miércoles, 27 de noviembre de 2024

235. Domingo 1º T. Adviento. 1 de diciembre de 2024.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de Jeremías 33,14-16.

Ya llegan días – oráculo del Señor – en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “El Señor es nuestra justicia”.

 

Textos paralelos.

 Haré brotar para David un Germen justo.

Jr 23, 5-6: Mirad que llegan días – oráculo del Señor – en que daré a David un vástago legítimo. Reinará como rey prudente y administrará la justicia y el derecho en el país; en sus días se salvará Judá, Israel habitará y le darán el título “Señor, justicia nuestra”.

Is 4, 2: Aquel día, el vástago del Señor será joya y gloria, el fruto del país, honor y ornamento para los supervivientes de Israel.

 

Notas exegéticas.

33 Esta profecía data de la misma época que la de del capítulo 32. Contiene una colección de oráculos de salvación que describen la dicha reservada a Israel: prosperidad de las ciudades (vv.1-13), restablecimiento definitivo de la realeza inaugurada por David y del sacerdocio levítico (vv.14-22), elección irrevocable del pueblo y de la dinastía davídica (vv. 22-26). Pero estos textos son, en parte, redaccionales.

33 14 Este pasaje, que nos da Jeremías, describe las instituciones del pueblo mesiánico, en la misma forma que Za 4, 1-14; 5, 13. En el tiempo de la salvación, los poderes reales y sacerdotales estarán unidos.

3 16 Los vv. 15-16 son continuación de 23, 4-6, pero el final exalta a Jerusalén. Sobre los nombres mesiánicos, ver Ez 48, 33 y Is 1, 26.

 

Salmo responsorial

Salmo 25 (24), 4-5a.8-10.14.

 

A ti, Señor, levanto mi alma. R/.

Señor, enséñame tus caminos,

instrúyeme en tus sendas:

haz que camine con lealtad;

enséñame, porque tú ere mi Dios y Salvador. R/.

 

El Señor es bueno y es recto,

y enseña el camino a los pecadores;

hace caminar a los humildes con rectitud,

enseña su camino a los humildes.   R/.

 

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad

para los que guardan su alianza y sus mandatos.

El Señor se confía a los que lo temen,

y les da a conocer su alianza. R/.

 

Textos paralelos.

Muéstrame Señor tus caminos.

Sal 27, 11: Indícame, Señor, tu camino, guíame por un sendero llano pues me están espiando.

Sal 86, 11: Enséñame, Señor, tu camino para que lo siga con fidelidad; unifica mi corazón en el respeto de tu nombre.

Guíame firmemente, enséñame.

Sal 119, 35: Encamíname por la senda de tus mandatos, porque la quiero.

Sal 143, 8: Por la mañana dame noticia de tu lealtad, pues en ti confío.

Jn 14, 6: Les dice Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Jn 16, 13: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que oye y os anunciará el futuro.

Amor y verdad son las sendas de Yahvé.

Tb 3, 2: Señor, tú eres justo; todas tus obras son justas; tú actúas con misericordia y lealtad, tú eres el juez del mundo.

Sal 85, 10-11: Ya se acerca su salvación a sus fieles, para que la Gloria habite en nuestra tierra. Lealtad y Fidelidad se encuentran, Justicia y Paz se besan.

 

Notas exegéticas.

25 9 “Pobres” Siriaco; el hebreo repite “humildes”.

25 14 (a) Mas que el misterio divino se ha de entender aquí la intimidad con Dios unida al conocimiento de las cosas divinas.

25 14 (b) Lit. “quienes le temen”.

 

Segunda lectura.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3, 12-4,2.

Hermanos:

Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros; y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos. Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús: ya habéis aprendido de nosotros cómo comportarse para agradar a Dios; pues comportaos así y seguid adelante. Pues ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús.

 

Textos paralelos.

 En cuanto a vosotros, que el Señor os haga progresar y sobreabundar.

Rm 12, 17s: A nadie devolváis mal por mal, proponeos hacer el bien que todos aprueban. En lo posible, de vuestra parte, tened paz con todos. No os toméis la venganza, queridos, dad lugar al castigo de Dios; pues está escrito: mía es la venganza, yo retribuiré, dice el Señor. Pero, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, si tiene sed, dale de beber, así le sacarás los colores de la cara. No te dejes vencer por el mal, antes vence por el bien el mal.

Ga 6, 10: Yo confío en el Señor que no cambiaréis de actitud. Pero el que os inquieta, sea quien sea, cargará con su sentencia.

1 Ts 5, 15: Cuidado, que nadie devuelva mal por jal; buscad siempre el bien entre vosotros y para todos.

2 Ts 1, 3: Tenemos que dar siempre gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es justo, porque va creciendo vuestra fe y va aumentando vuestro amor mutuo.

En el amor para con todos.

Tt 3, 2: Que no difamen ni sean pendencieros, antes bien amables, y que se muestren bondadosos con todos.

Con santidad irreprochable ante Dios.

1 Ts 5, 23: El Dios de la paz os santifique completamente; os conserve íntegros en espíritu, alma y cuerpo, e irreprochables para cuando venga el Señor nuestro Jesucristo.

1 Co 1, 8: Él os confirmará hasta el final para que el día de nuestro Señor Jesucristo seáis irreprochables.

1 Co 15, 23: Cada uno en su turno: la primicia es Cristo, después, cuando él vuelva, los cristianos.

De cara a la Venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos.

Za 14, 5: El valle de Hinón quedará bloqueado, porque el valle entre los dos montes seguirá su dirección. Y vosotros huiréis como cuando el terremoto en tiempos de Ozías, rey de Judá. Y vendrá el Señor, mi Dios, con todos sus consagrados.

Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos.

2 Ts 3, 6: Hermanos, en nombre del Señor nuestro Jesucristo os recomendamos que os apartéis de cualquier hermano de conducta desordenada y en desacuerdo con las instrucciones recibidas de nosotros.

Agradéis a Dios tal como nosotros os enseñamos.

1 Co 11, 2: Os alabo porque os acordáis siempre de mí y mantenéis mis enseñanzas como yo os las transmití.

1 Ts 2, 13: Por eso también nosotros damos gracias incesantes a Dios, porque, cuando nos escuchasteis la palabra de Dios, la acogisteis, no como palabra humana, sino como realmente es, palabra de Dios, activa en vosotros, los creyentes.

Rm 12, 1-2: Ahora hermanos, por la misericordia de Dios, os exhorto a ofreceros como sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios: sea ese vuestro culto espiritual.

Mt 6, 10: Venga tu reinado, cúmplase tu designio en la tierra como en el cielo.

 

Notas exegéticas.

3 12 La caridad debe ejercitarse primero dentro de la comunidad, pero luego se ha de entender a todos los hombres.

3 13 Adicción: “Amén”. – La santidad, fruto de la caridad fraterna, alcanzará su plenitud en la Parusía. Los “santos” pueden ser aquí los elegidos, los salvados o bien los ángeles.

4 1 (a) Pablo habla “en” o “de parte de “ Cristo, o también en nombre de Cristo. Su enseñanza moral, que es la de la catequesis primitiva cristiana, da a la moral profana un valor nuevo colocándola bajo el signo de Cristo.

4 1 (b) La predicación oral de Pablo no era solo doctrinal, sino que contenía también directrices morales.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 21, 25-28.34-36.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación. Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.

 

Textos paralelos.

 

Mc 13, 24-26

Mt 24, 29-31

Lc 21, 25-28

En aquellos días, después de esa tribulación el sol se oscurecerá, la luna no irradiará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

los ejércitos celestes temblarán.

 

Entonces verán llegar al Hijo del Hombre en una nube con gran poder y majestad.

 

 

 

 

 

 

Entonces despachará a los elegidos de los cuatro vientos, de un extremo de la tierra a un extremo del cielo.

Inmediatamente después de esa tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no irradiará su resplandor; las estrellas caerán del cielo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

y los ejércitos celestes temblarán.

 

Entonces aparecerá en el cielo el estandarte del Hijo del Hombre.

 

Todas las razas del mundo harán duelo y verán al Hijo del Hombre llegar en las nubes del cielo, con gloria y poder.

 

Despachará a sus ángeles a reunir, con un gran toque de trompeta, a los elegidos de los cuatro vientos, de un extremo a otro del cielo.

Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas.

 

 

 

 

 

 

En la tierra se angustiarán los pueblos, desconcertados por el estruendo del mar y del oleaje. Los hombres desfallecerán de miedo, aguardando lo que se le echa encima al mundo;

 

pues las potencias celestes se tambalearán.

 

Entonces verán al Hijo del Hombre que llega en una nube con gran poder y gloria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando comience a suceder todo eso, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.

 

Naciones angustiadas, trastornadas por el estruendo del mar.

Sal 65, 8: Tú que reprimes el estruendo del mar, el estruendo de las olas y el tumulto de los pueblos.

Entonces verán venir al Hijo del hombre.

Dn 7, 13-14: Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él. Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

El libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de la vida.

Lc 17, 26-30: Lo que sucedió en tiempo de Noé sucederá en tiempo del Hijo del hombre: comían, bebían, se casaban, hasta que Noé entró en el arca, vino el diluvio y acabó con todos. O como sucedió en tiempo de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban. Pero, cuando Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. Así será el día en que se revele el Hijo del Hombre.

Lc 8, 14: Lo que cayó entre cardos son los que escuchan; pero con las preocupaciones, la riqueza y los placeres de la vida se van ahogando y no maduran.

Venga aquel Día de improviso.

1 Ts 5, 3: Cuando estén diciendo “qué paz, qué tranquilidad”, entonces de repente, como el trance a la preñada, se les echará encima la calamidad, y no podrán escapar.

Qo 9, 12: El hombre no adivina su momento: como peces apresados en su red, como pájaros atrapados en la trampa, se enredan los hombres cuando un mal momento les cae encima de repente.

Is 24, 17: Pánico y zanja y cepo contra ti, habitante de la tierra.

Estad en vela.

Ef 6, 18: Constantes en rezar y suplicar, rezado en toda ocasión con espíritu; para ello velad con perseverancia rezando por todos los consagrados.

Tengáis fuerza y podáis escapar.

Ap 6, 17: Porque ha llegado el día solemne de su ira, y ¿quién podrá resistir?

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

21 25 Mt y Mc distinguen con menor claridad este periodo final de la angustia que lo precederá.

21 27 A diferencia de Mt y Mc, Lc no informa aquí de la reunión de los elegidos, aunque alude a ella en 13, 28-29. Todo su interés se centra en la venida triunfal de Cristo.

28 O “redención”, término paulino.

35 Var.: “porque como un lazo vendrá”.

36 Siguiendo a otros testigos textuales, algunos trtaducen: “para que seas juzgados dignos”.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

25-28 Si la caída de Jerusalén fue cierta y relativamente próxima, la venida del Hijo del Hombre es segura, pero no en el futuro inmediato. En esa venida, Lc subraya el pavor enloquecedor que se le apoderará de la humanidad, excepto de los fieles que aguardan a su libertador.

25 PERPLEJAS: lit. en perplejidad de fragor de mar y de agitación; esta “agitación” puede ser del mar (así lo entiende la traducción).

26 esperando aterrorizados: lit. por miedo y ansiedad. // LO QUE VA A VENIR: lit. las cosas que vienen.

28 PONEOS EN PIE: en sentido físico (cf. en 13, 11 la mujer que no podía “ponerse derecha”), posiblemente en relación con “mantenerse en pie” ante el juez (v. 36). Si hay que entenderlo en sentido metafórico, sería: ¡Tened ánimo! “Estoy esperando una sentencia en mi favor, que ha de ser descanso para siempre; espero una gloria para siempre y estoy negociando este negocio de tan gran calidad, ¿y queréis que tenga lugar para decir donaires? Estoy esperando aquella sentencia: “Venid, benditos…”, ¿y tengo que tratar de suciedades y avaricia, o torpeza, o chocarrerías, o embriaguez, qua ad rem non pertinent? ¡Ahora hemos de estar en pie!” (san Juan de Ávila). // LA CABEZA: lit. las cabezas de vosotros. // HA LLEGADO VUESTRA LIBERACIÓN o vuestra redención (=acción de ser liberado, y rescate que se paga por la liberación) total y definitiva. El texto de Henoc 51, 2, 5 habla de la alegría de los justos ante la llegada del día del Juicio: “… está cercano el día de los salvados… El rostro de los justos resplandecerá de alegría porque en aquellos días el Elegido se levantará; y la tierra se gozará, y los justos la habitarán…”.

34 El versículo comienza lit. como 17,3, cuidad para (=en favor de) vosotros mismos. // VUESTRO CORAZÓN: lit. en plural. // (LAS) PREOCUPACIONES DE LA VIDA: podría traducirse también como las preocupaciones por el sustento (=la comida).

35 LOS QUE HABITAN: lit. los sentados (hebraísmo).

36 “Mantenerse en pie” (cf. 28) es “no ser condenados”, no sucumbir en el Juicio. Pensando en un trasfondo arameo, podría traducirse: “pidiendo que podáis… sr llevados (victoriosos, triunfantes) junto al Hijo del Hombre.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

21, 26 El reino de Cristo atravesará dificultades y sufrirá persecución, mientras alcanza su perfección al final de los tiempos. Cat. 671, 697.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, n está todavía acabado “con gran poder y gloria” con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino, aún es objeto de los ataques del poder del mal, y “mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios” (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 48). Por esta razón los cristianos piden sobre todo en la eucaristía que se apresure el retorno de Cristo cuando suplican: “Ven, Señor Jesús”.

697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la trascendencia de su gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí, en la Tienda de la Reunión y durante la marcha por el desierto, con Salomón en la dedicación del Templo. Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre con su sombra para que ella conciba y dé a luz a Jesús. En la montaña de la Transfiguración es Él quien vino en una nube y cubrió con su sombra a Jesús junto a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y se oyó una voz desde la nube que decía: “Este es mi Hijo, mi elegido, escuchadle”. Es, finalmente, la misma nube la que ocultó a Jesús a los ojos de los discípulos el día de la Ascensión, y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento.

 

Concilio Vaticano II.

Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad (cf. Hch 1, 7), y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa (cf. 1 Cor 7, 31), pero se nos enseña que Dios ha preparado una morada y una nueva tierra en la que habita la justicia (2 Co 5, 2) y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios serán resucitados en Cristo, y lo que fue sembrado en debilidad y corrupción, se vestirá de incorruptibilidad y, permaneciendo la caridad y sus obras, toda aquella creación que Dios hizo a causa del hombre será liberada de la servidumbre de la vanidad.

Se nos advierte que de nada sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios.

Los bienes de la dignidad humana, la comunión fraterna y la libertad, es decir, todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: “reino de la verdad, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (Prefacio de la fiesta de Cristo Rey). El Reino está ya presente en esta tierra misteriosamente; se consumará cuando venga el Señor.

Lumen gentium, 5.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Como muchos se apartarán de la religión, la claridad de la fe se oscurecerá bajo la nube de la perfidia, ya que ese sol celestial aumentará o disminuirá para mí según sea mi fe. Porque del mismo modo que, cuando hay muchos que miran los rayos del sol en este mundo, este se aparece más pálido o brillante según la receptividad del espectador, así también la luz espiritual afecta a cada creyente según su devoción. Y así como la luna, en sus fases mensuales, desaparece cuando la tierra se interpone entre ella y8 el sol, así también la santa Iglesia, cuando los vicios de la carne son un obstáculo para que le llegue la luz espiritual, no está capacitada para recibir el fulgor de la luz divina que brota de los rayos de Cristo. Pues, en las persecuciones, el amor a esta vida es, con frecuencia, el único impedimento para que la claridad de Dios llegue hasta nosotros.

Ambrosio. Exposición sobre el Ev. de Lucas, 10, 36-37. III, pg. 430.

Reuníos frecuentemente para buscar lo que conviene a vuestras almas, pues no os servirá todo el tiempo de vuestra fe si no sois perfectos en el último momento. (…) Entonces aparecerán los signos de la verdad. En primer lugar, el signo de la extensión del cielo; luego, el signo del sonido de la trompeta; y en tercer lugar, la resurrección de los muertos.

Didajé, 16, 1-8. III, pg. 432.

Los muertos se levantarán y este cuerpo terreno y frágil se despojará de la corrupción y se vestirá con la incorrupción gracias al don de Cristo. Él ha prometido a los que creen en Él que serán conformados a semejanza de su cuerpo glorioso.

Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Lucas, 139. III, pg. 433.

No dudo que por la propia salud cada uno obedecería la advertencia del médico. Ahora ved que el que es médico a la vez de las almas y de los cuerpos, el Señor, ordena cuidarse de la hierba de la embriaguez y de la crápula e igualmente de los negocios mundanos como de los jugos mortales que hay que evitar. No sé si alguno entre vosotros está herido, por no decir que está consumido.

Orígenes. Homilías sobre el Levítico, 7, 1-2. III, pg. 434.

 

San Agustín

Todo esto constituye la hora novísima, cuando el Señor venga, o bien en sus propios miembros, o bien en toda la Iglesia, que es su Cuerpo, como una nube grande y fértil que se viene extendiendo por todo el mundo desde que él comenzó a predicar y decir: Haced penitencia, porque se acerca el reino de los cielos (Mt 4, 17). Luego quizá todas esas señales que los evangelistas dan de su venida, si se comparan y analizan con mayor esmero, puedan referirse a la venida que el Señor realiza cada día en su Iglesia, en su Cuerpo, de cuya venida dijo: Ahora veréis al Hijo del cielo. Exceptúo aquellos pasajes en que promete y afirma que se acerca su venida última en sí mismo, cuando juzgará a los vivos y a los muertos, y la parte final de las palabras de Mateo, en que se refiere evidentemente a esa venida, de cuya inminencia daba antes ciertas señales.

Carta 199, XI, 41-45. I, pg. 54.

 

San Juan de Ávila

Porque el Señor, dos nos enseñó ser necesarios, cuando dijo: Velad y orad, por que no entréis en tentación (Mt 26, 41). Y lo mismo avisó cuando dijo: Velad, pues, en todo tiempo, orando, que seáis hallados dignos de escapar de todas estas cosas que han de venir, y estar delante el hijo de la Virgen (Lc 21, 36). Y entrambas cosas junta San Pablo, cuando arma al caballero cristiano en la guerra espiritual que tiene contra el demonio (cf. Ef 6, 11). Porque, así como un hombre, por buenos manjares que coma, si no tiene reposo de sueño terná flaqueza, y aun corre el riesgo de perder el juicio, así acaecerá a quien bien obra y no ora. Porque aquella es la oración para el ánima que el sueño al cuerpo. No hay hacienda, por gruesa que sea, que no se acabe, si gastan y no ganan; ni buenas obras que duren sin oración, porque en ella se alcanza la lumbre y espíritu, con que se recobre lo que con las ocupaciones, aunque buenas, se disminuye del hervor de la caridad e interior devoción.

Audi filia (II), 70, 9. I, pg. 689.

La segunda regla es que tenga el menos cuidado que pudiere a las cosas de esta vida, ordenando su vivienda con los menos impedimentos que pudiere, porque, según sentencia de nuestro Salvador, el cuidado de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra de Dios (Lc 8, 14) y hácenla ser sin fruto; y por eso nos amonestó, diciendo: Mirad no os embaracen vuestros corazones en el comer, y embriaguez, y cuidados de esta vida (Lc 21, 34)(. Y esto es claro, porque no puede tener uno gran cuidado y diligencia en dos cosas; y por eso conviene quitar el uno de estos dos cuidados, y sea el del siglo, que es honra y codicia, y deleite, tomando gran cuidado de servir a Dios en todo y por todo, forzándose a contentarse con lo menos que pudiere.

Reglas de espíritu. II, pg. 844.

Y si alguna señal dio por la cual podamos atinar el tiempo de su venida, llamándonos por muerte y por el juicio universal, es el estar descuidados de las tales venidas y el pensar que está lejos. De la primera dijo: “a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre” (Lc 12, 40, traducción Biblia Conferencia Episcopal Española); y de la segunda dijo: “Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos: lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre” (Mt 24, 37-39, traducción Biblia CEE), etc. Y en otra parte dice: “Porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra” (Lc 21, 35, traducción Biblia CEE).

Causas y remedios de las herejías. II, pg. 562.

Y lo que sacamos aquí es que desembaracemos nuestro corazón. Por San Lucas dice nuestro Señor lo que acontecerá antes que el fin venga: “Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre” (Lc 21, 36, traducción Biblia CEE). Ezequiel dice: Nunca la gente cree lo que Dios amenaza. Velad en todo tiempo, orando, pidiendo a Dios que seáis tales, que podáis huir todas estas cosas y permanecer delante de Dios en su fe y en su servicio (cf. Ez 12, 22-28). Si en vuestro tiempo acaeciere venir el anticristo, teniendo gracia de Dios, perseveraréis en su fe y servicio y alcanzaréis la gloria, la cual nos dé por su bondad. Amén.

Lecciones sobre 1 San Juan (I), 15. II, pg. 246.

Lo que sacamos de aquí es que nos aparejemos. Por San Lucas dice nuestro Señor lo que acontecerá antes que el fin venga, y avísanos diciendo: Vigilate itaque omni tempore orantes, ut digni habeamini fugere ista omnia, quae ventura sunt, et stare ante Filium hominis (Lc 21, 36). Ezequiel dice: “Que nunca la gente cree lo que Dios amenaza” (Lc 12, 22-27). El cual nos ha dicho: Velad en todo tiempo, orando y pediendo a Dios que seáis tales, que podáis huir todas aquestes cosas y permanecer delante de Él en su fe y servicio. Amén.

Lecciones sobre 1 San Juan (II), 16. II, pg. 406.

-¿Quién sabe cómo verná este día? – Sólo Dios. - ¿No hay alguna señal? - ¿Para qué queréis señal? San Hierónimo y San Gregorio dicen que en sus tiempos habrá muchas señales. En este nuestro tiempo grande paso se ha dado para este día. Será predicado este evangelio en la redondez de la tierra (Mt 24, 14). Esta codicia del dinero de las Indias, ¿pensáis que es de balde? No lo ha Dios por dinero; por estotro anda Dios: Predicaldes el Evangelio (cf. Mc 16, 15), que cumpliendo se anda ya. Pues ¿qué acaecerá antes que ese día venga? La Iglesia y el evangelio, dice: Serán señales en el sol y en la luna (Lc 21, 25); y será tan terrible aquel día, que no solo será verdad lo de las sebildas, pero mucho más adelante. Acontecerá secarse los hombres de espanto como desquijarados de temor, pensando y preguntándose unos a otros qué ha de ser esto.

Domingo I de Adviento, 13. III, pg. 26-27.

Gran día es éste. ¿Por qué grande? Es grande de cuenta, grande de parte del juez y grande parte de los juzgados, y grande de parte del castigo. Bienaventurado el que estuviere en pie este día. ¿Quéréis saber cuan grande día es? ¿Habéis oído a los muchachos que representan las Sibilas[1] la noche de Navidad? Dicen allí que los árboles sudarán sangre, la mar se secará, los animales y peces bramarán. ¿Si son estas cosas verdades o no? San Jerónimo dice que las halló en los libros de los judíos, y dicen que no tienen mucha auctoridad; y Santo Tomás a la letra dice que no tienen mucha auctoridad. Grandes cosas son estas; pero si bien miramos, las palabras que en el Evangelio decimos – dice la misma Verdad, Aquel que sabe lo por venir –, lo mismo que las Sibilas nos dicen y aun mucho más; y aunque no lo diga por las mismas palabras, de lo que dice se infiere, pues dice: habrá señales en el sol y luna y estrellas; dará la mar bramidos; serán tantas las señales de Dios, que los hombres se secarán viendo lo que acontecerá. Ruégoos que me digáis: ¿qué será aquello que ha de acaecer, que lo vello se secarán los hombres de espanto, que bramará la mar y temblará la tierra, y caerse han las estrellas y secarse han los hombres (cf. Lc 21, 25s; Mt 24, 29). del sentimiento que traerán de ver lo que en todo el mundo acaecerá.

Domingo I de Adviento, 7. III, pg. 8-9.

Tras la cruz verná el ejército del gran Rey. ¡Qué de ángeles, qué de arcángeles, qué copiosa multitud de santos! Dice San Gregorio que lo veremos sensiblemente. Vernán delante de la majestad de su Juez y Señor. La honra de aquel día, regida por la humanidad que acá tuvo Cristo. Será aquel día juez universal. Vendrán los apóstoles para asistir con el juez como está prometido, y verná la Virgen sacratísima. Luego aparecerá el juez justísimo. Él lo dijo: Entonces verán al hijo de la Virgen con gran majestad (Lc 21, 27).

Domingo I de Adviento, 16. III, pg. 28.

¿Queréis más? Daríades la sangre de vuestro brazo por ser casto?, pues comé poco. “Estad atentos, no sea que se embote vuestro corazón” (traducción editor), etc. (Lc 21, 34), porque os hago saber que el que quisiere servir a Dios, que el primer vicio que se ha de huir es la gula; el que no venciere la gula no venciere las tentaciones de la carne. Necio sería el hombre que diría: “La casa se me quema, venidla a guarecer”, y él por otra parte estuviese echando haces de paja. Por una parte pides favor y por otra atizas el fuego.

Viernes de la semana 3 de Cuaresma, 23. III, pg. 162.

Para tener cuidado principal de nosotros conviene que no lo tengamos de otras cosas en que tanto no nos va como en nosotros, y estas son las cosas de este mundo. Oíd al mismo Señor que aquí nos dice que tengamos cuidado con nosotros, cómo en otra parte dice que no tengamos  cuidado de este mundo: “Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día” (trad. Biblia CEE).

Domingo 12 después de Pentecostés, 27. III, pg. 274.

¡Oh, cuán bien dijiste, mi Dios, avisándonos esto: “Y en una oración actual la Iglesia pide que, libres de las ataduras de la mente y del cuerpo, alcancemos más fácilmente los bienes celestiales. Cosa que vosotros no hacéis” (trad. editor), pues tanto os ocupáis en los negocios temporales, que os parece el tiempo pequeño; no dejáis fiesta, no halláis hora desocupada para entender en lo de Dios.

Domingo 19 después de Pentecostés. III, pg. 290-291.

Dejad cuidados, dejad negocios, dejad honras, contentaos con lo bajo, con lo humilde y sosegado. Jesucristo lo dice; y si no, cargaos; hacé grandes casamientos para hijas, grandes oficios y dignidades para hijos y veréis como os saldrá. Pues, ¿qué hemos de hacer? Velar en todo tiempo (Lc 21, 36). ¿Qué será del que duerme todo el tiempo, que quizá en veinte años que has no has gastado dos meses en mirar por ti? Dice Dios: ¿Qué diré cuando vea a Israel volver las espaldas? (cf. Jr 46, 5). ¿Cómo queréis que os diga que oráis, que creo que va huyendo la Cristiandad y van el día de hoy los cristianos tan desencaminados, tan vencidos de los vicios, tan sujetos al mundo y a sus opiniones y pareceres? Decidme: ¿Oráis? - ¿Qué hemos de orar? – Pedid a Dios que para aquel día espantoso, día en que os han de llamar para oír su misericordia, podáis estar en pie; pedildo, llorando y suplicaldo. Catá[2] que ansí es menester, que con mucho trabajo lo alcanzaron de Dios los santos.

Domingo I de Adviento. III, pg. 33.

Enviome vuestra merced a decir que estaba en las postrimerías y que me acordase de ella, que agora era tiempo. Así, señor, se hace y aunque las nuevas que me da son para dar pena a la carne, mas mirándolas con ojos cristianos son para alegrar el espíritu; y así lo debe estar el de vuestra merced, como el Señor dice en el Evangelio: Cuando estas cosas comenzaren a hacerse, mirad y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redempción (Lc 21, 28). Poruqe aunque Cristo la libertó de la captividad de pecados mortales por la bondad y merecimiento de su sangre, mas queda el poder caer en ellos, y queda el caer en veniales, y queda el captiverio del cuerpo, tan subjecto a miserias, que hace gemir a un San Pablo y a otros como él, según él lo cuenta y dice, que estaban esperando la redempcion de su cuerpo (cf. Rm 8, 23). Allá, señora, no pecará mortal ni venialmente; porque la sangre del Cordero que por nosotros se derramó, no terná que ver con infierno, donde siempre pecan, sino con purgatorio, donde aunque penan, no pecan; y de allí saldrá a ver a su Esposo y a gozar de los bienes que le ganó con los clavos en las manos y en los pies puestos en la cruz.

A una monja cercana a la muerte. IV, pg. 92.

 

San Oscar Romero.

Salvación que ya comienzan en esta tierra. Salvación que quiere decir libertad. Verdadera libertad del pecado, de los egoísmos, del analfabetismo, del hambre. Libertades de la tierra que nos preparan para la gran libertad del Reino de los Cielos. Homilía, 25 noviembre 1979.

 

Papa Francisco. Angelus. 2 de diciembre de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy empieza el Adviento, el tiempo litúrgico que nos prepara para la Navidad, invitándonos a levantar la mirada y abrir nuestros corazones para recibir a Jesús. En Adviento, no vivimos solamente la espera navideña, también estamos invitados a despertar la espera del glorioso regreso de Cristo —cuando volverá al final de los tiempos— preparándonos para el encuentro final con él mediante decisiones coherentes y valientes. Recordamos la Navidad, esperamos el glorioso regreso de Cristo y también nuestro encuentro personal: el día que el Señor nos llame. Durante estas cuatro semanas, estamos llamados a despojarnos de una forma de vida resignada y rutinaria y a salir alimentando esperanzas, alimentando sueños para un futuro nuevo. El evangelio de este domingo (cf. Lc 21, 25-28, 34-36) va precisamente en esta dirección y nos advierte de que no nos dejemos oprimir por un modo de vida egocéntrico o de los ritmos convulsos de los días. Resuenan de forma particularmente incisiva las palabras de Jesús: “Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida y venga aquel Día de improviso sobre vosotros […] Estad en vela, pues, orando todo el tiempo” (vv 34-36).

Estar despiertos y orar: he aquí como vivir este tiempo desde hoy hasta la Navidad. Estar despiertos y orar. El sueño interno viene siempre de dar siempre vueltas en torno a nosotros mismos, y del permanecer encerrados en nuestra propia vida con sus problemas, alegrías y dolores, pero siempre dando vueltas en torno a nosotros mismos. Y eso cansa, eso aburre, esto cierra a la esperanza. Esta es la raíz del letargo y de la pereza de las que habla el Evangelio. El Adviento nos invita a un esfuerzo de vigilancia, mirando más allá de nosotros mismos, alargando la mente y el corazón para abrirnos a las necesidades de la gente, de los hermanos y al deseo de un mundo nuevo. Es el deseo de tantos pueblos martirizados por el hambre, por la injusticia, por la guerra; es el deseo de los pobres, de los débiles, de los abandonados. Este es un tiempo oportuno para abrir nuestros corazones, para hacernos preguntas concretas sobre cómo y por quién gastamos nuestras vidas.

La segunda actitud para vivir bien el tiempo de la espera del Señor es la oración. “Cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque vuestra liberación está cerca” (v. 28), es la admonición del evangelio de Lucas. Se trata de levantarse y rezar, dirigiendo nuestros pensamientos y nuestro corazón a Jesús que está por llegar. Uno se levanta cuando se espera algo o a alguien. Nosotros esperamos a Jesús, queremos esperarle en oración, que está estrechamente vinculada con la vigilancia. Rezar, esperar a Jesús, abrirse a los demás, estar despiertos, no encerrados en nosotros mismos. Pero si pensamos en la Navidad en un clima de consumismo, de ver qué puedo comprar para hacer esto o aquello, de fiesta mundana, Jesús pasará y no lo encontraremos. Nosotros esperamos a Jesús y queremos esperarle en oración, que está estrechamente vinculada con la vigilancia.

Pero ¿cuál es el horizonte de nuestra espera en oración? En la Biblia nos lo dicen, sobre todo, las voces de los profetas. Hoy, es la de Jeremías, que habla al pueblo sometido a la dura prueba del exilio y que corre el riesgo de perder su identidad. También nosotros, los cristianos, que somos pueblo de Dios, corremos el peligro de convertirnos en “mundanos” y perder nuestra identidad, e incluso de “paganizar” el estilo cristiano. Por eso necesitamos la Palabra de Dios que, a través del profeta, nos anuncia: “Mirad que días vienen en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá. […] Haré brotar para David un Germen justo y practicará el derecho y la justicia en la tierra” (33, 14-15) Y ese germen justo es Jesús que viene y que nosotros esperamos.

¡Que la Virgen María, que nos trae a Jesús, mujer de la espera y la oración, nos ayude a fortalecer nuestra esperanza en las promesas de su Hijo Jesús, para que experimentemos que, a través de las pruebas de la historia, Dios permanece fiel y se sirve incluso de los errores humanos para manifestar su misericordia!

 

Francisco. Angelus. 28 de noviembre de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy, primer domingo de Adviento, es decir, el primer domingo de preparación para Navidad, nos habla de la venida del Señor al final de los tiempos. Jesús anuncia acontecimientos desoladores y tribulaciones, pero precisamente en este punto nos invita a no tener miedo. ¿Por qué? ¿Porque todo irá bien? No, sino porque Él vendrá. Jesús regresará, Jesús vendrá, lo ha prometido. Dice así: “Tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación” (Lc 21,28). Es bueno escuchar esta palabra de aliento: animarse y alzar la cabeza, porque precisamente en los momentos en que todo parece acabado, el Señor viene a salvarnos; esperarlo con alegría incluso en medio de las tribulaciones, en las crisis de la vida y en los dramas de la historia. Esperar al Señor. Pero, ¿cómo levantar la cabeza, cómo no dejarse absorber por las dificultades, los sufrimientos y las derrotas? Jesús nos muestra el camino con una fuerte llamada: "Estén atentos para que sus corazones no se agobien [...]. Estén atentos orando en todo momento" (vv. 34, 36).

Estén atentos”, la vigilancia. Detengámonos en este importante aspecto de la vida cristiana. De las palabras de Cristo observamos que la vigilancia está ligada a la atención: estén atentos, vigilen, no se distraigan, es decir, ¡estén despiertos! La vigilancia significa esto: no permitas que tu corazón se vuelva perezoso y que tu vida espiritual se ablande en la mediocridad. Ten cuidado porque se puede ser "cristiano adormecido" —y nosotros lo sabemos: hay tantos cristianos adormecidos, cristianos anestesiados por la mundanidad espiritual— cristianos sin ímpetu espiritual, sin ardor en la oración, que rezan como papagayos, sin entusiasmo por la misión, sin pasión por el Evangelio. Cristianos que miran siempre hacia adentro, incapaces de mirar el horizonte. Y esto nos lleva a "dormitar": a seguir con las cosas por inercia, a caer en la apatía, indiferentes a todo menos a lo que nos resulta cómodo. Y esta es una vida triste, andar así… no hay felicidad allí.

Necesitamos estar atentos para no arrastrar nuestros días a la costumbre, para no ser agobiados —dice Jesús— por las cargas de la vida (cf. v. 34). Los afanes de la vida nos pesan. Hoy, pues, es una buena oportunidad para preguntarnos: ¿qué pesa en mi corazón? ¿Qué es lo que pesa en mi espíritu? ¿Qué me hace sentarme en el sillón de la pereza? Es triste ver cristianos “en el sillón”. ¿Cuáles son las mediocridades que me paralizan, los vicios, cuáles son los vicios que me aplastan contra el suelo y me impiden levantar la cabeza? Y con respecto a las cargas que pesan sobre los hombros de los hermanos, ¿estoy atento o soy indiferente? Estas preguntas nos hacen bien, porque ayudan a guardar el corazón de la acedia. Pero, padre, ¿qué es la acedia? Es un gran enemigo de la vida espiritual, también de la vida cristiana. La acedia es esa pereza que nos sume, que nos hace resbalar, en la tristeza, que nos quita la alegría de vivir y las ganas de hacer. Es un espíritu negativo, es un espíritu maligno que ata al alma en el letargo, robándole la alegría. Se comienza con aquella tristeza, se resbala, se resbala, y nada de alegría. El Libro de los Proverbios dice: "Guarda tu corazón, porque de él mana la vida" (Pr 4,23). Guarda tu corazón: ¡eso significa estar atento, vigilar, estar atento! Estén atentos, guarda tu corazón.

Y añadamos un ingrediente esencial: el secreto para ser vigilantes es la oración. Porque Jesús dice: "Estén atentos orando en todo momento" (Lc 21,36). Es la oración la que mantiene encendida la lámpara del corazón. Especialmente cuando sentimos que nuestro entusiasmo se enfría, la oración lo reaviva, porque nos devuelve a Dios, al centro de las cosas. La oración despierta el alma del sueño y la centra en lo que importa, en el propósito de la existencia. Incluso en los días más ajetreados, no descuidemos la oración. Ahora estaba viendo, en el programa “A su imagen”, una bella reflexión sobre la oración: nos ayudará verla, nos hará bien. La oración del corazón puede ayudarnos, repitiendo a menudo breves invocaciones. En Adviento, acostumbrémonos a decir, por ejemplo: "Ven, Señor Jesús". Solo eso, pero decirle: “Ven, Señor Jesús”. Este tiempo de preparación para Navidad es hermoso: pensemos en el pesebre, pensemos en la Navidad, y digamos con el corazón: “Ven, Señor Jesús, ven”. Repitamos esta oración a lo largo del día y el ánimo permanecerá vigilante. “Ven, Señor Jesús”: es una oración que podemos repetirla tres veces, todos juntos. “Ven, Señor Jesús”, “Ven, Señor Jesús”, “Ven, Señor Jesús”.

Y ahora recemos a la Virgen: ella, que esperó al Señor con un corazón vigilante, nos acompañe en el camino del Adviento.

 

 Benedicto. Angelus. 3 de diciembre 2006

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo dar gracias al Señor una vez más, juntamente con vosotros, por el viaje apostólico que en los días pasados realicé a Turquía:  en él me sentí acompañado y sostenido por la oración de toda la comunidad cristiana. A todos expreso mi cordial agradecimiento. El miércoles próximo, durante la audiencia general, tendré la posibilidad de hablar más extensamente de esta inolvidable experiencia espiritual y pastoral, de la que espero que broten frutos de bien para una cooperación cada vez más sincera entre todos los discípulos de Cristo y para un diálogo fecundo con los creyentes musulmanes. Ahora deseo renovar mi gratitud a quienes organizaron el viaje y contribuyeron de diversas maneras a su desarrollo pacífico y fructuoso. Dirijo un saludo especial a las autoridades de Turquía y al pueblo turco amigo, que me dispensó una acogida digna de su tradicional espíritu de hospitalidad.

Quisiera recordar con afecto y agradecimiento sobre todo a la querida comunidad católica que vive en Turquía. Pienso en ella este domingo al entrar en el tiempo de Adviento. Pude encontrarme y celebrar la santa misa juntamente con estos hermanos y hermanas nuestros, que se encuentran en una situación a menudo difícil. Es verdaderamente un pequeño rebaño, variado, lleno de entusiasmo y de fe, que —podríamos decir— vive de forma constante e intensa la experiencia del Adviento, sostenida por la esperanza.

En Adviento la liturgia con frecuencia nos repite y nos asegura, como para vencer nuestra natural desconfianza, que Dios "viene":  viene a estar con nosotros, en todas nuestras situaciones; viene a habitar en medio de nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a colmar las distancias que nos dividen y nos separan; viene a reconciliarnos con él y entre nosotros. Viene a la historia de la humanidad, a llamar a la puerta de cada hombre y de cada mujer de buena voluntad, para traer a las personas, a las familias y a los pueblos el don de la fraternidad, de la concordia y de la paz.

Por eso el Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza, en el que se invita a los creyentes en Cristo a permanecer en una espera vigilante y activa, alimentada por la oración y el compromiso concreto del amor. Ojalá que la cercanía de la Navidad de Cristo llene el corazón de todos los cristianos de alegría, de serenidad y de paz.

Para vivir de modo más auténtico y fructuoso este período de Adviento, la liturgia nos exhorta a mirar a María santísima y a caminar espiritualmente, junto con ella, hacia la cueva de Belén. Cuando Dios llamó a la puerta de su joven vida, ella lo acogió con fe y con amor. Dentro de pocos días la contemplaremos en el luminoso misterio de su Inmaculada Concepción. Dejémonos atraer por su belleza, reflejo de la gloria divina, para que "el Dios que viene" encuentre en cada uno de nosotros un corazón bueno y abierto, que él pueda colmar de sus dones.

 

Benedicto. Angelus. 29 noviembre 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo iniciamos, por gracia de Dios, un nuevo Año litúrgico, que se abre naturalmente con el Adviento, tiempo de preparación para el nacimiento del Señor. El concilio Vaticano II, en la constitución sobre la liturgia, afirma que la Iglesia "en el ciclo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor". De esta manera, "al conmemorar los misterios de la Redención, abre la riqueza del poder santificador y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación" (Sacrosanctum Concilium, 102). El Concilio insiste en que el centro de la liturgia es Cristo, como el sol en torno al cual, al estilo de los planetas, giran la santísima Virgen María —la más cercana— y luego los mártires y los demás santos que "cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros" (ib., 104).

Esta es la realidad del Año litúrgico vista, por decirlo así, "desde la perspectiva de Dios". Y, desde la perspectiva del hombre, de la historia y de la sociedad, ¿qué importancia puede tener? La respuesta nos la sugiere precisamente el camino del Adviento, que hoy emprendemos. El mundo contemporáneo necesita sobre todo esperanza: la necesitan los pueblos en vías de desarrollo, pero también los económicamente desarrollados. Cada vez caemos más en la cuenta de que nos encontramos en una misma barca y debemos salvarnos todos juntos. Sobre todo al ver derrumbarse tantas falsas seguridades, nos damos cuenta de que necesitamos una esperanza fiable, y esta sólo se encuentra en Cristo, quien, como dice la Carta a los Hebreos, "es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8). El Señor Jesús vino en el pasado, viene en el presente y vendrá en el futuro. Abraza todas las dimensiones del tiempo, porque ha muerto y resucitado, es "el Viviente" y, compartiendo nuestra precariedad humana, permanece para siempre y nos ofrece la estabilidad misma de Dios. Es "carne" como nosotros y es "roca" como Dios. Quien anhela la libertad, la justicia y la paz puede cobrar ánimo y levantar la cabeza, porque se acerca la liberación en Cristo (cf. Lc 21, 28), como leemos en el Evangelio de hoy. Así pues, podemos afirmar que Jesucristo no sólo atañe a los cristianos, o sólo a los creyentes, sino a todos los hombres, porque él, que es el centro de la fe, es también el fundamento de la esperanza. Y todo ser humano necesita constantemente la esperanza.

Queridos hermanos y hermanas, la Virgen María encarna plenamente la humanidad que vive en la esperanza basada en la fe en el Dios vivo. Ella es la Virgen del Adviento: está bien arraigada en el presente, en el "hoy" de la salvación; en su corazón recoge todas las promesas pasadas y se proyecta al cumplimiento futuro. Sigamos su ejemplo, para entrar de verdad en este tiempo de gracia y acoger, con alegría y responsabilidad, la venida de Dios a nuestra historia personal y social.

 

Benedicto. Angelus. 2 de diciembre de 2012

Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia empieza hoy un nuevo Año litúrgico, un camino que se enriquece además con el Año de la fe, a los 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. El primer tiempo de este itinerario es el Adviento, formado, en el Rito Romano, por las cuatro semanas que preceden a la Navidad del Señor, esto es, el misterio de la Encarnación. La palabra «adviento» significa «llegada» o «presencia». En el mundo antiguo indicaba la visita del rey o del emperador a una provincia; en el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Dios, a su presencia en el mundo; un misterio que envuelve por entero el cosmos y la historia, pero que conoce dos momentos culminantes: la primera y la segunda venida de Cristo. La primera es precisamente la Encarnación; la segunda el retorno glorioso al final de los tiempos. Estos dos momentos, que cronológicamente son distantes —y no se nos es dado saber cuánto—, en profundidad se tocan, porque con su muerte y resurrección Jesús ya ha realizado esa transformación del hombre y del cosmos que es la meta final de la creación. Pero antes del fin, es necesario que el Evangelio se proclame a todas las naciones, dice Jesús en el Evangelio de san Marcos (cf. 13, 10). La venida del Señor continúa; el mundo debe ser penetrado por su presencia. Y esta venida permanente del Señor en el anuncio del Evangelio requiere continuamente nuestra colaboración; y la Iglesia, que es como la Novia, la Esposa prometida del Cordero de Dios crucificado y resucitado (cf. Ap 21, 9), en comunión con su Señor colabora en esta venida del Señor, en la que ya comienza su retorno glorioso.

A esto nos llama hoy la Palabra de Dios, trazando la línea de conducta a seguir para estar preparados para la venida del Señor. En el Evangelio de Lucas, Jesús dice a los discípulos: «Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y la inquietudes de la vida... Estad despiertos en todo tiempo, rogando» (Lc 21, 34.36). Por lo tanto, sobriedad y oración. Y el apóstol Pablo añade la invitación a «crecer y rebosar en el amor» entre nosotros y hacia todos, para que se afiancen nuestros corazones y sean irreprensibles en la santidad (cf. 1 Ts 3, 12-13). En medio de las agitaciones del mundo, o los desiertos de la indiferencia y del materialismo, los cristianos acogen de Dios la salvación y la testimonian con un modo distinto de vivir, como una ciudad situada encima de un monte. «En aquellos días —anuncia el profeta Jeremías— Jerusalén vivirá tranquila y será llamada “El Señor es nuestra justicia”» (33, 16). La comunidad de los creyentes es signo del amor de Dios, de su justicia que está ya presente y operante en la historia, pero que aún no se ha realizado plenamente y, por ello, siempre hay que esperarla, invocarla, buscarla con paciencia y valor.

La Virgen María encarna perfectamente el espíritu de Adviento, hecho de escucha de Dios, de deseo profundo de hacer su voluntad, de alegre servicio al prójimo. Dejémonos guiar por ella, a fin de que el Dios que viene no nos encuentre cerrados o distraídos, sino que pueda, en cada uno de nosotros, extender un poco su reino de amor, de justicia y de paz.

 

Francisco. Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza 14. Los dones de la Esposa. Los carismas, dones del Espíritu para el bien común.

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las últimas tres catequesis hemos hablado de la obra santificadora del Espíritu Santo, que se realiza en los sacramentos, en la oración y siguiendo el ejemplo de la Madre de Dios. Pero escuchemos lo que dice un famoso texto del Vaticano II: «Además, el Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones» (Lumen gentium, 12).  También nosotros tenemos dones personales que el Espíritu nos da a cada uno.

Ha llegado, entonces, el momento de hablar también de este segundo modo en que el Espíritu Santo obra, que es la acción carismática. Una palabra algo difícil, la voy a explicar. Dos elementos ayudan a definir lo que es el carisma. En primer lugar, el carisma es el don concedido «para el bien común» (1 Co 12:7), para que sea útil a todos. En otras palabras, no está destinado principal y ordinariamente a la santificación de la persona, sino al servicio de la comunidad (cfr.1 Pe 4:10). Este es el primer aspecto. En segundo lugar, el carisma es el don concedido «a uno», o «a algunos» en particular, no a todos del mismo modo, y esto es lo que lo distingue de la gracia santificante, de las virtudes teologales y de los sacramentos, que, en cambio, son iguales y comunes para todos. El carisma se concede a una persona o a una comunidad específica. Es un don que Dios te da.

El Concilio también nos explica esto. El Espíritu Santo -dice- «también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,7).

Los carismas son las «joyas», u ornamentos, que el Espíritu Santo distribuye para embellecer a la Esposa de Cristo. Se comprende así por qué el texto conciliar termina con la siguiente exhortación: «Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia.» (Lumen gentium, 12).

Benedicto XVI afirmó: «Mirando la historia de la época post-conciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en movimientos llenos de vida y que hace casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia». Y este es el carisma dado a un grupo, a través de una persona.

Debemos redescubrir los carismas, porque esto hace que la promoción del laicado y, especialmente, de las mujeres, se entienda no sólo como un hecho institucional y sociológico, sino en su dimensión bíblica y espiritual. Los laicos no son los últimos, no, los laicos no son una especie de colaboradores externos o “tropas auxiliares” del clero, ¡no! Tienen sus propios carismas y dones con los que contribuir a la misión de la Iglesia.

Añadamos una cosa más: al hablar de carismas, hay que disipar de inmediato un malentendido: el de identificarlos con dones y capacidades espectaculares y extraordinarios; se trata, en cambio, de dones ordinarios – cada uno de nosotros tiene su propio carisma – que adquieren un valor extraordinario cuando son inspirados por el Espíritu Santo y encarnados en las situaciones de la vida con amor. Esta interpretación del carisma es importante, porque muchos cristianos, al oír hablar de carismas, experimentan tristeza o desilusión, ya que están convencidos de no poseer ninguno y se sienten excluidos o cristianos de segunda clase. No, no hay cristianos de “segunda clase”, no, cada uno tiene su carisma personal y también comunitario. A ellos ya les respondió San Agustín en su época con una comparación muy elocuente: «Si amas aquello que posees, no es poco – decía a su pueblo–. Si amas la unidad, todo lo que en ella es poseído por alguien, ¡lo posees tú también!… En el cuerpo ve el ojo solo; pero ¿acaso el ojo ve solamente para sí mismo? No, ve también para la mano, para el pie y para los demás miembros» [1].

Aquí se desvela el secreto por el que la caridad es definida por el Apóstol como «el camino más excelente» (1 Cor 12, 31): ella me hace amar la Iglesia, o la comunidad en la que vivo y, en la unidad, todos los carismas, no sólo algunos, son «míos» al igual que «mis» carismas, aunque parezcan poca cosa, son de todos y para el bien de todos. La caridad multiplica los carismas: hace que el carisma de uno, de una sola persona, sea el carisma de todos. ¡Gracias!

[1] S. Agustín, Tratados sobre el evangelio de San Juan, 32,8.

 

Monición de entrada.-

Hoy es el primer domingo de los cuatro domingos que nos van a ayudar a ser felices en navidad.

Y como podéis ver tenemos la corona de adviento, que va a ir aumentando las velas encendidas.

Así nos acordemos que cada domingo estamos mas cerca de la navidad.

 

Bendición de la corona de adviento.

Jesús, las calles y nuestras casas se llenarán con las bombillas del árbol de navidad y del belén.

También en la iglesia encendemos la corona de adviento, que hemos adornado con luces.

Por eso te pedimos que enciendas en nuestro corazón la primera vela, igual que la vamos a encender ahora.

 

Peticiones.

Te pedimos por el papa Francisco. Te lo pedimos, Señor

Te pedimos por los niños que no tiene luz en sus casas Te lo pedimos, Señor

Te pedimos por los maestros y las maestras Te lo pedimos, Señor

Te pedimos por nosotros y las personas que nos ayudarán a montar el belén y el árbol de navidad. Te lo pedimos, Señor

 

Acción de gracias.

Virgen María te damos por las mamás y las abuelas que cuidan de nosotros como lo harías tú. Ellas son las lucecitas que iluminan nuestro corazón y nos enseñan a esperar la Navidad.

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA Y CATEQUISTAS DE CORBERA, FAVARA Y LLAURÍ. DOMINGO I ADVIENTO.

EXPERIENCIA.

Cierra los ojos, respira profundamente y durante unos minutos siente la respiración.

Relaja tus pies, manos, tronco, cabeza, acompañado por el ejercicio de inspirar-expirar, sintiendo que flotan.

Sígnate en la frente, la boca y el pecho, con estas palabras: “En el nombre del Padre – y del Hijo – y del Espíritu Santo”. Pausadamente, pidiendo al Padre que ilumine tu cerebro con la Palabra de Cristo y el amor del Espíritu Santo.

Piensa en una manta: ¿qué te evoca?, mediante una lluvia de ideas escribe o piensa en lo que significa objetivamente y subjetivamente (para ti).

Piensa en un candado con la llave puesta, cerrado: busca palabras que expresen el significado real y para ti.

Permanece en silencio.

Visualiza este vídeo las veces que necesites:

https://www.youtube.com/watch?v=vaOcPrfjV9M

¿Qué te sugiere? Cuéntaselo a Cristo.

Escoge dos de estas frases, las que más expresen para ti el Adviento:

Hoy tienes una nueva oportunidad para echar la vista atrás y decidir como quieres seguir adelante.

¿Cómo has vivido tu vida este último año?

¿Has dejado que las inquietudes de la vida te alejen del proyecto de Jesús?

¿Te has evadido? ¿Has girado la cabeza ante la injusticia y el sufrimiento?

Hoy puedes comenzar un camino nuevo.

Un camino expectante.

De esperanza, de conversión, de liberación.

Hoy puedes escapar de la corriente social de la indiferencia y de la individualidad. Puedes decidir dejar de ser cómplice.

Puedes mirar a los ojos de Jesús y dejar que Él vea a través de ti.

Cancela el ruido, busca una señal.

Ya viene. Despierta. Comienza tu Adviento.

Piensa en ellas y háblale a Jesús sobre lo que estás pensando.

 

REFLEXIÓN.

Toma la Biblia y lee :

 X Lectura del santo evangelio según san Lucas 21, 25-28.34-36.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación. Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.

Mas que ofrecernos datos morbosos sobre cómo será el final del mundo, lo que Jesús pretende es invitarnos a vivir en actitud de vigilancia, atentos a su llegada, conscientes que tenemos una responsabilidad ante la cual más allá de la muerte Él nos exigirá cuentas.

La vida no nos la hemos ganado, se nos ha dado con una finalidad, que construyamos una sociedad, un entorno, acorde con las enseñanzas de Jesús, resumidas en el amor a Dios sobre las cosas materiales y a los demás como a nosotros mismos.

Piensa en las frases de experiencia y relaciónalas con el Evangelio. Todos los deseos tienen un fin. Este es el encuentro con Jesús.

¿Qué te impide este encuentro? ¿qué dificultades encuentras para caminar por el camino que él te marca.

La respuesta se encuentra en el evangelio de este domingo. Pregúntate ¿qué dice?, ¿qué te dice? y ¿qué le dices?

 

COMPROMISO.

¿Estás dispuesta o dispuesto a vivir despierto? Si así es, quítate la manta y haz con ella una capa para volar y ser libre. Puedes representarlo con una que tengas cerca o con la imaginación.

¿Estás dispuesto a liberarte de ese yo-yo? Abre el candado que se ha encerrado en sí mismo y cuélgalo abierto en la ventana de casa o en un lugar de la habitación donde estudias o descansas. Que solo el amor a Dios y a las personas te encadenen.

 

CELEBRACIÓN.

Abre las manos y pídele que te ayude a volar y no encadenarte en ti mismo y tus preocupaciones. Y cuando estas sobrevengan pide ayuda mediante la oración y el consejo de tus padres, amigos más cercanos, educadores. A veces el problema no es que no haya solución, sino que la llave la tienen las personas que nos quieren.



[1] Sibila: mujer sabia a quien los antiguos atribuyeron espíritu profético. www.rae.es

[2] Dar cata: mirar o advertir. www.rae.es

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