lunes, 19 de febrero de 2024

Domingo 2º Cuaresma. 25 de febrero de 2024.

 


Primera lectura.

Lectura del libro del Génesis 22,1-2.9a.10-13.15-18.

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo:

-¡Abrahán!

Él respondió:

-Aquí estoy.

Dios dijo:

-Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré.

Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:

-¡Abrahán, Abrahán!

Él contestó:

-Aquí estoy.

El ángel le ordenó:

-No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo.

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. El ángel del Señor le dijo:

-Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz.

 

Textos paralelos.

Sb 10, 5: Cuando la barahúnda de los pueblos, concordes en la maldad, ella se fijó en el justo y lo preservó sin tacha ante Dios, manteniéndolo entero sin ablandarse ante su hijo.

Si 44, 20: Porque [Abrahán] cumplió el mandato del Altísimo y pactó una alianza con él, en su carne selló el pacto, y en la prueba se mostró fiel.

Hb 11, 17: Por fe sometido a prueba Abrahán, ofreció a Isaac, su hijo único.

St 2, 21-22: Nuestro padre Abrahán ¿no hizo méritos con las obras, ofreciendo sobre el altar a su hijo Isaac? Estás viendo que la fe operaba con las obras, y por las obras la fe llegó a su perfección.

Toma a tu hijo, al que amas.

Gn 31, 11:  El ángel de Dios me dijo en el suelo: “Jacob”. “Aquí estoy” le contesté.

Gn 46, 2: De noche, en una visión, Dios dijo a Israel: “¡Jacob, Jacob!”. Respondió: “Aquí estoy”.

Ex 3, 4: Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: “Moisés, Moisés”. Respondió él: “Aquí estoy”.

1 S 3, 4: El Señor llamó: “¡Samuel, Samuel! Y éste respondió: “¡Aquí estoy!”.

No me has negado tu único hijo.

Ex 20, 20: Moisés respondió al pueblo: “No temáis: Dios ha venido para probaros, para que tengáis presente su temor y no pequéis”.

Dt 6, 2: Que respetes al Señor, tu Dios, guardando toda la vida todos los mandatos y preceptos que te doy – y también tus nietos –, y te alargarán la vida.

Jn 3, 16: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea no perezca, sino tenga vida eterna.

Alzó la vista y vio un carnero.

1 Jn 4, 9: Dios ha demostrado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos gracias a él.

Rm 8, 32: El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él?

Hb 11, 17: Por fe sometido a prueba Abrahán, ofreció a Isaac, su hijo único.

Yo te colmaré de bendiciones.

Gn 12, 2: Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y servirá de bendición.

Gn 15, 6: Abrahán creyó al Señor y se le apuntó en su haber.

Gn 16, 10: Y el ángel del Señor añadió: “Haré tan numerosa tu descendencia que no se podrá contar”.

Gn 32, 13: Tú me has prometido colmarme de beneficios y hacer mi descendencia como la arena incontable del mar.

Se adueñará tu descendencia desde la puerta.

Gn 24, 60: Y bendijeron a Rebeca: “Tú eres nuestra hermana, sé madre de miles y miles; que tu descendencia conquiste las ciudades enemigas”.

Is 14, 12: [contra Babilonia]. ¿Cómo has caído del cielo, lucero de la aurora, y esetás derrumbado por tierra, agresor de naciones”.

Gn 12, 3: Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldiga. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.

2 Cro 3, 1: Salomón comenzó a construir el templo del Señor en Jerusalén, en el monte Moria – donde el Señor se apareció a su padre, David, en el lugar que éste había preparado, en la era de Ornán, el jebuseo.

 

Notas exegéticas.

22 1 Esta doble llamada, cosa bastante habitual aparece en Samaritano y en las versiones antiguas.

22 2 2 Cro 3, 1 identifica a Moria con la colina en que se levantará el templo de Jerusalén. La tradición posterior aceptó esta localización, pero el texto habla de un país de Moria, cuyo nombre no aparece en ninguna otra parte; el lugar del sacrificio sigue sin conocerse.

22 17 Es decir, sus ciudades, como interpreta el griego; ver 24, 60.

22 18 Esta nueva mención de las promesas en los vv. 15-18 ha sido insertada en el relato probablemente más tarde. El autor utiliza aquí el término del juramento que encontramos con frecuencia en la tradición deuteronómica. La ocupación de la puerta de los enemigos introduce un matiz bélico en la promesa, matiz que hallamos igualmente en el Deuteronomio.

 

Salmo responsorial

Salmo 116 (114), 10.13-19

 

Caminaré en presencia del Señor

en el país de la vida. R/.

Tenía fe, aun cuando dije:

“¡Qué desgraciado soy”.

Mucho le cuesta al Señor

la muerte de sus fieles. R/.

 

Señor, yo soy tu siervo,

siervo tuyo, hijo de tu esclava:

rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,

invocando tu nombre, Señor. R/.

 

Cumpliré al Señor mis votos

en presencia de todo el pueblo,

en el atrio de la casa del Señor,

en medio de ti, Jerusalén. R/.

  

Textos paralelos.

Mucho le cuesta a Yahvé la muerte de los que lo aman.

Is 43, 4: Porque te aprecio y eres valioso y yo te quiero, entregaré hombres a cambio de ti; pueblos a cambio de tu vida.

Sal 72, 14: Qué lo rescate de la crueldad y violencia, que aprecie en mucho su sangre

Tú has soltado mis cadenas.

Sal 86, 16: Mírame y ten piedad, da fuerza al hijo de tu esclava.

Te ofreceré sacrificio de acción de gracias.

Lv 7, 12: Si es un sacrificio de acción de gracias, además de la víctima, se ofrecerán roscas ázimas amasadas con aceite, obleas ázimas untadas de aceite y flor de harina desleída en aceite.

Cumpliré mis votos a Yahvé.

Jon 2, 10: Yo, en cambio, te cumpliré mis botos, mi sacrificio será un grito de acción de gracias: la salvación viene del Señor.

1 Co 10, 16: La copa de la bendición que bendecimos ¿no es comunión con la sangre de Cristo? El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?

Sal 6, 6: Que en el reino de la muerte nadie te invoca, en el Abismo ¿quién te da gracias?

 

Notas exegéticas.

116 “Aleluya” según griego; unido por el hebreo al salmo anterior, como en los dos salmos siguientes.

16 10 Aquí empieza el Salmo 115 en griego y Vulgata.

16 13 Rito de acción de gracias conservado en las liturgias judías y cristiana, ver 1 Co 10, 16.

116 15 La muerte rompería toda la relación entre ellos y él, ver Sal 6, 6. Las versiones han interpretado este texto conforme a la idea de la resurrección: “preciosa es a los ojos de Yahvé la muerte de sus amigos”.

 

Segunda lectura.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 31b-34.

Hermanos:

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros?

 

Textos paralelos.

Ante esto, ¿qué podemos decir?

1 Co 13, 1: Aunque hable todas las lenguas humanas y angélicas, si no tengo amor, soy un metal estridente o un platillo estruendoso.

Si Dios está por nosotros.

Is 50, 7-9: El Señor me ayuda, por eso no me acobardaba; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¡quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mi? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará? Mirad, todos se gastan como ropa, los roe la polilla.

El que no perdonó a su propio hijo.

Gn 22, 16: Juro por mí mismo – oráculo del Señor –: Por haber obrado así, por no haberte reservado tu hijo, tu único hijo.

Jn 3, 16: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea no perezca, sino que tenga vida eterna.

Rm 5, 6-11: Cuando todavía éramos inválidos, a su tiempo, Cristo murió por los malvados. Por un inocente quizá muriera alguien; por una persona buena quizá alguien se arriesgara a morir. Pues bien, Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Con mayor razón, ahora que su sangre nos ha hecho justos, nos libraremos por él de la condena. Pues, si siendo enemigos, la muerte de su Hijo nos reconcilió con Dios, con mayor razón, ya reconciliados, nos salvará su vida. Hay más: por medio de Jesucristo, que nos ha traído al reconciliación, ponemos nuestro orgullo en Dios.

¿Cómo no va a darnos gratuitamente todas estas cosas?

2 Co 5, 14-21: Y murió por todos para que los que viven no vivan para sí, sino para quien por ellos murió y resucitó. De modo que nosotros en adelante a nadie consideramos con criterios humanos; y si un tiempo consideramos a Cristo con criterios humanos, ahora ya no lo hacemos. Si uno es cristiano, es criatura nueva. Lo antiguo pasó, ha llegado lo nuevo. Y todo es obra de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encomendó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios estaba, por medio de Cristo, reconciliando el mundo consigo, no apuntándole los delitos, y nos confió el mensaje de la reconciliación. Somos embajadores de Cristo y es como si Dios hablase por nosotros. Por Cristo os suplicamos: Dejaos reconciliar con Dios. Al que no supo de pecado, por nosotros lo trató como a pecador, para que nosotros, por su medio, fuéramos inocentes ante Dios.

1 Jn 4, 10: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para expiar nuestros pecados.

¿Quién acusará a los elegidos de Dios?

Za 3, 1: Después me enseñó al sumo sacerdote, Josué, de pie ante el ángel del Señor. A su derecha estaba el Satán acusándolo. El Señor dijo a Satán: “El Señor te llama al orden, Satán, el Señor, que ha escogido a Jerusalén, te llama al orden. ¿No es ése un tizón sacado del fuego?

Is 50, 8: Tengo cerca mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Compadezcamos juntos, ¿quién tiene algo contra mí? Que se me acerque.

Hch 2, 23: A éste, entregado según el plan previsto por Dios, lo crucificasteis por mano de gente sin ley y le disteis muerte.

Sal 110, 1: Oráculo del Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos escabel de tus pies”.

Hb 7, 25: Así puede salvar plenamente a los que por su medio acuden a Dios, pues vive siempre para interceder por ellos.

 

Notas exegéticas[1].

8, 31-39 Dios está de nuestro lado. Nos entregó a su único Hijo, que asumió nuestra humanidad, murió por nosotros, resucitó de entre los muertos y ahora intercede por nosotros ante el Padre. Él nos ofrece libremente todas las gracias necesarias para nuestra conversión y salvación. Todo lo que necesitamos es responder a su amor esforzándonos por vivir el mensaje del evangelio.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 9, 2-10.

En aquel tiempo Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

-Maestro, ¿qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:

-Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo.

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

 

Textos paralelos.

 

Mc 9, 2-10

Mt 17, 1-8

Lc 9, 28-36

Seis días más tarde tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan y se los llevó a una montaña elevada.

 

 

En su presencia se transfiguró: sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente, como no los puede blanquear ningún batanero de este mundo.

 

Se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Jesús.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

-Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres tiendas: una para ti, una para Moisés y una para Elías.

 

(No sabía lo que decía pues estaban llenos de miedo).

 

Vino una nube que les hizo sombra, y salió una voz de la nube:

 

 

 

-Este es mi Hijo querido. Escuchadle.

 

De repente miraron en torno y no vieron más que a Jesús solo con ellos.

 

 

 

 

 

Mientras bajaban de la montaña les encargó que no contarán a nadie lo que habían visto, si no era cuando aquel Hombre resucitara de la muerte. Se agarraron a estas palabras y discutían que significaba resucitar de la muerte.

Seis días más tarde tomó Jesús a Pedro, a Jacobo y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada.

 

Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandecía como el sol, sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

 

 

Se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

-Señor, qué bien se está aquí. Si te parece, armaré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

 

 

 

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa les hizo sombra y de la nube salió una voz que decía:

 

 

-Este es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadle.

 

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces temblando de miedo. Jesús se acercó, los tocó y les dijo:

-¡Levantaos, no temáis!

Alzando la vista, no vieron más que a Jesús solo.

 

Mientras bajaban de la montaña, Jesús les ordenó:

-No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que este Hombre resucite de la muerte.

 

Ocho días después de estos discursos, tomó a pedro, Juan y Santiago y subió a un monte a orar.

 

 

Mientras oraba, cambió de aspecto su rostro y sus vestidos resplandecían de blancura.

 

 

 

Dos hombres hablaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron gloriosos y comentaban la partida que iba a consumar en Jerusalén.

 

Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño. Al despertar, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.

 

Cuando se retiraron, dijo Pedro a Jesús:

-Maestro, que bien se está aquí. Armemos tres tiendas: una para ti, una para Moisés y una para Elías.

 

(No sabía lo que decía).

 

 

Apenas lo dijo, vino una nube que le hizo sombra. Al entrar en la nube, se asustaron. Y sonó una voz que decía desde la nube:

 

-Este es mi Hijo elegido. Escuchadle.

 

Al sonar la voz, se encontraba Jesús solo.

 

 

 

 

 

 

Ellos guardaron silencio y por entonces no contaron a nadie lo que habían visto.

Tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan.

Mc 5, 37: No permitió que lo acompañase nadie, salvo Pedro, Santiago y su hermano Juan.

Se volvieron resplandecientes, muy blancos.

Mc 16, 5: Entrando en el sepulcro, vieron un joven vestido con un hábito blanco, sentado a la derecha; y se quedaron espantadas.

No sabían que responder.

Mc 14, 40: Al volver, los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados; y no supieron que contestar.

Llegó una voz desde la nube.

Mt 4, 3: Se aceró el tentador y le dijo: “Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”.

Dt 18, 15: Un profeta de los tuyos, de tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios; a él le escucharéis.

Ex 34, 29-30: Cuando Moisés bajó del monte Sinaí llevaba las dos losas de la alianza en la mano; no sabía que tenía radiante la cara de habar hablado con el Señor.

Ex 40, 38: De día la nube del Señor se posaba sobre el santuario, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel.

Lv 23, 34: Di a los israelitas: El día quince del séptimo mes comienza la fiesta de las chozas, dedicada al Señor, y dura siete días.

Lv 23, 36: Los siete días ofreceréis oblaciones al Señor. Al octavo volveréis a reuniros en asamblea litúrgica y a ofrecer una oblación al Señor. Es día de reunión religiosa solemne. No haréis trabajo alguno.

Mc 1, 11: Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto.

Mc 1, 34: Él curo a muchos enfermos de dolencias diversas, expulsó muchos demonios, y no les permitía hablar, porque lo conocían.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

9 2 (a) Este episodio cierra la primera parte del evangelio y hace inclusión con la escena del bautismo de Cristo, pero, ene l bautismo, se dirigía solo a Cristo, y aquí se dirige a los tres discípulos presentes, como para confirmar la profesión de fe de Pedro. En la escena del bautismo, Jesús aparecía como un nuevo Moisés; lo mismo aquí, como subraya la voz celeste al decir: “Escuchadle”, Dt 18, 15. El “monte alto” donde Cristo se “transfigura” evoca el Sinaí, donde Moisés se encontró con Dios y de donde bajó con el rostro irradiando la gloria divina. Ex 34, 29-30. La nube que cubre a los discípulos con su sombra evoca el texto de Ex 40, 38. Se comprende así por qué, después de la Transfiguración, Jesús se ocupa más de la formación de sus discípulos y les da algunos principios de una ética cristiana.

9 2 (b) En el evangelio esta precisión no tiene valor cronológico; el detalle puede aludir al desarrollo de la fiesta de las Tiendas, una alegre celebración popular que comenzaba seis días después del gran día de la Expiación y duraba siete días (Lv 23, 34.36). En la tradición anterior a la redacción evangélica, podría pues tratarse del primer día de la fiesta, que Jesús habría celebrado aparte con los suyos, o bien del último día, marcado por una alegría desbordante.

9 5 La gente solía dirigirse con este título respetuoso (lit. “mi señor”, de rab “grande”) a los doctores de la Ley y a otras personalidades. Dirigido a Jesús este título es traducido como “Maestro” (didaskale) en Jn 1, 38. Hacia finales del s. I, el término perdió su valor de vocativo y designaba sin más a los doctores de la Ley (de donde el empleo actual de la palabra “rabino”).

9 7 Esta declaración de filiación divina recuerda la pronunciada con ocasión del bautismo de Jesús (1, 11).

9 9 Esta obligación del secreto evoca otras recomendaciones parecidas (Mc 1, 34). Al precisar que el secreto solo podrá ser dado a conocer tras la resurrección, Mc intenta explicar que era imposible entender este episodio hasta que se revelase la gloria del Resucitado. Esto podría hacerse eco de las preocupaciones de la comunidad primitiva: ¿cómo era posible que, tras semejante manifestación, no fuera Jesús reconocido en vida como el Mesías?

9 10 Lo que sorprende a los discípulos no es el hecho de la resurrección (muchos judíos creían en ella), sino el modo en que Jesús habla de ella. La anuncia como algo próximo, cuando se esperaba que tendría lugar al final de los tiempos. Por otra parte, la idea de que el Hijo del hombre glorioso hubiese de experimentar la muerte y la resurrección no dejaba de ser sorprendente.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

2-13 La transfiguración coloca estratégicamente en un solo cuadro la gloria y la cruz; la enseñanza de este misterio, dirigida a los tres apóstoles más cercanos a Jesús, tampoco fue entendida por estos. Como en la oración en Getsemaní (4, 40), Pedro se durmió y, al despertar, “no sabía que decir”.

2 UNICAMENTE: lit. únicos, solos.

4 ELÍAS Y MOISÉS, representantes del AT (la Ley y los Profetas), también aparecían “transfigurados”; pero cf. 2 Cor 3, 7.18, donde san Pablo nos recuerda una diferencia: el resplandor del rostro de Moisés en el AT era pasajero, comparado con la gloria que ilumina la faz de Cristo. // QUE ESTABAN CONVERSANDO: lit. y estaban conversando. San Jerónimo, dice de sí mismo a propósito de la transfiguración: “Cuando leo el Evangelio y veo en él testimonios sobre la Ley y los Profetas, solo pienso en Cristo: de tal modo veo a Moisés y a los profetas que pueda entenderlos hablando de Cristo. Finalmente, cuando llegue el esplendor de Cristo y contemple la brillantísima luz del claro sol, no podré ver la luz de una lámpara. ¿Acaso puede lucir una lámpara si la enciendes en pleno día? […] Así, cuando Cristo está presente, comparados con él desaparecen la Ley y los Profetas. No quito nada a la Ley y a los Profetas, al contrario, los alabo porque predican a Cristo; pero leo la Ley y los Profetas de modo que no me quede en la Ley y los Profetas, sino que, a través de la Ley y los Profetas, llegue a Cristo!

9 Nuevamente con la consigna del silencio (cf. 1, 34) Jesús intenta prevenir una falsa interpretación de su exaltación, separada de su pasión y muerte.

10 GUARDARON AQUEL SECRETO: lit. la palabra guardaron.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

9, 2-13 Solo los apóstoles del círculo más íntimo de Cristo – Pedro, Santiago y Juan – tuvieron el privilegio de ver su gloria en la Transfiguración, que muestra el cumplimiento de la Ley (Moisés) y de los profetas (Elías). La voz de Dios Padre revela que Cristo es su Hijo amado y ordena que sus palabras sean tomadas en cuenta. Es una escena que recuerda a su bautismo: la Transfiguración fue una manifestación de la Santísima Trinidad. Cat. 151, 459, 554-556.

9, 2 Al igual que Moisés recibió la Ley en el Monte Sinaí, la Transfiguración tuvo lugar en una montaña prominente. El envolvimiento de Cristo en la luz apunta a la gloria de la resurrección. La transfiguración dio un especial énfasis a la gloria y la belleza de la divinidad de Cristo y, al mismo tiempo, preparó a los apóstoles para aceptar el escándalo de la cruz. Cat. 554, 555, 556.

9, 7 En la Transfiguración, el Padre confirmó que en su Hijo, Jesucristo, tenemos la plenitud de la Revelación. Cat 459.

9, 10 En la resurrección, anticipada por Cristo en su transfiguración, el cuerpo del hombre salvado, reunido ya con el alma para toda la eternidad, será cuerpo glorioso lleno de luz. Cat. 649, 997-999.

 

Catecismo de la Iglesia Católica

151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, su Hijo amado, en quien ha puesto su complacencia. Dios nos ha dicho que le escuchemos. El Señor mismo dice a sus discípulos: “Creed en Dios, creed también en mí” (Jn 14, 1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn 1, 18). Porque “ha visto al Padre” (Jn 6, 46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar.

459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad. “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí…” (Mt 11, 29). “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración ordena: “Escuchadle” (Mc 9, 7). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo.

554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro “comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir […] y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio y los otros no lo comprendieron mejor. En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús, sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le “hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén” (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: “Este es mi Hijo, mi elegido, escuchadle” (Lc 9, 55).

555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para “entrar en su gloria” (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña: la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios. La nube indica la presencia del Espíritu Santo: “Apareció toda la Trinidad: el Padre, en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa” (Sto. Tomás de Aquino. Suma Teológica). “En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla. Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre” (Liturgia Bizantina. Himno breve de la festividad de la Transfiguración del Señor).

556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús “fue manifestado el misterio de la primera regeneración”: nuestro Bautismo; la Transfiguración “es el sacramento de la segunda regeneración”; nuestra propia resurrección” (Sto. Tomás de Aquino. Suma Teológica).La transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo “el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14, 22): “Pedro no había comprendido eso, cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña”. Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciendo para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar: el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?” (S. Agustín, Sermón).

 

Concilio Vaticano II

Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado de los laicos depende de la unión vital con Cristo, pues, según dice el Señor, “el que permanece en í y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 15). Esta vida de íntima unión con Cristo en la Iglesia se alimenta con los auxilios espirituales que son comunes a todos los fieles, principalmente con la participación activa en la sagrada liturgia; los laicos han de utilizar esos medios de modo que, mientras desempeñan rectamente la tarea del mundo en las circunstancias ordinarias de la vida, no establezcan una separación entre su vida y la unión con Cristo, antes bien, crezcan en esta unión al ejercer su trabajo según la voluntad de Dios. Es necesario que, por este camino, los laicos avancen en santidad, con espíritu decidido y alegre, esforzándose por superar las dificultades con prudencia y paciencia. Ni las preocupaciones familiares ni los demás asuntos temporales deben ser ajenos a la dimensión espiritual de la vida, según las palabras del Apóstol: “Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesucristo, dando gracias a Dios Padre por Él” (Col 3, 17).

Una vida así exige un ejercicio continuo de fe, esperanza y caridad.

Solamente con la luz de la fe y la meditación de la palabra de Dios es posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, en quien “vivimos, nos movemos y somos” (Hch 17, 28); buscar la voluntad en todos los acontecimientos, ver a Cristo en todos los hombres, tanto cercanos como extraños; juzgar rectamente sobre la verdadera significación y el valor de las realidades temporales, consideradas en sí mismas y en orden al fin del hombre.

Quienes esa fe viven en la esperanza de la revelación de los hijos de Dios, recordando la cruz y la resurrección del Señor.

Decreto Apostolicam actuositatem (sobre el apostolado de los laicos), 4.

 

Comentarios de los Santos Padres.

En seis días, número perfecto, fue creado el mundo entero, la creación perfecta; por eso, pienso que las palabras “seis días después Jesús tomó consigo” a algunos de aquellos se refieren al que sobrepasa toda la realidad porque ha puesto la mirada no solo sobre las cosas visibles (las que suceden en un instante), sino sobre las invisibles (porque son eternas). Por tanto, si uno de nosotros desea que Jesús lo tome consigo, lo lleve sobre un monte alto y lo haga digno de contemplar aparte su transfiguración, que pase por encima de los seis días, no fije más la mirada en las realidades visibles; que no ame más al mundo y lo que hay en él, y que no desee ya más cosa alguna mundana.

Orígenes. Comentario al Ev. de Mateo, 12, 36. Pg. 174-175.

Así les manifestó de alguna manera su divinidad y que Dios habitaba en ellos.

Juan Crisóstomo. Sobre la vanidad de las riquezas, 10. Pg. 175.

Y cuando se transfigure, también su rostro brillará como el sol, pues se manifiesta a los hijos de la luz, que han abandonado las obras de las tinieblas y son revestidos de las armas de la luz.

Orígenes. Comentario al Ev. de Mateo, 12, 37. Pg. 176.

Lo que para los ojos de la carne es este sol, también lo es el Señor para los ojos del corazón.

Agustín, Sermón, 78, 2. Pg. 176.

Porque resplandeció más que el sol y que la nieve, por eso se cayeron, al no soportar el esplendor.

Juan Crisóstomo. Sobre la vanidad de las riquezas, 10. Pg. 176.

Si alguno preguntara qué significa simbólicamente el vestido del Señor, que se volvió blanco como la nieve, podemos entender con razón que se refiere a la Iglesia de sus santos… que en el momento de la resurrección serán purificados de toda mancha de pecado y de cualquier obscuridad de mortalidad.

Ningún médico de almas o purificador destacado de su propio cuerpo puede hacer en la tierra lo que el Señor hará en el cielo, cuando purifique su vestido, es decir, la Iglesia “de toda impureza de carne o del espíritu” y la restaure de nuevo con la bienaventuranza y la luz eterna de la carne y del espíritu.

Beda, Homilías sobre los Evangelios, 1, 24. Pg. 177.

Ambos se opusieron libremente a los tiranos: uno contra el de Egipto, y el otro contra Acab, y esto por hombres ingratos y desobedientes. Ambos eran hombres sin cargos públicos: uno era tartamudo y de voz débil; el otro, de porte rústico; grandes cultivadores de la pobreza, pues ni Moisés poseía nada, ni Elías tenía cosa alguna, fuera de su piel de oveja.

Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev. de Mateo, 56, 2. Pg. 177.

En Moisés y Elías se pueden ver a todos los que reinarán con el Señor; en Moisés que murió y fue sepultado, podemos entender a todos aquellos que resucitarán de la muerte en el juicio, mientras que Elías, que todavía no ha muerto, podemos entender a todos aquellos que a la llegada del Juez todavía se encuentran en vida.

Beda. Homilías sobre los Evangelios, 1, 24. Pgs. 177-178.

Oh Pedro, aunque hayas subido al monte, aunque estés viendo a Jesús transfigurado, aunque veas sus vestidos blancos, sin embargo, porque Cristo aun no ha muerto por ti, todavía no puedes conocer la verdad.

Jerónimo, Comentario al Ev. de Marcos, homilía 6. Pg. 178.

A mí me parece que esta nube era la gracia del Espíritu Santo. Una tienda ciertamente cubre y protege con su sombra a los que están dentro de ella. Pues bien, esto, que ordinariamente hacen las tiendas, lo hizo la nube. ¡Oh Pedro, que quieres hacer tres tiendas, mira la tienda del Espíritu Santo, que a todos nosotros igualmente nos protege!

Jerónimo, Comentario al Ev. de Marcos, homilía 6. Pg. 178.

No hagas tiendas igualmente para el Señor y para los siervos: “Este es mi Hijo amadísimo, escuchadle”. Este es mi Hijo: no Moisés ni Elías. Ellos son siervos, éste es mi Hijo.

Jerónimo. Comentario al Ev. de Marcos, homilía 6.

Allí estaban Moisés y Elías; sin embargo, no se dijo: “Estos son mis hijos amados”. Una cosa es ser Hijo Único, y otra distinta, hijos adoptivos. El designado por la voz era aquel de quien se gloriaban la ley y los profetas.

Agustín, Sermón, 78, 4. Pg. 179.

Yo, cuando leo el Evangelio y descubro allí el testimonio de la ley y los profetas pongo mi atención solamente en Cristo: veo a Moisés y veo a los profetas, de manera que comprendo, en tanto cuanto hablan Cristo… Si luce el sol, la luz de la lámpara no se percibe: de este mismo modo, estando Cristo presente, no se perciben a su lado la ley y los profetas, al contrario, hago de ellos una alabanza, porque anuncian a Cristo, pero yo leo la ley y los profetas, no para quedarme en ellos, sino para, a través de ellos, llegar a Cristo.

Jerónimo. Comentario al Ev. de Marcos, homilía 6. Pg. 179.

Les manda callar y no sin razón, porque de nuevo les recuerda la pasión, con lo que de forma velada les da a entender la causa por la cual les ordenaba callar. Ciertamente, no les mandó que guardaran silencio siempre, sino solo hasta que Él resucitara de entre los muertos. Y debemos darnos cuenta de cómo callando lo difícil, hace mención únicamente de lo agradable.

Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev. de Mateo, 56, 4. Pg. 180.

 

San Agustín.

Ve esto Pedro y, juzgando de lo humano a lo humano, dice: Señor, bueno es estarnos aquí. Sufría el tedio de la turba, había encontrado la soledad de la montaña. Allí tenía a Cristo, pan del alma. ¿Para qué salir de aquel lugar hacia las fatigas y los dolores, teniendo los santos amores de Dios y, por tanto, las buenas costumbres? Quería que le fuera bien, por lo que añadió: Si quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Nada respondió a esto el Señor, pero Pedro recibió, no obstante, una respuesta, pues mientras decía esto, vino una nube refulgente y los cubrió. Él buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para nosotros es una sola cosa lo que el sentido humano quería dividir. Cristo es la Palabra de Dios, Palabra de Dios en la ley, Palabra de Dios en los profetas. ¿Por qué quieres dividir, Pedro? Más te conviene unir. Busca tres, pero comprende también la unidad.

Oído esto, cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de Dios. En ella está el Señor, la ley y los profetas; pero el Señor como Señor; la ley en Moisés, la profecía en Elías, en condición de servidores, de ministros. Ellos, como vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, pero cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.

Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y la belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor.

 

San Juan de Ávila.

Y cierto, si con esos ojos miráredes a Cristo, no os parecerá feo, como a los carnales, que en su pasión le despreciaban; mas con los santos apóstoles que en el monte Tabor le miraron, pareceros ha su cara resplandeciente como el sol, y sus vestiduras blancas como la nieve (Mt 17, 2), y tan blancas, que, como dice San Marcos, ningún batanero sobre la tierra los pudiera emblanquecer tan bien (Mc 9, 2), lo cual significa que nosotros, que somos dichos vestidura de Cristo (Is 49, 18), porque le rodeamos y ataviamos con creerle y alabarle, y amarle, somos tan blanqueados por Él que ningún hombre sobre la tierra nos pudiera dar la hermosura que Él nos dio. Parézcaos Él como el sol, y las almas por Él redimidas blancas como la nieve. Aquellas, digo, que confesando y conociendo y aborreciendo su propia fealdad, piden cual salen tan hermoseadas por Él que basten para enamorar a Dios, y que les sean cantadas con gran verdad las palabras ya dichas: Deseará el Rey tu hermosura (Sal 44, 12).

Audi, filia [I]. Hermosura del alma, 36. OC I. Pg. 532.

Ningún batanero sobre la tierra las pudiera emblanquecer tan bien (Mc 9, 3). Lo cual significa que nosotros que somos dichos vestidura  de Cristo, porque le rodeamos y ataviamos con creerle y amarle y alabarle, somos tan blanqueados por él que ningún hombre sobre la tierra nos pudiera dar la hermosura que él nos dio de gracia y justicia (cf. Is 49, 18; Ef 2, 10). Parézcanos él como el sol y las ánimas por él redemidas, blancas como la nieve. Aquellas, digo, que, confesando y aborreciendo con dolor su propia fealdad, piden ser hermoseadas y lavadas en esta piscina de sangre del Salvador; de la cual salen tan hermosas, justas y ricas, con la gracia y dones que reciben por él, que bastan a enamorar los ojos de Dios, y que le sean cantadas con gran verdad y alegría las palabras ya dichas: Deseará el rey tu hermosura (Sal 44, 12).

Audi, filia [II], cap. 113, 5. OC I. Pg. 780.

Y pues, recibiendo el cuerpo del Señor, recebimos también su sangre, que en sus venas está, no se maraville nadie que metiéndonos en esta piscina, que, aunque roja en el color tiene virtud de emblanquecer, salgan nuestros vestidos limpios y sin manchas, que, como dice el evangelista San Marcos, ningún batanero sobre la tierra tan blancas las pudiera parar (Mc 9, 2). Y entonces obra el Señor lo que está escrito: Que se entregó a la muerte para parar a su Iglesia hermosa, que no tenga mancha ni ruga, ni cosa de esta hechura, para que sea santa y sin mancha de pecado venial (cf. Ef 5, 25-27); porque tales para a los que bien le reciben, que no les queda mancha de pecado venial y les quita las rugas de las imperfecciones.

51. Santísimo Sacramento, 42. OC III. Pg. 671.

Pues representada por la pureza de holanda[2] y ganada con trabajos como la blancura de la holanda, viste hoy el Señor benignísimo al ánima de su sacratísima Madre, y también hoy, o al tercero día, le resucita su santísimo cuerpo, y, vestido de gloria, lo junta con el ánima que tiene más gloria.

71. Asunción de María, 24. OC III. Pg. 985.

Sobre todo, metámonos, y no para luego salir, mas para morar, en las llagas de Cristo, y principalmente en su costado, que allí en su corazón, partido por nos, cabrá el nuestro y se calentará con la grandeza del amor suyo. Porque ¿quién, estando en el fuego, no se calentará siquiera un poquito? ¡Oh si allí morásemos, y qué bien nos iría! ¿Qué es la causa por que tan presto nos salimos de allí? ¿Por qué no tomamos estas cinco moradas en el alto monte de la cruz, adonde Cristo se transfiguró, no en hermosura, mas en fealdad, en bajeza, en deshonra? Las cuales moradas nos son otorgadas, y somos rogados con ellas, siendo negadas a Pedro las tres que pedía (cf. Mc 9, 4).

74. A una persona religiosa. OC IV. Pg. 320.

 

San Oscar Romero.

¡Esta es la transformación que necesita nuestra Patria!. Esta es la transfiguración del Cristo de hoy. Es el Cristo que, desde la altura de una montaña, no para alejarse de los hombres, sino para ponerse como un ejemplo nos dice: lo único que vale es esta felicitación del cielo: "Este es mi Hijo amado", ser un Hijo de Dios. Ser pobre o ser rico, no importa, pero ser Hijo de Dios, sobre todo, el Hijo de sus complacencias.

A esto hago un llamamiento a todos, queridos hermanos, a que aprovechemos nuestra Cuaresma para superar todas estas miserias y dolores que nos circundan. Y aunque sea caminando siempre en la pobreza y en la tribulación, no conformista pero sí con la mente muy elevada, hagamos de cada salvadoreño y de toda la sociedad salvadoreña en general, una gran transfiguración.

Así sea.......

Homilía, 11 de marzo de 1979.

 

Papa Francisco. Ángelus.  1 de marzo de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El domingo pasado la liturgia nos presentó a Jesús tentado por Satanás en el desierto, pero victorioso en la tentación. A la luz de este Evangelio, hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra condición de pecadores, pero también de la victoria sobre el mal donada a quienes inician el camino de conversión y que, como Jesús, quieren hacer la voluntad del Padre. En este segundo domingo de Cuaresma, la Iglesia nos indica la meta de este itinerario de conversión, es decir, la participación en la gloria de Cristo, que resplandece en el rostro del Siervo obediente, muerto y resucitado por nosotros.

El pasaje evangélico narra el acontecimiento de la Transfiguración, que se sitúa en la cima del ministerio público de Jesús. Él está en camino hacia Jerusalén, donde se cumplirán las profecías del «Siervo de Dios» y se consumará su sacrificio redentor. La multitud no entendía esto: ante las perspectivas de un Mesías que contrasta con sus expectativas terrenas, lo abandonaron. Pero ellos pensaban que el Mesías sería un liberador del dominio de los romanos, un liberador de la patria, y esta perspectiva de Jesús no les gusta y lo abandonan. Incluso los Apóstoles no entienden las palabras con las que Jesús anuncia el cumplimiento de su misión en la pasión gloriosa, ¡no comprenden! Jesús entonces toma la decisión de mostrar a Pedro, Santiago y Juan una anticipación de su gloria, la que tendrá después de la resurrección, para confirmarlos en la fe y alentarlos a seguirlo por la senda de la prueba, por el camino de la Cruz. Y, así, sobre un monte alto, inmerso en oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz resplandeciente. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube los envuelve y desde lo alto resuena —como en el Bautismo en el Jordán— la voz del Padre: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9, 7). Jesús es el Hijo hecho Siervo, enviado al mundo para realizar a través de la Cruz el proyecto de la salvación, para salvarnos a todos nosotros. Su adhesión plena a la voluntad del Padre hace su humanidad transparente a la gloria de Dios, que es el Amor.

Jesús se revela así como el icono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria. Es el cumplimiento de la revelación; por eso junto a Él transfigurado aparecen Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas, para significar que todo termina y comienza en Jesús, en su pasión y en su gloria.

La consigna para los discípulos y para nosotros es esta: «¡Escuchadlo!». Escuchad a Jesús. Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, en efecto, lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar dispuestos a «perder la propia vida» (cf. Mc 8, 35), entregándola a fin de que todos los hombres se salven: así, nos encontraremos en la felicidad eterna. El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad, ¡no lo olvidéis! El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos.

Con Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros hoy al monte de la Transfiguración y permanezcamos en contemplación del rostro de Jesús, para acoger su mensaje y traducirlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el Amor. En realidad, el amor es capaz de transfigurar todo. ¡El amor transfigura todo! ¿Creéis en esto? Que la Virgen María, que ahora invocamos con la oración del Ángelus, nos sostenga en este camino.

 

Papa Francisco. Ángelus. 25 de febrero de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio hoy, segundo domingo de Cuaresma, nos invita a contemplar la transfiguración de Jesús (cf. Marcos 9, 2-10).

Este episodio está ligado a lo que sucedió seis días antes, cuando Jesús había desvelado a sus discípulos que en Jerusalén debería «sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitado a los tres días» (Marcos 8, 31).

Este anuncio había puesto en crisis a Pedro y a todo el grupo de discípulos, que rechazaban la idea de que Jesús terminara rechazado por los jefes del pueblo y después matado.

Ellos, de hecho, esperaban a un Mesías poderoso, fuerte, dominador; en cambio, Jesús se presenta como humilde, como manso, siervo de Dios, siervo de los hombres, que deberá entregar su vida en sacrificio, pasando por el camino de la persecución, del sufrimiento y de la muerte.

Pero, ¿cómo poder seguir a un Maestro y Mesías cuya vivencia terrenal terminaría de ese modo? Así pensaban ellos. Y la respuesta llega precisamente de la transfiguración. ¿Qué es la transfiguración de Jesús? Es una aparición pascual anticipada.

Jesús toma consigo a los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan y «los lleva, a ellos solos, a parte, a un monte alto» (Marcos 9, 2); y allí, por un momento, les muestra su gloria, gloria de Hijo de Dios.

Este evento de la transfiguración permite así a los discípulos afrontar la pasión de Jesús de un modo positivo, sin ser arrastrados. Lo vieron como será después de la pasión, glorioso.

Y así Jesús les prepara para la prueba. La transfiguración ayuda a los discípulos, y también a nosotros, a entender que la pasión de Cristo es un misterio de sufrimiento, pero es sobre todo un regalo de amor, de amor infinito por parte de Jesús.

El evento de Jesús transfigurándose sobre el monte nos hace entender mejor también su resurrección. Para entender el misterio de la cruz es necesario saber con antelación que el que sufre y que es glorificado no es solamente un hombre, sino el Hijo de Dios, que con su amor fiel hasta la muerte nos ha salvado. El padre renueva así su declaración mesiánica sobre el Hijo, ya hecha en la orilla del Jordán después del bautismo y exhorta: «Escuchadle» (v. 7).

Los discípulos están llamados a seguir al Maestro con confianza, con esperanza, a pesar de su muerte; la divinidad de Jesús debe manifestarse precisamente en la cruz, precisamente en su morir «de aquel modo», tanto que el evangelista Marcos pone en la boca del centurión la profesión de fe: «Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios» (15, 39). Nos dirigimos ahora en oración a la Virgen María, la criatura humana transfigurada interiormente por la gracia de Cristo. Nos encomendamos confiados a su maternal ayuda para proseguir con fe y generosidad el camino de la Cuaresma.

 

Papa Francisco. Ángelus. 28 de febrero de 2021.

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Este segundo domingo de Cuaresma nos invita a contemplar la transfiguración de Jesús en el monte, ante tres discípulos (cf. Mc 9,2-10). Poco antes, Jesús había anunciado que, en Jerusalén, sufriría mucho, sería rechazado y condenado a muerte. Podemos imaginar lo que debió ocurrir en el corazón de sus amigos, de sus amigos íntimos, sus discípulos: la imagen de un Mesías fuerte y triunfante entra en crisis, sus sueños se hacen añicos, y la angustia los asalta al pensar que el Maestro en el que habían creído sería ejecutado como el peor de los malhechores. Y precisamente en ese momento, con esa angustia del alma, Jesús llama a Pedro, Santiago y Juan y los lleva consigo a la montaña.

Dice el Evangelio: «Los llevó a un monte» (v. 2). En la Biblia el monte siempre tiene un significado especial: es el lugar elevado, donde el cielo y la tierra se tocan, donde Moisés y los profetas vivieron la extraordinaria experiencia del encuentro con Dios. Subir al monte es acercarse un poco a Dios. Jesús sube con los tres discípulos y se detienen en la cima del monte. Aquí, Él se transfigura ante ellos. Su rostro radiante y sus vestidos resplandecientes, que anticipan la imagen de Resucitado, ofrecen a estos hombres asustados la luz, la luz de la esperanza, la luz para atravesar las tinieblas: la muerte no será el fin de todo, porque se abrirá a la gloria de la Resurrección. Jesús, pues, anuncia su muerte, los lleva al monte y les muestra lo que sucederá después, la Resurrección.

Como exclamó el apóstol Pedro (cf. v. 5), es bueno estar con el Señor en el monte, vivir esta "anticipación" de luz en el corazón de la Cuaresma. Es una invitación para recordarnos, especialmente cuando atravesamos una prueba difícil —y muchos de vosotros sabéis lo que es pasar por una prueba difícil—, que el Señor ha resucitado y no permite que la oscuridad tenga la última palabra.

A veces pasamos por momentos de oscuridad en nuestra vida personal, familiar o social, y tememos que no haya salida. Nos sentimos asustados ante grandes enigmas como la enfermedad, el dolor inocente o el misterio de la muerte. En el mismo camino de la fe, a menudo tropezamos cuando nos encontramos con el escándalo de la cruz y las exigencias del Evangelio, que nos pide que gastemos nuestra vida en el servicio y la perdamos en el amor, en lugar de conservarla para nosotros y defenderla. Necesitamos, entonces, otra mirada, una luz que ilumine en profundidad el misterio de la vida y nos ayude a ir más allá de nuestros esquemas y más allá de los criterios de este mundo. También nosotros estamos llamados a subir al monte, a contemplar la belleza del Resucitado que enciende destellos de luz en cada fragmento de nuestra vida y nos ayuda a interpretar la historia a partir de la victoria pascual.

Pero tengamos cuidado: ese sentimiento de Pedro de que “es bueno estarnos aquí” no debe convertirse en pereza espiritual. No podemos quedarnos en el monte y disfrutar solos de la dicha de este encuentro. Jesús mismo nos devuelve al valle, entre nuestros hermanos y a nuestra vida cotidiana. Debemos guardarnos de la pereza espiritual: estamos bien, con nuestras oraciones y liturgias, y esto nos basta. ¡No! Subir al monte no es olvidar la realidad; rezar nunca es escapar de las dificultades de la vida; la luz de la fe no es para una bella emoción espiritual. No, este no es el mensaje de Jesús. Estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo para que, iluminados por su luz, podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes. Encender pequeñas luces en el corazón de las personas; ser pequeñas lámparas del Evangelio que lleven un poco de amor y esperanza: ésta es la misión del cristiano.

Recemos a María Santísima para que nos ayude a acoger con asombro la luz de Cristo, a guardarla y a compartirla.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 12 de marzo de 2006.

Queridos hermanos y hermanas:

Ayer por la mañana concluyó la semana de ejercicios espirituales, que el patriarca emérito de Venecia, cardenal Marco Cè, predicó aquí, en el palacio apostólico. Fueron días dedicados totalmente a la escucha del Señor, que siempre nos habla, pero espera de nosotros mayor atención, especialmente en este tiempo de Cuaresma. Nos lo recuerda también la página evangélica de este domingo, que propone de nuevo la narración de la transfiguración de Cristo en el monte Tabor.

Mientras estaban atónitos en presencia del Señor transfigurado, que conversaba con Moisés y Elías, Pedro, Santiago y Juan fueron envueltos repentinamente por una nube, de la que salió una voz que proclamó:  "Este es mi Hijo amado; escuchadlo" (Mc 9, 7).

Cuando se tiene la gracia de vivir una fuerte experiencia de Dios, es como si se viviera algo semejante a lo que les sucedió a los discípulos durante la Transfiguración:  por un momento se gusta anticipadamente algo de lo que constituirá la bienaventuranza del paraíso. En general, se trata de breves experiencias que Dios concede a veces, especialmente con vistas a duras pruebas. Pero a nadie se le concede vivir "en el Tabor" mientras está en esta tierra. En efecto, la existencia humana es un camino de fe y, como tal, transcurre más en la penumbra que a plena luz, con momentos de oscuridad e, incluso, de tinieblas. Mientras estamos aquí, nuestra relación con Dios se realiza más en la escucha que en la visión; y la misma contemplación se realiza, por decirlo así, con los ojos cerrados, gracias a la luz interior encendida en nosotros por la palabra de Dios.

También la Virgen María, aun siendo entre todas las criaturas humanas la más cercana a Dios, caminó día a día como en una peregrinación de la fe (cf. Lumen gentium, 58), conservando y meditando constantemente en su corazón las palabras que Dios le dirigía, ya sea a través de las Sagradas Escrituras o bien mediante los acontecimientos de la vida de su Hijo, en los que reconocía y acogía la misteriosa voz del Señor. He aquí, pues, el don y el compromiso de cada uno de nosotros durante el tiempo cuaresmal:  escuchar a Cristo, como María. Escucharlo en su palabra, custodiada en la Sagrada Escritura. Escucharlo en los acontecimientos mismos de nuestra vida, tratando de leer en ellos los mensajes de la Providencia. Por último, escucharlo en los hermanos, especialmente en los pequeños y en los pobres, para los cuales Jesús mismo pide nuestro amor concreto. Escuchar a Cristo y obedecer su voz:  este es el camino real, el único que conduce a la plenitud de la alegría y del amor.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 8 de marzo de 2009.

Queridos hermanos y hermanas:

Durante los días pasados, como sabéis, hice los ejercicios espirituales juntamente con mis colaboradores de la Curia romana. Fue una semana de silencio y de oración: la mente y el corazón pudieron dedicarse totalmente a Dios, a la escucha de su Palabra y a la meditación de los misterios de Cristo. Con las debidas proporciones, es algo así como lo que les sucedió a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, cuando Jesús los llevó a ellos solos a un monte alto, en un lugar apartado, y mientras oraba se "transfiguró": su rostro y su persona se volvieron luminosos, resplandecientes.

La liturgia vuelve a proponer este célebre episodio precisamente hoy, segundo domingo de Cuaresma (cf. Mc 9, 2-10). Jesús quería que sus discípulos, de modo especial los que tendrían la responsabilidad de guiar a la Iglesia naciente, experimentaran directamente su gloria divina, para afrontar el escándalo de la cruz. En efecto, cuando llegue la hora de la traición y Jesús se retire a rezar a Getsemaní, tomará consigo a los mismos Pedro, Santiago y Juan, pidiéndoles que velen y oren con él (cf. Mt 26, 38). Ellos no lo lograrán, pero la gracia de Cristo los sostendrá y les ayudará a creer en la resurrección.

Quiero subrayar que la Transfiguración de Jesús fue esencialmente una experiencia de oración (cf. Lc 9, 28-29). En efecto, la oración alcanza su culmen, y por tanto se convierte en fuente de luz interior, cuando el espíritu del hombre se adhiere al de Dios y sus voluntades se funden como formando una sola cosa. Cuando Jesús subió al monte, se sumergió en la contemplación del designio de amor del Padre, que lo había mandado al mundo para salvar a la humanidad. Junto a Jesús aparecieron Elías y Moisés, para significar que las Sagradas Escrituras concordaban en anunciar el misterio de su Pascua, es decir, que Cristo debía sufrir y morir para entrar en su gloria (cf. Lc 24, 26. 46). En aquel momento Jesús vio perfilarse ante él la cruz, el extremo sacrificio necesario para liberarnos del dominio del pecado y de la muerte. Y en su corazón, una vez más, repitió su "Amén". Dijo "sí", "heme aquí", "hágase, oh Padre, tu voluntad de amor". Y, como había sucedido después del bautismo en el Jordán, llegaron del cielo los signos de la complacencia de Dios Padre: la luz, que transfiguró a Cristo, y la voz que lo proclamó "Hijo amado" (Mc 9, 7).

Juntamente con el ayuno y las obras de misericordia, la oración forma la estructura fundamental de nuestra vida espiritual. Queridos hermanos y hermanas, os exhorto a encontrar en este tiempo de Cuaresma momentos prolongados de silencio, posiblemente de retiro, para revisar vuestra vida a la luz del designio de amor del Padre celestial. En esta escucha más intensa de Dios dejaos guiar por la Virgen María, maestra y modelo de oración. Ella, incluso en la densa oscuridad de la pasión de Cristo, no perdió la luz de su Hijo divino, sino que la custodió en su alma. Por eso, la invocamos como Madre de la confianza y de la esperanza.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 4 de marzo de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo, el segundo de Cuaresma, se caracteriza por ser el domingo de la Transfiguración de Cristo. De hecho, durante la Cuaresma, la liturgia, después de habernos invitado a seguir a Jesús en el desierto, para afrontar y superar con él las tentaciones, nos propone subir con él al «monte» de la oración, para contemplar en su rostro humano la luz gloriosa de Dios. Los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas atestiguan de modo concorde el episodio de la transfiguración de Cristo. Los elementos esenciales son dos: en primer lugar, Jesús sube con sus discípulos Pedro, Santiago y Juan a un monte alto, y allí «se transfiguró delante de ellos» (Mc 9, 2), su rostro y sus vestidos irradiaron una luz brillante, mientras que junto a él aparecieron Moisés y Elías; y, en segundo lugar, una nube envolvió la cumbre del monte y de ella salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo» (Mc 9, 7). Por lo tanto, la luz y la voz: la luz divina que resplandece en el rostro de Jesús, y la voz del Padre celestial que da testimonio de él y manda escucharlo.

El misterio de la Transfiguración no se debe separar del contexto del camino que Jesús está recorriendo. Ya se ha dirigido decididamente hacia el cumplimiento de su misión, a sabiendas de que, para llegar a la resurrección, tendrá que pasar por la pasión y la muerte de cruz. De esto les ha hablado abiertamente a sus discípulos, los cuales sin embargo no han entendido; más aún, han rechazado esta perspectiva porque no piensan como Dios, sino como los hombres (cf. Mt 16, 23). Por eso Jesús lleva consigo a tres de ellos al monte y les revela su gloria divina, esplendor de Verdad y de Amor. Jesús quiere que esta luz ilumine sus corazones cuando pasen por la densa oscuridad de su pasión y muerte, cuando el escándalo de la cruz sea insoportable para ellos. Dios es luz, y Jesús quiere dar a sus amigos más íntimos la experiencia de esta luz, que habita en él. Así, después de este episodio, él será en ellos una luz interior, capaz de protegerlos de los asaltos de las tinieblas. Incluso en la noche más oscura, Jesús es la luz que nunca se apaga. San Agustín resume este misterio con una expresión muy bella. Dice: «Lo que para los ojos del cuerpo es el sol que vemos, lo es [Cristo] para los ojos del corazón" (Sermo 78, 2: pl 38, 490).

Queridos hermanos y hermanas, todos necesitamos luz interior para superar las pruebas de la vida. Esta luz viene de Dios, y nos la da Cristo, en quien habita la plenitud de la divinidad (cf. Col 2, 9). Subamos con Jesús al monte de la oración y, contemplando su rostro lleno de amor y de verdad, dejémonos colmar interiormente de su luz. Pidamos a la Virgen María, nuestra guía en el camino de la fe, que nos ayude a vivir esta experiencia en el tiempo de la Cuaresma, encontrando cada día algún momento para orar en silencio y para escuchar la Palabra de Dios.

 

Francisco. Catequesis. Vicios y virtudes. 8. La acedía.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Entre todos los vicios capitales hay uno que a menudo pasa inadvertido, quizás en virtud de su nombre, que a muchos les resulta poco comprensible: estoy hablando de la acedia. Por eso, en el catálogo de los vicios, el término acedia está a menudo sustituido por otro de uso mucho más común: la pereza. En realidad, la pereza es más un efecto que una causa. Cuando una persona permanece inactiva, indolente, apática, nosotros decimos que es perezosa. Pero, como enseña la sabiduría de los antiguos padres del desierto, a menudo la raíz de esta pereza es la acedia, en griego significa literalmente “falta de cuidado”.

Se trata de una tentación muy peligrosa, con la que no se debe jugar. Quien cae víctima de este vicio es como si estuviera aplastado por un deseo de muerte: todo le disgusta; la relación con Dios se le vuelve aburrida; y también los actos más santos, los que le habían calentado el corazón, ahora, le parecen completamente inútiles. La persona empieza a lamentar el paso del tiempo y la juventud que queda irremediablemente atrás. 

La acedia ha sido definida como “el demonio del mediodía”: nos atrapa en mitad del día, cuando la fatiga está en su ápice y las horas que nos esperan nos parecen monótonas, imposibles de vivir. En una célebre descripción, el monje Evagrio representa así esta tentación: «El ojo del acidioso se fija en las ventanas continuamente y en su mente imagina visitantes […] Cuando lee, el acidioso bosteza a menudo y se deja llevar fácilmente por el sueño, se frota los ojos, se refriega las manos y, apartando la mirada del libro, la fija en la pared; después, dirigiéndola nuevamente al libro, lee un poco más […]; finalmente, inclinando la cabeza, coloca el libro debajo de ella y se duerme en un sueño ligero, hasta que el hambre lo despierta y le apremia a atender sus necesidades»; en conclusión, «el acidioso no realiza con solicitud la obra de Dios» [1].

Los lectores contemporáneos advierten en estas descripciones algo que recuerda mucho el mal de la depresión, tanto desde el punto de vista psicológico como filosófico. En efecto, para quienes están atenazados por la acedia, la vida pierde su sentido, rezar es aburrido, cada batalla parece carecer de significado. Las pasiones que alimentamos en la juventud ahora nos parecen ilógicas, sueños que no nos hicieron felices. Así que nos dejamos llevar y la distracción, el no pensar, parecen ser la única salida: a uno le gustaría estar aturdido, tener la mente completamente vacía… Es un poco como morir anticipadamente, y es feo.

Contra este vicio, del que nos damos cuenta que es tan peligroso, los maestros de espiritualidad prevén varios remedios. Me gustaría señalar el que me parece más importante y que yo llamaría la paciencia de la fe. Aunque bajo el azote de la acedia el deseo del hombre es estar "en otra parte", escapar de la realidad, hay que tener en cambio el valor de permanecer y acoger en mi "aquí y ahora", en mi situación tal como y es, la presencia de Dios. Los monjes dicen que para ellos la celda es la mejor maestra de vida, porque es el lugar que concreta y cotidianamente te habla de tu historia de amor con el Señor. El demonio de la acedia quiere destruir precisamente esta alegría sencilla del aquí y ahora, este asombro agradecido ante la realidad; quiere hacerte creer que todo es en vano, que nada tiene sentido, que no vale la pena preocuparse por nada ni por nadie. En la vida encontramos gente “acidiosa”, personas de las que decimos: “¡Pero este es aburrido!”, y no nos gusta estar con ellas; personas que incluso tienen una actitud de aburrimiento que contagia. Eso es la acedia.

¡Cuánta gente, presa en las garras de la acedia, movida por una inquietud sin rostro, ha abandonado tontamente el camino del bien que había emprendido! La de la acedia es una batalla decisiva que hay que ganar a toda costa. Y es una batalla de la que no se han librado ni siquiera a los santos, porque en muchos de sus diarios hay páginas que revelan momentos tremendos, verdaderas noches de fe en las que todo parecía oscuro. Estos santos nos enseñan a atravesar la noche con paciencia, aceptando la pobreza de la fe. Recomiendan, bajo la opresión de la acedia, mantener una medida de compromiso más pequeña, fijarse metas más al alcance de la mano y, al mismo tiempo, resistir y perseverar apoyándose en Jesús, que nunca nos abandona en la tentación.

La fe atormentada por la prueba de la acedia no pierde su valor. Al contrario, es la fe verdadera, la humanísima fe que, a pesar de todo, a pesar de la oscuridad que la ciega, sigue humildemente creyendo.  Es esa fe que permanece en el corazón, como las brasas bajo las cenizas. Siempre permanece. Y si alguno de nosotros cae en este vicio o en la tentación de la acedia, que intente mirar en su interior y custodiar las brasas de la fe: así es como se sigue adelante.

[1] [] Evagrio Pontico, Los ocho espíritus malvados,  14.

 

Monición de entrada.

Sed bienvenidos, sobre todo nuestras madres y padres:

En todos los pueblos hay una iglesia y en las iglesias todos los domingos se hace misa.

En la misa lo primero que hacemos es pedirle perdón a Jesús.

Porque a veces entramos corriendo, hablamos en misa y no estamos en la iglesia como Jesús quiere.

Y Jesús quiere que la iglesia sea una casa de silencio y oración.

 

Señor, ten piedad.

Tú que eres nuestra ley. Señor, ten piedad.

Tú que eres el templo de Dios. Cristo, ten piedad.

Tú que eres el amor de Dios. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco que siga siendo un espejo de cómo ser cristiano. Te lo pedimos Señor.

-Por la Iglesia, para que cada día sea más como Jesús quiere. Te lo pedimos Señor.

-Por las personas que hacen leyes, para que las hagan pensando en todas las personas. Te lo pedimos, Señor.

-Por las personas que están en los hospitales, para que no estén solas. Te lo pedimos, Señor.

-Por nosotros que venimos a misa, para que cada día amemos más a todos. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias.

San José este domingo es el sexto domingo. Y nos acordamos cuando volvisteis de Egipto y fuisteis a vivir a Nazaret. Allí vuestra casa era una cueva donde faltaban muchas cosas y había mucho amor.

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS DE CORBERA.  DOMINGO II TIEMPO DE CUARESMA.

 

EXPERIENCIA.

Entra en https://www.youtube.com/watch?v=L2prq3TMMno Presencia de lo sagrado.

Mira el vídeo con el audio en silencio, centrando tus ojos en las imágenes.

Cierra los ojos: ¿qué muestran? ¿cuáles son los sentimientos que generan? ¿qué sentimientos o estados de ánimo han despertado en ti? ¿Cómo lo titularías?

Pulsa al “play”. Cierra los ojos. Escucha. ¿Cuál es la frase que recuerdas?, ¿el sonido? ¿con qué color representarías la voz de esta mujer?

Imagina que estás en un campamento, convivencia o sesión del sábado. Antes de ver el vídeo les ofreces en una cucharita, una por cada miembro del grupo, un alimento con un sabor (chocolate, sal, azúcar, zumo de limón, refresco,…), ¿cuál escogerías acorde al sabor y textura que evoca el vídeo? Recuérdalo y siéntelo en la boca.

Vuelve a visionarlo con sonido las veces que necesites.

Recuerda en tu vida esos encuentros que la iluminaron. Si has sido madre o padre, vuelve a recuperar lo que sentiste cuando nació tu hija o hijo. Mentalmente o cuando tengas un rato escríbele una carta, contándole esa experiencia única que solo quienes habéis tenido hijos la habéis experimentado. En esta vida quedan muchas palabras si decir a quienes amamos, aprovecha para que esta no muera en el deseo.

¿Cuál es la frase más significativa?

 

REFLEXIÓN.

Busca la cita en tu Biblia (Marcos 9, 2-10), como quien va a iniciar un viaje, porque lo es, por los caminos de Jesús.

Párate un momento, realiza la señal de la cruz, pídele al Padre que te envíe el Espíritu Santo para que puedas descubrir lo que Jesús espera de ti con la lectura del texto.

Lee el texto:

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 9, 2-10.

En aquel tiempo Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

-Maestro, ¿qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:

-Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo.

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

 

-“En lo cotidiano se que habita lo sagrado”: ¿cuáles son los momentos cotidianos en los que te has encontrado con Dios? ¿cuáles fueron en la vida de los apóstoles?

-Recorre el camino con ellos:

Antes de subir les ha anunciado que tiene que morir en la cruz. Ellos no lo aceptan, están tristes, desalentados, incluso enfadados con Jesús. Así se lo ha manifestado Pedro. ¿Cuáles son tus cruces? ¿Qué momentos dolorosos borrarías de tu vida? ¿qué te gustaría cambiar del momento presente? Si Dios te diese la oportunidad de no pasar por alguna experiencia dolorosa del futuro (fracasos, crisis, enfermedad, muerte,…), ¿cuál sería tu respuesta?

En el monte tiene lugar una experiencia sobrenatural: Jesús se muestra tal como será en la resurrección y provoca miedo pero también una sensación de gozo total. Recuerda los encuentros con Jesús que fueron muy felices (la primera comunión, una misa en la parroquia, una oración en el campamento, una procesión,…).

Tienen que descender y reemprender el camino hacia Jerusalén. Jesús por dos veces les anunciará su muerte, después la Última Cena, Getsemaní, la dormición de los tres testigos de la transfiguración mientras Jesús se debate en una terrible y agónica lucha, el prendimiento, las negaciones de Pedro, la crucifixión, el abandono de los discípulos, la resurrección, la no aceptación del testimonio de las mujeres, el encuentro y la misión. Es la vida de los apóstoles, la vida de cada uno de nosotros. Y siempre Jesús dando el primer paso para el encuentro, a pesar de nuestros enfados, indiferencias, miedos y dudas.

A continuación puedes ayudarte con los anexos 1 y 2.

 

COMPROMISO.

Dedica cada día 5 minutos + los que después necesites para permanecer en silencio, mirando la cruz, evitando todo pensamiento y toda palabra, como la madre mira a su hija recién nacida, sin discursos, simplemente sintiendo el amor que el pequeño y cálido cuerpo que ha gestado transmite. Ofrécele tu corazón para que él le dé la calidez. Amar es primero ser amado, acoger a quien te ama, sin más palabra que la escucha del silencio de quien te ama. La oración es tratar con Dios de amistad, es sentir la mirada de Dios, que te mantiene vivo.

 

CELEBRACIÓN.

 Dale gracias a Dios por esta experiencia, cuéntale como te sientes, si la Palabra de Dios te ha cambiado en algo. Dale gracias por el don de la oración, de las personas que cada día hacen posible tomes tu cruz y le sigas.

 

BIBLIOGRAFÍA.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. BAC. Madrid. 2016.

Biblia de Jerusalén. 5ª edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.

Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.

Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.

Catecismo de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociación de Editores del Catecismo. Barcelona 2020.

La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Ciudad Nueva. Madrid. 2006.

Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.

San Juan de Ávila. Obras Completas I. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid. 2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores. BAC. Madrid. 2013.

San Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid.   2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.

https://www.servicioskoinonia.org/romero/homilias/B/#IRA

www.vatican.va



[1] Biblia Didajé.

[2] Holanda: 1. Lienzo muy fino de que se hacen las camisas, sábanas y otras cosas. https://dle.rae.es/holanda

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