martes, 7 de enero de 2025

241. Bautismo del Señor. 12 de enero de 2024.

 


Primera lectura.

Lectura del libro de Isaías 40, 1-5.9-11.

“Consolad, consolad a mi pueblo – dice vuestro Dios –; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se h cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados”. Una voz grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos juntos – ha hablado la boca del Señor –“. Súbete a un monte elevado, heraldo de Sion; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: “Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían”.

 

Textos paralelos.

 Consolad, consolad a mi pueblo.

Is 52, 7-12: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la paz y trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión “Ya reina tu Dios”! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sion. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén. El Señor desnuda su brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios. ¡Fuera, fuera! Salid de allí, no toquéis nada impuro. ¡Salid de ella, purificaos, portadores del ajuar del Señor! No saldréis apresurados ni os iréis huyendo, pues en cabeza marcha el Señor y en la retaguardia, el Dios de Israel.

Una voz clama.

Mt 3, 3: Es lo que había anunciado el profeta Isaías: Una voz clama en el desierto. Preparad el camino al Señor, allanad su calzada.

Ml 3, 1: Mirad, yo envío un mensajero a prepararme el camino. De pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis; el mensajero de la alianza que deseáis, miradlo entrar – dice el Señor de los ejércitos –.

Ml 3, 23-24: Y yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra.

Abrid en el desierto.

Si 48, 10: Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel.

Un camino a Yahvé.

Lc 1, 76: Y a ti niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque caminarás delante del Señor, preparándole el camino.

Is 45, 2: Yo iré delante de ti allanándote cerros; haré trizas las puertas de bronce, arrancaré los cerrojos de hierro.

Trazad en la estepa.

Lc 3, 4-6: Como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus sendas.

Ba 5, 7: Dios ha mandado abajase a los montes elevados y a las colinas perpetuas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad guiado por la gloria de Dios.

Se revelará la gloria de Yahvé.

Ex 24, 16: Y la gloria del Señor descansaba sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió durante seis días.

Is 35, 2: Como flor de narciso florecerá, desbordando de gozo y alegría; tiene la gloria del Líbano, la belleza del carmelo y del Sarón; ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.

Is 58, 8: Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino tu justicia, detrás irá la gloria del Señor.

Is 60, 1: ¡Levántate, brilla, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!

Is 1, 20: Si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha dicho el Señor.

Is 58, 14: Entonces el Señor será tu delicia. Te pondré a caballo de las alturas de la tienda, te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob – ha hablado la boca del Señor –.

Vedlo, su salario le acompaña.

Is 62, 11: El Señor envía un pregón hasta el confín de la tierra: Decid a la ciudad de Sión: Mira a tu Salvador, que llega, el premio de su victoria lo acompaña, la recompensa lo precede.

Como pastor pastorea su rebaño.

Ez 34, 11-12: Así dice el Señor: Yo mismo buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones.

Dt 32, 11: Como el águila incita a su nidada revolando sobre los polluelos, así extendió sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas.

Lc 15, 5: Al encontrarla, se la echa a los hombres contento.

 

Notas exegéticas.

40 (a) Este es el título que se da a la segunda parte del libro de Isaías, inspirándose en los primeros versículos. La “consolación” es en efecto el tema principal de estos capítulos. Se atribuye este libro al “Segundo Isaías”, un profeta anónimo del fin del destierro.

40 (b) Esta cantata a varias voces sirve de obertura al libro: la esclavitud del pueblo ha concluido; se prepara un nuevo Éxodo bajo la guía de Dios. Este tema, que impregna todo el libro, volverá en la conclusión de 55, 12-13.

40 2 Jerusalén ha estado sujeta a la “milicia” de un mercenario o esclavo; ha pagado el doble de su falta, como ladrón.

40 3 (a) El profeta deja deliberadamente en el anonimato y el misterio esta voz que obedece la orden del v. 2. Los evangelistas citando este texto según los LXX (“Voz que clama en el desierto”), lo han aplicado a Juan el Bautista, que anunciaba la próxima venida del Mesías.

40 3 (b) Hay textos babilónicos que hablan en términos análogos de caminos procesionales o, triunfales preparados por el dios o por el rey victorioso. Aquí es el camino por el que Yahvé conducirá a su pueblo a través del desierto en un nuevo Éxodo. Ya Is 10, 25-27 había evocado los prodigios del Éxodo como prenda de la protección divina. Los profetas del Destierro amplían este tema. Como antaño, Dios va a venir a salvar a su pueblo (Jr 16, 14-15 e Is 63, 9 (que vuelven sobre Ex 19, 4). El primer éxodo con sus prodigios (Mi, el paso del mar rojo, Is, el agua milagrosa, la nube luminosa, la marcha por el desierto, se convierten a la vez en tipo y prenda del nuevo Éxodo de Babilonia a Jerusalén. Sobre este tema del Éxodo, ver asimismo Os 2, 16).

40 11 Es el tema del buen pastor, formulado por Jr 23, 1-6, desarrollado por Ez 34, y continuado por Jesús.

 

Salmo responsorial

Salmo 104 (103) 1-4.24-25.27-30.

 

Bendice, alma mía, al Señor:

¡Dios mío, qué grande eres! R/.


¡Dios mío, qué grande eres!

Te vistes de belleza y majestad,

la luz te envuelve como un manto.

Extiendes los cielos como una tienda. R/.

 

Construyes tu morada sobre las aguas;

las nubes te sirven de carroza,

avanzas en las alas del viento;

los vientos te sirven de mensajeros,

el fuego llameante, de ministro. R/.

 

Cuántas son tus obras, Señor,

y todas las hiciste con sabiduría;

la tierra está llena de tus criaturas.

Ahí está el mar: ancho y dilatado,

en él bullen, sin número,

animales pequeños y grandes. R/.

 

Todos ellos aguardan

a que les eches comida a su tiempo:

se la echas, y la atrapan;

abres tu mano, y se sacian de bienes. R/.

 

Escondes tu rostro, y se espantan,

les retiras el aliento, y expiran

y vuelven a ser polvo;

envías tu espíritu, y los creas

y repueblas la faz de la tierra. R/.

 

Textos paralelos.

Gn 1,1: Al principio creó Dios el cielo y la tierra.

Hch 17, 28: En él vivimos y nos movemos y existimos, como dijo uno de vuestros poetas: pues somos de su raza.

Te arropa la luz como un manto.

Gn 1, 3: Dijo Dios: Que exista la luz. Y la luz existió.

Sal 19, 2: Los cielos proclaman la gloria de Dios, pregona el firmamento la actividad de sus manos.

Gn 1, 6-7: Y dijo Dios: Que exista una bóveda entre las aguas, que separe aguas de aguas. E hizo Dios la bóveda para separar las aguas de debajo de la bóveda, de las aguas de encima de la bóveda. Y así fue.

Levantas sobre las aguas tus moradas.

Am 9, 6: Que construye en el cielo su escalinata y cimenta su bóveda sobre la tierra; que convoca las aguas del mar y las derrama sobre la superficie de la tierra, se llama El Señor.

Te sirven las nubes de carroza.

Sal 68, 5: Cantad a Dios, tañed en su honor, apisonad un camino al que cabalga en la estepa; en nombre del Señor, regocijaos.

Tomas por mensajeros a los vientos.

Hb 1, 7: Y a los ángeles les dice: Hace de los vientos sus ángeles, de las llamas de fuego sus ministros.

¡Cuán numerosas son tus obras, Yahvé!

Sal 8, 2: ¡Señor, dueño nuestro, qué ilustre es tu nombre en toda la tierra! Quiero servir a tu majestad celeste.

Pr 8, 22-23: El Señor me creó como primera de sus tareas, antes de sus obras; desde antiguo, desde siempre fui formada, desde el principio, antes del origen de la tierra.

Si escondes tu rostro, desaparecen.

Jb 34, 14-15: Si decidiera por su cuenta retirar su espíritu y su aliento, expirarían todos los vivientes y el hombre tornaría al polvo.

Gn 3, 19: Con sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te sacaron, pues eres polvo y en polvo te convertirás.

Qo 12, 7: Y el polvo vuelva a la tierra que fue, y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.

Retornan al polvo que son.

Sal 90, 3: Tú devuelves el hombre al polvo, diciendo: ¡Volved, hijos de Adán!

Gn 1, 2: La tierra era un caos informe, sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas.

Gn 2, 7: Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo.

Renuevas la faz de la tierra.

Hch 2, 2: De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban.

 

Notas exegéticas.

104 Este himno sigue el mismo orden que la cosmogonía de Gn 1.

104 3 Se trata de las aguas superiores, situadas encima del cielo. La morada divina está por encima de todo.

104 4 Targum destruye la imagen: “Hace a sus mensajeros rápidos como el viento y a sus ministros fuertes como el fuego”.

104 30 El espíritu de Dios interviene en el origen del ser y de la vida.

 

Segunda lectura.

Lectura del apóstol san Pablo a Tito 2, 11-14; 3, 4-7.

Querido hermano:

Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobra, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, el cual se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad, dedicado enteramente a las buenas obras. Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna.

 

Textos paralelos.

Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a toda persona.

Tt 3, 4: Pero cuando apareció la bondad de nuestro Dios y Salvador y su amor al hombre.

1 Tm 1, 1-2: De Pablo, apóstol de Mesías Jesús por disposición de Dios salvador nuestro y de Jesucristo nuestra esperanza, a Timoteo, hijo suyo engendrado por la fe: gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús Señor nuestro.

2 Tm 2, 10: Pero todo lo sufro por los elegidos de Dios, para que, por medio de Jesucristo, también ellos alcancen la salvación y la gloria eterna.

Sal 130, 8: El redimirá a Israel de todos sus delitos.

Él se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad.

Rm 3, 24: Pero son absueltos sin merecerlo, generosamente, por el rescate que Jesucristo entregó.

Ex 19, 5: Por tanto, si queréis obedecerme y guardar mi alianza, entre todos los pueblos seréis mi propiedad, porque es mía toda la tierra.

Dt 7, 6: Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios; él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad.

Ef 5, 25: Hombres, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella.

Mas cuando se manifestó la bondad de Dios.

Rm 3, 25: Dios los destinó a ser con su sangre instrumento de expiación para los que creen. Dios mostraba así su justicia cuando pacientemente pasaba por alto los pecados de antaño.

1 Co 6, 11: Algunos, antes, erais de esos; pero habéis sido lavados y consagrados y absueltos por la invocación del Señor nuestro Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios.

Tt 2, 11: Se ha manifestado la gracia de Dios que salva a todos los hombres.

1 Tm 1, 1: De Pablo, apóstol del Mesías Jesús por disposición de Dios salvador nuestro y de Jesucristo nuestra esperanza.

2 Tm 1, 9: Él nos salvó y llamó con una vocación santa, no por mérito de obras nuestras, sino por su designio y gracia, que se nos concede desde la eternidad en nombre de Jesús.

Ef 5, 26: Para limpiarla con el baño del agua y la palabra, y consagrarla.

Jn 3, 3: Jesús le respondió: Te aseguro que, si uno no nace de nuevo, no puede ver el reinado de Dios.

Jn 3, 5: Le contestó Jesús: Te aseguro que, si uno no nace de agua y Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.

Jn 3, 8: El viento sopla hacia donde quiere: oyes su rumor, pero no sabes de donde viene ni adónde va. Así sucede con el que ha nacido del Espíritu.

La renovación operada por el Espíritu Santo.

Rm 6, 4: Por el bautismo nos sepultamos con él en la muerte, para vivir una vida nueva, lo mismo que Cristo resucitó de la muerte por la acción gloriosa del Padre.

Rm 5, 5: Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios se infunde en nuestro corazón con el don del Espíritu Santo.

Rm 7, 6: Pero ahora, emancipados de la ley, al morir para el que nos tenía presos, servimos con un espíritu nuevo, no según un código caduco.

Ef 4, 23: Renovaos en espíritu y mentalidad.

Justificados por su gracia.

1 Tm 1, 1: De Pablo, apóstol de Mesías Jesús por disposición de Dios salvador nuestro y de Jesucristo nuestra esperanza.

Rm 3, 24: Pero son absueltos sin merecerlo, generosamente, por el rescate que Jesucristo entregó.

Rm 8, 17: Si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios, coherederos con Cristo; si compartimos su pasión, compartiremos su gloria.

Rm 8, 24: Con esta esperanza nos han salvado. Una esperanza que ya se ve, no es esperanza; pues, si ya no lo ve uno, ¿a qué esperarlo?

 

Notas exegéticas.

2 11 La gracia, misericordia eficaz de Dios y su bondad, su amor de os hombres se han “manifestado”, como preludio de “la Manifestación”. De nuevo dos exposiciones muy densas de la obra de salvación, de sus efectos y exigencias. La liturgia de la Navidad utiliza estos dos pasajes.

2 13 Clara afirmación de la divinidad de Cristo; al “Salvador” también se le llama el “gran Dios”.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 3, 15-16.21-22.

En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:

-Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:

-Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco.

 

Textos paralelos.

Como la gente andaba expectante.

Jn 1, 19-20: Este es el testimonio de Juan cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle quien era. Él confesó sin reticencias, confesó que no era el Mesías.

Jn 3, 28: Esto sucedía en Betania, junto al Jordán, donde Juan Bautizaba.

Hch 13, 25: Hacia el fin de su carrera mortal dijo: No soy el que pensáis; detrás de mí viene uno al que no tengo derecho a quitarle las sandalias de los pies.

Jn 1, 26-27: Juan respondió: Yo bautizo con agua. Entre vosotros está uno que no conocéis, que viene detrás de mí; y yo no soy quien para soltarle la correa de la sandalia. Esto sucedía en Betania, junto al Jordán, donde Juan bautizaba.

Jn 1, 33: Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.

Mc 1, 9-11

Mt 3, 13-17

Lc 3, 21-22

 

 

 

Por entonces vino Jesús de Nazaret de Galilea

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

y se hizo bautizar por Juan en el Jordán.

 

En cuanto salió del agua, vio el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él, como una paloma. Se oyó una voz del cielo:

 

 

-Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto.

 

 

 

Por entonces fue Jesús desde Galilea al Jordán

 

y se presentó a Juan para que lo bautizara.

 

Juan se lo impedía diciendo:

-Soy yo quien necesito que me bautices tú, ¿y tú acudes a mí?

Jesús le respondió:

-Ahora cede, pues de este modo conviene que realicemos la justicia plena.

Ante esto acaeció.

 

Jesús se bautizó:

 

 

salió del agua y al punto se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él; se oyó una voz del cielo que decía:

 

-Este es mi Hijo querido, mi predilecto.

Mientras todo el pueblo se bautizaba,

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 también Jesús se bautizó;

 

y mientras oraba, se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en figura corpórea de paloma y se oyó una voz del cielo:

 

 

 

-Tú eres mi hijo querido, mi predilecto.

 

Cuando se abrió el cielo.

Jn 1, 32-34: Juan dio este testimonio: Contemplé al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre él. Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar em había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios.

Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado.

Sal 2, 7: Voy a recitar el decreto del Señor: Me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

3 15 O “el Mesías”, es decir, el Ungido (de Dios): el griego christos equivale al hebreo: masîah (ungido). Los judíos conferían a este título un sentido nacional y político (lo mismo en 22, 67). La traducción “Cristo” refleja la novedad cristiana del título.

3 16 (a) Gesto de esclavo que un judío de entonces no podía exigir a un siervo compatriota, pues también este formaba parte del pueblo elegido.

3 16 (b) Aquí, como en Hch 1, 5, Lucas opone el bautismo de agua (o “con agua), practicado por Juan Bautista, al bautismo “en Espíritu Santo”, que será inaugurado en Pentecostés. Esto hace pensar que, en Lc, la preposición “en” no debería traducirse “con”, pues el Espíritu no es un instrumento, sino una presencia activa. – En estas palabras, Lc percibe probablemente un anuncio de Pentecostés; en efecto, narrará la venida del Espíritu en forma de lenguas de fuego. Para Lc significaría la acción purificadora del Espíritu.

3 21 (a) Al recibir el bautismo de Juan, Jesús entra a formar parte del movimiento de conversión de su pueblo. Con ocasión de este hecho público, recibe una misteriosa revelación que será el punto de partida de su predicación, como lo fue para los profetas su vocación: es el profeta sobre el que reposa el Espíritu, el Hijo de Dios, el Mesías anunciado en el AT.

3 21(b) La oración de Jesús es un tema predilecto de Lucas.

3, 22 Variante: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”, sospechosa de armonización con Mt y Mc. La literalidad probablemente original de la voz del cielo en Lucas no hace referencia a Is 42 como en Mt y Mc, sino al Sal 2, 7; más bien que reconocer en Jesús al “Siervo”, le presenta como el Rey-Mesías del Salmo, entronizado en el Bautismo para establecer el Reino de Dios en el mundo.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

15 EN SU INTERIOR: lit. en los corazones de ellos.

21-22 En la narración del bautismo, a Lc le ha llamado la atención un dato: la oración de Jesús, hecho que se repetirá en todos los grandes acontecimientos de su vida terrena. // EN FIGURA CORPORAL. Mt 3, 16: COMO desciende, suavemente, UNA PALOMA (Lc 3, 22 amplifica con más realismo); esa paloma, ¿simbolizaba a Israel (escritos rabínicos?, ¿al Espíritu divino, que actúa en la “nueva creación” (cf. Gn 1, 2). // TÚ ERES… ME COMPLAZCO: Mc 1, 11: lit. tú eres el hijo de mí, el (hijo) querido. “El hijo querido” equivale a “el únicamente querido”, e.d., “el hijo único”. De este apelativo no está ausente, ni siquiera en esta ocasión, un trasfondo de sacrificio y de muerte; el sacrificio de Isaac – “el hijo querido” –, que tanto influyó en la literatura rabínica, posiblemente tiene algo que ver con estas palabras. EN TI ME COMPLAZO: el tiempo verbal griego es aoristo, a modo de perfecto estativo hebreo: “Me agradé en ti y mi agrado permanece, por eso te elegí”.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

3, 16 Juan aclaró que él no era el Mesías, que tendría la capacidad divina para perdonar los pecados. Señaló también que su propio bautismo era simbólico y, por tanto, prefiguraba el bautismo instituido por Cristo, que implicaría la gracia santificadora del Espíritu Santo. Cat. 696.

3, 21-22 El bautismo de Cristo confirmó su divinidad y reveló explícitamente por primera vez las tres personas de la Trinidad. También inauguró la reconciliación de Dios con la humanidad ya que su bautismo demostró que él se identificaba con la humanidad pecadora aunque él no tuviera pecado. Cristo, aunque sin pecado, tomaría sobre sí los pecados del mundo para nuestra salvación. La venida del Espíritu Santo sobre Cristo es significativa, ya que la misión del Hijo y del Espíritu se conjugan siempre. En este pasaje vemos otro detalle que Lucas muestra a menudo: Cristo oraba frecuentemente para prepararse ante las decisiones importantes y los acontecimientos de su misión. Cat. 535-536, 608, 743, 2600.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que “surgió (…) como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha (Si 48, 1), con su oración atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, “que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías” (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que “bautizará en el Espíritu Santo y el fuego” (Lc 3, 17), Espíritu del cual Jesús dirá: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido” (Lc 12, 49). En forma de lenguas “como de fuego” se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él. La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo. “No extingáis el Espíritu” (1 Ts 5, 19).

535 El comienzo de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán. Juan proclamaba “un bautismo para el perdón de los pecados” (Lc 3, 3). Una multitud de pecadores, publicanos y soldados, fariseos y saduceos y prostitutas viene a hacerse bautizar por él. “Entonces aparece Jesús”. El bautista duda, Jesús insiste y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que él es “mi Hijo amado” (Mt 3, 13-17). Es la manifestación (“Epifanía” de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.

536 El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores: es ya “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29); anticipa ya “el bautismo” de su muerte sangrienta. Viene ya a cumplir la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados. A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo. El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a “posarse” sobre él. De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, “se abrieron los cielos” (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación.

608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores, vio y señaló a Jesús como el “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero y carga con el pecado de las multitudes, y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua. Toda la vida de Cristo expresa su misión: “Servir y dar su vida en rescate por muchos”.

743 Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable.

2600 El Evangelio según san Lucas subraya la acción del Espíritu Santo y el sentido de la oración en el ministerio de Cristo. Jesús ora antes de los momentos decisivos de su misión: antes de que el Padre dé testimonio de Él en su Bautismo (Lc 3, 21),…

 

Concilio Vaticano II.

Mas lo que el Señor ha predicado una vez o lo que en Él se ha obrado para la salvación del género humano, debe proclamarse y extenderse hasta los últimos confines de la tierra, comenzando desde Jerusalén, de modo que lo que una vez se obró para todos en orden a la salvación, alcance su efecto en todos a través de los tiempos.

Para conseguir esto plenamente, Cristo envió desde el Padre al Espíritu Santo para que realizara desde dentro su obra salvífica e impulsara a la Iglesia a su propia expansión. Sin duda, el Espíritu Santo actuaba ya en el mundo antes de que Cristo fuera glorificado. Sin embargo, el día de Pentecostés vino sobre los discípulos para permanecer con ellos para siempre; la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación en la catolicidad de la fe, por la Iglesia de la Nueva Alianza que habla en todas las lenguas, comprende y abraza en la caridad a todas las lenguas, superando así la dispersión de Babel. A partir de Pentecostés empezaron los hechos de los Apóstoles, del mismo modo que, al venir el Espíritu Santo sobre la Virgen María, Cristo había sido concebido, y Cristo había sido impulsado a la obra de su ministerio cuando el mismo Espíritu Santo descendió sobre Él mientras oraba (cf. Lc 3, 22). E mismo Señor Jesús, antes de entregar libremente su alma por el mundo, dispuso el ministerio apostólico y prometió que enviaría al Espíritu Santo, de forma que ambos quedaron asociados en la realización de la obra de salvación siempre y en todas partes.

Ad gentes divinitus 3-4.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Si Juan no hubiera sido para consigo mismo como un valle, no habría estado lleno de gracia; y así, para manifestar lo que era, dijo: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de su calzado” (Mc 1, 7).

Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 1, 20, 4. III, pg. 115.

Nuevamente ofrece otro argumento, diciendo: “En verdad, yo os bautizo con agua, pero Él os bautizará en el Espíritu Santo”. Este es el mayor argumento para convencer y probar que Jesús es Dios y Señor. En efecto, es propio de la sustancia única que se encuentra por encima de todas las cosas el poder infundir el Espíritu en los hombres y hacer que participen de la naturaleza divina a los que se acercan a ella. Ahora bien esto se encuentra en Cristo, no como algo que ha recibido o se le ha comunicado, sino como algo propio que pertenece a su misma sustancia. Realmente bautiza en el Espíritu Santo.

Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 3, 10. III, pg. 115.

Descendió el Espíritu Santo sobre el Salvador en forma de paloma, que es el ave de la dulzura, símbolo de la inocencia y de la sencillez. También a nosotros se nos ha mandado imitar “la inocencia de las palomas” (Mt 10, 16). Así es el Espíritu Santo: puro, veloz, que se eleva a las alturas.

Orígenes, Homilías sobre el Ev. de Lucas, 27, 5. III, pg. 118.

Para que aprendamos el poder mismo del santo bautismo, y cuánto ganamos al aproximarnos a semejante gracia, él mismo comienza bautizándose, y una vez bautizado, ruega para que tú, querido, aprendas que la oración continua es lo más adecuado para los que han sido considerados dignos del santo bautismo una vez.

Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 3, 21. III, pg. 119.

Si deseas el testimonio del Padre, lo has oído de Juan: ten confianza en aquel a quien Cristo se ha confiado para ser bautizado, ante el cual el Padre ha acreditado al Hijo con su voz venida del cielo.

Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 2, 94. III, pg. 120.

 

San Agustín.

Si vino a mostrarnos el camino de la humildad y a hacerse él mismo ese camino, era necesario que practicase la humildad en toda circunstancia de su vida. Así él quiso otorgar autoridad a su bautismo, para que nosotros, sus siervos, comprendiésemos con cuánta ansia se debe correr al bautismo del Señor, si él no tuvo a menos recibirlo de manos de un siervo suyo. (…) El bautismo vale tanto como vale aquel en cuyo nombre se confiere, y no tanto cuánto vale quien, como ministro, lo otorga. Era un bautismo santo, porque era conferido por un santo, pero siempre hombre; aunque un hombre que había recibido del Señor la gracia extraordinaria de preceder al juez, indicarlo con el dedo, cumpliendo así la profecía: Yo soy la voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor (Jn 1, 23). El bautismo del Señor, en cambio valía tanto cuanto el Señor: era, por tanto, un bautismo divino, porque el Señor es Dios.

Comentario sobre el evangelio de San Juan, 5, 3-6. I, pg. 232 y 234.

 

San Juan de Ávila.

Como dice San Agustín, que, como Cristo solo descendió del cielo, solo Cristo sube al cielo (Sermón 91). Y conforme a esta sentencia, dice San Mateo que siendo Cristo baptizado le fueron abiertos los cielos (Mt 3, 16).

En la infraoctava del Corpus, OC III, pg. 697.

Acordarse de Cristo, mirando qué obró en la tierra del Jordán, donde fue bautizado para nuestro provecho y le fueron abiertos los cielos (Mt 3, 16), no para Él, que abiertos le estaban, mas para nosotros, a quien por Adán estaban cerrados. Y porque se nos abrieron por Cristo, dice el Evangelio que le fueron los cielos abiertos, porque aquél se dice hecha una merced por cuyo amor se hace, aunque él no llevase parte de ella. Pues mirando… A quien mira que por Cristo le son los cielos abiertos y que por el santo bautismo es tomado por hijo de Dios, osa esperar como hijo la herencia del cielo viviendo en obediencia de los mandatos de Dios.

A un señor de estos reinos, OC IV, pg. 92.

Mas mirad, que cuan grandes fueron estas mercedes, así fue grande la tribulación que tras ellas el Señor envió, cuya costumbre es enviar hiel después de la miel y probar a sus amigos tentándolos, como hizo a Abraham (cf. Gn 22). Del Señor leemos que en su santo baptismo fue declarado por la voz celestial por Hijo carísimo del Eterno Padre (Mt 3, 17), mas tras este favor se siguió ser llevado al desierto a ser tentado por el enemigo (Mt 4, 1). No se engañe nadie ni se detenga por seguro porque sea recreado del Señor con mercedes y consolaciones, ahora sean espirituales, ahora corporales. Menester es entender muy bien este negocio; y por no lo haber hecho así, han venido desastres no pequeños a muchos que, holgándose con lo próspero, dijeron lo que David: Yo dije en mi abundancia: no seré movido para siempre (Sal 29, 7).

 

San Oscar Romero.

Que cada salvadoreño haga honor, no solamente a su compromiso político, concreto, sino a su compromiso de cristiano para que sea de verdad, desde la fuerza salvadora de Cristo, un elemento vivo en la salvación de su propio país. 

Homilía 13 enero 1980.

 

Papa Francisco. Angelus. 10 de enero de 2016.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este domingo después de la Epifanía celebramos el Bautismo de Jesús, y hacemos memoria grata de nuestro Bautismo. En este contexto, esta mañana he bautizado a 26 recién nacidos: ¡recemos por ellos!

El Evangelio nos presenta a Jesús, en las aguas del río Jordán, en el centro de una maravillosa revelación divina. Escribe san Lucas: «Cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”» (Lc 3, 21-22). De este modo Jesús es consagrado y manifestado por el Padre como el Mesías salvador y liberador. En este evento —testificado por los cuatro Evangelios— tuvo lugar el pasaje del bautismo de Juan Bautista, basado en el símbolo del agua, al Bautismo de Jesús «en el Espíritu Santo y fuego». De hecho, el Espíritu Santo en el Bautismo cristiano es el artífice principal: es Él quien quema y destruye el pecado original, restituyendo al bautizado la belleza de la gracia divina; es Él quien nos libera del dominio de las tinieblas, es decir, del pecado y nos traslada al reino de la luz, es decir, del amor, de la verdad y de la paz: este es el reino de la luz. ¡Pensemos a qué dignidad nos eleva el Bautismo! «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1), exclama el apóstol Juan. Tal estupenda realidad de ser hijos de Dios comporta la responsabilidad de seguir a Jesús, el Siervo obediente, y reproducir en nosotros mismos sus rasgos, es decir: es decir, mansedumbre, humildad y ternura. Sin embargo, esto no es fácil, especialmente si entorno a nosotros hay mucha intolerancia, soberbia, dureza. ¡Pero con la fuerza que nos llega del Espíritu Santo es posible! El Espíritu Santo, recibido por primera vez el día de nuestro Bautismo, nos abre el corazón a la Verdad, a toda la Verdad. El Espíritu empuja nuestra vida hacia el camino laborioso pero feliz de la caridad y de la solidaridad hacia nuestros hermanos. El Espíritu nos dona la ternura del perdón divino y nos impregna con la fuerza invencible de la misericordia del Padre. No olvidemos que el Espíritu Santo es una presencia viva y vivificante en quien lo acoge, reza con nosotros y nos llena de alegría espiritual.

Hoy, fiesta del Bautismo de Jesús, pensemos en el día de nuestro Bautismo. Todos nosotros hemos sido bautizados, agradezcamos este don. Y os hago una pregunta: ¿Quién de vosotros conoce la fecha de su Bautismo? Seguramente no todos. Por eso, os invito a ir a buscar la fecha preguntando por ejemplo a vuestros padres, a vuestros abuelos, a vuestros padrinos, o yendo a la parroquia. Es muy importante conocerla porque es una fecha para festejar: es la fecha de nuestro renacimiento como hijos de Dios. Por eso, los deberes para esta semana: ir a buscar la fecha de mi Bautismo. Festejar este día significa reafirmar nuestra adhesión a Jesús, con el compromiso de vivir como cristianos, miembros de la Iglesia y de una humanidad nueva, en la cual todos somos hermanos. Que la Virgen María, primera discípula de su Hijo Jesús, nos ayude a vivir con alegría y fervor apostólico nuestro Bautismo, acogiendo cada día el don del Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios.

 

Francisco. Angelus. 13 de enero de 2019.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, al final del tiempo litúrgico de Navidad, celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. La liturgia nos llama a conocer con más plenitud a Jesús, de quien recientemente hemos celebrado el nacimiento; y para ello, el Evangelio (cf. Lc 3, 15-16.21-22) ilustra dos elementos importantes: la relación de Jesús con la gente y la relación de Jesús con el Padre.

En el relato del bautismo, conferido por Juan el Bautista a Jesús en las aguas del Jordán, vemos ante todo el papel del pueblo. Jesús está en medio del pueblo. No es solo un fondo de la escena, sino un componente esencial del evento. Antes de sumergirse en el agua, Jesús “se sumerge” en la multitud, se une a ella asumiendo plenamente la condición humana, compartiendo todo, excepto el pecado. En su santidad divina, llena de gracia y misericordia, el Hijo de Dios se hizo carne para tomar sobre sí y quitar el pecado del mundo: tomar nuestras miserias, nuestra condición humana. Por eso, hoy también es una epifanía, porque yendo a bautizarse por Juan, en medio de la gente penitente de su pueblo, Jesús manifiesta la lógica y el significado de su misión.

Uniéndose al pueblo que pide a Juan el bautismo de conversión, Jesús también comparte el profundo deseo de renovación interior. Y el Espíritu Santo que desciende sobre Él «en forma corporal, como una paloma» (v.22) es la señal de que con Jesús comienza un nuevo mundo, una “nueva creación” que incluye a todos los que acogen a Cristo en su la vida. También a cada uno de nosotros, que hemos renacido con Cristo en el bautismo, están dirigidas las palabras del Padre: «Tú eres mi Hijo, el amado: en ti he puesto mi complacencia» (v. 22). Este amor del Padre, que hemos recibido todos nosotros el día de nuestro bautismo, es una llama que ha sido encendida en nuestros corazones y necesita que la alimentemos con la oración y la caridad.

El segundo elemento enfatizado por el evangelista Lucas es que después de la inmersión en el pueblo y en las aguas del Jordán, Jesús se “sumergió” en la oración, es decir, en la comunión con el Padre. El bautismo es el comienzo de la vida pública de Jesús, de su misión en el mundo como enviado del Padre para manifestar su bondad y su amor por los hombres. Esta misión se realiza en una unión constante y perfecta con el Padre y el Espíritu Santo.

También la misión de la Iglesia y la de cada uno de nosotros, para ser fiel y fructífera, está llamada a “injertarse” en la de Jesús. Se trata de regenerar continuamente en la oración la evangelización y el apostolado, para dar un claro testimonio cristiano, no según los proyectos humanos, sino según el plan y el estilo de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, la fiesta del Bautismo del Señor es una ocasión propicia para renovar con gratitud y convicción las promesas de nuestro Bautismo, comprometiéndonos a vivir diariamente en coherencia con él. También es muy importante, como os he dicho varias veces, saber la fecha de nuestro Bautismo. Podría preguntar: “¿Quién de vosotros sabe la fecha de su bautismo?”. No todos, seguro. Si alguno de vosotros no la conoce, al volver a casa, que se lo pregunte a sus padres, a los abuelos, a los tíos, a los padrinos, a los amigos de la familia... Preguntad: “¿En qué día me han bautizado?”. Y luego no os olvidéis de ella: es una fecha que se guarda en el corazón para celebrarla cada año.

Jesús, que nos ha salvado no por nuestros méritos sino para actuar la inmensa bondad del Padre, nos haga misericordiosos con todos. ¡Qué la Virgen María, Madre de la Misericordia, sea nuestra guía y nuestro modelo!

 

Francisco. Angelus. 9 de enero de 2022.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy nos muestra la escena con la que comienza la vida pública de Jesús: Él, que es el Hijo de Dios y el Mesías, va a las orillas del río Jordán y se hace bautizar por Juan Bautista. Después de casi treinta años vividos en el escondimiento, Jesús no se presenta con algún milagro o subiendo a la cátedra para enseñar. Se pone en la fila con el pueblo que iba a recibir el bautismo de Juan. El himno litúrgico de hoy dice que el pueblo iba a hacerse bautizar con el alma y los pies desnudos, humildemente. Hermosa actitud, con el alma desnuda y los pies desnudos. Y Jesús comparte la suerte de nosotros, los pecadores, desciende hacia nosotros: baja al río como en la historia herida de la humanidad, se sumerge en nuestras aguas para sanarlas y se sumerge con nosotros, entre nosotros. No se eleva por encima de nosotros con el alma desnuda, con los pies desnudos, como el pueblo. No va solo, ni con un grupo de elegidos privilegiados. No: va con el pueblo. Pertenece a aquel pueblo y va con el pueblo ha hacerse bautizar con aquel pueblo humilde.

Detengámonos en un punto importante: en el momento en que Jesús recibe el Bautismo, el texto dice que “estaba orando” (Lc 3, 21). Nos hace bien contemplar esto: Jesús reza. ¿Pero cómo? Él, que es el Señor, el Hijo de Dios, ¿reza como nosotros? Sí, Jesús – lo repiten muchas veces los Evangelios – pasa mucho tiempo en oración: al inicio de cada día, a menudo de noche, antes de tomar decisiones importantes... Su oración es un diálogo, una relación con el Padre. Así, en el Evangelio de hoy podemos ver los “dos momentos” de la vida de Jesús: por una parte, desciende hacia nosotros en las aguas del Jordán; por otra, eleva su mirada y su corazón orando al Padre.

Es una gran enseñanza para nosotros: todos estamos inmersos en los problemas de la vida y en muchas situaciones intrincadas, llamados a afrontar momentos y elecciones difíciles que nos abaten. Pero, si no queremos permanecer aplastados, tenemos necesidad de elevar todo hacia lo alto. Y esto lo hace precisamente la oración, que no es una vía de escape, la oración no es un rito mágico ni una repetición de cantilenas aprendidas de memoria. No. Rezar es el modo de dejar que Dios actúe en nosotros, para captar lo que Él quiere comunicarnos incluso en las situaciones más difíciles, rezar es para tener la fuerza de ir adelante. Mucha gente que siente que no puede más y reza: “Señor, dame la fuerza para ir adelante”. También nosotros, muchas veces lo hemos hecho. La oración nos ayuda porque nos une a Dios, nos abre al encuentro con Él. Sí, la oración es la clave que abre el corazón al Señor. Es dialogar con Dios, es escuchar su Palabra, es adorar: estar en silencio encomendándole lo que vivimos. Y a veces también es gritar con Él como Job, otras veces es desahogarse con Él. Gritar como Job; Él es padre, Él nos comprende bien. Él jamás se enoja con nosotros. Y Jesús reza.

La oración – para usar una bella imagen del Evangelio de hoy – “abre el cielo” (cfr. v. 21). La oración abre el cielo: da oxígeno a la vida, da respiro incluso en medio de las angustias, y hace ver las cosas de modo más amplio. Sobre todo, nos permite tener la misma experiencia de Jesús en el Jordán: nos hace sentir hijos amados del Padre. También a nosotros, cuando rezamos, el Padre dice, como a Jesús en el Evangelio: “Tú eres mi hijo, Tú eres el amado” (cfr. v. 22). Nuestro ser hijos comenzó el día del Bautismo, que nos ha inmerso en Cristo y, miembros del pueblo de Dios, nos ha hecho convertirnos en hijos amados del Padre. ¡No olvidemos la fecha de nuestro Bautismo! Si yo preguntara ahora a cada uno de ustedes: ¿cuál es la fecha de tu Bautismo? Tal vez algunos no lo recuerdan. Esto es algo hermoso: recordar la fecha del Bautismo, porque es nuestro renacimiento, ¡el momento en que hemos sido hijos de Dios con Jesús! Y cuando regresen a casa – si no lo saben – pregúntenle a la mamá, a la tía, a la abuela o a los abuelos: “Pero, ¿cuándo fui bautizado o bautizada?”, y aprender esa fiesta para celebrarla, para agradecer al Señor. Y hoy, en este momento, preguntémonos: ¿cómo va mi oración? ¿Rezo por costumbre, rezo desganado, sólo recitando algunas fórmulas, o mi oración es el encuentro con Dios? Yo, pecador, ¿siempre en el pueblo de Dios, jamás aislado? ¿Cultivo la intimidad con Dios, dialogo con Él, escucho su Palabra? Entre las muchas cosas que hacemos en la jornada, no descuidemos la oración: dediquémosle tiempo, utilicemos breves invocaciones para repetir a menudo, leamos el Evangelio cada día. La oración que abre el cielo.

Y ahora nos dirigimos a la Madre, Virgen orante, que ha hecho de su vida un canto de alabanza a Dios.

 

Benedicto. Angelus. 7 de enero de 2007.

Queridos hermanos y hermanas:

Se celebra hoy la fiesta del Bautismo del Señor, con la que concluye el tiempo de Navidad. La liturgia nos propone el relato del bautismo de Jesús en el Jordán según la redacción de san Lucas (cf. Lc 3, 15-16. 21-22). El evangelista narra que, mientras Jesús estaba en oración, después de recibir el bautismo entre las numerosas personas atraídas por la predicación del Precursor, se abrió el cielo y, en forma de paloma, bajó sobre él el Espíritu Santo. En ese momento resonó una voz de lo alto:  "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto" (Lc 3, 22).

Todos los evangelistas, aunque con matices diversos, recuerdan y ponen de relieve el bautismo de Jesús en el Jordán. En efecto, formaba parte de la predicación apostólica, ya que constituía el punto de partida de todo el arco de los hechos y de las palabras de que los Apóstoles debían dar testimonio (cf. Hch 1, 21-22; 10, 37-41). La comunidad apostólica lo consideraba muy importante, no sólo porque en aquella circunstancia, por primera vez en la historia, se había producido la manifestación del misterio trinitario de manera clara y completa, sino también porque desde aquel acontecimiento se había iniciado el ministerio público de Jesús por los caminos de Palestina.

El bautismo de Jesús en el Jordán es anticipación de su bautismo de sangre en la cruz, y también es símbolo de toda la actividad sacramental con la que el Redentor llevará a cabo la salvación de la humanidad. Por eso la tradición patrística se interesó mucho por esta fiesta, la más antigua después de la Pascua. "Cristo es bautizado —canta la liturgia de hoy— y el universo entero se purifica; el Señor nos obtiene el perdón de los pecados:  limpiémonos todos por el agua y el Espíritu" (Antífona del Benedictus, oficio de Laudes).

Hay una íntima correlación entre el bautismo de Cristo y nuestro bautismo. En el Jordán se abrió el cielo (cf. Lc 3, 21) para indicar que el Salvador nos ha abierto el camino de la salvación, y nosotros  podemos  recorrerlo precisamente gracias  al  nuevo nacimiento "de agua y de Espíritu" (Jn 3, 5), que se realiza en el bautismo. En él somos incorporados al Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, morimos y resucitamos con él, nos revestimos de él, como subraya repetidamente el apóstol san Pablo (cf. 1 Co 12, 13; Rm 6, 3-5; Ga 3, 27).

Por tanto, del bautismo brota el compromiso de "escuchar" a Jesús, es decir, de creer en él y seguirlo dócilmente, cumpliendo su voluntad. De este modo cada uno puede tender a la santidad, una meta que, como recordó el concilio Vaticano II, constituye la vocación de todos los bautizados. Que María, la Madre del Hijo predilecto de Dios, nos ayude a ser siempre fieles a nuestro bautismo.

 

Benedicto. Angelus. 10 de enero de 2010.

Queridos hermanos y hermanas:

Esta mañana, durante la santa misa celebrada en la Capilla Sixtina, he administrado el sacramento del Bautismo a varios recién nacidos. Esta costumbre está unida a la fiesta del Bautismo del Señor, con la que se concluye el tiempo litúrgico de la Navidad. El Bautismo expresa muy bien el sentido global de las festividades navideñas, en las que el tema de llegar a ser hijos de Dios gracias a la venida del Hijo unigénito en nuestra humanidad constituye un elemento dominante. Él se hizo hombre para que nosotros podamos llegar a ser hijos de Dios. Dios nació para que nosotros podamos renacer. Estos conceptos aparecen continuamente en los textos litúrgicos navideños y constituyen un motivo entusiasmante de reflexión y esperanza. Pensemos en lo que escribe san Pablo a los Gálatas: "Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5); o en lo que dice san Juan en el Prólogo de su Evangelio: "A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). Este estupendo misterio, que constituye nuestro "segundo nacimiento" —el renacimiento de un ser humano de lo alto, de Dios (cf. Jn 3, 1-8)— se realiza y se resume en el signo sacramental del Bautismo.

Con este sacramento el hombre se convierte realmente en hijo, en hijo de Dios. Desde ese momento el fin de su existencia consiste en alcanzar de manera libre y consciente aquello que desde el inicio era y es el destino del hombre. "Conviértete en lo que eres", constituye el principio educativo básico de la persona humana redimida por la gracia. Este principio tiene muchas analogías con el crecimiento humano, en el que la relación de los padres con los hijos pasa, a través de alejamientos y crisis, de la dependencia total a la conciencia de ser hijo, al agradecimiento por el don de la vida recibida, y a la madurez y la capacidad de dar la vida. Engendrado por el Bautismo a una nueva vida, también el cristiano comienza su camino de crecimiento en la fe que lo llevará a invocar conscientemente a Dios como "Abbá - Padre", a dirigirse a él con gratitud y a vivir la alegría de ser su hijo.

Del Bautismo deriva también un modelo de sociedad: la de los hermanos. La fraternidad no se puede establecer mediante una ideología y mucho menos por decreto de un poder constituido. Nos reconocemos hermanos a partir de la humilde y profunda conciencia del ser hijos del único Padre celestial. Como cristianos, gracias al Espíritu Santo, recibido en el Bautismo, se nos ha concedido el don y el compromiso de vivir como hijos de Dios y como hermanos, para ser como "levadura" de una humanidad nueva, solidaria y llena de paz y esperanza. En esto nos ayuda la conciencia de tener, además de un Padre en los cielos, también una madre, la Iglesia, de la que la Virgen María es modelo perenne. A ella le encomendamos los niños recién bautizados y sus familias, y le pedimos para todos la alegría de renacer cada día "de lo alto", del amor de Dios, que nos hace sus hijos y hermanos entre nosotros.

 

Benedicto. Angelus. 13 de enero de 2013

Queridos hermanos y hermanas:

Con este domingo después de la Epifanía concluye el Tiempo litúrgico de Navidad: tiempo de luz, la luz de Cristo que, como nuevo sol aparecido en el horizonte de la humanidad, dispersa las tinieblas del mal y de la ignorancia. Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Jesús: aquel Niño, hijo de la Virgen, a quien hemos contemplado en el misterio de su nacimiento, le vemos hoy adulto entrar en las aguas del río Jordán y santificar así todas las aguas y el cosmos entero —como evidencia la tradición oriental. Pero ¿por qué Jesús, en quien no había sombra de pecado, fue a que Juan le bautizara? ¿Por qué quiso realizar ese gesto de penitencia y conversión junto a tantas personas que querían de esta forma prepararse a la venida del Mesías? Ese gesto —que marca el inicio de la vida pública de Cristo— se sitúa en la misma línea de la Encarnación, del descendimiento de Dios desde el más alto de los cielos hasta el abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento de abajamiento divino se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de Dios. Escribe el apóstol Juan: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de Él», y le envió «como víctima de propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 9-10). He aquí por qué el primer acto público de Jesús fue recibir el bautismo de Juan, quien, al verle llegar, dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).

Narra el evangelista Lucas que mientras Jesús, recibido el bautismo, «oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre Él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”» (3, 21-22). Este Jesús es el Hijo de Dios que está totalmente sumergido en la voluntad de amor del Padre. Este Jesús es aquél que morirá en la cruz y resucitará por el poder del mismo Espíritu que ahora se posa sobre Él y le consagra. Este Jesús es el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, o sea, en el amor; el hombre que, frente al mal del mundo, elige el camino de la humildad y de la responsabilidad, elige no salvarse a sí mismo, sino ofrecer la propia vida por la verdad y la justicia. Ser cristianos significa vivir así, pero este tipo de vida comporta un renacimiento: renacer de lo alto, de Dios, de la Gracia, Este renacimiento es el Bautismo, que Cristo ha donado a la Iglesia para regenerar a los hombres a una vida nueva. Afirma un antiguo texto atribuido a san Hipólito: «Quien entra con fe en este baño de regeneración, renuncia al diablo y se alinea con Cristo, reniega del enemigo y reconoce que Cristo es Dios, se despoja de la esclavitud y se reviste de la adopción filial» (Discurso sobre la Epifanía, 10: pg 10, 862).

Según la tradición, esta mañana he tenido la alegría de bautizar a un nutrido grupo de niños nacidos en los últimos tres o cuatro meses. En este momento desearía extender mi oración y mi bendición a todos los neonatos; pero sobre todo invitar a todos a hacer memoria del propio Bautismo, de aquel renacimiento espiritual que nos abrió el camino de la vida eterna. Que cada cristiano, en este Año de la fe, redescubra la belleza de haber renacido de lo alto, del amor de Dios, y viva como hijo de Dios.


DOMINGO 2 T. O.

Monición de entrada.-

La misa es la fiesta de los que queremos a Jesús y nos gusta estar con él.

Así en la misa le escuchamos, le hablamos y le decimos que queremos toda la semana portarnos como él se portaba con sus papás, María y José y con todas las personas.

Empecemos la misa poniendo en el altar nuestro corazón.

 

Señor, ten piedad.

Porque a veces no escuchamos a los demás.  Señor, ten piedad.

Porque a veces parece que estamos sordos. Cristo, ten piedad.

Porque a veces no ayudamos a nuestras mamás y a nuestros papás. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Para que seamos como el papa Francisco, que ayuda a todas las personas. Te lo pedimos Señor.

Para que la Iglesia esté siempre atenta a las personas que le piden ayuda. Te lo pedimos Señor.

Para que las personas que están malas tengan siempre amigos que les cuiden. Te lo pedimos Señor.

Para que nosotros llevemos nuestra sonrisa a todas las personas de nuestro pueblo. Te lo pedimos Señor.

 

Acción de gracias.-

Virgen María, queremos darte las gracias por esta misa.

En ella hemos tenido en nuestro corazón a Jesús y él nos ha ayudado a ser mejores. Gracias por las personas que están en la iglesia rezando con nosotros. 

No hay comentarios: