martes, 2 de enero de 2024

Bautismo del Señor. 7 de enero de 2024.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de Isaías 42, 1-4.6-7

Esto dice el Señor:

-Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no lo apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te tomé de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos a los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas.

 

Textos paralelos.

Mt 12, 18-21: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él pondré mi Espíritu para que anuncie el derecho a los paganos. No gritará, no altercará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante, no lo apagará. Promoverá eficazmente el derecho. En su nombre esperaran los paganos.

Mt 11, 5: Ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la buena noticia.

Jn 1, 32-34: Juan dio este testimonio: “Contemplé al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre él. Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios.

Mt 3, 16: Jesús se bautizó, salió del agua y al punto se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba en él.

Proclamará la justicia y la lealtad.

Jn 8, 45: Cuando yo digo la verdad, no me creéis.

Jn 14, 6: Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre, si no es por mí.

A ser luz de las naciones.

Jn 8, 12: Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, antes tendrá la luz de la vida.

Lc 7, 22: Id a informar a Juan lo que habéis visto y oído: ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la buena noticia.

Jn 9, 39: He venido a este mundo a entablar proceso, para que los ciegos vean y los que vean queden ciegos.

Jn 8, 31-32: Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis realmente discípulos míos, entenderéis la verdad y la verdad os hará libres.

De la cárcel a los que viven en tinieblas.

Sal 107, 10: Yacían en oscuridad y tinieblas, / cautivos de hierros y desgracias.

Lc 1, 79: Que ilumina a los que habitan en tinieblas / y en sombra de muerte, / que endereza nuestros pasos por un camino de paz.

 

Notas exegéticas.

42 Este es el primero de los cuatro “cantos del Siervo” (42, 1-4 (5-9); 49, 1-6; 50, 4-9 (10-11); 52, 13-53, 12). Algunos ponen fin a este primer canto en el v. 7, otros en el v. 4. En este poema, se presenta al siervo como un profeta, objeto de una misión y de una predestinación divina, animado por el Espíritu para enseñar a toda la tierra, con discreción y firmeza a pesar de las oposiciones. Pero su misión rebasa la de los demás profetas, puesto que él mismo es alianza y luz, y lleva a cabo una obra de liberación y salvación.

42 1 A la elección del Siervo acompaña una efusión del Espíritu, como en el caso de los jefes carismáticos de los tiempos antiguos, los Jueces y los primeros reyes, Saúl y David. El relato del bautismo de Jesús, Mt 3, 16-17, asocia a la venida del Espíritu una cita que combina este v. y los vv. 1-4 son aplicados a Jesús por Mateo 12, 17-31. – Al precisar “Jacob, mi siervo,… Israel, mi elegido”, la versión griega da fe, como la glosa de 49, 3 de una tradición judía que reconocía en el Siervo a la Comunidad de Israel, así designada en otros textos del Segundo Isaías.

42 2 “ni se quebrará”, griego, Targum (lo‘ yerós); “no correrá”, lo‘ yurús, hebreo.

42 6 [lo formé] Término idéntico al utilizado en Gn 2, 7 para describir a Yahvé “modelando” al primer hombre.

 

Salmo responsorial

Salmo 29 (28), 1a-4.9c-10

 

El Señor bendice a su pueblo con la paz. R/.

Hijos de Dios, aclamad al Señor,

aclamad la gloria del nombre del Señor,

postraos ante el Señor en el atrio sagrado. R/.

 

La voz del Señor sobre las aguas,

el Señor sobre las aguas torrenciales.

La voz del Señor es potente,

la voz del Señor es magnífica. R/.

 

El Dios de la gloria ha tronado.

En su templo un grito unánime: “¡Gloria!”

El Señor se sienta sobre las aguas del diluvio,

el Señor se sienta como rey eterno. R/.

 

Textos paralelos.

Sal 18, 14: Mientras el Señor tronaba en el cielo, / el Altísimo lanzaba su voz.

Sal 68, 8: Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo, / cuando avanzabas por el páramo.

Sal 77, 17-19: Te vio el mar, oh Dios, / te vio el mar y tembló, / las olas se estremecieron. / Las nubes descargaban su agua, / retumbaban los nubarrones, / tus saetas zigzagueaban. / Rodaba el estruendo de tu trueno, / los relámpagos deslumbraban el orbe, / la tierra temblaba y retemblaba.

Sal 97, 2-6: Nubes y nubarrones lo rodean, / Justicia y Derecho sostienen su trono. / Delante de él avanza Fuego / abrasando en torno a sus enemigos. / Sus relámpagos deslumbran el orbe, / al verlo, la tierra se estremece. / Los montes se derriten como cera ante el Señor, / ante el Dueño de toda la tierra. / Los cielos proclaman su justicia / y todos los pueblos contemplan su gloria.  

Sal 144, 5-6: Señor, inclina los cielos y desciende; / toca las montañas y echarán humo. / Fulmina el rayo y dispérsalos, / dispara tus saetas y desbarátalos.

Ex 19, 16: Al tercer día por la mañana hubo truenos y relámpagos y una nube espesa en el monte, mientras el toque de la trompeta crecía en intensidad, y el pueblo se echó a temblar en el campamento.

Ha 3, 6: Se detiene y tiembla la tierra, / lanza una mirada / y dispersa las naciones; / se derrumban las viejas montañas,  se prosternan / los collados primordiales, / los órbitas primordiales, ante él.

Rendid a Yahvé gloria y poder.

Sal 96, 7-9: Tributad al Señor, familias de los pueblos, / tributad al Señor gloria y poder. / Tributad al Señor la gloria de su nombre, / entrad en sus atrios trayéndole ofrendas. / Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, / tiemble en su presencia la tierra entera.

La voz de Yahvé sobre las aguas.

Sal 77, 19: Rodaba el estruendo de tu trueno, / los relámpagos deslumbraban el orbe, / la tierra temblaba y retemblaba.

El Dios de la gloria truena.

Sal 104, 7: Pero a tu bramido huyeron, / al fragor de tu trueno se precipitaron.

¡Es Yahvé sobre las aguas caudalosas!

Is 30, 30: El Señor hará oír / la majestad de su voz, / mostrará su brazo que descarga /

con ira furiosa y rayos abrasadores, / con tormenta y aguacero y pedrisco.

La voz de Yahvé con fuerza.

Ez 10, 5: El rumor de las alas de los querubines llegó hasta el atrio exterior; era como la voz del Todopoderoso cuando habla.

Jb 37, 4-5: Tras el ruge su voz, atruena con voz majestuosa / y ya no lo detiene una vez que se escucha su voz.  / Dios atruena con voz maravillosa / y realiza proezas que no comprendemos.

Yahvé se sentó sobre el diluvio.

Gn 7, 17: El diluvio cayó durante cuarenta días sobre la tierra. El agua, al crecer, levantó el arca, de modo que iba más alta que el suelo.

Is 54, 9:  Me sucede como en el tiempo de Noé. / juré que las aguas del diluvio / no volverían a cubrir la tierra; / así juro no airarme contra ti / ni reprocharte.

 

Notas exegéticas.

29 La tormenta evoca el poder y la gloria divinos, que causan pavor a los enemigos de Israel y aseguran la paz al pueblo de Dios.

29 1 (a) El griego precisa la utilización de este salmo: “para la clausura de la Fiesta de las tiendas” (Dt 16, 3), fiesta en la que se pedía la lluvia (Za 14, 16-19).

29 1 (b) Lit. “hijos de los dioses”, ver Sal 82, 1, identificados con los ángeles que forman la corte divina. El pasaje se aplica en ocasiones a Israel, “hijo de Dios·, Ex 4, 22. – Griego y Vulgata tienen a continuación la variante: “Traed a Yahvé crías de carnero”.

29 2 Se trata del cielo, réplica invisible del Templo de Jerusalén.

29 10 Entronizado sobre las aguas primordiales, símbolo del caos.

 

Segunda lectura.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34-38.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

-Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

 

Textos paralelos.

Hch 2, 22: Israelitas, escuchad mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis.

Dios no hace acepción de personas.

Dt 10, 17: Que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores; Dios grande, fuerte y terrible, no es parcial ni acepta soborno.

Ga 2, 6: En cuanto a los “respetables” – hasta qué punto lo eran no me importa, pues Dios no es parcial con los hombres – esos respetables no me impusieron nada.

Le es grata cualquier persona.

Rm 2, 11: Que Dios no es parcial.

1 P 1, 17: Y si llamáis Padre al que juzga imparcialmente las acciones de cada uno, proceded con cautela durante vuestra permanencia en la tierra.

Anunciándoles la Buena Nueva.

Is 52, 7: ¡Qué hermosos son sobre los montes / los pies del heraldo que anuncia la paz, / que trae la buena nueva, / que pregona la victoria, / que dice a Sión: “Ya reina tu Dios!”

Na 2, 1: Mirad sobre los montes los pies / del heraldo que pregona la paz; / “Festeja tu fiesta, Judá, / cumple tus votos, / que el Criminal / no volverá a atravesarte / porque ha sido aniquilado.

Vosotros sabéis lo que sucedió en toda Judea.

Rm 10, 12: Y no hay diferencia entre judíos y griegos; pues es el mismo el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan.

Lc 4, 44: Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Como Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús.

Is 61, 1: El Espíritu del Señor / está sobre mí, / porque el Señor me ha ungido. / Me ha enviado para dar / una buena noticia a los que sufren, / para vendar los corazones desgarrados, / para proclamar la amnistía a los cautivos / y a los prisioneros la libertad.

Mt 3, 16: Jesús se bautizó, salió del agua y al punto se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él.

Hch 1, 8: Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo.

Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo.

Hch 2, 22: Israelitas, escuchad mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis.

Dios estaba con él.

Mt 4, 1: Entonces Jesús, movido por el Espíritu, se retiró al desierto para ser puesto a prueba por el Diablo.

Nosotros somos testigos.

Mt 8, 29: De pronto se pusieron a gritar: “¡Hijo de Dios! ¿qué tienes con nosotros? ¿Has venido antes de tiempo a atormentarnos?

 

Notas exegéticas.

10 35 Terminología cultual. Es grato a Dios el sacrificio irreprochable o, el que lo ofrece. Isaías había anunciado que, al fin de los tiempos, los sacrificios de los gentiles serían gratos a Yahvé.

10 36 Variante: “La palabra que ha enviado”.

10 37 (a) Los vv. 37-42 forman un resumen de la historia evangélica que subraya los puntos que el mismo Lucas pone de relieve en su evangelio.

10 37 (b) Variante: “el comienzo”.

10 38 Ver Lc 4, 18-21 (citando a Is 61, 1), que sugiere que la bajada del Espíritu sobre Jesús con ocasión de su bautismo fue una unción. Este mismo Espíritu va a descender sobre los incircuncisos que escuchan a Pedro (v. 44).

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 7-11

En aquel tiempo, proclamaba Juan:

-Detrás de mi viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:

-Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.

 

Textos paralelos.

Y proclamaba: “Detrás de mi viene uno…”.

Jn 1, 26-27: Yo os bautizo con agua. Entro vosotros está uno que no conocéis, que viene detrás de mí; y yo no soy quien para soltarle la correa de la sandalia.

Yo os he bautizado con agua.

Jn 1, 33: Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.

Hch 1, 5: Que Juan bautizó con agua, vosotros seréis bautizados dentro de poco con Espíritu Santo.

Hch 11, 16: Yo me acordé de lo que había dicho el Señor: Juan bautizó con agua, ,vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.

Mt 3, 13-17

Mc 1, 7-11

Lc 3, 21-22:

 

 

 

 

 

 

 

 

Por entonces fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Juan se lo impedía diciendo: “Soy yo quien necesito que me bautices tú, ¿y tú acudes a mí?” Jesús le respondió: “Ahora cede, pues de ese modo conviene que realicemos la justicia plena”. Ante esto accedió. Jesús se bautizó,

 

salió del agua y al punto se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él; se oyó una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo querido, mi predilecto”.

En aquel tiempo, proclamaba Juan:

-Detrás de mi viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.

 

 

 

 

 

 

Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:

-Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.

Mientras todo el pueblo se bautizaba, también

 

 

 

 

 

 

Jesús se bautizó; y mientras oraba, se abrió el cielo,

 

 

 

 

 

 

 

 

bajó sobre él el Espíritu Santo en figura corpórea de paloma y se oyó una voz del cielo: “Tú eres mi hijo querido, mi predilecto”.

 

En cuanto salió del agua.

Is 63, 11: Se acordaron del pasado, / del que sacó a su pueblo: / ¿Dónde está el que sacó de las aguas / al pastor de su rebaño? / ¿Dónde el que metió en su pecho / su santo espíritu?

Is 63, 19: Estamos como antaño, / cuando no nos gobernabas / y no llevábamos tu nombre.

Jn 1, 32-34: Juan dio este testimonio: “Contemplé al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre él. Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios.

Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.

Is 42, 1: Mirad a mi siervo, / a quien sostengo; / mi elegido, a quien prefiero. Y/ Sobre él he puesto mi espíritu, / para que promueva / el derecho a las naciones.

Mc 9, 7: Vino una nube que les hizo sombra, y salió una voz de la nube: “Este es mi hijo querido. Escuchadle”.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

1 7 La expresión “detrás de mí” es indicativa de rango, como ocurre en un cortejo. Resalta el contraste entre Juan y Jesús: el que viene detrás es en realidad “mas fuerte”. La fuerza, “atributo del Mesías” se manifestará en la lucha de Jesús contra Satán. Por el contrario, quien viene delante es en realidad un siervo: poner o quitar la sandalia era una tarea de esclavo.

1 9 Al recibir el Espíritu, Jesús es ungido como rey sobre el nuevo pueblo de Dios. Esto es lo que la voz celeste le declara, citando Sal 2, 7, ver Lc 3, 22, completado por Is 42, 1: Jesús es también el “Siervo” que va a enseñar el derecho a las naciones. Para describir la escena, Mc se inspira en Is 63, 11.19: Jesús es presentado como un nuevo Moisés, la voz celeste ya no se dirige a Jesús, sino a la gente. Según Jn 1, 34-35, es el Bautista quien ve al Espíritu bajar sobre Jesús y quien proclama a la gente su verdadera personalidad.

1, 10 “Los cielos se rasgaban” como un paño, ver 15, 38, señal de que Dios interviene para realizar su promesa (Is 63, 19), aquí el envío del Espíritu Santo.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

7 ANTE EL QUE… DESATAR: lit. del que no soy digno de, habiéndome agachado, desatar (menester propio de esclavos).

10 El texto de Mc parece decir que Jesús fue el único testigo del acontecimiento.

11 TÚ ERES…: lit. tú eres el hijo de mí, el [hijo] querido. “El hijo querido” equivale a “el únicamente querido”, e.d., “el hijo único·. De este apelativo no está ausente, ni siquiera en esta ocasión, un trasfondo de sacrificio y muerte (cf. 12, 6); el sacrificio de Isaac – “el hijo querido –, que tanto influyó en la literatura rabínica, posiblemente tiene algo que ver con estas palabras. // EN TI ME COMPLAZCO: el tiempo verbal griego es aoristo, a modo de perfecto estativo hebreo: “Me agradé en ti y mi agrado permanece, por eso te elegí”.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

1, 9-11 Dios entró en el mundo a través de la Encarnación de Jesucristo, Hijo de Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad. El bautismo de Cristo fue la primera manifestación explícita de la Santísima Trinidad: la presencia física del Hijo, la voz del Padre, y el Espíritu Santo representado por la paloma. Cat. 151, 333 y 422.

 

Catecismo de la Iglesia Católica

151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, “su Hijo amado”, en quien ha puesto su complacencia. Dios nos ha dicho que le escuchemos. El Señor mismo dice a sus discípulos: “Creed en Dios, creed también en mí” (Jn 14, 1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el verbo hecho carne: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn 1, 18). Porque “ha visto al Padre” (Jn 6, 48), él es único en conocerlo y en poderlo revelar.

535 El comienzo de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán. Juan proclamaba “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3, 3). Una multitud de pecadores, publicanos y soldados, fariseos y saduceos y prostitutas viene a hacerse bautizar por él. “Entonces aparece Jesús”. El Bautista duda, Jesús insiste y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo en forma de paloma, viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que él es “mi Hijo amado” (Mt 3, 13-17). Es la manifestación (“Epifanía”) de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.

536 El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29); anticipa ya el “bautismo” de su muerte sangrienta. Viene ya a “cumplir toda justicia” (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la remisión de nuestros pecados. A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo. El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a “posarse” sobre él. De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, “se abrieron los cielos” (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y de su Espíritu como preludio de la nueva creación.

 

Concilio Vaticano II

En este cuerpo, la vida de Cristo se comunica a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa, pero real (cf. Sto. Tomás, Summa Theologica, III). En efecto, por medio del bautismo nos identificamos con Cristo: “todos fuimos bautizados en un mismo Espíritu para ser un solo cuerpo” (1 Co 12, 13). Este rito sagrado significa y realiza la participación en la muerte y resurrección de Cristo: “en efecto, fuimos sepultados en Él por medio del bautismo para morir”; pero si “estuvimos unidos a Él en la semejanza de su muerte, también lo estaremos en la de su resurrección” (Tm 6, 4-5). En la fracción del pan eucarístico compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con Él y entre nosotros. “Puesto que el pan es uno, aunque muchos, somos un solo cuerpo todos los que participamos de un mismo pan” (1 Co 10, 17). Así todos somos miembros de su cuerpo “y cada uno miembro del otro” (Rm 12, 5).

Lumen gentium, 7.

 

Comentarios de los Santos Padres.

“Detrás de mi viene el que es más fuerte que yo; yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias”. Lo de “Es preciso que él crezca y yo disminuya”, equivale a decir: es preciso que el Evangelio crezca y yo, la ley, disminuya. Llevaba Juan, es decir, la ley en Juan, un vestido hecho de pelos de camello: no podía llevar la túnica propia del cordero, de quien dice: “He aquí el cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del mundo”, y también: “Como oveja fue llevado a la muerte”. Bajo la ley no podemos llevar la túnica propia de aquel cordero.

Jerónimo. Comentario al Ev. de Marcos, homilía 1.

Aquí establece una comparación entre la ley y el Evangelio. Y dice también: “Yo os bautizo con agua”, esto es la ley, “pero él os bautizará con Espíritu Santo”, esto es el Evangelio.

Jerónimo. Comentario al Ev. de Marcos, homilía 2.

No puede llamarse bautismo perfecto sino en virtud de la cruz y de la resurrección de Cristo.

Jerónimo. Diálogo contra los luciferianos, 7.

¿Te das cuenta, querido, cuáles y cuántos bienes habríamos perdido, si el Señor no hubiera hecho caso a Juan, y no hubiésemos recibido el bautismo? Antes, las puertas del cielo permanecían cerradas y la región de arriba era inaccesible. Podemos descender a lo más bajo, en cambio no podemos volver a subir a lo alto. ¿Acaso tuvo lugar solo el bautismo del Señor? También tuvo lugar la renovación del hombre viejo y también confió los tronos de la misma adopción. Al instante, “los cielos se abrieron”. Se hizo la reconciliación de lo visible con lo invisible. Los poderes del cielo se llegaron de alegría, y fueron curadas las enfermedades de la tierra; las cosas que permanecían escondidas salieron a la luz; los que estaban entre el número de los enemigos se hicieron amigos.  

Hipólito. Homilía sobre la santa Teofanía, 6.

[La paloma] es el pájaro de la dulzura, símbolo de la inocencia y de la sencillez. También nos prescribe imitar la inocencia de las palomas.

Orígenes. Homilías sobre el Ev. de Lucas, 27, 6.

La paloma es un ave mansa y pura. Como el Espíritu Santo es espíritu de mansedumbre, aparece bajo la forma de paloma. Por otra parte, la paloma nos recuerda también la antigua historia, Pues bien sabéis que, cuando nuestro linaje sufrió naufragio universal y estuvo a punto de desaparecer, apareció la paloma para señalar la terminación de la tormenta, y, llevando un ramo de olivo, anunció la buena nueva de la paz sobre toda la tierra. Todo lo cual era figura de lo venidero… Por eso aparece ahora la paloma, no para traer un ramo de olivo en el pico, sino para señalarnos al que venía a librarnos de todos nuestros males y para infundirnos las más bellas esperanzas. Esa paloma no venía para sacar a un solo hombre del arca, sino para levantar al cielo de la tierra entera, y, en lugar del ramo de olivo, traer a todo el género humano la filiación divina.

Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Ev. de Mateo, 12,3.

Se muestra claramente la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu Santo en la paloma.

Agustín. Tratado sobre el Ev. de Juan, 6, 5.

Este, el llamado hijo de José, es también mi Hijo conforme a la naturaleza divina. “Este es mi Hijo, el amado”. Este es el que alimenta a miles de hambrientos; el que trabajando, da descanso a los que trabajan; el que no teniendo ni siquiera dónde reclinar su cabeza, tiende a todos la mano; el que sufre, y cura todas las enfermedades; el que cae golpeado, y regala a todos la libertad; el que es herido en un costado, y repara el costado de Adán.

Hipólito. Homilía sobre la santa Teofanía, 7.

 

San Agustín.

El bautismo de Juan valía tanto como valía Juan. Era un bautismo santo, porque era conferido por un santo, pero siempre hombre; aunque un hombre que había recibido del señor la gracia extraordinaria de preceder al juez, indicarlo con el dedo, cumpliendo así la profecía: “Yo soy la voz del que clama en el desierto: Preparad el camino al Señor” (Jn 1, 23). El bautismo del Señor, en cambio, valía tanto cuanto el Señor: era, por tanto, un bautismo divino, porque el Señor es Dios.

Comentario sobre el evangelio de San Juan 5, 3-6. Pg. 234.

 

San Juan de Ávila.

Pues en tales espejos se mire el sacerdote que va a consagrar, y entre ellos no olvide aquel tan principal que es San Juan Bautista, que, de solamente echar agua en la cabeza de Cristo, se tenía por indigno, y con profundo temblor y reverencia decía: Ego a Te debeo baptizari, et Tu venis ad me? (Mt 3, 14). Y, a esta cuenta, mayor santidad ha menester un sacerdote, y mayor espanto y admiración le ha de tomar, pues trata al Señor con un trato más familiar que San Juan Bautista.

Tratado sobre el sacerdocio, 20. OC I, pg. 927.

¿Quién, después que ha consagrado, no queda atónito, o con profunda humildad no dice al Señor, a semejanza de San Pedro y de San Juan Baptista: Tú, Señor, vienes a mí? (cf. Lc 5, 8; Mt 3, 14). ¿Qué sacerdote, si profundamente considerase eseta admirable obediencia que Cristo le tiene, mayor a menor, Rey a vasallo, Dios a criatura, ternía corazón para no obedecer a nuestro Señor en sus santos mandamientos y para perder antes la vida, aun en cruz, que perder su obediencia? ¿Quién alzaría el cuelo contra su mayor, quién no se abajaría a su igual y menor? Viendo esto San Juan, se espantó y dijo: Ego a te debeo baptizari et tu venis ad me? Y aun así podríamos nosotros decir: “Yo, Señor, había de ir a ti y obedecerte, ¿y tú vienes a mí?”. Y responderemos ha lo que a él respondió: Sic enim decet implere omnem iustitiam (cf. Mt 3, 14-15). Y dice la glosa que “toda humildad”, scilicet, humillarse al mayor, igual y menor. Sic decet: ¿Para qué, Señor? Para abajar nuestra soberbia, para que tenga vergüenza el sacerdote de parecer soberbio y desobidiente siendo Dios tan humilde para con él.

Platicas: I. A sacerdotes, 2. OC I, pg. 787-788.

De manera que, así como dice el santo Evangelio que, siendo el Señor baptizado, se abrieron los cielos a él (Mt 3, 16), porque, aunque muchos han entrado allá después de él, a ninguno se le abren sino por causa de él; así podemos decir que las entrañas de su Eterno Padre, que se abren para conceder nuestros ruegos, a Cristo se abren; y él es el oído del Padre, pues que la gracia y favores con que somos oídos, por él lo tenemos.

Audi, filia (II), cap. 85. OC I, pg. 720.

Hic est Filius meus dilectus, in quo mihi bene complacui (Mt 3, 17). Él es el que le hace quitar el enojo, y no solamente no le castiga, mas echa el espada cullá y dale abrazos de amor en lugar de castigos; y no solo está rogando por nosotros, mas por los pecados de todo el mundo. No habría predicadores verdaderos que predicasen esto. Dios es amansamiento por todos los pecados del mundo; no hay que temer, que pagados están todos los pecados y los pecados de los que están en el infierno.

Lecciones sobre 1 San Juan (I), lección 6. OC II, pg. 151.

Como dice san Agustín, que “como Cristo solo descendió del cielo, solo Cristo sube al cielo”. Y conforme a esta sentencia, dice san Mateo que siendo Cristo baptizado le fueron abiertos los cielos (Mt 3, 16).

En la infraoctava del Corpus, 28. OC III, pg. 697.

Del Señor leemos que en su santo baptismo fue declarado por voz celestial por Hijo carísimo del Eterno Padre (Mt 3, 17).

San José, 7. OC III, pg. 1003.

No seamos, señora, de aquéstos; agradezcámosle que nos quiere por casa, pues Salomón le agradeció que le dio licencia para hacerle una casa fuera de sí. Ogiamos este mensaje de Dios, que quiere venir a nos, como lo oyó la bienaventurada María, que toda se ofreció por esclava de Dios (cf. Lc 1, 38), y conozcamos esta merced; y tengámonos por indignos de ella, diciendo con San Juan: Yo tengo de ir a ti, ¡y tú vienes a mí! (cf. Mt 3, 14).

A una mujer devota en tiempo de Adviento. OC IV, pg. 372.

Acordarse de Cristo, mirando qué obró en la tierra de Jordán, donde fue bautizado¸ para nuestro provecho y le fueron abiertos los cielos (Mt 3, 16), no para Él, que abiertos le estaban, mas para nosotros, a quien por Adán estaban cerrados. Y porque se nos abrieron por Cristo, dice el Evangelio que le fueron los cielos abiertos, porque a aquél se dice hecha una merced por cuyo amor se hace, aunque él no llevase parte de ella. Pues mirando… A quien así mira que por Cristo le son los cielos abiertos y que por el santo bautismo es tomado por hijo de Dios, osa esperar como hijo la herencia del cielo, viviendo en obediencia de los mandamientos de Dios.

A un señor de estos reinos. OC IV, pg. 92.

 

San Oscar Romero. Homilía.  

Hermanos, esta Iglesia va naciendo para vivir de verdad no en una forma cobarde, anónima, ambigua, un bautismo que no se supo para qué fue, sino que va tomando conciencia que ese bautismo vive entre nosotros y nos está reclamando actitudes más comprometidas con este pueblo en el cual estamos enraizados.

Pasemos al altar, entonces con estos sentimientos de que somos un pueblo bautizado en el cual Cristo nos ha hecho participantes de su dignidad mesiánica para hacerla resplandecer en medio de los grandes problemas sociales de nuestro país..... Así sea.

Homilía 14 de enero de 1979.

 

Papa Francisco. Ángelus. 11 de enero de 2015.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que concluye el tiempo de Navidad. El Evangelio describe lo que sucede a orillas del Jordán. En el momento en que Juan Bautista confiere el bautismo a Jesús, el cielo se abre. «Apenas salió del agua —dice san Marcos—, vio rasgarse los cielos» (1, 10). Vuelve a la memoria la dramática súplica del profeta Isaías: «¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!» (Is 63, 19). Esta invocación fue escuchada en el acontecimiento del Bautismo de Jesús. Y de este modo termina el tiempo de los «cielos cerrados», que indican la separación entre Dios y el hombre, consecuencia del pecado. El pecado nos aleja de Dios e interrumpe el vínculo entre la tierra y el cielo, determinando así nuestra miseria y el fracaso de nuestra vida. Los cielos abiertos indican que Dios ha donado su gracia para que la tierra dé su fruto (cf. Sal 85, 13). Así, la tierra se convirtió en la morada de Dios entre los hombres y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de encontrar al Hijo de Dios, experimentando, de este modo, todo el amor y la infinita misericordia. Lo podemos encontrar realmente presente en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Lo podemos reconocer en el rostro de nuestros hermanos, en especial en los pobres, enfermos, presos y refugiados: ellos son carne viva del Cristo que sufre e imagen visible del Dios invisible.

Con el Bautismo de Jesús no sólo se rasgan los cielos, sino que Dios habla nuevamente haciendo resonar su voz: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1, 11). La voz del Padre proclama el misterio que se oculta en el Hombre bautizado por el Precursor.

Y luego la venida del Espíritu Santo, en forma de paloma: esto permite al Cristo, el Consagrado del Señor, inaugurar su misión, que es nuestra salvación. El Espíritu Santo: el gran olvidado en nuestras oraciones. Nosotros a menudo rezamos a Jesús; rezamos al Padre, especialmente en el «Padrenuestro»; pero no muy frecuentemente rezamos al Espíritu Santo, ¿es verdad? Es el olvidado. Y necesitamos pedir su ayuda, su fortaleza, su inspiración. El Espíritu Santo que animó totalmente la vida y el ministerio de Jesús, es el mismo Espíritu que hoy guía la vida cristiana, la existencia de un hombre y de una mujer que se dicen y quieren ser cristianos. Poner bajo la acción del Espíritu Santo nuestra vida de cristianos y la misión, que todos recibimos en virtud del Bautismo, significa volver a encontrar la valentía apostólica necesaria para superar fáciles comodidades mundanas. En cambio, un cristiano y una comunidad «sordos» a la voz del Espíritu Santo, que impulsa a llevar el Evangelio a los extremos confines de la tierra y de la sociedad, llegan a ser también un cristiano y una comunidad «mudos» que no hablan y no evangelizan.

Recordad esto: rezar con frecuencia al Espíritu Santo para que nos ayude, nos dé fuerza, nos dé la inspiración y nos haga ir adelante.

Que María, Madre de Dios y de la Iglesia, acompañe el camino de todos nosotros bautizados, nos ayude a crecer en el amor a Dios y en la alegría de servir al Evangelio, para dar así sentido pleno a nuestra vida.

 

Papa Francisco. Ángelus. 7 de enero de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La celebración hoy del bautismo del Señor concluye el tiempo de Navidad y nos invita a pensar en nuestro bautismo. Jesús quiso recibir el bautismo predicado y administrado por Juan el Bautista en el Jordán. Era un bautismo de penitencia: los que se acercaban manifestaban el deseo de ser purificados de los pecados y, con la ayuda de Dios, se comprometían a comenzar una nueva vida.

Entendemos así la gran humildad de Jesús, el que no había pecado, poniéndose en fila con los penitentes, mezclado entre ellos para ser bautizado en las aguas del río. ¡Cuánta humildad tiene Jesús! Y al hacerlo, manifestó lo que hemos celebrado en Navidad: la disponibilidad de Jesús para sumergirse en el río de la humanidad, para asumir las deficiencias y debilidades de los hombres, para compartir su deseo de liberación y superación de todo lo que aleja de Dios y hace extraños a los hermanos. Al igual que en Belén, también en las orillas del Jordán, Dios cumple su promesa de hacerse cargo de la suerte del ser humano, y Jesús es el Signo tangible y definitivo. Él se hizo cargo de todos nosotros, se hace cargo de todos nosotros, en la vida, en los días.

El Evangelio de hoy subraya que Jesús, «no bien hubo salido del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él» (Mc 1,10). El Espíritu Santo, que había obrado desde el comienzo de la creación y había guiado a Moisés y al pueblo en el desierto, ahora desciende en plenitud sobre Jesús para darle la fortaleza de cumplir su misión en el mundo. El Espíritu es el artífice del bautismo de Jesús y también de nuestro bautismo. Él nos abre los ojos del corazón a la verdad, a toda la verdad. Empuja nuestra vida por el sendero de la caridad. Él es el don que el Padre ha dado a cada uno de nosotros el día de nuestro bautismo. Él, el Espíritu, nos transmite la ternura del perdón divino. Y siempre es Él, el Espíritu Santo, quien hace resonar la reveladora Palabra del Padre: «Tú eres mi Hijo» (v. 11).

La fiesta del bautismo de Jesús invita a cada cristiano a recordar su bautismo. No puedo preguntaros si os acordáis del día de vuestro bautismo, porque la mayoría de vosotros erais niños, como yo; nos bautizaron de niños. Pero os hago otra pregunta: ¿sabéis la fecha de vuestro bautismo? ¿Sabéis en qué día fuiste bautizado? Pensadlo todos. Y si no sabéis la fecha o la habéis olvidado, al volver a casa, preguntádselo a vuestra madre, a la abuela, al tío, a la tía, al abuelo, al padrino, o a la madrina: ¿en qué fecha? Y de esa fecha tenemos que acordarnos siempre, porque es una fecha de fiesta, es la fecha de nuestra santificación inicial, es la fecha en la que el Padre nos dio al Espíritu Santo que nos impulsa a caminar, es la fecha del gran perdón. No lo olvidéis: ¿cuál es mi fecha de bautismo?

Invoquemos la protección materna de María Santísima, para que todos los cristianos comprendan cada vez más el don del bautismo y se comprometan a vivirlo con coherencia, testimoniando el amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 

Papa Francisco. Ángelus. 10 de enero de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos el Bautismo del Señor. Dejamos, hace pocos días, a Jesús niño visitado por los Magos; hoy lo encontramos como adulto en la orilla del Jordán. La Liturgia nos hace realizar un salto de unos treinta años, treinta años de los que sabemos una cosa: fueron años de vida escondida, que Jesús pasó en familia —algunos, primero, en Egipto, como migrante para huir de la persecución de Herodes, los otros en Nazaret, aprendiendo la profesión de José—, en familia obedeciendo a sus padres, estudiando y trabajando. Impresiona que el Señor haya pasado así la mayor parte del tiempo en la Tierra, viviendo la vida de todos los días, sin aparecer. Pensemos que, según los Evangelios, fueron tres años de predicaciones, de milagros y tantas cosas. Tres. Y los otros, todos los otros, de vida escondida en familia. Es un bonito mensaje para nosotros: nos revela la grandeza de lo cotidiano, la importancia a los ojos de Dios de cada gesto y momento de la vida, también el más sencillo, también el más escondido.

Después de estos treinta años de vida escondida empieza la vida pública de Jesús. Y empieza precisamente con el bautismo en el río Jordán. Pero Jesús es Dios, ¿por qué se hace bautizar? El bautismo de Juan consistía en un rito penitencial, era signo de la voluntad de convertirse, de ser mejores, pidiendo perdón por los propios pecados. Realmente Jesús no lo necesitaba. De hecho Juan Bautista trata de oponerse, pero Jesús insiste. ¿Por qué? Porque quiere estar con los pecadores: por eso se pone a la fila con ellos y cumple su mismo gesto. Lo hace con la actitud del pueblo, con su actitud [de la gente] que, como dice un himno litúrgico, se acercaba “desnuda el alma y desnudos los pies”. El alma desnuda, es decir, sin cubrir nada, así, pecador. Este es el gesto que hace Jesús, y baja al río para sumergirse en nuestra misma condición. Bautismo, de hecho, significa precisamente “inmersión”. En el primer día de su ministerio, Jesús nos ofrece así su “manifiesto programático”. Nos dice que Él no nos salva desde lo alto, con una decisión soberana o un acto de fuerza, un decreto, no: Él nos salva viniendo a nuestro encuentro y tomando consigo nuestros pecados. Es así como Dios vence el mal del mundo: bajando, haciéndose cargo. Es también la forma en la que nosotros podemos levantar a los otros: no juzgando, no insinuando qué hacer, sino haciéndonos cercanos, com-padeciendo, compartiendo el amor de Dios. La cercanía es el estilo de Dios con nosotros; Él mismo se lo dijo a Moisés: “Pensad: ¿qué pueblo tiene sus dioses tan cercanos como vosotros me tenéis a mí?”. La cercanía es el estilo de Dios con nosotros.

Después de este gesto de compasión de Jesús, sucede algo extraordinario, los cielos se abren y se desvela finalmente la Trinidad. El Espíritu Santo desciende en forma de paloma (cf. Mc 1,10) y el Padre dice a Jesús: «Tú eres mi Hijo muy querido» (v. 11). Dios se manifiesta cuando aparece la misericordia. No olvidar esto: Dios se manifiesta cuando aparece la misericordia, porque ese es su rostro. Jesús se hace siervo de los pecadores y es proclamado Hijo; baja sobre nosotros y el Espíritu desciende sobre Él. Amor llama amor. Vale también para nosotros: en cada gesto de servicio, en cada obra de misericordia que realizamos Dios se manifiesta, Dios pone su mirada en el mundo. Esto vale para nosotros.

Pero, antes de que hagamos cualquier cosa, nuestra vida está marcada por la misericordia que se ha fijado sobre nosotros. Hemos sido salvados gratuitamente. La salvación es gratis. Es el gesto gratuito de misericordia de Dios con nosotros. Sacramentalmente esto se hace el día de nuestro Bautismo; pero también aquellos que no están bautizados reciben la misericordia de Dios siempre, porque Dios está allí, espera, espera que se abran las puertas de los corazones. Se acerca, me permito decir, nos acaricia con su misericordia.

La Virgen, a la que ahora rezamos, nos ayude a custodiar nuestra identidad, es decir la identidad de ser “misericordiados”, que está en la base de la fe y de la vida.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 8 de enero de 2006.

Queridos hermanos y hermanas:

En este domingo después de la solemnidad de la Epifanía celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que concluye el tiempo litúrgico de la Navidad. Hoy fijamos la mirada en Jesús que, a la edad de cerca de treinta años, se hizo bautizar por Juan en el río Jordán. Se trataba de un bautismo de penitencia, que utilizaba el símbolo del agua para expresar la purificación del corazón y de la vida. Juan, llamado el "Bautista", es decir, "el que bautiza", predicaba este bautismo a Israel para preparar la inminente llegada del Mesías; y decía a todos que detrás de él vendría otro, más grande que él, que no bautizaría con agua, sino con el Espíritu Santo (cf. Mc 1, 7-8).

Y cuando Jesús fue bautizado en el Jordán el Espíritu Santo descendió y se posó sobre él con apariencia corporal de paloma, y Juan el Bautista reconoció que él era el Cristo, el "Cordero de Dios" que había venido para quitar el pecado del mundo (cf. Jn 1, 29). Por eso, el bautismo en el Jordán es también una "epifanía", una manifestación de la identidad mesiánica del Señor y de su obra redentora, que culminará en otro "bautismo", el de su muerte y resurrección, por el que el mundo entero será purificado en el fuego de la misericordia divina (cf. Lc 12, 49-50).

En esta fiesta, Juan Pablo II solía administrar el sacramento del bautismo a algunos niños. Por primera vez, esta mañana, también yo he tenido la alegría de bautizar en la capilla Sixtina a diez niños recién nacidos. A estos pequeños y a sus familias, así como a sus padrinos y madrinas, les renuevo con afecto mi saludo. El bautismo de los niños expresa y realiza el misterio del nuevo nacimiento a la vida divina en Cristo:  los padres creyentes llevan a sus hijos a la pila bautismal, que representa el "seno" de la Iglesia, por cuyas aguas benditas son engendrados los hijos de Dios. El don recibido por los niños recién nacidos les exige que, cuando sean adultos, lo acojan de modo libre y responsable:  este proceso de maduración los llevará luego a recibir el sacramento de la Confirmación, que, precisamente, confirmará el bautismo y conferirá a cada uno el "sello" del Espíritu Santo.

Queridos hermanos y hermanas, ojalá que esta solemnidad sea ocasión propicia para que todos los cristianos redescubran con alegría la belleza de su bautismo, que, si lo vivimos con fe, es una realidad siempre actual:  nos renueva continuamente a imagen del hombre nuevo, en la santidad de los pensamientos y de las acciones. Además, el bautismo une a los cristianos de las diversas confesiones. En cuanto bautizados, todos somos hijos de Dios en Cristo Jesús, nuestro Maestro y Señor. La Virgen María nos obtenga comprender cada vez mejor el valor de nuestro bautismo y testimoniarlo con una conducta de vida digna.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 11 de enero de 2009.

Queridos hermanos y hermanas:

En este domingo, que sigue a la solemnidad de la Epifanía, celebramos el Bautismo del Señor. Fue el primer acto de su vida pública, narrado en los cuatro evangelios. Al llegar a la edad de casi treinta años, Jesús dejó Nazaret, fue al río Jordán y, en medio de mucha gente, se hizo bautizar por Juan. El evangelista san Marcos escribe: «Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto"» (Mc 1, 10-11). En estas palabras: "Tú eres mi Hijo amado", se revela qué es la vida eterna: es la relación filial con Dios, tal como Jesús la vivió y nos la ha revelado y dado.

Esta mañana, según la tradición, en la capilla Sixtina administré el sacramento del Bautismo a trece recién nacidos. A los padres, a los padrinos y a las madrinas, el celebrante les pregunta habitualmente: "¿Qué pedís a la Iglesia de Dios para vuestros hijos?"; ante su respuesta: "El Bautismo", él añade: "Y el Bautismo, ¿qué os da?". "La vida eterna", responden. He aquí la realidad admirable: la persona humana, mediante el Bautismo, es introducida en la relación única y singular de Jesús con el Padre, de manera que las palabras que resonaron desde el cielo sobre el Hijo unigénito llegan a ser verdaderas para todo hombre y toda mujer que renace por el agua y por el Espíritu Santo: Tú eres mi hijo amado.

Queridos amigos, ¡qué grande es el don del Bautismo! Si nos diéramos plenamente cuenta de ello, nuestra vida se convertiría en un "gracias" continuo. ¡Qué alegría para los padres cristianos, que han visto nacer de su amor una nueva criatura, llevarla a la pila bautismal y verla renacer en el seno de la Iglesia a una vida que jamás tendrá fin! Don, alegría, pero también responsabilidad. En efecto, los padres, juntamente con los padrinos, deben educar a los hijos según el Evangelio. Esto me hace pensar en el tema del VI Encuentro mundial de las familias, que se celebrará en los próximos días en la ciudad de México: "La familia, formadora en los valores humanos y cristianos". Este gran meeting familiar, organizado por el Consejo pontificio para la familia, se desarrollará en tres momentos: primero, el Congreso teológico-pastoral, en el que se profundizará este tema, también mediante el intercambio de experiencias significativas; después, el momento de fiesta y de testimonio, que manifestará la belleza de encontrarse entre familias de todas las partes del mundo, unidas por la misma fe y el mismo compromiso; y por último, la solemne celebración eucarística, como acción de gracias al Señor por los dones del matrimonio, de la familia y de la vida. He encargado al cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, que me represente, pero yo mismo seguiré con viva participación este extraordinario acontecimiento, acompañándolo con mi oración e interviniendo en videoconferencia. Desde ahora, queridos hermanos y hermanas, os invito a implorar para este importante encuentro mundial de las familias la abundancia de las gracias divinas. Hagámoslo, invocando la intercesión materna de la Virgen María, Reina de la familia.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 8 de enero de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. Esta mañana he conferido el sacramento del Bautismo a dieciséis niños, y por este motivo quiero proponer una breve reflexión sobre el hecho de que somos hijos de Dios. Ahora bien, ante todo partamos del hecho de que somos simplemente hijos: esta es la condición fundamental, común a todos. No todos somos padres, pero ciertamente todos somos hijos. Venir al mundo nunca es una decisión personal, no se nos pregunta antes si queremos nacer. Pero, durante la vida, podemos madurar una actitud libre con respecto a la vida misma: podemos acogerla como un don y, en cierto sentido, «llegar a ser» lo que ya somos: llegar a ser hijos. Este paso marca un viraje de madurez en nuestro ser y en la relación con nuestros padres, que nos impulsa a la gratitud. Es un paso que nos hace capaces de ser, también nosotros, padres, no biológica sino moralmente.

Del mismo modo, con respecto a Dios todos somos hijos. Dios está en el origen de la existencia de toda criatura, y es Padre de modo singular de cada ser humano: con él o con ella tiene una relación única, personal. Cada uno de nosotros es querido, es amado por Dios. Y también en esta relación con Dios podemos, por decirlo así, «renacer», es decir, llegar a ser lo que somos. Esto acontece mediante la fe, mediante un «sí» profundo y personal a Dios como origen y fundamento de nuestra existencia. Con este «sí» yo acojo la vida como don del Padre que está en el cielo, un Padre a quien no veo, pero en el cual creo y a quien siento en lo más profundo del corazón, que es Padre mío y de todos mis hermanos en la humanidad, un Padre inmensamente bueno y fiel. ¿En qué se basa esta fe en Dios Padre? Se basa en Jesucristo: su persona y su historia nos revelan al Padre, nos lo dan a conocer, en la medida de lo posible, en este mundo. Creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, permite «renacer de lo alto», es decir, de Dios, que es Amor (cf. Jn 3, 3). Y tengamos presente, una vez más, que nadie se hace a sí mismo hombre: nacimos sin haber hecho nada nosotros; el pasivo de haber nacido precede al activo de nuestro hacer. Lo mismo sucede en el nivel de ser cristianos: nadie puede hacerse cristiano sólo por su propia voluntad; también el ser cristiano es un don que precede a nuestro hacer: debemos renacer con un nuevo nacimiento. San Juan dice: «A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios» (Jn 1, 12). Este es el sentido del sacramento del Bautismo; el Bautismo es este nuevo nacimiento, que precede a nuestro hacer. Con nuestra fe podemos salir al encuentro de Cristo, pero sólo él mismo puede hacernos cristianos y dar a esta voluntad nuestra, a este deseo nuestro, la respuesta, la dignidad, el poder de llegar a ser hijos de Dios, que por nosotros mismos no tenemos.

Queridos amigos, este domingo del Bautismo del Señor concluye el tiempo de Navidad. Demos gracias a Dios por este gran misterio, que es fuente de regeneración para la Iglesia y para todo el mundo. Dios se hizo hijo del hombre, para que el hombre llegara a ser hijo de Dios. Renovemos, por tanto, la alegría de ser hijos: como hombres y como cristianos; nacidos y renacidos a una nueva existencia divina. Nacidos por el amor de un padre y de una madre, y renacidos por el amor de Dios, mediante el Bautismo. A la Virgen María, Madre de Cristo y de todos los que creen en él, pidámosle que nos ayude a vivir realmente como hijos de Dios, no de palabra, o no sólo de palabra, sino con obras. San Juan escribe también: «Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó» (1 Jn 3, 23).

 

Francisco. Catequesis. Vicios y virtudes. 1. Introducción: custodiar el corazón.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

 

Hoy quisiera introducir un ciclo de catequesis sobre el tema de los vicios y las virtudes. Y podemos comenzar por el inicio mismo de la Biblia, donde el libro del Génesis, a través del relato de los progenitores, presenta la dinámica del mal y de la tentación. Pensemos en el paraíso terrenal. En el cuadro idílico que representa el Jardín del Edén, aparece un personaje que se convierte en el símbolo de la tentación: la serpiente, este personaje seductor. La serpiente es un animal insidioso: se mueve lentamente, deslizándose por el suelo, y a veces ni siquiera se nota su presencia - es silencioso -, porque consigue mimetizarse bien con su entorno y, sobre todo, esto es peligroso.

Cuando inicia su diálogo con Adán y Eva, demuestra que también es un refinado dialéctico. Comienza como se hace en los malos chismes, con una pregunta maliciosa: "¿Es verdad que Dios dijo: ¿No comerás de ningún árbol del jardín?" (Gn 3,1). La frase es falsa: Dios ofreció realmente al hombre y a la mujer todos los frutos del jardín, excepto los de un árbol concreto: el árbol de la ciencia del bien y del mal. Esta prohibición no pretende prohibir al hombre el uso de la razón, como a veces se malinterpreta, sino que es una medida de sabiduría. Como si dijera: reconoce el límite, no te sientas dueño de todo, porque el orgullo es el principio de todos los males. Y así la historia, nos dice que, Dios coloca a los progenitores como señores y guardianes de la creación, pero quiere preservarlos de la presunción de omnipotencia, de hacerse dueños del bien y del mal, que es una tentación. Una mala tentación aún ahora. Este es el escollo más peligroso para el corazón humano.

Como sabemos, Adán y Eva fueron incapaces de resistir la tentación de la serpiente. La idea de un Dios no tan bueno, que quería mantenerlos sometidos, se coló en sus mentes: de ahí el colapso de todo.

Con estos relatos, la Biblia nos explica que el mal no comienza en el hombre de forma estrepitosa, cuando un acto ya se ha manifestado, pero el mal comienza mucho antes, cuando uno comienza a entretenerse con él, a adormecerlo con la imaginación, pensamientos, acabando siendo atrapados por sus halagos. El asesinato de Abel no comenzó con una piedra arrojada, sino con el rencor que Caín guardaba perversamente, convirtiéndolo en un monstruo en su interior. También en este caso, de nada sirven los consejos de Dios.

Con el diablo, queridos hermanos y hermanas, no se discute. ¡Nunca! No se debe discutir nunca. Jesús nunca dialogó con el diablo; lo expulsó. Y en el desierto, durante las tentaciones, no respondió con el diálogo; simplemente respondió con las palabras de la Sagrada Escritura, con la Palabra de Dios. Estén atentos: el diablo es un seductor.   Nunca dialogar con él, porque él es más astuto que todos nosotros y nos la hará pagar. Cuando llegue la tentación, nunca dialogues. Cerrar la puerta, cerrar la ventana, cerrar el corazón. Y así, nos defendemos contra esta seducción, porque el diablo es inteligente. Intentó tentar Jesús con citas bíblicas, presentándose como gran teólogo. Estén atentos. Con el diablo no debemos conversar, y con la tentación no debemos dialogar. La tentación llega: cerremos la puerta, guardemos el corazón.

Uno debe ser el guardián de su propio corazón. Y por esta razón no dialogamos con el diablo. Esta es la recomendación - custodiar el corazón - que encontramos en varios padres, los santos. Y debemos pedir esta gracia de aprender a guardar el corazón. Es una sabiduría saber custodiar el corazón. Que el Señor nos ayude en esta tarea. Quien guarda su corazón, guarda un tesoro. Hermanos y hermanas, aprendamos a custodiar el corazón.

 

DOMINGO 2º TIEMPO ORDINARIO.

 

Monición de entrada.-

Este domingo los niños que tomaremos la comunión vamos a renovar las promesas del bautismo.

El día en que nos bautizaron fueron nuestros papás y padrinos los que dijeron que creían en Jesús y todo lo que él nos enseñó.

Hoy vamos a ser nosotros quienes lo diremos. Además besaremos la pila donde fuimos bautizados.

 

Señor, ten piedad.-

Tú que en el bautismo nos hiciste tus hijos.  Señor, ten piedad.

Tú que en el bautismo nos apuntaste a la Iglesia.  Cristo, ten piedad.

Tú que en el bautismo nos hiciste cristianos.  Señor, ten piedad.

 

Monición.-

Queridos padres y madres:

Hace unos años fuimos bautizados. Ese día vosotros contestasteis a unas preguntas que vamos a contestar nosotros, porque ya somos mayores.

 

Sacerdote:

¿Creéis en Dios que es Padre creador de todas las cosas?

-Sí, creemos.

¿Creéis en Jesús, su Hijo, que nació de la Virgen María, sufrió por nosotros, murió, resucitó y volverá?

-Sí, creemos.

¿Creéis en el Espíritu Santo, en la Iglesia católica, en los santos y en la vida que no se terminará?

-Sí, creemos.

 

Bendición del agua:

Te pedimos Padre

que mires a los que estamos hoy aquí, para que esta reciba tu bendición y ayude a los niños que van a recibirla a seguir creciendo en la fe.

 

Peticiones.-

Para que el Papa Francisco y nuestro obispo Enrique se sientan muy queridos por todos. Te lo pedimos Señor.

Para que los cristianos anunciemos a Jesús con alegría. Te lo pedimos Señor.

Para que nuestros padres y padrinos sigan enseñándonos a ser buenos amigos de Jesús. Te lo pedimos Señor.

Para que ayudes a nuestras catequistas que nos enseñan como es Dios. Te lo pedimos Señor.

Para que el agua que hoy vamos a recibir nos ayude a ser buenos hijos de Dios. Roguemos al Señor.

 

Veneración de la pila bautismal.-

Los niños se acercan a la pila bautismal y allí son asperjados. A continuación los pequeños son signados con la señal de la cruz.  

 

Acción de gracias.-

María, madre nuestra. Hoy queremos darte gracias por nuestros papás y mamás, por los padrinos, los abuelos y todos los que estaban ese día

en esta iglesia. 

Entrega de los recordatorios.

 

BIBLIOGRAFÍA.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. BAC. Madrid. 2016.

Biblia de Jerusalén. 5ª edición – 2018. Desclée De Brouwer. Bilbao. 2019.

Nuevo Testamento. Versión crítica sobre el texto original griego de M. Iglesias González. BAC. Madrid. 2017.

Biblia Didajé con comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica. BAC. Madrid. 2016.

Catecismo de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociación de Editores del Catecismo. Barcelona 2020.

La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Ciudad Nueva. Madrid. 2006.

Pío de Luis, OSA, dr. Comentarios de San Agustín a las lecturas litúrgicas (NT). II. Estudio Agustiniano. Valladolid. 1986.

San Juan de Ávila. Obras Completas I. Audi, filia – Pláticas – Tratados. BAC. Madrid. 2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas II. Comentarios bíblicos – Tratados de reforma – Tratados y escritos menores. BAC. Madrid. 2013.

San Juan de Ávila. Obras Completas III. Sermones. BAC. Madrid.   2015.

San Juan de Ávila. Obras Completas IV. Epistolario. BAC. Madrid. 2003.

https://www.servicioskoinonia.org/romero/homilias/B/#IRA

www.vatican.va

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