Primera lectura.
Lectura del libro de Isaías 40, 1-5.9-11.
“Consolad, consolad a mi pueblo – dice vuestro Dios –; hablad al
corazón de Jerusalén, gritadle, que se h cumplido su servicio y está pagado su
crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados”. Una
voz grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa
una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas
se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la
gloria del Señor, y la verán todos juntos – ha hablado la boca del Señor –“.
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sion; alza fuerte la voz, heraldo de
Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: “Aquí está vuestro
Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder y su brazo manda. Mirad, viene con él
su salario y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño,
reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a
las ovejas que crían”.
Textos
paralelos.
Consolad, consolad a mi pueblo.
Is 52, 7-12: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del
heraldo que anuncia la paz y trae la buena nueva, que pregona la victoria, que
dice a Sión “Ya reina tu Dios”! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro,
porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sion. Romped a cantar a coro,
ruinas de Jerusalén, que el señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén. El
Señor desnuda su brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines
de la tierra la victoria de nuestro Dios. ¡Fuera, fuera! Salid de allí, no
toquéis nada impuro. ¡Salid de ella, purificaos, portadores del ajuar del
Señor! No saldréis apresurados ni os iréis huyendo, pues en cabeza marcha el
Señor y en la retaguardia, el Dios de Israel.
Una voz clama.
Mt 3, 3: Es lo que había anunciado el profeta Isaías: Una voz
clama en el desierto. Preparad el camino al Señor, allanad su calzada.
Ml 3, 1: Mirad, yo envío un mensajero a prepararme el camino. De
pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis; el mensajero de la alianza
que deseáis, miradlo entrar – dice el Señor de los ejércitos –.
Ml 3, 23-24: Y yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue
el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos
con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra.
Abrid en el desierto.
Si 48, 10: Está escrito que te reservan para el momento de aplacar
la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para
restablecer las tribus de Israel.
Un camino a Yahvé.
Lc 1, 76: Y a ti niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque
caminarás delante del Señor, preparándole el camino.
Is 45, 2: Yo iré delante de ti allanándote cerros; haré trizas las
puertas de bronce, arrancaré los cerrojos de hierro.
Trazad en la estepa.
Lc 3, 4-6: Como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una
voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus sendas.
Ba 5, 7: Dios ha mandado abajase a los montes elevados y a las
colinas perpetuas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo,
para que Israel camine con seguridad guiado por la gloria de Dios.
Se revelará la gloria de Yahvé.
Ex 24, 16: Y la gloria del Señor descansaba sobre el monte Sinaí,
y la nube lo cubrió durante seis días.
Is 35, 2: Como flor de narciso florecerá, desbordando de gozo y
alegría; tiene la gloria del Líbano, la belleza del carmelo y del Sarón; ellos
verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.
Is 58, 8: Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te
brotará la carne sana; te abrirá camino tu justicia, detrás irá la gloria del
Señor.
Is 60, 1: ¡Levántate, brilla, que llega tu luz; la gloria del
Señor amanece sobre ti!
Is 1, 20: Si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha
dicho el Señor.
Is 58, 14: Entonces el Señor será tu delicia. Te pondré a caballo
de las alturas de la tienda, te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob –
ha hablado la boca del Señor –.
Vedlo, su salario le acompaña.
Is 62, 11: El Señor envía un pregón hasta el confín de la tierra:
Decid a la ciudad de Sión: Mira a tu Salvador, que llega, el premio de su
victoria lo acompaña, la recompensa lo precede.
Como pastor pastorea su rebaño.
Ez 34, 11-12: Así dice el Señor: Yo mismo buscaré a mis ovejas
siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño cuando las
ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré
sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad
y nubarrones.
Dt 32, 11: Como el águila incita a su nidada revolando sobre los
polluelos, así extendió sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas.
Lc 15, 5: Al encontrarla, se la echa a los hombres contento.
Notas
exegéticas.
40 (a) Este es el título que se
da a la segunda parte del libro de Isaías, inspirándose en los primeros
versículos. La “consolación” es en efecto el tema principal de estos capítulos.
Se atribuye este libro al “Segundo Isaías”, un profeta anónimo del fin del
destierro.
40 (b) Esta cantata a varias
voces sirve de obertura al libro: la esclavitud del pueblo ha concluido; se
prepara un nuevo Éxodo bajo la guía de Dios. Este tema, que impregna todo el
libro, volverá en la conclusión de 55, 12-13.
40 2 Jerusalén ha estado sujeta
a la “milicia” de un mercenario o esclavo; ha pagado el doble de su falta, como
ladrón.
40 3 (a) El profeta deja
deliberadamente en el anonimato y el misterio esta voz que obedece la orden del
v. 2. Los evangelistas citando este texto según los LXX (“Voz que clama en el
desierto”), lo han aplicado a Juan el Bautista, que anunciaba la próxima venida
del Mesías.
40 3 (b) Hay textos babilónicos
que hablan en términos análogos de caminos procesionales o, triunfales
preparados por el dios o por el rey victorioso. Aquí es el camino por el que
Yahvé conducirá a su pueblo a través del desierto en un nuevo Éxodo. Ya Is 10,
25-27 había evocado los prodigios del Éxodo como prenda de la protección
divina. Los profetas del Destierro amplían este tema. Como antaño, Dios va a
venir a salvar a su pueblo (Jr 16, 14-15 e Is 63, 9 (que vuelven sobre Ex 19,
4). El primer éxodo con sus prodigios (Mi, el paso del mar rojo, Is, el agua
milagrosa, la nube luminosa, la marcha por el desierto, se convierten a la vez
en tipo y prenda del nuevo Éxodo de Babilonia a Jerusalén. Sobre este tema del
Éxodo, ver asimismo Os 2, 16).
40 11 Es el tema del buen
pastor, formulado por Jr 23, 1-6, desarrollado por Ez 34, y continuado por
Jesús.
Salmo
responsorial
Salmo 104 (103) 1-4.24-25.27-30.
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres! R/.
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Extiendes los cielos como una
tienda. R/.
Construyes tu morada sobre las
aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de
mensajeros,
el fuego llameante, de
ministro. R/.
Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con
sabiduría;
la tierra está llena de tus
criaturas.
Ahí está el mar: ancho y
dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes. R/.
Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su
tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de
bienes. R/.
Escondes tu rostro, y se
espantan,
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas
y repueblas la faz de la
tierra. R/.
Textos
paralelos.
Gn 1,1: Al principio creó Dios
el cielo y la tierra.
Hch 17, 28: En él vivimos y nos
movemos y existimos, como dijo uno de vuestros poetas: pues somos de su raza.
Te arropa la luz como un manto.
Gn 1, 3: Dijo Dios: Que exista
la luz. Y la luz existió.
Sal 19, 2: Los cielos proclaman
la gloria de Dios, pregona el firmamento la actividad de sus manos.
Gn 1, 6-7: Y dijo Dios: Que
exista una bóveda entre las aguas, que separe aguas de aguas. E hizo Dios la
bóveda para separar las aguas de debajo de la bóveda, de las aguas de encima de
la bóveda. Y así fue.
Levantas sobre las aguas tus moradas.
Am 9, 6: Que construye en el
cielo su escalinata y cimenta su bóveda sobre la tierra; que convoca las aguas
del mar y las derrama sobre la superficie de la tierra, se llama El Señor.
Te sirven las nubes de carroza.
Sal 68, 5: Cantad a Dios, tañed
en su honor, apisonad un camino al que cabalga en la estepa; en nombre del
Señor, regocijaos.
Tomas por mensajeros a los vientos.
Hb 1, 7: Y a los ángeles les
dice: Hace de los vientos sus ángeles, de las llamas de fuego sus ministros.
¡Cuán numerosas son tus obras, Yahvé!
Sal 8, 2: ¡Señor, dueño
nuestro, qué ilustre es tu nombre en toda la tierra! Quiero servir a tu
majestad celeste.
Pr 8, 22-23: El Señor me creó
como primera de sus tareas, antes de sus obras; desde antiguo, desde siempre
fui formada, desde el principio, antes del origen de la tierra.
Si escondes tu rostro, desaparecen.
Jb 34, 14-15: Si decidiera por
su cuenta retirar su espíritu y su aliento, expirarían todos los vivientes y el
hombre tornaría al polvo.
Gn 3, 19: Con sudor de tu
frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te
sacaron, pues eres polvo y en polvo te convertirás.
Qo 12, 7: Y el polvo vuelva a
la tierra que fue, y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.
Retornan al polvo que son.
Sal 90, 3: Tú devuelves el
hombre al polvo, diciendo: ¡Volved, hijos de Adán!
Gn 1, 2: La tierra era un caos
informe, sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía
sobre la faz de las aguas.
Gn 2, 7: Entonces el Señor Dios
modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el
hombre se convirtió en un ser vivo.
Renuevas la faz de la tierra.
Hch 2, 2: De repente vino del
cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se
alojaban.
Notas
exegéticas.
104 Este himno sigue el mismo
orden que la cosmogonía de Gn 1.
104 3 Se trata de las aguas
superiores, situadas encima del cielo. La morada divina está por encima de
todo.
104 4 Targum destruye la
imagen: “Hace a sus mensajeros rápidos como el viento y a sus ministros fuertes
como el fuego”.
104 30 El espíritu de Dios
interviene en el origen del ser y de la vida.
Segunda
lectura.
Lectura del apóstol san Pablo a Tito 2,
11-14; 3, 4-7.
Querido hermano:
Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para
todos los hombres, enseñándonos a que, renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobra, justa y piadosa, aguardando
la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador
nuestro, Jesucristo, el cual se entregó por nosotros para rescatarnos de toda
iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad, dedicado enteramente a
las buenas obras. Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y
su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros,
sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento
y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros
por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia,
seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna.
Textos paralelos.
Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a toda
persona.
Tt 3, 4: Pero cuando apareció
la bondad de nuestro Dios y Salvador y su amor al hombre.
1 Tm 1, 1-2: De Pablo, apóstol
de Mesías Jesús por disposición de Dios salvador nuestro y de Jesucristo
nuestra esperanza, a Timoteo, hijo suyo engendrado por la fe: gracia,
misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús Señor nuestro.
2 Tm 2, 10: Pero todo lo sufro
por los elegidos de Dios, para que, por medio de Jesucristo, también ellos
alcancen la salvación y la gloria eterna.
Sal 130, 8: El redimirá a
Israel de todos sus delitos.
Él se entregó por
nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad.
Rm 3, 24: Pero son absueltos
sin merecerlo, generosamente, por el rescate que Jesucristo entregó.
Ex 19, 5: Por tanto, si queréis
obedecerme y guardar mi alianza, entre todos los pueblos seréis mi propiedad,
porque es mía toda la tierra.
Dt 7, 6: Porque tú eres un
pueblo consagrado al Señor, tu Dios; él te eligió para que fueras, entre todos
los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad.
Ef 5, 25: Hombres, amad a
vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella.
Mas cuando se manifestó la bondad de Dios.
Rm 3, 25: Dios los destinó a
ser con su sangre instrumento de expiación para los que creen. Dios mostraba
así su justicia cuando pacientemente pasaba por alto los pecados de antaño.
1 Co 6, 11: Algunos, antes,
erais de esos; pero habéis sido lavados y consagrados y absueltos por la
invocación del Señor nuestro Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios.
Tt 2, 11: Se ha manifestado la
gracia de Dios que salva a todos los hombres.
1 Tm 1, 1: De Pablo, apóstol
del Mesías Jesús por disposición de Dios salvador nuestro y de Jesucristo
nuestra esperanza.
2 Tm 1, 9: Él nos salvó y llamó
con una vocación santa, no por mérito de obras nuestras, sino por su designio y
gracia, que se nos concede desde la eternidad en nombre de Jesús.
Ef 5, 26: Para limpiarla con el
baño del agua y la palabra, y consagrarla.
Jn 3, 3: Jesús le respondió: Te
aseguro que, si uno no nace de nuevo, no puede ver el reinado de Dios.
Jn 3, 5: Le contestó Jesús: Te
aseguro que, si uno no nace de agua y Espíritu, no puede entrar en el reino de
Dios.
Jn 3, 8: El viento sopla hacia
donde quiere: oyes su rumor, pero no sabes de donde viene ni adónde va. Así
sucede con el que ha nacido del Espíritu.
La renovación operada por el Espíritu Santo.
Rm 6, 4: Por el bautismo nos
sepultamos con él en la muerte, para vivir una vida nueva, lo mismo que Cristo
resucitó de la muerte por la acción gloriosa del Padre.
Rm 5, 5: Y la esperanza no
defrauda, porque el amor de Dios se infunde en nuestro corazón con el don del
Espíritu Santo.
Rm 7, 6: Pero ahora,
emancipados de la ley, al morir para el que nos tenía presos, servimos con un
espíritu nuevo, no según un código caduco.
Ef 4, 23: Renovaos en espíritu
y mentalidad.
Justificados por su gracia.
1 Tm 1, 1: De Pablo, apóstol de
Mesías Jesús por disposición de Dios salvador nuestro y de Jesucristo nuestra
esperanza.
Rm 3, 24: Pero son absueltos
sin merecerlo, generosamente, por el rescate que Jesucristo entregó.
Rm 8, 17: Si somos hijos,
también somos herederos: herederos de Dios, coherederos con Cristo; si
compartimos su pasión, compartiremos su gloria.
Rm 8, 24: Con esta esperanza
nos han salvado. Una esperanza que ya se ve, no es esperanza; pues, si ya no lo
ve uno, ¿a qué esperarlo?
Notas exegéticas.
2 11 La gracia, misericordia eficaz
de Dios y su bondad, su amor de os hombres se han “manifestado”, como preludio
de “la Manifestación”. De nuevo dos exposiciones muy densas de la obra de
salvación, de sus efectos y exigencias. La liturgia de la Navidad utiliza estos
dos pasajes.
2 13 Clara afirmación de la
divinidad de Cristo; al “Salvador” también se le llama el “gran Dios”.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según san Lucas 3,
15-16.21-22.
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se
preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió
dirigiéndose a todos:
-Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a
quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con
Espíritu Santo y fuego.
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús
fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu
Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz
del cielo:
-Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco.
Textos
paralelos.
Como la gente andaba expectante.
Jn 1, 19-20: Este es el
testimonio de Juan cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y
levitas a preguntarle quien era. Él confesó sin reticencias, confesó que no era
el Mesías.
Jn 3, 28: Esto sucedía en
Betania, junto al Jordán, donde Juan Bautizaba.
Hch 13, 25: Hacia el fin de su
carrera mortal dijo: No soy el que pensáis; detrás de mí viene uno al que no
tengo derecho a quitarle las sandalias de los pies.
Jn 1, 26-27: Juan respondió: Yo
bautizo con agua. Entre vosotros está uno que no conocéis, que viene detrás de
mí; y yo no soy quien para soltarle la correa de la sandalia. Esto sucedía en
Betania, junto al Jordán, donde Juan bautizaba.
Jn 1, 33: Yo no lo conocía;
pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y
posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.
Mc 1, 9-11 |
Mt 3, 13-17 |
Lc 3, 21-22 |
Por entonces vino Jesús de
Nazaret de Galilea y se hizo bautizar por Juan
en el Jordán. En cuanto salió del agua, vio
el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él, como una paloma. Se oyó una
voz del cielo: -Tú eres mi Hijo querido, mi
predilecto. |
Por entonces fue Jesús desde
Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que
lo bautizara. Juan se lo impedía diciendo: -Soy yo quien necesito que me
bautices tú, ¿y tú acudes a mí? Jesús le respondió: -Ahora cede, pues de este
modo conviene que realicemos la justicia plena. Ante esto acaeció. Jesús se bautizó: salió del agua y al punto se
abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se
posaba sobre él; se oyó una voz del cielo que decía: -Este es mi Hijo querido, mi
predilecto. |
Mientras todo el pueblo se
bautizaba, también Jesús se
bautizó; y mientras oraba, se abrió el
cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en figura corpórea de paloma y se oyó
una voz del cielo: -Tú eres mi hijo querido, mi
predilecto. |
Cuando se abrió el cielo.
Jn 1, 32-34: Juan dio este
testimonio: Contemplé al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma y se
posaba sobre él. Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar em había
dicho: Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de
bautizar con Espíritu Santo. Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de
Dios.
Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado.
Sal 2, 7: Voy a recitar el
decreto del Señor: Me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
3 15 O “el Mesías”, es decir, el Ungido
(de Dios): el griego christos equivale al hebreo: masîah (ungido).
Los judíos conferían a este título un sentido nacional y político (lo mismo en
22, 67). La traducción “Cristo” refleja la novedad cristiana del título.
3 16 (a) Gesto de esclavo que un judío de entonces no podía exigir a un siervo
compatriota, pues también este formaba parte del pueblo elegido.
3 16 (b) Aquí, como en Hch 1, 5, Lucas opone el bautismo de agua (o “con agua),
practicado por Juan Bautista, al bautismo “en Espíritu Santo”, que será
inaugurado en Pentecostés. Esto hace pensar que, en Lc, la preposición “en” no
debería traducirse “con”, pues el Espíritu no es un instrumento, sino una
presencia activa. – En estas palabras, Lc percibe probablemente un anuncio de
Pentecostés; en efecto, narrará la venida del Espíritu en forma de lenguas de
fuego. Para Lc significaría la acción purificadora del Espíritu.
3 21 (a) Al recibir el bautismo de Juan, Jesús entra a formar parte del movimiento
de conversión de su pueblo. Con ocasión de este hecho público, recibe una
misteriosa revelación que será el punto de partida de su predicación, como lo
fue para los profetas su vocación: es el profeta sobre el que reposa el
Espíritu, el Hijo de Dios, el Mesías anunciado en el AT.
3 21(b) La oración de Jesús es un tema predilecto de Lucas.
3, 22 Variante: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”, sospechosa de
armonización con Mt y Mc. La literalidad probablemente original de la voz del
cielo en Lucas no hace referencia a Is 42 como en Mt y Mc, sino al Sal 2, 7;
más bien que reconocer en Jesús al “Siervo”, le presenta como el Rey-Mesías del
Salmo, entronizado en el Bautismo para establecer el Reino de Dios en el mundo.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
15 EN
SU INTERIOR: lit. en los corazones de ellos.
21-22 En la narración del bautismo, a Lc le ha llamado la atención un dato: la
oración de Jesús, hecho que se repetirá en todos los grandes acontecimientos de
su vida terrena. // EN FIGURA CORPORAL. Mt 3, 16: COMO desciende, suavemente,
UNA PALOMA (Lc 3, 22 amplifica con más realismo); esa paloma, ¿simbolizaba a
Israel (escritos rabínicos?, ¿al Espíritu divino, que actúa en la “nueva
creación” (cf. Gn 1, 2). // TÚ ERES… ME COMPLAZCO: Mc 1, 11: lit. tú
eres el hijo de mí, el (hijo) querido. “El hijo querido” equivale a
“el únicamente querido”, e.d., “el hijo único”. De este
apelativo no está ausente, ni siquiera en esta ocasión, un trasfondo de
sacrificio y de muerte; el sacrificio de Isaac – “el hijo querido” –, que tanto
influyó en la literatura rabínica, posiblemente tiene algo que ver con estas
palabras. EN TI ME COMPLAZO: el tiempo verbal griego es aoristo, a modo de
perfecto estativo hebreo: “Me agradé en ti y mi agrado permanece, por
eso te elegí”.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
3, 16 Juan aclaró que él no era
el Mesías, que tendría la capacidad divina para perdonar los pecados. Señaló
también que su propio bautismo era simbólico y, por tanto, prefiguraba el
bautismo instituido por Cristo, que implicaría la gracia santificadora del Espíritu
Santo. Cat. 696.
3, 21-22 El bautismo de Cristo
confirmó su divinidad y reveló explícitamente por primera vez las tres personas
de la Trinidad. También inauguró la reconciliación de Dios con la humanidad ya
que su bautismo demostró que él se identificaba con la humanidad pecadora
aunque él no tuviera pecado. Cristo, aunque sin pecado, tomaría sobre sí los
pecados del mundo para nuestra salvación. La venida del Espíritu Santo sobre
Cristo es significativa, ya que la misión del Hijo y del Espíritu se conjugan
siempre. En este pasaje vemos otro detalle que Lucas muestra a menudo: Cristo
oraba frecuentemente para prepararse ante las decisiones importantes y los
acontecimientos de su misión. Cat. 535-536, 608, 743, 2600.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
696 El
fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la
vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de
los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que “surgió (…) como el fuego y
cuya palabra abrasaba como antorcha (Si 48, 1), con su oración atrajo el fuego
del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu
Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, “que precede al Señor con el
espíritu y el poder de Elías” (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que
“bautizará en el Espíritu Santo y el fuego” (Lc 3, 17), Espíritu del cual Jesús
dirá: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya
estuviese encendido” (Lc 12, 49). En forma de lenguas “como de fuego” se posó
el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de
él. La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de
los más expresivos de la acción del Espíritu Santo. “No extingáis el Espíritu”
(1 Ts 5, 19).
535 El comienzo de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el
Jordán. Juan proclamaba “un bautismo para el perdón de los pecados” (Lc 3, 3).
Una multitud de pecadores, publicanos y soldados, fariseos y saduceos y
prostitutas viene a hacerse bautizar por él. “Entonces aparece Jesús”. El
bautista duda, Jesús insiste y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo,
en forma de paloma, viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que él es
“mi Hijo amado” (Mt 3, 13-17). Es la manifestación (“Epifanía” de Jesús como
Mesías de Israel e Hijo de Dios.
536 El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de
su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores: es ya “el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29); anticipa ya “el
bautismo” de su muerte sangrienta. Viene ya a cumplir la voluntad de su Padre:
por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados. A
esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su
Hijo. El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a
“posarse” sobre él. De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su
bautismo, “se abrieron los cielos” (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había
cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu
como preludio de la nueva creación.
608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los
pecadores, vio y señaló a Jesús como el “Cordero de Dios que quita los pecados
del mundo”. Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja
llevar en silencio al matadero y carga con el pecado de las multitudes, y el
cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera
Pascua. Toda la vida de Cristo expresa su misión: “Servir y dar su vida en
rescate por muchos”.
743 Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, cuando Dios
envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e
inseparable.
2600 El Evangelio según san Lucas subraya la acción del Espíritu Santo y el
sentido de la oración en el ministerio de Cristo. Jesús ora antes de
los momentos decisivos de su misión: antes de que el Padre dé testimonio de Él
en su Bautismo (Lc 3, 21),…
Concilio
Vaticano II.
Mas lo que el Señor
ha predicado una vez o lo que en Él se ha obrado para la salvación del género
humano, debe proclamarse y extenderse hasta los últimos confines de la tierra,
comenzando desde Jerusalén, de modo que lo que una vez se obró para todos en
orden a la salvación, alcance su efecto en todos a través de los tiempos.
Para conseguir esto
plenamente, Cristo envió desde el Padre al Espíritu Santo para que realizara
desde dentro su obra salvífica e impulsara a la Iglesia a su propia expansión.
Sin duda, el Espíritu Santo actuaba ya en el mundo antes de que Cristo fuera
glorificado. Sin embargo, el día de Pentecostés vino sobre los discípulos para
permanecer con ellos para siempre; la Iglesia se manifestó públicamente ante la
multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la
predicación en la catolicidad de la fe, por la Iglesia de la Nueva Alianza que
habla en todas las lenguas, comprende y abraza en la caridad a todas las
lenguas, superando así la dispersión de Babel. A partir de Pentecostés
empezaron los hechos de los Apóstoles, del mismo modo que, al venir el Espíritu
Santo sobre la Virgen María, Cristo había sido concebido, y Cristo había sido
impulsado a la obra de su ministerio cuando el mismo Espíritu Santo descendió
sobre Él mientras oraba (cf. Lc 3, 22). E mismo Señor Jesús, antes de entregar
libremente su alma por el mundo, dispuso el ministerio apostólico y prometió
que enviaría al Espíritu Santo, de forma que ambos quedaron asociados en la
realización de la obra de salvación siempre y en todas partes.
Ad gentes divinitus 3-4.
Comentarios de los Santos Padres.
Si Juan no hubiera sido para consigo mismo como un valle, no habría
estado lleno de gracia; y así, para manifestar lo que era, dijo: “Detrás de mí
viene el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de
su calzado” (Mc 1, 7).
Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 1, 20, 4. III,
pg. 115.
Nuevamente ofrece otro argumento, diciendo: “En verdad, yo os bautizo con
agua, pero Él os bautizará en el Espíritu Santo”. Este es el mayor argumento
para convencer y probar que Jesús es Dios y Señor. En efecto, es propio de la
sustancia única que se encuentra por encima de todas las cosas el poder
infundir el Espíritu en los hombres y hacer que participen de la naturaleza
divina a los que se acercan a ella. Ahora bien esto se encuentra en Cristo, no
como algo que ha recibido o se le ha comunicado, sino como algo propio que
pertenece a su misma sustancia. Realmente bautiza en el Espíritu Santo.
Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 3, 10. III,
pg. 115.
Descendió el Espíritu Santo sobre el Salvador en forma de paloma, que es
el ave de la dulzura, símbolo de la inocencia y de la sencillez. También a
nosotros se nos ha mandado imitar “la inocencia de las palomas” (Mt 10, 16).
Así es el Espíritu Santo: puro, veloz, que se eleva a las alturas.
Orígenes, Homilías sobre el Ev. de Lucas, 27, 5. III,
pg. 118.
Para que aprendamos el poder mismo del santo bautismo, y cuánto ganamos
al aproximarnos a semejante gracia, él mismo comienza bautizándose, y una vez
bautizado, ruega para que tú, querido, aprendas que la oración continua es lo
más adecuado para los que han sido considerados dignos del santo bautismo una
vez.
Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 3, 21. III,
pg. 119.
Si deseas el testimonio del Padre, lo has oído de Juan: ten confianza en
aquel a quien Cristo se ha confiado para ser bautizado, ante el cual el Padre
ha acreditado al Hijo con su voz venida del cielo.
Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 2, 94. III,
pg. 120.
San Agustín.
Si vino a mostrarnos el camino de la humildad y a hacerse él mismo ese
camino, era necesario que practicase la humildad en toda circunstancia de su
vida. Así él quiso otorgar autoridad a su bautismo, para que nosotros, sus
siervos, comprendiésemos con cuánta ansia se debe correr al bautismo del Señor,
si él no tuvo a menos recibirlo de manos de un siervo suyo. (…) El bautismo
vale tanto como vale aquel en cuyo nombre se confiere, y no tanto cuánto vale
quien, como ministro, lo otorga. Era un bautismo santo, porque era conferido
por un santo, pero siempre hombre; aunque un hombre que había recibido del
Señor la gracia extraordinaria de preceder al juez, indicarlo con el dedo,
cumpliendo así la profecía: Yo soy la voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor (Jn 1, 23). El bautismo del Señor, en cambio valía
tanto cuanto el Señor: era, por tanto, un bautismo divino, porque el Señor es
Dios.
Comentario sobre el evangelio de San Juan, 5, 3-6. I, pg. 232 y 234.
San Juan de Ávila.
Como dice San Agustín, que, como Cristo solo descendió del
cielo, solo Cristo sube al cielo (Sermón 91). Y conforme a
esta sentencia, dice San Mateo que siendo Cristo baptizado le fueron
abiertos los cielos (Mt 3, 16).
En la infraoctava del
Corpus, OC
III, pg. 697.
Acordarse de Cristo, mirando qué obró en la tierra del Jordán,
donde fue bautizado para nuestro provecho y le fueron abiertos
los cielos (Mt 3, 16), no para Él, que abiertos le estaban, mas para
nosotros, a quien por Adán estaban cerrados. Y porque se nos abrieron por
Cristo, dice el Evangelio que le fueron los cielos abiertos, porque aquél se
dice hecha una merced por cuyo amor se hace, aunque él no llevase parte de
ella. Pues mirando… A quien mira que por Cristo le son los cielos abiertos y
que por el santo bautismo es tomado por hijo de Dios, osa esperar como hijo la
herencia del cielo viviendo en obediencia de los mandatos de Dios.
A un señor de estos
reinos, OC IV,
pg. 92.
Mas mirad, que cuan grandes fueron estas mercedes, así fue grande la
tribulación que tras ellas el Señor envió, cuya costumbre es enviar hiel
después de la miel y probar a sus amigos tentándolos, como hizo a Abraham (cf.
Gn 22). Del Señor leemos que en su santo baptismo fue declarado por la voz
celestial por Hijo carísimo del Eterno Padre (Mt 3, 17), mas
tras este favor se siguió ser llevado al desierto a ser tentado por el
enemigo (Mt 4, 1). No se engañe nadie ni se detenga por seguro porque
sea recreado del Señor con mercedes y consolaciones, ahora sean espirituales,
ahora corporales. Menester es entender muy bien este negocio; y por no lo haber
hecho así, han venido desastres no pequeños a muchos que, holgándose con lo
próspero, dijeron lo que David: Yo dije en mi abundancia: no seré
movido para siempre (Sal 29, 7).
San Oscar Romero.
Que cada salvadoreño haga honor, no solamente a su compromiso político,
concreto, sino a su compromiso de cristiano para que sea de verdad, desde la
fuerza salvadora de Cristo, un elemento vivo en la salvación de su propio
país.
Homilía 13 enero 1980.
Papa Francisco. Angelus. 10 de
enero de 2016.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este domingo después de la Epifanía
celebramos el Bautismo de Jesús, y hacemos memoria grata de nuestro Bautismo.
En este contexto, esta mañana he bautizado a 26 recién nacidos: ¡recemos por
ellos!
El Evangelio nos presenta a Jesús, en las aguas
del río Jordán, en el centro de una maravillosa revelación divina. Escribe san
Lucas: «Cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y
mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con
apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres
mi Hijo, el amado; en ti me complazco”» (Lc 3, 21-22). De este modo Jesús es
consagrado y manifestado por el Padre como el Mesías salvador y liberador.
En este evento —testificado por los cuatro Evangelios— tuvo lugar el pasaje del
bautismo de Juan Bautista, basado en el símbolo del agua, al Bautismo de Jesús
«en el Espíritu Santo y fuego». De hecho, el Espíritu Santo en el Bautismo
cristiano es el artífice principal: es Él quien quema y destruye el pecado
original, restituyendo al bautizado la belleza de la gracia divina; es Él
quien nos libera del dominio de las tinieblas, es decir, del pecado y nos
traslada al reino de la luz, es decir, del amor, de la verdad y de la
paz: este es el reino de la luz. ¡Pensemos a qué dignidad nos eleva el
Bautismo! «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios,
pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1), exclama el apóstol Juan. Tal estupenda realidad
de ser hijos de Dios comporta la responsabilidad de seguir a Jesús, el
Siervo obediente, y reproducir en nosotros mismos sus rasgos, es decir: es
decir, mansedumbre, humildad y ternura. Sin embargo, esto no es
fácil, especialmente si entorno a nosotros hay mucha intolerancia, soberbia,
dureza. ¡Pero con la fuerza que nos llega del Espíritu Santo es posible!
El Espíritu Santo, recibido por primera vez el día de nuestro Bautismo, nos
abre el corazón a la Verdad, a toda la Verdad. El Espíritu empuja nuestra
vida hacia el camino laborioso pero feliz de la caridad y de la solidaridad
hacia nuestros hermanos. El Espíritu nos dona la ternura del perdón
divino y nos impregna con la fuerza invencible de la misericordia del Padre.
No olvidemos que el Espíritu Santo es una presencia viva y vivificante en
quien lo acoge, reza con nosotros y nos llena de alegría espiritual.
Hoy, fiesta del Bautismo de Jesús, pensemos
en el día de nuestro Bautismo. Todos nosotros hemos sido bautizados,
agradezcamos este don. Y os hago una pregunta: ¿Quién de vosotros conoce la
fecha de su Bautismo? Seguramente no todos. Por eso, os invito a ir a buscar la
fecha preguntando por ejemplo a vuestros padres, a vuestros abuelos, a
vuestros padrinos, o yendo a la parroquia. Es muy importante conocerla porque
es una fecha para festejar: es la fecha de nuestro renacimiento como hijos de
Dios. Por eso, los deberes para esta semana: ir a buscar la fecha de mi
Bautismo. Festejar este día significa reafirmar nuestra adhesión a Jesús,
con el compromiso de vivir como cristianos, miembros de la Iglesia y de una
humanidad nueva, en la cual todos somos hermanos. Que la Virgen María,
primera discípula de su Hijo Jesús, nos ayude a vivir con alegría y fervor
apostólico nuestro Bautismo, acogiendo cada día el don del Espíritu Santo, que
nos hace hijos de Dios.
Francisco. Angelus. 13 de enero de
2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, al final del tiempo litúrgico de Navidad,
celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. La liturgia nos llama a conocer
con más plenitud a Jesús, de quien recientemente hemos celebrado el nacimiento;
y para ello, el Evangelio (cf. Lc 3, 15-16.21-22) ilustra dos elementos
importantes: la relación de Jesús con la gente y la relación de Jesús con el
Padre.
En el relato del bautismo, conferido por Juan el
Bautista a Jesús en las aguas del Jordán, vemos ante todo el papel del
pueblo. Jesús está en medio del pueblo. No es solo un fondo de la
escena, sino un componente esencial del evento. Antes de sumergirse
en el agua, Jesús “se sumerge” en la multitud, se une a ella
asumiendo plenamente la condición humana, compartiendo todo, excepto el
pecado. En su santidad divina, llena de gracia y misericordia, el Hijo de
Dios se hizo carne para tomar sobre sí y quitar el pecado del mundo: tomar
nuestras miserias, nuestra condición humana. Por eso, hoy también es
una epifanía, porque yendo a bautizarse por Juan, en medio de
la gente penitente de su pueblo, Jesús manifiesta la lógica y el significado de
su misión.
Uniéndose al pueblo que pide a Juan el bautismo
de conversión, Jesús también comparte el profundo deseo de renovación
interior. Y el Espíritu Santo que desciende sobre Él «en forma corporal,
como una paloma» (v.22) es la señal de que con Jesús comienza un nuevo mundo,
una “nueva creación” que incluye a todos los que acogen a Cristo en su la
vida. También a cada uno de nosotros, que hemos renacido con Cristo en
el bautismo, están dirigidas las palabras del Padre: «Tú eres mi Hijo, el
amado: en ti he puesto mi complacencia» (v. 22). Este amor del Padre, que
hemos recibido todos nosotros el día de nuestro bautismo, es una llama que ha
sido encendida en nuestros corazones y necesita que la alimentemos con la
oración y la caridad.
El segundo elemento enfatizado por el
evangelista Lucas es que después de la inmersión en el pueblo y en las aguas
del Jordán, Jesús se “sumergió” en la oración, es decir, en
la comunión con el Padre. El bautismo es el comienzo de la vida
pública de Jesús, de su misión en el mundo como enviado del Padre para
manifestar su bondad y su amor por los hombres. Esta misión se realiza en
una unión constante y perfecta con el Padre y el Espíritu Santo.
También la misión de la Iglesia y la de cada
uno de nosotros, para ser fiel y fructífera, está llamada a “injertarse” en la
de Jesús. Se trata de regenerar continuamente en la oración la
evangelización y el apostolado, para dar un claro testimonio cristiano, no
según los proyectos humanos, sino según el plan y el estilo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, la fiesta del
Bautismo del Señor es una ocasión propicia para renovar con gratitud y
convicción las promesas de nuestro Bautismo, comprometiéndonos a vivir
diariamente en coherencia con él. También es muy importante, como os he
dicho varias veces, saber la fecha de nuestro Bautismo. Podría
preguntar: “¿Quién de vosotros sabe la fecha de su bautismo?”. No todos,
seguro. Si alguno de vosotros no la conoce, al volver a casa, que se lo
pregunte a sus padres, a los abuelos, a los tíos, a los padrinos, a los amigos
de la familia... Preguntad: “¿En qué día me han bautizado?”. Y luego no os
olvidéis de ella: es una fecha que se guarda en el corazón para celebrarla
cada año.
Jesús, que nos ha salvado no por nuestros
méritos sino para actuar la inmensa bondad del Padre, nos haga misericordiosos
con todos. ¡Qué la Virgen María, Madre de la Misericordia, sea nuestra guía y
nuestro modelo!
Francisco. Angelus. 9 de enero de
2022.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy nos muestra la
escena con la que comienza la vida pública de Jesús: Él, que es el Hijo de Dios
y el Mesías, va a las orillas del río Jordán y se hace bautizar por Juan
Bautista. Después de casi treinta años vividos en el escondimiento, Jesús no
se presenta con algún milagro o subiendo a la cátedra para enseñar. Se pone en
la fila con el pueblo que iba a recibir el bautismo de Juan. El himno
litúrgico de hoy dice que el pueblo iba a hacerse bautizar con el alma y los
pies desnudos, humildemente. Hermosa actitud, con el alma desnuda y los
pies desnudos. Y Jesús comparte la suerte de nosotros, los pecadores, desciende
hacia nosotros: baja al río como en la historia herida de la humanidad, se
sumerge en nuestras aguas para sanarlas y se sumerge con nosotros, entre
nosotros. No se eleva por encima de nosotros con el alma desnuda, con los pies
desnudos, como el pueblo. No va solo, ni con un grupo de elegidos
privilegiados. No: va con el pueblo. Pertenece a aquel pueblo y va con
el pueblo ha hacerse bautizar con aquel pueblo humilde.
Detengámonos en un punto importante: en el momento
en que Jesús recibe el Bautismo, el texto dice que “estaba orando” (Lc
3, 21). Nos hace bien contemplar esto: Jesús reza. ¿Pero cómo? Él, que es el
Señor, el Hijo de Dios, ¿reza como nosotros? Sí, Jesús – lo repiten muchas
veces los Evangelios – pasa mucho tiempo en oración: al inicio de cada día, a
menudo de noche, antes de tomar decisiones importantes... Su oración es un
diálogo, una relación con el Padre. Así, en el Evangelio de hoy podemos ver
los “dos momentos” de la vida de Jesús: por una parte, desciende hacia nosotros
en las aguas del Jordán; por otra, eleva su mirada y su corazón orando al
Padre.
Es una gran enseñanza para nosotros: todos
estamos inmersos en los problemas de la vida y en muchas situaciones
intrincadas, llamados a afrontar momentos y elecciones difíciles que nos
abaten. Pero, si no queremos permanecer aplastados, tenemos necesidad de
elevar todo hacia lo alto. Y esto lo hace precisamente la oración,
que no es una vía de escape, la oración no es un rito mágico ni una repetición
de cantilenas aprendidas de memoria. No. Rezar es el modo de dejar que Dios
actúe en nosotros, para captar lo que Él quiere comunicarnos incluso en las
situaciones más difíciles, rezar es para tener la fuerza de ir adelante.
Mucha gente que siente que no puede más y reza: “Señor, dame la fuerza para ir
adelante”. También nosotros, muchas veces lo hemos hecho. La oración nos ayuda
porque nos une a Dios, nos abre al encuentro con Él. Sí, la oración es la clave
que abre el corazón al Señor. Es dialogar con Dios, es escuchar su Palabra,
es adorar: estar en silencio encomendándole lo que vivimos. Y a veces
también es gritar con Él como Job, otras veces es desahogarse con Él.
Gritar como Job; Él es padre, Él nos comprende bien. Él jamás se enoja con
nosotros. Y Jesús reza.
La oración – para usar una bella imagen del
Evangelio de hoy – “abre el cielo” (cfr. v. 21). La oración abre el
cielo: da oxígeno a la vida, da respiro incluso en medio de las angustias, y
hace ver las cosas de modo más amplio. Sobre todo, nos permite tener la
misma experiencia de Jesús en el Jordán: nos hace sentir hijos amados del Padre.
También a nosotros, cuando rezamos, el Padre dice, como a Jesús en el
Evangelio: “Tú eres mi hijo, Tú eres el amado” (cfr. v. 22). Nuestro ser hijos
comenzó el día del Bautismo, que nos ha inmerso en Cristo y, miembros del
pueblo de Dios, nos ha hecho convertirnos en hijos amados del Padre. ¡No
olvidemos la fecha de nuestro Bautismo! Si yo preguntara ahora a cada uno de
ustedes: ¿cuál es la fecha de tu Bautismo? Tal vez algunos no lo recuerdan.
Esto es algo hermoso: recordar la fecha del Bautismo, porque es nuestro
renacimiento, ¡el momento en que hemos sido hijos de Dios con Jesús! Y
cuando regresen a casa – si no lo saben – pregúntenle a la mamá, a la tía, a la
abuela o a los abuelos: “Pero, ¿cuándo fui bautizado o bautizada?”, y aprender
esa fiesta para celebrarla, para agradecer al Señor. Y hoy, en este momento,
preguntémonos: ¿cómo va mi oración? ¿Rezo por costumbre, rezo desganado, sólo
recitando algunas fórmulas, o mi oración es el encuentro con Dios? Yo,
pecador, ¿siempre en el pueblo de Dios, jamás aislado? ¿Cultivo la intimidad
con Dios, dialogo con Él, escucho su Palabra? Entre las muchas cosas que
hacemos en la jornada, no descuidemos la oración: dediquémosle tiempo,
utilicemos breves invocaciones para repetir a menudo, leamos el Evangelio cada
día. La oración que abre el cielo.
Y ahora nos dirigimos a la Madre, Virgen orante,
que ha hecho de su vida un canto de alabanza a Dios.
Benedicto. Angelus. 7 de enero de
2007.
Queridos hermanos y hermanas:
Se celebra hoy la fiesta del Bautismo del Señor,
con la que concluye el tiempo de Navidad. La liturgia nos propone el relato del
bautismo de Jesús en el Jordán según la redacción de san Lucas (cf. Lc 3,
15-16. 21-22). El evangelista narra que, mientras Jesús estaba en oración,
después de recibir el bautismo entre las numerosas personas atraídas por la
predicación del Precursor, se abrió el cielo y, en forma de paloma, bajó sobre
él el Espíritu Santo. En ese momento resonó una voz de lo alto: "Tú eres mi Hijo, el amado, el
predilecto" (Lc 3, 22).
Todos los evangelistas, aunque con matices
diversos, recuerdan y ponen de relieve el bautismo de Jesús en el Jordán.
En efecto, formaba parte de la predicación apostólica, ya que constituía el
punto de partida de todo el arco de los hechos y de las palabras de que los
Apóstoles debían dar testimonio (cf. Hch 1, 21-22; 10, 37-41). La comunidad
apostólica lo consideraba muy importante, no sólo porque en aquella
circunstancia, por primera vez en la historia, se había producido la
manifestación del misterio trinitario de manera clara y completa, sino
también porque desde aquel acontecimiento se había iniciado el ministerio
público de Jesús por los caminos de Palestina.
El bautismo de Jesús en el Jordán es anticipación
de su bautismo de sangre en la cruz, y también es símbolo de toda la
actividad sacramental con la que el Redentor llevará a cabo la salvación de la
humanidad. Por eso la tradición patrística se interesó mucho por esta
fiesta, la más antigua después de la Pascua. "Cristo es bautizado
—canta la liturgia de hoy— y el universo entero se purifica; el Señor nos
obtiene el perdón de los pecados:
limpiémonos todos por el agua y el Espíritu" (Antífona del
Benedictus, oficio de Laudes).
Hay una íntima correlación entre el bautismo de
Cristo y nuestro bautismo. En el Jordán se abrió el cielo (cf. Lc 3, 21)
para indicar que el Salvador nos ha abierto el camino de la salvación, y
nosotros podemos recorrerlo precisamente gracias al
nuevo nacimiento "de agua y de Espíritu" (Jn 3, 5), que se
realiza en el bautismo. En él somos incorporados al Cuerpo místico de Cristo,
que es la Iglesia, morimos y resucitamos con él, nos revestimos de él, como
subraya repetidamente el apóstol san Pablo (cf. 1 Co 12, 13; Rm 6, 3-5; Ga 3,
27).
Por tanto, del bautismo brota el compromiso de
"escuchar" a Jesús, es decir, de creer en él y seguirlo
dócilmente, cumpliendo su voluntad. De este modo cada uno puede tender a la
santidad, una meta que, como recordó el concilio Vaticano II, constituye la
vocación de todos los bautizados. Que María, la Madre del Hijo predilecto de
Dios, nos ayude a ser siempre fieles a nuestro bautismo.
Benedicto. Angelus. 10 de enero de
2010.
Queridos hermanos y hermanas:
Esta mañana, durante la santa misa celebrada en la
Capilla Sixtina, he administrado el sacramento del Bautismo a varios recién
nacidos. Esta costumbre está unida a la fiesta del Bautismo del Señor, con la
que se concluye el tiempo litúrgico de la Navidad. El Bautismo expresa muy
bien el sentido global de las festividades navideñas, en las que el tema de
llegar a ser hijos de Dios gracias a la venida del Hijo unigénito en nuestra
humanidad constituye un elemento dominante. Él se hizo hombre para que
nosotros podamos llegar a ser hijos de Dios. Dios nació para que
nosotros podamos renacer. Estos conceptos aparecen continuamente en los
textos litúrgicos navideños y constituyen un motivo entusiasmante de reflexión
y esperanza. Pensemos en lo que escribe san Pablo a los Gálatas: "Envió
Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se
hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga
4, 4-5); o en lo que dice san Juan en el Prólogo de su Evangelio: "A todos
los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12).
Este estupendo misterio, que constituye nuestro "segundo
nacimiento" —el renacimiento de un ser humano de lo alto, de Dios
(cf. Jn 3, 1-8)— se realiza y se resume en el signo sacramental del
Bautismo.
Con este sacramento el hombre se convierte
realmente en hijo, en hijo de Dios. Desde ese momento el fin de su existencia consiste
en alcanzar de manera libre y consciente aquello que desde el inicio era y es
el destino del hombre. "Conviértete en lo que eres", constituye el
principio educativo básico de la persona humana redimida por la gracia.
Este principio tiene muchas analogías con el crecimiento humano, en el que la
relación de los padres con los hijos pasa, a través de alejamientos y crisis,
de la dependencia total a la conciencia de ser hijo, al agradecimiento por el
don de la vida recibida, y a la madurez y la capacidad de dar la vida.
Engendrado por el Bautismo a una nueva vida, también el cristiano comienza
su camino de crecimiento en la fe que lo llevará a invocar conscientemente a
Dios como "Abbá - Padre", a dirigirse a él con gratitud y a vivir
la alegría de ser su hijo.
Del Bautismo deriva también un modelo de sociedad:
la de los hermanos. La fraternidad no se puede establecer mediante una
ideología y mucho menos por decreto de un poder constituido. Nos reconocemos
hermanos a partir de la humilde y profunda conciencia del ser hijos del único
Padre celestial. Como cristianos, gracias al Espíritu Santo, recibido en el Bautismo,
se nos ha concedido el don y el compromiso de vivir como hijos de Dios y como
hermanos, para ser como "levadura" de una humanidad nueva, solidaria
y llena de paz y esperanza. En esto nos ayuda la conciencia de tener, además de
un Padre en los cielos, también una madre, la Iglesia, de la que la Virgen
María es modelo perenne. A ella le encomendamos los niños recién bautizados y
sus familias, y le pedimos para todos la alegría de renacer cada día "de
lo alto", del amor de Dios, que nos hace sus hijos y hermanos entre
nosotros.
Benedicto. Angelus. 13 de enero de
2013
Queridos hermanos y hermanas:
Con este domingo después de la Epifanía concluye el
Tiempo litúrgico de Navidad: tiempo de luz, la luz de Cristo que, como nuevo
sol aparecido en el horizonte de la humanidad, dispersa las tinieblas del mal y
de la ignorancia. Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Jesús: aquel Niño,
hijo de la Virgen, a quien hemos contemplado en el misterio de su nacimiento,
le vemos hoy adulto entrar en las aguas del río Jordán y santificar así todas
las aguas y el cosmos entero —como evidencia la tradición oriental. Pero ¿por
qué Jesús, en quien no había sombra de pecado, fue a que Juan le bautizara? ¿Por
qué quiso realizar ese gesto de penitencia y conversión junto a tantas personas
que querían de esta forma prepararse a la venida del Mesías? Ese gesto —que
marca el inicio de la vida pública de Cristo— se sitúa en la misma línea de la
Encarnación, del descendimiento de Dios desde el más alto de los cielos
hasta el abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento de abajamiento
divino se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de
Dios. Escribe el apóstol Juan: «En esto se manifestó el amor que Dios nos
tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de
Él», y le envió «como víctima de propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4,
9-10). He aquí por qué el primer acto público de Jesús fue recibir el bautismo
de Juan, quien, al verle llegar, dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo» (Jn 1, 29).
Narra el evangelista Lucas que mientras Jesús,
recibido el bautismo, «oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo
sobre Él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del
cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”» (3, 21-22). Este
Jesús es el Hijo de Dios que está totalmente sumergido en la voluntad de amor
del Padre. Este Jesús es aquél que morirá en la cruz y resucitará por el
poder del mismo Espíritu que ahora se posa sobre Él y le consagra. Este Jesús
es el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, o sea, en el amor;
el hombre que, frente al mal del mundo, elige el camino de la humildad y de la
responsabilidad, elige no salvarse a sí mismo, sino ofrecer la propia vida
por la verdad y la justicia. Ser cristianos significa vivir así, pero
este tipo de vida comporta un renacimiento: renacer de lo alto, de Dios, de la
Gracia, Este renacimiento es el Bautismo, que Cristo ha donado a la Iglesia
para regenerar a los hombres a una vida nueva. Afirma un antiguo texto
atribuido a san Hipólito: «Quien entra con fe en este baño de regeneración,
renuncia al diablo y se alinea con Cristo, reniega del enemigo y reconoce que
Cristo es Dios, se despoja de la esclavitud y se reviste de la adopción filial»
(Discurso sobre la Epifanía, 10: pg 10, 862).
Según la tradición, esta mañana he tenido la
alegría de bautizar a un nutrido grupo de niños nacidos en los últimos tres o
cuatro meses. En este momento desearía extender mi oración y mi
bendición a todos los neonatos; pero sobre todo invitar a todos a hacer
memoria del propio Bautismo, de aquel renacimiento espiritual que nos abrió el
camino de la vida eterna. Que cada cristiano, en este Año de la fe,
redescubra la belleza de haber renacido de lo alto, del amor de Dios, y viva
como hijo de Dios.
DOMINGO 2 T. O.
Monición de entrada.-
La misa es la fiesta de los que queremos
a Jesús y nos gusta estar con él.
Así en la misa le escuchamos, le
hablamos y le decimos que queremos toda la semana portarnos como él se portaba
con sus papás, María y José y con todas las personas.
Empecemos la misa poniendo en el altar
nuestro corazón.
Señor, ten piedad.
Porque a veces no escuchamos a los demás. Señor, ten piedad.
Porque a veces parece que estamos sordos.
Cristo, ten piedad.
Porque a veces no ayudamos a nuestras mamás y a
nuestros papás. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Para que seamos como el papa Francisco,
que ayuda a todas las personas. Te lo pedimos Señor.
Para que la Iglesia esté siempre atenta
a las personas que le piden ayuda. Te lo pedimos Señor.
Para que las personas que están malas
tengan siempre amigos que les cuiden. Te lo pedimos Señor.
Para que nosotros llevemos nuestra
sonrisa a todas las personas de nuestro pueblo. Te lo pedimos Señor.
Acción de gracias.-
Virgen María, queremos darte las gracias
por esta misa.
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