martes, 12 de diciembre de 2023

3º Tiempo de Adviento. 17 de diciembre de 2023.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de Isaías 61, 1-2a.10-11

El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados y proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor. Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

 

Textos paralelos.

 El Espíritu del Señor me acompaña.

Lc 4, 18-19: El Espíritu del Señor sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor.

Is 42, 1: Mirad a mi siervo, / a quien sostengo; / mi elegido, a quien prefiero. / Sobre él he puesto mi espíritu, / para que promueva / el derecho en las naciones.

Is 11, 2: Sobre el cual se posará / el espíritu del Señor: / espíritu de sensatez e inteligencia, / espíritu de valor y de prudencia, / espíritu de conocimiento / y respeto del Señor.

Mt 3, 15: Acudían a él de Jerusalén, de toda la Judea y de la comarca del Jordán.

Lc 7, 22: Después les respondió: “Id a informar a Juan lo que habéis visto y oído: ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la buena noticia.

A pregonar a los cautivos la liberación.

Lv 25, 10: Santificaréis el año cincuenta y promulgaréis manumisión en el país para todos los moradores. Celebraréis jubileo, cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia.

Gozo y disfruto de Yahvé.

1 S 2, 1: Y Ana rezó esta oración: “Mi corazón se regocija por el Señor, / mi poder se exalta por Dios, / mi boca se ríe de mis enemigos, / porque celebro tu salvación”.

Lc 1, 46: María dijo: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, / mi espíritu festeja a Dios mi salvador”.

Como la novia se orna con aderezos.

Ap 21, 2: Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio.

Ap 19, 8: La han vestido de lino puro resplandeciente (el lino son las obras buenas de los santos).

El Señor hace germinar la liberación.

Is 45, 8: Así dice el Señor / a su ungido, Ciro, / a quien lleva de la mano: / Doblegaré ante él naciones, / desceñiré las cinturas de los reyes, / abriré ante él las puertas, / los batientes no se le cerrarán.

 

Notas exegéticas.

61 1 Aunque el término empleado no lo indica expresamente, evidentemente se trata de la buena nueva, es decir, del “Evangelio”. Ver Lc 14, 18-19 donde Jesús, en Nazaret, parte de este texto para explicar su propia misión.

61 2 La liberación de los oprimidos es presentada como el año sabático o como el año jubilar, cuando tenga lugar la manumisión de los esclavos, bien al cabo de siete años, bien después de cuarenta y nueve.

61 10 “se pone” yakin conj.; “oficia de sacerdote” yekaen hebreo.


Salmo responsorial

Lucas 1, 46b-50.53-54

 

Me alegro con mi Dios. R/.

Proclama mi alma la grandeza del Señor,

se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;

porque ha mirado la humildad de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. R/.

 

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:

su nombre es santo,

y su misericordia llega a sus fieles

de generación en generación. R/.

 

A los hambrientos los colma de bienes

y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,

acordándose de la misericordia. R/.

 

Textos paralelos.

1 S 2, 1-10: Y Ana rezó esta oración: “Mi corazón se regocija por el Señor, / mi poder se exalta por Dios, / mi boca se ríe de mis enemigos, / porque celebro tu salvación. / No hay santo como el Señor, / no hay roca como nuestro Dios. / No multipliquéis discursos altivos, / no echéis por la boca arrogancias, / porque el Señor es un Dios que sabe, / él es quien pesa las acciones. / Se rompen los arcos de los valientes, / mientras los cobardes se ciñen de valor; / los hartos se contratan por el pan, / mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, / mientras la madre de muchos queda baldía. / El Señor da la muerte y la vida, / hunde en el abismo y levanta; / da la pobreza y la riqueza, / el Señor humilla y enaltece. / El levanta del polvo al desvalido, / alza de la basura al pobre, / para hacer que se siente entre principies / que herede un trono glorioso, / pues del Señor son los pilares de la tierra, / y sobre ellos afianzó el orbe. / Él guarda los pasos de sus amigos / mientras los malvados perecen en las tinieblas / - porque el hombre no triunfa por su fuerza - . / El Señor desbarata a sus contrarios, el Altísimo truena desde el cielo, / el Señor juzga hasta el confín de la tierra. / Él da autoridad a su rey, / exalta el poder de su ungido”.

Is 29, 19: Los oprimidos volverán / a festejar al Señor / los pobres se alegrarán / con el Santo de Israel.

Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador.

1 S 2, 1: Y Ana rezó esta oración: “Mi corazón se regocija por el Señor, / mi poder se exalta por Dios, / mi boca se ríe de mis enemigos, / porque celebro tu salvación.

Is 61, 10: Desbordo de gozo con el Señor, / y me alegro con mi Dios; / porque me ha vestido un traje de gala / y me ha envuelto en un manto de triunfo, / como novio que se pone la corona / o novia que se adorna con sus joyas. / Los que lo vena reconocerán, / que son la estirpe que él bendijo.

Ha 3, 18: Yo festejaré al Señor / gozando con mi Dios salvador.

Porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava.

1 S 1, 11: Y añadió esta promesa: “Señor de los ejércitos, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida y no pasará la navaja por su cabeza.

Desde ahora, todas las generaciones me llamarán bienaventurada.

Lc 11, 27: Cuando decía esto, una mujer de la multitud alzó la voz y dijo: “¡Dicho el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!”

Gn 30, 13: Y Lía comentó: “¡Qué felicidad!” Las mujeres me felicitarán. Y lo llamó Aser [felicidad].

Santo es su nombre.

Sal 111, 9: Envió la redención a su pueblo, / ratificó para siempre la alianza, / su nombre es sagrado y temible.

Su misericordia alcanza de generación.

Sal 103, 17: Pero la misericordia del Señor con sus fieles / dura desde siempre hasta siempre; / su justicia pasa de hijos a nietos.

A los hambrientos los colmó de bienes.

Sal 107, 9: Calmó las gargantas sedientas / y a los hambrientos los colmó de bienes.

Acogió a Israel, su siervo.

Is 41, 8-9: Tú, Israel, siervo mío; / Jacob, mi elegido; / estirpe de Abrahán, mi amigo. / Tú, a quien tomé / en los confines del orbe, / y llamé en sus extremos, / a quien dije: “Tú eres mi siervo, / te he elegido y no te he rechazado”.

Acordándose de la misericordia.

Sal 98, 3: Se acordó de su lealtad y fidelidad / para la Casa de Israel. / Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios.

 

Notas exegéticas.

1 46 “María” y no “Isabel”, var. sin apoyo suficiente. El cántico de María se inspira en el cántico de Ana 1 S 2, 1-10 y en muchos otros pasajes del AT. Además de las principales afinidades literarias subrayadas por las referencias marginales, obsérvese los dos grandes temas: 1º, los pobres y humiles socorridos en detrimento de los ricos y poderosos, So 2, 3; 2º, Israel objeto del favor de Dios, ver Dt 7, 6, etc., desde la promesa hecha a Abraham Gn 15, 1. Lucas debió dar con este cántico en el ambiente de los “pobres” donde quizá lo habían atribuido a la Hija de Sión: estimó oportuno ponerlo en labios de María, incluyéndolo en su relato en prosa.

1 54 En el AT decir que Dios “se acuerda” significa que es fiel a su promesa y que la lleva a cabo.

 

Segunda lectura.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5, 16-24.

Hermanos.

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios, en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno. Guardaos de toda clase de mal. Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os llama es fiel, y él lo realizará.

 

Textos paralelos.

Dad gracias por todo.

Ef 5, 20: Dando gracias siempre y por todo a Dios Padre, en nombre del Señor nuestro Jesucristo.

Ef 4, 3: Esforzándoos por mantener la unidad del espíritu con el vínculo de la paz.

No extingáis el Espíritu.

1 Co 12, 3: Por eso os hago notar que nadie, movido por el Espíritu de Dios puede decir ¡maldito sea Jesús! Y nadie puede decir ¡Señor Jesús! si no es movido por el espíritu.

No despreciéis las profecías.

1 Co 12, 9-10: Otro por el mismo Espíritu la fe, otro por el único Espíritu carismas de curaciones, otro realizar milagros, otro profecía, otro discreción de espíritus, otro hablar lenguas diversas, otro interpretar lenguas arcanas.

Quedaos con lo bueno.

Jb 1, 1: Había una vez en el país de Hus un hombre llamado Job: era justo y honrado, religioso y apartado del mal.

Jb 1, 8: El Señor le dijo [a Satán]: “¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, religioso y apartado del mal?”.

Jb 2, 3: El Señor le dijo [a Satán]: “¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, religioso y apartado del mal, y tú me has incitado contra él, para que lo aniquilara sin motivo; pero todavía persiste en su honradez”.

Que Él, el Dios de la paz, os haga plenamente santos.

2 Ts 3, 16: Que el Señor de la paz os dé siempre y en todo la paz. El Señor esté con vosotros.

Is 11, 6: Entonces el lobo y el cordero / irán juntos, y la pantera / se tumbará con el cabrito, / el novillo y el león engordarán juntos; / un chiquillo los pastorea.

Fiel es el que os ha llamado.

1 Ts 3, 13: Fortalezca vuestros corazones para que podáis presentaros santos e inmaculados a Dios Padre nuestro, cuando venga el Señor nuestro Jesús con todos sus santos.

1 Co 1, 9: Fiel es Dios, el que os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo Señor nuestro.

2 Ts 3, 3: El Señor que es fiel, os fortalecerá y protegerá del Maligno.

 

Notas exegéticas.

5 17 Este breve consejo de orar “constantemente” tuvo una inmensa influencia en la espiritualidad cristiana.

5 19 El don del Espíritu es un rasgo del tiempo mesiánico, pero el discernimiento de lo que el Espíritu inspira es uno de sus dones.

5 20 No se trata de las profecías del AT, sino de la intervención de los profetas cristianos para exhortar a la comunidad.

5 21 En las iglesias griegas, las manifestaciones espirituales (profetizar, hablar lenguas extrañas, etc.) se habían extendido con una frecuencia y unas consecuencias tales que llamaron la atención de Pablo. Encontramos, ya aquí un esbozo de las normas que dará Pablo a la iglesia de Corintio en vista de la actitud verdaderamente positiva de la comunidad cristiana frente a los fenómenos espirituales. Es necesario respetarlos, pero no son todo en el cristianismo. Más aún, hay que practicar el discernimiento de espíritus para dirigir lo bueno de lo inútil.

5 23 Algunos interpretan: “y que todo vuestro ser, es decir, el espíritu, el alma y el cuerpo…”. Esta división de la persona en tres elementos sería la de la filosofía griega, pero no es habitual en Pablo. Entendiendo, de este modo, el contenido del v. sería una concepción totalmente aislada en el NT. Para evitar esta dificultad, otros han entendido el primer elemento (“vuestro espíritu”) como el equivalente de “vosotros mismos”, y traducen: “que toda vuestra persona, alma y cuerpo…”, recuperando así la representación de la persona que tenía el judaísmo y Pablo. Hemos traducido la frase de forma que aparezca como una simple enumeración de términos que individualmente designan en Pablo a la persona en su totalidad, se manifieste esta como pneuma (espíritu), como psyché (alma) o como soma (cuerpo). No es necesaria, pues, una explicación que remita a la antropología griega de los tres componentes, que además nunca es formulada con estos términos.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 6-8.19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía cono testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran: “¿Tú quién eres? Él confesó y no negó; confesó: “Yo no soy el Mesías”. Le dijeron: “¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”. Él contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías”. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: “Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan les respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

 

Textos paralelos.

Este vino para un testimonio.

Jn 1, 19: Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle quién era.

Para dar testimonio de la luz.

Jn 5, 31: Si yo diera testimonio en mi favor, mi testimonio no sería válido.

Para que todos creyeran en él.

Jn 1, 40: Uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús era Andrés, hermano de Simón Pedro.

Este fue el testimonio de Juan.

Jn 1, 7-8: Que vino como testigo, para dar testimonio de la luz, de modo que todos creyeran por medio de él. No era la luz, sino un testigo de la luz.

Jn 1, 15: Juan grita dando testimonio de él: “Este es aquel del que yo decía: El que viene detrás de mí existía antes que yo, porque está antes que yo”.

Cuando los judíos enviaron desde Jerusalén.

Jn 5, 33: Vosotros enviasteis una delegación a Juan y él dio testimonio de la verdad.

Yo no soy el Cristo.

Lc 3, 15: Como el pueblo estaba a la expectativa y todos discurrían por dentro si no sería Juan el Mesías.

Hch 13, 25: Hacia el fin de su carrera mortal dijo: No soy el que pensáis; detrás de mí viene uno al que no tengo derecho a quitarle las sandalias de los pies.

Él contestó: “No lo soy”.

Mt 17, 10-13: Los discípulos le preguntaron: “¿Por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías?” Respondió: “Elías tiene que venir a restaurarlo todo. Pero os aseguro que Elías ya vino y no lo reconocieron y lo trataron a su antojo. Otro tanto ha de sufrir de ellos este Hombre.

Mt 16, 14: Contestaron: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o algún otro profeta”.

La voz que clama en el desierto.

Is 40, 3: Una voz grita: En el desierto / preparad un camino al Señor; / allanad en lka estepa / una calzada para vuestro Dios.

// Mt 3, 3: Es lo que había anunciado el profeta Isaías: Una voz clama en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad su calzada.

Yo os bautizo con agua.

Mt 3, 6: Y se hacían bautizar por él en el Jordán confesando sus pecados.

Pero entre vosotros hay uno.

Jn 7, 27: Solo que de este sabemos de dónde viene; cuando venga el Mesías nadie sabrá de donde viene.

Viene detrás de mí.

Mc 1, 7: Y predicaba así: “Detrás de mí viene uno con más autoridad que yo, y yo no tengo derecho a agacharme para soltarle la correa de las sandalias”.

Esto ocurrió en Bethabará, al otro lado del Jordán.

Jn 10, 40: Pasó de nuevo a la orilla del Jordán, donde Juan bautizaba en otro tiempo, y se quedó allí.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

1 6 Primitivamente, los vv. 6-8 debían de preceder inmediatamente a los vv. 19ss.

1 7 Juan el Bautista es considerado un profeta, cuya enseñanza conservaba entonces todo su valor de testimonio. – Queda aquí acentuado el contraste entre Juan y el revelador por excelencia, Jesús.

1 19 En el evangelio de Juan, este término tiene diferentes significados. Designa, a veces a los adeptos del judaísmo, cuyos ritos se explican a los lectores de origen no judío; se los distingue de los samaritanos y de los gentiles. Pero con más frecuencia la palabra tiene un significado técnico que designa a los fariseos contemporáneos de la redacción del evangelio, que representaban entonces, a partir del año 70, el judaísmo frente a su rival el cristianismo, comparar 9, 22 con 12, 42.

1 20 En el momento del evangelio, Juan Bautista quiere afirmar seguramente que él no es el Mesías esperado.

1 21 (a) Sobre la vuelta esperada de Elías, ver Ml 3, 22-24.

1 21 (b) Apoyados en Dt 18, 5 (ver la nota), los judíos esperaban al Mesías como a un nuevo Moisés (el profeta por excelencia) que renovaría centuplicados los prodigios de Éxodo.

1 28 Significa “lugar de paso”, recordando el paso del Jordán al final de Éxodo, Jos 3, Juan bautiza todavía al otro lado del Jordán, pero este bautismo de penitencia prepara al pueblo de Dios para “pasar” a la Tierra Prometida. – Variante más corrientemente adoptada: Betania.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

6-8 POR DIOS: o de parte de Dios. // O ERA ÉL (lit. aquel) LA LUZ (v. 20), ¿pincelada polémica de Juan contra los herejes que defendían a Juan Bautista como Mesías?

19 Comienzan las notas de Juan, a modo de diario personal: los días de la semana inaugural van indicándose con la fórmula “al día siguiente” (vs. 29.35.43) y “al tercer día” (2, 1). // LOS JUDÍOS: en Jn suelen ser los representantes del pueblo israelita, presentados casi siempre con matiz peyorativo: incrédulos ante Jesús; por eso son también tipo del “mundo” malo y de todo increyente. SACERDOTES Y LEVITAS dan carácter religioso al interrogatorio oficial.

21 EL PROFETA que estamos esperando; podría ser Elías (cf. Mt 17,10); pero en los vs. 21 y 24 se distingue a Elías de ese otro personaje.

23 DIJO: lit. decía.

24 ERAN del partido DE LOS FARISEOS (cf. Hch 23, 6); o  bien habían sido enviados unos fariseos, lo que daría pie para pensar que se trata de una embajada distinta de la del v. 19.

25-26 LE PREGUNTARON ASÍ: lit. preguntaron a él y dijeron a él. // LES RESPONDIÓ ASÍ: cf. Mt 3, 15 // Al bautismo CON AGUA se contrapone el bautismo “con Espíritu Santo” (v. 33; Mt 3, 11).

28 Esta BETANIA, no lejos del Mar Muerto, cuya localización EN LA OTRA ORILLA (=la orilla oriental) DEL JORDÁN (cf. 10, 40; Mt 3, 13) se ignoraba hasta hace poco, no era la aldea de María, Marta y Lázaro citada en 12, 1.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

1, 6 Juan: se refiere a Juan Bautista, el último y el más importante de todos los profetas. El evangelio de Juan a menudo clarifica la función del Bautista en relación a Cristo. Cat. 717-720.

1, 19-34 Juan Bautista no se identificó con Cristo, ni como Elías o Moisés; más bien afirmó que era la voz que clamaba en el desierto, que preparaba el camino para la venida del Mesías, cordero de Dios. Cat 438, 613.

 

Catecismo de la Iglesia Católica

717 “Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan” (Jn 1, 6). Juan fue “lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” (Jn 1, 15) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La “Visitación” de María a Isabel se convirtió así en visita de Dios a su pueblo.

718 Juan es “Elías que debe venir”: El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como “precursor”] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1, 17).

719 Juan es “más que un profeta”. En él, el Espíritu Santo consuma el “hablar por los profetas”. Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la “voz” del Consolador que llega (cf. Jn 1, 23; Is 40, 1-3=. Como lo hará el Espíritu de Verdad, “vino como testigo para dar testimonio de la luz” (Jn 1, 7). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las “indagaciones de los profetas” y el ansia de los ángeles (1 P 1, 10-12). “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios […] He ahí el Cordero de Dios” (Jn 1, 33-36).

720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la “semejanza” divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento.

438 La consagración mesiánica de Jesús manifiesta su misión divina. “Por otra parte eso es lo que significa su propio nombre, porque en el nombre de Cristo está sobreentendido Él que ha ungido, Él que ha sido ungido, es el Padre. Él que ha sido ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción” (S. Ireneo, Adversus haereses 3).Su eterna consagración mesiánica fue revelada en el tiempo de su vida terrena, en el momento de su bautismo, por Juan cuando “Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder” (Hch 10, 38) “para que él fuese manifestado a Israel” (Jn 1, 31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como “el santo de Dios” (cf. Mc 1, 24; Jn 6, 69; Hch 3, 14).

613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva acabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7) por medio del “Cordero que quita el pecado del mundo” (cf. Jun 1, 29; 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con Él por la “sangre derramada por muchos para remisión de los pecados” (cf. Mt 26, 28; Lv 16, 15-16).

 

Concilio Vaticano II

Después de que Dios hablase muchas veces y de muchas maneras en los profetas, en estos días finales nos ha hablado en el Hijo. Pues envió a su Hijo, esto es, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que habitara entre los hombres y les manifestara lo íntimo de Dios. Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, hombre a los hombres enviado, habla palabra de Dios y lleva a su consumación la obra salvadora que el Padre le encomendó realizar. Por tanto, Aquel al que quien ve, ve también al Padre, con toda su presencia y manifestación, con palabras y obras, signos y milagros, pero sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos y con el envío final del Espíritu de la verdad, perfecciona la revelación llevándola a plenitud y la confirma con el testimonio divino: que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.

La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca pasará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo.

Dei Verbum, 4.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Su venida, como Dios, no sería para quienes no tenían ojos para verle. Dios, como tal, ni viene ni se aleja. Está presente en todas partes y no le encierra lugar alguno. ¿Cómo vino? Como hombre, porque era hombre, que ocultaba su divinidad, le precedió un gran personaje con la misión de testificar que era más que hombre. Y éste, ¿quién es? Hubo un hombre.

Agustín. Tratados sobre el Ev. de Juan, 2, 4-5.

Los demás profetas anunciaron la venida de la Luz del Padre y soñaron en aquello que predicaban. En cambio Juan lo anunció de antemano como los otros profetas, lo vio cuando vino, lo señaló y convenció a muchos de que creyesen en Él; de manera que al mismo tiempo fue profeta y apóstol.

Ireneo. Contra las herejías, 3, 11, 4.

“Su nombre era Juan”. Su nombre es apropiado a su ministerio. En efecto, “Juan” significa “la gracia del Señor”. Pues “jun” equivale a “Señor” y “anna” equivale a “gracia”. Por tanto, Juan quiere decir “la gracia del Señor”. Su misión la recibió del Señor.

Jerónimo. Homilía sobre el evangelio de Juan.

Juan no alumbra a todo hombre, Cristo sí. Juan reconoció que era una lámpara para que no lo apagase el viento de la soberbia. Una lámpara puede encenderse y apagarse. La Palabra de Dios no puede apagarse, pero sí la lámpara.

Agustín. Sermones, 289, 4.

Vino la voz delante de la Palabra. Hemos escuchado, pues, que Cristo es la Palabra; oigamos que Juan es la voz. Cuando se le preguntó: “¿Tú, quién eres?”, respondió: “Yo soy la voz del que clama en el desierto”. Si, pues, Cristo es la Palabra y Juan la voz, para comunicarnos a nosotros la Palabra tomó a Juan como voz, y para llegar a nosotros como Palabra le precedió la voz. Así, pues, Cristo existía antes que Juan desde la eternidad, y, sin embargo, no nació antes, pues Juan y la voz debían preceder a la Palabra ante nosotros. Llegará el momento en que veamos a la Palabra como la ven los ángeles; ahora, sin embargo, progresemos en ella para permanecer con ella por siempre.

Agustín. Sermones, 293 A, 5.

En efecto, el bautismo del renacimiento no fue el administrado por Juan, sino por Jesús mediante sus discípulos; este se llama también “baño de regeneración” y se realiza a la vez con una “renovación en el Espíritu”, que flota sobre el agua, porque es Espíritu que proviene de Dios.

Orígenes. Comentarios al Ev. de Juan, 6, 168-169.

Había entre los antiguos la costumbre de que, si alguno no quería recibir por esposa a la que le pertenecía, esta quitara el calzado al que por derecho de afinidad debía tomarla por esposa (Rut 4, 7). ¿Y cómo apareció Cristo entre los hombres sino como Esposo de la Iglesia? Del cual dice también este mismo Juan “El Esposo es aquel que tiene esposa” (Jn 3, 29). Y porque los hombres creyeron que Juan era el Cristo – cosa que el mismo Juan niega –, con razón se declara indigno de desatar la correa del calzado de Cristo. Como si claramente dijera: Yo no puedo desatar el calzado de nuestro Redentor, porque, con razón, no usurpo el nombre de Esposo. Esto, sin embargo, puede también entenderse de otra manera, pues ¿quién no sabe que el calzado se hace de los animales muertos? Pues bien, el Señor, al venir en la carne, apareció como calzado, porque en su divinidad asumió la mortalidad de nuestra corrupción… Ahora bien, no puede el entendimiento humano penetrar el misterio de esta encarnación, pues no le es posible en modo alguno investigar cómo se encarna el verbo, cómo el sumo y vivificador Espíritu se anima en el útero de la madre, cómo el que existe y no tiene principio es concebido.

Gregorio Magno. Homilías sobre los Evangelios, 1, 7, 3.

Moisés no es el esposo, pues a él se dice: “Quita las sandalias de tus pies” (Ex 3, 5), para acercarse a su Señor. No fue el esposo Josué, el hijo de Nun, pues incluso a él se dice: “Quítate las sandalias de tus pies” (Jos 5, 15), para que por la semejanza del nombre no se creyera que es el esposo de la Iglesia. Ningún otro sino Cristo es el esposo, del cual dijo Juan: “El que tiene esposa es el esposo” (Jn 3, 29). Así pues, a aquellos se les quita el calzado, a este no se le puede desatar, como dice Juan: “Yo no soy digno de desatar la correa de su calzado”… ¿A qué otro sino al Verbo de Dios encarnado conviene el dicho: “Sus piernas son como columnas de alabastro asentadas sobre base de oro” (Cantar 5, 15) En efecto, solamente Cristo pasea en las almas y sube a la mente de los santos, en los que, como en estrados de oro y en suelos preciosos, quedaron adheridas las sólidas huellas del Verbo celestial.

Ambrosio. Sobre la fe, 3, 10, 71-74.

 

San Agustín.

Juan era, pues, también la luz, pero una luz tal que el mismo Señor dio testimonio de él, diciendo: Él era una lámpara que ardía e iluminaba (Jn 5, 35).  

Quien no la [la palabra] conoció fue el mundo que no fue hecho por ella; solo la criatura racional tiene la potencia de conocer, aunque también haya sido hecho por ella este mundo visible, esto es el cielo y la tierra. Cuando se lamenta de que el mundo no la conoció se refiere a los infieles establecidos en el mundo.

Carta 140, 7-8.

 

San Juan de Ávila.

Pues veamos agora, Señor, si Vos nos amáis; y si es así que nos amáis, qué tanto es el amor que nos tenéis. Mucho aman los padres a los hijos; pero ¿por ventura amaisnos vos como padre? No hemos nosotros entrado en el seno de vuestro corazón, Dios mío, para ver esto; mas el Unigénito vuestro, que descendió de este seno, trajo señas de ello (cf. Jn 1, 1-18), y nos mandó que os llamásemos Padre (cf. Mt 6, 9) por la grandeza del amor que nos tenías; y, sobre todo esto nos dijo que no llamásemos a otro padre sobre la tierra, porque tú solo eres nuestro Padre (Mt 23, 9).

Tratado del amor de Dios, 1. OC I. Pg. 951.

Si el Evangelio llama luz a los apóstoles y San Pablo a los cristianos, ¿cómo decís que se pone propio de Dios? Luz dice Sant Juan Evangelista, hablando de Sant Juan Baptista: Non erant ille lux, sed ut testimonium perhiberet de lumine. En lo griego dice: Para que diese testimonio de la luz (Jn 1, 18). ¿Por qué se afirma en el Evangelio ser luz los apóstoles  y en San Pablo los cristianos y no se afirma de San Juan Baptista?

Lecciones sobre 1 San Juan (I). Lección 4. OC II. Pg. 126.

Tan ruin cosa es nunca reprehenderos el corazón como reprehendernos de todo. Algunos vanamente confiados de bondad engañada, tienen que no pecan; contra los cuales escribió San Hierónimo, y muy bien San Juan: Si dixerimus quoniam peccatum nn habemus, ipsi, etc. (Jn 1, 8). De ley, ninguno se puede excusar ni ha sido excusado ni exento, excepto nuestro Señor y su gloriosa Madre.

Lecciones sobre 1 San Juan (II). Lección 24. OC II. Pg. 457.

Fuele preguntado a San Joán Baptista quién era, y él respondió: Yo no soy el Mesías, ni Elías; ni  soy aquel profeta de quien dijo Dios a Moisés: Yo resucitaré un profeta de medio de tus hermanos como tú, y quien de éste me tocare, él me lo pagará (Dt 18, 18-19). Ninguno de éstos – dice San Joán – yo no soy, - Pues, si tú no eres ninguno de estos, dicen ellos, ¿cómo has sido osado de poner rito nuevo en el pueblo?, ¿cómo baptizas? – No os espantéis, que mi baptismo no hace más de lavar la cabeza y el cuerpo con sola agua; no es más de para que los que vienen a él profesen que son pecadores y que han menester quien los lave de sus pecados. (No era aquel baptismo como el nuestro de agora, que da gracia). Empero, en medio de vosotros está uno al cual no conocéis vosotros y al que os convenía conocer; éste lava con agua y fuego y mete la mano en las almas y de sucias las hace limpias, y yo soy tan diferente que Él que aun no soy digno ni merezco servirle de muchacho para descalzarle los zapatos; este es de quien otras veces os he profetizado y predicado que, aunque viene después de mí, es hecho primero que yo. (Per delcarationem dic errorem arianorum, et qualiter sit absolvendus, et quid sit enendum, ut habes in alio sermone[1]). De manera que este que os digo que está entre vosotros es tan mayor que yo, que no merezco yo descalzarle los zapatos ni servirle de esclavo (cf. Jn 1, 19-27). Dice el evangelista que los que traían aquel mensaje eran de los fariseos, para dar a entender que era mensaje muy grande y mjuy honrado, porque eran ellos los más honrados. – No soy, dice San Joán, el que pensáis, - Pues ¿quién sois? – Aquel de quien profetizó Esaías: Vox clamantis in deserto; mi oficio, mi honra y mi dignidad y mi ser este es; yo no soy el Mesías, sino voz del Señor que quiere venir a vosotros (cf. Jn 1, 23; Is 40, 3): Io[o] aparejad la casa para el Señor.

Vox clamantis in deserto, etc. (Jn 1, 23). Agora estaba pensando que no sé si este sermón ha de ir en balde, como otros. Sois tan enemigos de huéspedes, que aunque os digan que aparejéis vuestra casa, que quiere Dios venir a ella, no sé si lo habéis de querer hacer o si diréis: “Váyase en hora buena, que no estoy para recebir agora huéspedes”·. Habéisme de creer hoy a Dios, que no a mí. El negocio es tan grande, que, si fuese bien creído, sería bien recibido. Cuando Dios dice una cosa grande, no tenemos corazón para oírla, y así dice San Joán Crisóstomo que, cuando San Pablo quería dicir una cosa de estas grandes, primero ensanchaba los corazones de los oyentes con palabras de admiración, porque, cupiese en ellos lo que quería dicir.

Ciclo temporal. Sermones de tiempo. 2. Domingo III de Adviento, 1.3. OC III. Pgs. 35-36.

Porque, de otra manera, miedo me he que, como en aquel tiempo que este sagrado Pastor, viviendo vida mortal, andaba en medio de sus ovejas, usando oficio de sabio Médico y de amoroso Padre, no lo supieran estimar, y dijo San Juan Baptista: En medio de vosotros está el que conocéis (Jn 1, 26); que así ahora hay muchos, que, aunque, por conocimiento de fe muerta, creen aqueste divino misterio, mas con la afección hacen tan poco caso de él, que por gozar de él no quieren pasar un poco de trabajo en poner rienda a sus pasiones, en entender en buenas obras; antes huyen de llegarse a él muchas veces, por no obligarse a vivir con mayor cuidado y a negar en algo su propia voluntad.

Ciclo temporal. Sermones del Santísimo Sacramento. 34. Santísimo Sacramento, 36. OC III. Pg. 712.

 

San Oscar Romero. Homilía.  

Hermanos, Yo los invito que durante los días de Navidad prolonguen esta meditación: quién es ese Niño que nace en Belén. Y en vez de pensar tanto en regalos, en comilonas y en tarjetas de Navidad, y cosas que hacen perder el tiempo y no dejan meditar, mediten esto. Esto es lo principal de Navidad, no dejemos que la comercialicen, no dejemos que la profanen, que la paganicen. Recojámosla con el espíritu respetuoso y venerémosla en nuestro hogar, en nuestra pobreza. Cuanto más pobres y enfermos, mejor. Yo soy la carne que Cristo ha asumido. ¡Bendito sea Dios que quiso hacerse parte de mi vida al hacerse carne como yo!

Homilía 17 de diciembre de 1978.

 

Papa Francisco. Ángelus. 14 de diciembre de 2014.

Queridos hermanos y hermanas, queridos niños, queridos jóvenes, ¡buenos días!

Desde ya hace dos semanas el Tiempo de Adviento nos invita a la vigilancia espiritual para preparar el camino al Señor que viene. En este tercer domingo la liturgia nos propone otra actitud interior con la cual vivir esta espera del Señor, es decir, la alegría. La alegría de Jesús, como dice ese cartel: «Con Jesús la alegría está en casa». Esto es, nos propone la alegría de Jesús.

El corazón del hombre desea la alegría. Todos deseamos la alegría, cada familia, cada pueblo aspira a la felicidad. ¿Pero cuál es la alegría que el cristiano está llamado a vivir y testimoniar? Es la que viene de la cercanía de Dios, de su presencia en nuestra vida. Desde que Jesús entró en la historia, con su nacimiento en Belén, la humanidad recibió un brote del reino de Dios, como un terreno que recibe la semilla, promesa de la cosecha futura. ¡Ya no es necesario buscar en otro sitio! Jesús vino a traer la alegría a todos y para siempre. No se trata de una alegría que sólo se puede esperar o postergar para el momento que llegue el paraíso: aquí en la tierra estamos tristes pero en el paraíso estaremos alegres. ¡No! No es esta, sino una alegría que ya es real y posible de experimentar ahora, porque Jesús mismo es nuestra alegría, y con Jesús la alegría está en casa, como dice ese cartel vuestro: con Jesús la alegría está en casa. Todos, digámoslo: «Con Jesús la alegría está en casa». Otra vez: «Con Jesús la alegría está en casa». Y sin Jesús, ¿hay alegría? ¡No! ¡Geniales! Él está vivo, es el Resucitado, y actúa en nosotros y entre nosotros, especialmente con la Palabra y los Sacramentos.

Todos nosotros bautizados, hijos de la Iglesia, estamos llamados a acoger siempre de nuevo la presencia de Dios en medio de nosotros y ayudar a los demás a descubrirla, o a redescubrirla si la olvidaron. Se trata de una misión hermosa, semejante a la de Juan el Bautista: orientar a la gente a Cristo —¡no a nosotros mismos!— porque Él es la meta a quien tiende el corazón del hombre cuando busca la alegría y la felicidad.

También san Pablo, en la liturgia de hoy, indica las condiciones para ser «misioneros de la alegría»: rezar con perseverancia, dar siempre gracias a Dios, cooperando con su Espíritu, buscar el bien y evitar el mal (cf. 1 Ts 5, 17-22). Si este será nuestro estilo de vida, entonces la Buena Noticia podrá entrar en muchas casas y ayudar a las personas y a las familias a redescubrir que en Jesús está la salvación. En Él es posible encontrar la paz interior y la fuerza para afrontar cada día las diversas situaciones de la vida, incluso las más pesadas y difíciles. Nunca se escuchó hablar de un santo triste o de una santa con rostro fúnebre. Nunca se oyó decir esto. Sería un contrasentido. El cristiano es una persona que tiene el corazón lleno de paz porque sabe centrar su alegría en el Señor incluso cuando atraviesa momentos difíciles de la vida. Tener fe no significa no tener momentos difíciles sino tener la fuerza de afrontarlos sabiendo que no estamos solos. Y esta es la paz que Dios dona a sus hijos.

Con la mirada orientada hacia la Navidad ya cercana, la Iglesia nos invita a testimoniar que Jesús no es un personaje del pasado; Él es la Palabra de Dios que hoy sigue iluminando el camino del hombre; sus gestos —los sacramentos— son la manifestación de la ternura, del consuelo y del amor del Padre hacia cada ser humano. Que la Virgen María, «Causa de nuestra alegría», nos haga cada vez más alegres en el Señor, que viene a liberarnos de muchas esclavitudes interiores y exteriores.

 

Papa Francisco. Ángelus. 17 de diciembre de 2017.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Los domingos pasados la liturgia subrayó lo que significa tener una actitud de vigilancia y lo que implica concretamente preparar el camino del Señor. En este tercer domingo de Adviento, llamado «domingo de la alegría», la liturgia nos invita a entender el espíritu con el que tiene lugar todo esto, es decir, precisamente, la alegría. San Pablo nos invita a preparar la venida del Señor asumiendo tres actitudes. Escuchad bien: tres actitudes. Primero, la alegría constante; segundo, la oración perseverante; tercero, el continuo agradecimiento. Alegría constante, oración perseverante y continuo agradecimiento.

La primera actitud, alegría constante: «Estad siempre alegres» (1 Tesalonicenses 5, 16) dice san Pablo. Es decir, permanecer siempre en la alegría, incluso cuando las cosas no van según nuestros deseos; pero está esa alegría profunda que es la paz: también eso es alegría, está dentro. Y la paz es una alegría «a nivel del suelo» pero es una alegría. Las angustias, las dificultades y los sufrimientos atraviesan la vida de cada uno, todos nosotros lo conocemos; y muchas veces, la realidad que nos rodea parece ser inhóspita y árida, parecida al desierto en el que resonaba la voz de Juan Bautista, como recuerda el Evangelio de hoy (cf Juan 1, 23). Pero precisamente las palabras del Bautista revelan que nuestra alegría se sostiene sobre una certeza, que este desierto está habitado: «en medio de vosotros —dice— está uno a quien no conocéis» (v 26). Se trata de Jesús, el enviado del Padre que viene, como subraya Isaías «a anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh» (61, 1-2). Estas palabras, que Jesús hará suyas en el discurso de la sinagoga de Nazaret (cf Lucas 4, 16-19) aclaran que su misión en el mundo consiste en la liberación del pecado y de las esclavitudes personales y sociales que ello produce. Él vino a la tierra para devolver a los hombres la dignidad y la libertad de los hijos de Dios que solo Él puede comunicar y a dar la alegría por esto.

La alegría que caracteriza la espera del Mesías se basa en la oración perseverante: esta es la segunda actitud. San Pablo dice: «Orad constantemente» (1 Tesalonicenses 5, 17). Por medio de la oración podemos entrar en una relación estable con Dios, que es la fuente de la verdadera alegría. La alegría del cristiano no se compra, no se puede comprar; viene de la fe y del encuentro con Jesucristo, razón de nuestra felicidad. Y cuanto más enraizados estamos en Cristo, cuanto más cercanos estamos a Jesús, más encontramos la serenidad interior, incluso en medio de las contradicciones cotidianas. Por eso el cristiano, habiendo encontrado a Jesús, no puede ser un profeta de desventura, sino un testigo y un heraldo de alegría. Una alegría a compartir con los demás; una alegría contagiosa que hace menos fatigoso el camino de la vida.

La tercera actitud indicada por Pablo es el continuo agradecimiento, es decir, un amor agradecido con Dios. Él, de hecho, es muy generoso con nosotros y nosotros estamos invitados a reconocer siempre sus beneficios, su amor misericordioso, su paciencia y bondad, viviendo así en un incesante agradecimiento.

Alegría, oración y gratitud son tres comportamientos que nos preparan para vivir la Navidad de un modo auténtico. Alegría, oración y gratitud. Digamos todos juntos: alegría, oración y gratitud [la gente en la plaza repite] ¡Otra vez! [repiten]. En esta última parte del tiempo de Adviento, nos confiamos a la materna intercesión de la Virgen María. Ella es «causa de nuestra alegría», no solo porque ha procreado a Jesús, sino porque nos refiere continuamente a Él.

 

Papa Francisco. Ángelus. 13 de diciembre de 2020.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La invitación a la alegría es característica del tiempo de Adviento: la espera del nacimiento de Jesús, la espera que vivimos es alegre, un poco como cuando esperamos la visita de una persona a la que queremos mucho, por ejemplo un amigo al que no vemos desde hace tiempo, un pariente... Estamos en una espera alegre. Y esta dimensión de la alegría emerge especialmente hoy, el tercer domingo, que se abre con la exhortación de San Pablo: «Alegraos siempre en el Señor» (Antífona de ingreso; cf. Fil 4,4.5). «¡Alegraos!» La alegría cristiana. ¿Y cuál es el motivo de esta alegría? Que «el Señor está cerca» (v. 5). Cuanto más cerca de nosotros está el Señor, más estamos en la alegría; cuanto más lejos está, más estamos en la tristeza. Esta es una regla para los cristianos.

Una vez, un filósofo decía más o menos esto: “No comprendo cómo se puede creer hoy, porque aquellos que dicen que creen tienen cara de funeral. No dan testimonio de la alegría de la resurrección de Jesucristo”. Hay muchos cristianos con esa cara, sí, cara de funeral, cara de tristeza… ¡Pero Cristo ha resucitado! ¡Cristo te ama! ¿Y tú no tienes alegría? Pensemos un poco en esto y preguntémonos: ¿Yo estoy alegre porque el Señor está cerca de mí, porque el Señor me ama, porque el Señor me ha redimido?

El Evangelio según Juan nos presenta hoy al personaje bíblico que —exceptuando a la Virgen y a San José— vivió el primero y mayormente la espera del Mesías y la alegría de verlo llegar: hablamos, naturalmente, de Juan el Bautista (cf. Jn 1,6-8.19-28).

El evangelista lo introduce de modo solemne: «Hubo un hombre enviado por Dios […]. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz» (vv. 6-7). El Bautista es el primer testigo de Jesús, con la palabra y con el don de la vida. Todos los Evangelios concuerdan en mostrar cómo realizó su misión indicando a Jesús como el Cristo, el Enviado de Dios prometido por los profetas.  Juan era un líder de su tiempo. Su fama se había difundido en toda Judea y más allá, hasta Galilea. Pero él no cedió ni siquiera por un instante a la tentación de atraer la atención sobre sí mismo: siempre la orientaba hacia Aquel que debía venir. Decía: «Él es el que viene después de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia» (v. 27). Siempre señalando al Señor. Como la Virgen, que siempre señala al Señor: “Haced lo que Él os diga”. El Señor siempre en el centro. Los santos alrededor, señalando al Señor. ¡Y quien no señala al Señor no es santo!

He aquí la primera condición de la alegría cristiana: descentrarse de uno mismo y poner en el centro a Jesús. Esto no es alienación, porque Jesús es efectivamente el centro, es la luz que da pleno sentido a la vida de cada hombre y cada mujer que vienen a este mundo. Es un dinamismo como el del amor, que me lleva a salir de mí mismo no para perderme, sino para reencontrarme mientras me dono, mientras busco el bien del otro.

Juan el Bautista recorrió un largo camino para llegar a testimoniar a Jesús. El camino de la alegría no es fácil, no es un paseo. Se necesita trabajo para estar siempre en la alegría. Juan dejó todo, desde joven, para poner a Dios en primer lugar, para escuchar con todo su corazón y con todas sus fuerzas la Palabra. Juan se retiró al desierto, despojándose de todo lo superfluo, para ser más libre de seguir el viento del Espíritu Santo. Cierto, algunos rasgos de su personalidad son únicos, irrepetibles, no se pueden proponer a todos. Pero su testimonio es paradigmático para todo aquel que quiera buscar el sentido de su propia vida y encontrar la verdadera alegría. De manera especial, el Bautista es un modelo para cuantos están llamados en la Iglesia a anunciar a Cristo a los demás: pueden hacerlo solo despegándose de sí mismos y de la mundanidad, no atrayendo a las personas hacia sí sino orientándolas hacia Jesús.

La alegría es esto: orientar hacia Jesús. Y la alegría debe ser la característica de nuestra fe. También en los momentos oscuros, esa alegría interior de saber que el Señor está conmigo, que el Señor está con nosotros, que el Señor ha resucitado. ¡El Señor! ¡El Señor! ¡El Señor! Este es el centro de nuestra vida, este es el centro de nuestra alegría. Pensad bien hoy: ¿Cómo me comporto yo? ¿Soy una persona alegre que sabe transmitir la alegría de ser cristiano, o soy siempre como esas personas tristes que, como he dicho antes, parece que están en un funeral? Si yo no tengo la alegría de mi fe, no podré dar testimonio y los demás dirán: “Si la fe es así de triste, mejor no tenerla”.

Rezando ahora el Angelus, vemos todo esto realizado plenamente en la Virgen María: ella esperó en el silencio la Palabra de salvación de Dios; la escuchó, la acogió, la concibió. En ella, Dios se hizo cercano. Por eso la Iglesia llama a María “Causa de nuestra alegría”.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 11 de diciembre de 2005.

Queridos hermanos y hermanas:

Después de celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, entramos en estos días en el sugestivo clima de la preparación próxima para la santa Navidad, y aquí ya vemos erigido el árbol. En la actual sociedad de consumo, este período sufre, por desgracia, una especie de "contaminación" comercial, que corre el peligro de alterar su auténtico espíritu, caracterizado por el recogimiento, la sobriedad y una alegría no exterior sino íntima.

Por tanto, es providencial que la fiesta de la Madre de Jesús se encuentre casi como puerta de entrada a la Navidad, puesto que ella mejor que nadie puede guiarnos a conocer, amar y adorar al Hijo de Dios hecho hombre. Así pues, dejemos que ella nos acompañe; que sus sentimientos nos animen, para que nos preparemos con sinceridad de corazón y apertura de espíritu a reconocer en el Niño de Belén al Hijo de Dios que vino a la tierra para nuestra redención. Caminemos juntamente con ella en la oración, y acojamos la repetida invitación que la liturgia de Adviento nos dirige a permanecer a la espera, una espera vigilante y alegre, porque el Señor no tardará: viene a librar a su pueblo del pecado.

En muchas familias, siguiendo una hermosa y consolidada tradición, inmediatamente después de la fiesta de la Inmaculada se comienza a montar el belén, para revivir juntamente con María los días llenos de conmoción que precedieron al nacimiento de Jesús. Construir el belén en casa puede ser un modo sencillo, pero eficaz, de presentar la fe para transmitirla a los hijos.

El belén nos ayuda a contemplar el misterio del amor de Dios, que se reveló en la pobreza y en la sencillez de la cueva de Belén. San Francisco de Asís quedó tan prendado del misterio de la Encarnación, que quiso reproducirlo en Greccio con un belén viviente; de este modo inició una larga tradición popular que aún hoy conserva su valor para la evangelización.

En efecto, el belén puede ayudarnos a comprender el secreto de la verdadera Navidad, porque habla de la humildad y de la bondad misericordiosa de Cristo, el cual "siendo rico, se hizo pobre" (2 Co 8, 9) por nosotros. Su pobreza enriquece a quien la abraza y la Navidad trae alegría y paz a los que, como los pastores de Belén, acogen las palabras del ángel: "Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2, 12). Esta sigue siendo la señal, también para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI. No hay otra Navidad.

Como hacía el amado Juan Pablo II, dentro de poco también yo bendeciré las estatuillas del Niño Jesús que los muchachos de Roma colocarán en el belén de su casa. Con este gesto de bendición quisiera invocar la ayuda del Señor a fin de que todas las familias cristianas se preparen para celebrar con fe las próximas fiestas navideñas. Que María nos ayude a entrar en el verdadero espíritu de la Navidad.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 14 de diciembre de 2008.

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo, tercero del tiempo de Adviento, se llama domingo "Gaudete", "estad alegres", porque la antífona de entrada de la santa misa retoma una expresión de san Pablo en la carta a los Filipenses, que dice así: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres". E inmediatamente después añade el motivo: "El Señor está cerca" (Flp 4, 4-5). Esta es la razón de nuestra alegría. Pero ¿qué significa que "el Señor está cerca"? ¿En qué sentido debemos entender esta "cercanía" de Dios?

El apóstol san Pablo, al escribir a los cristianos de Filipos, piensa evidentemente en la vuelta de Cristo, y los invita a alegrarse porque es segura. Sin embargo, el mismo san Pablo, en su carta a los Tesalonicenses, advierte que nadie puede conocer el momento de la venida del Señor (cf. 1 Ts 5, 1-2), y pone en guardia contra cualquier alarmismo, como si la vuelta de Cristo fuera inminente (cf. 2 Ts 2, 1-2). Así, ya entonces, la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, comprendía cada vez mejor que la "cercanía" de Dios no es una cuestión de espacio y de tiempo, sino más bien una cuestión de amor: el amor acerca. La próxima Navidad nos recordará esta verdad fundamental de nuestra fe y, ante el belén, podremos gustar la alegría cristiana, contemplando en Jesús recién nacido el rostro de Dios que por amor se acercó a nosotros.

A esta luz, para mí es un verdadero placer renovar la hermosa tradición de la bendición de las estatuillas del Niño Jesús que se pondrán en el belén. Me dirijo en particular a vosotros, queridos muchachos y muchachas de Roma, que habéis venido esta mañana con vuestras estatuillas del Niño Jesús, que ahora bendigo. Os invito a uniros a mí siguiendo atentamente esta oración:

Dios, Padre nuestro,

tú has amado tanto a los hombres

que nos has mandado a tu Hijo único Jesús,

nacido de la Virgen María,

para salvarnos y guiarnos de nuevo a ti.

 

Te pedimos que, con tu bendición,

estas imágenes de Jesús,

que está a punto de venir a nosotros,

sean en nuestros hogares

signo de tu presencia y de tu amor.

 

Padre bueno,

bendícenos también a nosotros,

a nuestros padres,

a nuestras familias y a nuestros amigos.

 

Abre nuestro corazón,

para que recibamos a Jesús con alegría,

para que hagamos siempre lo que él nos pide

y lo veamos en todos

los que necesitan nuestro amor.

 

Te lo pedimos en nombre de Jesús,

tu Hijo amado,

que viene para dar al mundo la paz.

 

Él vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

Y ahora recemos juntos la oración del Angelus Domini, invocando la intercesión de María para que Jesús, que al nacer trae a los hombres la bendición de Dios, sea acogido con amor en todos los hogares de Roma y del mundo.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 11 de diciembre de 2011.

Queridos hermanos y hermanas:

Los textos litúrgicos de este período de Adviento nos renuevan la invitación a vivir a la espera de Jesús, a no dejar de esperar su venida, de tal modo que nos mantengamos en una actitud de apertura y disponibilidad al encuentro con él. La vigilancia del corazón, que el cristiano está llamado a practicar siempre en la vida de todos los días, caracteriza de modo particular este tiempo en el que nos preparamos con alegría al misterio de la Navidad (cf. Prefacio de Adviento II). El ambiente exterior propone los acostumbrados mensajes de tipo comercial, aunque quizá en tono menor a causa de la crisis económica. El cristiano está invitado a vivir el Adviento sin dejarse distraer por las luces, sino sabiendo dar el justo valor a las cosas, para fijar la mirada interior en Cristo. De hecho, si perseveramos «velando en oración y cantando su alabanza» (ib.), nuestros ojos serán capaces de reconocer en él la verdadera luz del mundo, que viene a iluminar nuestras tinieblas.

 

En concreto, la liturgia de este domingo, llamado Gaudete, nos invita a la alegría, a una vigilancia no triste, sino gozosa. «Gaudete in Domino semper» —escribe san Pablo—. «Alegraos siempre en el Señor» (Flp 4, 4). La verdadera alegría no es fruto del divertirse, entendido en el sentido etimológico de la palabra di-vertere, es decir, desentenderse de los compromisos de la vida y de sus responsabilidades. La verdadera alegría está vinculada a algo más profundo. Ciertamente, en los ritmos diarios, a menudo frenéticos, es importante encontrar tiempo para el descanso, para la distensión, pero la alegría verdadera está vinculada a la relación con Dios. Quien ha encontrado a Cristo en su propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación le pueden quitar. San Agustín lo había entendido muy bien; en su búsqueda de la verdad, de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano en múltiples cosas, concluye con la célebre frase de que el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad y paz hasta que descansa en Dios (cf. Confesiones, I, 1, 1). La verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo que se logra con el propio esfuerzo, sino que es un don, nace del encuentro con la persona viva de Jesús, de hacerle espacio en nosotros, de acoger al Espíritu Santo que guía nuestra vida. Es la invitación que hace el apóstol san Pablo, que dice: «Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts 5, 23). En este tiempo de Adviento reforcemos la certeza de que el Señor ha venido en medio de nosotros y continuamente renueva su presencia de consolación, de amor y de alegría. Confiemos en él; como afirma también san Agustín, a la luz de su experiencia: el Señor está más cerca de nosotros que nosotros mismos: «interior intimo meo et superior summo meo» (Confesiones, III, 6, 11). Encomendemos nuestro camino a la Virgen Inmaculada, cuyo espíritu se llenó de alegría en Dios Salvador. Que ella guíe nuestro corazón en la espera gozosa de la venida de Jesús, una espera llena de oración y de buenas obras.

Queridos hermanos y hermanas, hoy mi primer saludo está reservado a los niños de Roma, que han venido para la tradicional bendición de los «Bambinelli», organizada por el Centro de oratorios romanos. Os doy las gracias a todos. Queridos niños, cuando recéis ante vuestro belén, acordaos también de mí, como yo me acuerdo de vosotros. Os doy las gracias y os deseo una feliz Navidad.

 

Francisco. Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente. 29. El anuncio es en el Espíritu Santo.

Queridos hermanos y hermanas, en las catequesis pasadas hemos visto que el anuncio del Evangelio es alegría, es para todos y va dirigido al hoy. Descubrimos ahora una última característica esencial: es necesario que el anuncio suceda en el Espíritu Santo. De hecho, para “comunicar a Dios” no bastan la alegre credibilidad del testimonio, la universalidad del anuncio y la actualidad del mensaje. Sin el Espíritu Santo todo celo es vano y falsamente apostólico: sería solo nuestro y no traería fruto.

En Evangelii gaudium recordé que «Jesús es el primero y el más grande evangelizador»; que «en cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios», el cual «quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu» (n. 12). ¡Este es el primado del Espíritu Santo! Por eso el Señor compara el dinamismo del Reino de Dios a «un hombre que hecha el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo» (Mc 4,26-27). El Espíritu es el protagonista, precede siempre a los misionarios y hace brotar los frutos. ¡Esta conciencia nos consuela mucho! Y nos ayuda a especificar otra, igualmente decisiva: es decir que en su celo apostólico la Iglesia no se anuncia a sí misma, sino una gracia, un don, y el Espíritu Santo es precisamente el Don de Dios, como dijo Jesús a la mujer samaritana (cfr Jn 4,10).

Pero el primado del Espíritu no debe inducirnos a la indolencia. La confianza no justifica la retirada. La vitalidad de la semilla que crece por sí misma no autoriza a los campesinos al abandono del campo. Jesús, al dar las últimas recomendaciones antes de subir al cielo, dijo: «recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos […] hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). El Señor no nos ha dejado cuadernos de teología o un manual de pastoral para aplicar, sino al Espíritu Santo que suscita la misión. Y la audacia valiente que el Espíritu Santo infunde nos lleva a imitar el estilo, que siempre tiene dos características: la creatividad y la sencillez.

Creatividad, para anunciar a Jesús con alegría, a todos y en el hoy. En esta nuestra época, que no ayuda a tener una mirada religiosa sobre la vida y en la que el anuncio se ha convertido en diversos lugares más difícil, cansado, aparentemente infructífero, puede nacer la tentación de desistir del servicio pastoral. Quizá nos refugiamos en zonas de seguridad, como la repetición habitual de cosas que se hacen siempre, o en las tentadoras llamadas de una espiritualidad intimista, o incluso en un sentimiento mal comprendido de la centralidad de la liturgia. Son tentaciones que se disfrazan de fidelidad a la tradición, pero a menudo, más que respuestas al Espíritu, son reacciones a las insatisfacciones personales. Sin embargo, la creatividad pastoral, el ser audaces en el Espíritu, ardientes de su fuego misionero, es prueba de fidelidad a Él.  Por eso he escrito que «Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (Evangelii gaudium, 11).

Creatividad, por tanto; y después sencillez, precisamente porque el Espíritu nos lleva a la fuente, al “primer anuncio”. De hecho, es «el fuego del Espíritu que […] nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre» (ivi, 164). Este es el primer anuncio, que «debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial»; para repetir: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (ibid).

Hermanos y hermanas, dejémonos cautivar por el Espíritu Santo e invoquémoslo cada día: sea Él el principio de nuestro ser y de nuestro obrar; sea el inicio de toda actividad, encuentro, reunión y anuncio. Él vivifica y rejuvenece la Iglesia: con Él no debemos temer, porque Él, que es la armonía, mantiene siempre creatividad y sencillez juntas, suscita la comunión y envía en misión, abre a la diversidad y reconduce a la unidad. Él es nuestra fuerza, el aliento de nuestro anuncio, la fuente del celo apostólico. ¡Ven, Espíritu Santo!

 

Monición de entrada:

Buenos días:

Estamos en el cuarto domingo.

Y la Navidad está muy cerca.

Así hoy vamos a escuchar como el ángel fue a la casa de María.

Allí le dijo que sería la Mamá de Jesús.

Y ella dijo que sí.

Nosotros también, con la ayuda de María, vamos a decir a Dios que sí.

Que queremos que nazca en nuestro corazón

 

Bendición de la corona de Adviento.-

Jesús esta mañana vamos a encender la cuarta vela.

La que nos recuerda que ya estás con nosotros.

Al encenderla te pedimos que estas navidades te sintamos en el corazón.

 

Señor, ten piedad.-

Tú que vienes a salvarnos. Señor, ten piedad.

Tú que eres el Hijo de Dios.  Cristo, ten piedad.

Tú que eres el fruto de María. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Te pedimos por el papa Francisco para que pase unas buenas navidades. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por las personas que pasarán la Navidad trabajando, sientan tu mirada, Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por las mamás que esperan un bebé, para que el bebé les haga muy felices. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por nuestra familia, para que estas navidades nos queramos mucho. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por nosotros y nuestras familias, para que tengamos unas navidades donde tú seas el invitado más importante. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias a la Virgen María.-

María, queremos darte gracias porque el sacerdote va a bendecir los Niños Jesús que estarán en nuestras casas, que al mirarnos nos sintamos muy felices.

 

BIBLIOGRAFÍA.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. BAC. Madrid. 2016.

Biblia de Jerusalén. 5ª edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.

Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.

Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.

Catecismo de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociación de Editores del Catecismo. Barcelona 2020.

La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Ciudad Nueva. Madrid. 2006.

Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.

San Juan de Ávila. Obras Completas I. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid. 2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores. BAC. Madrid. 2013.

San Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid.   2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.

https://www.servicioskoinonia.org/romero/homilias/B/#IRA

www.vatican.va



[1] Se puede exponer el error de los arrianos: que es lo que se les puede perdonar y a qué están obligados, como se dice en otro sermón. Nota del editor.

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