Primera
lectura.
Lectura del libro de
Isaías 22, 19-23
Esto dice el Señor a
Sobná, mayordomo de palacio:
-Te echaré de tu puesto,
te destituirán de tu cargo. Aquel día llamaré a mi siervo, a Eliaquín, hijo de Esquías,
le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para
los habitantes de Jerusalén y para el pueblo de Judá. Pongo sobre sus hombros
la llave del palacio de David: abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá.
Lo clavaré como una estaca en un lugar seguro, será un trono de gloria para la
estirpe de su padre.
Textos paralelos.
Aquel día llamaré
a mi siervo Eliaquín.
Is 36, 3: Salieron a recibirlo Eliaquín, hijo de Jelcías,
mayordomo de palacio; Sobna, el secretario, y Yoaj el canciller, hijo de Asaf.
Is 36, 11: Eliaquín, Sobná y Yoaj dijeron al copero
mayor: “Por favor, háblanos en arameo, que lo entendemos; no nos hables en
hebreo ante la gente que está en las murallas.
Is 36, 22: Entonces Eliaquín, hijo de Jelcías, el
mayordomo de palacio, Sobná, el secretario, y Yoaj el canciller, hijo de Asaf,
se presentaron al rey Ezequías con las vestiduras rasgadas y le comunicaron las
palabras del copero mayor.
2 R 18, 18: Llamaron al rey, y salieron a recibirlos
Eliacín, hijo de Jelcías, mayordomo de palacio; Sobná, el secretario, y el heraldo
Yoaj, hijo de Asaf.
2 R 18, 26: Eliacín, hijo de Jelcías, Sobná y Yoaj
dijeron al copero mayor: “Por favor, háblanos en arameo, que lo entendemos. No
nos hables en hebreo, ante la gente que está en las murallas.
2 R 18, 37: Eliacín, hijo de Jelcías, mayordomo de
palacio; Sobná, el secretario, y el heraldo Yoaj, hijo de Asaf, se presentaron
al rey con las vestiduras rasgadas, y le comunicaron las palabras del copero
mayor.
Notas exegéticas.
22 Este oráculo se sitúa después de la liberación de Jerusalén el
701, que puso fin a la campaña hasta entonces victoriosa de Senaquerib.
22 19 “te destituiré” versiones: “te destituirá”, hebreo.
22 22 Abrir y cerrar las puertas de la “casa del rey” era una función
del visir egipcio; cuyo equivalente en Israel es el mayordomo del palacio. Esa
será la función de Pedro en la Iglesia, reino de Dios. Mt 16 19, Ap 3 7 citará
este texto y lo aplicará al Mesías como lo hace la liturgia en la antífona del
Magnificat en las vísperas del 20 de diciembre: “O clavis David et sceptrum
domuns Israel”.
Salmo responsorial
Sal 137, 1-3.6.8cd
R/. Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra
de tus manos.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi
boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario. R/.
Daré gracias a tu nombre,
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor de mi alma. R/.
El Señor es sublime, se fija en el
humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.
Textos paralelos.
Te doy gracias Yahvé
de todo corazón.
Sal 9, 2: Te doy
gracias, Señor, de todo corazón / contando todas tus maravillas.
Me postraré en
dirección a tu santo Templo.
Sal 5, 8: Yo en cambio,
por tu gran bondad, / puedo entrar en tu casa / y postrarme hacia tu santuario
/ con reverencia.
¡Excelso es Yahvé, y
mira al humilde!
Is 57, 15: Porque así
dice el Alto y Excelso, / Morador eterno, / cuyo nombre es Santo. / Yo moro en
la altura sagrada, / pero estoy con los de ánimo / humilde y quebrantado, /
para reanimar a los humildes, / para reanimar el corazón quebrantado.
Lc 1, 51-52: Su poder se
ejerce con su brazo; / desbarata a los soberbios en sus planes.
¡Tu amor es eterno,
Yahvé!
Sal 100, 5: “El Señor es
bueno, su misericordia es eterna, / su fidelidad de edad en edad”.
Notas exegéticas.
Sal 137, 1-3.6.8cd
138 1 (a) Griego. Verso omitido por hebreo.
138 1 (b) En lugar de “ángeles” (griego, Vulgata, ver Sal 8 6 [el autor
piensa en los seres misteriosos que componen la corte de Yahvé, los “ángeles”
del griego y de la Vulgata]), se traduce a veces “dioses” (los ídolos a los que
desafía el salmista): siriaco traduce “reyes”, ver Sal 45 7, y el Tárgum “jueces”,
ver Sal 58 2.
138 2 Lit. “has engrandecido tu promesa por encima de tu renombre”.
Texto dudoso.
138 3 “aumentaste”, siriaco; “me conturbaste” hebreo.
Segunda lectura.
Lectura de la segunda
carta del apóstol san Pablo a los Romanos 11, 33-36.
¡Qué abismo de riqueza,
de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y
qué irrastreables sus caminos! En efecto, ¿quién le ha dado primero para tener
derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él existe todo. A él la
gloria por los siglos. Amén.
Textos paralelos.
¡Qué abismo de riqueza, de
sabiduría y de ciencia hay en Dios!
Sal 139, 6: Tanto saber me sobrepasa, / es sublime y no lo abarco.
¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!
Is 40, 28: ¿A caso no lo sabes, / es que no lo has oído? / El Señor es
un Dios eterno / y creó los confines del orbe.
En efecto, ¿quién conoció el pensamiento del Señor?
Jb 15, 8: ¿Has asistido al consejo de Dios?, / ¿has acaparado la
sabiduría?
Is 40, 13: ¿Quién ha medido / el espíritu del Señor? / ¿Quién le ha
sugerido su proyecto?
1 Co 2, 11: Para no dar ocasión a Satanás, que se nos ocultan sus
ardides.
1 Co 2, 16: Para estos hedor de muerte que mata, para aquellos
fragancia de vida que purifica.
Porque todas las cosas provienen de él.
1 Co 8, 6: Para nosotros existe un solo Dios, el Padre, que es principio
de todo y fin nuestro, y existe un solo Señor Jesucristo, por quien todo existe
y también nosotros.
Col 1, 16-17: Pues por él fue creado todo, en el cielo y en la tierra:
/ lo visible y lo invisible, / majestades, señoríos, autoridades y potestades.
/ Todo fue creado por él y para él, él es anterior a todo y todo tiene en él su
consistencia.
Textos paralelos.
Mc 8, 27-30 |
Mt 16, 13-19 |
Lc 9, 18-21 |
Jesús
emprendió el viaje con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Felipe. Por
el camino preguntaba a los discípulos: -¿Quién
dicen los hombres que soy yo? Respondieron:
-Unos
que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que uno de los profetas. Él
les preguntó a ellos: -Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondió
Pedro: -Tú
eres el Mesías. Entonces los amonestó para que a nadie
hablasen de ello. |
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: -Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno
de los profetas. Él les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora
yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el
poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los
cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que
desates en la tierra quedará desatado en los cielos. |
Estando
él una vez orando a solas, se
acercaron los discípulos y él los interrogó: -¿Quién
dice la gente que soy yo? Contestaron:
-Unos
que Juan Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha surgido un profeta de
los antiguos. Les preguntó:
-Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondió
Pedro: -Tú
eres el Mesías de Dios. Él
los amonestó encargándoles que no se lo dijeran a nadie. |
Unos que Juan el Bautista.
Mt 8, 20: Las zorras tienen madrigueras, los pájaros tienen nidos, pero
este Hombre no tiene donde recostar la cabeza.
Mt 14, 2: Y [Herodes] dijo a sus cortesanos: “Este es Juan el Bautista,
que ha resucitado, y por eso el poder milagroso actúa por medio de él”.
Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Mt 14, 28: Pedro le contestó: “Señor, si eres tú, mándame ir por el
agua hasta ti”.
Mt 4 3: Se acercó el tentador y le dijo: “Si eres hijo de Dios, di que
estas piedras se conviertan en pan”.
Jn 6, 69: Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Consagrado
de Dios.
Mt 11, 27: Todo me lo ha encomendado mi Padre: nadie conoce al Hijo,
sino el Padre, nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo decida
revelárselo.
Gal 1, 15-16a: Pero, cuando el que me apartó desde el vientre materno y
me llamó por puro favor, tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo
anunciara a los paganos.
Rm 7, 5: Mientras vivimos bajo el instinto, las pasiones pecaminosas,
incitadas por la ley, actuaban en nuestros miembros y dábamos fruto para la
muerte.
Hb 2, 14: Como los hijos comparten carne y sangre, lo mismo las
compartió él, apra anular con su muerte al que controlaba la muerte, es decir,
al Diablo.
Gn 17, 5: Ya no te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque te hago padre
de una multitud.
Is 28, 16: Él Señor dice así: Mirad, yo coloco en Sión una piedra /
probada, angular, / preciosa, de cimiento: / “Quien se apoya no vacila”.
Jn 1, 42: Y lo condujo a Jesús. Jesús lo miró y dijo: “Tú eres Simón
hijo de Juan; te llamarás Cefas (que significa piedra).
Gn 22, 17: Te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las
estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán
las ciudades de sus enemigos.
Is 45, 1-2: Así dice el Señor / a su ungido, Ciro, / a quien lleva de
la mano. / Doblegaré ante él naciones, / desceñiré las cinturas de los reyes, /
abriré ante él las puertas, / los batientes no se cerrarán. / Yo iré delante de
ti / allanándote cerros: haré trizas las
puertas de bronce, / arrancaré los cerrojos de hierro.
Jb 38, 17: ¿Te han enseñado las puertas de la Muerte, / o has visto los
portales de las Sombras?
Sal 9, 14: ¡Piedad, Señor! Mira mi desgracia, / tú que levantas del
portal de la Muerte.
Sb 16, 13: Porque tú tienes poder sobre la vida y la muerte, / llevas a
las puertas del infierno y haces regresar.
Lc 22, 32: Pero yo he rezado por ti para que no falle tu fe. Y tú, una
vez convertido, fortalece a tus hermanos.
Is 22, 22: Le pondré en el hombre / la llave del palacio de David: / lo
que él abra nadie lo cerrará, / lo que él cierre nadie lo abrirá.
Ap 3, 7: Al ángel de la iglesia de Filadelfia escríbele: Esto dice el
Santo, el veraz, el que tiene la llave de David; el que abre y nadie cierra,
cierra y nadie abre.
Mt 18, 18: Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el
cielo, lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Jn 20, 23: A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a
quienes se los mantengáis les quedan mantenidos.
Dt 17, 8-9: Si una causa te parece demasiado difícil de sentenciar,
causas dudosas de homicidio, pleitos, lesiones, que surjan en tus ciudades,
subirás al lugar elegido por el Señor, acudirás a los sacerdotes levitas, al
juez que esté en funciones y les consultarás: ellos te comunicarán la sentencia.
Mc 1, 34: Él curó a muchos enfermos de dolencias diversas, expulsó
muchos demonios, y no les permitía hablar, porque lo conocían.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
16 13 Encontramos en el Pentateuco paralelos sobre
la institución de un “alto funcionario”.
16 14 Este título de “profeta”, que Jesús solo de
manera indirecta y velada reivindica, pero que la gente le otorga claramente,
tenía valor mesiánico. Pues el espíritu de profecía, extinguido desde
Malaquías, debía reaparecer, según expertos del Judaísmo, como señal de la era
mesiánica o en la persona de Elías, o, en forma de efusión general del Espíritu.
De hecho muchos (falsos) profetas se presentaron en tiempo de Jesús. Juan
Bautista fue, sí, verdadero profeta, pero el título de precursor venido con el espíritu
de Elías y él mismo negó ser “el Profeta” que había anunciado Moisés. Solo
Jesús es para la fe cristiana este Profeta. Sin embargo, habiéndose difundido el
carisma profético en la Iglesia primitiva después de Pentecostés este título de
Jesús cayó pronto en desuso ante otros títulos más específicos de la
cristología.
16 16 A la confesión de la mesianidad de Jesús
referida por Mc y Lc Mt añade la de la filiación divina.
16 17 Esta expresión designa al hombre, subrayando
el aspecto material limitado de su naturaleza por oposición al mundo de los
espíritus.
16 18 (a) Este cambio de nombre pudo haberse producido
antes. El término griego Pétros no se usaba como nombre de persona antes
que Jesús llamara así al jefe de los apóstoles para simbolizar su papel en la
fundación de la Iglesia. Pero su correspondiente arameo Kefa (“piedra”)
está atestiguado por lo menos una vez en un documento de Elefantita, en 416 a.
de JC.
16 18 (b) El término semítico traducido por ekklesía
significa “asamblea” y se encuentra con frecuencia en el AT para designar a
la comunidad del pueblo elegido. Algunos círculos judíos, que se creían el
Resto de Israel de los últimos tiempos, como la comunidad de Qumrán, denominaron
así a su agrupación. El término ekklesía designa aquí a la nueva
comunidad que Jesús va a crear y de la que san Pedro será los cimientos. Esta
declaración de Jesús corresponde al papel eminente que, según el NT, ejerció
Pedro en los primeros días de la Iglesia. La tradición católica se refiere a
este texto para fundamentar la doctrina según la cual los sucesores de Pedro
heredan su primado. La tradición ortodoxa considera que, en sus diócesis, todos
los obispos que confiesan la verdadera fe están en la línea de sucesión de
Pedro y en la del resto de los apóstoles. Los exégetas protestantes, al tiempo
que reconocen el puesto y el papel privilegiado de Pedro en los orígenes de la
Iglesia, creen que Jesús solo se refiere aquí a la persona de Pedro.
16 18 (c) Sobre el Hades (en hebreo el seol)
designación de la mansión de los muertos. Aquí sus “puertas” personificadas
evocan las potencias del Mal que, tras haber arrastrado a los hombres a la
muerte del pecado, los encadenan definitivamente en la muerte eterna. A imitación
de su Maestro, muerto, “descendido a los infiernos” y resucitado, la misión de
la Iglesia será la de arrancar a los elegidos al imperio de la muerte temporal
y sobre todo eterna, para hacerles entrar en el Reino de los Cielos.
16 19 Al igual que la Ciudad de la Muerte, también
la Ciudad de Dios tiene puertas, que no dejan entrar más que los dignos de
ella. “Atar” y “desatar” son dos términos técnicos del lenguaje rabínico que
primeramente se aplicaban al campo disciplinar de la excomunión a la que se “condena”
(atar) o de la que se “absuelve” (desatar) a alguien, y ulteriormente a las
decisiones doctrinales o jurídicas, con el sentido de “prohibir” (atar) o “permitir”
(desatar). Pedro, como mayordomo (cuyo distintivo son las llaves) de la Casa de
Dios, ejercerá el poder disciplinar de admitir o excluir a quien le parezca
bien, y administrará la comunidad por medio de todas las decisiones oportunas
en materia de doctrina y de moral. Esta autoridad prometida a Pedro se amplía
después al conjunto de los discípulos, el colegio apostólico; se le concede a
los discípulos reunidos. Se manifiesta especialmente en el perdón de los
pecados y permite el acceso al Reino de Dios. Este se halla, pues vinculado de
algún modo a una Iglesia cuyos rasgos no son todavía precisos, pero que aparece
ya aquí, con el poder de las llaves, como no desprovista de ciertas estructuras.
– La exégesis católica sostiene que estas promesas eternas no valen solo para la
persona de Pedro, sino también para sus sucesores, si bien esta consecuencia no
está explícitamente indicada en el texto –. Dos textos más, Lc 22, 31s y Jn 21,
15s. subrayan que el primado de Pedro se ha de ejercer especialmente en el
orden de la fe.
16 20 Vulgata: “Jesucristo”.
Notas exegéticas Nuevo Testamento,
versión crítica
13-20 De los tres pasajes del NT sobre la primacía o primado de Pedro en la
Iglesia (Mt 16, 13-20; Lc 22, 32; Jn 21, 15-17), este de Mt, críticamente seguro,
es de especial importancia. Es de fe divina y católica, solemnemente definida
(DS 3055), que Cristo, conforme a su promesa, concedió a Pedro el primado de
jurisdicción sobre toda la Iglesia.
13 CESAREA
DE: Herodes FILIPO: de construcción reciente, esta ciudad, llamada así en honor
del emperador (=césar) Tiberio y de Filipo el tetrarca, daba nombre a su distrito;
estaba en el norte de Palestina, al pie del monte Hermón, cerca del nacimiento
del Jordán. // PREGUNTÓ: lit. preguntaba, los apremiaba o estimulaba con
preguntas.
16 En
la primera parte de su respuesta, Pedro confiesa la dignidad mesiánica
de Jesús; en la segunda, la calidad mesiánica de Jesús: es más que “Hijo
de David”, está en relación completamente única con Dios-Padre. “La primitiva
forma del dogma cristiano es la profesión de fe, centran en el NT: Jesucristo
es Hijo de Dios” (Comisión Teológica Internacional, 31 octubre 1989). // VIVO:
en vez de esta palabra, el texto griego llamado “occidental” (códice D) traduce
que salva; quizás leyó el arameo jyy, que puede significar las
dos cosas.
17 FELIZ
TÚ (lit. feliz eres), SIMÓN BARJONÁ: SIMÓN (o Simeón) es nombre hebreo de
persona, frecuente en el NT; significa: “el Señor escucha”, BARJONÁ (aramaísmo)
significa “hijo de Jonás” o “hijo de Juan”, Jn 1, 43). Al pronunciar ese nombre
con su apellido, Jesús los inutiliza y los deja anticuados; en adelante, con la
misma importancia y fuerza que revisten en la Biblia los cambios de nombre,
SIMÓN se llamará y será Pedro, aunque, hasta la efusión del Espíritu en
Pentecostés coexistirán en él el hombre viejo (el Simón de las
negaciones en la pasión) con el hombre nuevo (el Pedro del arrepentimiento
y del “Tú sabes que te amo”). // CARNE Y SANGRE (hebraísmo): la naturaleza
humana, una criatura de carne y hueso con sus propias fuerzas naturales y con
el matiz peyorativo de debilidad y limitación.
18 PEDRO
Y PEÑA, traducen el arameo kêfa (“Cefas” 1 Cor 1, 12). El mejor
equivalente griego sería pétra (“roca”, “peñasco”), no pétros,
que significa “piedra”, “guijarro” (sin solidez), pero el masculino pétros pareció
a los primeros cristianos más apto para nombre de varón, aunque, como tal, inusitado
hasta entonces; así lo tradujeron al griego. “Dar Cristo a san Pedro este nuevo
público nombre fue cierta señal [de] que en lo secreto del alma le infundía a
él, más que a ninguno de sus compañeros, un don de firmeza no vencible” (fray
Luis de León). // EDIFICARÉ la Iglesia, como plaza fortificada sobre roca (cf.
7, 24s), como ciudad en la cima de un monte (cf. 5, 14). En textos de Qumrán
(como 4QpSI 37, col. III, 16) se habla del Maestro a quien Yahweh estableció para
“edificar” la comunidad de los que pertenecen a la sociedad de salvación; en
algún pasaje se habla de poner “sobre la roca” el cimiento de una “construcción
solida que no se derrumbará”. // MI IGLESIA: solo Mt, entre los evangelistas,
emplea este vocablo (cf. Hch 5, 11); aquí con el sentido de comunidad universal
de los creyentes en Cristo (“mi Iglesia). En 18, 17 se trata
de la comunidad local, dotada de cierta estructura. // LAS PUERTAS (metonimia
= ciudad amurallada) DE LA MORADA DE LOS MUERTOS (cf. Ap 1, 17s): circunlocución
hebrea, que significa las fuerzas de la muerte, de la destrucción; menos exactamente
de la ciudad infernal, o el anti-reino. Esas fuerzas contrarias NO PODRÁN
CONTRA ELLA, es decir, la Iglesia no morirá, no será destruida (menos
exactamente: “la ciudad infernal no la vencerá”).
19 LAS
LLAVES: símbolo de poder, en el AT y en el rabinismo; en particular, del
poder de enseñar, de adoctrinar. Pedro administra un poder cuyo dueño es Jesús.
EL REINO DE LOS CIELOS es aquí, por contexto, el reino de Dios existente en la
tierra (cuyo instrumento de extensión, y su puerta de entrada, es la Iglesia).
Jesús entregará a Pedro la suprema autoridad visible sobre su Iglesia; cuando
Jesús se ausente visiblemente, Pedro quedará haciéndolo presente y visible, con
una presencia singular. // LO QUE ATES… LO QUE DESATES (cf. 18, 18): esa bina de
términos opuestos es un semitismo que indica totalidad de poder: todo poder.
¿En qué campo? En terminología rabínica, “atar y desatar” es “declarar lícito-declarar
ilícito” en lo doctrinal, permitir-prohibir, y “admitir-rechazar”
(in-comulgar y excomulgar) en la comunidad religiosa, sin duda, incluye
plenos poderes para absolver o condenar; en N es frecuente la perífrasis “sry-sbq”
para indicar el perdón (cf. Jn 20, 20). La afirmación de Lutero, de que estas
palabras de Jesús solo se dirigían a Pedro, no a sus sucesores, es una de las
proposiciones condenadas por la bula Exurge, Domine, de León X (DS
1476).
20 Sobre
la consigna del silencio, cf. Mc 8, 29s; 9,9.
Notas exegéticas desde la Biblia Didajé:
16, 13-20 Simón Pedro fue el primero de los apóstoles en Mateo que reconoce
verbalmente que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (una verdad indispensable
de la fe que le había sido revelada por el Padre a través del Espíritu). Cat.
50, 153, 298, 424, 440-442.
16, 18 Cristo cambió el nombre de Simón por Pedro, “piedra”, y designó a este
como la piedra sobre la que edificaría su Iglesia. Pedro serviría como punto
visible de unidad y sería pastor de los apóstoles y de la Iglesia entera. Esta
llamada especial al Pedro es el origen del ministerio petrino, el oficio papal,
que continua en el obispo de Roma en una línea ininterrumpida hasta nuestros
días. La autoridad del obispo en su diócesis está representada por su sede (en
latín, cathedra). Cat. 552-553, 816, 834, 881, 935-937.
16, 19 Estas “llaves” representan la autoridad otorgada a Pedro para regir la
Iglesia e incluyen tanto el poder de absolver pecados como el de llevar a cabo
pronunciamientos doctrinales y disciplinares. Por lo tanto, Pedro y sus sucesores,
los obispos de Roma, son el signo de la unidad de la Iglesia entera. La Iglesia
ha interpretado siempre que esta autoridad se ha entregado a los sucesores de
Pedro, los papas. Esta garantía de verdad se vio reforzada con el dogma de la
infalibilidad papal en materia de fe y de moral, formalmente definido en el Concilio
Vaticano I en el año 1870. Cat. 85-86, 567, 869, 1444.
Catecismo de la Iglesia Católica.
50 Mediante
la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus
obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo
alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación Divina (cf. C. Vaticano
I, Dei Filius). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se
da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que
estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela
plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al
Espíritu Santo.
153 Cuando san Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús
le declara que esta revelación no le ha venido “de la carne y de la sangre,
sino de mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17). La fe es un don de Dios,
una virtud sobrenatural infundida por Él. “Para dar esta respuesta de la fe es
necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con los
auxilios interiores del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios,
abre los ojos del espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la
verdad” (C. Vaticano II, Dei Verbum, 5).
424. Movidos por la gracia del Espíritu Santo y atraídos por el Padre,
nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios vivo” (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por Pedro, Cristo
ha construido su Iglesia.
440 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías
anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre.
552 En el colegio de los Doce, Simón Pedro ocupa el primer lugar. Jesús le
confía una misión única. Gracias a una revelación del Padre, Pedro había
confesado: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Entonces
Nuestro Señor te declaró: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,
y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). Cristo, “Piedra
viva” (cf. Mc 3, 16), asegura a su Iglesia edificada sobre Pedro, la victoria
sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa de la fe confesada por él, será
la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión de custodiar esta fe
ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a sus hermanos” (Lc 22, 32).
553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: “A ti te daré las
llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los
cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,
19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios,
que es la Iglesia.
881 El Señor hizo de Simó, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él,
la piedra de la Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16, 18-19); lo
instituyó pastor de todo el rebaño. “Consta que también el colegio de los apóstoles,
unido a su cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro” (C.
Vaticano II, Lumen gentium, 22). Este oficio pastoral de Pedro y de los
demás Apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se continua por los
obispos bajo el primado del Papa.
937 El Papa “goza, por institución divina, de una potestad suprema, plena,
inmediata y universal para cuidar las almas” (C. Vaticano II, Chistus
Dominus, 2).
Concilio Vaticano II
En esta Iglesia de Cristo, el Romano Pontífice es el sucesor de Pedro, a
quien Cristo encarrgó apacentar sus ovejas y corderos. Como tal, goza, por
institución divina, de una potestad suprema, plena, inmediata y universal para
cuidar las almas. Él ha sido enviado como pastor de todos los fieles para
procurar el bien común de la Iglesia universal y el bien de cada Iglesia. Por
eso tiene el primado de la potestad ordinaria sobre todas las Iglesias.
Decreto Crhistus Dominus, 2.
Los Santos Padres.
Vosotros, es decir, los que estáis siempre conmigo, los que me veis hacer
milagros, los que por virtud mía habéis hecho también muchos.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev de Mateo, 54. 1b, pg. 52.
No dijo Pedro: tú eres Cristo, o hijo de Dios, sino “el Cristo, el Hijo
de Dios”. Pues hay muchos cristos de acuerdo a la gracia, que tienen la
dignidad de la adopción, pero solo uno es por naturaleza el Hijo de Dios. Por
esto dijo: “el Cristo, el Hijo de Dios” con artículo determinado. Llamándolo “hijo
de Dios vivo” muestra que Él es la vida y que la muerte no lo domina. E incluso
si la carne fuera débil durante un corto espacio de tiempo y muriera, se
levantaría, pues, la Palabra que hay en ella y que no puede ser dominada por
las cadenas de la muerte.
Cirilo de Alejandría. Fragmentos sobre el Ev. de Mateo, 190. 1b,
pg. 73.
San Jerónimo.
13. No dijo: ¿quién dicen los hombres que soy yo? sino el hijo del
hombre, para que no creyeran que s pregunta estaba inspirada por la
vanidad. Y fíjate que en todas partes donde en el Antiguo Testamento figura “hijo
del hombre”, el hebreo trae “hijo de Adán”, y allí donde leemos en el salmo: Hijos
del hombre, ¿hasta cuándo vais a tener el corazón injurioso? (Sal 4,3), el
hebreo dice “hijos de Adán”. La pregunta está, pues, bien planteada: ¿Quién dicen
los hombres que es el hijo del hombre? porque los que hablan del hijo del
hombre son hombres, pero los que reconocen su divinidad ya no son hombres, sino
dioses.
15.16. Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Prudente lector, fíjate que, según el
contexto, los apóstoles no son llamados hombres sino dioses, pues después de
estas palabras agregó, ¿quién decís que soy? Ellos, porque son hombres,
opinan como hombres, pero vosotros que sois dioses, ¿quién creéis que soy? Pedro,
en nombre de todos los apóstoles, hace esta profesión de fe: Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo. Lo llama Dios vivo para distinguirlo de los otros
dioses, que pasan por dioses pero están muertos: Saturno, Júpiter, Ceres, Baco,
Hércules y todos los otros ídolos monstruosos.
17.
De su profesión de fe proviene el nombre que indica que ha recibido su
revelación del Espíritu Santo, de quien debe también ser hijo. En efeto, Bar
Iona significa en nuestra lengua [latín] “hijo de la paloma”. Otros entienden
simplemente que Simón, es decir Pedro, es hijo de Juan, según la pregunta hecha
en otro pasaje: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? (Jn 21, 16), a lo que
respondió: Ser, tú lo sabes y pretenden que hay un error de los copistas:
en lugar de “Bar Iohanna”, es decir, hijo de Juan, omitiendo una sílaba,
habrían escrito Bar Iona. Iohanna significa gracia del Señor. Los dos nombres
admiten una interpretación mística porque la paloma designa al Espíritu Santo y
la gracia de Dios un don del Espíritu. En cuanto a las palabras: Porque no
te lo reveló la carne ni la sangre, compáralas al relato del Apóstol donde
dice: De inmediato, sin consultar a la carne ni a la sangre (Ga 1, 16);
aquí la carne y la sangre designa a los judíos, de modo que, con otros
términos, se muestra que no es la doctrina de los Fariseos sino la gracia de
Dios la que le ha revelado a Cristo, Hijo de Dios.
18. Que tú eres pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Así como él mismo dio la luz a
los apóstoles para que fueran llamados luz del mundo (cf. Mt 5, 6) y también
los otros nombres que recibieron del Señor, así a Pedro, que creía en la piedra
que es Cristo, le fue concedido el nombre de Pedro y, siguiendo con la metáfora
de Piedra le dice justamente: Edificaré mi Iglesia sobre ti. Y las puertas
del infierno no prevalecerán contra ella. Por puertas del infierno yo
entiendo los vicios y pecados o, al menos, las doctrinas de los herejes que seducen
a los hombres y los conducen al infierno. Nadie crea, pues, que se trata de la
muerte y que los apóstoles no estaban sujetos a la condición mortal ya que vemos
resplandecer su martirio.
19.
Te daré las llaves… No sea que al no comprender este pasaje los obispos
y presbíteros adquieran un orgullo farisaico y condenen a los inocentes o
juzguen que pueden absolver a los culpables, cuando Dios examina no la sentencia
de los sacerdotes sino la vida de los acusados. Leemos en el Levítico, respecto
de los leprosos, que deben mostrarse a los sacerdotes y, si tuvieran lepra,
ellos lo declararán impuros. No se trata de que los sacerdotes los hagan leprosos
o impuros, sino que, como saben distinguir el leproso del que no lo es, también
puedan discernir el que es puro del que es impuro. De la misma manera que allí
el sacerdote hace impuro a un leproso, también aquí el obispo o el sacerdote
ata o desata, no indiferentemente a inocentes y culpables, sino, en virtud de
su ministerio, después de haber oído los diversos pecados, sabe qué es lo que
debe ser atado y qué desatado.
San Agustín.
Quien confiesa que
Cristo vino en la carne, automáticamente confiesa que el Hijo de Dios vino en
la carne. Diga ahora el arriano si confiesa que Cristo vino en la carne. Si
confiesa que el Hijo de Dios vino en la carne, entonces confiesa que Cristo
vino en la carne. Si niega que Cristo es hijo de Dios, desconoce a Cristo;
confunde a una persona con otra, no habla de la misma. ¿Qué es, pues, el Hijo
de Dios? Como antes preguntábamos qué era Cristo y escuchamos que era el Hijo
de Dios, preguntemos ahora qué es el Hijo de Dios. He aquí el Hijo de Dios: En
el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era
Dios (Jn 1,1)
Sermón
183, 3-4
San Juan de Ávila.
Y el mismo Señor, habiéndole San Pedro confesado por verdadera Hijo de
Dios y por Mesías prometido en la Ley, dándole a entender que no a sus fuerzas,
sino al don de Dios había de agradecer tal fe y confesión, le dijo: Bienaventurado
eres, Simón, hijo de Joná, porque no te descubrió aquestas cosas la carne y la
sangre, mas mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17). Y en otra parte
dice: Todo aquel que oyó y aprendió de mi Padre, viene a mí (Jn 6, 45).
Soberana escuela es aquesta, donde Dios Padre es el que enseña, y la doctrina
que enseña es la fe de Jesucristo, su Hijo, y que vayan a él con pasos de fe y
de amor.
Audi, filia (II). I, pg. 626.
Esta fe es fundamento de todos los bienes, y la primera reverencia que el
hombre hace al Señor cuando le toma por Dios; y es fundamento tan firme de todo
el edificio de Dios que no le pueden derribar ni vientos ni persecuciones, ni ríos
de deleites carnales, ni lluvias de espirituales tentaciones, mas entre todos
los peligros tiene el ánima en marcha firmeza como el áncora tiene a la nao en
las mudanzas del mar. Y es tanta su firmeza, que las puertas de los
infiernos, que son errores y pecados, y hombres malos y demonios, no
prevalecerán contra ella (cf. Mt 16, 18); porque no la enseñó carne ni sangre,
mas el Padre que está en los cielos, a cuyas obras y poder no hay quien
resista.
Audi, filia (II), I, pg. 436.
Mirad en lo que ha parado los que se apartaron de la creencia de esta
Iglesia católica y cómo fueron semejables a un ruido de viento que prestó se
pasa y presto se olvida; y cómo la firmeza de nuestra fe ha quedado por
vencedora, y aunque combatida, nunca vencida, por estar firmada sobre firme
piedra (cf. Mt 7, 25), contra la cual ni lluvias, ni vientos, ni ríos,
ni las puertas del infierno pueden prevalecer (Mt 16, 18).
Audi, filia (I), I, pg. 477.
Y mirad, por otra parte, la firmeza de nuestra fe y de nuestra Iglesia, y
cómo ha quedado por vencedora; y, aunque combatida desde su nacimiento nunca
vencida, por estar fundada sobre firme piedra (cf. Mt 7, 25), contra la
cual ni lluvias, ni vientos, ni ríos, ni las puertas de los infiernos pueden
prevalecer (cf. Mt 16, 18).
Audi, filia (II), I, pg. 635.
Y así, se ha de esforzar a tratar esto por tales maneras de hablar, que
dé a entender a los oyentes esta buena nueva del Evangelio; y traiga a su
memoria, que por eso él se llama predicador evangélico, porque lo principal que
incumbe a su oficio es declarar la buena nueva de la Redención, que por eso
Cristo nuestro Redentor dijo: Praedicate Evangelium omni creaturae (Mt
16, 15). Porque evangelium quiere decir buena nueva; la cual es esta que
está dicha. Y así, de ella ha de sacar todos estos frutos en los oyentes: lo
primero, agradecimiento a Dios y grande amor a Él; lo segundo, grande amor a Cristo
nuestro Redentor en cuanto hombre, porque hizo tal obra; lo tercero, grande confianza
y esperanza para despertar los hombres, que esperen por aquella Sangre y pasión
remedio para sus almas,...
Escrito sobre el pecado original y la Redención. II, pg. 1041.
Super hunc Ecce ego vobiscum sum usque ad consummationen seculi (Mt 28, 20) y Spuer petram
aedificabo eclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversus eam (Mt
16, 18). Claro es que, muertos los apóstoles, la Iglesia no se pasó a la gente
que adoraba ídolos, sino a la que recibió la fe de Cristo, ensañada por los
apóstoles, y permaneció en ella. Y, si estos en quien sucedió, fueron
engañados, no ha habido Iglesia en todo este tiempo en la tierra, siendo
imposible, de ley ordinaria de Dios, que haya tiempo, aunque muy breve, que
haya estado sin ella, pues el Señor dijo que estaría con ella omnibus diebus
(Mt 28, 20). Y, si no ha habido Iglesia, no hay fundamento para recibir alguna escriptura
por de inefable, verdad, pues que por otro medio no tenemos los católicos ni
los herejes a una escriptura por inefable sino porque la Iglesia la aprobó por
tal.
Tercera causa de las herejías. II, pg. 543.
Después de te haber humillado y abajado tus ojos con el publicano
arrepentido (cf. Lc 18, 13), toma confianza cristiana para los alzar al Señor,
y dije con muy firme fe: “Yo creo, Señor, que tú eres Cristo, Hijo de Dios
vivo, como dijo San pedro (Mt 16, 16), y dile con todas tus entrañas: “Gracias
te hago, Señor, porque derramaste tu sangre y perdiste tu vida por mí. También,
Señor, te bendigo, y particularmente te agradezco, que por tu gran caridad te
quisiste quedar con nosotros en manjar para vida, y en defensa de nuestros
peligros, y en remedio cumplido de todas nuestras necesidades.
Sermón Vísperas del Corpus, 90. III. Pg. 483
Y porque al mundo importaba la salvación, saber los hombres quién es
Jesucristo, y ellos no lo podían saber, proveyó el Eterno Padre de lo decir por
boca del apóstol San Pedro, diciendo: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo
(Mt 16, 16).
Sermón Natividad de la Virgen, 1. III. Pg. 801.
Y si los pasados en alguna cosa como hombres faltaron, para eso está la
Iglesia romana, a la cual en su Pontífice es dado poder de las llaves del
reino de los cielos y de apacentar la universal Iglesia (cf. Mt 16, 19); y a
quien esto está dado, también le es dada la lumbre para discernir y juzgar cuál
o cuál es la verdadera doctrina y el verdadero sentido de la Escriptura; porque
¿cómo tiene llave, si no abre la verdad por encerrada que esté? ¿Y cómo
apacentará, si no me dice qué he de creer, pues el pasto es de doctrina? Así
que, en esto, señor, haga lo que hace y busque oraciones que lo pidan al Señor,
que Él tornará por su verdad, como lo ha hecho en otros mayores conflictos, y
abajará toda ciencia, que con soberbia se ensalza, con firmeza de la Piedra
cristiana.
Carta a un predicador. IV, pgs. 52-53.
San Oscar Romero. Homilía.
Ven cómo el Papa, en el primer Papa, Pedro, nos refleja su razón de ser.
El Papa es el que garantiza nuestra fe. Cristo mismo ha aprobado la confesión
de San Pedro -así se llama este episodio del evangelio: la confesión de San
Pedro Entonces nuestra fe de Iglesia, la que nos pregunta cuando nos van a
bautizar. ¿Crees en Dios Padre creador del cielo y de la tierra? -Sí, creo.
¿Crees en Jesucristo su único hijo que nació de la Virgen, murió, resucitó y
está sentado a la derecha del Padre? -Sí, creo. ¿Crees en el Espíritu Santo que
ese Cristo Redentor nos ha enviado y es la vida de esta Iglesia a la que tú
quieres pertenecer? -Sí, creo. ¿Crees en la vida eterna, crees en el perdón de
los pecados, crees en la redención omnipotente de Cristo? -Sí, creo. Y el
Sacerdote, haciéndose voz de la Iglesia dice: Esta es la fe de nuestra Iglesia.
¿Quieres ser bautizado en esta fe? -Sí, quiero. ¡Qué honor pertenecer a esta
confesión, pero cuya roca sólida está allá en el fundamento: El Papa!
Homilía, 27
de agosto de 1978.
Papa Francisco. Ángelus. 23 de
agosto de 2020.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (cfr. Mt 16,13-20)
presenta el momento en el que Pedro profesa su fe en Jesús como Mesías e Hijo
de Dios. Esta confesión del Apóstol es provocada por el mismo Jesús, que quiere
conducir a sus discípulos a dar el paso decisivo en su relación con Él. De
hecho, todo el camino de Jesús con los que le siguen, especialmente con los
Doce, es un camino de educación de su fe. Antes que nada Él pregunta: «¿Quién
dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (v. 13). A los apóstoles les
gustaba hablar de la gente, como a todos nosotros. El chisme gusta. Hablar de
los demás no es tan exigente, por esto, porque nos gusta; también “despellejar”
a los otros. En este caso ya se requiere la perspectiva de la fe y no el
chisme, es decir, pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Y los discípulos
parece que hacen una competición en el referir las diferentes opciones, que
quizá en gran parte ellos mismos compartían. Ellos mismos compartían. Básicamente,
Jesús de Nazaret era considerado un profeta (v. 14).
Con la segunda pregunta, Jesús les toca
directamente: «¿quién decís que soy yo?» (v. 15). A este punto, nos parece percibir
algún instante de silencio, porque cada uno de los presentes es llamado a
involucrarse, manifestando el motivo por el que sigue a Jesús; por esto es más
que legítima una cierta vacilación. También si yo ahora os preguntara a
vosotros: “¿Para ti, quién es Jesús?”, habrá un poco de vacilación. Les quita
la vergüenza Simón, que con ímpetu declara: «Tú eres el Cristo, el Hijo del
Dios vivo» (v. 16). Esta respuesta, tan plena y luminosa, no le viene de su
ímpetu, por generoso que sea —Pedro era
generoso—, sino que es fruto de una gracia particular del Padre celeste. De
hecho, Jesús mismo lo dice: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre —es
decir la cultura, lo que has estudiado— no, esto no te lo ha revelado. Te lo ha
revelado mi Padre que está en los cielos» (v. 17). Confesar a Jesús es una
gracia del Padre. Decir que Jesús es el Hijo del Dios vivo, que es el
Redentor, es una gracia que nosotros debemos pedir: “Padre, dame la gracia
de confesar a Jesús”. Al mismo tiempo, el Señor reconoce la pronta
correspondencia de Simón con la inspiración de la gracia y por tanto añade, en
tono solemne: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las
puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (v. 18). Con esta afirmación,
Jesús hace entender a Simón el sentido del nuevo nombre que le ha dado,
“Pedro”: la fe que acaba de manifestar es la “piedra” inquebrantable sobre la cual
el Hijo de Dios quiere construir su Iglesia, es decir la Comunidad. Y la
Iglesia va adelante siempre sobre la fe de Pedro, sobre la fe que Jesús
reconoce [en Pedro] y lo hace jefe de la Iglesia.
Hoy, escuchamos dirigida a cada uno de nosotros la
pregunta de Jesús: “¿Y vosotros quién decís que soy yo?”. A cada uno de
nosotros. Y cada uno de nosotros debe dar una respuesta no teórica, sino que
involucra la fe, es decir la vida, ¡porque la fe es vida! “Para mí tú
eres…”, y decir la confesión de Jesús. Una respuesta que nos pide también a
nosotros, como a los primeros discípulos, la escucha interior de la voz del
Padre y la consonancia con lo que la Iglesia, reunida en torno a Pedro,
continúa proclamando. Se trata de entender quién es para nosotros Cristo: si
Él es el centro de nuestra vida, si Él es el fin de todo nuestro compromiso en
la Iglesia, de nuestro compromiso en la sociedad. ¿Quién es Jesús para mí?
Quién es Jesucristo para ti, para ti, para ti… Una respuesta que nosotros
debemos dar cada día.
Pero estad atentos: es indispensable y loable que
la pastoral de nuestras comunidades esté abierta a las muchas pobrezas y
emergencias que están por todos lados. La caridad es siempre la vía maestra del
camino de fe, de la perfección de la fe. Pero es necesario que las obras de
solidaridad, las obras de caridad que nosotros hacemos, no desvíen del contacto
con el Señor Jesús. La caridad cristiana no es simple filantropía sino,
por un lado, es mirar al otro con los mismos ojos que Jesús y; por el otro, es
ver a Jesús en el rostro del pobre. Este es el camino verdadero de la
caridad cristiana, con Jesús en el centro, siempre. María Santísima, beata
porque ha creído, sea para nosotros guía y modelo en el camino de la fe en
Cristo, y nos haga conscientes de que la confianza en Él da sentido pleno a
nuestra caridad y a toda nuestra existencia.
Papa Francisco. Ángelus. 27 de
agosto de 2017.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Mateo 16, 13-20) nos
cuenta un pasaje clave en el camino de Jesús con sus discípulos: el momento en
el que Él quiere verificar en qué punto está su fe en Él. Primero quiere
saber qué piensa de Él la gente; y la gente piensa que Jesús es un profeta,
algo que es verdad, pero no recoge el centro de su Persona, no coge el centro
de su misión. Después, plantea a sus discípulos la pregunta que más le
preocupa, es decir, les pregunta directamente: «Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?» (v. 15). Y con ese «y» Jesús separa definitivamente a los apóstoles
de la masa, como diciendo: y vosotros, que estáis conmigo cada día y me
conocéis de cerca, ¿qué habéis aprendido más? El Maestro espera de los
suyos una respuesta alta y otra respecto a la de la opinión pública. Y, de
hecho, precisamente tal respuesta proviene del corazón de Simón llamado Pedro:
«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (v. 16). Simón Pedro encuentra en su
boca palabras más grandes que él, palabras que no vienen de sus capacidades
naturales. Quizá él no había estudiado en la escuela, y es capaz de decir estas
palabras, ¡más fuertes que él! Pero están inspiradas por el Padre celeste (cf
v. 17), el cual revela al primero de los Doce la verdadera identidad de Jesús:
Él es el Mesías, el Hijo enviado por Dios para salvar a la humanidad. Y de esta
respuesta, Jesús entiende que, gracias a la fe donada por el Padre, hay un
fundamento sólido sobre el cual puede construir su comunidad, su Iglesia. Por
eso dice a Simón: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (v.
18).
También con nosotros, hoy, Jesús quiere continuar
construyendo su Iglesia, esta casa con fundamento sólido pero donde no
faltan las grietas, y que continuamente necesita ser reparada. Siempre. La
Iglesia siempre necesita ser reformada, reparada. Nosotros ciertamente no
nos sentimos rocas, sino solo pequeñas piedras. Aun así, ninguna pequeña piedra
es inútil, es más, en las manos de Jesús la piedra más pequeña se
convierte en preciosa, porque Él la recoge, la mira con gran ternura, la
trabaja con su Espíritu, y la coloca en el lugar justo, que Él desde siempre ha
pensando y donde puede ser más útil a toda la construcción. Cada uno de
nosotros es una pequeña piedra, pero en las manos de Jesús participa en la
construcción de la Iglesia. Y todos nosotros, aunque seamos pequeños, nos hemos
convertido en «piedras vivas», porque cuando Jesús toma en la mano su piedra, la
hace suya, la hace viva, llena de vida, llena de vida del Espíritu Santo, llena
de vida de su amor, y así tenemos un lugar y una misión en la Iglesia: esta es
comunidad de vida, hecha de muchísimas piedras, todas diferentes, que forman un
único edificio en su signo de la fraternidad y de la comunión.
Además, el Evangelio de hoy nos recuerda que
Jesús ha querido para su Iglesia también un centro visible de comunión en Pedro
—tampoco él es una gran piedra, pero tomada por Jesús se convierte en centro de
comunión— en Pedro y en aquellos que le sucederían en la misma responsabilidad
de primacía, que desde los orígenes se han identificado en los Obispos de Roma,
la ciudad donde Pedro y Pablo han dado el testimonio de la sangre. Encomendémonos
a María, Reina de los Apóstoles, Madre de la Iglesia. Ella estaba en el
cenáculo, junto a Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles
y les empujó a salir, a anunciar a todos que Jesús es el Señor. Hoy nuestra
Madre nos sostenga y nos acompañe con su intercesión, para que realicemos
plenamente esa unidad y esa comunión por la que Cristo y los Apóstoles han
rezado y han dado la vida.
Papa Francisco. Ángelus. 24 de
agosto de 2014.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Mt 16, 13-20) es el
célebre pasaje, centrado en el relato de Mateo, en el cual Simón, en nombre de
los Doce, profesa su fe en Jesús como «el Cristo, el Hijo del Dios vivo»; y
Jesús llamó «bienaventurado» a Simón por su fe, reconociendo en ella un don
especial del Padre, y le dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia».
Detengámonos un momento precisamente en este punto,
en el hecho de que Jesús asigna a Simón este nuevo nombre: «Pedro», que en la
lengua de Jesús suena «Kefa», una palabra que significa «roca». En la Biblia
este término, «roca», se refiere a Dios. Jesús lo asigna a Simón no por sus
cualidades o sus méritos humanos, sino por su fe genuina y firme, que le es
dada de lo alto.
Jesús siente en su corazón una gran alegría, porque
reconoce en Simón la mano del Padre, la acción del Espíritu Santo. Reconoce que
Dios Padre dio a Simón una fe «fiable», sobre la cual Él, Jesús, podrá
construir su Iglesia, es decir, su comunidad, con todos nosotros. Jesús tiene
el propósito de dar vida a «su» Iglesia, un pueblo fundado ya no en la
descendencia, sino en la fe, lo que quiere decir en la relación con Él mismo,
una relación de amor y de confianza. Nuestra relación con Jesús construye la
Iglesia. Y, por lo tanto, para iniciar su Iglesia Jesús necesita encontrar
en los discípulos una fe sólida, una fe «fiable». Es esto lo que Él debe
verificar en este punto del camino.
El Señor tiene en la mente la imagen de construir,
la imagen de la comunidad como un edificio. He aquí por qué, cuando escucha la
profesión de fe franca de Simón, lo llama «roca», y manifiesta la intención de
construir su Iglesia sobre esta fe.
Hermanos y hermanas, esto que sucedió de modo
único en san Pedro, sucede también en cada cristiano que madura una fe sincera
en Jesús el Cristo, el Hijo del Dios vivo. El Evangelio de hoy interpela
también a cada uno de nosotros. ¿Cómo va tu fe? Que cada uno responda en su
corazón. ¿Cómo va tu fe? ¿Cómo encuentra el Señor nuestro corazón? ¿Un corazón
firme como la piedra o un corazón arenoso, es decir, dudoso, desconfiado,
incrédulo? Nos hará bien hoy pensar en esto. Si el Señor encuentra en
nuestro corazón una fe no digo perfecta, pero sincera, genuina, entonces Él ve
también en nosotros las piedras vivas con la cuales construir su comunidad.
De esta comunidad, la piedra fundamental es Cristo, piedra angular y
única. Por su parte, Pedro es piedra, en cuanto fundamento visible de la unidad
de la Iglesia; pero cada bautizado está llamado a ofrecer a Jesús la propia
fe, pobre pero sincera, para que Él pueda seguir construyendo su Iglesia,
hoy, en todas las partes del mundo.
También hoy mucha gente piensa que Jesús es un gran
profeta, un maestro de sabiduría, un modelo de justicia... Y también hoy Jesús
pregunta a sus discípulos, es decir a todos nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo?». ¿Qué responderemos? Pensemos en ello. Pero sobre todo recemos a
Dios Padre, por intercesión de la Virgen María; pidámosle que nos dé la gracia
de responder, con corazón sincero: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo».
Esta es una confesión de fe, este es precisamente «el credo». Repitámoslo
juntos tres veces: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo».
Benedicto XVI. Ángelus. 24 de
agosto de 2008.
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de este domingo nos dirige a los
cristianos, pero al mismo tiempo a todo hombre y a toda mujer, la doble pregunta
que Jesús planteó un día a sus discípulos. Primero les interrogó diciendo: "¿Quién
dice la gente que es el Hijo del hombre?". Ellos le respondieron que
para algunos del pueblo él era Juan el Bautista resucitado; para otros, Elías,
Jeremías o alguno de los profetas. Entonces el Señor interpeló directamente a
los Doce: "¿Y vosotros quién decís que soy yo?". En nombre de
todos, con impulso y decisión, fue Pedro quien tomó la palabra: "Tú eres
el Cristo, el Hijo del Dios vivo". Solemne profesión de fe, que desde
entonces la Iglesia sigue repitiendo.
También nosotros queremos proclamar esto hoy con
íntima convicción: ¡Sí, Jesús, tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo! Lo
hacemos con la conciencia de que Cristo es el verdadero "tesoro"
por el que vale la pena sacrificarlo todo; él es el amigo que nunca nos
abandona, porque conoce las expectativas más íntimas de nuestro corazón.
Jesús es el "Hijo del Dios vivo", el Mesías prometido, que vino a la
tierra para ofrecer a la humanidad la salvación y para colmar la sed de vida
y de amor que siente todo ser humano. ¡Cuán beneficioso sería para la
humanidad si acogiera este anuncio que conlleva la alegría y la paz!
"Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
vivo". A esta inspirada profesión de fe por parte de Pedro, Jesús replica:
"Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los
cielos". Es la primera vez que Jesús habla de la Iglesia, cuya misión
es el cumplimiento del plan grandioso de Dios de reunir en Cristo a toda la
humanidad en una única familia.
La misión de Pedro y de sus sucesores consiste
precisamente en servir a esta unidad de la única Iglesia de Dios formada por judíos
y paganos de todos los pueblos; su ministerio indispensable es hacer que no se
identifique nunca con una sola nación, con una sola cultura, sino que sea la
Iglesia de todos los pueblos, para hacer presente entre los hombres, marcados
por numerosas divisiones y contrastes, la paz de Dios y la fuerza renovadora de
su amor. Por tanto, la misión particular del Papa, Obispo de Roma y Sucesor de
Pedro, consiste en servir a la unidad interior que proviene de la paz de Dios,
la unidad de cuantos en Jesucristo se han convertido en hermanos y hermanas.
Ante la enorme responsabilidad de esta tarea,
siento cada vez más el compromiso y la importancia del servicio a la Iglesia y
al mundo que el Señor me ha confiado. Por eso, os pido, queridos hermanos y
hermanas, que me sostengáis con vuestra oración para que, fieles a Cristo,
podamos anunciar y testimoniar juntos su presencia en nuestro tiempo. Que nos
obtenga esta gracia María, a la que invocamos confiados como Madre de la
Iglesia y Estrella de la evangelización.
Homilía Chat GPT (Inteligencia
Artificial).
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Hoy, en el Evangelio según Mateo, presenciamos un momento crucial en
el ministerio de Jesús. Jesús se encuentra con sus discípulos en un lugar
apartado y les hace una pregunta profunda: "¿Quién dicen los hombres que
es el Hijo del hombre?"
Las respuestas de los discípulos varían, y reflejan las diversas
opiniones del pueblo sobre la identidad de Jesús. Algunos dicen que es Juan el
Bautista, otros Elías, Jeremías u otros profetas. Pero entonces Jesús hace la
pregunta más importante: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"
Pedro, lleno de inspiración divina, responde con una confesión de fe poderosa:
"Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo."
La respuesta de Pedro es un momento de revelación y claridad. Él
reconoce a Jesús como el Mesías prometido, el Salvador del mundo, el Hijo de
Dios. Esta confesión de fe es fundamental para nuestra propia fe cristiana.
Pedro, a través de su respuesta, nos muestra que reconocer a Jesús como el Hijo
de Dios es el núcleo de nuestra fe.
Pero, ¿qué significa esto para nosotros hoy? Significa que debemos
seguir a Jesús no solo como un maestro sabio o un líder carismático, sino como
el Hijo de Dios que tiene el poder de transformar nuestras vidas. Cuando
reconocemos a Jesús como el Mesías, estamos llamados a seguirlo con todo
nuestro corazón, mente y alma.
Jesús no solo es el Mesías, sino que también es la roca sobre la
cual se construirá su Iglesia. Él le da a Pedro las llaves del Reino de los
Cielos, un poder que se extiende a la Iglesia entera. Esto nos recuerda que la
Iglesia no es una institución humana, sino divina, fundada por Jesús mismo.
Como miembros de la Iglesia, somos llamados a ser testigos de Cristo en el
mundo y a compartir su amor y su verdad con los demás.
En este domingo, reflexionemos sobre nuestra propia respuesta a la
pregunta de Jesús: "¿Quién decís que soy yo?" ¿Reconocemos a Jesús
como el Mesías en nuestras vidas? ¿Lo seguimos con un corazón dispuesto? ¿Estamos
construyendo nuestras vidas sobre la roca firme de su enseñanza y su amor?
Que este domingo nos inspire a profundizar en nuestra relación con
Jesús, a reconocerlo como el Hijo de Dios y a seguirlo con pasión y compromiso.
Que nuestras vidas reflejen la verdad de la confesión de Pedro: "Tú eres
el Mesías, el Hijo del Dios vivo".
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Que Dios los bendiga a todos.
DOMINGO XXII T. O. 3 de septiembre de 2023.
Monición de entrada.-
Buenos
días:
Somos
cristianos porque Jesús nos ha llamado a seguirle.
Pero
ser amigos de Jesús no quiere decir ir con él solo cuando vamos a misa, sino
todos los días.
La
misa de hoy nos animará a eso, a ser amigo de Jesús.
No
una hora a la semana sino todas las horas de todos los días.
Señor, ten piedad.-
Porque no
pensamos como tú. Señor, ten piedad.
Porque no te
seguimos todas las horas. Cristo, ten
piedad.
Porque no aprovechamos
nuestra vida. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por el Papa Francisco; para que sus
palabras nos iluminen todos los días. Te lo pedimos, Señor.
Por la Iglesia; para que acepte sufrir
por el Evangelio. Te lo pedimos, Señor.
Por los que dan su vida por los demás; para
que se sientan ayudados por las palabras de Jesús. Te lo pedimos, Señor.
Por los cristianos que viven donde no
son queridos; para que el Espíritu Santo les ayude. Te lo pedimos, Señor.
Por nosotros; para que aprendamos a caminar
al lado de Jesús todos los días las 24 horas. Te lo pedimos, Señor.
Acción de gracias.-
María, queremos darte las gracias porque
tu si quisiste a Jesús todos los días y le hiciste siempre caso, estando a su
lado cuando estaba en la cruz.
Sagrada
Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española.
BAC. Madrid. 2016.
Biblia
de Jerusalén. 5ª
edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.
Nuevo
Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González.
BAC. Madrid. 2017.
Biblia
Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.
Catecismo
de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociación
de Editores del Catecismo. Barcelona 2020.
La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia.
Ciudad Nueva. Madrid. 2006.
Pío de Luis,
OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las
lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.
Jerónimo.
Comentario al evangelio de Mateo. Editorial Ciudad Nueva. Madrid. 1999. Pgs. 105-106.
San Juan de
Ávila. Obras Completas I. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid.
2015.
San Juan de Ávila. Obras
Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores.
BAC. Madrid. 2013.
San
Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid. 2015.
San
Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.
https://www.servicioskoinonia.org/romero/homilias/B/#IRA
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