos al encuentro, a estar con el Señor en la eternidad. Y este encuentro definitivo vendrá al final del mundo. Pero el Señor viene cada día, para que, con su gracia, podamos cumplir el bien en nuestra vida y en la de los otros. Nuestro Dios es un Dios-que-viene —no os olvidéis esto: Dios es un Dios que viene, viene continuamente— : ¡Él no decepciona nuestra espera! El Señor no decepciona nunca. Nos hará esperar quizá, nos hará esperar algún momento en la oscuridad para hacer madurar nuestra esperanza, pero nunca decepciona. El Señor siempre viene, siempre está junto a nosotros. A veces no se deja ver, pero siempre viene. Ha venido en un preciso momento histórico y se ha hecho hombre para tomar sobre sí nuestros pecados —la festividad de Navidad conmemora esta primera venida de Jesús en el momento histórico—; vendrá al final de los tiempos como juez universal; y viene también una tercera vez, en una tercera modalidad: viene cada día a visitar a su pueblo, a visitar a cada hombre y mujer que lo acoge en la Palabra, en los Sacramentos, en los hermanos y en las hermanas. Jesús, nos dice la Biblia, está a la puerta y llama. Cada día. Está a la puerta de nuestro corazón. Llama. ¿Tú sabes escuchar al Señor que llama, que ha venido hoy para visitarte, que llama a tu corazón con una inquietud, con una idea, con una inspiración? Vino a Belén, vendrá al final del mundo, pero cada día viene a nosotros. Estad atentos, mirad qué sentís en el corazón cuando el Señor llama.

Sabemos bien que la vida está hecha de altos y bajos, de luces y sombras. Cada uno de nosotros experimenta momentos de desilusión, de fracaso y de pérdida. Además, la situación que estamos viviendo, marcada por la pandemia, en muchos genera preocupaciones, miedo y malestar; se corre el riesgo de caer en el pesimismo, el riesgo de caer en ese cierre y en la apatía. ¿Cómo debemos reaccionar frente a todo esto? Nos lo sugiere el Salmo de hoy: «Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; en él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos» (Sal 32, 20-21). Es decir el alma en espera, una espera confiada del Señor hace encontrar consuelo y valentía en los momentos oscuros de la existencia. ¿Y de qué nace esta valentía y esta apuesta confiada? ¿De dónde nace? Nace de la esperanza. Y la esperanza no decepciona, esa virtud que nos lleva adelante mirando al encuentro con el Señor.

El Adviento es una llamada incesante a la esperanza: nos recuerda que Dios está presente en la historia para conducirla a su fin último para conducirla a su plenitud, que es el Señor, el Señor Jesucristo. Dios está presente en la historia de la humanidad, es el «Dios con nosotros», Dios no está lejos, siempre está con nosotros, hasta el punto que muchas veces llama a las puertas de nuestro corazón. Dios camina a nuestro lado para sostenernos. El Señor no nos abandona; nos acompaña en nuestros eventos existenciales para ayudarnos a descubrir el sentido del camino, el significado del cotidiano, para infundirnos valentía en las pruebas y en el dolor. En medio de las tempestades de la vida, Dios siempre nos tiende la mano y nos libra de las amenazas. ¡Esto es bonito! En el libro del Deuteronomio hay un pasaje muy bonito, que el profeta dice al pueblo: “Pensad, ¿qué pueblo tiene a sus dioses cerca de sí como tú me tienes a mí cerca?”. Ninguno, solamente nosotros tenemos esta gracia de tener a Dios cerca de nosotros. Nosotros esperamos a Dios, esperamos que se manifieste, ¡pero también Él espera que nosotros nos manifestemos a Él!

María Santísima, mujer de la espera, acompañe nuestros pasos en este nuevo año litúrgico que empezamos, y nos ayude a realizar la tarea de los discípulos de Jesús, indicada por el apóstol Pedro. ¿Y cuál es esta tarea? Dar razones de la esperanza que hay en nosotros (cfr. 1 P  3,15).

 

Benedicto XVI. Ángelus. 27 de noviembre de 2005.

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo comienza el Adviento, un tiempo de gran profundidad religiosa, porque está impregnado de esperanza y de expectativas espirituales: cada vez que la comunidad cristiana se prepara para recordar el nacimiento del Redentor siente una sensación de alegría, que en cierta medida se comunica a toda la sociedad. En el Adviento el pueblo cristiano revive un doble movimiento del espíritu: por una parte, eleva su mirada hacia la meta final de su peregrinación en la historia, que es la vuelta gloriosa del Señor Jesús; por otra, recordando con emoción su nacimiento en Belén, se arrodilla ante el pesebre. La esperanza de los cristianos se orienta al futuro, pero está siempre bien arraigada en un acontecimiento del pasado. En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios nació de la Virgen María: "Nacido de mujer, nacido bajo la ley", como escribe el apóstol san Pablo (Ga 4, 4).

El Evangelio nos invita hoy a estar vigilantes, en espera de la última venida de Cristo: "Velad -dice Jesús-: pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa" (Mc 13, 35. 37). La breve parábola del señor que se fue de viaje y de los criados a los que dejó en su lugar muestra cuán importante es estar preparados para acoger al Señor, cuando venga repentinamente. La comunidad cristiana espera con ansia su "manifestación", y el apóstol san Pablo, escribiendo a los Corintios, los exhorta a confiar en la fidelidad de Dios y a vivir de modo que se encuentren "irreprensibles" (cf. 1 Co 1, 7-9) el día del Señor. Por eso, al inicio del Adviento, muy oportunamente la liturgia pone en nuestros labios la invocación del salmo: "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación" (Sal 84, 8).

Podríamos decir que el Adviento es el tiempo en el que los cristianos deben despertar en su corazón la esperanza de renovar el mundo, con la ayuda de Dios. A este propósito, quisiera recordar también hoy la constitución Gaudium et spes del concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual: es un texto profundamente impregnado de esperanza cristiana. Me refiero, en particular, al número 39, titulado "Tierra nueva y cielo nuevo". En él se lee: "La revelación nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia (cf. 2 Co 5, 2; 2 P 3, 13). (...) No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra". En efecto, recogeremos los frutos de nuestro trabajo cuando Cristo entregue al Padre su reino eterno y universal. María santísima, Virgen del Adviento, nos obtenga vivir este tiempo de gracia siendo vigilantes y laboriosos, en espera del Señor.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 30 de noviembre de 2008.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, con el primer domingo de Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico. Este hecho nos invita a reflexionar sobre la dimensión del tiempo, que siempre ejerce en nosotros una gran fascinación. Sin embargo, siguiendo el ejemplo de lo que solía hacer Jesús, deseo partir de una constatación muy concreta: todos decimos que "nos falta tiempo", porque el ritmo de la vida diaria se ha vuelto frenético para todos.

También a este respecto, la Iglesia tiene una "buena nueva" que anunciar: Dios nos da su tiempo. Nosotros tenemos siempre poco tiempo; especialmente para el Señor no sabemos, o a veces no queremos, encontrarlo. Pues bien, Dios tiene tiempo para nosotros. Esto es lo primero que el inicio de un año litúrgico nos hace redescubrir con una admiración siempre nueva. Sí, Dios nos da su tiempo, pues ha entrado en la historia con su palabra y con sus obras de salvación, para abrirla a lo eterno, para convertirla en historia de alianza. Desde esta perspectiva, el tiempo ya es en sí mismo un signo fundamental del amor de Dios: un don que el hombre puede valorar, como cualquier otra cosa, o por el contrario desaprovechar; captar su significado o descuidarlo con necia superficialidad.

Además, el tiempo de la historia de la salvación se articula en tres grandes "momentos": al inicio, la creación; en el centro, la encarnación-redención; y al final, la "parusía", la venida final, que comprende también el juicio universal. Pero estos tres momentos no deben entenderse simplemente en sucesión cronológica. Ciertamente, la creación está en el origen de todo, pero también es continua y se realiza a lo largo de todo el arco del devenir cósmico, hasta el final de los tiempos. Del mismo modo, la encarnación-redención, aunque tuvo lugar en un momento histórico determinado —el período del paso de Jesús por la tierra—, extiende su radio de acción a todo el tiempo precedente y a todo el siguiente. A su vez, la última venida y el juicio final, que precisamente tuvieron una anticipación decisiva en la cruz de Cristo, influyen en la conducta de los hombres de todas las épocas.

El tiempo litúrgico de Adviento celebra la venida de Dios en sus dos momentos: primero, nos invita a esperar la vuelta gloriosa de Cristo; después, al acercarse la Navidad, nos llama a acoger al Verbo encarnado por nuestra salvación. Pero el Señor viene continuamente a nuestra vida.

Por tanto, es muy oportuna la exhortación de Jesús, que en este primer domingo se nos vuelve a proponer con fuerza: "Velad" (Mc 13, 33.35.37). Se dirige a los discípulos, pero también "a todos", porque cada uno, en la hora que sólo Dios conoce, será llamado a rendir cuentas de su existencia. Esto implica un justo desapego de los bienes terrenos, un sincero arrepentimiento de los propios errores, una caridad activa con el prójimo y, sobre todo, un abandono humilde y confiado en las manos de Dios, nuestro Padre tierno y misericordioso. La Virgen María, Madre de Jesús, es icono del Adviento. Invoquémosla para que también a nosotros nos ayude a convertirnos en prolongación de la humanidad para el Señor que viene.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 27 de noviembre de 2011.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy iniciamos con toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, para vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, para recorrer dentro de la historia del mundo, a fin de abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico comienza con el tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la espera del retorno de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.

«¡Velad!». Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio de hoy. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: «¡Velad!» (Mc 13, 37). Es una exhortación saludable que nos recuerda que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que está proyectada hacia un «más allá», como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y responsabilidad, por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas de cómo ha vivido, de cómo ha utilizado sus propias capacidades: si las ha conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.

Del mismo modo, Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar hoy con una apremiante oración, dirigida a Dios en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente, y en cierto momento dice: «Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa» (Is 64, 6). ¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo posmoderno: las ciudades donde la vida resulta anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y, a veces, en este mundo que se presenta casi perfecto, suceden cosas desconcertantes, en la naturaleza o en la sociedad, por las que pensamos que Dios se ha retirado, que, por así decir, nos ha abandonado a nosotros mismos.

En realidad, el verdadero «señor» del mundo no es el hombre, sino Dios. El Evangelio dice: «Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos» (Mc 13, 35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto, para que nuestra vida recupere su orientación correcta, hacia el rostro de Dios. El rostro no de un «señor», sino de un Padre y de un Amigo. Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta. «Señor, tú eres nuestro padre; nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano» (Is 64, 7).

 

Francisco. Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente. 27. El anuncio es para todos.

¡Queridos hermanos y hermanas!

Después de haber visto, la vez pasada, que el anuncio cristiano es alegría, detengámonos hoy en un segundo aspecto: es para todos, el anuncio cristiano es alegría para todos. Cuando encontramos verdaderamente al Señor Jesús, el estupor de este encuentro impregna nuestra vida y pide ser llevado más allá de nosotros. Él desea esto, que su Evangelio sea para todos. En él, de hecho, hay un “poder humanizador”, una plenitud de vida que está destinada a todo hombre y a toda mujer, porque Cristo ha nacido, muerto y resucitado por todos. Por todos, nadie excluido.

En Evangelii gaudium se lee: «Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino “por atracción”» (n. 14). Hermanos, hermanas, sintámonos al servicio de la destinación universal del Evangelio, es para todos; y distingámonos por la capacidad de salir de nosotros mismos – un anuncio para ser verdadero anuncio debe salir del propio egoísmo – y tener también la capacidad de superar todo confín. Los cristianos se encuentran en el atrio más que en la sacristía, y van por «las plazas y calles de la ciudad» (Lc 14,21). Deben ser abiertos y expansivos, los cristianos deben ser “extrovertidos”, y este carácter suyo proviene de Jesús, que ha hecho de su presencia en el mundo un camino continuo, dirigido a alcanzar a todos, incluso aprendiendo de ciertos encuentros suyos.

En este sentido, el Evangelio narra el sorprendente encuentro de Jesús con una mujer extranjera, una cananea que le suplica que sane a la hija enferma (cfr Mt 15,21-28). Jesús se niega, diciendo que ha sido enviado solo «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» y que «no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos» (vv. 24.26). Pero la mujer, con la insistencia típica de los sencillos, replica que también «los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos» (v. 27). Jesús se quedó impresionado y le dice: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas» (v. 28). Este encuentro con esta mujer tiene algo único. No solo alguien hace cambiar de idea a Jesús, y se trata de una mujer, extranjera y pagana; sino que el Señor mismo encuentra confirmación al hecho de que su predicación no debe limitarse al pueblo al que pertenece, sino abrirse a todos.

La Biblia nos muestra que cuando Dios llama a una persona y hace un pacto con algunos el criterio siempre es este: elige a alguno para alcanzar a otros, este es el criterio de Dios, de la llamada de Dios. Todos los amigos del Señor han experimentado la belleza, pero también la responsabilidad y el peso de ser “elegidos” por Él. Y todos han sentido el desánimo ante las propias debilidades o la pérdida de sus seguridades. Pero la tentación quizá más grande es la de considerar la llamada recibida como un privilegio, por favor no, la llamada no es un privilegio, nunca. Nosotros no podemos decir que somos privilegiados en relación con los otros, no. La llamada es para un servicio. Y Dios elige uno para amar a todos, para llegar a todos. 

También para prevenir la tentación de identificar el cristianismo con una cultura, con una etnia, con un sistema. Así, más bien, pierde su naturaleza verdaderamente católica, es decir para todos, universal:  no es un grupito de elegidos de primera clase. No lo olvidemos: Dios elige a alguien para amar a todos. Este horizonte de universalidad. El Evangelio no es solo para mí, es para todos, no lo olvidemos. Gracias.

 

 

Monición de entrada.

Hoy es el segundo domingo de Adviento.

En la primera lectura un amigo de Dios nos dirá que Dios va a venir a llenar nuestro corazón de alegría.

Además vamos a encender la segunda vela, por eso le decimos a Jesús:

Jesús, hoy encendemos la segunda vela.

Tu primo y amigo Juan nos dirá que preparemos el camino.

Por eso al encender esta vela te pedimos que nos ayudes a ser mejores niños, portándonos bien.

 

Señor, ten piedad.

Tú que tienes paciencia con nosotros. Señor, ten piedad.

Tú que quieres que seamos buenos. Cristo, ten piedad.

Tú que no nos castigas. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco y la Iglesia, para que prepare el camino a Jesús. Te lo pedimos Señor.

-Por las personas que mandan en Europa, España y Valencia, para que ayuden a los que viven en otros países. Te lo pedimos Señor.

-Por las personas que están enfermas, para que se sientan ayudadas por ti. Te lo pedimos, Señor.

-Por nosotros, para que seamos como Jesús quiere que seamos. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias.

Virgen María, gracias por este día en el que hemos conocido a tu sobrino, Juan el Bautista.

Él nos ha dicho que tenemos que intentar ser mejores niños.

Gracias por lo que nos ha dicho.

 

BIBLIOGRAFÍA.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. BAC. Madrid. 2016.

Biblia de Jerusalén. 5ª edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.

Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.

Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.

Catecismo de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociación de Editores del Catecismo. Barcelona 2020.

La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Ciudad Nueva. Madrid. 2006.

Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.

Jerónimo. Comentario al evangelio de Mateo. Editorial Ciudad Nueva. Madrid. 1999. Pgs. 105-106.

San Juan de Ávila. Obras Completas I. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid. 2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores. BAC. Madrid. 2013.

San Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid.   2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.

https://www.servicioskoinonia.org/romero/homilias/B/#IRA

www.vatican.va