jueves, 1 de febrero de 2024

Domingo 5º T. Ordinario. 4 de febrero de 2024.

 


Primera lectura.

Lectura del libro del Job 7, 1-4.6-7

Job habló diciendo:

-¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra, y sus días como los de un jornalero?; como el esclavo, suspira por la sombra; como el jornalero, aguarda su salario. Mi herencia han sido meses baldíos, me han asignado noches de fatigas. Al acostarme pidiendo: ¿Cuándo me levantaré? Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Corren mis días más que la lanzadera, se van consumiendo faltos de esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no verán más la dicha.

 

Textos paralelos.

 El hombre en la tierra cumple un servicio.

Job 14, 14: Cada día de mi servicio esperaría que llegara mi relevo.

Job 40, 1: El Señor siguió hablando a Job: “¿Quiere el censor discutir con el Todopoderoso? El que critica a Dios que responda.

También yo comparto meses baldíos.

Qo 2, 25: Pues, ¿quién come y goza sin su permiso?

Si 30, 17: Más vale morir que vivir sin provecho, y el descanso eterno más que sufrimiento crónico.

Mis días corren más que la lanzadera.

Is 38, 12: Levantan y enrollan mi morada como tienda de pastores. Como un tejedor devanaba yo mi vida, y me cortan la trama.

Recuerda: mi vida es solo un soplo.

Sal 78, 39: Recordando que eran carne, / un aliento fugaz que no torna.

Sal 89, 48: Recuerda lo que dura mi vida: / ¿has creado en vano a los humanos?

 

Notas exegéticas.

7 1 (a) En el sentido de servicio militar a la vez lucha y servidumbre. El griego traduce “prueba”: Vulgata militia.

7 1 (b) El mercenario, pagado diariamente se fatiga cada día por los demás, de la mañana hasta la noche. Igualmente el esclavo.

7 4 “el día” griego, omitido por hebreo. – “cuándo se hará de noche?” mî yitte n ‘ereb corr: hebreo middad ‘ereb ininteligible.

7 6 El ´termino hebreo por “esperanza” (tiqwà) puede significar también “hilo” (Jos 2, 18.21), sentido ofrecido por algunos traductores, que remiten al mito de las Parcas.

7 7 Solidario con la humanidad que sufre y resignado a morir, Job esboza una oración para pedir a Dios algunos instantes de paz antes de su muerte.

 

 

Salmo responsorial

Salmo 147 (146), 1-6

 

Alabad al Señor,

que sana los corazones destrozados. R/.

Alabad al Señor, que la música es buena;

nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.

El Señor reconstruye Jerusalén,

reúne a los deportados de Israel. R/.

 

Él sana los corazones destrozados,

venda sus heridas.

Cuenta el número de las estrellas,

a cada una la llama por su nombre. R/.

 

Nuestro Señor es grande y poderoso,

su sabiduría no tiene medida.

El Señor sostiene a los humildes,

humilla hasta el polvo a los malvados. R/.

  

Textos paralelos.

Alabad a Yahvé, que es bueno cantar.

Sal 92, 2: Es bueno dar gracias al Señor / y tañer en su honor, Altísimo.

Reúne a los deportados de Israel.

Is 11, 12: Izará una enseña ante las naciones para reunir a los israelitas desterrados y congregar a los judíos dispersos de los cuatro extremos del orbe.

Is 56, 8: Oráculo del Señor, que reúne a los dispersos de Israel, y reunirá otros a los ya reunidos.

Jr 31, 10: Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla, islas remotas: El que esparció a Israel lo reunirá, lo guardará como el pastor a su rebaño.

Is 61, 1: El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha envidado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad.

Jb 5, 18: Porque él hiere y venda la herida, golpea y cura con su mano.

Is 40, 26: Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿quién creó aquello? El que cuenta y despliega su ejército y a cada uno lo llama por su nombre; tan grande es su poder, tan robusta su fuerza, que no falta ninguno.

Is 40, 28: ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia.

1 S 2, 7-8: Da la pobreza y la riqueza, / el Señor humilla y enaltece. / Él levanta del polvo al desvalido, / alza de la basura al pobre, / para hacer que se siente entre príncipes / y que herede un trono glorioso, / pues del Señor son los pilares de la tierra / y sobre ellos afianzó el orbe.

 

Notas exegéticas.

147 (a) Aunque este salmo forma una unidad, algunas versiones (entre ellas la Vulgata) lo cortan en dos por el v. 12. El poeta ensalza a Yahvé como libertador de Israel, Creador, amigo de los “pobres”.

147 (b) “Aleluya” griego; unido por el hebreo al salmo anterior.

147 1 “dulce” (femenino) griego; “dulce (masculino), bella” hebreo. Algunos proponen: “Cantad a nuestro Dios, pues es dulce”, ver Sal 135 3.

 

Segunda lectura.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 9, 16-19.22-23

Hermanos:

Eh hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¡cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, como sea, a algunos. Y todo lo hago por causa del evangelio, para participar yo también de sus bienes.

 

Textos paralelos.

¡Ay de mí si no predico el Evangelio!

Hch 4, 20: Lo que es nosotros, no podemos callar lo que sabemos y hemos oído.

Hch 9, 15-16: Le contestó el Señor: “Ve, que ese es mi instrumento elegido para difundir mi nombre entre paganos, reyes e israelitas. Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre”.

Hch 22, 14-15: Me dijo: “El Dios de nuestros padres te ha destinado a conocer su designio,, a ver al Justo y escuchar directamente su voz; pues serás testigo ante todo el mundo de lo que has visto y oído”.

Hch 26, 16-18: Ponte en pie; que para esto me he aparecido a ti, para nombrarte servidor y testigo de que me has visto y de lo que te haré ver. Te defenderé de tu pueblo y de los paganos a los que te envío. Les abrirás los ojos para que se conviertan de las tinieblas a la luz, del dominio de Satanás a Dios, para recibir el perdón de los pecados y una porción entre los consagrados por creer en mí.

Mi recompensa consiste en predicar el Evangelio gratuitamente.

 2 Co 11, 7: ¿Hice mal en humillarme para ensalzaros a vosotros, predicando de balde la buena noticia de Dios?

A pesar de sentirme libre respecto de todos.

Rm 6, 15: Entonces, ¿qué? Como no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia, ¡a pecar! ¡De ningún modo!

Mt 20, 26: No será así entre vosotros; antes bien, quien quiera ser grande entre vosotros que se haga vuestro servidor.

 

Notas exegéticas.

9 17 O “encargo” (oikonomía). La palabra evoca al servo que en calidad de esclavo, no recibía salario alguno por una misión que estaba obligado a realizar. Por el contrario, el que es libre de aceptar o rechazar un trabajo puede reclamar una retribución.

9 18 Valor de la paradoja: la recompensa de Pablo es no recibir recompensa alguna.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, dijeron:

-Todo el mundo te busca.

Él les responde:

-Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.

Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

 

Textos paralelos.

 

Mc 1, 29-39

Mt 8, 14-16

Lc 4, 38-44

En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella.

 

Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó.

 

 

 

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males

 

 y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.

 

 

Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, dijeron:

-Todo el mundo te busca.

Él les responde:

-Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.

 

Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

 

Entando Jesús en casa de Pedro, vio a su suegra acostada con fiebre.

 

 

 

 

 

 

La tomó de la mano y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles.

 

 

Al atardecer le trajeron muchos endemoniados. El con una palabra expulsaba los demonios, y todos los enfermos se curaban.

Salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Pedro estaba con fiebre muy alta y le suplicaban a favor de ella.

 

 

 

 

Él se inclinó sobre ella, increpó a la fiebre y se le pasó. Inmediatamente se levantó y se puso a servirles.

 

Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban. El ponía las manos sobre cada uno y los curaba.

 

 

De muchos salían demonios gritando:

-Tú eres el hijo de Dios.

Él los increpaba y no los dejaba hablar, pues sabían que era el Mesías.

 

Por la mañana salió y se dirigió a un lugar despoblado. La gente lo anduvo buscando, y cuando lo alcanzaron, lo retenían para que no se marchase Pero él les dijo:

-También a las demás ciudades tengo que llevarles la buena noticia del reinado de Dios, pues a eso me han enviado.

 

 

Y predicaba en las sinagogas.

Cuando salió de la sinagoga, se fue con Santiago y Juan.

Mc 13, 3: Estaba sentado en el monte de los olivos, enfrente del templo.

Se acercó y tomándola de la mano la levantó.

Mc 5, 41: Agarrando a la niña de la mano, le dice: “Talitha qum” (que significa: “Chiquilla, te lo digo a ti, levántate”).

No dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.

Mc 3, 12: Y los reprendía severamente para que no lo descubrieran.

Cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó.

Mt 14, 23: Después de despedirla, subió el solo a la montaña a orar. Al anochecer estaba él solo allí.

Mt 26, 36: Entonces Jesús fue con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos: “Sentaos aquí yo voy allá a orar”.

Allí se puso a hacer oración.

Lc 3, 21: Mientras todo el pueblo se bautizaba, también Jesús se bautizó; y mientras oraba, se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en figura corpórea de paloma y se oyó una voz del cielo: “Tú eres mi hijo querido, mi predilecto”.

Así que se puso a recorrer toda Galilea.

Jn 18, 37: Le dijo Pilato: “Entonces, ¿tú eres rey?”. Contestó Jesús: “Lo que dices. Yo soy rey: para eso he nacido, para eso he venido al mundo, para atestiguar la verdad. Quien está por la verdad escucha mi voz”.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

1 29 Variante: “se fueron”.

1 32 La aparición de las primeras estrellas indicaba el final del sabbat.

1 34 Otra lectura: “conocían que era Cristo”. A los demonios como a los favorecidos con algún milagro y hasta a los apóstoles Jesús les impone, respecto de su identidad mesiánica, una consigna de silencio que no se levantará hasta después de su muerte. Como el vulgo se hacía por entonces, respecto del Mesías, una idea nacionalista y bélica muy distinta de la que Jesús quería encarnar s, se veía obligado a usar de mucha prudencia, al menos dentro de Israel, para evitar molestos errores sobre su misión. Esta consigna del “secreto mesiánico· no es una tesis artificial inventada después por Marcos, como algunos han afirmado, sino que responde a una actitud histórica de Jesús; solo que Marcos la ha convertido en tema de su preferencia. Fuera de Mt 9, 30, Mt y Lc no tienen esta consigna más que en los paralelos con Mc; y muchas veces incluso lo omiten.

1 38 Salido de Cafarnaún, v. 35, tal es el sentido inmediato. Pero otro sentido más profundo podría referirse a la salida de Jesús de junto a Dios.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

19 FUERON A LA CASA DE SIMÓN, que los arqueólogos sitúan a unos cuarenta metros de la sinagoga.

31 Marcos pudo tener de su maestro Pedro información de primera mano sobre este milagro doméstico, presenciado también por Santiago y Juan, testigos de excepción en momentos importantes de la vida de Jesús (cf. 5, 37; 9,2; 14,33). El vocabulario recuerda el de la resurrección, concretamente el verbo griego êgeiren (“levantó”, “despertó”, “hizo surgir”). // LA INCORPORÓ…: lit. levantó a ella habiendo tomado la mano. “Le tomó la mano como un médico, le tomó el pulso, comprobó cuánta fiebre tenía, él en persona, que es médico y medicina a la vez. Que entre en nuestra casa, que nos toque la mano para purificar nuestras obras; levantémonos, al fin, del lecho, no sigamos tumbados” (san Jerónimo).

32 AL ATARDECER, al aparecer la primera estrella, terminaba el descanso (el sábado) y empezaba otro día. // LE LLEVABAN… Y A LOS ENDEMONIADOS (cf. Mt 4, 24). Gramaticalmente, los endemoniados figuran como grupo aparte, aunque también ellos son criaturas enfermas, seres degradados; sin llegar a ese estado, todo hombre en pecado está pervertido y enfermo, por muchos éxitos aparentes que tenga.

34 CURÓ A MUCHOS: probablemente equivale a: curó a todos (cf. 10, 45) o ¿es que, de “todos” los aludidos en el v. 32, dejó de curar algunos? // NO DEJABA… QUE LO CONOCÍAN: o no dejaba hablar a los demonios, porque lo conocían. La consigna del silencio aparece en tatas ocasiones, especialmente en Mc, que se ha acuñado el término técnico “secreto mesiánico”. Era un prudente recurso pedagógico de Jesús, para evitar que lo identificaran con un Mesías político, liberador de la dominación romana; la hipótesis de quienes niegan esa finalidad es que se trataría de un recurso literario del evangelista, para no anticipar la plena identidad de Jesús hasta después de la resurrección.

35 Por primera vez habla Mc de la oración personal de Jesús.

36 FUE EN SU BUSCA: lit. persiguió a él; si en el verbo griego se acepta el matiz de hostilidad, habría que explicarlo por las miras interesadas, las falsas esperanzas mesiánicas con las que Pedro fue a “dar caza” a Jesús.

38 PARA ESTO SALÍ “… de Cafarnaún”; otros entienden, basándose en Lc 4, 43, aunque el lenguaje sea más propio de Jn: “… salí del Pare”.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

1, 35 Cristo a menudo buscaba también espacios apartados para el retiro y la oración. La Iglesia nos invita a hacer lo mismo, a dedicar tiempo dentro de la rutina de cada día para la oración personal, la meditación y culto público. Cat. 2602, 2616 y 2698. Con su ejemplo Cristo nos enseñó cómo orar. Él dedicó con frecuencia tiempo a estar a solas en la oración, especialmente antes de los acontecimientos importantes en su ministerio. Cat. 520.

El exorcismo es un acto en el que la Iglesia, con autoridad y públicamente, pide a Dios, en el nombre de Jesús, que expulse a un espíritu maligno del dominio de una persona o de un objeto y que proteja a esa persona u objeto del demonio. Cristo realizó exorcismos como parte de su ministerio de curación. Un “exorcismo” se lleva a cabo en el rito del bautismo, mientras que un exorcismo solemne solo puede ser realizado por un obispo o un sacerdote designado por su obispo. Código de Derecho Canónico, canon 1172. Cat. 1673.

 

Catecismo de la Iglesia Católica

2602 Jesús se retira con frecuencia a un lugar apartado, en la soledad, en la montaña, con preferencia durante la noche, para orar. Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume la humanidad en su Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo. Él, el Verbo que ha asumido la carne, comparte en su oración humana todo lo que viven sus hermanos; comparte sus debilidades para librarlos de ellas. Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como la manifestación visible de su oración en secreto.

2616 La oración a Jesús ya fue escuchada por Él durante su ministerio, a través de signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (del leproso, de Jairo, de la cananea, del buen ladrón), o en silencio (de los portadores del paralítico, de la hemorroísa que toca el borde de su manto, de las lágrimas y el perfume de la pecadora). La petición apremiante de los ciegos: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!” (Mt 9, 27) o “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” (Mc 10, 47) ha sido recogida en la tradición de la Oración de Jesús: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Sanando las enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria del que le suplica con fe: “Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!”. S. Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: “Ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros” (Enarratio in Psalmum 85, 1).

2698 La Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos ritmos de oración destinados a alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la de la tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las Horas. El domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida de oración de los cristianos.

520 Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo. Él es el hombre perfecto que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar; con su oración atrae a la oración; con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones.

1673 Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída de su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo práctico, de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar.

 

Concilio Vaticano II

Dios “que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4), habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones y de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas , cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón, como médico corporal y espiritual. Mediador, entre el Verbo, fue el instrumento de nuestra salvación. Por eso, en Cristo se realizó la perfecta salvación de nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino.

Sacrosanctum Concilium, 5.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Está Jesús de pie ante nuestro lecho, ¿y nosotros yacemos? Levantémonos y pongámonos de pie: es para nosotros una vergüenza que estemos acostados ante Jesús. Alguien podrá decir: ¿dónde está Jesús? Jesús está ahora aquí. “En medio de vosotros – dice el evangelio – está uno a quien no conocéis”. “El reino de Dios está entre vosotros”. Creamos y veamos que Jesús está presente. Si no podemos tocar su mano, postrémonos a sus pies. Si no podemos llegar a su cabeza, al menos lavemos sus pies con nuestras lágrimas. Nuestra penitencia es ungüento del Salvador. Mira cuán grande es su misericordia. Nuestros pecados huelen, son podredumbre y, sin embargo, si hacemos penitencia por los pecados, si los lloramos nuestros pútridos pecados se convierten en ungüento del Señor. Pidamos, por tanto, al Señor que nos tome de la mano. “Y al instante – dice la fiebre la dejó”. Apenas la toma de la mano, huye la fiebre.

Jerónimo. Comentario al Ev. de Marcos, homilía 2. Pg. 73.

Se ve que aquí Marcos mantuvo la sucesión temporal. Así, después de “al atardecer”, dijo: “Y levantándose muy de mañana”. Aunque ni siquiera hay necesidad de entender la tarde del mismo día donde se dice “al atardecer”, ni el amanecer de la misma noche donde se dice “amanecer”; con todo se puede ver que aquí se ha mantenido el orden de los acontecimientos en atención al orden cronológico establecido.

Agustín. Concordancia de los evangelistas, 2, 22, 53. Pg. 74.

De ninguno de los antiguos se lee que haya curado tantas deformidades, tantas enfermedades y tantas torturas humanas con un poder nunca semejante.

Agustín. Tratado sobre el Ev. de Juan, 91, 3. Pg. 74.

Jesús ora, y no reza en vano, obteniendo por medio de ella lo que pide. Quizás sin oración no lo hubiera conseguido. ¿Quién de nosotros puede abandonar la oración? Marcos dice que “por la mañana, cuando todavía era muy temprano se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración” (Mc 1, 35). Y Lucas afirma: “oraba en determinado lugar y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1); y en otra ocasión: “y pasó la noche en oración a Dios” (Lc 6, 12). Juan describe su oración, cuando dice: ·Estas cosas dijo Jesús; después, levantando los ojos al cielo dijo: Padre, ha llegado la hora, glorifica tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti” (Jn 17, 1). Incluso: “Sé, no obstante, que siempre me escuchas” (Jn 11, 42). Estas palabras indican que el que siempre reza, siempre es escuchado.

Orígenes. La oración, 13, 1. Pg. 74.

Respecto al largo discurso que, según Mateo, pronunció el Señor en la montaña… Marcos no lo menciona en absoluto ni dijo nada que se le parezca, a no ser ciertas sentencias no conjuntadas, sino dispersas, que el Señor repitió en otros lugares. Sin embargo, dejó espacio en su relato para que comprendamos que tal discurso tuvo lugar, aunque él lo omitió. Dice: “Y predicaba en sus sinagogas y en toda Galilea y expulsaba los demonios”. Dentro de esta predicación que afirma haber realizado en toda Galilea, cabe también incluir el discurso, tenido en la montaña.

Agustín. Concordancia de los evangelistas, 2, 19, 43. Pg. 74-75.

 

San Agustín.

Si en una ciudad enfermare alguien en el cuerpo y hubiese allí un médico muy experimentado, enemigo de poderosos amigos del enfermo; si, repito, en una ciudad enfermase alguien con una enfermedad peligrosa y existiese en la misma ciudad un médico muy experimentado, enemigo, como dije, de poderosos amigos del enfermo, quienes le dijeran: “No recurras a él, no sabe nada”, y lo dijeran no con toda la intención de dar una opinión, sino por envidia, ¿no prescindiría aquel en bien de su salud de las fábulas de sus poderosos amigos? Aunque fuese una ofensa para ellos, ¿no recurriría para vivir unos días más a aquel médico que la fama había celebrado como muy competente, para que expulsase de su cuerpo la enfermedad?

El género humano yace enfermo; no por enfermedad corporal, sino por sus pecados. Yace como un gran enfermo en todo el orbe de la tierra de Oriente a Occidente. Para sanar a este gran enfermo descendió el médico omnipotente. Se humilló hasta tomar carne mortal, es decir, hasta acercarse al lecho del enfermo. Da los preceptos que procuran salud, y es despreciado; quienes le escuchan son liberados.

Nadie diga: “antes el mundo estaba mejor que ahora; desde que llegó este médico a ejercer su arte, vemos en él muchas cosas espantosas”. No te extrañes. Antes de ponerse a curar a un enfermo, la sala del médico parecía limpia de sangre; ahora que tú ves lo que pasa, sacúdete las vanas delicias, acércate al médico; es tiempo de buscar la salud, no el placer.

Sermón 87, 13-14. Pg. 794-795.

 

San Juan de Ávila.

A mí me conviene entender en los negocios a que mi Padre me envió, dijo Jesucristo (Jn 9, 4; Lc 2, 49; 4, 43). ¡Quién mirase como es razón esto! ¿Quién se parase a pensar y dijese!: ¿A qué me envió Dios a este mundo? ¿Qué hago? ¿En qué entiendo? ¿Cómo gasto el tiempo? ¿En qué me ejercito? No es razón pararnos en el camino. De priesa vamos; a negocios de grande importancia vamos, no es razón parar en cosas de poco provecho.

Miércoles de la semana 4,12. OC III, pg. 185.

Notorio está cuán contino fue en Cristo el orar, y que se escribe en Él que no se le pasaba la noche en oración. Y como quien sabe el bien que en ella va, nos amonesta muchas veces que oremos. Y sus santos apóstoles, especialmente San Pablo, nos amonesta orar en todo lugar y su discípulo San Dionisio. Y después todos los santos a una boca nos enseñan esto mismo, y nos dan reglas y avisos de cómo hemos de entender este santo ejercicio. Y muchos de ellos cuenta, para nuestro ejemplo, las grandes mercedes que Dios por este santo ejercicio les hizo. Entre los cuales oír lo que el devoto San Buenaventura dice de la virtud de la oración, que es inestimable y poderosa para alcanzar todas las cosas provechosas y alanzar todas las dañosas: “Por tanto, si queréis sufrir con paciencia las adversidades, sed hombre de oración; si queréis sobrepujar las tentaciones y tribulaciones, sed hombre de oración; si queréis conocer las astucias de Satanás y huir de sus engaños, sed hombre de oración; si queréis vivir alegremente en la obra de Dios y andad con fuerza el camino del trabajo y aflicción, sed hombre de oración; si queréis ejercitaros en la vida espiritual y no hacer caso de la carne en sus deseos, sed hombre de oración; si queréis ahuyentar las moscas vanas de los pensamientos, sed hombre de oración; si queréis engrosar vuestra ánima con santos pensamientos y deseos, y hervores y devociones, sed hombre de oración; si queréis extirpar los vacíos, y ser lleno de virtudes, sed lleno de oración, porque en ella se recibe la unción del Espíritu Santo, que enseña al alma de todas las cosas. Y si queréis huir a la contemplación, y gozar de las cosas del esposo, sed hombre de oración, porque por el ejercicio de la oración van a la contemplación y gusto de las cosas celestiales. ¿Veis de cuánto poder y virtud sea la oración? Para confirmación de todo lo cual, dejadas la probanza de las Escripturas, esto os sea suficiente prueba, que hemos oído y vemos cada día por experiencia personas sin letras y simples haber alcanzado estas cosas ya dichas, y otras mayores, por virtud de la oración. Por tanto, Cristo, y mayormente los religiosos, los cuales han de tener mayor aparejo para vacar a Dios. Por lo cual te amonesto y encomiendo estrechamente, cuanto puedo, que tomes la oración por principal ejercicio tuyo. Y ninguna otra cosa, sacados los cuidados necesarios, te deleite sino la oración; porque ninguna cosa te debe tanto deleitarte como estar con el Señor, lo cual se hace por la oración”. Todo esto dice San Buenaventura, con el cual concuerdan otros muchos en la alabanza de la oración, los cuales no relato por ser cosa manifiesta, y porque para vos es demasiada, pues Dios os ha hecho misericordia de enseñaros por experiencia cuánta sea la ganancia de este santo ejercicio. Y pues San Hierónimo cuenta y alaba de Santa Paula, viuda honesta, que estaba en oración desde que anochecía hasta que salía el sol, muy más lo alabará en la doncella dedicada a Cristo, que tiene particular obligación a más se comunicar con él, mediante la oración, pues tiene entereza de cuerpo, y nombre de esposa.

Audi, filia [I]. Conocimiento de Cristo, 58. OC I, pg. 466-467.

 

San Oscar Romero. Homilía.  

No les canso más hermanos, muchas gracias por haber venido..... y a quienes se suman a esta muchedumbre que no cabe en la catedral, allá en el anonimato, de sus aparatos de radio estarán muchos escuchando esta palabra, sepan que traigo el corazón como siempre, lleno de amor para todos, no guardo resentimientos para nadie..... No lo he aprendido en Puebla, me alegré de haberlo vivido siempre, que la evangelización que en Puebla estudiamos para el presente y el futuro de América Latina, tiene que estar sobre una sólida base de amor y que la evangelización es para todos y que nadie está excluido al llamamiento de Dios, pero sí pone una condición el Señor, "convertíos", porque sólo el que se convierte al Señor de los falsos ídolos que apartan de Dios, recibirá esos dones de la evangelización. Convertíos... Y esto pido finalmente a todos, que oremos de verdad para que todos los agentes de la pastoral sepamos ser evangelizadores sobre bases de amor, de justicia y de paz. Así sea...

Homilía 16 de febrero de 1979.

 

Papa Francisco. Ángelus.  8 de febrero de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

 

El Evangelio de hoy (cf. Mc 1, 29-39) nos presenta a Jesús que, después de haber predicado el sábado en la sinagoga, cura a muchos enfermos. Predicar y curar: esta es la actividad principal de Jesús en su vida pública. Con la predicación anuncia el reino de Dios, y con la curación demuestra que está cerca, que el reino de Dios está en medio de nosotros.

Al entrar en la casa de Simón Pedro, Jesús ve que su suegra está en la cama con fiebre; enseguida le toma la mano, la cura y la levanta. Después del ocaso, al final del día sábado, cuando la gente puede salir y llevarle los enfermos, cura a una multitud de personas afectadas por todo tipo de enfermedades: físicas, psíquicas y espirituales. Jesús, que vino al mundo para anunciar y realizar la salvación de todo el hombre y de todos los hombres, muestra una predilección particular por quienes están heridos en el cuerpo y en el espíritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los enfermos, los marginados. Así, Él se revela médico, tanto de las almas como de los cuerpos, buen samaritano del hombre. Es el verdadero Salvador: Jesús salva, Jesús cura, Jesús sana.

Tal realidad de la curación de los enfermos por parte de Cristo nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad. A esto nos llama también la Jornada mundial del enfermo, que celebraremos el próximo miércoles 11 de febrero, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes. Bendigo las actividades preparadas para esta Jornada, en particular, la vigilia que tendrá lugar en Roma la noche del 10 de febrero. Recordemos también al presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, monseñor Zygmunt Zimowski, que está muy enfermo en Polonia. Una oración por él, por su salud, porque fue él quien preparó esta jornada, y nos acompaña con su sufrimiento en esta jornada. Una oración por monseñor Zimowski.

La obra salvífica de Cristo no termina con su persona y en el arco de su vida terrena; prosigue mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios por los hombres. Enviando en misión a sus discípulos, Jesús les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos (cf. Mt 10, 7-8). Fiel a esta enseñanza, la Iglesia ha considerado siempre la asistencia a los enfermos parte integrante de su misión.

«Pobres y enfermos tendréis siempre con vosotros», advierte Jesús (cf. Mt 26, 11), y la Iglesia los encuentra continuamente en su camino, considerando a las personas enfermas una vía privilegiada para encontrar a Cristo, acogerlo y servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la carne de Cristo.

Esto sucede también en nuestro tiempo, cuando, no obstante las múltiples conquistas de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de las personas suscita fuertes interrogantes sobre el sentido de la enfermedad y del dolor y sobre el porqué de la muerte. Se trata de preguntas existenciales, a las que la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo ante sus ojos al Crucificado, en el que se manifiesta todo el misterio salvífico de Dios Padre que, por amor a los hombres, no perdonó ni a su propio Hijo (cf. Rm 8, 32). Por lo tanto, cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz de la palabra de Dios y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a cuantos los asisten, familiares, médicos y enfermeros, para que el servicio al enfermo se preste cada vez más con humanidad, con entrega generosa, con amor evangélico y con ternura. La Iglesia madre, mediante nuestras manos, acaricia nuestros sufrimientos y cura nuestras heridas, y lo hace con ternura de madre.

Pidamos a María, Salud de los enfermos, que toda persona experimente en la enfermedad, gracias a la solicitud de quien está a su lado, la fuerza del amor de Dios y el consuelo de su ternura materna.

 

Papa Francisco. Ángelus. 4 de febrero de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo prosigue la descripción de una jornada de Jesús en Cafarnaúm, un sábado, fiesta semanal para los judíos (cf. Marcos 1, 21-39). Esta vez el evangelista Marcos destaca la relación entre la actividad taumatúrgica de Jesús y el despertar de la fe en las personas que encuentra. De hecho, con los signos de curación que realiza para los enfermos de todo tipo, el Señor quiere suscitar como respuesta la fe.

La jornada de Jesús en Cafarnaúm empieza con la sanación de la suegra de Pedro y termina con la escena de la gente de todo el pueblo que se agolpa delante de la casa donde Él se alojaba, para llevar a todos los enfermos. La multitud, marcada por sufrimientos físicos y miserias espirituales, constituye, por así decir, «el ambiente vital» en el que se realiza la misión de Jesús, hecha de palabras y de gestos que resanan y consuelan. Jesús no ha venido a llevar la salvación en un laboratorio; no hace la predicación de laboratorio, separado de la gente: ¡está en medio de la multitud! ¡En medio del pueblo! Pensad que la mayor parte de la vida pública de Jesús ha pasado en la calle, entre la gente, para predicar el Evangelio, para sanar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad surcada de sufrimientos, cansancios y problemas: a tal pobre humanidad se dirige la acción poderosa, liberadora y renovadora de Jesús. Así, en medio de la multitud hasta tarde, se concluye ese sábado. ¿Y qué hace después Jesús? Antes del alba del día siguiente, Él sale sin que le vean por la puerta de la ciudad y se retira a un lugar apartado a rezar. Jesús reza. De esta manera quita su persona y su misión de una visión triunfalista, que malinterpreta el sentido de los milagros y de su poder carismático. Los milagros, de hecho, son «signos», que invitan a la respuesta de la fe; signos que siempre están acompañados de palabras, que las iluminan; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por la fuerza divina de la gracia de Cristo.

La conclusión del pasaje de hoy (vv. 35-39) indica que el anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús encuentra su lugar más propio en el camino. A los discípulos que lo buscan para llevarlo a la ciudad —los discípulos fueron a buscarlo donde Él rezaba y querían llevarlo de nuevo a la ciudad—, ¿qué responde Jesús? «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique» (v. 38). Este ha sido el camino del Hijo de Dios y este será el camino de sus discípulos. Y deberá ser el camino de cada cristiano. El camino. Como lugar del alegre anuncio del Evangelio, pone la misión de la Iglesia bajo el signo del «ir», del camino, bajo el signo del «movimiento» y nunca de la quietud. Que la Virgen María nos ayude a estar abiertos a la voz del Espíritu Santo, que empuja a la Iglesia a poner cada vez más la propia tienda en medio de la gente para llevar a todos la palabra sanadora de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos.

 

Papa Francisco. Ángelus. 7 de febrero de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

¡De nuevo en la plaza! El Evangelio de hoy (cf. Mc 1,29-39) presenta la sanación, por parte de Jesús, de la suegra de Pedro y después de otros muchos enfermos y sufrientes que se agolpaban junto a Él. La de la suegra de Pedro es la primera sanación física contada por Marcos: la mujer se encontraba en la cama con fiebre; la actitud y el gesto de Jesús con ella son emblemáticos: «Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó» (v. 31), señala el Evangelista. Hay mucha dulzura en este sencillo acto, que parece casi natural: «La fiebre la dejó y ella se puso a servirles» (ibid.). El poder sanador de Jesús no encuentra ninguna resistencia; y la persona sanada retoma su vida normal, pensando enseguida en los otros y no en sí misma, y esto es significativo, ¡es signo de verdadera salud!

Ese día era un sábado. La gente del pueblo espera el anochecer y después, terminada la obligación del descanso, sale y lleva donde Jesús a todos los enfermos y los endemoniados. Y Él les sana, pero prohíbe a los demonios revelar que Él es el Cristo (cfr vv. 32-34). Desde el principio, por tanto, Jesús muestra su predilección por las personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu: es una predilección de Jesús acercarse a las personas que sufren tanto en el cuerpo como en el espíritu. Es la predilección del Padre, que Él encarna y manifiesta con obras y palabras. Sus discípulos han sido testigos oculares, han visto esto y después lo han testimoniado. Pero Jesús no les ha querido solo espectadores de su misión: les ha involucrado, les ha enviado, les ha dado también a ellos el poder de sanar a los enfermos y de expulsar a los demonios (cf. Mt 10,1; Mc 6,7). Y esto ha proseguido sin interrupción en la vida de la Iglesia, hasta hoy. Y esto es importante. Cuidar de los enfermos de todo tipo no es para la Iglesia una “actividad opcional”, ¡no! No es algo accesorio, no. Cuidar de los enfermos de todo tipo forma parte integrante de la misión de la Iglesia, como lo era de la de Jesús. Y esta misión es llevar la ternura de Dios a la humanidad sufriente. Nos lo recordará dentro de pocos días, el 11 de febrero, la Jornada Mundial del Enfermo.

La realidad que estamos viviendo en todo el mundo a causa de la pandemia hace particularmente actual este mensaje, esta misión esencial de la Iglesia. La voz de Job, que resuena en la Liturgia de hoy, una vez más se hace intérprete de nuestra condición humana, tan alta en la dignidad —nuestra condición humana, altísima en la dignidad— y al mismo tiempo tan frágil. Frente a esta realidad, siempre surge en el corazón la pregunta: “¿por qué?”.

Y Jesús, Verbo Encarnado, responde a este interrogante no con una explicación —a este porqué somos tan altos en la dignidad y tan frágiles en la condición—, Jesús no responde a este porqué con una explicación, sino con una presencia de amor que se inclina, que toma de la mano y hace levantarse, como hizo con la suegra de Pedro (cf. Mc 1,31). Inclinarse para hacer que el otro se levante. No olvidemos que la única forma lícita de mirar a una persona de arriba hacia abajo es cuando tú tiendes la mano para ayudarla a levantarse. La única. Y esta es la misión que Jesús ha encomendado a la Iglesia. El Hijo de Dios manifiesta su Señorío no “de arriba hacia abajo”, no a distancia, sino inclinándose, tendiendo la mano; manifiesta su Señorío en la cercanía, en la ternura y en la compasión. Cercanía, ternura, compasión son el estilo de Dios. Dios se hace cercano y se hace cercano con ternura y con compasión. Cuántas veces en el Evangelio leemos, delante de un problema de salud o cualquier problema: “tuvo compasión”. La compasión de Jesús, la cercanía de Dios en Jesús es el estilo de Dios. El Evangelio de hoy nos recuerda también que esta compasión tiene sus raíces en la íntima relación con el Padre. ¿Por qué? Antes del alba y después del anochecer, Jesús se apartaba y permanecía solo para rezar (v. 35). De allí sacaba la fuerza para cumplir su ministerio, predicando y sanando.

Que la Virgen Santa nos ayude a dejarnos sanar por Jesús —siempre lo necesitamos, todos— para poder ser a nuestra vez testigos de la ternura sanadora de Dios.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 5 de febrero de 2006.

Queridos hermanos y hermanas:

Se celebra hoy en Italia la Jornada por la vida, que constituye una magnífica ocasión para orar y reflexionar sobre los temas de la defensa y la promoción de la vida humana, especialmente cuando se encuentra en condiciones difíciles. Están presentes en la plaza de San Pedro numerosos fieles laicos que trabajan en este campo, algunos comprometidos en el Movimiento por la vida. Los saludo cordialmente, de modo especial al cardenal Camillo Ruini, que los acompaña, y les renuevo la expresión de mi aprecio por la labor que realizan para lograr que la vida sea acogida siempre como don y acompañada con amor.

A la vez que invito a meditar en el mensaje de los obispos italianos, que tiene como tema "Respetar la vida", pienso en el amado Papa Juan Pablo II, que a estos problemas dedicó una atención constante. En particular, quisiera recordar la encíclica Evangelium vitae, que publicó en 1995 y que representa una auténtica piedra miliar en el magisterio de la Iglesia sobre una cuestión tan actual y decisiva. Insertando los aspectos morales en un amplio marco espiritual y cultural, mi venerado predecesor reafirmó muchas veces que la vida humana es un valor primario, que es preciso reconocer, y el Evangelio invita a respetarla siempre. A la luz de mi reciente carta encíclica sobre el amor cristiano, quisiera subrayar también la importancia del servicio de la caridad para el apoyo y la promoción de la vida humana. Al respecto, antes que las iniciativas operativas, es fundamental promover una correcta actitud con respecto a los demás:  en efecto, la cultura de la vida se basa en la atención a los demás, sin exclusiones o discriminaciones. Toda vida humana, en cuanto tal, merece y exige que se la defienda y promueva siempre. Sabemos bien que a menudo esta verdad corre el riesgo de ser rechazada por el hedonismo difundido en las llamadas "sociedades del bienestar":  la vida se exalta mientras es placentera, pero se tiende a dejar de respetarla cuando está enferma o disminuida. En cambio, partiendo del amor profundo a toda persona, es posible realizar formas eficaces de servicio a la vida:  tanto a la que nace como a la que está marcada por la marginación o el sufrimiento, especialmente en su fase terminal.

La Virgen María acogió con amor perfecto  al  Verbo de la vida, Jesucristo, que vino al mundo para que los hombres "tengan vida en abundancia" (Jn 10, 10). A ella le encomendamos a las mujeres embarazadas, a las familias, a los agentes sanitarios y a los voluntarios comprometidos de muchos modos al servicio de la vida. Oremos, en particular, por las personas que se encuentran en situaciones de mayor dificultad.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 8 de febrero de 2009.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy el Evangelio (cf. Mc 1, 29-39) —en estrecha continuidad con el domingo precedente— nos presenta a Jesús que, después de haber predicado el sábado en la sinagoga de Cafarnaúm, curó a muchos enfermos, comenzando por la suegra de Simón. Al entrar en su casa, la encontró en la cama con fiebre e, inmediatamente, tomándola de la mano, la curó e hizo que se levantara. Después de la puesta del sol, curó a una multitud de personas afectadas por todo tipo de enfermedades. La experiencia de la curación de los enfermos ocupó gran parte de la misión pública de Cristo, y nos invita una vez más a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad en todas las situaciones en las que el ser humano pueda encontrarse. También la Jornada mundial del enfermo, que celebraremos el miércoles próximo, 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, nos ofrece esta oportunidad.

Aunque la enfermedad forma parte de la experiencia humana, no logramos habituarnos a ella, no sólo porque a veces resulta verdaderamente pesada y grave, sino fundamentalmente porque hemos sido creados para la vida, para la vida plena. Justamente nuestro "instinto interior" nos hace pensar en Dios como plenitud de vida, más aún, como Vida eterna y perfecta. Cuando somos probados por el mal y nuestras oraciones parecen vanas, surge en nosotros la duda y, angustiados, nos preguntamos: ¿cuál es la voluntad de Dios? El Evangelio nos ofrece una respuesta precisamente a este interrogante. Por ejemplo, en el pasaje de hoy leemos que "Jesús curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios" (Mc 1, 34); en otro pasaje de san Mateo se dice que "Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo" (Mt 4, 23).

Jesús no deja lugar a dudas: Dios —cuyo rostro él mismo nos ha revelado— es el Dios de la vida, que nos libra de todo mal. Los signos de este poder suyo de amor son las curaciones que realiza: así demuestra que el reino de Dios está cerca, devolviendo a hombres y mujeres la plena integridad de espíritu y cuerpo. Digo que estas curaciones son signos: no se quedan en sí mismas, sino que guían hacia el mensaje de Cristo, nos guían hacia Dios y nos dan a entender que la verdadera y más profunda enfermedad del hombre es la ausencia de Dios, de la fuente de verdad y de amor. Y sólo la reconciliación con Dios puede darnos la verdadera curación, la verdadera vida, porque una vida sin amor y sin verdad no sería vida. El reino de Dios es precisamente la presencia de la verdad y del amor; y así es curación en la profundidad de nuestro ser. Por tanto, se comprende por qué su predicación y las curaciones que realiza siempre están unidas. En efecto, forman un único mensaje de esperanza y de salvación.

Gracias a la acción del Espíritu Santo, la obra de Jesús se prolonga en la misión de la Iglesia. Mediante los sacramentos es Cristo quien comunica su vida a multitud de hermanos y hermanas, mientras cura y conforta a innumerables enfermos a través de las numerosas actividades de asistencia sanitaria que las comunidades cristianas promueven con caridad fraterna, mostrando así el verdadero rostro de Dios, su amor. Es verdad: ¡cuántos cristianos —sacerdotes, religiosos y laicos— han prestado y siguen prestando en todas las partes del mundo sus manos, sus ojos y su corazón a Cristo, verdadero médico de los cuerpos y de las almas! Oremos por todos los enfermos, especialmente por los más graves, que de ningún modo pueden valerse por sí mismos, sino que dependen totalmente de los cuidados de otros: que cada uno de ellos experimente, en la solicitud de quienes están a su lado, la fuerza del amor de Dios y la riqueza de su gracia, que nos salva. Que María, Salud de los enfermos, ruegue por nosotros.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 5 de febrero de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús que cura a los enfermos: primero a la suegra de Simón Pedro, que estaba en cama con fiebre, y él, tomándola de la mano, la sanó y la levantó; y luego a todos los enfermos en Cafarnaún, probados en el cuerpo, en la mente y en el espíritu; y «curó a muchos... y expulsó muchos demonios» (Mc 1, 34). Los cuatro evangelistas coinciden en testimoniar que la liberación de enfermedades y padecimientos de cualquier tipo constituía, junto con la predicación, la principal actividad de Jesús en su vida pública. De hecho, las enfermedades son un signo de la acción del Mal en el mundo y en el hombre, mientras que las curaciones demuestran que el reino de Dios, Dios mismo, está cerca. Jesucristo vino para vencer el mal desde la raíz, y las curaciones son un anticipo de su victoria, obtenida con su muerte y resurrección.

Un día Jesús dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos» (Mc 2, 17). En aquella ocasión se refería a los pecadores, que él había venido a llamar y a salvar, pero sigue siendo cierto que la enfermedad es una condición típicamente humana, en la que experimentamos fuertemente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. En este sentido podríamos decir, de modo paradójico, que la enfermedad puede ser un momento saludable, en el que se puede experimentar la atención de los demás y prestar atención a los demás. Sin embargo, la enfermedad es siempre una prueba, que puede llegar a ser larga y difícil. Cuando la curación no llega y el sufrimiento se prolonga, podemos quedar como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del Mal? Ciertamente con el tratamiento apropiado —la medicina en las últimas décadas ha dado grandes pasos, y por ello estamos agradecidos—, pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a las personas a quienes sana: Tu fe te ha salvado (cf. Mc 5, 34.36). Incluso frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que humanamente es imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la respuesta verdadera que derrota radicalmente al Mal. Así como Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que le venía del Padre, así también nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón inmerso en el amor de Dios. Todos conocemos personas que han soportado sufrimientos terribles, porque Dios les daba una profunda serenidad. Pienso en el reciente ejemplo de la beata Chiara Badano, segada en la flor de la juventud por un mal sin remedio: cuantos iban a visitarla recibían de ella luz y confianza. Pero en la enfermedad todos necesitamos calor humano: para consolar a una persona enferma, más que las palabras, cuenta la cercanía serena y sincera.

Queridos amigos, el próximo sábado, 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, se celebra la Jornada mundial del enfermo. Hagamos también como la gente en tiempos de Jesús: presentémosle espiritualmente a todos los enfermos, confiando en que él quiere y puede curarlos. E invoquemos la intercesión de Nuestra Señora, en especial por las situaciones de mayor sufrimiento y abandono. María, Salud de los enfermos, ruega por nosotros.

 

Francisco. Catequesis. Vicios y virtudes. 24. La avaricia.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos las catequesis sobre los vicios y las virtudes, y hoy vamos a hablar de la avaricia, es decir, aquella forma de apego al dinero que impide al ser humano ser generoso.

No es un pecado que concierne solamente a las personas que poseen ingentes patrimonios, sino un vicio transversal que a menudo no tiene nada que ver con el saldo de la cuenta corriente. Es una enfermedad del corazón, no de la cartera.

Los análisis que hicieron los padres del desierto sobre este mal sacaron a la luz que la avaricia podía apoderarse también de los monjes, quienes, tras haber renunciado a enormes herencias, en la soledad de su celda se habían atado a objetos de poco valor: no los prestaban, no los compartían y aún menos estaban dispuestos a regalarlos. Un apego a pequeñas cosas que quita la libertad. Esos objetos se volvían para ellos una especie de fetiche del que era imposible desprenderse. Una forma de regresión a la fase de los niños que agarran un juguete repitiendo: “¡Es mío! ¡Es mío!”. En esta afirmación se esconde una relación enfermiza con la realidad, que puede desembocar en formas de acaparamiento compulsivo o acumulación patológica.

Para recuperarse de esta enfermedad, los monjes proponían un método drástico pero muy eficaz: la meditación sobre la muerte. Por mucho que una persona acumule bienes en este mundo, de una cosa estamos absolutamente seguros: de que no cabrán en el ataúd. Nosotros no podemos llevarnos los bienes. Aquí se revela la insensatez de este vicio. El vínculo de posesión que construimos con las cosas es sólo aparente, porque no somos los amos del mundo: esta tierra que amamos no es en verdad nuestra, y nos movemos por ella como extranjeros y peregrinos…”. (cfr. Lv 25,23).

Estas simples consideraciones nos hacen intuir la locura de la avaricia, pero también, su razón más recóndita. Es un tentativo de exorcizar el miedo a la muerte: busca seguridades que en realidad se desmoronan en el mismo momento en el que las agarramos. Recuerden la parábola del hombre necio, cuyo campo había ofrecido una cosecha abundante, y por eso se adormece pensando en cómo agrandar sus almacenes para meter toda la cosecha. Ese hombre había calculado todo, había planeado el futuro. Sin embargo, no había considerado la variable más segura de la vida:  la muerte. “Necio”, dice el Evangelio, “esta misma noche te será demandada tu vida. Y las cosas que preparaste ¿para quién serán?” (Lc 12,20).

En otros casos, son los ladrones quienes nos prestan este servicio. Incluso en los Evangelios aparecen muchas veces, y aunque sus acciones son censurables, pueden convertirse en una advertencia saludable. Así predica Jesús en el Sermón de la montaña: «No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban.» (Mt 6,19-20). Siempre en los relatos de los padres del desierto, se cuenta la historia de un ladrón que sorprende al monje mientras duerme y le roba los pocos bienes que guardaba en su celda. Cuando despierta, el monje, nada turbado por el incidente, se pone tras la pista del ladrón y, cuando lo encuentra, en lugar de reclamar los bienes robados le entrega las pocas cosas que le quedan diciéndole: "¡Te olvidaste de llevarte esto!".

Nosotros, hermanos y hermanas, podemos ser señores de los bienes que poseemos, pero a menudo ocurre lo contrario: al final, ellos nos poseen. Algunos hombres ricos no son libres, ni siquiera tienen tiempo para descansar, tienen que cubrirse las espaldas porque la acumulación de bienes exige también su custodia. Están siempre angustiados, porque un patrimonio se construye con mucho sudor, pero puede desaparecer en un momento. Olvidan la predicación evangélica, que no afirma que las riquezas sean en sí mismas un pecado, pero sí que son ciertamente una responsabilidad. Dios no es pobre: es el Señor de todo, pero - escribe San Pablo- «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8,9).

Eso es lo que el avaro no comprende. Podría haber sido causa de bendición para muchos, pero en lugar de eso, se metió en el callejón sin salida de la infelicidad. Y la vida del avaro es fea: yo me acuerdo el caso de un señor que conocí en la otra diócesis, un hombre muy rico que tenía la mamá enferma. Estaba casado. Y los hermanos se turnaban para cuidar a la mamá, y la mamá se tomaba un yogur por la mañana. Este señor le daba la mitad por la mañana para darle la otra mitad por la tarde y ahorrar medio yogur. Así es la avaricia, así es el apego a los bienes. Entonces murió este señor, y los comentarios de la gente que acudió al velatorio fueron estos: “Se nota que este hombre no lleva consigo nada: dejó todo…”. Y luego, burlándose un poco, decían: “No, no, no pudieron cerrar el ataúd porque quería llevarse todo”. Y esto, de la avaricia, hace reír a los demás: que al final hay que entregar nuestro cuerpo y nuestra alma al Señor, y hay que dejar todo. ¡Tengamos cuidado! Y seamos generosos, generosos con todos y generosos con los que más nos necesitan. Gracias.

 

MISA DE NIÑOS. VI TIEMPO ORDINARIO.

Monición de entrada.

Buenos días:

Hemos venido a misa para estar con juntos formando la familia de Jesús en nuestro pueblo.

Además el dinero que recojamos en la bandeja irá a Manos Unidas.

Y ellos se la darán a los misioneros y misioneras para que hagan escuelas, pozos, hospitales.

Y es la fiesta de la Virgen de Lourdes. Porque hoy se apareció la Virgen a la niña Bernardita.

Por eso en la misa nos acordamos de las personas que están malitas.

 

Señor, ten piedad.

Tu que quieres a todos. Señor, ten piedad.

Tú que no quieres que nadie se vaya de la iglesia. Cristo, ten piedad.

Tú que nos perdonas a todos. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.

-Por el Papa Francisco que nos enseña que la iglesia es una casa con la puerta abierta a todas las personas. Te lo pedimos Señor.

-Por la Iglesia, enviada por Jesús a anunciarle. Te lo pedimos Señor.

-Por los enfermos y las personas que les ayudan. Te lo pedimos, Señor.

-Por los misioneros y las personas que vamos a ayudar. Te lo pedimos Señor.

-Por Manos Unidas. Te lo pedimos Señor.

-Por nosotros y los que estamos en misa. Señor.

 

Acción de gracias.

San José este domingo es segundo y nos acordamos cuando nació Jesús, en el portal de Belén y fueron a verle los pastores y los Magos. Te pedimos que nos ayudes a cuidar de los hermanos más pequeños y de los abuelos cuando están enfermos.

 

ORACIÓN JUNIORS.  DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO.

 

EXPERIENCIA.

Entra en https://www.youtube.com/watch?v=RrhpdhOeW34

¿Quiénes son los protagonistas?

¿Qué hacen?

¿Cuál es la frase y la imagen que más te han llamado la atención? ¿Por qué?

Sitúate en el lugar del personal sanitario: ¿Cómo te sientes?

Sitúate en el lugar de las personas enfermas de Covid, cuidadas por ellas y ellos: ¿Cómo te sientes?

¿Conoces a alguna persona que ha sufrido la pandemia o has dado positivo? Recuerda a quienes durante esos días se preocuparon por ti.

 

REFLEXIÓN.

Toma la Biblia, busca Marcos 1, 29-39.

Lee el texto: ¿qué dice?, ¿qué te dice? y ¿qué le dices?

Relaciónalo con el vídeo: ¿quiénes son hoy los enfermos?

 

COMPROMISO.

Proponte escribir un whatsup o mediante otra red social a alguna persona que conoces y hace tiempo que no has hablado con ella.

 

CELEBRACIÓN.

Busca en tu casa o por internet una imagen de Jesús, o si tienes una medalla o cruz, mírala, apriétala en tus manos, piensa en tus sufrimientos, pídele fe, esperanza y amor para poder aceptarlos y luchar con paz interior. Pídele por las personas que están necesitadas de tu oración, tu familia, tus amigos, el grupo de Juniors, catequesis, tu parroquia, tus compañeros de trabajo, el Papa Francisco.

 

Jesús, nosotros creemos y confiamos en Ti.

Creemos que eres el Hijo de Dios

porque haces cosas admirables en nombre de Dios Padre.

Tú eres nuestro Salvador. Sabemos que has venido al mundo

para curarnos del pecado que nos impide amar a Dios y a los demás

como Tú nos enseñas. ¡Te damos gracias, Señor!

 

BIBLIOGRAFÍA.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. BAC. Madrid. 2016.

Biblia de Jerusalén. 5ª edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.

Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.

Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.

Catecismo de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociación de Editores del Catecismo. Barcelona 2020.

La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Ciudad Nueva. Madrid. 2006.

Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.

San Juan de Ávila. Obras Completas I. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid. 2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores. BAC. Madrid. 2013.

San Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid.   2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.

https://www.servicioskoinonia.org/romero/homilias/B/#IRA

www.vatican.va

No hay comentarios: