jueves, 28 de marzo de 2024

199. Domingo de Resurrección. 31 de marzo de 2024.



Primera lectura.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 34a.37-43.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

-Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y  bebido con él después de su resurrección de entre los muertos. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben por su nombre, el perdón de los pecados.

 

Textos paralelos.

 Pedro tomó entonces la palabra.

Hch 2, 22: Israelitas, escuchad mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis.

Dt 10, 17: Que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores; Dios grande, fuerte y terrible, no es parcial ni acepta soborno.

Ga 2, 6: En cuanto a los “respetables” – hasta qué punto lo eran no me importa, pues Dios no es parcial con los hombres – esos respetables no me impusieron nada.

Rm 2, 11: Que Dios no es parcial.

1 P 1, 17: Y si llamáis Padre al que juzga imparcialmente las acciones de cada uno, proceded con cautela durante vuestra permanencia en la tierra.

Rm 10, 12: Y no hay diferencia entre judíos y griegos; pues es lo mismo el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan.

Vosotros sabéis lo que sucedió en toda Judea.

Lc 4, 44: Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Ungido con el Espíritu Santo.

Is 61, 1: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad.

Mt 3, 16: Jesús se bautizó, salió del agua y al punto se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

Hch 4, 27: De hecho, en esta ciudad, se aliaron contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, Herodes y Poncio Pilato con paganos y gente de Israel.

Curando a los oprimidos por el diablo.

Hch 2, 22: Israelitas, escuchad mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis.

Mt 4, 1: Entonces Jesús, movido por el Espíritu, se retiró al desierto para ser puesto a prueba por el diablo.

Mt 8, 29: De pronto se pusieron a gritar: “¡Hijo de Dios! ¿qué tienes con nosotros? ¿Has venido antes de tiempo a atormentarnos?

Nosotros somos testigos.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

Hch 1, 22: Desde el bautismo de Juan hasta que nos fue arrebatado, uno tiene que ser con nosotros testigo de su resurrección.

No a todo el pueblo, sino a los testigos.

Hch 1, 3-4: Se les había presentado vivo, después de padecer, durante cuarenta días, con muchas pruebas, mostrándose y hablando del reinado de Dios. Estando comiendo con ellos, les encargó que no se alejaran de Jerusalén, sino que esperaran lo prometido por el Padre, lo que me habéis escuchado.

Hch 13, 31: Y se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén. Ellos son hoy sus testigos ante el pueblo.

Jn 14, 22: Le dice a Judas (no el Iscariote): “¿Qué pasa que te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?”.

Bebimos con él después que resucitó.

Lc 24, 41-43: Y, como no acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo: “¿Tenéis aquí algo de comer?”. Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia.

Dios juez de vivos y muertos.

Hch 2, 36: Por tanto, que toda la Casa de Israel reconozca que a este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías.

Quien crea en él alcanzará.

Hch 2, 38: Pedro les contestó: “Arrepentíos, bautizaos cada uno invocando el nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.

Hch 3, 16: Porque ha creído en su nombre, este que conocéis y estáis viendo ha recibido de ese nombre vigor, y la fe obtenida de él le ha dado salud completa en presencia de todos vosotros.

 

Notas exegéticas.

10 37 (a) Los vv. 37-42 forman un resumen de la historia evangélica que subraya los puntos que el mismo Lucas pone de relieve en su evangelio.

30 37 (b) Var.: “el comienzo”.

10 38 Ver Lc 4, 18-21 (citando a Is 61, 1), que sugiere que la bajada del Espíritu sobre Jesús con ocasión de su bautismo fue una unción. Este mismo Espíritu va a descender sobre los incircuncisos creyentes que escuchan a Pedro.

10 40 “lo resucitó al tercer día”: la fórmula clásica de la predicación y de la fe cristianas. Aparece ya en el Credo embrionario de 1 Co 15, 4, con esta precisión: “según las escrituras”. La fórmula es eco de Jon 2, 1.

10 41 (a) Separado así del grupo de testigos privilegiados, al pueblo judío solo le queda, en cierto sentido, una prerrogativa: ser el primer destinatario de un mensaje que Pedro anuncia también en este momento a las naciones paganas.

10 41 (b) Adicción texto occidental: “y vivimos familiarmente en su compañía cuarenta días después de su resurrección de entre los muertos”.

10 42 (a) El “Pueblo” por excelencia es el pueblo de Israel.

10 42 (b) Los “vivos”: los que en el momento de la parusía estarán vivos, los “muertos”: los que, muertos ya, resucitarán entonces para el juicio. Dios, resucitando a Jesús, le ha constituido en la dignidad de Juez soberano; así pues, la proclamación de la Resurrección es a la vez para los hombres una invitación al arrepentimiento.

10 43 (a) Único recurso explícito, en este discurso, a un aspecto fundamental de la predicación apostólica: el cumplimiento de las profecías. El autor piensa en los textos proféticos relativos a la fe y al perdón de los pecados.

10 43 (b) Esta afirmación completa la que abría el discurso y anuncia la que dará fin a todo el ·ciclo” de Cornelio. Es Jesús muerto y resucitado, Señor de todos, la salvación será ofrecida a cualquiera que crea, judío o pagano. Solo la fe purifica verdaderamente los corazones.

 

Salmo responsorial

Salmo 118 (117), 1-2.16-17.22-23

 

Este es el día que hizo el Señor:

sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel:

eterna es su misericordia. R/.

 

“La diestra del Señor es poderosa,

la diestra del Señor es excelsa”.

No he de morir, viviré

para contar las hazañas del Señor. R/.

 

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho,

ha sido un milagro patente. R/.

 

Textos paralelos.

Dad gracias a Yahvé, porque es bueno.

Sal 100, 5: El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad de edad en edad.

Sal 136, 1: Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel.

Sal 115, 9-11: Israel, confía en el Señor; él es su auxilio y escudo. Casa de Aarón, confía en el Señor: él es su auxilio y escudo. Fieles del Señor, confiad en el Señor: Él es su auxilio y escudo.

Sal 135, 19-20: Casa de Israel, bendice al Señor, casa de Aarón, bendice al Señor, casa de Leví, bendice al Señor, fieles del Señor, bendecid al Señor.

No he de morir, viviré.

Sal 115, 17-18: Los muertos ya no alaban al Señor ni los que bajan al silencio. Pero nosotros bendeciremos al Señor ahora y por siempre. Aleluya.

Me castigó, me castigó Yahvé.

Is 38, 19: Los vivos, los vivos son quienes te dan gracias: como yo ahora. El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

La piedra que desecharon los albañiles.

Is 28, 16: El Señor dice así: Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimento: “quien se apoya no vacila”.

Za 3, 9: Mirad la piedra que presento a Josué: es una y lleva siete ojos. Tiene una inscripción: “En un día removeré la culpa de esta tierra” – oráculo del Señor de los ejércitos.

Za 4, 7: ¿Quién eres tú, montaña señera? Ante Zorobabel serás allanada. Él sacará la piedra que remate entre exclamaciones: “¡Qué bella, qué bella!”.

Hch 4, 11: Por tanto, esforcémonos por entrar en aquel descanso, para que ninguno caiga según el ejemplo de aquella rebeldía.

1 Co 3, 11: Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, que es Jesús Mesías.

 

Notas exegéticas.

118 Este canto cierra el Hallel. Un invitatorio precede al himno de acción de gracias puesto en labios de la comunidad personificada, completando con la serie de responsorios recitados por diversos grupos cuando la procesión entraba en el templo. El conjunto se utilizó quizá para la fiesta descrita en Ne 8, 13-18.

118 2 “la casa”, ver v. 3, omitido por códice hebreo.

118 23 El Templo ha sido reconstruido, ver Ag 1, 9. La “piedra angular” (o “clave de bóveda”) que puede convertirse en “piedra de escándalo”, es un tema mesiánico y designará a Cristo.

 

Segunda lectura.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4.

Hermanos:

Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.

 

Textos paralelos.

 Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba.

Ef 2, 6: Con Cristo Jesús nos resucitó y nos sentó en el cielo, para que se revele a los siglos venideros la extraordinaria riqueza de su gracia y la bondad con que nos trató por medio de Cristo Jesús.

Flp 3, 20: Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos recibir al Señor Jesucristo.

Hch 2, 33: Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado. Es lo que estáis viendo y oyendo.

Sal 110, 1: Oráculo del Señor a mí señor: “Siéntate a mi derecha y haré que haga de tus enemigos escabel de tus pies”.

Cuando aparezca Cristo, vida vuestra.

Col 2, 12: Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.

1 Jn 3, 2: Queridos, ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Nos consta que, cuando aparezca, seremos semejantes a él y lo veremos como él es.

Rm 8, 19: La humanidad aguarda expectante a que se revelen los hijos de Dios.

Col 1, 27: A los cuales quiso Dios dar a conocer la espléndida riqueza que significa ese secreto para los paganos: Cristo para vosotros, esperanza de gloria.

 

Notas exegéticas.

3 1 Es decir, la nueva vida revelada en Jesucristo, por oposición al mundo antiguo (“las de la tierra”, v. 2). Pero no se trata de un menosprecio de las realidades terrestres.

3 4 (a) Var. “nuestra”.

3 4 (b) El cristiano, u9nido a Cristo por el bautismo participa ya realmente de su vida celestial, pero esta vida es espiritual y oculta, y no llegará a ser manifiesta y gloriosa sino en la Parusía.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:

-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino de sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

 

Textos paralelos.

 

Mt 28, 1-8

Mc 16, 1-8

Lc 24, 1-11

Jn 20, 1-9

Pasado el sábado, al despuntar el alba del primer día de la semana,

 

fue María Magdalena con la otra María a examinar el sepulcro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sobrevino un fuerte temblor.

 

 

 

 

 

 

Pues un ángel del Señor, bajando del cielo, llegó e hizo rodar la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los de la guardia se echaron a temblar de miedo y quedaron como muertos.

 

El ángel dijo a las mujeres.

 

 

-Vosotras no temáis. Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí: ha resucitado como lo había dicho. Acercaos a ver el lugar donde yacía. Después id corriendo a anunciar a los discípulos que ha resucitado y que irá delante a Galilea; allí lo veréis. Este es mi mensaje.

 

Se alejaron aprisa del sepulcro, llenas de miedo y gozo, y corrieron

 

 

 

 

 

 

 

a darles la noticia a los discípulos.

 

Cuando pasó el sábado,

 

 

 

María Magdalena, María de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a ungirlo.

 

 

El primer día de la semana, muy temprano, llegan al sepulcro al salir el sol. Se decían:

-¿Quién nos correrá la piedra de la boca del sepulcro?

 

Alzaron la vista y observaron que estaba corrida la piedra. Era muy grande. Entrando en el sepulcro,

 

 

 

vieron un joven vestido con un hábito blanco, sentado a la derecha; y quedaron espantados.

 

 

 

 

 

 

 

Les dijo:

 

 

 

-No os espantéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Mirad el lugar donde lo habían puesto. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como lo había dicho.

 

 

 

Salieron huyendo del sepulcro, temblando y fuera de sí.

 

 

 

 

 

 

 

Y de puro miedo no dijeron nada a nadie.

El primer día de la semana, de madrugada,

 

 

fueron al sepulcro llevando los perfumes preparados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Encontraron corrida la piedra del sepulcro, entraron, pero no encontraron el cadáver de Jesús. Estaban desconcertadas por el hecho,

 

cuando se les presentaron dos personajes con vestidos refulgentes. Y, como quedaron espantadas, mirando al suelo,

 

 

 

 

 

ellos les dijeron:

 

 

 

-¿Por qué buscáis al vivo entre los muertos? No está aquí, ha resucitado. Recordad lo que os dijo estando todavía en Galilea, a saber: este hombre tiene que ser entregado a los pecadores y será crucificado; y al tercer día resucitará.

 

 

 

Ellas recordando sus palabras, se volvieron del sepulcro

 

 

 

 

 

 

 

y se lo contaron todo a los once y a todos los demás.

 

 

 

 

 

 

 

Eran María Magdalena, Juana y María de Santiago.

 

Ellas y las demás se lo contaron a los apóstoles. Pero ellos tomaron el relato por un delirio y no les creyeron.

El primer día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras,

 

va María Magdalena al sepulcro

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

y observa que la piedra está retirada del sepulcro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llega corriendo adonde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, el predilecto de Jesús, y les dice:

-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

 

Salió Pedro con el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corría más que Pedro y llegó el primero al sepulcro. Inclinándose ve las sábanas en el suelo, pero no entró. Llega, pues, Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Observa los lienzos en el suelo y el sudario que le había envuelto la cabeza no en el suelo con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces, entró el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Hasta entonces no habían entendido lo escrito, que había de resucitar de la muerte.

 

Echó a correr.

Jn 18, 15: Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Como ese discípulo era conocido del sumo sacerdote, entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote.

Vio los sudarios en el suelo.

Jn 11, 44: Salió el muerto con los pies y las manos sujetos con vendas y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo ir”.

Jn 19, 40: Tomaron el cadáver de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los perfumes, como es costumbre enterrar entre los judíos.

Lc 24, 12: Pedro, en cambio, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Se asomó y vio solo las sábanas; así que volvió a casa extrañado ante lo ocurrido.

No habían comprendido que, según la Escritura, Jesús debía resucitar.

Jn 5, 39: Estudiáis la Escritura pensando que encierra vida eterna; pues ella da testimonio de mí.

Jn 14, 26: El Valedor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os dije.

1 Co 15, 4: Que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

20 1 (a) Convertido en el “Día del Señor”, el domingo cristiano, ver Ap 1, 10.

20 1 (b) Ver 19, 25. Los sinópticos hablan de una actuación de varias mujeres, entre las que siempre es mencionada María Magdalena, que también estuvo presente en el Calvario.

20 2 Este plural es quizá la huella de un estadio más antiguo de la tradición, que mencionaba la presencia de varias mujeres en la tumba.

20 5 El discípulo reconoce en Pedro cierta preeminencia.

20 8 A diferencia de María, el discípulo percibe en la tumba vacía y en los lienzos cuidadosamente plegados el signo que le lleva a comprender que el cuerpo no ha sido robado ni desplazado, y a reconocer en la fe la resurrección de Jesús.

20 9 El evangelista no cita ningún texto. Quiere subrayar el estado de falta de preparación de los discípulos en cuanto a la revelación pascual, a pesar de la Escritura.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

20 Para Jn, la resurrección corona la glorificación del Hijo, realizada ya en la muerte en cruz.

1 EL PRIMER (DÍA) DE LA SEMANA (lit. el uno de los sábados) para los seguidores de Jesús es, ya, el domingo – “día del Señor” –.

2 ECHA A CORRER Y LLEGA: lit. corre, pues, y va. // AL QUE JESÚS… ESPECIALMENTE: lit. al que quería-con-afecto-de-amistad el Jesús. // LLEVARON … NO SABEMOS …: el plural gramatical no se refiere necesariamente a varias mujeres; la sustitución de “yo” por “nosotros” era un modismo del arameo hablado en Galilea (G. Dalman).

4 CORRIENDO ADELANTÓ: en griego es una sola palabra.

5 QUE YACÍAN allanados suavemente, sin el relieve que habían tenido al envolver el cadáver.

6 LLEGÓ … Y OBSERVÓ: En el texto griego todo el pasaje abunda en verbos en presente de indicativo, a la manera de presentes descriptivos que hacen al lector revivir de cerca, casi nerviosamente, lo ocurrido.

7 DE MODO DIVERSO: la traducción entiende el adverbio griego khôris no en sentido local (=separadamente), sino en sentido de modo: el PAÑUELO estaba “independientemente” de los lienzos. // EN (SU) MISMO SITIO: lit. en un (numeral griego heîs, que sirve también para decir “único”, “mismo”) sitio.

8 VIO Y CREYÓ: aunque el hecho de encontrar el sepulcro vacío tiene gran importancia, en sí mismo no es prueba de la resurrección de Jesús, sino una especie de contraprueba, un signo según la terminología teológica de Jn: el pañuelo aún enrollado, y la sábana caída suavemente en el suelo, liberada del cuerpo que cubría, indicaban que el cadáver había de Jesús había desaparecido, pero que no había sido robado ni había habido violencia. Después la gracia de comprender la Escritura, y las apariciones de Jesús resucitado fueron datos determinantes para la fe de la primera comunidad cristiana.

9 LA ESCRITURA…: o quizás: aquel texto de la Escritura: Él tiene que resucitar (lit. levantarse), etc.”. Jn no cita ningún pasaje bíblico concreto.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

20, 1-31 Cuando Cristo se apareció a sus discípulos, mostró su Cuerpo glorificado; se podía reconocer su cuerpo humano pero con aptitudes totalmente nuevas que trascendían los límites del tiempo, espacio y materia. Cat. 640-645, 659.

20, 1-10 El sepulcro vacío no es en sí mismo evidencia irrefutable de la Resurrección, ero es evidentemente una señal esencial de la resurrección. Cat. 640.

20, 1 El domingo es el día de la Resurrección de Cristo. Por esa razón, la Iglesia considera el domingo como el Día del Señor y estableció su culto el mismo día para la celebración de la Eucaristía. En la Iglesia primitiva, antes de que los cristianos se separaran completamente del judaísmo, realizaban el culto en el Templo y en las sinagogas el Sabbat y después se reunían para celebrar la Eucaristía en casas privadas al día siguiente, que era domingo. Siendo el primer día, el domingo también nos recuerda el primer día de la creación y, por lo tanto, significa una nueva creación en Cristo. Cat. 2174, 2190-2195.

20, 4 El otro discípulo (Juan) llegó a la tumba en primer lugar, pero dejó entrar a Pedro antes que él. Esto fue como deferencia hacia Pedro en su papel de cabeza de los Apóstoles, a quien hoy reconocemos como el primer Papa. Cat. 552-553.

 

Catecismo de la Iglesia Católica

639 El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los doce” (1 Co 15, 3-4). El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (Hch 9, 3-18).

640 “¿Por qué buscar entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo. A pessar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres, después de Pedro. “El discípulo que Jesús amaba” (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir “las vendas en el suelo” (Jn 20, 6), “vio y creyó”. Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro.

641 María Magdalena y las santas mujeres, que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado, fueron las primeras en encontrar al Resucitado. Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles. Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce. Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos, ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!”.

642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles – y a Pedro en particular – en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los Apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos, y de los que la mayor parte aún vivían entre ellos. Estos testigos de la Resurrección de Cristo son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los Apóstoles.

643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como hecho histórico.

645 Este cuerpo [de Jesús resucitado] auténtico y real posee, sin embargo, al mismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere, porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre. Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere.

646 La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que Él había realizado antes de la Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naím, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena “ordinaria”. En cierto momento, volverán a morir. La Resurrección de Cristo es esencialmente diferentes. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que san pablo puede decir de Cristo que es el hombre celestial.

647 Nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que trasciende y sobrepasa a la historia. Por eso, Cristo resucitado no se manifiesta al mundo sino a sus discípulos: “a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo” (Hch 13, 31).

648 La resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención trascendente de Dios mismo en la creación y en la historia. En ella, las tres personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su originalidad. 

651 “Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe” (1 Co 15, 14). La resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó.

652 La resurrección de Cristo es cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento.

654 Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos envuelve a la gracia de Dios, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos así también nosotros vivamos una nueva vida. Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia. Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo. Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.

625 Por último, la Resurrección de Cristo – y el propio Cristo resucitado – es principio y fuente de nuestra resurrección futura. En espera de que esto se realice. Cristo resucitado vive en el corazón de los fieles.

2174 Jesús resucitó de entre los muertos el primer día de la semana. En cuanto es el primer día, el día de la Resurrección de Cristo recuerda la primera creación. En cuanto es el octavo día, que sigue al sábado, significa la nueva creación inaugurada con la resurrección de Cristo. Para los cristianos, vino a ser el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor, el domingo.

 

Concilio Vaticano II

Ciertamente urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra el mal con muchas tribulaciones y también de padecer la muerte; pero asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, fortalecido con la esperanza llegará a la resurrección.

Esto vale no solo para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón actúa la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido solo por Dios, sean asociados a este misterio pascual.

Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece para los creyentes. Así pues, por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera de su Evangelio nos abruma, Cristo resucitó, destruyendo la muerte con su muerte, y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: “¡Abba! ¡Padre!”.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Ese día primero de la semana es el que, en memoria de la resurrección del Señor, los cristianos tienen por costumbre llamar el día del Señor.

Agustín, Tratados sobre el Ev. de Juan, 120, 6. 4b, pg. 428.

¿Cómo podría yo contaros estas realidades ocultas? ¿Cómo podría proclamar todo lo que supera a la palabra y a la mente? ¿Cómo podría explicar el misterio de la resurrección del Señor? E igualmente el misterio de la cruz y el misterio de la muerte en tres días, y todos los misterios del Salvador. Lo mismo que nació de las entrañas de la Virgen, de igual manera surgió del sepulcro cerrado. Y lo mismo que el unigénito Hijo de Dios se convirtió en el primogénito de una madre, así también por su resurrección se convirtió en el primogénito de entre los muertos. De igual manera que al nacer no rompió la virginidad de su madre virgen, tampoco al resucitar rompió los sellos del sepulcro. Por eso no puedo expresar con la palabra ni su nacimiento ni tampoco puedo abarcar todo lo referente a la tumba.

Juan Crisóstomo. Homilía sobre el sábado santo, 10. 4b, pg. 429.

Este día trae un mensaje de alegría, porque en este día el Señor ha resucitado y ha elevado con Él a toda la raza de Adán; porque ha sido engendrado por el hombre, también ha resucitado con el hombre. Hoy, gracias a este Resucitado, se ha abierto el paraíso, Adán es restaurado, Eva es consolada, la llamada (de Dios) es escuchada, el reino está preparado, el hombre es salvado y Cristo es adorado. Después de haber pisoteado a la muerte, hace prisionero al tirano y, despojado el mundo terrenal, ha subido a los cielos como un rey, glorioso como un jefe, invencible como un auriga, y dice al Padre: “Aquí estamos, yo y los hijos que el Señor me ha dado, oh Dios, etc.”. También escuchó la respuesta del Padre: “Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies”. A Él la gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Hesiquio de Jerusalén. Homilías sobre la Pascua, 1, 5-6. 4b, pg. 429.

Estas mujeres sabias, como dice el Teólogo (san Juan evangelista), pienso que enviaron a María Magdalena. Estaba oscuro, pero el amor iluminaba como una antorcha.

Romano el Cantor, Himno breve sobre la resurrección, 40, 1-3. 4b, pg. 431.

Hazte un Pedro o un Juan; corre hacia el sepulcro, hazlo a porfía y con los demás; rivaliza en ese hermoso esfuerzo. Y si eres adelantado por la rapidez, vence por el afán, no para mirar de pasada el sepulcro, sino para entrar dentro.

Gregorio Nacianceno, Discurso sobre la santa Pascua, 45, 24. 4b, pg. 433.

 

San Agustín.

Entraron, vieron solamente las vendas, pero ningún cuerpo. ¿Qué está escrito de Juan mismo? Si lo habéis advertido, dice: Entró, vio y creyó (Jn 20, 8). Oísteis que creyó, pero no se alaba esta fe; en efecto, se pueden creer tanto cosas verdaderas como falsas. Pues si se hubiese alabado el que creyó en este caso o se hubiera recomendado la fe en el hecho de ver y creer, no continuaría la Escritura con estas palabras: Aún no conocía las Escrituras, según las cuales convenía que Cristo resucitara de entre los muertos (Jn 20, 9). Así, pues, vio y creyó. ¿Qué creyó? ¿Qué, sino lo que había dicho la mujer, a saber, que habían llevado al Señor del sepulcro? Ella había dicho: Han llevado al Señor del sepulcro, y no sé dónde lo han puesto (Jn 20,2).

 

San Juan de Ávila.

Y así como buscastes pensar en vuestras miserias un rato de la noche, y un lugar recogido, así y con mayor vigilancia, buscad otro rato antes que amanezca, o por la mañana, en que con atención penseis en aquel que tomó sobre sí vuestras miserias y pagó vuestros pecados por daros a vos libertad y descanso. Y el modo que ternéis será este, si otro mejor no se os ofreciere. Repartid los pasos de la pasión por días de la semana. […] Del domingo no hablo, porque ya sabéis que es diputado al pensamiento de la resurrección (cf. Jn 20, 1ss) y a la gloria que en el cielo poseen los que allá están, y en esto os habéis de ocupar aquel día.

Audi, filia, 47. OC 1, pg. 460.

Primo die, cinco estaciones. A la Virgen, visitar e consolar del inmenso dolor que había sentido. No la tenemos del Evangelio, pero sí de los santos. Ambrosio, Liber de virginitate. La razón que convence si es verdad lo que dijo Cristo: “El que me ama será amado por mi Padre. Vendremos a él. ¿Por qué no?” (Jn 14, 21.23). “Al que me ama yo lo amaré” (cf. Pr 8, 17). A los que más sintieron consoló primero, las mujeres más que los apóstoles y la Virgen mas.

Creo yo que entraría San Gabriel primero a dar las nuevas, pedir albricias. Rodilada. “Reina del cielo” Aquí será luego (Jesús) con toda la caballería de profetas. Apenas había acabado, entra Cristo. La Virgen, embarazada de regocijo, hace pausa, no se mueve. Besa aquellas llagas llenas de resplandor y gloria.  - ¡Oh cuerpo santísimo, que yo vi tan golpeado! Tan gozoso me eres agora como entonces penoso, cardenalado. Ya veo consolada mi pena. Llega Eva: ¡Bendita vos! Por vos, vida; por mi muerte; todos por vos serán libres.

Déjala con ellos. Vase a la Magdalena. No se quiso ir, y vídole; yendo ansí, viéronle todas juntas. Fuéronselo a contar a los otros. Estando así, vídole San Pedro. Vino. Confirmó la nueva de ellas. Ya se habían salido los de Emaús. Apareceles. No dice qué les dijo. Conjeturan que dijo: El sueño de Adán se entiende de Cristo et Ecclesia”.

Sermón lunes de Pascua. OC III, pg. 224-225.

 

San Oscar Romero.

No se puede servir a dos Señores. No se puede ser cristiano que ha prometido fidelidad a Cristo y luego estar traicionando ese Cristo, idolatrando el ídolo riqueza, el ídolo poder, el ídolo lujuria, el ídolo orgullo, el egoísmo y tantas otras clases de idolatría.

 

Esta noche, es una noche de fidelidad ante aquel que me mostró la fidelidad hasta la muerte. ¡Él, sí me amó! Y, aún, cuando el amor le costó la muerte en la cruz, no tuvo miedo y se entregó por mí. "Ya no vivamos para nosotros -dice San Pablo- vivamos para aquel que murió y que ha resucitado también". Porque el que pierde la vida por mí, la encontrará. El que cree en Mí y me sigue, no morirá nunca, tendrá vida eterna. Y esta noche de la Resurrección el cristiano comprende la grandeza de su fe, de su esperanza, de poner en Cristo toda su fuerza, todo su amor.

¡Ojalá!, queridos hermanos, que en este momento en que vamos a renovar nuestra encarnación de Cristo en nosotros, nos arrepintamos de nuestras cobardías. No queremos ser cristianos de dos caras: con Cristo y contra Cristo. Decidámonos de una vez, si de veras queremos seguir a Cristo, que la mejor respuesta en esta noche de amor al Señor resucitado no sólo sea esta presencia tan encantadora, tan enardecedora, que yo les agradezco profundamente de haber respondido con tanto entusiasmo a la presencia de la Vigilia Pascual, sino que esta noche al salir de Catedral, sintamos todos el inmenso honor y la gran responsabilidad de haber sido bautizados. Y así, sí celebraremos la resurrección de Jesucristo que no es sólo alegría de Cristo como individuo, sino honor inmenso de todos aquellos que formamos el nuevo pueblo que ha pactado con Dios como lo hemos escuchado hoy: "Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo".

En Cristo Jesús me ha marcado con su sangre y con la gloria de su resurrección, nosotros, como a los pies del Sinaí, esta noche le estamos diciendo que sí queremos ser su pueblo y que haremos todo lo que el Señor ha dicho. Así sea...

Homilía, 15 de abril de 1979.

 

Papa Francisco. Homilía. 6 de abril de 2015

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y de nuevo ¡Feliz Pascua!

Hoy lunes después de la Pascua, el Evangelio (cf. Mt 28, 8-15) nos presenta la narración de las mujeres que, tras ir al sepulcro de Jesús, lo encuentran vacío y ven a un Ángel que les anuncia que Él ha resucitado. Y mientras ellas corren para transmitir la noticia a los discípulos, encuentran a Jesús mismo que les dice: «Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10). Galilea es la «periferia» donde Jesús había iniciado su predicación; y de allí volverá a partir el Evangelio de la Resurrección, para que sea anunciado a todos, y para que cada uno le pueda encontrar a Él, al Resucitado, presente y operante en la historia. También hoy Él está con nosotros aquí en la plaza.

Por lo tanto, éste es el anuncio que la Iglesia repite desde el primer día: «¡Cristo ha resucitado!». Y, en Él, por el Bautismo, también nosotros hemos resucitado, hemos pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad del amor. Ésta es la buena noticia que estamos llamados a anunciar a los demás y en todo ambiente, animados por el Espíritu Santo. La fe en la resurrección de Jesús y la esperanza que Él nos ha traído es el don más bonito que el cristiano puede y debe ofrecer a sus hermanos. A todos y cada uno, entonces, no nos cansemos de repetir: ¡Cristo ha resucitado! Repitámoslo todos juntos, hoy aquí en la plaza: ¡Cristo ha resucitado! Repitámoslo con las palabras, pero sobre todo con el testimonio de nuestra vida. La alegre noticia de la Resurrección debería transparentarse en nuestro rostro, en nuestros sentimientos y actitudes, en el modo con el cual tratamos a los demás.

Nosotros anunciamos la resurrección de Cristo cuando su luz ilumina los momentos oscuros de nuestra existencia y podemos compartirla con los demás; cuando sabemos sonreír con quien sonríe y llorar con quien llora; cuando caminamos junto a quien está triste y corre el riesgo de perder la esperanza; cuando transmitimos nuestra experiencia de fe a quien está en búsqueda de sentido y felicidad. Con nuestra actitud, con nuestro testimonio, con nuestra vida decimos: ¡Jesús ha resucitado! Lo decimos con todo el alma.

Estamos en los días de la octava de Pascua, durante los cuales nos acompaña el clima gozoso de la Resurrección. Es curioso, la liturgia considera toda la octava como un único día, para ayudarnos a entrar en el misterio, para que su gracia se imprima en nuestro corazón y en nuestra vida. La Pascua es el acontecimiento que ha traído la novedad radical para todo ser humano, para la historia y para el mundo: es el triunfo de la vida sobre la muerte; es la fiesta del renacer y de la regeneración. ¡Dejemos que nuestra existencia sea conquistada y transformada por la Resurrección!

Pidamos a la Virgen Madre, testigo silenciosa de la muerte y de la resurrección de su Hijo, que aumente en nosotros el gozo pascual. Lo haremos ahora con la oración del Regina caeli, que durante el tiempo pascual sustituye la oración del Ángelus. En esta oración, marcada por el Aleluya, nos dirigimos a María invitándola a alegrarse, porque a quien llevó en su vientre ha resucitado como había prometido, y nos encomendamos a su intercesión. En realidad, nuestra alegría es un reflejo de la alegría de María, porque es Ella quien ha custodiado y custodia con fe los eventos de Jesús. Recitemos pues esta oración con los sentimientos de los hijos que están felices porque su Madre está feliz.

 

Papa Francisco. Homilía. 2 de abril de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El lunes después de Pascua se llama «Lunes del Ángel», según una tradición muy hermosa que corresponde a las fuentes bíblicas sobre la Resurrección. Narran, de hecho, los Evangelios (cf. Mateo 28, 1-10, Marcos 16, 1-7; Lucas 24, 1-12) que, cuando las mujeres fueron al Sepulcro, lo encontraron abierto. Temieron no poder entrar porque la tumba había estado cerrada con una gran piedra. En cambio estaba abierta; y desde dentro una voz les dijo que Jesús no estaba allí, que había resucitado. Por primera vez se pronunciaron las palabras: «Ha resucitado». Los evangelistas nos refieren que este primer anuncio fue dado por los ángeles, es decir, los mensajeros de Dios. Hay un significado en esta presencia angélica: como quien anunció la Encarnación del Verbo fue un ángel, Gabriel, así también no era suficiente una palabra humana para anunciar por primera vez la Resurrección. Era necesario un ser superior para comunicar una realidad tan sobrecogedora, tan increíble, que tal vez ningún hombre habría osado pronunciarla. Después de este primer anuncio, la comunidad de los discípulos comenzó a repetir: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» (Lucas, 24, 34). Es hermoso este anuncio. Podemos decirlo todos juntos ahora: «Verdaderamente el Señor ha resucitado». Este primer anuncio —«realmente ha resucitado»— requería una inteligencia superior a la humana.

El de hoy es un día de celebración y convivencia que generalmente se vive con la familia. Es un día familiar. Después de celebrar la Pascua, sentimos la necesidad de reunirnos con nuestros seres queridos y con amigos para hacer fiesta. Porque la fraternidad es el fruto de la Pascua de Cristo que, con su muerte y resurrección derrotó el pecado que separaba al hombre de Dios, al hombre de sí mismo, al hombre de sus hermanos. Pero nosotros sabemos que el pecado siempre separa, siempre hace enemistad. Jesús abatió el muro de división entre los hombres y restableció la paz, empezando a tejer la red de una nueva fraternidad. Es muy importante, en este tiempo nuestro, redescubrir la fraternidad, así como se vivía en las primeras comunidades cristianas. Redescubrir cómo dar espacio a Jesús que nunca separa, siempre une. No puede haber una verdadera comunión y un compromiso por el bien común y la justicia social sin la fraternidad y sin compartir. Sin un intercambio fraterno, no se puede crear una auténtica comunidad eclesial o civil: existe sólo un grupo de individuos motivados por sus propios intereses. Pero la fraternidad es una gracia que hace Jesús.

La Pascua de Cristo hizo estallar algo más en el mundo: la novedad del diálogo y de la relación, algo nuevo que se ha convertido en una responsabilidad para los cristianos. De hecho, Jesús dijo: «En esto conocerán que todos sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Juan 13, 35). He aquí por qué no podemos cerrarnos en nuestro privado, en nuestro grupo, sino que estamos llamados a ocuparnos del bien común, a cuidar de los hermanos, especialmente de aquellos más débiles y marginados.

Solo la fraternidad puede garantizar una paz duradera, vencer la pobreza, extinguir las tensiones y las guerras y erradicar la corrupción y la criminalidad. Que el ángel que nos dice: «ha resucitado», nos ayude a vivir la fraternidad y la novedad del diálogo y de la relación y la preocupación por el bien común.

Que la Virgen María, que en este tiempo pascual invocamos con el título de Reina del Cielo, nos sustente con su oración para que la fraternidad y la comunión que experimentamos en estos días pascuales puedan convertirse en nuestro estilo de vida y en el alma de nuestras relaciones.

 

Papa Francisco. Homilía. 5 de abril de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El lunes después de Pascua se llama también Lunes del ángel, porque recordamos el encuentro del ángel con las mujeres que fueron al sepulcro de Jesús (cfr. Mt 28,1-15). A ellas, el ángel les dice: «Sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado» (vv. 5-6). Esta expresión “ha resucitado” va más allá de las capacidades humanas. Incluso las mujeres que habían ido al sepulcro y lo habían encontrado abierto y vacío, no podían afirmar: “ha resucitado”; tan solo podían decir que el sepulcro estaba vacío. “Ha resucitado” es un mensaje. Que Jesús había resucitado únicamente podía decirlo un ángel con el poder de ser un mensajero del cielo, con el poder dado por Dios para decirlo; así como un ángel —solo un ángel— pudo decir a María: «Concebirás un hijo  […] y será llamado Hijo del Altísimo» (Lc 1,31). Por eso decimos que es el lunes del ángel, porque solo un ángel con la fuerza de Dios puede decir: “Jesús ha resucitado”.

El evangelista Mateo narra que en aquel amanecer de Pascua «hubo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella» (cfr. v. 2). Aquella gran piedra, que hubiera debido ser el sello de la victoria del mal y de la muerte, fue puesta bajo los pies, se convirtió en escabel del ángel del Señor. Todos los proyectos y las defensas de los enemigos y los perseguidores de Jesús han sido vanos. Todos los sellos han caído. La imagen del ángel sentado sobre la piedra del sepulcro es la manifestación concreta, la manifestación visual, de la victoria de Dios sobre el mal, la manifestación de la victoria de Cristo sobre el príncipe de este mundo, la manifestación de la victoria de la luz sobre las tinieblas. La tumba de Jesús no fue abierta por un fenómeno físico, sino por la intervención del Señor. El aspecto del ángel, añade Mateo, «era como el de un relámpago, y sus vestiduras eran blancas como la nieve» (v. 3). Estos detalles son símbolos que afirman la intervención de Dios mismo, portador de una era nueva, de los últimos tiempos de la historia; porque con la resurrección de Jesús comienza el último tiempo de la historia, que podrá durar miles de años, pero es el último tiempo.

A esta intervención de Dios, sucede una doble reacción. La de los guardias, que no consiguen afrontar la fuerza arrolladora de Dios y están trastornados por un terremoto interior: quedaron como muertos (cfr. v. 4). La potencia de la Resurrección abate a quienes habían sido utilizados para garantizar la aparente victoria de la muerte. ¿Qué tenían que hacer estos guardias? Ir a quienes les habían dado la orden de custodiar [la tumba de Jesús] y decir la verdad. Se encontraban ante una opción: o decir la verdad, o dejarse convencer por quienes les habían dado el mandato de custodiar. Y el único modo de convencerlos era el dinero. Esta pobre gente, ¡pobres!, vendió la verdad. Y con el dinero en el bolsillo, fueron a decir: “Han venido los discípulos y han robado el cuerpo”. El “señor” dinero también aquí, en la resurrección de Cristo, es capaz de tener poder, para negarla. La reacción de las mujeres es muy distinta, porque son invitadas expresamente por el ángel del Señor a no temer: «¡No teman!» (v. 5), y a no buscar a Jesús en la tumba. Y al final no temen.

De las palabras del ángel podemos recoger una valiosa enseñanza: no nos cansemos nunca de buscar a Cristo resucitado, que dona la vida en abundancia a cuantos lo encuentran. Encontrar a Cristo significa descubrir la paz del corazón. Las mismas mujeres del Evangelio, después de la turbación inicial, se comprende, experimentan una gran alegría al reencontrar vivo al Maestro (cfr. vv. 8-9). En este tiempo pascual, deseo a todos que hagan la misma experiencia espiritual, acogiendo en el corazón, en las casas y en las familias el alegre anuncio de la Pascua: «Cristo resucitado no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre Él» (Antífona de la Comunión). El anuncio de la Pascua es este: Cristo está vivo, Cristo acompaña mi vida, Cristo está junto a mí; Cristo llama a la puerta de mi corazón para que lo deje entrar, Cristo está vivo. En estos días pascuales, nos hará bien repetir esto: el Señor vive.

Esta certeza nos induce a rezar, hoy y durante todo el periodo pascual: “Regina Caeli, laetare”, es decir, “Reina del Cielo, alégrate”. El ángel Gabriel la saludó así la primera vez: «¡Alégrate, llena de gracia!» (Lc 1,28). Ahora la alegría de María es plena: Jesús vive, el Amor ha vencido. ¡Que esta pueda ser también nuestra alegría!

 

 Benedicto XVI. Homilía. 17 de abril de 2006.

Queridos hermanos y hermanas:

A la luz del misterio pascual, que la liturgia nos invita a celebrar durante toda esta semana, me alegra volver a encontrarme con vosotros y renovar el anuncio cristiano más hermoso:  ¡Cristo ha resucitado, aleluya! El típico carácter mariano de nuestra cita nos impulsa a vivir la alegría espiritual de la Pascua en comunión con María santísima, pensando en la gran alegría que debió de sentir por la resurrección de Jesús. En la oración del Regina caeli, que en este tiempo pascual se reza en lugar del Ángelus, nos dirigimos a la Virgen, invitándola a alegrarse porque Aquel que llevó en su seno ha resucitado:  "Quia quem meruisti portare, resurrexit, sicut dixit". María guardó en su corazón la "buena nueva" de la resurrección, fuente y secreto de la verdadera alegría y de la auténtica paz, que Cristo muerto y resucitado nos ha obtenido con el sacrificio de la cruz. Pidamos a María que, así como nos ha acompañado durante los días de la Pasión, siga guiando nuestros pasos en este tiempo de alegría pascual y espiritual, para que crezcamos cada vez más en el conocimiento y en el amor al Señor, y nos convirtamos en testigos y apóstoles de su paz.

En el contexto pascual, también me complace compartir hoy con vosotros la alegría de un aniversario muy significativo:  hace quinientos años, precisamente el 18 de abril de 1506, el Papa Julio II ponía la primera piedra de la nueva basílica de San Pedro, que todo el mundo admira en la grandiosa armonía de sus formas. Deseo recordar con gratitud a los Sumos Pontífices que promovieron la construcción de esta obra extraordinaria sobre la tumba del apóstol san Pedro. Recuerdo con admiración a los artistas que contribuyeron con su genio a edificarla y decorarla; asimismo, expreso mi agradecimiento al personal de la Fábrica de San Pedro, que provee con esmero a la manutención y a la conservación de tan singular obra maestra de arte y fe.

Ojalá que la feliz circunstancia del 500° aniversario despierte en todos los católicos el deseo de ser "piedras vivas" (1 P 2, 5) para la construcción de la Iglesia viva, santa, en la que resplandece la "luz de Cristo" (cf. Lumen gentium 1), a través de la caridad vivida y testimoniada ante el mundo (cf. Jn 13, 34-35).

La Virgen María, a quien las letanías lauretanas nos invitan a invocar como "Causa nostrae laetitiae", "Causa de nuestra alegría", nos obtenga experimentar siempre la alegría de formar parte del edificio espiritual de la Iglesia, "comunidad de amor" nacida del Corazón de Cristo.

 

Benedicto XVI. Homilía. 13 de abril de 2009.

Queridos hermanos y hermanas:

En estos días pascuales oiremos resonar a menudo las palabras de Jesús: "He resucitado y estoy siempre contigo". La Iglesia, haciéndose eco de este anuncio, proclama con júbilo: "Era verdad, ha resucitado el Señor, aleluya. A él la gloria y el poder por toda la eternidad". Toda la Iglesia en fiesta manifiesta sus sentimientos cantando: "Este es el día en que actuó el Señor". En efecto, al resucitar de entre los muertos, Jesús inauguró su día eterno y también abrió la puerta de nuestra alegría. "No he de morir —dice—, viviré". El Hijo del hombre crucificado, piedra desechada por los arquitectos, es ahora el sólido cimiento del nuevo edificio espiritual, que es la Iglesia, su Cuerpo místico. El pueblo de Dios, cuya Cabeza invisible es Cristo, está destinado a crecer a lo largo de los siglos, hasta el pleno cumplimiento del plan de la salvación. Entonces toda la humanidad se incorporará a él y toda realidad existente participará en su victoria definitiva. Entonces —escribe san Pablo—, él será "la plenitud de todas las cosas" (Ef 1, 23) y "Dios será todo en todos" (1 Co 15, 28).

Por tanto, la comunidad cristiana se alegra porque la resurrección del Señor nos garantiza que el plan divino de la salvación se cumplirá con seguridad, no obstante toda la oscuridad de la historia. Precisamente por eso su Pascua es en verdad nuestra esperanza. Y nosotros, resucitados con Cristo mediante el Bautismo, debemos seguirlo ahora fielmente con una vida santa, caminando hacia la Pascua eterna, sostenidos por la certeza de que las dificultades, las luchas, las pruebas y los sufrimientos de nuestra existencia, incluida la muerte, ya no podrán separarnos de él y de su amor. Su resurrección ha creado un puente entre el mundo y la vida eterna, por el que todo hombre y toda mujer pueden pasar para llegar a la verdadera meta de nuestra peregrinación terrena.

"He resucitado y estoy siempre contigo". Esta afirmación de Jesús se realiza sobre todo en la Eucaristía; en toda celebración eucarística la Iglesia, y cada uno de sus miembros, experimentan su presencia viva y se benefician de toda la riqueza de su amor. En el sacramento de la Eucaristía está presente el Señor resucitado y, lleno de misericordia, nos purifica de nuestras culpas; nos alimenta espiritualmente y nos infunde vigor para afrontar las duras pruebas de la existencia y para luchar contra el pecado y el mal. Él es el apoyo seguro de nuestra peregrinación hacia la morada eterna del cielo.

La Virgen María, que vivió junto a su divino Hijo cada fase de su misión en la tierra, nos ayude a acoger con fe el don de la Pascua y nos convierta en testigos felices, fieles y gozosos del Señor resucitado.

 

Benedicto XVI. Homilía. 9 de abril de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

¡Feliz día a todos vosotros! El lunes después de Pascua en muchos países es un día de vacación, en el que se puede dar un paseo en medio de la naturaleza o ir a visitar a parientes un poco lejanos para una reunión en familia. Pero quisiera que en la mente y en el corazón de los cristianos siempre estuviera presente el motivo de esta vacación, es decir, la resurrección de Jesús, el misterio decisivo de nuestra fe. De hecho, como escribe san Pablo a los Corintios, «si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Co 15, 14). Por eso, en estos días es importante releer los relatos de la resurrección de Cristo que encontramos en los cuatro Evangelios y leerlos con nuestro corazón. Se trata de relatos que, de modos diversos, presentan los encuentros de los discípulos con Jesús resucitado, y así nos permiten meditar en este acontecimiento estupendo que ha transformado la historia y da sentido a la existencia de todo hombre, de cada uno de nosotros.

Los evangelistas no describen el acontecimiento de la resurrección en cuanto tal. Ese acontecimiento permanece misterioso, no en el sentido de menos real, sino de oculto, más allá del alcance de nuestro conocimiento: como una luz tan deslumbrante que no se puede observar con los ojos, pues de lo contrario los cegaría. Los relatos comienzan, en cambio, desde que, al alba del día después del sábado, las mujeres se dirigieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. San Mateo habla también de un terremoto y de un ángel deslumbrante que corrió la gran piedra de la tumba y se sentó encima de ella (cf. Mt 28, 2). Tras recibir del ángel el anuncio de la resurrección, las mujeres, llenas de miedo y de alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos, y precisamente en aquel momento se encontraron con Jesús, se postraron a sus pies y lo adoraron; y él les dijo: «No temáis; id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10). En todos los Evangelios las mujeres ocupan gran espacio en los relatos de las apariciones de Jesús resucitado, como también en los de la pasión y muerte de Jesús. En aquellos tiempos, en Israel, el testimonio de las mujeres no podía tener valor oficial, jurídico, pero las mujeres vivieron una experiencia de vínculo especial con el Señor, que es fundamental para la vida concreta de la comunidad cristiana, y esto siempre, en todas las épocas, no sólo al inicio del camino de la Iglesia.

Modelo sublime y ejemplar de esta relación con Jesús, de modo especial en su Misterio pascual, es naturalmente María, la Madre del Señor. Precisamente a través de la experiencia transformadora de la Pascua de su Hijo, la Virgen María se convierte también en Madre de la Iglesia, es decir, de cada uno de los creyentes y de toda la comunidad. A ella nos dirigimos ahora invocándola como Regina caeli, con la oración que la tradición nos hace rezar en lugar del Ángelus durante todo el tiempo pascual. Que María nos obtenga experimentar la presencia viva del Señor resucitado, fuente de esperanza y de paz.

 

Francisco. Catequesis. Vicios y virtudes. 12. La prudencia.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La catequesis de hoy la dedicamos a la virtud de la prudencia. Ella, junto con la justicia, la fortaleza y la templanza, forma las virtudes llamadas cardinales, que no son prerrogativa exclusiva de los cristianos, sino que pertenecen al patrimonio de la sabiduría antigua, en concreto, la de los filósofos griegos. Por eso, uno de los temas más interesantes en la obra de encuentro y de inculturación fue precisamente el de las virtudes.

En los escritos medievales, la presentación de las virtudes no es una simple enumeración de cualidades positivas del alma. Retomando los autores clásicos a la luz de la revelación cristiana, los teólogos imaginaron el septenario de las virtudes - las tres teologales y las cuatro cardinales– como una suerte de organismo viviente en el que cada virtud ocupa un espacio armónico. Hay virtudes esenciales y virtudes accesorias, como pilares, columnas y capiteles. Quizá nada como la arquitectura de una catedral medieval puede dar la idea de la armonía que existe en el ser humano y de su continua tensión hacia el bien.

Entonces, comencemos por la prudencia. No es la virtud de la persona temerosa, siempre titubeante ante la acción que debe emprender. No, esta es una interpretación errónea. No es tampoco solamente la cautela. Conceder la primacía a la prudencia significa que la acción del ser humano está en manos de su inteligencia y de su libertad. La persona prudente es creativa: razona, evalúa, trata de comprender la complejidad de la realidad. Y no se deja llevar por las emociones, la pereza, las presiones, las ilusiones.

En un mundo dominado por las apariencias, por los pensamientos superficiales, por la banalidad tanto del bien como del mal, la antigua lección de la prudencia merece ser recuperada.

Santo Tomás, en la estela de Aristóteles, la llamó “recta ratio agibilium”. Es la capacidad de gobernar las acciones para dirigirlas hacia el bien; por eso recibe el sobrenombre de “conductor de las virtudes”. Prudente es quien sabe elegir: mientras permanece en los libros, la vida es siempre fácil, pero en medio de los vientos y las olas de lo cotidiano, la cosa cambia: a menudo nos sentimos inseguros y no sabemos hacia dónde ir.  Quien es prudente no elige al azar: ante todo, sabe lo que quiere; luego, pondera las situaciones, se deja aconsejar y, con amplitud de miras y libertad interior, elige qué camino tomar. No es que no pueda cometer errores, después de todo sigue siendo humano; pero evitará grandes “bandazos”. Desafortunadamente, en todos los ambientes hay quien tiende a liquidar los problemas con bromas superficiales o a suscitar siempre polémicas. La prudencia, en cambio, es la cualidad de quienes están llamados a gobernar: saben que administrar es difícil, que hay muchos puntos de vista y que es preciso tratar de armonizarlos, que no se debe hacer el bien de algunos, sino el de todos.

La prudencia enseña también que, como se suele decir, “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Demasiado celo, de hecho, en algunas situaciones, puede provocar desastres: puede arruinar una construcción que hubiera requerido gradualidad; puede generar conflictos e incomprensiones; puede incluso desatar la violencia.

La persona prudente sabe custodiar la memoria del pasado, no porque tenga miedo al futuro, sino porque sabe que la tradición es un patrimonio de sabiduría. La vida está hecha de una continua superposición de cosas antiguas y cosas nuevas, y no es bueno pensar siempre que el mundo empieza con nosotros, que tenemos que afrontar los problemas desde cero. La persona prudente también es previsora. Una vez decidido el objetivo por el que luchar, hay que procurarse todos los medios para alcanzarlo.

Muchos pasajes del Evangelio nos ayudan a educar la prudencia. Por ejemplo: es prudente quien edifica su casa sobre la roca, e imprudente el que la construye sobre la arena.  (cfr. Mt 7,24-27). Sabias son las vírgenes que llevan consigo el aceite para sus lámparas, y necias son las que no lo hacen (cfr. Mt 25,1-13). La vida cristiana es una combinación de sencillez y astucia. Al preparar a sus discípulos para la misión, Jesús les recomienda: «Yo los envío como ovejas entre lobos; sean entonces prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas». (Mt 10,16). Es como si dijera que Dios no sólo quiere que seamos santos, sino que quiere que seamos santos inteligentes, porque sin prudencia ¡equivocarse de camino es cuestión de un momento!

 

MISA DE NIÑOS. DOMINGO II T. PASCUAL DE LA MISERICORDIA.

Monición de entrada.

Buenos días:

Después de la semana santa y la fiesta del domingo de Pascua, hoy hemos vuelto a misa.

Y otra vez Jesús está con nosotros.

Además este domingo es el domingo de la misericordia.

Esta palabra quiere decir que Dios nos cuida siempre, aunque nos portemos mal con Él.

 

 Señor, ten piedad.

Tú que eres el primero. Señor, ten piedad.

Tú que eres el que gana al pecado. Cristo, ten piedad.

Tú que eres la vida. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco para siga siendo el buen amigo de Jesús. Te lo pedimos Señor.

-Por la Iglesia, para que nos de la alegría de la Pascua. Te lo pedimos Señor.

-Por todos los países, para que Jesús haga que se acaben las guerras. Te lo pedimos, Señor.

-Por las personas que no creen en Jesús, para que un día sean felices siendo tus amigos. Te lo pedimos, Señor.

-Por nosotros para que cada día seamos más amigos tuyos.. Te lo pedimos Señor.

 

Acción de gracias.

Virgen María este domingo queremos darte las gracias porque somos muy felices siendo amigos de Jesús, que aunque no lo vemos, están en medio. Como está el aire que respiramos y no vemos.

 

 

EXPERIENCIA.

https://www.youtube.com/watch?v=TIY1xgo8W10

¿Cómo te has sentido mientras escuchabas el vídeo?

¿Por qué Ana no podía volver a correr en bicicleta? ¿Qué hizo ella?

Gracias a no aceptar la realidad ¿dónde logró ir y participar?

¿Cuál es el secreto para lograr las metas?

Lee las dos frases del evangelio de San Juan y permanece en silencio durante unos minutos, permitiendo que el vídeo y la frase reposen en tu corazón.

REFLEXIÓN.

Lee el evangelio de este domingo.

X Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:

-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino de sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Pídele a Dios que te envíe el Espíritu Santo para que te de conocimiento interno de Jesús, es decir, a través de esta oración experimentar el misterio de la Resurrección.

Lee el texto 2 veces.

En la segunda sitúate en la escena, mediante la composición de lugar. Según san Ignacio de Loyola consiste en imaginar el santo sepulcro, una cueva cerca de una montaña. La piedra desplazada. ¿Cómo es el interior? ¿grande, pequeño, espacioso, reducido?, el color de la roca, la penumbra, los lienzos, el sudario.

Visualiza a Juan llegando y esperando a Pedro, la mirada de Pedro al asomarse, a Juan entrando, viendo y creyendo.

Entra en el vacío de tu corazón, de tu vida. También allí hay señales de la resurrección de Cristo, lienzos tendidos, sudarios plegados. Piensa en ello.

Contempla de nuevo el sepulcro vacío, en silencio, sin prisas.

Repite interiormente la frase “vio y creyó”.

Repítela en primera persona: “veo y creo”.

Repite: “Señor, veo y creo; pero aumenta mi fe”.

Es una etapa del camino en los apóstoles, en ti. Vimos de señales, falta el encuentro con el Resucitado que para nosotros, en cuanto no somos apóstoles, testigos del Resucitado, tendrá lugar cuando entremos en el sepulcro de la vida, muramos.

Mantén un coloquio con Jesús.

COMPROMISO.

Cada día al despertar levantarte con esta actitud: voy al encuentro de las señales que me indican la presencia de Cristo, en la naturaleza, los demás y los signos religiosos (la iglesia, las imágenes, la oración, la misa,…).

CELEBRACIÓN.

Mira y escucha este vídeo del grupo Kairoi: https://www.youtube.com/watch?v=fg03lmo2o0I&list=PL2hYJgMSqKM1j23QCz-JjaiD69iB18Gne&index=5

 

BIBLIOGRAFÍA.

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Biblia de Jerusalén. 5ª edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.

Biblia del Peregrino. Edición de Luis Alonso Schökel. EGA-Mensajero. Bilbao. 1995.

Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.

Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.

Secretariado Nacional de Liturgia. Libro de la Sede. Primera edición: 1983. Coeditores Litúrgicos. Barcelona. 2004.

Robinson, Jame M.; Hoffmann Paul y John S., Kloppenborg. El Documento Q. Ediciones Sígueme. Salamanca. 2004.

Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.

Merino Rodríguez, Marcelo, dr. ed. en español. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento. 2. Evangelio según san Marcos. Ciudad Nueva. Madrid. 2009.

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San Juan de Ávila. Obras Completas i. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid. 2015.

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San Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid.   2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.

http://www.quierover.org