miércoles, 6 de diciembre de 2023

Domingo 2º de Adviento. 10 de diciembre de 2023.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de Isaías 40, 1-5.9-11

“Consolad, consolad a mi pueblo – dice vuestro Dios –; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados”. Una voz grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y verán todos juntos – ha hablado la boca del Señor –”. Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: “Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con su poder y con su brazo manda. Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían.

 

Textos paralelos.

Consolad, consolad a mi pueblo.

Is 52, 7-12: ¡Qué hermosos son sobre los montes / los pies del heraldo que anuncia la paz, / que trae la buena nueva, / que pregona la victoria, / que dice a Sión: “Ya llega tu Dios”! / Escucha: tus vigías gritan, / cantan a coro, / porque ven cara a cara / al Señor, que vuelve a Sión. / Romped a cantar a coro, / ruinas de Jerusalén, Y/ que el Señor consuela a su pueblo, / rescata a Jerusalén. / El Señor desnuda su santo brazo / a la vista de todas las naciones, / y verán los confines de la tierra / la victoria de nuestro Dios. / ¡Fuera, fuera! Salid de allí, / no toquéis nada impuro. / ¡Salid de ella, purificados, / portadores del ajuar del Señor! / No saldréis apresurados / ni os iréis huyendo, / pues en cabeza marcha el Señor, / y en la retaguardia, el Dios de Israel.

Una voz clama.

Mt 3, 3: Es lo que había anunciado el profeta Isaías “Una voz clama en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad su calzada”.

Ml 3, 1: Mirad, yo envío un mensajero a prepararme el camino. De pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis; el mensajero de la alianza que deseáis, miradlo entrar – dice el Señor de los ejércitos –.

Ml 3, 23-24: Y yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra.

Abrid en el desierto.

Si 48, 10: Está escrito que te reservan para el momento / de aplacar la ira antes de que estalle, / para reconciliar a padres con hijos, / para restablecer las tribus de Israel.

Lc 1, 76: Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, / porque caminarás delante del Señor, / preparándole el camino.

Is 45, 2: Yo iré delante de ti / allanándote cerros; / haré trizas las puertas de bronce, / arrancaré los cerrojos de hierro.

Lc 3, 4-6: Como está escrito en el libro del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus sendas. Todo barranco se llenará, montes y colinas se abajarán, lo torcido se enderezará y lo escabroso se igualará, y verá todo mortal la salvación de Dios”.

Una calzada recta a nuestro Dios.

Ba 5, 7: Dios ha mandado abajarse / a los montes elevados / a las colinas perpetuas, / ha mandado llenarse a los barrancos / hasta allanar el suelo, / para que Israel camine con seguridad / guiado por la gloria de Dios.

Lo escabroso se vuelva llano.

Ex 24, 16: Y la gloria del Señor descansaba sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió durante seis días. Al séptimo día llamó a Moisés desde la nube.

Is 35, 2: Como flor de narciso florecerá, / desbordado de gozo y alegría; / tiene la gloria del Líbano, / la belleza del Carmelo y del Sarón; / ellos verán la gloria del Señor, / la belleza de nuestro Dios.

Is 58, 8: Tras las jambas de la puerta / colocabas tu emblema; / prescindiendo de mí, te desnudabas, / subías al lecho y hacías sitio; sacabas partido de tus amantes, / con los que te gustaba acostarte; / mirando el falo, / fornicabas con ellos sin cesar[1]

Is 60, 1: ¡Levántate, brilla, / que llega tu luz; / la gloria del Señor / amanece sobre ti!

Is 1, 20: Si rehusáis y os rebeláis, / la espada os comerá. / Lo ha dicho el Señor.

Is 58, 14: Entonces el Señor será tu delicia. / Te pondré a caballo / de las alturas de la tierra, / te alimentaré con la herencia / de tu padre Jacob / – ha hablado la boca del Señor.

Vedlo, su salario le acompaña.

Is 62, 11: El Señor envía un pregón / hasta el confín de la tierra: / Decid a la ciudad de Sión: / Mira a tu Salvador, que llega, / el premio de su victoria lo acompaña, / la recompensa lo precede.

Como pastor pastorea su rebaño.

Ez 34, 1-2a: Me dirigió la palabra el Señor: “Hijo de Adán, profetiza contra los pastores de Israel.

Dt 32, 11: Como el águila incita a su nidada / revolando sobre los polluelos, / así extendió sus alas, los tomó / y los llevó sobre sus plumas.

Lc 15, 5: Al encontrarla, se la hecha a los hombros contento.

 

Notas exegéticas.

40 (a) Este es el título que se da a la segunda parte del libro de Isaías, ver cap. 40-55, inspirándose en los primeros versículos. La “consolación” es en efecto el tema principal de estos capítulos. Se atribuye este libro al “Segundo Isaías”, un profeta anónimo del fin del Destierro.

40 (b) Esta cantata a varias voces sirve de obertura al libro: la esclavitud del pueblo ha concluido; se prepara un nuevo Éxodo bajo la guía de Dios. Este tema, que impregna todo el libro, volverá en la conclusión de 55, 12-13.

40 2 Jerusalén ha estado sujeta a la “milicia” de un mercenario o esclavo; ha pagado el doble de su falta, como un ladrón, ver Ex 22.

40 3 (a) El profeta deja deliberadamente en el anonimato y el misterio esta voz que obedece la orden del v. 2. Los evangelistas citando el texto según los LXX (“Voz que clama en el desierto”), lo han aplicado a Juan el Bautista, que anunciaba la próxima venida del Mesías.

40 3 (b) Hay textos babilónicos que hablan en términos análogos de caminos procesionales o, triunfales preparados por el dios o por el rey victorioso. Aquí es el camino por el que Yahvé conducirá a su pueblo a través del desierto en un nuevo Éxodo. Ya Is 10, 25-27 había evocado los prodigios del Éxodo como prenda de la protección divina. Los profetas del Destierro amplían este tema. Como antaño, Dios va a venir a salvar a su pueblo, Jr 16, 14-15 (que vuelven sobre Ex 19, 4). El primer Éxodo, con sus prodigios, el paso del mar Rojo, el agua milagrosa, la nube luminosa, la marcha por el desierto, se convierten a la vez en tipo y prenda del nuevo Éxodo, de Babilonia a Jerusalén. Sobre este tema del Éxodo ver asimismo Os 2, 16.

40 11 Es el tema del buen pastor, formulado por Jr 23, 1-6, desarrollado por Ez 34, y continuado por Jesús, Mt 18, 12-14; Jn 10, 11-18.

 

Salmo responsorial

Salmo 84 (83), 9-14.

 

Muéstranos, Señor, tu misericordia

y danos tu salvación. R/.

Voy a escuchar lo que dice el Señor:

“Dios anuncia la paz

a su pueblo y a sus amigos”. R/.

 

La salvación está cerca de los que lo temen,

y la gloria habitará en nuestra tierra. R/.

 

La misericordia y la fidelidad se encuentran,

la justicia y la paz se besan;

la fidelidad brota de la tierra,

y la justicia mira desde el cielo. R/.

 

El Señor nos dará la lluvia,

y nuestra tierra dará su fruto.

La justicia marchará ante él,

y sus pasos señalarán el camino. R/.

 

Textos paralelos.

 No recaerán en la torpeza.

Ex 24, 16: La gloria del Señor descansaba sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió durante seis días. Al séptimo día llamó a Moisés desde la nube.

Ez 11, 23: La gloria del Señor se elevó sobre la ciudad y se detuvo en el monte, al oriente de la ciudad.

Ez 43, 2: Vi la gloria del Dios de Israel que venía de oriente, con estruendo de aguas caudalosas; la tierra reflejó su gloria.

Su salvación se acerca a sus adeptos.

Jn 1, 14: La palabra se hizo hombre / y acampó entre nosotros. / Contemplamos su gloria, / gloria como de Hijo único del Padre, / lleno de lealtad y fidelidad.

Amor y Verdad se han dado cita.

Sal 89, 15: Justicia y Derecho sostienen tu trono, / Lealtad y Fidelidad se presentan ante ti.

Sal 97, 2: Nubes y nubarrones lo rodean, / Justicia y Derecho sostienen tu trono.

Is 45, 8: Cielos, destilad el rocío; / nubes, derramad la victoria; / ábrase la tierra y brote la salvación, / y con ella germine la justicia: / yo, el Señor, lo he creado.

Yahvé mismo dará prosperidad.

Sal 67, 7: La tierra ha dado su cosecha: / nos bendice Dios, nuestro Dios.

Za 8, 12: Sembrarán tranquilos, / la cepa dará su fruto, / la tierra dará su cosecha, / el cielo dará su rocío; / todo se lo legó / al resto de este pueblo.

Is 58, 8: Entonces romperá tu luz / como la aurora, / en seguida te brotará la carne sana; / te abrirá camino tu justicia, / detrás irá la gloria del Señor.

 

Notas exegéticas.

85 Este salmo promete a los repatriados la paz mesiánica anunciada por Isaías y Zacarías.

85 10 (a) “sus adeptos”, lit. “los que le temen”.

85 10 (b) La Gloria de Yahvé, Ex 24, 16, que había abandonado el templo y la ciudad santa, Ez 11, 23, volverá al Templo restaurado, Ez 43, 2; Ag 2, 9.

85 11 Los atributos divinos personificados vienen a instaurar el reinado de Dios en la tierra y en los corazones de los hombres.

85 14 La justicia divina abre el camino: ella es la condición de la paz y de la felicidad.

 

Segunda lectura.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro 3, 8-14

No olvidéis una cosa, queridos míos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión. Pero el Día del Señor llegará como un ladrón. Entonces los cielos desaparecerán estrepitosamente, los elementos se disolverán abrasados y la tierra con cuantas obras hay en ella quedará al descubierto. Puesto que todas estas cosas van a disolverse de este modo, ¡qué santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios! Ese día los cielos se disolverán incendiados y los elementos se derretirán abrasados. Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia. Por eso, queridos míos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, intachables e irreprochables.

 

Textos paralelos.

 No se retrasa el Señor en su cumplimiento.

Sal 90, 4: Para ti mil años son un ayer que pasó, / una vela nocturna.

Si 35, 19: Mientras le corren las lágrimas.

Lc 18, 7: Pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos si gritan a él día y noche?, ¿les dará largas?

Ha 2, 2-3: El Señor me respondió: / - Escribe la visión, grábala en tablillas, / de modo que se lea de corrido: / la visión tiene un plazo, / jadea hasta la meta, / no fallará; aunque tarde, espérala, / que ha de llegar sin retraso.

No quiere que algunos perezcan.

Rm 2, 4-5: ¿O despreciáis su tesoro de bondad, su paciencia y aguante, olvidando que su bondad quiere conducirte al arrepentimiento? Con tu contumacia y tu corazón impenitente te acumulas cólera para el día de la cólera, cuando se pronunciará la justa sentencia de Dios.

1 P 3, 20: Los que un tiempo no creían, cuando la paciencia de Dios daba largas y Noé fabricaba el arca, en la cual unos pocos, ocho personas, se salvaron atravesando el agua.

Entonces los cielos se desharán.

Mt 24, 43: Y sabéis que, si el amo de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría velando para que no le abran un boquete en la pared.

1 Ts 5, 2: Pues vosotros sabéis exactamente que el día del Señor llegará como ladrón nocturno.

Se disolverán.

Mt 24, 29: Inmediatamente después de esa tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no irradiará su resplandor; las estrellas caerán del cielo y los ejércitos celestes temblarán.

Ap 20, 11: Vi un trono grande y blanco y a uno sentado en él. De su presencia huyeron la tierra y el cielo sin dejar rastro.

Ap 21, 1: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra han desaparecido, el mar ya no existe.

Afincados en vuestra santa conducta.

Hch 3, 19-20: Arrepentíos y convertíos para que se os borren los pecados, y así recibáis del Señor tiempos favorables y os envíe a Jesús, el Mesías predestinado.

El momento en que los cielos se disolverán.

Is 34, 4: El cielo se enrolla como un pliego / y se marchitan sus pámpanos, / como se alacian[2] los pámpanos, / como se alacia la hoja de higuera.

Is 65, 17: Mirad, yo voy a crear un cielo nuevo / y una tierra nueva; / de lo pasado no hay recuerdo / ni venga pensamiento.

Is 66, 22: Como el cielo nuevo y la tierra nueva, / que voy a hacer, durarán ante mí / – oráculo del Señor –, así durará vuestra estirpe / y vuestro nombre.

Ap 21, 1: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra han desaparecidos, el mar ya no existe.

Ap 21, 27: No entrará en ella nada profano, ni depravados ni mentirosos; solo entrarán los inscritos en el libro de la vida del Cordero.

Is 60, 21: En tu pueblo todos será justos / y poseerán por siempre la tierra: / es el brote que yo he plantado, / la obra de mis manos, para gloria mía.

Rm 8, 19: La humanidad aguarda expectante a que se revelen los hijos de Dios.

Esforzaos porque él os encuentre en paz.

Judas 1, 24: Al que puede custodiaros sin tropiezos y presentaros ante su gloria sin mancha y gozosos.

1 Tm 1, 15-16: Este mensaje es de fiar y digno de ser aceptado sin reservas: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero Cristo Jesús me tuvo compasión, para empezar conmigo a mostrar toda su paciencia, dando un ejemplo a los que habrían de creer y conseguir vida eterna.

 

Notas exegéticas.

3 10 “se consumirá”, corr.: “será descubierta” griego. – Esta destrucción del mundo por el fuego es tema corriente entre los filósofos de la época grecorromana, como en los apocalipsis judíos o algunos documentos de Qumrán, ver 1 Co 3. 15; Dn 7, 9

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 1-8

Comienza el evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”; se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:

-Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

 

Textos paralelos.

 

Marcos 1, 1-8

Mt 3, 1-12

Lc 3, 1-18

Comienza el evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”;

 

 se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.

 

 

Y proclamaba:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Por entonces se presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea proclamando:

 

 

-Arrepentíos, que está cerca el reinado de Dios.

 

Es lo que había anunciado el profeta Isaías:

Una voz clama en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad su calzada.

 

 

 

 

 

El tal Juan llevaba un vestido de pelo de camello, se ceñía un cinturón de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Acudían a él de Jerusalén, de toda la Judea y de la comarca del Jordán, y se hacían bautizar por él en el Jordán confesando sus pecados.

 

Al ver que muchos fariseos y saduceos acudían a que los bautizase, les dijo:

-¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar de la condena que se avecina? Dad frutos válidos de arrepentimiento y no os imaginéis que basta deciros: Nuestro padre es Abrahán; pues os digo que de esas piedras puede sacar Dios hijos para Abrahán. El hacha está ya aplicada a la cepa del árbol: árbol que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Yo os bautizo con agua en señal de arrepentimiento. Detrás de mí viene uno con más autoridad que yo, y yo no tengo derecho a llevarme sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Ya empuña el bieldo para aventar su era: el trigo lo reunirá en el granero, la paja la quemará en un fuego que no se apaga.

El año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, tetrarca de Galilea Herodes, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconída y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás,

 

 la palabra del Señor se dirigió a Juan hijo de Zacarías en el desierto. Recorrió toda la cuenca del Jordán predicando un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados,

 

como está escrito en el libro del profeta Isaías:

Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus sendas. Todo barranco se rellenará, montes y colinas se abajarán, lo torcido se enderezará y lo escabroso se igualará, y verá todo mortal la salvación de Dios.

 

A las multitudes que habían salido a que los bautizara les decía:

 

 

 

 

 

 

-¡Camada de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar de la condena que se avecina? Dad fruto válido de arrepentimiento y no os pongáis a deciros: Nuestro padre es Abrahán; pues os digo que de esas piedras puede sacar Dios hijos de Abrahán. El hacha está ya aplicada a la cepa del árbol: árbol que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego. Entonces le preguntaba la multitud:

-¿Qué hemos de hacer?

Les respondía:

-El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; otro tanto el que tenga comida.

Fueron también algunos recaudadores a bautizarse y le preguntaban:

-Maestro, ¿qué hemos de hacer?

Él les contestó:

-No exijáis más de lo que está ordenado.

También los soldados le preguntaban:

-Y nosotros, ¿qué hemos de hacer?

Les contestó:

-No maltratéis ni denunciéis a nadie y contentaos con vuestra apaga.

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos discurrían por dentro si sería Juan el Mesías, Juan se dirigió a todos:

-Yo os bautizo con agua; pero está para llegar el que tiene más autoridad que yo, y yo no tengo derecho a desatarle la correa de las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Ya empuña el bieldo para aventar su era: el trigo lo reunirá en el granero, la paja la quemará en un fuego que no se apaga.

Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena noticia.

 

Voy a enviar a mi mensajero delante de ti.

Ml 3, 1: Mirad, yo envío un mensajero a prepararme el camino. De pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis; el mensajero de la alianza que deseáis, miradlo entrar – dice el Señor de los ejércitos –.

Voz del que clama en el desierto.

Is 40, 3: Una voz grita: En el desierto / preparad un camino al Señor; / allanad en la estepa / una calzada para nuestro Dios.

Jn 1, 23: Yo soy la voz del que clama en el desierto: Allanad el camino del Señor (según dice el profeta Isaías).

apareció Juan.

Lc 3, 3: Recorrió toda la cuenca del Jordán predicando un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados.

Proclamaba: “Detrás de mí…”.

Jn 1, 27: Que viene detrás de mí; y yo no soy quién para soltarle la correa de la sandalia.

Yo os he bautizado con agua.

Jn 1, 26: Juan les respondió: Yo bautizo con agua. Entre vosotros está uno que no conocéis.

Jn 1, 33: Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.

Hch 1, 5: Que Juan bautizó con agua, vosotros seréis bautizados dentro de poco con Espíritu Santo.

Hch 1, 16: Queridos hermanos, tenía que cumplirse lo que el Espíritu Santo profetizó por medio de David acerca de Judas, el que guió a los que arrestaron a Jesús.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

1 1 (a) Transcripción de una palabra griega que significa “Buena Nueva·; es la venida, en la persona de cristo del reinado de Dios que va a reemplazar al de Satán, causa de todos los males que se abaten sobre el mundo. Después de Cristo, sus discípulos proclamarán el evangelio al mundo entero. Creer en el evangelio exige arrepentimiento y renuncia. Predicada primero, y luego puesta por escrito poco a poco, esta Buena Nueva ha quedado fijada en nuestros cuatro evangelios canónicos. Término técnico en Mc y Mt que se transcribe siempre por “Evangelio”, no es utilizado por Lc, que prefiere el verbo derivado de él, tomado de Is 61, 1 y que se traduce mejor por “anunciar la Buena Nueva”.

1 1 (b) Transcripción de una palabra giega que significa “Ungido”. Se aplica ante todo a aquel que ha recibido la unción real. Los dos títulos de “Cristo” y de “Mesías” son equivalentes.

1 1(c) Este título no indica una filiación de naturaleza, sino simplemente una filiación adoptiva que expresa una protección de Dios sobre el hombre a quien declara “hijo suyo”, especialmente sobre el rey a quien ha elegido. – Omisión: “hijo de Dios”.

1 4 (a) Este verbo (Kerysso) empleado con frecuencia para el anuncio público del Evangelio sirve para publicar los actos que Dios realiza a través de Jesús y designa la predicación pública del propio Jesús y de sus enviados. Aquí y en el v.7 sugiere que Juan está encargado de una misión divina en favor de todo el pueblo: por su predicación se cumplen las profecías.

1 4 (b) La palabra “bautismo”, empleada en el NT con referencia a la actividad de Juan y al bautismo cristiano, está emparentada con las que designan los baños o abluciones practicadas en el judaísmo para la purificación de las impurezas rituales. Desde finales del s. I está atestiguado un rito de inmersión para la integración de los prosélitos en el judaísmo. Y en la época de Juan había movimientos religiosos caracterizados por esta práctica. Es el caso de la comunidad de Qumrán, donde los baños diarios, reservados a los miembros profesos, expresaban su ideal de pureza, sin suplir, naturalmente la necesaria conversión interior, en espera de una purificación radical en el futuro (Regla de la comunidad). El bautismo de Juan diverge: es ofrecido a todos, quien bautiza es Juan y solo se recibe una vez como preparación última al juicio, al bautismo del final de los tiempos. Su condición esencial es la conversión o el arrepentimiento y tiene por finalidad el perdón de los pecados, esperado en ese mismo memento, o más probablemente como don del Reino de Dios anunciado (cf. las promesas de purificación de Israel: Is 1, 16).

1 5 El verbo exomoloéo parece indicar que los pecados se reconocían de palabra y no simplemente mediante un gesto. En el judaísmo de la época, la confesión de los pecados era practicada en determinadas circunstancias (con ocasión de las liturgias de explicación o de renovación de la alianza (Jubileos, Regla de Qumrán, Documento de Damasco). Expresa la vuelta a Dios para obtener su perdón.

1 6 Variante: “Juan llevaba un vestido de piel de camello y un cinturón de cuero a sus lomos”, ver Mt 3, 4.

1 7 La expresión “detrás de mí” es indicativa de rango, como ocurre en un cortejo. Resalta el contraste entre Juan y Jesús: el que viene detrás es en realidad “más fuerte”. La fuerza, atributo del Mesías, se manifestará en lucha de Jesús contra Satán. Por el contrario, quien viene delante es en realidad un siervo: poner o quitar las sandalias era una tarea de esclavo.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

[EVANGELIO] DE MARCOS: el encabezamiento, en este y en los otros evangelios, data probablemente del s. II y es, por lo tanto, posterior al texto. Si lo que llamamos “ cuatro Evangelios” se considera como cuatro variantes del único Evangelio, puede traducirse el encabezamiento: “[Evangelio] según Marcos” (o según Mateo, o Lucas, o Juan); pero en el griego del período helenístico la preposición kata en los títulos de escritos se usaba en vez del genitivo de autor (=de N.N.).

1 Este versículo es, propiamente, el título original de Marcos. COMIENZO (quizás en el sentido de “primera exposición”, “rudimentos”) DEL EVANGELIO – de “la noticia” de la predicación – acerca DE JESUCRISTO (cf. Mt 1, 16: en la persona de Jesucristo, más que en su mensaje, está la novedad de la buena noticia que predica el evangelista). En pocas palabras queda indicada la finalidad de Mc: poner progresivamente ante los ojos del lector a Jesús el Mesías (=JESUCRISTO), HIJ DE DIOS; esa revelación tuvo comienzo en el ministerio del Bautista (vs. 4ss), y culminó en la exclamación de un pagano en el momento en que Jesús aparecía como “Hijo del Hombre” en el sufrimiento (15, 39).

2-3 Mc, a diferencia de Mt y Lc, empieza directamente con la actividad de Juan el Bautista: la salvación profetizada en el AT, y preparada a las inmediatas por Juan (vs. 4, 7s), llega plenamente con Jesús (vs. 14-15), es confirmada por la actividad apostólica de los discípulos (3, 14; 6, 12), y llevada hasta el confín de la tierra por la Iglesia (13, 10; 14, 9; 16, 15s.20). // VOZ… QUE GRITA: en los siglos IV-V escribió san Máximo de Turín: “No dijo solamente… “una voz”, sino “la voz de uno que grita”, es decir, una voz que entre en los oídos para conseguir la fe, un grito que sacuda los corazones; la voz predicará el Reino, el grito amenazará con el Juicio”.

4 BAUTIZANDO: algunos manuscritos anteponen el artículo, lo que daría: “Juan el bautizador”, Juan el que bautizaba. // EL DESIERTO de Judea: cf. Mt 3, 1. // PREDICANDO: proclamando, anunciando a la manera de un heraldo en nombre del emperador. // BAUTISMO: baño o rito de inmersión, símbolo visible de purificación interior, signo externo DE ARREPENTIMIENTO.

6 VESTIDO CON PELOS DE CAMELLO: Mt 3, 4 ofrece este dato de forma más inteligible: su vestido estaba hecho de pelos (e.d., de piel) de camello. // SALTAMONTES: la Misná (Hull III, 7) permite comer los saltamontes “que tienen cuatro patas y cuatro alas… y cuyas alas cubren la mayor parte del cuerpo”, también en Qumrán existían normas para comer los saltamontes “metidos en fuego o en agua cuando aún están vivos” (Documento de Damasco col. XXII; 14-15). // MIEL DEL CAMPO: ¿era hidromiel[3]?; ¿o el mosto (tîros), bebida regular en Qumrán?

7 ANTE ÉL QUE… DESATAR: lit. del que no soy digno de, habiéndome agachado, desatar (menester propio de esclavos).

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

1, 1 El Evangelio es la buena noticia confiada a la Iglesia para que la dé a conocer a todo el mundo. Cat. 422, 515, 571 y 763.

1, 4 Con Juan Bautista se cumple la profecía de Isaías del predicador en el desierto, que llama a la gente para que prepare el camino para su Salvador (Is 40, 3). Juan es considerado el último y el más grande de los profetas. La vida austera de Juan, basada en la oración y la penitencia, lo convierte en un fuerte testigo de la venida del Señor. Juan, sin embargo, se considera indigno incluso a ser relacionado con el Mesías. Aunque el bautismo de Juan era “de penitencia” más que sacramental, llamaba a la conversión y señalaba al definitivo Bautismo de Cristo, que perdonaría los pecados por medio del Espíritu Santo. Cat 523 y 719-720..

1, 6 La vestimenta de Juan nos recuerda al profeta Elías, que vestía túnica de piel de camello y un cinto de cuero. El profeta Malaquías había predicho que Elías volvería a anunciar la llegada del Salvador (Mal 4, 1-5). Cristo identificó a Elías con Juan el Bautista en el sentido de que el “espíritu” de Elías descansaba sobre él. Estaba colmado del Espíritu Santo, que hizo que Juan se asemejase a Cristo. La santidad de Juan era, en sí misma, una preparación para el Señor. Cat. 719.

 

Catecismo de la Iglesia Católica

422 “Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5). He aquí “la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios”: Dios ha visitado a su pueblo, ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia; lo ha hecho más allá de toda expectativa: Él ha enviado a su Hijo amado.

515 Los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quien es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su misterio durante su vida terrena. Desde los pañales de su natividad hasta el vinagre de su Pasión y el sudario de su Resurrección, todo en la vida de Jesús es signo de su misterio. A través de los gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente. Su humanidad aparece así como el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que se había hecho visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora.

571 El Misterio Pascual de la cruz y de la resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstoles, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al mundo.

763 Corresponde al Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos; ese es el motivo de su misión. “El Señor comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacia siglos en las Escrituras” (C. Vaticano II, Lumen gentium, 5).

523 San Juan Bautista es el precursor inmediato del Señor, enviado a prepararle el camino. “Profeta del Altísimo” (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas, de los que es el último e inaugura el Evangelio.

719 Juan es más que un profeta. En él, el Espíritu Santo consuma el hablar por los profetas. Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías. Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la voz del Consolador que llega.

 

Concilio Vaticano II

La actividad misionera tiene una conexión íntima con la misma naturaleza humana y sus aspiraciones. Pues al manifestar a Cristo, la Iglesia revela a los hombres la auténtica verdad de su condición y de su vocación íntegra, siendo Cristo el principio y ejemplo de esta humanidad renovada, llena de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu de paz, a la que todos aspiran. Cristo y la Iglesia, que da testimonio de Él mediante la predicación del Evangelio, trascienden todo particularismo de raza o nación y, por consiguiente, no pueden ser considerados como extraños a nadie ni en ningún lugar. Cristo mismo es la verdad y el camino de la predicación evangélica muestra a todos cuando lleva a oídos de todas las palabras del propio Cristo: “Haced penitencia y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). Y como el que no cree ya está juzgado, las palabras de Cristo son al mismo tiempo palabras de juicio y de gracia, de muerte y de vida.

Ad gentes divinitus, 8.

 

Comentarios de los Santos Padres.

El Señor desea abrir en vosotros un camino por el que pueda penetrar en vuestras almas y hacer su viaje… El camino por el que ha de penetrar la palabra de Dios consiste en la capacidad del corazón humano. El corazón del hombre es grande, espacioso y capaz, como si de un mundo se tratara…. Mira que el corazón humano no es algo pequeño, al caber tantas cosas. Comprende que su grandeza no reside en las dimensiones físicas, sino en la fuerza de su pensamiento, capaz de abarcar el conocimiento de tantas verdades… Prepara un camino al Señor mediante una conducta honesta, y con acciones irreprochables allana tú el sendero, para que la Palabra de Dios camine en ti sin obstáculo.

Orígenes. Homilías sobre el Ev. de Lucas, 21, 5-7.

El evangelio, en primer lugar, se refiere a aquél que es cabeza de todo el cuerpo de los salvados, es decir, de Cristo Jesús, como dice Marcos: “Comienzo del evangelio de Jesucristo”. Así, el “comienzo del evangelio” (en cuanto que tiene unas dimensiones, principio, continuación, medio y fin) se refiere o a todo el Antiguo Testamento, del que Juan es figura, o a la conexión existente entre el Nuevo y el Antiguo Testamento, cuya parte final de este último está representada precisamente por Juan.

Orígenes. Comentario al Ev. de Juan, 1, 13, 79-82.

Al final de la Antigua y al principio de la Nueva Alianza está un bautismo. Porque Juan era el iniciador – sin que hubiera otro mayor entre los nacidos de mujer –, el último de los profetas: “Porque todos los profetas y la Ley profetizaron hasta Juan”. También es el comienzo de los sucesos del Evangelio: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo”, dice, y a continuación: “Estaba Juan bautizando en el desierto”.

Cirilo de Jerusalén, Las catequesis, 3, 6.

Con toda claridad, coloca el comienzo del evangelio en las palabras de los santos profetas, e indica desde el principio que Aquel que ellos han reconocido como Señor y como Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien les prometió enviar un mensajero delante de él; y este era Juan que “en el Espíritu Santo y en el poder de Elías” gritaba en el desierto.

Ireneo de Lyon. Contra las herejías, 3, 10, 6.

Le llamó su mensajero por las maravillas que habría de realizar y por su ministerio profético, en virtud del cual ha promulgado la voluntad divina.

Tertuliano, Contra los judíos, 9, 23.

¡Fijaos lo que dijo! No mencionó únicamente yo soy una voz, sino la voz del que grita; o sea, una voz que penetre los oídos a fin de conseguir la fe, un grito que golpee los corazones; la voz predicará el reino, el grito conminará al juicio.

Máximo de Turín. Sermón, 6, 1.

El bautismo de Juan no consistió tanto en el perdón de los pecados, cuanto en ser un bautismo de penitencia con miras a la remisión de los pecados, es decir, la que habría de venir después por medio de la santificación de Cristo.

Jerónimo. diálogo con los luciferianos, 7.

Juan Bautista tuvo una santa madre y era hijo de un pontífice, y, sin embargo, ni el cariño de la madre ni las riquezas del padre fueron bastantes a determinarlo a vivir en casa de sus padres con riesgo de su castidad. Allí viví en el yermo y, con ojos que echaban menos a Cristo, ninguna otra cosa se dignaba mirar. Su vestido era áspero; su cinto de piel; su manjar, langostas y miel silvestre; todo acomodado a la virtud y a la continencia. Los hijos de los profetas, que son los monjes que leemos en el Antiguo Testamento, se construían pobres chozas junto a las corrientes del Jordán, huían del bullicio de las ciudades y se alimentaban con tortas de cebada y hierbas agrestes. Mientras permanezcas en tu patria, ten tu celda por un paraíso o vergel, del que cortes los frutos varios de las Escrituras. Esas sean tus delicias, del abrazo de ellas goza.

Jerónimo. Carta a Rústico, 125, 7.

Como precursor de quien tantas cosas antiguas venía a destruir: el trabajo, la maldición, la tristeza, el sudor, tenía que llevar en sí mismo algunas señales de este don divino y estar por encima de la maldición primera del paraíso. Así, Juan, ni aró la tierra, ni abrió surcos en ella, ni comió el pan con el sudor de su frente. La mesa la tenía siempre puesta; aun era más fácil que su mesa su vestido, y más que su vestido su casa, y es que no necesitaba ni de techo, ni de lecho, ni de mesa, ni de nada semejante, sino que llevaba en carne humana, una especie de vida de ángel. Por ello llevaba también un manto de pelos, enseñando por sola su figura a apartarse de las cosas humanas y a no tener nada de común con la tierra, sino volver a aquella primera nobleza en que se hallara Adán antes de que necesitara mantos y vestidos.

Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Ev. de Mateo, 10, 4.

De igual manera que Juan fue el precursor del Señor, así también su bautismo fue previo al bautismo del Señor.

Jerónimo. Diálogo contra los luciferianos, 7.

Aquí establece una comparación entre la ley y el Evangelio. Y dice también: “Yo os bautizo con agua”, esto es la ley, “pero él os bautizará con Espíritu Santo”, esto es, el Evangelio.

Jerónimo. Comentario al Ev. de Marcos, homilía 2.

No puede llamarse bautismo perfecto, sino en virtud de la cruz y de la resurrección de Cristo.

Jerónimo. Diálogo contra los luciferianos, 7.

 

San Agustín.

Observa que Juan es la voz. ¿Qué es Cristo sino la Palabra? Primero se envía la voz para que luego se pueda entender la palabra. ¿Qué Palabra? Escucha lo que te muestra con claridad: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo fue hecho por ella y sin ella nada se hizo. Si todo, también Juan. ¿Por qué nos extrañamos de que la Palabra haya creado su voz? Mira junto al río una y otra cosa: la voz y la Palabra, Juan es la voz, Cristo la Palabra.

Todo hombre que anuncia la Palabra es voz de la Palabra.

Envió a los patriarcas, a los profetas; envió a tan numerosos y grandes pregoneros suyos. La Palabra que permanece envió las voces y después de haber enviado delante muchas voces, vino la misma Palabra en su voz, en su carne, cual en su propio vehículo. Recoge, pues, como en una unidad, todas las voces que antecedieron a la Palabra

 

San Juan de Ávila.

Y mírese cuán mal y deshonestamente se pinta la imagen de San Juan Baptista, dejándole desnudos los brazos y piernas y poniéndole un pellejo entero de camello con su cabeza, no entendiendo que en el Evangelio dice que habebat vestimentum de pilis cameli, que era vestido de penitencia y no de pieles.

Tratados de reforma. Lo que se debe avisar a los obispos. 11. OC II. Pg. 517.

-No soy, dice San Joán, el que pensáis. – Pues, ¿quién sois? – Aquel de quien profetizó Esaías: Vox clamantis in deserto; y mi oficio, mi honra y mi dignidad y mi ser este es; yo no soy el Mesías, sino voz del Señor que quiere venir a vosotros, aparejad la casa para el Señor.

¡Pobre de mí y de otros como yo, que tenemos el oficio de San Joán y no tenemos su santidad! Labia sacerdotes custodiunt scientiam et legem requirunt ex ore eius (cf. Mal 2, 7). El sacerdote, el predicador, ángel; quia angelus significat nuntius, y el predicador es mensajero de Dios y hablaos Dios por su boca. Somos mensajeros de Dios, aposentadores de la persona real, y no sé si por no saber nosotros representar este oficio o por qué, los oyentes no nos miran con más de con ojos e carne y no miran más de esto exterior. Que si el predicador se llorase primero por indigno de tal oficio y suplicase a Dios que les diese gracia para venir a los sermones y dijesen: “A Dios voy a oír”, y os parejásedes para oír bien la palabra de Dios; que, aunque las predica un hombre pecador y miserable como yo, palabras son de Dios, que no suyas, y en nombre de Dios os las dice.

Yo no soy San Joán Baptista; mas, por ser predicador, tengo su oficio, y os digo de parte de Dios y en nombre suyo que aparejéis vuestras ánimas. Quiere Dios venir a morar en cada uno de los que estáis aquí.

Vox clamantis in deserto, etc. (Jn 1, 23). Agora estaba pensando que no sé si este sermón ha de ir en balde, con otros. Sois tan enemigos de huéspedes, que aunque os digan que aparejéis vuestra casa, que quiere Dios venir a ella, no sé si lo habéis de querer hacer.

 

San Oscar Romero. Homilía.  

Y terminamos nuestra homilía invitándoles a pasar espiritualmente al altar, donde mi tercer pensamiento es ya una realidad como San Marcos en su Evangelio, que no pretende tanto contarnos una vida de Cristo, sino decirles: "Aquí está con nosotros el Dios que se hizo hombre". Y es el único Evangelio que comienzo con esa frase tan sublime: "Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios". Cuando vino Cristo, Hijo de Dios, los hombres sintieron que todos los caminos de su vida y de su historia se encontraban con el Gran Camino: "Yo soy el Camino, nadie viene al Padre sino por mí". Allí está la salvación en Cristo Jesús. Las tres lecturas nos hablan de ese Cristo anunciado por Isaías como un ser salvador en medio de las catástrofes de los pueblos; y la segunda lectura anunciándolo como en su venida cercana, esperando la conversión de los hombres. Y en la teología profunda del evangelio de San Marcos, Cristo mismo está presente entre nosotros. Hagámonos encontradizos, hermanos, porque no está lejos. Cristo vive en su pueblo, Dios salva en su historia, la zona donde Dios se encuentra con cada hombre es Cristo. Encontrarse con Cristo es encontrarse con Dios. Poner en Cristo la esperanza de la patria y de la situación es decir Dios viene a salvarnos!". Así sea...

Homilía 10  de diciembre de 1978.

 

Papa Francisco. Ángelus. 7 de diciembre de 2014.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Este domingo marca la segunda etapa del tiempo de Adviento, un período estupendo que despierta en nosotros la espera del regreso de Cristo y la memoria de su venida histórica. La liturgia de hoy nos presenta un mensaje lleno de esperanza. Es la invitación del Señor expresado por boca del profeta Isaías: «Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios» (40, 1). Con estas palabras se abre el Libro de la consolación, donde el profeta dirige al pueblo en exilio el anuncio gozoso de la liberación. El tiempo de la tribulación ha terminado; el pueblo de Israel puede mirar con confianza hacia el futuro: le espera finalmente el regreso a la patria. Por ello la invitación es dejarse consolar por el Señor.

Isaías se dirige a gente que atravesó un período oscuro, que sufrió una prueba muy dura; pero ahora llegó el tiempo de la consolación. La tristeza y el miedo pueden dejar espacio a la alegría, porque el Señor mismo guiará a su pueblo por la senda de la liberación y de la salvación. ¿De qué modo hará todo esto? Con la solicitud y la ternura de un pastor que se ocupa de su rebaño. Él, en efecto, dará unidad y seguridad al rebaño, lo apacentará, reunirá en su redil seguro a las ovejas dispersas, reservará atención especial a las más frágiles y débiles (cf. v. 11). Esta es la actitud de Dios hacia nosotros, sus criaturas. Por ello el profeta invita a quien le escucha —incluidos nosotros, hoy— a difundir entre el pueblo este mensaje de esperanza: que el Señor nos consuela. Y dejar espacio a la consolación que viene del Señor.

Pero no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros no experimentamos en primer lugar la alegría de ser consolados y amados por Él. Esto sucede especialmente cuando escuchamos su Palabra, el Evangelio, que tenemos que llevar en el bolsillo: ¡no olvidéis esto! El Evangelio en el bolsillo o en la cartera, para leerlo continuamente. Y esto nos trae consolación: cuando permanecemos en oración silenciosa en su presencia, cuando lo encontramos en la Eucaristía o en el sacramento del perdón. Todo esto nos consuela.

Dejemos ahora que la invitación de Isaías —«Consolad, consolad a mi pueblo»— resuene en nuestro corazón en este tiempo de Adviento. Hoy se necesitan personas que sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacude a los resignados, reanima a los desanimados. Él enciende el fuego de la esperanza. ¡Él enciende el fuego de la esperanza! No nosotros. Muchas situaciones requieren nuestro testimonio de consolación. Ser personas gozosas, que consuelan. Pienso en quienes están oprimidos por sufrimientos, injusticias y abusos; en quienes son esclavos del dinero, del poder, del éxito, de la mundanidad. ¡Pobrecillos! Tienen consolaciones maquilladas, no la verdadera consolación del Señor. Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, testimoniando que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales. ¡Él puede hacerlo! ¡Es poderoso!

El mensaje de Isaías, que resuena en este segundo domingo de Adviento, es un bálsamo sobre nuestras heridas y un estímulo para preparar con compromiso el camino del Señor. El profeta, en efecto, habla hoy a nuestro corazón para decirnos que Dios olvida nuestros pecados y nos consuela. Si nosotros nos encomendamos a Él con corazón humilde y arrepentido, Él derrumbará los muros del mal, llenará los vacíos de nuestras omisiones, allanará las dosis de soberbia y vanidad y abrirá el camino del encuentro con Él. Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la consolación, de ser consolados. Es más, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Sabéis por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio en la consolación es el Espíritu Santo el protagonista. Es Él quien nos consuela, es Él quien nos da la valentía de salir de nosotros mismos. Es Él quien nos conduce a la fuente de toda consolación auténtica, es decir, al Padre. Y esto es la conversión. Por favor, dejaos consolar por el Señor. ¡Dejaos consolar por el Señor!

La Virgen María es la «senda» que Dios mismo se preparó para venir al mundo. Confiamos a ella la esperanza de salvación y de paz de todos los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.

 

Papa Francisco. Ángelus. 10 de diciembre de 2017.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El domingo pasado empezamos el Adviento con la invitación a vigilar; hoy, segundo domingo de este tiempo de preparación a la Navidad, la liturgia nos indica los contenidos propios: es un tiempo para reconocer los vacíos para colmar en nuestra vida, para allanar las asperezas del orgullo y dejar espacio a Jesús que viene.

El profeta Isaías se dirige al pueblo anunciando el final del exilio en Babilonia y el regreso a Jerusalén. Él profetiza: «Una voz clama: “En el desierto abrid camino a Yahveh. […]. Que todo valle sea elevado”» (40, 3). Los valles para elevar representan todos los vacíos de nuestro comportamiento ante Dios, todos nuestros pecados de omisión. Un vacío en nuestra vida puede ser el hecho de que no rezamos o rezamos poco. El Adviento es entonces el momento favorable para rezar con más intensidad, para reservar a la vida espiritual el puesto importante que le corresponde. Otro vacío podría ser la falta de caridad hacia el prójimo, sobre todo, hacia las personas más necesitadas de ayuda no solo material, sino también espiritual. Estamos llamados a prestar más atención a las necesidades de los otros, más cercanos. Como Juan Bautista, de este modo podemos abrir caminos de esperanza en el desierto de los corazones áridos de tantas personas. «Y todo monte y cerro sea rebajado» (v. 4), exhorta aún Isaías. Los montes y los cerros que deben ser rebajados son el orgullo, la soberbia, la prepotencia. Donde hay orgullo, donde hay prepotencia, donde hay soberbia no puede entrar el Señor porque ese corazón está lleno de orgullo, de prepotencia, de soberbia. Por esto, debemos rebajar este orgullo. Debemos asumir actitudes de mansedumbre y de humildad, sin gritar, escuchar, hablar con mansedumbre y así preparar la venida de nuestro Salvador, Él que es manso y humilde de corazón (cf. Mateo 11, 29). Después se nos pide que eliminemos todos los obstáculos que ponemos a nuestra unión con el Señor: «¡Vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie! Se revelará la gloria de Yahveh —dice Isaías— y toda criatura a una la verá (Isaías 40, 4-5). Estas acciones, sin embargo, se cumplen con alegría, porque están encaminadas a la preparación de la llegada de Jesús. Cuando esperamos en casa la visita de una persona querida, preparamos todo con cuidado y felicidad. Del mismo modo queremos prepararnos para la venida del Señor: esperarlo cada día con diligencia, para ser colmados de su gracia cuando venga.

El Salvador que esperamos es capaz de transformar nuestra vida con su gracia, con la fuerza del Espíritu Santo, con la fuerza del amor. En efecto, el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones el amor de Dios, fuente inagotable de purificación, de vida nueva y de libertad. La Virgen María vivió en plenitud esta realidad, dejándose «bautizar» por el Espíritu Santo que la inundó de su poder. Que Ella, que preparó la venida del Cristo con la totalidad de su existencia, nos ayude a seguir su ejemplo y guíe nuestros pasos al encuentro con el Señor que viene.

 

Papa Francisco. Ángelus. 6 de diciembre de 2020.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (Mc 1,1-8) presenta la figura y la obra de Juan el Bautista, que señaló a sus contemporáneos un itinerario de fe similar al que el Adviento nos propone a nosotros, que nos preparamos para recibir al Señor en Navidad. Este itinerario de fe es un itinerario de conversión. ¿Qué significa la palabra “conversión”? En la Biblia quiere decir, ante todo, cambiar de dirección y orientación; y, por tanto, cambiar nuestra manera de pensar. En la vida moral y espiritual, convertirse significa pasar del mal al bien, del pecado al amor de Dios. Esto es lo que enseñaba el Bautista, que en el desierto de Judea proclamaba «un bautismo de conversión para perdón de los pecados» (v. 4). Recibir el bautismo era un signo externo y visible de la conversión de quienes escuchaban su predicación y decidían hacer penitencia. Ese bautismo tenía lugar con la inmersión en el Jordán, en el agua, pero resultaba inútil, era solamente un signo y resultaba inútil sin la voluntad de arrepentirse y cambiar de vida.

La conversión implica el dolor de los pecados cometidos, el deseo de liberarse de ellos, el propósito de excluirlos para siempre de la propia vida. Para excluir el pecado, hay que rechazar también todo lo que está relacionado con él, las cosas que están ligadas al pecado y, esto es, hay que rechazar la mentalidad mundana, el apego excesivo a las comodidades, el apego excesivo al placer, al bienestar, a las riquezas. El ejemplo de este desapego nos lo ofrece una vez más el Evangelio de hoy en la figura de Juan el Bautista: un hombre austero, que renuncia a lo superfluo y busca lo esencial. Este es el primer aspecto de la conversión: desapego del pecado y de la mundanidad. Comenzar un camino de desapego hacia estas cosas.

El otro aspecto de la conversión es el fin del camino, es decir,  la búsqueda de Dios y de su reino. Desapego de las cosas mundanas y búsqueda de Dios y de su reino. El abandono de las comodidades y la mentalidad mundana no es un fin en sí mismo, no es una ascesis solo para hacer penitencia; el cristiano no hace “el faquir”. Es otra cosa. El desapego no es un fin en sí mismo, sino que tiene como objetivo lograr algo más grande, es decir, el reino de Dios, la comunión con Dios, la amistad con Dios. Pero esto no es fácil, porque son muchas las ataduras que nos mantienen cerca del pecado, y no es fácil… La tentación siempre te tira hacia abajo, te abate, y así las ataduras que nos mantienen cercanos al pecado: inconstancia, desánimo, malicia, mal ambiente y malos ejemplos. A veces el impulso que sentimos hacia el Señor es demasiado débil y parece casi como si Dios callara; nos parecen lejanas e irreales sus promesas de consolación, como la imagen del pastor diligente y solícito, que resuena hoy en la lectura de Isaías (cf. Is 40,1.11). Y entonces sentimos la tentación de decir que es imposible convertirse de verdad. ¿Cuántas veces hemos sentido este desánimo? “¡No, no puedo hacerlo! Lo empiezo un poco y luego vuelvo atrás”. Y esto es malo. Pero es posible, es posible. Cuando tengas esa idea de desanimarte, no te quedes ahí, porque son arenas movedizas: son arenas movedizas: las arenas movedizas de una existencia mediocre. La mediocridad es esto. ¿Qué se puede hacer en estos casos, cuando quisieras seguir pero sientes que no puedes? En primer lugar, recordar que la conversión es una gracia: nadie puede convertirse con sus propias fuerzas. Es una gracia que te da el Señor, y que, por tanto, hay que pedir a Dios con fuerza, pedirle a Dios que nos convierta Él, que verdaderamente podamos convertirnos, en la medida en que nos abrimos a la belleza, la bondad, la ternura de Dios. Pensad en la ternura de Dios. Dios no es un padre terrible, un padre malo, no. Es tierno, nos ama tanto, como el Buen Pastor, que busca la última de su rebaño. Es amor, y la conversión es esto: una gracia de Dios. Tú empieza a caminar, porque es Él quien te mueve a caminar, y verás cómo llega. Reza, camina y siempre darás un paso adelante.

Que María Santísima, a quien pasado mañana celebraremos como la Inmaculada Concepción, nos ayude a desprendernos cada vez más del pecado y de la mundanidad, para abrirnos a Dios, a su palabra, a su amor que regenera y salva.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 4 de diciembre de 2005.

Queridos hermanos y hermanas:

En este tiempo de Adviento la comunidad eclesial, mientras se prepara para celebrar el gran misterio de la Encarnación, está invitada a redescubrir y profundizar su relación personal con Dios.

La palabra latina "adventus" se refiere a la venida de Cristo y pone en primer plano el movimiento de Dios hacia la humanidad, al que cada uno está llamado a responder con la apertura, la espera, la búsqueda y la adhesión. Y al igual que Dios es soberanamente libre al revelarse y entregarse, porque sólo lo mueve el amor, también la persona humana es libre al dar su asentimiento, aunque tenga la obligación de darlo: Dios espera una respuesta de amor. Durante estos días la liturgia nos presenta como modelo perfecto de esa respuesta a la Virgen María, a quien el próximo 8 de diciembre contemplaremos en el misterio de la Inmaculada Concepción.

La Virgen, que permaneció a la escucha, siempre dispuesta a cumplir la voluntad del Señor, es ejemplo para el creyente que vive buscando a Dios. A este tema, así como a la relación entre verdad y libertad, el concilio Vaticano II dedicó una reflexión atenta. En particular, los padres conciliares aprobaron, hace exactamente cuarenta años, una Declaración concerniente a la cuestión de la libertad religiosa, es decir, al derecho de las personas y de las comunidades a poder buscar la verdad y profesar libremente su fe. Las primeras palabras, que dan el título a este documento, son "Dignitatis humanae": la libertad religiosa deriva de la singular dignidad del hombre que, entre todas las criaturas de esta tierra, es la única capaz de entablar una relación libre y consciente con su Creador. "Todos los hombres —dice el Concilio—, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y voluntad libre, (...) se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo la verdad religiosa" (Dignitatis humanae, 2).

El Vaticano II reafirma así la doctrina católica tradicional, según la cual el hombre, en cuanto criatura espiritual, puede conocer la verdad y, por tanto, tiene el deber y el derecho de buscarla (cf. ib., 3). Puesto este fundamento, el Concilio insiste ampliamente en la libertad religiosa, que debe garantizarse tanto a las personas como a las comunidades, respetando las legítimas exigencias del orden público. Y esta enseñanza conciliar, después de cuarenta años, sigue siendo de gran actualidad. En efecto, la libertad religiosa está lejos de ser asegurada efectivamente por doquier: en algunos casos se la niega por motivos religiosos o ideológicos; otras veces, aunque se la reconoce teóricamente, es obstaculizada de hecho por el poder político o, de manera más solapada, por el predominio cultural del agnosticismo y del relativismo.

Oremos para que todos los hombres puedan realizar plenamente la vocación religiosa que llevan inscrita en su ser. Que María nos ayude a reconocer en el rostro del Niño de Belén, concebido en su seno virginal, al divino Redentor, que vino al mundo para revelarnos el rostro auténtico de Dios.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 7 de diciembre de 2008.

Queridos hermanos y hermanas:

Desde hace una semana estamos viviendo el tiempo litúrgico de Adviento: tiempo de apertura al futuro de Dios, tiempo de preparación para la santa Navidad, cuando él, el Señor, que es la novedad absoluta, vino a habitar en medio de esta humanidad decaída para renovarla desde dentro. En la liturgia de Adviento resuena un mensaje lleno de esperanza, que invita a levantar la mirada al horizonte último, pero, al mismo tiempo, a reconocer en el presente los signos del Dios-con-nosotros.

En este segundo domingo de Adviento la Palabra de Dios asume el tono conmovedor del así llamado segundo Isaías, que a los israelitas, probados durante decenios de amargo exilio en Babilonia, les anunció finalmente la liberación: "Consolad, consolad a mi pueblo —dice el profeta en nombre de Dios—. Hablad al corazón de Jerusalén, decidle bien alto que ya ha cumplido su tribulación" (Is 40, 1-2). Esto es lo que quiere hacer el Señor en Adviento: hablar al corazón de su pueblo y, a través de él, a toda la humanidad, para anunciarle la salvación.

También hoy se eleva la voz de la Iglesia: "En el desierto preparadle un camino al Señor" (Is 40, 3). Para las poblaciones agotadas por la miseria y el hambre, para las multitudes de prófugos, para cuantos sufren graves y sistemáticas violaciones de sus derechos, la Iglesia se pone como centinela sobre el monte alto de la fe y anuncia: "Aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza" (Is 40, 11).

Este anuncio profético se realizó en Jesucristo. Él, con su predicación y después con su muerte y resurrección, cumplió las antiguas promesas, revelando una perspectiva más profunda y universal. Inauguró un éxodo ya no sólo terreno, histórico y como tal provisional, sino radical y definitivo: el paso del reino del mal al reino de Dios, del dominio del pecado y la muerte al del amor y la vida. Por tanto, la esperanza cristiana va más allá de la legítima esperanza de una liberación social y política, porque lo que Jesús inició es una humanidad nueva, que viene "de Dios", pero al mismo tiempo germina en nuestra tierra, en la medida en que se deja fecundar por el Espíritu del Señor. Por tanto, se trata de entrar plenamente en la lógica de la fe: creer en Dios, en su designio de salvación, y al mismo tiempo comprometerse en la construcción de su reino. En efecto, la justicia y la paz son un don de Dios, pero requieren hombres y mujeres que sean "tierra buena", dispuesta a acoger la buena semilla de su Palabra.

Primicia de esta nueva humanidad es Jesús, Hijo de Dios e hijo de María. Ella, la Virgen Madre, es el "camino" que Dios mismo se preparó para venir al mundo. Con toda su humildad, María camina a la cabeza del nuevo Israel en el éxodo de todo exilio, de toda opresión, de toda esclavitud moral y material, hacia "los nuevos cielos y la nueva tierra, en los que habita la justicia" (2 P 3, 13). A su intercesión materna encomendamos las esperanzas de paz y de salvación de los hombres de nuestro tiempo.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 4 de diciembre de 2011.

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo marca la segunda etapa del Tiempo de Adviento. Este período del año litúrgico pone de relieve las dos figuras que desempeñaron un papel destacado en la preparación de la venida histórica del Señor Jesús: la Virgen María y san Juan Bautista. Precisamente en este último se concentra el texto de hoy del Evangelio de san Marcos. Describe la personalidad y la misión del Precursor de Cristo (cf. Mc 1, 2-8). Comenzando por el aspecto exterior, se presenta a Juan como una figura muy ascética: vestido de piel de camello, se alimenta de saltamontes y miel silvestre, que encuentra en el desierto de Judea (cf. Mc 1, 6). Jesús mismo, una vez, lo contrapone a aquellos que «habitan en los palacios del rey» y que «visten con lujo» (Mt 11, 8). El estilo de Juan Bautista debería impulsar a todos los cristianos a optar por la sobriedad como estilo de vida, especialmente en preparación para la fiesta de Navidad, en la que el Señor —como diría san Pablo— «siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza» (2 Co 8, 9).

Por lo que se refiere a la misión de Juan, fue un llamamiento extraordinario a la conversión: su bautismo «está vinculado a un llamamiento ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado sobre todo al anuncio del juicio de Dios» (Jesús de Nazaret, I, Madrid 2007, p. 36) y de la inminente venida del Mesías, definido como «el que es más fuerte que yo» y «bautizará con Espíritu Santo» (Mc 1, 7.8). La llamada de Juan va, por tanto, más allá y más en profundidad respecto a la sobriedad del estilo de vida: invita a un cambio interior, a partir del reconocimiento y de la confesión del propio pecado. Mientras nos preparamos a la Navidad, es importante que entremos en nosotros mismos y hagamos un examen sincero de nuestra vida. Dejémonos iluminar por un rayo de la luz que proviene de Belén, la luz de Aquel que es «el más Grande» y se hizo pequeño, «el más Fuerte» y se hizo débil.

Los cuatro evangelistas describen la predicación de Juan Bautista refiriéndose a un pasaje del profeta Isaías: «Una voz grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios"» (Is 40, 3). San Marcos inserta también una cita de otro profeta, Malaquías, que dice: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino» (Mc 1, 2; cf. Mal 3, 1). Estas referencias a las Escrituras del Antiguo Testamento «hablan de la intervención salvadora de Dios, que sale de lo inescrutable para juzgar y salvar; a él hay que abrirle la puerta, prepararle el camino» (Jesús de Nazaret, I, p. 37).

A la materna intercesión de María, Virgen de la espera, confiamos nuestro camino al encuentro del Señor que viene, mientras proseguimos nuestro itinerario de Adviento para preparar en nuestro corazón y en nuestra vida la venida del Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Después del Ángelus, antes de dirigir sus saludos en diversas lenguas a los grupos presentes, el Pontífice pidió solidaridad hacia quienes se ven obligados a abandonar su propio país.

 

Francisco. Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente. 28. El anuncio es para hoy.

Queridos hermanos y hermanas, las veces pasadas hemos visto que el anuncio cristiano es alegría y es para todos; hoy vemos un tercer aspecto: es para hoy.

Casi siempre se oye hablar mal del hoy. Cierto, entre guerras, cambios climáticos, injusticias planetarias y migraciones, crisis de la familia y de la esperanza, no faltan motivos de preocupación. En general, el hoy parece habitado por una cultura que pone al individuo por encima de todo y la técnica en el centro de todo, con su capacidad de resolver muchos problemas y sus gigantescos progresos en muchos campos. Pero al mismo tiempo esta cultura del progreso técnico-individual lleva a afirmar una libertad que no quiere ponerse límites y se muestra indiferente hacia quien se queda atrás. Y así entrega las grandes aspiraciones humanas a las lógicas a menudo voraces de la economía, con una visión de la vida que descarta a quien no produce y le cuesta mirar más allá del inmanente. Podríamos incluso decir que nos encontramos en la primera civilización de la historia que globalmente trata de organizar una sociedad humana sin la presencia de Dios, concentrándose en enormes ciudades que se mantienen horizontales, aunque tengan rascacielos vertiginosos.

Viene a la mente el pasaje de la ciudad de Babel y de su torre (cfr Gen 11,1-9). En él se narra un proyecto social que prevé sacrificar toda individualidad a la eficiencia de la colectividad. La humanidad habla una sola lengua – podríamos decir que tiene un “pensamiento único” -, está como envuelta en una especie de encanto general que absorbe la unicidad de cada uno en una burbuja de uniformidad. Entonces Dios confunde las lenguas, es decir restablece las diferencias, recrea las condiciones para que puedan desarrollarse unicidades, reanima el múltiple donde la ideología quisiera imponer el único. El Señor aparta a la humanidad también de su delirio de omnipotencia: «hagámonos famosos», dicen exaltados los habitantes de Babel (v. 4), que quieren llegar hasta el cielo, ponerse en el lugar de Dios. Pero son ambiciones peligrosas, alienantes, destructivas, y el Señor, frustrando estas expectativas, protege a los hombres, impidiendo un desastre anunciado. Parece realmente actual este pasaje: también hoy la cohesión, más que la fraternidad y la paz, se basa a menudo en la ambición, en los nacionalismos, la homologación, en estructuras técnico-económicas que inculcan la persuasión que Dios sea insignificante e inútil: no tanto porque se busca un algo más de saber, sino sobre todo por un algo más de poder. Es una tentación que impregna los grandes desafíos de la cultura actual.

En Evangelii gaudium he tratado de describir algunas (cfr nn. 52-75), pero sobre todo he invitado a «una evangelización que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el espacio, y que suscite los valores fundamentales. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades» (n. 74). En otras palabras, se puede anunciar a Jesús solo habitando la cultura del propio tiempo; y siempre teniendo en el corazón las palabras del apóstol Pablo sobre el hoy: «en el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé» (2 Cor 6,2). Por tanto, no hay que contraponer al hoy visiones alternativas procedentes del pasado. Tampoco basta con simplemente reiterar convicciones religiosas adquiridas que, por verdaderas que sean, se vuelven abstractas con el paso del tiempo. Una verdad no se vuelve más creíble porque se levante la voz al decirla, sino porque se testimonia con la vida.

El celo apostólico nunca es una simple repetición de un estilo adquirido, sino testimonio de que el Evangelio está vivo hoy aquí para nosotros. Conscientes de esto, miramos por tanto a nuestra época y a nuestra cultura como a un don. Estas son nuestras y evangelizarlas no significa juzgarlas de lejos, ni tampoco estar en un balcón gritando el nombre de Jesús, sino bajar a la calle, ir a los lugares donde se vive, frecuentar los espacios donde se sufre, se trabaja, se estudia y se reflexiona, habitar los cruces de los caminos donde los seres humanos comparten lo que tiene sentido para sus vidas. Significa ser, como Iglesia, «levadura de diálogo, de encuentro, de unidad. Además, nuestras formulaciones de fe son fruto de un diálogo y de un encuentro de culturas, comunidades e instancias diferentes. No debemos tener miedo del diálogo: es precisamente la confrontación y la crítica las que nos ayuda a preservar a la teología de transformarse en ideología» (Discurso al V Congreso nacional de la Iglesia italiana, Florencia, 10 de noviembre 2015).

Necesitamos estar en los cruces de los caminos de hoy. Salir de ellos significaría empobrecer el Evangelio y reducir la Iglesia a una secta. Frecuentarlos, sin embargo, nos ayuda a los cristianos a comprender de forma renovada las razones de nuestra esperanza, para extraer y compartir el tesoro de la fe «lo nuevo y lo viejo» (Mt 13,52). En resumen, más que querer reconvertir el mundo de hoy, es necesario convertir la pastoral para que encarne mejor el Evangelio en el hoy (cf. Evangelii gaudium, 25). Hagamos nuestro el deseo de Jesús: ayudar a nuestros compañeros de viaje a no perder el deseo de Dios, para abrirle el corazón y encontrar al único que, hoy y siempre, dona paz y alegría al hombre.

 

Monición de entrada:

Buenos días:

Estamos en el tercer domingo de adviento, el domingo de la alegría. Y así lo vamos a escuchar en esta misa.

El amigo de Jesús Juan nos va a pedirnos que miremos a Jesús.

Igual que las personas estaban muy atentas a lo que decía Juan, nosotros vamos a estarlo en misa.

 

Bendición de la corona de Adviento.-

Jesús esta mañana vamos a encender la tercera vela, la vela de la alegría.

Al encenderla te pedimos nos ayudes a llevar tu alegría a las personas que están tristes, ayudando a los niños que en la escuela están solos.

 

Señor, ten piedad.-

Tú que miras con amor a los que están sin comida.  Señor, ten piedad.

Tú que miras con amor a los que están tristes. Cristo, ten piedad.

Tú que miras con amor a los que están solos.   Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Te pedimos por el papa Francisco y la Iglesia, para que ayude a las personas a encontrar la alegría que no se acaba. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por los médicos, para que no se cansen de curar a las personas y así que vuelvan a estar alegres. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por los niños que están en los hospitales, para que estas navidades puedan estar en sus casas. Te lo pedimos, Señor.
Te pedimos por los payasos que hacen reír a los niños y mayores. Te lo pedimos, Señor.

Te pedimos por nosotros, para que siempre tengamos personas que nos hagan felices. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias a la Virgen María.-

María, queremos darte gracias porque el sacerdote va a bendecir los Niños Jesús que estarán en nuestras casas, que al mirarnos nos sintamos muy felices.

 

BIBLIOGRAFÍA.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. BAC. Madrid. 2016.

Biblia de Jerusalén. 5ª edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.

Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.

Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.

Catecismo de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociación de Editores del Catecismo. Barcelona 2020.

La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Ciudad Nueva. Madrid. 2006.

Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.

Jerónimo. Comentario al evangelio de Mateo. Editorial Ciudad Nueva. Madrid. 1999. Pgs. 105-106.

San Juan de Ávila. Obras Completas I. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid. 2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores. BAC. Madrid. 2013.

San Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid.   2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.

https://www.servicioskoinonia.org/romero/homilias/B/#IRA


[1] Se trata del culto a Baal, en altozanos coronados de árboles sagrados, quizá con prostitución sacra. Son ritos de fecundidad. Biblia del Peregrino.

[2] Marchitar. cf. www.rae.es

[3] Agua mezclada con miel. www.rae.es

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